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Christian Gálvez

Pocos saben que el popular presentador de televisión, Christian


Gálvez, es además un apasionado del Renacimiento y de la
figura de Leonardo da Vinci. Comenzó a investigar al genio
renacentista tras visitar ‘La última cena’ en Milán. Una
experiencia que prendió la mecha de su curiosidad para siempre.
Según explica: “Gracias a la curiosidad, la perseverancia y la
pasión, todas las personas podemos convertirnos en una mejor
versión de nosotros mismos”. Como profesional de la
comunicación desde 1995, Gálvez defiende firmemente la
divulgación de aquello en lo que cree: “Solo soy un intruso,
apasionado por Da Vinci, que intenta acercarse con rigor a la
cultura. Y también acercar esa cultura a la gente”. Christian
Gálvez forma parte del proyecto internacional ‘Leonardo DNA
Project’, cuyo objetivo es completar un perfil genético de
Leonardo da Vinci. Además, es miembro de la Academia de las
Artes y las Ciencias de Televisión, del ICOM España (Consejo
Internacional de Museos), de la AEM (Asociación Española de
Museólogos) y de la AAM (American Alliance of Museums). Como
escritor de ficción, es autor de la saga de novelas históricas
‘Crónicas del Renacimiento’ y coautor de la colección de cuentos
infantiles ‘El pequeño Leo Da Vinci’. En 2017 publicó el ensayo
‘Leonardo da Vinci: cara a cara’, por el que fue galardonado con
el Premio Especial de los 'Premios de Periodismo Científico
Concha García Campoy'. En la actualidad, compagina su trabajo
como presentador con el comisariado de la exposición ‘Leonardo
da Vinci: los rostros del genio’.
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Christian Gálvez. Siempre me ha hecho mucha gracia y me ha dado mucha
vergüenza esta parte, porque digo: «¿Por qué aplauden si todavía no he hecho
nada, no?». Digo: «Bueno dadme algo de cuartelillo». Muchísimas gracias.
Bueno, solo voy a empezar a introducir un poco mi biografía, porque a mí la
parte que más me interesa de todo esto es la curiosidad que podéis llegar a
mostrar a través de vuestras preguntas, ¿no? Soy Chris, soy un tipo normal al
que le gusta hacer cosas que le apasionan. Yo soy de Móstoles. Hice EGB,
normal, BUP, normal, me apasionó muchísimo la manera en la que mis
profesores transmitían sus conocimientos. De hecho, todavía mantengo
amistad con parte del profesorado. Gracias al trato que me dieron mis
profesores, quise hacer Magisterio. Cuando estuve en Magisterio, surgió la
oportunidad de poder hacer televisión. Después de ese programa de televisión
Desesperado club social, surgió uno de los grandes palos de mi vida. Porque
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después de ganar un premio Ondas, pues resulta que, cuando terminó aquel
programa, por motivos políticos, no pude continuar en la televisión. Pensamos
que nos iban a llamar de todas partes y no llamó absolutamente nadie, con lo
que empecé a trabajar en una juguetería. Después de la juguetería, llegó la
oportunidad… Porque sí que es cierto que una llamada te puede cambiar la
vida. Durante mi periodo en Desesperado club social, hubo un compañero que
trabajó una vez conmigo y, de repente, años después, decidió que: «Oye mira,
para Caiga quien caiga, yo conozco a un tipo con el que trabajé una vez». Me
llamó y, efectivamente, me cambió la vida, ¿no? Hice Caiga quien caiga
durante un par de años también y, al final, bueno pues desde el verano de
2007, me dedico a hacer roscos en televisión. Como habéis podido comprobar,
el resumen de mi vida, efectivamente, sí, lo digo con todo el orgullo del mundo
y quizá con una leve sonrisa, soy un intruso. Pero un intruso con rigor, con
objetividad, con respeto y, por encima de todas las cosas, con pasión.
Entonces, quiero hablar de esa parte más bonita, la parte pedagógica, la parte
de la democratización de la cultura, ¿no? Me cuesta mucho observar a la
cultura en determinados círculos cerrados, yo los llamo los sanedrines, que no
permiten democratizar esa cultura, ¿no? Y precisamente de eso me gustaría
hablar con todos vosotros, ¿no? Cómo conseguir rescatar de una de las épocas
que más me apasionan en esta vida, que en este caso es el Renacimiento, el
respeto a la multidisciplina, el respeto a la polimatía.
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Christian Gálvez. Entiendo que, más o menos, la mayoría de los que estéis
aquí conocéis la figura de Leonardo da Vinci, ¿no? ¿Podéis levantar la mano?
Sin miedo, eh. Creo que el noventa y nueve coma nueve periódico puro
conocéis la figura de Leonardo. ¿Cuántos de los que conocéis a Leonardo
consideráis que es un genio? Casi el cien por cien de los que habéis levantado
la mano al principio, ¿no? ¿Cuántos de vosotros podríais definir la palabra
genialidad? ¿Cómo definiría usted la genialidad?
Gonzalo. Como curiosidad. Como una curiosidad exponencial.
Christian Gálvez. Una curiosidad exponencial. ¿Cuántos sois ahora mismo
aquí? Unos cuantos, ¿no? Lógicamente, el primer motor de estar aquí es la
curiosidad. Con lo que igual tengo que aplaudir yo, porque veo muchos genios,
entonces, en potencia, ¿no? Es decir, por lo menos se ha atrevido. Es decir,
aparte de curiosidad, tiene la valentía. Según nuestra RAE la curiosidad, o sea,
la genialidad es aquella capacidad extraordinaria que tenemos cada uno de
nosotros en hacer cosas diferentes y dignas de admiración, ¿no? Leonardo era
capaz de hacer cosas diferentes, cosas digna de admiración, ¿no? ¿Pero
cuántos de vosotros sois capaces de hacer cosas diferentes gracias a la
curiosidad? Y es curioso, además, que Leonardo ni se consideraba un genio ni
era considerado un genio en la época. Solo Miguel Ángel, Michelangelo
Buonarroti, era considerado un genio en la época. Y cuando le llamaron genio,
cuando colocó la estatua del David en la Piazza della Signoria en Florencia, le
dijeron: «Sois un genio», él respondió: «Si supierais la cantidad de horas que
me ha costado hacer esto, no me llamaríais genio». Por lo tanto, estamos
hablando de curiosidad, de observación, de sacrificio, de perseverancia… En
definitiva, de pasión. Y yo abriría directamente el turno de preguntas, porque
creo que me puedo extender mucho más en relación a lo que podáis querer
preguntar. Así que, directamente.
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Ángela. Hola, Christian. Me llamo Ángela y soy una estudiante de cuarto de la
ESO. Y me gustaría preguntarle por qué se le da tanta importancia a esta etapa
de la historia y qué supone el Renacimiento para el conocimiento humano.
Christian Gálvez. Te voy a contar primero lo que no es el Renacimiento,
¿vale? El Renacimiento no es una época de luces que deja atrás, entre comillas,
lo que comúnmente se ha denominado el oscurantismo de la Edad Media, ¿no?
No es eso sin más. No es un periodo de la historia en el que, de repente, en
Florencia dicen: «Vamos a pintar y vamos a esculpir y vamos a diseñar edificios
superchulos». Mira, si tenemos en cuenta la historia del universo, de la historia
la humanidad, digamos que el Renacimiento es ese periodo de la historia del
hombre donde nos sentimos adolescentes. ¿Y por qué digo que nos sentimos
adolescentes? Igual te sientes identificada. El Renacimiento es el periodo
histórico del ser humano en el que ya no se le hace caso a papá. ¿Quién es
papá? Dios. Ya es: «Ha caído un rayo. Uy, papá está enfadado», como en la
Edad Media. No, igual hay una explicación científica. Bueno, ¿por qué surge el
Renacimiento? Hay muchos factores, porque el Renacimiento, como te digo, no
es una época de luces, sin más, en la que se desarrollan las artes. ¿Por qué se
desarrollan las artes? Pues suceden un montón de cosas, desde la no
celebración del Concilio de Basilea, por culpa o gracias a la peste, que termina
celebrándose en Florencia, la invención de la imprenta en 1440 con Gutenberg,
la llegada, por ejemplo, de Lorenzo de Médici al poder en Florencia. Eso
supone, no sólo un mecenazgo para los artistas, también supone, por ejemplo,
la apertura de las primeras bibliotecas públicas. Es decir, que la gente tiene
acceso a la lectura. Se traduce, con ello, gracias a Mirandola, gracias a Marsilio
Ficino, se traduce a Platón. Hasta entonces, Aristóteles era el único aceptado
por la Iglesia católica. Entonces, claro, a la hora de traducir a Platón, surgen las
escuelas neoplatónicas, con lo que se amplía ese conocimiento. También surge
la parte científica, ¿no? Se empieza a desarrollar y se empieza a valorar la
polimatía y la multidisciplina, es decir, la capacidad múltiple que tenían ciertas
personas de hacer cosas diferentes, sin ningún tipo de prejuicio. También
recordemos que es una época en la que la guerra está muy presente. No solo
Francia con el norte del Milanesado. También, desde un punto de vista bélico,
se intenta unificar los Estados Italianos por primera vez. España, Francia e
Inglaterra ya lo habían conseguido, y los Estados Italianos tardarían trescientos
años, ¿no? La guerra también está muy presente. El arte como propaganda
económica y política, por ejemplo en Florencia, o también religiosa, como es el
caso de los Estados Vaticanos, ¿no? 1492, es que se provoca un cisma en la
sociedad y en la religión. Tú ten en cuenta que, claro, a nosotros nos cuentan:
«Llegó Cristóbal Colón con la Pinta, la Niña y la Santa María, llega allí, vuelve y
dice: “Nueva ruta comercial”». Hasta Colón, unos creían que allí estaba la
India, y otros creían que allí había dragones. Sin embargo, cuando vuelve
Colón, cuenta que ha visto flora, fauna, territorios y razas de personas que no
aparecen en la Biblia. Esto provoca un cisma. ¿Y si Dios no sabe todo? Y
empieza el pensamiento, también, científico.

“Gracias a la curiosidad, la perseverancia y la pasión, todas las personas podemos ser


una mejor versión de nosotros mismos”
Christian Gálvez

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Christian Gálvez. Está Copérnico, pero recordemos que Leonardo, no es para
barrer para casa, pero Leonardo se adelanta veinticinco años a la teoría
heliocéntrica. Entonces, surge ese pensamiento crítico. Luego, Carlos I, Carlos
V, el saco de Roma… Todo eso es el Renacimiento. No es que la gente
practicara arte sin más. Y, dentro de todo ese maremágnum de cosas, surgen
los polímatas, surgen los artistas, surge la curiosidad, la autoformación, en qué
se quiere especializar cada uno jugando con la transversalidad de
conocimientos. Tú me has dicho que estás en cuarto de la ESO, ¿no? ¿Qué edad
tienes?
Ángela. Quince años.
Christian Gálvez. Tienes quince años. Yo con catorce tuve que tomar una de
las decisiones más importantes de mi vida. Con treinta tuve que tomar otra,
pero con catorce tuve que decidir: letras o ciencias. «¿Ya? ¿Va a marcar mi vida
ya esa decisión?». Sí, sí, sí, sí. Yo era un zote en matemáticas, pero un zote
brutal. Yo recuerdo que, en el último examen de matemáticas, saqué un cero.
Cero, pero cero. Además, vino el profesor a pedirme perdón. Sí, sí, no os riais.
En plan: «Gálvez, he intentado hacer todo lo posible, pero es que no hay
manera». Yo le rogué y le rogué: «Por favor, voy a ir a letras puras, yo voy a
hacer latín, griego, historia del arte». «¿Me lo jura?». «Se lo juro, se lo juro, se
lo juro. No voy a hacer nada de matemáticas». Me pasó de curso y,
efectivamente, hice latín, griego, historia del arte… Pero cuando uno empieza,
no a amar el arte, amar a los artistas, la psicología de los artistas, por qué los
artistas hicieron lo que hicieron, en el caso, por ejemplo, de Leonardo, se da
cuenta de que no se puede estudiar historia del arte sin matemáticas. No solo
el Renacimiento, la perspectiva, Alberti, el número pi, proporción áurea…
Hablamos del Partenón, hablamos de las pirámides, todo es matemáticas,
incluso la música. Entonces, claro, empecé a pensar: «Esta transversalidad de
conocimientos, ¿por qué no? ¿Por qué tendemos a ciertas especializaciones?
Pero, en ese período, lo que más rescato, y lo que deberíamos rescatar todos
en este siglo XXI, es el respeto a la polimatía, el respeto a la multidisciplina.
Lógicamente, yo, sobre todo, porque soy una persona que trabaja en televisión.
Claro, los que trabajamos en televisión, por ejemplo, no podemos escribir
libros. Es curioso ese prejuicio, a veces. A mí, cuando me preguntan: «Bueno,
¿tú a qué te dedicas?». «Bueno pues yo presento y escribo». «Pero, elige una.
¿A qué te dedicas?». «No, a las dos». «Anda ya». O tengo amigos que llegan y
dicen: «¿Tú a qué te dedicas». «No, yo soy actor o actriz». «Ya, ya. Pero el
trabajo de verdad». «No, me dedico a eso». Entonces, claro, hemos llegado a
un momento en el que, fíjate, se nos exige la especialización pero, sin
embargo, ya te tocará, todavía tienes quince años, cuando te hagan un
contrato, se te exigirá una especialización, pero te pedirán multidisciplina y
además no te pagarán por ello. En el Renacimiento uno llega y dice: «Mira, yo
soy pintor, escultor, arquitecto, poeta, filósofo, botánico…». Y decían:
«Demuéstralo». Y si lo demostrabas, te respetaban para toda la vida. Esa es la
grandeza del Renacimiento, esa sincronía de conocimientos, esa
transversalidad de las artes y las ciencias.
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Lucía. Hola, Christian. Me llamo Lucía y estudio bachillerato. Tú que eres un
apasionado de Leonardo da Vinci y has dedicado muchas horas a estudiarle,
¿qué podemos aprender hoy, quinientos años después, de él?

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Christian Gálvez. En el caso de Leonardo, deberíamos, primero, desaprender.
¿Y por qué digo desaprender? Porque hay ciertos conceptos que están
instalados en nuestra cabeza por el peso de la tradición, por la psicología de
masas, pero que, de repente, deberíamos plantearnos si es verdad. Si es cierto
todo lo que nos han contado, sobre todo, porque hay un período romántico en
el que se reinterpretan muchas cosas, en el siglo XIX, sobre todo con Leonardo.
También con los vikingos, también con los romanos, pero el caso de Leonardo,
no solo Leonardo, sino más la productividad suya, La Gioconda. En el caso del
romanticismo, en el siglo XIX, surge un cambio demasiado brusco. Ya hemos
hablado de la genialidad. Es decir, nosotros le consideramos un genio, pero en
siglo XV, en el Quattrocento, Cinquecento, no era considerado un genio, era
considerado un bicho muy raro. ¿Qué podemos desaprender? Tenemos ciertos
prejuicios, también. Por ejemplo, la longevidad en el Renacimiento. Cuando
Leonardo muere, a los 67 años, siempre hay un leitmotiv, que dice la gente: «Y
bastantes son para la época, ¿no?». Bueno, es curioso que, por ejemplo,
Leonardo murió a los 67 años. No fue noticia por ello. Michelangelo Buonarroti
murió a un día de cumplir 89 y tampoco fue noticia por ello. Sin embargo, sí fue
noticia Rafael, que murió con 38, porque murió demasiado joven. Segundo,
también parece que, destilando un poco la higiene de la Edad Media, también
solemos pensar que en el Renacimiento todavía eran un poco cochinos. Es
curioso que, en el caso de Leonardo, todas las biografías coetáneas de la
época, hablamos del Anónimo Gaddiano, de Paulo Jovio, de Antonio Billi o de
Giorgio Vasari. Todos coinciden en algo con Leonardo, que era alto, fuerte,
guapo, que se peinaba muy guay y que olía muy, muy bien. Con lo que,
también, hay otro prejuicio con respecto a la higiene. Otro es la sexualidad.
Cuando hablamos de la sexualidad de los artistas del Renacimiento,
automáticamente, nos lleva a pensar: si cogemos al Triunvirato o a la
Santísima Trinidad del Renacimiento, que está considerada como tal, a
Leonardo, a Miguel Ángel o a Rafael, el sesenta y seis coma seis por ciento de
esos tres personajes eran gays. Tenemos un problema, también, en nuestro
país. Es decir, por ejemplo, en la figura de Leonardo, hasta el año 75, Leonardo
era católico y hetero, según la bibliografía. Desde el 75, Leonardo se vuelve
homosexual y ateo. Ninguno tiene la razón. Tenemos que tener en cuenta que,
aunque muchos de vosotros consideráis la genialidad como el elemento
diferenciador de Leonardo da Vinci, estamos hablando de un tipo que fue
iletrado, ilegítimo, disléxico, bipolar y con déficit de atención, y eso no nos lo
cuentan. Yo creo que, a la hora de desaprender y volver a aprender, creo que
es mucho más fácil, a cualquiera de vosotros que os acerquéis por primera vez
a una figura histórica y, en este caso a la figura Leonardo, creo que es mucho
más guay arrancar la pátina de genialidad, desbancarle del pedestal y
presentar un hombre en carne y hueso, un tipo que fracasó mucho por ser tan
raro. En el caso de la sexualidad, pues recordemos que Leonardo practicó el
celibato desde los 24 años. Leonardo es acusado injustamente y
anónimamente de sodomía, pasa dos meses en su cárcel, su padre vivía a 150
metros como notario de los Médici y no movió ni un pelo para sacarle de allí.
Por culpa de ese episodio, Leonardo sufrió dos cosas. Una, la práctica del
celibato durante toda su vida. Otro, debido a ese episodio de la acusación de
sodomía, la ausencia de la figura paterna en toda su obra. Pero, si nos alejamos
un poco de Leonardo y nos vamos a Miguel Ángel… «Pero Miguel Ángel era
homosexual. Claro. Escribió poemas de amor a Tommaso Cavalieri». Pero, a
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veces, la historia nos llega sesgada. Porque, durante la segunda mitad de su
vida, escribió poemas de amor a Victoria Colonna. Nada más y nada menos que
la mejor poetisa de todo el Renacimiento.

“A pesar de todos sus fracasos, Leonardo da Vinci nunca dejó de investigar, de trabajar ni
de soñar”
Christian Gálvez

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Christian Gálvez. Claro, es que desde el Renacimiento, también llegan las
fake news. Entonces, ¿de Leonardo qué podemos aprender? Gracias a no sé
qué, Leonardo, por ser hijo ilegítimo, es decir, nacido fuera del matrimonio, no
pudo ni obtener el apellido del padre, de la familia de los da Vinci Fruosino, ni
tampoco pudo ejercer la profesión de su padre, la notaría. Al no poder ser
notario, claro, empezó con la práctica en el taller de Andrea del Verrocchio.
Pero es gracias a ese niño, a ese niño que nunca dejó de preguntarse por qué y
para qué, a ese niño que era extremadamente curioso, se convirtió en este tipo
que hoy en día, en el 2019, estamos celebrando su quinto centenario. Fíjate,
disléxico, bipolar y con déficit atención. Que, a pesar de lo que nos han
contado, fue un tipo que se tuvo que marchar de Florencia porque no le
querían. Claro, Leonardo cambia el paradigma de la representación de la
mujer. Hemos hablado que el Renacimiento también es un periodo de
adolescencia humana, pero también es un periodo en el que, gracias a la
recogida de las tradiciones griegas y romanas, la mujer se masculiniza un poco.
Es decir, tiene cierto acceso al poder, como Lucrecia Tornabuoni en Florencia o
en el arte, como, más tarde, Sofonisba o Artemisa. Y el hombre se feminiza un
poco. Digamos, la sensibilidad a la hora de generar arte. Pero, en este proceso,
Leonardo también busca, desde un punto de vista científico, el alma. Se
buscaba desde un punto de vista teológico, pero Leonardo comienza a buscarlo
desde un punto de vista científico. Leonardo estaba convencido de que el alma
existía, pero no el alma teológica, el alma que residía donde residía el juicio, y
el juicio residía donde residía el sentido común, el sensus comunis, aquí. Es
aquello que nos permitía estar en perpetuum mobile, en constante
movimiento. Entonces, para él, el alma, el anima residía aquí. De hecho, por
eso podía vislumbrar el estado anímico de cada una de las personas. Claro,
pero Leonardo dice: «Bueno, este chico tiene alma, pero la chica también. ¿Por
qué no?». Hasta ese momento, las mujeres eran retratadas según marcaba el
Decor Polorum un libro de finales del siglo XV.
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Christian Gálvez. La mujer siempre tiene que estar retratada de perfil,
siempre y cuando represente a una mujer, a ella misma. Si interpreta un papel
desde un punto de vista teológico o mitológico, ya la mujer puede mirar, pero
no es una identidad individual. Claro, el Renacimiento yo creo que es una
época en que se le da mucho valor al objeto y, ojo, de vez en cuando, las
mujeres, por desgracia, eran objetos. Entonces, cuando un padre entregaba a
su hija en santo matrimonio, también entregaba un retrato de esa mujer. Como
una especie de dádiva matrimonial, de perfil. Leonardo, cuando le hacen un
primer encargo, un primer retrato, es curioso que marca un cisma un retrato en
la vida de Leonardo, y marca un cisma al final de la vida de Leonardo, con La
Gioconda. Cuando le encargan el retrato de Ginebra de Benci para un
matrimonio, él está convencido de que Ginebra también tiene alma, y que no la
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va a retratar como marca el Decor Polorum, de perfil y con las manos como La
Gioconda, indicando que es una mujer casta, noble, pura. No, no. Leonardo lo
que hace es que gira directamente la mirada del espectador. Posición tres
cuartos, contrapposto y presenta a Ginebra de Benci mirando a su interlocutor,
a ese espectador, a quien iba dirigido ese regalo. Claro, esto supone dos cosas:
un cisma en la creación artística, pero también que los Médici digan: «Te has
pasado de frenada». Claro, porque empezarían a copiar los artistas. Entonces,
cuando el Papa le pide a Lorenzo de Médici que le mande a los mejores
pintores florentinos para pintar las paredes de lo que será la futura bóveda la
Capilla Sixtina, manda a Perugino, a Ghirlandaio y manda Botticelli, pero no
envía a Leonardo. Leonardo fracasa en Florencia. Leonardo llega a Milá y se
pone a las órdenes de los Sforza y se vende como ingeniero militar. Y Francia
invade Milán, y Leonardo no le hacía ascos a los franceses, a los Sforza no les
gusta, y se tiene que ir a Venecia. En Venecia llega tarde, porque ya a la caída
de Constantinopla, no sirven sus instrumentos subacuáticos de guerra y vuelve
a Florencia y compite contra Miguel Ángel, y pierden los dos. Y se van a Roma y
en Roma fracasa, porque está Miguel Ángel y está Rafael, y termina huyendo a
Francia. Los tres últimos años de su vida. Hoy en día, a eso lo llamamos fuga
de cerebros. Fijaos, de lo que nos han contado a lo que te estoy contando yo.
No es mi punto de vista, es lo que cuenta Leonardo. Muchas veces, cuando nos
apasiona por un personaje histórico, leemos sobre ese personaje histórico, pero
no leemos al personaje histórico. Y, en el caso de Leonardo, es una de las
personas, una de las cinco personas que más páginas ha escrito en la historia
de la humanidad. Fracasó en Florencia, en Milán, en Venecia, en Florencia de
nuevo, en Roma y triunfó al final de su vida. Es la historia de un fracasado y la
historia de un perdedor. Constante, apasionado y que, al final, a pesar de todo
eso, seguimos disfrutando y celebrándolo. Entonces, yo rescataría la historia de
un tipo, de un niño, que, a pesar de que murió con 67 años, nunca dejó de ser
ese niño que se preguntaba por qué y para qué, por qué y para qué.
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Raúl. Buenas, me llamo Raúl y me gustaría preguntarte sobre los inventos que
se le atribuyen a Leonardo, como el paracaídas, el tenedor, la servilleta…
Quería saber, pues eso, qué parte es de realidad y qué parte es leyenda.
Christian Gálvez. Ahora es el momento en el que uno tiene que explicar la
diferencia entre el Leonardo inventor y el Leonardo científico. ¿Y por qué te
digo esto? Porque es que el cincuenta por ciento de las cosas que dicen que
inventó Leonardo, no los inventó. Y las otras las inventó y no terminaron de
funcionar muy bien. Esta es la parte negativa, pero me gusta deconstruir para
volver a construir. Es decir, porque hay una imagen ya asentada en nuestro
imaginario, por decirlo de una manera. En el caso de Leonardo, ¿por qué digo
esto? Porque Leonardo dominó catorce ramas del saber. Una era el arte. Y, sin
embargo, se estudia en historia del arte solo. ¿Y las otras trece? Y, además, un
tipo transversal. Es decir, hablamos de un Leonardo que estudiaba hidráulica y
el movimiento de las aguas para poder representar mejor el pelo ensortijado de
una mujer. Siempre buscaba esa esa transversalidad. Os voy a poner un
ejemplo. Entre Leonardo y Miguel Ángel, nos encontramos con los dos tipos, a
grosso modo, de inteligencia: inteligencia expansiva e inteligencia
concentrada, ¿vale? Una no es mejor que la otra. Son dos maneras diferentes
de hacer las cosas. Voy a empezar con Miguel Ángel, inteligencia concentrada.
¿Por qué? Porque los dos eran polímatas: pintores, arquitectos, escultores,
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poetas, etcétera, etcétera, etcétera. En el caso de Miguel Ángel, nos
encontramos con un claro ejemplo de inteligencia concentrada. ¿Por qué?
Porque todo su saber iba enfocado a una misma cosa, a la fuerza. En su obra,
lo vemos. Cuando hablo de la fuerza, no hablo de la fuerza física, no hablo de
vigorexia. Hablo también de la fuerza intelectual y de la fuerza psicológica.
Miguel Ángel cambia la historia porque decide cambiar el cómo. Una cosa es el
qué y otra cosa es el cómo. ¿Tenéis en mente el David de Miguel Ángel más o
menos? Más o menos, ¿no? La tradición escultórica de principios del
Quattrocento, si nos remontamos a Donatello, nos remontamos al maestro de
Leonardo, Andrea del Verrocchio, encontramos con que el David siempre se
representa de la misma manera: un joven, imberbe, con un casco, con una
espada y, normalmente, se representa con la cabeza de Goliat bajo sus pies. Es
decir, representan al Rey David, al David victorioso. Miguel Ángel cambia el
cómo. Es decir, va a representar al que se convertirá en el símbolo de la ciudad
de Florencia. Además, es curioso porque, hoy en día, está la réplica. El original
está en la Galería de la Academia, pero la réplica está donde estuvo realmente
el verdadero David, y mira en una dirección muy concreta, mira hacia Roma, el
enemigo. Cuidado, vosotros sois Goliat, pero acordaos de David, ¿no? Lo que él
cambia es cómo se cuentan las cosas, esa inteligencia concentrada. Y, en este
caso, lo que representa es el momento en el que David tiene que tomar una
decisión: ¿se enfrenta con el bicharraco o no? Que nunca antes nos lo habían
contado así. Esa es la inteligencia concentrada. En el caso de la inteligencia
expansiva de Leonardo, sucede todo lo contrario. Es decir, él cuando estudia
cosas, lo que hace es ampliar el abanico, pero busca la transversalidad de los
conocimientos. Leonardo se tiró entre quince y veinte años estudiando el vuelo
de las aves. ¿Para qué? Porque estaba convencido de que el hombre podía
volar. Hasta que, definitivamente, se dio cuenta de que la fuerza motriz de
nuestros brazos nunca podría llegar a imitar el aleteo de los pájaros y cambió
de idea. Se fue a los murciélagos y dijo: «Oye, que igual podemos planear».
Inventó el ala delta. Quinientos años después, Bob Kein, siendo un niño, vio la
película de El Zorro, vio el ala delta de Leonardo y se inventó a Batman. Ahora
bien, ¿inventó el ala delta Leonardo o lo inventó Ibn Firnas en el siglo XIX en
Córdoba? ¿Por qué? Porque Leonardo era científico, y una máxima de la ciencia
es trabajar a hombros de gigantes. Es decir, yo miro lo que han hecho los
demás, recojo los fallos, recojo los aciertos y continuamos esa investigación. Y
eso es lo que hacía Leonardo. Paracaídas ya existían, pero que funcionaran no.
Sin embargo, mira, te voy a dar una buena noticia. Si entras en YouTube y
pones «Leonardo Parachute 2000», vas a encontrar con que un paracaidista
profesional, en el año 2000, tuvo el valor de lanzarse con ese paracaídas.
Recordemos: cuerda, lino y madera; y se lanzó y funcionó.
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Christian Gálvez. Los tanques o los carros armados ya existían en la Edad
Media, tampoco llegaban a funcionar, pero el de Leonardo tampoco. Porque
uno, siguiendo los planos de construcción de ese carro armado, se da cuenta
de que el tanque solo giraría trescientos sesenta grados, nunca avanzaría en
línea recta. Y, así, un montón de cosas. Hasta el hombre de Vitrubio lo copió
como diseño. Sí que es verdad que él, estudiando a Vitrubio, siglo I antes de
Cristo, el arquitecto de Julio César. Sí que es verdad que encontró la solución al
problema, pero el dibujo es una copia. Pero la mejoró. Entonces, encontramos
con que es un Leonardo, no inventor, un Leonardo científico que utiliza sus
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conocimientos científicos para aplicarlos a la invención, que es diferente.
Ahora, te daré una buena noticia: inventó la servilleta. Claro, hasta Leonardo, sí
que es verdad que la corte, por ejemplo, de los Sforza se limpiaba las manos
con las pieles de conejos en las mesas. Y Leonardo llegó a escribir: «Se debería
inventar un trozo cuadrado de tela reutilizable para poder limpiarnos, porque
parecemos unos cerdos, aquí, con la piel de conejo». Entonces, ¿hace eso
menos grande a Leonardo? No, para nada. Porque, si uno observa el imaginario
u observa la mente poliédrica de Leonardo, se da cuenta de que el tío da igual,
el tío lo intentaba una y otra vez. Claro, Leonardo también decía: «Los tipos
geniales inventan grandes cosas, los trabajadores las terminan». Entonces,
claro, él diseñaba bocetos espectaculares que luego no se podían llevar a la
práctica, pero es muy grande. Para uno de mis últimos trabajos literarios,
encargué un análisis grafopsicológico de Leonardo. Solo te voy a decir el
resumen: una gran olla a presión de creatividad. Eso es lo que dice su letra
quinientos años después, pero mola. Bueno, a mí me mola mucho.
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Pilar. En tu último libro, nos hablas sobre La Gioconda. ¿Quién era esa mujer?
¿Sonreía, no sonreía? Estamos siempre con esa duda que siempre está latente.
¿Nos podrías hablar sobre ello?
Christian Gálvez. Lo importante es conocer por qué es importante el retrato.
La cara, el rostro, los rasgos faciales se estudian desde los tiempos de
Aristóteles. Digamos que Aristóteles ya escribe un tratado de fisonómica, lo
que más tarde se conocería como fisonomía, que luego quedaría con Lavater,
en el siglo XVIII, bastante obsoleta, porque surgiría la morfopsicología. Luego
llega la psicología facial, luego llega la sinergología y luego el estudio de las
microexpresiones. Todo esto desde un punto y desde un ámbito científico barra
psicológico, ¿no? ¿Por qué es importante el rostro, reconocer esas facciones?
Ya hemos hablado de Leonardo. La búsqueda científica del alma, que estaba
aquí, y gracias a ese anima, el estado anímico de las personas. Por lo tanto, es
muy importante el estudio de la cara. Lógicamente, ya hemos hablado de cómo
Leonardo provocó un cisma en la historia del arte girando a la mujer, cómo
representa a la mujer mirando de frente al espectador. De hecho, Leonardo es
un leitmotiv en toda su obra. Hemos hablado de la ausencia de la figura
paterna, pero también de los estudios fisonómicos. Leonardo otorga
personalidad a cada uno de los personajes que representa. Y, en el caso de La
Gioconda, es la sublimación de ese inicio. Es decir, empieza su vida artística, su
gran vida artística, con el retrato de mujer y termina con el retrato de una
mujer. ¿Qué pasa con La Gioconda? Lo que creo que deberíais conocer es que
La Gioconda no es la gran obra de Leonardo o, al menos, así lo consideran los
escritores en la época. Cuando hablamos de Anónimo Gaddiano, de Paulo Jovio,
de Antonio Billi… todos coinciden en algo: la gran obra maestra de Leonardo
era La última cena. Es decir, cuando contratan a Leonardo para combatir con
Miguel Ángel, después de plantar allí el David, es porque viene de hacer La
última cena, que es la que todo el mundo avala. Es decir, el rey Luis de Francia,
cuando invade Milán, dice: «Oye, ¿podemos recortar esta pared —cinco metros
por ocho— y llevárnosla Francia?». No, hombre, no, rey, no podemos. Al final,
se terminarían llevando a Leonardo. En este caso, Francisco I. La Gioconda no
era nada, era un retrato sin más.

pág. 9
“Hubo grandes mujeres creadoras y pensadoras en el Renacimiento, el problema es que
no nos las cuentan”
Christian Gálvez

27:56
Christian Gálvez. ¿Qué pasó con La Gioconda? Que existen cinco evidencias
históricas, cinco piezas que, además, no se ponen de acuerdo. Tenemos, desde
Antonio de Beatis, a Vespucci, tenemos a Cassiano dal Pozzo, Giorgio Vasari o
Antonio Billi. Cinco evidencias históricas que demuestran que Leonardo pintó a
una mujer. Unos dicen que era Lisa Gherardini, esposa de Francesco del
Giocondo. Otros dicen que nunca pintó a Lisa Gherardini, que a quien pintó fue
el marido, a Francesco del Giocondo. Otros dicen que pintó a una dama
florentina de cuya identidad no sabemos nada. Otros dicen que pintó a una tal
Gioconda, una jocosa, una dama que sonríe. Y, ya, en el siglo XVII, Cassiano dal
Pozzo la lía parda directamente, porque dice: «No, no. Leonardo pintó a Lisa
Gherardini, pero también pintó a una tal Gioconda». Cinco evidencias y ninguna
vinculante, todas discrepantes. ¿Qué pasa con La Gioconda? Que La Gioconda
no era un cuadro famoso. Es decir, La Gioconda es fruto de una campaña de
marketing cuando no se conocían las campañas de marketing. ¿Esto qué quiere
decir? Estábamos hablando del siglo XIX, el Romanticismo. ¿Qué sucede en el
siglo XIX? Ya lo hemos comentado, la unificación de los Estados Italianos, el
Risorgimento. ¿Y esto qué conlleva? Sentimiento patriótico, anhelo nacionalista
y la recuperación de los seres patrios: Dante, Petrarca, Miguel Ángel, Rafael.
«Oye, ¿y Leonardo? Pero Leonardo no está, ¿dónde está?». «Está en Francia. Es
que, más o menos, le echamos». «Ya, bueno, pero era italiano». «Pero está en
Francia». «Pero tenemos La última cena. Todos los biógrafos coetáneos alaban
La última cena». Ya, pero, dicen los franceses: «Nosotros tenemos La
Gioconda». «No, La última cena». «No, La Gioconda». «No, La última cena». Y
los poetas románticos franceses e italianos generan un duelo intelectual
artístico para ver quién es más leonardista. En este caso, La última cena vuelve
a convertirse en obra suprema. Pero La Gioconda vuelve convertirse en femme
fatale, y a Leonardo lo convierten en un genio. ¿Cuándo se provoca ese cisma?
En 1911. En 1911, Vincenzo Peruggia, un antiguo trabajador del Louvre, decide
que, al pasar por delante de La Gioconda, La Gioconda, que estaba en un
pasillo y que nadie iba a verla, dice: «No, yo miré —declaración a la policía—
no, yo miré a La Gioconda, y La Gioconda me miró y me dijo: “Por favor,
sácame de aquí y llévame a Italia”, y yo, claro, me lo pide La Gioconda, y yo
me la llevo». Miró, miró, cogió La Gioconda, se la metió debajo del abrigo, y
hasta nunqui. Él, cuando llega a Florencia y se la entrega a la Uffizi, los
directores de la Uffizi dicen: «Esto no es ni legal ni moral. Devolvemos La
Gioconda a Francia». Y gana Francia. Claro, La Gioconda no termina siendo
depositada donde estaba. Se le da una sala porque han ganado la guerra
intelectual y artística. Habrá gente que diga: «Bueno, lo que estás contando es
pura ciencia ficción». A los futboleros, ¿quién ganó el último Mundial? Francia.
¿Cómo celebró Francia el Mundial? Con una imagen de La Gioconda con la
camiseta de Francia. ¿A quién le molestó? A los italianos. ¿Qué ha pasado
cuando el Museo del Louvre ha pedido alguna obra a la Uffizi, de Leonardo,
para conmemorar el quinto centenario? Que le ha dicho: «Hasta nunqui». O
sea, la guerra sigue vigente hoy en día, sigue vigente. De hecho, los franceses
generaban colas para ver el vacío que había dejado La Gioconda. O sea, iban a
ver el vacío de un cuadro que nunca habían ido a ver. El psicoanálisis estudia
pág. 10
esto, ¿no? La añoranza del objeto perdido. Fijaos, es decir, la fama de La
Gioconda se la inventan. Todo esto, sin saber a quién representa. Es decir, por
las anotaciones que nos llegan, podría ser Lisa Gherardini o Isabela Gualanda,
Isabella d’Este, Pacifica Brandano, incluso Caterina da Vinci. Podría ser
cualquiera de ellas.
31:45
Christian Gálvez. Lo importante es que sepáis que, ya lo he comentado al
principio de la charla, que el peso de la tradición y la psicología de masas
deposita sobre nosotros determinadas cosas que, automáticamente, damos por
verdaderas. Ya sabéis que los vikingos no tenían cuernos, al menos en los
cascos. Los romanos no jugaban con los pulgares, se inventa en el XIX, se
potencia con Gladiator. o se hacían «yugular», ese tipo de cosas. Porque, en
definitiva, quién es la Gioconda qué más da. Creo que lo importante es, no La
Gioconda ni a quién representa La Gioconda, sino la giocondolatría, qué genera
La Gioconda. Hablamos de la sonrisa, ¿no? Me has dicho: «¿Sonrisa o no
sonrisa?». ¿Sonríe La Gioconda o es un defecto de la no restauración? Porque
nosotros no observamos La Gioconda que pintó Leonardo. Leonardo no pintó
una Gioconda ocre, marrón, amarillenta… Pintó una Gioconda de vivos colores.
Pero, claro, si restauras y limpias La Gioconda, uno: pierdes mucha pasta. Todo
el periodo que está fuera de exposición pierdes dinero, y hay gente que paga
solo la entrada para ir a hacerse un selfie con los doscientos turistas que
delante de La Gioconda y largarse. Y luego matas al mito, matas al icono,
matas a la femme fatale. ¿Sonríe o no sonríe? Si sonriera, hay que tener en
cuenta si es una sonrisa de felicidad o una sonrisa de postureo, eso que tanto
se lleva ahora. En IG, en Instagram, es muy fácil saber si ríen. Es decir, cuando
se estudia comunicación no verbal, cuando se estudia sinergología o las
microexpresiones, si tú tapas la boca a tu interlocutor y sonríe con los ojos,
estás viendo una sonrisa sincera, una sonrisa de felicidad. Si no, puede ser una
mueca de cortesía, de protocolo. ¿Te haces una foto? Sí. «No me apetece», o
«Sí, claro que me la hago», ¿no? O si sonreímos solo de un lado, estamos
indicando desprecio y soberbia, ¿no? «Yo no sé si sonrío o no», no. Lo que es
importante es lo que provoca la giocondolatría y todo el espíritu leonardiano. Y
que, cada vez que miremos algo de él, espero que ojalá después de esta
charla, cada vez que miréis algo de él, por lo menos, os provoque cierta
sonrisa, pero porque os ha inspirado algo de curiosidad. Creo que eso es lo más
bonito. Pero la identidad me la guardo para mí, de momento. Porque sería una
opinión demasiado subjetiva y, como estamos hablando de educación y, sobre
todo, de transversalidad de conocimientos y de la curiosidad como ese motor
de pasión, te invito a que seas curiosa.
34:03
Sofía. Hola, Christian. Mi nombre es Sofía y me gustaría hacerte una pregunta.
Cuando hablamos del Renacimiento, nos vienen siempre a la cabeza imágenes
de hombres. Sin embargo, nos cuesta muchísimo recordar figuras femeninas.
¿Nos podrías hablar del rol de la mujer en el Renacimiento?
Christian Gálvez. No es que nos cueste recordar figuras femeninas, es que no
nos las cuentan. El problema es por qué no nos las cuentan. Yo suelo decir, en
este momento, que, al final, la historia la cuenta los hombres, ¿no? Voy a poner
de ejemplo a Giorgio Vasari. Giorgio Vasari, conocido como el primer cronista o
historiador de arte, más o menos, eso dicen. Este hombre lo que hace es
recoger, de la tradición oral, de la gran tradición oral y de la breve tradición
pág. 11
literaria, las vidas de los grandes personajes que hicieron grande el
Renacimiento. Él no lo llama Renacimiento, lo llama Rinascita. La palabra
«Renacimiento» surgiría siglos después. Este tipo lo que hace es alabar a todos
y cada uno de los hombres que fueron grandes como artistas en el
Renacimiento italiano, en el Quattrocento y en el Cinquecento. Si son
florentinos, espectaculares, de entre los centenares de vidas que tiene, una
mujer, Propercia de Rossi. Si tú lees la biografía de Leonardo, de Miguel Ángel,
de Rafael, de Botticelli, del Verrocchio… grandes dones llueven del cielo, por
parte de los dioses, para otorgar la genialidad a cada uno de los maestros del
Renacimiento. Cuando lees la biografía de Propercia de Rossi, lamentándolo
mucho, dice algo así, no son palabras textuales, pero el resumen es: casi era
tan buen artista como en las labores de casa. Y, gracias al esfuerzo, consiguió
hacer arte. Es complicado. Es complicado. Te está molestando, pero es lo que
dice Vasari, no lo digo yo. Lo que creo que hay que hacer es justicia. He
nombrado, por ejemplo, a Lucrecia Tornabuoni, desde el punto de vista del
poder. Pero, aparte de Tornabuoni, aparto aparte de Sofonisba Anguissola, que
llegó un poquito después, Artemisia Gentileschi… Hubo un montón, Nogarola.
Hubo un montón de mujeres, Vitoria Colona, el amor platónico de Miguel Ángel.
¿Por qué no se cuentan? Cuando hablamos de la Reforma, de la
Contrarreforma, siempre hablamos de hombres. Pero, claro, una gran líder fue
Victoria Colona. Pero, claro, las mujeres hicieron grande el periodo conocido
como Renacimiento, hicieron grandes a los artistas, como Isabella d’Este,
hicieron grandes, como musas, a los artistas. Hubo un montón de mujeres que
hicieron grande ese Renacimiento. Y te he mentido, siempre viene un nombre a
la mente, uno, Lucrecia Borgia, puta y envenenadora. Siempre que leemos
sobre Lucrecia Borgia, siempre, dicen lo mismo. Bueno, es un punto de vista,
igual y más, ¿no? Pero, sí, creo que es una gran injusticia. A día de hoy, todavía
sigue siendo una gran injusticia. Repetimos los mismos errores.
37:03
Esther. Hola, Christian. Me llamo Esther y soy estudiante. Fui estudiante de
Bellas Artes, ya he terminado. Y siempre me ha llamado la atención del arte
contemporáneo que se ha perdido esa interacción entre la obra artística y el
espectador sin ningún mediador. ¿La opinión propia del arte del Renacimiento
nos falta un poco, hoy en día?
Christian Gálvez. Claro que falta, pero los objetivos son diferentes. Es decir,
cuando hablamos de arte contemporáneo, existen espacios expositivos que se
llaman museos. Existe un público que tiene la necesidad de culturizarse,
mediante pago de entrada o no, pero que tiene esa necesidad de saciar su
apetito intelectual visitando un museo, ¿no? Aprendiendo, no solo arte, historia,
técnicas, conservación, restauración, etcétera, etcétera, etcétera. Pero, ¿qué
sucede en el Renacimiento? Que no hay museos públicos. Recordemos que,
con la llegada de Lorenzo de Médici, se abren esas primeras bibliotecas
públicas. Es decir, la gente, no todo el mundo, pero la gente ya empieza a
tener acceso a la cultura, la literatura. En el caso de los museos, sin ir más
lejos, Florencia, claro, es Giorgio Vasari el que se encarga de la galería de los
Uffizi. Giorgio Vasari tiene ocho años cuando Leonardo se muere. Y lo
comentado al principio, es decir, el arte se utiliza como propaganda. Es decir,
el arte existe porque existen los mecenas. El que paga, exige. Ya puede ser en
un contrato matrimonial, ya puede ser como símbolo de una ciudad o ya puede
ser para deleite personal en una colección privada. De hecho, en el
pág. 12
Renacimiento se estudian las figuras de la anamorfosis, que en el caso de
Leonardo está muy presente. Cuando disfrutábamos, en la Galería de los Uffizi,
de La Anunciación, la que esta considera la primera obra en solitario de
Leonardo cuando abandona a Andrea del Verrocchio. La Anunciación, el ángel
que aterriza y le da la buena nueva a la Virgen, en este caso. Leonardo ya, de
repente, la parte teológica se la pasa por las narices. Es decir, prescinde de las
típicas alas de ángel y le pone unas alas de un pájaro. Pero en el caso de,
digamos, si hablamos de la morfología o de la anatomía de la Virgen, está mal
construida desde un punto de vista realista. Es decir, el brazo derecho de la
Virgen tiene una posición que, anatómicamente, es incorrecta. Pero, claro, tú,
en la Galería Uffizi, estás mirando de frente ese cuadro. ¿Ese cuadro está
diseñado para mirarse de frente? Entonces, nos tenemos que plantear desde
dónde, ¿cómo sabemos lo que Leonardo quería representar en ese cuadro?
Leonardo, Miguel Ángel, Rafael… Si los que mandaban eran los que pagaban.
Es decir, habría que preguntarle a los que ordenaron la obra de arte. Sin
embargo, la anamorfosis consiste en colocarnos en un punto de vista muy
determinado, y la obra coge la forma que debería tener. Es decir, cuando uno
se pone de manera diagonal, con la obra en un lado o en otro, la obra, desde
un punto de vista anatómico, cobra sentido. Entonces, eso nos lleva a pensar:
¿esa obra estaba pensada para estar colgada en un pasillo? Digamos, es un
punto en el que no podemos admirar el conjunto de la obra de frente, sino que,
o cuando vamos o cuando venimos, podemos disfrutar de esa obra. Por lo
tanto, el discurso, es que no es un discurso del artista, es un discurso del que
paga. Leonardo, cuando intentó, en este caso, ser libre, no se lo permitieron. O
Miguel Ángel. Recuerdo que cuando… Esto viene en las crónicas. Cuando Piero
Soderini, gonfalonero vitalicio de Florencia, encarga esa figura del David, y van
a colocar el David, antes va al taller de Miguel Ángel, mira, la está mirando, y
dice: «Tiene una nariz un poco judía, ¿no?». Sí, sí, esto es real. Claro, tened en
cuenta que Miguel Ángel, en el jardín de San Marcos de los Médici, estudió el
Midrash, la Cábala, etcétera. Y si nos fijamos en la bóveda de la Capilla Sixtina,
en la bóveda, no en El juicio final, no aparece ninguna figura cristiana, son
todas judías. Luego, ya, con El juicio final, incluiría, no sólo figuras cristianas,
también a Caronte, por ejemplo, en la laguna Estigia. Entonces, claro, la nariz
del David es judía. ¿Qué hizo Miguel Ángel? Subió y, como estaba muy alto,
cogió un poquito de polvo de mármol, hizo que tallaba un poco la nariz, soltó el
polvo, cayó al suelo y, cuando bajó, le dijo Piero Soderini: «Ahora sí. Ahora es
una nariz cristiana». Se había quedado igual que estaba. Es una anécdota muy
curiosa, pero que nos permite conocer quien lanzaba el mensaje. Si el artista o
el patrón o el mecenas.
41:38
Marc. Hola, Christian. Soy Marc. Has comentado que Leonardo, Miguel Ángel,
Rafael, parecen ser los tres ases del Renacimiento. ¿Para ti cuál sería el cuarto
as de la baraja?
Christian Gálvez. Es que no tengo claro que sean los tres ases. Es decir, se
les conoce como tal. El Tríptico, la Santísima Trinidad, el Triunvirato del
Renacimiento, pero, claro, es que no juegan en la misma liga. Por ejemplo,
Botticelli fue redescubierto muchos siglos después. Y, luego, las Tortugas Ninja
se equivocan. Donatello no tenía que estar ahí, tendría que estar Botticelli, no
Donatello. Ahí se equivocaron y metieron la pata. Además, los roles están
cambiados. Pero, no lo sé, no lo sé. Es que, fíjate, si hablamos solo de arte, me
pág. 13
quedaría con Miguel Ángel y con Rafael. No me quedaría con Leonardo.,
¿sabes? Es que a Leonardo lo ubicaría en otro lado. Entonces, me cuesta
mucho decir. Pero, voy a rehuir la pregunta, sobre todo, porque vivimos, ahora,
en una sociedad en la que, constantemente, nos obligan a decidir. Y cuando
decidimos y nos quedamos en un lugar neutro, significa que estamos a favor
del contrario siempre. Es decir: «¿Tú qué eres, de derechas o de izquierdas?
¿Pero de la nueva o de la antigua? ¿Del Madrid o del Barça? ¿Eres ateo o eres
creyente? Desinteresadamente, muchas veces, se busca el conflicto cuando
nos posicionamos. Lógicamente, aquí no vamos a tener ningún tipo de conflicto
si yo digo que prefiero a Andrea del Verrocchio antes que a Donatello. Pero,
¿por qué no incluir a Brunelleschi? ¿Por qué no incluir a los grandes maestros, a
Giotto, a Piero della Francesca, a Fra Angélico? Es que hay tantos. Claro que,
sin ellos, no hubiesen existido los otros. Entonces, es muy difícil, así que te diré
que no tengo ni idea, no me quedaría con ninguno y no acotaría. Creo que mi
opinión es tan válida como cualquier otro. Me quedaría con Leonardo pero
como prototipo de hombre universal, como prototipo de hombre transversal, no
como artista. Como artista creo que pintaba mejor Rafael, pero es tan
subjetivo.

“Leonardo era científico, y una máxima de la ciencia es trabajar a hombros de gigantes"


Christian Gálvez

43:39
Ignacio. Hola, Christian. Yo me preguntaba cuál es el trabajo u obra de
Leonardo da Vinci que más te atrae o más llama tu atención.
Christian Gálvez. Dos, es que te voy a decir una, directamente, que es La
última cena, pero comienzo por otra y termino con La última cena. Porque,
claro, con el tema de la exposición y tal, analizando las pinturas que yo quería
contar y bajo las cuales yo podía contar episodios biográficos de Leonardo, me
encuentro con La Virgen de las rocas, que no sé si la ubicáis, sí hay gente que
sí ubica La Virgen de las rocas, que hay dos versiones. La primera versión me
llama mucho la atención por varios motivos. Primero, lógicamente, por la
ausencia de la figura paterna, que ya lo hemos comentado. Bueno, partiendo
de la base de que Leonardo no hace absolutamente caso al encargo que le
hacen que es Virgen, niño, un tríptico y dos ángeles a los lados. Pinta lo que le
da absolutamente la gana. En este caso, pinta a la Virgen, al arcángel Uriel,
Gabriel, el Louvre no se pone de acuerdo, el niño Jesús y el niño San Juan
Bautista, ¿no? Prescinde de la figura paterna. Vemos otro de los leitmotiv de
Leonardo, la androginia en el ángel. No sabes muy bien… De hecho, el dibujo
preparatorio es una mujer. O sea, no sabes si es hombre o es mujer. Pero lo
que me llama mucho la atención es que ese episodio no aparece en la Biblia.
Es decir, la escena representada en La Virgen de las rocas no aparece en la
Biblia, aparece en los evangelios apócrifos, descubiertos en 1945, escritos en
copto. Entonces, me llama la atención desde un punto de vista teológico.
Porque, claro, le encargan algo que no se llegó a descubrir. Entonces, no sé de
dónde proviene la información para que Leonardo pinte eso. Y, en el caso de La
última cena, que es la verdadera obra de Leonardo que más me llama la
atención. No es por la tradición bibliográfica que ya hemos comentado con
nuestra compañera maestra, sino porque, gracias a un episodio que yo tuve en
noviembre del 2009, yo me acerqué a Leonardo por primera vez. Mira,
recuerdo que yo estaba en Milán realizando unos anuncios para una marca de
pág. 14
sofás. Entonces, yo me fui con mi representante para allá y rodamos unos
anuncios. Los rodamos demasiado pronto y teníamos tiempo como para poder
disfrutar de la ciudad. Entonces, dijimos: «Bueno, vamos a ver qué hacemos.
Porque no voy a volver en la vida a Milán. ¿Qué se me ha perdido en Milán?
Ahora claro que sí, trabajo constantemente entre Florencia y Milán. Pero eso yo
entonces no lo sabía. Entonces, todavía destilaba en el ambiente Dan Brown, El
código da Vinci. Ahí estaba el cenacolo en Santa María delle Grazie, La última
cena de Leonardo. «Uy, ¿y si vamos allí y vamos a ver si de verdad está María
Magdalena pintada allí?». «Venga vamos». Claro, no sabíamos, por aquel
entonces, te estoy hablando de noviembre del 2009, que para entrar en el
cenacolo en Santa María delle Grazie, en el refectorio, hay que comprar la
entrada con, más o menos, dos meses de antelación. Pero no lo sabíamos.
Entonces, llegué allí chapurreando en inglés, no hablaba, por aquel entonces,
italiano. Intenté convencer a la persona encargada de las entradas, por favor,
que me vendiera una. Pero, me decía, vamos, muy firmemente que no se
vendían entradas. Llegué a un punto, hasta que quise sobornarla. No lo
conseguí. Al final, de tan pesado que me volví, me dijo la encargada muy
cortésmente: «Mira, la única oportunidad que tienes de entrar a ver esto sin
entrada, es que ahora, a las seis y cuarto que viene el último grupo, les haya
fallado alguien y te vendan la entrada». Dije: «Bueno, pues espero. Si no queda
tampoco mucho». Total que me quedé. Entonces, vi llegar al último grupo y vi
a la guía que está dando indicaciones con las entradas. Y me acerqué y le dije:
¿No te sobrará alguna entrada, tal?». Empezó a mirar: «Pues me sobra una».
Total que dije: «Vale, entro». ¿Habéis estado en el refectorio? ¿Alguien ha
estado viendo La última cena? Tú llegas a la plaza de Santa María delle Grazie,
entras al refectorio. Entonces, hay un hall. Entonces, el hall, aquí está la,
digamos, no la taquilla, es la oficina donde está la persona que te encarga las
entradas que tú hayas comprado previamente. Giras a la derecha, hay un
pasillo, una sala de espera, una persona en una puerta, en unas rejas, que te
pica la entrada, giras a la izquierda, se abre una puerta de cristal blindado,
entran veinticinco personas, se cierra la puerta, se abre la siguiente puerta,
entran veinticinco personas, se cierra esa puerta, giras a la izquierda y está la
última puerta. Todo este recorrido, yo, como buen español que no me conoce
nadie, dando codazos para colocarme el primero. Ya que se van a abrir las
puertas, ya que he conseguido entrar, que no podía entrar, digo: «Yo entro el
primero». Claro, miro a la izquierda tenía a la guía. Y hay un momento que le
digo: «Perdona, que no te he pagado la entrada. Dime cuánto es y te lo
abono», y dice: «No, no te preocupes». Yo: «Insisto, por favor». Y me dice: «No,
de verdad, si es que nos ha costado un euro». Y digo: «¿Un euro?». Y dice: «Sí,
sí, claro. Es que somos un grupo de educación especial». Hago así, y me doy
cuenta de que de las veinticinco personas que íbamos a entrar, veintitrés
tenían Síndrome de Down. Tres personas en silla de ruedas, y yo como un
auténtico capullo, me he dedicado a dar codazos a todo el mundo para poder
entrar primero. Y, en ese momento, se abren las puertas. A la izquierda, la
guía, a la derecha, una niña rubia, así alta, italiana, con Síndrome de Down que
me miraba sonriendo. Me da la mano, da el primer paso, y en el refectorio,
giras a la derecha… a la izquierda hay otra pintura a la que nadie hace mucho
caso. Y tenemos La última cena, cinco metros por ocho. Se acerca conmigo y,
durante los quince minutos que duró la visita, la niña ni me soltó las manos ni
me dejó de mirar sonriendo. Y, durante esos quince minutos, no dejé de mirar a
pág. 15
esa niña. Y la primera vez que entré a ver La última cena, no vi La última cena.
Yo no había tenido oportunidad de ver si está María Magdalena o no está María
Magdalena. Yo estaba enamorado de aquella niña, me había quedado
prendado de ella. Entonces, empecé a leer a Leonardo. No sobre Leonardo.
Quería formarme mi propia opinión y empecé por el Leonardo anatomista. Hoy
en día, en mi exposición, hay dos personas con Síndrome Down trabajando
como jefes de sala. Yo nunca digo «discapacitados», di «capacitados».
49:29
Darío. Hola, Christian. Mira, me preguntaba… Tengo tres niños en casa que te
admiran, entonces, no se pierden tu programa y han escuchado mucho tus
vivencias de en torno al estudio que has hecho sobre Leonardo da Vinci. Mi
pregunta es más qué te ha aportado a ti Leonardo da Vinci en tu vida personal,
en tu vida diaria por decirlo así y que me permita a mí llegar a mi casa hoy y
decirle a mis hijos: «He conocido a alguien que vosotros admiráis y es una
persona que aplica esto en base a un estudio que ha realizado sobre un
personaje muy grande en la historia de la humanidad».
Christian Gálvez. En primer lugar, no soy nadie que te pueda dar un consejo.
Es decir, no puedo cargar con la responsabilidad de tener que decirte a ti cómo
tienes que educar a los chavales. Si tengo la autoridad pertinente, que no la
tengo, pero si la tuviera, te diría que no te quedaras con lo que yo he
estudiado, que te quedarás con la experiencia. Para mí, la educación reglada es
imprescindible. Pero, a partir de ahí, lo que marca la diferencia es la
autoformación, la curiosidad. Y que no le cuentes a tus chavales que ese tipo al
que admiran porque ven en la tele, se dedica durante mucho tiempo a estudiar
la figura de Leonardo y es muy listo y sabe mucho. No. Quiero que te quedes
con que es un tipo que ha fracasado mogollón, que le han llamado intruso un
montón de veces, que no por eso se rinde y que, a pesar de eso, no deja de
hacer cosas que le apasionan. En definitiva, que es un tipo como ellos, de
carne y hueso, y que disfruta muchísimo con lo que hace. Pero no sé si tengo el
derecho a decirte eso. Así que diles lo que tú quieras. Pero creo que si te alejas
de: «Mira cuánto sabe», a «Mira cómo lo sabe», creo que es mucho más bonito.
Porque lo importante, también, es cómo se lo digas. No es que de igual el qué
le vayas a decir a tus hijos o no cuando llegues a casa, sino cómo se lo vayas a
decir. Y, entonces, como aquí hay profesores, me gustaría rescatar un
experimento que se hizo en los años 60 para contar la importancia del cómo,
desde un punto de vista educativo a unos niños que admiran o no a
determinados personajes.
51:37
Christian Gálvez. En la década de los 60, recordemos que en la década de los
60 está el movimiento hippie, surge Kennedy, mueren un montón de
personajes históricos desde Walt Disney a Marilyn Monroe, al Ché Guevara.
Supuestamente, el hombre llega a la Luna. Llega a la Luna. Están los Beatles,
con esos cortes de pelo. Pero, sin embargo, también está el auge del racismo,
Ku Klux Klan. Matan a Martin Luther King. Claro, era la noticia: han matado a
Martin Luther King. Y uno de los niños, en este caso una niña, sois más
curiosas, pregunta por qué han matado al rey. Por qué han matado a King. Y
claro, en ese momento, Jane Elliot decide arriesgarse. No tiene por qué hacerlo,
pero, a pesar de que algunos sectores de la Academia, esos sanedrines que no
permiten democratizar la cultura, podrían haberla señalado, como señalaron a
Leonardo en su tiempo, decide hacer un experimento, decide ser transgresora,
pág. 16
decide cambiar el cómo, el qué es. Señoras y señores el racismo es malo, es
sentido común, somos iguales. Pero, claro, decide cambiar el cómo, y hace un
experimento: ojos marrones y ojos azules. Divide la clase en dos y decide que
aquí se van a sentar los niños y niñas con los ojos marrones, y aquí los niños y
niñas con los ojos azules, y les dice a los niños de los ojos marrones que se ha
descubierto que, genéticamente, son superiores, que son mucho más listos que
sus compañeros de los ojos azules. Hasta hace unos minutos, habían jugado
juntos, se habían abrazado juntos, habían hecho deberes juntos, y, sin
embargo, con esa frase —un experimento seguido por los padres al otro lado
de un espejo, de un cristal— los niños con los ojos marrones empezaron a mirar
con aires de superioridad a sus compañeros. Acababan de estar jugando,
hicieron un examen y sacaron mejores notas. Disfrutaron de más tiempo de
recreo, y ellos bajaron las notas. Al día siguiente, la profesora, con esa
transgresión, con ese cambio del cómo se dicen las cosas, decidió pedir
perdón, porque decía que se había equivocado el día anterior, que los niños y
niñas de los ojos marrones no eran superiores, que eran los niños y niñas de los
ojos azules. Ellos se venían abajo. Ellos, de repente, empezaron a mirar con
aires de superioridad a sus compañeros, cuando el día anterior habían sacado
peores notas y habían disfrutado de menos recreo. El último día, llegó y dijo:
«Tengo que pediros perdón», «¿Por qué?», «Porque me equivoqué. Porque ni
los niños y niñas de ojos marrones ni los niños y niñas de ojos azules sois
superiores los unos a los otros, sois todos iguales». Se levantaron y se
fundieron en un abrazo. Años después, Jane Elliot visitó a ciertos alumnos de
ese experimento, y había desaparecido cualquier rastro de racismo. Tú
decides, no solo el qué le quieres contar a tus niños, sino también cómo se lo
quieres contar.

“La educación reglada es imprescindible. Pero a partir de ahí, lo que marca la diferencia
es nuestra curiosidad”
Christian Gálvez

53:59
Pilar. Cuando estudiamos a los grandes genios del Renacimiento, a Rafael, a
Leonardo, siempre nos fijamos en sus grandes obras de arte, pero nos
acordamos, casi nunca, de sus fracasos. ¿Nos podrías hablar sobre alguno de
estos fracasos de estos grandes genios?
Christian Gálvez. Si no me equivoco eres maestra.
Pilar. Sí.
Christian Gálvez. Nos vamos a Historia del Arte, facultad, Renacimiento,
asignatura, un semestre. Es muy complicado hablar de todo el Renacimiento en
un semestre. Entonces, claro, para hablar de Leonardo, de Miguel Ángel y de
Rafael, lo que podemos hablar es de sus aportaciones artísticas. No da tiempo
a contar todo. No da tiempo a contar la situación política, económica, religiosa,
etcétera. Porque qué se está hablando de arte, pero creo que cuando se habla
de arte, no se puede hablar de arte, sin historia. No se puede hablar de arte sin
economía, sin matemáticas, sin religión. No se puede hablar de arte sin
religión. ¿Y por qué estoy constantemente defendiendo esa transversalidad de
conocimientos en la pedagogía? Porque hace más de treinta mil años, cuando
nacíamos como especie, hacíamos arte, pintamos bisontes en las cuevas. Y,
cuando miramos hacia arriba, hace seis mil años, y veíamos el espacio e
intentábamos comprenderlo, qué había allí y qué no había, ¿qué es lo primero
pág. 17
que hicimos? Dibujar constelaciones, que no existen. Pero para comprender lo
que había más allá, para comprender la ciencia, utilizábamos el arte,
dibujábamos figuras. Entonces, desde el principio de los tiempos está la
transversalidad de los conocimientos, está la incesante curiosidad del ser
humano. Y, dentro de esa curiosidad, el fracaso es lo que nos forma como
personas. No el fracaso, sino también cómo afrontamos ese fracaso. Y estamos
acostumbrados a que… Voy a recoger algunos titulares. «Nadal pierde contra
Djokovic. ¿Está acabado Nadal?». «Carolina Marín no gana el Mundial, ¿está
acabada?». Es la segunda mejor del mundo, es que es plata. Pero es que
somos especialistas en ensalzar, y luego, usar y tirar. Creo que no se enseña a
gestionar el fracaso. Creo que no se enseña. Creo que hay un punto de
humillación y, muchas veces, el ser humano, desde un punto de vista
psicológico, creo que pierde más tiempo en utilizar sus energías en señalar y
criticar lo mejor y lo peor de los demás, antes que utilizar esa energía en hacer
cosas que le provocan satisfacción, y la satisfacción está en el camino. Siempre
está en el camino, no está en la meta. Pero se nos enseña que es la meta. «No
estudias eso, que no hay salida», «¿Pero y cómo lo sabes? Si faltan cinco
años». Yo recuerdo cuando le dije a mis padres: «Quiero ser profe». «Pero,
bicho raro. ¿Profe? Si hay un excedente de profesores. Estudia
telecomunicaciones que es el futuro». «Pero yo quiero ser profesor. Me
encantan los peques. Quiero hacer Magisterio, primaria». No llegué a terminar
la carrera, pero todo el conjunto de mis compañeros, mi promoción, acabó la
carrera. Justo tres años después, había sobresaturación de ingenieros en
telecomunicaciones y faltaban profesores. No podemos saber lo que va a
pasar. Lo que hay que hacer es lo que nos apasiona, porque en eso marcamos
la diferencia. No estudies lo que te digan, estudia lo que tú quieras. Y si en
mitad del camino te das cuenta de que eso no es de lo que quieres ejercer,
déjalo. «Ya, es que he perdido…». No, has ganado, al revés. Te has dado
cuenta de lo que no quieres hacer, y seguro que algo de ese conocimiento
puede generar la suficiente sinergia con otro para ser mejor. Entonces, el
fracaso es un paso y un elemento fundamental para ser mejores personas,
para ser mejores profesionales y, por encima de todas las cosas, para ser más
felices.
57:50
Gonzalo. Hola, Christian. Soy Gonzalo. Nos has retratado un Leonardo da Vinci
con TDA, bipolar… Entonces, en esta educación actual donde ya empieza a ver
el sistema español que empieza a ir hacia las competencias. ¿Qué crees que
nos diría a los profesores, al sistema educativo, Leonardo da Vinci para
potenciar que no se pierdan esos Leonardos da Vinci en el camino?
Christian Gálvez. Claro, hoy en día, no hacemos con los chavales lo que
hacían con Leonardo: «Sal al campo y juega. Sal campo y disfruta. Sal al campo
y observa, experimenta, fracasa. Permítete el fracaso. Permítelo». Y yo creo
que eso es lo que nos diría, que disfrutemos de la experiencia, que sin la
experiencia no somos nada, que si sólo nos quedamos en lo que nos cuentan,
matan o podan o seccionan nuestra capacidad de ir un poco más allá. Que la
clave está la pasión, tanto del que enseña, como del que aprende, y en la
curiosidad por encima de todas las cosas. Y fruto de esa curiosidad, hay una
frase maravillosa, que con esa cerró su último códice Leonardo da Vinci: «Yo
creo que aquí lo dejo, porque se me enfría la sopa». Y, fíjate, a raíz de esto,
para terminar, fíjate, Leonardo, cuando no es aceptado por los Médici, en 1481,
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decide enviar una carta a Ludovico Sforza. Estamos hablando de 1481, en unos
Estados Italianos en los que cambiar de Florencia al Ducado de Milán era como
cambiar de país, hoy en día. Al final, terminan contratándole como músico y
como organizador de eventos. Leonardo llega a Milán y le encargan una boda,
una boda en el Ducado de Milán para los Sforza, a pesar de que era artista. Os
cuento esto por la importancia del cómo, desde el punto de vista pedagógico.
Leonardo decide que, en la boda, lo que va a realizar es la tarta más grande del
mundo en el Castello Sforzesco, una gran plaza abierta en el Castello
Sforzesco, y decide que va a hacer la tarta más grande del mundo. Claro,
Ludovico Sforza le dice que la tarta tiene que ser muy grande, cuidado, que son
trescientos los invitados que van a asistir a esa boda. Y dice Leonardo: «No, no,
no. No me habéis entendido. La tarta va a ser tan grande, que la boda se va a
celebrar dentro de la tarta. Y cuando termine la celebración os vais a comer la
polenta endurecida como postre». Le tildan de loco. Contrata a los mejores
arquitectos, a los mejores pasteleros, a los mejores cocineros, a los mejores
artistas para diseñar esta tarta. Se pone a trabajar sobre ella, y la termina. Al
día siguiente, justo el día que se va a celebrar ese enlace nupcial, Leonardo
llega el primero. Y, cuando llega a ese palacio del Castello Sforzesco, encuentra
que el banquete ya ha tenido lugar. «¿Pero cómo es posible si las boda es esta
tarde». Todas las alimañas de la ciudad se habían zampado la tarta. Había
ratas, pájaros, todo lleno de polenta endurecida por ahí tirada, esparcida. ¿Qué
hizo Leonardo para solventar ese episodio? Se piró, se largó. Lo dejó todo allí,
tenía miedo. No tenía plan b, y lejos de hundirse ante el fracaso, se pone a
trabajar, se pone a investigar, se pone a curiosear. Y se pone a trabajar, a
trabajar, a trabajar, y cuando termina el trabajo, convoca otra vez de nuevo a
la ciudad de Milán. Ludovico Sforza mosqueado, el grueso de la ciudad de
Milán: «Mira, mira», le señalaban por la calle: «Mira, mira. Por ahí va Leonardo,
ese genio de Florencia que, cuidado, que no sabe dar de comer a trescientas
personas». Y cuando va a presentar su último trabajo, dice: «Ciudadanos de
Milán, todos aquellos que me señalabas por la calle diciendo: “Mírale, por ahí
va, que no sabe dar de comer a trescientas personas”, os digo ahora: “¿Cómo
no voy a ser capaz de dar de comer a trescientas personas, si soy capaz de dar
de cenar al hijo de Dios?”», y presentó La última cena. ¿A vosotros que os han
contado? ¿Que está María Magdalena en La última cena, o que Leonardo
fracasó, fracasó y fracasó y que, gracias al fracaso, no solo obtuvo un éxito,
sino que ese éxito fue tan grande que eclipsó el fracaso? Nos han contado otra
cosa. Nos han contado que hay personajes tan excelentes que son
inalcanzables, y yo pienso que no es verdad. Pienso que, a través de la
curiosidad, la observación, el sacrificio, la perseverancia y la pasión, podemos
ser como Leonardo o Leonardo como nosotros. De hecho, fijaos, curiosidad,
habéis venido. Observación, habéis atendido. Perseverancia, seguís conmigo.
Sacrificio, igual a estas horas tendríais algo que hacer. Pero creo que algo nos
une a todos hoy aquí, y es la pasión por ser mejores personas y, por encima de
todas las cosas, por ser más felices. Gracias.

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