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UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES

FACULTAD DE MEDICINA

TESIS DE DOCTORADO
Configuraciones familiares en pacientes adolescentes con
insuficiencia renal crónica

Tesista: Lic. Sonia Kleiman


Director: Dr. Julio Moreno
Director Asociado: Dr. Jorge Ferraris
Consejero de Estudios:

Buenos Aires. 2017

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3.3 Perspectiva vincular de las relaciones familiares

Con el objetivo de presentar la perspectiva desde la cual se plantea el eje


de esta tesis, la vincularidad en familias con hijos adolescentes que padecen IRC,
se desarrollará el recorrido hacia el pensamiento vincular actual, a partir de los
cambios paradigmáticos sucedidos en los dos últimos siglos.

La perspectiva teórica que se desarrollará a continuación tiene la particularidad de


haber iniciado la formulación de sus conceptualizaciones acerca de los vínculos
familiares desde las enunciaciones psicoanalíticas respecto de la constitución del
aparato psíquico. Luego, y a partir de la clínica vincular, se fue construyendo una
ampliación de la teoría psicoanalítica clásica, hasta la enunciación de nuevos
conceptos específicos, relacionados con lógicas de pensamiento que se refieren a
las relaciones entre los sujetos y la complejidad de esta experiencia.

El movimiento conceptual realizado requirió del trazado de puentes entre


diferentes disciplinas, tomando en cuenta que en los últimos siglos hubo
transformaciones epistemológicas que conmocionaron las ciencias. La Psicología
y el Psicoanálisis no podían permanecer inalterables mientras el campo científico
estuvo y está cambiando radicalmente.

En su trabajo denominado “Temblores del pensar”, Mónica Cragnolini, filósofa,


expresó: "¿No será que las sólidas arquitecturas, que se autoprohíben temblar,
deben consolidar su seguridad ‐desde el rechazo de la incertidumbre que provoca
el otro‐, conservándose en su identidad, y así, auto-representándose en una
repetitiva mismidad que no admite contaminación, que se autoinmuniza con
respecto a lo extraño?".

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Algunos de los planteos a los que se hará referencia aquí remiten al
cuestionamiento respecto de la supremacía del sujeto, tal como lo enunció la
filosofía cartesiana (siglo XVII) y al modo en que este concepto fue tomado por las
ciencias humanas en el Modernismo hasta la actualidad. Otros cuestionamientos
se refirieron al pensamiento binario sujeto-objeto, cuerpo-mente, individuo-
sociedad, entre otras oposiciones, y a la lógica de la determinación absoluta.

En 1927, el físico alemán Werner K. Heisenberg formuló el Principio de


incertidumbre, una contribución fundamental al desarrollo de la teoría cuántica.
Este principio afirma que es imposible medir simultáneamente de forma precisa la
posición y el momento lineal de una partícula. La incorporación de la
incertidumbre se ramificó a toda la producción científica, tanto de las llamadas
ciencias duras como de las ciencias sociales.

El hecho de tomar en cuenta estas ideas, entre otras, requirió deconstruir muchas
de las nociones con las que se suele comprender el funcionamiento del psiquismo.
La deconstrucción, acción de deconstruir implica desmontar y desmantelar todo
discurso que se presente como una construcción acabada. Dentro de un esquema
conceptual, lo que se deconstruye, es la forma en la que los conceptos se
sostienen mutuamente en un esquema dado. Es un tipo de intervención altamente
individualizado, dirigido a desestabilizar las prioridades estructurales de cada
construcción teórica particular. No significa aniquilación o sustitución conceptual,
sino visibilizar el modo en que se ordenó y jerarquizo la enunciación conceptual.

Como explicó Foucault, “las conceptualizaciones científicas son parte de una


trama de enunciaciones que responden a relaciones entre saber y poder y
caracterizan una época”.

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3.3.1 La modernidad

La modernidad fue un proceso socio-histórico comprendido entre los siglos


XVI y XIX. Se originó en Europa, pero se expandió a todas las regiones mediante
la colonización, a partir de la emergencia de la Ilustración, la transición del
feudalismo al capitalismo y la construcción de los estados nacionales. Así
entendida, la modernidad fue un proceso paradójico y complejo que, al tiempo que
se abría a las luces de la razón y proponía a la Ilustración como horizonte
teleológico, fijaba el acto de conocer en una relación dominante con lo conocido,
abriendo así una brecha que consistía en la gran separación entre individuo y
mundo, el gran dualismo cartesiano entre res cogitans y res extensa, entre “sujeto”
y “objeto”. La noción misma de sujeto, epistemológica y ontológicamente, devino
en una concepción y una experiencia solipsista, aislado y cerrado sobre sí mismo.
En un análisis de estas nociones, Matías Saidel (2013) lo expresó de esta manera:
“El pensamiento político moderno surge ligado a la emergencia, por un lado, de la
noción de individuo autónomo, impensable para „los antiguos‟, entendido a la vez
como Subjectum, es decir como lo que está debajo, en el fundamento. Este sujeto
individual sería, en el plano político un ciudadano o súbdito, en el epistemológico
un sujeto cognoscente, en el económico un propietario, en el jurídico una persona
y en el social un individuo o agente”. “Paradójicamente, este Subjectum es
concebido como soberano (supraneum), incluyendo así una dimensión de
„sujetidad‟ y de „subjetividad‟, de sometimiento y supremacía. Se trata de un sujeto
agente y autoconsciente que no solo está en el fundamento de las teorías
epistemológicas y políticas modernas, sino también del pensamiento ilustrado y de
las modernas filosofías de la comunidad". En este texto el autor nos invita a
reflexionar junto con Jean-Luc Nancy, de qué otras maneras la noción de sujeto
puede ser pensada, abordada e intervenida.

En su libro titulado elocuentemente “¿Un sujeto?”, Nancy señaló: “...Yo diría hoy
que eso a lo que estamos constreñidos a llamar „sujeto‟, a falta a veces de otro
término para designar a un existente singular expuesto al mundo, no „es‟ nada que

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pueda tratarse como el sujeto de atribuciones posibles (X es grande, moreno,
erudito, orgulloso…) sino que „es‟ solamente en el movimiento que lo expone al
mundo, es decir, a las posibilidades de sentido. [...] Dicho de otro modo, lo que
adviene es que el existente se deshace de toda pertenencia, asignación y
propiedad para enviarse, dirigirse, dedicarse a… nada distinto al hecho mismo
de existir, de estar expuesto a reencuentros, a sacudidas, a encadenamientos de
sentido. Cada vez es un „advenir‟, un „producirse‟ y un „jugarse‟ en el que
seguramente puede reconocerse un „sí mismo‟ pero solo reconociendo al mismo
tiempo que ese „sí mismo‟ (ese sujeto) se encuentra infinitamente alejado, arrojado
detrás y delante, por el choque mismo del „advenir‟...”. Esta concepción del sujeto
está indisolublemente unida a la idea de mundo interno, de realidad psíquica y fue
fundamental en la construcción psicoanalítica del aparato psíquico, de la primacía
en la vida emocional del mundo representacional fantaseado.

Al pensar en los abordajes vinculares de familia esta concepción de la vida


emocional, centrada en el llamado mundo interno, se hacía inconsistente con la
puesta en juego de las presencias, de sus intercambios. Todo lo que sucedía en
esos encuentros no podía ser adjudicado solamente a los mecanismos defensivos
intrapsíquicos como la proyección. Entonces, al incluir estas observaciones e
interrogar a las teorías psicológicas y psicoanalíticas acerca de estas
experiencias, o sea no comprender las relaciones desde lo individual, sino desde
lo que pasa entre los sujetos que participan de la relación, comenzó un nuevo
camino teórico. Se hizo evidente que era necesario diferenciar dos tipos de
lectura, pensar los vínculos desde la categoría de sujeto o pensarlos desde la
producción vincular, y tener en cuenta las consecuencias teóricas y clínicas de
esta diferencia.

Al descentrar la figura de sujeto, el pensamiento vincular se propuso cambiar la


posición teórica sobre las condiciones de producción de conflictos y síntomas.
Este trabajo se realizó en contacto con conceptualizaciones de diferentes
disciplinas. Así, las enunciaciones de la Teoría de la complejidad, contribuyeron a

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la posibilidad de plantear, desde otros ángulos, lo que se observaba en los
vínculos.

3.3.2 La complejidad

La ciencia tradicional se basaba en la idea de un sujeto que se dirige hacia


un objeto aislable, cognoscible y manipulable. Presuponía el control a través del
conocimiento de las causas. El pensamiento complejo implicó una novedad radical
para los fundamentos epistemológicos tradicionales, basados en la universalidad,
la causalidad y la formulación de leyes que aportaban previsibilidad. Pensar en
una realidad compleja, implicó incluir el azar y la multiplicidad.

El filósofo y sociólogo Edgar Morin describió la complejidad como un tejido de


constituyentes heterogéneos inseparablemente asociados, que presenta la
paradoja de lo uno y lo múltiple. Aludió “al tejido de eventos, acciones,
interacciones, retroacciones, determinaciones, azares, que constituyen nuestro
mundo fenoménico”. Su presentación “inquietantemente enredada, desordenada,
ambigua, es generadora de incertidumbre”. Frente a ella, se pondrían en marcha
operaciones de inteligibilidad que corren el riesgo de producir ceguera, pues
tienden a ocultar lo complejo. En términos históricos, Morin hizo referencia a la
crisis actual de un paradigma simplificador, tendiente a orientar el conocimiento
científico “a disipar la aparente complejidad de los fenómenos, a fin de revelar el
orden simple al que supuestamente obedecerían”.

3.3.3 Hacia un pensamiento de lo vincular

Fue la práctica con familias y parejas la que llevó a Isidoro Berenstein y


Janine Puget a preguntarse una y otra vez si lo que estaba ya enunciado para el
paciente individual, construido teóricamente para el aparato psíquico, daba cuenta
también de lo que sucedía en ese otro territorio, el de los vínculos.

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Empezó a quedar muy expuesto que las personas que configuran un vínculo, no
son solo personajes del mundo interno de cada uno de los que participan,
proyectado en los demás. No son solo relaciones de objeto1 desplegadas en el
escenario de los vínculos. Al atender familias y parejas, comenzaron a presentarse
algunas inconsistencias cuando se trataba de aplicar, a las configuraciones
vinculares, el modelo teórico creado para la sesión con un paciente individual.
Entonces, comenzó el trabajo de incluir otros instrumentos, otras ideas, otros
modelos, en la llamada caja de herramientas. “Una teoría es exactamente como una
caja de herramientas. … Es preciso que sirva, que funcione. Y no para uno mismo...la
teoría no se totaliza, se multiplica y multiplica” (Foucault, 1992).

Sobre la noción “vínculo” existen muchas y diversas aproximaciones teóricas. A


los fines de la tesis solo se expondrá el pensamiento actual sobre los vínculos y lo
vincular, enunciado por Isidoro Berenstein y otros autores que desarrollan estas
conceptualizaciones en Argentina. Estos desarrollos implicaron un gran desafío y
pensar una teoría en construcción, transmitir un pensar sobre cómo se está
pensando, entre otros, entre colegas interesados en la práctica vincular.

La clínica, el trabajo con pacientes, sorprende, interpela los dispositivos que están
instituidos y estimulan a la creación de otros. Para introducir este tema es
importante hacer una diferencia con otras teorías sobre los vínculos. Julio Moreno
lo expresa así: “…el vínculo, cualquier vínculo, no resulta de la suma algebraica de
los contenidos de los aparatos psíquicos (conscientes e inconscientes)
involucrados ni del traspaso de información de uno al otro de los integrantes. Se
caracteriza porque en los espacios virtuales entre los participantes se producen
excesos y emergentes que no existían antes del encuentro”.

1Relación de objeto (u objetal): término utilizado con gran frecuencia en el psicoanálisis contemporáneo
para designar el modo de relación del sujeto con su mundo, relación que es el resultado complejo y total de
una determinada organización de la personalidad, de una aprehensión más o menos fantaseada de los
objetos y de unos tipos de defensa predominantes. De: Laplanche y Pontalis. Diccionario de Psicoanálisis.
Buenos Aires: Paidós; 1967.

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Esta perspectiva piensa la vincularidad desde lo que producen en conjunto,
producción que los subjetiva de manera diferente a como comenzaron a
relacionarse, marcas de los efectos de presencia que se imponen y hacen a la
pertenencia a esa vincularidad. Esta idea implica una diferencia de punto de vista
importante con otras concepciones teóricas. No es lo mismo pensar la vincularidad
como derivada de la teoría individual o pensarla desde la producción vincular.
Deleuze graficó esta idea al hacer un relato sobre la escritura que realizó con
Guattari: “Hemos escrito un libro y luego otro, no „un‟ libro en el sentido de unidad,
sino como el artículo indeterminado. Cada uno de nosotros tenía un pasado y un
trabajo anterior, él en psiquiatría, en política y en una filosofía ya rica en
conceptos, y yo había escrito Diferencia y repetición y Lógica del sentido. Pero no
hemos colaborado como dos personas. Más bien como dos arroyos que se
encuentran para configurar…un nosotros”. El “nosotros” tiene densidad, suplementa la
idea de sumatoria de personas, es el efecto de presencia construyendo, produciendo
singularidad, novedad. En este sentido, las escenas en las que participan los miembros
de una familia, por ejemplo, están diseñadas entre quienes la componen, en ese co-estar
se presenta algo que no estaba previamente a esa escena, aun cuando hayan compartido
otros momentos, otros espacios, otros tiempos.

Como hacen los poetas, Fernando Pessoa, graficó muy bien lo que se quiere
expresar en un lenguaje más formal diciendo: "esta madrugada es la primera del
mundo...", para hablar de lo inédito que se vive en cada situación.

A partir de este descentramiento de cada sujeto surge pensar lo vincular desde los
vínculos.

“Lo vincular” según Greenberg2, tal como aparece en una nota editorial en la que
se comentan artículos que se ocupan del concepto de vínculo, no requeriría

2 Greenberg J. 2012 Editor´s introduction, The Psychoanalytic Quartely, 2012;3:527-30.

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traducción al inglés, ya que la considera una conceptualización propia del Río de
la Plata y propone usarla en español.

Lo vincular intenta dar cuenta de un trabajo que se realiza desde los vínculos.
Implica un hacer entre los que participan, un trabajo que requiere maniobrar entre
aquello que los identifica como familia es decir lo que hace que se sientan
semejantes, también aquello que los diferencia, y algunos aspectos que los hace
sentirse extranjeros en su “propia casa” o sea, radicalmente otros aun
perteneciendo al mismo grupo familiar. Al enunciar “lo vincular”, el artículo neutro
“lo” es usado como un recurso para escapar de los lugares fijos que el lenguaje
impone. Los otros artículos “el” y “la” recortan identidades (el hombre, la mujer, el
niño, la familia) y esto rápidamente recorre el camino hacia la representación. Es
decir, hacia esa escena del mundo interior que intenta definir nuevamente un
sujeto, un género, una función.

Si lo que se considera importante es lo que sucede entre los que habitan un


vínculo - aquello de su hacer, que los marca y los subjetiva desde esa relación -,
se puede pensar que lo vincular empieza por el medio. Es decir, que no haría falta
definir quién es quién, sino intentar pensar la complejidad de esa trama que los
constituye.

La propuesta de la perspectiva vincular es un corrimiento de la lógica de lo “Uno”,


“Uno” como mismidad, como centro identitario, hacia lo que Badiou llamó “el Dos”,
y de manera diferente Deleuze, “multiplicidad”. “Uno” refiere a la lógica de
pensamiento que toma lo absoluto, la única verdad objetiva, la idea de un origen, el
sujeto, la determinación indeleble. Desde la complejidad y desde otras formulaciones
filosóficas, como la teoría deleuziana, se habla de la lógica del “Dos” es decir, de
la multiplicidad, que Deleuze define así: “No son los elementos ni los conjuntos los
que definen la multiplicidad. Lo que la define es el „Y‟. „Y‟ como algo que ocurre
entre los elementos o conjuntos. Y aunque solo haya dos términos, hay un „Y‟

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entre los dos, que no es ni uno ni otro, ni uno que deviene el otro, sino que
constituye precisamente la multiplicidad”.

Lo vincular requiere de un pensar que evada la atracción de quedar encerrado en


un centro que impulsa a buscar, por ejemplo, quién es la víctima, o el victimario, o
el responsable de, el causante de, el enfermo… Lo vincular implica pensar qué es
lo que acontece entre los que habitan un vínculo, cómo se afectan, cómo se
componen. Lo vincular se refiere a pensar cómo producen el vínculo, desde ir
estando, siendo, haciendo y esto no puede ser solo representado porque la
representación antecede a lo que sucede y lo vincular se pone en juego cuando
está ocurriendo.

¿Qué significa lo que acontece “entre”? El pensamiento del “entre” surge de un


pensar rizomático. Esto es pensar desde las relaciones sin hacer centro en uno de
los participantes.

El pensamiento rizomático toma el modelo desde la botánica. En la teoría filosófica


de Gilles Deleuze y Félix Guattari, un rizoma es un modelo descriptivo o
epistemológico en el que la organización de los elementos no sigue líneas de
subordinación jerárquica, con una base o raíz que da origen a múltiples ramas,
sino que cualquier elemento puede afectar o incidir en cualquier otro.

Cuando se dice “entre” la idea se acerca a lo que Donald Winnicott enunció como
“espacio transicional”. Lo “transicional”, sea un espacio o un objeto, requiere dejar
de pensar en oposiciones -adentro/afuera, yo/no yo, sujeto/objeto, interno/externo.

Winnicott se formuló algunas preguntas centrales al respecto en su libro “Realidad


y Juego”: ¿qué tipo de vinculación establecerá el sujeto en el tiempo entre la
subjetividad y el mundo externo, entre la fantasía y la realidad?, ¿cómo transcurre
el hiato entre la subjetividad y la objetividad? Su hipótesis es que lo hace a través
de la constitución de un tercer espacio virtual, un área intermedia de experiencia,

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en la que concurren participativamente tanto la realidad interna como la externa.
Es un espacio ilusorio, el espacio transicional, una “…zona intermedia entre la
realidad interna del individuo y la realidad compartida del mundo que es exterior a
los individuos”. Winnicott planteó que “existe un espacio intermedio que no es ni el
espacio exterior objetivo (por ejemplo, la madre real) ni el espacio interno subjetivo
(por ejemplo, la representación interna de la madre). Este tercer espacio se sitúa
en la intersección de ambos, y está ocupado por los objetos transicionales, los
cuales son reales como objetos, pero al mismo tiempo son la representación de la
madre ausente […]. Esta zona intermedia de experiencia, no discutida respecto de
su pertenencia a una realidad interna o exterior (compartida), constituye la mayor
parte de la experiencia del bebé, y se conserva a lo largo de la vida en las
intensas experiencias que corresponden a las artes y la religión, a la vida
imaginativa y a la labor científica creadora”.

Lo transicional, como la idea del “entre”, no admite localización ni apropiación. Lo


transicional no es de uno ni es del otro. En palabras de Isidoro Berenstein: “Una
mamá tiene su parto y nace un niño. Sin embargo la mamá no es mamá sino
cuando nace el niño, que es quien la hace „mamá‟ o „papá‟ al padre. La mamá lo
pone al pecho y el bebé toma el pecho en su boca con sus labios. Están en
relación. Es esta relación quien, los funda como sujetos, a esos sujetos. Es desde
esta relación que se deviene otro con otro”. "No hay centro, ni el pecho ni la boca,
ni la madre ni el bebé, hay universo emocional y relacional en expansión”.

Desde una perspectiva vincular, la escena está diseñada entre quienes la


componen, es un co-estar, una co-producción. Metafóricamente es como la figura
de un coro. Solo en el momento de cantar juntos se puede acceder a cómo
entramaron sus voces, los ritmos, los tonos. Veamos cómo lo plantea Tortorelli:
[…] es indecidible el adentro del uno y el afuera del otro...el yo deviene el
resultado del otro tanto como el otro deviene resultado del yo desde el movimiento
de la diferencia, del diferir, el uno en el otro y el otro en el uno, y no desde un
término que constituyéndose previamente como propio posiciona al otro como

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ajeno y exterior”. “Es „indecidible‟ en tanto las dimensiones espaciales de adentro
y afuera se interpenetran y dejan de ser lo que son, límites de un lugar ya
establecido. Ello hace al „envío doble‟ y simultáneo, bi y multidireccional, que al
instituir a ambos se dice „co-instituye‟ en un movimiento que „destituye‟ esa
categoría de „lugar‟ predeterminado. A su vez, como esa situación indecidible se
marca como un punto de partida, se dice „desde‟ dónde y cuándo se instituye…”.

La complejidad grafica aquí, de manera intensa, sus formulaciones. Es necesario


considerar no solo el llamado mundo interno de cada uno, sino lo que sucede
entre los sujetos, aquello que suplementa, modifica lo que estaba, algo que, a su
vez, produce otros efectos. Efectos de presencia, de alteridad, de diferencia.

Dice Janine Puget: “En el contexto filosófico cuando nació el psicoanálisis la


noción de representación, pudo ser un pilar para muchos desarrollos acerca del
funcionamiento del aparato psíquico de un sujeto. Esta manera de pensar y
concebir la vida psíquica entra en conflicto con hallazgos científicos de las
llamadas ciencias duras y de los problemas que se plantean algunas filosofías del
siglo XXI donde se fue introduciendo ideas que contemplan la heterogeneidad, la
presentación, los nuevos sentidos y significaciones, el acontecimiento, la
catástrofe, la complejidad, el azar. Para los psicoanalistas se plantea entonces el
desafío de descubrir qué consecuencias tienen en nuestras formulaciones dichos
hallazgos, así como darnos cuenta que algunos obstáculos que encontramos en
nuestra práctica diaria pueden permitir avanzar en la misma dirección que lo
hacen otras ciencias”.

Al pensar los vínculos, ya no solo desde los personajes de los mundos internos de
cada uno, se hizo imprescindible comenzar a pensar la figura del otro. Isidoro
Berenstein lo formula así: “…el otro y su presencia obliga a hacer algo con él,
desde lo que se llama „hacerle un lugar‟ hasta la ardua tarea de producir algo
novedoso que ninguno de ellos por sí solos podrían realizar. El otro propone un

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nuevo lugar no representado y ubica a su vez al sujeto en un nuevo lugar, lo
rescata de la captura narcisista de lo semejante”.

El otro interrumpe las representaciones y discontinua lo propio. Lo vincular se


produce entre los sujetos y desde ese hacer, producir, ya no se es el mismo que
antes de coparticipar en esa producción. Los efectos de ese trabajo son
conscientes e inconscientes. Si bien estar con otro implica un encuentro, este
mismo suceso también es desencuentro en simultáneo, ya que la representación,
o sea el otro fantaseado, no coincide totalmente con ese otro que se presenta y, a
su vez, al encontrarse se modifican mutuamente. Ese desacuerdo no es pensado
en la teoría vincular como negativo, sino como motor de un trabajo.

En lo vincular se propicia no evadir la diferencia ya que la búsqueda de


semejanzas tranquiliza. La alteridad inquieta, conmueve y lo ajeno, aquello que se
presenta como radicalmente otro, perturba, sorprende, y requiere de operaciones
como los actos de hospitalidad, es decir, alojar lo que se impone en su diferencia
radical. La imposición no es una violentación en el sentido destructivo, sino la
presentación, la presencia y los efectos que se producen. Lo semejante confirma y
no cuestiona, pero en las relaciones afectivas, se está expuesto a lo otro que
deviene de la pertenencia a un vínculo. Las presencias son perturbadoras en este
sentido, requieren un trabajo de hacer lugar y salirse del lugar conocido, territorio
demarcado, para construir un otro territorio a transitar en conjunto. Tal como
expresa el sociólogo Zygmut Bauman: “El „otro‟ tipificado como extraño por
desconocido es un portador innato de incertidumbre, de potencial peligro, siendo,
tal vez, su mayor amenaza, el atentar contra la clasificación misma que sostiene el
orden del espacio social en el que se inscribe el mundo propio”.

La figura del otro se puede pensar también como el extranjero. Es en las familias
donde más dificultad se observa para hacerle lugar a aquello que es vivido como
extranjero, como otro, como diferente. Ante la irrupción de la pregunta por el otro,
Carlos Skliar expresa: “La pregunta acerca del otro no es una pregunta que pueda

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formularse en términos de, por ejemplo: ¿Quién es, „verdaderamente‟, el otro?
Tampoco es una pregunta cuya respuesta pueda conducirnos a la apacible y
tranquilizadora conclusión de que „todos somos, en cierto modo, otros‟ o bien
„todos somos, en cierto modo, diferentes‟. Así expresadas, estas frases no
parecen ser otra cosa que una suerte de pluralización de lo mismo, o una
multiplicación repetitiva del yo, condescendiente y austera, que solo intenta
generar mayor ambigüedad, quitarle la respiración al otro y provocar aún mayores
limitaciones en su espacialidad. La pregunta es una pregunta que vuelve a insistir
sobre la espacialidad del otro y no sobre su literalidad. Es una pregunta acerca de
las espacialidades asignadas, designadas, enunciadas, anunciadas, ignoradas,
conquistadas. Sobre la distribución del otro en el espacio de la mismidad y en un
espacio otro. Sobre el perpetuo conflicto entre los espacios. Sobre la negación y la
afirmación de los espacios. Sobre la pérdida y el hallazgo de los espacios. Sobre
los espacios que, aún en convivencia, se ignoran mutuamente. Sobre espacios
que no conviven pero que, ciertamente, respiran su propio aire”

En palabras de Isidoro Berenstein: “Las relaciones de otredad se dan entre la


hostilidad y la hospitalidad, la primera más espontánea, y siempre actual aunque
variada a través de los tiempos y la segunda proveniente de regulaciones y
prescripciones sociales instando a controlar, nunca del todo ni mucho menos, la
desconfianza ancestral hacia la herida en la propia certeza introducida por el
otro”.

Dice Julio Moreno: “….el vínculo, cualquier vínculo, no resulta de la suma


algebraica de los contenidos de los aparatos psíquicos (conscientes e
inconscientes) involucrados ni del traspaso de información de uno al otro de los
integrantes. Se caracteriza porque en los espacios virtuales entre los participantes
se producen excesos y emergentes que no existían antes del encuentro”.

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3.3.4 Lo vincular y los conflictos familiares

¿Cómo pensamos los conflictos familiares? Esta pregunta recorre la tesis.


¿Pensamos a los integrantes de la familia o la pareja como recortados en la
sustancialidad de un yo, self, sujeto y/o desde la producción vincular que
constituye un plus, que excede a cada uno y a su vez tiene efectos singulares?
Esta decisión teórico-clínica es la que se pondrá en juego en la observación de los
casos presentados.

La teoría vincular descentra al sujeto al ubicarlo en un conjunto. Las


consecuencias son dos: lo deslocaliza de una posición central y, a partir de ahí,
anula la misma noción de centro, pues es inherente a esta ser única y
hegemónica.

Considerar a la familia como una trama en la que se producen conflictos cuyos


efectos son impredecibles -así como también es impredecible cuáles de sus
miembros pueden dar cuenta más expansivamente de esos conflictos- implica
desplazar la unicidad, la homogeneidad, para darle otro y novedoso sentido desde
lo variado y heterogéneo. Desde ya, la implicancia de esto no es menor ni está
exenta de dificultades. En este sentido, en esta tesis se remarca la posibilidad de
pensar las relaciones de una familia con un hijo adolescente con IRC y abordar
cómo la trama vincular afecta y produce sentidos, significaciones y modos de
relacionarse que provienen de esa relación y no sólo desde el padecimiento de la
enfermedad crónica.

Estamos habituados a considerar como paciente a una persona. Se continúa así la


tradición médica fundada por Descartes y afianzada desde los siglos XV y XVI,
que afirmó al sujeto que piensa como una entidad que se ubica enfrente del
mundo. Ese yo cartesiano se encarnó en la consideración médica del cuerpo
como una unidad en sí misma y diferente de otros cuerpos considerados similares.
Conocer a uno de ellos permitía conocer a los otros. Efectivamente, así era con

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ese cuerpo que tenía órganos y sistemas biológicos que podían ser estudiados por
separado: la circulación y el corazón, las arterias y las venas, los músculos, los
huesos, las articulaciones, etc. Se configuró una concepción del cuerpo como una
reunión de partes. Con las grandes epidemias, sífilis en 1494 y peste en 1546, se
dio lugar a la nueva idea de que un agente exógeno minúsculo podía ser el origen
de la contaminación. A mediados del siglo XIX se discutió una concepción
centralista o hegemónica, sea de la sangre o del sistema nervioso, como
unificador, opuesta a la concepción celular de Virchow, donde cada una de las
células era considerada un organismo con sus funciones en sí misma, aunque
diferentes unas de otras (Espósito). Las concepciones se multiplicaron y, aunque
surgió el concepto de homeostasis como equilibrio entre los elementos y los
líquidos corporales, y no obstante la deconstrucción del individuo en miles de
células con alguna autonomía, se siguió pensado al individuo como una unidad
recortada y bordeada por una suerte de piel que lo separa de otro individuo.
Contradicción en el mismo término, pues individuo viene del término griego que
quiere decir “lo que no se puede dividir más, lo indiviso” y sin embargo se lo
concibió y se sigue haciéndolo como compuesto de partes. Esta forma de pensar
en términos de unidades indivisibles fue y es coherente con los supuestos
descriptos en la modernidad, a la que aludí en los primeros párrafos de esta
presentación.

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