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Drones, la otra cara de la historia

Con una triste fama por su indiscriminado uso militar, especialmente por las
fuerzas armadas de Estados Unidos, los vehículos volantes no tripulados
comienzan a utilizarse en diversas esferas de la vida civil
Amaury E. del Valle 
informatica@juventudrebelde.cu
5 de Marzo del 2014 22:09:02 CDT

A comienzos de este curso, los estudiantes de Periodismo de la Universidad de


Missouri, en Estados Unidos, debieron matricular una nueva asignatura: el vuelo
periodístico de J-Bots.
No se trata de una asignatura convencional desde ningún punto de vista, y
aparentemente no tiene nada que ver con el Periodismo, pues se trata de que
los alumnos aprendan a volar drones, o sea, vehículos no tripulados operados
por control remoto.
La idea se debe a Bill Allen, profesor de Periodismo y pionero del curso, quien
afirmó a la prensa que en el futuro los periodistas deberán utilizar estos
recursos para desarrollar su labor como reporteros, tanto en escenarios de
catástrofes, como en posibles investigaciones.
Aunque para algunos pueda parecer algo demasiado futurista, lo cierto es que
poco a poco los drones están comenzando a dejar atrás la mala fama que les
dio su extensivo uso en operaciones militares, donde muchas veces han estado
involucrados en la muerte injustificada de civiles.
Ahora ya comienza a verse su uso más extensivo en disímiles contextos, tanto
para investigaciones científicas, en operaciones de rescate y salvamento, en el
mundo del cine y la televisión e incluso como costosos juguetes.
Tampoco andan únicamente por el cielo, sino que han surgido modelos
terrestres y hasta acuáticos, ya que como tales, los drones constituyen un
concepto muy abarcador.
Su tamaño y peso también se ha simplificado, y ya existen en forma de grandes
aviones o tan minúsculos como una libélula.
Algunos no tan soñadores creen, incluso, que sustituirán a los hombres en casi
todas las labores de riesgo.
Reportero robot
La clase de Periodismo utilizando drones voladores del profesor Allen es, como
él mismo alega, una especie de laboratorio para explorar el potencial de
crecimiento de la utilización de aviones no tripulados con fines periodísticos.
Los J-Bots pueden ser del tamaño de una pelota de baloncesto y pesan solo un
kilogramo. Cada uno tiene patas largas, pequeños motores con hélices y está
equipado con una cámara ligera de alta definición GoPro.
No son tan caros como se piensa, pues un avión no tripulado de pequeño
formato cuesta 500 dólares en una tienda especializada y dotarlo con una
GoPro amerita una inversión similar, así que el equipamiento completo rondaría
los mil o 2 000 dólares, similar a lo que puede costar el instrumental básico de
un fotógrafo de prensa.
No obstante, sería equivocado pensar que se trata de una tecnología simple,
pues el gran escollo de los drones radica, más que en el precio, en las licencias
necesarias que se deben obtener para posibilitar que estos vuelen.
Aun así se trata de una industria en expansión, según un estudio citado por la
Asociación Internacional de Sistemas de Vehículos No Tripulados (Auvsi, por sus
siglas en inglés), el cual afirma que la industria de aviación no tripulada
generaría en Estados Unidos cerca de 70 000 EMPLEOS  en los próximos tres
años, y una cifra muy jugosa de ventas.
La clave está en que los drones han saltado de la vida militar a la civil con
mucha rapidez y gran éxito, al punto de que amazon.com, el más grande sitio
de subastas y ventas por Internet de Estados Unidos, ha presentado un
programa piloto con vehículos volantes no tripulados para entrega de productos
a domicilio.
De extenderse la idea y aprobarse, e incluso aplicarse en otros países, habrá
que preguntarse si quizá más pronto de lo que esperamos estaremos recibiendo
en casa una jaba de malanga y plátano que un amable drone volador nos trajo
desde el agromercado más cercano.
Rastro de sangre
Aunque un estudio conjunto de las universidades de Stanford y Nueva York
logró determinar que los drones se usaron por vez primera contra objetivos
terroristas en Paquistán en 2004, en el noroeste del país, lo cierto es que su
invención tenía más de un siglo.
Ya en fecha tan temprana como 1917, el ingeniero Charles Kettering, de
General Motors, había desarrollado un biplano no tripulado preprogramado que,
accionado por un mecanismo de relojería, debería plegar las alas en un lugar
programado y caer sobre el enemigo como una bomba.
Aunque nunca fue utilizado en combate y el proyecto quedó en el olvido, en
1933 se hizo la primera prueba exitosa en el Reino Unido del primer UAV Queen
Bee, desarrollado a partir del biplano Fairey Queen. Este se controlaba por
control remoto desde un barco y llegó a ser usado en la Real Marina británica
como un avión-blanco desde 1934 hasta 1943 y con fines de exploración.
No obstante, el primer drone producido en serie a gran escala fue el
estadounidense Radioplane OQ-2, que sirvió como blanco volante para la
formación de pilotos en la Segunda Guerra Mundial, e incluso llegó a efectuar
varios vuelos de reconocimiento en territorio enemigo.
También la Unión Soviética tuvo entre 1930 y 1940 su propio drone planeador
armado con torpedo PSN-1 y 2, que logró poseer un modelo avanzado con
alcance de cien kilómetros y una velocidad de 700 kilómetros por hora.
Alemania fue uno de los países que más avanzó en este campo, pues sus
ingenieros militares desarrollaron varias armas guiadas por radio, incluyendo
bombas Henschel Hs 293 y Fritz X, misiles Enzian y hasta grandes aviones
cargados de explosivos también controlados remotamente.
Muchas de estas armas fueron utilizadas con éxito contra barcos e incluso como
misiles Crucero, como el caso del FAU-1, que con un motor de propulsión a
chorro se lanzaba tanto desde aviones como desde tierra.
Luego de la Segunda Guerra Mundial la investigación y producción de drones se
ralentizó sin detenerse del todo, aunque siguió siendo casi exclusiva del mundo
militar.
Quizá el ejemplo más divulgado, pues pronto salieron a la luz, fueron los
famosos aviones espía no tripulados U-2, ampliamente usados por Estados
Unidos en el contexto de la Guerra Fría.
No sería hasta la primera guerra del Golfo, a principios de la década de los 90
del siglo pasado, y especialmente después de las agresiones a Iraq y Afganistán
tras el derribo de las Torres Gemelas, a principios de siglo, cuando el programa
de drones militares comenzaría a tener una sangrienta fama, por ser
ampliamente aplicados en «bombardeos selectivos».
Su propagandizado uso por las fuerzas armadas y servicios de inteligencia de
Estados Unidos, no solo en operativos de reconocimiento, sino en polémicos
ataques contra blancos humanos de supuestos terroristas en varios lugares del
Medio Oriente y Asia, ha dejado una triste estela de muerte.
Dirigidos por control remoto, a veces desde miles de kilómetros, con demasiada
frecuencia estos aparatos son incapaces de distinguir entre aliados o enemigos,
o de diferenciar a civiles de combatientes, y lo que es peor, se ha demostrado
que pueden ser hackeados con relativa facilidad.
Uno de los casos más reveladores ocurrió en 2011, cuando las fuerzas aéreas
de Irán «aterrizaron» a un drone-espía RQ-170 Sentinel, tras haber vulnerado su
sistema de control remoto.
Por suerte, el estigma de «máquinas de muerte» comienza a ser superado,
especialmente porque su uso en contextos civiles demuestra que no hay
tecnología buena o mala, sino que es el hombre el que le da un uso incorrecto.

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