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Capítulo VIII

Vértigo económico en tiempos violentos 1973-1983

La ilusión de un peronismo que sacudiera con sus políticas los cimientos económicos y sociales, no
parecía tan lejana luego de que Perón eligiera a Cámpora, un dirigente bien relacionado con los sectores
más combativos del partido, como candidato a presidente. Era la coronación y al mismo tiempo, el
comienzo del fin, de un largo y mutuo acercamiento entre Perón y el ala izquierda de su movimiento.

Las ideas de Perón no habían cambiado demasiado. Pero un cambio en los modos y en el trato a los
adversarios, una insistencia en la unidad nacional y un ánimo pacificador eran rasgos nuevos para el
caudillo, que eran bien aceptados por una parte de la sociedad harta de conflictos.

Cámpora renunció el 13 de julio, habiendo gobernado apenas cincuenta días, y bajo la presidencia
provisional de Lastiri se convocó a nuevas elecciones para septiembre.

Detrás de ese 62% del electorado que votó por la fórmula Juan Domingo Perón- María Estela Martínez
de Perón, se escondían diversas esperanzas.

José Ver Gelbard fue su ministro de economía.

Al igual que en su primera presidencia con el Congreso de la Productividad, Perón convocó a los
empresarios y sindicatos para acordar políticas, lo que pronto se llamaría Pacto Social.

Su orientación general ha sido descrita como Fuertemente intervencionista, Moderadamente


Nacionalista, y Distribucionista. El tono del programa, reformista pero de ninguna manera
revolucionario, era acorde a la alianza de clase. Para la izquierda que esperaban cambios estructurales,
el plan era una desilusión.

Introdujo una serie de incentivos para la comercialización en el exterior de productos industriales y se


anunció un generoso apoyo crediticio y técnico a las pequeñas y medianas empresas. Esto se impulsó
con la Leyde Protección al Trabajo y la Producción Nacional.

Una vez más el peronismo cambiaba su estrategia: si al principio, en 1946, había sido el Consumo, y
después, en 1952, la Inversión, ahora parecía llegar el turno de fomentar las Exportaciones.

Como había hecho en su primer gobierno con el IAPI, volvió a nacionalizar el comercio exterior. Dos
leyes gemelas ampliaron las facultades de la Junta de Granos y de Carne, que pasaron a monopolizar la
comercialización de esos bienes.

También rescató de su primer gobierno la Organización Monetaria. Como en 1946 se nacionalizó el


Banco Central, que a su vez controlaba a los demás bancos.

Para fin de año, la consigna Inflación Cero ya era un logro, y un eficaz instrumento de propaganda del
gobierno justicialista.
En 1974, el índice de actividad fueron excepcionales, 6,7% de crecimiento del PBI y un casi inexistente
2,5% de Desempleo, pero la Inflación empeoró a fin de año a un 40%.

Más allá de su contenido primario, emocional y político ante todo, la muerte de Perón significó la
desaparición de un factor equilibrante y coordinador, clave para el pacto social. Había llegado la hora de
enfrentar los problemas que se habían acumulado sobre el rígido esquema del Pacto Social.

Para peor, en julio de 1974 la Comunidad Económica Europea impuso una prohibición sobre las compras
de carne, complicación que se sumaba a la recesión internacional y al aumento persistente de los
precios de importación argentinos.

En septiembre de 1974, después de la tregua impuesta por la muerte de Perón, Gelbard fue
reemplazado por el economista justicialista Alfredo Gómez Morales, cuya credencial más importante era
la exitosa estabilización de 1952. Llegaba la hora de enfrentar los problemas que se habían acumulado
sobre el rígido esquema del Pacto Social. Era una tarea difícil para un gobierno sin identidad, cooptado
alternativamente por grupos enfrentados y acechado, ante el vacío político abierto tras la muerte de
Perón, por la sombra creciente de otro golpe militar.

En los veinte meses que duro la presidencia de isabelita, pasaron por el palacio de hacienda seis
ministros: Gelbard, Gómez Morales, Celestino Rodrigo, Pedro Bonanni, Antonio Cafiero y Emilio
Mondelli.

Gómez Morales, apoyado por los gremios pero resistido por el grupo íntimo de la presidenta, ensayó
una serie de correcciones graduales a lo que quedaba del esquema montado por Gelbard y Perón.
Permitió varios ajustes de precios y salarios, al tiempo que intentaba avanzar, salvando resistencias que
provenían de todos los frentes, hacia políticas más de fondo, como la reducción del déficit fiscal y la
atracción al capital extranjero. El problema más urgente era la delicada situación de las cuentas
externas, que no mostró signos de recuperación después de una devaluación moderada.

Una vez que Rodrigo, apoyado por López Rega, accedió al ministerio de Economía, se anunció un
paquete de medidas que incluía una devaluación del 100% del peso. Era el Rodrigazo, que se ganó un
lugar en la memoria colectiva.
que intentaba avanzar, salvando resistencias que provenían de todos los frentes, hacia políticas más de
fondo, como la reducción del déficit fiscal y la atracción al capital extranjero. El problema más urgente
era la delicada situación de las cuentas externas, que no mostró signos de recuperación después de una
devaluación moderada.

Durante el año que siguió a la muerte de Perón, fue creciendo el peso político de José López Rega.
Desde su puesto de ministro de Bienestar Social, intentaba crear un poder propio, y aprovechaba su
influencia sobre la presidenta para eliminar el peso de los gremialistas y del aparato partidario.

El déficit fiscal para 1975 llegaba a la inédita cifra del 12,4% del PBI. En 1976 el ministro Caffiero fue
sucedido por Mondelli, en cambio de gabinete.

La violencia creció y en los cuarteles se comenzó a conspirar contra el gobierno. El mandato de


Aniquilación Total de la Guerrilla que el gobierno impartió al ejército no sirvió para calmar los ánimos
militares. El vacío de poder que denunciaban los militares existía. El 24 de Marzo de 1976 se consumaba
lo inevitable. Concluía por la fuerza la tercera experiencia del peronismo en el poder, que cayó casi
exclusivamente por las luchas internas de su partido.

El autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, encabezado por Jorge Rafael Videla, tenía por
objetivo la eliminación de los grupos armados. Su proyecto de largo plazo vislumbraba una sociedad
despolitizada y con un estado menos poderoso.

El área económica estuvo a cargo del ministro José Alfredo Martínez de Hoz. Los tres objetivos
principales de su política económica serían, en orden decreciente, la Estabilidad de Precios, el
Crecimiento Económico y una Distribución del Ingreso razonable. La reivindicación de la iniciativa
privada y la eliminación del déficit fiscal por la vía de un ordenamiento del Estado (temas sobre los que
no se daban mayores precisiones) eran presentados no solamente como objetivos deseables en sí
mismos, sino como condiciones necesarias para el tránsito hacia la estabilidad de precios. Martínez de
Hoz planteó una lista de prioridades acorde a la coyuntura de marzo de 1976, caracterizada por una
incipiente hiperinflación y una dramática situación de pagos externos. Los tres objetivos principales de
su política económica serían, en orden decreciente de importancia, la estabilidad de precios, el
crecimiento económico y una distribución del ingreso “razonable”. Se decía que la esencia de la nueva
política sería el paso “de una economía de especulación a una de producción”. No pudo acercarse, casi
por ningún momento, a los fines que se había propuesto.

En lugar de recurrir a una devaluación, se liberaron los precios y se fue ajustando el tipo de cambio a la
inflación, en tanto los salarios fueron congelados por un tiempo para sólo después evolucionar de
acuerdo con los aumentos de precios. El resultado fue el buscado: el salario real cayó bruscamente.

El keynesianismo empezó a perder batallas en los dos campos donde tres décadas atrás las había
ganado: en las mentes de los economistas, teóricos y precios.
En los años previos a 1965, el aumento de precios anual en Estados Unidos había estado por debajo del
2%, pero en 1969 ya se acercaba al 6%. En realidad, esto no era incoherente con las descripciones y las
prescripciones keynesianas. La aceleración de los precios no era otra cosa que el costo de reducir el
desempleo (de 6% a menos de 4% entre 1963 y 1969), tal como predecía la sencilla curva de Phillips.
Menos desempleo exigía más inflación, eso estaba claro, y era una regla estable con la que podían
balancearse los objetivos de la política económica.
Los 70 vieron nacer un neologismo como “estanflación”, que describía el fenómeno inédito de recesión
combinada con alta inflación. La decadencia de la macroeconomía keynesiana arrastraba consigo a
instituciones y políticas que, aunque no en todos los casos se derivaran estrictamente de sus
proposiciones teóricas, estaban asociadas a ella.

Pasado un año del golpe militar, era indiscutible que, en comparación con el caos de marzo, la economía
había recuperado al menos cierto orden y previsibilidad. La combinación de políticas cambiaria, salarial y
arancelaria, ayudadas por las devaluaciones que se habían heredado del momento final del peronismo,
logró generar un superávit comercial a lo largo de 1976. En materia de inflación ya se había superado el
descontrol. El comienzo había sido particularmente alentador: en junio de 1976 se había llegado a un
registro de sólo 2,7% mensual, en un marco de libertad de precios, pero sería algo fugaz. A principios de
1977, el índice se había estabilizado en alrededor de 7% por mes, y el gobierno parecía no tener claro
qué hacer con la inflación.
Mientras buscaba a tientas la manera de doblegar la inflación, el equipo económico introdujo uno de los
cambios más drásticos del período, una excepción a su política generalmente gradualista: la reforma
financiera.

En 1977 se exploraron alternativas heterodoxas: la mencionada tregua de precios y las primeras


reducciones arancelarias con propósitos antiinflacionarios. Pero la inflación no cedía, y hacia mediados
de ese año se ubicaba en el inaceptable nivel de 140% anual.
Una recesión breve pero violenta redujo la producción en alrededor de 5% en los doce meses
posteriores a junio de 1977. Las tasas de interés se dispararon, llegando en ocasiones al imposible nivel
de 10% mensual, en términos reales. Fue la primera recesión de la posguerra no provocada por
dificultades en la balanza de pagos.

Desde los comienzos, el gobierno intervenía en el mercado cambiario, comprando y vendiendo dólares
de manera de conseguir el nivel deseado de cambio. El hecho era que el gobierno no podía tener todo a
la vez: o elegía el precio del dólar o elegía la cantidad de dinero. Hacia mayo de 1978, el gobierno se
decidió por la cantidad de dinero y renunció a la política cambiaria.

Pero a fin de año se dio un golpe de timón. El 20 de diciembre se anunció un cronograma, La Tablita,
especificando el valor durante 8 meses a partir de principios de 1979.

A primera vista, el esquema tenía sus ventajas. En primer lugar estaba la declinación prevista de la tasa
de inflación, que se acentuaría a medida que la velocidad de la devaluación se redujera. Al hacerse
previsible el ritmo devaluatorio, el atractivo para prestar pesos aumentaba considerablemente, ya que
se sabe cuánto va a valer el dólar en el momento de recuperar el préstamo.

La pervivencia de la alta inflación era mala en sí misma, por supuesto, pero con el esquema de la tablita
tenía un efecto adicional quizás más grave. El aumento del precio del dólar estipulado por la pauta
cambiaria era de poco más de 60%, mucho menor al de los precios. Así se iba acumulando un atraso
cambiario que, al abaratar las importaciones y hacer menos rentable la exportación en general, tendía a
deteriorar la balanza comercial.
A lo largo de 1980 la confianza se fue deteriorando. La crisis bancaria fue una primera señal, que obligó
al banco central a desprenderse de una proporción considerable de las reservas que se habían
acumulado en años anteriores.

En julio de 1980 se había anunciado una nueva “profundización” del plan de estabilización, que incluía,
además de medidas para reducir el déficit público, el levantamiento de las últimas trabas para tomar
créditos en el exterior. Hubo cierta respuesta efímera y de corto plazo de los capitales externos, pero la
credibilidad ya parecía estar irreversiblemente minada.

Ya antes de la asunción del general Roberto Viola, 1981, el régimen se estaba desmoronando. Era la
razón misma de todo el proceso lo que estaba en cuestión, sin grupos armados que combatir, y sin
resultados económicos respetables, el gobierno había perdido toda credibilidad.

LEJOS DEL MUNDO Comercio argentino como porcentaje de su PBI y del comercio mundial

Resulta curioso que, aunque uno de los hechos más recordados de la época de Martínez de Hoz es la
avalancha importadora, el énfasis inicial de la apertura estuvo del otro lado de la balanza de comercio.
Al cabo de menos de un año del golpe militar, las retenciones a las exportaciones tradicionales habían
sido recortadas sustancialmente, y a fines de 1978 todos los impuestos a la venta exterior habían
desaparecido, para no reaparecer hasta después de la caída de Martínez de Hoz.
Si bien es imposible determinar con precisión cuánto influyeron las políticas oficiales favorables a la
venta externa, el hecho es que la producción de bienes exportables (y el valor de las exportaciones)
aumentó significativamente con Martínez de Hoz.
La producción agrícola de exportación también se vio favorecida por un evento externo. En 1980,
Estados Unidos impuso un embargo cerealero a la URSS por su intervención en Afganistán, del que la
Argentina decidió abstenerse. Aun cuando después la proporción descendería, la Unión Soviética se
consolidaría como cliente importante de los productos argentinos, coronando con éxito una de las pocas
iniciativas con efectos duraderos del gobierno peronista.
En cuanto a las importaciones, la acción aperturista fue pausada en por lo menos dos sentidos: se trató
de un programa de reducciones arancelarias graduales que a su vez fue dado a conocer de manera
gradual.
El sector más perjudicado era el industrial. Las importaciones, estimuladas por el retraso del dólar y por
la apertura, representaron una competencia que para muchas ramas manufactureras resultó perjudicial,
y además provocaron un fuerte déficit de comercio. En 1980 esas tendencias se acentuarían, hasta
hacerse insostenibles, por la continuada apreciación cambiaria y el inicio de la recesión.

Los herederos de Martínez de Hoz, como los de Gelbard, tuvieron que hacerse cargo de una economía
que venía acumulando desequilibrios evidentes. En marzo de 1981, los problemas más urgentes eran el
atraso cambiario, la sangría externa –provocada ya no solamente por el déficit comercial sino también
por la fuga de capitales–, la enorme deuda externa, pública y privada, y la recesión productiva.

Con Sigaut como ministro de economía de Viola hubo varias devaluaciones y se iniciaba el proceso de
estatización de las deudas externas privadas. El ensayo fue breve, porque al poco tiempo un golpe de
palacio acabó con la presidencia de Viola. Con Alemann a cargo del Ministerio de Economía a partir de la
asunción de Galtieri se inició algo así como una efímera contracontrarreforma, inspirada en tres
principios definidos por la negativa. Los objetivos eran la desinflación, la desregulación y la
desestatización de la economía. Apenas pudo avanzarse hacia esas metas porque el conflicto en las
Malvinas acabó con Galtieri y su equipo.

Con Alemann a cargo del Ministerio de Economía a partir de la asunción de Galtieri se inició algo así
como una efímera contracontrarreforma, inspirada en tres principios definidos por la negativa. Los
objetivos eran la desinflación, la desregulación y la desestatización de la economía. Apenas pudo
avanzarse hacia esas metas porque el conflicto en las Malvinas acabó con Galtieri y su equipo.
Desde el punto de vista estrictamente económico, Malvinas no fue el impacto exterior más importante
en 1982. Mucho más grave resultó ser la crisis de la deuda latinoamericana. Desencadenada a partir de
la amenaza de moratoria de México, cortó toda posibilidad de tomar nuevos préstamos en el exterior.

A medida que el proceso se marchitaba por si mismo, reverdecía lentamente la actividad de los partidos
políticos. Hacía 1981 se formó la Multipartidaria, y paralelamente se iba tomando fuerza los reclamos
por los desaparecidos.

Pero el tercer presidente del proceso no quiso resignarse al pobre papel de prepara una salida lo más
digna posible. Leopoldo Galtieri no se rendía fácilmente. Con Alemann en el Ministerio de Economía a
partir de su asunción se inició una efímera contrarreforma, inspirada en tres principios: la Desinflación,
la Desregularización y la Desestatización de la economía.

Se congelaron los salarios, mientras que la inflación subía al 7%. El clima laboral se hizo intolerable y por
primera vez hubo movilizaciones callejeras desde que comenzó el proceso. Se reintrodujeron impuestos
a las exportaciones, que se habían eliminado con Videla, y se elevaron los presupuestos para el
rearmamiento para posibles guerras.

Malvinas fue el tiro del final para el proceso. El general Reynaldo Bignone preparó el camino para la
elección de Raúl Alfonsín en 1983.

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