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Obstáculos que impiden el aprendizaje

En los momentos en que estamos transitando procesos a través de los cuales queremos
modificar, cambiar o transformar algún comportamiento, cuando queremos expandir
nuestras posibilidades de acción e incorporar una nueva competencia, muy
frecuentemente nos surgen obstáculos o “resistencias” internas que nos dificultan y
muchas veces frustran estos procesos.

Tomar conciencia de estos obstáculos y mecanismos internos que se nos disparan en


automático, se constituye en un elemento fundamental para garantizar el éxito de estos
procesos.

El tiempo siempre es un recurso escaso. Cuando decimos que no emprendemos o que


abandonamos un proceso de aprendizaje por falta de tiempo, lo que en realidad estamos
diciendo (o encubriendo) es que no está dentro de nuestras prioridades en este momento.

En la vorágine en la que vivimos, siempre tenemos muchas cosas por hacer y


generalmente nos “falta tiempo”. Lo cierto es que cuando decidimos hacer unas y dejar
otras, estamos decidiendo qué tipo de personas estamos construyendo y qué vida
elegimos vivir. Las frases: “Me gustaría aprender, pero no tengo tiempo”, “Quiero
aprender… ¡pero rápido!”, encubren el hecho de nuestra falta de compromiso con el
proceso de aprendizaje y que no estamos dispuestos a invertir tiempo y energía en
nuestro desarrollo personal.

Cualquier momento de confusión o incertidumbre es evitado a toda costa. No estamos


dispuestos a admitir que, para llegar a saber, debemos pasar por el no saber, y que para
llegar a la luz hay trechos de oscuridad. Cuando desarrollamos ansiedad por tenerlo todo
claro todo el tiempo, evitamos cualquier momento de confusión o de duda y generamos
la adicción a tener siempre la respuesta a mano. Cualquier pregunta que enfrentamos,
automáticamente nos genera un desenfrenado deseo de encontrar una respuesta única y
finalmente terminamos por evitar las preguntas, privándonos así de incursionar en las
áreas del desconocimiento… pero también del aprendizaje. Desde esta actitud sólo
aceptamos como válido lo que ya sabemos, o aquello que puede ser explicado con los
conocimientos que ya poseemos, y nos cerramos a escuchar una opinión distinta y a
aprovechar lo que ésta nos pueda aportar.
Desde esta actitud, la incertidumbre se nos vuelve insoportable y esto se constituye en
un obstáculo infranqueable del aprendizaje, ya que el mismo surge de los errores, de la
capacidad de colocarse en situación de pregunta, de la “incerteza” acerca del mundo, de
la apertura a lo nuevo y lo desconocido.

Tradicionalmente el saber estaba ligado a la cantidad de información que se poseía. Esta


mirada sobre el saber se ha ido resignificando y se ha instalado la necesidad de
relacionar el saber con el hacer. En función de esto entendemos al aprendizaje como: la
expansión de la capacidad de acción efectiva, autónoma y recurrente. Consideramos que
aprender es integrar un nuevo saber actuar. Es decir, que vamos a poder declarar que se
produjo un aprendizaje cuando alguien esté en condiciones de desarrollar acciones y
logre obtener resultados que antes no conseguía.

Cotidianamente en las organizaciones vemos a personas que poseen toda la información


acerca de los nuevos estilos de gestión y han asistido a numerosos cursos sobre
liderazgo, comunicación y trabajo en equipo, y, sin embargo, no han logrado producir
un cambio en sus acciones. Esta brecha entre el saber y el hacer, entre la adquisición de
un conocimiento y la efectiva incorporación de un nuevo comportamiento, surge de la
dificultad del cambio personal que entraña este tipo de aprendizajes y de la
imposibilidad de querer aprender sin querer cambiar

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