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“La Crisis de los veinte años” E.H.

Carr

Capítulo 1
Los comienzos de una ciencia

La ciencia de la política internacional esta dando sus primeros pasos. En 1914 la dirección de las
relaciones internacionales estaba regida por la preocupación de las personas profesionalmente
vinculadas a ellas. En los países demócraticos la política internacional era considerada algo fuera
del alcance de la política de los partidos y los órganos respresentativos no se sentían competentes
para ejercer un control riguroso sobre la misteriosas operaciones de los ministerios de exteriores. En
Gran Bretaña la opinión pública despertaba rápidamente cuando estallaba la guerra en cualquier
región considerada tradicionalmente esfera de interés británico, o si la armada británica dejaba de
poseer momentáneamente ese margen de superioridad sobre los rivales potenciales que en aquel
momento se consideraba esencial. En europa continental el servicio militar obligatorio y el miedo
crónico a una invasión extranjera dio lugar a un conocimiento mas generalizado y continuado de los
problemas internacionales. Sin embargo, este conocimiento fue expresado principalmente por el
movimiento obrero, que de vez en cuando aprobada alguna resolución en cierta medida teórica
sobre la guerra. La Constitución de los Estados Unidos de América contenía la cláusula única de
que los tratados fueran ratificados por el presidente “con el asesoramiento y consentimiento del
Senado”. Pero las relaciones exteriores de los Estados Unido parecían demasiado localistas como
para otorgarle un sentido mas amplio a esta excepción. Los aspectos mas pintorescos de la
diplomaci tenían algún atractivo mediatico, pero en ninguna parte, ni en las universiades, ni en
círculos intelectuales mas amplios, existían un estudio organizado de las cuestiones internacionales
del momento. La guerra aún era considerada principalmente cosa de soldados y el corolario de esto
era que la política internacional era asunto de los diplomáticos. No existía un deseo generalizado de
arrancar la conducción de las cuestiones internacionales de las manos de los profesionales o de al
menos prestar una tención seria y sistemática a lo que estaban haciendo.

La guerra de 1914-1918 puso fin a la visión de la guerra como cuestión que afectaba sólo a
los soldados profesionales y, de este modo, disipó la correspondiente impresión de que la política
internacional podía ser dejada de forma segura en manos de los diplomáticos profesionales. La
campaña para la popularización de la política internacional comenzó en los países de habla inglesa
en forma de protesta contra los tratados secretos, que fueron acusados, sin pruebas suficientes, de
ser una de las causas de la guerra. La culpabilidad de los tratados secretos debería haber sido
atribuida no a la maldad de los gobiernos, sino a la indiferencia de los pueblos. Todo el mundo sabía
que dichos tratados habían sido firmados y, sin embargo, antes de la guerra de 1914, poca gente
tuvo alguna curiosidad por ellos o los consideró censurables. La campaña contra los mismos tuvo,
no obstante, una enorme importancia. Fue el primer sintoma de la exigencia de popularización de la
política internacional y anunción el nacimiento de una nueva ciencia.

PROPÓSITO Y ANALISIS EN LA CIENCIA POLÍTICA

La ciencia política internacional, por tanto, ha surgido como respuesta a una demanda popular. Ha
sido crada para servir a un fin y, en ese sentido, ha seguido el esquema de otras ciencias. A primera
vista este esquema puede parecer ilógico. Nuestra primera tarea, se dice, es recoger, clasificar y
analizar nuestros datos y definir nuestras inferencias; en ese momento estaremos listos para
examinar el objetivo al que nuestros datos y deducciones se dirigen. Los procesos de la mente
humana, sin embargo, no parecen tener lugar en este orden lógico. La mente humana trabaja por así
decirlo, al reves. El objetivo, que de forma lógica debería ir después del análisis, es necesario para
darle a este último tanto su impulso inicial como su dirección. “Si la sociedad tiene una necesidad
técnica – escribió Engels – sirve de mayor estímulo para el progreso de la ciencia que diez
universidades”. El primer manual de geometría existente “presenta un conjunto de reglas prácticas
para solucionar problemas concretos: 'regla para medir un huerto de árboles frutales'; 'regla para
establecer las lindes de un terreno'; 'cálculo del pienso consumido por gansos y bueyes'”. La razón,
dice 'calculo del pienso consumido por gansos y bueyes'”. La razón, dice Kant, debe dirigirse hacia
la natulareza “no (…) no con el espíritu de un alumno, que escucha todo lo que su maestro decide
contarle, sino con el juez, que obliga a los testigos a responder a aquellas preguntas que él decide
plantear”. “No podemos estudiar ni siquiera las rocas o los átomos – escribe un sociólogo moderno
– sin estar en cierto modo determinados – en nuestro modo de sistematizar, en la preeminencia dada
a una u otra parte de nuestro estudio, en la forma de las preguntas que planteamos e intentamos
responder – por intereses directos y humanas”. Es el propósito de promover la salud lo que crea la
ciencia médica, y el propósito de construir puentes el que da lugar a la ciencia de la ingeniería. El
deseo de curar la enfermedad del cuerpo político ha dado impulso e inspiración a la ciencia política.
El propósito, sea consciente o no, es una condición del pensamiento y pensar por el mero hecho de
hacerlo es tan anormal y estéril como la acumulación de dinero por parte del avaro. “El deseo es
padre del pensamiento” es una descripción precisa del origen de la reflexión humana normal.
Si esto es cierto para las ciencias físicas, lo es aún más para la ciencia política. En la ciencias
físicas, la distinción entre la investigación de los hechos y el objetivo hacia el que se dirigen estos
hechos no es solo teóricamente válida, sino que también se cumple constantemente en la práctica.
El trabajador de laboratorio inmerso en investigar las causas del cáncer puede haber estado
inspirado originariamente por la intención de erradicar la enfermedad. Pero su propósito es, en
sentido estricto, irrelevante para la investigación y separable de la misma. Su conclusión no puede
ser más que un informe fiel de los hechos. No puede hacer que los hechos sean distintos de los que
son, ya que los hechos existen independientemente de lo que cualquiera piense sobre ellos. En las
ciencias políticas, las cuales se ocupan del comportamiento humano, no existen tales hechos. El
investigador está movido por el deseo de curar alguna enfermedad del cuerpo político. De entre las
causas del problema, diagnostica el hecho de que los seres humanos normalmente reaccionan de
determinada manera ante ciertas condiciones. Pero este no es un hecho comparable al de que los
cuerpos humanos reaccionan de determinadad manera ante ciertas drogas. Es un hecho que puede
ser modificado con el deseo de hacerlo y este deseo, presente de forma previa en la mente del
investigador, puede extenderse, como resultado de su investigación, a un nuemero suficiente de
otros seres humanos como para hacerlo efectivo. El propósito no es, como en las ciencias físicas,
irrelevante a la investigación y separable de ella: es en sí mismo un dato más. En teoría, aún puede
hacerse la distinción entre el papel del investigador que establece los hechos y el papel del que
decide el curso de la acción. En la práctica, un papel se confunde con el otro. Proposito y análisis se
convierten en parte integrante de un único proceso.

Algunos ejemplos ilustrán este argumento. Marx, cuando escribió El Capital, estuvo movido
por el propósito de destruir el sistema capitalista al igual que el investigador de las causas del
cáncer está movido por el objetivo de erradicar el cáncer. Pero los datos sobre el capitalismo no son,
como los datos sobre el cáncer, independientes de la actitud que tenga la gente hacia ellos. El
análisis de Marx pretendía cambiar, y de hecho cambió esa actitud. Durante el proceso de análisis
de los datos, Marx los alteró. Intentar distinguir al Marx científico del Marx propagandista es
establecer una distición inútil. Los expertos financieros, que en el verano de 1932 advirtieron al
Gobierno británico que era posible convertir el 5 ´por ciento de los Préstamos de Guerra al 3,5 de
interés, sin duda basaron su asesoramiento en el análisis de determinados datos; pero el hecho que
dieran esta opinión fue uno de los factores que hizo, al ser conocido en el mundo financiero que la
operación tuviera éxito. Análisis y propósito estaban inextricablemente mezclados. No sólo el
pensamiento de los profesionales o de los estudiosos de la política cualificados constituye un hecho
político. Todo el que lea las columnas políticas de un periódico o que acuda a un mitín político o
que discuta cuestiones políticas con su vecino es, en ese sentido, un estudioso de la política y el
juicio que haga se convierte (especialmente, aunque no de forma exclusiva, en los países
democráticos) en un factor dentro del curso de los acontecimientos políticos. Así, quien examine
este libro posiblemente pueda criticarlo, no porque sea falso, sino porque sea inoportuno y esta
crítica, justificada o no, sería comprensible, mientras que la misma crítica a un libro sobre las
causas del cáncer no tendría sentido. Todo juicio político ayuda a modificar los hechos en los que se
basa. El pensamiento político es en sí mismo una forma de acción política. La ciencia política no
sólo es la ciencia de lo que es, sino también de lo que debería ser.

EL PAPEL DE LA UTOPÍA

Si, por tanto, el propósito precede y condiciona el pensamiento, no es sorprendente averiguar que,
cuando la mente humana empieza a funcionar en un nuevo terreno, se da una fase inicial en la que
el elemento deseo o propósito es tremendamente fuerte y la tendencia a analizar datos y
significacdos es débil o inexistente. Hobhouse señala como característica de “los pueblos más
primitvos” que “la veracidad de una idea no es todavía separable de la cualidad que le hace
agradable”. Se podría decir exactamente lo mismo de la fase primitiva, o utópica, de las ciencias
políticas. Durante esta fase, los investigadores prestarán poca atención a los “hechos” que se dan o
al análisis de causa y efecto y, sin embargo, se dedicarán fervientemente a la elaboración de
proyectos útopícos para la consecución de los fines que tienen en mente, proyectos cuya
simplicidad y perfección les dan una imagen sencilla y universal. Sólo cunado estos proyectos
fracasan, y el deseo o propósito demuestra ser incapaz de alcanzar por si solo el fin deseado, los
investigadores solicitarán la ayuda del análisis y el estudio, el emerger de su período infantil y
útopico, reivindicará ser considerado ciencia. “Puede decirse que la sociología-señala el profesor
Ginsberg-ha surgido como reacción a las generalizaciones extendidas no sostenidas por un
planteamiento inductivo detallado”.

Puede ser posible encontrar un ejemplo de esta regla incluso en el campo de la


ciencia física. Durante la Edad Media, el oro era un medio de pago reconocido. Pero las relaciones
económicas no estaban lo suficientemente desarrolladas como para requerir más que una cantidad
limitada de tal medio. Cuando las nuevas condiciones económicas de los siglos catorce y quince
introdujeron un sistema general de transacciones monetarias y se vio que el suministro de oro era
inadecuado para tal fin, los hombres inteligentes del omento empezaron a experimentar con la
posibilidad de transformar metales comunes en oro. El pensamiento del alquimista era puramente
intencional. No se detuvo a preguntasrse si las propiedades del plomo eran tales como para
permitirle convertirse en oro. Suposo que el fin era absoluto (esto es, que el oro debía ser
producido) y que los medios y materiales debían ser de algún modo adaptados a él. Fue sólo cuando
fracasó este proyecto utópico cuando los investigadores se vieron movidos a dirigir su pensamiento
al examen de los “hechos”, esto es, la naturaleza de la materia. Y aunque el propósito utópico inicial
de sacar oro del plomo está más lejos que nunca de cumplirse, la ciencia física moderna ha
evolucionado a partir de esta aspiración primitiva.

Pueden tomarse otros ejemplos de disciplinas más parecidas al tema que nos ocupa.

Fue en los siglos quiento y cuarto A.C., cuando tuvieron lugar los primeros intentos
serios de crear una ciencia de la política. Estos intentos se hicieron de forma independiente en
China y en Grecia. Pero ni Confucio ni Platón, aunque por supuesto estuvieron profundamente
influenciados por las instituciones políticas bajo las que vivieron, intentaron realmente analizar la
naturaleza de dcichas instituciones o buscaron las causas fundamentales de los males que
condenaban. Como los alquimistas, se contentaban con proponer soluciones altamente imaginativas
cuya relación con los hechos existentes era de simple negación. El nuevo orden político que
promulgaban era tan diferente de cualquier cosa que veían a su alrededor como el oro del plomo.
Era producto no del análisis, sino de la aspiración.

En el siglo dieciocho, el comercio en Europa occidental se había hecho tan importante como
para hacer fastidiosas las innumerables restricciones establecidas sobre él por la autoridad
gubernamental justificadas por la teoría mercantilista. La protesta contra estas restricciones adoptó
la forma de una concepción ideal del libre comercio universal; a partir de esa concepción los
fisiócratas en Francia, y Adam Smith en Gran Bretaña, crearon una ciencia de la economía política.
La nueva ciencia estaba basada fundamentalmente en una negación de la realidad existente y en
ciertas generalizaciones artificiales no verificadas sobre el comportamiento de un hipotético hombre
económico. En la práctica, alcanzó algunos resultados muy útiles e importantes. Pero la teoría
económica mantuvo por mucho tiempo su carácter utópico e incluso hoy algunos “economistas
clásicos” insisten en considerar el libre comercio universal – una situación imaginaria que nunca ha
existido – el postulado normal de la ciencia económica y toda la realidad una desviación de este
prototipo utópico.

En los primeros años del siglo diecinueve, la revolución industrial creó un nuevo problema
social que el pensamiento humano debía abordar en Europa occidental. Los pioneros que primero se
enfrentaron a este problema fueron los hombres a quienes la posteridad ha dado el nombre de
“socialistas utópicos”: Saint-Simon y Fourier en Francia y Rober Owen en Inglaterra. Estos no
intentaron analizar la naturaleza de los intereses de clase o de la conciencia de clase o de los
conflictos de clases a los que daban lugar. Simplemente hicieron suposiciones no verificadas sobre
el comportamiento humano, y partiendo de la fuerza de las mismas, construyeron esquemas
utópicos de comunidades ideales en las que hombres de todas las clases vivirían juntos en amistad,
compartiendo los frutos de sus trabajos en proporción a sus necesidades. Para todos ellos, como
señalaba Engels, “el socialismo es la expresión absoluta de la verdad, la razón y la justicia, y sólo
necesita ser descubierto para conquistar todo el mundo en virtud de su propio poder”. Los
socialistas utópicos hicieron un valioso trabajo al crear entro los hombres la conciencia del
problema y la neesidad de abordarlo. Pero la solución propuesta por ellos no tenía conexión lógica
con las condiciones que crearon el problema. Una vez más era producto no del análisis, sino de la
aspiración.
Los esqumeas elaborados con este espíritu, por supuesto, no funcionarían. Al igual
que nadie ha conseguido nunca haber oro en un laboratorio, nadie ha logrado nunca vivir en la
república de Platón, o en un mundo de libre comercio universal, o en los falansterios de Fourier. No
obstante, es perfectamente correcto venerar a Confucio y Platón como los fundadores de la ciencia
política, a Adam Smith como el fundador de la economía política y a Fourier y Owen como los
fundadores del socialismo. La fase inicial de aspiración hacia un fin es una base esencial del
pensamiento humano. El deseo es padre del pensamiento. La teleología precede al análisis.

El aspecto teleológico de la ciencia de la política internacional ha sido llamativo


desde el pricnipio. Aumentó con una guerra enorme y desastrosa y el objetivo mayor dominó e
inspiró a lso pioneros de la nueva ciencia fue impedir una repetición de esta enfermedad del cuerpo
político internacional. El deseo apasinado de prevenir la guerra determinó todo el curso inicial y la
dirección del estudio. Como otras ciencias jovenes, la ciencia política internacional ha sido marcada
y francamente utópica. Ha sido en la fase inicial en la que el deseo ha prevalecido sobre el
pensamiento la generalización sobre la observación y en la cual se han hecho pocos intentos de
análisis crítico de los datos existentes o de los medios disponibles. En esta fase, la atención se
concentra casi exclusivamente en el fin a conseguir. El fin ha sido considerado tan importante que la
cróitica analítica de los medios propuestos ha sido con frecuencia calificada de destructiva y poco
útil. Cuando el presidente Wilson, de camino a la Conferencia de Paz, fue preguntado por algunos
de sus asesores si creía que su plan para una Sociedad de Naciones funcionaría, respondio
brevemente: “ Si no funciona, habrá que hacer que funcione”. El partidario de un esquema de fuerza
policial internacional o de “seguridad colectiva”, o de cualquier proyecto de orden internacional,
generalmente respondía a las críticas, no mediante un argumento diseñado para mostrar cómo y por
qué pensaba que su plan funcionaría, sino, bien mediante la afirmación de que habría que hacer que
funcionara porque las consecuencias de su fracaso serían desastrosas, bien mediante la exigencia de
algún remedio total alternativo. Este debió de ser el espíritu con el que el alquimista o el socialista
utópico habrían respondido al escéptico que hubiera preguntado si el plomo se convertiría en oro o
si los hombres vivirían en comunidades modélicas. El prensamiento ha sido infravalorado. Mucho
de lo que se ha dicho y escrito sobre política internacional entre 1919 y 1939 merece la censura
hecha en otro contexto por el economista Marshall, quien compara “la irresponsabilidad nerviosa
que concibe esquemas utópicos apresurados” con la “descarada facilidad con la que el jugador débil
resuelve rápidamente el más difícil problema de ajedrez jugando tanto con las negras como con las
blancas”. Como atenuante de este fallo intelectual se puede decir que, durante los primeros
momentos de esos años, las piezas negras de la política internacional estaban en manos de jugadores
débiles que las verdaderas dificultades del juego eran apenas evidentes incluso para la inteligencia
aguda. El curso de los acontecimientos despues de 1931 reveló clararamente la improcedencia de la
mera aspiración como base de una ciencia política internacional, e hizo posible embarcarse por
primera vez en una crítica seria y en un pensamiento analítico sobre los problemas internacionales.

EL IMPACTO DEL REALISMO

Ninguna ciencia merece ese nombre hasta que no haya adquirido la suficiente humildad como para
no considerarse a sí mismo omnipotente y para distinguir entre el análisis de lo que es de la
aspiración sobre lo que debería ser. Ya que en las ciencias políticas esta distinción nunca puede ser
absoluta, algunos prefieren negarles su derecho a recibir el título de ciencia. Tanto en las ciencias
físicas como en las políticas, pronto se llega al momento en el que la fase incial de deseo debe ser
sustituida por una fase de análisis contundente e inflexible. La diferencia está en que las ciencias
políticas nunca pueden emanciparse totalmente del utopismo y en que el científico político está
parado para mantenerse mas tiempo en el período inicial qu el científico físico en la fase utópica de
desarrollo. Esto es prefectamente normal. Mientras que la transformación del plomo en oro no iba a
alcanzarse antes porque todo el mundo en el mundo lo deseara fervientemente, es innegable que si
todo el mundo deseara realmente un “estado mundial” o una “seguridad colectiva” (y si para todos
tuvieran el mismo significado), serían fácilmente alcanzables; y el estudioso de la política
internacional puede ser disculpado si empieza suponiendo que su tarea consiste en hacer que todo el
mundo lo desee. Le llevará algún tiempo entender que no hará ningún progreso siguiendo ese
camino y que niguna utopía política tendrá el más mínimo éxito mientras no nazca de la realidad
política. Una vez hecho este descubrimiento, se embarcará en ese análisis contundente e inflexible
de la realidad que es el rango distintivo de la ciencia y uno de los hechos cuyas causas tendrá que
analizar es el de que poca gente desea un “estado mundial o una “seguridad colectiva” y que
aquellos que creen que los desean los consideran cosas distintas e incompatibles. Habrá llegado a la
fase en la que el propósito parece por sí solo estéril y en la que el análisis de la realidad se impone
sobre él como ingrediente esencial de su estudio.

El impacto del pensamiento sobre el deseo que, durante el desarrollo de una ciencia, sigue a
la quiebra de sus primeros proyectos utópicos marca el fin de su período específico utópico, es
comúnmente denominado realismo. Al presentar una reacción contra las aspiraciones de la fase
inicial, el realismo es capaz de adoptar un aspecto crítico y en cierto sentido cínico. En el terreno
del pensamiento, pone el énfasis en la aceptación de los hechos y en el análisis de sus causas y
efectos. Tiende a despreciar el papel del propósito y a mantener, explícita o implicitamente, que la
función del pensamiento es estudiar una secuencia de acontecimientos que no tiene el poder de
influir o alterar.
En el terreno de la acción, el realismo tiende a enfatizr el poder irresistible de las fuerzas existentes
y el carácter inevitable de las tendencias existentes y a insistir en que la mayor sabiduría redide en
aceptar y adaptarse a esas fuerzas y tendencias. Este tipo de actitud, aunque es mantenida en
nombre del pensamiento “objetivo”, sin duda puede llegar a un punto en el que dé lugar a la
esterilización del pensamiento y a la negación de la acción. Pero hay una fase en la que el realismo
es el correctivo necesario para la exhuberancia del utopismo, al igual que en otros períodos el
utopismo debe ser invocado para contrarrestar la esterilidad del realismo. El pensamiento inmaduro
es predominante intencional y utópico. El pensamiento que rechaza por complemento el propósito
es el pensamiento de la vejez. El pensamiento maduro combina el propósito con la observación y el
análisis. Utopía y realidad son, así, dos facetas de la ciencia política. Un pensamiento político y una
vida política sólidos sólo podrán darse cuando ambos sean tenidos en cuenta.

Capítulo 2
UTOPIA Y REALIDAD

La antitesis entre utopía y realidad -un equilibrio siempre inestable que nunca se alcanza por
completo -es una antítesis que se manifiesta en muchas formas de pensamiento. Los dos tipos de
enfoque- la tendencia a ignorar lo que fue y lo que es en beneficio de lo que debería ser y la
tendencia deducir lo que debería ser de lo que fue y de lo que es- determinan actitudes contrarias
hacia cualquier problema político. “Es la eterna disputa”, como afirma Albert Sorel, “entre aquellos
que imaginan el mundo para que se adapte a su política y los que hacen su política se adapte a las
realidades del mundo”. Puede ser interesante desarrollar esta antítesis antes de proceder al examen
de la actual crisis política internacional.

LIBRE ALBEDRÍO Y DETERMINISMO

La antítesis entre utopía y realidad puede ser equiparada en algunos aspectos a la antítesis entre
libre albedrío y determinismo. El utópico es necesarimanete voluntarista: cree en la posibilidad de
rechazar más o menos radicalmente la realidad y sustituirla por su utopía mediante un acto de
voluntad. El realista analiza un curso predeterminado de los acontecimientos que no tiene poder
para cambiar. Para el realista, la filosofía, en las famosas palablas del prefacio de Hegel a su
Filosofía del Derecho, siempre “llega demasiado tarde” a cambiar el mundo. Mediante la filosofía,
el viejo orden “no puede ser rejuvenecido sino solamente conocido”. El utópico, fijando su mirada
en el futuro, piensa en términos de causalidad. Toda acción humana sana y, por tanto, todo
pensamiento saludable, debe lograr un equilibrio entre utopía y relidad, entre libre albedrío y
determinismo. El realista completo, al aceptar incondicionalmente la secuencia causal de los
acontecimientos, se niega a sí mismo la posibilidad de cambiar la realidad. El utópico completo, al
rechaza la secuencia causal, se niega la posibilidad de entender ni la realidad que pretende cambiar
ni los procesos por los que puede ser cambiada. El vicio característico del utópico es la ingenuidad;
el del realista, la esterilidad.

TEORÍA Y PRÁCTICA

La antítesis entre utopía y realidad también coincide con la antítesis entre teoría y práctica. El
útopico hace de la teoría política na norma a la que la práctica política debe conformarse. El realista
ve la teoría política como una especie de codificación de la práctica política. La relación entre teoría
y práctica ha sido considerada en los últimos años uno de los problemas centrales del pensamiento
político. Tanto el utópico como el realista desvirtúan esta relación. El utópico, prentendiendo
admitir la interdependencia de propósito y hecho, trata el propósito como si fuera el único hecho
relevante y constantemnte formula proposiciones condicionales en el modo indicativo. La
Declaración de Independencia Americana sostiene que “todos los hombres son creados iguales”, el
Sr. Litinov, que “la paz es indivisibleW, y Sir Norman Agnell, que “la división biológica de la
humanindad en estados independientes en guerra” es “una ineptitud científica”. Sin embargo, es
cuestión de mera observación que no todos los hombres nacen iguales ni siquiera en Estados Unidos
y que la Unión Soviética puede permanecer en paz mientras sus vecinoos están en guerra; y
tendríamos probablemente en poca consideraciín a un zoólogo que describiera a un tigre
comehombres como “ineptitud científica”. Estas proposiciones son puntos de un programa político
disfrazados de afirmaciones de hecho y el utópico vive en el mundo imaginario compuesto de esos
“hechos”, lejos del mundo de la realidad, en la que pueden observarse hehcos bastantes contrarios.
El realista no tiene ninguna dificultad para percibir que estas proposiciones utópicas no son hechos
sino aspiraciones, que pertenecen al modo condicional, no al indicativo y continuao mostrando que,
consideradas como aspiraciones, no son proposiciones a priori, sino que están arraigadas en el
mundo de la realidad de un modo que el utópico no es capaz de comprender del todo. Así, para el
realista, la igualdad de los hombres es la ideología de los no privilegiados que tratan de colocarse en
el nivel de los privilegiados; la indivisibilidad de la paz, la ideología de los Estados que, estando
particularmente expuestos a un ataque, están deseosos de establecer el principio de quen un ataque,
están deseosos de establecer el principio de que un ataque sobnre ellos es una cuestión que
concierne a otros Estados mejor situados; la ineptitud de los Estados soberanos, la ideología de las
potencias predominantes que encuentran la soberanía de otros Estados un impedimento al disfrute
de su propia posición predominante. Esta exposiciíon de las bases ocultas de la teoría utópica es ujn
prolegómeno necesario de cualquier ciencia política seria. Pero el realista, al negar cualquier
cualidad a priori a las teorías políticas, y al probar que están arraigadas en la práctica, cae
facilmente en un determinismo que afirma que la teoría, al no ser nada más que una racionalización
del propósito condicionado y predeterminado, es un mero subproducto y es impotente para alterar el
curso de los acontecimientos. Por tanto, mientras el utópico trata el propósito como el único y mas
importante hecho, el realista corre el riesgo de tratar el propósito únicamente como el producto
mecánico de otros hechos. Si reconocemos que esta mecanización de la voluntad y de la aspiración
humana es insostenible e intolerable, entonces debemos reconocer que la teoría, ya que surge de la
práctica y da lugar a la práctica, juega su propio papel transformador en el proceso. El proceso
político no consiste puramente, como cree el realista, en una sucesión de fenómenos goberndos por
las leyes mecánicas de la causalidad; en la práctica de ciertas verdades teóricas concebidas por la
conciencia de personas inteligentes y visionarias. La ciencia política debe basarse en un
reconocimiento de la interdependencia de teoría y práctica, que sólo puede ser alcanzada mediante
una combinación de utopía y realidad.

EL INTELECTUAL Y EL BURÓCRATA

Una expresión concreta de la antítesis entre teoría y práctica en la política es la oposición entre el
“intelectual” y el “burocrata; el primero, preparado formalmente para pensar fundamentalmente de
forma aporística; el segundo, empíricamente. Es normal que el intelectual se encuentre en el bando
que intenta hacer que la práctica se adecue a la teoría, ya que los intelectuales son especialmente
reacios a renoconer que su pensamiento está condicionado por fuerzas externas a sí mismos y les
gusta considerar líderes cuyas teorías proporcionan la fuerza motriz a los llamados hombres de
acción. Además, todo el punto de vista intelectual de los últimos doscientos años ha estado
fuertemente influido por las ciencias matemáticas y naturales. Establecer un principio general y
comprobar lo particular a la luz de ese principio ha sido considerado por la mayaría de los
intelectuales una base necesaria y un punto de partida de cualquier ciencia. A este respecto, el
utopismo, con insistencia en los principios generales, puede decirse que representa el enfoque
intelectual característico de la política. Woodrow Wilson, el ejemplo moderno más perfecto de
intelectual en política, “sobresalio en la exposición de fundamentos (…) Su método político (…) era
fundamentar sus llamamientos en principios amplios y simples, evitando el compromiso sobre
medidas específicas”. Algún principio supuestamente general, como la “autodeterminación
nacional”, el “libre comercio” o la “seguridad colectiva” (todos los cuales pueden ser aceptados por
el realista como expresiones concretas de condiciones e intereses particulares), es tomado como
patrón absoluto y las políticas son declaradas buenas o malas en función de si se adecuan o se
desvían de él. En la época moderna los intelectuales han sido los líderes de todo movimiento
utópico y los servicios que ha prestado el utopismo al progreso político deben ser atribuidos en gran
parte a ellos. Pero la debilidad característica del utopismo es también la debilidad característica de
los intelectuales políticos: el no entendimiento de la realidad existente y de la forma en la que sus
propios patrones están anclados en ella. “Podían dar a sus aspiraciones políticas”, escribió
Meineche sobre el papel de los intelectuales en la política alemana, “un espíritu de pureza e
independencia, de idealismo filosófico y de elevación sobre el juego concreto de los intereses (…)
pero con su sentimiento deficiente de los intrereses realistas de la vida actual del Estado,
descendieron rápidamente desde lo sublime hasta la extravagante y excéntrico”.

A menudo se ha afirmado que el pensamiento de los intelectuales está menos directamente


condicionado que el de aquellos grupos cuya cohesión depende de un interés económico común y
que, por tanto ocupan una posición aventajada au-dessus de la mélée. Ya en 1905, Lenin atacó la
“visión anticuada de la intelectualidad por ser capaz (…) de permanecer al margen de las clases
sociales”. Mas recientemente, su opinión ha sido resucitada por el Dr. Mannheim, quien afirma que
la intelectualidad, al estar “relativamente fuera de las clases” y “socialmente desvinculada”,
“subsume en sí misma todos los intereses que impregnana la vida social”, y que puede, por tanto,
alcanzar un mayor grado de imparcialidad y objetividad. En un sentido limitado, esto es cierto. Pero
cualquier ventaja que se derivara de ello parecería quedar anulada por una incapacidad respectiva,
esto es, la separación de las masas, cuya actitud es el factor determinante de la vida política. Incluso
cunado la ilusión de su liderazgo ha sido mas intensa, los intelectuales modernos a menudo se han
encontrado en la posición de oficiales cuyas tropas estaban lo suficientemente preparadas como
para seguirles en tiempos de tranquilidad pero podían desertar en caso de un combate serio. En
Alemania y en algunos países europeos mas pequeños, las constituciones democráticas de 1919
fueron el trabajo de intelectuales entregdos y alcazaron el alto nivel de perfección teórica. Pero
cuando estalló la crisis se derrumbaron en casi todas partes al no ganar la lealtad duradera de la
mayoría de la población. En los Estados Unidos los intelectuales jugaron un papel preponderante al
crear la Sociedad de Naciones y la mayoría de ellos siguieron siendo partidarios declarados de ella.
Sin embargo, la mayoría del pueblo estadounidenses, anque pareció que apoyaba su iniciativa, la
rechazó cuando llegó el momento crítico. En Gran Bretaña los intelectuales afianzaron, mediante
una propaganda entregada y enérgica, un apoyo arrollador a la Sociedad de Naciones. Pero cuando
el Pacto pareció requerir una actuación que podría haber tenido consecuencias prácticas para la
mayoría de la población, los gobiernos siguientes prefirieron la iniciación y las protestas de los
intelectuales no causaron una reacción perceptible en el país.

El enfoque burocrático de la política es, por otro lado, fundamentalmente empírico. El


burócrata pretende manejar cada problema particular “por separado, evitar la formulación de
principios y guiarse por el buen camino mediante algún proceso intuitivo derivado de una extensa
experiencia y no del razonamiento consciente. “No hay casos generales”, dijo un oficial francés que
actuaba como delegado francés ante una Asamblea de la Sociedad de Naciones, “hay sólo casos
concretos”. En su aversión a la teoría, el burócrata se parece al hombre de acción. “On s'engage,
puis on voit” es un lema atribuido a más de un general famoso. La excelencia de la administración
pública británica se acomoda a la tradición empírica de la política británica. El funcionario perfecto
se adecua en gran medida a la imagen popular del político inglés como hombre que se separa de las
constituciones escritas y de los convenios solemnes y se deja guiar por el precedente, el instinto, el
sentimiento de hacer lo coreccto. Este empirismo está, sin duda, condicionado por un punto de vista
específico y refleja la costumbre conservadora de la vida polítcia británica. El burócrata, tal vez más
explícitamente que cualquier otra clase dentro de la comunidad, está ligado al orden existente, al
mentenimiento de la tradición y a la aceptación del precedente como criterio “seguro de acción. Así,
la burocracia degener fácilmente en el formalismo rígido y vacuo del mandarín y exige un
conocimiento esotérico de los procedimientos adecuados que no es accesible ni a la persona más
inteligente ajena a ella. “Expérience vaut mieux que science” es el típico lema burocrático. “Los
logros del aprendizaje y de la ciencia”, escribió Bryce, expresando un preuicio muy extendido,
“sirven poco para hacer que un hombre sea inteligente en política”. Cuando un burócrata desea
condenar una propuesta la denomina “académica”. La práctica, no la teoría, la formación
burocrática, no la brillantez intelectual, es la escuela del saber político. El burócrata tiende a hacer
de la política un fin en si misma. Merece la pena señalar que tanto Maquiavelo como Bacon fueron
burócratas.

Esta antítesis fundamental entre los tipos de pensamiento intelectual y burócrata, latente
seimpre y en todo lugar, ha aparecido en la última mitad del siglo en un ámbito en el que
dificilmente se hubiera esperado: en el movimiento obrero. Escribien en la década de 1870, Engels
felicitó a los trabajadores alemanes porque “pertenecían a la nación mas teórica del mundo y habíen
conservado ese sentido teórico que había sido perdido casi por completo por las clases llamadas
'educadas' de Alemania”. Comparaba este próspero estado con la “inferencia ante cualquier teoría,
que es una de las razones principales del lento progreso del movimiento obrero inglés”. Cuarenta
años mas tarde, otro escritor alemán confirmó esta observación. El análisis teórico de la doctrina
marxista se convirtió en una de las preocupaciones fundamentales de los principales
socialdemócratas alemanes y muchos observadores creen que este desarrollo intelectual parcial fue
un factor importante del colapso final del partido. El movimiento obrero británico, hasta los últimos
años, evitó la teoría por completo. En la actualidad la armonía imperfecta entre los sectores
intelectual y sindical es fuente notoria de bochorno del Partido Laborista. El sindicalista tiende a ver
al intelectual como un teórico utópico sin experiencia en los problemas prácticos del movimiento.
El intelectual acusa al líder sindical de burócrata. Los conflictos recurrentes entre las facciones del
partido bolchevique en la Rusia soviética eran, en parte al menos, explicables como conflictos entre
el “partido de la intelectualidad”, representado por Bujarin, Kamenev, Radek y Trostky, y el
“partido máquina”, representado por Lenin, Sverdlov (hasta s muerte en 1919) y Stalin.

La oposición entre el intelectual y el burócrata fue particularmente importante en Gran


Bretaña durante los veinte años de entreguerras en el terreno de los asuntos exteriores. Durante la
Primera Guerra Mundial, el Union of Democratic Control, una organización de intelectuales
utópicos, luchó por popularizar la visión de que la guerra se debía en gran parte al control de los
asuntos exteriores por diplomáticos profesionales. Woodrow Wilson creía que la paz estaría
asegurada si las cuestiones internacionales fueran fijadas “no por diplomáticos o por políticos, cada
uno deseoso de satisfacer sus propios intereses, sino por científicos desapasionados -geógrafos,
etnólogos, economistas- que huebieran hecho estduios sobre los problemas existentes”. Los
burócratas, y especialmente los diplomáticos, durante mucho tiempo fueron vistos con sospecha en
los círculos de la Sociedad de Naciones y se consideraba que la Sociedad contribuiría en gran
medida a la solución de los problemas internacionales al quitarlos de las manos reaccionarias de los
ministerios de exteriores. Wilson, al presentar el borrador de Pacto ante la sesión plenaria de la
Conferencia de Paz, habló de “la sensación de que, si el cuerpo deliberativo de la Sociedad de
Naciones iba a ser meramente un cuerpo de funcionarios que representara a los distintos gobiernos,
los pueblos del mundo no estarían seguros de que algunos de los errores que los funcionarios
enimismados reconocieron haber cometido no serían repetidos”. Más tarde, en la Cámara de los
Comunes, Lord Cecil más mordaz:
Me temo que en la Conferencia de Paz llegué a la conclusión
de que, desde mi propia experiencia, los prusianos no se circunscribían
exclusivamente a Alemania. Hay también toda una tendencia y tradición
de las clases funcionariales(...) No se puede evitar concluir que entre ellos
hay una tendencia a pensar que cualquier cosa que exista esta bién.

En la Segunda Asamblea, Lord Cecil invocó al apoyo de la “opinión pública”, que la


Sociedad supuestamente debía representar, en contra de las “clases funcionariales”; y tales
llamamientos fueron escuchados con frecuencia durante los diez años siguientes. Por su parte, el
burócrata desconfiaba igualmente del entusiasmo misionero de los intelectuales, emocionados con
la seguridad colectiva, el orden mundial y el desarme general, esquemas que le parecían el producto
de la pura teoría separada de la experiencia práctica. El tema del desarme ilustrba bien esta
disparidad de opiniones. Para el intelectual, el principio general era simple y sencillo, las
dificultades esgrimidas para aplicarlo eran debids a la obstrucción de los “expertos”. Para el
experto, el principio general no tenía sentido y era útopico; si los armamentos podían ser reducidos
o no y, si se podía, cuáes debían serlo, era una cuestión “práctica que debía decidirse en cada caso
“por separado”.

IZQUIERDA Y DERECHA

La antítesis entre utopía y realidad, y entre utopía y práctica, también se reproduce en la antítesis
entre radical y conservador, entre Izquierda y Derecha, aunque sería precipitado suponer que los
partidos que llevan estas etiquetas siempre representa estas tendencias fundamentales. El radical es
necesariamente utópico y el conservador, realista. El intelectual, el hombre de la teoría, gravitará
em torno a la Izquierda de forma tan natural como el burócrata, el hombre de la práctica, gravitará
en torno a la Derecha. Así, la Derecha es débil en la teoría y padece una inaccesibilidad a las ideas.
La debilidad característica de la Izquierda en su incapacidad de traducir su teoría en práctica – un
fallo del que se puede acusar a los burócratas, pero que es inherente a su carácter utópico-. “La
Izquierda tiene la razón (Vernunft), la Derecha tiene la sabiduría (Verstand)”, escribió el filósofo
nazi Moeller van den Bruck. Desde los tiempos de Burke en adelante los conservadores británicos
siempre han negado con contundencia la posibilidad de deducir la práctica política de la teoría
política mediante un proceso lógico. “Seguir únicamente un silogismo es un atajo a un pozo sin
fondo”, dice Lord Baldwin -una frase que puede sugerir que practica, al igual que predica, la
abstención de modos de pensamiento rigurosamente lógicos-. El Sr. Churchill se niega a creer que
“la lógica extravagante de la doctrina” resulte atractiva para el elector británico. Una definición
especialmente clara de las distintas actitudes hacia la política exterior se deriva de un discurso
pronunciado por Neville Chamberlain en la Cámara de los Comunes en respuesta a una crítica
laborista:
¿Que quiere decir su Señoría con política exterior? Puede plantear
posiciones válidas generales. Puede decir que su política
exterior consisten en mantener la paz; puede decir que es proteger
los intereses británicos: puede decir que es usar su influencia, la
que sea, para defender lo justo sobre lo injusto, en la medida en que
peda distinguir lo justo de lo injusto. Puede establecer todos esos
principios generales, pero eso no es una política. Con toda seguridad,
si quiere llevar cabo una política, debe tomar las situaciones particulares
y considerar qué acción o inacción es adecuada a ses situaciones
particulares. Eso es lo que para mí significa la política y resulta bastante
claro que , ya que en las cuestiones exteriores las situaciones cambian
continuamente día tras día, su política no puede ser establecida de una vez
y para siempre, si se quiere que pueda ser aplicable a cada situación que surja

La superioridad intelectual de la Izquierda rara vez es puesta en duda. La Izquierda idea por
sí sola principios de acción política y desarrolla ideales que sean perseguidos por los hombres de
Estado. Pero le falta la experiencia práctica que surge del contacto directo con la realidad. En Gran
Bretaña después de 1919 fue una gran desgracia que la Izquierda, habien do ocupado el gobierno
durante períodos insignificantes, tuviera poca experiencia sobre las realidades administrativas y se
convirtiera cada vez más en un partido de mera teoría, mientras que la Derecha, habiendo pasado
tan poco tiempo en la oposición, tuviera tentaciones de enfrentar la perfección la teoría a las
imperfecciones de la práctica. En la Rusia soviética el grupo en el poder desecha cada vez más la
teoría en favor de la práctica a medida que va perdiendo la memoria de su origen revolucionario. La
historia siempre muestra que, cuando los partidos o los políticos de izquierdas son puestos en
contacto con la realidad mediante la toma del poder político, tienden a abandonar su utopismo
“doctrinario” y se mueven hacia la Derecha, con frecuencia reteniendo sus etiquetas de Izquierda,
añadiendo de ese modo mayor confusión a la terminología política.

ÉTICA Y POLÍTICA

Y lo más importante, la antítesis entre utopía y realidad está arraigada en una concepción distinta de
la relación entre política y ética. La antítesis entre el mundo del valor y el mundo de la naturaleza,
ya implícita en la dicotomía entre propósito y hecho, está profundamente grabada en la conciencia
humana y en el pensamiento político. El útopico establece un patrón ético que pretende que sea
independiente de la política y trata de lograr que la política se adecue a él. El realista no puede
entender de forma lógica ningún patrón valorativo salvo el de los hechos. En su opinión, el patrón
absoluto del utópico está condicionado y dictado por el orden social y es, por tanto, político. La
moralidad sólo puede ser relativa, no universal. La ética debe ser interpretada en términos de
política y la busqueda de una norma ética fuera de la política está abocada a las frustración. La
indentificción de la realidad suprema con el bien supremo, que el cristianismo alcanza mediante un
golpe enérgico de dogmatismo, es alcanzada por el realista a través del supuesto de que no hay otro
bien que la aceptación y el entendimiento de la realidad.

Estas consecuencias de la oposición entre utopía y realidad aparecerán con mayor claridad
en el estudio más detallado de la crisis moderna de la política internacional.

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