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EL PECADO DEL ORGULLO

Lucas 18:9-14

También les dijo Jesús una parábola a los que presumían de buenos y despreciaban a los demás:
-Dos hombres fueron al templo a orar: el uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo se puso en pie, y empezó a orar de
una manera que más parecía que estaba hablando consigo mismo que con Dios: «¡Dios, te doy gracias porque no soy como los
demás, que son ladrones, injustos, adúlteros, y menos como ese publicano! Ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo
lo que gano, etc., etc." Pero el publicano se puso al final de todo, y no se atrevía ni a levantar la vista, sino que se daba sinceros
golpes de pecho y decía: «Dios, ten misericordia de este pecador que soy yo.» Os aseguro -siguió diciendo Jesús- que el
publicano se fue a su casa en paz con Dios más que el fariseo; y es que, el que se chulea con Dios se hunde hasta lo más bajo;
pero al que es humilde, Dios le tiende la mano y le levanta.

Los judíos religiosos practicaban la oración tres veces al día: a las 9 de la mañana, al mediodía y a las 3 de la tarde. Se
consideraba que la oración era más eficaz si se ofrecía en el templo, por lo cual el templo era frecuentado a esas horas. Jesús
nos presenta a dos personajes:
(i) El uno era fariseo. Realmente no oraba a Dios, sino consigo mismo. La verdadera oración se dirige solamente a Dios.
Cierto reportero norteamericano describió una vez la oración de un predicador como " la oración más elocuente que se haya
ofrecido jamás a una audiencia de Boston.» El fariseo estaba presentando sus credenciales delante de Dios. La ley judía no
prescribía más que un ayuno obligatorio, el del Día de la Expiación. Pero los que querían ganar méritos ayunaban también
todos los lunes y los jueves. Es curioso que esos eran los días de mercado cuando Jerusalén se llenaba de campesinos. Los que
ayunaban se ponían polvos para parecer más pálidos, y se vestían con cuidadoso descuido y salían a la calle para que los viera
el público. Los levitas tenían que recibir los diezmos de todos los productos (Num_18:21 ; Deu_14:22 ); pero este fariseo lo
diezmaba todo, hasta lo que no era de precepto.
Su actitud era la típica de los peores fariseos. Se conserva la oración de un cierto rabino que decía: «Te doy gracias, oh
Señor Dios, porque me has dado parte con los que se sientan en la Academia, y no con los que se sientan por las esquinas.
Porque yo madrugo, como ellos; pero yo para buscar las palabras de la ley, y ellos para cosas vanas. Yo trabajo, como ellos;
pero yo trabajo para recibir una recompensa, y ellos trabajan y no reciben ninguna recompensa. Yo corro, como ellos; pero yo
corro hacia la vida del mundo venidero, y ellos hacia el pozo de la destrucción.» Dijo una vez el rabino Simeón ben Yocai: «Si no
hay más que dos justos en el mundo, somos mi hijo y yo; y si no hay más que uno, ¡soy yo!»
El fariseo realmente no iba a orar; iba a informar a Dios de lo bueno que era.
(ii) El otro era publicano. Se quedaba al final, y no se atrevía ni a levantar la vista ante Dios. Aquí otra vez casi todas las
traducciones españolas de la Biblia pierden un importante matiz del original al traducir a mí, pecador; Bover-Cantera y Nueva
Biblia Española se acercan más con este pecador. El publicano dijo realmente: "¡Dios, ten misericordia de mí, el pecador»,
como si se considerara, no meramente un pecador, sino el pecador por antonomasia. Y Jesús dijo: "Y fue esa oración, surgida
de un corazón quebrantado y avergonzado de sí mismo, la que le granjeó la aceptación de Dios.»
No hay duda que esta parábola nos enseña ciertas cosas importantísimas acerca de la oración:
(i) Ningún orgulloso puede orar. La puerta del Cielo tiene el dintel tan bajo que no se puede entrar más que de rodillas.

No ya he de . gloriarme jamás, ¡oh Dios mío! de aquellos deberes que un día cumplí. Mi gloria era vana; confío tan sólo en
Cristo y su sangre vertida por mí.

JOSÉ M. DE MORA

(ii) Nadie que desprecie a sus semejantes puede orar. En la oración no nos podemos encumbrar por encima de los demás.
Recordamos que somos cada uno parte de una humanidad pecadora, doliente e indigna, que se arrodilla ante el trono de la
gracia de Dios.
(iii) La verdadera oración brota cuando colocamos nuestras vidas al lado de la vida de Dios. Sin duda todo lo que dijo el
fariseo era verdad: ayunaba; diezmaba meticulosamente; no era como los hombres que menciona, y menos como el publicano.
Pero la pregunta no es: «¿Soy yo tan bueno como mis semejantes?», sino: "¿Soy yo tan bueno como Dios?» Una vez hice un
viaje en tren a Inglaterra. Cuando pasábamos por los montes de Yorkshire vi una casa de campo enjalbegada que parecía
irradiar blancura inmaculada. Unos días después, al volver a Escocia, había nevado; y cuando vi la cabañita, me pareció sucia y
casi gris en comparación con la blancura virginal del paisaje.
Todo depende de con qué nos comparamos. Cuando ponemos nuestra vida al lado de la de Jesús y al lado de la santidad de
Dios, todo lo que podemos decir es: «Dios, ten misericordia de este pecador que soy yo.»
Parábola propia de Lc. Como los discípulos deberán sufrir mucho, para esto les es necesaria la oración, estando alerta para esta
venida. En el lugar paralelo del “Apocalipsis sinóptico” se vaticina todo esto, y se les recomienda para ello estar atentos,
“vigilantes” y “orar” (Luc_21:36 par.). Esta constante vigilancia por la oración es lo que inculca esta parábola, cuyo tema se
enuncia abiertamente al comienzo de ella: “Es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer.” No se trata de una oración
matemáticamente continua, pero sí muy asidua.
La parábola se centra en un juez acaso venal que no se molesta en hacer justicia a una pobre viuda. Ya los profetas
clamaban contra este abuso de los desvalidos. Pero ella urgía le resolviese su asunto, que en el contexto es favorablemente —
“hacer justicia” — , e insistentemente volvía a la carga. El mismo temió; le estaba molestando tanta insistencia. Por lo que se
decide a hacerle justicia, no sea que “finalmente venga y me dé más quebraderos de cabeza.”
Y Cristo saca la conclusión con un argumento “a fortiori”: Si por egoísmo los seres humanos hacen justicia, favores,
¡cuánto más Dios hará justicia!, por alusión a la parábola, pero con el significado de despachar favorablemente lo que piden, a
los “elegidos,” no en contraposición a reprobos, sino en el sentido vulgar y paulino de “fieles,” que asiduamente claman a él,
“aun cuando les haga pacientemente esperar” (μαχροθυμεΤ ). Esta última frase es discutida en su sentido preciso !. Sí, ante esa
oración perseverante, hará justicia, y prontamente, lo que no está en contradicción con la “espera.” Es un modo hiperbólico de
asegurar la certeza del logro de esa oración (Isa_65:24). Aquí termina la parábola. En ella hay expresiones paulinas; v. gr., “orad
siempre” (1Te_5:17; 2Te_1:11; Rom_1:10; Rom_12:12; Efe_3:13); “no perdáis ánimos” (2Te_3:13; 2Co_4:1.16, etc.). Pero la
segunda parte del versículo — “Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” — parece una adición
extraña. ¿En qué relación está con lo anterior? Parece estar en una relación conceptual de fondo, o lógica. La parábola enseña
la necesidad de una oración perseverante. Pero, a su vez, en el contexto de Lc viene situada aquí por la necesidad de la
“vigilancia” ante la venida del Hijo del hombre. A la hora de esta venida, se “enfriará la caridad de muchos” (Mat_24:12), y
aparecerán falsos profetas y falsos “cristos,” con portentos, que pretenderán engañar, si fuera posible, a los mismos
“elegidos” (Mar_13:22). Evocada por esto, aparece esta pregunta al final de la parábola, en la que se pide la perseverancia en
la oración, como insinuándose que por no atender a esta enseñanza, o si no se la atiende, en orden a esta perseverancia, esa
“frialdad de la caridad” podrá afectar a muchos 2.
La frase sobre la “justicia” (v.7) podría ser una alusión a las persecuciones de la Iglesia primitiva (cf. Luc_21:12;
Rev_6:9-11, etcétera). La reflexión final (v.8b), que, por razones filológicas, no parece ser de Lc 2, debe de tener aquí por
trasfondo la parusía
Si la parábola responde originariamente al cuadro anterior de la “venida del Hijo del hombre” ( Luc_17:22-37), aunque
el v. l8b tiene características de Lc, la parábola debió de referirse a la certeza de la providencia de Dios sobre los discípulos ante
las calamidades anunciadas y el temor o vacilaciones de éstos.
El sentido actual que tiene sobre la oración sería una adaptación como el medio ordinario para superar catástrofes (cf.
Luc_21:36) y lograr el éxito con su “paciencia” (Luc_18:7; cf. Luc_21:19). Ante la panorámica de la Iglesia primitiva, la Iglesia
la extendió y adaptó a sus necesidades.

Parábola del fariseo y el publicano. 18:9-14.


9
Dijo también esta parábola a algunos que confiaban mucho en sí mismos, teniéndose por justos, y despreciaban a los
demás. 10 Dos hombres subieron al templo a orar, el uno fariseo, el otro publicano. 11 El fariseo, en pie, oraba para sí de
esta manera: ¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, adúlteros, injustos, ni como este
publicano. 12 Ayuno dos veces en la semana, pago el diezmo de todo cuanto poseo. 13 El publicano se quedó allá lejos, y ni se
atrevía a levantar los ojos al cielo, y hería su pecho diciendo: ¡Oh Dios!, sé propicio a mí, pecador. 14 Os digo que bajó éste
justificado a su casa, y no aquél. Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.

Propia de Lc. El auditorio de esta parábola es distinto del auditorio de la anterior (v.1-9). Por eso, su unión con ella tiene por
razón el tema de la oración. Es un contexto lógico, sea de Lc o de la catequesis.
La finalidad de ella es enseñar el valor de la oración, pero con una condición esencial de la misma: la humildad. Es
condición esencial, pues todo el que pide ha de reconocer lo que no tiene. Cristo, según Lc, dijo esta parábola “a algunos que
confiaban mucho en sí mismos, teniéndose por justos, y despreciaban a los demás.” En la oración, pues, la actitud humilde es
lo que hace a Dios aceptarla, mientras que la actitud soberbia del que pide con exigencia, más o menos camuflada, Dios no la
escucha. Así termina la parábola con una sentencia, citada varias veces, pero que insertada aquí comenta el sentido del
intento: “El que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado” (cf. Luc_14:11; Mat_23:12).
v.9. Dos hombres suben al templo a orar. La escena presenta más bien una oración privada. Uno fariseo: soberbio,
engreído por la práctica material de la Ley; despreciador de los demás, por considerarlos pecadores. El fariseo se consideraba
siempre “el justo.” El publicano, alcabalero al servicio de Roma y predispuesto a negocios ilícitos, era considerado como gente
“pecadora,” odiada y despreciable.
v.11-12. La oración de pie era normal. No ora: relata sus necedades, porque sólo lo que refiere, aunque fuese verdad,
no evitaba el orgullo. Además alega obras de supererogación. Ayuna “dos veces” por semana. No había más obligación que el
ayuno anual del día de Kippur, el 9 del mes de abril. Pero los fariseos ayunaban los dias segundo y quinto de la semana. 3.
Pagaba, además, el diezmo de todo lo que vendía o adquiría (χτάομαι = adquirir; Lev_27:30-33; Deu_14:22-28). La versión de
la Vulgata (possideo) no es exacta.
Strack-Billerbeck escribe: “La oración puesta en boca del fariseo no es una invención tendenciosa, sino que expresa
perfectamente la realidad.” Como confirmación citan lo siguiente: “Te doy gracias Yahvé, Dios mío, porque Tú me has dado
parte con los que se sientan en la casa de la ciencia, y no con los que se sientan en las esquinas de las calles. Porque yo me
levanto temprano, y ellos se levantan temprano, yo me levanto temprano para estudiar la Torah, y ellos se levantan temprano
para atender a cosas sin importancia. Yo me fatigo y aprovecho con ello, mientras que ellos se fatigan sin ningún provecho. Yo
corro hacia la vida del tiempo futuro, y ellos corren hacia la hora de la desesperación.” 4
La oración del publicano, por su humildad, por reconocer lo que era ante Dios, pecador, sin levantar los ojos ni las
manos al cielo, como era normal, y pedirle misericordia, le trajo la justificación. En cambio, la exhibición del fariseo, que
alegaba ante Dios sus obras como si fuesen suyas, engreyéndose en su complacencia, no le trajo la “justificación,” que es el
único término que aquí se compara (2Sa_19:44 [LXX]; Sal_45:8; Rom_1:25). No le justifican sus obras solas. Conceptual y
redaccionalmente se pensaría en Pablo. Es el único pasaje evangélico en que sale con este sentido esta palabra. Su
construcción semita hace ver que sus raíces son la predicación de Cristo.
¿Cuál es su sentido original? Pues su redacción es cristiana. La oración del fariseo, conforme a la mentalidad de
“premios temporales” a la virtud en el A.T., era un acto de gratitud a Dios. ¿Qué ha hecho, pues, de mal el fariseo? ¿Y qué
había hecho el publicano para reparar su culpa? (J. Jeremías). La enseñanza original — la redacción cristiana es una
potencialización histórica — es hacer ver el verdadero sentido del amor de Dios en el A.T., destacando, conforme a la
valoración profética interpretativa (cf. Sal 51), el valor del arrepentimiento y la desestima de las simples obras si no van
vivificadas por el “espíritu.”
El v.14b es discutido su sentido original aquí; aparece en otros contextos (Mat_23:12; Mat_18:4) y se le da un tono de
“ética vulgar” (Dibelius), que no parece estar a tono con el sentido original de la parábola, aunque, como adición “sapiencial”
sintetiza este caso y alerta ante otros.

BLA Notes:

[=] * Mt 18:4 * Mt 23:12 * Lc 14:11 * Mt 19:1 * Mc 10:1 * Mt 5:32 * Lc 16:18 *Mt 16:15 *Pro 21:2 *Mt 6:1
*Mt 23:22

[.] Los fariseos ponían mucho empeño en cumplir la Ley de Dios y multiplicaban los ayunos y las obras de misericordia.
Muchos, desgraciadamente, se atribuían a sí mismos el mérito de su vida tan ejemplar sus obras buenas obligaban a Dios a que
los premiara. El publicano, en cambio, se reconoce pecador ante Dios y ante los hombres, y no pide más que su perdón. Y
Jesús nos dice que estaba en gracia de Dios cuando volvió a su casa (el texto dice que estaba <justificado>, es decir, tal como
Dios quería verlo). Jesús habló para algunos que se vanagloriaban de ser justos (9), lo que se opone a <justificado> del
versículo 14. La Biblia llama justos a aquellos cuya vida está en orden delante de Dios porque observan su Ley; así es como en
Mt 1,19 y en Lc 1,6 José y Zacarías son llamados justos. Sin embargo, en muchos lugares, se concede una gran importancia a los
hechos exteriores que hacen <justo> al hombre, y entre los fariseos como en cualquier otro grupo religioso que sea al mismo
tiempo un partido o un grupo social, eso quería decir que se era una persona <decente>. Jesús nos invita a la humildad si
queremos tener la única <justicia> o rectitud que vale a los ojos de Dios, pues no se trata de adquirirla a fuerza de méritos y de
prácticas religiosas, sino de recibirla de Dios como un don que otorga a los que de él esperan el perdón y la santidad. No es
pura casualidad que esta parábola se encuentre en Lucas, el discípulo de Pablo, pues justamente Pablo, el fariseo convertido,
vuelve una y otra vez a lo que constituye la verdadera justicia del cristiano. Lo que Dios quiere para nosotros es tan grande que
nunca lo adquiriremos a costa de prácticas religiosas o de buenas obras pero Dios lo da todo si confiamos en él (véase Rom 4).
No es tampoco por pura casualidad que Jesús nos presenta a un fariseo que sólo sabe compararse con otra persona para
encontrarse mejor que ella. Ahí es donde el demonio aguarda a todas las personas y a todos los grupos cristianos que se
enorgullecen de haber elegido un camino de conversión. Doquiera se vea la Iglesia dividida, sea por motivos políticos o
religiosos, una de las razones que hacen que esta situación se mantenga es porque permite compararse unos con otros y
sentirse mejores que los del otro grupo. Es muy difícil formar parte de un grupo de <convertidos> sin mirar con compasión y
superioridad a los demás hermanos cristianos que no tomaron el mismo camino.
La parábola que queda trascrita está estrechamente enlazada con la que le precede. La parábola de la viuda nos enseña á
perseverar en la oración: la parábola del fariseo y el publicano nos enseña qué especie de oraciones debemos hacer. Con la
primera se nos exhorta á orar y no desalentarnos: con la segunda se nos indica cómo hemos de orar. Sobre ambas debe
meditar á menudo todo cristiano verdadero.
Notemos, en primer lugar, contra qué pecado es que nos previene el Señor en estos versículos. No es difícil de determinar.
San Lucas nos refiere de una manera explícita que él dijo esta parábola á "unos que confiaban en sí como justos y
menospreciaban á los otros." El pecado contra el cual habló nuestro Señor fue, pues, el de la confianza en nuestra propia
justicia, ó sea la creencia de que nuestros méritos son suficientes para granjearnos el favor del cielo.
Todos estamos inclinados por naturaleza á creernos justos. Falta es esta de que adolecemos todos los hijos de Adán.
Desde el más noble hasta el más humilde, todos nos creemos mejores de lo que en realidad somos. En nuestro interior nos
halagamos con la idea de que no somos tan malos como otros, y que hay algo en nosotros que nos hace dignos de las
bendiciones de Dios. "Muchos hombres pregonan cada cual el bien que han hecho." Pro_20:6. Y olvidamos lo que dicen las
Escrituras: "Todos ofendemos en muchas cosas." "No hay hombre justo sobre la tierra, que haga bien, y nunca peque." "¿Qué
cosa es el hombre para que sea limpio, y que se justifique el nacido de mujer?" Jam_3:2; Ecles. 7:10; Job_15:14.
El mejor remedio que el hombre puede emplear contra este pecado es el conocimiento de sí mismo. Si el Espíritu ilumina
nuestro entendimiento y nos hace ver tales como somos, es bien seguro que dejaremos de hacer alarde de nuestra bondad.
Si examinamos nuestro corazón y estudiamos la ley de Dios, no volveremos jamás á jactarnos, mas antes bien, exclamaremos
como el leproso: "¡Inmundo!, ¡Inmundo!" Lev_13:45.
Notemos, en seguida, qué oración condenó nuestro Señor. Refiéresenos que el fariseo dijo: "Dios, te hago gracias que no soy
como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros; ni aun como esta publicano. Ayuno dos veces en la semana: doy
diezmos de todo lo que poseo..
Esta oración tiene un defecto, defecto tan patente que hasta un niño podría notarle, es á saber: que no es la expresión de un
alma oprimida por el pecado y por el dolor. No contiene ni confesión, ni petición, ni reconocimiento de culpa alguna, ni deseo
de obtener gracia y misericordia. No es sino la manifestación jactanciosa de méritos imaginarios. No expresa ni contrición, ni
humildad, ni amor hacia el prójimo. En una palabra, no merece el nombre de oración.
La condición espiritual del fariseo era peligrosa en verdad, Cuando la parálisis se apodera del cuerpo, este queda en un estado
bien triste; cuando el hombre no reconoce sus pecados, está en gran riesgo de perderse. El que quiera evitar tamaña
calamidad es preciso que deje de compararse con sus semejantes. Todos somos imperfectos é indignos á los ojos de Dios. "Si
quisiéremos contender con él, no le podremos responder á una cosa de mil..
Notemos, en tercer lugar, qué oración alabó Jesús. Esa oración era totalmente distinta de la del fariseo. Se nos dice que el
publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo; mas hería su pecho, diciendo: "Dios ten misericordia de mí
pecador." Nuestro Señor expresó explícitamente su opinión á favor de esta oración. He aquí las palabras que salieron de sus
divinos labios: "Os digo que este descendió á su casa justificado más bien que el otro..
La oración del publicano llena cinco requisitos importantes. Primero el de contener una petición: una oración que consiste
solo en acción de gracias es radicalmente deficiente--puede sentar bien en los labios de un ángel más no en los de un pecador.
Segundo, el de ser individual y directa: el publicano no mencionó á su prójimo, sino á sí mismo. La vaguedad é
indeterminación son faltas que afean la religión de muchos hombres. Cuando en lugar de decir "nosotros" y "nuestro" se dice
"yo" y "mí" se ha dado un gran paso hacia adelante. Tercero, el de ser humilde: el publicano confesó claramente que era
pecador. He aquí el A, B, C, del Cristianismo. No es sino cuando confesamos que somos malos, que podemos llegar á ser
buenos. Cuarto, el de implorar misericordia ante todas cosas, y manifestar fe en la gracia de Dios. Gracia y misericordia, he
aquí lo que hemos de pedir diariamente. Quinto, y último, el de emanar del corazón. El publicano se sintió profundamente
conmovido al elevar sus ruegos: se daba golpes de pecho, lo cual indicaba que estaba agitado por emociones que no y
humillado. Meditemos mucho sobre estas cosas.
Notemos, por último, cuánto alaba nuestro Señor la humildad en estos versículos. He aquí sus palabras: "Cualquiera que se
ensalza será humillado; y el que se humilla será ensalzado..
El principio que estas palabras expresan se encuentra á cada paso en las Escrituras, y debiera, por tanto, estar profundamente
grabado en nuestra memoria. Tres veces distintas y en distintas ocasiones pronunció nuestro Señor las palabras citadas. Quiso
que tuviésemos siempre en cuenta que la humildad es una de las primeras virtudes que deben caracterizar al cristiano.
Abrahán, Jacob, Moisés, David, Job, Isaías y Daniel la poseyeron en alto grado.
No podemos terminar este pasaje sin reconocer cuánto consuelo ofrece á todos los que se sienten apesarados por sus
pecados, é imploran á Dios misericordia por amor de Cristo. ¿Son sus pecados muchos y muy negros? ¿Les parece que sus
oraciones son incoherentes, mal expresadas y faltas de fervor? Que recuerden al publicano y cobren ánimo.
9 Dijo también, para algunos que presumían de ser justos y menospreciaban a los demás, esta parábola:

Los rasgos con que se caracteriza a «algunos» que confían en sí mismos, están tomados del retrato de los fariseos. Los fariseos
han pasado ya a la historia; no se los menciona; sin embargo, también en la Iglesia existe la propensión velada a presentar a
Dios los propios méritos en el cumplimiento de la ley, a invocar las propias obras y a afirmar los propios derechos frente a Dios.

La seguridad con que los fariseos pretenden ser justos, agradar a Dios y dar por descontada su entrada en el reino de Dios, se
basa en el propio rendimiento, en la confianza en sí mismos. Quien así piensa, menosprecia a los que no pueden invocar tales
méritos. E1 fariseo desprecia al pueblo ordinario, porque no cumple la ley, dado que no conoce la ley y no tiene idea de su
interpretación (Jua_7:49). La propia justicia se constituye en medida y criterio para examinar a los otros, para exhortarlos,
alabarlos, despreciarlos y reprobarlos. La condena de los otros se convierte en condena de uno mismo (Jua_6:37).

10 Dos hombres subieron al templo para orar: el uno era fariseo y el otro publicano. 11 El fariseo, erguido, oraba así en su
interior: ¡Oh Dios! Gracias te doy, porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como
ese publicano. 12 Ayuno dos veces por semana; doy el diezmo de todas las cosas que poseo.

Hay un craso contraste entre estos dos hombres que suben al templo. Los dos tienen una misma meta: el templo; una misma
voluntad: la de orar; un mismo deseo profundo: ser justificados en el juicio de Dios, poder salir airosos del juicio de Dios. Y sin
embargo, ¡qué contraste tan grande!

Los dos oran. Oran en su interior, a media voz (cf.lSam 1,13). Lo que expresan en la oración, lo dicen con plena convicción. El
orante está delante de Dios, que todo lo sabe (Mat_6:8). El fariseo está erguido; en el judaísmo se ora de pie (Mar_11:25). Ora
en su interior, para sí, como cuchicheando, no a grandes voces delante de los hombres, con alguna exageración. Lo que dice
revela su estado de ánimo interior. La oración judía es ante todo acción de gracias y alabanza; su oración es tal como lo exige
su doctrina. El fariseo es «justo».

En su acción de gracias se hace patente la confianza en su propia justicia y su desprecio de los otros. Ya no soy como los demás
hombres. El fariseo no es ladrón, injusto, adúltero, observa la ley. Va más allá de la ley y hace buenas obras, obras de
supererogación. La ley impone el ayuno sólo el día de la expiación (Lev_16:29); el fariseo ayuna dos veces por semana, el lunes
y el jueves, a fin de expiar por las transgresiones de la ley por el pueblo. Ni siquiera viola la «cerca de la ley»; por eso da el
diezmo de todo lo que posee (Mat_23:23), aunque no está obligado a pagar diezmo por la compra de trigo, mosto y aceite; los
que estaban obligados eran los cultivadores (Deu_12:17). Quiere estar seguro de no hacer nada que le exponga a traspasar los
límites de la ley. Hubo también salmistas devotos que enumeraron en la oración sus buenas obras (Sal 17[16],2-5); pero en la
oración del fariseo pasa pronto Dios a segundo término: el fariseo lo olvida; lo que importa es el yo: Yo no soy como los demás
hombres, yo ayuno, yo pago el diezmo... Los demás hombres son el fondo oscuro del espléndido autorretrato. En esta oración
se revela uno que se tiene por justo y menosprecia a los otros.

13 En cambio, el publicano, quedándose a distancia, no quería levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho
diciendo: ¡Oh Dios! Ten misericordia de mí, que soy pecador.

Quien se llama fariseo se constituye orgullosamente en un ser aparte: «Yo te doy gracias, Señor, Dios mío, porque me has dado
participación entre los que se sientan en la casa de la doctrina (en la sinagoga), y no con los que andan por los rincones de las
calles... Yo corro, y ellos corren; yo corro con vistas a la obra del mundo futuro, y ellos corren con vistas al pozo del foso.»
También el publicano es un ser aparte, es un segregado, esquivado y repudiado como pecador por los buenos. Se queda lejos,
pues no merece presentarse entre las personas religiosas. No osa levantar los ojos a Dios, pues el que no es santo no soporta la
mirada del Dios santo. Se golpea el pecho, donde tiene la sede su conciencia, pues se lamenta de su propia culpa. Su oración
consta de muy pocas palabras, de la invocación «¡Oh Dios!», de la súplica «Ten misericordia de mí» -que recuerda el salmo
miserere (Sal 51[50],3)- y de la confesión de que es pecador. La situación del publicano era desesperada. Según las enseñanzas
de los fariseos, debía restituir lo que había adquirido injustamente, y además dar un quinto de la propiedad, si quería esperar
perdón. El publicano sólo podía esperar que Dios aceptara su «corazón contrito» (Sal_51:19) y por su misericordia le perdonara
su pecado.
14 Yo os digo que éste descendió a su casa justificado, y aquél no; porque todo el que se ensalza será humillado, pero el que
se humilla será ensalzado.

¿Quién es justo en el juicio de Dios? El fariseo es de una exactitud escrupulosa en el cumplimiento de los muchos y difíciles
preceptos de la ley, el publicano es colaborador con los enemigos del pueblo y engañadores. Jesús conoce el juicio de sus
oyentes y le contrapone su juicio sorprendente, desconcertante e inaudito: Yo os digo. él es profeta de Dios. Su juicio es juicio
de Dios. El publicano es declarado justo delante de Dios, y así, justificado, se va a su casa.

¿Y el fariseo? El publicano se va a casa, justificado, no como aquél. ¿Es que con esto se compara la justicia del fariseo y la del
publicano y se antepone la justicia del publicano a la del fariseo? ¿O es que Jesús va más hondo? ¿Rehúsa acaso
absolutamente al fariseo la justicia que atribuye al publicano? Ya el primer juicio sería bastante escandaloso, pues esto querría
decir que Dios se complace más en el pecador arrepentido que en el justo con sus muchos méritos y su seguridad de sí mismo.
Pero si rehúsa la justicia al fariseo, este juicio sólo puede aterrorizar. ¿De qué sirven entonces los méritos adquiridos? Cristo
entendió así sus palabras. «Aquello que es alto entre los hombres, es abominación ante Dios» (Sal_16:15). El hombre alcanza la
justicia no por su propio esfuerzo, sino por un don de Dios. El hambre y sed de justicia es saciado por el don del reino de Dios
(Mat_5:3). ¡Qué frágil es, pues, toda justicia y santidad humana (Mat_5:20) si no interviene Dios y otorga su justicia! Quien se
hace cargo de esto deja de despreciar a los demás.

La parábola del fariseo y del publicano se cierra con una sentencia que aparece en el Evangelio una vez aquí, otra vez allá
(Mat_14:11; Mat_23:12). El hombre que pone su confianza en sí mismo, se ensalza; el juicio de Cristo, que anticipa el juicio
definitivo de Dios, lo humilla. El que se humilla, reconoce su insuficiencia y se pone por debajo de los demás, es ensalzado por
el juicio de Jesús. Dios mismo lo justifica cuando sobreviene el juicio.

Luke 18:9-14
(9-14) Peculiar de Lucas. En el pensamiento de Cristo se trata de rechazar la teología farisea de la justificación por las obras (de
la ley), reflejada en la actitud del fariseo; y enseñar la justificación por la misericordia de Dios como don gratuito, expresado en
la actitud del publicano, que, no teniendo obras en que confiar, pone su confianza en Dios. Dos parábolas que inculcan la
perseverancia y la humildad.

San Agustín, De verb. Dom. serm. 36


Como la fe no es propia de los soberbios, sino de los humildes, añadió a todo lo dicho anteriormente la parábola de la
humildad en contra de la soberbia. Por esto dice: "Y dijo también esta parábola a unos que confiaban en sí mismos", etc.

Teofilacto
Como la soberbia atormenta las mentes de los hombres más que las otras pasiones, aconseja respecto de ella con el mayor
interés. La soberbia es el menosprecio de Dios. Cuando alguno se atribuye las buenas acciones que ejecuta y no a Dios, ¿qué
otra cosa hace más que negar a Dios? La causa que tienen para confiar en sí mismos, consiste en no atribuir a Dios lo bueno
que hacen, por cuya razón el Señor propone esta parábola, para los que le menosprecian por los demás. Así queda claro la
justicia, aun cuando aproxime los hombres a Dios, si va acompañada de la soberbia, arroja al hombre al abismo, por lo que
sigue: "Dos hombres subieron al templo a orar", etc.

Griego o Asterio, in Cat. graec. Patr


Con la viuda y el juez el Señor nos enseñó la diligencia de la oración. Ahora nos enseña por el fariseo y el publicano el modo de
dirigirle nuestras súplicas, para que no sea infructuosa la oración. El fariseo fue condenado porque oraba sin atención. Y
prosigue: "El fariseo estando en pie, oraba en su interior de esta manera".

Teofilacto
Cuando dice que está de pie indica el orgullo de su alma, porque aparecía muy soberbio aun en su actitud.

San Basilio
Dice también: "Oraba en su interior", como si no orase delante de Dios; porque se volvía a sí mismo por el pecado de la
soberbia. Sigue pues: "Dios mío, gracias te doy".

San Agustín, ut sup


No es reprendido porque da gracias a Dios, sino porque no deseaba ya nada para sí. Luego ya estás lleno ya abundas, no hay
para qué digas (Mat_6:12): perdónanos nuestras deudas. ¿Qué sucederá, pues, al impío que se opone a la gracia, cuando es
reprendido el que las da con soberbia? Oigan los que dicen: Dios me ha hecho hombre y yo me hago justo. ¡Oh fariseo, el peor
y el más detestable, que se llamaba a sí mismo justo, con soberbia y después daba gracias a Dios!

Teofilacto
Observa el orden de la oración del fariseo. En primer lugar citó lo que le faltaba; después añade lo que tenía; sigue, pues:
"Porque no soy como los demás hombres".

San Agustín, ut sup


Si solamente dijese "como muchos hombres"; pero ¿qué quiere decir los demás hombres, sino todos, excepto él mismo? "Yo,
dijo, soy justo, los demás hombres son pecadores".

San Gregorio, Moralium 23,7


De cuatro maneras suele demostrarse la hinchazón con que se da a conocer la arrogancia. Primero, cuando cada uno cree que
lo bueno nace exclusivamente de sí mismo; luego cuando uno, convencido de que se le ha dado la gracia de lo alto, cree
haberla recibido por los propios méritos; en tercer lugar cuando se jacta uno de tener lo que no tiene y finalmente cuando se
desprecia a los demás queriendo aparecer como que se tiene lo que aquéllos desean. Así se atribuye a sí mismo el fariseo los
méritos de sus buenas obras.

San Agustín, ut sup


Y como el publicano estaba cerca de él, se le presentaba ocasión para aumentar su orgullo. Prosigue: "Así como este
publicano". Como diciendo: Yo soy único, éste es como los demás.

Crisóstomo, serm. De fariseo et De publicano


Toda la naturaleza humana no bastó a su menosprecio, sino que se refirió también al publicano. Su falta habría sido menor si le
hubiese exceptuado, pero en esta ocasión con una sola palabra ofende a los ausentes y lacera la herida del que está presente.
Porque la acción de gracias no es una agresión en contra de los demás. Cuando das gracias a Dios, sólo El debe bastar para ti.
No te dirijas a los demás hombres ni condenes a tu prójimo.

San Basilio
El orgulloso se diferencia del calumniador sólo en la apariencia. Este se ocupa de ofender a los demás y aquél de ensalzarse a sí
mismo por su excesivo orgullo.

Crisóstomo, ut sup
El que calumnia a los demás hace muchos males para sí y para otros. En primer lugar hace mal a quien le oye, porque si es
pecador, hace que se alegre, porque ha encontrado un compañero de culpabilidad, y si es justo hace que se enorgullezca,
porque al ver las faltas ajenas se cree aun mejor. También ofende en segundo lugar a toda la Iglesia, porque todos los que le
oyen no sólo censuran al que faltó, sino que también incluyen en su menosprecio a la religión cristiana. En tercer lugar, da
ocasión a que se blasfeme de Dios; porque así como el nombre de Dios es alabado cuando obramos bien, así también es
blasfemado cuando pecamos. En cuarto lugar confunde a aquél que oyó la ofensa, haciéndole más petulante y enemigo suyo. Y
en quinto lugar hace ver que merece castigo por las palabras pronunciadas.

Teofilacto
Conviene, pues, no sólo evitar el mal, sino también obrar el bien. Por tanto, habiendo dicho: "No soy como los otros hombres,
robadores, injustos, adúlteros", añade en contraposición: "Ayuno dos veces en la semana". La palabra sábado en latín
representa aquí toda la semana a partir desde el último día de descanso. Los fariseos, pues, ayunaban los lunes y los jueves.
Opuso los ayunos al crimen del adulterio; porque de la voluptuosidad viene la lascivia. A los ladrones y a los injustos opuso las
décimas; porque dice: "Doy el décimo de todo lo que poseo". Como diciendo: Rehuyo los robos y las malas acciones y doy mis
propios bienes.

San Gregorio, Moralium 19,17, super Iob 29,14


Con esto abrió la ciudad de su corazón, por su orgullo, a los enemigos que la sitiaban, la que en vano cerró por la oración y el
ayuno; que son inútiles todas las fortificaciones, cuando carece de ellas un punto por el que puede entrar el enemigo.
San Agustín, ut sup
Observa sus palabras y no encontrarás en ellas ruego alguno dirigido a Dios. Había subido en verdad a orar, pero no quiso rogar
a Dios, sino ensalzarse a sí mismo, e insultar también al que oraba. Entre tanto el publicano, a quien alejaba su propia
conciencia, se aproximaba por su piedad. Por esto sigue: "Mas el publicano, estando lejos".

Teofilacto
Aun cuando se dice que el publicano estaba de pie, se diferenciaba del fariseo no sólo en las palabras y en su actitud, sino
también en la contrición de su corazón. Porque se avergonzaba de levantar sus ojos al cielo, creyendo que eran indignos de ver
lo de lo alto, aquellos ojos que prefirieron buscar y mirar las cosas de la tierra. Por esta razón se daba golpes de pecho. Sigue,
pues: "Sino que hería su pecho", como para castigar su corazón por sus malos pensamientos y despertarle de su sueño, por lo
que no pedía que otro se apiadase de él sino Dios. Por esto sigue: "Diciendo: Dios mío, muéstrate propicio a mí, pecador".

Crisóstomo, ut sup
Había oído decir: "porque no soy como este publicano" (Lc 11), y este no se había indignado, antes bien se había movido más a
la contrición. El primero había descubierto su herida, pero éste busca su medicina. Por tanto, que ninguno diga aquellas
palabras frías: no me atrevo, tengo vergüenza, no puedo pronunciar palabra. Este respeto es propio del diablo. El diablo quiere
cerrarte las puertas que dan acceso a Dios.

San Agustín, ut sup


¿Por qué te admiras si Dios le perdona, cuando él mismo lo sabe? Estaba lejos y, sin embargo, se acercaba a Dios, y el Señor le
atendía de cerca. El Señor está muy alto y, sin embargo, mira a los humildes (Sal_137:6). Y no levantaba sus ojos al cielo y no
miraba para que se le mirase. Su conciencia le abatía; pero su esperanza le elevaba. Hería su pecho y se castigaba a sí mismo.
Por tanto, el Señor le perdonaba, porque se confesaba. Habéis oído al acusador soberbio y al reo humilde, oid ahora al Juez
que dice: "Os digo que éste y no aquél, descendió justificado a su casa".

Crisóstomo, ut sup
En este sermón propone dos conductores y dos carros en un sitio. En uno la justicia unida a la soberbia, en el otro el pecado
con la humildad. El del pecado se sobrepone al de la justicia, no por sus propias fuerzas, sino por la virtud de la humildad que
lo acompaña. El otro queda vencido, no por la debilidad de la justicia, sino por el peso y la hinchazón de la soberbia. Porque así
como la humildad supera el peso del pecado y saliendo de sí llega hasta Dios, así la soberbia, por el peso que toma sobre sí,
abate la justicia. Por tanto, aunque hagas multitud de cosas bien hechas, si crees que puedes presumir de ello perderás el fruto
de tu oración. Por el contrario, aun cuando lleves en tu conciencia el peso de mil culpas, si te crees el más pequeño de todos,
alcanzarás mucha confianza en Dios. Por lo que señala la causa de su sentencia cuando añade (Sal_50:19): "Porque todo el que
se ensalza será humillado y el que se humilla, será ensalzado". El nombre de humildad tiene diferentes significados. La
humildad es cierta virtud, según las palabras de David: "Oh Dios, no desprecies el corazón contrito y humillado". La humildad
está junta con los trabajos, según aquellas palabras (Sal_142:3): "Humilló en la tierra mi vida". Hay también humillación en el
pecado de la soberbia y de la insaciabilidad de riquezas. ¿Qué cosa hay más humillante que esclavizarse, envilecerse y
rebajarse por las riquezas, considerando grandes estas cosas?

San Basilio
También existe un orgullo laudable, que consiste en que, no pensando en lo vil, se haga el alma magnánima, elevándose en la
virtud. Tal elevación del alma consiste en dominar las tristezas y en soportar las tribulaciones con noble fortaleza, en el
menosprecio de las cosas terrenas y el aprecio de las del cielo y se observa que esta grandeza de alma se diferencia de la
arrogancia que nace del orgullo, como se diferencia la robustez de un cuerpo sano de la obesidad del que está hidrópico.

Beda
El fariseo, en realidad, es el que representa al pueblo judío, el cual ensalzaba sus méritos por la justicia de la ley; y el publicano
al pueblo gentil, que estando lejos de Dios, confiesa sus pecados. El uno se retira humillado por su orgullo y el otro mereció
acercarse y ser ensalzado por lamentar sus faltas.

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