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Los crímenes del zapatismo,

de Antonio Melgarejo, novela


de la Revolución mexicana

eISSN 2448-6302
L os crímenes del zapatismo , by A ntonio M elgarejo,
a M exican revolution novel

Daniel Avechuco-Cabrera*

pp. 19-32 ISSN 1405-6313


Resumen: Los crímenes del zapatismo (1913), de Antonio Damaso Melgarejo
Randolph, obra que lleva por subtítulo Apuntes de un guerrillero, narra en primera
persona y en clave de testimonio histórico el surgimiento del zapatismo y parte de su
desarrollo. El texto se suma a las diversas manifestaciones antizapatistas surgidas

julio-septiembre de 2018
en la Ciudad de México, y en ese sentido no hay motivos para darle un tratamiento
especial. No obstante, un análisis detenido de la obra permite detectar una clara
sensibilidad novelística y una serie de rasgos que serán la base de muchos de los
exponentes de la narrativa con tema revolucionario, como la hibridez genérica o el
descubrimiento del campesino armado como una nueva entidad literaria. Teniendo
esto en cuenta, Los crímenes del zapatismo podría considerarse un antecedente de la
novela de la Revolución. La Colmena 99
Palabras clave: literatura latinoamericana; novela; historia; revolución

Abstract: Los crímenes del zapatismo (1913), by Antonio Damaso Melgarejo Randolph,


which holds as a subtitle Notes of a guerrillero, is a first-person historical-testimony
narration of the inception of Zapatismo and part of its development. The text adds to
the various anti-Zapatista manifestations that took place in Mexico City, and in this
sense there is no reason to give it a special treatment. However, a careful analysis of
* Universidad de Sonora, México
the work allows detecting a clear novelistic sensibility and a series of features that
Correo-e: would be the basis of many of the narrations whose topic is Mexican revolution,
daniel.avechuco@capomo.uson.mx
Recibido: 6 de agosto de 2018 namely: genre hybridity or the discovery of the armed peasant as a new literary entity.
Aprobado: 18 de septiembre de 2018
Bearing this in mind, Los crímenes del zapatismo may be considered an antecedent
for Revolution novels.
Keywords: Latin American literature; novel; history; revolution

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Introducción: ruptura y continuidad maniqueo y moralista típico del siglo XIX mexica-
no. Estos resabios prueban que el realismo-natu-
Lógicamente, nuestra percepción de la novela
ralismo —e incluso el romanticismo— mantuvo
de la Revolución mexicana como corpus más o
parte de su espíritu hasta muy entrado el siglo
menos estable no puede desligarse, hasta cierto
XX, aunque después de Santa (1903), de Fede-
punto, de nuestra percepción del acontecimiento
rico Gamboa, no haya obras notables de esas
histórico que le da nombre. Así como se tiende a
corrientes. Basta recordar que José López Portillo
asumir que la Revolución significó una ruptura
y Rojas publica en 1919 su última obra, Fuertes
de las ideas y las dinámicas sociales porfirianas,
y débiles, en la que, a pesar de acercarse temáti-
la crítica ha llegado al consenso de que Los de
camente a la Revolución, se concentran muchos
abajo (1915), de Mariano Azuela, es un partea-
de los rasgos de la poética novelística decimonó-
guas en la narrativa mexicana, la obra creadora
nica. No podemos negar, asimismo, que varias de
de un nuevo realismo (Blanco, 2008: 103) y cuya
las obras de José Rubén Romero se basan en una
aparición, por lo tanto, cortó casi de raíz la pra-
actualización del costumbrismo tal cual lo culti-
xis novelística prerrevolucionaria. Si bien es cier-
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vó medio siglo antes José Tomás de Cuéllar. Cabe


to que la novela del escritor jalisciense introdujo
también recordar La revancha (1930), texto olvi-
en el panorama de la literatura mexicana nuevas
dado en el que Agustín Vera desarrolla una trama
formas de codificación estética, y su publicación
de amores imposibles con ecos de Rafael Delga-
puede entenderse como el clavo más importante
do y otras novelas sentimentales de finales del
del ataúd de los moldes narrativos decimonóni-
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siglo XIX.
cos, resulta fundamental atender las continuida-
Como la Revolución misma, los textos que
des existentes entre las prácticas escriturales que
la reelaboran estéticamente —Los de abajo a la
le preceden y las prácticas escriturales a las que
cabeza— ponen en duda la ruptura como concep-
dio lugar en tanto que nos ayudaría a entender
to absoluto, haciendo patente, en muchos casos,
mejor el desarrollo histórico de la narrativa mexi-
su deuda respecto a la narrativa anterior. No se
cana y, por consecuencia, poner en duda algunas
trata, claro, de negar la naturaleza renovadora
de las nociones sobre la periodización de la his-
de la obra cumbre de Mariano Azuela, algo por
toria literaria.1
lo demás incuestionable, sino de señalar el error
De entrada, la bandera misma de la reno-
de establecer una diferenciación categórica entre
vación narrativa, o sea la mencionada obra de
dos momentos de la tradición novelística mexi-
Mariano Azuela, es un ejemplo de continui-
cana que se mantienen en diálogo tenso y rís-
dad. Para empezar, ahí tenemos ese preciosis-
pido durante más de una década. Y es que así
mo de evidente impronta modernista al que
como obras posteriores a Los de abajo prolonga-
apela el narrador para ornamentar las llanuras
ron ciertas prácticas narrativas decimonónicas,
por donde vaga la violenta e impetuosa cama-
antes de esta novela hubo textos en los que se
rilla de Demetrio Macías, o la manera como la
vislumbra, si se quiere con timidez, una volun-
novela configura esquemáticamente a los perso-
tad de cambio. Y no me refiero a Perico (1885-
najes femeninos, muy a la usanza del dualismo
1886), de Arcadio Zentella; La bola (1987), de
1 Para una revisión profunda del concepto novela de la Revo- Emilio Rabasa; Tomóchic (1893), de Heriber-
lución y sus implicaciones tanto literarias como historiográ- to Frías; La parcela (1898), de José López Porti-
ficas y pragmáticas, véase el trabajo de Rafael Olea Franco
(2012), “La novela de la Revolución mexicana: una propues- llo y Rojas; La venganza de la gleba (1905), de
ta de relectura”, Nueva Revista de Filología Hispánica (vol. 60, Federico Gamboa; y En la hacienda (1909), de
núm. 2, pp. 479-514), donde además se menciona a otros
estudiosos que han problematizado la etiqueta. Federico Carlos Kegel, exponentes realistas que

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la crítica ha tildado de antecedentes de la nove- de los exponentes de la novela de la Revolución,
la de la Revolución mexicana (Aub, 1969; Gar- como la hibridez genérica o el descubrimiento del
cía, 1973; Reyes, 1981; Martínez, 1990), sino a campesino armado como objeto de representa-
piezas surgidas entre el estallido de la guerra y la ción verbal.
publicación de Los de abajo, ese lapso en el que
parece que no se escribió literatura salvo los últi- Entre el testimonio autobiográfico y la ficción
mos poemas modernistas y las primeras novelas
de Mariano Azuela. Son piezas nacidas en el lim- Uno de los rasgos distintivos del corpus de la
bo, que de algún modo han quedado escondidas novela de la Revolución consiste en su relación
en los pliegues de la tradición, y que por con- esquiva con la realidad extratextual. Dado que
secuencia tuvieron un impacto menor o nulo en la mayoría de los escritores parten de la expe-
la narrativa posterior, pero cuyo conocimiento es riencia personal en alguna etapa de la Revolu-
imprescindible para completar la historia de la ción, los textos tienden a moverse con fluidez en
cultura literaria mexicana. un continuum que va del mero ejercicio memorís-
Una de estas obras es Los crímenes del tico y autobiográfico (Castro, 1960; Rutherford,

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zapatismo, de Antonio Damaso Melgarejo 1978; Martínez, 1990) a la casi plena fabulación.
Randolph, publicada a mediados de 1913. El El extremo ficcional de este continuum es el que
texto, que narra en primera persona y en clave ha llevado a la crítica a una especie de acuer-
de testimonio autobiográfico el surgimiento del do: a saber, que al contrario del pacto de lectura

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movimiento rebelde encabezado por Emiliano que los propios novelistas de la Revolución mexi-
Zapata y su desarrollo al menos hasta el cana pretenden establecer, valoramos más estas
asesinato de Francisco I. Madero a manos de obras por su capacidad de poiesis que de míme-
Victoriano Huerta, se suma a las muy diversas sis (Pozuelo, 2006: 33).
manifestaciones políticas, periodísticas y El fuerte componente ficcional ya se encuen-
artísticas que desde los centros urbanos, en tra en la obra más representativa del corpus, Los
especial desde la Ciudad de México, reaccionaron de abajo, donde Mariano Azuela hace confluir
a la eclosión de la insurgencia zapatista como con particular acierto su talento para la inven-
una fuerza de carácter popular. tiva y sus recuerdos como médico en las filas de
En principio, la obra de Antonio Melgare- Pancho Villa. Otros exponentes del corpus son,
jo parece no diferenciarse de las numerosísi- aparentemente, menos novelescos en virtud de
mas expresiones antizapatistas de la época, y en la decisión de recurrir a un narrador en prime-
ese sentido hay motivos para dejarla en el cajón ra persona y, sobre todo, de establecer una conti-
del olvido, donde ha estado guardada duran- nuidad entre la voz autoral y la voz del narrador:
te el último siglo, así como hemos dejado en el ocurre así en El águila y la serpiente (1928), de
cajón del olvido las diatribas clasistas de Salva- Martín Luis Guzmán; Cartucho (1931), de Nellie
dor Díaz Mirón y de José Juan Tablada escritas en Campobello; Desbandada (1934), de José Rubén
La Nación y El Imparcial, respectivamente, a raíz Romero; y la pentalogía memorística de José Vas-
de la resistencia de Emiliano Zapata a licenciar concelos (1935, 1936, 1938, 1939 y 1959), entre
a sus tropas. Sin embargo, un análisis deteni- otros. Una lectura atenta de estas obras, sin
do del texto permite detectar no sólo un proce- embargo, revela que detrás de esa necesidad de
so de escritura nada rutinario, revelador de una recrear casi periodísticamente la realidad, convi-
sensibilidad novelística, sino también una serie ven varios subgéneros narrativos, algunos de los
de características que serán la base de muchos cuales trascienden la voluntad de mímesis, como

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la sátira política, el cuento de tradición oral y la de lectura testimonial y autobiográfico, el cual
leyenda. Son textos, en otras palabras, conscien- será apuntalado por el narrador en primera per-
tes de su condición de dispositivos narrativos. sona cada vez que tenga oportunidad.
Los crímenes del zapatismo muestra una No abundan los datos sobre la vida de Anto-
consciencia de esta índole, aunque es cierto que nio Melgarejo,3 los pocos que hay parecen corro-
no logra resolver las contradicciones que surgen borar su participación en las filas zapatistas por
del diálogo entre la informe realidad histórica y lo menos hasta el triunfo del maderismo4 (Herre-
las licencias ficcionales a las que recurre Antonio rías, 2010, nota 31). En “La trágica muerte del
Melgarejo. No obstante, a pesar de sus defectos Prof. Torres Burgos”, Elías L. Torres (1940: 5)
de construcción, no deja de ser una virtud que incluye al autor de Los crímenes del zapatismo
un texto tan temprano —recordemos: con menos como parte de los primeros revolucionarios de
perspectiva histórica que Los de abajo— sea a Morelos, si bien no ofrece mayores detalles sobre
la vez tan rico en estrategias para persuadir al sus actividades como secretario. Gracias al Sema-
lector sin exhibirse como un híbrido de ficción y nario Oficial del Gobierno del Estado de Morelos
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realidad. sabemos que a mediados de julio de 1912 fue


Una de estas estrategias es la inclusión de elegido para ocupar una silla en el Congreso del
un proemio escrito por una voz que no es la del Estado como diputado suplente, y que un mes
autor. Esta voz pone las primeras piedras para después fue designado como gestor de acuerdos
construir un pacto de lectura caracterizada no por entre el gobierno y Zapata (Herrerías, 2010: 23).
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la oblicuidad, sino por la relación directa entre Después, ejerció de delegado de paz en las nego-
las palabras y la realidad referenciada. Esta rela- ciaciones entre el gobierno de Huerta y grupos
ción es posible, afirma el autor del proemio,2 por- rebeldes. En agosto de 1913 algunos periódicos
que Antonio Melgarejo estuvo implicado en los de la Ciudad de México difundieron la noticia de
hechos que narra, lo cual le ha permitido “escri- que, como consecuencia de estas gestiones, Mel-
bir con estricto apego a la verdad” (Melgarejo, garejo había sido fusilado. Al día siguiente, sin
1913: 3). Por este motivo, continúa el prologuis- embargo, los periódicos desmintieron la noticia:
ta, el lector hallará una “narración histórica”, según el propio Antonio Melgarejo, todo había
apegada “al más severo naturalismo,” y no un sido un infundio sembrado por un enemigo suyo
libro con “tendencias al fantaseo”, puesto que para mortificar a su madre (El País, 1913: 5). Se
“el medio ambiente no es propicio a los escarceos vuelve a saber de él a principios de 1915, cuando
literarios de altos vuelos” (Melgarejo, 1913: 3). el gobierno convencionista lo captura en Aguas-
Como puede observarse, Los crímenes del zapa- calientes y, acusado de agente revolucionario, lo
tismo comienza por construirse, explícitamente, pasa por las armas. Otra versión cuenta que lo
como un texto no literario y que lo fía todo a la fusilaron los zapatistas por escribir, precisamen-
experiencia del autor como conocedor del estado te, Los crímenes del zapatismo (Herrerías, Muñiz,
de Morelos y como secretario de Emiliano Zapa- Ávila, et al., 2004: 40).
ta; es decir, el proemio busca establecer el pacto
3 Dice Carlos Agustín Barreto: “existe la versión, en la tradi-
2 Todo parece indicar que el autor del proemio es José Fer- ción oral, de que era originario de Jonacatepec, Morelos […]
nández Rojas, un periodista de Morelos con quien Antonio En general, Melgarejo ha resultado una incógnita, y pocas
Melgarejo coordinaría, a principios de 1913, La Revolución pistas se tienen de él” (Barreto, 2009: 39, nota 31).
mexicana. De Porfirio Díaz a Victoriano Huerta (1910-1913): 4 De las investigaciones sobre la Revolución mexicana sólo
la decena sangrienta. En este texto, la visión del zapatismo es Charles Curtis Cumberland (Madero y la revolución mexicana,
mucho más parecida a la del periodismo capitalino, donde 1984) lo menciona como parte del zapatismo, aunque sólo se
apenas hay matices. trata de un apunte suelto.

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Como puede advertirse, la incidencia de Mel- no sólo por el componente de ficción, sino tam-
garejo en la Revolución, primero en las filas bién por el de selección, organización y redistri-
zapatistas y después como delegado de paz, es bución de datos para conseguir el efecto deseado.
simplemente anecdótica, dado que no fue más Una de las formas como el narrador logra
relevante que cualquier otro intelectual menor. ganar estatura es reduciendo la de otras voces
Esta suposición se ve ratificada por los histo- intelectuales de la obra, como la de Otilio
riadores más importantes del zapatismo, como Montaño, cuya relevancia en el nacimiento y
John Womack o Francisco Pineda Gómez, quie- desarrollo del zapatismo está fuera de toda
nes no mencionan a Melgarejo a lo largo de sus duda: prácticamente no hay investigación sobre
conocidas investigaciones sino como una sim- el movimiento sureño que no lo mencione. El
ple nota al pie. No obstante, esto no correspon- narrador de Los crímenes del zapatismo presenta
de a la importancia que se adjudica a sí mismo a Otilio Montaño como un “hombre de regular
el Melgarejo narrador: de acuerdo con el relato de cultura intelectual” (Melgarejo, 1913: 1). Con
Los crímenes del zapatismo, no sólo estuvo pre- esta clase de apuntes, más que menospreciar

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sente en varios de los sucesos más significativos a su homólogo, el narrador pretende reajustar
que dieron pie al zapatismo, sino que además su su talla con tal de que resulten verosímiles los
intervención fue clave. Son esta clase de datos paralelismos (Herrerías, Muñiz, Ávila, et al.,
los que sirven de fundamento para la construc- 2004: 25) que a lo largo de la obra establecerá
ción del yo, estrategia narrativa que la crítica ha entre ellos: “Montaño […] era enemigo del

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detectado en varios de los exponentes de la nove- bandolerismo y del asesinato y, como yo, no
la de la Revolución, base, a su vez, de los ejerci- estaba conforme con aquella chusma que
cios escriturales memorísticos y autobiográficos. desprestigiaba la causa” (Melgarejo, 1913: 56);
Dice Sergio Pitol sobre una de las memorias de “Montaño y yo comprendimos” (61); “Otilio y yo
José Vasconcelos: […] asistíamos a todas las juntas con nuestro
carácter de secretarios y [nuestra] voz pesaba
En Ulises criollo, el autor mexicano recrea y en el ánimo de Zapata” (80); “Zapata nos llamó
modela según su voluntad una serie de aconte- a Otilio y a mí, apartándonos del grupo” (91);
cimientos por él vividos […] Con el fin de esta- “Otilio Montaño, mi compañero en las labores de
blecer el carácter novelístico de su personaje, secretario” (139). Como se ve, el narrador hace
Vasconcelos lo hace proferir opiniones que él, un esfuerzo por colocarse hombro a hombro con
el autor, no sostuvo en la época en que las uno de los intelectuales más importantes del
sitúa (Pitol, 2001: XV). zapatismo.
Este esfuerzo culmina en el capítulo XXIX,
Estos apuntes podrían hacerse extensivos a Los que relata la firma del Plan de Ayala, uno de los
crímenes del zapatismo, donde la construcción episodios de mayor envergadura en la historia
del yo está fundamentada en un factor experien- del movimiento zapatista: “juré como los demás,
cial genuino que autoriza y da legitimidad al dis- al general Zapata, no abandonarlo en aquella
curso autobiográfico y testimonial, y, fruto de cruzada contra el capital absorbente de Morelos
esto, en la sobrevaloración de su papel históri- […] todos se habían unido en un estrecho abrazo
co dentro del movimiento zapatista. Se trata, en de confraternidad” (Melgarejo, 1913: 160). Sin
este sentido, de una recreación novelesca, pero decirlo abiertamente, pues, el narrador se sube

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al carro de la historia zapatista al incluirse en la pensarse que Varela fue construido por Antonio
mítica reunión de noviembre de 1911, en la cual Melgarejo, expresamente como guerrillero, con el
el movimiento termina de tomar forma. fin de que Los crímenes del zapatismo preservara
En este mismo capítulo aparece la primera su espíritu de testimonio histórico aun en aque-
nota al pie numerada,5 la cual, al mismo tiem- llos capítulos en que se cuentan acontecimientos
po que problematiza todavía más la naturaleza de los que Melgarejo no pudo haber sido testigo,
genérica de Los crímenes del zapatismo, obliga como el tristemente célebre atentado al tren de
al lector a replantearse la manera como ha leí- Ticumán, narrado, en efecto, “a través” de Rodri-
do el texto hasta ese momento. Éste es el conte- go Varela. Esta lógica, sin embargo, no se sos-
nido de la nota: tiene: ya en el capítulo XI, el famoso cabecilla
Gabriel Tepepa se dirige al narrador como Varela.
Unos afirman, observando tan sólo la for- En esta parte de la obra se relata el primer asal-
ma (asesinatos, estupros, incendios, etc.), que to a Jojutla, un episodio del naciente zapatismo
estos lineamientos [los del Plan de Ayala] están que se supone Melgarejo vivió en carne propia.
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perfectamente definidos como tenebrosos; El diálogo de Tepepa, además, orilla a una pre-
otros, empero, observando exclusivamente el gunta: ¿desde el primer capítulo el narrador ha
fondo (de evolución [sic] de los ejidos que fue- sido Varela? Si es así, ¿por qué los editores no
ron de los pueblos), aseguran que están defi- nombran ni una sola vez a este guerrillero en el
nidos como reivindicadores. Quod sunt capite, proemio y, en cambio, sólo hablan de “la narra-
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tot sententie (Nota del autor.) ción histórica efectuada por el joven escritor don
Las anteriores notas son del original del Antonio D. Melgarejo” y de hechos consignados
“guerrillero” Rodrigo Valera (Melgarejo, 1913, “en sus memorias como un historiador” (Melga-
p. 139). rejo, 1913: 3 y 4). A partir de estas breves citas,
surge otra interrogante: si Los crímenes del zapa-
A sólo tres capítulos del final de Los crímenes del tismo está constituida por las memorias de Anto-
zapatismo, el lector se entera de que existe un nio Melgarejo y el subtítulo de la obra es Apuntes
texto “original”, base o fuente de la versión defi- de un guerrillero, ¿debemos inferir que Anto-
nitiva, es decir, la versión a la que el lector tiene nio Melgarejo es el guerrillero? ¿Y qué pasa con
acceso. Si bien la alusión a un material original Rodrigo Varela entonces?
dota de mayor complejidad a la obra como dis- En razón de lo apuntado en el párrafo
positivo narrativo, pues estaríamos hablando de anterior, considero que todo este caos con
un interesante juego de cajas chinas, este recur- las voces tiene una explicación simple: Los
so obstruiría la estrategia de construcción del yo crímenes del zapatismo acusa problemas graves
que hemos comentado en este apartado: al hacer de composición; incluso podría calificarse de
referencias al texto original, el de Rodrigo Varela, obra inacabada. Y es que el caos de las voces
el Melgarejo narrador perdería fuerza como voz no termina con el tema del guerrillero Rodrigo
autobiográfica y testimonial en la medida en que Varela: el capítulo XXXI, titulado “En pleno
pasaría a ser una especie de editor, esto es, una campo zapatista”, consiste en la transcripción,
entidad intermediaria que por lo tanto no vivió casi total, de una nota publicada en El Imparcial
los acontecimientos referidos. Ahora bien, podría el 11 de agosto de 1912 con el mismo título,6
firmada por J. V. Soriano, en la cual se narra
5 Las notas al pie comienzan a aparecer desde el capítulo
III, pero no están ordenadas mediante números, sino con
6 Este dato se obtuvo de Herrerías (2010: 62).
asteriscos.

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la expedición de corresponsales de guerra de la autobiográficos, los llama Antonio Castro Leal
Ciudad de México al territorio del zapatismo en en la ineludible introducción de su antología La
Morelos: “el personaje que hace este relato — novela de la Revolución mexicana (Castro, 1960:
avisa una nota al pie— es un corresponsal de 25). Este componente experiencial a menu-
guerra de un diario metropolitano” (Melgarejo, do desemboca en un conflicto, fruto del choque
1913: 150). Ahora bien, Melgarejo no solamente entre las ideas —generadas, casi siempre a partir
omite algunos párrafos de la nota, sino que de otras ideas— y la fangosa y muy áspera rea-
además altera información relevante: en el lidad. El conflicto, que es tanto ideológico como
texto original, por ejemplo, el periodista francés epistémico y moral, se insinúa más que se admi-
Francisco Creyve Sarrazin se desempeña como te: se manifiesta en el esquizofrénico registro lin-
intermediario entre los zapatistas y los enviados güístico, en algunas decisiones estructurales, en
de El Imparcial, mientras que en Los crímenes el modo de representar el espacio y los persona-
del zapatismo Sarrazin no aparece: Melgarejo lo jes y en ciertas metáforas y comparaciones. Sin
sustituye por un cabecilla menor o bien apela, embargo, donde resulta más transparente este
llanamente, a un se impersonal para evitar su conflicto es en la configuración de los cabecillas.

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referencia. Esta decisión resulta desconcertante, El carisma, la bravuconería, el arrojo temerario,
pues va en contra de la índole de testimonio el liderazgo, las habilidades marciales intuidas o
autobiográfico con valor histórico que el texto se aprendidas en el camino, la ingenua honestidad,
ha esmerado en fabricar. la socarronería obscena y espontánea, la simpli-

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En total, como vemos, Los crímenes del zapa- cidad, las resoluciones basadas en la supersti-
tismo cuenta con cuatro voces: 1) la del proemio, ción: éstos y otros rasgos suelen estar presentes
2) la del Melgarejo narrador, 3) la del guerrillero en los adalides plebeyos que fabulan y recuerdan
Rodrigo Valera y 4) la del periodista J. V. Soria- los novelistas de la Revolución; obsérvese que
no. Excepto la del proemio, las otras no se hallan casi todos permiten más de una lectura, de ahí
diferenciadas entre sí con claridad —especial- que los retratos resultantes sean ambiguos.
mente la voz del guerrillero y la del narrador—, Hay una escena de El águila y la serpiente
lo cual me parece más un defecto de composición que ilustra bien esta clase de retratos. Rodolfo
que una apuesta deliberada por confundir al lec- Fierro, el Carnicero, entra en la oficina de Mar-
tor. Como sea, aun con esta mayúscula inconsis- tín Luis Guzmán, entonces secretario de Guerra
tencia compositiva, no deja de ser meritorio que del Gobierno convencionista, y toma asiento con
un texto tan temprano, sin exponentes en la tra- el propósito de rendir cuentas. Y es que Fierro,
dición mexicana que puedan servir de modelo, por órdenes de Pancho Villa, acaba de fusilar al
exhiba tal diversidad de voces provenientes de coronel David G. Berlanga por condenar abierta
distintos niveles narrativos. y airadamente los modos del Centauro del Norte.
Por sus principios y su cultura, Berlanga goza de
Retratos de la bestia: fascinación, repugnancia una altísima consideración entre los intelectua-
y ambigüedad les, inclusive Martín Luis Guzmán, quien en esa
escena se encara, sólo el escritorio mediante, con
Algunas de las obras más importantes del cor-
el brutal verdugo. Así lo describe:
pus de la novela de la Revolución, como Los de
abajo, de Mariano Azuela, y El águila y la ser-
Yo, mientras tanto, lo estudiaba, esperando
piente, de Martín Luis Guzmán, son resultado de
satisfacer una doble curiosidad: la que me
una mezcla entre la imaginación y la experien-
inspiraba nuestra entrevista, impregnada ya
cia directa con la lucha revolucionaria; reflejos

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de misterio, y la que jamás dejaba de producir Como se ve, la presencia de Rodolfo Fierro no
en mí la presencia de aquella “bestia hermosa,” sólo provoca en el narrador lo mismo aversión
según llamó a Fierro un periodista yanqui. que embeleso, sino que además entre ambos
Lo último me embargaba particularmente. efectos existe una continuidad confusa. Desde la
Porque Fierro, que era por su gallardía física perspectiva de Martín Luis Guzmán, al igual que
un tipo inconfundible, gozaba, además, de una desde el encuadre de tantos otros intelectuales y
leyenda terrible y fascinadora: se le pintaba artistas del periodo, el caudillo popular atrae por-
como autor de proezas y crueldades tan pronto que su apariencia y sus formas montaraces acer-
espeluznantes como heroicas. Allí, cruzadas can y hacen visible el otro México, el enigmático,
las piernas, bellas y hercúleas, puesto el codo mítico, ese México mitad real y mitad imaginario.
sobre la rodilla, inclinado el busto hasta la A pesar de ser un texto muy temprano y de
mano —mientras los dedos maceraban el haber sido escrito con fines más políticos que
rollo de tabaco y la boca despedía humo—, literarios, en la obra de Antonio Melgarejo ya
cobraba su carácter preciso, su luz propia, su encontramos este tipo de retratos, cuya ambigüe-
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irradiación exacta. Su naturaleza semisalvaje, dad es posible porque inicialmente se establece


disfrazada hasta pocos segundos antes tras una diferencia cultural insalvable entre el narra-
la cobertura de palabras, maneras y gestos dor-intelectual y el cabecilla. Como pasa en El
civilizados, chocaba estrepitosamente contra águila y la serpiente y en las memorias de Vas-
el ambiente de los delicadísimos muebles de concelos, el primer paso en el establecimiento de
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caoba, y con los encajes, y con las colgaduras esta diferencia es la sobrevaloración del rol que
de brocado, como una piedra sin pulir que ocupa el intelectual en un entorno militar: des-
estuviese estropeándolo y desgarrándolo todo de las primeras páginas, el narrador nos cuenta
con sus aristas en bruto (Guzmán, 1956: que Gabriel Tepepa lo nombra chupatintas, sinó-
402-403). nimo ocurrente de secretario. Al margen de que

Serie Atados (2007). Técnica mixta sobre madera: Elena Fabela.


Prohibida su reproducción en obras derivadas.

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en el siguiente diálogo que el narrador tiene con
por mera lógica los intelectuales pertenecientes a
Gabriel Tepepa:
alguna facción revolucionaria fungían de secre-
tarios, en los textos de la época este cargo posee
—Oye tú, Varela, era bueno que “pa que vean
alcances simbólicos: en tanto que reúne inteli-
que semos honrados, le pusieras un escri-
gencia y pericia retórica, el secretario se erige en
to al jefe político, pidiéndole la plaza pa evi-
el portador de orden por excelencia en un ámbi-
tar la infusión de sangre, advirtiéndole que si
to dominado, supuestamente, por la fuerza, el
no quieren darla, la tomaremos por la fuerza,
instinto y el arrebato; sin embargo, es un porta-
y firmas el escrito por mí, que al cabo no cono-
dor de orden cuyo poder de influjo en los propi-
cen mi firma.”
ciadores del desorden es bastante limitado, como
Puse, en efecto, una comunicación al jefe
sostiene el narrador de Los crímenes del zapatis-
político de Jojutla, manifestándole que para evi-
mo a raíz de la violenta toma de Jojutla, relata-
tar la efusión de sangre, nos entregara la pla-
da en el capítulo XII: “Yo, no queriendo tomar
za sin hacer resistencia (Melgarejo, 1913: 36).
parte de aquella espantosa confusión de liber-
tinaje y escándalo, que me llenaba de horror, y

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Como se ve, Antonio Melgarejo retoma la tra-
no pudiendo, por otra parte, evitar una sola de
dición de emplear recursos tipográficos demar-
la infinidad de iniquidades que se cometían,
cativos para diferenciar la voz culta de la voz
me dediqué a observar” (Melgarejo, 1913: 38).
popular. Al mismo tiempo, no obstante, el con-
Ante la incapacidad para frenar la indisciplina,
traste entre las palabras infusión y efusión —

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el narrador se aparta: sólo le queda ver y des-
marcado por la cursiva y la redonda— autoriza
pués registrar y evaluar los hechos. La palabra,
la mofa sobre la torpeza verbal de Gabriel Tepe-
pues, es su única arma, y la emplea, de hecho,
pa, que siempre anda “con el machete costeño
para asestar golpes en la figura de los cabecillas,
en la mano” (Melgarejo, 1913: 35). La palabra,
siempre en forma de burla y menosprecio, como

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Líquido en tus ojos, de la serie Líquidos (2010). Acrílico, lápiz graso y papel china sobre caoba: Elena Fabela.
Prohibida su reproducción en obras derivadas.

dicho de otro modo, es la única arma con la que El contorno de esta fisonomía se vuelve toda-
cuenta el intelectual en los dominios de la bestia. vía más claro en los escasos momentos en que
Ahora bien, los recursos tipográficos mencio- Los crímenes del zapatismo acusa una curio-
nados solamente sirven para marcar la frontera sidad que podríamos llamar antropológica. En
cultural; es decir, restringen, pero no silencian la esos instantes, los retratos resultantes son pre-
voz del Otro. Al buscar el registro documental de dominantemente negativos, pletóricos de clichés
los hechos, el narrador se siente obligado a dejar y prejuicios, pero de pronto al narrador se le esca-
hablar a los zapatistas. Por minúscula que sea, pa un adjetivo, una frase, una línea completa que
esa rendija permite que se filtre parte de la subje- delata la transitoria seducción:
tividad del “bárbaro”. Es cierto que la mayoría de
las veces el narrador le entrega la palabra al zapa- Tepepa que, ante todo, era un buen jinete, se
tista para que éste corrobore las premisas implí- complacía en encabritar el magnífico alazán
citas y explícitas de la obra; sin embargo, cada que montaba y cuyos ijares aguijoneaba cons-
tanto se cuela algún golpe de ingenio lingüísti- tantemente con las pesadas espuelas amo-
co —como el mote 'chupatintas'—, pero también zoqueñas que portaba. Iba de aquí para allá,
conceptos y en ocasiones hasta discursos comple- machete en mano, con el sombrero arrisca-
tos, todo lo cual hace posible distinguir, entre la do hacia atrás y el barboquejo detenido en la
bruma que produce la voz autoritaria del narra- nariz, aventando el caballo, reprendiendo a
dor, la fisonomía del campesino armado. gritos y con soez lenguaje a éste, por el solo

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hecho de hacer oír su voz autoritaria (Melga- siempre hirsuto, aspecto en general adusto,
rejo, 1913: 28). áspero, burdo en sus modales de cultura muy
insignificante y de un corazón de acero tem-
Montar con habilidad un caballo resulta siem- plado en el yunque de mil persecuciones y mil
pre encomiable para el intelectual, quizá porque maltratos de los jefes políticos y de los capa-
es equivalente a lo que ellos, los hombres de la taces de las haciendas (Melgarejo: 1913: 69).
razón y la palabra, no logran: dominar a la bes-
tia. De hecho, una de las escasas virtudes que Como la estampa de Fierro elaborada por Martín
la prensa conservadora de la Ciudad de Méxi- Luis Guzmán, el de Melgarejo es un cuadro for-
co le reconocía a Emiliano Zapata era su habi- jado a partir de contrastes, aunque no tan mar-
lidad para montar. El 16 de abril de 1913, por cados. Se trata de la yuxtaposición de virtudes y
ejemplo, El Imparcial —acaso el más antizapa- carencias que deriva en cierto equilibrio, detecta-
tista de los diarios— publicó una nota en la que ble en más de una novela de la Revolución y a la
decía lo siguiente: “El Atila del Sur es un buen vez impensado en las noticias, las crónicas y las
jinete, y ¡cómo no! avezado quizás desde niño ilustraciones de la prensa capitalina.

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a montar a caballo por su condición campesina, La figura de Emiliano Zapata que ofrece Los
en la actualidad debe ser un charro notable, y, crímenes del zapatismo no se queda en el charro
además, experto en el manejo de la reata y en bravo y temerario que conduce a la masa cam-
el ‘coleo’” (citado en Herrerías, 2010: 148). Por pesina sólo por la intuición o el olfato. No, dice
otro lado, debe tenerse en cuenta que la charrería el narrador, el caudillo morelense, a pesar de su

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era una de las pocas aportaciones culturales del “falta de cultura, es un hombre de inteligencia
campo que el sector ilustrado abiertamente apre- propia” (Melgarejo, 1913: 125). El de Melgare-
ciaba, pues ofrecía el revestimiento folclórico y jo, en otras palabras, no es un Zapata de arre-
pintoresco necesario para que México se hiciera batos y de corazonadas o que fuera del campo
notar en el concierto internacional. de batalla base todas sus decisiones en el juicio
Con todo, donde Los crímenes del zapatis- de sus doctos secretarios; es, por el contrario, un
mo manifiesta un mayor grado de ambigüedad Zapata que construye su efigie a partir de sus
es cuando Zapata se vuelve el centro del rela- agallas como soldado y de su sensibilidad como
to. Contribuye a ello el hecho de que Melgarejo hombre de campo, pero también a partir de sus
hace una diferenciación entre el zapatismo, que dotes intelectuales para captar la trascendencia
a su entender es un movimiento pervertido por la del movimiento que encabeza. Esto último queda
indisciplina de las tropas improvisadas y la inqui- expresado en un corto pero muy intenso discur-
na de algunos cabecillas menores, y el caudillo, so del caudillo morelense tras la firma del Plan
a quien lo mueve un verdadero impulso revolu- de Ayala:
cionario. De cualquier forma, para el narrador,
Zapata no deja de ser un hombre salido del Méxi- Necesitamos que nos teman y debemos hacer-
co profundo, con todo lo que ello implica, de ahí lo incendiando haciendas y matando, que la
el retrato que hace de él: cualidad esencial de la guerra ha sido siempre
la ferocidad; y aunque la sociedad nos maldi-
Alto, proporcionalmente formado, tez more- ga, cuando se hayan realizado nuestros idea-
na requemada por aquel sol abrasador de la les, y nuevas generaciones vengan a disfrutar
comarca, ojos vulgares, pero de una mirada el bienestar que ahora sembramos con peda-
leonesca que aterra, largo bigote negro, casi zos de nuestra carne, y regamos con torrentes

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de nuestra sangre y con lágrimas de nuestras préstamo de la palabra al Otro será clave en la
mujeres, la historia nos justificará, y esa mis- narrativa posterior, empezando por Los de abajo,
ma sociedad que hoy nos maldice, nos colmará donde el campesino armado encuentra momen-
de bendiciones. El saqueo, el incendio y el ase- tos para expresar o “actuar” (Parra, 2005: 46) su
sinato, no son más que un medio para lograr el cosmovisión.
bienestar de nuestros pueblos, que es el fin de
nuestro objeto (Melgarejo, 1913: 141). Conclusiones

Para el narrador, esta intervención del caudillo Hasta el momento, Los crímenes del zapatismo
expresa un “espantoso contubernio”, pues no es es un texto estimado como una curiosidad menor
más que la mezcla de “la lejana seducción del dentro de la historiografía zapatista. Con esta
bien con la inmediata práctica del mal” (Melgare- consideración, suele aparecer —cuando apare-
jo, 1913: 142). En estas palabras de Zapata, en ce— sólo como una nota al pie en investigacio-
efecto, conviven dos morales, dos perspectivas de nes históricas, entre éstas la de Samuel Brunk,
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la revolución, pero no en conflicto, sino en una John Womack, Arnaldo Córdova y Francisco Pine-
compleja armonía. Ésa es una clara aportación da Gómez. El primer culpable es el propio Antonio
de Los crímenes del zapatismo: nunca un texto Melgarejo, quien se empeña en proponer su tex-
escrito desde la mirada de la clase media ilustra- to como un testimonio autobiográfico con valor
da de tendencia conservadora había incluido una documental, para lo cual insiste en su experien-
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justificación tan explícita de la violencia.7 Porque cia como revolucionario. No abundan los datos
en esta breve disertación, el saqueo, el incendio sobre el autor, pero los pocos que existen, según
y el asesinato no constituyen evidencia de bandi- dijimos antes, corroboran su participación en el
daje y atavismos milenarios, sino que son meros zapatismo. Sin embargo, no fue tan importante
instrumentos de lucha. Puesto en otros términos: como asegura haber sido: ni se desempeñó como
detrás de las bravatas de Zapata hay una lógi- la voz de la conciencia de Zapata ni colaboró en
ca que oscila con naturalidad entre la conciencia la redacción del Plan de Ayala y ni siquiera apa-
histórica y el abanderamiento de la violencia y rece en el fondo de las múltiples fotos del movi-
el terror como medios para recuperar las tierras. miento; simplemente fue un secretario menor
Mientras que la prensa capitalina y las revis- más que encontró en una de sus obras la oportu-
tas ilustradas le daban voz a Emiliano Zapata nidad de agrandar su estatura.
únicamente para que confirmara el punto de vis- Como sea, no son las múltiples imprecisiones
ta del sector ilustrado, Los crímenes del zapatis- históricas las que debemos tener en cuenta a la
mo, aunque sea por un instante efímero, le cede hora de cuestionar la clasificación genérica de Los
genuinamente la palabra al Otro, al salvaje, al crímenes del zapatismo y de proponer su incorpo-
bárbaro, para que articule su visión de mundo. ración al corpus de la novela de la Revolución,
Es una visión que aterra al narrador, lógicamen- sino las estrategias discursivas a las que recurre.
te, pero que queda expuesta a fin de cuentas. Este Y es que algunos aspectos de la obra son resul-
tado de habilidades novelísticas, como la cons-
7 El único antecedente es quizá el archiconocido artículo
trucción del yo narrativo. Aunque socavan parte
periodístico de Luis Cabrera titulado “La Revolución es re- de su rigurosidad como documento fidedigno,
volución”, donde el intelectual asumía una visión profun-
damente pragmática de la lucha armada, en respuesta a los
los deslices de carácter histórico, que más bien
reproches que los sectores más conservadores le hacían a son aciertos de composición, elevan el potencial
Madero a raíz de la indisciplina de las tropas revolucionarias
que lideraba.
semiótico de Los crímenes del zapatismo y hacen

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de este texto una de las primeras muestras mexi- gozaron, lo cual les permitió analizar con más
canas de modernidad narrativa. calma y frialdad el proceso histórico de la Revo-
Aun con estas cualidades, se trata de una lución mexicana. Sin embargo, Antonio Melgare-
obra que ha quedado enterrada en 1913, junto jo tiene el mérito de haber sido el primero en la
con otras tantas manifestaciones de antizapa- fila de los que hicieron novela de la Revolución
tismo.8 Este olvido, en primera instancia, bien sin darse cuenta.
podría atribuirse a lo apuntado en los párrafos
anteriores. Con todo, quizás más importante es Referencias
el hecho de que la crítica y los historiadores de
Aub, Max (1969), Guía de narradores de la Revolución mexicana,
la literatura mexicana han postulado, casi como México, Fondo de Cultura Económica.
un dogma, que Los de abajo es la piedra funda- Barreto, Carlos Agustín (2009), “El zapatismo como apología
del delito”, en Historia judicial mexicana: criminalidad y de-
dora del corpus de la novela de la Revolución, lo lincuencia en México, 1840-1934, México, Suprema Corte
cual trae como consecuencia que las obras pre- de Justicia de la Nación, pp. 25-70, disponible en: http://
www.corteidh.or.cr/tablas/cd0294.pdf
vias queden fuera del mapa. Y como el texto de
Blanco, José Joaquín (2008), “Los años veinte”, en Manuel
Antonio Melgarejo tampoco se corresponde con

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Fernández Perea (coord.), La literatura mexicana del siglo
la narrativa previa, la de los Gamboa, los Delga- XX, México, FCE, pp. 89-90.
Castro Leal, Antonio (1960), “Introducción”, en Antonio Cas-
do y los Portillo y Rojas, Los crímenes del zapa-
tro Leal (ed.), La novela de la Revolución mexicana I, Méxi-
tismo termina perdiéndose entre los pliegues de co, Aguilar, pp. 17-30.
la tradición. El País (1913, 13 de agosto), “Se confirma que el Diputado
Melgarejo no ha muerto”, p. 5.

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Finalmente, debe tenerse en cuenta el fac-
García Rivas, Heriberto (1973), Historia de la literatura mexicana
tor político. A partir de los años veinte, el Esta- III. Siglo XX (1901-1950), México, Textos Universitarios.
do emprendió un proceso para consolidarse, que Guzmán, Martín Luis (1956), El águila y la serpiente, México,
Compañía General de Ediciones.
implicó, entre otras tantas cosas, la apropiación
Herrerías Guerra, María (2010), Construcciones de género en
simbólica de algunos caudillos populares para la historiografía zapatista (1911-1919), México, Centro de
fabricar una memoria revolucionaria propicia, Estudios para el Adelanto de las Mujeres y la Equidad de
Género, disponible en: http://biblioteca.diputados.gob.mx/
gloriosa, épica, con sangre de mentiras, mártires janium/bv/lxi/const_genhist_zap.pdf
campesinos y sumisas adelitas. Emiliano Zapa- Herrerías Guerra, María, Elsa Muñiz, Virginia Ávila García, et
al. (2004), Mujeres y género, construcciones culturales, Méxi-
ta fue, por supuesto, uno de los elegidos: el Ati- co, Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco,
la del Sur, al mando de una turba de caníbales, disponible en: http://zaloamati.azc.uam.mx/bitstream/
handle/11191/2543/Mujeres_y_genero_BAJO_Azcapot-
pasó a ser el Apóstol del Agrarismo, al mando de zalco.pdf?sequence=1
unos indígenas muy patriotas. El peso del mito, Martínez, José Luis (1990), Literatura mexicana del siglo XX
pues, pudo haber contribuido a que Los críme- (1910-1949), México, Consejo Nacional para la Cultura
y las Artes.
nes del zapatismo quedara reducida a lo que hoy
Melgarejo Randolph, Antonio Damaso (1913), Los crímenes
se considera: una mera curiosidad historiográfi- del zapatismo (apuntes de un guerrillero), México, Imprenta
Antonio Enríquez.
ca que aparece en notas al pie de investigacio-
Parra, Max (2005), Writing Pancho Villa’s Revolution: Rebels in
nes históricas. the Literary Imagination of Mexico, Austin, University of
Sin duda alguna Mariano Azuela, Martín Texas Press.
Luis Guzmán, José Vasconcelos, Nellie Campobe- Pitol, Sergio (2001), “Liminar”, en Claude Fell (ed.), Ulises crio-
llo, París, Signatarios del Acuerdo Archivos/ALLCA XX,
llo y Rafael F. Muñoz tenían más talento, a lo Université Paris X, pp. XIX-XXXIV.
que debe añadirse la distancia histórica de la que Pozuelo Yvancos, José María (2006), De la autobiografía: teoría y
estilos, Barcelona, Crítica.
8 El texto se volvió a editar en 1979, por Editora y Distribui- Reyes Nevares, Salvador (1981), “La novela de la Revolución
dora Nacional de Publicaciones, pero esta edición tampoco mexicana”, en Aurora Maura Ocampo (ed.), La crítica de
tuvo repercusión alguna. la novela mexicana contemporánea: antología, México, Uni-
versidad Nacional Autónoma de México, pp. 49-60.

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Rutherford, John (1978), La sociedad mexicana durante la Revo- Daniel Avechuco Cabrera. Doctor en Humanidades por la
lución, México, Ediciones El Caballito. Universidad de Sonora, institución en la que actualmente
Torres, Elías L. (1940, 18 de febrero), “La trágica muerte del se desempeña como profesor-investigador. Sus líneas de
Prof. Torres Burgos”, El Informador, p. 5. investigación son la literatura mexicana del siglo XX, las
representaciones culturales de la Revolución mexicana y las
relaciones entre la literatura y la violencia. En los últimos
dos años, ha publicado artículos ligados a estas líneas, como
“Formas de recordar la guerra: violencia en la fotografía y el cine
documental de la Revolución mexicana” (Humanidades, vol. 8,
núm. 1, 2018); “Bárbaros en la ciudad: la ruptura de las fronteras
espaciales en Los de abajo, de Mariano Azuela” (Sincronía,
núm. 72, 2017); y “La Revolución narrada desde los márgenes:
representaciones anómicas de la violencia en Cartucho, de Nellie
Campobello” (Literatura Mexicana, vol. 28, núm. 1, 2017).
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Así es nuestra economía, de la serie Recortes que dejan huella (2005): Elena Fabela.
Prohibida su reproducción en obras derivadas.

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