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sente del destinatario .se convierte en el elemento domi ciones mnémicas. Lo que falta subrayar aquí es la situación
nante (obsesivo) del discurso. de casi-monopolio del narrador respecto de lo que hemos
Por último, la orientación del narrador hacia sí mismo denominado la función ideológica y el carácter deliberado
determina una función muy homóloga a la que Jakobson (no obligatorio) de ese monopolio. En efecto, de todas las
llama, un poco desafortunadamente, la función «emotiva»: funciones extranarrativas, ésta es la única que no corres
es la que explica la participación del narrador, en cuanto ponde necesariamente al narrador. Sabido es que grandes
tal, en la historia que cuenta, la relación que guarda con novelistas ideólogos, como Dostoievski, Tolstoi, Thomas
ella: relación afectiva, desde luego, pero también moral o Mann, Broch, Malraux, se han esforzado por transferir a al
intelectual, que puede adoptar la forma de un simple testi gunos de sus personajes la tarea del comentario y del dis
.monio, como cuando el narrador indica la fuente de donde curso didáctico... hasta transformar determinadas escenas
procede su información, o el grado de precisión de sus pro de Los poseídos, de La montaña mágica o de La esperanza
pios recuerdos, o los sentimientos que despierta en él deter en auténticos coloquios teóricos. Nada semejante en Proust,
minado episodio;91 se trata de algo que podría llamarse quien no se dio, aparte de Marcel, ningún "portavoz». Un
función testimonial o de atestación. Pero las intervenciones, Swann, un Saint-Loup, un Charlus, pese a su inteligencia,
directas o indirectas, del narrador respecto de la historia son objetos de observación, no órganos de verdad, ni autén
pueden adoptar también la forma más didáctica de un co ticos interlocutores siquiera (sabido es, por lo demás, lo que
mentario autorizado de la acción: aquí se afirma lo que po Marcel piensa de las virtudes intelectuales de la conversa
dríamos llamar la {unción ideológica del narrador92 y sa - ción y de la amistad): sus errores, sus ridículos, sus fracasos
bido es hasta qué punto desarrolló Balzac, por ejemplo, esa y sus decaimientos son más instructivos que sus opiniones,
forma de discurso explicativo y justificativo, whículo en él, Incluso esas figuras de la creación artística que son Bergot
como en tantos otros, de la motivación realista. te, Vinteuil o Elstir no intervienen, por así decir, como po
Desde luego, no debe atribuirse a esa distribución en seedores de un discurso teórico autorizado: Vinteuil es
cinco funciones una impermeabilidad demasiado rigurosa: mudo, Bergotte reticente o fútil, y la mediación sobre su
ninguna de esas categorías es totalmente pura y sin conni obra corresponde a Marcel;95 Elstir comienza, simbólica
vencia con otras, ninguna salvo la primera es totalmente mente, por las payasadas de pintorzuelo del señor Biche y
indispensable y al mismo tiempo ninguna, por mucho que las declaraciones que hace en Balbec importan menos que
se procure, es totalmente evitable. Se trata de una cuestión la enseñanza silenciosa de sus telas. La conversación inte
de insistencia y de peso relativo: todo el mundo sabe que lectual es un género manifiestamente contrario al gusto
Balzac «interviene» en su relato más que Flaubert, que proustiano. Sabido es el desdén que le inspira todo el que
Fielding se dirige al lector con mayor frecuencia que Ma «piensa», como, según él, el Hugo de los primeros poemas,
dame de La Fayette, que las «indicaciones de control» son «en lugar de contentarse, como la naturaleza, con dar que
más indiscretas en Fenimore Cooper 93 o Thomas Mann94 pensar».96 Toda la humanidad, de Bergotte a Fran¡;oise y
que en Hemingway, etc., pero no vamos a intentar extraer de Charlus a la señora Sazerat, está ante él como una «na
de ello una tipología incómoda. turaleza», encargada de provocar el pensamiento, no de ex
Tampoco vamos a volver a hablar de las diversas mani presarlo. Caso extremo de solipsismo intelectual. Final
festaciones, que ya hemos visto en otros lugares, de las fun mente, a su modo, Marcel es un autodidacta.
ciones extranarrativas del narrador proustiano: observacio La consecuencia es que nadie, salvo a veces el protago
J).es dirigidas al lector, organización del relato mediante nista en las condiciones antes citadas, puede ni debe dispu
anuncios y evocaciones, indicaciones de las fuentes, atesta tar al narrador su privilegio de comentario ideológico: eso
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explica la proliferación tan conocida de ese discurso «auc el lector (ni siquiera virtual) de lo que se confunde necesa
toria!», por tomar a los críticos de lengua alemana ese tér riamente el narrador con el autor.
mino que indica a la vez la presencia del autor (real o fic A narrador intradiegético, narratario intradiegético, y el
ticio) y la autoridad soberana de esa presencia en su obra. relato de des Grieux o de Bixiou no va dirigido al lector de
La importancia cuantitativa y cualitativa de ese discurso Manon Lescaut o de La casa Nucingen, sino sólo al señor
psicológico, histórico, estético, metafísico, es taL pese a las de Renoncour, sólo a Finot, Couture y Blondet, que son los
denegaciones,97 que podemos sin duda atribuirle la respon únicos en designar las marcas de «segunda persona» even
sabilidad -yen un sentido el mérito- de la conmoción más tualmente presentes en el texto, de igual modo que las que
fuerte asestada en esta obra, y por esta obra, al equilibrio encontraremos en una novela epistolar no pueden designar
tradicional de la forma novelesca: si todos tienen la sensa sino al corresponsal epistolar. Nosotros, los lectores, no po
ción de que En busca del tiempo perdido «ya no es del todo demos identificamos con esos narratarios ficticios, de igual
una novela», como la obra que, a su nivel, concluye la his modo que esos narradores intradiegéticos no pueden diri
toria del género (de los géneros) e inaugura, con algunas girse a nosotros, ni suponer nuestra existencia. 98 Por esa ra
otras, el espacio sin límites y como indeterminado de la li zón, no podemos ni interrumpir a Bixiou ni escribir a la
teratura moderna, lo debe, evidentemente - y esta vez tam señora de Tourvel.
bién pese a las «intenciones del autor» y por efecto de un En cambio, el narrador extradiegético sólo puede diri
movimiento tanto más irresistible cuanto que fue invo girse a un narratario extradiegético, que en este caso se
luntario- a esa invasión de la historia por el comentario, confunde con el lector virtual y con el cual puede identifi
de la novela por el ensayo, del relato por su propio dis carse cada lector real. Ese lector virtual es en principio in
curso. definido, aunque a veces Balzac se dirige más en particular
ora al lector de provincias ora al lector parisino y Sterne
El narratario lo llama a veces Señora o Señor Crítico. El narrador extra
diegético puede también fingir, como Meursault, no diri
Semejante imperialismo teórico, semejante certidum girse a nadie, pero esa actitud bastante extendida en la no
bre de verdad, podrían inclinar a pensar que en este caso vela contemporánea nada puede, evidentemente, contra el
el papel del destinatario es puramente pasivo, que se limita hecho de que un relato, como todo discurso, se dirija nece
a recibir un mensaje que o se toma o se deja, a «consumir» sariamente a alguien y contenga siempre en su interior la
a posteriori una obra consumada lejos de él y sin él. Nada llamada al destinatario. Y, si el efecto de la existencia de
podría ser más contrario a las convicciones de Proust, a su un narratario intradiegético es mantenernos a distancia al
propia experiencia de la lectura y a las exigencias más pro interponerse siempre entre el narrador y nosotros, como Fi
fundas de su obra. not, Couture y Blondet se interponen entre Bixiou y el
Antes de examinar esa última dimensión de la instancia oyente indiscreto tras el tabique, a quien no iba destinado
narrativa proustiana, hay que decir unas palabras más ge ese relato (pero, según dice Bixiou, «siempre hay alguien
nerales sobre ese personaje que hemos llamado el narrata alIado»), cuanto más transparente es la instancia recepto
rio y cuya función en el relato parece tan variable. Como ra, más silenciosa resulta su evocación en el relato, más fá
el narrador, el narratario es uno de los elementos de la si cil sin duda, o, mejor dicho más irresistible la identifica
tuación narrativa y se sitúa necesariamente en el mismo ni ción, o substitución, de cada lector real en esa instancia vir
vel diegético; es decir, que a priori no se confunde más con tual.
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Esa es sin duda, pese a algunas escasas y muy inútiles
es necesariamente aquel a quien nos dirigimos: siempre
interpelaciones ya señaladas, la relación que En busca del hay alguien al lado.
tiempo perdido guarda con sus lectores. Cada uno de ellos
se sabe narratario virtual, y cuán ansiosamente esperado,
de ese relato giratorio que, más que ningún otro segura
mente, necesita escapar para existir en su verdad propia a
la clausura del «mensaje final» y a la consumación narra 1. Véase al respecto Figures JI. págs. 61-69.
2. Problemes de linguistique générale, París, 1966, págs. 258-266.
tiva para reanudar sin fin el movimiento circular que siem 3. Así Todorov, Communications 8, págs. 146-147.
pre lo remite de la obra a la vocación que ésta «cuenta» y 4, Sobre Las mil y una noches, véase Todorov, «Les hommes-ré
de la vocación a la obra que ésta suscita y así sin descanso. cits», Poétique de la prose, París, 1971: «El récord [de engarce] pa
Como lo manifiestan los términos mismos de la famosa rece ser el del [ejemplo] que nos ofrece la historia del baúl san
grante, En efecto, en este caso Scheherazade cuenta que el sastre
carta a Riviere,99 el «dogmatismo» y la «construcción» de cuenta que el barbero cuenta que su hermano cuenta que... La úl
la obra proustiana no se privan de un recurso incesante al tima historia es una historia de quinto grado» (p. 83). Pero el tér
lector, encargado de «adivinarlos» antes de que se expre mino de engarce no aclara el hecho, precisamente, de que cada una
sen, pero también, una vez revelados, de interpretarlos y de esas historias está en un «grado» superior al de la anterior, pues
su narrador es un personaje de ésta; pues también se pueden «en
situarlos cn el movimiento que a la vez los engendra y los garzan> relatos del mismo nivel, por simple digresión, sin cambio
arrastra. Proust no podía ser excepción a la regla que enun de instancia narrativa: véanse los paréntesis de Jacques en el Fata
cia en El tiempo recobrado y que da al lector derecho a tra lista.
ducir en sus términos el universo de la obra para «dar des 5. Llamaré así al destinatario del relato, siguiendo a R. Barthes
(Communications 8, p. 10) Y el modelo de la oposición propuesta
pués a lo que lee toda su generalidad»: aunque cometa una por A. J. Greimas entre destinador y destinatario, París, 1966, p.
infidelidad aparente, «el lector necesita leer de determi 177).
nado modo para leer bien; el autor no debe ofenderse por 6. Ciertos empleos del presente connotan sin lugar a dudas la
ello, sino, al contrario, dejar la mavor libertad al lector», indeterminación temporal (y no la simultaneidad entre historia y
narración), pero parecen curiosamente reservados a formas muy
pues la obra no es, en definitiva, segÚn manifiesta el propio particulares de relato (<<historia chistosa», adivinanza, problema o
Proust, sino un instrumento de óptica que el autor ofrece experimento científico, resumen de intriga) y sin inversión literaria
al lector para ayudarle a leer en sí mismo. «El escritor no importante. El caso del «presente narrativo» con valor de pretérito
dice "mi lector" sino por una costumbre adquirida en el es también diferente.
7. Podría serlo, pero por razones que no son exactamente de
lenguaje insincero de los prefacios y las dedicatorias. En tipo espacial: que un relato «en primera persona» se produzca en
realidad cada lector es, cuando lee, el propio lector de sí la cárcel, en una cama de hospital, en un asilo psiquiátrico, puede
mismo." 100 constituir un elemento decisivo de anuncio del desenlace: véase Lo
Tal es el estatuto vertiginoso del narratario proustiano: lita.
8. Tomo este término de Todorov. Grammaire du Décaméron,
invitado, no como Nathanael a «tirar ese libro», sino a rees La Haya, 1969, p. 48, para designar toda clase de relato en que la
cribirlo, totalmente infiel y milagrosamente exacto, como narración preceda a la historia.
Pierre Ménard al inventar palabra por palabra el Quijote. 9. El reportaje radiofónico o televisado es, evidentemente, la
Cada cual comprende lo que dice esa fábula, que pasa de forma más inmediata de ese tipo de relato, en que la narración si
gue tan cerca a la acción, que puede considerarse prácticamente
Proust a Borgcs y de Borges a Proust y que se ilustra perfec simultánea, razón por la cual se emplea el presente. Encontramos
tamente en los saloncitos contiguos de la casa Nucingen: el una curiosa utilización literaria del relato simultáneo en el capí
verdadero autor del relato no es sólo quien lo cuenta, sino tulo XXIX de Ivanhoe, en que Rebecca cuenta a Ivanhoe, herido,
también, ya veces mucho más, el que lo escucha. Y que no la batalla que se está produciendo al pie del castillo y que ella si
gue por la ventana.
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72. Divan, 1948, p. 43. El caso inverso, aparición repentina de 89. Regiebemerkungen (Stendhal et les Problemes du roman p.
un yo autodiegético en un relato heterodiegético, parece más raro. 222). '
Los «yo creo» stendhalianos (Leuwen, p. 117; Chartreuse, p. 76) pue 90. Op. cit., p. 55.
den corresponder al narrador como tal. 91. «Al escribir esto, siento que mi pulso vuelve a acelerarse'
73. Skira, págs. 75-77. aunque viviera cien mil años, tendría presentes esos momentos>;
74. Pléiade, p. 319. (Rousseau, Confessions, ya citado p. 106). Pero el testimonio del
75. Véase, por ejemplo, J. L. Baudry, Personnes, Seuil, 1967. narrador puede referirse igualmente a acontecimientos contempo
76. Ficciones: p. 494 dc Obras completas, Buenos Aires, Emecé ráneos del acto de narración y sin relación con la historia que
Editores, 1974. cuenta: así, las páginas de Doctor Faustus sobre la guerra que
77. Op. cit., p. 27. causa estragos, mientras Zeitblom redacta sus recuerdos sobre Le
78. Véase Tadié, págs. 20-23. verkühn.
79. El famoso «subjetivismo» proustiano no es sino lo más ale 92. Que no es necesariamente la del autor: los juicios de des
jado de una seguridad sobre la subjetividad. Y el propio Proust no Grieux no obligan a priori al abate Prévost y los del narrador-autor
dejaba de irritarse ante las conclusiones facilonas que se sacaban ficticio de Leuwen o de La cartuja no obligan en absoluto a Henry
de su opción narrativa: «Como tuve la desgracia de comenzar mi Beyle.
libro por yo y ya no podré cambiar, soy "subjetivo" in aeternum. 9,3. «Para no dar a nuestro relato una extensión que podría fa
Si, en lugar de eso, hubiera comenzado con "Roger Mauclair ocu tigar al lector, le rogamos que imagine transcurrida una semana
paba un hotelito", me habrían clasificado como "objetivo"» (a J. entre la escena con que termina el capítulo anterior y los aconteci
Boulanger, 30-XI-1921, Corro Gén. 111, 278). mientos para cuya relación nos proponemos reanudar en éste el
80. Sobre esa cuestión controvertida, véase M. Suzuki, «Le "je" hilo de nuestra historia»; «Es oportuno que el curso de nuestra his
proustien», BSAMP, 9 (1959), H. Waters. «Thc Narrator, not Mar toria se detenga un instante para darnos tiempo a remontarnos
ceJ", French Review, febo de 1960, y Muller, págs. 12 y 164-165. Sa hasta las causas cuyas consecuencias habían provocado posterior
bido es que las dos únicas apariciones de ese nombre en En busca mente la singular aventura que acabamos de exponer. No vamos
del tiempo perdido son tardías (III, 75 Y 157) Y que la primera no a dar a esta digresión ... », etc. (La pradera, caps. VII, XV).
deja de inspirar reservas. Pero me parece que ello no basta para 94. «Como el capítulo anterior está desmesuradamente hincha
rechazarla. Si hubiera que impugnar todo lo que no se dice sino do, hago bien de iniciar otro ... »; «El capítulo que acaba de concluir
una vez... Por otra parte, llamar al protagonista Marcel no es, evi está también demasiado hinchado para mi gusto... »; «No miro
dentemente, identificarlo con Proust, pero esa coincidencia parcial atrás y me prohibo contar los folios acumulados entre los números
y frágil es eminentemente simbólica. romanos anteriores y los que acabo de trazar... » (Doctor Faustus,
81. Pléiade, p. 401. caps. IV, V, IX).
82. Proust's narrative Techniques, págs. 120-141. 95. No a Swann, ni siquiera en lo relativo a la Sonata: «¿Era
83. Se trata en este caso de la autobiografía clásica, con narra eso, esa felicidad propuesta por la frasecita de la sonata a Swann,
ción ulterior, y no del monólogo interior en presente. quien se había equivocado al asimilarla al placer del amor y no
84. 1, págs. 855-856 y 933-934. había sabido encontrarlo en la creación artística... » (111, p. 877).
85. La mayoría constituidas por momentos de meditación esté 96. 11, p. 549.
tica, a propósito de Elstir (11, págs. 419-422) de Wagner (III, págs. 97. «Eso explica la grosera tentación en el escritor de escribir
158-162) o de Vinteuil (111, págs. 252-258), en que el protagonista obras intelectuales. Gran indelicadeza. Una obra en la que haya
presiente lo que le confirmará la revelación final. Gomorra 1, que teorías es como un objeto sobre el cual se deje la etiqueta del pre·
en cierto sentido es una primera escena de revelación, presenta cio» (111, p. 882). ¿Acaso no sabe el lector de En busca del tiempo
también rasgos de coincidencia de los discursos, pero el narrador perdido lo que cuesta?
procura, al menos una vez, corregir un error del protagonista (11, 98. Un caso particular es el de la obra literaria metadiegética.
págs. 630-631). Excepción inversa, las últimas páginas de Swann, del tipo de El celoso impertinente o lean Santeuil. que puede ir di·
en que es el narrador quien finge compartir el punto de vista del rigida a un lector, pero en principio ficticio, a su vez.
personaje. 99. «¡Por fin encuentro un lector que adivina que mi libro es
86. III, págs. 869-899. una obra dogmática y una construcción!» (Choix Kolb. p. 197).
87. Essais de linguistique générale, págs. 213-220. 100. III, p. 911.
88. R. Barthes, «Le discours de I'histoirc», Information sur les
sciences sociales, agosto de 1967, p. 66.
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