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Selección de textos de Madeleine Delbrel:

«Empieza un día más. Jesús quiere vivirlo en mí. No está encerrado. Ha caminado entre los
hombres. Conmigo está entre los hombres de hoy. Va a encontrarse con cada uno de los que
entren en casa, con cada uno de los que me cruce por la calle... Todos serán los que él ha
venido a buscar» Orar con Madeleine, 10.

“Nosotros, gente de la calle, creemos con todas nuestras fuerzas que esta calle, que este
mundo donde Dios nos ha puesto es para nosotros el lugar de nuestra santidad. Creemos que
no nos falta nada de lo necesario, pues si algo nos faltara, Dios ya nos lo habría dado” (Alumna
de Dios, 227)

“Hay gente a la que Dios toma y pone aparte. Hay otra gente a la que deja en la masa y a la
que no “retira del mundo”. Es gente que hace un trabajo corriente, que tiene un hogar
corriente...Ellos aman su puerta que se abre a la calle, como sus hermanos invisibles al mundo
aman la puerta que se les ha cerrado definitivamente” (Alumna… 230)

Cuando debemos intervenir en algo que verdaderamente supera nuestras posibilidades, es


preciso confiarlo a Dios. Y confiarlo a Dios significa fiarse de él. Para que esta confianza sea
real, efectivamente buena, no debemos dejar sitio en nosotros a la inquietud. Lo que el Señor
nos pide es creerle Dios, esperar en él, porque él es tan poderoso como Dios. Esperar, de
bruces sobre la tierra, inmóviles. Pero esperar con una esperanza vital, indestructible.

Madeleine Delbrêl, Indivisibile amore

«Para vivir la caridad del Señor necesitamos sólo la fe, pero toda la fe. La fe es ese tesoro que
hemos recibido, un tesoro del que el mundo carece, y que debemos llevar con nosotros al
mundo. La fe, porque para cruzar nuestras fronteras, para adentrarnos en el mundo que es
nuestro prójimo, son inútiles todos los mapas; todo nuevo mundo es desconocido»

«Hoy estamos, conscientes de ello o no, rodeados de indiferentes y de no creyentes.


Personas, ya sean pocas o muchas, que o han dejado de creer o no han creído nunca o incluso
ignoran lo que creemos. Son nuestro prójimo. Su misma presencia nos pone en situaciones
misioneras; situaciones que no hemos elegido y nos sorprenden. Es preciso que nuestra vida
cristiana sea en actos lo que la vida cristiana es de hecho: apostólica»

«¿Cómo podemos no esforzarnos en hacer nuestra presencia en el mundo ligera, frágil,


dispuesta a nuevas partidas o nuevos arraigos de los que sólo conocemos día a día? Si sabemos
que sólo Dios llama, da la fe y salva, que ninguno de nosotros tiene nada que atribuirse; si
sabemos que desde el grito de Juan Bautista -«He aquí el Cordero de Dios»-, quienes «siguen
al cordero allá adonde va» pueden ser invitados a seguirle allá donde se pierde la casa, las
redes, la patria…, porque siguiendo a Jesucristo, él es de antemano nuestra casa, nuestra red,
nuestra patria» (La alegría de creer, 167).

«Cuando reducimos la vida sobrenatural a una vida espiritual refinada; la vida interior, a pura
interioridad; la santidad, a búsqueda de la propia perfección… hacemos lo que podemos, pero
sólo sobre lo que sabemos, y ello nos permite permanecer fieles. Pero si cambiamos de
prójimo… o si nuestro prójimo cambia, si es indiferente, no creyente o ateo, ya no podemos
permanecer fieles sin cambiar. Debemos ver que es nuestro prójimo y saber cómo tratarle en
cuanto tal» (La alegría de creer, 177).

«Señor, concédeme la humildad de saber ignorar tu obra y desear ardientemente descubrirla»

«Tenemos que reencontrar ese amor personal de una persona por otra… Ya no sabemos
encontrarnos unos a otros como un ser humano encuentra a otro en su simplicidad individual.
Ya no sabemos llamarnos por nuestro nombre»

«La fe sirve para que Dios ame al mundo a través de nosotros como a través de su Hijo. Él nos
ha elegido para darnos al mundo, al mundo que él ama y que nosotros debemos amar como
él , con él y por él. Para esto sirve la fe; esto es lo que nos pide que aceptemos»

«La fe no es un lujo; es saber qué hacer para amar a Dios trabajando por él en el trabajo que
nos ha encomendado. En este trabajo que pertenece a Dios, nos encomienda tareas
concretas, porque él es quien comienza y acaba todo. Él actúa constantemente y no nos da la
oportunidad de hacer chapuzas…. Si nuestra vida cristiana no es generalmente apta para
penetrar en el mundo y superar en él las fuerzas adversas, es porque no es entera y
exclusivamente una vida cristiana; y constataremos también que, si nuestra vida cristiana
cuando se compromete con el mundo, es frecuente que se vuelva frágil, se desequilibre y se
deforme, si se deteriora de manera anormal, es porque no es entera y exclusivamente
cristiana»

“A nosotros, gentes de la calle, nos parece que la soledad no es la ausencia del mundo sino la
presencia de Dios. Encontrarle en todos lados es lo que crea nuestra soledad. Para nosotros
estar verdaderamente solos es participar en la soledad de Dios”. La soledad, que es un límite,
es anuncio del ilimitado, porque es una soledad que espera a Alguien en uno mismo y en los
otros. Sólo cuando es admitida y tomada la soledad conduce al amor: «El que busca el amor de
los hombres –según Dios- sabe que la soledad tiene el poder de realizar los encuentros, de
hacer auténticas uniones con las separaciones, las incomprensiones o las ausencias». Allí se
cultiva la espera, «porque nuestras minúsculas soledades son tan grandes, tan apasionantes,
tan santas, como todos los desiertos del mundo; ellas están habitadas por el mismo Dios, el
Dios que hace santa la soledad», porque no es solitariedad, sino presencia del Misterio.

El silencio no es meramente ausencia de ruidos, es un silencio que nos junta a otros, es


percibir más el rostro del otro y las cosas captándolos en su profundidad, sin violentarlos, sin
juzgarlos, respetándolos.

"¡Qué alegría saber que podemos elevar los ojos hacia tu Rostro, oh Dios mío! Mientras la sopa
se espesa, mientras, frente a la parada, esperaremos el autobús que no viene, mientras
subimos las escaleras, mientras buscamos, al final del camino del jardín, unas ramitas de
perifollo para terminar la ensalada ... "

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