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Autora:
Emilce Dio Bleichmar. Barcelona, Paidós, 2005, 548 pp.
La autora señala aquí que la historia del apego empieza entonces a converger
cada vez más con el terreno clásico del psicoanálisis al indagar en el
inconsciente a partir de las incoherencias, puntos oscuros, lapsus, etc. del
discurso, algo que caracterizó los primeros trabajos de Freud sobre la
histeria. La entrevista de apego, dice la autora, “al crear las condiciones que
permiten observar el contraste entre la memoria declarativa y la memoria
episódica, permite poner de manifiesto en el discurso las estrategias
asumidas para el ocultamiento a la conciencia de conflictos dolorosos y no
asumidos.” (p.138).
Posteriormente, la obra de Daniel Stern vino a mostrar que una teoría del
desarrollo podía considerar a la vez lo interpersonal y lo intrapsíquico, que no
había que optar entre lo uno o lo otro como antes se había considerado. La
autora se detiene en el trabajo de Stern, que demostró que toda la crianza
temprana se basa en la acción reguladora del sí mismo por parte de los
adultos hacia el infante, lo que produce en él la experiencia subjetiva de estar
con y de ser regulado por otro. De este modo, a partir de las múltiples
actividades en común entre el adulto y el niño, lo que éste va
representándose -al principio con un tipo de representación procedimental o
perceptivo-motora y emocional, posteriormente simbólica- no es una
distorsión de la realidad sino la relación misma tal cual es.
Con el auge del paradigma relacional, la teoría del apego también se dejó
influir en cuanto a que el énfasis dejó de estar en el niño para observar a
ambos miembros de la pareja y dar importancia al papel de los padres reales
en cuanto a la configuración de la relación.
Por otro lado, la ansiedad de separación puede estar expresando otro tipo de
ansiedades que no son por pérdida e indefensión, sino narcisistas, como es el
caso en situaciones de celos. Esto lleva a la autora a decir que la ansiedad es
un “homogeneizador clínico”, que ha motivado a distintas escuelas a explicar
todo según la ansiedad –todo se debe a la ansiedad de castración, o
persecutoria y depresiva, a la angustia de ser, a la ausencia de respuesta
empática, a la ruptura del vínculo de apego. Su propuesta es evitar el
reduccionismo y analizar microscópicamente qué tipo de ansiedad es la que
en cada caso y momento se está desplegando. Por ejemplo, una conducta
común en el niño como es querer irse a la cama de los padres puede ser una
vía para satisfacer deseos de apego, pero también el apego puede ser una vía
para buscar un contacto sensual a través de la proximidad física.
Otro punto que cambiaría sería el haber tenido en cuenta a los padres desde
un principio del tratamiento, porque haberles explicado los sentimientos de
la niña les hubiera facilitado a éstos una reflexión sobre sus propios
sentimientos de culpa, hubiera aumentado su comprensión de la pequeña y
facilitado así un cambio de actitud, un aumento de la capacidad de manejar
las ansiedades de la niña.
Capítulo 3. El sistema motivacional del narcisismo
Buena parte de este capítulo está dedicada al análisis del género como una
dimensión desde un principio indisoluble de la identidad. Aquí nos ofrece
desarrollos que fueron ampliamente elaborados en su obra anterior El
feminismo espontáneo de la histeria. Siguiendo el trabajo de Money, explica
los conceptos de atribución de género, núcleo de la identidad y rol de
género. Alude al equívoco general en el campo del psicoanálisis, al
confundirse el amplio uso del concepto dentro de las ciencias sociales con el
concepto en sí, lo que llevó a pensar que no era un término útil para el
estudio de la subjetividad. Para la autora, desde que Money lo usó, el
concepto hace alusión a algo plenamente psicológico y subjetivo, algo que,
tal como aporta Money con sus investigaciones sobre los trastornos de
género, tiene que ver con cómo se construye el género en el individuo según
la historia de relaciones intersubjetivas que lo han marcado y que
condicionan también el desarrollo de su sexualidad, como se muestra en el
concepto de atribución de género.
La última parte del capítulo está dedicada a la evaluación clínica del sistema
narcisista del niño. Esta evaluación pasa por:
La autora aporta claves que sirven para medir qué manifestaciones son
normales y cuáles pueden alertar de posibles problemas en cada edad. De
este modo, un oposicionismo normal a una edad más temprana ya no lo es
cuando el niño es mayor de 4 ó 5 años, manifestando entonces fallos en la
regulación de las necesidades narcisistas. Estos fallos tienen que ver con
dificultades de los adultos para relacionarse con la afirmación del infante,
con el choque de dos sistemas narcisistas -el de los padres y el del niño- que
pueden desembocar en que el propio niño no reconozca las necesidades del
adulto, y llevar también a conflictos internos del niño entre sus sistemas
narcisista y de apego, o el de regulación de sus necesidades fisiológicas,
como se da en los trastornos de alimentación, del que la autora pone una
historia clínica como ejemplo.
O sea, el historial del pequeño Hans muestra sólo los planteamientos del
varón, no de la niña, y tampoco muestra el papel de los adultos en las
incertidumbres por las que atraviesan los niños. La curiosidad sexual infantil,
sostiene, surge de dos fuentes: el escenario adulto y la estimulación y
excitación sentida por el niño en la zona genital. Se produce en dos tiempos.
En el primer tiempo del desarrollo el niño vive el erotismo de su cuerpo, pero
carece de significado o comprensión de la naturaleza de esa experiencia, es
una experiencia erótica sin comprensión de su significado sexual. En el
segundo momento, de mayor dificultad para observar por el adulto, el niño
descubre la relación existente entre el placer y la función sexual. Es un
tiempo de saber sobre el coito sin experiencia del mismo, al contrario del
primer tiempo. El niño desplegará una fantasía sobre lo que según su mente
que se desarrolla en la escena adulta y que Freud consideró como una teoría
infantil a la que llamó escena primaria.
Pero también puede haber una influencia externa que no consista en abuso
sexual. La autora plantea lo que desarrolló en su trabajo “Los efectos de la
mirada sexual del adulto sobre la subjetividad de la niña”: que hay una
seducción que se ejerce sobre la niña cuando ella, por un lado, está inmadura
para responder sexualmente pero, por otro, comprende plenamente el
carácter sexual del comportamiento masculino. Ocurre sobre todo en el
campo de la mirada. La mirada del adulto varón, generalmente de la familia,
inaugura para la niña el saber que su propio cuerpo es capaz de provocar
placer, incitación. Es una situación que no está vinculada a conductas de
cuidado corporal, como ocurría en la relación con la madre, y el carácter que
tiene es desde un principio enteramente sexual. En este tiempo, tanto el
padre como la niña son conscientes de la experiencia. “Para la niña, la
experiencia de la mirada seductora ha implantado en su subjetividad una
codificación de su cuerpo que la acompañará gran parte de su vida: su cuerpo
tiene un carácter provocador” (p. 373). Pero lo traumático para ella es que, si
bien es una experiencia inicialmente pasiva, su mente la codifica como un
acto activo y deja sentimientos de culpa y vergüenza. No se trata de un
impulso que puede controlar sino de una identidad que produce malestar,
relacionada con su propio cuerpo. “La provocación de la niña se funda en un
atributo, no en una intencionalidad ni en un deseo.” (p. 374). La niña cree
que su padre ha sucumbido a su seducción, capta la complicidad de éste y
sabe que está prohibida, es un saber compartido con el padre a escondidas
de la madre. Sabe que ambos son transgresores, pero sólo se culpabiliza a sí
misma.
Ahora bien, para la autora, la niña no sólo se culpabiliza ella sino que es
culpabilizada al estar en un medio social en que las mujeres están siempre
siendo miradas, observadas, en todos los medios. La niña acaba implantando
dentro esa mirada, que se convierte en un objeto interno, unos ojos que la
miran incluso cuando está sola, que tiene un contenido a la vez excitante y
persecutorio. La niña, por tanto, debe de negar el significado sexual de la
mirada o reprimir, no mirar, pero de cualquier modo no puede liberarse de
seducir.
Dio Bleichmar diferencia el enfoque vincular que ella plantea del de la terapia
familiar o de pareja, ya que en su propuesta no se considera a la familia como
un todo, se caracteriza por poner el foco en la relación entre los padres y el
niño. Al considerar el analista la relación como su paciente, se evitan
problemas comunes en el psicoanálisis infantil como que los padres se
sienten excluidos o ajenos a la terapia. Los terapeutas -dice- nos hallamos
situados imaginariamente en el lugar de un padre o una madre con más
experiencia o capacidad que los reales, pero esto puede despertar en los
padres todo tipo de angustias, constituyendo su transferencia, de ahí que sea
importante el poder situarse en el papel de padres comprensivos que saben,
sin reproches, ayudar a crear las condiciones para llevar la situación
bloqueada a una mayor apertura. La alianza terapéutica radica en no dejar a
los padres fuera del proceso sino, que por el contrario, participen
activamente en el mismo.
Clasifica los diversos tipos de juego en tres grandes clases: juego funcional,
simbólico y de reglas. El juego funcional es fundamentalmente narcisista
porque se trata de una expansión, un dominio que se logra, sea con el cuerpo
o con la mente. Especialmente se detiene en la explicación de los procesos
mentales implicados en el juego simbólico, la capacidad de desacoplar la
representación que designa a un objeto o cosa y hacerla funcionar como
representando otra, proceso por el que se instituye el inconsciente dinámico,
repleto de símbolos de producción individual. El juego simbólico es medio de
expresión de realidades subjetivas a través de símbolos, transforma lo vivido
pasivamente en activo. Es afirmación del yo, también tiene valor narcisista. El
juego simbólico es similar al sueño en eso, pero diferente en que funciona
más como equilibrador de las ansiedades infantiles, el niño se sale con la
suya, puede invertir los términos con facilidad (excepto en el juego
traumático). Por último, el juego de reglas, en que la regla es producto de la
elaboración grupal y se incorpora la dimensión competitiva.
Dio Bleichmar considera que gran parte de las funciones que se han descrito
quedan comprendidas desde la perspectiva narcisista, porque el niño
siempre logrará una afirmación o restablecimiento del equilibrio de la
representación del sí mismo. El juego es realización de deseos, control
imaginario sobre la realidad, liberador de conflictos, intento de comprensión
de experiencias vividas.
Se comienza siempre por los problemas del niño –lo contrario en el caso de
bebés-. Se parte del planteamiento de una alianza terapéutica en la que
formamos un equipo de tres adultos que tratan de entender qué siente el
niño. Para la autora, cuando notamos resistencias en la relación con los
padres es porque no estamos identificando adecuadamente los sistemas
motivacionales desajustados y nuestra actitud o intervenciones no tienen
peso motivacional, no les calma la angustia, y se duplica con nosotros el
malestar que sienten con sus hijos. Se trata de enfocar las resistencias como
indicadores de malestar en la relación, esto contribuye a disminuir la
interrupción de la consulta.
- En cuanto al papel del insight, ¿se puede esperar que en los niños el
insight sea objetivo o esto debería de ser una tendencia a desarrollar
en los padres? La autora piensa que, si bien establecer conexiones
entre vivencias, sentimientos y conducta es eficaz durante el proceso
terapéutico, esta tarea no pasa a ser una motivación para el niño, éste
no se muestra dispuesto por sí mismo a un trabajo de introspección
sino que ésta es labor del terapeuta. Son los padres quienes pueden
estar en mejores condiciones para poner a prueba los beneficios de
insight personal para comprender mejor los procesos psíquicos de sus
hijos.
La técnica del psicoanálisis clásico para trabajar con los conflictos consistía
en: integrar contenidos rechazados, elaborarlos trabajando las ansiedades y
defensas para que se construyan nuevas herramientas, recomponer las
representaciones de sí mismo y los otros y provocar nuevas representaciones
del sí mismo y los otros. En cambio, en los trastornos por déficit nos
encontramos con procesos mentales ausentes. Se trata, entonces, de activar
y producir capacidades que no se habían implantado o desarrollado, lo que
algunos autores llaman terapias del desarrollo.
Todo esto lleva a la autora de nuevo al debate entre Anna Freud y Melanie
Klein en cuanto a la disparidad o identidad entre el psicoanálisis de niños y el
de adultos. Su posición frente a ese debate es que ambas teorías ponían de
manifiesto aspectos esenciales del psicoanálisis infantil. Es verdad, como
decía Klein, que el juego nos introduce en la mente del niño, pero Anna Freud
también tenía razón cuando decía que las ansiedades y deseos del niño
estaban vinculados a la relación real y actual con los padres. El punto central
que fundamenta la técnica del trabajo conjunto con los padres es que existe
una gran proporción del sufrimiento infantil que tiene que ver con el disgusto,
el rechazo y el desacuerdo que los padres tienen con el niño y no con algo
imaginado, producto exclusivo de las pulsiones y conflictos proyectados por el
niño sobre ellos.
jdbenjumea@yahoo.es