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José Mendívil*
No puedo decir que soy marxista porque imagino que al abrir el juego con jugadores
que solo quieren mostrar cartas marcadas y desgastadas por el tiempo, en lugar de
abrir el juego a un debate abierto y sin capillas, dispuesto al error y a la derrota, a
jugadores que saben que debe enfrentar y soportar toda teoría social y la científica,
juego que sería libre en la búsqueda de otro Marx, el utópico y no el de la lucha de
clases, de la que solo reclamara el haberla incorporado a su teoría política o del poder,
juego en el que se muestre liberalidad para retirar el retrato de Marx de la cabecera, y
liberarlo de lo que Althuser llamó su revolución teórica, como de la crítica fácil o de la
defensa de sus aciertos o de su doctrina económica, tratando a la vez de encontrarnos
y alejarnos de él, como quiso, y así dejarnos sorprender una vez más con la presencia
de su trascendencia o contemporaneidad, a la que Jacques Derrida llamara los
asedios de sus espectros, de aquello que puede recuperarse de sus escombros o
‘muerte’ teórica inevitable en algún sentido de su filosofía y teoría económica, y si
seguimos la metáfora, en su retorno a su corporeidad en lo que fue su interés
principal, la emancipación de la humanidad desde nuevas relaciones entre el trabajo y
la plusvalía. Tampoco puedo decir que pretendo mostrarme como un marxista
auténtico, porque es algo que solo pueden reclamar para sí los dioses si tuvieran voz,
y no simples mortales solitarios en un punto del universo como ironizara Nietzsche en
uno de sus aforismos, porque, que duda puede haber, no dejaremos de ser prisioneros
de lo que terminamos creyendo con fe racional y secular que es o debe ser la verdad,
y menos pretendo asomar mis narices como un intruso molestoso para las verdades
que predican Tovar y Manrique, porque, como saben, sobre Marx no dejarán de haber
quienes reclamaran ser sus auténticos seguidores, críticos o apostatas. Si lo que debe
interesar en un intercambio de ideas sobre Marx no es la verdad de su teoría, sino su
utilidad y contemporaneidad, algo que fue dicho por Karl Popper desde su
falsacionismo científico, resulta evidente que lo que dice Manrique sobre el enfoque
teórico que Marx elaborara con las narices metidas entre rumas de libros de la sala de
lectura del Museo Británico, libros que soportaron la mirada de Marx en su búsqueda
por librarnos del capitalismo, de su dictadura. Lo que dice Manrique de la teoría de
Marx sobre el capitalismo es un anacronismo que recorre el camino estéril de la
‘verdad’ común de que Marx, como cualquier simple mortal, no pudo dejar de expresar
los límites de su ‘horizonte intelectual’, frase por sí ambigua, que por cierto difiere de lo
que Thomas Kuhn llamó paradigma científico en su explicación del progreso no lineal
de la ciencia. Tovar mordiendo el anzuelo del materialismo histórico recurre a la
autoridad de Marx para darle una lección a Manrique y recordarle lo que el viejo topo
dijo del capital, que es una relación social de producción que guarda correspondencia
con una a determinada formación histórica de la sociedad, volviendo así a un Marx de
las citas soltadas desde el materialismo histórico y dialéctico, y que se perdiera en el
pensamiento cautivo del socialismo stalinista, el Marx que Marta Harnecker desarmara
desde unos muy difundidos manuales en los años 60 y 70 del siglo pasado. El Marx de
Tovar y Manrique se parece al de Louis Althusser, el Marx de la revolución teórica,
dogmático, cierto, inequívoco y hasta infalible en su teoría económica de El Capital y
sus apuntes en los Grundrisse, monolítico como el Marx de Lenin; un Marx que a por
medio de la cita textual vuelve a la vida sin ser la amenaza de los fantasmas que
librara el Manifiesto del Partido Comunista y que asediaron los cimientos del mundo
desde 1848 hasta la caída del muro de Berlín en 1889, el Marx que de sus despojos
recoge en sus espectros Jacques Derrida, Marx al que prefiero sin tener que elegir
otra playa para soltar citas muertas en el texto, sino para ver al que ha sido olvidado y
que retorna desde los asedios de su utopía de la emancipación humana cuando
reflexiona sobre la libertad en sí y la libertad para sí, y sueña con la libertad que viene
del tiempo libre, del ocio para el disfrute pleno de lo humano, solo posible desde la
apropiación social de los logros progresivos de la ciencia y tecnología capitalista que
hace posible, dedujo Marx, imaginar el comunismo o el fin de la vida de amos y
siervos; un Marx distinto al del 18 Brumario o al de La Guerra civil en Francia, al de la
dictadura del proletariado que Lenin, Trotski y Stalin recogieran para la revolución
Rusa que empieza con el bárbaro asesinato de la familia del Zar Nicolás II, asesinato
que se mantuviera en secreto por décadas, peligro del abuso del poder que escondió
su monstruosidad en la teoría política de Marx que los bolcheviques radicalizaran, y
fuera advertido por Rosa Luxemburgo como una amenaza para el futuro de la
revolución socialista democrática. El Marx de Derrida, el sus espectros, queramos o
no, no dejará de asediarnos si no dejamos de soñar en que un mundo diferente es
posible.
* Docente universitario. Investigador del Instituto Punchao. Su libro Laberintos de la
peruanidad: Traumas y frustraciones se publicará próximamente.
Un intercambio sobre la
vigencia de Carlos Marx
Nelson Manrique
9 de julio 2019
Tovar me critica haber afirmado que “el horizonte intelectual de Marx se limita
al capitalismo industrial”. Aquí parte de un error de lectura. No he opinado
sobre el “horizonte intelectual” de Marx (dicho sea de paso, lo considero un
genio) sino sobre su “horizonte histórico”. Los coetáneos compartimos un
mismo horizonte histórico. El nuestro es el de las computadoras, las redes,
Internet, la globalización, etc. El horizonte intelectual en cambio es personal y
es tan variado como podrían ser los de Héctor Becerril y Karina
Beteta comparados con los de Aníbal Quijano y María Rostworowski.
Carlos tiene otra lectura errónea cuando me hace decir que en el capitalismo
industrial “el capital era tangible”, para luego desarrollar una larga explicación
de por qué no es así. Transcribo lo que he escrito: “Durante la fase industrial la
riqueza era tangible”. Bajo ciertas condiciones históricas la riqueza puede
convertirse en capital, pero los dos términos no son sinónimos. Cita luego la
proposición de Marx de que el capital es una relación social, para de ahí deducir
que no tiene materialidad. Precisemos: el capital, como categoría económica,
es una relación social mediada por el intercambio con la naturaleza, lo cual
introduce el principio de materialidad. En la sección cuarta de El capital Marx
hace un minucioso análisis de las metamorfosis del capital, en las cuales este
se encarna sucesivamente en elementos materiales e intangibles: capital
dinerario, capital industrial, medios de producción (capital constante),
mercancías, fuerza de trabajo (capital variable), etc.
Persistencia de Marx
Carlos Tovar
15 de junio 2019
¿Es verdad que, para Marx, el capital era una cosa material, tangible? En El
capital, Marx no deja resquicio para dudas al respecto: “Pero el capital no es
una cosa material, sino una determinada relación social de producción,
correspondiente a una determinada formación histórica de la sociedad”.
Se trata de aquella relación social que sitúa, por una parte, a la riqueza
monopolizada por una clase social determinada, enfrentada antagónicamente a
la otra parte, es decir, a la fuerza de trabajo de los que no poseen la propiedad
de los medios de producción.
Tan cierto es que, para Marx, el capital no es una cosa tangible, que tuvo en
cuenta la existencia del capital financiero, diferente del capital industrial: “El
sistema de crédito, cuyo eje son los supuestos bancos nacionales y los grandes
prestamistas de dinero y usureros que pululan en torno a ellos, constituye una
enorme centralización y confiere a esta clase parasitaria un poder fabuloso…” .
El capital financiero, como es obvio, no toma cuerpo en cosas tangibles. Por
consiguiente, el pensamiento de Marx no está encasillado en el capitalismo
industrial y, siendo así, también puede ser válido para el “capitalismo
informatizado”.
Para aquilatar la vigencia actual de Marx habría que aplicar el análisis marxista
para comprender en qué ha cambiado el capitalismo. Entrando en esa
materia, Nelson comete otro error: afirma que el capital de las empresas de
información, al estar constituido por intangibles, no es expropiable.
¿Qué son Bill Gates, Jeff Bezos o Mark Zuckerberg, preguntamos, sino los
propietarios de esas colosales cantidades de información, representadas en
patentes, cuyos derechos atesoran y se disputan encarnizadamente unos a
otros, mediante demandas millonarias?
1 Marx, Carlos, El capital, Fondo de Cultura Económica, México, 1972, volumen III,
p. 754.
2 Op. Cit., p. 511
Por otra parte, es cierto que Marx usó la categoría ‘capital financiero’, pero el
‘capital bancario’ es, también, inmaterial, de manera que la inmaterialidad de la
riqueza no era ajena a su pensamiento. Es bueno saber que Michael Kratke,
quien trabaja en la compilación de los escritos inéditos de Marx, refiere que,
entre ellos, se encuentran dos pilas de cuadernos dedicados al análisis de los
mercados financieros de Londres y Wall Street.
He seguido, durante años, el hilo del análisis marxista acerca del tiempo de
trabajo, el mismo que atraviesa toda la obra del gran filósofo (y fundamenta su
teoría del valor).
¿Está cansado de trabajar ocho horas y saber que el tiempo que le queda no le
permite ser feliz? ¿Considera que su productividad ha aumentando pero que sin
embargo no es gratificado debidamente? Si es su caso, quizás esté de acuerdo
en que está trabajando de más y que es víctima del voraz
capitalismo.Perspectivas
El caricaturista Carlos Tovar ‘Carlín’ es contundente en señalar que la jornada
laboral de 8 horas es un absurdo porque se va a “echar a la basura” la
economía mundial en el que salen perdiendo, en definitiva, todos.
Con dos libros sobre el tema, ‘Manifesto del siglo XXI’ (2006) y ‘Habla el viejo’
(2da edición-2011), además de varias conferencias sobre el mismo, Tovar
plantea la tesis de la reducción de horario laboral para el bienestar de los
trabajadores.
Tovar aseguró que “si Marx estuviera vivo lucharía por la jornada laboral de
cuatro horas”. “Tanto así que hay tres capítulos de ‘El capital’ dedicado al
tiempo de trabajo. En la primera internacional lanzado en 1866 se lanzó la
consigna de la jornada de ocho horas”, expresó.
Tovar comentó que este cambio debería ser impulsado desde las centrales
sindicales, para que permitan desencadenar una lucha mundial, “porque el
capitalismo es un fenómeno mundial, para lograr una victoria, un beneficio real
para todos los seres humanos”.