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Schopenhauer analiza su filosofía sobre el arte de ser feliz en la que propone que la fuente de la infelicidad humana es la voluntad y el deseo constante de querer más. Sugiera que la razón debe dominar a la voluntad y que la vida estoica de soportar y renunciar ayuda a evitar el sufrimiento. Sin embargo, también había contradicciones en su filosofía ya que a veces promovía la actividad. Su pensamiento influyó en el psicoanálisis y en la idea de la importancia de la personalidad sobre
Schopenhauer analiza su filosofía sobre el arte de ser feliz en la que propone que la fuente de la infelicidad humana es la voluntad y el deseo constante de querer más. Sugiera que la razón debe dominar a la voluntad y que la vida estoica de soportar y renunciar ayuda a evitar el sufrimiento. Sin embargo, también había contradicciones en su filosofía ya que a veces promovía la actividad. Su pensamiento influyó en el psicoanálisis y en la idea de la importancia de la personalidad sobre
Schopenhauer analiza su filosofía sobre el arte de ser feliz en la que propone que la fuente de la infelicidad humana es la voluntad y el deseo constante de querer más. Sugiera que la razón debe dominar a la voluntad y que la vida estoica de soportar y renunciar ayuda a evitar el sufrimiento. Sin embargo, también había contradicciones en su filosofía ya que a veces promovía la actividad. Su pensamiento influyó en el psicoanálisis y en la idea de la importancia de la personalidad sobre
Doble Grado TEI+HUM El objetivo de este comentario es analizar la filosofía resumida en El Arte de Ser Feliz, escrito por Arthur Schopenhauer. Hay que recordar que se trata de una recopilación final de diversas anotaciones que hizo a lo largo de sus años de vida. Por tanto, este libro se presenta como una evolución de la filosofía del autor, que nos ofrece en su estado más puro, las bases de su pensamiento filosófico. Analizaremos así a lo largo del comentario, muchos aspectos contradictorios en sus afirmaciones. Schopenhauer fue un filósofo de principios del siglo XIX, momento en el que la filosofía experimentaba su máximo esplendor: fueron, como dijo Rüdiger Safranski, los años salvajes de la filosofía. El espíritu romántico se podía sentir, el “yo” adquiere una importancia vital bajo el ropaje del espíritu (Hegel), de la naturaleza, del proletariado (Marx), el hombre se situaba como el centro y creador de las cosas, lo importante era construir y hacer más, en definitiva, devenir. Schopenhauer, sin embargo, se separó de la creencia en la razón como fuerza vital que ocupaba el centro del idealismo hegeliano, cambiando la idea de espíritu absoluto por la noción de voluntad como fuente de vida y de creación. Es imposible por tanto negar que su filosofía nace, en cierto modo, de una reacción frente al idealismo de Hegel. Así tampoco podemos obviar los detalles biográficos de este padre del negativismo, que influyeron decisivamente en la construcción de su filosofía. Entre ellos, la muerte de su padre, las diversas decepciones con respecto a su carrera profesional, el desengaño con el mundo en el que vivía, envuelto en guerras (revoluciones liberales, liberación contra Napoleón) donde la gente moría de hambre, todo esto junto a un carácter un poco asocial es lo que ha dado lugar al Schopenhauer que hoy conocemos y analizamos. El arte de ser feliz presenta un segundo título conocido como Eudemonología, término ya usado en la antigüedad por Aristóteles (εὐδαιμονία). La eudemonología es un tratado para ser feliz, título que ya de por sí presenta cierta contradicción, pues el mismo autor nos dice que el hecho ser feliz [glücklich zu sein] es imposible, y que lo único que se intenta en este libro es enseñar a vivir tolerablemente, evitando el dolor. Ahora bien podemos preguntar ¿cual es la fuente de nuestra constante infelicidad? Schopenhauer diría que es algo inherente a ser humano, presentaría su noción de voluntad como fuerza vital que mueve al hombre, ese deseo de querer ser más, de querer alcanzar siempre algo más y ese fracaso al pretender algo que se escapa de nuestras limitaciones es lo que nos hace infelices. Aceptar estas premisas es el primer paso para entender la filosofía schopenhaueriana, el segundo es poner en práctica una serie de reglas para tolerar esa angustia vital. El ser prudente es la regla primordial de este tratado. La razón debe intentar domar a los instintos de la voluntad, como si de un caballo desbocado se tratara. La vida del substine y abstine (soporta y renuncia) , propia de la filosofía estoica, es la más adecuada para llevar una vida lo más alejada del sufrimiento. Una frase repetida a lo largo del libro y que resume muy bien este concepto es la de Aristóteles [El prudente no aspira al placer, sino a la ausencia del dolor]. A pesar de que Schopenhauer haga continuas alusiones a la filosofía estoica no hay que olvidar que, al comienzo del libro, hace una critica a esta corriente, pues la considera contraria a la vida, ya que la voluntad es demasiado fuerte para dejarse controlar. Otro punto esencial en su filosofía es la importancia del sujeto, del devenir, de la personalidad. Cuando Schopenhauer habla en la regla número 3 de la formación del carácter adquirido no nos explica otra cosa que de lo que hoy conocemos como formación de la personalidad. A lo largo de toda la obra y en especial en la regla 50, admite que la personalidad es determinante a la hora de ser felices, pues tanto la felicidad como el dolor, están dentro de nosotros, dependen de nosotros. Totalmente de acuerdo con la citación de su contemporáneo Goethe, dirá que la personalidad es la mayor suerte. Schopenhauer afirmará que un espíritu sereno, prudente, que resista bien el dolor, que sepa reaccionar frente a las dificultades, tolerará mucho mejor la inevitable cara angustiosa y dolorosa de nuestra existencia. Aún así, también tenemos que tener en cuenta el determinismo que rodea al hombre (lado objetivo de la vida en términos schopenhauerianos) sobre el que no tenemos ningún poder de influir. Esta fuerza determinista, muy presente en la obra, nos limita a vivir una existencia centrada en el presente, por lo que preocuparse por el futuro solo nos traerá más sufrimiento. Los planes pueden cambiar de un día a otro, pues no dependen solo de nuestras intenciones. La tesis de la lucha entre voluntad y razón nos lleva en línea directa al pensamiento psicoanalista del siglo XIX. La “coacción interna” de la que habla Schopenhauer será la parte consciente represora de la que hablará más tarde Sigmund Freud. Siguiendo esta corriente psicoanalista llegamos también al siglo XX con Erich Fromm quién reafirmará la tesis schopenhaueriana de la importancia de la personalidad sobre el tener. Este se plantea como un tema de rabiosa actualidad, pues vivimos en una sociedad consumista donde se valora a las personas por lo que poseen y no por lo que verdaderamente son. El poder está en manos del dinero, dejando en un segundo plano la importancia del pensamiento, de la filosofía. Sin embargo, si Schopenhauer viviera reafirmaría su teoría, pues cada vez podemos ver más casos de depresión e infelicidad en gente que realmente posee todo lo que podría desear. Sin embargo, el dinero no satisfizo sus inquietudes existenciales porque lo exterior solo es felicidad temporal. No se es más feliz cuando se tiene más, sino cuando sé es mejor. Sin embargo, una relación más directa aún y más influyente, si cabe, fue la de Baltasar Gracián, escritor español del siglo de oro y que por supuesto transmitió a nuestro autor alemán todo su pensamiento pesimista barroquiano. Se sabe que justamente la época en la que Schopenhauer traducía a Gracián coincide con la de los esbozos de su eudemonología, cogiendo de él la noción de sindéresis (Capacidad natural para juzgar correctamente) que obviamente le sirve de fundamento para la prudencia como racionalidad y la idea del dominio sobre uno mismo, aunque al contrario de Schopenhauer que opta por la via ascética de la supresión total de las pasiones (voluntad), Gracián se propone lograr el dominio de estas, no su erradicación. Como dijimos al comienzo del comentario, existen varias contradicciones a lo largo del libro en las que se puede ver a un Schopenhauer vacilante y a veces no congruente con lo que escribe. En la regla 30 incita a la actividad, a la búsqueda de problemas y resolución de los mismos pues según afirma la superación de obstáculos es vital para la felicidad. Sin embargo, durante todo el libro se posiciona ante una actitud ascética y contemplativa de la vida, alejando cualquier resquicio de pasión. ¿Podríamos, por tanto, concebir a Schopenhauer como un vitalista frustrado, un negativista cobarde? Quizás deberíamos plantearnos la cuestión de si una vida alejada de la realidad, de la dimensión vital (sufrimiento, decepción) es una vida digna de vivir. Me pregunto si realmente la ausencia de sentimientos es algo positivo. Personalmente, me decantaría por una respuesta negativa pues creo que debemos vivir en todas las dimensiones que nos ofrece la existencia. Obviamente aceptamos el aspecto negativo que esto conlleva, pero es ese dolor lo que nos ayuda a crecer, a devenir más, a forjar nuestra personalidad. Si nos encerramos en una burbuja antivital, es cierto que no sentiremos dolor, pero también habrá una ausencia de felicidad, según como yo la concibo. La ausencia de dolor solo conlleva a una ausencia de felicidad. Vivir una vida ascética no es vivir. ¿Dónde queda entonces la decepción del primer amor que no funcionó, el bienestar de un abrazo, la extraña satisfacción ante la sonrisa de un desconocido, la frustración ante aquel filósofo al que nunca comprendimos, la tristeza ante la muerte de aquel abuelo al que admirábamos, la ilusión ante nuestro posible y próximo viaje a la India? Todos esos momentos que Schopenhauer rechazó con su modelo de vida ascética forman parte de la felicidad, de la vida. No podemos rechazar los momentos felices en los que nos sentimos completos y afortunados, la alegría es ciertamente positiva. Como Goethe afirmó: no podemos renunciar a todas las rosas porque vayan a pincharnos. Pero tampoco podemos renunciar al dolor, pues como dijo Nietzsche en el Ocaso de los Ídolos, este nos hace más fuertes y consecuentemente, más capaces de afrontar los momentos duros de la vida.