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El coronavirus, los

creyentes y la soberanía de
Dios
Por
 Jacobis Aldana
 -
12 marzo, 2020

Lo que en principio pensamos que se trataba de algo de lo cual


estábamos lejos, toda vez que se desarrollaba al otro lado del
mundo, hoy es una realidad para nosotros. El COVID-19, un virus
de la familia de los coronavirus y que es altamente contagioso ya
está en varios países de América Latina.

Ante el anuncio de la Organización Mundial de la Salud de declarar


el brote del virus como  pandemia, varios países han respondido
declarando emergencia sanitaria, cierre de fronteras y hasta la
prohibición de eventos públicos que superen las 500 personas.

Estas medidas nos involucran, no solo porque hagamos parte de


iglesias o eventos que aglomeren gran cantidad de personas, sino
porque no estamos exentos de enfrentarnos cara a cara con la
calamidad.

¿Cuál debe ser entonces nuestra respuesta como creyentes ante


todo esto? Espero poder responder a eso en lo que nos resta de
este escrito.
Dios es el Señor del
coronavirus
Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella; el mundo y los que
en él habitan. (Sal 24:1)

El pastor R.C Sproul dijo muy acertadamente: “ Si en


el universo existiera un solo átomo que anduviera suelto y fuera
de control , Dios dejaría de ser Dios.

Cuando pensamos en lo altamente contagioso que es este virus y


al ver el caos que se ha generado en el mundo, podemos pensar
que todo esto está fuera de control. Los reportes de los medios
parecen cada vez más dramáticos y podemos caer en la corriente
de un mundo desesperanzado.

No hay nada que escape al señorío de Dios y esta situación no está


dando una tremenda oportunidad para poner a prueba nuestra
confianza en esa verdad.

Cuando perdemos de vista la soberanía de Dios nos quedamos sin


piso y cualquier cosa nos mueve al pánico y la desesperación.
Vuelve a tu Biblia, vuelve a los Salmos especialmente y contempla
ahí al Dios que sentado sobre su trono lo gobierna todo.

La vulnerabilidad del hombre


El hombre es semejante a un soplo; sus días son como una sombra
que pasa. (Salmo 144:4)

No importa cuan poderoso y cuan alto se haya elevado la


humanidad en su propia sabiduría, hoy, un insignificante ser vivo,
tan pequeño que es invisible al ojo humano, le ha puesto en vilo.
Países cerrando sus fronteras, ciudades enteras desoladas,
aeropuertos desiertos, todo esto es la señal de la vulnerabilidad
del hombre.

Tal vez esto sea útil para meditar en la futilidad de la vida y la


vanidad de aquellas cosas que consideramos imprescindibles. Las
catástrofes y los infortunios son como un martillo que ablanda el
corazón humano aunque ese mismo martillo a otros endurece,
como quiera que sea, todo sentido de superioridad es reducido a
nada.

Ante este panorama tan desesperanzador, nosotros tenemos un


Evangelio que proclama esperanza y anuncia buenas noticias, no
perdamos eso de vista y no dejemos de proclamar al Señor en todo
tiempo.

Nuestro papel como iglesia


Como iglesia nuestra respuesta es en dos sentidos.

En un sentido vertical, debemos mantener nuestro púlpito fiel a la


biblia, pero también fiel a la esperanza. No podemos ignorar lo que
está pasando pero tampoco podemos generar pánico. También
debemos animarnos unos a otros a permanecer confiados,
cuidando los unos de los otros y sobre todo, no dejando de orar.

En un sentido horizontal; debemos ser cuidadosos de guardar las


restricciones y recomendaciones de los gobiernos en cuanto a las
reuniones públicas masivas, entendiendo que no es una
prohibición al ejercicio de la fe, sino una medida sanitaria que debe
ser acatada, mostrando así respeto por las autoridades y no
plantear un desafío arrogante. Es una tensión difícil de sobrellevar,
después de todo confiamos en el Señor, pero también debemos,
mientras nos sea posible, obedecer a las autoridades.

Tal vez esta sea una buena oportunidad para atesorar como nunca
la bendición de los grupos pequeños; poder fomentar la comunión
a través de reuniones en casa y el contribuir así el cuidado mutuo
los unos de los otros.

El Señor volverá pronto


Él enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni
habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas
han pasado. (Ap 21:4)

No queremos ser cospiranóicos, de hecho, debemos mas bien


actuar con sensatez, después de todo no estamos frente a la
pandemia más letal de la humanidad, lejos de eso. Sin embargo,
no podemos dejar de pensar en el deterioro de este mundo que
agudiza cada vez más. El Señor prometió regresar por segunda vez
y estos eventos deben hacernos descansar en esta esperanza.

Nuestras esperanzas no están puestas aquí, nuestros tesoros no


están aquí; un día, el Señor volverá y pondrá en orden todas las
cosas. Un día él restaurará todas las cosas y ya no habrá temores,
ni enfermedades; esta es la esperanza en la que nosotros
descansamos y con la que debemos alentarnos día tras día al
mismo tiempo que alentamos a otros.

Podemos estar confiados, el Señor es Soberano.


Anunciemos la buena nueva a una humanidad que es
evidentemente vulnerable.
Confiemos en el Señor y mantengámonos en unidad y comunión
como iglesia.
Y por último, no desmayemos en nuestra esperanza.

¡Maranatha! ¡El Señor viene!

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