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PABLO JAURALDE

Universidad Autónoma di Madrid

Un viaje literario de ensueño1

La literatura no viene gobernada por la realidad, como reino de la ima-


ginación que es puede jugar a acomodarse a ella; pero ese es un ejercicio más
de su capacidad revolucionaria, que entonces se acomoda, porque sí, a las
pautas de la realidad. Pero la Literatura, con esa peculiar característica que le
presta la imaginación, es un hecho histórico tan real como cualquier ama-
necer; es un hecho explicable históricamente.
Con esa característica de su naturaleza ficticia, muy a mano ha tenido
siempre el mundo de los sueños, en donde se originan también sucesos que
pueden no acomodarse a las pautas de la realidad, pero que - esta vez, por
contrario - no se proyectan desde la voluntad creadora de un artista, de un
escritor. La tangente ficticia se dispara, por tanto, hacia universos distintos
que gobiernan un extraño azar (el de los sueños) y una voluntad expresiva (la
literatura). Y así en nuestra historia literaria se ha hecho uso literario del
mundo onírico de modo históricamente diverso.
Un necesario panorama nos va a dejar insatisfechos. Quedaba claro
desde antes de los orígenes de los congresos que no se podría cabalgar por
nuestra historia literaria recopilando ejemplos. Y apelo a la caridad de mis
colegas para que no me señalen olvidos de ningún tipo. A finales del siglo
XV ya me había acometido el vértigo, había consumido varias megas y
proyectaba una decena de tesis doctorales sobre el tema. Mi formación
bibliográfica me estaba jugando una mala pasada. ¡Qué desazón!
La consecuencia lógica era la de que había que ir lejos y alto, para ver

1
Me referiré con "sueño" a su carácter de reposo físico, con "ensueño" a la evoca-
ción anhelante (según Espronceda: "Tantas dulces alegrías, / tantos mágicos ensueños/,
¿dónde fueron?..." del poema A una estrella).

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el bosque. Una excelente guía me la proporcionó, ya tarde, el programa del


encuentro, pues pude aplicarme a un viaje de ensueño deteniéndome en
parajes que no iban a ser tratados por ninguno de mis colegas. Así he inten-
tado hacerlo.

Y el caso es que los comienzos medievales no eran excesivamente com-


plicados, pero, sin serlo, reenviaban a fuentes bíblicas, grecolatinas y orien-
tales, en donde la complejidad se tornasolaba con la hermosura de lo ina-
barcable. La complejidad, la riqueza me indicaban que estaba en el buen
camino: en ese riquísimo e inabordable campo intelectual que despliega ante
nosotros el hecho literario.

Efectivamente, bien sencillo que era el ejercicio del sueño en los pri-
meros tiempos de nuestra cultura. El hombre cansado — sí, generalmente el
hombre, no la mujer — cerraba los ojos y relajaba los miembros, parejo a la
llegada del letargo — el sueño o descanso físico —. Entregado al descanso y
al libre albedrío de la imaginación, el hombre no trasponía directamente sus
aventuras con el inconsciente; pero consideraba el proceso al que se había
sometido para el ejercicio artístico. Le daba miedo probablemente traspo-
ner los límites reales entre vigilia y sueño; pero aprovechaba la aparente
libertad de la imaginación como recurso artístico. Imaginaba, entonces, un
sueño, es decir, controlaba artísticamente lo que le habia sucedido al mar-
gen de su voluntad, y lo trasponía simbólicamente en correspondencia sim-
ple con los anhelos, las tristezas y otras aventuras del corazón humano. Al
lector no se le solicitaba mayor ejercicio de su inteligencia que el de la lec-
tura y la comprensión ya masticadas por el autor, en modo alguno se le
introducía en un mundo de significados imposibles. El organicismo ideoló-
gico deglutía todo.
El sueño abría la espita de las contemplaciones lejanas en el tiempo y
en el espacio, de los anhelos y las profecías, cumplía su labor para explicar lo
maravilloso. No acechaba ninguna trampa al lector u oidor: sabía que se tra-
taba de una pirueta retórica para acceder a un mundo de fantasías, que
habría que interpretar racionalmente, en correspondencia con la realidad.
Citaré solo algunos pocos ejemplos.
El Marqués de Santillana - uno de los soñadores más empedernidos de
nuestra historia literaria - abre el sueño así, en la estrofa IV de la Comedieta
de Ponza (e. 1435):

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Al tiempo que salen al pasto o guarida


las fieras silvestres, e humanidad
descansa o reposa, e la fembra ardida
libró de Oloferne la sacra cibdad,
forzada del Sueño la mi libertad,
diálogo triste e fabla llorosa
firió mis orejas, e tan pavorosa,
ca solo en pensarlo me vence piedad.
Assi recordado, miré do sonava
el clamoso duelo, e vi cuatro donas,
cuyo aspecto e fabla muy bien denotaba
ser cuasi deessas o magnas personas...
(ed. Kerkhof, p. 164-5).

Es el modo que emplea Santillana para trasladarse a 1435 y contemplar


la batalla naval que, cerca de Gaeta, lleva al desastre a Alfonso V de Aragón.
Las cuatro damas son la reina madre y las esposas de los príncipes y magna-
tes presos. Sueños y visiones se engarzan unos con otros de manera casi natu-
ral. Dentro de la propia Comedieta, cuando la reina madre encara su propio
relato, echa mano del sueño premonitorio:

[...] sobrada del suelo e vencida,


non sé si la nombre fantasma o visión.
me fue demostrada tal revelación
qual nunca fue vista nin pienso fingida.

Las estrofas que narran el sueño (de la LI en adelante) comienzan alu-


diendo a la propia tradición literaria:

Yo vi de Macrobio, de Guido e Valerio


escriptos los sueños que algunos soñaron,
los cuales denotan insigne misterio...

Aun habrá más cajas chinas en la obra 2 .

2
La alusión a la tradición literaria lo es a Ambrosio Teodosio Macrobio, autor de un
comentario sobre el Somniun Scipionis, de Cicerón. A Guido delle Colonne, autor de una

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A Santillana le gustaba poetizar los estados de duermevela, en donde


figuras fantásticas, premoniciones, augurios, etc. se justifican. Por ejemplo
en el Dezir Al tiempo que demostrava I Proserpina su vigor...3, pero también
otras muchas más, como el Planto de la reina Margarita, le sorprendieron al
Marqués entre las sábanas. La inspiración, atrevida, dura lo que el sueño y lo
que da de sí el poema, cuya deshecha señala: "Ya las estrellas cayentes /
denunciava la mañana / e la claridad cercana / se mostrava a los bivientes...".
En sueños ve - y describe - el Marqués la Coronación de Mosén Jordí, etc.
Prácticamente por los mismos años que el Marqués, Francisco de la
Torre escribe al Prior de San Juan de Navarra cómo estando en debate la
voluntad y el entendimiento "los sentidos corporales fueron vencidos de un
muy pesado et muy fuerte sueño, do me pareció haber visto todas las
siguientes cosas". Lo que ve es un tratado de Filosofía moral que se llama
Visión delectable de la filosofia y de las artes morales. Está claro que "la flaque-
za y la falacia en el argüir" se sustituyen en este hermosa obra por una
inmensa figuración de abstracciones, que solo a través del truco del sueño
aceptarían los lectores.
Los viejos autores no nos cuentan realmente sus sueños, sino que utili-
zan ese accidente de la condición humana para contarnos otras cosas. La lite-
ratura es joven y no ha recorrido su inmenso horizonte de posibilidades. No
veo yo a Francisco de la Torre soñando semana tras semana cosas como El
número de virtudes et cómo se reducen a cuatro^. El sueño es en estos casos algo
tan apropiado al relato como lo que luego se ha llamad el "marco", que en el
caso de F. de la Torre encuadra perfectamente el tratado, pues la obra termi-
na con el despertar del autor. Es obvio que, según qué casos, los juegos con
ese marco pueden ser muy complejos. Pero el sueño no aparece como ven-
tana expresiva.
Incluso el viejo sueño de la Razón de amor (primera mitad del siglo
XIII, según M. Menéndez Pidal 5 ), está utilizando un marco que reconoce-
mos por doquier, por ejemplo en el monje de Ripoll que emborronaba, por

Historia Troyana (y se alude a los sueños de Hécuba y Andrómaca). Y Valerio Máximo,


Factorum et dictorum memorabilium libri novem., que se refiere (a los sueños de Alejandro y
Hamílcar). He aquí la tradición literaria a la que aludía, en todo su esplendor.
3
Cito por la ed. de M. A. Pérez Priego, Madrid, Alhambra, 1983, 1, 154-9.
4
Existe edición en la BAE, voi. 36, Curiosidades bibliográficas.
5
Textos medievales españoles..., Madrid, Espasa Calpe, 1976.

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las mismas fechas, manuscritos del monasterio con deliciosas canciones de


amor ("Si vera somnia forent, que somnio, / magno perhenniter replerer
gaudio. / Aprilis tempore, dum solus dormio, / in prato viridi, iam saris flo-
rido...") 6. Desde entonces siempre que el poeta enamorado se ha echado a
soñar lo ha hecho con voluntad inequívoca de obtener con la imaginación lo
que la realidad y la esquivez de la condición femenina le negaban. El sueño
del juglar y el sueño del monje de Ripoll es el mismo que el de Garci Sánchez
de Badajoz cuando escribe Otra obra suya recontando a su amiga un sueño que
soñó, cuyas coplas iniciales dicen:

La mucha tristeza mía


que causó vuestro deseo
ni de noche ni de día
cuando estoy donde no os veo
no olvida mi compañía.
Yo los días no los vivo,
velo las noches cativo
y si alguna noche duermo
suéñome muerto en un yermo
en la forma que aquí escribo [...].

Las seis coplas restantes describen su muerte de amor, huido por los
campos, a donde acude el Amor preguntando a un ruiseñor por su "muy leal
amador". El ruiseñor canta la muerte de tristeza entre unas acacias del poeta,
que al cabo se convierte en laurel. "Dalli nos quedó costumbre / las aves ena-
moradas / de cantar sobre su cumbre / las tarde las alboradas / cantares de
dulcedumbre..." En medio de esta felicidad idílica despierta el poeta "y hál-
leme vivo / de la causa que soy muerto" 7. Mucho me temo que Garci
Sánchez no esté intentando reproducir sus sueños, sino acrecentando vía
imitano la tópica. Estos sueños andan cerca de algunos de los de Santillana,
perdido a veces "un día claro e lumbroso / en un vergel muy fermoso..."
quien, como es sabido, llegó a componer un extenso poema sobre la batalla

6
Está en la recopilación de R. Arias, La poesia de los goliardos, Madrid: Gredos,
1970. Y originalmente en Lluis Nicolau d'Olwer, "L'Escola poètica de Ripoll en els segles
X-XIII", Instituí d'Estudis Catalans, 6 (1915-1920), 3-84.
7
Cito por la ed. de Julia Castillo, en Madrid, Ed. Nacional, 1980, 187-9.

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de Venus y Diana, que muchos manuscritos titulan El sueño, que es la quin-


taesencia del tema. Pero los sueños aparecen también en El infierno de los
enamorados y otras muchas obras. Santillana, sin duda, necesitaba acceder a
un mundo de fantasmas, alegorías, conocimientos... que le embaucaba y, sin
embargo, no asimilaba culturalmente. El pretexto del sueño le sirvió para
expresar todo ello. Pero, insisto en una obviedad impertinente, Santillana no
soñaba - vamos, digo yo - con esas farragosas batallas y tormentas.
¿Cuándo descubrió el escritor que podía reproducir sus propios sueños?
La cuestión es baladí: al tiempo que pudo hacer lo mismo con cualquiera de
las cosas que le ocurrían en su alma, cuando se pudo parar a contemplar su
estado, analizar su alma y recrearse morbosamente con el dolorido sentir.

Sueño traidor, que alguna vez sabroso / sueles venirme, ausente de mi vida, /
haciéndola presente tu venida / con su engaño dulce y amoroso//, y, al desper-
tar, el aire vagoroso/ voy a abrazar en vano, y la fingida / imagen huye, como
la mordida / de la serpiente hizo al tracio esposo.// ¿Por qué con sobresalto
me apartaste / del bien presente y del mejor del mundo?/ Miéntesme, sueño;
mas rescelo y muero,// que, aunque otra vez mentiste, adevinaste / este pri-
mero gozo, en lo segundo/, ¡ay sueño!, no me seas verdadero8.

La incorporación plena del sueño durante el Barroco es muy clara y a


ella no me voy a referir: será abordada desde diversos puntos de vista en este
congreso. La Poliantea (la de Lange, de 1603) ya le dedica una de las entra-
das más prietas, con sus Loci Biblici, santos padres, etc. Los Poetarum dicta
son más de los que podríamos glosar a lo largo de todos estos días, de
Hornero a Tomás Moro. Con su florilegio que recoge los ejemplos de Jacob,
Endimión, etc.
Ambas tradiciones se recogen, amplían y completan: el sueño como
marco, como ejemplo o mito y como trasposición de vivencias personales.
Todo va a parar al riquísimo barullo del siglo XVII, enjambre literario que
nadie ha ordenado todavía cabalmente.
Poco me detendré en esta segunda estación, porque en nuestro progra-
ma además hay varias comunicaciones que nos entretendrán con ello.

En la nueva modalidad de expresión de sentimientos internos, es decir,

8
Ramírez Pagan, Floresta..., 1562.

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en su modalidad lírica, aparece como refugio deseado para el desasoiego de


amante. He aquí la canción al sueño de Herrera (n. 86 de la ed. canónica):

Suave sueño, que con tardo vuelo


las alas perezosas blandamente
bates, de adormideras coronado,
por el sereno y adormido cielo:
ven ya al estremo puesto de Ordente
y del licor sagrado
baña mis ojos que, de amor cansado,
con las revueltas de mi pensamiento,
no admito algún reposo,
y el dolor desespera al sufrimiento.
¡Oh sueño venturoso,
ven ya, ven dulce amor de Pasitea,
a quien rendirse a tu valor desea!
Divino sueño, gloria de mortales,
descanso alegre al mísero afligido,
sueño amoroso, ven a quien espera
descansar breve tiempo de sus males,
con el humor celeste desparzido.
¿Cómo sufres que muera,
libre de tu poder, quien tuyo era?
¿No es dureza dejar un solo pecho
en perpetuo tormento
y que no entienda el bien que al mundo has hecho
sin gozar de tu aliento?
Ven, sueño blando, sueño deleitoso,
vuelve a mi alma ya, vuelve al reposo...

Si en el caso de Herrera es el reclamo del sueño como lugar de reposo


para el amante atormentado 9 , en el de Quevedo, muy al contrario, el sueño
será el lugar del encuentro amoroso anhelado:

9
Es una postura que, pronto, será tópica. De hecho es la que vemos en el Quevedo
de la silva "Al Sueño" (398): "¿Con qué culpa tan grave, / sueño blando y suave, / pude en
largo destierro merecerte / que se aparte de mí tu olvido mando? / Pues no te busco yo por

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¡Ay, Floralba! Soñé que te... ¿Dirélo?


Sí, pues sueño fue: que te gozaba.
¿Y quién, sino un amante que soñaba,
juntara tanto infierno a tanto cielo?
Mis llamas con tu nieve y con tu yelo,
cual suele opuestas flechas de su aljaba,
mezclaba Amor, y honesto las mezclaba,
como mi adoración en su desvelo.
Y dije: "Quiera Amor, quiera mi suerte,
que nunca duerma yo, si estoy despierto,
y que, si duermo, que jamas despierte".
Mas desperté del dulce desconcierto;
y vi que estuve vivo con la muerte,
y vi que con la vida estaba muerto10.

¡Qué mezcla de sabores en estas copas barrocas, conceptistas e íntimas


a un tiempo, atrapadas por el lenguaje ya viejo de los petrarquistas, premo-
nitoras del vuelo romántico!
No quisiera adelantar más tiempo sin señalar ese complejo terreno en
donde el sueño aparece de modo confuso como experiencia personal que se
poetiza y como marco para la fantasía de carácter alegórico. Beatas, ilumi-
nados y otras gentes de descontrolada espiritualidad esparcen su semilla
desde los orígenes mismos de la transición al capitalismo, hasta el punto que
el Santo Oficio ha de proceder contra ellos. Pero permanece el escorzo espi-
ritual, que a veces se resuelve en sueños, siempre declamados e interpretados,
como profecías. Ocurre en los tratados de espiritualidad y en los sermones.
He aquí uno de los muchos sueños del Beato Orozco n :

descanso, /sino por muda imagen de la muerte./ Cuidados veladores / hacen inobedientes
mis dos ojos / a la ley de las horas; / no han podido vencer a mis dolores / las noches, ni dar
paz a mis enojos; / madrugan más en mí que en las auroras / lágrimas a este llanto / que
amanece a mi mal siempre temprano...".
10
Quevedo poetiza en un soneto amoroso (el 366) en otra ocasión una escena de
signo contrario: la amada mata al enamorado: "Soñé que el brazo del rigor armado, / Filis,
alzabas contra el alma mía, / diciendo": "Este será el postrero día / que ponga fin a tu vivir
cansado".
11
Confesiones..., Madrid, Viuda de Cosme Delgado, 1620.

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Morando yo en esta casa y colegio llamado Nuestra Señora de la Encarnación,


que está en Madrid, durmiendo de noche, vos Dios mío, me hicistes tan seña-
lada merced, que oyese una música de dos voces, una más alta que la otra, que
cantaban. La cual oyendo yo con grande gusto, puse mi cabeza sobre la mano
izquierda y comencé a llorar, no con lágrimas de tristeza, sino de maravillosa
devoción y alegría. Era tanta la suavidad que mi ánima en aquel sueño sentía,
que no hay instrumento de dulzainas ni música de Capilla Real que se com-
pare... (f. 90v).

El Beato Orozco describe varios sueños similares - músicas y descensos


- que le sumen siempre en el deleite. Cuando se publican los del beato, un
catedrático de teología salmantino — Basilio Ponce de León — prepara y anota
cuidadosamente el texto, sobre todo los de los Sueños, para limpiar "teoló-
gicamente" estas visiones, que con los antecedentes de los místicos y los
sueños y visiones de Lucrecia (estudiados recientemente por Richard Kagan)
se habían convertido en una amenaza. Recuerden ustedes que Lucrecia soña-
ba la caída del Imperio y otras desaventuras políticas, para espanto de los cré-
dulos. La muchacha acabó con sus veinte años en las cárceles de la
Inquisición toledana. Cuando el sueño pasa de ser un ejercicio retórico a una
trasposición de un sueño que se presenta como real y así lo interpretan las
gentes, se convierte en profecía. Existe en esta modalidad de los sueños una
curiosa mezcla de medievalismo y modernidad, que es similar a la de los
Sueños de Quevedo, cuya estructura literaria o resorte expresivo es resuelta-
mente medieval.

Ya se sabe que los neoclásicos impusieron cierta cordura en nuestra


historia. Y que los románticos volvieron a encender y difuminar las pasiones,
a colocar en la lejanía del sueño el ideal. Me interesa sobremanera esta últi-
ma modalidad poética, la de crear una atmósfera difusa en la que realidad,
ensueño y sueño se cruzan y confunden voluntariamente, porque será la de
mayor porvenir en la literatura. Por cierto, con el romanticismo aparece
imparable en la literatura una modalidad negativa del sueño: la pesadilla.
En efecto el siglo XIX acoge a gran cantidad de soñadores literarios,
algunos de los cuales - sobre todo los galdosianos - tendrán su tratamiento
en estas actas. Pero de atrás le venía al garbanzo el pico. Por ejemplo, de
Bécquer.
En las Rimas de Bécquer flota una atmósfera de nocturnidad, vaguedad

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y ensueño que deja asomar con frecuencia las imágenes directas de las visio-
nes nocturnas. Yo definiría a Bécquer, como él lo hizo, en esa atmósfera,
como huésped de las nieblas:
Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz;
soy incorpórea, soy intangible;
no puedo amarte. - ¡Oh, ven, ven tú!
(Bécquer, Rimas, XI).

En la noche desasosegada, cuando cerraba los ojos, contemplaba


Bécquer los de la amada que se cernían de par en par abiertos sobre él (XIV).
Fue Bécquer uno de los primeros en recrear ese ambiente de duermevela en
el que surge la inspiración difusa, previa a la expresión de lo soñado:

No dormía; vagaba en ese limbo


en que cambian de forma los objetos,
misteriosos espacios que separan
la vigilia del sueño.
Las ideas, que en ronda silenciosa
daban vueltas en torno a mi cerebro,
poco a poco en su danza se movían
con un compás más lento.
De la luz que entra al alma por los ojos
los párpados velaban el reflejo:
mas otra luz el mundo de visiones
alumbraba por dentro.
En este punto resonó en mi oído
un rumor semejante al que en el templo
vaga confuso al terminar los fieles
con un amén sus rezos.
Y oí como una voz delgada y triste
que por mi nombre me llamó a lo lejos,
y sentí olor de cirios apagados,
de humedad y de incienso.
[•••]
Entró la noche, y del olvido en brazos
caí, cual piedra en su profundo seno.
Dormí, y al despertar exclamé: - "Alguien

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que yo quería ha muerto"


{Rima LXXI).

En efecto, los románticos construyen una teoría de la inspiración y el


sueño, en todo punto necesaria para el salto hacia el vacío de simbolistas,
parnasianos y vanguardistas. Quizá en la rima LXXV fue en donde Bécquer
poetizó el tema de modo más directo:

¿Será verdad que cuando toca el sueño


con sus dedos de rosa nuestros ojos,
de la cárcel que habita huye el espíritu
en vuelo presuroso?
¿Será verdad que, huésped de las nieblas,
de la brisa nocturna al tenue soplo
alado sube a la región vacía
a encontrarse con otros?
¿Y allí, desnudo de la humana forma,
allí los lazos terrenales rotos,
breves horas habita de la idea
el mundo silencioso?
¿Y ríe y llora y aborrece y ama
y guarda un rastro del dolor y el gozo,
semejante al que deja cuando cruza
el cielo un meteoro?
Yo no sé si ese mundo de visiones
vive fuera o va dentro de nosotros;
pero sé que conozco a muchas gentes
a quienes no conozco!

O la rima LXXX:

Es un sueño la vida,
pero un sueño febril que dura un punto;
cuando de él se despierta,
se ve que todo es vanidad y humo...
¡Ojalá fuera un sueño
muy largo y muy profundo!
¡Un sueño que durara hasta la muerte!
Yo soñaría con mi amor y el tuyo.

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Además, por supuesto, el tema se desmenuza en mil motivos. La amada,


por ejemplo, atraviesa las rimas como un ser fantasmagórico e intangibe, la
hija ardiente de una visión (... cendal flotante de leve bruma I rizada cinta de
blanca espuma/ rumor sonoro I de arpa de oro, I beso del aura, onda de luz...,
XV) u O el poeta ve a la amada como a un sueño (La vi como la imagen/ que
en un sueño pasa..., LXXIVJ En fin, con la rotundidad de sus mejores versos
termina la rima XLVIII "¡Cuándo podré dormir con ese sueño / en que
acaba el soñar!" Aunque la auténtica rotundidad es la del epifonema de la
rima LXXVI: "¡Qué sueño el del sepulcro tan tranquilo!"
La creación de esa atmósfera becqueriana tan peculiar — "huésped de las
nieblas" - resonará en la poesía posterior. Bécquer conoció y describió ese
paisaje de nieblas nocturnas, pero casi siempre desde fuera, sin perder con-
ciencia de la realidad. Al final de ese camino poético, Larrea, Alberti,
Aleixandre... se internarán decididamente en él y explotarán todas sus posi-
bilidades literarias.
Es evidente, en fin y por lo demás, que la alevosía y nocturnidad de la
inspiración romántica ha provocado infinidad de veces sueños y pesadillas.
Basta traer a colación comienzos ambientales como el de El estudiante de
Salamanca, "cuando en sueño y en silencio / lóbrego envuelta la tierra...". O
la parafernalia de El diablo mundo, ante la cual el poeta acabará por pregun-
tarse "¿Dónde estoy? Tal vez bajé / a la mansión del espanto, / tal vez yo
mismo creé / tanta visión, sueño tanto, / que donde estoy ya no sé...".
Pero si Espronceda incardinaba sus pesadillas con el aparato de las visio-
nes metafísicas, más cerca de nuestra sensibilidad se halla la horrible pesa-
dilla de Larra el Día de difuntos de 1836, contemplando, modo medieval, el
sobrecogedor panorama de Madrid entero, el país entero, como un inmen-

12
Bécquer también poetizó el tema de la dama dormida (rima XXV): "Cuando en la
noche te envuelven / las alas de tul del sueño, / y tus tendidas pestañas /semejan arcos de
ébano; / por escuchar los latidos / de tu corazón inquieto / y reclinar tu dormia / cabeza
sobre mi pecho, / diera, alma mía, / cuanto poseo..." Y en la rima XXVII, con el estribillo
¡Duerme! Para otros matices, véase la rima XVIII, la XLIII y la LIX. La rima LXVII dice en
su segunda estrofa: "¡Qué hermoso es cuando hay sueño, / dormir bien... y roncar como un
sochantre / y comer y engordar...! ¡y qué fortuna / que esto solo no baste!" En la LXVIII:
"No sé lo que he soñado / en la noche pasada; /triste, muy triste debió ser el sueño, / pues
despierto la angustia me duraba..." En la siguiente: "La gloria y el amor tras que corremos /
sombras de un sueño son que perseguimos: / ¡despertar es morir!".

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Un viaje literario de ensueño 31

so cementerio, en visión trágica que adelanta el millón de cadáveres de


Dámaso Alonso en Hijos de la ira.

A estas alturas del repaso histórico ya han dicho mejores voces lo que
yo podría hacer. Me resta ordenarlo brevemente, porque entre los textos
medievales, las visiones delectables y los Laberintos de Santillana y las
disquisiciones de los clásicos se extiende el vasto panorama de nuestra cul-
tura literaria llenando todos los rincones, a veces hasta hacerse notar como
corriente o moda (las visiones, los surrealismos, las corrientes de concien-
cia...) No iremos a los rincones, pero sí que hemos podido observar esa onda
expansiva que el tiempo hizo, cómo se enriqueció con el ejercicio del análi-
sis y de la inteligencia. Del viejo automatismo simbólico alegórico nos
hemos venido a la tortuosa consideración de todos los aspectos, y, lo que ha
de ser más importante, a la toma de conciencia por parte de los creadores de
las posibilidades expresivas. El refinamiento final podría ejemplificarse - es
obvio — con la poesía de los años 30 y con el realismo mágico.

Alberti ya se inspiró del Sueño en un breve poema de Marinero en tier-


ra (el 23) y en algunas pinceladas de La amante (particularmente la 65), o de
El alba del alhelí (por ejemplo el "Nocturno", 10). La inspiración del sueño
se ve crecer en Cal y canto, en donde ya hay varios poemas que llevan ese epí-
grafe (Sueño de las tres sirenas, Sueño, Sueño-Fracaso, El caballero sonámbulo,
etc.) y donde, desde luego, toda la imaginería entre surrealista y barroca ha
abierto un camino nuevo a su quehacer poético. No es extraño que sus dos
poemarios siguiente, Sobre los ángeles (1927-8), Sermones y moradas (1929-
1930) recreen una refinadísima y sutil atmósfera de ensueño que, a mi modo
de ver, junto a la obra de Larrea, representan el mayor logro poético de esta
inspiración. Pero aquí ya no hay separación entre vigilia, ensueño y visión
descontrolada. Todo es uno y lo mismo. No hace falta señalar textual o ima-
ginativamente el paso de una inspiración a otro. Parece, mirando hacia atrás,
el logro de una tradición.
Deambulamos por la poesía de Alberti corno sobrecogidos por esa
atmósfera inconsútil, más allá de la realidad y de los sueños. He aquí el
arranque de algunos de los poemas de Sobre los ángeles10: "Humo, niebla, sin

13
Ed. Losada, p. 254.

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32 Pablo Jauralde

forma...; Te invito, sombra, al aire..."; etc. Y he aquí en fin esa maravilla con
la que Alberti homenajeó a Bécquer, el primer recuerdo del cielo:
Paseaba con un dejo de azucena que piensa,
casi de pájaro que sabe ha de nacer.
Mirándose sin verse a una luna que le hacía espejo el sueño
y a un silencio de nieve que le elevaba los pies.
A un silencio asomada.
Ara anterior al arpa, a la lluvia y a las palabras.
No sabía.
Blanca alumna del aire,
temblaba con las estrellas, con la flor y los árboles.
Su tallo, su verde talle.
Con las estrellas mías
que, ignorantes de todo,
por cavar dos lagunas en sus ojos
la ahogaron en dos mares.
Y recuerdo...
Nada más: muerta, alejarse.

Con la poesía contemporánea, desde estos versos, podemos pensar que


se ha cumplido el dilatado proceso de incorporación del mundo de los
sueños a la creación literaria.
Pero nuestra cultura ha realizado ese nobilísimo arte de la profundiza-
ción - como decía Alvaro Cunqueiro - ("buscar el secreto profundo de la
vida es el grande, nobilísimo ocio", en las primeras páginas de Las mocedades
de Ulises [I960]), de manera que ese reino de la imaginación descontrolada,
sobre todo después de Bécquer y de los grandes poetas románticos, se ha
convertido en una de las herramientas más poderosas del escritor, tal, que ya
nadie nos librará de una deliciosa y complejísima situación de imposible
raciocinio fuera de contextos fármaco-sicológico-teórico-etc. Desde luego,
fuera de nuestro contexto de lectores.
No incurriré por tanto en el dislate de recopilar más textos, ni de histo-
riarlos, sabedor como soy de que esa no es tarea para entretenernos razona-
blemente durante esta apertura, y que faltan los clásicos, desde Scipión al
"Anoche cuando dormía....", de don Antonio Machado, con su explicación
al cabo de Lázaro Carreter.

AISPI. Un viaje literario de ensueño.


Un viaje literario de ensueño 33

De aquella sencilla claridad con la que se exponía que alguien había


soñado algo pasamos a la absoluta indeterminación de realidad y sueño,
quehacer casi cotidiano de la literatura possurrealista.
Sea Silvia, el primer cuento que abre el Ultimo Round de Cortázar, la
adolescente de imagen renacentista que aparece realmente en el cuento como
un invento de los niños, pero que el protagonista ve y casi toca hasta llegar
a experimentar ese instante sin tiempo, insoportablemente bello. El relato
termina, abierto, y el protagonista queda marcado por la aparición de aquel-
la figura silenciosa, hermosa, fugaz, cuya realidad onírica no se comenta.
Cortázar ejercía un tema borgiano con variaciones de excelente discípulo,
como veremos al referirnos a Las ruinas circulares. En algunos libros de
Cortázar, Bestiario sobre todo, cuentos numerosos, etc. la indeterminación
entre mundo real e irreal es constante y básica; pero no en todos: nada o casi
nada se encontrará por ejemplo en Las armas secretas.
El enlace con situaciones más ricas y complejas lo hago a partir de
Cortázar a través de otro texto, soberbio, que él tradujo, escribe Adriano con
la pluma de Margarita Yourcenar. La cita es larga, pero me viene al pelo
como ejemplo extremo de disquisiciones modernas frente a la austeridad de
antaño; es decir, se trata del tratamiento medieval del sueño, pero a partir de
la inteligencia moderna, lo que presta al libro de Yourcenar - en general, a
su obra - ese sabor distendido entre frescura y profundidad. La magia de la
literatura ha mezclado en este texto a la figura histórica de Adriano junto con
las reflexiones de Yourcenar y el estilo de Cortázar, el traductor:

De todas las felicidades que lentamente me abandonan, el sueño es una de las


más preciosas y también de las más comunes. Un hombre que duerme poco
y mal, apoyado en una pila de almohadones, tiene tiempo para meditar sobre
esa voluptuosidad particular. Concedo que el sueño más perfecto sigue sien-
do casi por necesidad un anexo del amor: reposo reflejo, reflejado en dos cuer-
pos. Pero lo que aquí me interesa es el misterio específico del sueño por el
sueño mismo, la inevitable sumersión que noche a noche cumple osadamen-
te el hombre desnudo, solo y desarmado, en un océano donde todo cambia,
los colores y las densidades, y hasta el ritmo del aliento, y donde nos encon-
tramos con los muertos. Lo que nos tranquiliza en el sueño es que volvemos
a salir de él, y que salimos inmutables, pues una interdicción extraña nos
impide traer con nosotros el residuo exacto de nuestros ensueños. También
nos tranquiliza el que nos cure de la fatiga, pero esa cura temporaria se cum-
ple por el más radical de los procedimientos, el de dejar de ser. Allí, como en

AISPI. Un viaje literario de ensueño.


34 Pablo Jauralde

otras cosas, el placer y el arte consisten en abandonarse conscientemente a esa


bienhechora inconsciencia, en aceptar se, sutilmente, más débil, más pesado,
más liviano y más confuso que uno mismo. [Volveré a referirme a la asom-
brosa población de los ensueños. Ahora prefiero hablar de ciertas experiencias
de sueño puro, de puro despertar, que rozan la muerte y la resurrección. Me
esfuerzo para aprehender otra vez la exacta sensación de aquellos sueños ful-
minantes de la adolescencia, cuando uno se dormía sobre los libros, arranca-
do de golpe de las matemáticas y el derecho, y sumido en lo hondo de un
sueño sólido y pleno, tan henchido de energía sin empleo, que en él se sabo-
reaba, por así decirlo, el puro sentido del ser a través de los párpados cerra-
dos. Evoco los bruscos sueños sobre la tierra desnuda, en la floresta, al térmi-
no de fatigosas cacerías: el ladrido de los perros me despertaba, o sus patas
plantadas en mi pecho. Tan total era el eclipse, que cada vez hubiera podido
encontrarme siendo otro, y me asombraba - a veces me entristecía - el estric-
to ajuste que de tan lejos volvía a traerme a ese estrecho reducto de humani-
dad que era yo mismo. ¿Qué valían esas particularidades que tanto cuentan
para nosotros, si tan poco contaban para el libre durmiente, y si durante un
segundo, antes de retornar descontento a la piel de Adriano, alcanzaba a seño-
rear casi conscientemente a ese hombre vacío, a esa existencia sin pasado?
Por lo demás la enfermedad y la vejez tienen también sus prodigios, y reciben
del sueño otras formas de bendición...
Si pensamos tan poco en un fenómeno que absorbe por lo menos un tercio
de toda vida, se debe a que hace falta cierta modestia para apreciar sus bon-
dades. Dormidos, Cayo Calígula y Arístides el Justo se equivalen; yo no me
distingo del servidor negro que duerme atravesado en mi umbral. ¿Qué es el
insomnio sino la obstinación maníaca de nuestra inteligencia en fabricar pen-
samientos, razonamientos, silogismos y definiciones que le pertenezcan ple-
namente, qué es sino su negativa de abdicar en favor de la divina estupidez
de los ojos cerrados o de la sabia locura de los ensueños? El hombre que no
duerme — y demasiadas ocasiones tengo de comprobarlo en mí desde hace
meses — se rehusa con mayor o menor conciencia a confiar en el flujo de las
cosas. "Hermano de la Muerte"... Isócrates se engañaba, y su frase no es más
que una amplificación de retórico. Empiezo a conocer a la muerte: tiene otros
secretos, aun más ajenos a nuestra actual condición de hombres. Y sin embar-
go, tan entretejidos y profundos son esos misterios de ausencia y olvido par-
cial, que sentimos claramente confluir en alguna parte la fuente blanca y la
fuente sombría. Nunca me gustó mirar dormir a los seres que amaba; descan-
saban de mí, lo sé; y también se me escapaban. Todo hombre se avergüenza
de su rostro contaminado de sueño. Cuántas veces, al levantarme temprano

AISPI. Un viaje literario de ensueño.


Un viaje literario de ensueño 35

para estudiar o leer, ordené con mis manos las almohadas revueltas, las man-
tas en desorden, evidencias casi obscenas de nuestro escuentros con la nada,
pruebas de que cada noche dejamos de ser...]14.

En efecto, este tipo de cosas cabe encontrar en la literatura actual.


Me falta, antes de dejar abierto el tema hacia las aventuras literarias del
futuro, cerrar con siquiera la mención de esa maravilla que son Las ruinas
circulares y El golen de Borges, es decir aludiendo al patriarca actual - en las
letras hispánicas — de los sueños.
El tema del sueño, asociado al de la circularidad del tiempo, al de la
eternidad, como imbricados en la creación literaria es, como bien se sabe, un
tema recurrente en la obra de Borges. Allí el sueño trasciende todo este tipo
de construcciones para convertirse en la herramienta de la inteligencia crea-
dora, como motivo, y en la expresión del eterno retorno por otro lado. En el
cuento aludido, ese descubrimiento final - sorprendente si no se tratara de
Borges15 - cuando el creador cobra conciencia de que también él es criatura
soñada, abre la posibilidad de la utilización expresiva del sueño en una cade-
na sinfín. Borges poetizó el tema brevemente y lo expuso digresivamente en
"Avatares de la Tortuga" (de Discusión). En un libro tardío como creo que es
La cifra, vuelve a expresar a modo de apunte el tema, en este caso es el hom-
bre que escribe un poema sobre un hombre que escribe... Es el texto más
socorrido para ser citado, puesto que en este caso, Borges lo desnudó de
cualquier aderezo poético o novelesco, para presentarlo a través de una viñe-
ta sencillísima:

14
Margarita Yourcenar, Memorias de Adriano [1951], traducción de Julio Cortázar
[1982], Barcelona, Edhasa, 1983, sexta reimnpr., 21-2, y véase también p. 233.
15
En "Ragnarok", de El Hacedor, dan muerte, a pistoletazos, a unos dioses degenera-
dos. "Arte poética" define: "Sentir que la vigilia es otro sueño / que sueña no soñar y que la
muerte / que teme nuestra carne es esa muerte / de cada noche, que se llama sueño". De
hecho, la primera página del libro es un breve sueño en el que el poeta imagina que entre-
ga el libro a Leopoldo Lugones. Cfr. El sur, de Ficciones. "Historia de los dos que soñaron",
en Historia universal de la Infamia. En Otras Inquisiciones, "El sueño de Coleridge",
"Nathaniel Hawthorne" y "Formas de una leyenda". En El Hacedor el prólogo y "Dream
Tiger". En El otro..., "El sueño". Poemas, de La cifra, "El sueño", y el fragmento "Un
sueño", seguido de "Al olvidar un sueño", etc. La rosa profunda, "El sueño", "Sueña Alonso
Quijano", "Episodio del enemigo", "Einn Traum". Historia de la noche, "Ni siquiera soy
polvo". Siete noches, "La pesadilla". Etc.

AISPI. Un viaje literario de ensueño.


36 Pablo Jauralde

En un desierto lugar de Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin puerta
ni ventana. En la única habitación (cuyo piso es de tierra y que tiene la forma
del círculo) hay una mesa de madera y un banco. En esa celda circular, un
hombre que se parece a mí escribe en caracteres que no comprendo un largo
poema sobre un hombre que en otra celda circular escribe un poema sobre un
hombre que en otra celda circular escribe un poema sobre un hombre que en
otra celda circular... El proceso no tiene fin y nadie podrá leer lo que los pri-
sioneros escriben.

Borges constataba una y otra vez que la discusión quedaba abierta,


como el tema mismo, a una posible recreación de infinitas posibilidades.

Nosotros (la indivisa divinidad que opera en nosotros) hemos soñado el


mundo. Lo hemos soñado resistente, misterioso, visible, ubicuo en el espacio
y firme en el tiempo; pero hemos consentido que en su arquitectura tenues y
eternos intersticios de sinrazón para saber que es falso.

Me gusta ese final abierto hacia el infinito para este rato compartido
con mis colegas italianos.

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