Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
eISSN 2448-6302
L os crímenes del zapatismo , by A ntonio M elgarejo,
a M exican revolution novel
Daniel Avechuco-Cabrera*
julio-septiembre de 2018
en la Ciudad de México, y en ese sentido no hay motivos para darle un tratamiento
especial. No obstante, un análisis detenido de la obra permite detectar una clara
sensibilidad novelística y una serie de rasgos que serán la base de muchos de los
exponentes de la narrativa con tema revolucionario, como la hibridez genérica o el
descubrimiento del campesino armado como una nueva entidad literaria. Teniendo
esto en cuenta, Los crímenes del zapatismo podría considerarse un antecedente de la
novela de la Revolución. La Colmena 99
Palabras clave: literatura latinoamericana; novela; historia; revolución
19
Introducción: ruptura y continuidad maniqueo y moralista típico del siglo XIX mexica-
no. Estos resabios prueban que el realismo-natu-
Lógicamente, nuestra percepción de la novela
ralismo —e incluso el romanticismo— mantuvo
de la Revolución mexicana como corpus más o
parte de su espíritu hasta muy entrado el siglo
menos estable no puede desligarse, hasta cierto
XX, aunque después de Santa (1903), de Fede-
punto, de nuestra percepción del acontecimiento
rico Gamboa, no haya obras notables de esas
histórico que le da nombre. Así como se tiende a
corrientes. Basta recordar que José López Portillo
asumir que la Revolución significó una ruptura
y Rojas publica en 1919 su última obra, Fuertes
de las ideas y las dinámicas sociales porfirianas,
y débiles, en la que, a pesar de acercarse temáti-
la crítica ha llegado al consenso de que Los de
camente a la Revolución, se concentran muchos
abajo (1915), de Mariano Azuela, es un partea-
de los rasgos de la poética novelística decimonó-
guas en la narrativa mexicana, la obra creadora
nica. No podemos negar, asimismo, que varias de
de un nuevo realismo (Blanco, 2008: 103) y cuya
las obras de José Rubén Romero se basan en una
aparición, por lo tanto, cortó casi de raíz la pra-
actualización del costumbrismo tal cual lo culti-
xis novelística prerrevolucionaria. Si bien es cier-
eISSN 2448-6302
siglo XIX.
cos, resulta fundamental atender las continuida-
Como la Revolución misma, los textos que
des existentes entre las prácticas escriturales que
la reelaboran estéticamente —Los de abajo a la
le preceden y las prácticas escriturales a las que
cabeza— ponen en duda la ruptura como concep-
dio lugar en tanto que nos ayudaría a entender
to absoluto, haciendo patente, en muchos casos,
mejor el desarrollo histórico de la narrativa mexi-
su deuda respecto a la narrativa anterior. No se
cana y, por consecuencia, poner en duda algunas
trata, claro, de negar la naturaleza renovadora
de las nociones sobre la periodización de la his-
de la obra cumbre de Mariano Azuela, algo por
toria literaria.1
lo demás incuestionable, sino de señalar el error
De entrada, la bandera misma de la reno-
de establecer una diferenciación categórica entre
vación narrativa, o sea la mencionada obra de
dos momentos de la tradición novelística mexi-
Mariano Azuela, es un ejemplo de continui-
cana que se mantienen en diálogo tenso y rís-
dad. Para empezar, ahí tenemos ese preciosis-
pido durante más de una década. Y es que así
mo de evidente impronta modernista al que
como obras posteriores a Los de abajo prolonga-
apela el narrador para ornamentar las llanuras
ron ciertas prácticas narrativas decimonónicas,
por donde vaga la violenta e impetuosa cama-
antes de esta novela hubo textos en los que se
rilla de Demetrio Macías, o la manera como la
vislumbra, si se quiere con timidez, una volun-
novela configura esquemáticamente a los perso-
tad de cambio. Y no me refiero a Perico (1885-
najes femeninos, muy a la usanza del dualismo
1886), de Arcadio Zentella; La bola (1987), de
1 Para una revisión profunda del concepto novela de la Revo- Emilio Rabasa; Tomóchic (1893), de Heriber-
lución y sus implicaciones tanto literarias como historiográ- to Frías; La parcela (1898), de José López Porti-
ficas y pragmáticas, véase el trabajo de Rafael Olea Franco
(2012), “La novela de la Revolución mexicana: una propues- llo y Rojas; La venganza de la gleba (1905), de
ta de relectura”, Nueva Revista de Filología Hispánica (vol. 60, Federico Gamboa; y En la hacienda (1909), de
núm. 2, pp. 479-514), donde además se menciona a otros
estudiosos que han problematizado la etiqueta. Federico Carlos Kegel, exponentes realistas que
eISSN 2448-6302
zapatismo, de Antonio Damaso Melgarejo 1978; Martínez, 1990) a la casi plena fabulación.
Randolph, publicada a mediados de 1913. El El extremo ficcional de este continuum es el que
texto, que narra en primera persona y en clave ha llevado a la crítica a una especie de acuer-
de testimonio autobiográfico el surgimiento del do: a saber, que al contrario del pacto de lectura
la oblicuidad, sino por la relación directa entre Después, ejerció de delegado de paz en las nego-
las palabras y la realidad referenciada. Esta rela- ciaciones entre el gobierno de Huerta y grupos
ción es posible, afirma el autor del proemio,2 por- rebeldes. En agosto de 1913 algunos periódicos
que Antonio Melgarejo estuvo implicado en los de la Ciudad de México difundieron la noticia de
hechos que narra, lo cual le ha permitido “escri- que, como consecuencia de estas gestiones, Mel-
bir con estricto apego a la verdad” (Melgarejo, garejo había sido fusilado. Al día siguiente, sin
1913: 3). Por este motivo, continúa el prologuis- embargo, los periódicos desmintieron la noticia:
ta, el lector hallará una “narración histórica”, según el propio Antonio Melgarejo, todo había
apegada “al más severo naturalismo,” y no un sido un infundio sembrado por un enemigo suyo
libro con “tendencias al fantaseo”, puesto que para mortificar a su madre (El País, 1913: 5). Se
“el medio ambiente no es propicio a los escarceos vuelve a saber de él a principios de 1915, cuando
literarios de altos vuelos” (Melgarejo, 1913: 3). el gobierno convencionista lo captura en Aguas-
Como puede observarse, Los crímenes del zapa- calientes y, acusado de agente revolucionario, lo
tismo comienza por construirse, explícitamente, pasa por las armas. Otra versión cuenta que lo
como un texto no literario y que lo fía todo a la fusilaron los zapatistas por escribir, precisamen-
experiencia del autor como conocedor del estado te, Los crímenes del zapatismo (Herrerías, Muñiz,
de Morelos y como secretario de Emiliano Zapa- Ávila, et al., 2004: 40).
ta; es decir, el proemio busca establecer el pacto
3 Dice Carlos Agustín Barreto: “existe la versión, en la tradi-
2 Todo parece indicar que el autor del proemio es José Fer- ción oral, de que era originario de Jonacatepec, Morelos […]
nández Rojas, un periodista de Morelos con quien Antonio En general, Melgarejo ha resultado una incógnita, y pocas
Melgarejo coordinaría, a principios de 1913, La Revolución pistas se tienen de él” (Barreto, 2009: 39, nota 31).
mexicana. De Porfirio Díaz a Victoriano Huerta (1910-1913): 4 De las investigaciones sobre la Revolución mexicana sólo
la decena sangrienta. En este texto, la visión del zapatismo es Charles Curtis Cumberland (Madero y la revolución mexicana,
mucho más parecida a la del periodismo capitalino, donde 1984) lo menciona como parte del zapatismo, aunque sólo se
apenas hay matices. trata de un apunte suelto.
eISSN 2448-6302
sente en varios de los sucesos más significativos a su homólogo, el narrador pretende reajustar
que dieron pie al zapatismo, sino que además su su talla con tal de que resulten verosímiles los
intervención fue clave. Son esta clase de datos paralelismos (Herrerías, Muñiz, Ávila, et al.,
los que sirven de fundamento para la construc- 2004: 25) que a lo largo de la obra establecerá
ción del yo, estrategia narrativa que la crítica ha entre ellos: “Montaño […] era enemigo del
perfectamente definidos como tenebrosos; El diálogo de Tepepa, además, orilla a una pre-
otros, empero, observando exclusivamente el gunta: ¿desde el primer capítulo el narrador ha
fondo (de evolución [sic] de los ejidos que fue- sido Varela? Si es así, ¿por qué los editores no
ron de los pueblos), aseguran que están defi- nombran ni una sola vez a este guerrillero en el
nidos como reivindicadores. Quod sunt capite, proemio y, en cambio, sólo hablan de “la narra-
La Colmena 99 julio-septiembre de 2018 ISSN 1405-6313
tot sententie (Nota del autor.) ción histórica efectuada por el joven escritor don
Las anteriores notas son del original del Antonio D. Melgarejo” y de hechos consignados
“guerrillero” Rodrigo Valera (Melgarejo, 1913, “en sus memorias como un historiador” (Melga-
p. 139). rejo, 1913: 3 y 4). A partir de estas breves citas,
surge otra interrogante: si Los crímenes del zapa-
A sólo tres capítulos del final de Los crímenes del tismo está constituida por las memorias de Anto-
zapatismo, el lector se entera de que existe un nio Melgarejo y el subtítulo de la obra es Apuntes
texto “original”, base o fuente de la versión defi- de un guerrillero, ¿debemos inferir que Anto-
nitiva, es decir, la versión a la que el lector tiene nio Melgarejo es el guerrillero? ¿Y qué pasa con
acceso. Si bien la alusión a un material original Rodrigo Varela entonces?
dota de mayor complejidad a la obra como dis- En razón de lo apuntado en el párrafo
positivo narrativo, pues estaríamos hablando de anterior, considero que todo este caos con
un interesante juego de cajas chinas, este recur- las voces tiene una explicación simple: Los
so obstruiría la estrategia de construcción del yo crímenes del zapatismo acusa problemas graves
que hemos comentado en este apartado: al hacer de composición; incluso podría calificarse de
referencias al texto original, el de Rodrigo Varela, obra inacabada. Y es que el caos de las voces
el Melgarejo narrador perdería fuerza como voz no termina con el tema del guerrillero Rodrigo
autobiográfica y testimonial en la medida en que Varela: el capítulo XXXI, titulado “En pleno
pasaría a ser una especie de editor, esto es, una campo zapatista”, consiste en la transcripción,
entidad intermediaria que por lo tanto no vivió casi total, de una nota publicada en El Imparcial
los acontecimientos referidos. Ahora bien, podría el 11 de agosto de 1912 con el mismo título,6
firmada por J. V. Soriano, en la cual se narra
5 Las notas al pie comienzan a aparecer desde el capítulo
III, pero no están ordenadas mediante números, sino con
6 Este dato se obtuvo de Herrerías (2010: 62).
asteriscos.
eISSN 2448-6302
referencia. Esta decisión resulta desconcertante, El carisma, la bravuconería, el arrojo temerario,
pues va en contra de la índole de testimonio el liderazgo, las habilidades marciales intuidas o
autobiográfico con valor histórico que el texto se aprendidas en el camino, la ingenua honestidad,
ha esmerado en fabricar. la socarronería obscena y espontánea, la simpli-
caoba, y con los encajes, y con las colgaduras esta diferencia es la sobrevaloración del rol que
de brocado, como una piedra sin pulir que ocupa el intelectual en un entorno militar: des-
estuviese estropeándolo y desgarrándolo todo de las primeras páginas, el narrador nos cuenta
con sus aristas en bruto (Guzmán, 1956: que Gabriel Tepepa lo nombra chupatintas, sinó-
402-403). nimo ocurrente de secretario. Al margen de que
eISSN 2448-6302
Como se ve, Antonio Melgarejo retoma la tra-
no pudiendo, por otra parte, evitar una sola de
dición de emplear recursos tipográficos demar-
la infinidad de iniquidades que se cometían,
cativos para diferenciar la voz culta de la voz
me dediqué a observar” (Melgarejo, 1913: 38).
popular. Al mismo tiempo, no obstante, el con-
Ante la incapacidad para frenar la indisciplina,
traste entre las palabras infusión y efusión —
Líquido en tus ojos, de la serie Líquidos (2010). Acrílico, lápiz graso y papel china sobre caoba: Elena Fabela.
Prohibida su reproducción en obras derivadas.
dicho de otro modo, es la única arma con la que El contorno de esta fisonomía se vuelve toda-
cuenta el intelectual en los dominios de la bestia. vía más claro en los escasos momentos en que
Ahora bien, los recursos tipográficos mencio- Los crímenes del zapatismo acusa una curio-
nados solamente sirven para marcar la frontera sidad que podríamos llamar antropológica. En
cultural; es decir, restringen, pero no silencian la esos instantes, los retratos resultantes son pre-
voz del Otro. Al buscar el registro documental de dominantemente negativos, pletóricos de clichés
los hechos, el narrador se siente obligado a dejar y prejuicios, pero de pronto al narrador se le esca-
hablar a los zapatistas. Por minúscula que sea, pa un adjetivo, una frase, una línea completa que
esa rendija permite que se filtre parte de la subje- delata la transitoria seducción:
tividad del “bárbaro”. Es cierto que la mayoría de
las veces el narrador le entrega la palabra al zapa- Tepepa que, ante todo, era un buen jinete, se
tista para que éste corrobore las premisas implí- complacía en encabritar el magnífico alazán
citas y explícitas de la obra; sin embargo, cada que montaba y cuyos ijares aguijoneaba cons-
tanto se cuela algún golpe de ingenio lingüísti- tantemente con las pesadas espuelas amo-
co —como el mote 'chupatintas'—, pero también zoqueñas que portaba. Iba de aquí para allá,
conceptos y en ocasiones hasta discursos comple- machete en mano, con el sombrero arrisca-
tos, todo lo cual hace posible distinguir, entre la do hacia atrás y el barboquejo detenido en la
bruma que produce la voz autoritaria del narra- nariz, aventando el caballo, reprendiendo a
dor, la fisonomía del campesino armado. gritos y con soez lenguaje a éste, por el solo
eISSN 2448-6302
a montar a caballo por su condición campesina, La figura de Emiliano Zapata que ofrece Los
en la actualidad debe ser un charro notable, y, crímenes del zapatismo no se queda en el charro
además, experto en el manejo de la reata y en bravo y temerario que conduce a la masa cam-
el ‘coleo’” (citado en Herrerías, 2010: 148). Por pesina sólo por la intuición o el olfato. No, dice
otro lado, debe tenerse en cuenta que la charrería el narrador, el caudillo morelense, a pesar de su
Para el narrador, esta intervención del caudillo Hasta el momento, Los crímenes del zapatismo
expresa un “espantoso contubernio”, pues no es es un texto estimado como una curiosidad menor
más que la mezcla de “la lejana seducción del dentro de la historiografía zapatista. Con esta
bien con la inmediata práctica del mal” (Melgare- consideración, suele aparecer —cuando apare-
jo, 1913: 142). En estas palabras de Zapata, en ce— sólo como una nota al pie en investigacio-
efecto, conviven dos morales, dos perspectivas de nes históricas, entre éstas la de Samuel Brunk,
eISSN 2448-6302
la revolución, pero no en conflicto, sino en una John Womack, Arnaldo Córdova y Francisco Pine-
compleja armonía. Ésa es una clara aportación da Gómez. El primer culpable es el propio Antonio
de Los crímenes del zapatismo: nunca un texto Melgarejo, quien se empeña en proponer su tex-
escrito desde la mirada de la clase media ilustra- to como un testimonio autobiográfico con valor
da de tendencia conservadora había incluido una documental, para lo cual insiste en su experien-
La Colmena 99 julio-septiembre de 2018 ISSN 1405-6313
justificación tan explícita de la violencia.7 Porque cia como revolucionario. No abundan los datos
en esta breve disertación, el saqueo, el incendio sobre el autor, pero los pocos que existen, según
y el asesinato no constituyen evidencia de bandi- dijimos antes, corroboran su participación en el
daje y atavismos milenarios, sino que son meros zapatismo. Sin embargo, no fue tan importante
instrumentos de lucha. Puesto en otros términos: como asegura haber sido: ni se desempeñó como
detrás de las bravatas de Zapata hay una lógi- la voz de la conciencia de Zapata ni colaboró en
ca que oscila con naturalidad entre la conciencia la redacción del Plan de Ayala y ni siquiera apa-
histórica y el abanderamiento de la violencia y rece en el fondo de las múltiples fotos del movi-
el terror como medios para recuperar las tierras. miento; simplemente fue un secretario menor
Mientras que la prensa capitalina y las revis- más que encontró en una de sus obras la oportu-
tas ilustradas le daban voz a Emiliano Zapata nidad de agrandar su estatura.
únicamente para que confirmara el punto de vis- Como sea, no son las múltiples imprecisiones
ta del sector ilustrado, Los crímenes del zapatis- históricas las que debemos tener en cuenta a la
mo, aunque sea por un instante efímero, le cede hora de cuestionar la clasificación genérica de Los
genuinamente la palabra al Otro, al salvaje, al crímenes del zapatismo y de proponer su incorpo-
bárbaro, para que articule su visión de mundo. ración al corpus de la novela de la Revolución,
Es una visión que aterra al narrador, lógicamen- sino las estrategias discursivas a las que recurre.
te, pero que queda expuesta a fin de cuentas. Este Y es que algunos aspectos de la obra son resul-
tado de habilidades novelísticas, como la cons-
7 El único antecedente es quizá el archiconocido artículo
trucción del yo narrativo. Aunque socavan parte
periodístico de Luis Cabrera titulado “La Revolución es re- de su rigurosidad como documento fidedigno,
volución”, donde el intelectual asumía una visión profun-
damente pragmática de la lucha armada, en respuesta a los
los deslices de carácter histórico, que más bien
reproches que los sectores más conservadores le hacían a son aciertos de composición, elevan el potencial
Madero a raíz de la indisciplina de las tropas revolucionarias
que lideraba.
semiótico de Los crímenes del zapatismo y hacen
eISSN 2448-6302
Fernández Perea (coord.), La literatura mexicana del siglo
la narrativa previa, la de los Gamboa, los Delga- XX, México, FCE, pp. 89-90.
Castro Leal, Antonio (1960), “Introducción”, en Antonio Cas-
do y los Portillo y Rojas, Los crímenes del zapa-
tro Leal (ed.), La novela de la Revolución mexicana I, Méxi-
tismo termina perdiéndose entre los pliegues de co, Aguilar, pp. 17-30.
la tradición. El País (1913, 13 de agosto), “Se confirma que el Diputado
Melgarejo no ha muerto”, p. 5.
Así es nuestra economía, de la serie Recortes que dejan huella (2005): Elena Fabela.
Prohibida su reproducción en obras derivadas.