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HISTORIA
DE LA
LITERATURA CLÁSICA
(CAMBRIDGE UNIVERSITY)
II
LITERATURA LATINA
VERSIÓN ESPAÑOLA DE
ELENA BOMBÍN
© EDITORIAL CREDOS, S. A., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1989, para la versión española.
¿Quiénes era estos poetas, cantores Euphorionis? Catulo no, ciertamente, pues
había muerto hacía casi diez años. Probablemente su amigo Ciña, un diligente
imitador de Euforión 1, y poetastros contemporáneos imitadores de Ciña. Posi-
blemente se tratara de Comelio Galo, entonces de unos veinticinco años, y que
traducía a Euforión 2.
Es un error cometido a menudo hablar de la «poesía de Cicerón» como
si fuera un corpus en el que pudiera trazarse un desarrollo consecuente desde
el principio al fin. Cicerón era serio respecto a la poesía, siempre que su carác-
ter se lo pidiera. Dominaba la forma poética hasta un grado excepcional
La graciosa composición de Cicerón (el verso debe ser suyo) es perfecta, ce-
rrando con una «erudita» alusión geográfica a un minúsculo puerto de la costa
del Epiro. El hexámetro espondaico es tan antiguo como Homero, pero en
él es infrecuente y fortuito. En los poetas helenísticos —Arato, Calimaco, Apo-
lonio, Euforión y otros— y en sus imitadores latinos se hace frecuente e inten-
cionado 4. Cicerón era muy consciente de esto, ya que se ha esforzado en evi-
tarlo, con una única excepción difícilmente evitable, en su versión de Arato 5.
Los poetas nuevos o neotéricos eran un grupo de poetas jóvenes y sensibles
de la generación posterior a Cicerón que compartían una actitud literaria en
relación incluso con detalles estilísticos, de los que Cicerón quiso hacer notar
dos. Deseaban cambiar la poesía latina, y en una medida considerable lograron
su propósito. El único de su pequeño número que queda casi entero es Catulo;
de los demás hay escasos restos 6. Es fácil y seguro suponer que Catulo ha
pervivido porque era el mejor de ellos: los lectores de la Antigüedad, que esta-
ban en situación de juzgar, evidentemente pensaban así. Sin embargo, en aquel
tiempo Calvo puede haber parecido la figura más impresionante: un poeta co-
mo Catulo, un orador aventajado, cuyos ataques al favorito de César, Vatinio,
se leían y se estudiaban todavía en tiempo de Tácito (Dial., 21, 4), y un romano
de la nobleza. Cátulo era de provincia, pero de una familia que debe haber
sido destacada en Yerona y que estaba bien relacionada; de otro modo, César
no habría sido huésped en casa de su padre. César se quejaba de los «perma-
nentes ataques» asestados a su reputación por los libelos acerbos de Catulo
(¿poemas 29 y 57?). El hijo se disculpó: el mismo día César le invitó a cenar
y continuó disfrutando de la hospitalidad del padre 1. En uno de sus últimos
poemas Catulo dio marcha atrás en gran escala:
siue trans altas gradietur Alpes,
Caesaris uisens monimenta magni,
Gallicum Rhenum, horribile aequor ultimosque Britannos...
(II, 9-12)
[como si iba a visitar los enriscados Alpes, para ver los trofeos del gran César,
el gálico Rin, los horribles mares y a los britanos, los más alejados de los
hombres...]
Por varios poemas (14, 50, 53, 96) parece que Calvo y Catulo eran amigos
íntimos y sus nombres aparecen juntos en escritores posteriores. Ciña era otro
amigo, un paisano de la Transpadana. Apenas podría ser más caluroso el elo-
gio de Catulo de su Zmyrna (95). Es extraño que Catulo no se refiera en nin-
gún lugar a la lo de Calvo, Tal vez se escribió después de la muerte de Catulo;
si fue así, Ciña sería el primero de los tres en escribir un epilio, un poema
épico en miniatura en el nuevo estilo, y de ahí el entusiasmo de Catulo. Este
y Ciña eran miembros de la cohorte o escolta que acompañó al propretor Me-
mio a Bitinia en el 57 a. C. Ciña se trajo a casa árboles frutales y una copia
de los Phaenomena de Arato 8; Catulo sólo un perdurable sentimiento de ultra-
je (10 y 28).
Y había otras figuras en la sombra sobre las que se sabe muy poco. Estaba
Cornificio, poeta y orador como Calvo; Catulo le dirige un poemita divertida-
mente triste (38). Furio Bibáculo era mayor y vivió largo tiempo; sería recorda-
do por sus sátiras sobre César y Octavio, junto con Catulo (Tác., Ann., 4,
34, 8). Dos afectuosos poemas breves suyos se han salvado por el renombrado
maestro (grammaticus) y poeta Valerio Catón «la sirena latina, que lee solo
y hace poetas» (Suet., Gramm., II) —y que tal vez no tenía suficiente categoría
para ser el destinatario del 56 de Catulo. (Ovidio, Trist., 2, 436, cita a Catón
por su indecente verso junto con Catulo, Calvo, Ticida, Memio, Ciña y Corni-
ficio.) Ciña elogia un Dyctina, Tícida una Lydia, Ticida compuso un epitalamio
en el metro del poema 61 de Catulo, como lo hizo Calvo. Cecilio es conocido
sólo por el 35 de Catulo: un natural de Como la Nueva al que Catulo invita
a visitar Verona, si es que logra desasirse del abrazo de la muchacha que tan
apasionadamente ama su poesía. La gracia del poema de Catulo se apoya en
la repetición incohatam... (14)... incohata (18), el último verso:
Este Cecilio que tanto gustaba en su tiempo pudo no haber terminado su Mag
na Mater. No es improbable que Catulo siguiera el avance de Cecilio, por lo
menos con especial interés a causa de su propio poema sobre el tema (63).
La nueva poesía no puede entenderse simplemente como surgida de la tradi-
ción literaria latina, como no puede serlo casi ninguna forma nueva de la poe-
sía latina: el impulso vino de la poesía griega, en este caso de la tardía. De
los poetas helenísticos, el que más significó para los poetas nuevos era Calima-
co —Calimaco «el principal clásico de un arte no clásico» 9—, aunque necesa-
riamente Apolonio era más importante para Catulo al escribir su epilio (64)
y Teócrito para Virgilio, de una segunda generación de neotéricos, al escribir
sus Bucólicas. En todo caso Calimaco siguió siendo el tipo y el ideal de la
elegancia alejandrina. Pero por su poesía y las actitudes estéticas profesadas
o implicadas en ella, mucho de lo que escribieron —y ciertamente mucha de
la poesía latina posterior— podría no haberse escrito.
En Alejandría, Calimaco fue una personalidad dominante, un erudito de
la escuela increíblemente ilustrado y laborioso, un poeta «cortesano». Una per-
sonalidad dominante, pero no un dictador literario: la postura de Calimaco
es a la vez polémica y defensiva. Hacia el fin de su vida hizo una apología
de su trayectoria poética. Posidipo, Asclepiades y algunos otros le habían ata-
cado duramente, a juzgar por la vehemencia de su réplica mordaz. La famosa
negativa de Calimaco a escribir épica indica la existencia de una opinión am-
pliamente extendida de que los poetas debían escribir poesía épica y de cierta
expectativa, posiblemente por parte de los que estaban en cargos elevados. Ca-
limaco no tuvo un efecto decisivo sobre la poesía griega ni durante su vida
ni después de su muerte, aunque fue leído durante siglos. Se continuó escribien-
do obras épicas: épica sobre monarcas o señores guerreros, sobre temas mitoló-
gicos y en relación con la historia de un pueblo o una región.
La idea de Calimaco sobre la poesía se expresa sobre todo en su apología,
una exigente y hermosa denuncia de sus enemigos —los telquines, como les
llama, enanos literarios de mala naturaleza—. (El texto tiene algunas lagunas.)
Los telquines, que son ignorantes y enemigos de la Musa, murmuran de
mi poesía porque no he hecho una sola canción, ininterrumpida, de varios
miles de versos sobre reyes y héroes. Pero yo hago avanzar mi poema un
poquito, como un niño, aunque las décadas de mi vida no son pocas... (Los
poemas cortos de Filitas y Mimnermo son mejores que su longitud.) Que la
grulla que se deleita con la sangre de los pigmeos vuele lejos, de Egipto a
los tracios; y dejemos a los mesagetas disparar sus flechas al medo: los poe
mas más breves —«ruiseñores»— son más suaves. ¡Lejos, prole mortal de
la Envidia! En lo sucesivo, juzgad la poesía por su arte, no por la cadena
de agrimensores persas. No esperéis que yo produzca una gran canción ruido
sa: tronar no es mi misión, sino la de Júpiter.
Siguen luego los versos conmovedores y melancólicos sobre la vejez del poeta.
Calimaco colocó este «testamento» delante del proemio original de sus Aetia
(«Causas»), que había escrito siendo joven: el sueño hesiódico de iniciación
por las Musas del Helicón. Incluso en esta retrospectiva personal abundan las
alusiones personales a Homero, Herodoto, Minermo, tan temeroso de enveje-
cer, y al Hercules furens de Eurípides, escrito cuando el trágico era anciano,
como bien sabría el erudito Calimaco.
Es imposible leer mucho de Calimaco, aparte de sus epigramas, sin quedar
impresionado, o deprimido, por su variada erudición, pero sería una perversión
querer que la pedantería se pudiera disociar de su poesía. Calimaco no era
un poeta y un erudito, era un poeta o, más bien, podía ser un poeta porque
era un erudito, un γραμματικός, un hombre cuya ocupación era la literaria.
Reuniéndose entonces la literatura griega arcaica en la gran biblioteca de Ale-
jandría, los hombres descubrían el exquisito placer de escribir libros sobre otros
libros. Ahora, un poeta erudito podía examinar y comparar textos, modifican-
do sutilmente una metáfora o un símil admirados, seguir una variante oscura
de un mito o leyenda mientras manifestaba hábilmente conocimiento de la ver-
sión usual, juntar una palabra arcaica a una disposición nueva en la narración,
elegir una palabra única o rara, o formarla partiendo de Homero o de algún
otro poeta y colocarla, tal vez con intención polémica, en un contexto de su
creación. Como por ejemplo hace Calimaco al comienzo de la historia de Aconcio
y Cídipe:
Los poetas nuevos y sus predecesores 211
real —extrañas cosas ocurren a los pastores de día en lugares solitarios, pero
hay cierta intimidad de la noche y la oscuridad, de modo que el pasaje se
interpretó posteriormente como alegórico, como un sueño—. Y Calimaco, en
Alejandría, sólo podía soñar con las Musas del Helicón.
Ennio, que sabía mucho, sabía algo de la poesía de Calimaco. Por razones
que ahora no son fáciles de comprender, aludía al famoso sueño del comienzo
de los Anales, un largo poema épico sobre reyes y héroes. Pero Calimaco tuvo
poca o ninguna influencia sobre la poesía latina hasta la generación de los
neotéricos. Algún tiempo, o tal vez mucho tiempo antes de que él se viera
forzado a suicidarse en el 87 a. C., Lutacio Catulo tradujo uno de los epigra-
mas de Calimaco (41: FLP, 43); pero la diversión de una mala hora no debería
tomarse como prueba de serio interés en la poesía de Calimaco o sus puntos
de vista estéticos. Catulo era un noble romano a quien gustaba la poesía griega,
un elegante aficionado. Habría leído muchos epigramas griegos: uno de Cali-
maco cautivó su imaginación e hizo una traducción de él. La Guirnalda de
Meleagro se había publicado unos años antes de su muerte; pudo haber leído
el epigrama allí o en alguna otra parte, o pudo habérselo enseñado su amigo
griego Antipatro de Sidón, un fecundo epigramatista que murió hacia el 125
a. C. Con toda probabilidad Catulo no leyó nunca nada de las Aetia. Si hubie-
ra tratado de hacerlo, habría encontrado la polémica literaria y la filología
incomprensibles o carentes de gusto. Por otra parte, no hay razón para suponer
que Catulo sintiera aversión por la épica pasada de moda: su círculo incluía
a un tal Furio, que cultivó este género de los Anales.
La poesía de Calimaco fue introducida en Roma por Partenio de Nicea,
un celoso calimaqueo; llegó con el encanto y la fuerza de la novedad. No es
que Calimaco fuera enteramente desconocido en Roma, sino que Partenio le
presentó a algunos jóvenes aspirantes a poetas e hizo de él una parte activa
de su educación. De acuerdo con la noticia biográfica de la Suda, Partenio
fue hecho prisionero cuando los romanos derrotaron a Mitrídates, convirtién-
dose en propiedad o botín de Ciña (por lo demás no identificado), y posterior-
mente fue manumitido por sus enseñanzas, διά παίδευσιν. Por ello, Partenio
llegó a Roma en algún momento después del 73 a. C., e| año en que los roma-
nos tomaron Nicea, posiblemente no antes del 65 a. C. aproximadamente, cuando
Mitrídates fue por fin derrotado. Puede ser que los jóvenes literatos de Roma
se ocuparan en la lectura de Calimaco sin que se les sugiriera, pero entonces
se explicaría con dificultad lo repentino e intenso de su interés. Y es muy dudo*
so que un Ciña, un Calvo o un Catulo pudieran haber empezado a apreciar
a Calimaco sin el apoyo de un Partenio.
Ciña trabajó nueve años para ser tan oscuro como Euforión y lo logró
brillantemente: su Zmyrna requera un comentario exegético u . Catulo saludó
la publicación del epilio de Ciña con un entusiasmo verdaderamente calimaqueo:
11 Para d gramático Crassicio: Suet., Gramm., 18, con una ingeniosa parodia de Catulo, 70.
Los poetas nuevos y sus predecesores 213
En estos tres versos no hay nada de la aparente facilidad con la que, por ejem-
plo, comienza el 50: Hesterno, Licini, die otiosi... «Ayer, Licinio, en momen-
tos de ocio...». Así podía haber comenzado Cicerón una carta a un amigo
íntimo, por ser el ritmo del endecasílabo tan cercano al dd habla corriente culta.
Es propio de la esencia de esta poesía el que no debe haber disimulo de
los medios por los que obtiene su efecto. Un lector de la Antigüedad reconoce-
ría inmediatamente ciertos rasgos:
Peliaco quondam: un adjetivo ornamental con un adverbio para resumir
el pasado no concreto; una fórmula inventada por Calimaco para el comienzo
de su Hecale e imitada después por Teócrito y Mosco 18.
prognatae : una palabra arcaica incluso en época de Plauto, aquí en alitera
ción con Peliaco y pinus, en el elevado estilo arcaico de Ennio; todo este
período recuerda de hecho el comienzo de la famosa tragedia de Ennio Medea
exul.
dicuntur: recogido en los versos 19 fertur, 76 perhibent, 212 ferunt. Cali
maco nunca se cansa de recordar a sus lectores que cualquier cosa que les
diga es verdad, que se puede hallar en algún lugar, piensa él, en un libro:
17 Fuño Bibáculo y Ticidas parece que fueron excepciones; Cornificio escribió un Glaucus.
u Bühler, 1960, 47.
«Las bodas de Peleo y Tetis» 217
άμάρτυρον ούδέν άείδω «nada no testigu ad o canto yo» *9. Calimaco es algo
raro, una imaginación original casi totalmente nutrida en los libros. Catulo
no era un hombre tan increíblemente culto y por d io sus gestos de erudición
son afectados y han de tomarse más bien com o indicaciones de la clase de
poema que trataba de escribir.
El verso 3 ha sido elaborado cuidadosamente partiendo de trozos de versos
contiguos en Apolonio, Arg., 2, 1277-8 βέεθρα j Φ άσιδος «las aguas del
Fasis» y 1279 Αίήταο «de Eetes». Resulta un hexámetro verdaderamente ex
quisito: quiástico, aliterativo, espondaico y cerrado con dos nombres griegos,
de los cuales el primero tiene terminación griega.
Todo esto —y estos tres versos son típicos de todo el poema— puede pare-
cer casi una confusión absurda del artificio helenístico, con Ennio sustituyendo
a Homero. Sin embargo, la voz de Catulo emerge poderosa, aunque indirecta.
El 64 es, en muchos aspectos, un poema desconcertante, un laberinto difícil
de penetrar sin plano de algún tipo. (Tal vez Catulo se construyera uno para
guía propia mientras lo escribía.)
1-30: los Argonautas largan velas, las Nereidas surgen del mar e inmediata
mente Peleo se enamora de Tetis.
31-49: sus bodas en Farsalia; llegan los huéspedes mortales.
50-264: la historia de Teseo y Ariadna, el suicidio de Egeo, la salvación de
Ariadna por Baco en la isla de Día —figuras en un tapiz bordado sobre
el lecho nupcial— .
265-302: las bodas de nuevo; parten los huéspedes mortales, llegan los in
mortales.
303-81: las Parcas —viejas arrugadas con briznas de lana que se adhieren
a sus labios marchitos— tejen una canción de boda extraña y fatal en
elogio de Aquiles, el hijo que les está destinado.
382-408: el entonces y el ahora; Catulo reflexiona amargamente sobre la dege
neración y la impiedad de sus propios tiempos.
Hay una innegable violencia en la estructura del poema, una pesadez vaga-
mente sentida. El movimiento del hexámetro mismo es notablemente pesado,
con el mismo patrón rítmico que aparece una y otra vez después de la cesura
principal: p r o g n a ta e u ertice p in u s. Sin duda, Catulo se desenvolvió lo mejor
que pudo; pero su habilidad parece haber sido, con todo, tan desproporciona-
da a la composición como relativamente amplia y compleja. (Su otro intento
de este tipo (68), aunque más breve, es incluso más confuso.) La belleza del
64 es intermitente, apareciendo aquí y allá, en 86-93: el súbito arranque de
un primer amor; en 132-201: «Ariadna encolerizándose por la perjura e injusta
huida de Teseo» (Shakespeare), un£0.'scurso que al parecer Virgilio sabía de
memoria 20; en 268-75: el símil del viento del oeste rizando el mar; 278-84:
Quirón, bajando de las crestas del Pellón, trayendo enormes ramos de flores
silvestres a la pareja de novios (¿invención del propio Catulo?).
La historia de Peleo y Tetis era antiquísima; está pintada en el vaso Fran-
çois 21, y ya era familiar para el público de Homero (11., 24, 534-40): Peleo,
caro a los dioses por encima de todos loe hombres desde su nacimiento, a
quien concedieron una diosa por esposa —un espléndido paradigma de felici-
dad mortal, pero ensombrecida por la tristeza—: la diosa estaba renuente y
su único hijo condenado de antemano. Con variantes y modificaciones, la his-
toria se convirtió en tema favorito del arte y la poesía. El último poeta griego
de importancia en hacer uso de él fue Apolonio, cuyas Argonautica estudió
Catulo con atención, tomando lo que podía usar para su obra. La forma o
la idea del 64 se debe en último término a Calimaco, pero mucho de su conteni-
do y estilo, en cambio, a Apolonio. El epilio de Calimaco, la Hecale, termina
con un αίτιον, como seguramente terminaría la Zmyrna y la lo, pero el epilio
de Catulo no lo tenía, ni al final ni en ninguna parte. (El suicidio de Egeo
ofrecía una oportunidad, pero esto habría sido una mera distracción.) Esta
singular falta de Catulo tenía un precedente doble: la historia de Calimaco de
Aconcio y Cídipe no tenía αίτιον, aunque parece que invita a tenerlo, ni tam-
poco la historia de Jasón y Medea de Apolonio, aunque los libros 1, 2 y 4
de las Argonautica están llenos 22.
sed quid ego a primo digressus carmine plura
commemorem... ?
(116-17)
[pero ¿por qué he de separarme yo de mis primeros versos, por qué he de
decir en más largo relato...?]
27 Claussen, 1976b.
28 Con la curiosa excepción de Alceo 42 (Lobel-Page), un poema que Catulo difícilmente po
dría haber conocido.
222 La nueva orientación de ¡a poesía
[jamás casa alguna cobijó tan bellos amores, jamás amor alguno unió a dos
amantes con tan bellos vínculos com o los que enlazan los corazones de Tetis
y Peleo.}
¿Por qué hizo Catulo una «corrección» tan drástica en una historia tan
venerable? En parte su razón debe haber sido la de Apolonio, la de un poeta:
satisfacer la lógica de su poema tal como él la concebía, ya que Catulo es
un artista sin compromiso. Pero el énfasis especial puede referirse sólo a la
intensidad de su propio conocimiento y su deseo.
Evidentemente en Catulo, entonces y ahora, quondam y nunc, se oponían
fuertemente —un pasado ideal y el presente, desprovisto de inocencia y
desdichado—. Esta perspectiva emocional se repite en los poemas a Lesbia o
sobre ella, en el 8, 11, 58, 68, 67-76, 72, 76.
Miser Catulle, desinas ineptire,
et quod uides perisse perditum ducas,
fulsere quondam candidi tibi soles...
(8, 1-3)
[Misero Catulo, deja de hacer locuras y lo que ves que se perdió dalo
por perdido. Brillaron en otro tiempo para ti luminosos días.]
29 Como entendió Wilamowitz, 1924, II, 304: «ln der Seele des Dichters nicht in seiner Handbi
bliothek ist die A ntw ort zu suchen».
«Catvlli veronensis liber» 223
Con este poema breve y oportuno, del que prácticamente no hay preceden-
te, Catulo se presenta a sí mismo y presenta su libro. Los comentaristas citan
a Meleagro:
Μ ούσα φίλα, τίνι τάνδε φέρεις πάγκαρπον άοιδάν,
ή τίς ό και τεύξας ύμνοθετάν στέφανον;
άνυσε μέν Μ ελέαγρος, άριζάλφ δέ ΔιοκλεΤ
μναμόσυνον ταύταν έξεπόνησε χάριν...
(Anth. Pal., 4, I, 1-4)
[¿A quién, Musa amada, esta varia gavilla dedicas? ¿Quién hizo esta guir
nalda de poéticos himnos? La tejió Meleagro y a Diocles, el bien envidiable,
consagró este recuerdo grato a sus labores.]
siderablemente más viejo que Catulo, con amigos importantes en Roma, espe-
cialmente Cicerón y Ático, y como autor consagrado había dedicado palabras
de elogio o ánimo al joven. No es improbable que Catulo admirase sin reservas
el panorama cronológico que Nepote había logrado o que valorase mucho su
juicio crítico. Unos veinte años después, Nepote sostenía que L. Julio Cálido
(es importante tal vez que Nepote dé su nombre completo) era el poeta más
elegante, con mucho, que la época había producido después de la muerte de
Lucrecio y Catulo:
L. lulium Calidum, quem p o s t Lucretü Catullique mortem multo elegantis-
sim u m poetam nostram tulisse aetatem uere uideor posse con tendere31.
¿Ha olvidado Nepote a los amigos de Catulo, Calvo y Ciña? ¿Era demasiado
viejo Nepote para apreciar a Cornelio Galo o Virgilio, cuyas Bucólicas se aca-
baban de publicar? Sólo es probable una conclusión: como su amigo Cicerón,
Nepote no se preocupaba de los cantores Euphorionis. Pero como Cálido y
otros valores, era un amante del verso, del verso osado, según Plinio, Epíst.,
5, 3, 6, y por ello, receptor adecuado de un librito de poemas cortos, sobre
todo en endecasílabos, en el que había poco o nada abiertamente neotérico.
¿Era este libellus —un rollo de papiro— sustancialmente lo mismo que un
liber —un codex o libro en el sentido moderno— el que apareció asombrosa-
mente en Verona hacia finales del siglo xm? Sin duda hay una delicada ironía
en el menosprecio de Catulo de su propio libro, pero ningún libellus contendría
tantos versos ni los largos poemas podrían considerarse en broma como nugae,
en particular el Peliaco quodam, que por sí solo debe haber formado un libe
llus, como el Culex, de la misma extensión aproximadamente, o la Ciris (un
poco más largo), Zmyma o lo.
Cualquier esfuerzo, por muy sutil o elaborado que fuera, para probar que
El libro de Catulo de Verona es un todo artístico, dispuesto y publicado por
el poeta mismo, se basa en un hecho obvio: la limitación física del antiguo
rollo de papiro. Y para Catulo, como para escritores anteriores y posteriores,
el rollo de papiro era el único «libro» hasta el advenimiento del codex. Se
sabe ahora demasiado del rollo griego y puede inducirse demasiado del latino
para dejar lugar a la duda o a alegatos especiales. El libro 5 de Lucrecio,
aunque de unos mil versos menos que el supuesto libro de Catulo, es aún ex-
traordinariamente largo (unos 1.457 versos). Un rollo corriente contendría un
libro de la Eneida de Virgilio, de los Amores o el Ars Amatoria de Ovidio,
de la Tebaida de Estacio, de Juvenal, de Marcial. Un rollo de 700 a 900 versos
por término medio 32.
Así puede hacer el dulce Catulo... Una fantasía muy agradable para ambas
partes. Resulta claro por el contexto que Marcial se refiere a un libro como
el suyo (un libellus de 680 versos, que no da lugar para huecos) y no a un
poema o dos; y lo hace así siguiendo la costumbre de la Antigüedad, citando
la primera palabra del primer poema —en este caso, del primer poema después
del poema de dedicatoria, que podía haber considerado perteneciente a la co-
lección completa—.
Tanto en metro como en estilo, el poema de dedicatoria está en consonancia
con los poemas que siguen, 2-60 o más exactamente cincuenta y siete poemas
y dos fragmentos, 2b y 14b. De éstos, cuarenta y cinco están en endecasílabos,
un hermoso verso (6, 17 lepido... uersu) en un hermoso libro, favorito de los
poetas neotéricos. En esta parte de la colección es reconocible la intención ar-
tística. Dos poemas similares estarán separados por un poema distinto en tema
o metro: 2 y 3, el gorrión de Lesbia, por 2b; 5 y 7, los besos de Lesbia, por
6; 34y 36, himno y parodia del estilo hímnico (36, 11-16), por el 35; 37 y
39, Egnacio y sus brillantes dientes, por el 38. La disposición del 37, 38, 39
y 41, 42 y 43 parece especialmente cuidadosa. 37 y 39 sçn poemas más largos,
de la misma longitud casi (20 y 21 versos) en coliámbicos separados por un
poema breve (8 versos) en endecasílabos; el 37 y 39 terminan con una palabra
del mismo significado: urina y loti. En cambio, 41 y 43 son poemas breves
de la misma extensión (8 versos) en endecasílabos separados por un poema
largo (24 versos) en el mismo metro. Los tres poemas son ataques a prostitutas,
41 y 43 directamente, 42 indirectamente. Tal cosa no es suficiente para probar
que el libellus conterna todos los poemas polimétricos, pero sí razón probable
para creer que contenía la mayoría de ellos y en su orden actual.
Si Catulo no editó sus «poemas reunidos», ¿quién lo hizo y cuándo? Un
miembro de su círculo, un íntimo amigo quizás —en cualquier caso, un homo
uenustus como él v poco después de su muerte, cuando todavía sería posible
226 La nueva orientación de la poesía
hacerlo—. El editor, por llamarle de algún modo, reunió todos los poemas
que pudo encontrar, poemas en papeles de Catulo en Roma o Verona, poemas
en poder de amigos, poemas... 33. ¿Cómo los reunió? Para comenzar tenía
el libellus·, podía añadirle cualquier poema polimétrico no publicado. Una deci-
sión mecánica fácil que no alteraría el orden de lo ya publicado. Si el libellus
terminaba con el 50 34 —y por varias razones el 50 sería la terminación
perfecta—, es explicable la posición del 51, que precedería al 11, como el 2
precede al 3 y el 5 al 7, o al menos estaba más cerca. La cuarta estrofa del
51 es algo insatisfactoria y no hay inventiva de interpretación que la haga pare-
cer de otro modo 35. ¿Tal vez este famoso poema apasionado no sería suficien-
temente del agrado de su autor? ¿Lo dejaría Catulo fuera del libellus y lo
añadiría el editor, relacionando el primer verso del 50 (otiosi) con la última
estrofa del 51 (otium, otio, otium)! El 53 y el 56 son divertidos buscapiés,
el 52 y el 59 menos; el 57 es tan elegantemente obsceno como el 29, el 58
extraordinariamente conmovedor. Catulo puede haber omitido estos poemas,
pudiendo suponerse ¡as razones, o tal vez los escribiera después de haber publi-
cado su libellus. No es preciso suponer que muriera inmediatamente después
o que dejara de escribir en estos metros que eran de su agrado. Poco puede
hacerse del 54; el 55 se lee como un experimento métrico fallido; el 58¿> debe
estar inacabado y el 60 es un simple fragmento. ¿Terminaría de este modo
Catulo su libellus, su hermoso libro de poemas? No, pero sí lo haría el editor,
más preocupado de preservarlo que de presentarlo.
El segundo libellus, el del editor, comienza con el 61, un epitalamio, por
una razón bastante sencilla: está virtualmente en el mismo metro que la mayo-
ría de los poemas del libellus de Catulo. Al lado, el editor pondría el otro
epitalamio (62) y después el Attis en galiambos (63) para separar los dos poe-
mas en hexámetros, de-modo que el epilio (64) disfrutara del honor del último
lugar.
El editor había decidido conservar todos los poemas elegiacos juntos, sin
importar la extensión. Otra vez una decisión fácil, mecánica. No debe suponer-
se, sin embargo, que el editor fuera una persona sin gusto, puede agradecérsele
por el contrario cierto arte en la disposición. El tercer libellus comienza con
un poema elegiaco suficientemente largo, 65-6. Tal vez el editor lo consideró
apropiado inicialmente a causa de la referencia a las Musas en los versos del
comienzo:
Etsi m e adsiduo confectum cura dolore
seuocat a doctis, Hortale, uirginibus,
nec p o tis est dulcis Musarum expromere fetu s
mens anim i... (65, 1-4)
Tres rollos, tres libelli, conteniendo el primero los poemas 1-60, u 863 ver
sos, sin tener en cuenta la laguna del 2b o 14b o los intersticios; el segundo,
los poemas 61-4, u 802 versos, teniendo en cuenta la laguna del 61, pero no
la del 62 o el 64 o los intersticios; el tercero, los poemas 65-116, o 644 versos,
sin tener en cuenta la laguna del 68 (después del verso 141) o 18b o los intersti
cios, o 2, 309 versos en conjunto 36.
Otra consecuencia del tamaño del rollo es que las ediciones completas de
la obra de un autor no existirían, a no ser en el sentido de que el rollo que
las contenía se guardaba en el mismo cubo... Sólo después de la invención
del codex y sobre todo del vellum codex llegarían a ser posibles los volúmenes
conteniendo el corpus completo de la obra de un autor 37.
51
36 Los tres primeros libros de las Odas de Horacio se publicaron juntos, tres libelli: el primero
con 876 verse»; el segundo 572 versos y el tercero 1,004 versos —2.452versos en total, sin permitir
intersticios—.
37 Kenyon, 1951, 65.
3! Documentación adicional de esta argumentación en Claussen, 1976c.
228 La nueva orientación de la poesía
36
Annales Volusi, cacata carta
31
Tal vez ningún poema de Catulo haya sido tan persistentemente malentendi-
do o a pesar de su brevedad, tan incompletamente leído. El tema del poeta,
la vuelta a casa, es probable ocasión de un sentimiento difuso; sin embargo,
el 31 no es un poema sentimental. Cualesquiera que fueran las emociones que
Catulo sintiera cuando llegó a Sirmión, no eran «las más sencillas y más natu-
rales... expresadas abiertamente» (Kroll y otros de modo semejante) —no, cier-
tamente, como están expresadas en este poema—. La felicidad de Catulo se
refleja exactamente en la viveza y el juego complicado, en la «alegría» de su
lenguaje.
El poema comienza con una idea brillante, uterque Neptunus: Neptuno en
su doble capacidad, esto es, dulce o salada. (Un confuso recuerdo de un viejo
dios itálico de los lagos y ríos puede haber persistido en la región del Po.)
Paene insularum, Sirmio, insularumque
ocelle, quascumque in liquentibus stagnis
marique uasto fe r t uterque Neptunus...
Π -Π
\ * *■/
[Sirmión, pupila de todas las penínsulas y de todas las islas que, en los
lagos de límpidas aguas y en el ancho mar, se elevan 'sobre ambos Neptu-
nos...] 47.
una afirmación clara, pero calificada inmediatamente con una alusión geográfi-
ca juguetonamente erudita a la manera de Calimaco (o Partenio):
uix mi ipse credens Thyniam atque Bithynos
liquisse cam pos...
(5-6)
[apenas acabo de creer que he dejado Tinia y los llanos de Bitinia...]
Los tinios y los bitinios eran en realidad tribus adyacentes pero distintas (He-
rod., 1, 28), como Catulo habría aprendido en Bitinia, pero no se preocupaba
nada por la diferenciación étnica e incluso muestra una sutil indiferencia ante
el agreste territorio de la provincia.
o quid solutis est beatius curis,
cum mens onus reponit ac peregrino
labore fe ssi uenimus larem a d nostrum
desideratoque acquiescimus lecto?
hoc est qu od unum est p ro laboribus tantis,
(7-11)
[¡Oh, qué hay más dulce que sentirse libre de afanes, cuando el alma deja
su carga y, agotados por las fatigas en tierra extraña, volvemos a nuestros
lares y hallamos el descanso en la anhelada cama! He aquí mi única recom
pensa por tales penalidades.]
Otra vez una afirmación clara, más amplia y ocupando el centro del poema,
sólo con una insinuación de deliberada retórica en el contraste peregrino/nos-
trum\ pero calificada de nuevo en una exuberancia de expresión final:
salue, o uenusta Sirmio, atque ero gaude,
gaudete uosque, o Lydiae lacus undae,
ridete quidquid est dom i cachinnorum.
(13-15)
[¡Salve, oh bella Sirmión!; alégrate con el regreso de tu amo; alegraos tam
bién vosotras, olas del lago Lidio; reíd, cuantas hay en casa, tropel de las risas.]
En estos dos pasajes, y sólo en estos dos, están combinados tres adverbios.
Potius quem te inimicum habeam: ¿sugiere inimicus en este contexto las posibi-
lidades eróticas de un vocabulario político para Catulo? Sea como fuere, Catu-
lo descubrió esta potente metáfora y se la apropió. Los elegiacos augústeos
la olvidaron.
48 L. R. Taylor, citado por Ross, 1969e, 84. Sobre el uso metafórico de Catuio de su vocabula
rio político —amicitia, foedus, fides, fidus, iniuria, pietas, pius, officium, benefacere, bene uelle—
cf. Reitzenstein, 1912; Ross, 1969α, 80-95. Más ilustrativa a este respecto es una carta escrita
por Cicerón a M. Licinio Craso en el 54 a. C., Fam., 5, 8: nótese especialmente amicitiae fides
(2), foederis, sanctissime (5).
49 Y por esta razón rechazada por Reitzenstein, 1912, 28-9, que prefería leer aeternae hoc
sancte según d MS de Oxford.
Lesbia, Sirmión, Caivo» 235
50
Hesterno, Lkini, die otiosi
multum lusimus in meis tabellis,
ut conuenerat esse delicatos:
scribens uersiculos uterque nostrum
ludebat numero m odo hoc m odo illoc,
reddens mutua p er locum atque uinum.
( 1-6)
[Ayer, Licinio, en momentos de ocio, nos entregamos largo tiempo en mis
tablillas, como habíamos convenido, a juegos de ingenio. Nos divertíamos
cada uno de los dos escribiendo pequeños versos, ora en un metro, ora en
otro y replicándonos mutuamente en medio de la chanza y el vino 50.]
(la forma está tan calculada como implica el término) de cuatro versos cada
una: la realización del poema (14-17), y una graciosa advertencia a Calvo:
nunc audax caue sis, precesque nostras,
oramus, caue despuas, ocelk,
ne poenas Nemesis reposcat a te.
est uehemens dea: laedere hanc caueto.
( 18-21)
[ahora guárdate, por favor, de desdeftar mis ruegos, nifia de mis ojos S2, si
no quieres que Némesis se vengue de ti. Es una diosa temible: guárdate de
ofenderla.]
HORACIO
{en las situaciones difíciles muéstrate animoso y fuerte: pero al mismo tiempo
sé sabio y cuando un viento demasiado favorable hincha tus velas, redúcelas
tú mismo.]
A tales pasajes se les debe conceder mucho valor si hemos de apreciar la rique-
za y la variedad del poeta.
Sobre las ideas de Horacio pueden hacerse consideraciones semejantes. Si
comparamos lo que dice en diferentes lugares sobre algún tema en particular,
encontramos que sus opiniones generalmente son reconciliables, aunque hay
excepciones y éstas se dan precisamente en odas bastante importantes. Como
ejemplo consideremos lo que dice sobre el curso de la historia. Algunos pasajes
presentan al hombre que ha salido de la barbarie guiado por el egoísmo racio-
nal (Sat., 1, 3, 99 sigs.) o cantor divino (Orfeo en A .P., 391 sig.) o un dios
(Mercurio en Odas, 1, 10). Pero este proceso nunca se considera permanente
o seguro y en ocasiones, dentro del contexto más estrecho de la historia de
Roma, nos enfrentamos con la decadencia. En la Oda, 3, 6, escrita sobre el
28 a. C. antes de que se pusiera en marcha la resurrección augústea, la deca-
dencia se presenta como que data de la primera parte del siglo segundo y conti-
nuará, dice el poeta, hasta que se restaure la vieja religión. En el Epodo, 7,
donde se dice que una maldición ha perseguido al pueblo romano desde que
Rómulo mató a su hermano, tenemos un tipo diferente de afirmación. La vaga
referencia cronológica, localizada en un punto anterior a la historia, en la le-
yenda, da fuerza retórica, pero no se piensa que examinaremos la exactitud
literal de la afirmación. Después de todo, la Roma que se hizo dueña de Italia
y después continuó hasta vencer a Aníbal y a Antíoco difícilmente podía consi-
derarse maldita. Y así, cuando Horacio exhorta a sus conciudadanos a zarpar
hacia las islas de la bienaventuranza donde la edad de oro aún pervive (Epodo,
16), no se refiere a nada históricamente comprobable, sino que se sirve de
un mito (que Virgilio explota con fines bastante diferentes en la Bucólica cuar-
ta) para condenar al mundo loco en que vive. Teniendo en cuenta las diferen-
cias de perspectiva y lenguaje, no hay contradicción fundamental entre estos
pasajes.
416 Horacio
Los diecisiete épodos que Horacio citaba como iambi eran algo bastante
nuevo en la literatura romana. Podría ampliarse esto diciendo que nadie había
escrito una colección de poemas latinos inspirados en la obra de Arquíloco.
Sin embargo esto podría inducir a error, no sólo porque Horacio se diferencia
en muchos aspectos de un griego del siglo vn, sino porque todo el vocabulario
de la inspiración, copia e imitación es apto para indicar algo externo e incluso
mecánico. Es mejor suponer que Horacio halló en Arquíloco un poeta con
el que tenía una afinidad instintiva y después lo utilizó como ayuda para perci-
bir y expresar lo que estaba en él mismo.
Teniendo esto presente podemos volver a la Epíst., 1, 19, 23 sigs. donde
Horacio dice que seguía los numeri (metros) y animi (vehemencia o espíritu)
de Arquíloco, pero no su res (tema) o uerba (palabras). Los épodos 1-10 están
formados por dísticos yámbicos en los que los trímetros son seguidos por dime-
tros, 11-16 contienen varías combinaciones de ritmos yámbicos y dactilicos y
el número 17 es todo en trímétros. Hay aquí una deuda directa con Arquíloco,
ya que 4a mayoría de ios esquemas se encuentran en sus fragmentos; sin embar-
go no debe subestimarse el logro técnico de producir estos ritmos en latín.
Con res y uerba se refiere Horacio al tema de la vida personal y el lenguaje
de Arquíloco en el que se presentaba. Estos rasgos sólo se podían reproducir
en una traducción. En un sentido más general, por supuesto, Horacio usa el
mismo material que Arquíloco (amor, vino, guerra, etc.), y su lenguaje va del
Crítica dei estereotipo tradicional 417
sías en las que los elementos éticos son pequeños (como en 8 y 9) o insignifican-
tes (como en 5 y 7) y el propósito principal es divertir; los ataques a los vicios
morales y literarios se hacen por el mismo poeta (a veces con ayuda de un
oponente anónimo), y se hacen específicos e interesantes por el empleo frecuen-
te de nombres propios. En el libro 2 (30 a. C.) se ataca a unas cuantas figuras
y se emplean nuevas técnicas para comunicar las ideas. Así, Horacio a veces se
sermonea a sí mismo, a veces narra, a veces escucha, a veces aparece como una
persona a quien se reprende o advierte y a veces se repliega totalmente. Las pre-
sentaciones dramáticas son más frecuentes y hay un uso amplio de la parodia.
Tal vez el rasgo más notable de las Sátiras en conjunto es su omnipresente
tolerancia. Horacio asume al comienzo que vivimos en una sociedad civilizada
donde no hay necesidad de tratar aberraciones tan monstruosas como el sadis-
mo, el canibalismo y el incesto. Asume también que dentro de nuestro marco
social y moral tenemos la capacidad de discriminar entre diferentes grados de
maldad, que tenemos un sentido de la proporción al que podemos apelar y
que aunque sea de modo vacilante podemos lograr que el pensamiento influya
en nuestras actitudes y conducta. Por eso nos hace el favor de dirigir nuestro
intelecto. En la mayoría de las obras el ataque satírico se realiza a través de
un argumento o disquisición que progresa de un modo ordenado aunque sutil
de una cuestión a otra. El tono del poeta es muy raras veces insultante. No
trata de demostrar demasiado. Escucha objeciones. Hace concesiones, de modo
que al final del poema el lector siente no sólo que ha escuchado a un hombre
sensible sino también que el aspecto ético se ha ido haciendo progresivamente
más claro y más preciso. Naturalmente esta impresión se estropearía si Horacio
apareciera como santurrón o superior. Evita este peligro riéndose de sí mismo
y adoptando una postura que aunque sea fundamentalmente seria no exige
nunca una respuesta emocional fuerte. En realidad Horacio no está interesado
originalmente en influir sobre la moral del lector. Le invita más bien a contem-
plar la locura humana como tema de interés inagotable. La contemplación se
hace divertida por el arte del satírico. Y luego, como observa Persio (1, 116-18),
las ideas morales surgen de la diversión.
los modificado y empleado para fines poéticos más amplios era una parte im-
portante de la originalidad de Horacio, pero sólo una parte. Horacio era un
tipo de poeta diferente de todos sus predecesores griegos. Estaba muy próximo
a Alceo y trabajaba con muchos tipos líricos iguales, como himnos, poemas
amatorios y cantos de bebida. Pero Alceo era un aristócrata, una figura impor-
tante en las luchas políticas de una pequeña ciudad-estado y un poeta que can-
taba con al acompañamiento de una lirapoemas que a menudo se referían de
inmediato a la ocasión de su interpretación. Nada de esto era aplicable a Hora-
cio. Es más, el poeta romano se inspiró también en poetas tan diferentes como
Píndaro (siglo v), Calimaco (siglo ni) y Meleagro (siglo i), en sermones y pane-
gíricos griegos y en la literatura latina de Ennio a Virgilio. Por ello era un
escritor sofisticado, valiéndose de una larga tradición cultural. A un poeta me-
nor esta posición podría haberle ahogado, pero Horacio fue capaz de asimilar
estas influencias y servirse de ellas para crear algo propio.
En la interpretación de las Odas es difícil mantener la distinción convencio-
nal entre lo griego y lo romano. Ambos elementos están mezclados en varias
proporciones. Podemos querer decir, por ejemplo, que para Horacio las cues-
tiones nacionales significan las tradiciones, los valores y la prosperidad de Ro-
ma, pero desde hacía más de un siglo Roma había sido la capital de un imperio
que incluía a Grecia, y la propia urbe tenía una considerable población griega.
Además, el amor en las Odas es el amor como Horacio lo observaba y lo
conocía, pero su actitud y tratamiento debió colorearse con su lectura de Ana-
creonte y los poetas de la Antología griega. Naturalmente sus amigos eran con-
temporáneos, pero también eran bilingües y cuando uno de ellos moría, como
Quintiliano, era natural expresar ei lamento en latín en forma de epicedio (1,
24). A la inversa, una oda como el himno a Mercurio (1, 10), que no tiene
más rasgo latino que el nombre del dios, no habría parecido extranjera a los
lectores de Horacio porque desde la infancia estaban tan habituados a la mito-
logía griega como a las leyendas de la primitiva historia de Roma. Así también,
en la profecía de Nereo (1, 15) recogían las alusiones a la Ilíada y algunos
captarían el gusto de Baquílides. En las odas de banquete la mezcla es especial-
mente difícil de analizar. Es indudable que Horacio había leído muchos poe-
mas griegos situados en el contexto de una fiesta con vino, música y mujeres.
Pero como ciudad helenística Roma había absorbido innumerables costumbres
griegas, incluyendo la del banquete, y las fiestas eran una atracción regular
en la vida (te Horacio. De modo que es mejor suponer que se nutrió en ambas
clases de experiencia. Otra cuestión es cuántos elementos de una fiesta dada
eran históricamente auténticos, y generalmente no es posible resolverla. En ta-
les temas hemos de seguir la lógica y el sentido común en la medida en que
podamos. Lo mismo se aplica también a otras áreas. Y así no damos crédito
a la historia de que las palomas le cubrieron de hojas (3, 4), admitimos que
casi fue alcanzado por un árbol al caer (2, 13) y nos mantenemos indecisos
sobre lo que hizo con su escudo en Filipos (2, 7),
Todo esto es un resumen bastante somero de una cuestión compleja, pero
puede servir para mostrar que las Odas eran un fenómeno nuevo en la literatu-
ra antigua. Habría que añadir que al mismo tiempo que marcan el comienzo
de la lírica romana representan su punto culminante. Aquí el paralelo más
cercano viene de la pastoril, en la que las Bucólicas de Virgilio ocupan un
lugar semejante.
Al terminar los libros de Odas 1-3 Horacio volvió a los sermones (conversa-
ciones en hexámetros), empleándolos como vehículo del comentario moral de
un tipo más general y menos satírico. Las epístolas del libro I (publicadas en
el 19 a. C. o un poco antes) no tienen antecedentes directos en la literatura
griega, aunque los filólogos han apuntado varias fuentes de influencia, inclu-
yendo a Epicuro, Teócrito y Menipo. En latín, dejando a un lado la correspon-
dencia de Cicerón, que sólo es relevante marginalmente, puede señalarse una
epístola en verso de Lucilio en la que se queja de que un amigo haya dejado
de visitarle cuando estaba enfermo 3 y ciólas cartas humorísticas en verso,
escritas por un contemporáneo de Lucilio, Sp. Mummio en el 146 a. C. 4.
Pero la idea de escribir todo un libro de epístolas en verso era algo bastante
nuevo.
La naturaleza de las epístolas era también claramente horaciana. Estaban
dirigidas a personas concretas. Contenían información real sobre las opiniones
del poeta y su forma de vida y aunque no estaban inspiradas por ningún celo
reformador, se pensaba seguramente que tuvieran, como las Sátiras, cierto efecto
sobre la visión moral del lector. (Es un eiTor de nuestro propio siglo creer
que Horacio hacía afirmaciones éticas sin propósito ético.) Al mismo tiempo
las epístolas no deberían considerarse como simples cartas en verso. En primer
lugar son poemas y varían considerablemente en su relación con la actualidad.
En la Epíst., 1, 3 la relación es muy estrecha; Horacio hace a Julio Floro
varias preguntas sobre él y sus amigos y desea recibir una respuesta. En la
Epíst., 1, 9 estamos muy cerca de una carta auténtica. Probablemente había
recomendado de algún modo a Septimio ante Tiberio, pero la carta misma
es la recomendación original. En el otro extremo de la escala, la Epíst., 1,
6 consiste en una serie de reflexiones sobre la paz del espíritu (nil admiran);
su categoría epistolar es meramente nominal.
La EpM., 2, 2 (19 o 18 a. C.) adopta la forma de disculpa por no haber
escrito lírica: «Siempre he sido perezoso y nunca pretendí ser otra cosa; Roma
3 Lucilio, ed. Warmington, 1967, frs. 186-93. Lucilio puede haber escrito también otras epísto-
las. Se refiere a la epistola como forma en el fr. 404.
* Cicerón, A d Atticum , 13, 6e,
Crítica del estereotipo tradicional 421
Las palabras crasse e illepide (cf. tenui en 1, 225) recuerdan cómo Catulo y
los neóteroi de una generación anterior acostumbraban a hablar de poesía.
Horacio nunca se opuso totalmente a ellos. Aceptó los ideales de elegancia
y pulimentos del verso que habían tomado de Calimaco y evitó como ellos
los géneros más elevados. Pero su temperamento más extrovertido y tal vez
Crítica dei estereotipo tradicional 423
su fondo social le llevó a elegir formas que daban menos lugar a diminutivos
afectivos, melifluas palabras griegas, efectos «estéticos» de sonido y metro,
y el uso romántico y sentimental de la mitología. Y lo que es más importante,
Horacio siempre disfrutó haciendo poesía a partir de la conducta humana y
las ideas que se piensa que la rigen. Este interés la capacitaba a la larga para
responder a los logros de Augusto escribiendo sobre temas políticos. Finalmen-
te, aunque se sentía incapaz de emprender él en persona el género épico y
la tragedia, nunca consideró estos géneros pasados de moda o imposibles. Las
obras de Vario y Virgilio probaban lo contrario, cuando se había prestado
a Calimaco toda la atención debida (Himno a Apolo, 108 sigs.) en su dicho
de que un río más grande no estaba invariablemente sucio (Epíst., 2, 2, 120 sig.).
Todo el poema está constituido por antítesis, algunas tan fuertes como para
ser paradójicas y dramatizar la paradoja central del rayo procedente de un
cielo claro, un acontecimiento que hizo entrar en conflicto a des filosofías.
No es corriente para el significado de una oda que esté representada tan perfec-
tamente por la forma (otro ejemplo es la réplica burlona de 3, 9), pero es
muy típica la ingeniosa disposición de bloques semánticos para formar una
estructura poética. Habría que añadir tal vez que Horacio no fue realmente
un epicúreo antes de esta oda o un estoico después.
eheu fugaces, Postume, Postume,
labuntur anni, nec pietas moram
rugis et instanti senectae
adferet indomitaeque morti (2, 14, 1-4)
[¡ay!, cóm o se deslizan fugitivos los años, Póstum o, Póstumo, y ni la piedad
retardará la vejez rugosa e inminente ni la muerte invencible.]
muchacho verá el mar salvaje con sus negros vientos», esto es, a la nueva
Pirra hostil (no «el mar del amor» o «la relación de pareja»). Sigue otra susti-
tución: el muchacho es «desconocedor del aura falaz». Después los dos térmi-
nos de la metáfora (Pirra y el mar) se situán juntos explícitamente:
miseri, quibus intemptata nites
[desdichados aquellos a quienes deslumbran porque no te experimentaron.]
Finalmente, otra sustitución: Horacio ha colgado sus ropas mojadas como ofren-
da a Neptuno por su salvación.
La escena de la cueva es parte de una melancólica ensoñación y representa
una sola ocasión imaginada. La segunda parte —la de Pirra trenzando su
cabellera— es probablemente del mismo tipo: los dos cuadros parecen piezas
gemelas (el joven abrazando a la muchacha, la muchacha adornándose para
atraer al muchacho). No se presenta un escenario para la segunda, de modo
que si queremos podemos imaginar a Pirra terminando su peinado en el dormi-
torio pero no en la gruta, donde por otra parte está ocupada. Los cuadros
están unidos hábilmente en el v. 9, donde qui nunc te f ruitur «que ahora te
goza» recuerda la escena de la gruta y aurea, «dorada», alude al cabello de Pirra.
En cuanto al movimiento del poema a través de las estrofas, la extensión
envolvente del v. 1, la novedad de emirabitur insolens «contemplará», el juego
de palabras de aurea | aurae y otros varios rasgos, hay que remitirse a Nisbet-
Hubbard 9. Pero tal vez se ha dicho ya bastante para mostrar que la que parece
una pieza de fina porcelana está hecha con tanta fuerza como las largas odas
alcaicas. Su sentimiento es también complejo: para el muchacho una divertida
conmiseración, ligeramente paternal, mezclada con envidia; y otra parte de Ho-
racio, alivio con un toque de nostalgia. Todo se expresa muy suavemente (mu-
cho más suavemente que en el Épod. 15), pero está ahí.
En la Oda 1, 5 vuelve a Pirra y el tono y el estilo siguen constantes. En
muchos otros casos, sin embargo, se puede distinguir un movimiento. Por ejem-
plo la Oda 2, 13 se inicia con una serie de imprecaciones dirigidas a un árbol
carcomido que casi mató al poeta. El tono es de horror burlón, parecido al
épodo sobre el ajo (3). Después, en las estrofas cuatro y cinco, sigue reflexio-
nando con un humor más sereno sobre lo impredecible del destino, la muerte
viene de la dirección más inesperada. Esto conduce a la segunda parte del poe-
ma, una visión del mundo subterráneo en la que Safo y Alceo dan alegría
y consuelo cantando al muerto. Así, la escapatoria por los pelos del poeta
a la muerte, que se trata cómicamente, da lugar a una afirmación profunda-
mente seria: ni siquiera la muerte puede prevalecer contra los poderes de la
poesía lírica.
Antes de dejar esta oda, merece la pena tal vez observar que de los dos
poetas griegos Alceo tiene un público más agudo y su tema son batallas y
9 Nisbet y H ubbard, 1970, 72-80.
Crítica de la dicotomía académica 429
Las dos jóvenes vienen de diferentes contextos poéticos. Fue una buena idea
de Horacio reunirías y dejar que se interrelacionaran.
Otro himno comienza con una solemne invocación a la divinidad, recordan-
do las circunstancias de su nacimiento y los varios modos de controlar la vida
de los hombres. Horacio le pide entonces que descienda a unirse a sus fíeles;
enumera las numerosas bendiciones que ella confiere y le promete que será
el centro de una alegre celebración. El lenguaje es reverente y ceremonioso,
pero también está cargado de dobles significados, ya que la deidad en cuestión
es una jarra de vino. Toda la pieza (3, 21) es una deliciosa parodia de un
himno clético 10,
Lo elevado y lo hulmide se reúnen con un propósito bastante diferente ha-
cia el final de la Epíst., 2, 1. Horacio se dirige al emperador: los poetas, dice,
como los artistas y escultores, pueden hacer recordar a un gobernante retratan-
do sus hazañas: Virgilio y Vario han hecho este servicio para ti. Yo también,
en lugar de escribir «conversaciones... que se arrastran a gatas por el suelo»
(sermones... repentis per humum), preferiría «hablar de tus hazañas, en tierras
y ríos lejanos, de castillos en las cimas de las colínas y reinos bárbaros, de
guerras llevadas a cabo bajo tu inspirada guía por todo el mundo, del cierre
de las puertas de Jano, guardián de la paz, y del terror llevado a los partos
por tu Roma imperial». De ninguna manera muestra del estilo humilde. Hora-
cio continúa: «... si mis deseos estuvieran a la altura de mis capacidades. Pero
un poema menor no es adecuado para tu elevada posición y en mi inseguridad
no soy tan osado como para emprender una tarea demasiado pesada para mis
fuerzas.» Así, con una clara maniobra, el poeta vuelve a su nivel usual.
El ejemplo más interesante de recusatio (negativa a escribir un tipo de poe-
ma más ambicioso) se encuentra en la primera mitad de la Oda 4, 2. Horacio
afirma ahí en metro sáfico que no puede escribir una oda pindárica. Hace
sus poemas a la manera trabajosa de la abeja; no es para él el vuelo del cisne
o el torrente rumoroso de la elocuencia pindárica. Pero llegamos a ser cons-
cientes de que Horacio ha logrado algo muy semejante al efecto al que ha
renunciado, cuando esta gran frase se continúa a lo largo de cinco estrofas,
desplazando cesuras y desdibujando divisiones de versos y cómo las formas
líricas de Píndaro desfilan ante nosotros una a una desde el ditirambo a la
endecha, celebrando a dioses, héroes y hombres. Volviendo a nuestro tema,
en la estructura irónica de la recusatio, coexisten dos estilos en contraste. Úni-
camente queda añadir que el acontecimiento que el poeta no se sentía capaz
de celebrar tan magníficamente era el retorno de Augusto de la Galia.
Finalmente, ambos estilos pueden relacionarse comparando dos poemas que
contrastan. La Oda, 1, 37 es una oda de triunfo sobre la destrucción de Cleo-
patra. Casi seis siglos antes, Alceo había exclamado entusiasmado νΰν χρή
μεθύσθην «Ahora es el momento de emborracharse... ya que Mírsilo ha muer-
10 Por ej., un himno en el que se invoca al dios para que aparezca: véase Norden, 1913, 143 sigs.
Critica de la dicotomía académica 431
to». Y así, cuando Horado comienza con nunc est bibendum no sólo está
«reconociendo una cultura compartida» (por usar la excelente frase de Nisbet-
Hubbard) sino también afirmando una experiencia política semejante: un tira-
no ha muerto. Los versos 5-21 presentan a la reina disoluta, embriagada y
ansiosa de poder de la propaganda de Augusto. Al leerlos, sin embargo, no
deberíamos usar nuestras fuentes históricas para censurar la inexactitud de Ho-
racio, ya que no estaba narrando la batalla de Accio como tuvo lugar, sino
reflejando el sentir general de triunfo y delirante alivio. Luego, como en la
Oda 2, 1, la reacción inicial y espontánea del poeta da paso a algo a la vez
más profundo y más humano y en los versos 21-32 nos presenta a la derrotada
Cleopatra decidida a evitar la humillación, quitándose la vida serenamente co-
mo un estoico romano. Los dos modos de sentir están integrados en el gran
estilo con sus efectos gloriosos de sonido y lenguaje.
Algunas de las composiciones «públicas» de Horacio más dignificadas ter-
minan con una nota serena, por ejemplo 3, 5 y 4, 2, una vez o dos detiene
una oda aparentemente a medio vuelo y la lleva de nuevo al nivel en que nor-
malmente encuentra el lector, por ej. 2, 1 y 3, 3. Un efecto análogo se produce
colocando la oda Persicos odi, muy corta, detrás de 1, 37 y usándola para
completar el libro. Aunque no es estrictamente un poema de simposio, se rela-
ciona con la 1, 37 por el tema de la bebida y por el sentimiento anti-oriental.
A su manera también rata compuesta con mucho arte. Por ejemplo, la primera
estrofa desaprueba la complicación persa, guirnaldas tejidas en philyra (una
palabra griega que significa helecho), y la búsqueda de rosas tardías, pero no
contiene palabras negativas. La segunda afirma que bastan el myrto (simplici
myrto) y el placer del descanso a la sombra, pero está apoyada totalmente en
negaciones. No obstante los contrastes con la 1, 37 son más obvios e importan-
tes. En lugar de períodos complejos tenemos dos estrofas sáficas con breves
frases en asíndeton; la ascendencia literaria se encuentra en Anacreonte y el
epigrama helenístico, no en Alceo o Píndaro; y después de la jubilosa celebra-
ción de la derrota de Cleopatra se nos lleva de nuevo a la norma horaciana
por la descripción del poeta disfrutando de una bebida tranquila en su casa
de verano.
En esta parte hemos hecho notar cómo pequeños poemas ligeros pueden
ser estructuralmente complejos, cómo dentro de una oda dada el estilo puede
oscilar de un estilo a otro, cómo la parodia emplea la solemnidad para producir
un efecto cómico, cómo en una recusatio el estilo grandioso puede ser rechaza-
do y empleado simultáneamente, y cómo un contraste puede explotarse por
yuxtaposición.
Después del estilo, el tema. Un tema, recurrente en todos los períodos, es
el de la sencillez. Aquí tal vez el mejor ejemplo de una oda pública es la 2,
15 (iam pauca aratro). El abuso en cuestión (contracción descontrolada) es
un abuso cívico que afecta a la economía del campo. No se dirige a nadie,
excepto a la comunidad en sentido amplio, y en ningún momento habla el
432 Horacio
iA h, llena la copa! ¿De qué sirve repetir cóm o se desliza el tiempo bajo
nuestros pies? N o nacido mañana y muerto ayer — ¿Por qué preocuparse
si hoy es dulce?
se reconocían a los más altos niveles. Es divertido pensar que Q. Horacio Flaco
pudo haber sido el primero de estos secretarios imperiales que después adqui-
rieron tan inmenso poder y se ganaron tanta aversión. De hecho se mantuvo
apartado de los asuntos públicos, pero socialmente era muy popular (véase
Odas, 2, 18, 10-11; 3, 11, 5-6). Grandes hombres, incluido Augusto, estaban
deseosos de ser mencionados en sus poemas; y podemos estar seguros de que
en las mesas del Esquilmo oía buena cantidad de conversación política.
Otro hilo unificador es el amor del poeta por el campo de Italia. Un ejem-
plo temprano es el segundo épodo, donde el cuadro idealizado se califica pero
no se cancela por el efecto final. AI terminar la última oda romana (3, 6)
se pinta una escena menor pero no muy distinta. O bien eldelicioso himno
a Fauno (Odas, 3, 18) contiene la estrofa:
ludit herboso pecus omne campo,
cum tibi Nonae redeunt Decembres;
festu s in pratis uacat otioso
cum boue pagus.
[en la herbosa vega retoza todo el ganado cuando vuelven para ti las nonas
de diciembre. El pueblo en fiesta se divierte en laspraderascon el buey ocioso.]
La segunda escena, sin embargo, tiene un marco político: la Italia rural florece
con la paz de Augusto. Para recordar la importancia de esta idea en la ideolo-
gía imperial sólo hay que pensar en las Geórgicas de Virgilio y la figura de
Telus (o Venus) en el Ara Pacis.
En varias odas el campo se relaciona con la vocación de Horacio como
escritor. En 1, 17 (una pieza muy particular) se dice que Fauno protege la
hacienda sabina porque el poeta y su Musa son caros a los dioses. 3, 13 tiene
un alcance más amplio y muestra una conciencia nueva de poder; mientras
que la fons Bandusiae con sus claras aguas y sus árboles umbrosos inspiran
un poema lírico, el poema a su vez hace a Bandusia tan famosa como las
fuentes legendarias de Grecia. Después, la corriente y la arboleda de Tíbur
se dice que habrán hecho conocido por la canción eolia al favorito de Melpo-
mene (Odas, 4, 3); se define luego esta fama: Horacio es «el cantor de la
lira romana». No había así límite entre lo nacional y lo local. Horacio era
consciente de esto cuando al final de su primera colección de odas escribía:
«Creceré por siempre renovado por los elogios de la posteridad mientras el
sacerdote suba al Capitolio con la silenciosa vestal» y añadía inmediatamente:
436 Horacio
Aquí el principio tiene una aplicación especial, porque Horacio habla de los
príncipes Tiberio y Druso. La educación se relaciona con el poder imperial
por el fomento de la autoridad.
Ya que no podemos controlar el tiempo y las estaciones, naturalmente no
hay relación directa entre las odas oficiales y poemas como Odas, 1, 4, 9;
11, 4, 7, y Épod., 13. Pero estos poemas exigen atención por derecho propio
porque contienen algunos de los pasajes más memorables. La Oda, 1, 11 (tu
ne quaesieris) insta a Leucónoe a dejar de intentar predecir su muerte y la
del poeta por medio de la astrologia:
ut melius, quidquid erit, pati
seu pluris hiemes seu tribuit Juppiter ultimam,
quae nunc oppositis debilitat pumicibus mare
Tyrrhenum.
[cuánto mejor será que nos resígneme» a cualquier suerte, ya sean muchos
los inviernos que Júpiter te reserva, ya sea éste el último que ahora quebranta
el oleaje tirreno contra los riscos de la orilla opuesta.]
La segunda parte del poema contiene una serie de ideas similares —no te preo-
cupes del futuro, disfruta la vida plenamente mientras eres joven todavía y
«mientras la vejez, blanca y ceñuda esté alejada de tu edad en flor»—. (Tra-
ducción literal de donec uirenti canities abest morosa.) En otras palabras, el
lapso de tiempo y el comienzo de la vejez, como el día de nieve, son partes
de un proceso natural sobre el que no tenemos control. Pero sí tenemos algún
control sobre nuestras amistades y nuestro propio estado de ánimo. Ahí es
donde hay que buscar la felicidad y la serenidad.
Cuando se lee la oda completa, la imagen inicial del Soracte adquiere tono
simbólico. Esto no significa que la montaña cubierta de nieve sea una ficción
poética o que la estrofa represente realmente algo distinto. En la famosa novela
de Hemingway Las nieves del Kilimanjaro, la montaña se nos presenta al co-
mienzo. Nada volvemos a oír de ella hasta el final, cuando el escritor moribun-
do sueña que le llevan allá en un aeroplano. Hemingway escribió una nota
intoductoria: «Su cima occidental es llamada por los masai Ngàje Ngái, la
Casa de Dios». Pero apenas necesitamos este dato más de lo que necesitamos
la nota de Servio sobre el Soracte: dis manibus consecratus est «Está dedicado
a los dioses manes» u .
Las mismas ideas sencillas aunque profundas están detrás de Odas, 1, 4
y 4, 7. La advertencia la da aquí la primavera, no el invierno. Como el año
es un círculo, se puede empezar desde cualquier punto de la circunferencia.
Desde un aspecto, la primera es una estación de felicidad pura. Ésta es la
opinión que representan una serie de deliciosos poemas de la Antología Griega,
especialmente 9, 363 (Meleagro) y las piezas iniciales del 10 (Leónidas, Antipá-
ter y otros). Sin embargo hay también algo doloroso en torno a ella, ya que
mientras las estaciones retornan, los hombres no lo hacen. Este tema perenne
es susceptible de innumerables variaciones —«Cuando las lilas perduran en los
patios floridqs», «El más hermoso de los árboles ahora, el cerezo», «Abril
es el mes más cruel»—. Las odas presentan diferencias visibles. 1, 4 es más
compleja. Tiene dos partes: primavera (1-12) y muerte (13-20), pero en los
versos 1-4 la primavera se considera como la partida del invierno y en el 18
y siguientes la muerte se describe como carente de ciertas alegrías de la vida.
En ambas partes se encuentran imágenes antitéticas de calor —frío y liberación—
reclusión y la ambivalencia de ciertas frases contribuye a la compleja unidad
del poema. Por ejemplo, en la parte alegre las palabras imminente luna «bajo
la luna suspendida» tiene un tono casi imperceptible de inquietud 13, y la expre-
sión caput impedire myrto «ceñir la cabeza con el mirto» anuncia la prisión
de la muerte (16-17), porque impedire casi siempre implica fuerza importuna.
El poema es también menos sombrío. La alegría de la primera parte se refleja
en varias ocupaciones —navegación, cultivo de la tierra, arado e industria (a
nivel mitológico)—, Esto confiere a esta sección una sólida vitalidad. La muer-
te, por otra parte, significa el adiós a los banquetes y a los tiernos jóvenes.
Y así queda restablecido el equilibrio al final (te la oda indinándose hacia la vida.
En 4, 7, sin embargo la muerte se comienza a introducir ya en el v. 7
—immortalia ne speres— y en el v. 15 afirma su dominio sobre grandes figuras
legendarias e históricas de Roma, Eneas, Tulo y Anco. Como Torcuato Man-
lio, a quien la dirige, es un abogado importante (Epíst., 1, 5) y pertenece a
una familia noble con tradiciones de lealtad (Livio, 7, 5), encarna los viejos
valores de genus (nacimiento), facundia (elocuencia) y pietas (devoción); pero
ni siquiera estas cualidades pueden prolongar la vida. La grauitas romana con-
tribuye a dar al poema una desesperación más profunda y más impersonal.
En la escena inidal no hay figuras humanas y, aparte de Gracia, todos los
nombres, mitológicos se encuentran en el Hades donde dan testimonio del poder
de la muerte. Es el caso contrario de Odas, 1, 4. Finalmente, el lenguaje de
4, 7 es sencillo y lleno de fuerza, con pocas de las ambigüedades que observa-
mos en la pieza anterior.
En estas odas el modelo de la naturaleza se usa como base para recomendar
algún tipo de conducta. La propiedad de esta conducta se afirma a veces (por
ej. nunc docet en Odas, 1, 4, 9 y 11, decet en Épod., 13, 5), y en otros lugares
se da a entender (por ej. Odas, 2, 9, 10, 11). En otras partes el nivel de decoro
lo proporciona el ciclo humano de la juventud, madurez y decadencia. Éste
se vincula a veces con el ciclo de las plantas y los animales, por ej. Lálage
es como una vaquilla o un racimo verde, de modo que Horacio aconseja a
su amigo ser paciente (Odas, 2, 5). Cloe se comporta como un cervatillo aun-
que en realidad tiene edad suficiente para seguir a un hombre, tempestiua uiro
(Odas, 1, 23). En otras ocasiones el ciclo humano funciona por sí mismo: la
esposa de íbico es demasiado vieja para divertirse con adolescentes; su conduc-
ta no es adecuada, non decet (Odas, 3, 15, 8 y 14; cf. 4, 13, 2-3). Las diversio-
nes frívolas, como la poesía lírica, son adecuadas para los jovencitos. Lo mis-
mo puede decirse de las fiestas desenfrenadas (Epíst., 2, 2, 142 y 216). Aquí,
como en otros lugares, admite arrepentido Horacio que ha fallado según sus
propios criterios. Su interés por la poesía amorosa a los cincuenta años apenas
es adecuado (Odas, 4, 1, 9 y 35).
En un pasaje famoso de A .P . se dice que las palabras, como los hombres,
tienen un dclo vital (60-72). En derto modo parece como si el uso fusus) fuera
lo que determina la vitalidad de una palabra dada (71-2); pero hay más que
esto, ya que un buen poeta modificará el uso, reviviendo palabras antiguas,
produciendo combinadones nuevas y admitiendo nuevas palabras. Todos estos
conocimientos están gobernados por la corrección o propiedad. Este concepto,
que fue elaborado por los peripatéticos, es importante también en otros pasajes
de la A .P . De este modo, el tema debería ser apropiado a la capacidad (38
sigs.) y el estilo al asunto (73 sigs.). El lenguaje del que habla debe adecuarse
a su emoción (99 sigs.) y también a su rango, edad, ocupación y nacionalidad
440 Horacio
Otro método, que nos llevará más cerca de Augusto, es a través de la reli-
gión. En una de las primeras odas, escrita en forma de peán pindárico, Horacio
reflexiona sobre les desastres que han sacudido a Roma. Únicamente la inter-
vención divina puede salvarte. Se invoca sucesivamente a Apolo, Venus y Mar-
te. Pero tal vez haya ya un dios sobre la tierra. ¿Es realmente el joven Augusto
Mercurio en forma humana (Odas, 1, 2, 41 sigs.)? Para explicar por qué Augusto
se asocia a Mercurio los filósofos se han referido a la juventud, la belleza
y la elocuencia del emperador. Pero seguramente la clave principal la propor-
ciona la oda décima «tel libro primero: «Mercurio, elocuente nieto de Atlas,
que refinaste las rudas maneras de los hombres, reciente linaje». ¿No era el
espíritu civilizador y benévolo del dios lo que le convirtió en un modelo posible
del joven gobernante? Como inventor de la lira, Mercurio tenía también una
significación especial para Horacio. Fue Mercurio quien le salvó en
Crítica de la dicotomía académica 443
Filipos (Odas, 2, 7, 13), y como el poeta era uno de los hombres de Mercurio
se libró de la muerte por la caída de un árbol (Odas, 2, 17, 27 sigs.).
Naturalmente Horacio también debe lealtad a las Musas, que presiden a
la vez su poesía formal e informal (Musarum sacerdos en Odas, 3.13 e imbellis-
que lyrae Musa potens en 1, 6, 10). En Odas, 3, 4 cuenta cómo siendo un
niño pequeño se perdió de su nodriza y se quedó dormido, y cómo se salvó
gracias a la protección del cielo. Luego, dirigiéndose a las Musas, dice: «Si
estáis conmigo he de desafiar la cólera del Bósforo, marinero gustoso, y reco-
rrer las ardientes arenas del litoral asirio». La mitad del poema describe esta
íntima relación espiritual y después repentinamente llegamos a esta sorprenden-
te estrofa:
uos Caesarem altum, militia simul
fessas cohortes abdidit oppidis,
finire quaerentem labores
Pierio recreatis antro.
(37-40)
[cuando el gran César retiró sus tropas cansadas de campañas queriendo po
ner fin a sus trabajos, vosotras le otorgasteis nuevas fuerzas en la cueva de
Pieria.]
Así que también el Emperador está bajo la protección de las Musas. Ellas ali-
vian su espíritu (es decir, que goza de la poesía), pero, lo que es más importan-
te, le aconsejan actuar con generosidad y buen sentido:
uos lene consilium et datis et dato
gaudetis almae.
(41-2)
Es significativo que Horacio haya dado un lugar central entre las odas romanas
a un pœm a que conecta expresamente su propia actividad con Ia de Augusto
y adscribe el poder político y el poético a la misma fuente divina.
Una observación similar puede hacerse en relación con Baco. Por otra parte
tenemos pasajes como Epíst., 2, 2, 77-8, donde Horacio proclama que como
servidor de Baco (esto es, poeta) su medio propio es el campo, o bien Odas,
3, 8, donde ofrece una cabra a Baco para celebrar el haberse librado de la
muerte. Por otra parte, Baco se asocia también a Augusto. Como héroe bene-
factor de la humanidad, Baco alcanzó la divinidad. Lo mismo ocurrirá a Augusto
(Odas, 3, 3, 11-15). Sólo después de convertirse en dios recibió Baco la debida
adoración de los hombres. Augusto ya la recibe (Epíst., 2, 1, 5 sigs.). La rela-
ción triangular se hace más estrecha en Odas, 2, 19, un himno a Baco que
testimonia la inspiración de Horacio y sigue luego recordando algunas de las
relaciones del dios. Una de éstas fue su defensa de Júpiter frente a los gigantes.
Esta misma batalla, que simbolizaba el triunfo de la civilización sobre la barba-
rie y era conocida de los lectores de Horacio por Píndaro y la escultura griega,
444 Horacio
LA ELEGÍA AMOROSA
1. INTRODUCCIÓN GENERAL
donde cura recens puede significar «un nuevo libro» así como «nuevo amor».
Neaera era casi con seguridad el título del librito de seis poemas de Lígdamo
(Corp. Tib., 3, 1-6), y la primera edición (perdida) de los Amores de Ovidio
puede haberse publicado con el título de Corinna 5.
c) Todavía sabemos muy poco sobre la situación de las mujeres en Roma
durante el siglo i a. C., y hemos de tener cuidado de no interpretar la poesía
amorosa como si fuera un testimonio histórico, pero hablando a grandes rasgos
podemos distinguir tres tipos de «mujeres de la elegía» 6:
i) là matrona, la mujer casada que disfruta de cierta independencia. Pue
de tener muchas relaciones, com o Clodia (la Lesbia de Catulo), o puede ser
fiel a su esposo com o Cornelia (Prop., 4, 11).
ii) la fem m e entretenue que puede estar casada pero que más probable
mente será soltera o divorciada y que tiene relaciones firmes que duran meses
o aflos 1.
iii) la meretrix, la prostituta con la que los hombres tienen encuentros
breves, casuales.
una unión romántica. Otro poema del ciclo, 1, 8, presenta una serie curiosa
de relaciones: Tibulo, enamorado del joven Marato, exhorta a la joven Fóloe,
a quien Marato desea, a ser amable con el muchacho. Pero parece que Fóloe
está enamorada de un tercer hombre, que a su vez suspira por otra mujer.
Tibulo intercede por el muchacho (1, 8, 17 sigs.) e incluso concierta encuentros
secretos con Fóloe por él (1, 9, 41 sigs.). A causa de esta constelación bastante
poco usual, los poemas nunca se han entendido claramente, pero parece ser
que estas relaciones tan complicadas que implican era lo que podían estimular,
si acaso era posible, los gustos cansados del dorado grupo augústeo.
El amor homosexual está prácticamente ausente en Ovidio y Propercio, aun-
que Próculo, el amigo de Ovidio (Pont., 4, 16, 32) escribe todavía a la manera
calimaquea. La comparación de Propercio (2, 4, 17 sigs.; cf. 9, 31-6; 3, 19,
1-10) es más teórica y concebida principalmente para mostrar que la mujer
es la criatura más emocional, irracional e intratable. Ovidio (Ars Am ., 2, 683
sigs.) hace otra puntualización:
odi concubitus qui non utrumque resoluunt:
hoc est cur pueri tangar amore minus.
[me disgusta cualquier tipo de sexo que no relaja a ambos compañeros; esto
es por lo que me atrae menos hacer el amor a un muchacho.]
3. CORNELIO GALO
12 Sobre los esfuerzos por hacerle contemporáneo de Estacio y Marcial véase Luck, 1959, 207 sigs.
456 La elegía amorosa
El primer grupo (3, 8-12 = 4, 2-6) consta de poemas que evidentemente no están
escritos por la misma Sulpicia, sino por un observador de su historia de amor,
tal vez Tibulo. Forman un comentario poético sobre el asunto escrito por una
tercera persona, lo cual es bastante poco corriente (pero cf. Prop., 1, 10). El
segundo grupo (3, 13-18 = 4, 7-12) consiste en poemas escritos por la misma
Sulpicia. La sobrina de Mésala es una joven independiente que insiste en su
derecho al amor; es culta (debe haber leído al menos algunos de los autores
aconsejados por Ovidio, Ars. A m ., 3, 329 sigs.) y maneja bien el lenguaje
y la métrica.
Los temas favorites de Tibulo son el amor romántico y los placeres de
la vida del campo. Sus pasajes pastoriles evidencian la influencia de las Bucóli
cas y las Geórgicas de Virgilio. Aunque es el único poeta elegiaco del que
se sabe que pasó algunos años de su vida en el ejército, odia la guerra y denun-
cia la ambición de poder y riqueza que conduce a ella. El dinero también co-
rrompe el amor. Esto es algo que Tibulo asegura haber experimentado en todos
los asuntos de los que habla. Una mujer a la que llama Delia domina el libro
1 (cf. supra, pág. 451); su verdadero nombre era Plania, y al parecer vivía
con su anciana madre y era devota de Isis. Némesis, la amante del libro 2,
parece más una experimentada cortesana que puede haber estado tejo el con-
trol de una «alcahueta» (lena). Marato, mencionado también en el libro 2 (su
pra, págs. 452-453), es un apuesto muchacho que atrajo al menos por breve
tiempo a Tibulo así como a otros hombres.
Como poeta, Tibulo tal vez esté más centrado en sí mismo que otros elegia-
cos. Parece vivir en un mundo de ensueño que le es propio. Su nostalgia por
una lejana edad de oro puede haber oscurecido para él la grandeza del Imperio
Romano y las bendiciones de la Pax Augusta. El único poema con temas «na-
cionales» (2, 5) muestra tal vez la influencia de la Eneida', es importante como
precursor de las elegías romanas de Propercio (libro 4) y los Fastos de Ovidio.
Por su poesía Tibulo parece haber sido un importante caballero romano.
Hay en sus elevas una delicadeza de sentimientos que probablemente sólo se
encuentre en Virgilio, pero Mackail era tal vez menos que justo al llamar a
Tibulo un «Virgilio sin genio». Hay genio, así como cultura y buen gusto.
Aunque nunca dte a otros poetas y evite toda ostentación de saber, mitológico
o de otro tipo, ha leído mucho, especialmente a autores alejandrinos ,3. Por
supuesto, conoce a Virgilio y Horacio, y su libro 2 puede que ya refleje los
libros l y 2 de Propercio. Tiene un sentido del humor encantador (no amargo,
como es la especialidad de Propercio), y la visión que nos da de vida real
es bienvenida: el retorno del campesino algo bebido, en su carro, con la esposa
y los hijos, después de una fiesta campestre (1, 10, 51-2); el viejo abuelo jugan-
do con su nieto (2, 6, 93-4); la invitación al dios Apolo a acudir a la inaugura-
ción Λ Mésala con su mejor aspecto (2, 5, 7-10).
5. SEXTO PROPERCIO
Propercio es tal vez el más difícil de los poetas elegiacos romanos, pero
también el que más atrae según el gusto moderno. Su tempestuosa historia
de amor con una mujer a la que llama Cintia (su nombre áuténtico era Hostia)
llena la mayor parte de los cuatro libros de elegías que escribió. La historia
parece que duró cinco años (3, 25, 30), pero no se sabe si contando o no
un período de separación (3, 16, 9). Se supone que los poemas más antiguos
del libro 1 se escribieron en el 29 a. C., y el libro 3, con su enfática despedida
a Cintia (3, 24 y 25), se publicó probablemente el 23 a. C. o poco después.
Esto nos permitirá situar adecuadamente los cinco (o seis) años entre el 29
y el 23, pero la realidad y la ficción están tan estrechamente unidas que no
puede darse una respuesta segura. Habría que decir, sin embargo, que 3, 20
habla de una nueva unión con una mujer desconocida con la que puede que
Propercio se casara. Esta elegía no nos da más información sobre Cintia.
En el libro 1 encontramos a algunos de los amigos del poeta en Roma:
Tulo, un joven rico a punto de dedicarse a la carrera política, y los poetas
Póntico y Baso. No menciona a Ovidio, aunque sabemos por las Tristia, 4,
10, 45*8 que eran buenos amigos, sodales, y que Propercio solía leer a Ovidio
sus poemas de amor. Éstos pueden ser algunas de las elegías incluidas ahora
en el libro 2; probablemente Ovidio era demasiado joven para haber oído las
del libro 1.
Después de una unión breve pero afortunada con una mujer a la que llama
Lycinna (3, 15), Propercio se enamoró de Cintia. Habla de sus ojos brillantes
(2, 13, 14), su cabello castaño rojizo (2, 2, 5-6), sus largos dedos y su atractivo
rostro (2, 2, 5-6). Era instruida en lectura y música, escribía versos y bailaba.
Luego, Propercio admite que exageraba su belleza (3, 24 y 25), y después de
la muerte de Cintia su espíritu emite un juicio cruel de Propercio, el amante,
en un poema magnífico (4, 7) que representa un esfuerzo máximo de autocríti-
458 La elegía amorosa
ca y de teoría del poeta; el resultado es una suave pero muy emocionante evo-
cación de la Cintia real, nostálgica y sin amargura de su parte.
Su imagen, tal como la presenta Propercio, es la de un joven pálido, nervio-
so (1, 5, 21), una especie de dandi de pelo perfumado y andar ligeramente
afectado (2, 4, 5-6), que disfruta de las fiestas (3, 5, 19-22) y todos los demás
placeres de la vida de la ciudad. El campó no le atrae tanto como a Tibulo
(pero cf. 2, 19). En años posteriores, parece que se hizo «respetable» sin perder
su capacidad para verse con ironía (4, 1).
Los poemas del libro I le hicieron famoso (un éxito escandaloso, cf. 2,
24A, 1 sigs.), y después de que Mecenas se convirtió en su patrocinador, la
casa del emperador estaba abierta para él. Escribió elegías funerarias a dos
personajes cercanos a Augusto: 3, 18 a su sobrino Marcelo, y 4, l i a Cornelia.
Habla en favor de Mecenas, el que fuera capaz de ser amigo de hombres tan
diferentes como Virgilio, Horacio y Propercio (sabemos demasiado poco de
los demás miembros de su círculo, como L. Vario o Valgio Rufo). El mismo
Propercio sentía la máxima admiración por Virgilio, y alrededor del 25 a. C.
saluda (2, 34) la gran épica romana nueva que nace, aunque probablemente
sabía poco de la forma hacia la que evolucionaba. Nunca se refiere a Horacio,
aunque la influencia de las Odas es bien evidente, especialmente en las elegías
del libro 3 14, y Horacio nunca le cita nombrándole, a no ser que el poeta
elegiaco un poco casi caricaturizado en Epíst., 2, 2, 90 sigs. resulte ser Proper-
cio. Ni Tibulo ni él se citan mutuamente, pero es difícil imaginar que ignoraran
sus respectivas obras. El libro primero de Propercio y el de Tibulo pueden
ser independientes entre sí, pero el segundo y el tercero de Propercio parecen
mostrar la influencia del primero de Tibulo y sus elegías romanas (en el libro
4) deben algo a Tibulo 2, 5.
Propercio se ve a sí mismo como el gran amante romántico. Como Byron,
como D’Annunzio, vuela o quiere volar de una mujer a otra, siempre dispuesto
a ofrecer ta lo de sí mismo, aunque no siempre lo llegue a dar. Para interpretar
este papel (ya que es un papel) no es bastante ser apasionado y tierno: se nece-
sita una especie de orgullo despectivo, un aire de misterio; detrás del amante,
el público lector debe sentir al héroe siempre empeñado en luchar contra la
envidia de los dioses, el hombre mayor que su destino. Para él, d amor es
un poder trascendental y todos los valores aceptados —nobleza, poder, riqueza—
son revalorizados por el amor. Tres versos tomados de sus primeros poemas
son característicos: 1, 5, 24 nescit amor priscis cedere imaginibus «el amor
no se somete a los retratos de los antepasados»; 1, 14, 8 nescit amor magnis
cedere diuitiis «el amor no se somete a grandes riquezas»; 2, 7, 6 deuictae
gentes nil in amere ualent «las naciones sometidas no valen nada en el amor».
Se reúnen y comparan con la fuerza irracional del amor los tres valores roma-
nos tradicionales. Pero el amor está también cerca de la pietas. Propercio dice
a Cintia (1, 11, 23-4) tu mihi sola domus, ta, Cynthia, sola parentes: omnia
tu nostrae tempora laetitiae «tú sola, Cintia, eres mi casa, tú sola mis padres,
tú eres todos mis momentos de alegría». Este amor ocupa el lugar de todas
las relaciones emocionales y religiosas dentro de la casa, de la familia, y se
convierte en la pasión dominante de la propia vida.
Propercio no es un poeta filosófico. Cuando ya no está enamorado desea
guardar para su vejez pensamientos y estudios más serios 15. Una línea clara
lleva del estilo alejandrino del libro 1 al nuevo realismo del libro 4, con su
conciencia de la historia romana. Ha llegado a ser un gran imperio y está
en peligro de caer. Roma también caerá un día {frangitur ipsa suis Roma super
ba bonis, 3, 13, 60), del mismo modo que el gran imperio de los etruscos
es una cosa del pasado:
heu Veii ueteres! et uos tum regna fuistis,
et uestro posita est aurea sella foro
[¡Ah, antigua Veyes! fuiste en otro tiempo un reino, y el trono de oro estaba
colocado en vuestro foro] (4, 10, 27-8).
Ovidio es el divertido cronista de una sociedad para la que el placer era todo
y que trataba una historia de amor como una obra de arte. Muchos poemas
se constituyen en tomo al repertorio de personajes de esta sociedad. Algunos
de ellos son conocidos por la Comedia Nueva.
Ovidio es hábil en el desarrollo de un tema al estilo retórico, evidenciando
su temprano entrenamiento. Por ej., argumenta contra el aborto en 2, 14 como
puede hacerlo un abogado ante el tribunal. O bien describe escenas que pueden
ser tomadas de la Comedia Nueva, por ej. la secuencia 2, 7 y 8. En el primer
poema niega la acusación de Corina de haberle sido infiel con su esclava. Apa-
rentemente ella le cree, ya que en el siguiente poema se jacta ante la esclava:
«Mirar lo inteligentemente que he mentido. ¿No me he ganado una recompen-
sa? ¿Te niegas? Se lo contaré todo».
La Medicamina faciei femineae ovidiana, una colección de consejos cosmé-
ticos en verso para mujeres, se cuenta generalmente entre su poesía erótica.
En realidad celebra la belleza, el amor y el tipo de sofisticación que mejora
la naturaleza. La introducción es una exposición sobre el tema culta placent
(versos 3-50), el atractivo de la «cultura» en el sentido más amplio de la pala-
bra, incluyendo el cuidado del cuerpo. Es difícil juzgar la efectividad de los
preparativos cosméticos que Ovidio enumera, pero parece que hizo una cuida-
dosa investigación. Él mismo llama a esta obra paruus, sed cura grande, libe
llus, opus «un libro, pequeño de tamaño, pero de gran valía» (Ars A m .,
3, 206).
El Ars amatoria « más un «Arte de gustar» o una «Técnica de seducción»
que un «Arte de amar». No es comparable a los manuales sobre sexo que
son tan populares hoy día; al menos en algunas partes se parece más a los
ensayos sobre mujeres y el amor escritos en profusión, con infinitas variaciones
sobre los mismos pocos temas, por los moralistas franceses de los siglos xvn
y xvm. Estudiaban la misma clase de sociedad para la que Ovidio escribía,
y consideraban el amor un juego fascinante de atracción y compromiso tempo-
ral. Hacer el amor es para ellos una actividad artística legítima. Todo ha de
hacerse con cierto estilo. Aunque Ovidio pretende que su obra está basada
462 La elegía amorosa
7. OTROS ELEGIACOS
Durante este período había otros poetas elegiacos en Roma, pero se sabe
muy poco de ellos. Ovidio (Tristia, 2, 423-66) da una lista de poetas de los
últimos tiempos de la República, que tratan d tema del amor, algunos en ele-
gías: CatulQ, Calvo, Ciña, Valerio Catón, Anser, Cronificio, Tidda, etc.
18 P . Oxy. 2891 (siglo n d. C .) contiene partes de la «Técnica de seducción» y la parte «Sobre
ei beso».
Otros elegiacos 463
OVIDIO
Los símbolos son viejos y convencionales; la pasión del poeta por la fama
es vital y sincera. Un género ha cumplido su papel. Retrospectivamente lo verá
principalmente como un escalón para llegar a cosas más altas.
La frase area maior se refiere a los géneros mayores de la tragedia y la
épica. De la única tragedia de Ovidio, Medea, sólo nos queda un puñado pe-
queño de fragmentos, y los elogios de Quintiliano y Tácito no nos dicen nada
sobre su calidad ' . T a l vez pueda inferirse alguna noción de su tratamiento
de la heroína por sus restantes apariciones en las obras que quedan, en Heroi
das, 12 y Metamorfosis, 7. Apenas parece posible que la obra de Séneca sobre
el mismo tema no estuviera influida por Ovidio. Ya en el libro tercero de los
Amores había desplegado una capacidad poco corriente —podríamos decir,
euripídea— de ver las cosas desde el punto de vista de una mujer. La nueva
dirección que toma su genio, que culminaría en las Metamorfosis, daba pleno
juego a esta capacidad. Encontramos al nuevo Ovidio por primera vez en sus
obras supervivientes en las Heroidas, donde él mismo salió al paso para afir-
mar que era una creación literaria original:
ignotum hoc aliis nouauit opus.
(Ars am. 3, 345)
[género inventado por él y que desconocieron los demás.]
2. LAS «HEROIDAS»
Sin Venus, el campo se ha rustificado (102). La idea viene directa del tema
de los Amores y A rs amatoria. En el triángulo elegiaco, Teseo es casto por
el papel de marido engañado y es la lógica elegiaca la que nos sirve mejor.
Tiene su consuelo en los brazos de Piritoo (110-11). Igualmente elegiaca es
la defensa de Fedra de su «nueva» moralidad (129-46). También aquí se emplea
rusticus como término despectivo para lo que es viejo y pasado de moda.
Sus observaciones sobre el honor familiar llevan al lector directamente a la
Roma de Augusto (131-2). En general, en las Heroidas puede considerarse que
Ovidio vuelve a la visión pre-elegíaca tradicional del amor como pasión sentida
en toda su intensidad sólo por mujeres. Pero su Fedra se expresa en el estilo
de la alcahueta Dipsas (Amores, 1, 8). Lo que propone es un amor clandestino
en el palacio mismo y emplea los mismísimos clichés del furtiuus amor:
non tibí per tenebras duri reseranda mariti
ianua, non custos decipiendus erit.
(4, 141-2)
[no tendrás que abrir en medio de las tinieblas las puertas de un marido terri
ble, ni tendrás que burlar a guardián alguno.]
Su ruego final resuelve el asunto en una sola frase: quid deceat non uidet uilus
amans «lo que es decente no lo ve amante alguno» (154).
Esta carta es la más cercana en espíritu al Ars amatoria. En ella parece
que ha modernizado y degradado deliberadamente su material heroico y trági-
co. No formaba parte de su plan reinterpretar de este modo todas las historias
que tenía entre manos: entre las epístolas de Cánace (11) e Hipermestra (14)
las situaciones igualmente extrañas se tratan de modo que se destaquen cualida-
des trágicas o nobles de los protagonistas. Su tratamiento de Fedra puede de-
berse a su intención & sugerir que su amor era de hecho esencialmente misera-
ble, si no realmente cómico. Posiblemente estuviera alardeando sin más. La
misma devaluación ligera del amor mítico y heroico se da en su gran apología
en el libro segundo de las Tristia, una defensa de la que tal vez debería haberle
apartado la prudencia (Trist., 2, 259-62, 289-300). De una clase bastante distin-
ta es la desvalorización que se produce en su tratamiento de Dido (Her., 7).
Sólo tiene sentido si se entiende como reto a la justificación de la conducta
de Eneas hacia ella.
El contraste con Virgilio y un indicio de la intención de éste aparecen en
el primer verso de la carta con la palabra abiectus «abyecto». Dido intenta
Las «Heroidas» 469
de respuestas (Am ., 2, 18), publicó tres pares de cartas en las que un hombre
escribía primero y una mujer le contestaba. Están escritas de un modo conside-
rablemente más ambicioso. El total de versos combinados en cada par (646,
428, 490; extensión media de Her., 1-14 aproximadamente 150) da para formar
un breve libellus 8. En cada caso están claramente diferenciados el tratamiento
poético y la situación. La correspondencia de Paris y Helena (16-17) es un
jeu d ’esprit, un juego de ingenio muy entretenido en la línea de la Ars amato
ria. La de Aconcio y Cídipe (20-1) es un estudio de la obsesión. Para Paris
y Helena se inspiró en distintas fuentes, siendo como era la Guerra de Troya
patrimonio mitológico común. Para Aconcio y Cídipe se sirvió de las Aitia
de Calimaco, pero transformando al mismo tiempo la historia al dotar a sus
protagonistas, especialmente a Dídipe, de nuevas personalidades, y presentando
la situación como un encuentro de deseos, hombre contra mujer, fuerte contra
débil 9. La historia de Hero y Leandro (18-19) no podía ser conocida hacía
mucho cuando Ovidio decidió usarla. Su primera aparición es en las Geórgicas,
a modo de alusión (3, 257-63). Evidentemente la leyenda llegó a ser conocida
en la última parte del siglo i a. C., probablemente en un poema helenístico
perdido 10. Fue Ovidio quien le dió la forma literaria que quedó como definiti-
va. La comparación con Hero y Leandro de fines del siglo v d. C., del poeta
griego Museo, que en ciertos aspectos seguía la fuente original bastante de
cerca, muestra la libertad con que Ovidio lo trató. Una historia oscura rela-
cionada originariamente con un punto local conocido, la «Torre de Hero»,
fue inmortalizada en uno de los poemas más románticos de toda la literatura
antigua.
La epístola de Leandro (Her., 18) comienza in mediis rebus: amenaza una
tempestad y no puede cruzar el estrecho para ir junto a Hero. Este énfasis
en la separación y las emociones que engendra en los dos amantes domina
el tratamiento ovidiano de la historia. Se interesa poco por el mecanismo de
la trama. En el poema de Museo el nivel social de Hero y las circunstancias
de su prima· encuentro tienen un lugar importante. Ovidio no las menciona
y se nos hace suponer por qué han de mantenerse en la oscuridad los padres
de Leandro (13). C on» en una época de Savoy, la situación está dada, lo
que interesa al poeta son las consecuencias. En Museo se trata el paso del
mar con brevedad y humorismo, en Ovidio la narración de las visitas de Lean-
dro a Hero y sus concomitancias románticas constituyen la parte central de
su carta (53-124). Los toques descriptivos no son muchos de hecho, pero están
esbozados con seguridad y delicadeza; esto es lo que Macaulay llamaba «estilo
suave»:
De modo semejante se sugiere, más que se describe, que la pareja hace el amor
(105-10). Con un breve relato de su partida y su retorno, Leandro vuelve ai
Abido y al presente (124), pero el poema todavía no ha llegado a la mitad.
Sigue una larga lamentación de su situación, generosamente embellecida con
conceptos verbales y mitológicos. Como Narciso en su celebrado soliloquio de
las Metamorfosis (3, 446-53), se extiende sobre las paradojas de su posición,
y como Narciso recurre al cliché elegiaco:
quo propior nunc es, flamma propiore calesco,
et res non semper, spes mihi semper adest,
(177-8)
[cuanto más cerca está ahora, me quemo con una llama más cercana, y la
causa no siempre está presente pero siempre lo está la esperanza.]
Ansiosa como está por que venga, le aconseja precaución con palabras que
reflejan sus conflictivos sentimientos :
me miseram, cupio non persuadere quod hortor,
sisque precor monitis fortior ipse meis,
dummodo peruenias excussaque saepe per undas
inicias inneris bracchia lassa meis.
(19, 187-90)
[¡desgraciada de mí! Deseo no convencerte de lo que te aconsejo, y que seas,
ruego, más fuerte tú que mis advertencias, con tal que llegues aquí y a mis
hombros eches, azotados a menudo por las aguas, tus brazos fatigados.]’
Con el relato de un sueño siniestro (193-204) vuelve a la larga vigilia que co-
menzaba en el verso 33 y que ha dado lugar al soliloquio. Su visión del delfín
moribundo, que ni siquiera ella puede malinterpretar (203), ya no deja ninguna
duda a ¡os lectores de Ovidio 12, y su consejo de despedida nos recuerda otra
vez la calidad profunda y abnegada de su amor:
11 Virg., En., 8, 407-15; P rop., 4, 3, 41-2 (Aretusa), Tib., 1, 3, 83-8 (Delia); Ο ν., Fast., 2,
741-58; Livio, 1, 57, 9 (Lucrecia); cf. Ogilvie, 1965, 222.
12 Cf. Anth. Pat., 7, 215 (Anyte), 216 (Antipáter de Tesalónica), 214 (Arquías).
Los «Fastos» 473
3. LOS «FASTOS»
13 Por ej., A rs am., 1, 619-20 ~ C a lta ,, Epigr., 44, 3-4. Lo mismo puede aplicarse en
general a la poesía augústea: Ross, 1975a, 6-7.
474 Ovidio
Sus principales modelos eran helenísticos, las Aitia de Calimaco y los Phaeno
mena de Arato, y la idea para el poema vino de Propercio. No obstante, tam-
bién ha de tenerse en cuenta la Eneida. La originalidad de la empresa ovidiana,
como era usual en la literatura latina, consiste en la combinación de elementos
hasta entonces dispares: la erudición de un tipo claramente helenístico se em-
plea para adornar temas de la historia romana y antigüedades, con una glosa
de alusión contemporánea que se tiñe frecuentemente con una irrupción de
propaganda de la Pax Augusta. En términos crudos, esto serviría también para
describir la Eneida. El que ambos poemas sean de hecho muy diferentes se
debe en primer lugar a sus formas literarias diferentes: la épica es impersonal,
mientras que el modelo calimaqueo de Ovidio era didáctico y anecdótico. Más
importante aún es la diferencia de temperamento entre los dos poetas, con
sus preferencias respectivas por lo sugerente y lo explícito. Más importante,
sin embargo, es el hecho de que la Eneida representa un credo profundamente
meditado, mientras que los Fastos es un ejercicio puramente literario.
Este fue el primer y único intento de Ovidio de hacer un poema augústeo,
en el sentido de que a pesar de que pudiera permitirse prescindir de una elevada
solemnidad, su propósito evidente era celebrar la idea de Roma, la res romana.
El proemio original, retirado en la revisión, no sólo subrayaba la importancia
literaria de la obra (2, 3-8) sino que también pretende ser una contribución
al servicio público:
haec mea militia est: ferim us quae possum us arma,
dextraque non om ni munere nostra uacat.
(2, 9-10)
[este es mi servido: llevo las armas que puedo y mi diestra no está desprovista
de toda carga.]
4. LAS «METAMORFOSIS»
14 Cf. Ov., Am., 3, 9, 25-6; Dion. H el., De comp. verb. 24; Quint., Inst., 10, 1, 46.
Las «Metamorfosis» 477
mítica nunca había sido una ciencia exacta, podía permitirse considerable libertad
en la ordenación de su material. La continuidad entre los episodios es proporcio-
nada por recursos de transición y encuadre enormemente ingeniosœ que le va-
lieron al poeta la censura magistral y carente de humor de Quintiliano (Inst.,
4, 1, 77).
En griego o latín no existía ni un solo modelo para un poema como este.
En su carácter semejante a lo que algunos críticos llaman un poema «colectivo»
(Kollektivgedicht) es hesiódico; hasta el punto en que Ovidio se había enrolado
bajo la bandera de Hesíodo podía pretenderse que las Metamorfosis implícita-
mente reivindicaban una categoría diferente pero igual que la Eneida. Más de
un poeta helenístico había explotado el tema del cambio. En las Aitia, Calima-
co había usado la forma de episodios separados y dispares encadenados en
una sarta de asociación «editorial» 15. En escala y alcance, sin embargo, las
Metamorfosis son únicas. Aprovechado la última frase de la ocasión consigna-
da (según era conocido por sus fuentes), Ovidio tenía carta blanca para incluir
las historias que le atrajeran y desarrollarlas en el estilo que le pareciera ade-
cuado. Así, el poema incluye muestras de todos los géneros importantes, aun-
que cambiados, por así decirlo, en el lenguaje particular de las Metamorfosis:
comedia, elegía pastoril, tragedia, oratoria, didáctica, himno, sin olvidar la
épica misma.
La impresión recibida de una lectura continua del poema es por tanto de
variedad incesante, de cambio (metamorfosis, de hecho), y de placer que surge
de lo inesperado. Las sorpresas recorren todo el camino que va del juego ligero
de la agudeza lingüística, como cuando la duración de las estaciones se presenta
en las palabras y en el metro usado para describirlas,
et Tndêquâlês aütümnôs
et brëuë uër
(I, 117-18)
cio, es una clase de amor que destruirá si no puede poseer. El hecho de que
la Edad Media hallara en las Metamorfosis una cantera de símbolos y alegorías
demuestra que, al reelaborar los mitos para procurar entretenimiento variado
y picante, Ovidio ciertamente no los despojó —por no ponerlo más alto— de
su validez inherente. Un caso particularmente llamativo es el de Narciso y Eco
(3, 339-510). La historia tal como Ovidio la cuenta, es una lección contra el
deseo y la persecución de lo inalcanzable. Más específicamente ilustra la cuali-
dad destructiva del egoísmo en sus defectos sobre uno mismo (Narciso) y otros
(Eco). Pero la extensión y elaboración del tratamiento ovidiano no pueden acha-
carse al deseo de subrayar la moral que la historia puede ofrecer. Aún menos,
generalmente, dirige la atención de forma cierta a tales implicaciones. Su inte-
rés está en explotar plenamente la paradoja, el absurdo en realidad, de la situa-
ción. Al destacar al comienzo la singularidad de la pasión de Narciso y su
resultado (3, 350 ¡etique genus nouitasque furoris) manifiesta cuál es su idea.
Eco, con la comedia secundaría que su incapacidad acarrea, y el espíritu melan-
cólico de su voz, hace resaltar la medida en que la propia incapacidad emocio-
nal de Narciso termina por alcanzarle. En el camino hada el desenlace, el poeta
de los Amores se desvía él mismo y nos desvía exponiendo todos los clichés
elegiacos del enamorado frustrado sobre sus cabezas:
lio o cualquier otro poeta latino» 12, en una palabra, más humano; y la unidad
esencial, o, mejor, la armonía de las M etamorfosis ha de buscarse en su huma-
nidad. A pesar de la distancia intelectual mantenida por el poeta entre él y
su creación, a pesar de ios excesos y faltas de gusto a los que su genio era
capaz de llevarle, a pesar de la búsqueda inexorable de la punta y la paradoja,
a pesar incluso de la aparente inhumanidad de algunos episodios, esta sigue
siendo la cualidad distintiva del poema. Sus características no clásicas, que
surgen también de la comparación con la Eneida, no obstaculizarían la aprecia-
ción de una época que parece haber roto definitivamente con el clasicismo en
literatura, arte y música. El equilibrio y la proporción no son necesarias y
evidentemente las virtudes artísticas más importantes. La visión ovidiana del
mundo no era de orden y uniformidad sino de diversidad y cambio. Para él,
la solución augústea no era como había sido para Virgilio, el comienzo de
un mundo nuevo, nouus saeulorum ordo, sino otro banco de arena en la co-
rriente movediza de la eternidad. La Eneida se detiene donde lo hace a causa
de la lógica de la situación: hay un nudo que sólo puede cortarse por el sacrifi-
cio de Tumo. Debe valerse la sangre para que pueda seguir la reconciliación.
Las M etamorfosis se detienen donde lo hacen porque allí es donde la historia
tiene que llegar. En el final de la obra Ovidio predice su propia metamorfosis
y apoteosis:
iamque opus exegi, quod nee louis ira nec ignis
nec poterit ferrum nec edax abolere uetustas.
cum uolet, illa dies, quae nil nisi corporis huius
ius habet, incerti spatium mihi finiat aeui;
parte tamen meliore mei super alta perennis
astra ferar, nomenque erit indelebile nostrum,
quaque patet domitis Romana potentia terris,
ore legar populi perque omnia saecula fama,
siquid habent ueri uatum praesagia, uiuam.
(15, 871-9)
estaba el modelo ovidiano. Mientras que las Heroidas, sin embargo, como toda
la obra temprana de Ovidio, tratan de imitar, en las Tristia escribía ahora
in propria persona y con una finalidad estrictamente práctica a la vista: conser-
var su nombre ante el público para asegurar que no caía en el olvido, según
la opinión de Augusto, y por encima de todo indicar con todo el énfasis posible
a falta de una afirmación abierta que al sepultar en al olvido en vida 25 al
mayor poeta de Roma por su propia autoridad, Augusto había ido demasiado
lejos y que en realidad había excedido su autoridad en la medida en que ésta
era meramente temporal.
Desde el libro 1 es evidente que esta era la intención principal de las Tristia,
escritas en el viaje hacia Tomis y enviadas a Roma a su llegada. El poema
introductorio establece el tono. Formalmente es una despedida dirigida al libro,
una licencia usada por Horacio en el epílogo (20) a su primer libro de epístolas.
Se aborda un número importante de motivos. El libro es un embajador enviado
a donde el autor no puede llegar (1-2, 57-8). Será discreto y su apariencia
ha de ser descuidada, como corresponde al representante de un desterrado (3-14).
No debe imponerse a la gente (21-6). Por encima de todo, no ha de molestar
indebidamente a Augusto (69-86), pero debe estar satisfecho por el momento
de encontrar lectores a i el público en general (87-8). Después un amigo podrá
introducirle en la corte (91-8), porque todavía hay algunos que quieren bien
a Ovidio (27-34). No se hace ilusiones sobre la calidad de su trabajo, escrito
en medio del dolor físico y mental, pero no es fama lo que ahora busca (35-56).
Lo que busca está claro, la reconsideración de su caso. El destinatario auténti-
co del poema y por ello del libro es Augusto. Estas son las tentativas iniciales
de una campaña que Ovidio manejó con más delicadeza y valor del que se
le atribuía. Su intento de influir en los sentimientos de Augusto se apoya menos
en su frecuente invocación de la famosa clemencia del Princeps, celebrada por
él en sus Res gestae (3, 34), que es la implícita apelación constantemente reite-
rada a razón de Augusto sobre la opinión del público contemporáneo y el vere-
dicto de la posteridad. La apelación habla de dos ideas, ilustradas ambas por
Tristia, 1, 1: el carácter irresponsable, tiránico de hecho, de la autoridad de
Augusto, y su fundamental inferioridad ante el poder de la mente y del espíri-
tu. Este es el motivo por el que el poeta y el Princeps se encuentran en las
Tristia y la victoria moral es del poeta.
Al aconsejar a su libro que evite el contacto con el Palatino, Ovidio intro-
duce una imagen que se haría familiar. Teme el lugar porque de ahí procede
el rayo que le destruyó:
ignoscant augusta mihi loca dique locorum:
u m it in hoc illa fulm en ab arce caput.
esse quidem memini mitissima sedibus illis
numina, sed timui qui nocuere deos...
25 Trist., 3, 3, 53-4; 1, 3 passim, 1, 7, 38; 3, 14, 20, ai.
490 Ovidio
En el libro (5, 1, 3-4) comienza una apología similar; la promesa que sigue
de escribir en un tono mejor y más alegre si Augusto se apiada (35-46) es
otra forma de ejercer presión moral. Es un recuerdo vivo de que Ovidio ha
sido destruido como poeta por lo que se le ha hecho. Este énfasis en su catego-
ría de poeta es evidente desde el principio: Tristia, 1, 1 termina con lo que
significa un recuerdo de su hazaña, en forma de enumeración de los libros
que se encuentran en el anaquel dispuestos a dar la bienvenida al recién llegado
(105-18). Incluso lamentando el Ars amatoria se las arregla para sugerir que
realmente no hay nada que lamentar:
tres procul obscura latitantes parte uidebis:
sic quoque, quod nemo nescit, amare docent,
hos tu uel fugias uel, si satis oris habebis,
Oedipodas facito Telegonosque uoces.
(Trist., 1, 1, 111-14)
[lejos, en parte oscura, verás tres que se ocultan, así también a amar, nadie
lo ignora, enseñan, O huye tú a estos o, si mucha vergüenza tuvieses, Edipos
y Teléponos los llamarás a gritos (es decir, a parricidas).]
Esta era la religión en la que había vivido y ahora debe morir: la palabra
ergo («por tanto») en el verso 115 introduce una invocación a la Musa que
culmina en palabras claramente pensadas para recordar el epílogo a las
M etamorfosis:
siquid habent igitur praesagia ueri,
protinus ut moriar, non ero, terra, tuus.
(129-30)
[pues, si de verdad los presagios de los vates tienen algo cierto, no seré cuando
muera tuyo al instante, tierra.]
29 Martini. 1933, 52; Froesch, 1968, 61-2; Dickinson, 1973, 160-1; 175, 180, 183-4.
30 Stroh, 1968.
494 Ovidio
31 Calím., Himno, 4, 252; Teóc., 5, 137; Lucrec., 3, 6-7; 4, 180-2; Égl., 8, 56, 9, 36.
12 Las palabras del v. 2 están tomadas de Propercio (3, 5, 24).
496 Ovidio
Redondea el argumento volviendo a presentar los dos temas del retiro, ahora
con referencia específica a sí mismo (25-8 ~ 5-12, 29-30 ~ 13-14), y de la
ruina (35-6 ~ 15-16). Con la referencia a la edad de la vejez en d momento
en que podía haber esperado razonablemente que le fuera concedido su otium
cum dignitate (29-36) el poema vuelve a su punto de partida.
Un ergo enfático («por tanto») introduce la parte final. Estas esperanzas
se rompieron porque en su locura Ovidio había ofendido al hombre que era
la personificación misma de la clemencia (37-9). Es cierto que se lehabía per-
mitido vivir, pero en Tomis (40-2). Si Delfos o Dodona le hubieran predicho
su destino, no lo habría creído, pero la moraleja es clara:
nil adeo ualidum est, adamas licet alliget illud,
ut maneat rapido firm ius igne lotus;
nil ita sublime est supraque pericula tendit,
non sit ut inferius suppositumque deo.
nam quamquam uitio pars est contracta malorum,
p lu s tamen exitii numinis ira dedit,
at uos admoniti nostris quoque casibus este
aequantem superos emeruisse uirum.
(45-52)
[nada es tan fuerte, aunque lo ligue el diamante, que tan fírme quede al fuego
rápido de Júpiter; nada es tan sublime y sobre los peligros pasa que no sea
inferior y subordinado al dios. Pues, aunque parte de mis males fue con mi
vicio traída, no obstante la ira del numen me dio más ruina. Mas vosotros
también estad advertidos con mi desgracia de que un hombre que iguala a
los dioses les dio término.]
35 Grisart, 1959.
498 Ovidio
dice Ovidio, escribir buena poesía. El poeta que desea pervivir, él y su obra,
debe mantenerse a la diestra del hombre que combina el potter con la irrespon-
sabilidad de la divinidad (pues esta es la implicación, según las Metamorfosis,
de numinis ira).
Esto es ironía y no se puede tomar literalmente. El poema más próximo
muestra que Ovidio no ha renunciado. Trist., 4, 9 respira ira y desafío; en
ella reclama el poder a través de su poesía de condenar el nombre de su opo-
nente para siempre. El hombre al que se dirige no es identificable y puede
ser una invención; el mensaje, en efecto, es una palinodia de 4, 8, 45-52, y
el final, si no fuera por el paréntesis (separable) de los versos 11-14, conviene
a Augusto más que a nadie. Sólo aquí se atribuye Ovidio a sí mismo (3) la
clementia que en otros lugares de las Tristia (cf. especialmente 4, 8, 39) es
prerrogativa del emperador. No es este el único poema en que sus palabras
pueden interpretarse como una amenaza a Augusto. En su plegaria a Baco
en Trist., 5, 3, 35-46 se destacan las referencias a las figuras míticas de Licurgo
y Panteo. Estos fueron reyes que ofendieron al dios que protege a los poetas
y por ello fueron destruidos. En lo que Ovidio se explaya, sin embargo, no
es en sus muertes sino en su infamia póstuma, que contrasta con la gloria
eterna reservada a los que honran convenientemente a Baco. El corolario es
la cuestión implícita: ¿figurará Augusto en su compañía?
Resultó desfavorable para la reputación de Ovidio el que su lucha por reha-
bilitarse a sí mismo y su poesía tuvo que llevarse prudentemente por su parte.
Lo que estaba en juego era muy grande, realmente incalculable: no solamente
su propia existencia, sino la libertad del artista para expresar lo que los dioses
le han concedido expresar. Tales ideas decisivas sólo podían sugerirse a través
de las técnicas de la alusión literaria 36 y la colocación significativa de los poe-
mas que se quería que se leyeran como contraste o complementándose entre
sí: Trist., 4, 8-10 es un ejemplo llamativo de una de estas agrupaciones. Esto
es pedir mucho al lector e incluso los críticos más favorables a Ovidio han
preferido explayarse en el interés humano —grande pero en esencia accesorio—
de las Tristia olvidando las cualidades que son fundamentales para su mensaje.
Al escribir estos poemas la intención principal de Ovidio no era cristalizar una
experiencia personal o comunicar un sentimiento de sufrimiento, aunque oca-
sionalmente puede convenirle presentar su poesía como un mero reflejo, como
un grito de dolor. Su deseo de escribir y la naturaleza de lo que decide escribir
son d exponente de una faen a moral en él para la que la de autoestima es
un término demasiado débil. Está estrechamente relacionada con la conciencia
de identidad como poeta. Vistas a esta luz, las Tristia son más características
de él que nada de lo que escribió, y le honran mucho.
Las críticas que se han dirigido contra la poesía ovidiana en el exilio consi-
derándola «abyecta» o algo parecido 37 se aplican con mucha más fuerza a
las Epistulae ex Ponto («Cartas desde el Ponto») que a las Tristia. Formalmen-
te se diferencian de las Tristia sólo por llamarse cartas y citar a los destinata-
rios (Pont., 1,1, 17-18), y no indican que sus capacidades poéticas le hubieran
abandonado por completo. Probablemente hay menos artificio en la disposi-
ción de los poemas en sus libros íg, pero las asociaciones literarias se explotan
aún, como en las Tristia, en formas nuevas e ingeniosas para reforzar la conti-
nua súplica 39. Un poema como las Pont., 3, 1, indica que Ovidio se sirve
conscientemente de las implicaciones poéticas de su situación: su propio caso
se figura como un exemplum en las listas canónicas (49-56). Tales pasajes,
no obstante, son más raros de lo que son en las Tristia, y en general las Epistu
lae ex Ponto tienen menos fuerza. A la indignación ha sucedido la resignación,
incluso la apatía. Las alusiones carecen de ironía y el tono es predominante-
mente patético. En el mejor de los casos, Ovidio emociona en estos poemas
porque es sencillo y decoroso. Un poema como Pont., 3, 7 depende para su
efectividad de lo directo de la aceptación y la exposición. Ya no tiene nada
más que decir y va a dejar de importunar a sus amigos y a su esposa en busca
de ayuda. Va a ceder ante lo inevitable y resignarse, si Augusto lo permite
(aquí, sin embargo, se permite introducir una nota de ironía bastante cansada),
a morir resueltamente como desterrado:
dum m odo non nobis hoc Caesaris ira negarit,
fo rtiter Euxinis immoriemur aquis.
(Pont., 3, 7, 39-40)
[he perdido todo: tan sólo la vida me queda para que a mi desgracia tema
y sentido ofrezca. ¿Qué ayuda clavar el hiero en extintas junturas? Hoy en
mí no tiene lugar nuevo golpe.]
La elección era correcta por más de una razón, ya que el cuerpo del poema
consiste en un catálogo de poetas contemporáneos; y es en este contexto en
el que Ovidio afirma sus propos logros por última vez:
dicere si fas est, claro mea nomine Musa
atque inter tantos quae legeretur erat.
(Pont., 4, 16, 45-6)
[mi Musa, si es justo decirlo, era de nombre preclaro y digna de ser leída
entre tan grandes versos.]
Son estos versos solemnes y sobrios, más que la explosión final de desespera-
ción los que pueden servir mejor de epígrafe a las Tristia y las Epistulae ex
Ponto. Como ha dicho el poeta inglés moderno, «la única respuesta efectiva
que un poeta puede dar a la barbarie es la poesía, ya que la única respuesta
a la muerte es la vida del espíritu» 40.
Durante sus primeros aflos en Tomis Ovidio había escrito un poema en
su antigua vena más o menos, aunque insólitamente motivado, el Ibis. Es una
maldición, que impreca a un enemigo no identificado algunos resultados de
destinos terribles y mutuamente incompatibles sufridos por varios personajes
míticos e históricos. Sus motivos para escribir la obra eran literarios más que
personales. Calimaco había escrito un ataque contra Apolonio de Rodas y lo
había titulado Ibis, pero Ovidio probablemente tomó poca cosa de Calimaco,
excepto la idea original, el metro y el lenguaje enigmático. La invectiva era
casi un género menor por derecho propio y las desgracias de Ovidio deben
haberle inspirado la idea de mostrar lo que podía hacer en este sector, aunque
sólo —suponiendo que «Ibis», como parece más probable, no fuera una perso-
na auténtica 41— haciendo saber al mundo que con una pluma en la mano
iba a ser tenido en cuenta. Es casi imposible tomar el Ibis en su significado
literal. En ningún caso la empresa dejaba de ser característica de Ovidio, como
él comienza por señalar: de ahí que su poesía no haya dañado a nadie excepto
a sí mismo (1-8). Para su catálogo de muertes poco envidiables, que ocupa
casi cuatrocientos versos de un total de seiscientos cuarenta y dos, había regis-
trado los caminos y los senderos poco frecuentados de la tradición erudita y
la expresión es a menudo tan oscura como las fuentes. Todo sugiere que el
Ibis está pensado como una demostración práctica del doctus poeta en acción.
Ovidio tenía pocos libros en Tomis; en la época de su destierro, el material
estaba probablemente, en su mayor parte, dentro de su cabeza o en sus notas.
Debió hater leído muchísimo preparando las Metamorfosis o los Fastos; aquí
tenía una oportunidad de narrar un resto que de otro modo se habría desperdi-
ciado. Como tour de force técnico, el Ibis tiene un atractivo limitado para
el lector moderno, pero para el público contemporáneo era otro recuerdo de
la categoría poética de Ovidio. La historia literaria augústea puede considerarse
en parte en todo caso como un proceso de acercamiento a Calimaco y lo
que se pensaba que representaba. En comparación con el Ibis de Calimaco,
al que Ovidio Uama librito (Ibis, 441), el de Ovidio era una empresa mucho
más ambiciosa. Aquí estaba ilustrada en un género muy diferente la prodigiosa
fertilidad, la exuberanda y versatilidad de su genio. En cierto sentido, el Ibis
debería considerarse su canto de cisne más que las Epistulae ex Ponto.
6. LOGROS Y CARACTERÍSTICAS
42 Los auténticos encabalgamientos son muy raros en las elegías de Ovidio: Platnauer, 1951,
33, encuentra dos ejemplos en todo el corpus.
43 Las infracciones de esta «regla» son pocas y casi todas en los poemas del destierro: Plat
nauer, 1951, 15-17.
44 Axelson, 1958.
502 Ovidio
45 Kenney, 1973.
44 Vessey, 1973, 11.
Logros y características 503
que lo que fe importaba eran los seres humanos individuales. Es esta confianza en
sus semejantes, expresada con una exuberancia y una alegría que no tiene con-
trapartida en la literatura latina que nos queda la que ha recomendado a Ovi-
dio a la posteridad en la justicia última de cuyo juicio nos había dicho que
confiaba.
890 H .a de la literatura latina
Fechas probables 84-54 a. C.; n. en Verona. San Jerónimo (Chrort.) da fechas com o
87-57, pero es seguro que C. vivía en el 55 (consulado de Pompeyo, 113, 2; porticus
Pompeii, 55, 6; invasiones de Britania, 11, 12; 29, 4, cf. 45, 22). En Roma tuvo una
relación amorosa con Clodia (llamada Lesbia en sus poemas), posiblemente la hermana
mayor de P. Clodio y esposa de Q. Metelo Céler. Visitó Asia menor en 57/56 como
miembro del séquito de C. Memmio, gobernador de Bitinia. Fuentes: sus poemas; Apul.,
Apol., 10 (el nombre auténtico de Lesbia); Suet., /«/., 73 (César huésped del padre
de C.). Sobre la identidad de Clodia véase T. P. Wiseman, Catullan Questions, Leices
ter, 1969, 50 sigs.
OBRAS
Colección de 116 poemas, en varios metros líricos (1-61, 63; principalmente endeca
sílabos falecios), hexámetros (62, 64) y dísticos elegiacos (65-116). Sobre la disposición
y publicación véanse págs. 223-227.
BIBLIOGRAFÍA
(Para 1934-59 véase H. J. Leon, C.W ., 65, 1959-60, 104-13, 141-8, 174-80, 281-2;
para 1960-9, D. F. Thomson, C. W., 65, 1971-2, 116-26; también 1929-57, J. Kroymann
en KrolJ, bajo Textos.)
Textos y comentarios: t e x t o s: L. Schwabe, Berlín, 1886; R. A. B. Mynors, OCT,
1958; D. F. Thomson, Chapel Hill, 1978. C o m e n t a r i o s: R. Ellis, 2 .a ed., Oxford,
1889; W. Kroll, 3 .a ed., Stuttgart, 1959; C. J. Fordyce, Oxford, 1961; ed. corregida 1973,
recensión por E. Fraenkel, Gnomon, 34, 1962, 253-63; K. Quinn, 2 .a ed., Londres, 1973.
Traducciones: E. S. Duckett, Catullus in English poetry, Northampton, Mass., 1925;
F. W. Cornish, Loeb, 1913, M. Dolç, Madrid, 1963.
Estudios: 1) Poesía helenística y neotérica: F. Leo, «Die römische Poesie in der
suUanischen Zeit», Hermes, 49, 1914, 161-95; S. Gaselee, The love romances o f Parthe
nius, Loeb, 1916; R. Pfeiffer, «A fragment o f Parthenios Arete», C.Q., 37, 1943, 23-32;
W. Clausen, «Callimachus and Latin poetry», G.R.B.S., 5, 1964, 181-%; G. W. Bower-
sock, Augustus and the Greek world, Oxford, 1965, 122-39 (maestros griegos en Roma);
H . Tränkle, «Neoterische Kleinigkeiten», M .H ., 24, 1967, 87-103; D. O. Ross, «Nine
epigrams from Pompei (CIL, 4, 4966-73)», Y.Cl.S., 21, 1969, 127-42; N . B. Crowther,
«oí νεώτεροι, Poetae Novi and Cantores Euphorionis», C.Q., n.s. 20, 1970, 322-7;
idem, «Valerius Cato, Furius Bibaculus, and Ticidas», C.Ph., 66, 1971, 108-9; idem,
«Parthenius and Roman poetry», Mnemosyne, 29, 1976, 65-71; J. Soubiran, Cicéron:
Aratea, fragments poétiques, Budé, 1972; T. P. Wiseman, Cinna the poet, Leicester,
1974; R. O. A . M. Lyne, «The neoteric poets», C.Q., n.s., 28, 1978, 167-87.
908 H. a de la literatura latina
VIDA
OBRAS
Sátiras, 1, 35-34 a. C.; Sátiras, 2, 30-29 a. C.; Epodos, 30-29 a. C.; Odas, 1-3,
23 a. C.; Epistolas, 1, 20-19 a. C.; Epístolas, 2, 2, 19-18 a. C.; Carmen saeculare,
17 a. C.; Epístolas, 2, 1, aprox. 15 a. C.; Odas, 4, 13 a. C. o después; Ars poetica,
entre el 23 y el 17 a. C. o después de Odas, 4. Véase C. O. Brink, Horace on poetry,
1, Cambridge, 1963, 239-43, G. Williams, Horace, G. & R., N ew surveys in the classics,
6, 1972, 38-48.
BIBLIOGRAFÍA
Estudios: 1) Generales: W. Wili, H oraz und die augusteische Kultur, Basilea, 1948;
E. Fraenkel, Horace, Oxford, 1957; C. Becker, Das Spätwerk des Horaz, Gotinga, 1963;
C. O. Brink, Horace on poetry, Cambridge, 1963; A. Ia Penna, Orazio e l ’ideología
del principato, Turin, 1963; J. Perret, Horace l ’homme et l ’oeuvre, tr. ingl. B. Humez,
Nueva York, 1964; K. J. Reckford, Horace, Nueva York, 1969; (ed.) H. Oppermann,
Wege zu Horaz, Darmstadt, 1972; (ed.) C. D. N. Costa, Horace, Londres, 1973. 2)
«Odas»: L. P. Wilkinson, Horace and his lyric poetry, 2 .a ed., Cambridge, 1951; S.
Commager, The odes o f Horace, Londres, 1962; G. Pasquali, Orazio lirico, ed. A.
la Penna, Florencia, 1964; E. Doblhofer, D ie Augustuspanegyrik des Horaz, Heidel
berg, 1966; D. A. West, Reading Horace, Edimburgo, 1967; V. Pöschl, Horazische
Lyrik, Heidelberg, 1970; K. E. Bohnenkamp, D ie horazische Strophe, Hildesheim, 1972.
3) «Epodos»: V. Grassman, Die erotischen Epoden des Horaz, Munich, 1966; R. W.
Carruba, The Epodes o f Horace, La Haya, 1969. 4) «Sátiras»: N. O. Nilsson, Metrische
Stildifferenzen in den Satiren des Horaz, Upsala, 1952; N. Rudd, The Satires o f H ora
ce, Cambridge, 1966; C. A. van Rooy, «Arrangement and structure o f satires in Hora
ce, Sermones Book I», A cta Classica, 11, 1968; 13, 1970; 14, 1971; 15, 1972. 5) «Epísto
las»: E. Courbaud, Horace, sa vie et sa pensée à l ’époque des Épîtres, Paris, 1914;
M. J. McGann, Studies in Horace first book o f Epistles, Bruselas, 1969. 6) «Ars poeti
ca»: W. Steidle, Studien zur A rs Poetica des Horaz, Hildesheim, 1967.
ELEGÍA AMOROSA
OBRAS GENERALES
VIDA
OBRAS
Cuatro libros de elegías, de los que quedan un solo pentámetro y otros diez versos,
estos últimos publicados por R. D. Anderson, P. J. Parsons, R. G. M. Nisbet, «Ele
giacs by Gallus from Qasr Ibrîm», J.R .S., 69, 1979, 125-55. Cf. Prop., 2, 34, 91 sig.,
Ovidio, A m ., 1, 15, 30, A rs A m ., 3, 537, Marc., 8, 73, 6. Algunos versos reflejados
en 'Virg., Bue., 10 (Serv., ad loc.); sobre la relación de Galo con Virgilio véase F.
Skutsch, Aus Vergils Frühzeit, Leipzig, 1901; idem, Gallus und Vergil, Leipzig, 1906;
R. Coleman, «Gallus, the Bucolics, and the ending o f the fourth Géorgie», A .J.P h .,
83, 1962, 55-71.
BIBLIOGRAFÍA
TIBULO, ALBIO
VIDA
de la muerte de V.). Fuentes: Vita anónima (nacimiento); Ovidio, Trist., 4, 10, 45 sigs.
(lista cronológica de poetas romanos); Tib., 1, 7, 9 sigs. (campaña); epigrama de Dom i
cio Marso, FPL, 111 (muerte; cf. M. J. McGann, Latomus, 29, 1970, 774 sigs.); Hor.,
Epíst., 1, 4, Odas, 1, 33.
OBRAS
1) Auténticas: Los dos libros primeros del Corpus Tibullianum (dieciséis elegías).
Libr. primero publ. alrededor del 27 a. C. (1 ,7 describe el triunfo de Mésala), el segun
do en una fecha posterior desconocida. 2) Dudosos o espurios: Recordatorio del corpus,
que comprendía: seis elegías escritas por un tal «Lígdamo»; un Panegyricus de Mésala
en hexámetros; cinco elegías anónimas sobre el amor de Sulpicia por Cerinto; seis ele
gías breves por la propia Sulpicia; una elegía cuyo autor se autodenomina Tibulo; un
epigrama de cuatro versos. La mayoría de éstos escritos probablemente por poetas me
nores del círculo de Mésala. Sobre Lígdamo véase B. Axelson, «Lygdamus und Ovid»,
Eranos, 58, 1960, 92-111.
BIBLIOGRAFÍA
PROPERCIO, SEXTO
VIDA
relacionado con Ovidio. Murió no mucho después del 2 d. C. De los nombres que
le atribuyen los MSS —Propertius Aurelius Nauta—, el segundo es imposible y el terce
ro está basado en una corruptela en 2, 24b, 38; el praenomen Sextus está atestiguado
desde antiguo (Donat., Vita Verg.). Fuentes: sus propias obras, esp. 1, 21-2 (comenta
das por Williams, TORP, 172 sigs.) y 4, 1, 127-34. Otros testimonios en Butler y Bar
ber, infra en Comentarios.
OBRAS
BIBLIOGRAFÍA
VIDA
OBRAS
BIBLIOGRAFÍA
Págs.
P r e f a c io .................................................................................................................................................. 7
Ab r e v ia t u r a s ....................................................................................................................................... 9
PARTE PRIMERA
LECTORES Y CRÍTICOS
I. L ib r o s y l ec t o r es en el m u n d o d e l a a n t ig u a r o ma (p o r
E. J.Kenney) ....................................................................... 15
1. La cultura literaria griega y romana ................... 17
2. La educación ............................................................. 18
3. Autor y público ....................................................... 22
4. Los libros y su publicación ................................... 28
5. Los «fata libellorum» ............................................. 36
6. Erudición y crítica ................................................... 42
Excursos .............................................................................. 45
El sentido de liber .................................................. 45
El sentido de cornua ............................................ 45
El título .................................................................... 46
II. Cr í t i c a l i t e r a r i a (por Michael Winterbottom) ..................... 48
1. Los «Académicos» .................................................... 48
Gramáticos ................................................................ 48
Declamación ............................................................ 53
Quintiliano ................................................................ 54
2. Los artistas sobre su arte ...................................... 59
Oratoria .................................................................. 59
Horacio y la poesía .............................................. , 64
1046 H. " de la literatura latina
PARTE SEGUNDA
Págs.
Págs.
VI. Pr o sa literar ia (por A. S. Gratwick) .............................. 164
1. El alcance de la prosa latina arcaica: Catón y Fia-
minino .................................................................... 164
2. Obras técnicas ........................................................... 169
3. La pluma en la política ......................................... 171
4. Historia ....................................................................... 176
5. Catón o r a d o r ............................................................. 179
VII. La s s á t ir a s de enn io y l u ci li o (por A. S.Gratwick) .. 184
1. Las obras menores de Ennio ............ .................... 184
2. ¿Satura anterior a Ennio? ..................................... 188
3. Lucilio ................................................ » ....................... 191
parte tercera
Págs.
PARTE CUARTA
LA ÉPOCA DE AUGUSTO
Págs.
PARTE QUINTA
Págs.
XXVIII. Épica fla v ia (por D. W. T. C. Vessey) ........................... 613
1. Introducción ............................................................. 613
2. Estacio ....................................................................... 616
Familia, amigos, patronos; las Silvae, 616. — La Te
baida, 628. — La Aquileida, 635.
3. Valerio .......................................................................... 635
4. Silio ............................................................................... 646
XXIX. M a rc ial y Ju v e n al (por J. C. Bramble) ....................... 653
XXX. P o e s í a m e n o r (por F. R. D. Goodyear) ......................... 681
1. Fedro ......................................................................... 681
2. Calpurnio Siculo ................................................... 684
3. «Bucolica einsidlensia» ........................................... 685
4. «Laus Pisonis» ........................................................ 685
5. «Aetna» ......................................................................... 686
6. Epigramas atribuidos a Séneca y P etronio........ 687
7. «Priapeos» .............................................................. 689
XXXI. Sát ira e n pro sa (por F. R.D. Goodyear) ....................... 691
1. «ApocolocyntosisDivi Claudii» ............................ 691
2. Petronio .............. ................................................. 693
XXXII. H i s t o r i a y b i o g r a f í a (por F. R. D. Goodyear) ............ 698
1. Veleyo Patérculo ................................................... 698
2. Q. Curdo Rufo ........................................ ........... 700
3. Tácito .......................................................................... 702
4. Plinio el Joven ....................................................... 715
5. Suetonio ................................................................... 721
6. Floro ......................................................................... 724
El historiador, 724. — El retórico, 725. — El poeta,
726.
XXXIII. Ob r a s (por. F. R.D. Goodyear) ........................
té cnicas 727
1. Pomponio Mela ...................................................... 727
2. Columela ................................................................... 728
3. Plinio el Viejo ......................................................... 730
4. Frontino ................................................................... 732
XXXIV. R etóric a y e r u d ic ió n (por F. R. D. Goodyear) .......... 734
1. Quintiliano ............................................................... 734
2. Frontón ..................................................................... 736
3. Aulo Gelio ................................................................ 738
índice general 1051
pa rte sex t a
EL BAJO IMPERIO
Págs.
XXXV. In t r o d u c c ió n (por Robert Browning) ............................... 743
XXXVI. P o e s ía (por Robert Browning) ...... ...................................... 752
XXXVII. Biog raf ía (por Robert Browning) ....................................... 783
XXXVIII. H ist or ia (por Robert Browning) ......................................... 792
XXXIX. O rator ia y e pis t o l o g r a f ía (por RobertBrowning) . . . . 815
XL. L a e r u d ic ió n y e l pa s a d o (por Robert Browning) ....... 822
1. Eruditos ......................................................................... 822
2. Gramáticos ................................................................... 826
XLI. F ig u r a s men o r es (por Robert Browning) ................... 830
XLII. A pule yo (por P. G. Walsh) ................................................. 834
APÉNDICES