Sei sulla pagina 1di 3

RESUMEN INHIBICIÓN, SÍNTOMA Y ANGUSTIA

VIII

La angustia es, en primer término, algo sentido. La llamamos estado afectivo, si bien no se sabe
que es un afecto. Como sensación, tiene un carácter displacentero, pero ello no agota su
cualidad; no a todo displacer se lo puede llamar angustia. Existen otras sensaciones de carácter
displacentero (tensiones, dolor, duelo); por tanto, la angustia ha de tener otras
particularidades.

Se percibe en la angustia sensaciones corporales más determinadas que referimos a ciertos


órganos. El análisis del estado de angustia nos permite distinguir: 1) carácter displacentero; 2)
acciones de descarga; 3) percepciones de estas.

La angustia es un estado displacentero particular con acciones de descarga que siguen


determinadas vías. Habría que creer que en la base de la angustia hay un incremento de la
excitación, incremento que por un parte da lugar al carácter displacentero y por la otra es
aligerado mediante las descargas mencionadas. El estado de angustia es la reproducción de
una vivencia que reunió las condiciones para un incremento del estímulo como el señalado y
para la descarga por determinadas vías, a raíz de lo cual, también el displacer de la angustia
recibió su carácter específico. El nacimiento ofrece una vivencia arquetípica de tal índole, y por
uno se inclina a ver en el estado de angustia una reproducción del trauma del nacimiento.

La angustia es una reacción probablemente inherente a todos los organismos. Ahora bien, solo
los mamíferos vivencian el nacimiento y es dudoso que en todos ellos alcance el valor de un
trauma. Por lo tanto, existe angustia sin el arquetipo del nacimiento.

La angustia se generó como reacción frente a un estado de peligro, en lo sucesivo se la


reproducirá regularmente cuando un estado semejante vuelva a presentarse.

Cuando un individuo cae en una nueva situación de peligro, fácilmente puede volverse
inadecuado al fin que responda con el estado de angustia, reacción frente a un peligro
anterior, en vez de emprender la reacción que sería la adecuada ahora. El carácter acorde a
fines vuelve a resaltar cuando la situación de peligro se discierne como inminente y es
señalada mediante el estallido de angustia. En tal caso, esta última puede ser revelada
enseguida por medidas más apropiadas. Así se separan dos posibilidades de emergencia de la
angustia: una desacorde con el fin, en una situación nueva de peligro; la otra; acorde con el fin,
para señalarlo y prevenirlo.
Solo pocos casos de la exteriorización infantil de angustia nos resultan comprensibles. Se
producen cuando el niño está solo, cuando está en la oscuridad y cuando halla a una persona
ajena en lugar de la que le es familiar (la medre). Estos tres casos se reducen a una única
condición, que se echa de menos a la persona amada.

La imagen mnémica de la persona añorada es investida sin duda intensivamente, y es probable


que al comienzo lo sea de manera alucinatoria. Pero esto no produce resultado ninguno, y
parece como si esta añoranza se trocara de pronto en angustia. Se tiene la impresión de que
esa angustia sería una expresión de desconcierto, como si este ser no supiera que hacer con su
investidura añorante. Así la angustia se presenta como una reacción frente a la ausencia de
objeto; en este punto se no imponen una analogía: en efecto, también la angustia de
castración tiene por contenido la separación respecto de un objeto estimado en grado sumo, y
la angustia más originaria (la angustia primordial del nacimiento) se engendró a partir de la
separación de la madre.

La reflexión no lleva más allá de esa insistencia en la perdida de objeto. Cuando el niño añora
la percepción de la madre, es solo porque ya sabe, por experiencia, que ella satisface sus
necesidades sin dilación. Entonces la situación que valora como peligro y de la cual quiere
resguardarse es la de la insatisfacción, el aumento de la tensión de necesidad, frente al cual es
impotente.

Con la experiencia de que un objeto exterior, aprehensible por vía de la percepción, puede
poner término a la situación peligrosa que recuerda al nacimiento, el contenido del peligro se
desplaza de la situación económica a su condición, la perdida de objeto. La usencia de la
madre deviene ahora el peligro, el lactante da la señal de angustia tan pronto como se
produce, aun antes que sobrevenga la situación económica temida. Esta mudanza significa un
primer gran progreso en el logro de la autoconservación, simultáneamente encierra el pasaje
de la reproducción involuntaria y automática de la angustia a su reproducción deliberada como
señal de peligro.

En ambos aspectos, como fenómenos automáticos y como señal de socorro, la angustia


demuestra ser producto del desvalimiento psíquico del lactante, que el obvio correspondiente
de su desvalimiento biológico

No queda espacio alguno para una abreacción del trauma del nacimiento y que no se descubre
otra función de la angustia que la de ser una seña para la evitación de la situación de peligro.
La pérdida del objeto como condición de la angustia persiste por todo un tramo. También la
mudanza de la angustia, la angustia de castración que sobreviene en la fase fálica, es una
angustia de separación y está ligada a idéntica condición. El peligro aquí es la separación de los
genitales.
Los progresos del desarrollo del niño, el aumento de su independencia, la división más neta de
su aparato anímico en carias instancias, la emergencia de nuevas necesidades, no pueden
dejar de influir sobre el contenido de la situación de peligro. Se persiguió su mudanza desde la
pérdida del objeto-madre hasta la castración y vemos el paso siguiente causado por el poder
del superyó. Al despersonalizarse la instancia paternal, de la cual se temía la castración, el
peligro se vuelve más indeterminado. La angustia de castración se desarrolla como angustia de
la conciencia moral, como angustia social. Es el castigo del superyó, la perdida d amor de parte
de él, aquello que el no valora como peligro y a lo cual responde con la señal de angustia.

La angustia es un estado afectivo que solo puede ser registrado por el yo. El ello no puede
tener angustia como el yo: no es una organización, no puede apreciar situaciones de peligro.
En cambio, es frecuente que en el ello se preparen o se consumen procesos que den al yo
ocasión para desarrollar angustia; de hecho, las presiones probablemente más tempranas son
motivadas por esa angustia del yo frente a procesos singulares sobrevenidos en el ello. Aquí se
distingue dos casos: que en el ello suceda algo que active a una de las situaciones de peligro
para el yo y lo mueva a dar la señal de angustia a fin de inhibirlo, o que en el ello se produzca la
situación análoga al trauma del nacimiento, en que la reacción de angustia sobreviene de
manera automática. Ambos casos pueden aproximarse si se pone de relieve que el segundo
corresponde a la situación de peligro primera y originaria, en tanto que el primero obedece a
una de las condiciones de angustia que derivan después de aquella. O para atenernos a las
afecciones que se presentan en la realidad: el segundo caso se realiza en la etiología de las
neurosis actuales, en tanto que en el primero sigue siendo característico de la psiconeurosis.

El peligro del desvalimiento psíquico se adecua al periodo de la inmadurez del yo, así como el
peligro de la perdida de objeto a la falta de autonomía de los primeros años de la niñez, el
peligro de castración a la fase fálica, y la angustia frente al superyó al periodo de latencia.
Todas estas situaciones de peligro y condiciones de angustia pueden prevenir lado a lado, y
mover al to a cierta reaccion de angustia aun en épocas posteriores a aquellas en que habría
sido adecuada, o varias de ellas pueden ejercer simultáneamente una acción eficaz

Potrebbero piacerti anche