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EL DERECHO A LA OPINIÓN
Y A LA INFORMACIÓN
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3. No se puede restringir el derecho de expresión por
vías o medios indirectos, tales como el abuso de controles
oficiales o particulares de papel para periódicos, de
frecuencias radioeléctricas o de enseres o aparatos usados en
la difusión de información o por cualesquiera otros medios
encaminados a impedir la comunicación y la circulación de
ideas y opiniones.
4. Los espectáculos públicos pueden ser sometidos por
la ley a censura previa, con el exclusivo objeto de regular el
acceso a ellos para la protección moral de la infancia y la
adolescencia, sin perjuicio de lo establecido en el inciso dos.
5. Estará prohibida por la ley toda propaganda en favor
de la guerra y toda apología del odio nacional, racial o
religioso que constituyan incitaciones a la violencia o
cualquier otra acción similar contra cualquier persona o
grupo de personas, por ningún motivo, inclusive los de raza,
color, religión, idioma u origen nacional".
La Constitución Mexicana trata de los derechos de opinión
e información en los artículos 6 y 7.
En lo que se refiere a Documentos de la Iglesia Católica
sobre ambos derechos, éstos son los principales:
La Pacen in terris de Juan XXIII afirma "El hombre exige
por derecho natural... la posibilidad de buscar la verdad
libremente y, dentro de los límites del orden moral y del bien
común, manifestar y difundir sus opiniones... y disponer de
una información objetiva de los sucesos públicos" (n. 12).
La instrucción Communio et Progressio declara acerca del
"derecho a obtener y comunicar la información": "Para que la
opinión pública surja de la forma que le es propia, es
necesario que, en primer lugar, se conceda a todos los
miembros de la sociedad la posibilidad de acceso a las
fuentes y a los canales de información, así
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como la posibilidad de exponer libremente su pensamiento.
La libertad de opinión y el derecho a informarse y a informar
son inseparables. Juan XXIII, Pablo VI y el Concilio Vaticano
II han defendido clara y manifiestamente este derecho a
investigar la verdad, que se basa en una auténtica necesidad
del hombre mismo y de nuestra sociedad actual" (n. 33).
Hablan también sobre el derecho a la opinión y a la
información el Papa Pío XII en su discurso al III Congreso
Internacional de la Prensa Católica (18 2 1950) (Iribarren,
pp.125 132) y el Concilio Vaticano II en la Gaudium et spes (n.
26b y 59d) y en la Inter mirifica. Ver también el discurso de
Pablo VI a los participantes en el Seminario de la ONU sobre
la libertad de información de 1964 (Iribarren, pp. 405 407). En
él se afirma:
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a los daños producidos o temidos por una libertad de
información convertida en libertinaje. Existe todavía excesivo
amor al secreto en las instituciones eclesiales. Hay que educar
al pueblo para que sepa digerir las malas noticias, aun las que
van contra el prestigio de la Iglesia. El amor a la verdad y el
espíritu democrático piden que el secreto en los asuntos
públicos se restrinja sólo a lo imprescindible. También en
cuestión de opinión e información hay que aplicar "la regla de
la entera libertad en la sociedad" de que habla la Declaración
sobre libertad religiosa del Vaticano II: "Debe reconocerse al
hombre el máximo de libertad, y no debe restringirse sino
cuando es necesario y en la medida en que lo sea" (n. 7c).
Como ejemplo de la cerrazón del Magisterio de la Iglesia
en estas materias durante el siglo XIX pueden verse la
encíclica Mirari vos (1832) de Gregorio XVI (Iribarren, p. J 3) y
el Syllabus de Pío IX, n.79 (1864) (Iribarren, p. 8).
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La opinión pública nace del hecho de que cada uno,
espontáneamente, se esfuerza por mostrar a los demás sus
propios sentimientos, opiniones y afectos, de manera que
acaben convirtiéndose en opiniones y costumbres comunes.
Por esto la libertad para expresar la propia opinión es un
factor necesario en la formación de la opinión pública. De ahí
se sigue que "para el real progreso de la vida social, es
necesaria la libre confrontación de opiniones, para que,
aceptadas unas y rechazadas o perfeccionadas otras y
conciliadas o acomodadas las demás, terminen las más
sólidas y constantes por crear una norma común de acción"
(CP, 26).
Todos los ciudadanos están invitados a concurrir a la
formación de la opinión pública. Aquellos que por su
profesión o por sus cualidades propias son especialmente
estimados e influyen en la sociedad, juegan un papel de gran
peso en la creación de la opinión pública, al expresar su
propia opinión (cfr CP, 28).
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que en ocasiones
la opinión de la mayoría puede haber sido manipulada. Por
eso no toda opinión por el hecho de estar muy difundida y
de afectar a muchos, ha de tenerse sin más por opinión
pública. La opinión de la mayoría no siempre es la mejor ni
la más próxima a la verdad o al bien común. A veces puede
haber fuertes razones para oponerse a las opiniones de la
mayoría, aunque normalmente los gobernantes deben tener
en cuenta las opiniones mayoritarias, dado que manifiestan
la mentalidad y los deseos del pueblo. Hay que ir con mucho
cuidado con las encuestas de opinión pública, ya que fre-
cuentemente se encuentran tergiversadas, sobre todo allí
donde la gente tiene miedo a expresarse públicamente por
temor a las posibles represalias que pudieran venir.
Por todo lo anterior, hay que tener en cuenta las palabras
de Juan XXIII: "Lo que distingue la auténtica
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formación de la opinión pública de su creación por la fuerza
es, ante todo, el respeto a la conciencia. Dicha formación se
dirige al espíritu, al corazón, a la conciencia, mientras que la
demagogia o la tiranía atiza las pasiones o suprime con el
terror toda libre manifestación".
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penetra más plenamente en ella con juicio recto y la aplica
más plenamente a la vida; y en la caridad, a cuya luz la
misma libertad es elevada a la categoría de comunión en la
libertad de Cristo, quien librándonos de las ataduras del
pecado, nos hizo capaces de juzgar libremente según su
voluntad. Las autoridades correspondientes han de cuidar,
pues, de que el intercambio de las legítimas opiniones se
realice en la Iglesia con libertad de pensamiento y de
expresión".
En lo que se refiere a los temas en los que se mueve la
opinión pública en la Iglesia se afirma: "Es amplísimo el
campo al que puede extenderse el diálogo interno de la
Iglesia. Aunque las verdades de fe pertenecen a la esencia
misma y no pueden en modo alguno estar sujetas a la libre
interpretación de cada uno, sin embargo, la Iglesia avanza
por los caminos de la historia humana; por ello debe
acomodarse a las circunstancias propias de cada momento y
lugar, aceptando las necesarias sugerencias, tanto para
mostrar adecuadamente las verdades de la fe a las diversas
edades y culturas humanas como para adaptar eficazmente
su actividad a las condiciones y circunstancias cambiantes.
Los católicos, aun debiendo estar todos atentos a seguir
el Magisterio, pueden y deben investigar libremente para
llegar a interpretar más profundamente las verdades
reveladas, a fin de que éstas se expongan mejor a una
sociedad múltiple y cambiante. Esta libertad de expresión en
la Iglesia, lejos de dañar su coherencia y unidad, puede
favorecer su concordia y coincidencia, por el libre
intercambio de la opinión pública. Pero para que este diálogo
se establezca y desarrolle activamente, es absolutamente
necesario practicar constantemente la caridad en la discusión
y estar todos llenos de un decidido afán de robustecer y
conservar la concordia y la colaboración. Por ello se ha de
proceder con una autén
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tica voluntad de construir, no de destruir, a la vez que con
un ferviente amor a la Iglesia y con aquel afán de unidad que
Cristo puso como signo de la verdadera Iglesia y de sus
verdaderos discípulos" (n. 117).
No puede haber opinión si no hay información. Por esto
la CP también afirma: "De la misma manera que se reconoce
como sumamente necesario el desarrollo de la opinión
pública en la Iglesia, así a su vez, cada fiel tiene el derecho a
conocer cuanto le es necesario para poder asumir un papel
activo en la vida de la Iglesia. Esta exige que el fiel pueda
disponer de irnos medios de comunicación no sólo variados
y de amplia tirada, sino también católicos, si pareciere
necesario, siempre que éstos sean plenamente aptos para
cumplir esa misión.
Un adecuado desarrollo de la vida y las funciones en la
Iglesia exige una habitual corriente de información entre las
autoridades eclesiásticas de todos los niveles, las
organizaciones católicas y los fieles, en ambos sentidos, y en
todo el mundo. Para ello son necesarias distintas insti-
tuciones dotadas de los medios imprescindibles: agencias de
noticias, consejos pastorales, portavoces oficiales, salas de
prensa...
Cuando el estudio de una cuestión en la Iglesia exija
secreto, deben observarse las normas generales que se
siguen en la sociedad civil. Sin embargo, las riquezas
espirituales de las que la misma Iglesia es signo, piden que
las noticias que sobre sus programas y múltiple acción se
difunden sean del todo íntegras, verdaderas y claras. Por ello
cuando las autoridades religiosas no quieren o no pueden
dar tales noticias, dan fácilmente ocasión más a la difusión
de rumores perniciosos que al esclarecimiento de la verdad.
Por lo tanto, el secreto se ha de restringir y limitar sólo a lo
que exijan la fama y estima de las personas y los derechos de
los individuos o de los grupos" (nn. 119-121).
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Sobre esta materia, aplicando lo que se dice en la Lumen
gentium 37a, el Código de Derecho Canónico afirma en el
canon 212,3: "Los fieles tienen el derecho, e incluso a veces el
deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y
prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión
sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de
manifestarla a los demás fieles, salvando siempre la
integridad de la fe y de las costumbres y la reverencia hacia
los pastores, habida cuenta de la utilidad común y de la
dignidad de las personas".
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b) Especialización de la información. Esto se da tanto a
nivel de las publicaciones especializadas como a nivel de una
mayor especialización en los comunicadores de los medios
generales de información. Por ejemplo, ya va siendo normal
que los periódicos serios de muchos países tengan un
encargado de la fuente religiosa, para no decir las tonterías
que a veces se dicen.
c) El auge de las agencias de información. Esto último lleva
consigo una mayor riqueza en la información, pero también
un gran peligro de manipulación y de colonialismo
informativo, sobre todo a partir del uso de los satélites, que
normalmente sólo es posible a las agencias ligadas a los
países más poderosos del mundo desarrollado.
A este respecto, y en lo que se refiere a la información
religiosa, Puebla afirma que "la experiencia muestra las
continuas distorsiones del pensamiento y de los hechos de
Iglesia por parte de las agencias" (n.1092).
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necesaria para que el trabajador "sea consciente de que está
trabajando 'en algo propio'" (Juan Pablo II, LE, 15) y no se
sienta un simple engranaje movido desde arriba.
b) La obligación de la libre circulación de las noticias. Esto
lleva consigo la obligación de la autoridad a tutelar este
derecho y, por lo tanto, a impedir por los medios legales
adecuados el monopolio de la información.
Se discute si puede llegarse a la incautación por parte del
Estado de los periódicos o emisoras de radio y TV cuando
éstas han caído en manos de una oligarquía monopolista. Mi
opinión es positiva, aunque siempre como solución
transitoria. No arregla nada sustituir el monopolio de los
particulares por el monopolio del Estado, ni viceversa.
Puede haber situaciones extremas (por ejemplo, en caso
de guerra) en que se limite la libertad de información pero,
como afirma la Gaudium et spes, "allí donde por razones de
bien común se restrinja temporalmente el ejercicio de los
derechos, restablézcase la libertad cuanto antes una vez que
hayan cambiado las circunstancias" (n.75).
c) Obligaciones acerca de la receptividad activa del público.
Es un pecado permanecer con los brazos cruzados cuando se
pisotean los derechos a los que no podemos renunciar. En lo
que se refiere al derecho a la información es obligatoria la
reacción inteligente y eficaz. Los ciudadanos tienen en esta
materia el deber de no marginarse por miedo, por pereza
mental o por falta de sentido social. A veces hay que
protestar empleando los escasos espacios de libertad que
todavía son accesibles (campos pagados, cartas al director,
manifestaciones pacíficas, etc.).
Por parte del receptor hay también la obligación de
utilizar distintos y variados medios de información, que
complementen lo que normalmente no da un solo medio.
Todo esto forma parte de la obligación de educarse para la
práctica democrática.
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d) En cuanto a las obligaciones sobre la calidad de la
información hablaremos de ellas más ampliamente en el capí-
tulo 9 al tratar de los Medios de Comunicación Social.
Digamos por ahora que siempre lo que se informa ha de ser
verdadero, aunque no siempre se pueda decir toda la
verdad. Esto, por ejemplo, puede aplicarse al derecho que
tienen los niños a una información y educación sexual.
BIBLIOGRAFÍA
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CAPÍTULO 8
ÉTICA DE LA PUBLICIDAD
1. ¿Qué es la publicidad?
17. Ley General de Publicidad (España 1988) en Normas básicas sobre publici dad. Ed.
Cívitas, Madrid 1995, p. 21.
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