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LEY DE SOCIEDADES COMERCIALES
COMENTADA
TOMO I

ARTS. 1º A 73

RICARDO A. NISSEN

© Ricardo A., Nissen, 2017


© De esta edición, La Ley S.A., 2017
Tucumán 1471 (C1050AAC) Buenos Aires
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ISBN: 978-987-03-3314-2 (Tomo I)
ISBN: 978-987-03-3311-1 (Obra completa)
SAP: 42108759
ARGENTINA
Argentina. Leyes
Ley de Sociedades Comerciales Comentada / comentarios de Ricardo Augusto Nissen. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de
Buenos Aires: La Ley, 2017.
v. I, 848 p.; 24 x 17 cm.
ISBN 978-987-03-3314-2
1. Ley de Sociedades Comerciales. I. Nissen, Ricardo Augusto, com. II. Título.
CDD 348.02


 
DEDICATORIA

A mis amigos de la adolescencia y la primera juventud, por los años y las intensas emociones
que caracterizan a esa especial etapa de la vida. A mi hermano Christian, a mi primo Emilio
Vogelius, al Chino Iparraguirre, Chavo Gené, Pablo Serra, Daniel Vítolo, Bocha Rabuffetti, Gonzalo
Cáceres Carlitos Corti y Jorge Lozano, con quienes compartimos noches de sábado en el Luna Park
y posterior pizza en la Avenida Corrientes, domingos de fútbol, con reserva y tercera incluida, las
primeras fiestas y las emociones de ir a bailar a los lugares de moda. A aquellos veranos de los
últimos años de los 60 y primeros del 70, en los cuales pudimos, además disfrutar a Lennon, con
"Imagine", a los Beatles con "Abbey Road" y fundamentalmente a Serrat, cuando en el mes de
diciembre del 71 nos regaló el privilegio de escuchar el álbum "Mediterráneo" y todos sus temas,
recuerdos que son inescindibles de mi querida Mar del Plata. ¿Será porque mi niñez sigue jugando
en tus playas?
RICARDO AUGUSTO NISSEN

Marzo de 2017.


 
INDICE 
DEDICATORIA ................................................................................................................................ 3 
INTRODUCCIÓN (PRIMERA PARTE) ............................................................................................... 5 
BREVE HISTORIA DEL RÉGIMEN SOCIETARIO ARGENTINO ....................................................... 5 
§ 1. El Código de Comercio Argentino de 1862 ..................................................................... 5 
§ 2. La reforma al Código de Comercial efectuada en el año 1889 .................................... 10 
§ 3. La reforma efectuada por la ley 19.550 ....................................................................... 14 
§ 4. La ley 22.903 del año 1983 ........................................................................................... 18 
§ 5. Los proyectos de reformas a la ley 19.550, posteriores a la ley 22.903 que no fueron 
convertidos en ley ............................................................................................................... 20 
§ 6. Los proyectos de unificación de la legislación civil y comercial y la modificación de la 
ley de sociedades ................................................................................................................ 25 
§ 7. El Proyecto de reforma a la ley 19.550 del año 2004 ................................................... 30 
§ 8. La ley 26.994 de reformas al régimen societario nacional del año 2014 ..................... 32 
INTRODUCCIÓN (SEGUNDA PARTE) ............................................................................................ 36 
ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA JURISDICCIÓN MERCANTIL Y EL CONFLICTO 
SOCIETARIO ............................................................................................................................. 36 
§ 1. La jurisdicción mercantil en la Ciudad de Buenos Aires ............................................... 37 
Capítulo I ‐ Disposiciones generales ............................................................................................ 43 
Sección I ‐ De la existencia de la sociedad comercial .............................................................. 43 
Sección II ‐ De la forma, prueba y procedimiento ................................................................. 176 
Sección III ‐ Del régimen de nulidad ...................................................................................... 296 
Sección IV ‐ De las sociedades no constituida según los tipos El Capítulo II y otros supuestos
 ............................................................................................................................................... 317 
Sección V ‐ De los socios ....................................................................................................... 371 
Sección VI ‐ De los socios en sus relaciones con la sociedad ................................................ 408 
Sección VII ‐ De los socios y los terceros ............................................................................... 451 
Sección VIII ‐ De la administración y representación ............................................................ 455 
Sección IX ‐ De la documentación y de la contabilidad ......................................................... 488 
 


 
INTRODUCCIÓN (PRIMERA PARTE)

BREVE HISTORIA DEL RÉGIMEN SOCIETARIO ARGENTINO

§ 1. El Código de Comercio Argentino de 1862

Como todos conocen, nuestro Código de Comercio fue anterior en su sanción al


Código Civil, y el motivo de ello fue la prioridad para estimular la situación económica
de la República Argentina a través del desarrollo del Comercio. Hasta ese entonces,
la legislación mercantil vigente en el país lo constituía las Ordenanzas de Bilbao de
1757 —que abrevaban de las Ordenanzas de Colbert, ministro del Rey de Francia
Luis XIV, dedicadas al derecho comercial terrestre— y que en el año 1794 se
pusieron en vigencia al erigirse el Consulado de Buenos Aires, pero que no dieron
satisfacción a los problemas que el tráfico comercial generaba durante la primera
mitad del siglo diecinueve.
Según expone Malagarriga(1), la primera iniciativa de nuestro país para contar
con un Código de Comercio, data del año 1824, a iniciativa de Bernardino Rivadavia
y Manuel García, por entonces ministros del gobernador de la Pcia. de Buenos Aires,
Juan Gregorio de Las Heras, redactándose un decreto por el que se nombró una
comisión a los fines de que se ocupe de la redacción del ordenamiento mercantil,
bajo la presidencia del mismo García e integrada por el catedrático de
jurisprudencia, Dr. Pedro Somellera, el Dr. Mateo Vidal, el prior del Consulado,
Mariano de Sarratea y el síndico del mismo tribunal, José María Rojas, proyecto que
fue luego elevado a la Junta de Representantes, sin concretarse su promulgación.
Tanta fue preocupación por la carencia, por aquellas épocas, de una legislación
comercial en nuestro país, que en la Provincia de Mendoza, en el año 1845 y de
San Juan, en el año 1862, se decidió aplicar las normas del Código Español de
1829, conocido como el "Código Fernandino", cuya redacción se debió,
fundamentalmente a la labor del jurista Pedro Sainz de Andino, inspirado en el
Código Francés de Comercio de 1807, el Libro del Consulado del Mar y las
Ordenanzas de Bilbao. Dicho Código, que fue muy tenido en cuenta por las
legislaciones mercantiles del siglo diecinueve, estuvo vigente en España hasta el
año 1885, oportunidad en que se promulgó un nuevo Código de Comercio.
Las disposiciones del Código de Comercio de España de 1829 fueron inclusive
tenidas en cuenta por la legislatura de Buenos Aires, que en el año 1831 sancionó
como ley porteña el referido ordenamiento español, designándose una comisión
para proyectar su reforma, con fines de su adaptación a nuestra actividad comercial,
pero dicha iniciativa no prosperó. El propósito de codificar la materia del comercio
renació en el año 1852, mediante un decreto de Justo José de Urquiza, que designó
sendas comisiones para redactar diferentes códigos (civil, procesal, penal y de
comercio), que también se frustró, hasta que, sancionada la Constitución Nacional,
en el año 1853, en la cual la decisión de codificar aparece imperativamente en sus
arts. 24 y 64 inc. 11, le fue encomendada a los juristas Dalmacio Vélez Sarsfield —
por entonces Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores— y Eduardo Acevedo
(oriundo de la República Oriental del Uruguay), la confección de un Código de


 
Comercio, quienes redactaron un ordenamiento que cobró vigencia en la Provincia
de Buenos Aires, en el año 1859 y que luego comenzó a regir en toda la República
Argentina el 10 de septiembre de 1862, como consecuencia de la ley 15, sancionada
por el Congreso de la Nación, una vez reintegrada Buenos Aires al seno de la
Nación, como consecuencia del resultado de la batalla de Pavón. Oportuno es
aclarar que dicho Código había sido ya adoptado por la Provincia de Santa Fe en
1861 y Entre Ríos, en el año 1862, así como en la República Oriental del Uruguay,
a partir del 1º de julio de 1866, derogando las Ordenanzas de Bilbao, que estuvieron
en vigor en ese país, con anterioridad.
En materia societaria, que es lo que aquí interesa, se ha criticado por incompleta
la normativa que, sobre sociedades comerciales incluía el original Código de
Comercio de 1859/1862, en su título III, denominado "De las compañías o
sociedades", aunque debe recordarse que, por no haberse sancionado, a la fecha
de su promulgación, un Código Civil, lo cual ocurrió en el año 1870, el referido
ordenamiento mercantil no se refería solo a las sociedades mercantiles sino a las
sociedades en general, incluyendo a las sociedades civiles, dando una definición de
la sociedad en el art. 387, que encabezaba la primera legislación societaria nacional.
También incluía normas sobre nulidad de sociedades por objeto ilícito y
disposiciones referentes a las estipulaciones nulas que recogería, más de cien años
más tarde, la actual ley 19.550. Debe destacarse que más allá de sus críticas,
el Código de Comercio de 1862 fue considerado por Lisandro Segovia, como el
Código más completo de los que por entonces fueron sancionados.
Resulta interesante destacar que este Código aseguraba, para toda sociedad,
sin distinción de tipos, el derecho de los socios de examinar los libros sociales,
correspondencia y demás documentos que comprueben el estado de la
administración social (art. 392).
En materia de constitución de sociedades, el art. 393 admitía la posibilidad de
constituir sociedades en forma escrita —escritura pública o privada—, cuando
"recae sobre cosa cuyo valor excede de mil pesos fuertes", pero disponía la
necesaria inscripción del contrato social en el Registro Público de Comercio. Si dicho
contrato no era registrado, y ello valía también para las sociedades estipuladas en
países extranjeros con establecimiento en la República, el contrato social no tendría
validez contra terceros, pero daría acción a éstos contra todos los socios
solidariamente (art. 398).
En cuanto a las sociedades inscriptas en el registro mercantil, solo se admitía las
acciones entre los socios o de éstos contra terceros, que funde su intención en la
existencia de la sociedad, cuando se hubiese acompañado en juicio el instrumento
probatorio de la existencia de la sociedad y de su registro, pero para el caso que la
sociedad no se haya hecho constar por escrito y cuyo instrumento probatorio no se
haya registrado, ella era nula para el futuro, en el sentido que cualquiera de los
socios podrá separarse cuando le parezca, pero producirá sus efectos, respecto de
lo pasado, en cuanto a que los socios se deberán respectivamente cuenta, según
las reglas del derecho común, de las operaciones que hayan hecho y de las
ganancias o pérdidas que hayan resultado (art. 399). Para la acreditación de la
existencia de la sociedad, existían disposiciones específicas, que permitían la
utilización de todas las pruebas admitidas en derecho común, incluso la prueba
testimonial, sin límite alguno, siendo una de las normas más afortunadas de ese
antiguo régimen, aquella que enumeraba una serie de presunciones a favor de la
existencia de la sociedad (art. 401), que luego mantuvo el Código de 1889 pero que
derogó la ley 19.550.


 
No existían, en el Código de Comercio de 1862, normas referidas a la
contabilidad ni a la reorganización de sociedades, así como tampoco a las medidas
cautelares societarias ni prescripción alguna sobre las sociedades constituidas en
el extranjero con actuación en la República Argentina, salvo la referencia del
segundo párrafo del art. 398 antes señalado, normativa que fue considerada
insuficiente, al punto que la reforma del año 1889, con las soluciones previstas en
los arts. 265, 286 y 287 importaron un progreso de gran significación, al contemplar
incluso la hipótesis de sociedades constituidas en el exterior en fraude a la ley
argentina, con mejor redacción que el actual art. 124 de la ley 19.550.
Los tipos sociales previstos por el Código de 1862 fueron los de la sociedad
anónima, que eran comerciales, cualquiera fuere su objeto (art. 403), sociedades
cuya existencia dependía de una especial autorización del Poder Ejecutivo Nacional
y que fueron objeto de especial tratamiento antes de los otros tipos sociales, lo que
Halperin consideró como una ubicación ilógica(2), metodología que fue modificada
por el Código de Comercio de 1889. Se previó especialmente que en dichas
compañías, que los socios no respondían por las obligaciones de la entidad, sino
hasta el valor de las acciones o del interés que tengan en la sociedad (art. 410),
siendo responsable la "masa social", compuesta por el fondo social y de los
beneficios acumulados, por las obligaciones contraídas en su manejo y
administración (art. 409). Si los directores o administradores se hubiesen cerciorado
de que el capital social hubiese sufrido una pérdida del 50 por ciento, tenían
obligación de declararlo ante el Tribunal de Comercio respectivo, publicando sus
declaraciones en el diario oficial, pero si dicha pérdida fuera del 75 por ciento, la
sociedad se debía considerarse disuelta "ipso iure" y los directores eran
responsables personal y solidariamente, hacia los terceros, de todas las
obligaciones que hayan contraído después que la existencia de ese déficit haya
llegado o debido llegar a su noticia (art. 419).
Interesante también es la previsión que, en materia de sociedades anónimas en
formación y responsabilidad de los administradores preveía el art. 408 del Código
de Comercio de 1862, cuando establecía que "Los administradores o directores de
una compañía anónima, responder personal y solidariamente a los terceros que
contratasen con la sociedad, hasta el momento en que se verifique la inscripción del
instrumento o título de su institución, pero verificado ese registro, solo responden
solo a la compañía del buen desempeño de sus funciones que según los
reglamentos o estatutos estén a su cargo. Sin embargo, en caso de infracción a los
estatutos o reglamentos, responderán personalmente a los terceros con quienes
hayan contratado, del perjuicio que éstos hayan sufrido, con motivo de aquella
infracción".
El Código de 1862 preveía la existencia de "cédulas de crédito" para representar
materialmente a las acciones, que podían emitirse al portador o mediante "cédulas
endosables", cuya propiedad se establecería mediante la inscripción en los libros de
la sociedad (art. 414).
En materia de órganos sociales en las sociedades anónimas, la normativa
prevista por el Código de Comercio de 1862 fue cuanto menos insuficiente, pues en
torno al funcionamiento de las asambleas de accionistas solo se preveía que los
estatutos debían designar la forma en que hayan de votar los socios, previendo, en
materia de representación asamblearia, que una misma persona no podrá
representar más de seis votos, si la sociedad se componía de más de cien acciones,
ni más de tres, si se componía de un número inferior (art. 420). Del mismo modo,
existía en dicho ordenamiento una norma que puede calificarse como un
antecedente del actual art. 251 de la ley 19.550, que prescribe la impugnación de


 
asambleas o de determinadas decisiones asamblearias, previendo el art. 417 del
Código de Comercio de 1862, que "Después de instalada la sociedad, con la licencia
correspondiente, toda deliberación ulterior de los accionistas contra los estatutos de
la sociedad, o que tenga el efecto de que sean violados o que dé a los fondos
sociales otro destino, o que transforme la sociedad en otro tipo de asociación, es
nula y sin ningún valor. El administrador que obrare en virtud de ella, responde
personalmente a los terceros con quien contratare".
Respecto del directorio, y además de las normas sobre responsabilidad de los
administradores antes citada, el Código de Comercio de 1862 solo obligaba a los
mismos a presentar a los socios un estado de las ganancias o pérdidas que haya
tenido la sociedad el año precedente (art. 421). Finalmente y en torno a las
sociedades anónimas, dicho cuerpo legal no preveía órgano de fiscalización alguno,
confiriendo a todos los socios —como hemos visto— el derecho de inspección de
los libros y de la documentación social.
Otro tipo legal previsto por el original Código de Comercio argentino fueron las
sociedades en comandita (arts. 425 a 434), y solo los arts. 433 y 434 se referían a
las sociedades en comandita por acciones, al disponer que la sociedad comanditaria
puede dar acciones a nombres individuales o al portador, transmisibles en la forma
que determinen sus estatutos, aclarando que las acciones solo pueden darse por el
capital de los comanditarios. Por otro lado, se preveía que un socio debía ser
comerciante y la sociedad debía constituirse para desarrollar un objeto comercial.
Los socios comanditados respondían ante terceros como socios solidariamente
responsables y los otros —comanditarios— como simples suministradores de
capital, aunque el art. 426 de dicho ordenamiento —uno de los más originales del
viejo Código de Comercio— disponía que no era necesaria la inscripción en el
registro de comercio el nombre del socio comanditario, aunque se requería
esencialmente que se declare en el registro la suma cierta del total de los capitales
puestos en comandita. Esta insólita disposición, que implicó la comisión de todo tipo
de fraudes, como la práctica lo demostró en forma permanente, continuó vigente
hasta la sanción de la ley 19.550, esto es, durante ciento quince años, pues
insólitamente la reforma de 1889 mantuvo esa discutible solución, que permitió al
socio comanditario permanecer oculto en forma permanente.
Finalmente, la administración de las sociedades en comandita quedó reservada
en manos de los socios comanditados, solidarios u ordinarios, como se los
denominaba en el Código de 1857, con prohibición absoluta para los otros socios
de inmiscuirse en la gestión de los negocios sociales, salvo actos de examen,
inspección, vigilancia, verificación o consejo en las deliberaciones de la sociedad,
pero le estaba expresamente prohibido a los socios comanditarios darle ningún tipo
de orden a los administradores.
También incluyó el Código de Comercio de 1862 original expresas disposiciones
sobre las "habilitaciones" o sociedades de capital e industria", las sociedades
accidentales o en participación y las sociedades colectivas, muchas de cuyas
soluciones fueron receptadas por la actual legislación societaria, siendo entonces
cinco los tipos sociales legalmente previstos por aquellas épocas, en las cuales no
había hecho su aparición en el espectro societario las sociedades de
responsabilidad limitada, que se incorporaron a nuestra legislación mercantil en el
año 1932 a través de la ley 11.645, ni tampoco se contemplaron los diferentes
subtipos de sociedades anónimas, como hoy exhibe la ley 19.550. En materia de
derechos y obligaciones de los socios, el legislador de 1862 fue muy cuidadoso en
su reglamentación, en especial en materia de aportes y las consecuencias de su
incumplimiento, la distribución de ganancias y pérdidas y también lo fue en lo


 
referido a la administración social, siendo importante destacar que dicho cuerpo
legal adhirió totalmente a las reglas del mandato para definir al vínculo entre el
administrador y la compañía, siendo abundantes las referencias a dicho contrato y
a la existencia del "poder" otorgado al socio encargado de la administración.
Finalmente, los arts. 481 a 482 del referido ordenamiento legal se dedicaron a
reglamentar la rescisión parcial de la sociedad, así como disolución y liquidación de
la misma. En cuanto a lo primero, el art. 481 solo enumeraba dentro del concepto
de rescisión parcial, a diversos supuestos de exclusión de socios, pero siempre
dentro del capítulo referido a la disolución, que es figura antagónica de la resolución
parcial. El efecto de la rescisión parcial era concretamente la ineficacia del contrato
con respecto al socio culpable que se considerará excluido del ente, exigiéndole la
parte que pueda corresponderle y quedando autorizada la sociedad a negarle
participación en las ganancias y a retener los intereses que puedan tocarle en la
masa social, hasta que estén liquidadas todas las operaciones que se hallen
pendientes al tiempo de la rescisión. Ínterin, y hasta tanto no se inscriba la rescisión
en el Registro Público, subsistiría la responsabilidad del socio cesante en forma
solidaria, en todos los actos que se practiquen en nombre y por cuenta de la
sociedad.
En cuanto al fallecimiento del socio, este acontecimiento provocaba la disolución
de la sociedad, si no contenía la escritura social pacto expreso para que continúen
en la sociedad los herederos del socio difunto o que ésta subsista con los socios
sobrevivientes. El socio —finalmente— estaba autorizado a renunciar a integrar la
sociedad, siempre que dicha renuncia no fuere dolosa o intempestiva, quedando
obligado a los daños y perjuicios que causare la separación efectuada en esta forma
(art. 488).
En materia de disolución, el Código de Comercio de 1862 presentó la
particularidad de contener causales disolutorias distintas para todos los tipos
sociales, con excepción de las sociedades anónimas, que contaban con causales
específicas de disolución en los arts. 419 y 422 (pérdida del capital social; expiración
del plazo de duración o acabado la empresa que fue objeto especial de su formación;
la quiebra de la compañía y la demostración de que la compañía no puede llenar el
fin para el que fue creada). Las causales de disolución, mencionadas en su capítulo
específico (arts. 481 a 496), hacían también referencia a las mismas causales,
adicionándosele el consentimiento de todos los socios; la "pérdida entera" de todo
el capital social; la muerte de uno de los socios —con las excepciones antes
señaladas—; la quiebra no solo de la sociedad sino de cualquiera de los socios; la
demencia u otra causa que produzca la inhabilitación de un socio para administrar
sus bienes y la simple voluntad de uno de los socios cuando la sociedad no tenga
un plazo o un objeto determinado. En todos esos casos, se previó expresamente
que la disolución de una sociedad de comercio, siempre que proceda de cualquier
otra causa que no sea la expiración del término por el cual se contrajo, no surtiría
efecto, en perjuicio de tercero, hasta que se anote en el registro de comercio y se
publique en el lugar donde tenga la sociedad su domicilio o establecimiento fijo.
Disuelta la sociedad, disponía el Código de Comercio de 1862 que ella solo se
consideraría existente a los efectos de su liquidación (art. 489), pudiendo llevar a
cabo la liquidación no solo los socios, sino una persona de fuera de la sociedad. El
art. 499 disponía la expresa obligación de los liquidadores de proceder
inmediatamente a la partición, previa realización del inventario y balance respecto
"del caudal común", bajo apercibimiento de nombrarse judicialmente nuevos
liquidadores. Si los fondos sociales no fueran suficientes para pagar las deudas
exigibles, era obligación de los liquidadores pedir a los socios las cantidades


 
necesarias en los casos en que éstos estuvieran obligados a suministrarlas
conforme las reglas establecidas (art. 500). Además de ello, preveía expresamente
el art. 506 del Código de Comercio de 1862, que los bienes particulares de los socios
que no se incluyeron en la formación de la sociedad, no podían ser ejecutados para
el pago de la deuda social, sino después de ejecutados todos los bienes de la
compañía, norma que era aplicable a todos los tipos sociales. Finalmente, se previó
la aplicación a la partición de los bienes sociales durante la etapa liquidatoria de las
reglas relativas a la partición de la herencia, en especial, la forma de partición y las
obligaciones que de ellas resultaban a los herederos.
Por último los arts. 511 y 512 se previó, como modo de dirimir las diferencias
entre los socios, que ellas quedarán sometidas —durante toda la existencia del
ente— a la decisión de jueces arbitradores, háyase o no estipulado así en el contrato
de sociedad, debiendo las partes interesadas designar a los mismos, conforme al
estatuto o en su defecto, recurrir al Tribunal competente para el nombramiento de
los mismos, el cual podría designar también de oficio a los arbitradores, en caso de
desinterés de la sociedad en designarlos, siempre en personas que a su juicio "sean
peritas e imparciales para entender en el negocio que se disputa".

§ 2. La reforma al Código de Comercial efectuada en el año 1889

En el año 1889, se reformó el Código de Comercio, para eliminar las


disposiciones referidas a las obligaciones y contratos que fueron incluidas con la
sanción del Código Civil, en el año 1869 y —además— para modificar alguna de la
soluciones de la versión original del ordenamiento mercantil de 1862. Esta iniciativa
recogía la anterior iniciativa de Sixto Villegas y Vicente G. Quesada, del mes de abril
de 1873, quienes presentaron a la legislatura un proyecto de reformas al Código de
Comercio con la aludida finalidad de suprimir las materias ya legisladas por el
ordenamiento común, proyecto que no tuvo tratamiento legislativo. Del mismo modo
y casi con el mismo objetivo, dicha reforma le fue posteriormente encomendado —
año 1886—, a quien fue uno de los mejores juristas de la República Argentina,
Leandro Segovia, que a los 44 años contaba con una sólida trayectoria académica,
y quien en muy breve plazo presentó al Poder Ejecutivo un nuevo Código de
Comercio, de 1619 artículos, que este Poder lo hizo suyo al elevarlo al Congreso de
la Nación. Destaca Malagarriga, en su Tratado Elemental, que Segovia se recluyó
en la Ciudad de Corrientes y que a los cien días, el 18 de marzo de 1887, envió los
dos primeros libros del proyecto, remitiendo los dos restantes cuarenta y ocho días
después, imprimiendo une energía y dedicación encomiable respecto a la labor que
le había sido encomendada.
Sin embargo, y luego de transcurridos tres años de estudio parlamentario, ambas
Cámaras presentaron un nuevo proyecto de reformas que había elaborado una
comisión integrada por Wenceslao Escalante, Estanislao Zeballos, Benjamín
Basualdo y Ernesto Columbres, el cual fue promulgado el 9 de octubre de 1889,
para comenzar a regir el 1º de mayo de 1990. No se trató de un código nuevo, como
el proyecto de Segovia, sino una modificación del original Código de Comercio de
1862, que receptó los aportes de los proyectos Villegas y Quesada y de Lisandro
Segovia, además de las modificaciones propuestas por la aludida comisión.

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En materia de sociedades comerciales, las reformas introducidas fueron, entre
otras, las siguientes:
a) Se limitó la legislación del Código de Comercio a la regulación de las
sociedades que tenían a su cargo el ejercicio de actos de comercio, para reservar
las actividades civiles realizadas en sociedad a la legislación común (arts. 1648 y
ss. del Civil).
b) Se declaró la comercialidad de las sociedades anónimas, aunque no tengan
por objeto la realización de actos de comercio, aunque por plenario posterior de las
Cámaras Civil y Comercial de la Nación, del año 1920, dictado en los autos "Banco
Hipotecario Franco Argentino c/ Castaños José María" se limitó dicha comercialidad
a los actos de constitución, funcionamiento, disolución, liquidación y partición de
dichas sociedades y no a los actos celebrados por terceros, cuando éstos tuvieran
naturaleza civil.
c) Se ratificó la solución del Código de Comercio de 1862, en cuanto al derecho
de los socios a examinar los libros, correspondencia y demás documentos que
comprueben el estado de la administración social (art. 284), con excepción de las
sociedades anónimas, en donde ese control individual se reemplazó por una
sindicatura no profesional, de duración anual.
d) Se estableció en los arts. 285 a 287 un minucioso régimen respecto de las
sociedades legalmente constituidas en el extranjero, tengan o no asiento, sucursal
o cualquier especie de representación en la República Argentina, imponiendo a las
mismas su inscripción en el registro mercantil, así como de los mandatos de sus
respectivos representantes, que asumen las mismas responsabilidades de los
administradores de sociedades nacionales. El art. 286 fue, sin embargo, objeto de
una posterior reforma en el año 1897 por la ley 3528, disponiendo que "Las
sociedades que se constituyan en país extranjero para ejercer su comercio principal
en la República, con la mayor parte de sus capitales levantados en ésta, o que
tengan en la misma su directorio central y asamblea de socios, serán consideradas,
para todos sus efectos, como sociedades nacionales sujetas a las disposiciones de
este Código", norma cuya redacción es superior a la del actual art. 124 de la actual
y vigente ley 19.550, inspirada en la misma filosofía, que tienden a reprimir la
constitución o actuación de sociedades extranjeras constituidas en fraude a la ley.
e) Se previó un régimen más completo para las sociedades irregulares o de
hecho, consagrándose para sus socios y administradores un régimen de
responsabilidad personal, ilimitada y solidaria respecto de las obligaciones sociales
contraídas con terceros, así como la prohibición de promover acción entre los socios,
o de éstos contra terceros, que se funde su intención en la existencia de la sociedad.
El art. 296 del Código de Comercio de 1889 consagró, para las sociedades que no
se hagan constar por escrito o que no se hayan inscripto en el registro mercantil, su
nulidad para el futuro, en el sentido de que cualquiera de los socios podrá separarse
de la sociedad cuando le parezca, pero producirá sus efectos, respecto de lo
pasado, en cuanto a que los socios se deberán dar respectivamente cuenta, según
las reglas del derecho común, de las operaciones que hayan hecho y de las
ganancias o pérdidas que hayan resultado. Finalmente, y en torno a la prueba de la
existencia de esta clase de sociedades, el art. 298 de este ordenamiento legal,
enumeró una serie de presunciones, de carácter enunciativo, disposición cuya
omisión en la actual ley 19.550 resulta de lamentar.
f) Se legisló —mejorando la metodología del Código de 1862— sobre las
sociedades colectivas, en comandita, simple o por acciones y las habilitaciones o
sociedades de capital e industria, manteniendo, en lo fundamental, las

11 
 
prescripciones previstas por aquel ordenamiento para dichas personas jurídicas. En
materia de sociedades accidentales o en participación, la reforma de 1889 introdujo
dos variantes: 1) En la definición del art. 444 del Código de 1862, le agregó el
requisito de la transitoriedad (art. 395) y la necesidad de que dicha sociedad pueda
llevar a cabo una "o mas" operaciones determinadas o transitorias.
g) En materia de sociedades anónimas se prescribió la necesidad de contar con
diez socios —por lo menos— para su constitución; la emisión de su capital en series
y la suscripción inicial del 10% del capital social al momento de su formación.
Asimismo, se admitió la constitución de estas sociedades en acto único o en forma
simultánea o por suscripción pública, pero en todos los casos, resultaba necesaria
la autorización del Poder Ejecutivo Nacional para funcionar.
h) En cuanto al régimen de las acciones, se admitió su materialización en títulos,
representativos de más de una acción, pudiendo emitirse al portador o en forma
nominal, endosables o no, cuya titularidad —en este último caso— debía ser
asentada en un libro de registro de acciones, con las formalidades establecidas para
los tres libros de comercio declarados indispensables y que deberán ser puestos a
la libre inspección de todos los accionistas, en el cual se asentarían todas las
operaciones realizadas en torno a las acciones nominales (art. 329).
i) Tratándose de los órganos sociales, y respecto del directorio, se estableció
para sus integrantes un plazo máximo de actuación de tres años, y respecto de la
fiscalización interna, ella se puso en manos de una sindicatura no profesional, con
un plazo de actuación de un año, nombrados, en uno y otro caso, por la asamblea
general ordinaria de accionistas (art. 335), resultando interesante la enumeración
que el art. 340 del Código de 1889 hace de las obligaciones de la sindicatura, que
constituye el antecedente del actual art. 294 de la ley 19.550. Finalmente, y en
cuanto a las asambleas de accionistas, las asambleas ordinarias y las
extraordinarias no se distinguían solamente por su temario, como sucede
actualmente, sino por la periodicidad de su celebración. En tal sentido, las
asambleas ordinarias debían ser convocadas una vez por año, dentro de los
primeros cuatro meses posteriores al ejercicio anterioridad, debiendo discutirse en
las mismas, así como aprobar o modificar los inventarios, balances y memorias que
los directores deberán presentar anualmente, lo mismo que los informes de los
síndicos y nombrar, en su caso, los directores y síndicos que deben reemplazar a
los cesantes (art. 347), mientras que, por su parte, las asambleas extraordinarias
debían celebrarse cuando los directores o síndicos lo considerasen necesario, o
cuando fuesen requeridos por accionistas que representen la vigésima parte del
capital social, si los estatutos no exigiesen una representación menor (art. 348),
norma que recogió la ley 19.550, pero agregando el derecho del accionista de
solicitar judicial o administrativamente dicha convocatoria, para el caso de omisión
del órgano requerido en hacerlo.
j) Se incluyó, dentro de las normas referidas a las asambleas de accionistas, el
derecho de los accionistas a protestar contra las deliberaciones sociales tomadas
en oposición a las disposiciones de la ley y de los estatutos, pudiendo requerir del
juez competente la suspensión de su ejecución y declaración de su nulidad,
imponiendo la responsabilidad ilimitada a los accionistas que hubiesen aceptado
expresamente los acuerdos nulos (art. 353). Esta disposición fue objeto de
numerosos precedentes jurisprudenciales durante la época de su vigencia(3)y fue
considerada por la doctrina especializada, como una de las más importantes
posibilidades que se concede a las minorías en defensa de sus derechos, al advertir
a las sociedades anónimas que sus resoluciones deberán enfrentar ese control(4).

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k) Finalmente, y siempre en lo que respecta al capítulo referido a las sociedades
anónimas, los arts. 360 a 365, se referían a las "cuentas" de la sociedad,
consagrando la obligación del directorio de presentar trimestralmente a los síndicos
de la sociedad, un balance de la sociedad y publicarlo por tres días, sin perjuicio de
la obligación, por parte de aquellos de la presentación a la sindicatura, de un
inventario y balance detallado del activo y pasivo de la sociedad, la cuenta de
ganancias y pérdidas y una memoria de la marcha y situación de la compañía y la
propuesta del dividendo y fondo de reserva, en su caso, documentos todos ellos que
debían ser sometidos a la asamblea anual, junto con el dictamen escrito y fundado
a los accionistas (arts. 360 y 361). Estas normas fueron objeto del posterior dictado
del decreto 9795/1954 mediante el cual se aprobó la fórmula del balance y el cuadro
demostrativo de ganancias y pérdidas que debían expresar todas las sociedades
anónimas en jurisdicción nacional, normativa que fue el antecedente directo de
los arts. 61 a 66 de la ley 19.550. En materia de dividendos, solo podrían distribuirse
los mismos si no resultasen de beneficios irrevocablemente realizados y líquidos
(art. 364).
l) El art. 419 del Código de Comercio de 1889 preveía lo que por entonces se
denominaba "rescisión o disolución parcial" de la sociedad, luego denominada
"resolución parcial" por la ley 19.550, con mucha mayor propiedad, incluyéndose en
forma enunciativa algunos supuestos que se referían a supuestos de exclusión del
socio ante el incumplimiento de sus obligaciones; a la muerte del socio o demencia
del mismo u otra causa que produzca la inhabilitación de un socio para administrar
sus bienes y, finalmente, se incluyó dentro del listado de los supuestos de "rescisión
parcial" del contrato de sociedad, la simple voluntad de los socios, pero solo cuando
la sociedad no tenga un plazo determinado.
m) A diferencia de esos supuestos, la disolución "total" de las sociedades fue
objeto de expresas prescripciones en los arts. 422 a 433, enumerando una serie de
casos en los que se contemplaba, como causales de disolución, la expiración del
plazo fijado en el contrato social o por haberse acabado la empresa que fue objeto
especial de su formación; el consentimiento de todos los socios, la pérdida del
capital social —y en las sociedades anónimas, por la del 75 por ciento— y la quiebra,
incluyéndose, dentro de los ejemplos de disolución, la simple voluntad de uno de los
socios, la separación de cualquiera de ellos o la muerte del socio, siempre y cuando,
en todas estas hipótesis, el nombre de los mismos figurase en la razón social,
supuestos éstos últimos que fueron derogadas por la actual ley 19.550.
n) En lo que respecta al procedimiento de liquidación, no existieron mayores
diferencias con el régimen de 1862, ratificándose el carácter de mandatario del
liquidador y previéndose un minucioso régimen de obligaciones y de responsabilidad
para dichos funcionarios, previéndose expresamente en el art. 441 que las
reclamaciones que pudieren ser efectuadas por los socios, respecto de la actuación
de los liquidadores, debían ser dirimidas por jueces arbitradores, salvo convención
en contrario. En materia de liquidación, es útil recordar que el art. 443 disponía que
los bienes particulares de los socios que no se incluyeron en la formación de la
sociedad, no podían ser ejecutados para el pago de la deuda social, sino después
de ejecutados todos los bienes de la sociedad, reiterando el Código de 1889 la
solución prevista por el art. 506 del Código de Comercio de 1862, solución derogada
completamente por la ley 19.550. Esta norma, que no distinguía entre ninguno de
los tipos sociales, permite concluir que el régimen de responsabilidad acotada
prevista para las sociedades anónimas por el art. 316 del Código de 1889, no era
tan absoluto como se sostuvo en la última mitad del siglo veinte, en donde, según la

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doctrina imperante por aquellas épocas, la existencia de ese privilegio no permitía
excepción alguna.
o) Al igual que lo dispuesto en el Código de Comercio de 1862, la partición de
los bienes sociales entre los socios, como etapa del proceso de liquidación, estaba
sometida a las normas relativas a la partición de herencia, la forma de la partición y
las obligaciones que de ellas resultan a los herederos (art. 447).
p) Finalmente, el art. 448 del Código de Comercio de 1889, estableció que todas
las cuestiones sociales que se suscitaren entre los socios durante la existencia de
la sociedad, su liquidación o partición, serían decididas por los jueces arbitradores,
a no ser que se haya establecido lo contrario en el contrato de sociedad, disposición
luego eliminada por la ley 19.550, ante las críticas que suscitó la misma entre la
doctrina, ante el fracaso del procedimiento arbitral, sobre el cual la experiencia había
demostrado, por las especiales características y etapas del mismo, que los procesos
arbitrales no duraban menos que el procedimiento judicial en la solución de los
conflictos intrasocietarios.
El Código de Comercio de 1889 no contemplaba otros tipos sociales, que se
incorporaron posteriormente a la legislación societaria argentina durante la vigencia
del mismo, como aconteció con la ley 11.645 de responsabilidad limitada,
incorporada a nuestro plexo normativo en el año 1932; las sociedades de economía
mixta, contempladas por el decreto 14.349/1946 y las sociedades cooperativas que
fueron legisladas por primera vez a través de la ley 11.388.

§ 3. La reforma efectuada por la ley 19.550

Los años transcurridos desde el año 1889, y sin perjuicio de algunas reformas
puntuales efectuadas desde la sanción de la última reforma del Código de Comercio,
demostraron la urgente necesidad de una completa y sustancial reforma al
ordenamiento societario argentino, iniciativa que encontraba como fundamento no
solo la existencia de la profunda transformación económica y jurídica operada en el
curso del siglo veinte o la existencia, en el derecho extranjero de leyes muy
modernas en la materia, con novedosas prescripciones, sino y fundamentalmente la
insatisfacción de determinadas soluciones o inexistencia de normas para regular
adecuadamente ciertas situaciones u operaciones societarias, que se habían
desarrollado durante la primera década del siglo pasado, así como la existencia de
jurisprudencia judicial y administrativa, emanada del Cuerpo de Inspectores de
Sociedades Anónimas —hoy Inspección General de Justicia— creada en el año
1892, para evitar los abusos exhibidos por las sociedades anónimas en su
funcionamiento, allá por los últimos años del siglo 19. Cabe destacar que, además
de otros anteproyectos, como el de Mario Rivarola o el proyecto exclusivamente
referido a las sociedades anónimas y elaborado por Miguel Bomchil en el año 1959,
los juristas Carlos Malagarriga y Enrique Aztiria habían redactado un Anteproyecto,
que obtuvo una enorme difusión y una no menos importante y favorable
consideración por la doctrina, que fue luego revisada por una comisión que trabajó
durante dos años, presidida por el distinguido magistrado y profesor Isaac Halperin,
e integrada con delegados de varias entidades vinculadas con el derecho mercantil.

14 
 
Con tal fin, a fines del año 1966, la Secretaria de Justicia del Ministerio de
Justicia, invitó a los principales universidades nacionales y privadas, a la Federación
Argentina de Colegio de Abogados y a diversos institutos especiales, a designar sus
representantes para integrar la Comisión que sería encargada de proyectar las
reformas a la legislación societaria, que no obligaría a la reforma del Código de
Comercio, en su capítulo correspondiente, sino que, como se venía haciendo en los
últimos años con otras cuestiones mercantiles (títulos de crédito), se optaría por el
dictado de una ley especial, que se incorporaría al mismo, aunque no formaría parte,
materialmente, del articulado del Código de 1889.
De esta manera, fue creada la "Comisión Redactora del Anteproyecto de Ley de
Sociedades Comerciales", integrada por los abogados y catedráticos Isaac Halperin,
Horacio P. Fargosi, Carlos Odriozola, Gervasio Columbres y Enrique Zaldívar,
quienes trabajaron activamente en la elaboración de un anteproyecto que la
Secretaría de Justicia de la Nación, sometió a la opinión pública, recibiéndose todo
tipo de inquietudes y sugerencias, que fueron detenidamente estudiadas por los
integrantes de la referida comisión(5).
Además de efectuar profundas reformas al régimen vigente, la ley 19.550 reguló
algunas instituciones que carecían de normativa alguna y que habían generado
inseguridad en el tráfico societario, como por ejemplo, la personalidad jurídica de las
sociedades y sus límites; la capacidad de los esposos para constituir sociedades
entre ellos y de las sociedades comerciales para participar en otras; la explotación
de las empresas con indivisión hereditaria impuesta (ley 14.394); el régimen de
nulidad de las sociedades, a las cuales resultaban inaplicables las disposiciones del
código civil, previstas para los actos bilaterales; la transformación, fusión y escisión
societaria; la intervención judicial para la solución de conflictos entre los socios, etc.
Así fue sancionada la ley 19.550, que adquirió vigencia a partir del año 1973 y
que fue objeto de muy favorables comentarios no solo por la doctrina local sino
también por autores extranjeros y no existe país, especialmente en América del Sur,
donde esta ley es referente obligada a la hora de debatir cualquier modificación del
régimen societario que en esos países pretende efectuarse. Su acierto radicó —
fundamentalmente y salvo alguna excepción aislada— en la no recepción de
soluciones foráneas o criterios que no estaban fundadas en la experiencia argentina,
sino que recogió la práctica societaria, traducida en numerosa jurisprudencia de
nuestros tribunales y de las autoridades de control.
Como se trata de la ley vigente, con las modificaciones de la ley 22.903 y 26.994,
ella será objeto de expreso comentario mediante la presente obra, pero basta
destacar, a modo de síntesis, la definición del concepto de sociedad comercial, la
adhesión a la naturaleza del contrato de sociedad al concepto de contrato plurilateral
de organización, con todos los efectos que ello implica, el otorgamiento de la
personalidad jurídica a todas las sociedades comerciales, con excepción de la
accidental o en participación, "con los límites previstos en la ley"; la eliminación del
sistema de autorización estatal para las sociedades anónimas, así como la
derogación de la exigencia de un mínimo de diez fundadores para la fundación de
estas sociedades y la previsión de un régimen de control de constitución del acto
constitutivo y de sus modificaciones, que se puso en manos de un Juzgado de
Registro —que en la Ciudad de Buenos Aires ya existía desde el año 1958— a cargo
del Registro Público de Comercio, a quien dotó de un exhaustivo control de legalidad
de los documentos sometidos a su inscripción y que hoy se encuentra, como
consecuencia de la sanción de las leyes 22.315 y 22.316, en manos de la Inspección
General de Justicia, que depende del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos.

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Pero ello no fue todo, porque el legislador de 1973 sistematizó y concretó,
basada en la experiencia judicial, el régimen legal de las sociedades irregulares de
hecho; incorporó expresas normas sobre contabilidad y documentación —una
verdadera novedad en esta materia— recogiendo resoluciones de la Inspección
General de Justicia y de entidades integradas por profesionales de las ciencias
económicas. Del mismo modo, reglamentó minuciosamente los derechos de los
socios y accionistas, así como el funcionamiento de los órganos sociales, en
especial los de la sociedad anónima, incorporando el procedimiento del voto
acumulativo y las limitaciones a las remuneraciones del directorio, que constituyeron
una verdadera novedad. Asimismo, se incluyeron en la ley 19.550 diversas normas
en materia de procedimiento judicial, como las acciones sociales e individuales de
responsabilidad y las medidas cautelares societarias (suspensión provisoria de
socios, intervención judicial y suspensión provisoria de la ejecución de decisiones
asamblearias), que fueron un verdadero adelanto para la época, poniendo un poco
de orden a la dispersión normativa que ofreció, hasta el año 1973, las normas que,
en materia de sociedades comerciales, exhibía el Código de Comercio, cuya última
gran reforma databa del año 1889.
El mérito de la ley 19.550, a pesar de tratarse de una ley que fue elaborada y
puesta en vigencia durante un gobierno no democrático, radicó fundamentalmente
en la autoridad intelectual de los cinco integrantes de la Comisión Redactora, esto
es, el Dr. Isaac Halperin, profesor e integrante de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Comercial de la Ciudad de Buenos Aires, quien contaba antes de
su integración a ese tribunal, en el año 1955, con una sólida experiencia en derecho
mercantil producto de muchos años de ejercicio en la profesión de abogado; el Dr.
Enrique Zaldívar, con gran experiencia profesional, profesor de la Facultad de
Ciencias Económicas y ejemplar Inspector General de Justicia; el Dr. Horacio
Fargosi, también de vastísima experiencia como profesor de derecho comercial en
la facultad de derecho de la Universidad de Buenos Aires, como legislador en
materia mercantil y como abogado dedicado al derecho societario; el Dr. Gervasio
Columbres, destacado profesor de derecho comercial, con sólida formación jurídica
en el exterior y el Dr. Carlos Odriozola, profesor de derecho comercial de la
Universidad de Buenos Aires y de la Universidad de La Plata, también de vasta
experiencia en conflictos societarios. Todos ellos eran reconocidos académicos, con
libros y artículos publicados en las revistas jurídicas especializadas, que habían
abrevado de las enseñanzas de Segovia, Siburu, Garo, Satanovsky, Malagarriga,
Castillo, Rivarola, Fernández y otros destacados profesores de derecho mercantil
de fines del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX.
No obstante la recepción favorable que tuvo la ley 19.550, la celebración de
congresos nacionales de Derecho Societario, a partir del año 1977, el primero de
los cuales se llevó a cabo en la ciudad de La Cumbre, Provincia de Córdoba, esto
es, a cuatro años de vigencia de la ley 19.550, reveló que, por diversas
circunstancias, era necesario efectuar algunas modificaciones a ciertas soluciones
de la referida ley, que por exceso de dogmatismo, llevaban a situaciones
perjudiciales para los propios socios y los terceros que se vinculaban a la sociedad.
Recuerdo, por tratarse de mis primeros años de experiencia en materia profesional
y docente, el enorme entusiasmo que entre abogados, escribanos y contadores,
despertó por aquellas épocas el estudio y la aplicación de la ley 19.550, reuniendo
las Segundas Jornadas de Derecho Societario, organizadas por la Universidad
Notarial Argentina, celebradas en la Ciudad de Buenos Aires en el año 1981, mas
de mil asistentes con un innumerable cantidad de ponencias, así como el Tercer
Congreso Nacional de Derecho Societario, organizado en Salta, celebrada en el año

16 
 
1982, que superó todas las expectativas, excediendo sus asistentes el número de
mil trescientos, aproximadamente.
No fue extraño a ese entusiasmo por el estudio del derecho de las sociedades,
la aparición de una serie de fallos ejemplares y novedosos, ni bien adquirió vigencia
la ley 19.550, en el año 1973. Recuerdo particularmente alguno de ellos, como por
ejemplo, el caso "Cerámica Milano SA" del año 1974, de la sala A de la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Comercial, que declaró la nulidad de una decisión
asamblearia que había reducido el número de directores para frustrar el ejercicio del
voto acumulativo, previsto en el novedoso art. 263 de la ley 19.550. Del mismo
modo, la polémica desatada en torno a la interpretación del art. 123 de la ley
19.550, concretamente, si la inscripción de la sociedad extranjera partícipe en la filial
argentina en los registros mercantiles locales solo debía llevarse a cabo cuando
aquella participaba en la constitución de ésta o si también era requisito requerido
cuando adquiría acciones o participaciones sociales de la compañía local con
posterioridad a su constitución, doctrina ésta que fue objeto de contundente rechazo
por la jurisprudencia local por evidentes razones de interpretación de la ley y de
transparencia en el tráfico mercantil argentino. Tampoco puede soslayarse la
importancia, en torno al desarrollo del estudio del derecho societario, los relevantes
fallos dictados por aquella época en materia de desestimación de la personalidad
jurídica, en especial los casos "Cía. Swift de la Plata SA s/ quiebra" —dictado por la
sala B de la Cámara Nacional en lo Comercial antes de la sanción de la ley
19.550, pero de lectura imprescindible a los fines de interpretar lo dispuesto por el
art. 2º de dicho ordenamiento legal—, "Artesiano contra Guanina Sociedad en
Comandita por Acciones" y "Morrogh Bernard Juan c/ Grave de Peralta de Morrogh
Bernard Eugenia y otros" en materia de fraude sucesorio a través del uso indebido
de sociedades y los ejemplares pronunciamientos de la Corte Suprema de Justicia
de la Nación, en el caso "Parke Davis of Detroit" y el Tribunal Fiscal de la Nación en
el caso "Mellor Goodwin SACIF". Ello, sin olvidar tampoco la doctrina plenaria de
la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial en el caso "Quilpe SA" del 31
de marzo de 1977, en la cual se distinguió entre los conceptos de domicilio y sede
social, sobre los cuales la versión original de la ley 19.550 no hacía la menor
referencia.
La defensa de los derechos esenciales de los accionistas también fue objeto de
ejemplares pronunciamientos por parte de la jurisprudencia de esa época, debiendo
al respecto recordarse la sentencia dictada en los autos "Mihura Luis y otros c/
Mandataria Rural SA s/ sumario", dictado por la sala D de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Comercial del 26 de diciembre de 1979 en materia de dividendos,
sancionando con la nulidad determinadas maniobras tendientes a frustrar ese
derecho, como la retención injustificada de las ganancias a través de la constitución
de infundadas reservas libres o facultativas, que era una viciosa práctica que venía
arrastrada desde la épocas de vigencia del Código de Comercio que se conocía
como el traslado de las ganancias "a cuenta nueva" de los balances y en el mismo
sentido, la doctrina del fallo y "Godoy Achar Eulogio c/ La Casa de las Juntas SA s/
sumario", del 15 de julio de 1982, del mismo tribunal, en el cual se aplicó por primera
vez la norma del art. 1071 del Código Civil para sancionar con la nulidad por abuso
de mayorías, un acuerdo asambleario en donde la mayoría había creado un consejo
de vigilancia para tornar ilusorio el derecho al ejercicio del voto acumulativo y no
para bonificar el control interno sobre los restantes órganos sociales. Finalmente, y
sin pretender agotar con ello la nómina de los más trascendentes fallos
jurisprudenciales dictados durante la década en que estuvo vigente la versión
original de la ley de sociedades comerciales, cualquier listado estaría incompleto si
no se recuerda la doctrina del fallo de primera instancia, firme, dictado por el por

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entonces Juez de Primera Instancia en lo Comercial de Registro, Dr. Enrique Manuel
Butty, el día 4 de junio de 1980 en los autos "La Distribuidora Musical SRL", donde
por primera vez se admitió la reactivación del contrato social, solución que,
sancionada la ley 22.903, pasó a denominarse "reconducción del contrato de
sociedad".
Un repaso de los trabajos, ponencias y recomendaciones presentados en todos
los congresos, jornadas y eventos celebrados por aquellas épocas, revela que la
preocupación de la doctrina estaba centrada en los siguientes temas:
a) La imperiosa necesidad de distinguir entre sociedades en formación y
sociedades irregulares o de hecho, atento la gravísima responsabilidad que les era
impuesta a quienes se encontraban intentando cumplir con las formas previstas por
la ley 19.550 para constituir una sociedad regular.
b) La posibilidad de otorgar una vía de escape a la irregularidad societaria, a
través de un procedimiento que evite la disolución y liquidación de los entes no
constituidos regularmente
c) La derogación del art. 30, para posibilitar emprendimientos mercantiles
transitorios comunes entre sociedades de cualquier tipo.
d) La reformulación total del régimen de las sociedades de responsabilidad
limitada, que no había concretado las expectativas de los legisladores de 1972.
e) La necesidad de evitar la violación a los derechos fundamentales de los
accionistas a través de determinados subterfugios amparados en una interpretación
literal de la ley 19.550.
f) La determinación de un control interno eficaz en las sociedades anónimas que
ponga fin a las corruptelas que exhibía el funcionamiento de la sindicatura, que la ley
19.550 la había instituido como obligatoria para este tipo social.
g) La incorporación legislativa del pacto de sindicación de acciones y la
consagración legislativa de las sociedades unipersonales, cuestiones éstas muy
controvertidas, sostenidas por una parte de la doctrina y ciertos operadores de
derecho.

§ 4. La ley 22.903 del año 1983

En el año 1983 se sancionó la ley 22.903, publicada en el Boletín Oficial el día


15 de septiembre de 1983, que importó una parcial aunque trascendente reforma al
texto original de la ley 19.550, de sociedades comerciales. Integraron la Comisión
de Reformas los profesores Jaime Anaya, Enrique M. Butty, Raúl Aníbal Etcheverry,
Horacio P. Fargosi, Juan Carlos Palmero y Enrique Zaldívar. Se combinó en su
composición la presencia de abogados y magistrados, todos ellos también
profesores universitarios de reconocido prestigio, debiéndose recordarse que
Horacio Fargosi y Enrique Zaldívar habían sido autores del Proyecto de la ley
19.550 en su versión original.
La Comisión de Reformas de 1983 reiteró el acierto de los autores de la ley
19.550, inspirándose, a los fines de la reforma de la legislación societaria en los
antecedentes y prácticas societarias locales antes de reparar en los modelos

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extranjeros, como lamentablemente sucedió con todas las iniciativas elaborados
durante los años 90, donde todo lo proveniente del hemisferio norte era visto y
considerado como lo ideal para la República Argentina, a contrapelo total de nuestra
idiosincrasia.
La ley 22.903 presenta luces y sombras, pero a mi juicio, la incorporación del art.
54 tercer párrafo de la ley 19.550, que receptó por primera vez en la legislación
argentina la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica, justificó
sobradamente la modificación de la ley 19.550, que permitió disimular algunos
desaciertos de esta reforma, como por ejemplo, la de requerir la unanimidad de
votos para la reforma del contrato social de una sociedad de responsabilidad
limitada, cuando un solo socio representare el voto mayoritario (art. 160 LS), y
especialmente la incorporación de un nuevo capítulo a la por entonces denominada
ley de sociedades comerciales —el Capítulo III—, dedicado a los contratos de
colaboración empresaria, que curiosamente, los legisladores aclararon
expresamente que no los mismos no eran sociedades ni gozaban de personalidad
jurídica, de modo que su inclusión en una ley dedicada a las sociedades mercantiles
fue cuanto menos incoherente.
La ley 22.903 no receptó en la ley 19.550 a las sociedades unipersonales ni a los
pactos de sindicación de acciones, tan reclamados por cierto sector de la doctrina
comercialista, mucho más proclive a la defensa de los intereses de las corporaciones
que a los derechos de los socios y terceros vinculados de una manera u otra con la
sociedad. Pero sí reglamentó la regularización de las sociedades no constituidas
regularmente; incorporó importantes soluciones a las sociedades en proceso de
formación, alejándolas del régimen de la irregularidad, así como receptó
expresamente el instituto de la reactivación societaria, que pasó a denominarse
"reconducción", modificaciones éstas que fueron muy bien acogidas en el universo
societario nacional, pues aportó soluciones específicas a problemas concretos que
afectaban la continuidad de la empresa o agravaban la responsabilidad de sus
integrantes o administradores. También merece destacarse la incorporación a
nuestra legislación societaria de las acciones escriturales —que solo merecieron, en
la práctica, una tibia recepción—, así como la incorporación de ciertas normas
tendientes a evitar el uso abusivo de ciertas figuras incorporadas por la ley
19.550, como las modificaciones efectuadas en los arts. 263 y 280 en materia de
voto acumulativo; la eliminación de la sindicatura como órgano de control obligatorio
para las sociedades por acciones, que fue reemplazada —con la excepción de
aquellas sociedades incluidas en el art. 299 de la ley 19.550—, por el control
individual del accionista, y —ente otras reformas sustanciales— la modificación de
las pautas para determinar el valor de reembolso de las acciones de los accionistas
recedentes, reforma ésta muy reclamada también por la doctrina, pero que quedó a
mitad de camino, al omitir la inclusión del valor llave dentro del valor de receso (art.
245 de la ley 19.550), etc.
Asimismo, la ley 22.903 incorporó al texto legal de la ley 19.550 la diferencia
entre los conceptos de domicilio y sede social, que había sido consagrada en el
plenario "Quilpe SA", de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, en el
año 1977 —y que ahora receptó el Código Civil y Comercial de la Nación para todas
las personas jurídicas (art. 152 CCyCN)— modificando con gran acierto el art. 11
inc. 2º de la versión original de la ley 19.550 y aclarando, lo que resulta lo
verdaderamente trascendente de esa diferencia, que se tendrán por válidas y
vinculantes para la sociedad todas las modificaciones efectuadas en la sede social
inscripta, con lo cual se puso fin a la cuestionable práctica de hacer desaparecer a
una sociedad para incumplir con las obligaciones sociales contraídas.

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El fuerte impacto de la incorporación de estas soluciones a la ley 19.550 se hizo
notar en los años posteriores a la vigencia de la ley 22.903, aunque
lamentablemente, la jurisprudencia de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Comercial no acompañó la filosofía del legislador en cuanto a la necesidad de una
real y verdadera protección de los derechos de los accionistas o terceros, pues dicho
tribunal restringió considerablemente la aplicación de la doctrina de la inoponibilidad
jurídica prevista por el art. 54 tercer párrafo de la ley 19.550, figura a la cual la
jurisprudencia calificó como de "aplicación restringida", incurriendo en un claro
desconocimiento de la realidad de los negocios que exhibió los finales de los años
80 y 90 en el mundo entero, donde se constituyeron cientos de miles de sociedades
ficticias para ocultar a los verdaderos dueños del negocio o del patrimonio escondido
tras la máscara de esas entidades, que era, precisamente, el fenómeno que aquella
norma intentaba evitar. Afortunadamente, la justicia civil y en especial los tribunales
laborales dieron una lectura diferente a la solución del art. 54 tercer párrafo de la ley
19.550 —imputación del acto simulado o fraudulento a los verdaderos artífices de la
maniobra de enmascaramiento y responsabilidad por los daños producidos y
perjuicios ocasionados— que tornaron minoritaria a la jurisprudencia restrictiva de
los tribunales mercantiles, lo cual provocó en el mundo empresario, una verdadera
revolución cuando, en el año 1997 y fundado precisamente en dicha norma, la
justicia del trabajo extendió a sus administradores y socios la condena dictada contra
la sociedad, cuando ésta había incurrido en la ilegítima práctica de no registrar a sus
dependientes, lo que se conoce vulgarmente como "trabajo en negro",
responsabilidad que luego se extendió a otros supuestos de fraude laboral, como la
desaparición y trasvasamiento de sociedades, la infracapitalización societaria, etc.
Verdadero y eficaz acierto entonces la incorporación del art. 54 tercer párrafo de
la ley 19.550 por la ley 22.903, que hoy está reproducida en otras legislaciones (ley
16.060 de la República Oriental del Uruguay) y que el Código Procesal Civil y
Comercial de la Nación ha consagrado para todas las personas jurídicas, como
remedio eficaz para evitar la simulación mediante el enmascaramiento detrás del
negocio societario (art. 144 CCyCN).

§ 5. Los proyectos de reformas a la ley 19.550, posteriores a la ley 22.903 que no


fueron convertidos en ley

a) El Proyecto de Reformas del año 1991


Ocho años después de la sanción de la ley 22.903, y como consecuencia de los
fuertes vientos neoliberales que soplaron sobre la República Argentina, traducido,
entre otras consecuencias, en la extranjerizante política de privatizaciones de las
empresas públicas y una descarada legislación en materia de apertura económica,
para "insertar a la Argentina en un mundo globalizado", el Poder Ejecutivo Nacional,
con fecha 26 de setiembre de 1991 remitió al Congreso de la Nación un proyecto de
reformas al régimen societario vigente, modificando parcialmente las leyes
19.550, 17.811 y 20.091, y derogando lisa y llanamente las leyes 22.315, orgánica
de la Inspección General de Justicia y 22.169, que asignaba a la Comisión Nacional
de Valores el control administrativo de las sociedades por acciones que efectúen
oferta pública de sus títulos valores. Se aclara que en todo momento, los redactores
del Proyecto hicieron expresa referencia a la influencia que fundamentalmente

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ejerció sobre ellos el Proyecto de Ley de Unificación de la legislación civil y comercial
del año 1987, que como se recordará, fue luego vetado, en el año 1991, por el Poder
Ejecutivo Nacional.
Dicho proyecto, que tuvo estado legislativo en el año 1991, pero que nunca fue
convertido en ley, exhibió como idea central, la de evitar la intervención estatal en la
constitución y funcionamiento de las sociedades comerciales y al respecto, los
redactores del mismo —los Dres. Edgardo Marcelo Alberti, Sergio Lepera, Horacio
Fargosi, Ana Isabel Piaggi y Héctor Mairal— fueron sumamente explícitos cuando
manifestaron en la respectiva Exposición de Motivos, la necesidad de "simplificar"
los controles estatales internos societarios y someter el obrar de los individuos, salvo
supuestos excepcionales, al juzgamiento por los jueces de la Constitución Nacional,
a los fines de corregir las desviaciones del orden jurídico, lo cual, como los años
posteriores lo demostraron, constituyó una lectura de la realidad totalmente
desacertada, pues mal puede someterse a los ciudadanos a juicios de extensísima
duración, cuando los perjuicios causados pueden ser evitados por un eficaz control
previo del instrumento societario o del sujeto de derecho que se pretende inscribir.
Con esa discutible filosofía, el proyecto de reformas del año 1991 derogó toda la
jurisprudencia de la Inspección General de Justicia y limitó la fiscalización estatal
permanente a las sociedades que hagan oferta pública de sus acciones, debentures
u otros instrumentos de participación o deuda o que, de otra manera, capten ahorros
del público con la promesa de prestaciones futuras, y que no estén sujetas a otra
fiscalización administrativa en razón de su objeto y así !o determine el Poder
Ejecutivo Nacional, y con relación a la fiscalización estatal limitada, el aludido
proyecto quitó al Estado el control de legalidad de los actos societarios cuya
registración impone la ley 19.550, poniendo en cabeza del escribano o abogado
interviniente las responsabilidades emergentes por el contenido de los actos a
registrar, que convertía al interesado en juez y parte en torno a la legalidad de los
referidos documentos, lo cual constituía un verdadero disparate.
También incorporó el proyecto de 1991 las sociedades unipersonales y efectuó
importantes modificaciones en materia de capital social, autorizando la realización
de aportes en moneda extranjera —lo que a poca gente llamó la atención, atento la
devaluación que en esos tiempos mereció el concepto de soberanía— y en torno a
la valuación de los aportes en especie, se eliminó toda injerencia del Estado sobre
el control de los mismos, delegando en los socios, la mención, en el contrato
constitutivo, de los antecedentes justificativos de su valuación, con excepción de
aquellas sociedades sujetas a la fiscalización de la Comisión Nacional de Valores.
Del mismo modo, y con la misma filosofía adversa a cualquier control estatal, se
eliminó la facultades del encargado del Registro Público de Comercio de valuar los
aportes en especie por peritos designados de oficio.
El proyecto modificó asimismo el sistema de publicidad edictal previsto por la ley
19.550, que puso a cargo del encargado del Registro Público de Comercio, cuando
la misma tenga por finalidad informar a los terceros sobre la celebración de
determinados actos societarios y con ese mismo temperamento, eliminó la
publicación en el Boletín Oficial de las convocatorias a asambleas de accionistas en
las sociedades anónimas cuyas acciones no fuesen al portador —todavía vigentes
en el año 1991— la cual podía ser sustituida por la notificación personal y fehaciente
a todos los accionistas, e idéntico criterio adoptó con relación a la publicidad prevista
por el art. 194 de la ley 19.550 para invitar a los accionistas a ejercer el derecho de
preferencia en caso de haberse resuelto un aumento del capital social.

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El proyecto de 1991 reformó asimismo el art. 15 de la ley 19.550, reemplazando,
para los conflictos de naturaleza societaria, el procedimiento sumario —hoy
vigente— por el procedimiento sumarísimo, en aras de una mayor celeridad. Dicha
modificación fue quizás la contrapartida de la eliminación del control de legalidad del
Juez de Registro o del encargado del Registro Público de Comercio —según la
jurisdicción de que se trate—, lo cual fue solución harto discutible, pues la
experiencia ha demostrado que el cambio de procedimientos judiciales no siempre
—ni muchísimo menos— abrevia la desmesurada extensión de los litigios, y mucho
más los que tienen origen en el conflicto societario, en los cuales se entremezclan
cuestiones corporativas con problemas familiares, sucesorios, laborales,
conyugales, etc.
En materia de disolución y liquidación de las sociedades, las innovaciones
efectuadas por el proyecto de reformas del año 1991 fueron las siguientes: a) Dejó
sin efecto, como consecuencia de la incorporación de las sociedades unipersonales,
la disolución por reducción a uno del número de socios, y b) Admitió —con discutible
criterio— como causal disolutoria, la falta de pago durante tres años calendario
consecutivo, de la tasa de mantenimiento de la inscripción que se determine en cada
jurisdicción, solución desacertada porque no resulta convincente un hecho de tan
escasa relevancia en la vida de la sociedad, como lo es la falta de pago de una
determinada tasa, pueda ocasionar un efecto de tanta magnitud, como lo es la
disolución de la sociedad que importa la privación a todos los socios del medio
jurídico instrumentalmente apto para desarrollar su actividad económica.
En materia de liquidación, el proyecto eliminó los requisitos previstos para la
publicidad del acuerdo de distribución parcial de la cuota liquidatoria prevista por
el art. 107 de la ley 19.550, previendo asimismo una serie de soluciones para
garantizar la sinceridad del proceso de liquidación y partición definitiva, cubriendo
un vacío legal que resulta inexplicable en el actual régimen societario. Al respecto,
y para evitar finalizaciones inexactas en el trámite de distribución final de la cuota
liquidatoria, el proyecto prescribía que las obligaciones subsistentes al reembolso
del capital social y a la distribución del excedente del patrimonio social, que no hayan
sido canceladas, podrán reclamarse de los socios con responsabilidad ilimitada y de
los socios con responsabilidad limitada en la medida de las distribuciones habidas
para lo cual y tratándose de titulares de acciones al portador, éstos deben
identificarse, y todos los socios constituir domicilio para percibir la distribución de
aquellos rubros, a los efectos de facilitar las reclamaciones de los terceros.
Finalmente, y en lo que respecta al régimen de cancelación de la sociedad en el
Registro Público de Comercio, el proyectado art. 112 incorporó el detalle de la
documentación necesaria para acreditar la efectiva liquidación de la sociedad,
previendo la registración de una declaración, suscripta por los liquidadores, que dé
cuenta de haber concluido la liquidación, indicando el nombre y domicilio constituido
de los socios que han recibido alguna distribución durante la liquidación, y el lugar
donde serán guardados los libros y demás documentos de la sociedad durante el
plazo legal. Esta inscripción, a tenor de las disposiciones del Proyecto del año 1991,
cancelaba la de la sociedad y no estaba sujeta a la presentación de otro documento,
o al cumplimiento de otro requisito que la autenticidad de las firmas.
Es importante recordar que adquirió asimismo mucha trascendencia las
modificaciones efectuadas por el proyecto de reformas de 1991 al art. 224 de la ley
19.550, para permitir la distribución de utilidades anticipadas entre los socios, sin
distinguir entre sociedades incluidas o no en el art. 299 y sin esperar el vencimiento
del ejercicio en que las mismas se devenguen, aunque estableciendo diferencias en
cuanto a la repetibilidad de ellas.

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Finalmente, y ésta fue quizás la modificación más trascendente del aludido
proyecto, se permitió la constitución y funcionamiento de sociedades anónimas y de
sociedades de responsabilidad limitada de un solo socio, tema sobre el cual es
necesario detenerse, atento que la ley 26.994 ha adoptado parecida solución.
Al respecto, y en forma por demás insuficiente, dicho proyecto dedicó tres
disposiciones a las sociedades unipersonales: a) Su art. 1º, que permitió la
constitución y funcionamiento de estas sociedades, siempre y cuando las mismas
se constituyan y actúen bajo la forma de sociedades de responsabilidad limitada o
sociedades anónimas; b) El art. 4º, al cual el proyecto en análisis le adicionó el
siguiente agregado: "Las disposiciones de esta ley referidas al contrato constitutivo,
de prórroga o modificación de una sociedad se aplican a las declaraciones del socio
único que tengan igual finalidad" y c) El art. 94, inc. 8º, cuando declara no aplicable
la causal disolutoria por reducción a uno del número de socios a la sociedad
anónima o de responsabilidad limitada.
El régimen de publicidad de los actos societarios en estas sociedades
unipersonales dejaba mucho que desear, pues el proyecto sólo se refería a la
instrumentación de "las declaraciones" del socio único que tiendan a la constitución,
modificación y extinción de la persona jurídica, y que deberán ser transcriptas en
instrumentos públicos o privados, de acuerdo con el tipo de sociedad adoptado,
dejando en la nebulosa la utilización de libros de actas, que el ordenamiento legal
societario sólo impone para las "deliberaciones de los órganos colegiados" (art.
73 de la ley 19.550). En las sociedades de un solo socio la posibilidad de que se den
los supuestos de exigencia de esos libros se presenta en el caso de directorio
pluripersonal, pero no parece exigible para los casos en que el único socio adopte
aquellas decisiones —obviamente unilaterales y no deliberativas— que se
encuentran previstas en el art. 235 de la ley 19.550 y que no se refieren a la
modificación de la declaración original constitutiva.
La instrumentación, pues, de las decisiones del único socio, en materia de
designación o cesación de administradores o síndicos, fijación de sus
remuneraciones o eventuales responsabilidades no fueron objeto de reglamentación
en el proyecto del 91, y tampoco lo fueron las formalidades necesarias para la
aprobación de las cuentas de la sociedad, lo cual era imprescindible si se advierte
que no necesariamente la sociedad de un solo socio puede ser administrada por
éste en forma exclusiva.
b) El Proyecto de Reformas del año 1993
Tiempo después, y con el objeto de llevar a cabo una reforma más amplia al
ordenamiento societario, por decisión del Ministro de Justicia, se incorporó a la
comisión del año 1991 —integrada, como hemos dicho, por Edgardo Marcelo Alberti,
Sergio Lepera, Horacio Fargosi, Ana Isabel Piaggi y Héctor Mairal— los profesores
de las Universidades de Rosario y Córdoba, Miguel C. Araya y Hugo Efraín Richard,
quienes debatieron durante un año y medio, para presentar en sociedad, en el año
1993, un proyecto que, conforme lo explicó por esas épocas uno de sus autores(6),
presentaba las siguientes características:
a) Reconoció la unipersonalidad constitutiva para las sociedades de
responsabilidad limitada
b) Receptó de una manera total y concluyente la autonomía de la voluntad para
la realización de contratos asociativos o participativos, ampliándose las formas
típicas de los contratos de participación.

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c) Modificó el criterio vigente respecto del momento en que se otorga la
personalidad jurídica a las sociedades comerciales, volviéndose al viejo sistema en
cuanto reserva este privilegio a la inscripción de la sociedad típica en el Registro
Público de Comercio.
d) Eliminó el régimen sancionatorio exhibido por la ley 19.550 en torno a las
sociedades irregularmente constituidas, a las cuales se les aplica el régimen
contractual que las partes hubiesen previsto y que será oponible a terceros, en
cuanto se les haya hecho conocer efectivamente.
e) Derogó la responsabilidad del socio oculto, aplicándose a éste los principios
del derecho común.
f) Restringió la prohibición prevista por el art. 30 de la ley 19.550 permitiéndose
a las sociedades por acciones participar en sociedades anónimas, de
responsabilidad limitada y como comanditarios en sociedades en comandita por
acciones.
g) Reguló un nuevo tipo de sociedad, denominada "Sociedad Anónima
Simplificada", inspirada en el derecho de Nueva Zelanda, que a juicio de la comisión,
"recogía los requerimientos de los agentes económicos y soluciones de las
legislaciones modernas".
h) Permitió a los socios o accionistas minoritarios, siempre a su costo, realizar
registros auditivos o audiovisuales de lo acontecido en las asambleas, para asegurar
su contenido acotando el abuso de las mayorías sobre las minorías.
i) Acotó los problemas de nulidad por atipicidad o por cláusulas esenciales
tipificantes o no tipificantes, las cuales pueden ser subsanadas hasta la sentencia
de nulidad.
j) Aceptó, como técnica de financiación interna, los aportes irrevocables de
capital o aportes a cuenta de futuros aumentos de capital, dándole el tratamiento de
obligaciones subordinadas.
k) Receptó la doctrina de la responsabilidad de los "directores de facto", así como
la responsabilidad directa de los accionistas electores por la actuación del director
elegido por el grupo controlante, cuando éste no era capaz de dirigir a la sociedad,
que se sumaba a la del propio director.
l) Previó la posibilidad de que los socios inicien, prosigan o intervengan en juicios
de responsabilidad contra los controlantes, donde aparezca la voluntad presente de
los directores que no prosigan o promuevan la acción. Asimismo, y siempre en las
acciones judiciales contra directores o la sociedad en las cuales podrían tener
interés otros accionistas, se permitió, a pedido de parte o de oficio, citar a los demás
accionistas para hacerles conocer la situación y permitirles que actúe ese accionista
en representación de los demás, o en su caso, genere la acumulación de acciones.
Sin duda alguna, la verdadera novedad de este proyecto, que no tuvo sanción
legislativa, pero que originó, por aquellos años, una verdadera controversia entre la
doctrina, que consistió en la regulación de la "sociedad anónima simplificada", a la
cual ya se ha hecho referencia y que constituía un verdadero galimatías, adoptando
sin adaptación alguna soluciones ajenas a nuestro derecho y a nuestras tradiciones
jurídicas. De acuerdo con su regulación en el denominado "Proyecto de 1993", estas
novedosas compañías carecían de capital social como monto, lo cual privaba a sus
acciones de valor nominal alguno. Del mismo modo, se receptó, para estas
entidades, la posibilidad de distribuir utilidades entre los accionistas no sujetas a
balance anual, con el único requisito que ello no afecte la solvencia de la sociedad

24 
 
y se admitió la posibilidad de que los accionistas asuman una responsabilidad
solidaria, como prestación adicional al aporte del capital. También se suprimió para
las sociedades anónimas simplificadas el derecho al ejercicio del voto acumulativo,
salvo autorización expresa del estatuto y se permitió la adopción de resoluciones
sociales sin asambleas, comunicando el tema a los accionistas, quienes pueden
hacer conocer su opinión por un medio fehaciente, como lo admitió la ley
22.903 para las sociedades de responsabilidad limitada.
Lo acontecido en los años posteriores a la elaboración de los proyectos de
modificación a la ley de sociedades comerciales de los años 1991 y 1993 ratificó
que su sanción legislativa hubiera sido verdaderamente caótica y hubiera causado
mucho más perjuicios que beneficios para los ciudadanos de la República Argentina.
Baste recordar, durante esos años, el auge de la corrupción empresaria, traducido
en la actuación de sociedades off shore; en la existencia de estados contables con
cuentas impresentables y todo tipo de manifestación de la denominada "creatividad
contable", exhibiendo aportes irrevocables sin plazo de capitalización o cuentas en
el patrimonio neto sin la menor asignación, donde se depositaban, sin justificación
legal o fáctica parte o la totalidad de las ganancias de todos los años; fundaciones
titulares del paquete de control de sociedades comerciales, creadas a los meros
fines de obtener o percibir beneficios fiscales, sin desarrollar actividad benéfica
alguna; licuación de participaciones accionarias mediante la conocida "operación
acordeón": inserción en el contrato social de objetos múltiples, para evitar la
aplicación del principio de la especialidad, inherente a toda persona jurídica etc.,
todo lo cual fueron hechos de público y notorio conocimiento, cuyos perjuicios
pudieron ser evitados en parte mediante el efectivo control estatal ejercido sobre las
sociedades y sus actos internos, por parte del Organismo de Control, que
curiosamente esos proyectos pretendieron dejar sin efecto.

§ 6. Los proyectos de unificación de la legislación civil y comercial y la modificación


de la ley de sociedades

a) El Proyecto de Ley de Unificación de la legislación civil y comercial de la


Nación, del año 1987
En la República Argentina, y como consecuencia de la influencia del Código Civil
Italiano de 1942 y del Código Suizo de las Obligaciones, se despertó en nuestra
doctrina una corriente unificadora del derecho civil y comercial, que comenzó
legislativamente en el año 1986, oportunidad en que los diputados Osvaldo Camisar
y Carlos Espina propusieron la creación de una comisión especial encargada de
proyectar la unificación de la legislación civil y comercial en materia de obligaciones
y contratos, iniciativa que había recibido respaldo doctrinario fundamentalmente en
el Congreso de Derecho Civil de Córdoba de 1961 y en Congreso de Derecho
Comercial de Rosario de 1969. También por aquellos años, el diputado Alberto
Natale propuso al Congreso Nacional la redacción de un Código Único de
Obligaciones y Contratos, siguiendo asimismo el modelo del Código Suizo de las
Obligaciones, caracterizado por su "atractiva sencillez y su gran flexibilidad".
Como consecuencia de ello, la Cámara de Diputados resolvió, el 30 de julio de
1986, la creación de una comisión especial encargada de proyectar la unificación de
la ley civil y comercial. Dicha comisión, asesorada por los juristas Héctor Alegría,

25 
 
Atilio Aníbal Alterini, Jorge Alterini, Miguel Araya, Francisco de la Vega, Horacio
Fargosi, Sergio Lepera y Ana Isabel Piaggi, presentó un dictamen durante el año
1987, proponiendo una reforma integral al Código Civil, incorporando normas del
Código de Comercio y derogando este último cuerpo legal. Se recuerda, en torno a
la suerte final de este primer proyecto de unificación, que tuvo aprobación por la
Cámara de Diputados el 28 de julio de 1987 y fue también objeto de aprobación por
la Cámara de Senadores, el 27 de noviembre de 1991, dando lugar a la sanción de
la ley 24.032, el cual, no obstante, fue vetada en su totalidad por el Poder Ejecutivo
de la Nación, el 23 de diciembre de 1991, en una de las contadas decisiones del por
entonces presidente de la Nación, Carlos S. Menem que mereció nuestra adhesión.
En lo que respecta al régimen legal de las sociedades, este proyecto se dedicó
a las mismas en los arts. 1652 a 1680, mediante normas no comprensivas de
aquellas tipificadas en la ley 19.550, pero también aplicables a las asociaciones
civiles, a las sociedades irregulares y de hecho y las sociedades atípicas.
Las características más destacables de ese novedoso régimen legal fueron las
siguientes(7):
a) No se requería, como fin de las sociedades contempladas en dichas normas,
la obtención por parte de los socios de una utilidad apreciable en dinero, sino que
exige, en términos más amplios, la obtención, por aquellos, de una finalidad común,
adoptando el Proyecto una solución novedosa que lo apartaba de los Códigos Civil
y Comercial.
b) El contrato de sociedad podía celebrarse en forma verbal o escrita y su prueba
se regía por las normas referidas a la acreditación de los actos jurídicos.
c) Exhibió una total ambigüedad en materia de personalidad jurídica, dejando su
otorgamiento en manos de los jueces, sin someterlo a premisas anticipadas, que
pudieran resultar incompatibles con el contrato sobre el cual deberán pronunciarse
en decisión judicial. Este fue el aspecto más controvertido del Proyecto y el que
sumó mayor cantidad de críticas por parte de la doctrina, pues constituía, a juicio de
la doctrina, un verdadero retroceso para nuestra legislación, contemplar la existencia
de sociedades sin personalidad jurídica —al menos en principio—; que no
constituyan sujetos de derecho diferentes a los miembros asociados; que no tengan
patrimonio propio y carezcan de capacidad para ser titules de derechos y
obligaciones.
d) Previó un incomprensible régimen de responsabilidad de los socios, inspirado,
una vez más, en el Código Suizo de las Obligaciones, que era totalmente
incompatible con nuestra tradición jurídica, al prever diferentes supuestos de
responsabilidad interna y externa: a) Si el socio ha contratado con un tercero en
nombre de la sociedad o de todos los socios, éstos no devienen acreedores o
deudores respecto del tercero, sino de conformidad con las disposiciones de la
representación; b) Cuando dos o más socios contratan conjuntamente con terceros,
sus derechos y obligaciones serán los de las obligaciones con pluralidad de sujetos;
c) Los socios pueden afianzar o garantizar las obligaciones contraídas por otros en
relación con las operaciones comunes, y si lo hacen, su responsabilidad será la
propia de la fianza o del negocio realizado; d) Los socios pueden convenir que su
contribución a las pérdidas se limite a su aporte y este pacto se presume a favor del
socio industrial, salvo prueba en contrario.
e) En cuanto a la administración de esta nueva sociedad, y como consecuencia
de la falta de personalidad jurídica, la administración de la misma, como principio
general, se puso en manos de todos los socios, que gozan de iguales facultades,

26 
 
sin perjuicio de que contractualmente pueda la misma ser conferida a uno o más
socios o puesta en manos de terceros.
f) Se otorgó a los socios un derecho de veto, con el objeto de impedir la
celebración de un acto por parte del socio administrador, antes que el mismo fuera
celebrado.
g) En las relaciones de la sociedad con los socios y de éstos entre sí, se previó
un principio general, disponiendo que cada socio tiene, respecto de los demás, en
cuestiones vinculadas con la sociedad, las obligaciones de un fiduciario.
El acertado veto presidencial del año 1991 evitó que los argentinos debiéramos
padecer, al menos en materia societaria, de una normativa tan cuestionable,
contraria a nuestra idiosincrasia, que afectaban la seguridad jurídica en cuestiones
donde no existía la menor controversia en doctrina y jurisprudencia.
b) Los proyectos unificatorios del año 1993
Durante los años siguientes, se presentaron una serie de proyectos con el objeto
de modificar y unificar el derecho civil y comercial y finalmente, la Cámara de
Diputados de la Nación, en el mes de agosto de 1992, resolvió crear en el seno de
la Comisión de Legislación General, una subcomisión en cargada de proyectar las
reformas y la unificación civil y comercial. El anteproyecto fue elaborado por una
comisión de juristas a las que se dio en llamar "Comisión Federal", integrada por los
juristas y/o legisladores Héctor Alegría, Jorge Alterini, Miguel Araya, María Artieda
de Duré, Alberto Azpeitía, Enrique Banchio, Alberto Bueres, Osvaldo Camisar,
Marcos Córdoba, Rafael Manóvil, Luis Moisset de Espanés, Jorge Mosset
Iturrapaspe, Juan Carlos Palmero, Ana Isabel Piaggi, Efraín Hugo Richard, Néstor
Solari, Félix Trigo Represas y Ernesto Wayar.
La Comisión de Legislación General emitió un dictamen el 28 de julio de 1993,
al que la Cámara de Diputados dio sanción en el mes de noviembre de 1993 y que
el Senado de la Nación nunca trató.
En ese mismo año, agosto de 1993, el Poder Ejecutivo envió un proyecto cuyos
autores fueron los juristas Augusto César Belluscio, Salvador Darío Bergel, Aída
Rosa Kemelmajer de Carlucci, Sergio Lepera, Julio César Rivera, Federico N. Videla
Escalada y Eduardo Antonio Zannoni, que ingresó al Senado y tampoco fue objeto
de consideración.
c) El Proyecto de Código Civil de 1998
Este proyecto, que tanta influencia tuvo, según los codificadores del año 2014,
en la redacción del actual Código Civil y Comercial de la Nación, fue producto del
arduo trabajo de una comisión de juristas, designada por el decreto 685/1995 e
integrada por los profesores Héctor Alegría, Atilio Aníbal Alterini, Jorge Horacio
Alterini, María Josefa Méndez Costa, julio César Rivera y Horacio Roitman. El
denominado "Proyecto de Unificación del Código Civil y Comercial" fue remitido por
el Poder Ejecutivo al Poder Legislativo, ingresando a la Cámara de Diputados el 8
de julio de 1999, pero nunca tuvo sanción legislativa.
El proyecto contenía un anexo (Anexo II), donde se redactó una legislación
complementaria, continente de determinadas normas que derogaban o mantenían
la vigencia de determinadas leyes o decretos, y entre ellas, su art. 14 se refería
expresamente a la ley 19.550, derogando los arts. 361 a 383 de dicho ordenamiento
legal, referidos a las sociedades accidentales o en participación y contratos de
colaboración empresaria, criterio que el Código Civil y Comercial de la Nación siguió

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al pie de la letra. Del mismo modo, aquella norma modificó los siguientes artículos
de la ley 19.550:
1. Con respecto al art. 1º, eliminó la tipicidad como requisito de la constitución de
sociedades regulares y receptó la sociedad unipersonal para las sociedades
anónimas y de responsabilidad limitada.
2. En su art. 17, sometió a las sociedades atípicas o carentes de requisitos
esenciales no tipificantes, a las normas de la sección IV del Capítulo I de la ley
19.550, referidas al régimen de las sociedades no constituidas regularmente, que
como veremos, sufrió importantes modificaciones.
3. Dentro del concepto de sociedades no constituidas regularmente, la Sección
IV del Capítulo I de la ley 19.550 comprendió, como hemos visto a las sociedades
carentes de requisitos esenciales tipificantes y no tipificantes, a aquellas sociedades
que incumplan con las formalidades exigidas por la ley (art. 21) y a las sociedades
civiles. Del mismo modo, en el proyectado art. 24, se declaró aplicables a esta clase
de sociedades las normas específicas de la ley 19.550 (Sección IV del Capítulo I:
arts. 21 a 26) y en subsidio, las normas de la sociedad colectiva, con las
modificaciones establecidas en esta sección. Las siguientes son las innovaciones
fundamentales exhibidas por el Proyecto de 1998 en torno a estas sociedades, que
recogió casi totalmente la ley 26.994:
a) Se declaró invocable el contrato social entre los socios, siendo oponible a los
terceros solo cuando se prueba que lo conocieron efectivamente al tiempo de la
contratación o del nacimiento de la relación obligatoria y también puede ser invocado
por los terceros contra la sociedad, los socios y los administradores, disponiéndose,
en la parte final del proyectado art. 22, que "La registración o publicidad del contrato
no pueden ser invocadas por la sociedad, los socios o los administradores como
prueba del conocimiento del tercero".
b) En materia de representación de las sociedades no constituidas conforme los
tipos sociales previstos en el capítulo II de la ley 19.550, el art. 23 del Proyecto de
1998 dispuso que ella se rige por lo pactado en el contrato y supletoriamente por las
normas de la sociedad colectiva, disponiéndose que los terceros a quienes es
inoponible el contrato, conforme al art. 22, segundo párrafo, pueden invocar contra
la sociedad los actos realizados en representación de ella por cualquiera de los
socios. Prescribió asimismo esta norma la capacidad de estas sociedades para
adquirir bienes registrables, y "para tal fin, debe acreditar ante el registro su
existencia y las facultades de su representante por un acto de reconocimiento de
todos quienes afirman ser sus socios. Este acto debe ser instrumentado en escritura
pública o en instrumento privado con firma autenticada por escribano". Finalmente,
el art. 23 último párrafo, ratificó la antigua solución de la ley 19.550 en cuanto a que
la existencia de la sociedad puede acreditarse por cualquier medio de prueba,
incluso la de presunciones.
c) Siempre refiriéndonos a esta clase de sociedades, el art. 24 del Proyecto de
1998, dispuso que los socios responden frente a los terceros que contrataron con la
sociedad, como obligados simplemente mancomunados y por partes iguales, salvo
que la solidaridad con la sociedad o entre ellos o una distinta proporción resulten: a)
De una estipulación expresa respecto de una relación o un conjunto de relaciones;
b) De una estipulación del contrato social en los términos del art. 22 y c) De las
reglas comunes del tipo que manifestaron adoptar y respecto del cual se dejaron de
cumplir requisitos tipificantes o formales.
d) En materia de duración de esta clase de sociedades, el art. 25 previó que a
falta de estipulación por escrito del plazo de duración, cualquiera de los socios podrá

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pedir su disolución, notificándolo a la sociedad y a los demás socios. La sociedad
se disuelve de pleno derecho, seis meses después de la notificación a la sociedad.
Los demás socios, por lo menos, dos o más de ellos que representen la mayoría de
personas o de capital, pueden optar por continuar con la sociedad, pagándole al
saliente o a todos los salientes su participación de conformidad con lo dispuesto por
el art. 92 de la ley 19.550. La transferencia de las partes sociales y la exclusión o el
retiro de socios, deben inscribirse en el Registro de Actividades Especiales, para
producir efectos frente a terceros.
e) En lo que respecta al régimen de subsanación, los últimos párrafos del art. 25
contienen un procedimiento que la ley 26.994 ha reproducido casi textualmente en
el actual art. 25. Se dispuso al respecto y en forma textual que "Cuando la sociedad
hubiera sido constituida por contrato escrito con elección de un tipo, la omisión de
requisitos esenciales tipificantes o no tipificantes, la existencia de elementos
incompatibles con el tipo elegido o la omisión del cumplimiento de requisitos
formales, pueden subsanarse en cualquier tiempo durante el plazo de duración de
la sociedad previsto en el contrato. A falta de acuerdo unánime de los socios, la
subsanación puede ser ordenada judicialmente en procedimiento sumarísimo. En
caso necesario, el juez puede suplir la falta de acuerdo con la cláusula adecuada, la
que no podrá imponer mayor responsabilidad a los socios que no lo consientan. El
socio disconforme podrá ejercer el derecho de receso dentro de los diez (10) días
de quedar firme la decisión judicial, conforme al art. 92".
f) Finalmente, en lo que respecta a estos entes, se previó en el proyectado art.
26 que las relaciones entre los acreedores sociales y los acreedores particulares de
los socios, incluso en caso de quiebra, se juzgan como si se tratara de una sociedad
de alguno de los tipos previstos en el Capítulo II.
4. Tratándose de sociedades entre cónyuges, la redacción impuesta por el
Proyecto 1998 al art. 27 modificó sustancialmente el régimen de la ley 19.550,
permitiéndose a los esposos integrar sociedades por acciones, de responsabilidad
limitada y las reguladas en la Sección IV, sin adquirir en ningún caso responsabilidad
solidaria entre ellas o con la sociedad.
5. En torno a los herederos menores, en caso de muerte del causante y
existiendo un estado de indivisión forzosa, aquellos solo adquieren responsabilidad
mancomunada y limitada a los bienes que le pertenezcan en la explotación
económica y si se decide constituir una sociedad, los menores solo pueden ser
socios con responsabilidad limitada.
6. Se incluyó a las sociedades de la Sección IV entre aquellas —como las
colectivas, en comandita simple y de capital e industria— en que la muerte de un
socio resuelve parcialmente el contrato de sociedad, aunque se previó que "En las
sociedades colectivas, en comandita simple y en las previstas en la sección IV, es
lícito pactar que la sociedad continúe con los herederos. Dicho pacto obliga a éstos
sin necesidad de un nuevo contrato, pero pueden ellos condicionar su incorporación
a la transformación de su parte comanditaria".
7. En materia de disolución de la sociedad, se mantuvieron las causales
disolutorias previstas en el art. 94 de la ley 19.550, incluso la reducción a uno del
número de socios, pero como consecuencia de la recepción de la sociedad
unipersonal al universo legal societario, y como segundo párrafo de su inc. 8º se
previó expresamente que "Lo dispuesto precedentemente —esto es, la
responsabilidad ilimitada y solidaria del socio único— no será aplicable cuando el
socio único lo sea de una sociedad anónima o de responsabilidad limitada"

29 
 
Finalmente, y en este breve panorama de las normas que, en materia societaria,
previó el Proyecto de Código Civil de 1998, sus redactores incluyeron, en los arts.
138 a 164, un Título —el Título II— dedicado a las personas jurídicas en general,
que también, pero con menor intensidad, ha sido fuente directa e inmediata del
actual Código Civil y Comercial de la Nación. También incluyó, aquel proyecto y al
igual que éste, un completo régimen legal en materia de asociaciones civiles y
fundaciones (arts. 165 a 213), que nuestro derecho, al menos en torno a las
primeras, exigía imperiosamente.

§ 7. El Proyecto de reforma a la ley 19.550 del año 2004

En el año 2002, el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, por resolución


112/2002, creó una comisión de juristas que fue integrada originalmente por los
profesores Salvador Darío Bergel, Raúl Aníbal Etcheverry, Jaime Anaya y Julio
Otaegui —que renunció posteriormente—, quienes redactaron el anteproyecto de
reformas a la ley de sociedades comerciales, destinada a incorporar modificaciones
sustanciales al ordenamiento societario por entonces vigente.
Fue el denominado "Proyecto de 2004", una propuesta de reformas al régimen
societario de muy largos alcances, cuyas principales características fueron las
siguientes:
a) Se incorporó a las sociedades unipersonales, bajo el tipo de sociedades
anónimas o de responsabilidad limitada, previéndose que ésta siempre debían
constituirse por instrumento público. Sin embargo, se prohibió a una sociedad
unipersonal formar parte de otra sociedad de estas características.
b) Se permitió la constitución de sociedades comerciales para todo tipo de
sociedad, "cualquiera fuere su objeto".
c) A diferencia de los proyectos de 1991 y 1993, ratificó el ejercicio del control de
legalidad por parte del registrador mercantil, respecto a los documentos cuya
inscripción se requería.
d) Se previó la aplicación de los arts. 183 y 184 a todos las sociedades en
formación y se permitió la subsanación de las omisiones y de los defectos de
cualquier clase que pudiera exhibir el acto inscripto, a petición de parte, socios o
terceros interesados, e incluso por el Juez o la autoridad de control.
e) Se estableció la necesidad de adoptar el procedimiento más breve para la
sustanciación de las acciones judiciales previstas en la ley 19.550, suprimiéndose
la etapa de mediación previa obligatoria. Se permitió la inclusión de cláusulas
compromisorias y se dispuso el arbitraje obligatorio para la solución de los conflictos
producidos en las sociedades cotizantes, arbitraje que debía realizarse ante los
tribunales arbitrales permanentes organizadas por las bolsas de comercio o
mercado de valores.
f) Se sometió a las sociedades típicas que carecieran de requisitos esenciales
tipificantes, a las normas de las sociedades no constituidas regularmente.
g) En materia de irregularidad, se previó que las sociedades no constituidas con
sujeción a los tipos del Capítulo II de la ley 19.550, "con o sin contrato escrito", se
regirán por las normas de los arts. 21 a 26 y supletoriamente, por las normas de las

30 
 
sociedades colectivas. Asimismo, se permitió la invocación entre los socios las
cláusulas del contrato social referidas a la administración, representación y gobierno
de la entidad y en cuanto a la representación y con respecto a los terceros, el
Proyecto puso el uso de la firma social en manos de todos los socios, pero el contrato
social le puede ser opuesto a los referidos terceros, "cuando se pruebe que lo
conocieron efectivamente al tiempo del nacimiento de las relaciones jurídicas
disponibles por la autonomía privada".
h) También en materia de irregularidad societaria, se mantuvo el régimen de
responsabilidad ilimitada, solidaria y no subsidiaria de sus integrantes. Se admitió la
capacidad de adquirir bienes registrables y en materia de disolución y liquidación,
se adoptó la solución del Proyecto de Código Civil de 1998, ahora recogido por la ley
26.994, en cuanto a que cualquiera de los socios puede provocar la disolución de la
sociedad, cuando no media estipulación escrita del pacto de duración, notificándose
fehacientemente tal decisión a todos los socios, pero sus efectos se producirán de
pleno derecho entre los socios a los 90 días de la última notificación, con derecho
de los socios que desean permanecer en la sociedad, de pagar a los salientes su
parte social.
i) Tratándose de sociedades entre cónyuges, se permitió la constitución de
sociedades por acciones y de responsabilidad limitada, y si forman parte de
sociedades no constituidas regularmente, no existiría responsabilidad solidaria entre
ellos.
j) En materia de participación de sociedades en otras entidades, se adoptó un
régimen amplio, autorizándose a formar parte de sociedades del mismo tipo o de
otro, aún cuando difieran los regímenes de responsabilidad de los socios.
k) Se admitió la responsabilidad por apariencia, así como la responsabilidad de
quien difunde o consiente el empleo de cualquier medio idóneo para generar
confianza en la aparente solvencia de la sociedad por el implícito respaldo
patrimonial que se sugiere, induciendo a equívocos conducentes a la concesión de
recursos o de crédito.
l) Se previó la existencia de convenciones parasociales y se reglamentó su
existencia y funcionamiento, estableciéndose plazos máximos de duración (cinco
años).
m) Se incorporaron expresas normas en materia de grupos empresarios y de
control, imponiéndose concretas responsabilidades en caso de abuso.
n) Se aceptó que una persona jurídica pueda ser designada administradora o
integrante de un órgano de administración.
o) En materia de sociedades extranjeras, se modificó el art. 123 de la ley
19.550, previéndose la necesaria inscripción en los registros mercantiles locales de
las sociedades constituidas en el extranjero que adquieran inmuebles en la
República Argentina o que participen en sociedades locales con más del diez por
ciento del capital de la compañía local.
p) En torno a las sociedades de responsabilidad limitada, y sin perjuicio de otras
reformas de gran importancia, se estableció que cuando ellas fueran unipersonales,
su capital social debe ser integrado totalmente y en cuanto a los créditos que el socio
único tuviera contra la sociedad, su pago se subordinaría a la previa cancelación de
los créditos de los terceros. Idéntica solución se estableció para las sociedades
anónimas unipersonales. Por otro lado, se previó la existencia de una sindicatura
obligatoria en las sociedades de responsabilidad limitada de un solo socio, obligando
al síndico a firmar las actas de gerencia cuando el socio único fuera el gerente de la

31 
 
sociedad. Finalmente, se permitió a los socios que representen más del veinte por
ciento del capital social, la designación judicial o arbitral de un auditor externo, a
cargo de los peticionantes, sin perjuicio del derecho de reintegro por la sociedad en
caso de comprobarse irregularidades.
q) En materia de sociedades anónimas, se previó un régimen especial para los
aportes irrevocables a cuenta de futuras emisiones y de préstamos de los socios,
así como la emisión de acciones destinadas al personal.
r) Se prohibió, para estas sociedades, la asistencia financiera, la concesión de
créditos o el otorgamiento de garantías para la adquisición o suscripción de sus
propias acciones o de su controlante.
s) Tratándose de asambleas de sociedades anónimas, se amplió la competencia
de las asambleas ordinarias, en especial para tratar todo lo referido a la disposición
o gravamen de todo o parte sustancial de los activos de la sociedad, el otorgamiento
de garantías reales o personales respecto de las obligaciones de terceros o la
constitución y participación en sociedades unipersonales, con ciertos límites.
t) En materia de sociedades anónimas unipersonales, se estableció que la
existencia de la sindicatura no podrá ser prescindida.
u) Se reguló la existencia y actuación de un comité de auditoría cuando la
sociedad se encuentre comprendida en el art. 299 inc. 1º, ejerciendo las funciones
de fiscalización interna.
Puede afirmarse, sin el menor margen de dudas, que el Anteproyecto de
Reformas a la Ley de Sociedades Comerciales del año 2004, que nunca tuvo
tratamiento legislativo, más allá de algunas graves omisiones —como por ejemplo,
la de adecuar el régimen legal en materia de sociedades extranjeras a la ilegítima y
fraudulenta operatoria off shore que por ese entonces era de uso corriente entre la
clase dirigente nacional— fue la mejor y más completa iniciativa de reformas al
régimen societario argentino desde la sanción de la ley 22.903, cuyo método
legislativo fue imitado, en tanto el Anteproyecto del 2004 se limitó a recoger las
inquietudes de la doctrina nacional en torno a determinadas cuestiones
controvertidas y a cubrir y reglamentar los vacíos legales que ofrecía la ley 19.550 a
los treinta años de su vigencia, recogiendo la jurisprudencia de nuestros tribunales,
sin caer en la tentación de adoptar soluciones previstas en el derecho extranjero,
como había ocurrido con los proyectos de la década del 90, con total olvido que la
operatoria comercial en general y la actuación societaria, en particular, no se inspira
en las prescripciones del legislador sino en concretas necesidades del tráfico
mercantil y en la idiosincrasia de aquellos a los cuales las normas están destinadas.

§ 8. La ley 26.994 de reformas al régimen societario nacional del año 2014

Sobre el contenido de esta ley se referirán con alguna profundidad, los capítulos
siguientes de este libro, donde se hace un análisis exegético de la ley 19.550 o "Ley
General de Sociedades", que incluye las reformas efectuadas por la ley 26.994.
Basta afirmar, al respecto, que la ley 26.994, derogatoria de los Códigos Civil y
de Comercio, así como modificatoria de la legislación complementaria, como lo es
la ley 19.550, ahora denominada "Ley General de Sociedades", ha modificado el

32 
 
régimen societario argentino, y lo ha hecho desde dos puntos de vista diferentes,
esto es, mediante la incorporación en el Código Civil y Comercial de la Nación de
un título especial dedicada a las personas jurídicas en general (Título II del Libro I
del nuevo ordenamiento), que incluye normas de aplicación obligatoria a las
sociedades previstas en la ley 19.550, y a través de una concreta modificación de
algunas disposiciones de esta ley, llevando adelante una reforma que a mi juicio ha
sido insatisfactoria e insuficiente.
Coincido y apoyo la necesidad de una actualización al régimen societario
argentino, pero considero que con la incorporación de las sociedades unipersonales
o la modificación —contra su propia naturaleza— del régimen de las sociedades no
constituidas regularmente y de las sociedades atípicas, este original aggiornamiento
no ha cumplido ninguna de las expectativas creadas en torno a una adaptación del
derecho de las sociedades a las épocas que vivimos y a las necesidades de las
prácticas corporativas actuales, que día a día crea y origina nuevas actuaciones
cuya regulación se torna por lo general necesaria, a los fines de evitar todo tipo de
abusos.
Nadie, salvo los autores de los proyectos de unificación del derecho civil y
comercial, exigió la modificación del régimen de las sociedades previstas en la
Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, salvo algunos retoques en torno a la
oponibilidad del contrato entre los socios y la capacidad para adquirir bienes
registrables, no en beneficio de la sociedad irregular y de hecho sino de los terceros
que contratan con ella. Nuestra tradición jurídica había aceptado, con sólidos y
lógicos fundamentos, la responsabilidad solidaria e ilimitada de sus integrantes, sin
posibilidad de invocar el beneficio de exclusión, pues ello era la contrapartida de la
infracción a las normas que, en materia de constitución regular de las sociedades,
sus miembros habían incumplido, negando toda transparencia a su acto constitutivo.
Pero ahora, transcribiendo casi textualmente el Proyecto de Código Civil de la
República Argentina de 1998, que por algo nunca fue sancionado, se consagra una
responsabilidad mancomunada y por partes iguales de quienes integran esta
especial clase de sociedades, incurriéndose en una de las mayores contradicciones
que exhibe nuestro derecho privado, pues mientras los integrantes de una sociedad
en formación —en la cual sus fundadores están cumpliendo los procedimientos
necesarios para obtener la constitución regular— asumen en principio una
responsabilidad rigurosa en materia de actuaciones societarias efectuadas en
cumplimiento del objeto social (arts. 183 y 184 LGS), los integrantes de los entes
comprendidos en los arts. 21 a 26 de la ley 19.550, que incumplieron
voluntariamente esas claras exigencias de publicidad y oponibilidad, obtienen el
privilegio de gozar con uno de los regímenes más beneficiosos en materia de
responsabilidad frente a terceros por las obligaciones sociales, esto es, la
mancomunidad y como si ello fuera poco, por partes iguales y sin solidaridad en
caso de insolvencia de alguno de sus consocios.
Tampoco se entiende la obsesión del legislador del año 2014 por la modificación
del régimen de las sociedades atípicas, aunque debo reconocer que esa
preocupación viene desde el proyecto de unificación del derecho civil y comercial
del año 1987, cuando la experiencia demuestra que, en nuestro país, los anales de
jurisprudencia no han registrado, en más de ciento cincuenta años de legislación
patria, un solo caso de sociedades atípicas o carentes de requisitos esenciales
tipificantes. Puede sí coincidirse en que el derogado régimen del art. 17 de la ley
19.550, que condenaba a las sociedades atípicas a la nulidad y a su inmediata
liquidación podía configurar una solución un tanto exagerada, pero de allí a priorizar
la inclusión de estas sociedades en la sección reservada a las sociedades no

33 
 
constituidas regularmente, por sobre otras cuestiones mucho más trascendentes y
tangibles, constituyó un verdadero desacierto.
La necesidad de una reforma a la ley 19.550 no pasaba por la incorporación de
las sociedades unipersonales ni por la bonificación del régimen de las ahora
denominadas sociedades de la Sección IV del Capítulo I de dicha ley. Las primeras,
esto es, las sociedades unimembres, y como veremos en el capítulo
correspondiente de este libro, ha sido solo aspiración de cierta doctrina nacional,
ferviente admiradora de la legislación norteamericana y europea y por lo general
proclive a la defensa de los intereses corporativos, pues al abogado de visita diaria
a los tribunales, esta cuestión no solo le importa muy poco, sino que, por el contrario,
considera a las sociedades unipersonales como un instrumento de fraude y de
simulación, sin comprender como y de qué manera la inclusión de esta figura en la
legislación argentina pueda favorecer la economía nacional o incentivar el tráfico
mercantil. En cuanto a las segundas, era preferible, antes de reformular el régimen
de las sociedades no constituidas regularmente, abocarse a otros temas, como la
bonificación del funcionamiento de los órganos sociales y la protección de los
terceros que, de una manera u otra, se relacionan o vinculan con éstas. Me refiero
concretamente a la necesidad de facilitar y simplificar el funcionamiento de las
sociedades, eliminando ciertas exigencias que hoy carecen de todo sentido. A título
de ejemplo, nadie puede hoy negar que la publicación de edictos para anoticiar la
convocatoria a asamblea de accionistas en las sociedades no cotizantes pueda ser
perfectamente reemplazada por una notificación fehaciente dirigida al último
domicilio constituido por los accionistas. Del mismo modo, la exigencia de
unanimidad para adoptar acuerdos sociales en las denominadas asambleas
unánimes también constituye un requisito excesivo de validez de esta clase de
asambleas. Afortunadamente, parte de estas deficiencias que exhibe hoy nuestra
ley general de sociedades han sido solucionadas mediante expresas normas que el
Código Civil y Comercial de la Nación ha previsto en el título dedicado a las personas
jurídicas, mediante normas imperativas que las tornan obligatorias a las sociedades
(art. 150 CCyCN) y me refiero concretamente a la posibilidad de celebrar reuniones
de socios o asambleas a distancia o de llevar a cabo las mismas mediante el sistema
de autoconvocatoria (art. 158 del CCyCN), solución que la doctrina nacional ha
reclamado en forma insistente.
Pero es en materia de protección de los terceros vinculados con la sociedad
donde se nota una gran orfandad normativa, que requiere un inmediato
remozamiento de las soluciones previstas en la ley 19.550, por ejemplo, en materia
de responsabilidad de socios, accionistas y administradores por infracapitalización;
la necesidad de legislar sobre aportes irrevocables, imponiendo su capitalización en
forma inmediata y estableciendo un régimen de subordinación en cuanto a la
devolución de los fondos a los aportantes, para el caso no resolverse la aludida
capitalización. Asimismo, es notoria la desactualización de las normas de la ley
19.550 en materia de sociedades constituidas en extranjero, que se han quedado
en lo formal, persistiendo el legislador en ignorar los fraudulentos negocios que se
concretan todos los días a través de sociedades simuladas, generalmente
constituidas en el exterior y más concretamente en guaridas fiscales, negándose a
reformular el actual art. 124de la ley 19.550, que hoy no constituye ningún freno para
evitar este tipo de maniobras, que la realidad nos ha exhibido como actuaciones
cotidianas de muchos empresarios, como lo releva la existencia de los "Panamá
Papers", que compromete actualmente a muchas figuras del actual gobierno y no
menor cantidad de prominentes empresarios. Finalmente, la necesidad de dedicar
una normativa especial a las denominadas sociedades de familia constituye un
débito normativo que debe saldarse a la mayor brevedad, para evitar la destrucción

34 
 
de pequeñas y medianas empresas, cuyo funcionamiento es generalmente afectado
por problemas de índole familiar más que societario.
La eliminación del control de legalidad del registrador societario por la ley
26.994, modificando la redacción original del art. 6º de la ley 19.550, resucitando el
viejo anhelo de los autores del anteproyecto de reformas a la ley 19.550 del año
1991, es el mejor ejemplo de la desprotección que hoy sufren los terceros en esta
materia, entre los cuales quedan también comprendidos los herederos de los
integrantes de la sociedad, quienes eventualmente deberán ingresar a la sociedad
en caso de fallecimiento de uno de ellos, adhiriendo a un contrato que nunca
celebraron. El control de legalidad del registrador mercantil, que ya veía impuesto
desde la sanción del Código de Comercio de 1862, mantenido por en el Código de
1889 y que fue ratificado expresamente por la ley 19.550, constituye la mejor
manera de evitar litigios futuros, pues la facultad que otorga la ley de observar la
inclusión de cláusulas de dudosa legitimidad, por parte de un organismo estatal
especializado, constituye un eficaz procedimiento para prevenir todo tipo de
nulidades posteriores o la generación de daños futuros. La adecuación del capital
social al objeto, la exigencia de que los fundadores de la sociedad sean verdaderos
interesados en trabajar en sociedad y no meros testaferros de un empresario
individual etc., son manifestaciones de ese control de legalidad, sin el cual la
registración mercantil pierde todo sentido.
Con otras palabras, la relación inescindible que existe entre la inscripción de un
documento en el Registro Público y el control de legalidad que sobre éste deberá
efectuar el encargado del aludido registro, impide siquiera considerar la existencia
de un registro buzón, donde se supone que el funcionario que se encuentre a su
cargo debe limitar a sellar el documento y ponerlo a disposición de cualquier
interesado, pues mal puede predicarse, para justificar la existencia de este tipo de
registros, la necesidad de someter el obrar de los individuos al juzgamiento por los
jueces de la Constitución Nacional, a los fines de corregir las desviaciones del orden
jurídico, cuando existen mecanismos tendientes a impedir la consumación del
perjuicio y evitar que los ciudadanos pierdan su tiempo, su patrimonio y a veces su
salud, esperando una sentencia judicial que demora años en ser dictada, esto es
cuando —como escribió Gonzalo Curiel en el inolvidable bolero "Vereda Tropical"—
, "los ojos mueren de llorar y el alma muere de esperar".
Por otra parte, y sin pretender agotar los errores y las omisiones de la ley
26.994, tampoco ha sido feliz el legislador con las cientos de sociedades civiles que
con motivo de la unificación del derecho civil y comercial y la concentración de la
normativa societaria en la ley 19.550, han quedado sin legislación específica, pues
su certificado de defunción merecía un tratamiento más digno y completo y no su
mera inclusión tácita en la Sección IV del Capítulo I de la ley general de sociedades,
con los gravísimos problemas de interpretación que estas normas generan. No debe
olvidarse que nuestro país carece de una normativa específica en materia de
sociedades de profesionales, cuyas especiales características no parece adecuarse
a los tipos previstos por la ley 19.550, habida cuenta la imposibilidad legal de sus
integrantes de limitar su responsabilidad por la mala praxis incurrida, que siempre
es individual y que no puede trasladarse, por obviedad, a una persona jurídica, a
quien ninguna reglamentación permite otorgar títulos habilitantes para el ejercicio de
una profesión determinada.
Finalmente, resulta inverosímil y demuestra el apresuramiento en la sanción de
las reformas a la ley 19.550, el hecho de que, no obstante haberse derogado por el
Código Civil y Comercial de la Nación o por la propia ley 26.994, algunas figuras
incluídas en la ley de sociedades y/o modificado algunas disposiciones legales

35 
 
contenidas en la misma, no se modificaron determinadas disposiciones de la ley
19.550 que hacen referencia a las normas derogadas o modificadas del
ordenamiento legal societario, lo cual constituye, cuanto menos, una llamativa
desprolijidad. A modo de ejemplo citaremos las siguientes:
1) A pesar de que la denominación del "Registro Público de Comercio", vigente
en la República Argentina desde la sanción del Código de Comercio (1857/1862)
fue modificada por la ley 26.994 por "Registro Público", la actual versión de la Ley
General de Sociedades, sigue conteniendo infinidad de referencias al "Registro
Público de Comercio", que debieron ser adaptadas a la nueva legislación.
2) La lógica derogación de los contratos asociativos de la ley 19.550 torna
absurdo el nuevo texto del art. 30, cuando permite a las sociedades anónimas y en
comandita por acciones formar parte de sociedades por acciones y de
responsabilidad limitada, aclarando el nuevo texto de la norma que "También podrán
ser parte de cualquier contrato asociativo", los cuales como ya hemos referido, no
se encuentran más legislados en la ley 19.550, sino en el Código Civil y Comercial
de la Nación.
3) Si las sociedades accidentales y en participación fueron también derogadas
del ordenamiento societario por la ley 26.994, debió eliminarse la referencia
efectuada por el art. 90 de la ley 19.550, que dispone que en las sociedades
colectivas, en comandita simple, de capital e industria "y en participación", la muerte
de un socio resuelve parcialmente el contrato.
4) La eliminación del estatuto del comerciante por el Código Civil y Comercial de
la Nación —que a nuestro juicio es un verdadero desacierto—, obligaba a derogar
el art. 264 primer párrafo de la ley 19.550, en cuando prohíbe ejercer el cargo de
directores y gerentes, a "quienes no pueden ejercer el comercio", que estaban
enumerados en el derogado art. 22 del Código de Comercio.
5) La referencia que hace el art. 218 de la ley 19.550 en su tercer párrafo, cuando
se refiere al ejercicio de los derechos de socio por parte del nudo propietario, y que
sufre una excepción en materia de "usufructo legal", constituye una norma que
carece hoy de todo fundamento, habida cuenta que el Código Civil y Comercial de
la Nación ha eliminado el régimen de la patria potestad, del cual el "usufructo legal"
de los bienes del menor, era una aplicación concreta de dicha institución.

INTRODUCCIÓN (SEGUNDA PARTE)

ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA JURISDICCIÓN MERCANTIL Y


EL CONFLICTO SOCIETARIO

36 
 
§ 1. La jurisdicción mercantil en la Ciudad de Buenos Aires

1.1. Como es conocido por todos, al menos quienes se dedican al derecho


mercantil, tanto en las aulas como en los tribunales, desde el medioevo hasta el
siglo XIX, los conflictos mercantiles eran resueltos por tribunales especiales
integrados generalmente solo por comerciantes, cuya integración era objeto de
especial atención en los estatutos medievales. Como ilustra el profesor Isaac
Halperin en su célebre Curso de Derecho Comercial(8), estos tribunales, llamados
"consulares" por la designación que recibían sus integrantes (cónsules), también
existieron en España y fueron trasladados a América.
En nuestro país, los litigios entre comerciantes eran resueltos por la Audiencia
de Buenos Aires, creada en el año 1661, que funcionó hasta la erección del
Consulado, en 1789, dentro del cual fue creado, en el año 1794, el célebre Tribunal
del Consulado, integrado por comerciantes, que resolvían los conflictos sin formas
jurídicas y sentenciaban "a verdad sabida y buena fe guardada"(9). Ello aconteció
hasta el año 1882, en donde se modificó dicho sistema, reemplazándose a los
jueces legos por la designación de jueces mercantiles letrados, aunque desde el año
1857, la alzada del tribunal consular había sido la Cámara de Apelaciones en lo
Criminal, Correccional y Comercial, lo cual duró hasta el año 1910, oportunidad en
que se creó la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, originalmente
integrada por cinco miembros, y que hoy cuenta con 18 miembros, debiendo
recordarse que, desde su misma creación, dicho Tribunal ha contado con muy
prestigiosos juristas que han honrado la administración de justicia, como Alfredo
Colmo, Carlos Malagarriga, Isaac Halperin, Carlos Juan Zavala Rodríguez,
Alejandro Vásquez, Horacio Duncan Parodi, Jaime Anaya, Carlos Varangot, Enrique
Manuel Butty, etc.
1.2. Actualmente, y al menos en el ámbito de la Ciudad de Buenos Aires, el
sistema de resolución judicial de los conflictos entre comerciantes o referidos a la
materia mercantil, resulta totalmente insatisfactorio, y las razones para llegar a esta
conclusión son muchas y de muy distinta naturaleza.
En primer lugar, la justicia impartida por tribunales consulares o integrados por
comerciantes, al menos aseguraba que quienes resolvían el caso conocían de la
materia sobre la cual versaba el entuerto. El déficit que ofrecía el sistema radicaba
en el carácter lego de los jueces o árbitros, pues ignoraban el derecho mercantil,
cuyo conocimiento es, a mi juicio, de fundamental relevancia para resolver los
conflictos entre empresarios.
El reemplazo de los jueces legos por jueces letrados, allá por el año 1882
aseguró que la falta de conocimiento práctico de la actividad mercantil por parte de
los jueces letrados, pudiera ser suplida por la experiencia profesional pues el art. 6º
del antiguo decreto-ley 1285/1958, de "Organización de la Justicia Nacional", en su
versión original, requería que para ser juez nacional de primera instancia —entre
otros requisitos— era necesario haberse desempeñado durante cuatro años en el
ejercicio de la profesión de abogado. Sin embargo, la ley 14.480, complementaria
de dicho decreto, reemplazó el efectivo ejercicio de la profesión de abogado por el
desempeño de funciones internas en el Poder Judicial(10), lo cual constituyó un
gravísimo error cuyas consecuencias todavía padecemos, en especial en lo que se
refiere a la integración de la justicia mercantil, pues a partir de allí, gran parte de los
jueces mercantiles exhibieron y exhiben un doble déficit: nunca ejercieron el
comercio, porque lo tienen expresamente prohibido y tampoco ejercieron la
profesión de abogados, lo que les hubiera permitido adquirir alguna experiencia

37 
 
práctica del tráfico mercantil en todos sus aspectos, que por lo general se limita a la
celebración de contratos para su consumo particular o de su familia.
La falta de experiencia en una materia que requiere conocimientos especiales,
como es la actividad mercantil, en todos sus aspectos, constituye un grave debito
de la actual justicia comercial, que no puede reemplazarse con el estudio de textos
legales ni tampoco apelando exclusivamente a la lectura de la jurisprudencia del
mismo tribunal. Mal puede entenderse —desde los libros— la dinámica de un
concurso de acreedores, si no se ha participado jamás en una negociación colectiva
y tampoco puede ser entendido, en su plenitud, el funcionamiento de una asamblea
de accionistas o de una reunión de directorio de una sociedad comercial si jamás se
ha concurrido a ellas, ni se sabe, salvo por las exposiciones hechas en los escritos
de demanda de juicios de impugnación de asambleas, como se manifiesta y cuáles
son las consecuencias que se derivan de un conflicto societario en el seno de una
compañía mercantil.
Las consecuencias de este estado de cosas, esto es, jueces que no conocen en
la práctica la dinámica del comercio, ha producido un efecto negativo en la
administración de justicia ante la existencia de pleitos vinculados a la legislación
comercial en general y societaria en particular, pues repercute en la calidad de las
sentencias y en la demora que por lo general exhiben los pleitos entre comerciantes.
En cuanto a esto último, mal puede adjudicarse exclusivamente al Poder Judicial
la responsabilidad por la justicia tardía, que —en términos generales y sin perjuicio
de otros factores, cuya importancia no cabe descartar— encuentra su primera
explicación en un antiquísimo sistema de organización del proceso y en el cual la
celebración de estériles y permanentes audiencias de conciliación, que por lo
general están condenadas al fracaso, son moneda corriente y que llegan a
convocarse incluso cuando el expediente se encuentra en estado de dictar la
sentencia definitiva o incluso por el tribunal de alzada, demorando indefinidamente
la conclusión del litigio. Por mi parte, fui de opinión que la sanción de las sucesivas
leyes de mediación obligatoria, a partir del año 1994, iban a poner fin a la actuación
del "juez conciliador", y que todo propósito de acordar una solución extrajudicial al
conflicto iba a ser encarrilada dentro de esta nueva legislación, pero
lamentablemente ello no ha sido así, pues hasta la Cámara de Apelaciones no ha
sido ajena a esta práctica que olvida que la función del juez es fundamentalmente
la de resolver conflictos a través de sentencias definitivas y rápidas y no la de
intentar transacciones o conciliaciones en cualquier etapa del proceso, como hoy
lamentablemente sucede, y cada vez con mayor frecuencia.
La mejor prueba de la demora en la conclusión de los pleitos y la responsabilidad
del Tribunal la encontramos —fundamentalmente— cuando se trata de cuestiones
de competencia, en la cual el orden de prioridades entre el justiciable y el magistrado
difieren considerablemente, pues mientras que para el primero le es por lo general
indiferente la persona del juez que va a resolver la causa, para el segundo esa
cuestión asume una trascendencia fundamental, de mucho más importancia que
brindar al ciudadano el derecho de obtener la resolución de sus conflictos de una
manera rápida y efectiva. Repárese que un conflicto de competencia, que termina
siendo dirimido por el tribunal de alzada, previo conocimiento del Ministerio Público,
insume, cuanto menos, un largo período de tiempo durante el cual el expediente no
tiene otro movimiento que el antes referido, mientras tanto el justiciable,
transcribiendo a Scalabrini Ortiz, está solo y espera.
Vinculado con lo anterior, otro ejemplo de la diferente mirada que existe entre los
jueces y los ciudadanos en torno al proceso judicial y su fundamental objetivo de

38 
 
dictar una rápida sentencia, lo advertimos cuando se trata de diversos expedientes
que pueden englobarse en un mismo conflicto societario, dentro del cual se suceden
ininterrumpidamente medidas preliminares, pedidos de exhibición de libros,
requerimientos de convocatoria judicial a asambleas, acciones impugnatorias de
nulidad de actos societarios y acciones de remoción y responsabilidad de los
administradores, etc., y si bien existe una jurisprudencia más o menos homogénea
que predica la necesidad de tramitar todos los expedientes ante un mismo tribunal,
lo cierto es que esa corriente jurisprudencial es por lo general ignorada por los jueces
de primera instancia, lo que provoca una cuestión de competencia que no se
resuelve en menos de seis meses, plazo durante el cual, para desesperación de la
parte actora, ni siquiera se adoptan medidas cautelares, a pesar de la clara
disposición del Código Procesal que impone una actuación contraria (art. 196).
En lo se refiere al contenido de las sentencias, la inexperiencia de los jueces
mercantiles sobre la realidad del tráfico mercantil, ha llevado a crear, por el mismo
tribunal, una serie de dogmas, clisés o muletillas que, a pesar de que no se
encuentran mencionados por la ley, son utilizados por dichos magistrados en todas
sus resoluciones y sentencias —en especial, aunque no exclusivamente, para
denegar medidas cautelares— y que por lo general van a contrapelo de lo que
sucede en un mundo que —se repite— no se conoce desde la magistratura. Ello es
moneda corriente en materia de derecho societario y me refiero concretamente a las
corrientes jurisprudenciales que, en materia societaria tiene, para la magistratura,
mucho mayor valor que la ley y predican, al menos como principio general, la
inimpugnabilidad de las decisiones asamblearias que aprueban los aumentos del
capital social y la remoción con causa de los directores o gerentes de sociedades
comerciales o —entre otros tantos casos— la improcedencia de la suspensión
provisoria de la ejecución de los acuerdos sociales que han aprobado los estados
contables; del mismo modo, forman parte de esos incontables dogmas, aquellos que
exigen para el dictado de medidas cautelares el cumplimiento de determinados
requisitos que la ley 19.550 tampoco requiere; que aplican criterios restrictivos
donde tampoco existen disposiciones legales que lo consagren, o que priven a un
determinado recurso previsto por el ordenamiento societario vigente, como lo es la
acción individual de responsabilidad de los administradores societarios, de toda
posibilidad de aplicación práctica, al exigirle a dicha acción de determinados
requisitos ausentes de la ley vigente. Finalmente, y sin querer agotar el enorme
arsenal de esas "disposiciones generales", a los que el legislador mercantil, ya en
el Código de Comercio de 1862, así como en el hoy el derogado Código de
Comercio de 1889, se había pronunciado negativamente en el art. III del Título
Preliminar de este último ordenamiento, pero que —como hemos manifestado—
gozan de mucho más valor, a la hora de fundar las resoluciones judiciales, que el
propio texto legal, que ante esos dogmas, pasa a convertirse en una fuente de
derecho de segunda categoría.
Así advertimos también que las elucubraciones de los magistrados mercantiles,
cuando se trata de resolver conflictos societarios, discurren por carriles que son
completamente desconocidas por la gente común o por quienes tienen concreta
experiencia en el negocio societario. En tal sentido, las reflexiones sobre el "interés
social", y sus no menos artificiales distinciones —interés social objetivo y subjetivo—
o la recurrencia a la doctrina del "órgano", son cuestiones alejadas de toda realidad,
basadas en meras abstracciones a los cuales los magistrados —salvo aquellos que
tienen alguna experiencia en el ejercicio de la profesión de abogado— que por lo
general conducen a resultados injustos y llenan de perplejidad a los destinatarios de
las sentencias.

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Como otros ejemplos de lo expuesto, no puede dejar de mencionarse aquellos
"principios generales" —creados por la jurisprudencia— que sostienen, a rajatabla,
que el instituto de rendición de cuentas no es aplicable al negocio societario; que la
suspensión provisoria de los derechos del socio que se pretende excluir solo es
medida cautelar a la cual puede recurrir la sociedad pero nunca otro socio a título
particular; que no se puede suspender una asamblea cuya convocatoria adolece de
graves irregularidades, o de decisiones asamblearias que ya fueron ejecutadas y
que corresponde ser prudentes y restrictivos a la hora de aplicar la figura de la
inoponibilidad de la personalidad jurídica prevista por el art. 54 de la ley
19.550, cuando nadie ni nada puede imponer al juzgador un determinado estado de
ánimo al momento de resolver.
Todo parece que este recurso de la magistratura mercantil, de suplir con dogmas
la falta de experiencia práctica en una determinada materia, ya viene de lejos en la
historia del derecho argentino, pues cuando, a mediados del siglo diecinueve, en el
año 1862 se sancionó el Código de Comercio, que prohibía expresamente a los
jueces que debían aplicar dicho cuerpo normativo, emitir disposiciones o
recomendaciones generales, por ser ello materia propia del Poder Legislativo y no
del Poder Judicial, cuyos integrantes debían limitarse al caso concreto que los
ocupaban. Todas estas normas que, reiteradas en la reforma efectuada en el año
1889 al Código de Comercio han sido lamentablemente ignoradas en el actual
Código Civil y Comercial de la Nación, aunque podrían sostener cualquier recurso
de nulidad interpuesto contra las resoluciones o sentencias que exhiben dichos
dogmas o "disposiciones generales" como único argumento de los veredictos que
las incluyen.
La mejor prueba de lo expuesto la encontramos precisamente en materia de
inoponibilidad de la personalidad jurídica de las sociedades comerciales, que es una
figura expresamente prevista en la ley 19.550 y ahora por el Código Civil y Comercial
de la Nación, pero que los jueces en lo civil y en lo laboral la aplican con mucho
mayor criterio y precisión que los jueces mercantiles, precisamente porque cuando
tienen que resolver casos de desaparición o de trasvasamiento societario, fraude
laboral, conyugal o sucesorio consumado a través de sociedades comerciales, no
se detienen interpretaciones exegéticas de la ley ni en elucubraciones dogmáticas,
así como tampoco en absurdos criterios restrictivos o en la tan mentada prudencia
de los jueces, a los cuales recurren permanentemente nuestros magistrados con
competencia en materia mercantil, absolviendo muchas veces a los responsables
de claras maniobras de insolventación o vaciamiento empresario mediante la
utilización de argumentos meramente conceptuales.
Al respecto, mientras que a los integrantes de los tribunales del trabajo no les ha
temblado la mano para sancionar con la responsabilidad solidaria e ilimitada a
quienes han hecho mal uso de las sociedades comerciales, a las cuales han
recurrido sus integrantes para limitar su responsabilidad y no afrontar con plenitud
los riesgos empresarios, nuestros jueces mercantiles discuten sobre la aplicación
del criterio restrictivo del instituto previsto en el art. 54 de la ley 19.550 o exigen el
cumplimiento de ciertos requisitos —la acabada demostración de la insolvencia de
la sociedad deudora, por ejemplo— no previstos por dicha norma y otro tanto ha
sucedido con el flagelo de la operatoria off shore que asoló nuestro país desde la
década del 90 y que nuestros tribunales mercantiles tardaron años en advertir, hasta
que la tragedia de Cromagnon, en el año 1994, les mostró descarnadamente una
realidad de la cual nunca se habían percatado y que, pese a ello aún en estas
épocas algún tribunal de alzada mercantil se niega increíblemente a reconocer(11).
Más recientemente, la aparición de los "Panamá Papers" en el mes de Abril de 2016,

40 
 
ha renovado esta polémica, al encontrarse seriamente comprometidos en delitos de
lavado de dinero y evasión fiscal a través de estos ilegítimos instrumentos
societarios, encumbrados funcionarios del actual poder ejecutivo nacional, para lo
cual la aplicación de la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica
constituye el instrumento más eficaz que nos suministra el derecho privado.
c) El desconocimiento de las prácticas mercantiles y fundamentalmente del mal
uso de las instituciones comerciales ha llevado incluso a los tribunales mercantiles
a admitir la validez de cuestionables actuaciones, como sucede con la figura del
pacto de sindicación de acciones, cuya validez solo es reclamada por ciertos
sectores de una doctrina, más preocupada en los bolsillos del empresario que en la
seguridad jurídica de la población en general, mediante el cual se pretende suplantar
la voluntad de los socios, expresada en un estatuto o mediante una asamblea de
accionistas por un acuerdo privado entre determinados integrantes de una compañía
comercial, celebrado a espaldas de la propia sociedad y de los grupos minoritarios
que integran dicho ente. Del mismo modo, la increíble devoción que —hoy por hoy—
los tribunales comerciales exhiben en torno al instituto del arbitraje, demuestra una
posición incomprensible y contradictoria, cuando es conocido por todos que el
arbitraje no institucional es un mecanismo elitista y carísimo de resolución de
conflictos, elegido precisamente por una suerte de "club de amigos" que por lo
general denuestan al Poder Judicial de la Nación, buscando en la justicia privada lo
que difícilmente pueden obtener a través de jueces de la República.
El lenguaje utilizado por los jueces mercantiles en sus resoluciones revela
también hasta que punto existe un enorme abismo entre ellos y los demás
ciudadanos de la República Argentina, y lo más extraño de ello es que quienes
utilizan esa extraña manera de expresarse no hablan así en sus relaciones
personales. De la misma manera, resulta incomprensible la permanente utilización
del latín en las sentencias judiciales, la cual es una lengua muerta desde hace mas
de dos mil años y que —también por lo general— quienes recurren a esas citas no
hablan ni entienden ese idioma. No desconocemos que con ello algunos
magistrados pretenden dar a sus veredictos un toque de erudición y de cultura, pero
ello lo es para el dudoso lucimiento del magistrado que los redacta, pues a los
justiciables poco favor se les hace cuando sus litigios se resuelven a través de una
sentencia de muy difícil o incomprensible lectura. Por otro lado, y si bien ello no
importa desconocer la enorme influencia del derecho romano en las legislaciones
de Occidente, fundar hoy un fallo en instituciones o brocardos utilizados en la
antigüedad, parece más una excentricidad que una manera adecuada de resolver
eficazmente los conflictos entre seres humanos.
Precisamente y dentro de esa extraña manera de resolver, se encuentran
también las sentencias que se asemejan más a un artículo de doctrina o a un
capítulo de un libro jurídico, y que incluyen disquisiciones teóricas que hacen
interminable la lectura de las resoluciones judiciales, en lugar de entrar a resolver
directamente sobre las diferencias que separan a las partes, olvidándose de
supuestas naturalezas jurídicas que nada tienen que hacer en una resolución
judicial. Este extraño estilo en la manera de dirimir conflictos no es de larga data,
sino que comenzó a utilizarse hacia finales de la década del 70 del siglo veinte, pero
hoy es patrimonio de casi todas las sentencias definitivas que ponen fin al pleito, en
las cuales, el juez, llamado a resolver —a título de ejemplo— sobre los daños y
perjuicios producidos por una resolución contractual, se detiene y explaya
largamente sobre la naturaleza del contrato que ha ligado a las partes, destacando
sus requisitos y los derechos y obligaciones de las partes, con abundante cita de
autores locales y fundamentalmente extranjeros —por ser ello mucho más

41 
 
sofisticado—, cuando el objeto del pleito estaba ya determinado y no existía la menor
controversia sobre aquellas cuestiones, sobre las cuales el magistrado interviniente
perdió tiempo y esfuerzos.
Del mismo modo, la permanente utilización de citas de doctrina para fundar las
resoluciones judiciales es otra característica de la época que vivimos, en especial
cuando se recurre a la doctrina extranjera para resolver controversias planteadas
entre comerciantes locales, en donde esta doctrina —en principio— no tiene
absolutamente nada que hacer. Recuerdo una sentencia dictada en el marco de un
conflicto societario, en donde el Tribunal de Alzada recurrió a 18 citas de obras de
autores extranjeros y solo dos citas de jurisprudencia local, cuando el tema objeto
del litigio se refería concretamente a una impugnación asamblearia de una sociedad
anónima cerrada local y algunas cuestiones de derecho contable, que encuentran
expreso tratamiento en la ley 19.550 o en el por entonces vigente Código de
Comercio. Yo pregunto al lector, cual es el sentido de recurrir a doctrinarios
españoles, franceses o italianos para dirimir conflictos entre habitantes de este país,
cuando las legislaciones y realidades entre esos países son muy diferentes. Y qué
decir, para terminar con este tópico, con las inveteradas "auto-citas" o "auto-
referencias" que tanto nos tienen acostumbrados algunos magistrados, quienes
fundan sus resoluciones, tanto interlocutorias como definitivas, casi exclusivamente
en sus propios trabajos de doctrina o en los fundamentos de fallos anteriores,
exhibiendo una egolatría inadmisible que no se justifica en ningún ámbito de la vida.
d) Todo lleva a la evidente conclusión que el ejercicio efectivo de la profesión de
abogado debe ser requisito esencial para acceder a la magistratura, que no puede
ser suplido de ninguna manera por el desempeño de funciones internas en el
tribunal, como hoy acontece. Esta es una verdad que ningún abogado deja de
reconocer y es muy frecuente escuchar de los propios ex magistrados que se han
incorporado a estudios jurídicos luego de su desvinculación del Poder Judicial,
reconocer que con la experiencia adquirida en la calle, no volverían a impartir justicia
tal como lo hicieron durante sus años de Tribunales. Del mismo modo quienes nos
dedicamos al ejercicio efectivo de la profesión de abogados en el fuero mercantil
local sabemos, por el tenor de las resoluciones y el tiempo que insume su redacción
y firma, que jueces vienen "de la calle" y quienes han adquirido sus conocimientos
jurídicos exclusivamente detrás de un escritorio en cualquiera de las sedes de
Tribunales, pues —se reitera— mal puede hablar con autoridad del funcionamiento
de los órganos societarios o de la validez de las resoluciones adoptados en los
mismos, quien nunca, como empresario o abogado, concurrió a una asamblea o a
una reunión de directorio o quienes, como abogados, debimos soportar con la mayor
paciencia a un cliente justificadamente angustiado por las demoras de un tribunal.
Todo lo expuesto —y ello es común a todo el Poder Judicial y no determinado
fuero— sin olvidarnos del deficiente sistema de designación de los jueces, en el cual,
luego de ser seleccionados por un jurado, generalmente idóneo y con experiencia,
los candidatos elegidos son objeto de manipulación por el Poder Ejecutivo, quien
modifica a su antojo y sin explicaciones, las conclusiones del correspondiente
dictamen, haciendo ingresar por la ventana a quien había quedado relegado en el
proceso de selección. Pero además de ello, el reducido horario de labor de los
tribunales, la absurda feria judicial —que implica tanto como cerrar todos los
hospitales por un mes en verano y 15 días en Julio, para que los médicos puedan
descansar—; la consiguiente y absurda reticencia de los denominados "jueces de
feria" para habilitar la administración de justicia durante esos períodos de tiempo,
cuando el criterio debería ser exactamente el inverso; la inexistencia de periódicas
evaluaciones de idoneidad en el desempeño del cargo de juez y finalmente, las

42 
 
jubilaciones de privilegio de que gozan ex integrantes del Poder Judicial, constituyen
todo ello razón suficiente para justificar —salvo algunas excepciones— la impresión
general que el ciudadano argentino medio tiene de la administración de justicia, a la
que identifica como una justicia ultra conservadora, morosa en el cumplimiento de
sus obligaciones, acomodaticia a los tiempos políticos y sumamente privilegiada en
sus beneficios económicos. Solo cabe esperar que en un futuro lo más próximo
posible se produzcan cambios fundamentales en la estructuración y funcionamiento
del Poder Judicial, para bien de todos los argentinos.
 

Capítulo I - Disposiciones generales

Sección I - De la existencia de la sociedad comercial

ART. 1º.—
Concepto. Habrá sociedad comercial cuando una o más personas en forma
organizada, conforme a uno de los tipos previstos en esta ley, se obliguen a realizar
aportes para aplicarlos a la producción o intercambio de bienes o servicios
participando de los beneficios y soportando las pérdidas.
La sociedad unipersonal solo se podrá constituir como sociedad anónima.
La sociedad unipersonal no puede constituirse por una sociedad unipersonal.
CONCORDANCIAS: Ley 19.550: arts. 2º, 3º, 11, 13, 16, 17, 21, 38, 57, 68, 93, 94 inc. 8º, 100,
162, 255 y 284 de la ley 19.550; Ley 27290. Ley 20.704: art. 1º; dec.-ley 15.349: art. 1º, ratificado
por ley 12.962. Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 56 y 195.Ley 27.290. Uruguay: arts.
1º, 3º, 4º de la ley 16.060.

§ 1. Concepto y características del contrato de sociedad. Comercialidad. Las


sociedades de profesionales
La ley 19.550, siguiendo la orientación de antecedentes legislativos nacionales,
ha optado por definir la sociedad en su art. 1º efectuando una enumeración de los
elementos necesarios e indispensables para la existencia de aquella. Estos
elementos son organización, tipicidad, aportación, fin empresario, participación en
los beneficios y soportación de las pérdidas.

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La trascendencia de la definición que brinda el art. 1º de la ley 19.550 radica en
que ella suministra las pautas requeridas por el ordenamiento vigente para la
existencia de una sociedad, pues mal puede ella ser considerada como tal cuando
los socios no hayan realizado aportes, carezca la misma de un objeto societario
incluido dentro de la fórmula de la producción o intercambio de bienes o servicios o
finalmente, no exista ánimo de lucro entre quienes la integran.
El problema de la comercialidad de las sociedades, con la unificación del derecho
privado y la sanción del Código Civil y Comercial de la Nación, así como la
consiguiente derogación de los Códigos Civil y de Comercio por la ley 26.994 del
año 2014, con vigencia en la República Argentina a partir del 1º de agosto de 2015,
ha dejado de tener la importancia que antes lo tenía, pues las diferencias entre la
actividad civil y comercial solo adquiere relevancia en lo referente al tribunal
interviniente en caso de conflicto intrasocietario, y ello en las jurisdicciones en donde
el juzgamiento de las cuestiones civiles y comerciales no están a cargo del mismo
tribunal, pero aparte de ello, las diferencias entre una y otra sociedad —sociedades
civiles y comerciales— ha desaparecido en términos generales.
Hasta la sanción del Código Civil y Comercial de la Nación, se había sostenido,
en forma pacífica(12)—y así lo entendí también cuando escribí las primeras ediciones
de esta obra, hace ya muchos años (1980/1982)— que conforme la definición que
brindaba el art. 1º de la ley 19.550, en su versión original, el carácter de sociedad
comercial se adquiría simplemente adhiriendo a uno de los tipos previstos en la ley
19.550, careciendo de toda trascendencia el objeto o la actividad desarrollada por
la sociedad, Sin embargo, nuevas reflexiones efectuadas sobre el particular,
basadas en la experiencia, me persuadieron de lo contrario, esto es, que la adopción
de uno de los tipos previstos por la ley 19.550 somete a las sociedades mercantiles
a dicha legislación, solo si el objeto de las mismas se encontraba incluido dentro de
la idea económica de empresa, la cual, como sostuvieron los Redactores del
ordenamiento societario de 1972, en su Exposición de Motivos, constituye la
actividad normal de las sociedades mercantiles. Lo contrario implicaba un verdadero
contrasentido, pues nada justificaba que la aplicación de un derecho especial para
la entidad o quienes la integran dependa exclusivamente de la redacción de un
documento o de una inscripción registral en sede mercantil, pues era obvio que lo
verdaderamente trascendente en torno a la legislación aplicable a la sociedad y a la
competencia de los jueces que deban intervenir en caso de conflictos
intrasocietarios, lo constituía la naturaleza de la actividad —esto es, la sustancia y
no la forma—, pues las soluciones previstas por el derecho civil —en épocas de
vigencia del Código Civil y el Código de Comercio—, habían sido pensadas para la
generalidad de las personas, a diferencia de la legislación mercantil, que constituye
un sistema normativo de excepción, especialmente pensadas para el empresario o
el comerciante.
Repárese al respecto en el particular caso de una sociedad de hecho de objeto
civil, esto es, una sociedad constituida por profesionales, para advertir la insensatez
que implicaba sostener que la mera toma de razón de la sociedad en los registros
mercantiles pueda cambiar la legislación aplicable a dicha entidad. En definitiva,
argumentar que a esa sociedad —y a sus socios— se le debían aplicar las normas
del Código Civil hasta tanto la misma se inscriba, oportunidad que pasará a ser
regida por la ley de sociedades comerciales, la cual forma parte del Código de
Comercio (art. 384 de la ley 19.550), era una interpretación que resultaba
insostenible.
Pero como he advertido al lector, estas reflexiones han perdido hoy todo sentido,
pues el régimen legal de las sociedades está expresamente previsto por la ley

44 
 
19.550, que pasó a denominarse "Ley General de Sociedades" y que comprende a
las personas jurídicas societarias cualquiera fuere su actividad, tema sobre el cual
la reforma del año 2014 no ha sido acertada, pues se esperaba que la derogación
del Código Civil y de las sociedades allí previstas (arts. 1648 a 1788) obligaran a la
inclusión de un capítulo específico para aquellas sociedades integradas por
profesionales, con normas modernas y superadoras de algunos vacíos e
incongruencias que exhibía nuestro derogado y querido Código Civil, vigente en la
República Argentina, desde el año 1869, pero ello no sucedió de esta manera, pues
con una técnica legislativa realmente cuestionable, se las incluyó dentro de la
Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, que reemplazó al antiguo y derogado
régimen de las sociedades comerciales irregulares o de hecho (arts. 21 a 26 LGS),
lo cual constituye una solución que no resulta satisfactoria, pues se identifica a las
sociedades dedicadas a una actividad no empresaria, con aquellas entidades que
constituyen una anomalía al régimen societario, como las sociedades no
constituidas conforme a los tipos previstos legalmente en el Capítulo II de dicha ley,
a las que omitan los requisitos esenciales o que incumplan con las formalidades
exigidas por el ordenamiento legal societario.
La reforma efectuada por la ley 26.994 a la ley 19.550 permitiría concluir que hoy
puede constituirse una sociedad de abogados, contadores, arquitectos, ingenieros
o médicos etc., conforme los molde de las sociedades previstas por el Capítulo II de
la LGS (sociedades colectivas, de capital e industria, en comandita, de
responsabilidad limitada o anónimas), pero no estoy convencido que ello constituya
una solución coherente con el sistema societario vigente, pues no puedo imaginar
ni creo posible que ello pueda acontecer, que en una sociedad de profesionales, con
las características que se presentan con más frecuencia, deban necesariamente
confeccionarse y aprobarse estados contables como requisito previo para la
distribución de los dividendos, como lo mandan los arts. 68 y 224 de la ley 19.550.
Hablando concretamente del ejercicio de la abogacía, y según me enseña la
experiencia, con excepción de algunos estudios jurídicos, con numeroso plantel de
abogados y por lo general dedicado a la representación de empresas extranjeras,
no creo factible que ello pueda acontecer en pequeños o medianos bufetes de
abogados. Pero además de ello, la responsabilidad personal que consagran las
respectivas normativas que reglamentan las denominadas "profesiones liberales"
para el caso de mala praxis en el ejercicio de las mismas, no se compadece con el
régimen de limitación de la responsabilidad que caracteriza a determinados tipos
sociales (sociedades de responsabilidad limitada y sociedades anónimas), pues
para los profesionales responsables de tal ilegítima actuación, el régimen de
responsabilidad acotado previsto por los arts. 146 y 163 de la ley 19.550, no
resultará aplicable, lo que se traduce en una grave incoherencia de nuestro sistema
legal y que podría conducir a su invalidez.
Se ha sostenido, para justificar las soluciones previstas en la Sección IV del
Capítulo I de la ley 19.550, luego de la reforma efectuada por la ley 26.994, que ello
obedeció a la necesidad de incluir en la misma a las sociedades civiles, cuyos socios
asumían, de acuerdo a la normativa del derogado Código Civil, una responsabilidad
mancomunada. Ese razonamiento no se ajusta a derecho, pues no se alcanza a
entender las razones por las cuales, quienes no quisieron cumplir —
voluntariamente— los requisitos de forma previstas por la ley general de sociedades,
y para quienes la responsabilidad solidaria e ilimitada por las obligaciones sociales,
era la conclusión lógica de ese ilegítimo proceder, quedaron beneficiados con una
responsabilidad mancomunada, a través de un régimen mucho más beneficioso que
el previsto por el derogado Código Civil, pues los socios no asumen
automáticamente, en la actual legislación unificada, una responsabilidad solidaria en

45 
 
lo que respecta a la participación de uno de los socios que no pagase su parte, al
incurrir éste en insolvencia.
Entendemos, en definitiva, que la derogación del régimen de las sociedades
civiles imponía un capítulo específico, encuadrado en un tipo societario
independiente y no una asimilación al régimen de las sociedades no constituidas
regularmente, que constituyen una anomalía al sistema societario. Pero el legislador
de 2014 prefirió hacer exactamente lo contrario y perjudicar al tercero acreedor de
la sociedad en beneficio de quienes prefirieron incumplir con la ley, omitiendo las
formas e inscripciones en el registro público, o, en el caso de las sociedades
"civiles", permitiendo al socio responder solo por su parte por las obligaciones
sociales, desentendiéndose del tercero acreedor, perjudicado por la insolvencia de
uno de ellos.
Podría plantearse —y de seguro así acontecerá— la competencia de los
tribunales en los pleitos en donde se dirima un conflicto interno en el ámbito de una
sociedad que desarrolla actividades civiles, como las sociedades de profesionales,
pudiéndose sostener la intervención de los jueces comerciales, con el argumento de
que todo el régimen societario está previsto en una ley originalmente integrante del
hoy derogado Código de Comercio. Pero el razonamiento no se comparte ni resulta
definitivo, pues si la actividad que desarrolla dicha sociedad es ajena a la idea
económica de empresa, y se enmarca en actividades de naturaleza civil, resulta de
aplicación lo dispuesto por el art. 43 de decreto 1285/1958, según texto previsto por
la ley 24.290 y conforme al cual los tribunales civiles de la Capital Federal conocerán
en los asuntos regidos por las leyes civiles, cuyo conocimiento no haya sido
expresamente atribuidos a los jueces de otro fuero. No debemos olvidar, para arribar
a idéntica conclusión, que no siendo las sociedades de la sección IV de la LGS un
tipo social de aquellos previstos por el Capítulo II de la ley 19.550, no puede
aplicarse tampoco el difundido criterio de la comercialidad por la forma, que —para
los que así sostienen— solo resultaría aplicable al caso de adoptarse una de las
tipologías previstas en la ley general de sociedades.

§ 2. Pluralidad de socios

2.1. Fundamento de la exigencia de la pluralidad de socios. La sociedad como


instrumento de concentración de capitales
Hasta la sanción de la ley 26.994, podía afirmarse que la necesidad de conservar
la pluralidad de socios durante toda la vida de la sociedad constituía un requisito de
su misma existencia misma de conformidad con lo dispuesto por los arts. 1º y 94 inc.
8º de la ley 19.550. Esta última disposición legal preveía la disolución como sanción
por la pérdida de la pluralidad de integrantes, si no se restablecía la misma en el
término de tres meses, lapso durante el cual el único socio eras ilimitadamente

46 
 
responsable por las obligaciones contraídas, como si se tratara de un comerciante
individual.
El fundamento legal del requisito de la pluralidad de socios exigido por la ley
19.550, hasta la reforma del año 2014, radicaba en la concepción contractual de la
sociedad y el régimen del patrimonio. De ahí la necesidad de dar cumplimiento a la
exigencia de dos socios para la constitución de una sociedad, pues ello viene
impuesto por la naturaleza misma del contrato de sociedad, pensado por el
legislador, no como un instrumento para obtener fines personales por parte de su
mentor, sino como un mecanismo idóneo para la concentración de capitales a los
fines de desarrollar la actividad empresaria encuadrada en la definición que de las
sociedades comerciales nos brinda el art. 1º de la ley 19.550 ("la producción o
intercambio de bienes o servicios").

2.2. Las denominadas "sociedades de un solo socio". La reforma efectuada por


la ley 26.994
Hasta la sanción de la ley 26.994, la ley 19.550 no había admitido a las
sociedades de un solo socio, no obstante la polémica que el tema había despertado
en nuestra doctrina, fundamentalmente emanada de la autoridad de autores como
Mauricio Yadarola y Marcos Satanovsky, quienes en la década del 50, ya habían
sugerido la conveniencia de incorporar esta figura en nuestro derecho corporativo,
argumentando que, ante la ausencia de una regulación legal para la empresa
individual de responsabilidad limitada, ello obligaba al empresario a recurrir, a través
de un "negocio jurídico indirecto", a la sociedad aparente(13).
Esta polémica se renovó permanentemente ante la existencia de diversos y
sucesivos proyectos de modificación a la ley de sociedades comerciales y de
unificación del derecho civil y comercial y que, hasta el año 2014, no habían tenido
sanción legislativa, proyectos que, en homenaje a una supuesta modernidad,
incluyeron expresas normas que han regulado la constitución y/o funcionamiento de
sociedades de responsabilidad limitada o sociedades por acciones de un solo socio.
Los argumentos que por lo general se esgrimen para defender a las sociedades
de un solo socio pueden ser resumidos o esquematizados de la siguiente manera(14):
1. La creación de condiciones más favorables para la proliferación de
emprendimientos comerciales y la canalización del capital ocioso en proyectos
productivos.
2. La circunstancia que la ley 24.441 de fideicomisos, ha modificado el principio
de la universalidad del patrimonio previsto por el ordenamiento común.
3. La posibilidad de constituir sociedades sin contrato, como por ejemplo,
mediante una escisión o un acuerdo concursal.
4. La mera comprobación de la realidad negocial cotidiana, que exhibe la
existencia de socios o accionistas con más del 99% del capital social, lo que indica
que la pluralidad de socios exigida por la ley 19.550 se cumple solo en apariencia.
5. La existencia de personas jurídicas en nuestro ordenamiento legal que son
unipersonales, como las fundaciones.

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6. La amplia recepción de las sociedades de un solo socio en el derecho
comparado.
7. Finalmente, la existencia de sociedades del Estado como ejemplo de que
nuestra legislación positiva ha incorporado ya a las sociedades de un solo socio.
Por nuestra parte, y hasta la sanción de la ley 26.994, sostuvimos exactamente
lo contrario, y fundamos nuestra posición en el hecho de que todos esos
argumentos, sumamente artificiales, no implicaban otra cosa que esconder el
verdadero fundamento de la admisión de las sociedades de un solo socio, esto es,
evadir la responsabilidad ilimitada del empresario o el comerciante individual por las
obligaciones en el ejercicio de su actividad mercantil.
El principio de la responsabilidad ilimitada por parte del deudor —sea éste
persona de existencia física o jurídica— constituye pilar básico de nuestro derecho
patrimonial sobre el cual se ha construido todo el sistema obligacional previsto por
el Código Civil, a punto tal que es principio general de nuestro derecho aquel que
predica que el patrimonio del deudor es la prenda (garantía) común de sus
acreedores. Este principio ha sido mantenido por los arts. 242 y 743 del Código Civil
y Comercial y constituye la lógica derivación de la obligatoriedad de las
convenciones estipuladas por las partes (arts. 1137 y 1197 del Código Civil), lo cual
fue objeto de serias embestidas por quienes parten de una visión meramente
economicista de las relaciones jurídicas, dando prioridad a la necesidad de la
proliferación de emprendimientos comerciales por sobre la conveniencia, para toda
la comunidad, que los deudores sean responsables de la palabra empeñada y los
únicos que soporten las consecuencias de su propio accionar.
De esa manera se fue distorsionando con el tiempo el concepto de sociedad
comercial, siendo fenómeno que se advierte de la mera observación de las prácticas
negociales patrias, que las sociedades de responsabilidad limitada y sociedades
anónimas, únicos instrumentos que permiten al empresario limitar su
responsabilidad hasta determinado monto de su patrimonio, no fueron utilizadas
para agrupar los capitales necesarios a los fines de llevar a cabo emprendimientos
mercantiles superiores a las posibilidades económicas y financieras del comerciante
individual, sino como un mero recurso para esconder al mismo detrás de la máscara
de un ente societario, abusando de los fines previstos por el legislador cuando otorgó
a todos los habitantes de la República Argentina la posibilidad de constituir
sociedades que gozan de personalidad jurídica plena y que otorgan a sus
integrantes el excepcional beneficio de la limitación de la responsabilidad limitada
(art. 1071del Código Civil).
Es un hecho indiscutible que la intención de nuestros codificadores mercantiles,
al redactar el Código de Comercio, allá por el año 1862, fue que la utilización de las
sociedades anónimas quede reservada a una pluralidad de sujetos y con el fin de
concentrar capitales para emprendimientos de escala. La mejor prueba de ello era
que, conforme al Código de Comercio de 1889, el número mínimo de integrantes
que ellas podían contar era de diez personas, pues por entonces era impensable
una sociedad anónima con pocos integrantes. Pero ello no era todo, pues además
de ese requisito de constitución y existencia, y precisamente por los excepcionales
beneficios que otorgaba el ordenamiento positivo a quienes integraban una sociedad
anónima —recuérdese que las sociedades de responsabilidad limitada se
incorporaron a nuestro ordenamiento positivo casi sesenta años después, en el año
1932— se previó —a diferencia de los restantes tipos sociales— que toda sociedad
anónima necesitaba de una autorización expresa y especial por parte del Poder

48 
 
Ejecutivo de la Nación, quien debía estudiar todos los antecedentes de la compañía
y sus integrantes antes de expedirse favorablemente al respecto.
De manera que, por más de cien años y hasta el año 1972, en que fue
sancionada la ley 19.550, el sistema que brindaba el ordenamiento positivo en
materia de responsabilidad patrimonial del comerciante por los riesgos propios de
su actividad era el siguiente: a) Si se trataba de un comerciante individual, su
responsabilidad patrimonial era ilimitada por las obligaciones contraídas frente a
terceros, con excepción de algunos bienes, que, por razones humanitarias, fueron
declarados inembargables por nuestra jurisprudencia; b) Si el emprendimiento era
superior a la capacidad económica del comerciante, o si éste quería compartir los
riesgos del negocio, podía asociarse con otros sujetos, pero tal asociación, en
cuanto a la responsabilidad patrimonial por los riesgos generados por aquella
actividad, era inoponible a terceros, pues en todos los tipos societarios previstos por
nuestro Código de Comercio, la responsabilidad frente a terceros era ilimitada y
solidaria entre todos sus integrantes, con la única excepción de los socios
comanditarios en las sociedades en comandita simple y por acciones(15)o en las
sociedades anónimas, pero en este caso, el comerciante se encontraba con serias
dificultades para constituirla, pues necesitaba de diez socios, autorización estatal
expresa, una especial teneduría de libros y un complejo y oneroso sistema de
funcionamiento interno.
Ese era el panorama legislativo hasta el año 1972, año en que se sancionó la ley
19.550, y por cierto que lejos estuvieron los legisladores de este ejemplar
ordenamiento positivo, de amparar los conocidos fraudes que se cometían a diario
merced al abuso de las formas societarias. En efecto, los magistrados, abogados y
profesores Halperin, Zaldívar, Fargosi, Odriozola y Colombres previeron
expresamente en el art. 1º de dicha ley que toda sociedad comercial, cualquiera
fuere su tipo, necesitaba al menos dos personas para constituirla e integrarla y que
toda compañía mercantil debía dedicarse a cualquier actividad comprendida dentro
de la producción o intercambio de bienes o servicios, ratificando con todo ello que
solo cumpliendo la sociedad con los requisitos previstos por la ley 19.550, su
carácter de sujeto de derecho sería reconocido. A ello se refirió el legislador cuando,
en el art. 2º de dicho ordenamiento previó que "La sociedad es un sujeto de derecho
con al alcance fijado en esta ley".
Este era también y hasta el año 2014, el derecho de las sociedades comerciales
en la República Argentina, pero ello no ha evitado, como sucede habitualmente con
todas las instituciones que nos brinda el derecho, que los individuos busquen forzar
la aplicación de las normas jurídicas, desinterpretando y abusando de las mismas,
en procura de sus intereses particulares, no siempre coincidentes con la finalidad
que tuvo el legislador al consagrar cada una de las normas que contiene la ley
19.550.
Si bien resulta sobreabundante recordar que las sociedades no han sido
instrumentos otorgados por el legislador para limitar la responsabilidad patrimonial
de quienes las integran, tan obvia afirmación se contradice con la observación de
nuestra realidad cotidiana, que nos enseña que los tipos sociales se eligen en base
a la exclusiva conveniencia de quienes constituyen la sociedad, sin importar en
absoluto si el esquema societario elegido es oneroso, complicado o inadecuado a la
dimensión de la empresa. Es un hecho concreto, también extraído de la simple
observación del diario acontecer de las cosas, que los comerciantes individuales
han desaparecido y que cualquier emprendimiento comercial, por más pequeño que
resulte, se realiza bajo la forma de una sociedad de responsabilidad limitada o de
una sociedad anónima, por la posibilidad que ello brinda de limitar o trasladar a

49 
 
terceros el riesgo empresario. Del mismo modo, tampoco es posible ignorar que una
enorme cantidad de sociedades anónimas que se encuentran registradas en nuestro
país han sido constituidas para ser meras titulares del dominio de bienes inmuebles,
acciones, automóviles, embarcaciones u otros bienes muebles registrales y
finalmente, no podríamos sino calificar como un habitante de una burbuja —según
expresión popular— a quien ignora la enorme cantidad de sociedades anónimas
cuyo capital accionario, en un 99,99% está en manos de una sola persona,
desvirtuando en la práctica la expresa previsión de los legisladores societarios de
requerir la pluralidad de socios como requisito de la existencia de la sociedad.
La existencia de estos fenómenos, que por su frecuencia no pudieron pasar
desapercibidos para nadie, fueron tolerados por la comunidad jurídica como
patologías del régimen societario vigente, en la medida que ellas no cobraran
víctimas y éstas no recurrieran a los Tribunales en procura de justicia. Pero cuando
un heredero o cónyuge defraudado por la constitución fraudulenta de una sociedad
comercial, o cuando un deudor se disfrazaba de sociedad para esconder tras ella
sus bienes, la jurisprudencia reaccionó con severidad para aplicar al responsable de
esa manera de actuar las normas que había pretendido eludir merced al recurso
abusivo de la personalidad jurídica.
Nuestra enérgica oposición a las sociedades de un solo socio no implicaba
negarnos a la posibilidad de admitir la incorporación a nuestra legislación de las
empresas individuales de responsabilidad limitada, pero en procura de la seguridad
de los terceros y a los fines de evitar maniobras fraudulentas en perjuicio de los
mismos, ellas deberían, cuanto menos, someterse a los siguientes requisitos: debe
estar reservada a las personas físicas, formalizarse su constitución por instrumento
público, con expreso detalle de los datos de su fundador y el capital afectado, que,
además de ajustarse al nivel de actividades que esa empresa pretenda realizar,
debe estar totalmente integrado al tiempo de su constitución. Además de ello, debe
imponerse la registración de tales emprendimientos en el registro público; exigírsele
al empresario una contabilidad regular, con arreglo a lo dispuesto por el Código de
Comercio y la necesidad de contratación de una auditoría anual independiente para
certificar sus estados contables. Dicha empresa debe tener personalidad jurídica y
exteriorizarse a terceros bajo un nombre de fantasía, que no deje dudas sobre la
actuación de una empresa individual de responsabilidad limitada, sancionando
gravemente al empresario que abuse de dicha figura, para frustrar la ley o derechos
de terceros(16).
Finalmente, ley 26.994 que sancionó del Código Civil y Comercial de la Nación,
introdujo a la legislación societaria argentina a las denominadas sociedades
unipersonales, lo cual ha sido justificado en el anteproyecto con el argumento de
que "la idea central no es la limitación de responsabilidad, sino permitir la
organización de patrimonios con empresa —objeto— en beneficio de los acreedores
de la empresa individual de un sujeto con actividad empresarial múltiple", argumento
absolutamente abstracto y teórico, pues el fundamento de la constitución de
sociedades no puede ser jamás la "organización de patrimonios con empresa", sino
la posibilidad constituir sujetos de derecho, mediante el aporte de cada uno de sus
integrantes, para emprender determinadas actividades en común, lo cual redunda
en beneficio del tráfico mercantil y constituye una importante fuente de trabajo para
los habitantes de la Nación.
Sin embargo, la poca credibilidad que para la gente común suponía la
constitución de sociedades de un solo socio, y la más que previsible posibilidad de
que la misma se constituyera en un instrumento de fraude y de perjuicios a terceros,
toda vez que la limitación de la responsabilidad que supone para el socio único la

50 
 
actuación bajo el molde de una sociedad anónima, permite eludir la responsabilidad
ilimitada del ciudadano en el cumplimiento de sus obligaciones, que en derecho se
traduce en el principio de la "universalidad del patrimonio", consagrado incluso por
los arts. 242 y 743 del Código Civil y Comercial de la Nación. El primero de ellos y
bajo el título de "Garantía común", dispone que "Todos los bienes del deudor están
afectados al cumplimiento de sus obligaciones y constituyen la garantía común de
sus acreedores, con excepción de aquellos que en este Código o leyes especiales
declaren inembargables", mientras que el segundo de esas disposiciones legales
dispone en su primera parte que "Los bienes presentes y futuros del deudor
constituyen la garantía común de sus acreedores". Ello determinó que la ley
26.994 estableciera una serie de restricciones a las sociedades unipersonales, esto
es, su inclusión dentro del listado de las sociedades anónimas sometidas al control
estatal permanente (art. 299 de la ley 19.550), lo que obligaba a las mismas a contar
con un directorio y una sindicatura plural, en número no inferior a tres, razón por la
cual la utilización de esta nueva figura solo podría utilizarse para la sociedad
subsidiaria totalmente integrada de una empresa extranjera, la cual, al contar con la
figura de la sociedad anónima unipersonal, podrá ser la única socia fundadora de
una sociedad local (filial), o también para las empresas nacionales de cierta
envergadura o las que ya están sometidas al art. 299 LS(17).
Ello desató una ola de críticas en la doctrina nacional(18), basadas
fundamentalmente en el costo que suponía la integración de un directorio y
sindicatura plural, lo que motivó la sanción, en el mes de noviembre de 2016, de
la ley 27.290, de modificación de la ley 19.550, que modificando los arts.
255 y 284 de la ley 19.550,reforma que si bien mantuvo la inclusión de las
sociedades anónimas unipersonales dentro de la fiscalización estatal permanente,
con todo lo que ello supone, las exceptuó de la conformación del directorio y
sindicatura plural, pudiendo en consecuencia constituirse y actuar con un solo
director —cargo que con toda seguridad desempeñará el accionista único— y un
solo síndico, que, como enseña la experiencia argentina desde el año 1889,
carecerá de toda independencia de actuación y exhibirá una total subordinación a la
voluntad del socio único, que, también como es de suponer, hará del patrimonio
social lo que le venga en ganas.
Sea como fuere, el hecho de que la nueva versión de la ley 19.550, conocida
ahora como Ley General de Sociedades —como consecuencia de la eliminación de
los conceptos de sociedad comercial y sociedad civil— incorpore expresamente a la
sociedad unipersonal, no mejora mi pésima opinión de esta figura, un verdadero
adefesio jurídico, que está en contradicción con el concepto mismo de sociedad, que
supone, por propia definición, la existencia de dos o más personas. Hablar de
sociedad de un solo socio es hablar de condominio con un solo propietario o de una
sociedad conyugal integrada por una persona soltera(19), pues encierra una
contradicción tal en sus términos(20)que no puede ser disimulado ni siquiera
sosteniendo —como se hizo— que el sentido de las palabras utilizado por los
ciudadanos no debe necesariamente coincidir con el concepto que de las mismas
cosas tienen los juristas, lo cual constituye un razonamiento sobre cuya lógica y
sentido común prefiero ni siquiera opinar.
Combatí a las sociedades unipersonales desde siempre, desde el sentido
común, desde la coherencia, desde el ejercicio profesional y la cátedra y desde la
función pública, cuando, como Inspector General de Justicia —cargo que
desempeñé entre los años 2003 a 2005—, rechacé las inscripciones de sociedades
denominadas "de cómodo" y en las cuales una sola persona concentraba mas del
noventa y nueve por ciento de las cuotas o acciones de una sociedad, compañías

51 
 
que, no obstante exhibir esas características, fueron incorporadas normalmente al
tráfico mercantil como entidades típicas y regularmente constituidas, con el burdo e
infantil argumento de que la ley 19.550 no preveía participaciones mínimas para
integrar una sociedad. No será la primera vez que en análisis de una ley se prefiere
privilegiar la interpretación gramatical o exegética por sobre la interpretación
finalista, lo que jamás conduce a resultados positivos ni coherentes.
La sociedad de un solo socio ha sido un anhelo de un sector muy limitado de
nuestra doctrina, seducida y alentada por la incorporación de esta figura en otros
ordenamientos societarios más modernos, sancionados en países que han sido
siempre referentes en torno a nuestra legislación. Ellos no son otros que los mismos
cultores del fideicomiso, del arbitraje no institucional, del pacto de sindicación de
acciones, de los acuerdos preventivos extrajudiciales, pero fundamentalmente de
los títulos de crédito y de las acciones al portador, cuya desaparición del régimen
societario nacional todavía lamentan, con el argumento que con ello se puso fin a
los "beneficios" que brindaba el anonimato en la titularidad de acciones de
sociedades anónimas.
Se me ha criticado, como académico y como funcionario público, recurriendo al
argumento que, como abogado de conflictos societarios que he sido toda mi vida,
reparo más en la situación patológica que en el uso correcto y sin dolo de aquellas
figuras, pero sinceramente debo reconocer al lector que jamás he advertido la
existencia de una sociedad unipersonal constituida sin fines extrasocietarios, pues
cuando no constituyen una herramienta para trasladar los riesgos empresarios a
terceros, se recurre a ellas, directamente para defraudar a la cónyuge, a los
herederos forzosos, al fisco, a los trabajadores o a los acreedores involuntarios o
quirografarios. ¿Qué otra cosa que sociedades unipersonales son, sustancialmente,
las tristemente conocidas como sociedades off shore? Debo también reconocer que
jamás he advertido la existencia de una sociedad constituida en alguna guarida fiscal
que responde a la voluntad de más de un controlante.
No es cierto ni admisible jurídicamente que las sociedades unipersonales
constituyan una manera lícita de fraccionar el patrimonio de una persona física o
jurídica, porque nuestro Código Civil nunca lo permitió ni lo hace tampoco el
nuevo Código Civil y Comercial de la Nación (en adelante CCyCN), al ratificar sus
arts. 242 y 743, en cuanto ratifican el principio de la universalidad del patrimonio de
una persona, que no permite fraccionamiento alguno, salvo contadísimas
excepciones, y que los bienes presentes y futuros del deudor constituyen la garantía
común de sus acreedores. Al respecto, el art. 744 del referido Código, que en sus
ocho incisos menciona a los bienes excluidos de la garantía común, en momento
alguno hace referencia a la constitución de sociedades unipersonales y es obvio que
este principio general de derecho, de indudable orden público y base fundamental
de todas las relaciones patrimoniales, no puede ser alterado mediante el subterfugio
de recurrir a la constitución de esta clase de sociedades, que, como hemos visto, de
tales no tienen absolutamente nada.
Existe, en torno a las sociedades unipersonales, un elevado grado de hipocresía
en nuestra comunidad jurídica para justificar su existencia, basado en la falsa
premisa que al empresario debe permitírselo todo y que al capitalismo debe
perdonársele sus excesos. Para lograr ese fin se recurre al remanido y no menos
falaz argumento de que, con la incorporación de dichas entidades a la legislación
societaria, una misma persona podrá tener tantos emprendimientos comerciales
como quiera, sin afectar los bienes o resultados de cada uno de ellos para el
desarrollo o salvataje de los demás, pudiendo entonces evitar que sus bienes y
efectos personales sean afectados por los resultados de tales emprendimientos. Ello

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es, sin embargo, un razonamiento dogmático que no se ajusta a la realidad del
mundo de los negocios, pues nadie es titular al mismo tiempo, de una juguetería, de
una zapatería, de una mercería o de un negocio de pompas fúnebres. Puede ser
que exista un emprendimiento comercial a nombre de una sola persona, pero si ésta
tiene otro tipo de negocios, no lo hará en soledad, como titular unipersonal de uno o
varios fondos de comercio, sino como propietario de participaciones societarias, en
compañía de otros socios, y el mejor ejemplo lo constituye en nuestro medio el
negocio gastronómico o el transporte automotor, en donde entre varias personas se
reparten las acciones o cuotas de varias compañías dedicadas al mismo rubro. Ello
es lo que enseña la experiencia en nuestro país y en todos lados.
La imaginación de cierta doctrina para incorporar las sociedades unipersonales
a la legislación societaria argentina no ha tenido límites, y muchos de sus cultores
han perdido incluso el sentido común en procura de ese objetivo, tan contrario a la
naturaleza de las cosas. Se ha sostenido, para justificar esta incorporación, que de
acuerdo a una supuest
a tendencia mundial, la sociedad es solo una forma jurídica de "vestir" la empresa
económica y que, así admitidas las cosas, no existe impedimento para aceptar que
tal vestimenta pueda aplicarse tanto a la empresa colectiva como a la individual(21).
Triste final de la evolución del concepto de sociedad comercial, que de pasar a ser,
las sociedades anónimas, una invención maravillosa del capitalismo, como lo afirmó
Georges Ripert, allá por mitad del siglo XX, hoy se han convertido solo en una
"vestimenta" o "ropaje" de una empresa, y a veces en un mero disfraz de un
emprendimiento individual o de la titularidad de bienes registrables, cuyo verdadero
propietario pretende mantenerse oculto detrás de esa persona jurídica.
Como hemos ya explicado, la necesidad de la incorporación de las sociedades
de un solo socio a la ley societaria argentina fue sostenida en todos los proyectos
de reforma y de unificación del derecho civil y comercial generados desde los años
80 en adelante, a punto tal que era "políticamente incorrecto" estar en contra de
estos engendros jurídicos. Ante ello, la Subcomisión dedicada a la adecuación de
la ley 19.550 al proyecto del nuevo Código Civil y Comercial de la Nación no dejó
pasar la oportunidad y admitió sin la menor limitación o contrapeso a la sociedad de
un solo socio. Bueno es recordar que la Comisión de Reformas, integrada por los
Dres. Ricardo Luis Lorenzetti, Aída Kemelmajer de Carlucci y Elena Highton de
Nolasco tomó a esta figura como una especie de paradigma del Proyecto de Código
Civil y Comercial, con el argumento de que la sociedad de un solo socio ha sido
receptada en casi todos los ordenamientos del mundo y que la República Argentina
debía hacer algo en torno a su necesaria incorporación, de manera tal que, producto
de la concepción neoliberal que caracterizó luego el trabajo de los integrantes de la
subcomisión que redactaron el anteproyecto a la reforma de la ley de sociedades —
integrada por los Dres. Rafael M. Manóvil, Hugo E. Richard y Horacio Roitman —, y
para quienes la admisión de las sociedades unipersonales fue casi una imposición,
la incorporación de éstas en la ley de sociedades no tuvo la menor limitación y por
ello, el texto del referido anteproyecto, elevado al Poder Ejecutivo prescribía en el
primer párrafo del art. 1º de la ley 19.550 que "Habrá sociedad comercial cuando
una o más personas...", y absolutamente nada más.
Remitido el Anteproyecto al Poder Ejecutivo de la Nación, para su posterior
elevación al Congreso Nacional, y receptadas las numerosas críticas recibidas de
todos los sectores interesados en el tema, se procedió, con todo acierto, a limitar la
actuación de las sociedades de un solo socio, estableciendo una serie de
contrapesos que dificultaron sin dudas, la utilización de esta nueva figura societaria.
Al respecto, y además de permitir la utilización de sociedades de un solo socio bajo

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el exclusivo molde de la sociedad anónima, cuestión sobre la cual la ley
26.994 insistió en repetidas oportunidades, descartando cualquier otra posibilidad al
respecto, y a los fines de despejar cualquier tipo de dudas sobre la improcedencia
de la utilización de las sociedades unipersonales por otros tipos o clases de
sociedades, el Poder Ejecutivo aportó nuevos criterios para la admisión de las
sociedades unipersonales, como por ejemplo, la necesidad de que los aportes a
dichas compañías deben ser efectuados en su totalidad en el acto constitutivo, así
como la prohibición de que una sociedad de un solo socio integre a su vez otra
entidad de las mismas características. Pero además de ello, como hemos visto, se
incluyó a las sociedades unipersonales dentro de las entidades sometidas al control
estatal permanente previsto en el art. 299 de la ley 19.550, lo cual suponía contar
con un directorio y una sindicatura plural, requisitos estos últimos que fueron dejados
sin efecto con la ley 27.290, del 17 de noviembre de 2016, que permitió prescindir
del directorio plural, aunque debe contar con un órgano de control interno, que puede
ser unipersonal.
No ignoramos que, en la realidad, y dado que el legislador no adscribió a una
absoluta libertad para la constitución de sociedades de un solo socio, incorporando
solo a las mismas dentro de las sociedades anónimas sujetas al control estatal
permanente, es probable que continúe la práctica de los pequeños y medianos
empresarios, de recurrir al socio de cómodo u hombre de paja, en una simulación
que el profesor de la Universidad de Córdoba Hugo E. Richard, no duda en calificar
equivocadamente a esa actuación como "lícita"(22). Pero allá aquellos que recurren
a la ilicitud para celebrar sus propios negocios. El artilugio de recurrir a meros
testaferros para constituir una sociedad no constituye una simulación lícita sino
manifiestamente ilícita y ellos por varias razones de diferente naturaleza: a) La
actuación en sociedad para encubrir la realización de negocios personales
constituye una manera de violar el principio de la universalidad del patrimonio,
expresamente previsto por los arts. 242 y 743 del Código Civil y Comercial de la
Nación; b) La constitución de determinados patrimonios de afectación constituyen
meros supuestos de excepción que jamás pueden dejar sin efecto aquel principio
general, base fundamental de las relaciones patrimoniales en el derecho argentino;
c) La jurisprudencia ha calificado como ilícita, en reiteradas oportunidades, la
constitución de sociedades de cómodo(23)y d) A pesar de que nuestro ordenamiento
legal así lo reconoce, soy de opinión que no existe en la realidad la categoría de
simulación lícita, pues salvo supuestos excepcionalísimos, solo concebible en
ambientes académicos, nada bueno augura para nadie la actuación de quien recurre
a un disfraz para ocultar la verdadera naturaleza del acto jurídico realizado por éste.
De esta manera, dictada la ley 26.994 del 1º de octubre de 2014 que sancionó el
nuevo Código Civil y Comercial de la Nación, que tiene vigencia a partir del 1º de
agosto de 2015 y reformados posteriormente los arts. 255 y 284 de la ley 19.550 por
la ley 27.290, se incorporó a la legislación nacional las sociedades de un solo socio,
pero su consagración legislativa no cambiará la opinión que el ciudadano medio y el
abogado no corporativo tiene de este original instrumento y ocurrirá, en la práctica,
lo que acontece cuando se hace referencia entre gente de principios y valores a la
participación de una sociedad off shore o de un fideicomiso en un negocio
determinado, y que se expresa con una sonrisa socarrona que traduce gestualmente
el viejo dicho español: "Fea tos le siento al gato".

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2.3. Principales características que ofrece la incorporación de las sociedades
unipersonales en la ley 19.550
Los requisitos de esta nueva figura legal son los siguientes:
a) Solo se permite que sean sociedades unipersonales las sociedades anónimas
(art. 1º).
b) La sociedad unipersonal solo puede ser constituida por instrumento público y
por acto único (art. 165).
c) No puede ser único socio otra sociedad unipersonal (art. 1º).
d) La denominación debe ser "Sociedad Anónima Unipersonal", su abreviatura o
sigla "SAU" (art. 164). Sin embargo, y como bien lo advierte Vítolo(24), ha sido
suprimido la sanción prevista por el segundo párrafo del art. 164, conforme al cual
si se omitiere colocar esa mención, ello hará responsable ilimitada y solidariamente
a los representantes de la sociedad juntamente con ésta por los actos que celebren
en esas condiciones y si bien el referido autor reconoce desconocer las razones de
esa supresión, no es aventurado sostener que ello responde a la reticencia del
nuevo legislador societario de imponer responsabilidades ilimitadas y solidarias
entre sus integrantes, como puede deducirse de la modificación del régimen de las
sociedades no regulares, en las cuales la responsabilidad de sus integrantes pasó
a ser simplemente mancomunada por partes iguales (art. 24 de la ley 19.550, en su
nuevo texto).
e) La integración del aporte debe ser en su totalidad al momento de su
constitución (art. 187).
f) La reducción a uno del número de socios de las sociedades anónimas
pluripersonales, no conforma una causal de disolución de dichas compañías (art. 94
bis), sino que deben adecuar la denominación social a la exigencia del art. 164 para
las sociedades unipersonales y cumplir con el régimen dispuesto por el art. 299,
siempre de la ley 19.550.
g) Están sujetas a la fiscalización estatal permanente (art. 299).
h) Deberá contar con una sindicatura en forma obligatoria (arts. 255 y 284), que
puede contar con uno o más integrantes.
i) Podrá prescindirse de la publicación de edictos de la convocatoria a asamblea
de accionistas, salvo que la convocatoria la lleve a cabo la sindicatura, en los
términos del art. 294 inc. 7º LSC, pues al tratarse de un solo accionista, puede
presumirse que todas las asambleas se llevarán a cabo en forma unánime, como lo
prevé el art. 237 última parte de la misma ley.

2.4. Personalidad jurídica y capacidad de las sociedades de un solo socio. La


contratación entre el socio único y la sociedad

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La inclusión de las sociedades dentro de las personas jurídicas privadas, permite
sostener que, a pesar de contar con un solo integrante, las sociedades
unipersonales gozan de personalidad distinta de la de su único miembro, quien, al
menos como principio, no responderá por las obligaciones de la persona jurídica,
excepto en los supuestos expresamente previstos en el Código Civil y Comercial y
en la ley especial (arts. 163 y 148 inc. a] del referido Código y art. 2º de la ley
19.550).
Sin embargo, si partimos de la idea de que es la norma de derecho la que
reconoce en una pluralidad de sujetos que actúan unificados en la consecución de
un fin, la capacidad de derecho autónoma y su consiguiente personalidad, como lo
predica la denominada teoría de la realidad, no puede dejar de concluirse que ese
presupuesto normativo se encuentra sumamente debilitado cuando se trata de una
sociedad de un solo socio, lo cual robustece la fuerza de la antigua tesis de la ficción,
que a mi juicio satisface plenamente la explicación sobre la naturaleza jurídica de
las personas de existencia ideal.
Es de toda obviedad que la ausencia de otros integrantes de la sociedad torna
estéril hablar de la existencia de un interés diferente al del socio único, que van a
coincidir en todos los casos, pues la persona humana no puede desdoblarse
conforme los diferentes roles que cumple en la vida. De modo que la personalidad
diferenciada que constituye el efecto propio de toda persona jurídica, no se presenta
con la misma nitidez en las sociedades unipersonales que respecto de las
sociedades constituidas con pluralidad de miembros y de allí que resulta de toda
lógica sostener que la personalidad jurídica de esta clase de sociedades se
encuentre totalmente atenuada y que la línea que separa a ambos sujetos de
derecho es en realidad muy tenue, lo que —con toda seguridad— provocará la
permanente aplicación de la solución prevista por el art. 54 tercer párrafo de la ley
19.550, norma que deberá ser interpretada, para esta clase de sociedades, en forma
amplia y en modo alguno restrictiva.
Dichas conclusiones son asimismo aplicables a la capacidad de estas
sociedades, que, como consecuencia de sus especiales características, sufre
importantes limitaciones, como la prohibición, y consecuente nulidad de los
contratos celebrados entre la sociedad unipersonal y su titular, tema sobre el cual
la ley 26.994 no ha incorporado solución expresa al respecto, pero que es solución
que viene impuesta atento lo dispuesto por el art. 248 de la ley 19.550, que, como
es sabido, prohíbe votar al accionista o su representante, que en una operación
determinada, tenga por cuenta propia o ajena un interés contrario al de la sociedad.
El régimen de contratación del socio único con la sociedad ha merecido diversas
soluciones en la legislación comparada(25), que son, a mi juicio insuficientes para
evitar el presumible fraude que implicaría convalidar en caso de no sancionar con la
nulidad esta especial operación, en donde se supone —porque así lo enseña la
vida— que el socio único actuará respondiendo a sus intereses personales y no del
instrumento que ha creado y que controla con exclusividad. Al respecto, la solución
española, que solo impone determinados requisitos de publicidad, que de no
cumplirlos y que torna inoponibles dichos contratos a la masa de acreedores en caso
de concurso del socio único o de la sociedad, no resulta, a mi entender, solución
suficiente ni eficiente, pues como ha dicho la doctrina, lo grave del caso es la
utilización de la autocontratación para la detracción subrepticia de fondos que
disminuyan la garantía de la sociedad y/o de su único socio, consiguiendo cualquiera
de ellos y según fuere el caso, una posición de ventaja frente a los acreedores
sociales en caso de insolvencia de la sociedad o viceversa(26). Con otras palabras,
lo que aumenta la ilegitimidad de esa manera de proceder no es la ausencia de

56 
 
publicidad o registración en los libros o en la documentación social, sino los efectivos
perjuicios ocasionados a terceros sociales o individuales del socio único, según
fuera el caso.
Pero además de lo dispuesto por el art. 248 de la ley 19.550, la nulidad de la
contratación entre el socio único y "su" sociedad unipersonal" viene también
impuesta por el art. 957 del Código Civil y Comercial de la Nación, cuando, al definir
al contrato, requiere la existencia de dos o más "partes", con lo cual la ley ha tratado
de resaltar la existencia de distintos centros de interés en el negocio y no solo de
"personas" distintas(27), de modo que no parece acertado concluir que, en la
contratación que nos ocupa, pueda hablarse de diferentes intereses entre las partes,
sino de un solo interés, que no es otro que el del único socio.
Podría sostenerse que, atento las limitaciones efectuadas por la ley 26.994 a la
constitución de sociedades unipersonales, en lo que respecta a someterlas a la
fiscalización estatal permanente y dotarlas obligatoriamente de una sindicatura
como órgano de control interno, pueda ello constituir un obstáculo para que el socio
único haga lo que quiere respecto del patrimonio de la sociedad unipersonal, pero
salvo supuestos excepcionales, que no descartamos, pero que resultan de muy
difícil presentación, los integrantes del directorio —para el caso que dicho órgano
esté integrado por terceros ajenos al accionista único— o sindicatura responderán
a los intereses de quien decide su contratación, su remoción y el pago de su
remuneración, afirmación que también se basa en la experiencia, que ha enseñado,
desde siempre, que el fracaso de la sindicatura responde, precisamente, a su total
falta de independencia respecto del directorio o de quienes controlan internamente
la voluntad de la sociedad.
Admitida pues la nulidad de autocontratación entre las sociedades anónimas
unipersonales y el socio único, la acción judicial correspondiente deberá ser
promovida por los terceros afectados por esa actuación, a través de la demanda
ordinaria de nulidad (art. 383 del CCyCN) o por los restantes directores —en caso
de directorio plural— o el síndico, a través de las acciones de nulidad de asamblea
o decisiones del directorio, cuando esa operación haya sido aprobada
orgánicamente, en el seno de la sociedad unipersonal o haya sido realizada y
ejecutada por el socio único, sin participación de los órganos sociales.
Por obviedad, las conclusiones antes expuestas, rigen plenamente cuando la
contratación se lleva a cabo entre dos sociedades unipersonales que tengan como
único titular a la misma persona humana.

2.5. Cuestiones controvertidas que planteará la existencia de las sociedades de


un solo socio
2.5.1. Primera cuestión en debate: la sociedad anónima como única opción de
la constitución de las sociedades unipersonales
La sencillez de los requisitos de constitución de las sociedades anónimas
unipersonales no significa, ni muchos menos, que la cuestión no esté exenta de
dificultades de interpretación, como se expondrá en los parágrafos siguientes.

57 
 
Reconozco al lector que mi desfavorable posición respecto a las sociedades
unipersonales no facilita mi labor de comentar las nuevas normas de la ley
19.550que a ella se refieren, pues de mí hubiese dependido, la única política que
hubiera sido menester efectuar es ignorar totalmente cualquier iniciativa en torno a
su incorporación legislativa y encarar una reforma más puntual que nuestro
ordenamiento societario requiere, y aún para el caso de aceptar la posibilidad del
empresario de escindir su patrimonio, a los fines de encarar determinados
emprendimientos empresarios, el molde ideal era el de la empresa individual de
responsabilidad limitada, figura que bien podría haber sido legislada en el Código
Civil y Comercial de la Nación, aprovechando la reforma integral de nuestro
ordenamiento normativo privado.
Ha sido criticado, con alguna razón, que el molde de las sociedades anónimas
—único permitido para las sociedades unipersonales— no era el más adecuado y
en tal sentido el Profesor Daniel Vítolo expresa que hubiera resultado más
conveniente restringir la constitución de estas sociedades a la utilización del tipo de
las sociedades de responsabilidad limitada, siguiendo algunos de los proyectos o
anteproyectos anteriores, toda vez que este tipo social se garantiza una mayor
transparencia en la actuación del ente y en relación con los terceros, dado que el
campo de socio único, es decir, en caso de transmisión por cualquier título de las
cuotas sociales representativas del capital social, implican la modificación del
contrato social y requieren de publicación e inscripción en el registro mercantil. De
donde se sigue que, en su actuación en el mercado, independientemente de quien
resulte estatutariamente representante legal, al tener que remitirse al contrato de
sociedad y sus modificaciones, el tercero podrá conocer, por exhibición de su
contrato o por su inscripción en el Registro Público, quien es el real y actual titular
del cien por ciento del capital social(28).
La crítica de Vítolo es válida, pues es de toda evidencia que la inscripción de la
transferencia de cuotas sociales en el registro mercantil ofrece mucha más
transparencia y seguridad a los terceros que la absurda inscripción de la
transferencia de acciones en los libros de la sociedad, prescripta por los arts.
213 y 215 de la ley 19.550, que se presta a todo tipo de maniobras fraudulentas y
que por lo general tiene por autores o cómplices a los directores y síndicos de la
sociedad anónima, que son, curiosamente, los responsables de su teneduría: el
directorio, por tener a su cargo sus registraciones y la sindicatura, atento su deber
de fiscalizar toda la actuación de los demás órganos sociales. Soy de opinión al
respecto que la inscripción de las transferencias societarias —y las demás
inscripciones previstas por el art. 215 para las acciones de las sociedades
anónimas—, pudo tener algún sentido cuando la posibilidad de emitir acciones al
portador era posible legalmente, pero su derogación por la ley 24.573 y la
asimilación, en la práctica, de las sociedades anónimas cerradas o de familia con
las sociedades de responsabilidad limitada, en lo que respecta a su giro y
funcionamiento, tornaba mucho más aconsejable aprovechar la oportunidad de
reformar la ley 19.550 y suprimir las inscripciones previstas por el art. 215 por su
inscripción en un registro mercantil, quedando a cargo del análisis de la legalidad de
ese registro un funcionario público y no un director de la empresa, que por lo general,
como accionista o perteneciente al grupo de control, tiene intereses comprometidos
cuando se trata de realizar esas inscripciones.

2.5.2. Segunda cuestión controvertida: La incapacidad de las sociedades de


un solo socio para ser titulares de sociedades de estas características

58 
 
Si partimos de la base, que el mismo art. 1º de la ley 19.550 —cuya importancia
fundamental radica en el hecho de que en dicha norma se encuentra la definición
misma de lo que debe entenderse por sociedad—prescribe que la sociedad
unipersonal no puede constituirse por una sociedad unipersonal, surge evidente
que, en ninguna oportunidad y no solo en el acto constitutivo, una sociedad de un
solo socio puede participar exclusivamente en la formación capital accionario de una
compañía de la misma naturaleza.
Sin embargo, alguna doctrina, nostálgica del dictamen de la Subcomisión de
Reformas a la ley 19.550, que, como hemos explicado, admitió las sociedades
unipersonales sin la menor cortapisa, ha sostenido, con el único y exclusivo fin de
sortear la valla del art. 1º, que esta prohibición solo rige para el acto constitutivo,
pero no existiría el menor inconveniente legal en admitir la integración de una
sociedad de un solo socio por una idéntica sociedad, siempre y cuando su titularidad
no haya sido asumida en el acto constitutivo de aquella, sino a través de
circunstancias posteriores: muerte o exclusión del otro socio, o de una actuación
posterior, esto es y concretamente, a través de la compra de la totalidad de las
acciones a quienes fueran los titulares de las acciones de la sociedad anónima
pluripersonal.
Estamos en una hipótesis idéntica a la que se planteó en la doctrina cuando fue
sancionada la ley 19.550, cuyo art. 123 prescribe los requisitos que debe cumplir
toda sociedad constituida en el extranjero para "constituir" sociedad en la República
Argentina, entre los cuales se encuentra la inscripción en el Registro Público de
Comercio de su contrato social, reformas y demás documentos habilitantes, así
como la relativa a sus representantes legales, norma que fuera muy resistida por
determinados sectores de opinión —que curiosamente coinciden con aquellos que
se opusieron con cualquier tipo de argumentos a las normas que, sobre las
sociedades off shore se dictaron en sede administrativa entre los años 2003 y
2005— quienes sostuvieron que el legislador solo exigió la inscripción de la sociedad
extranjera cuando la misma "participó" en el acto de constitución de la sociedad
local, pero no cuando adquirió posteriormente acciones de las mismas.
Afortunadamente esa "conveniente" manera de interpretar las cosas no fue
compartida por la jurisprudencia de quienes integraban por entonces la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Comercial durante los años 1973 a 1978, quienes no
incurrieron en la interpretación exegética de la ley, y con una serie de fallos
ejemplares, demolieron a quienes pretendían autorizar la actuación de sociedades
extranjeras en la República Argentina, con la mayor impunidad y sin la menor
transparencia(29).
He querido traer a colación este ejemplo, pues se trata de dos supuestos
idénticos que merecen igual solución, toda vez que si el legislador prohíbe a una
sociedad de un solo socio participar en el acto constitutivo de una sociedad
unipersonal, es de toda evidencia que esa prohibición persistirá durante toda la
existencia de la sociedad participada, que nunca podrá contar, entre sus integrantes,
a una compañía de estas características. Al respecto cabría preguntarse ¿Qué
sentido o fundamento tiene en art. 1º, último párrafo de la ley 19.550, si al día
siguiente de la inscripción de la sociedad unipersonal, el socio único de la misma
transfiere sus acciones a una sociedad unimembre? La respuesta es una sola:
absolutamente ninguno, y no cabe presumir tampoco ingenuidad ni incoherencia en
el legislador.
El art. 198 de la resolución general IGJ 7/2015 aclara la cuestión cuando
prescribe que "La sociedad unipersonal no podrá constituir o adquirir las acciones

59 
 
de otra sociedad unipersonal, conforme el art. 1º de la ley 19.550", adoptando la
solución que legalmente corresponde, por las razones antes mencionadas.

2.5.3. Tercera cuestión controvertida: Las sociedades "devenidas" en


sociedades de un solo socio
La incorporación a nuestra legislación de las sociedades de un solo socio, tornó
necesario la reforma de determinadas disposiciones legales de la ley 19.550, a los
fines de adecuarla a esta nueva figura.
Recuérdese que el art. 94 inc. 8º de la ley 19.550, en su original versión preveía,
como causal de disolución de las sociedades comercial, la "reducción a uno del
número de socios, siempre que no se incorporen nuevos socios en el término de
tres meses. En ese lapso, el socio único será responsable ilimitada y solidariamente
por las obligaciones sociales contraídas"; pero como esta norma resultaba en
principio incompatible con la aparición de las sociedades unipersonales, se eliminó
del listado de las causales de disolución previstas en el art. 94, agregándose una
nueva norma que trata el tema: "Art. 94 bis: Reducción a uno del número de socios:
La reducción a uno del número de socios no es causal de disolución, imponiendo la
transformación de pleno derecho de las sociedades en comandita, simple o por
acciones y de capital e industria, en sociedad anónima unipersonal, si no se
decidiera otra solución en el término de tres (3) meses".
Esta nueva norma es ambigua, claramente insuficiente y además, tal como está
redactada, es de casi de imposible aplicación para determinadas sociedades
pues ¿qué cosa es, jurídicamente, una transformación "de pleno derecho"?.
Volveremos a ello más adelante.
La nueva norma del art. 94 bis de la ley 19.550 es susceptible de varias
interpretaciones, producto de su escasa factura técnica, que impide llegar a
conclusiones definitivas. En primer lugar, podría interpretarse que dicha disposición
consagra dos soluciones distintas: a) un principio general, conforme al cual "La
reducción del número de socios no es causal de disolución" y b) una solución
específica para las sociedades en comandita y de capital e industria, a las cuales se
impone una transformación de pleno derecho en sociedades unipersonales.
Otra manera de ver las cosas consiste en sostener que la norma en su totalidad
se refiere exclusivamente a las sociedades en comandita y de capital e industria y a
esta conclusión se llega no solo por la lectura de la mera redacción del art. 94 bis,
que no contiene dos frases diferentes separadas por un punto seguido, sino a través
de una interpretación finalista de dicha disposición legal, pues es obvio concluir que
la reducción a uno del número de socios afecta fundamentalmente la tipicidad de
aquellas sociedades para cuya existencia se requiere la existencia de dos
categorías de socios, esto es, las sociedades en comandita y de capital e industria.
Esta manera de interpretar la norma, que es a mi juicio parece la más acertada,
encuentra como fundamento el hecho de que las sociedades en comandita y las
sociedades de capital e industria nunca podrán ser unipersonales, porque la
pluralidad de socios es requisito tipificante de las mismas, y por tal razón la drástica
disposición que dispone su "transformación de pleno derecho" —figura que si bien
no se encuentra legislada en los arts. 74 a 81 de la ley 19.550 y que no han sido
modificados por la ley 26.994— da a entender que al día siguiente de transcurridos
los tres meses de haber quedado dichas sociedades reducidas a un solo socio, se
le aplicarán directamente, en sus relaciones internas como externas, las normas de
las sociedades anónimas unipersonales, sin necesidad de ningún acto societario
interno ni registración alguna, solución que si bien plantea todo tipo de interrogantes,

60 
 
difícilmente originará jurisprudencia que los aclare, atento la casi nula existencia en
nuestro medio, de sociedades en comandita y de capital e industria, que son
resabios que vienen de la legislación mercantil de 1862.
Pero si se opta por la primera lectura de la norma del art. 94 bis de la ley 19.550 a
la cual nos hemos ya referido, esto es, a la existencia de un principio general
aplicable para todas las sociedades y a una normas específica para determinado
tipo de sociedades (las sociedades en comandita y las de capital e industria), ella
tampoco es solución que resulta satisfactoria, pues es sencillamente inexplicable el
silencio del legislador respecto del funcionamiento posterior de los otros tipos
sociales y en especial, de las sociedades colectivas, de responsabilidad limitada y
anónimas pluripersonales, que durante el curso de vigencia de su contrato social ha
perdido la pluralidad de socios, toda vez que la "transformación de pleno derecho"
solo está autorizada para las sociedades de capital e industria y en comandita. No
solo cualquier explicación al respecto brilla por su ausencia, sino que carece de toda
coherencia prescribir legalmente que, por una parte solo se admite la sociedad
anónima como único molde para constituir una sociedad unipersonal (art. 1º LGS)
—solución que el legislador de 2014 ha reiterado hasta el cansancio— pero por otro
lado sostener, como principio general y válido para todas las sociedades, con
excepción de las comanditas y de capital e industria, que "La reducción a uno del
número de socios no es causal de disolución" de ninguna otra sociedad.
La incoherencia de la solución prevista en el art. 94 bis de la ley 19.550 salta a
la vista y razonar de tal manera implica consagrar la existencia de dos regímenes
diferentes: uno, el de la "unipersonalidad originaria", esto es, a la que se refiere
el art. 1º de la ley 19.550, cuando define el mismo concepto de sociedad y solo
admite la existencia de sociedades unipersonales bajo la forma de sociedades
anónimas y el otro, la "unipersonalidad sobreviniente", categoría no admitida por
aquella norma y que solo puede ser interpretada sobre la base de la pésima
redacción del art. 94 bis(30), pero de posible presentación fáctica en toda sociedad
con excepción de las sociedades en comandita y de capital e industria, con lo cual
todos las normas de protección previstas en la ley general de sociedades, orientadas
a la transparencia, a la protección de terceros y a la necesidad de evitar el fraude a
la ley perderán toda vigencia. Basta reparar al respecto que a esa inadmisible
"unipersonalidad sobreviniente" se podría llegar con el solo expediente de hacer
incurrir voluntariamente a cualquier sociedad colectiva o de responsabilidad limitada
en la unipersonalidad, para lo cual no hay que esperar a la muerte o exclusión de
uno de los dos socios, sino, y entre otros ejemplos, recurriendo al simple hecho de
concentrar todas las cuotas sociales en manos de un ellos, operación que se puede
concretar mediante un simple contrato de transferencia de participaciones sociales
o a través del ejercicio del derecho de receso.
La escasa doctrina que se ha ocupado del tema, atento la novedad, han admitido
sin embargo la posibilidad de la existencia de sociedades unipersonales
sobrevivientes, aún cuando no se trate de sociedades anónimas. Balonas por
ejemplo, en un interesante trabajo presentado al 60º Encuentro de Institutos de
Derecho Comercial de Colegio de Abogados de la Provincia de Buenos Aires,
celebrado en Mar del Plata los días 4 y 5 de diciembre de 2014, aceptó la posibilidad
de la existencia de sociedades unipersonales sobrevinientes, que incluyen incluso a
las sociedades de hecho, pero siempre y cuando esa unipersonalidad no haya sido
voluntaria(31), aunque este autor, en un evento celebrado pocos meses después, en
Morón, Pcia. de Buenos Aires, rectificó su postura, sobre la base de lo dispuesto por
el art. 163 inc. g) del Código Civil y Comercial de la Nación, cuando establece, para
todas las personas jurídicas, que la reducción a uno del número de miembros

61 
 
constituye causal de disolución de las mismas, si la ley especial exige pluralidad de
ellos y ésta no es restablecida dentro de los tres meses(32). Osvaldo Pisani, por su
parte, y en una ponencia presentada en el primero de aquellos eventos, sostuvo que
de la reciente reforma al ordenamiento societario por la ley 26.994, permitiría el
funcionamiento regular de sociedades de responsabilidad limitada unipersonales
que habiendo sido originariamente constituidas por dos o más socios, luego la
misma queda con uno solo, admitiendo dicho autor que la misma solución cabe para
las sociedades anónimas pluripersonales(33). Finalmente y para Carlos Molina
Sandoval, que ha reflexionado largamente sobre la cuestión(34), las sociedades
colectivas o de responsabilidad limitada que han perdido la pluralidad de socios no
entran en disolución como consecuencia del principio general previsto en el art. 94
bis, en cuanto dispone que "la reducción a uno del número de socios no es causal
de disolución", sociedades que, según este autor, pasan a gobernarse por las
normas referidas a las sociedades no regulares (arts. 21 a 26 de la ley 19.550), las
que podrán recurrir al procedimiento de subsanación previsto por el art. 25.
No estoy de acuerdo con esta manera de pensar, toda vez que ello implica
autorizar la existencia de una supuesta "unipersonalidad derivada o sobreviniente",
que la ley admite solo por el término de tres meses y para los supuestos en que la
disolución por reducción a uno del número de socios acontezca en una sociedad en
donde la existencia de dos tipos de socios constituya un requisito tipificante. Pero
fuera de la hipótesis de la situación prevista por el art. 94 bis para las sociedades en
comandita y de capital e industria, las demás sociedades —sociedades colectivas y
sociedades de responsabilidad limitada— la reducción a uno del número de socios
no puede sino importar, a pesar del silencio del listado de las causales de disolución
previstos en el art. 94, un claro supuesto de disolución, que abre necesariamente la
etapa liquidatoria, siéndole aplicable al respecto lo dispuesto por el art. 99 en lo que
respecta a la actuación y responsabilidad de sus socios y administradores.
Ello vale como principio general, pero atento al hecho de que el art. 94 bis de
la ley 19.550, en su actual redacción, permite la adopción de otra solución más
conveniente para superar la unipersonalidad incurrida en las sociedades allí
mencionadas, sumado al hecho de que constituye uno de los principios
fundamentales del ordenamiento societario aquel que predica conservación de la
empresa, consideramos procedente la transformación de las sociedades colectivas
y sociedades de responsabilidad limitada, que han perdido el requisito de la
pluralidad de socios, en una sociedad anónima unipersonal, cumpliéndose todos los
requisitos previstos por los arts. 11 inc. 4º, 164, 186 inc. 3º y 187 de la ley
19.550, siempre y cuando dicha transformación se lleve a cabo dentro de los tres
meses de acaecida la reducción a uno del número de sus integrantes (art. 163 inc.
g]) del Código Civil y Comercial de la Nación) e idéntica conclusión corresponde
arribar en torno a las sociedades anónimas pluripersonales, que hubieran incurrido
en la misma situación.
En cuanto a las sociedades no regularmente constituidas previstas en los arts.
21 a 26 de la ley 19.550, y en lo que respecta a la reducción a uno del número de
sus socios, argumenta Molina Sandoval que en caso de infracción a la norma del art.
94 bis de la ley 19.550, las referidas sociedades quedan sometidas a las normas de
la Sección IV del Capítulo I de dicha ley, que en su nueva redacción trata sobre las
sociedades no regulares y las sociedades atípicas, con lo cual este profesor de la
Universidad de Córdoba concluye que "Dicha consecuencia nos lleva directamente
a una conclusión que no parece ser la deseada por el propio legislador: el
ordenamiento societario también admite la unipersonalidad en las sociedades

62 
 
innominadas (simples o residuales), pues de otro modo no hubiera establecido un
régimen como el previsto en los arts. 21 y ss. de la LGS"(35).
Estas conclusiones son también equivocadas por las siguientes razones:
a) Las sociedades afectadas por la reducción a uno del número de socios no
están enumeradas en los nuevos arts. 21 a 25 de dicha ley. Así lo entiende también
la doctrina, para quien los casos previstos por el art. 94 bis —las sociedades de
capital e industria y las sociedades en comandita, simple o por acciones—, no
pueden derivarse al régimen de la referida Sección IV, Capítulo I del ordenamiento
societario, pues el nuevo art. 21, en la redacción asignada por la ley 26.994 está
referido a sociedades que no "se constituyan" o que "omitan" requisitos o "incumplan
con las formalidades" y no a aquellas por circunstancias sobrevinientes, queden
reducidas a uno en el número de socios, supuesto —este— que bajo la ley
26.994 desaparece como causal de disolución(36).
b) Por otro lado el elenco de las sociedades previstas en la sección IV del
Capítulo I de la ley 19.550 está expresamente prevista en el arts. 21, que no incluye
a las sociedades "devenidas" unipersonales afectadas por dicha circunstancia. De
manera tal que, ante una sociedad "no regular" de las previstas en la nueva Sección
IV del Capítulo I que haya perdido la pluralidad de socios, lo único admisible es la
liquidación inmediata de su patrimonio, lo que podrá ser impuesto de oficio por el
juez, y la imputación de su patrimonio a su socio único, sin otras y mayores
consideraciones.
c) Del mismo modo, es absurdo sostener que, ante la reducción a uno del número
de socios de una sociedad de aquellas incluidas en la Sección IV del Capítulo I de
la ley 19.550, la consecuencia es que dicha sociedad seguirá siendo regida por las
mismas normas.
d) Finalmente, no parece tampoco coherente que el legislador y basado en
razones de transparencia, admita solo la constitución de sociedades unipersonales
exclusivamente bajo la forma de sociedades anónimas, para luego permitir que el
excepcional régimen de unipersonalidad sea válido también para las sociedades
como aquellas incluidas en el art. 21 de la ahora denominada Ley General de
Sociedades, que no se caracterizan por su transparencia, atento su falta de
inscripción registral.
Si bien hemos expuesto que las sociedades en comandita y de capital e industria
quedan sometidas a la "transformación obligatoria" para el caso de quedar reducidas
a uno en el número de sus socios, corresponde preguntarse entonces, ¿qué
sucedería en el caso de que las dichas sociedades no se ajustaran a los requisitos
que impone la "transformación de pleno derecho", respecto de las sociedades
unipersonales?, esto es, en aquellas en que no solo no quede redactado su nuevo
social y que no cuenten con sindicatura o con directorio plural, adaptado a los
moldes previstos para las sociedades anónimas unipersonales, y la solución a este
interrogante, cuya presencia no es de sencilla configuración en la práctica, por la
inexistencia de sociedades de capital e industria o en comandita en nuestro medio,
no consiste a nuestro juicio en considerar su inclusión en las normas de los arts. 21
a 26, porque a diferencia de lo sostenido por Molina Sandoval, esta circunstancia no
las convierte en atípicas, sino que simplemente, esa supuesta entidad de un solo
socio, sin los requisitos necesarios para así ser considerada, no podrá ser nunca
considerada una sociedad, sino solo un patrimonio individual y de tal manera podrá
ser agredido por los acreedores particulares de su único integrante. La solución
contraria es sencillamente impensable, pues de tratarse de entidades que han
perdido la pluralidad de socios, condenadas a su necesaria liquidación, dado que la

63 
 
unipersonalidad solo está permitida para las sociedades anónimas del art. 299 LS,
pasarían a gobernarse por normas mucho más benignas, que son las dedicadas a
las sociedades no regulares, informales o simples —como se quiera llamar a los
entes gobernados por los arts. 21 a 26 de la ley 19.550—, sin haber aquéllas
cumplido con los procedimientos que dicha ley impone para poder mantener su
vigencia, nada de lo cual parece coherente con la finalidad del legislador.
El art. 203 de la resolución general 7/2015 trata específicamente este tema,
descartando toda posibilidad de que las sociedades colectivas, de responsabilidad
limitada y anónimas pluripersonales, devenidas unipersonales, puedan seguir
operando como sociedades incluidas en la Sección IV del Capítulo I de la ley
19.550,disponiendo expresamente que "En los restantes tipos sociales plurilaterales
no mencionados por el art. 94 de la ley 19.550, en que opere la reducción a uno del
número de socios en caso de no recomponerse la pluralidad de socios dentro del
plazo establecido por el mismo artículo, deberá resolverse:
a. Su transformación voluntaria como sociedad anónima unipersonal, debiendo
cumplirse con los mismos recaudos establecidos en el artículo anterior, excepto que
se trate de una sociedad anónima, en cuyo caso procederá la reforma de sus
estatutos en lo que corresponda adecuar y, en su caso, la correspondiente
designación de administradores y órgano de fiscalización plural, aplicándose a tal
efecto lo requerido por estas Normas en cada supuesto o
b. Su disolución y nombramiento de liquidador, aplicándose a tal efecto lo
requerido por esta Normas.
En caso de incumplimiento a lo dispuesto por el presente, se considerará a la
sociedad bajo el régimen de responsabilidad establecido para las sociedades de la
Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550".
Repárese que este último párrafo solo se refiere a la responsabilidad que el
originario art. 94 inc. 8º —hoy derogado por la ley 26.994— ponía en cabeza del
único socio, en caso de reducción a uno del número de socios, responsabilidad que
la Inspección General de Justicia ha mutado en responsabilidad mancomunada por
partes iguales, pero ello en nada cambia las cosas, porque la responsabilidad
mancomunada, en una sociedad donde un solo socio reúne todas las acciones de
la sociedad, configura un supuesto de responsabilidad ilimitada con las obligaciones
sociales, que era, precisamente, la solución del derogado art. 94 inc. 8º de la ley
19.550.

2.5.4. Cuarta cuestión controvertida: La adopción de decisiones sociales en


las sociedades unipersonales. Quórum y mayorías. Publicaciones. Existencia
de ciertas decisiones que no pueden ser adoptadas por el órgano de gobierno
de la sociedad de un solo socio
En ejercicio del control de funcionamiento de las sociedades anónimas
unipersonales, atento su inclusión en el listado de las compañías mencionadas en
el art. 299 de la ley 19.550, la Inspección General de Justicia ha resuelto, con toda
lógica, que la presencia del socio único, ya sea en primera o segunda convocatoria,
en asambleas ordinarias u extraordinarias sujetas a control y fiscalización de dicho
organismo, configurará cumplido el quórum requerido por el estatuto o la ley
19.550 y en el mismo sentido, todas las decisiones serán consideradas como
adoptadas por unanimidad, por el socio único en ambos tipos de asambleas (art.
199 de la resolución general IGJ 7/2015).
En cuanto a la publicidad de convocatoria, el art. 200 del mismo cuerpo legal
prevé que las sociedades anónimas unipersonales estarán exceptuadas de

64 
 
presentar los avisos de convocatoria requerido por la aludida resolución general, en
aquellos casos en que se verifique la presencia del socio único en el acto
asambleario, configurando así la unanimidad establecida en el art. 237, último
párrafo de la ley 19.550, para prescindir de las mismas.
De modo tal que, salvo el caso de que la asamblea sea convocada por la
sindicatura, en los términos del art. 294 inc. 7º de la ley 19.550, la sociedad no
deberá publicar los edictos de convocatoria previstos por el art. 237 de la ley 19.550.
Finalmente, la sociedad de un solo socio plantea la dificultad de adoptar
determinadas decisiones asamblearias, como por ejemplo, la aprobación de la
gestión de los directores y síndicos y la remuneración del único socio como director
de la sociedad, temas sobre los cuales se refieren los arts. 241 y 248 de la ley
19.550, que prohíben al accionista que reúne el carácter de director, síndico,
miembro del consejo de vigilancia o gerente, emitir su voto en las resoluciones
atinentes a la aprobación de su gestión o en cualquiera de ellas que tuviera un
interés contrario al de la sociedad, dentro del cual se encuentra incluso la aprobación
de su propia retribución(37).
Ello configura una cuestión que afectará el normal funcionamiento de la
sociedad, pues en el primer caso, esto es, la aprobación de la gestión de los
directores, actuación prohibida por el art. 241 de la ley 19.550, el voto del socio
único comprende su propia actuación en el directorio, lo cual resulta inadmisible y
provoca la nulidad de ese acuerdo, y lo mismo sucede cuando el directorio es plural,
atento la responsabilidad solidaria e ilimitada con que la ley los sanciona en caso de
incumplimiento de sus funciones (arts. 59 y 274 LGS), lo cual impide la aprobación
individual de la gestión de los integrantes de dicho órgano. Recordemos al respecto
que, de conformidad con lo dispuesto por el art. 275 LGS, la aprobación de la gestión
extingue la responsabilidad de los directores y gerentes respecto de la sociedad y
marca el inicio del cómputo del plazo de la prescripción para la promoción de las
acciones de responsabilidad contra ellos.
En cuanto a la remuneración del directorio de la sociedad unipersonal, debe
recordarse que el art. 248 de la ley 19.550 prohíbe votar al accionista o a su
representante que en una operación determinada tenga un interés contrario al de la
sociedad, entre las cuales se encuentra la determinación de sus honorarios. Pero
en este caso debemos diferenciar entre varias situaciones: a) La primera, cuando
hay un directorio unipersonal y el órgano lo integra el accionista único y b) la
segunda, cuando el accionista único integra el órgano de administración con otros
directores, en cuyo caso la prohibición del art. 248 no comprende la determinación
de la retribución de todo el directorio sino exclusivamente la de su beneficiario y 3)
Cuando el accionista único no integre el directorio —supuesto que podrá darse, casi
exclusivamente, en los casos de filiales de sociedades constituidas en el extranjero
o grupo de sociedades nacionales—, en cuyo caso, no será aplicable la norma
del art. 248 de la ley 19.550.
Ello nos conduce a una pregunta que no tiene solución en la ley 19.550: ¿Cómo
se remunera al accionista que reviste el carácter de único director en el órgano de
administración de la sociedad unipersonal?, pues por aplicación del art. 248 de la ley
19.550, la resolución asamblearia que determine su propia remuneración, carecerá
de toda validez, en acción de nulidad que podrá ser demandada por la sindicatura o
por la autoridad de control, en los términos del art. 303 inc. 1º de la LGS, atento que,
como ya ha sido sostenido, las sociedades unipersonales forman parte del listado
de compañías incluidas en el art. 299 de la ley 19.550.

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¿Podría afirmarse que la cuestión carece de toda importancia, porque lo que el
director único no se lleva a sus bolsillos por vía de remuneración del directorio, al
encontrarse imposibilitado de votar su propia remuneración podrá hacerlo a través
del dividendo? Es posible, pero esta manera de razonar quiebra todo el sistema de
funcionamiento del directorio y en especial el esquema remuneratorio previsto por
el art. 261, que no está previsto para las sociedades unipersonales. Ello constituye
una prueba más para demostrar que la sociedad de un solo socio es una
contradicción en sus propios términos, la cual carece de interés social y todo se
reduce, en lo que respecta al funcionamiento de la compañía, a lo que decida hacer
el socio y director único con los fondos sociales y sus resultados, careciendo las
normas protectorias del funcionamiento de la sociedad y del interés social, de toda
cabida y fundamento en este tipo especial de compañías.

2.6. Pluralidad sustancial y no formal. Las denominadas "sociedades de cómodo"


2.6.1. Las denominadas "sociedades de cómodo". Su ilegitimidad
La circunstancia de que la ley 26.994 del año 2014 haya admitido las sociedades
unipersonales, aunque limitadas a las sociedades anónimas, con cumplimiento de
ciertos y determinados requisitos de validez, no implica autorizar la actuación de lo
que se conoce como "sociedades de cómodo", esto es, aquellas en donde un socio
reúne la casi totalidad de las participaciones sociales y los restantes solo
propietarios de un número ínfimo de ellas, siendo su participación absolutamente
irrelevante.
Concretamente, la consagración de la ley 26.994 no autoriza a sostener que en
los restantes tipos sociales, en especial en aquellos donde sus integrantes limitan la
responsabilidad, esto es, en las sociedades de responsabilidad limitada y en las
sociedades anónimas no ajustadas al particular régimen de la unipersonalidad,
puedan exhibir una evidente y notoria desproporción entre las participaciones
sociales del accionista mayoritario y del minoritario, cuando por la irrisoria
participación de éste en el capital social, debe suponerse que su existencia obedece
a la necesidad de cumplir solo formalmente con el requisito de la pluralidad de
socios, encubriendo dicha sociedad a una empresa individual.
Toda esta problemática fue considerada por la Inspección General de Justicia, a
partir del año 2003, la cual comenzó a requerir, la concreta existencia de una
pluralidad sustancial de socios, pues bajo esa forma de actuar se escondían
verdaderas sociedades unipersonales que no tuvieron cabida en nuestra legislación
hasta la sanción de la ley 26.994.
No obstante la actual legislación de sociedades, que alberga a las sociedades
unipersonales, no creemos que ello constituye un argumento para aceptar la
constitución de sociedades de cómodo, y ello por los mismos e idénticos motivos
que hemos expuesto antes, esto es, que la permisión legal para la constitución de
sociedades unipersonales se limita a cierto tipo societario —las sociedades
anónimas del art. 299—, para lo cual hay que cumplir claros y determinados
requisitos, expresamente previstos por la ley 19.550 en su actual redacción. De
modo tal que, si para recurrir al molde de las sociedades de un solo socio hay que
respetar concretos y expresos requerimientos, mal puede interpretarse que ello

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puede ser soslayado mediante la actuación de sociedades de cómodo o sociedades
sin pluralidad sustancial de socios, cuya ilegitimidad sigue tan vigente como antes
de la sanción 26.994.
Así también lo entiende el art. 56 de la resolución general 7/2015 de la Inspección
General de Justicia, cuando, recogiendo la solución de las "Nuevas Normas de la
Inspección General de Justicia" (resolución general 7/2005) dispone en el art. 56
que la Inspección General de Justicia no inscribirá la constitución de sociedades
pluripersonales cuya pluralidad de socios sea meramente formal o nominal. Los
alances del ejercicio del control de legalidad comprenden la verificación de la
existencia de pluralidad de socios en sentido sustancial, a cuyo fin se evaluará el
aporte inicial de cada socio fundador, determinando para decidir sobre la
procedencia de la inscripción, si el mismo reviste relevancia económica mínima
suficiente para conformar, con el de los restantes, un efectivo sustrato plurilateral,
disponiendo asimismo que, en tal supuesto, previo pronunciarse contra la inscripción
del acto constitutivo, se requerirá la presentación de instrumento complementario
del cual resulte la configuración de la pluralidad sustancial requerida o, en su caso,
la observación que permita la opción de transformarse en sociedad anónima
unipersonal.
Resulta de interés referirnos a la cuestión suscitada en torno a las sociedades
de cómodo, allá por el año 2003, pues solo conociendo y comprendiendo la polémica
desatada en torno a ellas, podemos concluir, como lo hacemos ahora, en el sentido
de que la admisión actual de las sociedades unipersonales no autoriza la existencia
de sociedades de cómodo, en tanto no se trata de la misma manifestación de un
mismo fenómeno, pues una cosa es constituir una sociedad unipersonal, como la
ley actualmente lo autoriza, respetando el tipo que la ley autoriza para su existencia,
así como los demás recaudos en torno a su transparencia, capital social y
funcionamiento y otra cosa es tolerar el funcionamiento de cualquier tipo social, en
el cual se admita la limitación de la responsabilidad del socio, y que exhiba la
titularidad por un socio del 99,9999 por ciento de su capital social.
Pues bien, y no obstante que las sociedades unipersonales no se encontraban
legisladas en la ley 19.550 hasta la sanción de la ley 26.994, que admitió esta
posibilidad para las sociedades anónimas en forma exclusiva, los cultores y
entusiastas de estas sociedades, habían lograron sortear con anterioridad, la
prohibición legal de constituir sociedades de un solo socio, mediante el sencillo
recurso de constituir sociedades comerciales donde uno de los socios tiene en su
poder el total de las acciones o cuotas de la misma menos una o dos, que pone en
cabeza de otro u otros socios, generalmente parientes cercanos o dependientes, lo
constituye el fenómeno conocido como "sociedades de cómodo" o "sociedades
sustancialmente unipersonales".
Lo verdaderamente curioso de todo ello es que no existió sanción para la
constitución de sociedades con tan particulares características y que el encargado
del Registro Público de Comercio —fuese éste un juez comercial o una autoridad
administrativa— no objetaron la legalidad de las mismas cuando ellas fueron
sometidas al control de legalidad previsto legalmente por el Código de Comercio o
por la ley 19.550, en oportunidad de requerirse la registración de las mismas. A lo
sumo, algún tribunal, en fallo aislado y ante una sociedad de estas características,
dispuso la extensión de la responsabilidad al socio controlante por las obligaciones
sociales, pero nada más(38).
Por mi parte y como profesor de derecho comercial, me resultaba casi imposible
responder satisfactoriamente cada vez que un alumno me preguntaba sobre la

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legalidad de esta particular clase de sociedades, luego de hacerles saber que, de
conformidad con lo dispuesto por la ley 19.550 —y hasta la sanción de la ley
26.994—, la pluralidad de socios era un requisito sustancial para la existencia de
toda sociedad comercial. Me daba la impresión que cualquiera fuese la respuesta
que ensayara, siempre iba a percibir entre los alumnos ese gesto de incredulidad o
de sarcasmo que se advierte cuando se intenta explicar lo inexplicable o cada vez
que un instituto legal queda desvirtuado por la picardía de unos pocos, que encima
pretenden justificar en derecho la existencia de semejante violación al sistema legal,
no solo societario, sino al régimen patrimonial argentino.
En los últimos años, la Inspección General de Justicia comenzó a combatir esta
ilegítima práctica societaria, pensada, como hemos dicho, para minimizar o
directamente trasladar los riesgos empresarios a todos los terceros que de una
manera u otra se vinculan con la sociedad (trabajadores, proveedores, acreedores
voluntarios etc.), y que también constituía un mecanismo "apto" para desvirtuar y
desnaturalizar el instituto de la sucursalización en el país por parte de una sociedad
constituida en el extranjero, disfrazando de filial argentina a una simple sucursal de
una empresa foránea, evitando, de esa manera, responsabilizar a la casa matriz por
las deudas contraídas en la República Argentina e incumplir con la registración
dispuesta por el art. 118 de la ley 19.550, de evidente orden público. Ello será
ampliado cuando nos detengamos en lo dispuesto por los arts. 118 a 124 de la ley
19.550.
Las primeras resoluciones dictadas por la Inspección General de Justicia en
materia de "sociedades de cómodo", datan de los primeros días del mes de
noviembre de 2003, en sendos trámites iniciados por sociedades de responsabilidad
limitada o sociedades anónimas de carácter familiar, en las cuales uno de los socios
acumulaba, directa o indirectamente más del 99% del capital social(39). Se
sostuvieron en estos expedientes administrativos, a los fines de fundar en derecho
el rechazo de la pretendida inscripción, los siguientes argumentos:
a) Las sociedades anónimas o las sociedades de responsabilidad limitada no
han sido creadas por el legislador como instrumentos para limitar la responsabilidad
de sus integrantes ni para quebrar los principios generales de la universalidad del
patrimonio de las personas, sino como contratos idóneos para la concentración de
capitales a los efectos de emprender negocios de gran envergadura. La
interpretación literal del art. 1º de la ley 19.550 es categórico sobre el particular.
b) Las denominadas "sociedades de cómodo" se encuentran excluidas de
nuestro derecho, entendidas éstas como el recurso utilizado por aquellos
empresarios individuales que solo aparentemente actúan como entes societarios,
sea por la vía de la simulación de la pluralidad de socios o por ese engendro
denominado "negocio jurídico indirecto".
c) Si uno de los fundadores de la sociedad anónima o sociedad de
responsabilidad limitada es titular de la casi totalidad de las cuotas o acciones en
que se divide el capital social y el otro fundador del restante porcentaje de esas
cuotas o acciones, es evidente concluir que el primero no necesitó ni necesita al
segundo para desarrollar la amplia gama de actividades descripta en el objeto social
de aquella, y que solo recurrió a la constitución de una sociedad de tales
características a los fines de cumplir con una mera formalidad y no para satisfacer
la justificada exigencia de lograr la pluralidad de sujetos que la ley 19.550 requiere
para el nacimiento de un nuevo sujeto de derecho, con personalidad propia y con el
excepcional beneficio de la limitación de la responsabilidad de quienes integran el
elenco de la sociedad anónima cuya inscripción se pretende.

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d) Quienes han concurrido a constituir la sociedad anónima o de responsabilidad
limitada de esas características, no han querido formar una sociedad entre sí ni
tampoco con otras personas determinadas o a determinarse. No han tenido voluntad
de asociarse y menos aún una voluntad de colaboración activa, jurídicamente
igualitaria e interesada; es decir, carecen de affectio societatis, que es, en opinión
de nuestra doctrina, un elemento específico del contrato de sociedad. Es evidente
que tales conclusiones descartan la posibilidad de recurrir a la constitución de
sociedades anónima —o de responsabilidad limitada— como un mero recurso para
limitar la responsabilidad del empresario individual, el cual es solo un efecto legal de
la elección de un determinado tipo societario, pero nunca, se reitera, constituye el
objetivo que tuvo en miras el legislador al legislar el contrato de sociedad.
Mientras iba tomando estado público este novedoso criterio de la Inspección
General de Justicia, se presentó ante este Organismo la conocida compañía local
"Coca Cola Femsa de Buenos Aires Sociedad Anónima", requiriendo la inscripción
de un determinado acto asambleario en el Registro Público de Comercio. La
presentante era, por aquel entonces —corría el mes de diciembre de 2003— una
sociedad filial argentina, cuyos integrantes era una sociedad extranjera, como titular
de la cantidad de 52.694.431 acciones de un total de 52.694.432 acciones, estando
la restante acción en manos del representante argentino de la referida entidad
foránea. Con otras palabras, la sociedad extranjera era titular del 99,9999 por ciento
del capital social de la controlada nacional.
Ello planteaba los siguientes interrogantes: ¿Son aplicables a las filiales
argentinas de sociedades constituidas en el extranjero los mismos argumentos que
habían sido utilizados para rechazar la inscripción de sociedades locales que
exhibían una manifiesta desproporción en las tenencias societarias de sus
integrantes? y si la respuesta era positiva, ¿Afectaría ello la inversión extranjera o
la afluencia de capitales a la República Argentina?
Lo primero nos resultó de toda evidencia, por los argumentos que hemos
explicado antes, en el sentido de que la constitución o participación por una
compañía constituida en el extranjero en una sociedad argentina, como titular del
99,9999% de las acciones de la misma, implica una verdadera desnaturalización —
o abuso— del concepto mismo de filial, que supone la constitución o integración de
una verdadera sociedad comercial, con pluralidad real o sustancial de integrantes.
Admitir lo contrario implicaría convalidar un artilugio legal, sumamente perjudicial
para los intereses de quienes se vinculan con dicho ente, que carecerían de todo
derecho para perseguir a la casa matriz por las obligaciones contraídas en territorio
nacional por la filial argentina, cuando en la materialidad de las cosas esta entidad
no era otra cosa que una mera sucursal, dependiente totalmente de la política
comercial de la falsa controlante externa.
En cuanto a las supuestas consecuencias negativas que para los intereses del
país pudiese implicar el requerimiento de la pluralidad sustancial de integrantes para
las filiales argentinas, no costó mayores reflexiones despejar cualquier duda que al
respecto pudiera plantearse, porque un principio mínimo de coherencia obligaba a
actuar con el mismo criterio frente a toda sociedad que pretende intervenir en el
tráfico mercantil de la República Argentina, pues si se considera que la sociedad es
un instrumento de concentración de capitales para la realización de actividades
mercantiles y que el legislador ha requerido la presencia de dos o más personas
para tener por configurada una sociedad comercial, no existe argumento posible
para restringir tales exigencias a las compañías integradas por socios locales,
eximiendo de las mismas cuando sus integrantes fueran sociedades constituidas en
el exterior, por el simple temor de ahuyentar la afluencia de capitales a nuestro país.

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Por otra parte, la realidad siempre ha demostrado que las compañías extranjeras,
cuando son serias y tienen verdadera intención de instalarse en el país, jamás se
muestran reticentes para cumplir con los requisitos legales que exige el país receptor
de las inversiones, de modo que se insistió con el criterio de exigir el estricto
cumplimiento del requisito de la pluralidad de socios y ante ello la sociedad filial
"Coca Cola Femsa de Buenos Aires Sociedad Anónima" consintió la resolución IGJ
1632 del 15 de diciembre de 2003, recomponiendo en un plazo razonable la
pluralidad sustancial de accionistas y obteniendo finalmente la inscripción
pretendida por ella.
La novedosa actitud asumida por la Inspección General de Justicia en materia
de pluralidad sustancial de socios o accionistas generó de inmediato cierta
resistencia en determinados círculos, tanto profesionales como académicos, esto
es, quienes durante años utilizaron o aconsejaron la constitución de sociedades de
responsabilidad limitada o anónimas cuasi unipersonales, a los fines de trasladar los
riesgos empresarios a terceros, o para aquellos que, por encima de los verdaderos
intereses en juego, estaba la necesidad de copiar la legislación comparada, en
especial la anglosajona, tan proclive a las sociedades de un solo socio, pero no
menos rigurosa cuando se trata de sancionar a quienes abusan del esquema
societario para defraudar a terceros.
Los argumentos para defender las sociedades de cómodo o sustancialmente
unipersonales eran los siguientes, esquemáticamente expuestos:
a) Que la ley 19.550 no ha previsto un mínimo de cuotas o acciones a ser
suscripto por cada socio.
b) Que en tanto la Inspección General de Justicia no había observado la
inexistencia de pluralidad sustancial de socios en el acto constitutivo de la sociedad,
mal podía hacerlo con posterioridad, al controlar la legalidad de un acto societario
posterior, pues como consecuencia de esa omisión, sus integrantes gozaban de un
derecho adquirido a tener las participaciones societarias que exhibieron en el acto
constitutivo.
c) Que la unipersonalidad societaria está admitida por la ley 19.550 en el art. 94
inc. 8º y en las sociedades que dejan de cotizar, conforme lo dispuesto por el art. 29
del decreto 677/2001.
d) Que la ley 19.550 admite la existencia del socio aparente en el art. 34.
e) Que nuestro ordenamiento legal permite la simulación lícita (art. 957 del
Código Civil), y en consecuencia no existen inconvenientes que se utilice la figura
societaria al solo efecto de limitar la responsabilidad de los socios para la realización
de un determinado negocio, siempre y cuando la figura societaria no se utilice para
violar los derechos de terceros.
f) Y por obviedad, el remanido argumento de que la Inspección General de
Justicia carecía de facultades legales necesarias para merituar la cuantía de la
participación societaria que exhibían los fundadores de una sociedad comercial en
el acto de su constitución, o con posterioridad a ello, cuando era resuelto en la
entidad controlada, un acto societario susceptible de posterior registración.
Ello determinó el dictado de una serie de resoluciones particulares(40), en las
cuales se intentó rebatir tales razones, que no consideramos suficientes a los fines
de cambiar el rumbo en la orientación que habíamos seguido en procura de la
correcta utilización del negocio societario.

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En primer lugar, y en lo que respecta al argumento de que la ley 19.550 no ha
previsto un mínimo de cuotas o acciones a ser suscripto por cada socio, solo una
interpretación absolutamente exegética de su art. 1º podría llegar a justificar tal
argumento. Tal manera de razonar olvida que siendo el ordenamiento legal de las
sociedades un todo armónico, se impone la exigencia de una hermenéutica que
busque la coherencia, y que el legislador, en la Exposición de Motivos, al explicar,
en la Sección 12, las razones por las cuales estableció la solución prevista por el
art. 94 inc. 8º de la ley 19.550 —disolución por reducción a uno del número de
socios— expresó claramente que "El inc. 8º de aquella disposición legal (el art. 94)
establece la necesaria disolución de la sociedad, cuando el número de socios se
reduce a uno, sin perjuicio de que, y de acuerdo con las más modernas
legislaciones, se posibilite la reconstrucción de la pluralidad de integrantes en un
lapso breve, que de este modo se convierte en requisito sustancial, superando toda
discusión en torno a la pretendida legitimidad de las sociedades de un solo socio". A
la luz de lo expuesto, parece imposible concluir que los legisladores de 1972 hayan
permitido la pluralidad formal de integrantes de una sociedad mercantil, sino que
más bien la intención de los mismos estuvo orientada en el sentido diametralmente
opuesto(41).
Pero ello no era todo, pues si la intención de quienes redactaron la ley de
sociedades comerciales hubiese sido permitir que la pluralidad de socios se
cumpliera solo formalmente, no se entiende la preocupación del legislador en
reglamentar de una manera harto minuciosa, como lo ha hecho en los arts. 37 a 49,
el contenido del aporte que debe efectuar cada socio, como requisito imprescindible
para acceder al carácter de tal. Con otras palabras, la exigencia que la ley 19.550
impone a los socios de realizar efectivos aportes a la sociedad (arts. 1º, 11 inc. 4º,
37 y ss.), restringiendo a las sociedades de responsabilidad limitada y sociedades
por acciones la aportación de bienes determinados, susceptibles de ejecución
forzada (art. 39), e imponiendo severos regímenes de valuación para los mismos,
constituye la mejor prueba de que el legislador pretendió que los aportes efectuados
a la sociedad por sus integrantes sean reales y serios(42). Obsérvese que todas esas
normas, de evidente orden público, en tanto han sido dictadas en protección de los
terceros, perderían todo sentido y finalidad si se permitiera la aportación de una
suma irrisoria por un socio, dejando al restante con más del noventa y nueve por
ciento del capital de la sociedad.
Forzoso es concluir, como consecuencia de todo lo expuesto y tal como se
sostuvo en el expediente "Fracchia Raymond SRL", "...que el aporte efectuado por
una socia de una sociedad de responsabilidad limitada, de solo un peso, sociedad
que cuenta con un capital social de diez mil pesos, no constituye un aporte serio,
por lo cual su legitimidad es inadmisible, a la luz de lo dispuesto por el art. 953 del
Código Civil".
Íntimamente vinculado con el argumento de que la ley 19.550 no prevé un
porcentaje mínimo de participación societaria, y por ello no corresponde observar
por la autoridad de control el aporte de sumas irrisorias o la titularidad de una ínfima
cantidad de acciones o cuotas por parte de los integrantes de una sociedad
comercial, fue sostenido que el propio ordenamiento societario prevé expresamente
que un accionista puede ser titular de paquetes accionarios minoritarios. Tal es lo
que prevé el art. 294 inc. 6º de la ley 19.550, cuando establece la obligación de la
sindicatura de suministrar a accionistas que representen no menos del dos por
ciento (2%) del capital, información sobre las materias que son de su competencia,
porcentaje que también es necesario requerir, conforme lo dispuesto por el inc. 11
de dicha disposición, para formular denuncias al referido órgano de control interno

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de la compañía. Pues bien, y razonando de tal manera, se preguntaba determinado
sector de la doctrina, obviamente refractaria a los nuevos vientos que soplaban en
materia de control estatal de las sociedades comerciales, cuales podían ser los
parámetros con que contaba la Inspección General de Justicia para determinar
cuando estábamos en presencia de una "sociedad de cómodo" y cuando en
presencia de una entidad real, concluyéndose en consecuencia que en tanto la ley
19.550 no brindaba ninguno, la autoridad de control debía abstenerse de cuestionar
la ausencia de pluralidad sustancial de socios y proceder a la inscripción del contrato
social o del acto requerido, sin detenerse en examinar el número de acciones o
cuotas sociales con que contaba cada socio.
Este argumento tampoco convence, pues es de toda evidencia que las
dificultades que podría traer aparejada para la autoridad de control el determinar la
existencia de una sociedad de cómodo, no constituye razonamiento idóneo para
justificar que el Registro Público de Comercio deba convertirse en un simple buzón,
donde cualquiera deposita cualquier documento, sin la menor intervención del
registrador mercantil.
No se trata entonces de tabular cual es el porcentaje mínimo de participación
social que puede tener un integrante de una sociedad comercial a los fines de
inscribir el contrato social en el Registro Público de Comercio, sino simplemente de
observar aquellos contratos donde la titularidad de cuotas o acciones por parte de
un socio o accionista resulte irrisoria, a diferencia del otro socio, que cuenta en su
haber con la casi totalidad de dichas participaciones y si bien es cierto que ello
podría aparejar alguna dificultad cuando la sociedad cuenta con una determinada
antigüedad en su funcionamiento, en tanto durante la vida de la compañía podrían
haber sucedido determinados acontecimientos naturales o societarios que redujeron
hasta límites mínimos la participación de uno de los socios, nada de ello ocurre
cuando lo que se presenta para su toma de razón en el registro mercantil es el
contrato constitutivo, donde resulta mucho más sencillo determinar cuando estamos
en presencia de una sociedad real o simulada.
Un segundo argumento que fue muy utilizado para refutar las facultades de la
Inspección General de Justicia en torno a la exigencia del cumplimiento del requisito
de la pluralidad sustancial de integrantes, fue aquel que predicaba que en tanto la
autoridad de control no había cuestionado la inexistencia de esa pluralidad al ejercer
el control de legalidad sobre el acto fundacional de la sociedad, mal podía hacerlo
con posterioridad, al controlar la legalidad de un acto societario posterior, pues como
consecuencia de esa omisión, sus integrantes gozaban de un derecho adquirido a
tener las participaciones societarias que exhibieron en el acto constitutivo.
Entendimos sin embargo que la inexistencia de pluralidad de socios requerida
por la ley 19.550 en su art. 1º —recuérdese que estamos hablando de
acontecimientos sucedidos antes de la incorporación de las sociedades
unipersonales al ordenamiento societario argentino, lo cual ocurrió en el año 2014,
con la sanción de la ley 26.994—, constituye irregularidad que debía ser puesta de
manifiesto en cualquier momento en que ella se patentiza.
Pero además de ello, mal podría cumplirse el control de legalidad con que cuenta
el encargado del Registro Público de Comercio, vigente para todas las sociedades
hasta el año 2014, y aún vigente para las sociedades anónimas, si la pluralidad
sustancial de socios solo es exigible en el acto constitutivo de la sociedad. Bastaría
pues cumplir con ese requisito al momento de exigir la toma de razón de la compañía
para luego, una vez concluido el íter constitutivo, asentar los verdaderos porcentajes
sociales con que cuenta cada socio, para esterilizar con posterioridad y para siempre

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las funciones de la autoridad de control en el ejercicio de tales funciones, lo cual
resultaría inadmisible.
Tampoco nos resultó convincente el argumento utilizado para cuestionar la
exigencia de la pluralidad sustancial de socios, consistente en que la
unipersonalidad societaria está admitida por la ley 19.550 en el art. 94 inc. 8º de la
ley 19.550, en su anterior versión, y en las sociedades que dejan de cotizar,
conforme lo dispuesto por el art. 29 del decreto 677/2001. En primer lugar, la
situación prevista por el hoy derogado art. 94 inc. 8º de la ley de sociedades
comerciales, que preveía la disolución de toda sociedad comercial, por reducción a
uno del número de socios, constituye una situación anómala, absolutamente
circunstancial, que nunca podía ser tomada como principio general para sostener la
admisión legal de la unipersonalidad societaria, y ello es tan así que el legislador
había contemplado un breve plazo de tres meses para que el único socio pueda
incorporar nuevos integrantes a la sociedad, transcurrido el cual el ente debe
necesariamente entrar en el período liquidatorio, sin perjuicio de la amplia
responsabilidad asumida por el único socio durante ese período.
En cuanto a la extraña solución prevista por el Decreto 677/01,
denominado "Régimen de Transparencia de la Oferta Pública", totalmente ajena a
nuestro sistema legal y solo válida para las "sociedades cotizantes", en forma alguna
desplaza a los requisitos de existencia de toda sociedad comercial prevista por el
art. 1º de la ley 19.550, que se mantienen incólumes a pesar de esta novedosa
legislación, de dudosísima constitucionalidad. El art. 29 de dicha normativa prevé la
forma y los efectos de la declaración de adquisición por la sociedad controlante del
cien por ciento de las acciones de la sociedad controlada, cuando las restantes
participaciones accionarias residuales estén en poder de una minoría cuya
titularidad sea inferior al cinco por ciento de las acciones emitidas por la entidad
cotizante, pero ello constituye también una situación absolutamente circunstancial y
atípica que no autoriza a sostener la derogación tácita de la primera parte del art. 1º
de la ley 19.550. Por otro lado y atento que la solución prevista por los arts. 26 a 30
del decreto 677/2001 no han merecido aplicación concreta, a pesar de que dicha
normativa cuenta con varios años desde su sanción, nada hace pensar que,
concretada y ejecutada la declaración de adquisición de participaciones residuales,
la sociedad controlante se encuentre eximida de recomponer la pluralidad de socios,
pues nada dice el referido decreto de la inaplicabilidad del art. 94 inc. 8º de la ley
19.550.
Parecidos argumentos pueden utilizarse para desestimar la opinión de aquellos
que predican que la norma del art. 34 de la ley 19.550 admite tácitamente la
existencia de las sociedades de cómodo, cuando reconoce y reglamenta la figura
del socio aparente. Se trata de una disposición legal que prevé un par de situaciones
patológicas, pero que ningún ordenamiento legal societario puede ignorar: la
existencia en la sociedad de un socio aparente —comúnmente denominado
"testaferro"—, procediendo la norma a reglamentar su régimen de responsabilidad
y las relaciones que se originan en torno a los verdaderos socios y frente a la
sociedad. Sin embargo, nada permite sostener que dicha norma excluya la
aplicación a las sociedades de cómodo de las normas previstas por el derogado
Código Civil y hoy por el Código Civil y Comercial de la Nación, en materia de
simulación de actos jurídicos (arts. 955 a 960 del derogado Código Civil y 333 a 337
del Código Civil y Comercial de la Nación), de manera tal que el vínculo que liga al
socio aparente con la sociedad es susceptible de ser declarado nulo por vía judicial,
así como idéntica suerte correrá la sociedad de solo dos integrantes, en la cual uno
de ellos es testaferro del otro, precisamente por carecer dicho ente de una pluralidad

73 
 
sustancial o real de integrantes, encontrándose los terceros legitimados para
promover la acción de nulidad correspondiente.
Sostener que la ley 19.550, al haber previsto en su art. 34 la posibilidad de la
existencia de un socio simulado, ha admitido las sociedades sustancialmente
unipersonales o sociedades de cómodo, constituye un inadmisible error, como lo
sería, por analogía, afirmar que al haberse también admitido las sociedades de
objeto ilícito en el art. 18, el ordenamiento societario vigente no exige que el objeto
de la sociedad en formación deba adecuarse a lo dispuesto por el art. 953 del Código
Civil —hoy art. 279 del CCyCN—.
Finalmente, y en lo que respecta a la doctrina que predica la validez de la
constitución de sociedades a los únicos efectos de limitar la responsabilidad del
empresario individual, considerando esa situación como un supuesto de simulación
lícita o de negocio jurídico indirecto, la Inspección General de Justicia se pronunció
en forma reiterada rechazando tal posibilidad, en tanto la ley 19.550 solo admite la
constitución de sociedades a los únicos fines de dedicarse a la producción de bienes
o servicios (art. 1º), descartando la validez de las sociedades que tuvieran
exclusivamente un fin extrasocietario (art. 54 último párrafo de la ley 19.550).
Se sostuvo, en el expediente administrativo "San Isidro Golf Club"(43), mediante
conclusiones perfectamente aplicables al caso en análisis, que si bien la discutible
figura de la "simulación lícita" aparecía mencionada en el art. 957 del Código Civil,
esta norma no consagra a esta forma de simulación como una categoría legal ni
alienta la celebración de semejante tipo de operaciones, sino que simplemente se
abstiene de reprobarla, pues el derecho no ha sido creado para beneficio de los
simuladores o los extravagantes, pues el legislador pretende que cada una de las
instituciones o figuras que reglamenta el ordenamiento legal se utilice a los fines
para los cuales han sido previstas, de manera tal que si quien constituye una
sociedad comercial con el único propósito de obtener un resultado favorable para
los intereses personales del "dueño", totalmente desvinculado de los fines
societarios, el derecho no solo no debe protegerlo, sino tampoco tolerarlo. En
definitiva, no resulta admisible partir de la simulación, reprobada o no por la ley, para
efectuar una construcción jurídica ni para fundamentar la legalidad de un
determinado instituto y así lo ha precisado Mosset Iturraspe, cuando, señalando las
diferencias entre las llamadas simulación lícita o ilícita, sostuvo que con respecto a
la primera que, en la simulación lícita "...hay engaño pero no perjuicio"(44).
Y lo expuesto es aplicable también para el difuso concepto de "negocio jurídico
indirecto", que, a mi juicio, no constituye otra cosa que una manera más elegante de
definir a la simulación. Pero aún admitiendo la existencia de diferencias entre una y
otra figura, debe concluirse que cuando el negocio jurídico indirecto está dirigido a
violar prohibiciones legales, en tanto las partes pretenden lograr por una vía indirecta
u oblicua los fines que no pueden conseguir directamente, nos encontramos frente
a un fraude a la ley, con lo cual mal puede aceptarse la posibilidad de recurrir al
negocio societario a los fines de obtener exclusivamente un beneficio que la ley no
otorga a quien ha demostrado que no le interesa ejercer el comercio en sociedad y
que solo recurre a las instituciones previstas por la ley 19.550 a los únicos fines de
eludir un resultado que es inevitable para el comerciante individual, cual es el de
responder con todos sus bienes por las obligaciones contraídas en el ejercicio de su
actividad(45).

2.6.2. La doctrina judicial en materia de sociedades de cómodo. Los casos


"Fracchia Raymond Sociedad de Responsabilidad Limitada" y "Boca Crece
Sociedad Anónima"

74 
 
Mientras todos estos temas eran debatidos en la Inspección General de Justicia,
se celebró durante el mes de octubre de 2004 en la ciudad de San Miguel de
Tucumán el IX Congreso Nacional de Derecho Societario y V Congreso
Iberoamericano de la Empresa, donde el tema de la validez de las sociedades de
cómodo no pasó desapercibido, pues como consecuencia de la aparición en escena
de un Anteproyecto de Reformas a la Ley de Sociedades y las resoluciones dictadas
desde la Inspección General de Justicia, que consagraban soluciones
absolutamente contradictorias, el derecho societario volvió a tomar protagonismo,
luego del auge del derecho concursal de los últimos años, consecuencia de la grave
crisis económica sufrida por el país en los años 2001 y 2002.
Más allá de que, como toda cuestión donde se entrecruzan intereses personales,
profesionales o simplemente aflora la pasión para defender una particular toma de
posición en la vida, se manifestaron, en ese evento, posturas contradictorias y en
algunos casos irreconciliables en materia de sociedades constituidas en el
extranjero, capital y objeto social, y por supuesto, sociedades de un solo socio —
entre otros temas— con partidarios y detractores del cuanto menos novedoso
protagonismo que la Inspección General de Justicia de la Ciudad de Buenos Aires
había adquirido entre los años 2003 a 2005, pero quedó flotando la impresión de
que los asistentes a ese evento esperaban con ansiedad un pronunciamiento de la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial de la Capital Federal, que, como
es sabido, constituye el tribunal de apelación de las resoluciones dictadas en materia
de sociedades comerciales por la Inspección General de Justicia.
Lo cierto es que si bien en este tema, como en muchos otros aspectos del
funcionamiento de las sociedades comerciales habían sido dictadas por la
Inspección General de Justicia, durante los años 2003 y 2004, importantes
resoluciones administrativas, que en muchos casos alteraban una forma de actuar
que no había sido observada hasta entonces, no dejaba de sorprender el hecho de
que ellas no fueran recurridas por los interesados, aunque esa curiosa omisión podía
justificarse por varios motivos. Uno de ellos es que a los interesados les hubiese
urgido la inscripción que fuera observada por la Inspección General de Justicia y no
quisieran perder el tiempo que insume la tramitación de un recurso de apelación,
resultando más útil y mucho menos oneroso para la sociedad allanarse a los reparos
efectuados por este Organismo. Otras veces, las discrepancias con los criterios del
Organismo era cuestión que solo importaba al letrado o al profesional dictaminante,
pero que a la entidad requirente le era absolutamente indiferente, por lo que los
cuestionamientos se agotaban en el trámite interno de la Inspección. Pero sea cual
fuere el motivo, lo cierto es que, en materia de sociedades sustancialmente
unipersonales, resultaba muy importante obtener un pronunciamiento de la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Comercial, para unificar criterios, dado la gran
cantidad de compañías que existían en el mercado, donde uno de los socios retenía
la casi totalidad del capital social de la sociedad.
El caso llegó finalmente a la Cámara de Apelaciones en lo Comercial de la
Ciudad de Buenos Aires hacia finales del año 2004. Se trataba del expediente
caratulado "Fracchia Raymond Sociedad de Responsabilidad Limitada", en el cual
la Inspección General de Justicia había dictado resolución denegatoria el día 12 de
octubre de 2004 y vale la pena detenernos en los antecedentes del caso, que ofrecía
características únicas.
Se trataba de una sociedad de responsabilidad limitada de un capital social de
diez mil pesos, integrada por dos mujeres, una de ellas titular de la cantidad de 9.999
cuotas sociales —cuyo apellido coincidía con la denominación de la entidad— y la

75 
 
segunda de la cuota restante, constituida a los fines de dedicarse a los negocios
inmobiliarios.
Observado el contrato social por la oficina de Precalificación Legal del
Organismo de Control, atento la composición de su capital social y recomendada la
recomposición de la pluralidad sustancial de socios, la sociedad pretensora exigió
el dictado de una inmediata resolución particular por el Inspector General de Justicia,
y lo verdaderamente sorprendente, a diferencia de lo que ocurría en otros
expedientes administrativos de similar o parecidas características, fue que en el
escrito en donde cuestionaba el aludido proveído, fundando en derecho la
improcedencia de las exigencias de la autoridad de control, no esgrimió ni reprodujo
todos o parte de los argumentos con que la doctrina había refutado el criterio de la
Inspección General de Justicia en torno a las sociedades sustancialmente
unipersonales, sino que admitió expresamente que se trataba de un emprendimiento
personal de la socia controlante, pero que ella había tenido que recurrir a la técnica
societaria, pues era el único camino que el derecho le ofrecía para limitar su
responsabilidad patrimonial por el nuevo emprendimiento comercial que pretendía
llevar a cabo.
Rechazada definitivamente la inscripción de la sociedad por la Inspección
General de Justicia mediante resolución dictada en el mes de octubre del año 2004,
aquella interpuso y fundó recurso de apelación, que quedó definitivamente radicado
por ante la sala E de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, la cual se
pronunció en fecha 3 de mayo de 2005, y mediante una sentencia donde no dejó
argumento por considerar, desestimando los agravios y confirmando totalmente la
resolución dictada por la Inspección General de Justicia.
Resulta de importancia destacar los argumentos empleados no solo por el
tribunal de alzada, sino también por la por entonces Sra. Fiscal ante la Cámara de
Apelaciones en lo Comercial, Dra. Alejandra Gils Carbó, quien aportó, a nuestro
juicio, fundados argumentos en torno a la competencia de la Inspección General de
Justicia y al control de legalidad de que goza el registrador mercantil.
Sostuvo la Cámara los siguientes argumentos:
• La exigencia de la pluralidad sustancial de socios en una sociedad
comercial importa el ejercicio del control de legalidad por parte de la Inspección
General de Justicia, que no debe considerarse acotado al examen de regularidad
formal de los requisitos de constitución de una sociedad, pues abarca el control de
legalidad sustancial o de los requisitos de fondo del negocio constitutivo.
• La pluralidad sustancial de socios debe mantenerse durante toda la existencia
del ente y tal requisito no debe ser considerado como una exigencia formal de la ley
19.550.
• Los constituyentes de las sociedades deben ser socios reales: el prestanombre
es un socio aparente y si por su intervención desaparece la pluralidad, se dará una
constitución in fraudem legis que implica una sociedad inexistente en razón de
ausencia de esa pluralidad fundamental.
• La falta de pluralidad de socios de acuerdo a nuestra legislación vigente
produce la inexistencia de la sociedad, pues el acto constitutivo es solo aparente.
• La simulación de sociedades a través de las denominadas "sociedades de
cómodo" no pueden ser consideradas lícitas en nuestro derecho, por resultar
violatorias de la concepción contractual de la sociedad y del régimen del patrimonio,
toda vez que el legislador no ha permitido que a través de este medio los individuos
puedan ser titulares de patrimonios afectados a sus diversas empresas.

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• Resulta procedente la declaración de nulidad del acto constitutivo de una
sociedad comercial por simulación ilícita, al padecer como vicio intrínseco la
infracción a la pluralidad de sujetos exigida por la ley 19.550 y no se diga que la
cuestión encuentra adecuada respuesta en el régimen de responsabilidad del socio
aparente, en el recurso de la inoponibilidad de la personalidad jurídica o en otros
institutos, por cuanto los mismos aparecen reservados para una eventualidad
ulterior y su procedencia no resulta excluyente de la solución adoptada, que se
ajusta estrictamente a la detección de los vicios apuntados durante el íter
constitutivo.
• La validez del negocio jurídico indirecto, que supone una discordancia entre la
causa final prevista por el ordenamiento legal y la perseguida por las partes, se
encuentra sujeta a que esta última merezca el reconocimiento y tutela del
ordenamiento jurídico, lo que no ocurre cuando se constituyen sociedades
simuladas, por mediar apartamiento inequívoco de la legislación vigente.
• Resulta inadmisible invocar la costumbre como fuente de derecho cuando ella
es contra legem, en cuyo caso no puede generar derechos ni constituir fuente de
aquellos. Tal lo que sucede con la costumbre que evidencia la generalización de un
fenómeno patológico de uso abusivo y desviado de un recurso legal —la constitución
de sociedades— con el exclusivo y deliberado propósito de limitar la responsabilidad
del comerciante individual.
Por su parte, la Sra. Representante del Ministerio Público ante la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Comercial, la Dra. Alejandra Gils Carbó, agregó otros
fundamentos, que el Tribunal de Alzada hizo suyos, con los cuales se dio acabada
respuesta a quienes cuestionaron la facultad del registrador mercantil, en ejercicio
de su control de legalidad, de observar las participaciones societarias insignificantes
en cabeza de determinados socios. Se sostuvo textualmente lo siguiente: "El
Inspector General de Justicia ha ejercido su deber de efectuar el control de legalidad
con fundamento en la ley vigente, cuando el rechazo de la inscripción se fundó en
la falta de cumplimiento del recaudo de la pluralidad de socios. El temperamento
adoptado, en el sentido de considerar que no existe pluralidad de socios si la
participación social es insignificante, constituye una interpretación de la ley aplicable
que no cabe tachar de irrazonable, debiendo recordarse al respecto que la
"insignificancia" ha sido estimada en reiteradas oportunidades por los tribunales
para privar a un acto de sus efectos o consecuencias jurídicas", concluyendo dicha
funcionaria: "La adopción de los criterios a tener en cuenta sobre la suficiencia de la
participación societaria por uno de los socios a los fines de ser considerado tal,
constituye una decisión propia de la política de control desarrollada por la autoridad
de aplicación que concierne a la esfera de su discrecionalidad, por lo que, mientras
la política elegida por el titular halle fundamento legal y no sea arbitraria o
irrazonable, su revisión se halla excluida del control judicial".
El caso "Fracchia Raymond SRL" puso fin, a mi juicio, a la polémica desatada en
torno a las sociedades de cómodo, pues el tribunal interviniente fue respondiendo,
con argumentos ilevantables, cada uno de los razonamientos que determinado
sector de la doctrina, seducido por una supuesta modernidad que no es tal, había
esgrimido para justificar lo injustificable: que pueda ser violado el régimen
patrimonial argentino, mediante la posibilidad de que una persona pueda dividir su
patrimonio como le venga en ganas.
Si bien fueron pocas las voces que protestaron contra la doctrina del caso
"Fracchia Raymond", es importante detenerse en algunas de esas críticas: El
profesor de la Universidad de Córdoba, Horacio Roitman partiendo de la base de
que en la actualidad, el concepto de sociedad como herramienta para la

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organización de la actividad grupal y de concentración y acumulación de capitales
ha pasado a un segundo plano, concentrándose ahora la atención en la función
económica de la sociedad como técnica jurídica de la organización de la empresa e
instrumento para la canalización productiva de la inversión y de fraccionamiento del
patrimonio y de la responsabilidad, entiende que el —por entonces— no
reconocimiento legislativo de las sociedades de un solo socio, pone en desventaja
al empresariado local, privándolo del instituto de la sociedad unipersonal, que está
reconocido, probado y comprobado en la mayoría de los ordenamientos jurídicos
que interesan a la Argentina. Sostuvo asimismo Roitman que la doctrina del fallo
"Fracchia Raymond" no podrá extenderse a otros supuestos en donde se constate
la existencia de participaciones totalmente desproporcionadas entre los integrantes
de una sociedad, habida cuenta que este particular caso, existió una confesión del
socio de su intención de recurrir a un subterfugio jurídico para eludir el sistema,
concluyendo este autor que la Inspección General de Justicia nunca podrá invocar
el fraude o la elusión del sistema sobre la base de presunciones(46).
Otro abogado especialista en derecho societario, Jorge Bazán, criticó el fallo en
análisis argumentando que la doctrina emanada del caso "Fracchia Raymond"
contraría a la ley de sociedades, niega los usos y costumbres comerciales y también
al moderno derecho comercial y finalmente resta virtualidad a la limitación de la
responsabilidad del comerciante, estimando lícito que el empresario pretenda
morigerar el alea que importa su emprendimiento, limitando su responsabilidad.
Concluyó Bazán su tesis argumentando que "La respuesta a favor de quienes
contratan con tipos societarios de responsabilidad limitada debe ser la suficiente
garantía que importa el capital social y/o su patrimonio o eventualmente la exigencia,
por parte de esos terceros contratantes, de otras garantías adicionales, lo cual nada
tiene que ver con la forma en que los socios distribuyen sus tenencias dentro del
capital social"(47). Este particular enfoque de la cuestión fue compartido en su casi
totalidad por Leandro Caputo, en un artículo titulado "Particularidad del precedente
Fracchia Raymond SRL"(48).
No compartimos esos argumentos. En primer lugar, nos resulta inadmisible la
tesis esgrimida por Horacio Roitman, en cuanto sostiene que la necesidad de admitir
la sociedad de un solo socio surge de que ella ha sido admitida en los países con
los cuales la República Argentina le interesa mantener relaciones y que ello permitirá
al empresario local no encontrarse en desventaja frente a sus pares extranjeros.
Como ya hemos dicho, la adopción en otras latitudes y otras orillas de determinadas
instituciones no implica, solo automáticamente su excelencia ni la República
Argentina debe considerarse morosa por el hecho de no incorporarla de inmediato
a su ordenamiento positivo. Por otro lado, la necesidad de no poner en desventaja
al empresario local no puede convertirse en argumento atendible a los fines de
reformar la ley de sociedades comerciales, cuando la figura que se pretende
incorporar a dicha normativa puede convertirse en un instrumento de fraude en
perjuicio de los terceros, como sobradamente ha quedado comprobado mediante un
somero análisis de la jurisprudencia patria, que ha dejado al descubierto que la
utilización de la técnica societaria ha sido utilizada para defraudar al fisco, a los
trabajadores, a la cónyuge, a los herederos, a los acreedores y a los propios socios,
entre otros.
El hecho de que la propia interesada, en el caso "Fracchia Raymond SRL" haya
reconocido expresamente que su verdadero propósito, al constituir esta sociedad,
era la búsqueda de la limitación de su responsabilidad por los riesgos que podía
suponer el emprendimiento comercial descripto en el objeto de la compañía, lejos
de constituir un argumento que limita o menoscaba los alcances de la doctrina

78 
 
sentada por la Cámara de Apelaciones en lo Comercial, lo refuerza
considerablemente, pues todos sabemos que los argumentos jurídicos esgrimidos
por quienes pretendieron inscribir una sociedad de cómodo, ante las objeciones
formuladas por la Inspección General de Justicia, son mera literatura, y que detrás
de todos ellos se encuentra la única intención de limitar la responsabilidad de quien
era, en los hechos, el socio exclusivo de ese ente ficticio.
Tampoco podemos sostener, como lo ha hecho el Profesor Roitman, que la
Inspección General de Justicia carece de facultades para invocar el fraude o la
elusión del sistema sobre la base de presunciones. Si partimos de la base que la
sociedad sigue siendo un instrumento de concentración de capitales, como
indudablemente surge de la ley 19.550, y que, de acuerdo con nuestro derecho
patrimonial positivo, no existe la posibilidad de fraccionar el patrimonio de una
persona, que es único a los fines de honrar los compromisos asumidos, considerar
como real y verdadera a una sociedad comercial, al efectuar el control de legalidad
de su acto constitutivo, donde uno de los socios retiene en su poder casi todas las
cuotas o acciones de la firma, resultando manifiestamente insignificante el aporte
efectuado por el restante socio, cuyo monto no supera el valor de una moneda,
resultaría una actitud impropia de un organismo de control, que precisamente debe
la razón de su existencia a la necesidad de controlar que los sujetos de derecho den
acabado cumplimiento a la ley.
Y en cuanto a los demás argumentos, en especial aquel que sostuvo que los
usos y costumbres de los comerciantes desplazan a la ley positiva, debe el lector
perdonarme esta licencia, pero no puedo resistirme a la tentación de transcribir
varios párrafos del magnífico artículo del Profesor Guillermo Cabanellas, referido a
la doctrina del caso "Fracchia Raymond", que el suscripto comparte en su
totalidad(49):
"Si el fallo comentado presenta especial interés, ello se debe fundamentalmente
a que viene a desmentir una suerte de superstición o rumor, propio de las últimas
décadas, en el sentido de que las sociedades unipersonales, en su constitución,
habrían dejado de ser inválidas. Tal rumor de apoyaba en una efectiva práctica de
constitución de sociedades simuladas que, en uno de sus tantos aciertos, el fallo
descarta como justificación de la constitución de sociedades unipersonales. Esa
invocación nos hace recordar a un viejo cuento español: un andaluz llega al cielo y
al dar su nombre, San Pedro advierte que ha cometido múltiples robos. Le dice
entonces ¿Cómo pretende entrar al cielo cuando ha cometido tantos robos? "Es que
había un runrún de que el robo no era más pecado", contesta el andaluz".
Sostuvo asimismo Cabanellas, en torno al fallo, sus especiales características y
en particular al artilugio de constituir sociedades a los fines de limitar la
responsabilidad del empresario individual:
"El catálogo de fines ilícitos de las sociedades simuladas es por cierto amplio:
evasión y elusión de impuestos, frustración de los derechos de los trabajadores,
cónyuges y acreedores, fraudes contra las normas concursales, etc. No es
exagerado decir que si las figuras societarias son uno de los principales
instrumentos de la organización jurídica empresaria, también lo son del fraude
contra el orden jurídico; y que son más las sociedades que se utilizan para eludir
distintos aspectos del sistema jurídico que las que genuinamente están dirigidas a
asociar capitales y otros aportes en un esfuerzo económico compartido. Si las
figuras societarias son un extraordinario instrumento de organización empresaria,
debido a la utilidad jurídica que tienen su personalidad y la responsabilidad limitada

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de los socios, tales cualidades son también de enorme utilidad para estructurar todo
tipo de maniobras lesivas de otros aspectos del orden jurídico".
"Dentro de este poco alentador panorama, encontramos una aislada luz de
sinceridad en los socios fundadores de la sociedad invalidada por el fallo comentado,
quienes manifestaron que la constituyeron para obtener el beneficio de la limitación
de la responsabilidad por los riesgos que supone el negocio".
"Analicemos las implicancias de esta afirmación. Hay negocios buenos y
negocios malos. La responsabilidad limitada de los socios implica que si se
emprende un negocio al amparo de esa responsabilidad, los resultados positivos
serán para los socios y los negativos podrán ser trasladados a los acreedores, salvo
en la medida de los aportes que así se pierden. Se crea así un fuerte sesgo a
emprender negocios riesgosos y más aún, a manejar fraudulentamente los
negocios, apropiándose de los activos de la sociedad utilizada como vehículo.
Algunos acreedores —los que tengan capacidad de negociación— podrán
defenderse de estas maniobras; otros —los involuntarios, como el Fisco y los
acreedores por responsabilidades extracontractuales y los laborales—, cargarán
con las pérdidas imputables al negocio frustrado".
"La responsabilidad limitada de los socios va así, en principio, en contra de los
principios básicos del capitalismo. El empresario adoptará decisiones no en función
de los beneficios y costos que causen tales decisiones, sino sobre la base de una
estructura sesgada de asignación de beneficios y costos, donde aquellos queden al
empresario y éstos puedan trasladarse total o parcialmente a terceros ajenos a las
decisiones de la empresa. Si esa responsabilidad limitada es, sin embargo, admitida
por la generalidad de los sistemas jurídicos, es porque hay motivos económicos,
fundados en la función asociativa de las sociedades y en el funcionamiento de los
mercados de capitales, que hacen conveniente limitar la responsabilidad de los
socios, cuando se dan los motivos para ello".
Y remata su tesis el Profesor Guillermo Cabanellas del siguiente modo:
"Pero lógicamente, esta justificación de la responsabilidad limitada solo existe si
efectivamente hay utilización de la función asociativa y hay acceso a los mercados
de capitales. Nada de ello es el caso en las sociedades efectivamente
unipersonales. Estas son solo una especie de mecanismo para trasladar las
consecuencias de los malos negocios a ese despreciable sujeto, el prójimo".
Solo un año después, otra sala del mismo Tribunal se pronunció en el mismo
sentido y ello ocurrió en el caso "Boca Crece Sociedad Anónima".
La sociedad "Boca Crece SA" es una sociedad anónima que en el año 2005
pretendió la inscripción en el Registro Público de Comercio de un aumento del
capital social resuelto Asamblea General Extraordinaria. La característica especial
que presentó este caso fue que dicha sociedad estaba constituida por dos entidades
exclusivamente: la Asociación Civil Club Atlético Boca Juniors, como titular del 99%
de las acciones y el restante uno por ciento estaba en cabeza de otra entidad no
mercantil, la "Asociación Mutual de Ex Jugadores del Club Atlético Boca Juniors".
De manera tal que en este singular precedente no solo estaba en entredicho la
desproporcionada participación accionaria que exhibían los integrantes de la
sociedad "Boca Crece Sociedad Anónima", sino que se presentaba otra situación de
dudosa legalidad y que la Inspección General de Justicia, desde mi gestión, había
pretendido poner fin, como era el caso de las entidades de bien público convertidas
en controlantes absolutas de compañías mercantiles.

80 
 
Es posible que esta alternativa pudo surgir de la dificultad de las entidades de
bien público de generar recursos propios y es también probable que los integrantes
de dichas entidades no estuvieran permanentemente dispuestos a aportar dinero
para la consecución de los fines altruistas que se propusieron al fundar la entidad y
la posibilidad de contar con importantes dividendos anuales generados por la
titularidad de importantes participaciones accionarias en sociedades mercantiles
haya constituido un aliciente para que importantes empresarios o "capitanes de la
industria" argentinos hayan "donado" sus acciones a fundaciones vinculadas a esas
compañías, pero lo cierto es que un relevamiento efectuado por el Departamento de
Asociaciones Civiles y Fundaciones de la Inspección General de Justicia, por
entonces a cargo del Dr. Luis Calcagno, demostró que tales donaciones accionarias,
lejos de perseguir la finalidad altruista que se invocaba, encubría una maniobra
tendiente a lograr los beneficios impositivos de que gozan las fundaciones,
insolventar a la persona física titular de las acciones donadas o finalmente ocultarse
detrás de la pantalla que ofrece la personalidad jurídica de estas instituciones, para
sortear todo tipo de incompatibilidades o prohibiciones legales.
Resultó particularmente interesante e instructivo revisar los estados contables de
las compañías en las cuales una entidad de bien público —en especial
fundaciones— aparecía como titular del paquete de control de las mismas, pues una
somera lectura de esos instrumentos ilustraba que, en la mayor parte de los casos,
esas sociedades tenían por costumbre no distribuir dividendos entre sus integrantes
y retener indefinidamente los mismos en la nunca bien ponderada cuenta de
resultados no asignados del patrimonio neto. Pero además de ello, si uno se tomaba
el trabajo de revisar los estados contables de la entidad de bien público, podía
también advertir la escasa actividad filantrópica que ella realizaba. De manera tal
que a nadie sorprendió demasiado que en el mes de mayo de 2004 se dictara la
resolución general 7/2004 conforme al cual se previó un límite preciso a la titularidad
por parte de una entidad de bien público de participaciones en sociedades
comerciales, poniendo fin de esa manera a una errática jurisprudencia administrativa
de la Inspección General de Justicia, que, seducida por los vientos liberales de
épocas afortunadamente pasadas, había llegado a sostener que no existía el menor
inconveniente para que una asociación civil o una fundación pudieran convertirse en
titulares del noventa y nueve por ciento de una sociedad comercial.
La sala A de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial resolvió la
cuestión en fallo del 27 de junio de 2006 confirmando la resolución de la Inspección
General de Justicia, y ratificando, en lo que respecta a la pluralidad sustancial de
socios, el criterio que este Organismo venía manteniendo desde el mes de
noviembre de 2003(50). Se sostuvo al respecto que "No se encuentra cumplido el
recaudo de la pluralidad de socios cuando la sociedad comercial está formalmente
integrada por dos socios, y en la cual el grado de participación conferido a uno de
ellos resulta cualitativa y cuantitativamente nimio, lo que revela, desde el punto de
vista sustancial, que el mentado requisito no luce satisfecho".
Dijo también el tribunal de apelaciones que "No aparece razonable ni serio
pensar que un socio haya adquirido voluntariamente una mínima participación
accionaria en la sociedad (1%), con la real intención de asumir la posición de un
verdadero socio, con todas sus implicancias: efectivo interés en ejercer un dinámico
y decisivo control en la administración y gobierno de la sociedad y activa intervención
en la gestión de la empresa", y en lo que respecta a la supuesta existencia fáctica
de las sociedades unipersonales en nuestro tráfico mercantil, motivada por la
aceptación casi universal de estas figuras y que para los cultores de la misma
constituía un hecho que conducía directamente a la derogación tácita del art. 1º de

81 
 
la ley 19.550, sostuvo el tribunal que "Si bien no se desconoce la actual regulación
imperante en otros sistemas jurídicos que aceptan la sociedad de un solo socio, así
como los numerosos proyectos legislativos presentados durante los últimos años,
tendientes a incorporar la figura de la sociedad unipersonal o de la empresa
individual de responsabilidad limitada, pero el marco legal que rige las sociedades
comerciales exige que la pluralidad de socios sea un requisito sustancial para la
existencia de las mismas".
Y en lo que respecta a la falta de capacidad de las asociaciones civiles o
fundaciones pudieran ser titulares de participaciones en compañías mercantiles, la
opinión del tribunal fue terminante: "No debe permitirse que las asociaciones o las
fundaciones sean un vehículo para la realización de todo tipo de actos de comercio,
con un claro objetivo de lucro, pero disimulado bajo la apariencia de una entidad de
bien público, pues de permitirse que ello suceda, sería el fin de esas
instituciones", afirmándose, con referencia exclusiva a la situación planteada por la
sociedad "Boca Crece Sociedad Anónima", que "La participación que tiene la
asociación civil en una sociedad comercial del 99% de sus acciones, le permitirá, de
modo indirecto y solapado, concretar numerosos actos ajenos al bien común que
caracteriza, inspira y nutre la conformación de esa especial unión asociativa, que se
encuentran determinados por una exclusiva motivación de lucro".

2.6.3. Algunos supuestos particulares que no constituyen sociedades de


cómodo. La jurisprudencia de la Inspección General de Justicia
Si bien quedó claro, conforme los fallos judiciales antes mencionados, que el
ejercicio del control de legalidad de la Inspección General de Justicia sobre las
participaciones societarias de titularidad de los integrantes de la sociedad puede ser
efectuado no solo en el acto constitutivo sino también durante toda la vida de la
sociedad, en tanto la pluralidad sustancial de socios constituye requisito de la
existencia misma del ente, la autoridad de control, en una serie de precedentes, dejó
aclarado que los criterios para apreciar tales extremos no son exactamente los
mismos.
Es de toda evidencia que resulta mucho más sencillo comprobar la inexistencia
de pluralidad sustancial de socios en el acto constitutivo de la sociedad y no en
oportunidad de controlar la legalidad de un acto societario posterior, resultando
particularmente sugestivo que en una típica sociedad anónima cerrada, con dos o
tres socios, con un capital social mínimo de doce mil pesos y un objeto social
modesto —tal el caso del 90% de las sociedades anónimas que se presentan para
su inscripción en la Ciudad de Buenos Aires— pueda distribuir su capital social en
un 99 % en cabeza de una persona y el saldo entre las restantes. Sostener lo
contrario, esto es, que el socio mayoritario no pudo reunir la suma de ciento veinte
pesos, luego de aportar once mil ochocientos ochenta, y que debió recurrir a otra
persona para aportar lo necesario para ejercer el comercio en sociedad, constituye
una ingenuidad incompatible con la especialización y la profesionalidad que
caracteriza a quienes ejercen funciones en la Inspección General de Justicia, cuyo
objetivo es, precisamente, que todas las personas jurídicas —salvo mutuales y
cooperativas, que tienen un régimen de control externo específico— funcionen de
acuerdo con el ordenamiento legal vigente.
Pero la acumulación de porcentajes societarios por un socio o accionista, durante
toda la vida de la sociedad no solo puede responder a la adquisición posterior de
cuotas o acciones efectuada por el socio controlante que lo convierta, de hecho, en
el único integrante de la sociedad, sino que puede suceder que el o los restantes
accionistas hayan visto reducida su participación a una mínima expresión por

82 
 
circunstancias ajenas a su voluntad o por haber dejado de ejercer un derecho que
le asistía para conservar una participación mayor(51).
Todo abogado con especialización en derecho societario —o corporativo, como
se dice en algunos ambientes más internacionales— y con mucha más razón si ha
pasado los cincuenta años, sabe que era costumbre habitual, en épocas de vigencia
de las normas que el Código de Comercio dedicaba a las sociedades comerciales,
lo cual aconteció hasta el año 1972, que el accionista mayoritario repartieran un
número mínimo de acciones entre el personal jerarquizado de la sociedad, a los
fines de incentivarlos en su trabajo y crearles una especie de sentimiento de
pertenencia a la empresa, costumbre que si bien fue abandonada posteriormente,
dejó al descubierto una gran dispersión accionaria en muchas antiguas sociedades
anónimas, las cuales se vieron imposibilitadas, por esa razón, de celebrar
asambleas unánimes a pesar de encontrarse el grueso de las acciones en manos
de una misma familia.
Otra razón que justifica la reducción de las participaciones societarias en una
sociedad comercial lo constituye el fallecimiento de los socios, en especial en las
sociedades anónimas, donde no es admisible el instituto de la resolución parcial del
contrato de sociedad y en las cuales los herederos del accionista fallecido deben
necesariamente ingresar a la misma, muchas veces sin la menor voluntad de
hacerlo. Por ejemplo, un porcentaje accionario del cinco por ciento o menos del
capital social puede verse atomizado en ínfimas participaciones según la cantidad
de herederos del accionista fallecido, y ni que hablar del accionista que, por falta de
fondos o por desinterés, no ha suscripto las acciones correspondientes a múltiples
aumentos del capital social ocurridos en la sociedad durante un prolongado lapso
de tiempo.
Como no podía ser de otro modo, la Inspección General de Justicia tuvo en
cuenta todas esas circunstancias en oportunidad de resolver la inscripción de
determinado acto societario, aprobado por una asamblea con el voto de un socio
que representaba más del noventa y nueve por ciento del capital social. Así, en el
expediente "Clariant Argentina Sociedad Anónima"(52), resolvió que se encuentra
sustancialmente acreditada la pluralidad de socios cuando, a pesar de lo modesto
de la participación porcentual de varios accionistas, no se verifica la existencia de
una "sociedad de cómodo", cuando la disminución de la participación social de los
accionistas minoritarios fue producto del desinterés de éstos en suscribir a lo largo
del tiempo, sucesivos aumentos del capital social, que importaron una notable
reducción de su participación proporcional. Asimismo, se agregó en ese precedente
la inaplicabilidad del precedente administrativo "Coca Cola Femsa de Buenos Aires
Sociedad Anónima" (resolución IGJ 1632 del 15 de diciembre de 2003), al cual
hemos hecho ya referencia, cuando la participación de los socios minoritarios, por
minúscula que pareciera, no deja de ser importante, en términos absolutos, al punto
que el aporte de uno de ellos, más allá del valor nominal de las acciones que se
suscribiera, se integró con un importante inmueble en el que se asienta una planta
industrial de la sociedad(53).
Finalmente, en el expediente administrativo caratulado "Telecom Personal
Sociedad Anónima"(54)la Inspección de Justicia entendió necesario dejar aclaradas
aquellas situaciones por las cuales no correspondía entender que se estaba en
presencia de una sociedad de cómodo, sino ante una verdadera sociedad, en la
cual, si bien existía una enorme desproporción entre las participaciones accionarias
de cada uno de los socios, ello se debía al normal acontecer de las cosas y no a la
voluntad de uno de ellos, de contar con una estructura societaria para evitar la

83 
 
responsabilidad ilimitada que le podría ocasionar el ejercicio de la actividad
comercial o empresaria a su exclusivo nombre.
Concretamente y a modo de ejemplo, se dijo en el caso "Telecom" que la
existencia de una pluralidad sustancial de socios, como requisito de existencia
misma de la sociedad comercial, puede ser dejada de lado en los siguientes casos:
a) Ante la falta de suscripción por determinados accionistas de las acciones
emitidas como consecuencia de sucesivos aumentos del capital social.
b) Por la atomización de paquetes accionarios producto del fallecimiento de
determinados accionistas(55).
c) Por la existencia de un movimiento permanente del capital accionario desde
la constitución del ente(56).
d) Cuando la inexistencia de pluralidad de socios fue consecuencia de
procedimientos de reorganización de grupos empresarios(57)y
e) Finalmente, cuando la sociedad anónima constituida dentro del procedimiento
de privatización de una empresa estatal dedicada al suministro de servicios públicos
(ENTEL), se vio obligada, como consecuencia del dictado de las normas regulatorias
de dicho procedimiento, a tomar una participación del 99,99% de otra sociedad, ante
el requerimiento legal de prestar el servicio de telefonía celular a través de una
compañía independiente.
Un caso particular de sociedades sustancialmente unipersonales lo constituyen
las denominadas Sociedades del Estado, cuya existencia fue permanentemente
invocada por la doctrina adversa al criterio de la Inspección General de Justicia en
materia de "sociedades de cómodo", invocándose en torno a ello la aplicación de
una suerte de "doctrina de los propios actos" en contra del Organismo de Control,
en tanto resultaba incongruente para este sector de pensamiento que mientras la
Inspección General de Justicia requería por una parte a los particulares el pleno
respeto de la pluralidad sustancial de socios, por el otro lado el Estado creaba
sociedades comerciales que no respetaban esta premisa, las cuales eran inscriptas
en el Registro Público de Comercio sin la menor oposición del registrador mercantil,
esto es, la Inspección General de Justicia.
Ello constituye un argumento inadmisible pues: a) La Inspección General de
Justicia carece de facultades para controvertir el sistema legal vigente, de manera
tal que si una ley o un decreto del Poder Ejecutivo ha creado cierto tipo de sociedad
comercial, sometida al control de legalidad del registrador mercantil, éste debe
ejercerlo de la misma manera como lo hace regularmente, sin que las facultades
previstas por el ordenamiento legal en torno al ejercicio de dicho control lo autoricen
a cuestionar la legitimidad o constitucionalidad de tal normativa; b) El hecho de que
un determinado tipo social presente características que no se ajustan estrictamente
al régimen legal de las sociedades comerciales, no autoriza a que el registrador
mercantil deje de cumplir con sus funciones específicas con respecto a todas las
restantes sociedades, pues aun considerando que las denominadas "sociedades del
Estado" puedan constituir una patología del régimen societario, ello jamás puede
quebrar el principio fundamental del derecho de las sociedades comerciales que
predica la existencia de una pluralidad de socios durante toda la existencia de la
compañía: c) Finalmente, y a mayor abundamiento, toda la doctrina y la
jurisprudencia admitió desde siempre y en forma pacífica el carácter instrumental de
las sociedades del Estado, con el argumento de que ellas no son propiamente
sociedades, sino que tienen esa estructura para facilitar su funcionamiento(58),
habiéndose incluso sostenido que, aún cuando concurriesen una pluralidad de entes

84 
 
estatales personalizados, se seguiría evidenciando la mera instrumentalizad del
recurso(59). De modo tal entonces que poner como ejemplo a las sociedades del
Estado para justificar las sociedades de cómodo, constituye una gravísima
equivocación, pues nunca una excepción puede convertirse en principio general,
como lo es, al menos en la actual estructura de la ley 19.550, que las sociedades
comerciales constituyen un instrumento de concentración de capitales para
emprender negocios de envergadura y no una mera forma para organizar el
patrimonio del empresario.

§ 3. La tipicidad societaria

3.1. Fundamento de la tipicidad


La tipicidad ha sido adoptada por la ley 19.550 como un principio de orden
público que consiste en la adecuación contractual a uno de los distintos esquemas
normativos preestablecidos por la ley, de conformidad con normas inderogables, y
en razón de la estructura legislativa impuesta por el legislador a causa de las
distintas necesidades que hay que satisfacer(60).
Al haber impuesto el legislador la necesidad de adoptar uno de los tipos previstos
en la ley, ello implica que, como ha sido sostenido por la jurisprudencia en materia
de sociedades comerciales, los constituyentes no pueden apartarse de los tipos
creados por aquel, pues la atipicidad es contraria a la seguridad de los negocios,
por las dificultades a que daría lugar su funcionamiento(61).
El requisito de la tipicidad apunta entonces a brindar a los interesados un marco
de normas jurídicas dentro de las cuales deberán encuadrar la forma que ha de
adoptar la sociedad que constituyen. El fundamento de la tipicidad radica en la
seguridad jurídica que otorga, no sólo a los socios, sino también a quienes contratan
con la sociedad, pues del conocimiento del tipo social y de sus características surgirá
la responsabilidad de los socios, el tipo de aportes admitido, el régimen de
administración, gobierno y fiscalización correspondiente, etcétera.
Las legislaciones que recogen este principio consagran los diversos tipos
societarios enumerándolos con carácter taxativo, limitando de este modo la forma a
utilizar para la organización interna de la entidad y reconociendo sólo tutela jurídica,
si se adopta alguno de los tipos previstos legalmente(62). La ley 19.550 consagra
esta solución, y congruentemente con ello, el art. 17 prevé como principio general
que "Las sociedades previstas en el Capítulo II de esta ley, no pueden omitir
requisitos esenciales tipificantes ni comprender elementos incompatibles con el tipo.
En caso de infracción a estas reglas, la sociedad constituida no produce los efectos
propios de su tipo y queda regida por lo dispuesto en la Sección IV de este Capítulo".
La inclusión en la versión original del art. 17 de la ley 19.550 de la sanción de
nulidad de la sociedad de los tipos no autorizados por la ley, o la anulabilidad del
contrato social que omitiera cualquier requisito esencial no tipificante, fue una

85 
 
solución que prácticamente no fue aplicada en los más de 40 años de vigencia de
dicho ordenamiento, pues era una hipótesis prácticamente imposible que se
configurara la situación descripta por dicha norma, atento que ninguna sociedad
comercial podía ser inscripta sin el control de legalidad por la autoridad de control
(IGJ) y resultaba muy difícil que, en el ejercicio de ese control, pudiese ordenarse la
toma de razón de una sociedad que adolezca de requisitos esenciales tipificantes o
quede encuadrado en un tipo social no previsto por la ley 19.550.
En tal sentido, y por los motivos antes señalados, la jurisprudencia nacional no
registró, durante la vigencia del original art. 17 de la ley 19.550, casos en donde el
juez interviniente hubiese aplicado la sanción de nulidad allí prevista, a pesar de que
la hipótesis prevista por dicha norma podía producirse no solo en el acto constitutivo
de la sociedad, sino en forma posterior, cuando durante la vigencia de su contrato
social se pierden las características del tipo legal elegido, como podría ser el caso
de las sociedades en comandita, que carecen, ya sea por fallecimiento, retiro o
exclusión, de la doble categoría de socios comanditarios o comanditados, aunque
ello tampoco mereció la atención de nuestros tribunales, pues ¿a quién se le hubiera
ocurrido constituir una sociedad en comandita por acciones después de sancionada
la ley 19.550? No olvidemos que la derogación del requisito de los diez socios
fundadores par la constitución de las sociedades anónimas, así como la necesidad
de obtener, para las mismas, la correspondiente autorización para funcionar por el
Poder Ejecutivo Nacional, como lo preveía el Código de Comercio, hizo perder a las
sociedades en comandita por acciones todos los beneficios que ella exhibía, y que,
en la década del 60 del siglo pasado constituyó el molde miles de sociedades
constituidas en la República Argentina.
La ley 19.550, en su capítulo II, consagra siete tipos societarios diferentes, y
algunos de ellos con varios subtipos, en el entendimiento de que los interesados
podrán encontrar en ellas el molde exacto donde encuadrar su emprendimiento
mercantil, pero es una realidad observable del corriente acontecer de los negocios,
que los empresarios no eligen el tipo social por su simplicidad o costo, sino por
aquellos moldes que ofrecen más alternativas a los fines de limitar o minimizar al
máximo el riesgo societario. La mejor prueba de lo expuesto es que las sociedades
anónimas y las sociedades de responsabilidad limitada, pero en especial las
primeras, se utilizan para cualquier emprendimiento, cualquiera sea la dimensión de
la empresa o del negocio, a punto tal que las llamadas sociedades de personas,
esto es, las sociedades colectivas, de capital e industria y las sociedades en
comandita, sean simples o por acciones, ya no se constituyen en nuestro país. La
mejor prueba de ello lo constituyen las estadísticas que se ofrecen a continuación:
No obstante lo expuesto en torno a los fundamentos de la tipicidad societaria,
ésta ha sido cuestionada por un sector de la doctrina, bien que minoritario, por
considerar que atenta no sólo contra la libertad de contratación, basada en el
derogado art. 1197, Cód. Civil, hoy art. 959 del Código Civil y Comercial, sino
también contra el progreso económico y jurídico, así como la celeridad del tráfico
mercantil, al impedir la creación de nuevos tipos de sociedades por combinación de
los ya existentes(63). Sin embargo, debe advertirse, como incluso lo hacen quienes
se muestran partidarios de esta doctrina, que no puede admitirse una absoluta
libertad de contratación en la materia, pues existen límites que los interesados deben
imputar en obediencia a la regla general del derecho de los contratos, que declara
nulas las convenciones que atentan contra el orden público, correspondiendo al
organismo de control el considerar el pedido de registración del contrato y
determinar si el tipo de sociedad puede o no ser estimado válido(64).

86 
 
La ley 19.550, en su Capítulo II, receptando el criterio opuesto y al que adhiere
casi la generalidad de la doctrina nacional(65), ha reglamentado en forma minuciosa
los diversos tipos societarios allí legislados, en el convencimiento de que serios
trastornos sufrirá la seguridad jurídica en caso de admitirse una amplia libertad de
los contratantes en ese aspecto. Se dijo expresamente en la Exposición de Motivos
que "No podría argumentarse tampoco que la tipicidad comporta un estancamiento
para la concreción de nuevos tipos societarios, porque ello quedará siempre dentro
de la competencia del legislador, como la experiencia nacional lo demostró con la ley
11.358 de Sociedades Cooperativas, 11.645 de Sociedades de Responsabilidad
Limitada; dec.-ley 15.349 de Sociedades de Economía Mixta"(66)y a la que debe
sumarse la ley 24.467 de Sociedades de Garantía Recíproca, etc.
Por nuestra parte adherimos al criterio de la ley 19.550, pues lo que en realidad
aporta la tipicidad societaria es que la comunidad conoce cuales son las
características de cada tipo societario y ello asume relevante importancia en lo que
se refiere al régimen de representación de la sociedad y responsabilidad de sus
integrantes, pues todos saben, sin necesidad de consultar los registros mercantiles,
que quien dice y prueba ser el presidente del directorio de una sociedad anónima, y
al menos como principio general, su firma obliga a la sociedad por la cual contrata.
Y otro tanto sucede con la responsabilidad de los socios, pues quien contrata con
una sociedad colectiva sabe que, ante el incumplimiento por parte de la sociedad,
podrá enderezar sus acciones legales contra los socios, quienes responden en
forma solidaria e ilimitada por las obligaciones sociales. Por el contrario, tratándose
de sociedades de responsabilidad limitada o anónimas, el tercero sabe que, como
principio general, no podrá perseguir por las deudas de la sociedad a ninguno de
sus integrantes, con lo cual podrá, cuando su posición en el mercado lo permita,
exigir a sus administradores o socios, alguna garantía adicional por el cumplimiento
de los compromisos asumidos por la compañía.

3.2. Atipicidad. Consecuencias legales


Como hemos dicho, la atipicidad, original o sobreviviente no determina la nulidad
de la sociedad, la cual, como lo prescribía el art. 17 primera parte, en la redacción
original de la ley 19.550, nulidad que, por ser absoluta, impedía cualquier
confirmación o subsanación.
La ley 26.994, siguiendo las orientaciones de los proyectos de unificación de los
códigos civil y comercial, en especial el proyecto del año 1998, cambió la orientación
del tema e incluye actualmente a las sociedades atípicas dentro de las disposiciones
de la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, junto con las sociedades irregulares
y de hecho, las sociedades carentes de requisitos esenciales no tipificantes y las
sociedades civiles, esto es, una especie de receptáculo donde entran todas las
categorías societarias que no se hayan ajustado al régimen de constitución regular
y de tipicidad prevista en el Capítulo I de la LGS.
Coincido con la actual versión de la ley 19.550, pues la solución prevista por la
versión original del art. 17 de la ley 19.550, que condenaba a la nulidad y a la
liquidación a sociedades que exhibían una actividad empresaria importante o
constituía una fuente de trabajo, que siempre es necesario conservar, de manera
que, remitir a las sociedades atípicas y a las sociedades carentes de requisitos
87 
 
esenciales no tipificantes, al régimen de las sociedades previstas en la Sección IV,
del Capítulo I de la ley 19.550 es una solución acertada. Ello no implica, de manera
alguna coincidir con las nuevas normas de los arts. 21 a 26 de la ley 19.550, pues
el legislador de 2014 les asegura a las sociedades allí incluidas un régimen de
responsabilidad de los socios sumamente benigno, dotándolas —como si todo ello
fuera poco— de capacidad para ser titular de bienes registrables, olvidando que las
sociedades de esta sección, llamadas por la doctrina como "simples" o "residuales"
no son un tipo social sino una anomalía del régimen societario, a punto tal que los
arts. 21 a 26, que integran dicha sección, se encuentran ubicados en la ley 19.550 a
continuación del régimen de nulidad.
La discutible eliminación del control de legalidad del registrador mercantil, por
parte del nuevo art. 6º de la ley 19.550, aplicable a todo tipo social menos a las
sociedades por acciones, en las cuales dicho control ha sido mantenido (art. 167),
permite sostener que la posibilidad de existencia de sociedades atípicas pueda ser
un caso frecuente, que —como lo hemos destacado con anterioridad— no sucedía
con anterioridad a la reforma de la ley 26.994. La mera posibilidad de presentar al
registro público cualquier contrato de sociedad —con excepción de una sociedad
anónima— así como su inmediata registración, sin control de ninguna especie,
podría provocar la proliferación en el mercado de sociedades atípicas, esto es, una
sociedad de responsabilidad limitada con la división de su capital en acciones o
administrada por un directorio, o una sociedad colectiva con responsabilidad
mancomunada, para no citar otros ejemplos más grotescos, que no tendrán la menor
sanción y cuyos socios gozarán de un régimen de responsabilidad atenuada en
torno al cumplimiento de las obligaciones sociales, pues la inclusión de las mismas
en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550 así lo dispone.
Afortunadamente para la seguridad jurídica y la protección de terceros, la
modificación del art. 6º de la ley 19.550, que en su actual versión eliminó la
referencia al control de legalidad de la constitución de sociedades o de la
modificación del contrato social, control de existencia más que centenaria en nuestro
derecho mercantil, no fue interpretada en el sentido de que el ahora denominado
"Registro Público" —antes conocido como Registro Público de Comercio— deba
actuar como un mero buzón, receptor de cualquier contrato de sociedad, sin tipicidad
alguna. Así lo resolvió la Inspección General de Justicia, en su resolución general
7/2015 y así lo disponen otras leyes (la ley 22.315) que no han sido derogadas por
la ley 26.994. Pero coincidamos que ni la eliminación del control de legalidad por un
organismo especializado ni la nueva ubicación de las sociedades atípicas, ha sido
un paso adelante en nuestro derecho societario, sino más bien un enorme retroceso
en nuestra legislación societaria, que afectará la seguridad jurídica de los terceros
que de alguna manera se vinculen con ella.

3.3. Los tipos societarios previstos en la ley 19.550. Clasificación


La doctrina ha clasificado las sociedades comerciales en las siguientes
categorías:
a) Sociedades de personas o por parte de interés. El prototipo lo constituye
la sociedad colectiva, caracterizada fundamentalmente por la importancia de la
personalidad de los socios y la responsabilidad ilimitada y solidaria, aunque
88 
 
subsidiaria, asumida por éstos por las deudas de la sociedad. Dentro de esta
categoría se ubican también las sociedades de capital e industria, cuyo requisito
tipificante está dado por la existencia de dos categorías de socios: el capitalista,
quien afecta su responsabilidad como los socios de la sociedad colectiva, y el socio
industrial, quien aporta su industria y limita su responsabilidad hasta la concurrencia
de las ganancias no percibidas. Asimismo, queda incluida en la clasificación
la sociedad en comandita simple, también caracterizada por la existencia de dos
clases de socios: el comanditado, con responsabilidad similar al colectivo, y el
comanditario, que limita su responsabilidad al monto de su aporte y al que, por esa
razón, le está vedado el ingreso a la administración.
La importancia que estas sociedades tuvieron en la época de la sanción del
Código de Comercio (1862) no puede ponerse en tela de juicio y su relevancia
histórica está plenamente justificada. La "habilitación" o sociedad de capital e
industria brindaba al hombre de trabajo sin capitales, la posibilidad de emplear su
habilidad asociándose con quien pudiera disponer de los fondos necesarios, sin
afectar su patrimonio por las obligaciones de la sociedad. La sociedad en comandita
simple, por su parte, brindó la posibilidad al capitalista de limitar su responsabilidad,
en una época en que no existían las sociedades de responsabilidad limitada, y en la
que las sociedades anónimas parecían destinadas al desarrollo de las grandes
empresas y para cuya existencia se requería un número mínimo de diez socios y
expresa autorización estatal para funcionar.
Lógicamente, la sanción de la ley 11.645, que introdujo en nuestro país, en el
año 1932 a las sociedades de responsabilidad limitada, constituyó un golpe de
muerte para las denominadas sociedades de personas, que nada pueden ofrecer
que supere la importancia de desligar, como aquella brinda, el patrimonio personal
de la suerte de los negocios sociales. La ley 19.550, si bien mejoró la técnica
legislativa del Código de Comercio de 1862 y 1889, nada pudo hacer tampoco para
detener la decadencia de las sociedades personales.
Por otro lado, tampoco debe olvidarse que, en algunos casos, la constitución de
algunos tipos sociales no respondió al libre albedrío de los interesados, sino a una
expresa imposición legal o a motivos circunstanciales que nada tenían que ver con
las ventajas de dichas sociedades. En el caso de las sociedades en comandita
simple, la ley 17.565 imponía la constitución de este tipo social para la actividad
farmacéutica, y en el caso de las sociedades de capital e industria, su constitución
respondió muchas veces a la intención del socio capitalista de ocultar una relación
laboral subyacente, eludiendo obligaciones laborales y previsionales, a punto tal que
la desestimación de su personalidad es remedio corriente en los tribunales
laborales, lo que determinó que la ley 20.744 de Contrato Individual de Trabajo, en
su art. 29, creara una presunción en contra de ellas. Por su parte, el auge de las
sociedades en comandita por acciones, en la década del 60, obedeció también a
motivos fiscales, los cuales, desaparecidos ellos como consecuencia de un cambio
de política tributaria, hicieron pasar al olvido a este tipo societario, cuyo certificado
de defunción lo suscribió la ley 19.550, al someter a las sociedades anónimas a los
mismos requisitos de constitución que cualquier tipo societario.
b) Sociedades de responsabilidad limitada. Como tipo intermedio entre las
sociedades de personas o sociedades por parte de interés y las sociedades por
acciones, el legislador ha tipificado las sociedades de responsabilidad limitada, que
contienen rasgos propios de cada una de ellas, encontrando en las mismas, la
empresa pequeña y la mediana, el marco ideal. Sus características tipificantes
son: a) la división del capital en cuotas; b) la limitación de la responsabilidad por los

89 
 
socios al capital aportado; c) la organización de la administración en un órgano
denominado gerencia, y d) número máximo de 50 socios.
c) Sociedades por acciones. Son llamadas también sociedades de capital y se
caracterizan más teórica que prácticamente, por la importancia del capital aportado
más que por la personalidad del socio, que es, en principio, indiferente. Pertenecen
a esta categoría: a) las sociedades anónimas, cuyos elementos tipificantes son: 1)
división del capital en acciones; 2) representación de las acciones en títulos
fácilmente negociables; 3) detallada organización de su administración, fiscalización
y gobierno, a cargo respectivamente del directorio, sindicatura y asambleas. Como
subtipo de esta sociedad la ley contempla las sociedades anónimas con
participación estatal mayoritaria, en las cuales participa el Estado, de una forma u
otra, debiendo contar con más del 51% del capital social, y que ese porcentaje sea
suficiente para prevalecer en las asambleas ordinarias y extraordinarias; b)
las sociedades en comandita por acciones, caracterizadas por la presencia de dos
categorías de socios: 1) los socios comanditados, cuya situación se asimila a los
socios de la sociedad colectiva y 2) los socios comanditarios, que, a diferencia de
aquellos, limitan su responsabilidad al aporte efectuado y cuyo capital se divide en
acciones. Este tipo societario, de escasa utilización —véanse estadísticas— tuvo su
auge hace más de dos décadas por razones históricas e impositivas, pero,
desaparecidas estas, el bajo índice de constitución demuestra su escasa
aceptación, máxime cuando la ley 19.550 ha previsto para ellas una regulación
compleja, gobernándose por normas específicas de las sociedades anónimas, de
las sociedades en comandita simple y de las sociedades colectivas, sin especificar
claramente, cuándo son de aplicación unas y otras(67); c) las sociedades de
economía mixta, legisladas por el dec.-ley 15.349 —ley 12.962— y tipificadas por la
coexistencia de capital estatal y privado, para la explotación de empresas que
tengan por objeto la satisfacción de necesidades de orden colectivo, o de
explotación, fomento o desarrollo de actividades económicas.
d) Sociedades accidentales o en participación. Estas sociedades fueron
incorporadas a nuestro universo societario en el Código de Comercio de 1862,
mantenidas en el Código de 1889 y ratificada su existencia por la ley 19.550. Eran
sociedades cuyos rasgos propios los constituían su carácter oculto, su transitoriedad
y su actuación a través de la figura de un socio gestor, careciendo en consecuencia
de personalidad jurídica y formalidad alguna. Eran sociedades que se constituían
para uno o más negocios determinados y que no trascendían a terceros.
La ley 26.994, del año 2014 derogó del texto de la ley general de sociedades a
las normas referidas sociedades accidentales o en participación, que ahora están
contemplados por lo arts. 1448 a 1452 del Código Civil y Comercial de la Nación,
con el nombre de "negocios en participación".
La naturaleza jurídica de las antes denominadas "sociedades accidentales o en
participación", que, como hemos expresado, se encontraban legisladas en los arts.
361 a 366 de la ley 19.550 y que fueron derogadas por la ley 26.994, era una
cuestión de antigua data, pues se discutía, atento su especial naturaleza, si ellas
eran realmente sociedades —atento su carácter oculto y transitorio— o
sencillamente eran negocios de participación.
La Exposición de Motivos de la ley 19.550 aclaró las razones de mantener el
régimen del Código de Comercio en esta materia(68), debiendo recordarse que la
calificación como sociedad típica de las sociedades accidentales o en participación
resultaba incuestionable en nuestro derecho mercantil ya con la sanción de
nuestro Código de Comercio de 1859 sancionado por el Estado de Buenos Aires y

90 
 
adoptado por la Nación en el año 1862, cuyas normas no fueron casi tocadas por la
reforma que a ese cuerpo legal fuera hecho en el año 1889. De modo tal que para
los legisladores societarios de 1972, el carácter de sociedades de este tipo societario
estuvo fuera de toda duda, identificando como sinónimos los conceptos de
"sociedades accidentales" y "sociedades en participación", a pesar de que la
legislación extranjera elaborada durante la segunda mitad del siglo XIX y del siglo
XX pusieron el énfasis en distinguir entre las asociaciones accidentales o
momentáneas ("...para la realización de una o más operaciones determinadas y
transitorias": art. 361 LS), de las asociaciones en participación, en las cuales el
dueño de la empresa otorga a un tercero una participación en un determinado
negocio, quien no se desprende de su administración y conducción.
En su siempre recordado trabajo sobre la materia escrito en el año 1975, esto
es, a poco más de dos años de la vigencia de la ley 19.550 —y a nuestro juicio, lo
mejor escrito en nuestro país en torno a las sociedades accidentales y los negocios
en participación—, el profesor Adolfo Pliner se sorprendía de que, en la renovación
total de nuestro régimen jurídico de las sociedades comerciales, "...lograda con
grandes aciertos en el decreto-ley 19.550 del año 1972, el instituto que nos ocupa
haya sido mantenido rigurosamente intacto, sin más alteraciones que algunas
enmiendas de detalle...", aclarando que "...Se sigue hablando de sociedad
accidental o en participación" y se las ubica al final del ordenamiento, antes de las
disposiciones transitorias, visiblemente marginada de las sociedades
tipificadas"(69). Concluía el jurista y magistrado ejemplar de la Ciudad de Bahía
Blanca, que su objeción a la ley 19.550 en esta materia iba contra la inclusión de la
palabra "participación" en el título y en el texto de la Sección IV del Capítulo II de
nuestra ley de sociedades comerciales, afirmando que "Si allí no se legisla sino esa
"sociedad anómala" que es la mera sociedad accidental, suprimamos el nombre de
la institución ausente. Y si queremos introducirla en nuestro derecho, démosle la
forma y las reglas apropiadas para que sus normas tengan una correlación con el
fenómeno jurídico, con el negocio mercantil, que requiere impostergablemente un
lugar en nuestro Código de Comercio, aunque no en la ley de sociedades".
Pocos años después de que fueran escritas estas líneas, en el año 1982, se
sancionó la ley 22.903 de reformas al texto original de la ley 19.550, que conservó
el sistema que sobre el particular preveía la ley 19.550, esto es, mantener —con
ligeras modificaciones— a las sociedades accidentales o en participación como una
sociedad típica en la legislación societaria argentina. Ello no dejó de sorprender, por
cuanto uno de los integrantes de la Comisión Redactora de dicha ley, el Dr. Jaime
Anaya, había basado su tesis doctoral en la posición totalmente contraria(70).
La ley 26.994 vino a dar la razón a la doctrina opuesta a los legisladores de la ley
19.550 en la materia que nos ocupa, derogando, en su art. 3º, inc. b) la Sección IX
del Capítulo II de dicha normativa, así como la totalidad del Capítulo III de la misma,
referida a los contratos de colaboración empresaria, que, incorporados a la ley de
sociedades por la ley 22.903 del año 1983, nada tenían que hacer en este cuerpo
legal, porque el mismo art. 367 que encabezaba ese capítulo, se ocupaba de aclarar
que dichos contratos no eran sociedades ni configuraban un sujeto de derecho
independiente, de manera tal que su incorporación a la ley de sociedades
comerciales carecía de toda coherencia, lo cual constituyó el mayor desacierto de
la referida ley de reformas a la ley 19.550.
Coherentemente con lo expuesto por la ley 26.994, el Código Civil y Comercial
de la Nación, ha incorporado, como Sección 2ª de su Capítulo 16, al "Negocio en
participación", una serie de normas —arts. 1448 a 1452— que reproducen
parcialmente las disposiciones de la ley 19.550 en materia de sociedades

91 
 
accidentales o en participación, solo que ellas, al estar incorporadas al capítulo del
código unificado dedicado a los contratos asociativos, ratifican que "...A estos
contratos no se les aplican las normas sobre la sociedad, no son, ni por medio de
ellos se constituyen, personas jurídicas, sociedades ni sujetos de derecho" (art.
1442 del CCyCN).
La solución adoptada por el Código Civil y Comercial de la Nación es coherente
con lo dispuesto por los arts. 141 y 143 del mismo ordenamiento legal, conforme a
los cuales el primero de ellos califica a las personas jurídica a todos aquellos entes
a los cuales el ordenamiento jurídico les confiere aptitud para adquirir derechos y
contraer obligaciones para el cumplimiento de su objeto y los fines de su creación
(art. 141), y el segundo, dispone que la persona jurídica tiene una personalidad
distinta de la de sus miembros (art. 143). No obstante ello, la derogación de las
sociedades accidentales es susceptible de críticas, pues nuestra actual legislación
civil y comercial ha dado un viraje total respecto de la posición mantenida por el
Código de Comercio y la ley 19.550 en esta materia, y prefiero la posición de Adolfo
Pliner, en cuanto a la necesidad de diferenciar a las sociedades accidentales y del
negocio de participación, que nada tiene de societario, resultando muy difícil negar
el carácter de sociedad al negocio previsto por los arts. 1448 a 1452, cuando se
refiere a la existencia de "aportaciones comunes" al negocio por parte del socio o
socios gestores o partícipes y al derecho del socio partícipe de exigir al primero la
rendición de cuentas o la exhibición de la documentación relativa a los negocios
celebrados, sin perjuicio de destacar que la asunción de responsabilidad del socio
partícipe, en la hipótesis prevista por el art. 1450, aporta un dato muy trascendente
que permite poner en dudas la categórica afirmación del art. 1442 del CCyCN,
conforme al cual este negocio en participación no configure una sociedad ni
constituya una persona jurídica.

§ 4. La organización
El concepto de organización y la conveniencia de su inclusión en la definición del
contrato de sociedad comercial brindada por el art. 1º de la ley 19.550 ha sido, con
muchos fundamentos, una cuestión controvertida en doctrina.
Halperin, explicando el concepto de sociedad en el Anteproyecto de Ley de
Sociedades Comerciales, con anterioridad a su sanción(71)circunscribía la noción de
organización a un plano estrictamente jurídico, referido al funcionamiento de la
sociedad y no a los elementos integrantes de la empresa, que hacen referencia a
una noción económica, excluida del sentido que el Anteproyecto había asignado a
ese término.
En tal sentido, la Exposición de Motivos de la ley 19.550 ha destacado la
importancia del concepto de organización, cuya relevancia está dada no sólo por lo
que ella implica como noción ínsita en la especificidad del contrato de sociedad y su
relación con la idea económica de empresa —que constituye la actividad normal de
las sociedades comerciales—, sino también porque brinda referencia al complejo de
intereses comunes que para el logro del objeto societario se une en el organismo
económico patrimonial.

92 
 
En sentido contrario, el concepto de organización ha sido cuestionado, entre
otros, por Malagarriga(72)y Lepera(73)por considerar que, limitado el mismo en los
términos señalados, implica una innecesaria reiteración del concepto de tipicidad,
pues, si se exige que para que haya sociedad debe ajustarse a los tipos societarios
previstos en la ley 19.550, y a la vez ésta establece para cada uno de ellos, normas
referentes de organización, gobierno, fiscalización, liquidación, etc., no se observa
la necesidad de incluir esa referencia en la definición de sociedad comercial.
Considero que el concepto de "organización" a que se refiere el art. 1º de la ley
19.550 no se refiere al funcionamiento interno de la entidad, pues si ello fuera así,
asiste razón a la doctrina que predica su superposición con la idea de tipicidad. La
organización hace referencia a la necesidad de contar con los medios necesarios
para lograr el cumplimiento de su objeto —la producción o intercambio de bienes o
servicios— o de su finalidad —la participación de todos los socios en los beneficios
sociales o su contrapartida, la soportación de las pérdidas—.
Bien es cierto que podría sostenerse que determinadas actividades mercantiles
—en especial aquellas de intermediación— pueden no requerir de medios o efectos
significativos para lograr su objetivo, pero ello es solo una excepción que confirma
la regla de que siempre detrás del concepto de sociedad subyace la idea de la
existencia de una empresa o de un fondo de comercio organizado a los fines de
satisfacer la expectativa de lucro de sus integrantes.
La noción de organización está vinculada, a mi juicio y en definitiva, al concepto
del fin societario, pues si la sociedad comercial debe necesariamente dedicarse a
una actividad encuadrada en el concepto de "producción o intercambio de bienes o
servicios", la carencia de los medios necesarios para la consecución del objeto
social constituye una importante presunción para la aplicación del art. 54 último
párrafo de la ley 19.550, que sanciona a la "actuación extrasocietaria" de la sociedad
con la inoponibilidad de su personalidad jurídica y la imputación de sus actos a los
socios o controlantes que la hicieron posible, sin perjuicio de la responsabilidad que
a estos sujetos le corresponda.

§ 5. Los aportes de los socios


La aportación es otro de los elementos que caracterizan el contrato de sociedad,
y su importancia puede medirse desde distintos puntos de vista, pero
fundamentalmente porque permite la formación del capital social, cuya función de
garantía hacia los terceros será objeto de especial estudio, así como la constitución
de su patrimonio, con el cual la sociedad deberá desarrollar las actividades
necesarias para el cumplimiento del objeto social.
Puede pues afirmarse que sin aporte no hay patrimonio, y sin patrimonio no
puede existir sociedad, en tanto aquel constituye una manifestación de su
personalidad jurídica.
La trascendencia que tiene el aporte en la existencia de las sociedades
comerciales ha sido destacada por la jurisprudencia de nuestros tribunales, que ha
sido pacífica en sostener que el estado de socio no se adquiere con el mero
consentimiento de formar una sociedad, sino con la concreción de su aporte,
cualquiera fuere. Se ha dicho al respecto, y con toda razón, que sin aportes no puede

93 
 
haber socios ni por ende sociedad(74), pues ésta es por naturaleza onerosa, de
conformidad a lo establecido por el art. 1º de la ley 19.550, que se refiere a la
existencia de aportes como uno de los requisitos de existencia de una sociedad
mercantil.
Congruentemente con lo expuesto, la ley 19.550 autoriza la exclusión del socio
moroso, en el entendimiento de que la mora en la obligación de aportar es
incompatible con el carácter de socio, y ello es tan así que la exclusión por mora es
el único caso que la ley permite la desvinculación del socio sin necesidad de acción
judicial (art. 37 último párrafo de la referida ley).
Ya se advertirá al analizar los arts. 37 a 53, que la ley 19.550 permite la
aportación de bienes o industria según el tipo social de que se trate y el grado de
responsabilidad de los socios que la integran, pero no admite la constitución de
sociedad sin aportación (art. 1º, de la ley 19.550).
El aporte efectuado por los socios pasan a integrar el capital de la sociedad y
dada la diferente personalidad jurídica entre ésta y sus integrantes (art. 2º de la ley
19.550) una vez concretado el mismo, éste pertenece con exclusividad a aquella —
salvo los aportes de uso y goce— quedando afectada a su giro y sirviendo de prenda
común o garantía de sus acreedores. Por ello, los aportes no pueden ser
reintegrados a los socios, los cuales deberán esperar a la disolución de la sociedad
y a la cancelación total de su pasivo para requerir el reembolso del capital
oportunamente aportado, si este existiese.
La formación del capital social a través de los aportes no adquiere relevancia
únicamente por permitir y facilitar la gestión empresaria, sino por otras razones de
no menos importancia: la de establecer la participación de cada socio en las
ganancias y en las pérdidas, en caso de omisión de cláusula contractual al respecto
(art. 11, inc. 7º LS), y para determinar las mayorías en las deliberaciones sociales.
El aporte debe ser lícito, serio y resultar del contrato social. De lo contrario no es
aporte, aun cuando, en este último caso, el bien pueda ser explotado por la sociedad
(art. 50, últ. párrafo, prestaciones accesorias)(75). La seriedad del aporte descarta la
aportación de sumas irrisorias por parte de los socios en el contrato constitutivo, lo
cual es característica inherente a las denominadas "sociedades de cómodo", cuya
inadmisibilidad en nuestro derecho societario ya hemos destacado. En tal sentido,
ha sido sostenido por la Inspección General de Justicia que no existe motivo para
admitir que la sola voluntad de los socios constituyentes de la sociedad de
responsabilidad limitada, de aportar a la misma cualquier capital que se les ocurra,
por exiguo que fuera, concurre eficazmente a complementar el requisito de seriedad
ínsito en todo acto jurídico válido(76).
Toda la problemática referida a la aportación en materia de sociedades
comerciales la encontrará el lector en oportunidad de comentar los arts. 37 a 53, a
cuya lectura corresponde remitir.

§ 6. El fin societario. La aplicación de los aportes a la producción o intercambio


de bienes o servicios

94 
 
La fórmula empleada por la el art. 1º de la ley 19.550 para resaltar el fin
económico de la sociedad fue tomada del Anteproyecto Malagarriga-Aztiria, que,
adoptando el principio general de que la sociedad mercantil tiene por objeto fines
económicos, disponía expresamente que "La sociedad es un sujeto de derecho
creado con el objeto de realizar una actividad económica".
La fórmula empleada por el legislador, en cuanto requiere a la sociedad, como
requisito de su existencia misma, dedicarse a cualquier actividad comprendida
dentro de la amplia fórmula de la "producción o intercambio de bienes o servicios",
ofrece innumerables posibilidades mediante la organización de un conjunto de
elementos de trabajo, tendientes a satisfacer necesidades de terceros, que no
implican, en este último caso, creación o modificación de cosas materiales(77).
La actividad económica que supone la dedicación por la sociedad a la
"producción o intercambio de bienes o servicios" es, asimismo, presupuesto
imprescindible para que aquella pueda gozar pacíficamente de su personalidad
jurídica, en la medida que el desarrollo de dicha actividad contribuye a la existencia
del fin societario a que alude, a contrario sensu, el art. 54 último párrafo de la ley
19.550, como presupuesto para que la sociedad conserve el carácter de sujeto de
derecho.
Con otras palabras, el legislador, al establecer el principio general en el art. 2º,
de la ley 19.550, otorgando personalidad jurídica a todas las sociedades
comerciales, "(...) con el alcance fijado en esta ley (...)", subordina la vigencia de ese
beneficio, no sólo al mero recuerdo de voluntades de los socios que resuelven
constituir el ente, punto de partida del reconocimiento de su personalidad, sino
también al desarrollo, por la sociedad, de una actividad económica, encuadrada en
la definición prevista por el art. 1º de ese cuerpo legal, pues de lo contrario, no podría
hablarse de la existencia de un interés social o fin societario, que supone, por
obviedad, el ejercicio de una actividad económica concreta y habitual.
Si partimos nuevamente de la idea central de que la sociedad es un instrumento
que nos brinda la ley para permitir a varias personas la concentración de capitales
a los fines de desarrollar una actividad económica, y no un medio para limitar la
responsabilidad de sus integrantes, forzoso es concluir que los beneficios que la ley
19.550 otorga a las sociedades sólo pueden ser disfrutados en tanto se coincida con
aquella idea, esto es, la necesidad de que la sociedad cumpla con el desarrollo de
su objeto social, mediante una actividad concreta en tal sentido.
Sin embargo, y a pesar de la meridiana claridad que exhibe el art. 1º de la ley
19.550, en cuanto exige que toda sociedad comercial debe ser constituida a los fines
de la producción o intercambio de bienes o servicios, la mera observación de la
realidad ilustra que no son pocas las sociedades comerciales que no desarrollan la
menor actividad comercial, siendo las mismas creadas a los fines de convertirse en
una valla protectora de la ilicitud, que es lo que por lo general acontece cuando
detrás de la personalidad jurídica de las sociedades se esconde un bien o un
determinado patrimonio. Tal fenómeno es moneda corriente en nuestro medio en
donde muchas sociedades comerciales se constituyen a los fines de ser meros
titulares de dominio de bienes inmuebles, rodados, buques u otros bienes
registrables a los únicos efectos de evitar la real o hipotética ejecución judicial de
los mismos por los acreedores del verdadero propietario de esos efectos, que es,
en la realidad cotidiana, quien usa esos bienes en forma exclusiva y sin la menor
contraprestación en beneficio del titular registral de aquellos.

95 
 
En definitiva, y como veremos oportunamente al analizar los arts. 2º y 54 último
párrafo de la ley 19.550, la jurisprudencia nacional, tanto administrativa como
comercial, ha ratificado la necesidad de que las sociedades deben realizar una
actividad enmarcada dentro de la producción o intercambio de bienes o servicios,
pues de lo contrario se torna aplicable la doctrina de la inoponibilidad de la persona
jurídica, que permite imputar la actuación de la sociedad a la persona de su
controlante y/o quienes hicieron posible esa maniobra de enmascaramiento, todos
los cuales deberán responder, además y frente a las víctimas de esa manera de
proceder, por los daños y perjuicios ocasionados a éstas(78).

§ 7. Participación en los beneficios y soportación de las pérdidas


La ley 19.550 ha reemplazado la noción de la participación en el lucro que
pudiera resultar de la actividad de la sociedad, utilizada por los derogados arts.
282 del Código de Comercio y 1648, Cód. Civil, por el de beneficios, en el
entendimiento de que este concepto es de alcances más amplios, y no limitado
exclusivamente a una ganancia a repartirse.
Ha sido dicho —equivocadamente a mi juicio— que la participación en los
beneficios y la soportación en las pérdidas han dejado de ser elemento necesario
del contrato de sociedad, habida cuenta lo dispuesto por el art. 3º de la ley
19.550, que admite la existencia y funcionamiento de las asociaciones civiles bajo
la forma de una sociedad comercial y en las cuales el fin de lucro es incompatible
con la naturaleza misma de dichas entidades. Como es sabido, dichas personas
jurídicas pueden obtener resultados positivos, pero ellos no se distribuyen entre los
socios o asociados sino que ingresan al patrimonio social a fin de mejorar los
servicios que dicha entidad presta, en una actividad que no sea contraria al interés
general o al bien común (art. 168 del Código Civil y Comercial).
El argumento es erróneo, pues el art. 3º de la ley 19.550 es una norma de
excepción a la definición que el art. 1º hace del contrato de sociedad comercial, de
la cual no pueden extraerse principios generales, habida cuenta su excepcionalidad.
No debe olvidarse que la extraña situación prevista por el art. 3º de la ley 19.550fue
elaborada para dar concreta solución a determinadas situaciones fácticas existentes
el momento de la redacción de la ley de sociedades comerciales (1972) y que habían
merecido la aprobación por la por entonces denominada Inspección General de
Personas Jurídicas (Hindú Club y Tortugas Country Club), lo cual constituyó un
notorio desacierto, que la doctrina se ha encargado de señalar(79)y (80)y la realidad
cotidiana de demostrar, a punto tal que el actual Código Civil y Comercial ha puesto
fin a la constitución de emprendimientos inmobiliarios bajo la forma de asociaciones
bajo la forma de sociedad, y los ha sometido a la normativa del derecho real de
propiedad horizontal (art. 2075), terminando, de esta manera, con una práctica que
se prestaba a todo tipo de abusos, en beneficio —generalmente— de quien era el
dueño de los terrenos donde se asentaba el club de campo.
En conclusión: la participación en los beneficios y la soportación de las pérdidas
constituyen elemento que caracterizan al contrato de sociedad comercial y que lo
diferencia de otros sujetos de derecho (asociaciones civiles y fundaciones), donde
tal posibilidad es contraria a la propia naturaleza de estas entidades. Por ello, y
precisamente porque la participación en los beneficios es el único derecho que la ley
96 
 
19.550 prevé en la misma definición de sociedad, es que ha sido universalmente
considerado que los integrantes de una sociedad mercantil gozan de un derecho
innegable e inalienable a la distribución de las ganancias obtenidas, derecho que,
como se verá, no puede ser, salvo supuestos excepcionales, restringido ni
menoscabado, por constituir la causa fin del contrato de sociedad. El legislador ha
amparado, en numerosas disposiciones, el derecho a las utilidades (arts. 13, 68, 70,
224, etc.) y, consiguientemente la soportación de las pérdidas, manteniéndose la
proporción indicada en el contrato social, o, en su defecto, en forma proporcional al
aporte, pero sancionando con la nulidad aquellas cláusulas que eximan a uno o a
alguno de los socios de la contribución a las pérdidas, o se les asegure una utilidad,
con independencia del resultado de la gestión (art. 13, incs. 1º a 3º).
En cuanto a las pérdidas, ellas serán soportadas de acuerdo con el tipo social
adoptado. Si se trata de una sociedad de las incluidas en la categoría de "sociedades
de personas" (sociedades colectivas, de capital e industria y sociedades en
comandita simple, para los socios comanditados), los socios responden en forma
solidaria e ilimitada por las obligaciones contraídas por la sociedad, previa excusión
de los bienes sociales. Es más, la quiebra de la sociedad puede incluso serles
extendida a los socios de estas entidades, atento la extensión de su responsabilidad
(art. 160 de la ley 24.522). Sin perjuicio de ello, los socios pueden pactar en esta
clase de sociedades una forma determinada de participar en las pérdidas, pero ello
será siempre inoponible a los terceros. Si se trata de una sociedad de
responsabilidad limitada o por acciones, las únicas pérdidas que los socios o
accionistas deben soportar se limitan, en principio y salvo infracapitalización de la
sociedad, pérdida del capital social o ignorancia de los trámites liquidatorios, a los
fondos o efectos oportunamente aportados a la misma.
Isaac Halperin, con la enorme autoridad que lo caracteriza, predica que el sentido
de "participación en los beneficios" a que se refiere el art. 1º de la ley 19.550 al dar
el concepto legal de la sociedad, no solo comprende la utilidad, con el alcance de
una ganancia traducida en un incremento patrimonial de los socios, sino cualquier
ventaja apreciable económicamente, como por ejemplo, la reducción de gastos por
investigación en común, por disminución de costos en el proceso de
comercialización, etc.(81), tesis con la que no concuerdo, pues una interpretación
integral de la ley 19.550, sumado a la preocupación del legislador de asegurar a los
socios el derecho al dividendo (arts. 66 incs. 3º y 4º, 68, 70 y 224 de la ley 19.550),
parece asimilar el concepto de "participación en beneficios" a la existencia de una
utilidad apreciable en dinero. Pero además de ello, la tesis de Halperin puede llevar
a confusión entre dos contratos asociativos de diferente naturaleza, como lo es la
sociedad cooperativa y la sociedad comercial, confusión que es preciso evitar, en
defensa de los derechos no solo de los integrantes del ente societario, sino también
de los terceros, acreedores sociales y particulares de aquellos.

§ 8. La affectio societatis
Varias son las definiciones que se han dado del concepto de affectio societatis,
y que constituye un elemento específico del contrato de sociedad. En tal sentido ha
sido sostenido que la affectio societatis es la "voluntad de cada socio de adecuar su
conducta y sus intereses personales, egoístas y no coincidentes a las necesidades

97 
 
de la sociedad"(82); o la "disposición anímica activa de colaboración en todo lo que
haga al objeto de la sociedad"(83)o finalmente "la carencia de relación de
dependencia para obtener finalmente un beneficio a dividir entre los socios, que es
la intención que los ha guiado para formar una sociedad"(84).
En definitiva, la affectio societatis es la predisposición de los integrantes de la
sociedad de actuar en forma coordinada para obtener el fin perseguido con la
constitución de la misma, postergando los intereses personales en aras del beneficio
común.
Sin embargo, debe cuidarse muy bien de identificar a la affectio societatis con un
estado permanente de concordia entre los socios, pues se ha esgrimido
reiteradamente que el estado de conflicto entre ellos, cuando asume determinado
grado de permanencia, configura un supuesto de disolución de la sociedad. Por mi
parte, descarto toda posibilidad de identificación entre la affectio societatis y la
amistad y cordialidad, pues en la medida que aquella impone al socio una serie de
conductas, como el ánimo de colaboración y su lealtad hacia los fines societarios,
ello supone necesarios cambios de opinión y discrepancias entre los socios, que son
naturales en toda agrupación humana y lógicas en toda comunidad de intereses, lo
cual no puede conducir fatalmente y salvo supuestos de excepción, a la disolución
y liquidación de la entidad.
Con la misma orientación, la carencia de affectio societatis tampoco constituye
motivo suficiente para excluir a un integrante de una sociedad, en las entidades que
ello es permitido (art. 90 de la ley 19.550) y, a la inversa, un socio no puede
escudarse en la ausencia de ella para negarse a cumplir las obligaciones sociales.
Pero si la falta de affectio societatis es el móvil de determinadas conductas del socio
que resultan perjudiciales para la compañía, como por ejemplo, su inasistencia a las
reuniones de socios, impidiendo a la sociedad adoptar decisiones fundamentales
para su legal existencia, el socio podrá ser legítimamente excluido, pero no fundado
ello en la inexistencia de la affectio societatis, sino en las conductas que son su
consecuencia, pues ellas importan grave incumplimiento de sus obligaciones (art.
92 de la ley 19.550).
Algo parecido sucede cuando existe en la sociedad un estado de conflicto
permanente entre los socios o cuando estos no exhiben la menor actividad para
facilitar el funcionamiento de la entidad. Ante este panorama, muchas veces se torna
imposible para la sociedad cumplir su objeto social, y ante ello, la disolución y
liquidación de ella se convierte en la única alternativa posible. Pero ello no es
consecuencia de la falta de la affectio societatis entre los socios, sino en la
imposibilidad de continuar funcionando regularmente, supuesto disolutorio que se
encuentra previsto en el art. 94 inc. 4º de la ley 19.550.
La mejor prueba de que la affectio societatis no constituye un elemento esencial
de la existencia de la sociedad lo encontramos en el hecho de que, en determinados
supuestos, la affectio puede encontrarse totalmente ausente en el ánimo de alguno
de los socios, y ello sucede en los casos en los que el heredero del socio debe
incorporarse a la sociedad como consecuencia de un pacto expreso entre los socios
fundadores que lo obligaba a hacerlo, lo cual se encuentra expresamente autorizado
por el art. 90 de la ley 19.550, siendo ésta una de las soluciones más controvertidas
del derecho societario argentino y fuente de todo tipo de conflictos intrasocietarios.

98 
 
§ 9. Naturaleza jurídica del acto constitutivo de sociedades comerciales
La ley 19.550 se ha enrolado categóricamente en la doctrina del contrato
plurilateral de organización para caracterizar el acto constitutivo de sociedad,
abandonando el concepto clásico del contrato bilateral consagrado por los arts. 282
del Código de Comercio y el art. 1648 del Código Civil, inspirados en el Código de
Comercio Francés de 1807 y por las legislaciones que siguieron su orientación.
Esta concepción contractual de la sociedad, que se remontaba al derecho
romano, particularmente al esquema de la societas, carente de proyección frente a
terceros y fuente exclusiva de derechos y obligaciones entre los socios, fue
defendida durante el siglo XIX por encuadrar dentro del principio de la autonomía de
la voluntad, y permitir, en nombre de la libertad contractual, todas las combinaciones
y modificaciones que al acto constitutivo se hicieren(85). Sin embargo, y en cuanto se
intentó, a partir de la sanción del Código Civil francés, a principios de siglo
diecinueve, otorgar autonomía patrimonial a las sociedades mercantiles,
recurriéndose a la figura de la persona jurídica, surgieron nuevas doctrinas que
cuestionaron seriamente el pretendido origen contractual del acto constitutivo de las
sociedades(86), teniéndose en cuenta que la voluntad de éstas dominan las
voluntades individuales que se han manifestado libremente en el acto creador,
imponiendo incluso la modificación de este, aun contra la opinión contraria de sus
fundadores. Surgieron así las teorías del acto colectivo, del acto complejo y de la
institución, como serios embates al concepto clásico de la sociedad, ante el auge de
las sociedades de capital, donde aspectos particulares de su desenvolvimiento
hacían perder firmeza a las tradicionales normas contractuales, justificando
numerosas intervenciones legislativas, inspiradas en el deseo de vigilar la acción de
las sociedades en la vida económica(87).
Francisco Messineo, quien ha defendido la tesis del acto colectivo(88), fue uno de
los más importantes cuestionadores de la clásica teoría contractual, fundándose en
la circunstancia de que en la constitución de una sociedad, las declaraciones de los
fundadores no se entrecruzan, como en los contratos, sino que son paralelas. Son
declaraciones no recepticias, mientras que la declaración contractual, por el
contrario, tiene esa característica, en tanto se dirige a la otra parte, para su
aceptación. Por otro lado, de sostenerse un origen contractual al acto fundacional,
no se explicaba Messineo la razón por la cual queda vinculado al ente quien no ha
participado en su formulación, como ocurre con los socios que entran a formar parte
de la sociedad después de su constitución.
Frente a esta teorías anticontractualistas, que cuestionaron fundadamente una
calificación hasta entonces inconmovible, surgió una nueva corriente de opinión, que
reafirmó el origen contractual de las sociedades, aunque no ya como contratos
bilaterales y sinalagmáticos, sino como un contrato plurilateral de
organización, correspondiendo a Ascarelli el mérito de haber elaborado esta
categoría contractual. Se sostiene pues que el contrato de organización se
caracteriza por su plurilateralidad, en el sentido de que siendo o pudiendo ser más
de dos las partes contratantes, cada socio se sitúa jurídicamente no frente al otro u
otros socios, sino frente a todos y cada uno de los restantes integrantes, a diferencia
de lo que acontece con los contratos de cambio, sólo son concebibles dos partes,
aunque cada una de ellas agrupe varios sujetos jurídicos(89).

99 
 
La pluralidad del contrato comporta la posibilidad de que a su otorgamiento
concurran más de dos partes; la comunidad de fin presupone que las prestaciones
de los socios no estén destinadas a intercambiarse, sino a integrar un fondo común,
de donde surge la inaplicabilidad de la exceptio non adimpleti contractus (art. 1031
del Código Civil y Comercial), y que la resolución por incumplimiento sólo tendrá
lugar con relación al socio que no cumple con su aportación, salvo que la
consecución de aquel fin requiera la prestación prometida y cuya realización deviene
imposible(90).
Nuestra Ley de Sociedades se adhirió sin reservas a esta nueva orientación,
advertida de los peligros que aquellas doctrinas anticontractualistas podían
ocasionar, al justificar la injerencia del Estado en la orientación de la actividad
económica de la empresa(91). La adhesión a la doctrina del contrato plurilateral de
organización para explicar la naturaleza jurídica del contrato de sociedad se
encuentra pues plasmada no sólo en la Exposición de Motivos, sino en numerosas
disposiciones de la ley 19.550, que no permiten dudar de la orientación del legislador
sobre el acto creador de las sociedades comerciales, y entre otras cabe destacar:
a) Lo dispuesto por el art. 1º, en cuanto define la sociedad incluyendo el concepto
de "organización";
b) La disposición del art. 16, que prevé que "...la nulidad o anulación que afecte
el vínculo de alguno de los socios no producirá la nulidad, anulación o resolución del
contrato (...)", salvo que la participación o prestación de ese socio deba considerarse
esencial, habida cuenta de las circunstancias;
c) La posibilidad de poder resolverse parcialmente el contrato social, a través de
la exclusión o muerte de uno o varios socios, sin que ello implique su disolución ni
afecte su operatividad (arts. 89 a 93):
Para advertir las diferencias más notables entre los contratos bilaterales y
plurilaterales, nada mejor que transcribir a Ascarelli, quien las resume de la siguiente
forma(92):
a) En los contratos bilaterales surgen obligaciones correlativas para las partes;
en los plurilaterales, cada parte adquiere derechos y obligaciones respecto a todos
los demás.
b) En los bilaterales, la conclusión del negocio se produce tan pronto las partes
declaran su mutuo asentimiento; en los plurilaterales, el problema es más complejo,
por cuanto es preciso establecer a quién y en qué forma deben manifestar las
diversas voluntades.
c) En los bilaterales, el dolo, la fuerza y el temor vician el consentimiento, ya
provengan de la contraparte, ya de un tercero extraño al acto. En los plurilaterales,
el vicio del consentimiento de uno de los contratantes anulará su adhesión al
negocio, pero el contrato sigue siendo válido en tanto sea posible lograr el
cumplimiento del objeto o finalidad común perseguida por los demás contratantes.
d) Los bilaterales son generalmente de ejecución instantánea; los plurilaterales
son, en cambio, de tracto sucesivo o de ejecución demorada y originan una situación
económica que perdura, siendo preciso atender al régimen de su disolución y
liquidación.
e) En los contratos bilaterales, las obligaciones de las partes presentan un
contenido típicamente constante; en los plurilaterales, las obligaciones de las
diversas partes, en principio idénticas y comunes, pueden tener un objeto diferente:
una parte puede obligarse a transferir la propiedad de una cosa, otra a conceder el

100 
 
uso y goce de otra cosa, a entregar dinero, etc., como ocurre a veces con los aportes
de los socios capitalistas en el contrato de sociedad.
f) Los bilaterales están limitados a las partes originarias, mientras que los
plurilaterales admiten el ingreso, o la posibilidad de nuevas partes, así como el retiro
de los originarios.
g) En los bilaterales, la imposibilidad de ejecución de las obligaciones por una de
las partes lleva generalmente a la resolución del contrato. Asimismo, el
incumplimiento de una de ellas autoriza a la otra a pedir la resolución o declararla,
previa intimación. En los plurilaterales, la imposibilidad o el incumplimiento llevan a
una resolución limitada, con relación a la parte incumplidora.
f) En los bilaterales rige la exceptio non adimpleti contratus; en los plurilaterales
dicha excepción no se aplica, al menos, con el alcance y en la forma tradicional. Así,
en la sociedad, típico contrato plurilateral, el incumplimiento de uno de los socios no
autoriza a los demás a no cumplir con sus respectivas obligaciones; el socio
incumplidor puede ser excluido, pero los demás quedan obligados a sus respectivas
prestaciones.
La jurisprudencia de nuestros Tribunales han adherido a la doctrina del contrato
plurilateral de organización para explicar la naturaleza jurídica del contrato de
sociedad, habiéndose resuelto que el sistema societario mercantil no puede
insertarse dentro de las reglas comunes a los contratos de cambio y que la
regulación legal que instrumenta la ley 19.550 es diferenciada y tiene reglas
específicas no subsumibles en el común ordenamiento contractual(93).

ART. 2º.—
Sujeto de Derecho. La sociedad es un sujeto de derecho, con el alcance fijado
en esta ley.
CONCORDANCIAS: Ley 19.550: arts. 3º, 54; ley 24.522: arts. 160 a 176 y siguientes: Uruguay:
arts. 2º, 189, 278.

§ 1. Personalidad jurídica de las sociedades comerciales

1.1. Fundamentos del otorgamiento de la personalidad jurídica de las sociedades


Ratificando lo dispuesto por el art. 33 del Cód. Civil, que pusiera fin a la polémica
sobre el carácter de sujeto de derecho de las personas jurídicas de carácter privado,

101 
 
el art. 2º de la ley 19.550, declara expresamente la calidad de sujeto de derecho que
la sociedad reviste.
Puede pues afirmarse que la atribución del carácter de "personas" a las
sociedades constituye el efecto más característico del contrato de sociedad, en tanto
implica una clara separación patrimonial entre la entidad y quienes la integran, de
manera tal que los derechos y obligaciones que aquella adquiera son imputados a
la propia sociedad y no a sus socios ni a todos ellos.
Del mismo modo, el reconocimiento de la personalidad jurídica o lo que es lo
mismo, el carácter de sujeto de derecho que tienen las sociedades, implica
atribuirles ciertas cualidades o propiedades de que gozan todas las personas, tanto
físicas o jurídicas, que se denominan los atributos de la personalidad, y que son los
siguientes:
a) El nombre de la sociedad, que es la designación exclusiva que la individualiza
y que permite que los efectos de los actos celebrados por determinados sujetos que
lo emplean se imputen directamente al patrimonio de la sociedad.
b) El patrimonio, que es el conjunto de bienes de la sociedad (arts. 15 y 16 del
Código Civil y Comercial de la Nación).
c) La capacidad, esto es, su aptitud para adquirir derechos y obligaciones.
d) El domicilio, que se refiere a la ciudad o jurisdicción donde la compañía tiene
la efectiva dirección y administración de sus negocios y donde debe encontrarse la
contabilidad social.
Los atributos de la personalidad de las sociedades gozan de los mismos
caracteres que los de las personas físicas, esto es, son únicos, necesarios e
indisponibles, de manera tal que, como principio general, la sociedad no puede
modificar su nombre, salvo razones fundadas, ni tampoco enajenarlo, como si se
tratara de una enseña o nombre comercial.
Es importante retener que la personalidad jurídica no es un elemento esencial o
tipificante del contrato de sociedad. Para determinar la existencia del mismo bastan
los requisitos previstos por el art. 1º de la ley 19.550; esto es, aportaciones, fin
societario y participación en las ganancias y pérdidas. La personalidad jurídica
es, se reitera, el efecto del acto constitutivo de una persona jurídica de carácter
privado(94)y constituye un privilegio otorgado por el legislador, fundado en evidentes
razones de conveniencia práctica, no sólo en beneficio de los socios, sino
fundamentalmente en el interés de los terceros y del comercio en general, en tanto
mediante el recurso de dotar a la sociedad de personalidad jurídica, confiriéndosele
a la misma el carácter de sujeto de derecho y asimilándola a una persona de
existencia visible, la ley otorga a la sociedad aptitud suficiente para exteriorizarse en
el mundo de los negocios, con un nombre y domicilio propio, con un patrimonio
independiente al de los socios que la integran y con capacidad para adquirir por sí
y para sí derechos y obligaciones. Ello también beneficiará a los terceros que se
vinculan comercialmente con la sociedad, quienes no deberán recurrir a cada uno
de los socios para percibir sus créditos, sino a una sola persona jurídica, con
patrimonio propio, como derivación lógica de su carácter de sujeto de derecho.
El carácter de sujeto de derecho de la sociedad comercial plantea una vastísima
problemática que es necesario analizar, para obtener una comprensión acabada del
tema.

102 
 
1.2. Antecedentes históricos de la cuestión
En primer lugar, es preciso tener en cuenta que el reconocimiento de la
personalidad jurídica de las sociedades comerciales no ha sido contemporáneo al
origen mismo del contrato de sociedad, sino que ese privilegio es muy posterior.
Históricamente, el concepto de sociedad quedó entendido como un vínculo
contractual entre los socios, que se obligaban y respondían personalmente con su
patrimonio por los negocios celebrados en tales condiciones, sin trascender la
existencia del ente como único sujeto de esas relaciones frente a terceros.
De esta manera se entendieron las cosas desde hace siglos, y en el derecho
romano sólo se consideraban personas jurídicas a las entidades que tenían vida
independiente de sus miembros y en las cuales el interés público estaba
fuertemente involucrado. Su continuidad no dependía de la voluntad o existencia de
sus miembros y su existencia trascendía la vida de estos.
Las sociedades por acciones, que surgieron muy sobre el final del siglo XV para
afrontar negocios de alto riesgo, participaron de esas características, que se
manifestaron de la siguiente manera: control directo del soberano en el nacimiento
y administración de la misma, independencia de los gestores respecto de los socios,
facultad discrecional de la corona de retirar la concesión, atribución en las decisiones
del ente de poderes propios de soberanía, etcétera. Bien dice en tal sentido Federico
de Castro y Bravo, que esas sociedades eran consideradas y tratadas del mismo
modo que las corporaciones de carácter público.
Por ello, no consideramos rigurosamente exacta la afirmación de la doctrina
mercantilista moderna, que ha derivado de la existencia de esas sociedades por
acciones, de neta influencia política en su constitución y funcionamiento, el
fundamento mismo de la existencia de la personalidad de las sociedades
comerciales, en especial de la sociedad anónima. Esta aparece por primera vez
legislada en el derecho continental europeo en el Código de Comercio Francés de
1807, a la cual también se dotó de otro beneficio excepcional, como lo es la
responsabilidad limitada de los socios por las consecuencias patrimoniales de la
actividad del ente, a los aportes efectuados por aquellos en su constitución o durante
la vigencia del contrato social.
Sin embargo, no entraremos en la polémica —sumamente interesante pero
carente hoy de fundamentos prácticos— sobre la indebida o no extensión de los
beneficios de la personalidad jurídica, reconocida históricamente a las
corporaciones de derecho público, para las entidades de derecho privado, y más
concretamente a las sociedades comerciales, pues entendemos, coincidiendo con
Dobson(95)que el estudio y razonamiento jurídico debe ser aplicado para solucionar
problemas que presenta la vida diaria, y actualmente, reconocido unánimemente
que la sociedad constituye una persona jurídica distinta e independiente de sus
socios (arts. 143 del Código Civil y Comercial de la Nación y 2º de la ley 19.550)
toda discusión histórica o filosófica que cuestione esa innegable realidad debe ser
reservada para otros ámbitos, pero no para la interpretación del derecho vigente que
ha admitido esa extensión en forma pacífica.
La brevísima reseña histórica que hemos efectuado tiende a explicar que la
personalidad de las sociedades comerciales ha sido otorgada —a diferencia de la

103 
 
de las personas físicas, que proviene del derecho natural, y como tal, es plena e
irrestricta— teniendo en consideración necesidades prácticas del comercio. Esa
diferencia es fundamental para comprender las razones por las cuales la
personalidad jurídica de las sociedades pueda ser a veces restringida o limitada en
sus alcances o que incluso puede ser negada, como sucedió durante la vigencia de
la ley 19.550, antes de la reforma de la ley 26.994, respecto de las sociedades
accidentales o en participación, en donde la actuación del ente no trascendía a
terceros.

1.3. Fundamento y alcances del reconocimiento de la personalidad jurídica a las


sociedades comerciales
Como hemos expresado, la personalidad jurídica de que gozan las sociedades
comerciales no tiene el mismo fundamento del que disfrutan las personas de
existencia física, pues este proviene de la naturaleza misma del ser humano y es
impensable concebirlo sin los atributos que son inherentes a esa personalidad:
nombre, domicilio, estado, nacionalidad y patrimonio. Por el contrario, la
personalidad de los entes ideales, tiene otro fundamento, y este, dentro del campo
de las personas jurídicas, puede ser diferente en uno y otro caso, tratándose de
fundaciones, asociaciones civiles o sociedades. Como lo ha expresado Orgaz(96), la
personalidad no es una cualidad natural, es decir, "(...) algo que exista o pueda
existir antes de todo ordenamiento jurídico y con independencia de este: es una
cualidad puramente jurídica, algo que el derecho construye para fines particulares".
En el caso de las sociedades comerciales, el reconocimiento de su personalidad
jurídica se funda en fines eminentemente prácticos, pues satisface múltiples
necesidades:
a) Por una parte, permite a los socios obtener, en mejores condiciones, las
ventajas de los capitales aportados y de los esfuerzos asociados, que se organizan
en forma unitaria, independizándose el patrimonio formado para el desarrollo de la
actividad colectiva del patrimonio de aquellos, que permanece, en principio,
indiferente a la suerte de la actividad de la sociedad.
b) Asimismo, se satisfacen los intereses de los terceros vinculados de una
manera u otra con la sociedad comercial, a quienes se facilitan y simplifican sus
relaciones con los socios por medio de una gestión organizada de los negocios y a
quienes se ofrece como garantía común un fondo especial destinado a atender las
operaciones llevadas a cabo en desarrollo de esa empresa de colaboración(97).
La personalidad jurídica, sostiene Francisco Ferrara(98), es una forma de
regulación, un procedimiento de unificación, la forma legal que ciertos fenómenos
de asociación y de organización social reciben del derecho objetivo. La personalidad
jurídica no es una cosa, sino un modo de ser de las cosas y vana es la tentativa de
encontrar tras la persona jurídica, una entidad especial orgánica o psicológica que
la ley eleva a sujeto de derecho; detrás de la persona jurídica no hay otra cosa que
asociaciones y organizaciones humanas. Con otras palabras: la personalidad
jurídica es la vestidura orgánica con la que cierto grupo de hombres o
establecimientos se presentan en la vida del derecho; es la configuración legal que
asume para participar en el comercio, pues como bien lo advierte julio Rivera, la

104 
 
personalidad jurídica es el presupuesto de la actuación de los grupos humanos
dentro de la sociedad, en tanto que, de no mediar la personificación, ciertas
actividades serían de muy difícil realización(99). En definitiva, el reconocimiento de
este sujeto mismo no es más que una forma jurídica para una más sencilla
ordenación de las relacione.
Si bien es cierto que existen múltiples doctrinas que han intentado explicar la
naturaleza jurídica de las personas jurídicas o entes de existencia ideal (teorías de
la ficción, de la realidad, de la institución etc.), existiendo incluso autores en el
derecho nacional y extranjero que han adoptado un criterio negativo al respecto,
adhiero a aquella doctrina que, abrevando en las enseñanzas de Savigny, predica
que la extensión de las personalidad jurídica a los entes ideales constituye una mera
ficción consistente en admitir que tales entes puedan contar con voluntad, interés,
fines propios y órganos diferenciados, pues ello responde a fines eminentemente
prácticos, que al legislador le interesa consagrar. Pero de ello no puede derivarse la
menor asimilación a una persona física, pues la personalidad jurídica, como efecto
característico de la constitución de un ente ideal, no constituye otra cosa que una
creación artificial del legislador, gozando solo de una capacidad puramente
patrimonial, por razones fundadas en las relaciones de esta naturaleza y, en lo que
se refiere a las sociedades, en el mejor desenvolvimiento de las relaciones
comerciales y del tráfico mercantil. Entender otra cosa nos conduce a lo que el
Profesor español Emilio Langle calificó como el mayor pecado de los juristas, esto
es, "el exceso de abstracción que aleja de las realidades sociales"(100), lo cual por lo
general conduce a resultados disvaliosos e impide la necesaria coherencia que
resulta imprescindible para la interpretación y análisis del derecho, al no fundarse
éste en la mera observación de las relaciones humanas o de la vida misma.
Con otras palabras, el carácter de sujeto de derecho que gozan las personas
jurídicas, y a diferencia de lo que acontece con las personas humanas, no proviene
del derecho natural, sino que es una solución práctica que el legislador aporta para
unificar en un solo sujeto o en un solo patrimonio, los efectos de la actuación de un
grupo de personas, que se han unido a los fines de llevar a cabo una actividad en
común. Se trata —en definitiva— de una ficción, tesis a la cual adhirió en su
momento Vélez Sarsfield, siguiendo las enseñanzas de Savigny, Laurent, Aubrey y
Rau, entre otros, y que por mi parte y a pesar de su antigüedad, considero totalmente
vigente, pues, como lo explica Guillermo Borda, cuando la ley considera y trata al
hombre como persona, ella no le confiere personalidad, sino que solo reconoce y
confirma una personalidad preexistente, partiendo de la base que el único sujeto
natural de derechos y obligaciones es el hombre, lo cual no sucede con las personas
jurídicas, pues cuando el derecho otorga la capacidad jurídica a una persona que
en realidad no tiene ni pensamiento ni voluntad, no es sino por una ficción que lo
hace y esa ficción consiste en admitir que ese ente piensa y quiere, aunque sea
materialmente incapaz de hacerlo. Por esa razón de conveniencia o de interés
económico o social, el derecho las considera como si fueren personas(101), pero que
por derecho natural no lo son.
Debo reconocer al lector que mas allá de la formulación de ciertas doctrinas, que
han sido denominadas "teorías de la realidad", y que fueron ideadas para explicar
la naturaleza jurídica de las personas de existencia ideal, me resulta imposible,
simplemente por aplicación del sentido común, sostener que la persona jurídica
constituya una "realidad prenormativa" cuya existencia el legislador debe
necesariamente reconocer, como sucede con las personas humanas, sino que la
personalidad de los entes de segundo grado solo constituye un medio jurídico y
cultural que el derecho otorga con el propósito de una mejor organización de fines

105 
 
humanos que reputa lícitos, como lo ha admitido la jurisprudencia en reiteradas
oportunidades(102).
Estas conclusiones no implican negar la existencia de las personas jurídicas
como sujetos de derechos diferentes de las personas que la integran, pero ello debe
explicarse —se reitera— por los beneficios que, a la comunidad, al tráfico mercantil
o a los terceros implica unificar en un solo patrimonio las relaciones jurídicas
llevadas a cabo por un grupo de personas aglutinadas en torno a un mismo fin. Es
por ello que no puedo coincidir con aquellas teorías que han controvertido la doctrina
de la ficción, pues ellas suponen una indebida extensión del concepto de la realidad.
Como bien sostuvo Manuel Arauz Castex hace cincuenta años, eximio jurista y
ejemplar magistrado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la única realidad
jurídica es la coexistencia humana, esto es, la conducta del hombre en su relación
con el prójimo, pues "la institución", el "interés" o la "voluntad" de la persona ideal
no pueden considerarse nunca realidades, sino que son meras abstracciones,
siendo que, para resolver los problemas acerca de la actuación y responsabilidad
de dichas personas no hace falta llamar realidad a lo que no lo es(103).
Repárese asimismo que, en esta materia, resulta claro que los redactores del
Código Civil y Comercial de la Nación se han apartado del Proyecto de 1998 de
Unificación del Código Civil y Comercial, en cuyos fundamentos se dejó constancia
que "La persona jurídica es reconocida teniendo en cuenta un fin especial que el
Derecho reconoce y le interesa tutelar y promover" (página 25 de la Exposición de
Motivos), enrolándose dicho proyecto en las doctrinas que conciben la personalidad
jurídica como el reconocimiento por el derecho de un fenómeno social que debe
reconocer y regular. Por el contrario, en los fundamentos expuestos por los autores
del Código Civil y Comercial del 2014, sus autores se han pronunciado en favor de
las doctrinas contrarias, que conciben a la personalidad jurídica como una concesión
estatal, al enunciar en los mismos que "la personalidad jurídica es conferida por el
legislador como un recurso técnico según variables circunstancias de conveniencia
o necesidad que inspiran la política legislativa"(104).
Pero además de ello, la incorporación por la ley 26.994 a la hoy denominada
"Ley General de Sociedades" de las sociedades de un solo socio, priva de todo
sustento a las referidas "teorías de la realidad", de imposible comprensión por el
hombre de la calle, esto es, el verdadero destinatario de las normas jurídicas, pues
si dichas doctrinas parten de la idea que el carácter de sujetos de derecho de las
personas de existencia ideal se las reconoce como medio técnico para realizar el fin
lícito que se proponga un grupo de individuos, como fuera expuesto en la Exposición
de Motivos de la ley 19.550, lo cierto es que ello perdió gran parte de su fundamento
cuando se admitió la existencia de la sociedad unimembre en nuestro ordenamiento
legal, pues si el "dato prenormativo" que el derecho no puede ignorar al momento
de reconocer la personalidad jurídica de los entes ideales, lo es la existencia de una
agrupación de personas que tienen un fin autónomo y un propio patrimonio(105), ello
pierde todo sentido cuando esos grupos humanos no existen y el destinatario de la
personalidad jurídica es un solo individuo, situación que provoca —en definitiva—
que una misma persona pueda ser titular de dos patrimonios y dos personalidades
jurídicas distintas, de las cuales una es consecuencia del derecho natural y la otra
le es otorgada por el legislador para la realización de una determinada y concreta
actividad, siempre y cuando persiga fines lícitos y concretos. Soy de opinión que, en
definitiva, la consagración de las sociedades de un solo socio constituye un nuevo
espaldarazo a la teoría de la ficción, pues solo a través de ella puede llegarse a ese
desdoblamiento de la personalidad de un mismo sujeto de derecho.

106 
 
Aclarado ello, si reparamos en el funcionamiento interno de una sociedad, se
observa que para el desarrollo de su objeto se exige un comportamiento que permite
hacer abstracción de los socios y da la apariencia de ser el de una sola persona.
Como observa Pinzón(106), todo el funcionamiento de las sociedades y el mecanismo
de su organización así lo revelan: aporte de bienes que pasan a integrar una unidad
patrimonial al servicio de una sola actividad, una dirección unificada que no tiene por
beneficiarios a los socios, individual y directamente considerados, sino al interés
colectivo que los une —interés social— hacia el cual converge la intención de todos
ellos.
Esta unidad total permanece siempre idéntica a sí misma, a pesar de que los
socios puedan cambiar y renovarse, pero, como ya se ha expresado, advertido el
fundamento de la personalidad como una forma jurídica otorgada por el legislador
para una más sencilla ordenación de las relaciones, esa unidad es alcanzada por
síntesis, y por consiguiente reposa sobre sus miembros, quienes son libres de
extinguir la sociedad, a su exclusivo arbitrio(107).
El carácter instrumental de la personalidad jurídica, y los fines que su
reconocimiento persigue, explican que, a diferencia de la personalidad de las
personas físicas, la capacidad de las sociedades se encuentra limitada al desarrollo
de su propia actividad, y claros ejemplos de lo expuesto lo encontramos en los arts.
26, 58, 101, 183 y 184 de la ley 19.550, en especial en el segundo de ellos, que
limita las consecuencias de los efectos patrimoniales de la actividad social a las
obligaciones que hayan sido contraídas por sus representantes para el cumplimiento
del objeto de la sociedad.
En definitiva, el carácter de la personalidad jurídica de las sociedades
comerciales es meramente instrumental y por ello otorgado por el legislador en la
medida que de su reconocimiento se derivan beneficios para el tráfico negocial. Bien
es cierto que los autores de la ley 19.550 no han adherido a la teoría de la ficción,
sino que seducidos por las enseñanzas de Ascarelli, han adscripto a la teoría de la
realidad jurídica, siendo importante transcribir las explicaciones brindadas por
dichos legisladores, quienes la Exposición de Motivos de la ley 19.550, han
aclarando que la Comisión Redactora de este cuerpo legal adoptó, en la forma
utilizada por el art. 2º de la ley 19.550, la posición más evolucionada en punto a la
personalidad jurídica. Han dicho los legisladores textualmente que "...la sociedad
resulta así no solo una regulación de derecho constitucional de asociarse con fines
útiles y una forma de ejercer libremente una actividad económica, sino que
constituye una realidad jurídica, esto es, ni una ficción de la ley, reñida con la
titularidad de un patrimonio y demás atributos de la personalidad, como el domicilio,
el nombre y la capacidad, ni una realidad física, en pugna con una ciencia de valores.
Realidad jurídica que la ley reconoce como medio técnico para que todo grupo de
individuos pueda realizar el fin lícito que se propone. Con esta norma, la ley
posibilita, en fin, una amplia elaboración de las consecuencias de la personalidad
jurídica y también de soluciones para aquellos casos en que este recurso técnico
sea empleado para fines que excedan las razones de su regulación".
Precisamente, el carácter instrumental de la personalidad jurídica que gozan las
sociedades comerciales, justifica que este beneficio pueda ser ignorado en
determinados supuestos (arts. 2º último párrafo y 54 último párrafo de la ley 19.550),
restringido en otros o simplemente no otorgado, como sucedía con las sociedades
accidentales o en participación, hasta su derogación por la ley 26.994, pues ello
hubiera implicado sencillamente ir en contradicción con las especiales
características de dicha sociedad, que se constituyen para celebrar una o más

107 
 
operaciones y que actúan frente a terceros a nombre no de la sociedad —que no lo
tiene— sino a nombre del socio gestor.

1.4. Momento a partir del cual las sociedades gozan de personalidad jurídica
Hemos sostenido que la personalidad jurídica es el efecto característico del
acuerdo de voluntades destinado a la constitución de una sociedad, y ello explica
que las sociedades irregulares o de hecho —ahora denominadas "Sociedades de la
Sección IV"— gocen de este beneficio, aún cuando ellas no se encuentren inscriptas
en el Registro Público.
La inscripción de la sociedad en los registros mercantiles no guarda ninguna
relación con el goce del beneficio de la personalidad jurídica, el cual es
contemporáneo con el nacimiento del ente, que se produce con el acuerdo de
voluntades (art. 959 del Código Civil y Comercial de la Nación) tendientes a constituir
una persona de existencia ideal. La registración del contrato constitutivo de la
sociedad sólo permite a los socios ampararse en los beneficios del tipo social elegido
y, como consecuencia de ello, oponer a los acreedores de la sociedad el límite de
la responsabilidad asumida, de conformidad con el régimen legal de la sociedad que
integran. La circunstancia de que, tratándose de sociedades irregulares o de hecho,
los socios no pueden invocar el beneficio de excusión previsto por el art. 56 de la ley
19.550, conforme al cual pueden exigir de los acreedores sociales la previa
ejecución de los bienes de la sociedad con carácter previo a la agresión por aquellos
de sus bienes particulares, en nada altera lo expuesto, pues esa contingencia deriva
de la falta del cumplimiento de los socios de los requisitos formales previstos en la
constitución de dichas sociedades, pero en nada incide sobre la personalidad de
éstas, ni significa ello que las mismas carezcan de autonomía patrimonial, que es
una manifestación de la personalidad jurídica de que gozan.
Congruentemente con ello, la cancelación de la inscripción de la sociedad en el
Registro Público, prevista por el art. 112 de la ley 19.550, tampoco pone fin a la
personalidad jurídica del ente, y si con posterioridad a ello aparecen nuevos
acreedores, la sociedad deberá satisfacerlos, pues la existencia de deudas importa
la subsistencia de un patrimonio autónomo, que es, como ha sido dicho, uno de los
atributos de la personalidad de un sujeto de derecho, que no puede considerarse
extinguido en tanto subsista una manifestación de su personalidad.

1.5. Personalidad jurídica y limitación de la responsabilidad


El beneficio de la atribución de la personalidad jurídica, que permite a la sociedad
ser titular de los derechos y obligaciones que genera el desarrollo de su actividad
mercantil —el cual es, por propia definición, la consecuencia más importante que
supone el reconocimiento de la personalidad jurídica— no conduce necesariamente
a la limitación de la responsabilidad de los socios por las deudas de la sociedad,

108 
 
pues ambas son cuestiones diferentes y que deben ser necesariamente
distinguidas.
La atribución de personalidad jurídica a las sociedades comerciales no importa
necesariamente la limitación de la responsabilidad de sus integrantes, pues existen
personas jurídicas en las cuales los socios responden en forma solidaria e ilimitada
con la sociedad por las obligaciones contraídas por estas, bien en forma subsidiaria
(sociedades colectivas, por ejemplo) o no (como sucedía con las sociedades
irregulares o de hecho, antes de la reforma por la ley 26.994), y a la inversa, como
hace notar Dobson(108), existen legislaciones que consagran, para las personas
físicas, el beneficio de la limitación de la responsabilidad sin tener que constituir o
integrar una sociedad comercial.
Así pues, a través de la personalidad jurídica, la sociedad adquiere una entidad
de sujeto de derecho distinto de los socios individualmente considerados y con un
patrimonio independiente, al cual sus acreedores podrán recurrir para el cobro de
sus créditos. La limitación de la responsabilidad permite a los socios y según el
grado de intensidad con que este beneficio es otorgado por el legislador, oponer al
acreedor de la sociedad los bienes que componen el patrimonio de ella, para que
aquel obtenga satisfacción, ya con carácter previo a la agresión de sus bienes
particulares (sociedades colectivas), o liberándolo definitivamente por las
consecuencias de tales obligaciones (sociedades de responsabilidad limitada y
sociedades anónimas).
Las diferencias entre estos dos privilegios: otorgamiento de personalidad jurídica
a la sociedad y beneficio de limitación de responsabilidad de los socios, son
cuestiones que deben ser necesariamente distinguidas pues ellos no nacen
conjuntamente ni uno es consecuencia del otro, aunque ambos han evolucionado a
través de un proceso de íntima relación, llegándose al extremo de ver en las
sociedades anónimas —en las cuales se consagra la más restringida
responsabilidad de los socios por las obligaciones sociales— a las personas
jurídicas por excelencia, lo cual constituye, a nuestro juicio, un grave error.
Hemos explicado ya que la personalidad jurídica, otorgada a las agrupaciones
humanas de derecho privado, fue consecuencia de la necesidad de satisfacer los
intereses del comercio en general y no exclusivamente en beneficio de las personas
que las integraban. La posibilidad de limitar la responsabilidad surge posteriormente
y constituye un verdadero privilegio en favor de sus socios, a quienes se les permite
limitar sus pérdidas a una parte de su patrimonio, que es, precisamente, el afectado
a una determinada explotación comercial llevada a cabo por la sociedad que integra.
De modo tal que mientras la personalidad jurídica es un beneficio otorgado a
favor de terceros y de la propia sociedad, el beneficio de la limitación de la
responsabilidad constituye una ventaja que la ley otorga a los integrantes de
determinado tipo de sociedades, no para quebrar el denominado principio de
universalidad del patrimonio, conforme al cual éste es la garantía común de los
acreedores, sino para alentar la constitución de importantes emprendimientos
mercantiles, lo cual se ha visto desvirtuado con el transcurso de los siglos, pues si
bien en sus orígenes este beneficio era otorgado a los integrantes de sociedades
que desarrollaban ciertas y determinadas actividades de altísimo riesgo (empresas
marítimas y mineras), luego fue extendido a cualquier actividad comercial, por
mínima que sea, que es el panorama que ofrece hoy el mundo de los negocios.
Pero lo importante, a los fines de conocer y comprender el alcance de las
instituciones societarias, debe concluirse que el otorgamiento de la personalidad

109 
 
jurídica a una sociedad comercial no implica en modo alguno el beneficio de la
limitación de la responsabilidad de las personas que lo integran.

1.6. Personalidad jurídica y actividad.


Como ha sido expuesto por la doctrina y jurisprudencia, existe una indudable
interdependencia entre los conceptos de personalidad jurídica y actividad; sin esta
última el ente solo mantiene su forma, perdiendo definitivamente la razón de ser que
el derecho tuvo en miras al otorgarle su existencia(109).
De manera tal que la falta de toda actividad encuadrada dentro del universo de
la "producción o intercambio de bienes o servicios" a que se refiere el art. 1º de la
ley 19.550 —el fin societario— impide la separación patrimonial que el otorgamiento
de la personalidad jurídica supone, pues este característico efecto del contrato de
sociedad solo funciona en la medida que exista empresa y empresario. Con otras
palabras: la personalidad jurídica diferenciada entre la sociedad y sus integrantes
solo tiene justificación mientras exista riesgo empresario, lo cual supone, como
verdad de Perogrullo, que exista actividad empresaria.
Oportunamente señalaremos que la jurisprudencia administrativa y judicial ha
resuelto en forma pacífica que la inactividad de la sociedad constituye causal
autónoma de su disolución y liquidación, pero también puede autorizar la aplicación
de la doctrina de la inoponibilidad de su personalidad jurídica, cuando la sociedad
alberga en su patrimonio bienes de determinada importancia sin afectarlos a
ninguna actividad empresaria, pues tal situación hace presumir la utilización del
negocio societario a los fines de ocultar la verdadera titularidad de esos efectos, esto
es, con fines extrasocietarios, conforme lo dispone el art. 54 último párrafo de la ley
19.550.

1.7. ¿Puede ser limitada o suprimida la personalidad jurídica de una sociedad


comercial?
Es corriente escuchar que la personalidad jurídica de las sociedades comerciales
no puede sufrir limitaciones, con el sencillo argumento de que el legislador es libre
de concederla o no, según sea conveniente. Pero si ella es otorgada, la personalidad
es siempre plena e irrestricta, a diferencia de su capacidad, que puede sufrir
limitaciones a través de la consagración de incapacidades de derecho que restrinjan
su actividad para determinados actos(110).
Esta forma de pensar es equivocada, pues además del dogmatismo que la
caracteriza, incurre en el error de asimilar la personalidad de las personas físicas
con la de las personas de existencia ideal, cuya naturaleza es esencialmente
instrumental y por ello diferente. La capacidad de la sociedad puede sufrir, como la
de las personas físicas, ciertas y limitadas restricciones, pero también puede el
legislador prescindir o limitar los efectos de la personalidad jurídica en ciertos y

110 
 
determinados supuestos, en tanto ello es consecuencia del carácter artificial que
caracteriza el carácter de sujetos de derecho de las sociedades comerciales.
El mejor ejemplo de lo expuesto lo constituye el art. 101 de la ley 19.550, cuando
prescribe que la sociedad en liquidación conserva su personalidad "a ese efecto",
con lo cual predica la no separación patrimonial de las consecuencias de los actos
realizados en exceso de los fines liquidatorios. Del mismo modo, la aplicación de la
doctrina de la desestimación e inoponibilidad de la persona jurídica constituye otra
forma de limitar los alcances y efectos de la personalidad jurídica, pues en tanto la
misma no es consecuencia del derecho natural, como es propio de la personalidad
de los seres humanos, nada obsta que, así como el legislador la ha otorgado por
motivos eminentemente prácticos, la pueda suprimir o limitar cuando tal
característica ha sido utilizada en contra de sus propios fines.

1.8. Las sociedades comerciales y su legitimación para reclamar la reparación del


daño moral. Invocación de la lesión subjetiva
Como consecuencia precisamente del carácter de sujeto de derecho de las
sociedades comerciales, ha sido dicho en forma permanente por la jurisprudencia,
que estos entes carecen de derecho para obtener la reparación del daño moral —
hoy denominado "daño no patrimonial" por el Código Civil y Comercial de la
Nación—, pues su capacidad jurídica está limitada por el principio de la especialidad
previsto por el art. 141 del Código Civil y Comercial de la Nación y el art. 58 de la
ley 19.550, y su finalidad propia es la obtención de ganancias. En consecuencia,
todo aquello que puede afectar su prestigio o buen nombre comercial carece de
trascendencia a los fines indemnizatorios, ya que se trata de entes no susceptibles
de sufrir padecimientos espirituales(111).
Si bien no parece posible sentar principios generales en esta materia, lo cierto
es que, formulada así la tesis negatoria del derecho de las sociedades comerciales
a reclamar indemnización por daño moral, ella parece exagerada, pues olvida que
detrás de la "máscara" que implica el carácter de sujeto de derecho de una sociedad
mercantil, siempre se encuentran seres humanos que son quienes configuran y
definen la actuación de aquella en el mundo de los negocios. Sobre la base de ello,
no parece justo que quien con su incumplimiento ha provocado importantes daños
a una sociedad, se encuentre liberado de satisfacer los perjuicios morales sufridos
por las personas físicas que se encuentran detrás de la misma, y que, manteniendo
una determinada conducta en el desempeño comercial de la sociedad cuya voluntad
conforman, se han visto perjudicados por una ilegítima actuación de un tercero, que
ha afectado en plaza el nombre de la persona jurídica.
La reclamación por parte de quienes integran una sociedad comercial tienen
evidente derecho de reclamar los perjuicios ocasionados a la misma en concepto de
daño moral. Sostener lo contrario importa llevar al extremo la doctrina de la
personalidad jurídica diferenciada, que, como hemos dicho, solo reviste carácter
instrumental, que no responde al derecho natural, sino que constituye un recurso
empleado por el legislador a los fines de facilitar el desenvolvimiento de las
relaciones comerciales. Bien puede sostenerse que todo lo que afecta el patrimonio
del ente perjudica — bien que indirectamente — a las personas físicas que se
encuentran detrás de la misma. Imaginemos el caso de una sociedad que por error
111 
 
de un banco fue incluida dentro de la lista de deudores morosos que lleva el Banco
Central de la República Argentina y que, como consecuencia de la publicidad
negativa que ello supone, la referida compañía pierde una importante clientela y el
prestigio bien ganado en la plaza. Ante tal caso, la reparación de los perjuicios
materiales resultan insuficientes para resarcir a las víctimas de tal manera de
proceder, dentro de las cuales no solo debe incluirse a la sociedad, sino a todos
aquellos que contribuyeron, desde su misma fundación, a cimentar el buen nombre
de la sociedad que integran, injustamente menoscabado por una actuación
reprochable de un tercero.
Coincidimos en principio con aquella jurisprudencia que ha enfatizado el
debilitamiento de la interposición de la personalidad jurídica tratándose de
participaciones sociales cualitativas(112), por lo cual ante la consumación de
perjuicios al buen nombre de la sociedad, sus socios tienen derecho a reclamarlo,
produciéndose en este caso un supuesto automático de inoponibilidad de la
personalidad jurídica a favor de los mismos e imputación de la respectiva
indemnización directamente a los integrantes de la sociedad (art. 54 último párrafo
de la ley 19.550).
Coadyuva a estas conclusiones, la jurisprudencia que viene abriéndose camino
desde hace ya algunos años, conforme a la cual el resarcimiento del daño moral —
o extramatrimonial, como lo denomina el Código Civil y Comercial de la Nación—,
no reviste solo el carácter de reparación de quienes padecieron las aflictivas
consecuencias de un proceder dañoso, sino como una sanción ejemplar al proceder
reprochable del autor del hecho que lo genera(113), por lo cual, desde este punto de
vista, nada permite diferenciar entre personas físicas o jurídicas a los fines de la
legitimación activa a los fines de la reclamación del resarcimiento del daño moral o
extramatrimonial.
A esta solución no obsta lo dispuesto por el art. 1741 del Código Civil y Comercial
de la Nación, en tanto solo legitima para reclamar la indemnización de las
consecuencias no patrimoniales al damnificado directo, pues si se niega la
posibilidad de reclamar a las personas jurídicas el daño moral sufrido como
consecuencia de la actuación de terceros, invocándose para ello la imposibilidad de
padecer sentimientos espirituales, debe necesariamente concluirse que son las
personas que integraban la misma, aquellos que deben ser considerados como los
"damnificados directos", a tenor de la aludida norma. De otro modo llegaríamos al
extremo de dejar sin sanción a quien provocó un daño a la sociedad que afectó su
funcionamiento o su crédito en el mundo de los negocios o en la comunidad en que
la misma desarrollaba sus actividades, cuando los efectos de esa ilegítima manera
de proceder han provocado un grave daño a las afecciones espirituales legítimas y
"las que resultan de la interferencia en su proyecto de vida" (art. 1738 CCyCN) de
aquellos que integraban la sociedad.
Este derecho no puede quedar enervado por el reconocimiento a favor de la
sociedad de reclamar una indemnización en concepto de "daño a la imagen
comercial o a la reputación comercial", como lo ha sostenido la jurisprudencia,
porque en estos casos es prácticamente imposible cuantificar los daños que la
actuación ilegítima del tercero puede ocasionar al ente. El mejor ejemplo de lo
expuesto es la inexistencia, en nuestros repertorios judiciales, de toda jurisprudencia
referida a esta supuesta acción judicial, producto mas de una abstracción propia de
los jueces que de lo que acontece en la realidad de los negocios.
Íntimamente vinculado a este tema, el tema de la legitimación de las sociedades
para invocar el vicio de lesión subjetiva, ha sido objeto de controversias. Sostuvo al

112 
 
respecto la sala E de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, en el
caso "Goñi Hermanos Sociedad de Hecho c/ YPF Sociedad Anónima", del 19 de
marzo de 2014, que las sociedades comerciales no pueden invocar la lesión
subjetiva prevista por el derogado art. 954 del Código Civil —y hoy lo hace el art.
332 del Código Civil y Comercial de la Nación— utilizando para ello el argumento de
que la inexperiencia y la ligereza son supuestos incompatibles con las aptitudes y
capacidades objetivas para el manejo de la administración societaria.
Ello supone una generalización difícil de compartir, así como la formulación de
un dogma que no se compadece con las realidades sustanciales, cuya aplicación
solo conduce a soluciones verdaderamente injustas, pues solo careciendo de
experiencia en el mundo de los negocios en general y del funcionamiento de las
sociedades en particular, puede sostenerse válidamente que una persona física, por
el hecho de integrar el órgano de una sociedad, supera automáticamente y por esa
sola circunstancia los supuestos fácticos previstos por dicho instituto, para tornar
procedente el vicio de la lesión.
Podría solo compartirse con el tribunal esa manera de razonar, si se tratara de
las autoridades de un banco, una compañía de seguros, sociedades cotizantes o de
empresas de relevancia significativa en el mercado, pero ellos, como todos saben,
no agotan todo el universo societario, teniendo fundamentalmente en cuenta la
actuación de sociedades en pequeños o medianos emprendimientos, resultando
sencillamente impensable que el gerente de un establecimiento gastronómico de
pequeñas dimensiones o el administrador de una línea de colectivos, pueda quedar
eximido de invocar la ligereza, inexperiencia o abuso, cuando se trata de concertar
operaciones no comprendidas en el objeto de la sociedad que administran, en
especial, ante la celebración de operaciones financieras necesarias para el giro de
la pequeña empresa cuya gestión tienen a su cargo.

§ 2. Límites de la personalidad jurídica. El denominado abuso de la personalidad


Hemos sostenido que los entes ideales no poseen un fin en sí mismos, en tanto
son realidades que el legislador ha reconocido como forma de canalizar una de las
características de la persona humana, esto es, de actuar en sociedad(114)y lo cierto
es que a pesar de que la ley les reconoce a las sociedades una personalidad distinta
a la de sus miembros, con las consecuencias que de ello se derivan en materia de
derechos y obligaciones imputables a la persona de existencia ideal, siempre hay
que tener presente que el destinatario final de las normas es el hombre que está
detrás de ellas.
La teoría de la distinta personalidad de las sociedades y los propios componentes
que la integran no pueden convertirse en una valla artificial e insalvable, desligando
a estos últimos de las consecuencias del actuar de la entidad, cuando se exceden
los fines que el legislador tuvo en miras al otorgar la personalidad jurídica o cuando
se aprovecha de la separación patrimonial entre una y otras, para frustrar los
derechos de terceros (arts. 9º y 10 del Código Civil y Comercial de la Nación).
Por ello, la indebida utilización del contrato de sociedad para encubrir fines
ilegítimos o contrarios al espíritu del legislador, explica la necesidad de poner límites
a los beneficios de la personalidad jurídica de las sociedades comerciales. Sobre

113 
 
todo teniendo en cuenta el permanente abuso que la forma societaria permite, al
facilitar la constitución de sociedades al solo efecto de disfrazar el desarrollo de una
actividad por una sola persona, actuación que se lleva a cabo aprovechando el
beneficio de la limitación de la responsabilidad, que nuestro ordenamiento sólo
permite para ciertos y determinados tipos societarios, pero jamás para trasladar los
riesgos que supone la actividad de la sociedad.
No debe olvidarse la etimología de la palabra "persona", utilizada por los griegos
clásicos para identificar a la máscara que usaban los actores de teatro y que aludía
al papel que éstos desempeñaban ("personajes"). Como bien lo define ese
excepcional jurista que fue Manuel Arauz Castex(115), esta explicación es ilustrativa
porque aclara el manejo de la técnica jurídica, en el sentido de que hay casos en la
que los derechos no son adjudicados a un hombre concreto y particular, sino a una
colectividad, pero en uno y otro caso, el derecho es imputado directamente a la
máscara que por supuesto no puede ser sino utilizado por seres humanos.
Precisamente, para poner fin a los abusos cometidos mediante la utilización
fraudulenta del negocio societario, fue elaborada la doctrina de la desestimación de
la personalidad jurídica, que reconoce sus antecedentes en la clásica acción de
simulación prevista por los derogados arts. 955 a 960 del Código Civil, que fue, hasta
la sanción de la ley 19.550, el camino más transitado por nuestros Tribunales a los
fines de imputar las consecuencias del accionar ilegal de la entidad a las personas
físicas responsables de las expresiones de voluntad adjudicadas a las mismas. Se
trataba, estrictamente, de la acción de simulación subjetiva, por interposición
fraudulenta de personas, concretada a los fines de desenmascarar al verdadero
responsable de la maniobra, el cual, a través de la interposición de un sujeto distinto
(tercero) en una relación jurídica, pretendió desligarse de las consecuencias de ese
ilegítimo accionar.
La doctrina del abuso de la personalidad jurídica nació pues como consecuencia
de los abusos que llevó el "enmascaramiento" del ser humano detrás de la figura de
una sociedad comercial, que mal utilizó la figura de la persona jurídica y sus
atributos, para obtener indebidas ventajas individuales con exclusividad, lo cual
aconteció con mayor frecuencia cuando el beneficio de la limitación de la
responsabilidad que ofrecen determinados tipos societarios pudo sencillamente
obtenerse con la simple finalización de un trámite registral y no con una autorización
estatal específica y determinada. En efecto, y con el correr del tiempo, lo que pareció
impensable en determinado momento, esto es, que se pueda constituir una sociedad
anónima sin autorización estatal, fue hecho realidad en las legislaciones
contemporáneas a partir de la ley francesa de 1867 y esa evolución fue paralela al
reconocimiento unánime de la personalidad jurídica para todas las sociedades, con
excepción de aquellas a las cuales el legislador se las negó expresamente
(sociedades accidentales o en participación de nuestro derecho), con lo cual llegó a
un fenómeno no deseado, cual es la proliferación de sociedades anónimas o de
responsabilidad limitada, no siempre creadas con un fin legítimo o societario. Esto
obligó al legislador, no ya a volver sobre sus pasos, sino a consagrar expresas
normas de protección, que tienden a limitar o restringir los alcances de la
personalidad jurídica o los beneficios propios del tipo elegido.
Los abusos que permitieron la ilegítima utilización de la sociedad anónima,
llevaron pues al extremo de proponer, por parte de una importante corriente
doctrinaria, de origen francés (Bastian, David, etc.), al abandono del concepto de
persona jurídica o su reformulación para el caso de estas sociedades, frente a
aquellas teorías que potenciaban al máximo esa personalidad y que propiciaban
normas de protección semejantes a las que defienden los derechos personalísimos

114 
 
de las personas físicas. Precisamente, en la búsqueda de un equilibrio entre tan
extremas doctrinas, se ha optado, en su casi generalidad, por una posición
intermedia, receptada por casi todas las legislaciones contemporáneas admitiendo
el concepto de persona jurídica, pero con carácter instrumental y
limitado, excluyendo su reconocimiento cuando se utiliza la sociedad para defraudar
a terceros o incumplir con las leyes(116).
Esta y no otra es la orientación de la ley 19.550, reforzada por la ley 22.903 (arts.
2º y 54, últ. párrafo de la ley 19.550) que se funda en las mismas razones de
practicidad que inspiran el otorgamiento de la personalidad jurídica: el legislador la
concede por el simple acuerdo de voluntades y la restringe o la ignora lisa y
llanamente frente a comprobados casos de exceso, que obviamente el legislador no
puede tolerar (arts. 9 y 10 del Código Civil y Comercial de la Nación).

2.1. La doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica. Evolución


histórica
Ha quedado claro que la personalidad jurídica de las sociedades comerciales
constituye un privilegio otorgado por el legislador que debe ser respetado siempre y
cuando se cumplan las siguientes condiciones:
a) Que la sociedad haya sido constituida y actúe con fines lícitos, leales y
sinceros (art. 953, Cód. Civil —hoy art. 279 del Código Civil y Comercial de la
Nación—).
b) Que la sociedad desarrolle una concreta actividad a los fines de desarrollar el
fin empresario para la cual fue constituida, esto es, lo que se denomina "el fin
societario". En estrictos términos legales, la entidad debe llevar a cabo la actividad
comprendida dentro de la fórmula empleada por el art. 1º de la ley 19.550, cuando
se refiere a la "producción o intercambio de bienes o servicios".
c) Que internamente se cumpla con las normas de funcionamiento que la ley
19.550 prevé con respecto al tipo social elegido y con pleno respeto de los derechos
que el legislador otorga a los integrantes de la sociedad, con sujeción, por supuesto,
a las normas que los reglamentan.
Un simple repaso de la enorme cantidad de fallos dictados en materia de
desestimación de la personalidad jurídica de las sociedades comerciales con
anterioridad a la sanción de la ley de sociedades comerciales, revela que el
legislador de la ley 19.550 era totalmente consciente de los problemas que
ocasionaba la utilización fraudulenta de estas entidades, y los efectos del por
entonces célebre caso "Swift", estaban presentes en la mente de todos los
integrantes de la Comisión Redactora de la misma, quienes si bien propiciaban la
eliminación del sistema de autorización estatal para la constitución de las
sociedades anónimas y la derogación del requisito del número de diez socios
fundadores que el Código de Comercio requería para la constitución de las mismas,
no les resultaban indiferentes los problemas que la indiscriminada actuación de las
sociedades anónimas, ya liberadas de tales requisitos, pudieran ocasionar. Ello fue
también advertido por quienes integraban, por ese entonces, la Comisión de
Reformas de la ley 19.551 —de concursos y quiebras—, quienes plasmaron, en
ambos cuerpos normativos, soluciones concretas tendientes a poner fin a la viciosa

115 
 
práctica de la actuación de sociedades comerciales en exclusivo beneficio del socio
controlante, casi nunca inspirado en fines legítimos.
En materia de sociedades, esa intención del legislador quedó plasmada en el art.
2º de la ley 19.550 cuando, siguiendo las orientaciones de la reforma efectuada
al Código Civil por la ley 17.711, ratificó la personalidad jurídica de todas las
sociedades, con excepción de las accidentales o en participación (derogadas por
la ley 26.994), aunque limitado ese reconocimiento "(...) a los efectos de esta ley
(...)".
Era una fórmula muy breve pero a la vez riquísima en proyecciones, pues incluía
en su seno toda la doctrina norteamericana del disregard of legal entity, que permitía
ignorar el privilegio de la personalidad, cuando la sociedad había sido constituida o
había actuado en procura exclusiva del beneficio de uno, varios o todos los socios.
Así lo advirtió la jurisprudencia de nuestros tribunales, la cual, antes de la sanción
del art. 54 último párrafo de la ley 19.550, incorporado por la ley 22.903del año 1982,
había sostenido que el recurso de la prescindencia, desestimación o redhibición de
la personalidad jurídica no puede entenderse sino como la determinación, en un
caso concreto, de haberse ultrapasado el límite dentro del cual ha de surtir efecto la
aplicación de la normativa societaria y los efectos de una imputación
diferenciada(117).
Sin embargo, la fórmula empleada por el art. 2º de la ley 19.550 podía ser
calificada de insuficiente, por cuanto no preveía los efectos derivados de la privación
de esa personalidad. Esta norma permanece intacta en la actual redacción de la Ley
de Sociedades, aunque la misma debe ser complementada con lo dispuesto por el
art. 54, últ. párrafo, incorporado en 1983 por la ley 22.903, que, bajo el título,
"Inoponibilidad de la persona jurídica", dispone que: "La actuación de una sociedad
que encubra la consecución de fines extrasocietarios, o constituya un mero recurso
para violar la ley, el orden público o la buena fe, o para frustrar derechos de terceros,
se imputará directamente a los socios o a los controlantes que la hicieron posible,
quienes responderán solidaria e ilimitadamente por los perjuicios causados".

2.2. La excepcional solución del art. 54 último párrafo de la ley 19.550.


La metodología del legislador, al incluir en el art. 54 último párrafo de la ley
19.550, una norma tan vinculada al principio general sentado en el art. 2º, en una
sección de la ley dedicada a la reglamentación de los derechos y obligaciones de
los socios, ha sido objeto de algunas críticas, en la medida que aquella norma se
encuentra íntimamente relacionada con ese principio general. Consideramos, por
nuestra parte, acertado el criterio de la ley 22.903, pues la solución prevista por el
art. 54 último párrafo de la ley 19.550, que regula y reglamenta el abuso de la
personalidad jurídica, se encuentra incluida en un artículo que específicamente
regula las consecuencias del dolo o culpa del socio o controlante y el abuso de la
personalidad jurídica no es otra cosa que un incumplimiento a las obligaciones que
la ley 19.550 impone a todo integrante de una sociedad.
El primer acierto del art. 54, último párrafo de la ley 19.550 lo constituye la
descripción del fenómeno que origina las sanciones allí establecidas, pues el
legislador no la ha limitado al acto de constitución de la sociedad ni se remonta al

116 
 
origen del ente para tornar aplicable a la misma. La expresión "actuación" utilizada
por la norma en análisis debe entenderse también como comprensiva de cualquier
acto emanado de los órganos de la sociedad, en los cuales se exprese la voluntad
de esta (sea asamblea o directorio), con lo que la norma comprende no sólo a
aquellas maniobras que tenga como víctimas a los terceros ajenos a la sociedad,
sino a alguno de sus integrantes, cuyos derechos pueden ser violados a través de
conductas consumadas por el ilegítimo empleo de las formas societarias. Basta
citar, a mero título de ejemplo, la utilización fraudulenta del esquema societario para
licuar la participación de un socio minoritario a través de un ficticio aumento del
capital social, pensado y concretado no para dotar a la sociedad de mayores fondos,
sino para acrecentar el control del grupo mayoritario y disminuir, al máximo posible,
el grado de participación de la víctima de tales maniobras en el ejercicio de sus
derechos societarios. Ante tal caso, y advertida la maniobra por los Tribunales,
resultaría totalmente injusto hacer cargar a la sociedad con las consecuencias
patrimoniales de esa dolosa manera de actuar, las cuales deberán imputarse a las
personas físicas que la hicieron posible.
Por otro lado, el art. 54 último párrafo de la ley 19.550, no limita la operatividad
de la norma a los actos ejecutados por la sociedad en violación de la ley, el orden
público, la buena fe o los derechos de terceros, que son los supuestos más
corrientes cuando se abusa de la personalidad jurídica, sino que, con gran acierto,
ha extendido sus alcances a la actuación de quienes se han valido de la estructura
societaria para lograr con ello fines extrasocietarios, es decir, cuando no hay
ilegitimidad ni dolosa frustración de derechos de terceros, sino simplemente
provecho de los beneficios que la ley otorga a las sociedades mercantiles o a sus
integrantes, cuando aquella no cumple ninguna actividad productiva o intermediaria
de bienes y servicios, que es, por definición —art. 1º de la ley 19.550—, requisito
indispensable para toda sociedad mercantil.
De esta manera, y como lo veremos al analizar la enorme casuística que la
concreta y ejemplar aplicación del art. 54 último párrafo de la ley 19.550 por parte
de la jurisprudencia, quedan sometidas a la sanción de inoponibilidad las sociedades
que se limitan exclusivamente a ser titulares de dominio de bienes registrables, aun
cuando de ello no se derive perjuicio para terceros ni ello suponga maniobras de
insolventación de ninguno de sus integrantes, pues a la ley 19.550 no le interesa
alentar sociedades que no desarrollan actividad productiva o intermediaria de bienes
o servicios, esto es, carentes del "fin societario" que inspira la constitución de toda
sociedad mercantil, en la medida que no ha reservado a estas los privilegios que
aquella normativa otorga.
La restante enumeración que hace el legislador de los distintos supuestos de
operatividad del art. 54 último párrafo de la ley 19.550 no es más que la concreción,
en una norma jurídica caracterizada por su precisión y claridad, de los supuestos
más frecuentes del abuso de la personalidad jurídica que nuestra jurisprudencia ha
consagrado en todos los campos del derecho, y aunque la referencia al orden
público es quizás sobreabundante, no puede dejar de celebrarse la implícita
referencia al abuso del derecho, consagrado por el derogado art. 1071, Cód. Civil —
hoy art. 10 del Código Civil y Comercial de la Nación— entre estos supuestos, que
encuentra en materia de relaciones societarias un campo muy fértil para su
aplicación.
De esta manera, quedan comprendidos dentro del art. 54, últ. párrafo de la ley
19.550, todos aquellos casos en donde el deudor transfiere el dominio de bienes
registrables a sociedades que por lo general controla directa o indirectamente para
sustraerlos de la ejecución de sus acreedores. Asimismo, al cónyuge que ante un

117 
 
juicio de divorcio, adquiere bienes a nombre de una sociedad que controla en forma
exclusiva, para sustraer del incidente de separación de bienes, fondos o efectos de
carácter ganancial en perjuicio exclusivo del otro cónyuge; o al socio o controlante
que usa los bienes de la sociedad en provecho propio o a aquellas sociedades que
se constituyen exclusivamente para frustrar derechos hereditarios, maniobras todas
éstas que, lamentablemente, han estado a la orden del día.

2.3. ¿Debe interpretarse restrictivamente la doctrina de la inoponibilidad jurídica


prevista por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550?
Así parece surgir de alguna jurisprudencia de nuestros tribunales mercantiles,
tan afectos a la creación de este tipo de dogmas, que a la larga no hacen más que
limitar la libertad de los jueces a la hora de sentenciar. Es también otra de las tantas
manifestaciones que predican que los jueces deben ser antes que nada prudentes
y restrictivos, premisas que bien pudieron justificarse en otras épocas, donde el
delito de guante blanco era la excepción, pero no en estas épocas, donde el fraude
y la simulación en el negocio societario se ha convertido en una práctica más que
habitual a los fines de defraudar los intereses de terceros. Basta reparar al respecto
la enorme proliferación en la República Argentina de sociedades extranjeras "off
shore" durante la nefasta década de los años 90, que ha recrudecido con la asunción
del gobierno neoliberal en el año 2015, que las tuvo como protagonistas exclusivos
de cuanto escándalo bancario o empresario se sucedió en nuestro país y detrás de
las cuales se encontraban conocidos ciudadanos argentinos, disfrazados de
inversores o empresarios extranjeros, que de tales no tenían absolutamente nada.
En defensa del carácter restrictivo de la aplicación de la doctrina de la
inoponiblidad de la persona jurídica de las sociedades comerciales se sostuvo
reiteradamente que "La prescindencia de la persona jurídica solo puede admitirse
de manera excepcional, cuando estamos en presencia de un supuesto en el cual, a
través de ella, se han buscado o se han logrado fines contrarios a la ley. Solamente
cuando ha quedado configurado un abuso de la personalidad jurídica, puede
llegarse al resultado de equiparar a la sociedad con el socio, y solo en esta hipótesis
será lícito atravesar el velo de la personalidad para captar la auténtica realidad que
se oculta detrás de ella con la finalidad de corregir el fraude"(118). Del mismo modo,
ha sido jurisprudencia constante de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Comercial de la Capital Federal, que "Sin desconocer el fuerte contenido dogmático
que tiene la teoría de la penetración de la personalidad jurídica, su aplicación no
puede hacerse sin munirse previamente de una cierta dosis de prudencia, atento a
que su aplicación indiscriminada, ligera y no mesurada puede llevar a "prescindir" o
bien a desestimar la estructura formal de las sociedades, en supuestos que no
procede, con grave daño para el derecho y la certidumbre y seguridad de las
relaciones jurídicas" (119). Finalmente, y siempre imbuido por esta llamativo
desconocimiento de lo que acontece en la realidad del tráfico mercantil, ha sido
expuesto que "La llamada teoría de la penetración de la persona jurídica constituye
un recurso excepcional que debe aplicarse con sumo cuidado y solo cuando de las
circunstancias del caso puede inferirse con total certeza que se han abusado del
esquema societario para alcanzar fines contrarios a los designios de la ley. La
desestimación de la forma de la persona jurídica debe quedar limitada a casos

118 
 
concretos, verdaderamente extraordinarios, pues cuando el derecho ofrece los
cuadros de una institución y les atribuye determinadas consecuencias jurídicas, el
daño que resulta de no respetar aquellas, salvo casos particulares, puede ser mayor
que el que provenga del mal uso que de ellas se haga"(120).
¡Con cuánta razón Ernesto Martorell sostuvo que la prudencia de los jueces es
el mejor refugio de los delincuentes(121)"!
Como ha sido dicho, la mera observación de la realidad desmiente por completo
aquellas dogmáticas afirmaciones, que no se compadecen con una supuesta
excepcionalidad del empleo abusivo de la constitución de sociedades. La simple
lectura de la jurisprudencia recaída en temas fiscales, laborales, previsionales, de
familia, sucesorios, societarios, concursales y contractuales, revela una realidad que
es totalmente contraria a esa forma de pensar, que lamentablemente ha conducido
a tolerar ciertas prácticas que nos han llevado a los argentinos a un estado de cosas
donde es muy difícil creer en la justicia. La incorporación de sociedades
provenientes de paraísos fiscales o de exóticas islas del Pacífico Sur al elenco de
pequeñas empresas nacionales, en reemplazo de accionistas cuestionados en el
marco de conflictos societarios; la adquisición de inmuebles, rodados o
embarcaciones a nombre de sociedades sin la menor actividad comercial; el
clandestino trasvasamiento de los bienes, efectos y actividad de una sociedad
insolvente argentina en beneficio de una misteriosa sociedad caribeña o del estado
de Delaware (EE.UU.); la mas que frecuente aparición de sociedades uruguayas
como acreedoras financieras de empresas concursadas, en carácter de titulares de
créditos suficientes para obtener mayorías absurdas en los concursos preventivos,
son todos claros ejemplos de que el abuso de las formas societarias lejos se
encuentra de aquella excepcionalidad a que se refieren los tribunales de comercio
en los precedentes mencionados.
La afirmación de principios abstractos como pautas para el juzgamiento de casos
particulares constituye un gravísimo error que debe ser evitado, pues como ha sido
expuesto en un importante precedente de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Civil, "...todo radica en un problema de hombres, y cuando más allá de ello se
sostiene a ultranza el valor absoluto de las instituciones jurídicas, se corre el peligro
de crear escudos protectores de la ilicitud, haciendo caer al derecho en una profunda
contradicción o reduciendo su papel a un mero conjunto de reglas de juego, vacías
de todo contenido moral o político"(122).
Si pretendemos superar el estado de inmoralidad y crisis colectiva que afecta
hoy a la República Argentina —sostiene Ernesto Martorell— deberemos abandonar
las abstracciones —tan apreciadas por quienes violan la ley— y hacer hincapié en
el hecho de que las sociedades no son más que un mero recurso técnico que crea
una especie de privilegio, derogatorio del régimen de derecho común, pero que,
ultrapasadas las condiciones de uso, se debe tener por diluida toda visión
"transpersonalista" de la sociedad, y responsabilizar directamente a los
administradores y socios que la han utilizado para delinquir(123).
El puntual y escandaloso caso de los "Panamá Papers", revelado a la opinión
pública de la República Argentina en el mes de Abril de 2016, debería enseñar al
Tribunal que mal puede utilizarse el excepcional remedio previsto por el art. 54 tercer
párrafo de la ley 19.550, no configuran una actuación aislada dentro del tráfico
mercantil sino que —y basta al respecto la lectura de los diarios— para advertir que
la ocultación societaria, esto es, la utilización de una sociedad ficticia para burlar la
ley, el orden público, la buena fe y los derechos de terceros, son cosas de todos los
días y el enmascaramiento societario, o sea, el mal uso de la sociedad, permite

119 
 
violar todo tipo de leyes y afectar toda clase de legítimos intereses y de relaciones
jurídicas.

2.4. ¿Es necesaria la existencia de fraude a los fines de la aplicación de lo


dispuesto por el art. 54 tercer párrafo de la ley 19.550?
Haciendo una aplicación restringida de la solución prevista por el art. 54 tercer
párrafo de la ley 19.550, la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, a
través de la sala B, en el caso "Bianchi Adrián Alberto c/ Vanderbelt Manegement
Group Ltda. y otros s/ ordinario", del 29 de agosto de 2014, resolvió que la existencia
de fraude es requisito insustituible para intentar la desestimación de la personalidad
jurídica de una sociedad, pues lo contrario implicaría, lisa y llanamente, desconocer
la personalidad diferenciada de sus integrantes, para atribuirle, únicamente, una
personalidad precaria, que puede ser desplazada en cualquier momento.
Esta manera de razonar ignora sin embargo que el propio art. 54, tercer párrafo
de la ley 19.550, ha consagrado, en su mismo texto, la utilización de la doctrina de
la inoponibilidad de la personalidad jurídica, cuando la sociedad haya sido
constituida o haya actuado en una o mas operaciones —luego de constituida— con
"fines extrasocietarios", esto es, sin fraude, pero utilizando el negocio societario con
fines incompatibles con la finalidad del legislador, que no es otra que la
concentración de capitales para una determinada actividad, encuadrada dentro de
la fórmula utilizada por el art. 1º de la ley 19.550, esto es, la producción o intercambio
de bienes o servicios". Así lo ha resuelto la jurisprudencia en numerosos
antecedentes, cuando aplicó la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad
jurídica cuando la sociedad ha sido creada o funciona exclusivamente para tener en
su patrimonio determinados bienes, sin actividad ni rédito alguno(124).

2.5. La constitución de sociedades como negocio jurídico indirecto. La inadmisible


figura de la simulación lícita en el derecho argentino"
Ha sido expuesto que la aplicación de la doctrina de la inoponibilidad de la
personalidad jurídica de las sociedades comerciales encuentra un importante límite
cuando se trata de sociedades constituidas como negocio jurídico indirecto,
estimándose que no puede estimarse ilícita la utilización de la forma societaria para
una causa distinta a la prevista por el ordenamiento legal, siempre que la causa
perseguida por los fundadores o integrantes de la compañía no sea ilícita en sí
misma(125). Se sostuvo al respecto que el primer supuesto previsto por el art. 54
último párrafo de la ley 19.550, referido al "fin extrasocietario", solo es aplicable a
los casos de simulación ilícita, para lograr fines ilegítimos o perjudicar los derechos
de terceros, pero no en los casos de simulación lícita que la ley no reprueba, de
acuerdo con la doctrina que emana de los derogados arts. 957, 958 y ss. del Código
Civil y hoy por el art. 334 del Código Civil y Comercial de la Nación, que
increíblemente vuelve a receptar la categoría de la "simulación lícita" en el derecho

120 
 
argentino. En definitiva, sostuvo la sala C de la Cámara Nacional de Apelaciones en
lo Comercial, en el caso "Simancas", que no hay veda legal para recurrir al esquema
societario como negocio jurídico indirecto, siempre que la causa perseguida por las
partes no sea contraria a la ley.
Tal manera de resolver contradice abiertamente la fórmula empleada por el art.
54 último párrafo de la ley 19.550, que exige que toda sociedad mercantil debe ser
utilizada para un emprendimiento comercial lícito, esto es, la producción o
intercambio de bienes o servicios, que tan magníficamente prescribe el art. 1º de
dicha ley y al cual instituye como requisito de existencia misma del contrato de
sociedad.
Nunca he podido aceptar la figura de la simulación lícita, pues la experiencia
demuestra que cuando se pretende realizar una operación bajo la forma de otra
distinta, nada bueno ello augura. Bien es cierto que Vélez Sarsfield previó tal
hipótesis de actuación, pero aún admitiendo su existencia y virtualidad en derecho,
nunca puede convertirse en una categoría de actos jurídicos, sino como una
situación absolutamente anómala, que no debe ser alentada por el juzgador, en
tanto, reiteramos, el derecho no ha sido creado para alentar actuaciones
extravagantes.
Lo expuesto en nada cambia, aún cuando reemplacemos la figura de la
"simulación lícita" por la del "negocio jurídico indirecto", término empleado por
alguna doctrina para reemplazar el concepto de simulación, que por lo general
ofrece todo tipo de resistencia. Nuestra sociedad está agotada del remanido recurso
de cambiar el nombre de las cosas para pretender que ellas dejen de ser lo que en
realidad son. Este recurso fue utilizado por quienes, disconformes con la clara
prescripción del derogado art. 1277 del Código Civil, pretendieron sostener que se
trataba de un "asentimiento" conyugal en lugar de un "consentimiento", como
dispone esta norma, para pretender, con ello, enervar la aplicación de aquella justa
exigencia legal, aunque los cultores de semejante juego semántico no tuvieron el
menor éxito en sus intentos. Del mismo modo, en materia societaria encontramos
aplicación de la doctrina del llamado "trastueque de terminología legal", en materia
de "resultados no asignados", pomposa designación de la antigua "cuenta nueva",
a la cual se trasladaban y depositaban "sine die " las ganancias de la sociedad,
donde permanecían en forma indefinida, en clara violación a las claras y expresas
directivas emanadas del ordenamiento societaria en materia de constitución de
reservas, única forma de no proceder a la distribución de las ganancias.
Precisamente, llamar a los actos simulados como "negocios jurídicos indirectos"
constituye un claro ejemplo de esa manera de proceder, cuya validez debe ser
descalificada, aún cuando el art. 385 del Código Civil y Comercial haya incorporado
al denominado "acto indirecto", al que define como "un acto jurídico celebrado para
obtener un resultado que es propio de los efectos de otro acto", y al cual declara
válido, "si no se otorga para eludir una prohibición de la ley o para perjudicar a un
tercero", disposición que guarda una enorme similitud a la simulación lícita prevista
por el art. 334 del mismo ordenamiento legal, cuando dispone que "Si el acto
simulado encubre otro real, éste es plenamente eficaz si concurren los requisitos
propios de su categoría y no es ilícito ni perjudica a un tercero".
Estas disposiciones, que abrevan del derogado art. 957 del derogado Código
Civil, son realmente incomprensibles, pues conspiran contra la transparencia y la
coherencia de toda actuación humana, pues no es concebible, bajo ninguna óptica,
que quien quiere celebrar un determinado contrato, realice otro, de diferente
naturaleza, para obtener el mismo resultado, actuación que, cuando se lleva a cabo

121 
 
—y la experiencia diaria así lo demuestra— es generalmente con fines
inconfesables. El negocio societario debe ser utilizado para concentrar capitales a
los efectos de llevar a cabo un emprendimiento comercial en común y no disfrazar
otra operación, como un condominio, un mutuo o lo que fuere. El derecho en general
y el mercantil en particular debe preocuparse de que los bienes se encuentren en
cabeza de su verdadero titular y no de otra persona ficticia, sea ésta física o jurídica.
Por ello resulta sumamente preocupante que nuestra legislación y nuestros
tribunales convaliden este tipo de maniobras y actuaciones, que no beneficia a la
gente sana y que a muchos perjudica, pues crea en el ciudadano común un
sentimiento de injusticia y de impotencia, que en nada ayuda a la consolidación de
nuestras instituciones.

2.6. Casuística de la aplicación de la doctrina de la desestimación e


inoponibilidad de la personalidad jurídica
Sin perjuicio de detenernos en el análisis de la reiterada jurisprudencia que ha
recaído en materia de abuso de la personalidad jurídica, la jurisprudencia ha
aplicado la doctrina del disregard, desestimación o inoponibilidad de dicha
personalidad, en los siguientes casos:
• Cuando el socio gerente y controlante de una sociedad de responsabilidad
limitada manejó la cuenta corriente bancaria de la sociedad en su interés personal,
promiscua y discrecional(126).
• La desaparición física de la sociedad, así como sus libros y papeles(127).
• La desviación indebida del interés social a favor del socio controlante(128).
• La formación de la sociedad por parte del causante con su esposa e parte de
sus hijos, a la cual aportó todos sus bienes personales, para impedir que tales bienes
lleguen materialmente a manos de otro de sus hijos, al cual se quiso excluir de la
herencia(129).
• El traspaso en vida, valiéndose del tecnicismo societario, de gran parte del
patrimonio del causante a favor de una de sus hijas, en desmedro de los derechos
de otro de sus descendientes(130).
• Cuando la actividad de una sociedad irregular, declarada disuelta judicialmente
con sentencia firme, pasó a ser realizada por una sociedad de responsabilidad
limitada, mediando unidad de explotación e identidad de socios(131).
• El funcionamiento de una mesa de dinero en un banco, con pleno conocimiento
de sus directores y accionistas(132).
• La confusión de administraciones de varias sociedades, de manera que los
terceros no puedan distinguir a la sociedad controlante de la controlada, que pasa a
ser una sociedad fantasma, sin patrimonio, que respalde sus operaciones frente a
los acreedores(133).
• El pago de los gastos particulares del socio controlante y de su familia con los
fondos de la sociedad(134).

122 
 
• La constitución de una sociedad por un alto empleado de la sociedad a los fines
de burlar la prohibición de incurrir en competencia desleal, mientras subsistía el
contrato de trabajo que ligaba al referido gerente con la sociedad empleadora(135).
• La actuación de una compañía extranjera ficticia como instrumento del que se
valió su sociedad controlante para la venta de vehículos importados al margen del
régimen legal de la industria automotriz(136).
• La actuación a través de entes ideales, por un grupo de personas, captando
ahorros y fondos de terceros y emprendiendo supuestos negocios jurídicos para
luego, al momento de restituir los mismos, optar por desaparecer, rehuyendo todo
contacto con los inversores(137).
• La infracapitalización sustancial de una sociedad, por implicar un
desplazamiento del riesgo empresario hacia los acreedores, en tanto ellos están
soportando las consecuencias de la insolventación de la sociedad(138).
• El hecho de haber litigado durante muchos años invocando la representación
de una sociedad, pero haciendo prevalecer sus propios intereses por encima de los
de la persona jurídica, a la que sumergió en un prolongado proceso haciendo aquel
un manejo disfuncional de los resortes orgánicos y comprometiendo el activo de la
sociedad, actuación que generó a dicho representante la aplicación de una multa
procesal(139).
• La interposición de una persona jurídica por el causante, a la cual éste aportó
todos sus bienes, a los fines de afectar la legítima hereditaria de los herederos
forzosos del causante, constituye una actividad ilícita que encuadraría en una de las
causales prevista por el art. 54 de la ley 19.550(140).
• La pretensión de percibir de la sociedad controlada una millonaria regalía por
el uso de una conocida marca de espectáculos, cuando la misma estaba registrada
a nombre de una sociedad absolutamente controlada por el beneficiario de esa
regalía(141).
• La utilización por el controlante, de una sociedad, a los fines de explotar un
negocio gastronómico, cuando de acuerdo con su estatuto, la misma tenía por
objeto, dedicarse a operaciones comerciales relativas a productos de Internet e
informática y no se menciona nada relativa a la actividad que efectivamente
desarrolla. Aclaró el tribunal interviniente que, ante ese caso, la sociedad llevó a
cabo actividades extrasocietarias, en claro perjuicio de sus acreedores, tanto
proveedores como empleados, esto es, que la sociedad fue utilizada como un
recurso para vulnerar los derechos de terceros(142).

2.7. Presunciones para la aplicación de lo dispuesto por el art. 54 "último párrafo"


de la ley 19.550
La importante casuística que exhibe la aplicación de la doctrina de la
inoponibilidad de la personalidad jurídica permite extraer determinadas
presunciones que ilustran sobre la utilización desviada del negocio societario y
autorizan la aplicación del art. 54 último párrafo de la ley 19.550.
a) La primera de ellas se configura con la aparición de una sociedad extranjera
en carácter de integrante de una sociedad local, de aquellas conocidas como off

123 
 
shore, definidas éstas como entidades que no pueden desarrollar su actividad
específica en su país de origen sino fuera de su territorio(143).
Esta clase de sociedades extranjeras, que se han convertido en vehículo eficaz
para el lavado de dinero, para el tráfico de personas y para todo tipo de actividades
o actuaciones de dudosa legitimidad, son constituidas por lo general por ciudadanos
argentinos para ocultar su participación detrás de la máscara de aquellas,
amparándose en el hecho de que las acciones emitidas por las sociedades off
shore son siempre al portador y por ello los libros de la misma nunca registran a sus
verdaderos titulares. Dichas sociedades, que debieron ser argentinas, pero que no
lo son, precisamente por la necesidad de sus "dueños" de permanecer ocultos,
encuentran regulación en la ley 19.550, cuando en su art. 124 dispone que la
sociedad constituida en el extranjero que tenga su sede en la República o su
principal objeto esté destinado a cumplirse en la misma, será considerada como
sociedad local a los efectos del cumplimiento de las formas de constitución o de su
reforma y control de funcionamiento.
A los fines de tornar operativa esta norma, que casi no tuvo aplicación por más
de 30 años, la Inspección General de Justicia dictó la resolución general 7/2003 por
medio de la cual exigió a toda sociedad extranjera la necesidad de acreditar el
cumplimiento de su objeto en su país de origen o en otros lugares del exterior, a los
fines de ser tratada como una sociedad extranjera con actuación en la República.
De no poder hacerlo, la sociedad off shore deberá adecuar sus estatutos a las leyes
nacionales.
De manera tal que si una sociedad extranjera de estas características no pudo
acreditar el cumplimiento de la resolución IGJ 7/2003, probando la realización de
actividades en su país de origen o en otro lugar del extranjero, existe sobre
ella, cuanto menos, una presunción de utilización del negocio societario con "fines
extrasocietarios" en los términos del primer párrafo del art. 54 último párrafo de la
ley 19.550, toda vez que con esa sociedad se intentó eludir la aplicación de la ley
argentina, la cual correspondía por aplicación del art. 124 de la referida ley.
Como consecuencia de las resoluciones dictadas desde el año 2003 por la
Inspección General de Justicia en su cruzada contra la operatoria off shore, la
jurisprudencia de nuestros tribunales fue evolucionando en forma desfavorable
contra estas entidades, habiéndose resuelto que la inversión por parte de una
sociedad constituida en un paraíso fiscal en la adquisición del paquete de control
una importante sociedad holding local, constituye indicio grave del carácter ficticio
de esa entidad extranjera(144).
Recientes fallos de la Cámara Comercial, que adhirió a los dictámenes de la
Fiscalía de la Cámara Comercial, Dra. Gabriela Boquin, ratificaron esta orientación,
considerando no solo la actuación de una sociedad off shore en una discutible
operación de mutuo y de trasvasamiento societario, como una presunción de la
existencia de un acto simulado, sino que declararon, en forma clara y contundente,
la ilegitimidad de la actuación en nuestro país de sociedades constituidas en
"paraísos o guaridas fiscales"(145), pronunciamientos decisivos frente a una nueva e
insostenible tendencia de justificar la actuación de ciudadanos argentinos a través
de este tipo de sociedades, a las que los nuevos paradigmas neoliberales que
caracterizan estos tiempos, califican como meros recursos o instrumentos de los
empresarios o ciudadanos de la República Argentina.
b) Otra importante presunción para la aplicación de lo dispuesto por el art. 54
último párrafo de la ley 19.550, lo constituyen aquellas sociedades que si bien
desarrollan una actividad económica determinada, encuadrada en la producción o

124 
 
intercambio de bienes o servicios, ignoran las normas de funcionamiento de sus
órganos sociales e incumplen en la práctica con los requisitos tipificantes previstos
por el ordenamiento societario. Este fenómeno se advierte corrientemente en
materia de sociedades anónimas de familia, y es frecuente observar que en muchas
de ellas no se han emitido nunca los títulos accionarios, ni se celebran las reuniones
de directorio o asambleas con la regularidad que la ley 19.550 impone, verificándose
asimismo un atraso considerable en las registraciones contables y en las
inscripciones registrables.
Esas omisiones hacen presumir un desinterés que no es dable suponer en un
ámbito como el societario, en donde lo natural es la custodia celosa de los títulos
accionarios por parte de cada uno de los socios y la participación de ellos en los
órganos de la sociedad que integran. Muy por el contrario, la inobservancia de esas
formalidades revelan, por lo general, una dirección unificada y unilateral por parte
de uno o varios socios o controlantes que hacen también presumir, la existencia de
un fin extrasocietario, disfrazando de sociedad lo que en realidad no es otra cosa
que un emprendimiento individual o un condominio de bienes.

2.8. Efectos de la declaración de inoponibilidad de la personalidad jurídica.


El art. 54 último párrafo de la ley 19.550, luego de enumerar los supuestos dé
operatividad de la norma, establece sus consecuencias, que se concretan en la
imputación directa a los socios o a los controlantes que hicieron posible la actuación
fraudulenta o extrasocietaria de la sociedad, quienes responderán solidaria e
ilimitadamente por los perjuicios causados.
La inoponibilidad de la personalidad jurídica es una variante, con características
especiales, del género inoponibilidad, cuyos efectos están definidos actualmente en
el art. 342 del Código Civil y Comercial de la Nación, en cuanto dispone que "La
declaración de inoponibilidad se pronuncia exclusivamente en interés de los
acreedores que la promueven y hasta el importe de sus respectivos créditos". La
mezquindad de esta definición sobre la extensión del referido instituto, responde al
hecho de que la misma está legislada en el ordenamiento unificado, en el Capítulo
6, dedicado a los vicios de los actos jurídicos, y dentro de la Sección 3ª, que se
refiere al fraude, supuestos en los cuales los límites de la inoponibilidad no pueden
ser otros que el interés de los acreedores, y si bien ello es aplicable en ciertos
supuestos a la figura prevista en el tercer párrafo del art. 54 de la ley 19.550 —
insolventación del deudor y enmascaramiento detrás de una sociedad ficticia o
extensión de responsabilidad en el caso de fraude laboral, etc.— ello no agota las
posibilidades que brinda esta última norma, en donde la inoponibilidad se traduce
también en la imputación de una determinada actuación a los verdaderos titulares
de una sociedad, enmascarados detrás de una persona jurídica ficticia, y no a una
mera cuestión patrimonial, como surge del art. 342 del Código Civil y Comercial de
la Nación.
En definitiva, las consecuencias de la aplicación del art. 54 tercer párrafo de la ley
19.550 son dos:
a) La imputación a los socios o controlantes de la actuación ilegítima o
extrasocietaria del ente; esto es, la aplicación concreta para ellos de las normas que

125 
 
quisieron ser evitadas tras la máscara de una sociedad mercantil. Por ejemplo,
cuando se trata de esconder un condominio bajo la forma de una sociedad,
cualquiera de los condóminos disfrazados de socios pueden exigir la división del
mismo, invocando lo dispuesto por el derogado art. 2662 del Código Civil —hoy art.
1701 del Código Civil y Comercial de la Nación—, sin que a ello pueda serle opuesto
la doctrina de los propios actos, toda vez que a la ley 19.550 no le interesa alentar
la constitución o actuación de sociedades ficticias, a las que no reserva los
excepcionales beneficios que otorga a las sociedades lícitamente constituidas y que
desarrollan un fin societario.
De esta manera, quedan sometidas a la sanción de inoponibilidad de su
personalidad jurídica las sociedades que se limitan exclusivamente a ser titulares de
dominio de bienes registrables, aún cuando de ello no se derive perjuicios para
terceros ni ello suponga maniobras de insolventación por parte de ninguno de sus
integrantes.
Valga varios ejemplos para aclarar la cuestión: Como habitualmente sucede, una
persona física adquiere un inmueble y en lugar de inscribirlo a su nombre en el
registro inmobiliario, lo hace a nombre de una sociedad que constituyó en forma
contemporánea con aquella operación y en la cual es titular del paquete accionario
de control. Si tal forma de actuación la llevó a cabo para eludir las acciones judiciales
promovidas por sus acreedores, la aplicación de la doctrina de la inoponibilidad de
la persona jurídica viene impuesta por el segundo párrafo del art. 54 último
párrafo de la ley 19.550, cuando se refiere a la constitución o actuación de una
sociedad como un recurso para violar la ley, el orden público, la buena fe o los
derechos de terceros. Por el contrario, si aquella persona física adquirió el inmueble
a nombre de una sociedad, pero no para frustrar derechos creditorios de sus
acreedores, que no los tiene, sino que lo hizo "por las dudas" o "por cualquier
eventualidad", la aplicación de aquella norma también viene impuesta por cuanto tal
manera de proceder constituye un supuesto de actuación de la sociedad con "fines
extrasocietarios", que también reprime el art. 54 último párrafo de la ley 19.550.
Descubierta pues la maniobra, el inmueble será puesto en cabeza de su verdadero
titular, pues no otra cosa significa imputar directamente aquella actuación social a
los socios o a los controlantes que la hicieron posible.
En el mismo sentido, y por simple aplicación del art. 54 último párrafo de la ley
19.550, el empleado que ha sido disfrazado de socio industrial, podrá exigir de su
empleador —el socio capitalista—, el cumplimiento de todas las obligaciones
laborales o sociales que éste había pretendido eludir mediante el artilugio de ocultar
la relación laboral detrás de la fachada de una sociedad de capital e industria,
prescindiendo de la personalidad jurídica de esta sociedad, la cual le resultará
totalmente inoponible al verdadero trabajador, al fisco y a los organismos
recaudadores.
Y finalmente —sin pretender con ello agotar los ejemplos, que son infinitos y que
se presentan en todos los campos del derecho— el heredero forzoso agraviado en
su derecho a la legítima por la constitución de una sociedad fundada por el causante
con el único propósito de frustrar tal derecho, podrá prescindir, como consecuencia
de la sentencia declarativa de inoponibilidad, de la personalidad jurídica de dicha
sociedad, para exigir la entrega material le los bienes que corresponde como
heredero
b) Satisfacción, por los socios o controlantes que hubieran hecho posible esa
actuación, de los daños y perjuicios correspondientes que resulten consecuencia de
esa manera de actuar.

126 
 
Bien es cierto que la fórmula empleada por el legislador para describir los sujetos
a quienes responsabiliza por la actuación desviada de la sociedad presenta algunos
inconvenientes de interpretación, pero a nuestro juicio cuando el art. 54 último
párrafo de la ley 19.550 se refiere "a los socios o controlantes que la hicieron posible
" alude a todos aquellos que contribuyeron, de una manera u otra, a la actuación
disvaliosa de la entidad, esto es, al socio o controlante que pudo haberla evitado y
no lo hizo, actuando dolosa o culpablemente(146).
Repárese asimismo que a los fines de aplicar la responsabilidad patrimonial
prevista por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550, la norma no distingue entre
controlantes internos o externos (art. 33, incs. 1º y 2º de la ley 19.550), todos los
cuales responderá hacia los damnificados en forma solidaria e ilimitada por los
perjuicios causados. Del mismo modo, la responsabilidad de los administradores e
integrantes del órgano de fiscalización interna no puede ponerse en tela de juicio,
pues a pesar del silencio de la ley, ellos quedan incluidos dentro de los sujetos que
"hicieron posible" la ilegítima o extrasocietaria actuación del ente, responsabilidad
que también surge nítida de lo dispuesto por los arts. 274, 296 y 297 de la ley
19.550, en tanto mal puede ser calificada como diligente, en los términos del art. 59
de dicha normativa, la actuación de los administradores que han actuado con dolo,
culpa o fin extrasocietario en una determinada actuación de la sociedad.
Ahora bien, bueno es aclarar que la declaración de inoponibilidad de la
personalidad jurídica no conduce necesariamente a la extinción de la sociedad ni
importa una causal disolutoria, sino a la atención de la realidad interna del ente a los
efectos de hacer efectiva la responsabilidad de quienes hicieron posible esa
conducta disvaliosa para perjudicar a terceros. Sin embargo, este principio no es
absoluto, y puede reconocer excepciones cuando, como consecuencia de la
declaración de inoponibilidad, se afecta el capital social del ente(147), lo cual
sucedería ante la declaración de la inoponibilidad de la actuación de una sociedad,
constituida a los fines de adquirir un determinado inmueble con el único propósito
de frustrar las acciones judiciales de los acreedores del verdadero dueño del negocio
o del "controlante" en los términos del art. 54 último párrafo de la ley 19.550. En tal
caso, y como consecuencia de la declaración de inoponibilidad, el inmueble debe
pasar a engrosar el patrimonio personal del deudor, vaciando totalmente el
patrimonio de la sociedad ficticia, por lo que la existencia de ésta pierde toda razón
de ser, correspondiendo en tal caso su inmediata disolución y liquidación.
En definitiva: la declaración de inoponibilidad de la personalidad jurídica de una
sociedad comercial hace perder, para esa actuación, que puede ser efímera o
permanente, la autonomía que había adquirido dicha entidad como consecuencia
de su personalidad jurídica, y que le permitía actuar y desempeñarse en la vida
jurídica con independencia de los socios como titular de un patrimonio autónomo.
La ley 19.550 hace, frente a esos supuestos, abstracción del carácter de sujeto de
derecho de la sociedad, tomando en consideración exclusivamente la actuación de
quienes hicieron posible tal acto, para adjudicarles, además, las consecuencias
dañosas del mismo.

2.9. ¿Es subsidiaria la responsabilidad consagrada por el art. 54 último párrafo de


la ley 19.550?

127 
 
La norma en análisis, además de la imputación directa que allí menciona, impone
a los socios o controlantes que hicieron posible la actuación ilícita o extraordinaria
de la sociedad, la responsabilidad solidaria e ilimitada por los perjuicios causados,
sin hacer la menor referencia a la subsidiariedad de esa responsabilidad o al
derecho de esos socios o controlantes de invocar, en su favor el beneficio de
excusión, de manera que puede concluirse, sin dificultades que este beneficio no ha
sido otorgado por el legislador, como lo ha hecho, expresamente en los arts. 56 y
125 de la ley 19.550 en favor de los socios de las sociedades del tipo personalista.
Sin embargo, lo contrario fue resuelto en el caso "Pardini Fabián c/ Compañía
Fredel SRL y otros s/ ordinario"(148), donde la sala C de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Comercial, en fallo del 15 de agosto de 2006, dispuso extender la
condena dictada contra la sociedad a sus únicos dos socios, cuando había quedado
acabadamente demostrado en dicho expediente una actuación promiscua de dichos
socios, que en los hechos borraron toda diferenciación entre ellos y el sujeto ideal,
constituyendo datos de relevancia, para así resolver, la existencia de graves
irregularidades en la contabilidad de la compañía, la carencia de bienes registrables,
títulos valores o participaciones societarias a nombre de ésta, deficiencias éstas que
prueban en su contra, en los términos del art. 63 segundo párrafo del Código de
Comercio. No obstante ello, la extensión de la condena a los socios, que fue fundada
por el Tribunal en lo dispuesto por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550, quedó
subordinada a la insuficiencia de bienes de la sociedad para afrontar la condena
recaída en autos, en cuyo caso, "...el actor tendrá la posibilidad de perseguir el cobro
contra los dos socios demandados, titulares del cincuenta por ciento cada uno de
ellos del capital de la sociedad, en forma personal y en la etapa de ejecución de
sentencia".

2.10. La declaración de inoponibilidad de una actuación societaria y los derechos


de terceros acreedores de la sociedad.
Si bien, como hemos afirmado, y como regla general, la inoponibilidad de la
personalidad jurídica no importa la nulidad ni la disolución de la sociedad, sino sólo
la prescindencia de los efectos de la personalidad, esto es, la imputación directa de
los efectos del acto ilícito o extrasocietario subsistiendo la normativa societaria en
todo los demás, ello nos conduce al problema de compatibilizar los derechos del
sujeto damnificado por tal actuación con los derechos de los legítimos acreedores
de la sociedad, que podrán verse perjudicados por una sentencia de declaración de
inoponibilidad.
Ello puede acontecer en los casos —muy frecuentes— en donde se constituyen
sociedades formadas generalmente por miembros de una familia, con el propósito
fraudulento de desheredar a un heredero legítimo forzoso o para defraudar al
cónyuge de uno de los socios, o cuando sus constituyentes han aportado o vendido
simuladamente a la sociedad todo o gran parte de su patrimonio —futuro acervo
hereditario o conyugal— para luego interponer la existencia de una persona jurídica
independiente, ante el reclamo del heredero o cónyuge perjudicado.
Como lo recuerdan Favier Dubois y Bargalló(149), si bien las sentencias dictadas
frente a esos supuestos han ordenado que los bienes aportados ilegítimamente se
incorporen a la sucesión del causante o al patrimonio conyugal, debiendo la
128 
 
sociedad reducir su capital social, para el caso en que los socios no optaren por su
disolución definitiva(150), lo cierto es que esta solución, que contempla
exclusivamente los intereses de quienes han sido perjudicados por la actuación
ilegítima o extrasocietaria del ente social, puede afectar los derechos de los
legítimos acreedores de la misma, quienes se encontrarían perjudicados seriamente
en sus intereses, al disminuirse la garantía que, para ellos, implica la existencia de
los bienes de la sociedad.
Creemos imprescindible, coincidiendo con los autores mencionados, el respeto
pleno de la normativa societaria, la cual, frente a una reducción voluntaria del capital
social, prevé determinados medios de garantía a los acreedores sociales, que se
encuentran legislados en el art. 204 de la ley 19.550. Del mismo modo, y si los socios
optan por la disolución de la sociedad, frente a una sentencia declarativa de
inoponibilidad que la obligue a desprenderse de determinados bienes, resultan
aplicables las normas de los arts. 83 inc. 2º y 204 de la referida ley, que, en
protección de los acreedores sociales, otorgan a éstos el derecho de oponerse a
esa reducción del capital social, que sólo puede ser dejada de lado mediante la
satisfacción de sus créditos o la garantía suficiente del cobro oportuno de los
mismos.
La tutela del crédito y de los intereses del comercio justifican la postergación de
los intereses de los damnificados en la actuación irregular de un ente societario en
favor de los reales acreedores de la sociedad, pues no debe olvidarse al respecto,
que si como consecuencia de la satisfacción de los créditos de estos, la sociedad
queda sin activo, aquellos conservan las acciones de responsabilidad contra los
socios o controlantes que hicieron posible aquella maniobra, a tenor de lo
expresamente previsto por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550.
El Código Civil y Comercial de la Nación, que incorporó la figura de la
inoponibilidad de la personalidad jurídica en el art. 144, para todos los sujetos de
segundo grado, incorporó expresamente esta solución en su segundo párrafo, en
cuanto estableció que la inoponibilidad de la personalidad jurídica se aplica sin
afectar los derechos de los terceros de buena fe y sin perjuicio de las
responsabilidades personales de que pudieran ser pasibles los participantes en los
hechos por los perjuicios causados.

2.11. La acción judicial de inoponibilidad de la personalidad jurídica. Cuestiones


procesales
La acción de inoponibilidad prevista por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550
requiere algunas precisiones en lo que hace a su naturaleza, competencia,
legitimación activa y pasiva y prescripción.
a) Características de la acción y procedimiento
En cuanto al procedimiento aplicable, coincidimos con Molina Sandoval(151)que
se trata de una acción societaria en los términos y con los alcances previstos en el
art. 15 de la ley 19.550, en el sentido de que su tramitación debe efectuarse por vía
ordinaria, cuando se trata de una acción autónoma declarativa, tendiente a obtener
la declaración judicial de inoponibilidad, encuadrable en la acción meramente
declarativa prevista en el art. 322 del Código Procesal. En tal caso, dicha acción

129 
 
deberá tramitar por las normas del juicio sumario u ordinario(152), según la jurisdicción
de que se trata y los jueces con competencia en asuntos comerciales será
competente para entender en ella.
Sin embargo, de ello no puede derivarse que la única vía procesal para lograr
los efectos previstos en el art. 54 último párrafo de la ley 19.550 consista en un juicio
ordinario en sede mercantil, pues la declaración de inoponibilidad de la personalidad
jurídica de una sociedad puede ser acumularse a la demanda promovida contra la
sociedad por las consecuencias de la "actuación" reprochable de ésta, ya sea un
despido, un juicio de divorcio, un juicio por cobro de pesos, de cumplimiento de
contrato etc., en cuyo caso la acción de inoponibilidad tendrá el carácter accesoria
de ésta y sometida al mismo trámite procesal de la acción a la cual accede.
Finalmente, puede darse el caso que la pretensión de imputación a los socios o
controlantes o la responsabilidad prevista por el art. 54 último párrafo de la ley
19.550 deba ser introducida por vía de incidente. Tal es lo que sucede en un juicio
de despido, cuando al momento de promoverse la demanda, la sociedad
empleadora demandada se encontraba en funcionamiento o contaba con bienes
suficientes para responder por la eventual condena judicial en su contra. Pero si
durante la tramitación del pleito o luego de la sentencia condenatoria aquella optó
por desaparecer o trasvasar su patrimonio y su actividad a otra nueva sociedad, la
pretensión desestimatoria de la personalidad jurídica de esta última puede
efectuarse en la etapa de ejecución de sentencia, en el cual deben escuchados
todos quienes hicieron posible esa ilegítima actuación, pero sin requerirse la
promoción de un nuevo pleito en sede comercial.
b) Cuestiones de competencia
En lo que se refiere a la competencia de los tribunales intervinientes en este tipo
de cuestiones, si bien la jurisprudencia no ha exhibido un criterio uniforme,
asignando algunas veces a los jueces comerciales competencia exclusiva para
entender en toda cuestión que pueda afectar el funcionamiento o existencia misma
de la sociedad, aún cuando la actuación de ella haya sido el instrumento utilizado
para la frustración de derechos conyugales, hereditarios o de otra naturaleza(153), en
otros supuestos se ha admitido la intervención de los jueces que entienden en la
pretensión principal, lo cual nos parece a nuestro juicio el criterio acertado, en la
medida que, como principio general y salvo excepciones, la solución prevista en el
art. 54 último párrafo de la ley 19.550 constituye una pretensión accesoria de una
acción principal, cuyo objeto consiste en que la sentencia que en definitiva se dicte,
alcance y comprenda al verdadero responsable de la actuación societaria.
Consideramos que, en homenaje a la economía procesal, nada justifica que los
jueces comerciales deban necesariamente entender en cualquier cuestión en donde
se haya invocado la doctrina de la inoponibilidad jurídica. Bien es cierto que ésta se
encuentra consagrada en la ley 19.550, pero de su ubicación legal no puede
derivarse un desplazamiento de competencia a favor de la justicia en lo
mercantil, pues se trata de un recurso que puede ser empleado por cualquier
interesado, en cualquier tipo de pleitos, cuando el responsable de la actuación que
ha dado motivo al pleito se ha ocultado detrás de la máscara de una sociedad
comercial.
En consecuencia, nada obsta a que el cónyuge perjudicado por las maniobras
del otro, invoque en el ámbito del incidente de separación de bienes en el juicio de
divorcio, la aplicación del instituto de la inoponibilidad de la persona jurídica para
permitir incluir dentro del patrimonio conyugal un inmueble inscripto a nombre de
una sociedad, pero en la cual su cónyuge es el titular de las participaciones

130 
 
societarias mayoritarias en que se divide el capital de la misma y a la cual controla
en forma exclusiva. Del mismo modo, tampoco es admisible que en una acción
ordinaria de cobro de pesos derivada de una relación de naturaleza civil, el acreedor
deba obtener sentencia de condena contra la sociedad deudora, para luego
promover un nuevo juicio de conocimiento contra el verdadero responsable en sede
comercial, si dicha entidad solo constituyó una pantalla para disfrazar las actividades
de éste. Finalmente, y son todos casos que se han presentado a la justicia, carecería
de toda explicación que a los efectos de lograr la división del condominio de un
inmueble que está registralmente a nombre de una sociedad comercial, sin
afectación a ninguna actividad empresaria, sus verdaderos titulares deban
promover, en sede comercial, un juicio autónomo de inoponibilidad jurídica de dicha
sociedad, tendiente a la declaración judicial de que dicha sociedad encubre un
verdadero condominio, para luego y una vez finalizado, promover en sede civil la
acción de división de condominio prevista en el art. 1997 del Código Civil y Comercial
de la Nación.
En definitiva, a los fines de entender en la aplicación de la doctrina emanada del
art. 54 último párrafo de la ley 19.550, resulta competente el juez que debe resolver
la pretensión al cual el recurso de la inoponibilidad de la persona jurídica constituye
pretensión accesoria.
c) Legitimación activa para la promoción de las acciones previstas por el art. 54
último párrafo de la ley 19.550
Resulta claro que todos aquellos que han resultado víctimas de la actuación
extrasocietaria o ilegítima de la sociedad son sujetos legitimados a los fines de la
promoción de las acciones judiciales previstas en el art. 54 último párrafo de la ley
19.550, pero el problema se plantea con respecto a quienes de alguna manera han
contribuido a la concreción de dicha maniobra o no se han opuesto a la misma,
estando en condiciones de hacerlo.
La jurisprudencia de nuestros Tribunales, en forma equivocada, ha formulado
determinadas distinciones que el art. 54 último párrafo de la ley 19.550 no ha hecho,
privando de legitimación a los socios o a los propios integrantes de la sociedad, a
los cuales se le ha negado la posibilidad de desconocer la personalidad de la
sociedad que integran, reservando el recurso de la desestimación de la personalidad
en exclusivo beneficio de terceros(154).
La jurisprudencia distinguió así entre diversos casos de desestimación de la
personalidad jurídica, según quien sea la persona que requiere la declaración
judicial en tal sentido, calificándose así como "desestimación pasiva" aquella que es
declarada a favor o beneficio de la propia sociedad o de los socios, y cuya
admisibilidad es, conforme tal jurisprudencia, verdaderamente excepcional(155).
El criterio es totalmente equivocado y las conclusiones del fallo "Simancas SA c/
Crosby Ronald" no harán otra cosa que convalidar el uso indebido de las sociedades
comerciales.
En primer lugar, no es cierto que la solución prevista por el art. 54 último
párrafo de la ley 19.550 solo pueda ser utilizado por los terceros. Ninguna alusión
hace la norma a las "desestimaciones activas o pasivas" ni tampoco el
ordenamiento legal circunscribe la aplicación de la misma. Por el contrario, dicha
norma describe su ámbito de aplicación frente a "cualquier actuación" de la sociedad
que encubra la consecución de fines extrasocietarios o constituya un mero recurso
para violar la ley, el orden público, la buena fe o para frustrar los derechos de
terceros.

131 
 
Es de toda evidencia, para quienes tienen familiaridad con el negocio societario,
que los sujetos controlantes utilizan muchas veces a la propia sociedad con fines
extrasocietarios o para perjudicar a terceros, y la prueba más evidente de ello la
encontramos en reiteradas decisiones asamblearias que son adoptadas con el voto
de aquellos en su propio beneficio, en desmedro de los restantes integrantes de la
sociedad. Ante tal panorama, nada justifica, como lo predican aquellos fallos, que
los propias víctimas de una maniobra efectuada por el grupo de control mediante la
utilización del esquema societario —como por ejemplo un ficticio aumento del capital
social a los fines de licuar la participación del grupo minoritario—. se encuentran
impedidos de alegar la figura del art. 54 último párrafo de la ley 19.550, por el solo
hecho de integrar la sociedad.
Discrepamos en consecuencia con esa manera de juzgar, no solo por aplicación
del viejo adagio que impide distinguir donde la ley no lo hace, sino porque con ello
se restringe la operatividad de una ejemplar solución, que persigue el correcto
funcionamiento de las sociedades comerciales y la protección de quienes han sido
perjudicados por el mal uso de la técnica societaria. Por otra parte y aun partiendo
de la participación del socio en la actuación desviada de la sociedad, la aplicación
de la doctrina de los propios actos, como argumento a los fines de descalificar la
legitimación de aquel para intentar las vías previstas por el art. 54 último párrafo de
la ley 19.550 no es invocable cuando el acto antecedente se encuentra reñido con
la ley(156).
Finalmente, no siempre debe presumirse que los propios integrantes de la
sociedad han participado o consentido la desviada o extrasocietaria actuación de la
sociedad: basta recordar que en las sociedades anónimas, la legislación societaria
argentina no admite el instituto de la resolución parcial, lo que obliga a los herederos
del socio o accionista fallecido a incorporarse necesariamente a la sociedad que
éste formaba parte en vida. Al respecto, no parece dudoso acoger el derecho de los
herederos del socio fallecido, invocando lo dispuesto por el art. 54 último párrafo de
la ley 19.550, de reclamar la división del condominio de un inmueble registralmente
asentado a nombre de la sociedad, pero que es utilizado por los socios para su
disfrute particular, sin estar afectado al giro de los negocios.
d) Legitimación pasiva en torno a la acción de inoponibilidad de la personalidad
jurídica
Hemos visto que revisten el carácter de sujetos legitimados pasivamente en las
acciones judiciales previstas por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550, a los
socios o controlantes que la hicieron posible, pero dicha ley no hace referencia a la
propia sociedad.
¿Debe ella ser necesariamente citada al referido pleito?
La jurisprudencia se ha pronunciado en ese sentido, con argumentos que se
comparten. Se sostuvo al respecto que la legitimación pasiva de la demanda
promovida en los términos del art. 54 último párrafo de la ley 19.550 corresponde no
solo a los socios o controlantes que hicieron posible la reprochable actuación del
ente, sino también a la sociedad misma, que necesariamente debe ser oída,
configurándose un típico supuesto de litisconsorcio pasivo necesario en los términos
del art. 89 del Código Procesal. Ello es consecuencia del principio de legitimidad que
gozan los actos jurídicos, que solo carecen de eficacia cuando una sentencia judicial
los declara inválidos o inoponibles (art. 383 del Código Civil y Comercial de la
Nación), pero hasta tanto, la legitimación de la sociedad en la defensa de las
acciones que tienden a atacar su patrimonio resulta incuestionable(157).
e) Prescripción de la acción prevista en el art. 54 último párrafo de la ley 19.550

132 
 
El término de prescripción de la acción de inoponibilidad de la personalidad
jurídica difiere según la misma ha sido interpuesta de manera autónoma o como
accesoria de otra pretensión.
En el primer caso, si la pretensión tiende a lograr una declaración judicial
autónoma de carácter general, en el sentido que toda la actuación de la sociedad
debe ser imputada directamente a su o sus controlantes, el término de prescripción
es de dos años, a tenor de lo dispuesto por el art. 2562 inc. f) del Código Civil y
Comercial, que establece ese plazo de prescripción a los pedidos de declaración de
inoponibilidad nacido del fraude. Ello significa que, cuando estamos en presencia de
una actuación societaria, incluida en la definición del art. 54 in fine de la ley 19.550,
que encubra la consecución de fines extrasocietarios pero no fraudulentos, la
prescripción de la acción autónoma correspondiente será la de cinco años, prevista
por el art. 2560, pero si dicha actuación lo fue a los fines de violar la ley, el orden
público, la buena fe o los derechos de terceros, solo es aplicable el plazo de
prescripción bianual antes referida.
Por el contrario, si la acción prevista por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550
se ha interpuesto en forma accesoria a una pretensión principal, aquella seguirá la
suerte de esta última (arts. 856 y 857 del Código Civil y Comercial de la Nación), por
lo que, prescripta la acción principal no podrá solicitarse la desestimación de la
personalidad societaria(158).
Finalmente, y en lo que respecta a la acción de inoponibilidad nacida del fraude,
a que se refiere el art. 2562 inc. f) del Código Civil y Comercial de la Nación, el plazo
de dos años comienza desde que se conoció o pudo conocerse el vicio del acto (art.
2563 inc. f]) del referido ordenamiento legal.

2.12. Aplicabilidad de la doctrina de la inoponibilidad de la persona jurídica a


otras personas de existencia ideal
El derogado Código Civil no aportaba soluciones concretas referidas a la
actuación desviada o ilegítima de las personas jurídicas allí previstas (asociaciones
civiles, sociedades civiles etc.), para las cuales resultaba aplicable las normas de la
simulación subjetiva previstas en dicha normativa, que permitía llegar a resultados
parecidos. Así lo interpretó la sala D de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Civil, en el caso "Sindicato Único Portuarios Argentinos", en donde dicho tribunal
allanó la personalidad de un nuevo sindicato creado por todos los afiliados de un
anterior sindicato de la misma denominación y dirigido por el mismo secretario
general, que había sido declarado con anterioridad en concurso civil liquidatorio(159).
Derogado el Código Civil por la ley 26.994, y con idéntico objetivo que el art. 54,
tercer párrafo de la ley 19.550, el art. 144 del CCyCN, consagró para todas las
personas jurídicas la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica,
disponiendo expresamente que "La actuación que esté destinada a la consecución
de fines ajenos a la persona jurídica, constituya un recurso para violar la ley, el orden
público o la buena fe, o para frustrar derechos de cualquier persona, se imputa a
quienes a título de socios, asociados, miembros o controlantes, directos o indirectos,
la hicieron posible quienes responderán solidaria e ilimitadamente por los perjuicios
causados. Lo dispuesto se aplica sin afectar los derechos de los terceros de buena

133 
 
fe y sin perjuicio de las responsabilidades personales de que puedan ser pasibles
los participantes en los hechos por los perjuicios causados".
El art. 143 del CCyCN recoge todas estas realidades, que de ninguna manera
podía desconocer, y si bien el primer párrafo de dicha norma prescribe que "La
persona jurídica tiene una personalidad distinta a la de sus miembros", para afirmar,
de seguido que "Los miembros no responden por las obligaciones de la persona
jurídica" —lo cual es el efecto más concreto e importante del reconocimiento del
carácter de sujeto de derecho de las personas ideales— lo cierto es que, de
inmediato dicha norma establece que "excepto en los supuestos que expresamente
se prevén en este Título y lo que disponga la ley especial", con lo cual abre el camino
para la consagración, en el art. 144 CCyCN de la doctrina de la inoponibilidad de la
personalidad jurídica para todas las personas de existencia ideal.
Puede sostenerse que, cuando el art. 143 del CCyCN se refiere en su último
párrafo a "la ley especial", lo hace teniendo en cuenta lo dispuesto por el art. 54
tercer párrafo de la ley 19.550 que, como fuente directa del art. 144 del CCyCN, se
encuentra inserta en la ley general de sociedades, aunque, como lo enseña la
jurisprudencia, su ámbito de aplicación trascendió a las sociedades comerciales y
fue aplicada a las personas jurídicas de carácter privado, pues consagraba una
solución lo suficientemente justa para ser impuesta a todos quienes abusaron del
otorgamiento de la personalidad jurídica a los entes ideales, cualquiera fuere la
naturaleza de éstos (asociaciones civiles, fundaciones, mutuales, cooperativas etc.).
Sin embargo, la existencia de diversas y hasta contradictorias interpretaciones sobre
el alcance de algunas de las soluciones consagradas en aquella norma, que, se
reitera, data del año 1982, obligaron a los redactores del Código Civil y Comercial
de la Nación, a ser muy cuidadosos en los términos de la redacción del art. 144 del
CCyCN, que —a nuestro juicio— ha mejorado el texto del art. 54 tercer párrafo de
la ley 19.550 y contribuido a una interpretación más acertada en torno a las
intenciones del legislador(160).
En primer lugar, si bien el art. 54 tercer párrafo de la ley 19.550 comienza
haciendo referencia, para la aplicación de la doctrina de la inoponibilidad de la
personalidad jurídica, a "La actuación de la sociedad que encubra la consecución
de fines extrasocietarios...", el art. 144 del CCyCN, por su parte, se refiere a "La
actuación que esté destinada a la consecución de fines ajenos a la persona jurídica",
lo cual, a nuestro juicio, identifica el mismo e idéntico fenómeno, esto es, cuando
quienes constituyen o integran una determinada persona jurídica, aprovechan la
existencia de la misma para realizar actos que, sin configurar necesariamente
fraude, implican una desnaturalización de los beneficios que supone reconocer al
ente ideal como una persona distinta a la de sus miembros, en especial, en lo que
se refiere a la responsabilidad acotada de sus integrantes por las obligaciones de la
entidad.
Debemos reconocer que, en abstracto, no resulta sencillo imaginar un supuesto
de estas características, por cuanto la diferencia entre los dos supuestos previstos
por los arts. 54 de la ley 19.550 y por el art. 144 del CCyCN —inoponibilidad con y
sin fraude— es realmente muy tenue, porque en todos los casos está en juego la
causa de la constitución del ente. No obstante, debe destacarse que la
jurisprudencia de los tribunales comerciales han aplicado en reiteradas ocasiones la
solución del art. 54 tercer párrafo de la ley 19.550 a aquellas sociedades comerciales
que, más allá del objeto descripto en sus estatutos, han sido constituidas para ser,
exclusivamente titulares de los bienes registrables de sus socios o controlantes, sin
desarrollar el ente la menor actividad empresaria(161), recogiendo aquella idea de
que, sin actividad mercantil, no puede existir reconocimiento de personalidad

134 
 
alguna(162). Del mismo modo, la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad
jurídica sin fraude fue el instrumento legal adecuado para aplicar a aquellos sujetos
que constituyen sociedades para "tenerlas en cartera" y ponerlas a disposición de
terceros en lugar de incorporarlas al tráfico mercantil, tal como ocurrió en el conocido
caso "Macoa SA", dictado por la sala C de la Cámara Nacional de Apelaciones en
lo Comercial, en fecha 21 de mayo de 1979(163).
El art. 144 del CCyCN ha sustituido la fórmula "fines extrasocietarios" del art. 54
de la ley 19.550 por "fines ajenos a la persona jurídica", modificación que responde
al hecho de que aquella norma trasciende a las sociedades y resulta de aplicación
a todas las personas jurídicas, siendo importante destacar que la finalidad en ambas
normas ha sido exactamente la misma, esto es, evitar la proliferaciones de entidades
ficticias e imputar la actuación o la titularidad del patrimonio de las mismas a quienes
son sus verdaderos y reales propietarios, sin perjuicio de la responsabilidad de
éstos, cuando así correspondiera.
En segundo lugar, el art. 144 CCyCN ha eliminado el adjetivo "mero", utilizado
por el art. 54 tercer párrafo de la ley 19.550, cuando contempla la segunda de las
hipótesis previstas por dicha norma, esto es, cuando se refiere a las actuaciones de
la sociedad, utilizada como "mero recurso" para violar la ley, el orden público o la
buena fe o para frustrar derechos de terceros, redacción que la nueva norma del
Código Civil y Comercial de la Nación ha reemplazado, refiriéndose a las
actuaciones de la persona jurídica, como un "recurso para violar la ley, el orden
público o la buena fe o para frustrar los derechos de cualquier persona". Ello
constituye una fórmula legal que resulta mucho más acertada, pues todos aquellos
que se opusieron, desde siempre, a la formulación y a la aplicación de la doctrina
de la inoponibilidad de la personalidad jurídica —siempre interesados en la
obtención de beneficios personales o sectoriales—, interpretaron, respecto de la
utilización del adjetivo "mero", que la aplicación del régimen previsto por el art. 54
tercer párrafo de la ley 19.550, solo quedaba reservada a los casos en que la
sociedad había sido constituida a los fines de violar la ley, el orden público, la buena
fe o para frustrar los derechos de terceros y no para el caso de haber llevado a cabo
una determinada "actuación" de la sociedad que persiga tan ilegítimos y reprobables
fines, con lo cual, la aplicación de la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad
jurídica quedaba casi reducida casi a nada.
No debe olvidarse, al respecto, que ésta fue la interpretación que, sobre finales
de la década del 90, la comunidad empresaria argentina, pretendió sin éxito, hacer
prevalecer cuando la justicia laboral, con todo fundamento, extendió a sus
integrantes —haciendo uso precisamente de la solución prevista en el art. 54 tercer
párrafo de la ley 19.550— la condena dictada contra la sociedad, por tener dentro
de su personal, empleados no registrados, resultando oportuno destacar que la
experiencia demostró que la utilización de dicha norma y las graves
responsabilidades que de ella se derivan, constituyó el medio más eficaz en la
permanente lucha contra el trabajo clandestino y sus nefastas consecuencias para
quien las padece.
Bien razona la doctrina cuando sostiene que la eliminación del adjetivo "mero"
por el Código Civil y Comercial de la Nación ilumina la interpretación de la norma del
art. 144 de dicho ordenamiento, haciéndola mucho más amplia y eliminando el
carácter restrictivo que ha caracterizado históricamente la aplicación de la doctrina
de la inoponibilidad de la personalidad jurídica(164), restrictividad que encontró
incluso respaldo en la jurisprudencia de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Comercial, cuando —curiosamente— es el tribunal que mas debería saber, conocer
y entender en materia de fraude y corrupción empresaria(165).

135 
 
Resulta también acertada la modificación efectuada por el art. 144 CCyCN, en
cuanto ha reemplazado la frustración de los derechos de los terceros, como
supuesto de la aplicación de la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad
jurídica empleada por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550, por la expresión
"frustración de los derechos de cualquier persona", como lo prescribe la norma del
art. 144, pues la experiencia también demostró que muchas veces el grupo de
control lleva a cabo determinadas operaciones en perjuicio de la sociedad o de
determinado grupo de accionistas (desvío de clientela y/o trasvasamiento de la
sociedad etc.), los cuales no entraban dentro del concepto de "terceros" empleado
por la normativa societaria.
En tercer lugar, y en cuanto a los efectos de la aplicación de la doctrina de la
inoponibilidad de la personalidad jurídica, consistente en la imputación de las
ilegítimas actuaciones sociales a los "socios o a los controlantes que la hicieron
posible", como lo dispone el art. 54 último párrafo de la ley 19.550, el art. 144 del
CCyCN la extiende, con todo fundamento a quienes, "a título de socios, asociados,
miembros o controlantes directos o indirectos, la hicieron posible", todos los cuales,
y conforme lo disponen ambas normas, responderán solidaria e ilimitadamente por
los perjuicios causados. Esta ampliación de los sujetos comprendidos en la
aplicación de la referida doctrina —a los cuales deben agregarse todos los
participantes en el hecho, en lo que se refiere a su responsabilidad patrimonial por
los daños causados, como lo prescribe el último párrafo de dicha norma— también
obedece a los antecedentes jurisprudenciales recaídos en los últimos años, donde
se acreditó que los sujetos controlantes de la sociedad, esto es, los verdaderos
artífices de la voluntad del ente, no eran las personas —físicas o jurídicas— que
figuraban como tales en los registros de la entidad, sino terceros ajenos a la misma,
que ejercen sobre sus autoridades una influencia dominante como consecuencia de
acciones, cuotas o partes de interés poseídas, o por los especiales vínculos
existentes entre las sociedades (art. 33 inc. 2º de la ley 19.550).
Finalmente, y como hemos ya señalado. el último párrafo del art. 144 del CCyCN
establece que lo dispuesto por dicha norma —imputabilidad y responsabilidad de los
autores de la maniobra que da lugar a la acción de inoponibilidad de la personalidad
jurídica— se aplica "sin afectar los derechos de los terceros de buena fe" que han
contratado con la entidad, y que se podrían ver perjudicados por la salida de un bien
adquirido por la misma que, a la postre, será imputada su titularidad a alguno de los
sujetos que incurrieron en las conductas previstas por aquella norma. Los
antecedentes jurisprudenciales, en especial la doctrina recaída en el
caso "Astesiano c/ Gianina SCA s/ sumario", dictado por la sala A de la Cámara
Comercial en fecha 27 de febrero de 1978 y los aportes de la doctrina, expuestos
en los numerosos eventos que, en materia de derecho societario se celebraron en
nuestro país, avalan plenamente la solución legal adoptada, que privilegia los
intereses de los terceros de buena fe sobre las irregularidades incurridas por la
sociedad en lo que respecta a su funcionamiento(166).
Ahora bien, la norma del art. 144 del Código Civil y Comercial de la Nación no es
aplicable a las sociedades, pues si bien se trata de una norma imperativa, también
participa de este carácter la previsión del art. 54 tercer párrafo de la ley 19.550. Sin
embargo, aquella norma servirá como pauta interpretativa de ésta, siendo obvio que
las sociedades no deben ser merecedoras de un trato más beneficioso respecto de
las demás personas jurídicas reguladas en nuestro ordenamiento positivo, cuando
se trata de sancionar una conducta que viola la ley o desnaturaliza la causa tenida
en cuenta al momento de constituir la entidad. De manera entonces que mal podrá
predicarse, a la hora de interpretar y aplicar la norma del art. 54 tercer párrafo de la

136 
 
ley 19.550, un supuesto criterio restrictivo por parte del juzgador, habida cuenta que
la pauta general, en materia de personas jurídicas y que se encuentra contenida en
el art. 144 del CCyCN no tolera predicar la excepcionalidad de la aplicación de
doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica.
Se recuerda finalmente, que en principio, la solución prevista en el art. 144 del
CCyCN no implica necesariamente la nulidad del ente, sino simplemente su
inoponibilidad o su actuación desviada, imputando las consecuencias y efectos de
la ilegítima o extrasocietaria operación a sus responsables, generalmente
beneficiarios de esa manera de proceder. Sin embargo, si el móvil de la misma
constitución de la sociedad encuadra en las conductas reprobadas por el tercer
párrafo del art. 144 CCyCN, no existe otra posibilidad que sumar la declaración
judicial de nulidad de la sociedad así constituida a las restantes sanciones previstas
en dicha norma y ordenar su liquidación, en los términos del art. 18 de la ley 19.550.

2.13. Algunos ejemplos concretos de la aplicación concreta por nuestros


Tribunales de la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica
Nuestra jurisprudencia, desde antiguo, ha hecho frecuente aplicación de la
solución prevista actualmente por el art. 54, últ. párrafo de la ley 19.550 en todos los
ámbitos del derecho, cuando a través de la constitución o actuación de sociedades
ficticias, se atentó contra los intereses tutelados por el derecho.
En materia de derecho administrativo, no puede dejar de citarse el caso de la
sociedad "Marcos Pechernik Sociedad Anónima", dictado por la Suprema Corte de
Justicia de la Provincia de Buenos Aires en el año 1967, que denegó la inscripción
en el Registro de Proveedores del Estado a la referida sociedad que había sido
constituida después de haber sido eliminado de tal registro a su presidente y
controlante exclusivo, Marcos Pechernik(167).
En el ámbito del derecho fiscal, la Corte Suprema de Justicia de la Nación se
pronunció en el sonado caso "Parke Davis", sociedad que había pretendido deducir
de su balance impositivo las acreditaciones en concepto de regalías efectuadas en
favor de "Parke Davis Company of Detroit", titular del 99,95% de su capital
accionario, pretensión que fue rechazada por el Tribunal Fiscal de la Nación, con
fundamentos que fueron compartidos por la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Federal, y finalmente por la Corte Suprema de Justicia de la Nación por sentencia
del 31 de julio de 1973, haciendo uso de la teoría de la penetración, con el argumento
de que si bien la total relación de subordinación existente entre varias empresas no
suprime la relación jurídica de la sociedad dependiente, tampoco anula su propia
capacidad tributaria.
En materia de locación de inmuebles, también se ha admitido la procedencia del
recurso de la desestimación de la personalidad, pero a favor de la sociedad, cuando
por cambio de titular se alegó la infracción a la prohibición de transferencia previsto
en el respectivo contrato, aportando el inquilino su derecho locativo a una sociedad
totalmente controlada por éste o cuando revistiendo tal carácter un ente societario,
este se transforma en otro tipo social. Se advierte de esta corriente jurisprudencial,
que los tribunales fueron cautelosos, inclinándose por soluciones de equidad,
tendientes a la conservación de la empresa, impidiendo el desalojo, salvo si se

137 
 
comprueba en la transferencia o transformación la existencia de una verdadera
simulación en fraude a la ley(168).
La teoría del disregard también es de frecuente aplicación en el derecho de
familia, en especial en juicios de divorcio, donde es corriente la designación de un
veedor o interventor judicial como medida precautoria, cuando se acredita
suficientemente la participación del demandado en sociedades comerciales, cuyos
capitales pertenecen a aquel o aparecen confundidos. Se dijo en tales precedentes
que la intervención judicial constituye "(...) un prudente arbitrio tendiente a proteger
los derechos patrimoniales de la cónyuge, y en prevención de maniobras tendientes
a ocultar, disminuir o hacer desaparecer bienes pertenecientes a la sociedad
conyugal"(169). Pero, como en los otros supuestos, la intervención judicial debe
decretarse en forma excepcional, pues para poder prescindir de la forma externa de
una sociedad anónima, no basta probar la relación de parentesco, sino que debe
probarse que el patrimonio de la sociedad anónima se confunde y emerge de la
sociedad conyugal(170).
En el derecho sucesorio y de familia obtuvieron mucha repercusión los casos
"Astesiano" y "Morrogh Bernard" de la sala A de la Cámara Nacional de Apelaciones
en lo Comercial de la Capital Federal el primero y de la Cámara de Apelaciones en
lo Civil y Comercial de Concepción del Uruguay (Entre Ríos), el segundo de ellos.
En el caso "Astesiano Mónica c/ Gianina Sociedad en Comandita por Acciones
y otros"(171), dictado el 27 de febrero de 1978, se juzgó el caso de una sociedad
constituida por el causante pocos años antes de su fallecimiento con tres de sus
hijos, a la cual aportó prácticamente la totalidad de sus bienes, pero dejando afuera
de la misma a los herederos de su cuarto hijo premuerto, quienes concurrieron al
sucesorio de su abuelo por derecho de representación, recibiendo acciones de la
compañía, y convirtiéndose, en consecuencia, en socios comanditarios, en total
minoría para la adopción de cualquier tipo de decisión y a los cuales les estaba
vedado ingresar a la administración.
El tribunal, revocando el fallo de primera instancia, y entendiendo que en el
caso se condicionó a sabiendas la institución de la legítima, en clara violación de lo
dispuesto por los entonces vigentes arts. 3598 y concs. del Cód. Civil, ordenó
cumplir total e irrestrictamente con el régimen hereditario, admitiendo el pedido de
entrega material los bienes que correspondían a los herederos frustrados con la
constitución de la sociedad, de acuerdo con las reglas de la legítima instrumentada
en nuestro ordenamiento civil, concluyendo en definitiva que los efectos de la
personalidad societaria no son aplicables al caso, debiendo la sociedad reducir su
capital, si los socios no optan por su disolución.
Lo verdaderamente trascendente de este fallo no solo radica en la correcta
interpretación de la doctrina de la desestimación o inoponibilidad de la persona
jurídica, sino también en los efectos que a la sociedad le provoca la utilización de
dicha teoría, resolviéndose expresamente que la declaración de inoponibilidad del
ente societario no impide fulminar de nulidad a la sociedad, sino la inoponibilidad de
ciertos actos societarios hacia terceros.
En el mismo sentido, la Cámara de Apelaciones Civil y Comercial de Concepción
del Uruguay, en fallo del 9 de febrero de 1979 en los autos caratulados "Morrogh
Bernard, J. c/ Grave de Peralta de Morrogh Bernard, E. y otros"(172), declaró la
inoponibilidad del acto constitutivo de la sociedad al heredero del causante, que
había manifestado expresamente quedar excluido de la misma. El tribunal entendió
que esa sociedad, constituida con la casi totalidad de los bienes y con los restantes
herederos, implicaba una total e innegable desvirtuación de la forma societaria, y,

138 
 
atendiendo a la realidad interna de ese patrimonio de origen unipersonal, adquiría
los visos de la administración de un condominio indiviso.
En este caso, y a diferencia de lo resuelto en el caso "Astesiano", no hubo
intensión de perjudicar a nadie por parte del causante al constituir la sociedad, que
había sido fundada por éste juntamente con la totalidad menos uno de sus herederos
forzosos. Sin embargo, advirtió el Tribunal que en tanto se trataba de una sociedad
anónima constituida por el fallecido y los miembros de su familia, en la que aquel
aportó el 95% del capital accionario mediante un inmueble rural de valor muy
superior al valor nominal de las acciones suscriptas, dicha sociedad no respondió
propiamente a la estructura de una verdadera empresa impersonal y de capital, sino
que de hecho agrupó al núcleo familiar alrededor de un cuantioso patrimonio del
causante, quien en vida lo administraba en virtud de su absoluto y casi total
predominio accionario. Por ello, aunque legal y formalmente se trataba de una
sociedad de capital, la realidad interna de ese patrimonio de origen unipersonal
adquirió visos de la administración de un condominio indiviso, implicando una total
e innegable desvirtuación de la forma societaria. Mediante tan sencillos y
contundentes argumentos, el tribunal hizo lugar a la acción de inoponibilidad del acto
de constitución de la sociedad anónima promovido por el heredero que no había
participado de la constitución de la sociedad, en el entendimiento de que el
patrimonio transmisible mortis causa que determina la legítima del heredero que no
participó en la sociedad no puede estar representado por acciones del causante, ya
que ello implicaría una evidente desigualdad entre los sucesores.
Es importante destacar que, al igual que en el caso "Astesiano", el tribunal no
fulminó de nulidad al contrato constitutivo de la sociedad por falsa causa o
simulación, ni tampoco declaró su inexistencia, sino que solo dispuso, como efecto
característico de la declaración de inoponibilidad, a las especiales circunstancias del
caso, esto es, la inclusión en el inventario del sucesorio de los bienes aportados por
el causante a la sociedad, la cual deberá reducir su capital social si los socios no
optan por su disolución.
Pero el caso que tuvo más repercusión en el tema que se analiza, y que influyó
notoriamente en la redacción de las leyes 19.550 de sociedades comerciales y
19.551 de concursos, allá por el año 1972, fue el caso "Compañía Swift de La Plata
Sociedad Anónima s/ quiebra"(173), en donde se puso al descubierto la utilización de
sociedades comerciales ficticias por parte del concursado a los fines de obtener la
homologación de su acuerdo preventivo.
En ese célebre precedente, el magistrado que intervino, el Dr. Salvador María
Lozada, en fallo del 8 de noviembre de 1971, rechazó el concordato presentado por
la concursada, la "Compañía Swift de la Plata SA", a la que declaró en quiebra,
extendiéndole la falencia a otras sociedades del mismo grupo económico a la que
aquella pertenecía (el grupo "Deltec", cuya sociedad "holding" era "Deltec
International", con actividades en todo el mundo, no solo en el ramo frigorífico sino
también agropecuario y financiero. Entendió el juez Losada que el hecho de que los
órganos de Swift estaban subordinados a la voluntad del holding internacional y que
la propuesta de concordato preventivo había sido votada por otras empresas del
grupo, que habían contratado con la sociedad en condiciones muy ventajosas para
aquellas, afectaba el orden público y el legítimo derecho que sobre el patrimonio de
la concursada tenían los verdaderos acreedores, por lo que concluyó que no existía
personalidad jurídica diferenciada entre todas las empresas del grupo, que
respondían a una voluntad común.

139 
 
Entre los fundamentos que motivaron el rechazo del concordato preventivo de la
concursada, Cía. Swift de la Plata SA, por los motivos expuestos, el referido
magistrado tuvo muy en consideración la insinuación del crédito por varias empresas
del grupo económico en el pasivo de la concursada, la política económica y
financiera de esta, que en estado de cesación de pagos efectuaba cuantiosos
préstamos a diferentes empresas del grupo, que también se presentaban como
acreedoras para tener injerencia en la votación del acuerdo presentado, y
finalmente, la circunstancia de que un 80% de sus ventas se hacían a sociedades
del mismo conjunto, a precios notablemente superiores a clientes no vinculados al
mismo.
Apelado el pronunciamiento del Juez Lozada, la sala C de la Cámara Nacional
de Apelaciones en lo Comercial, confirmó parcialmente dicho pronunciamiento, en
lo que se refiere a la no homologación del acuerdo, argumentando que "La
convocataria ha carecido y carece de la necesaria interdependencia en su política
comercial, y de libertad de movimientos y decisiones indispensables a una actividad
comercial propia y clara en el seno de la comunidad. Esa situación, que influyera
sensiblemente en el deterioro de la convocataria, que provocó la presentación en
juicio, constituye un factor considerablemente desfavorable en la valoración de la
conducta del deudor a los fines de obtener el beneficio del concordato, conforme a
la doctrina y jurisprudencia". No obstante ello, el referido Tribunal declaró nula la
extensión de la quiebra a las demás sociedades del "Grupo Deltec" por no haber
sido citadas en el marco del concurso preventivo de la sociedad "Compañía Swift de
la Plata SA".
Finalmente, la Corte Suprema de Justicia de la Nación, por sentencia del 4 de
septiembre de 1973 declaró extensible a la sociedad controlante la quiebra
dispuesta para la sociedad controlada, también extendida a todas las demás
subsidiarias de la controlante, sin previa exclusión de los bienes de la controlada.
Considero de importancia transcribir la fundamentación de nuestro más Alto
Tribunal, que sostuvo textualmente en tal oportunidad que "La consideración
esencial para decidir el punto radica en destacar que el régimen de la personalidad
jurídica no puede utilizarse en contra de los intereses superiores de la sociedad ni
de los derechos de terceros. Las técnicas manipuladas para cohibir el uso
meramente instrumental de las formas societarias varían y adoptan diferentes
nombres, pero todas postulan en sustancia la consideración de la realidad
económica y social y la supremacía del derecho objetivo. Es obvio que esto adquiere
particular relevancia cuando los jueces deben enfrentarse con los complejos
problemas jurídicos que suscita la fenomenología moderna de los grupos
societarios, particularmente en sus interferencias y conexiones, y con relación al
carácter supranacional que es su nota característica en la vida contemporánea, todo
lo cual consolida los poderes de concentración por las dificultades que presenta su
control, la difusión de su influencia y el entrecruzamiento de sus redes de
administración con sociedades filiales, reales o aparentes".
Precisamente, toda la problemática de los grupos societarios se presentó
nuevamente, más de veinte años después, en el caso "Macri Francisco y otros s/
Infracción a la ley 23.771", dictada por la Cámara Federal Penal de San Martín, Pcia.
de Buenos Aires, el día 28 de abril de 1994(174). En dicha oportunidad se tuvo por
comprobado que una supuesta sociedad extranjera no fue más que un instrumento
del que se valió la sociedad controlante —una importante empresa terminal
automotriz— para la venta de vehículos importados al margen del régimen legal de
la industria automotriz, cuando: a) el presidente de la sociedad controlante es titular
del 85% del paquete accionario de la supuesta sociedad extranjera; b) la sociedad

140 
 
extranjera se constituyó con un capital irrisorio; c) los representantes de los
accionistas en las asambleas de la sociedad foránea son funcionarios de la terminal
automotriz; d) la única actividad de la sociedad extranjera consistía en importar a la
zona franca uruguaya, para su posterior comercialización, los automóviles de la
misma marca que la controlante produce y e) la sociedad controlante cancelaba las
cartas de crédito abiertas por las compras efectuadas en el exterior y a la vez
autorizada los pagos de los servicios de la compañía extranjera, etc.
La doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica tampoco estuvo
ausente en materia de operatoria bancaria y financiera, mereciendo destacarse el
voto del magistrado Edgardo Marcelo Alberti como integrante de la sala D de la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial de la Capital Federal, en los
autos "Pieckar Jaime y otros c/ Peña Jaime Joaquín y otros" del 18 de marzo de
1997, en donde se resolvió que la actuación de una mesa de dinero dentro de una
institución bancaria, conocida y tolerada por los accionistas y directores de dicha
sociedad, constituyó un requisito para "violar la ley del banquero" que habilitó la
acción prevista por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550 contra los directores del
banco, para recompensar a los ahorristas actores los perjuicios causados.
Ahora bien, en todos los precedentes que hemos analizado hasta el momento,
existió una clara intención de perjudicar, mediante la indebida utilización de la
técnica societaria, los derechos o los intereses de terceros, así como violar la ley, la
buena fe o el orden público. En todos los casos antes vistos, la existencia de una
sociedad ficticia —por lo general extranjera off shore— fue el instrumento de fraude
para la consecución de maniobras reprochables.
Pero no es necesario que ello ocurra de tal manera, pues hay supuestos en
donde la aplicación de la doctrina de la desestimación o inoponibilidad de la
personalidad jurídica se debe efectuar aún cuando no ha mediado burla a la ley o
fraude a los acreedores, o más aún, existen supuestos en donde es necesario
allanar la personalidad a favor del ente o de sus integrantes, cuando el
mantenimiento de la distinción podría llevar a consagrar soluciones injustas y
repugnantes con la buena fe.
La primera situación, esto es, inoponibilidad sin fraude, se presentó en el
caso "Macoa Sociedad Anónima y otras"(175), cuyo fallo fue dictado por la sala C de
la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, en fecha 21 de mayo de 1979,
esto es, antes de la sanción de la ley 22.903, que introdujo en nuestra legislación
societaria la norma del art. 54 último párrafo de la ley 19.550.
Se trataba de un caso donde, ante el pedido de explicaciones requeridas por la
Inspección General de Justicia (por entonces Inspección General de Personas
Jurídicas), los fundadores de más de veinte sociedades anónimas cuyos estatutos
eran exactamente iguales, con los mismos accionistas y directores y que fueron
presentadas para su conformidad en forma simultánea, adujeron haber actuado para
un mismo cliente o sencillamente "para tener en cartera" sociedades constituidas
regularmente, a fines de la venta de su mera estructura. Se aclara, para una
comprensión de la situación del caso, que por aquellos años, la constitución de una
sociedad anónima, por el doble control que era objeto y por las enormes demoras
del Boletín Oficial, que por entonces debía publicar el texto íntegro del estatuto de
la sociedad en formación, demoraba más de un año en su tramitación.
Ante esas explicaciones, el Tribunal de Alzada, confirmando la resolución de la
autoridad de control, resolvió, con aplicación, entre otras normas, de la expresa
previsión del art. 2º de la ley 19.550, que el Estado solo debía otorgar la conformidad
administrativa a la registración de las sociedades por acciones, si advierte, luego de

141 
 
efectuado el control de legalidad del acto constitutivo que se le presenta, que éste
reúne los requisitos legales y no se ha abusado del recurso técnico instrumental
para fines no queridos por la ley. Por su parte, y en el dictamen que precedió a la
aludida resolución del Tribunal de Alzada, el Sr. Fiscal de Cámara sostuvo que el
ordenamiento jurídico no puede considerar constituida legalmente a una sociedad
que lo es con el solo fin de crear un instrumento técnico totalmente vacío de
contenido y para una finalidad no confesada en el acto constitutivo, pues ello se
opone a los principios que condicionan la configuración de la personalidad jurídica
de determinados entes, con evidente abuso de lo dispuesto en el art. 2º de la ley
19.550.
En la misma orientación, aunque ya en vigencia de la norma del art. 54 último
párrafo de la ley 19.550, el mismo Tribunal, en el caso "Ferrari Vasco c/ Arlington
Sociedad Anónima y otros s/ ordinario"(176), dictado el día 10 de mayo de 1995,
confirmó la sentencia del Juez de Primera Instancia, el Dr. Eduardo M. Favier Dubois
(h), quien había declarado la inoponibilidad de la personalidad jurídica de una
sociedad que, sin causa ilícita ni fraude, exhibía un fin extrasocietario, careciendo
de toda actividad destinada a la producción o intercambio de bienes o servicios, ya
que sus dos únicos bienes —un inmueble y un rodado— no se destinaban a ninguna
explotación empresaria, sino al uso y disfrute personal de quien es la única y
exclusiva controlante de la voluntad social a pesar no figurar incluso como accionista
de dicha entidad.
Se dijo en esa oportunidad, siguiendo la línea de pensamiento de Enrique Butty,
que la inoponibilidad prevista por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550 no
necesariamente supone la concurrencia de causa ilícita, por lo que la norma difiere
en el punto con respecto a la doctrina del disregard, en tanto basta para aquella la
finalidad extrasocietaria, entendiendo por tal, y en oposición a la finalidad societaria
prevista por el art. 1º de la ley 19.550, el caso en que la sociedad no tiene vocación
de ser titular de una hacienda empresaria mercantil en el sentido de los arts.
2082 y 2255 del Código Civil Italiano, en tanto la personalidad de la ley
19.550requiere como presupuesto prenormativo la comercialidad(177).
Esta línea de pensamiento fue seguida por la sala C de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Comercial, en el caso "Laffont Jorge Rodolfo y otro c/ Yosemite
Sociedad Anónima y otro s/ sumario", del 23 de agosto de 2006.
Se trataba de una sociedad anónima que era titular de un inmueble, pero que en
lugar de estar destinado al giro social de aquella, desde su misma adquisición fue
utilizado por el accionista controlante y su familia, como residencia habitual. Se
sostuvo, a los fines de la aplicación del art. 54 último párrafo de la ley 1950 que
resultaba evidente el fin extrasocietario dado a esa propiedad, en tanto estaba
destinada a la satisfacción personal de quien revestía el carácter de accionista
mayoritario y presidente del directorio. Se sostuvo textualmente en dicho precedente
que "La noción de fines "extrasocietarios", empleada por el art. 54 último párrafo de
la ley 19.550, debe obtenerse en contraposición a la de fines "societarios", que son
aquellos vinculados con la producción o intercambio de bienes o servicios, a la que
debe aplicarse el capital social (art. 1º de la ley 19.550), es decir, los fines que se
refieren al carácter esencialmente empresario de la sociedad comercial".
Se advirtió asimismo en el caso "Laffont" que "No resulta óbice para la aplicación
del art. 54 último párrafo de la ley 19.550 a un inmueble de la sociedad, que está
destinado al uso personal de su controlante, la circunstancia de que la adquisición
del mismo por la sociedad haya sido anterior al nacimiento del crédito de los actores,
pues la inoponibilidad de la personalidad jurídica que prevé tal norma no supedita la

142 
 
desestimación de la personalidad societaria a la concurrencia de causa ilícita en la
constitución o gestión posterior de la sociedad, bastando que la actuación de la
misma encubra la consecución de una finalidad extrasocietaria, aunque ésta pueda
ser lícita, en el sentido de no fraudulenta".
Como antes se anticipara, existen también otros casos en que el allanamiento
de la personalidad societaria puede producirse a favor del ente o de sus integrantes,
para evitar situaciones de notoria injusticia. El mejor ejemplo de ello lo constituye el
fallo plenario de la Cámara Nacional de Paz, de fecha 29 de noviembre de 1968, en
los autos "Fernández Anchorena Juan y otros c/ Semaldeni Lorenzo y otros", en el
cual se resolvió que la sola circunstancia de constituir los inquilinos una sociedad de
responsabilidad limitada no configura causal de desalojo, por transferencia prohibida
de la locación"(178).
En una misma orientación, tampoco puede dejar de destacarse la solución a la
que arribó la sala B de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, en los
autos "Marlowe Randall Jackson c/ Banco del Buen Ayre SA" del 29 de noviembre
de 1994, fallo que tuvo una gran repercusión en los círculos académicos, por
aquellas épocas, merced a la original solución a la cual se arribó, con la cual estoy
en absoluto desacuerdo.
Se trataba de un caso donde el actor y su cónyuge habían demandado al Banco
del Buen Ayre, solicitando la determinación del quantum de la indemnización que
les correspondía en virtud de una sentencia recaída en un pleito anterior entre las
mismas partes y que había condenado a la aludida institución bancaria a satisfacer
al matrimonio Marlowe los daños ocasionados por la traba indebida de un embargo
sobre una suma de dinero que les había impedido a los actores cancelar una
hipoteca que gravaba el inmueble en la cual residía el matrimonio, y que era
propiedad de una sociedad comercial que ellos integraban con exclusividad, y cuya
subasta no pudieron evitar. Ante tal pretensión resarcitoria, el banco respondió que
el matrimonio Marlowe carecía de legitimación para reclamar una indemnización por
la pérdida del inmueble subastado, pues éste se encontraba a nombre de una
sociedad comercial, con personalidad independiente a la de sus integrantes. En la
sentencia definitiva, el magistrado Enrique Butty, si bien reconoció que de acuerdo
con lo dispuesto por los arts. 39 del Código Civil y 2º de la ley 19.550, no resulta
posible atribuir a los demandantes las consecuencias patrimoniales de la actuación
de la sociedad comercial titular del referido inmueble, sostuvo textualmente, para
reconocer el derecho al matrimonio Marlowe a la indemnización solicitada que "...la
circunstancia de que aquellos fueran cuanto menos los controlantes del aludido
ente, en los términos del art. 33 de la ley 19.550, esto es, los titulares de
participaciones sociales cualitativas, ello produce un debilitamiento de la
interposición de la persona jurídica en relación a la hacienda y patrimonio de la
sociedad, de modo que, en la realidad técnico-subyacente, el socio controlante
deviene en cierto modo titular cuasi inmediato de tales atributos...". La solución
resulta muy cuestionable y la aplicación de la doctrina de la inoponibilidad de la
personalidad jurídica al referido caso carece de todo fundamento, pues la mera
situación de control no autoriza la aplicación de la solución prevista por el art. 54
tercer párrafo de la ley 19.550, como el mismo tribunal lo decidió en otras
oportunidades(179).

143 
 
2.14. La aplicación de la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica
en el ámbito de los Tribunales Laborales. El célebre caso "Duquelsy".
Jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación
La aplicación de la doctrina de la desestimación de la personalidad jurídica de
las sociedades comerciales por parte de los Tribunales de Trabajo ha sido una
cuestión de antigua data, incluso antes de la vigencia de la ley 19.550.
Sin perjuicio de algunos antecedentes anteriores, la cuestión del abuso de las
formas societarias en el ámbito de las relaciones laborales trascendió en un caso
que data del año 1973, cuando la sala II de la Cámara Nacional del Trabajo de la
Capital Federal, con el voto del Dr. Podetti, en los autos "Aybar Rubén E. y otro c/
Pizzería Viturro SRL y otros"(180), condenó a los integrantes de una sociedad de
responsabilidad limitada, en forma solidaria con ésta a abonar las indemnizaciones
y salarios adeudados al personal de mozos, pues aquellos prefirieron desaparecer
y hacer desaparecer a la sociedad —que explotaba un negocio de pizzería— antes
que satisfacer los gastos que insumía el cierre del establecimiento.
Lo interesante del caso es que no regía para esa fecha el actual art. 54 último
párrafo de la ley 19.550, el cual entró en vigencia con la sanción de la ley 22.903, en
el año 1982, no obstante lo cual, sostuvo el por entonces juez de primera instancia,
el Dr. Rodríguez Aldao, que "...la personería jurídica de las sociedades, en tanto
creación artificial, cede paso a la realidad, y en el caso, si la sociedad se creó con
un fin lícito como fue el de explotar una pizzería, pero luego funcionó irregularmente,
no haciendo los aportes jubilatorios a sus dependientes, a los que burló dejándolos
sin trabajo y sin pagarles las indemnizaciones ni salarios mediante el simple recurso
de desaparecer, cosa fácil en una persona jurídica que no tiene existencia real y sus
únicos bienes eran instalaciones que fueron retiradas..., en tales condiciones, no se
puede llevar la ficción al extremo, pues si los demandados lucraron con el trabajo
de los actores y se beneficiaron con la venta de las instalaciones de la sociedad, es
justo que respondan por las obligaciones de ésta frente a sus dependientes...".
Si bien otros fallos aislados del mismo fuero continuaron esta justa línea de
pensamiento, el tema cobró interés nuevamente con el dictado del caso "Duquelsy
Silvia c/ Fuar Sociedad Anónima y otro" dictado por la sala III de la Cámara Nacional
de Apelaciones del Trabajo de la Capital Federal, de fecha 19 de febrero de 1998(181),
oportunidad en la cual el referido Tribunal aplicó correctamente la doctrina del art.
54 último párrafo de la ley 19.550 y haciendo uso de la doctrina de la inoponibilidad
de la personalidad jurídica allí prevista, declaró responsables a los accionistas de
una sociedad anónima empleadora, por las indemnizaciones adeudadas al
trabajador, cuyos salarios fueron abonados en negro, habida cuenta la ilegitimidad
manifiesta de esta manera de proceder y los nefastos efectos que dicha actuación
producía a la comunidad toda.
En este caso, la inclusión en la norma del art. 54 último párrafo de la ley 19.550 la
dio la tan difundida pero no menos lamentable práctica de "pagar en negro" a los
trabajadores, este es, a la parte más débil de nuestra sociedad, procedimiento que
constituye, como bien lo sostuvo el Tribunal en el caso "Duquelsy" una "actuación"
del órgano de administración de la sociedad que viola la ley, el orden público laboral
(arts. 79, 12, 13 y 14 de la ley 20.744 de Contrato de Trabajo), la buena fe (que
obliga al empresario a ajustar su conducta a lo que es propio de un buen
empleador: art. 63LCT) y que frustra los derechos de terceros (el trabajador, el
sistema previsional, los integrantes del sector pasivo y la comunidad empresarial).
Se dijo en el caso "Duquelsy" y se reiteró en innumerables precedentes que
siguieron esa corriente de pensamiento, que "La práctica de no registrar y

144 
 
documentar una parte del salario efectivamente convenido y pagado, práctica
comúnmente denominado "pago en negro" y prohibida por el art. 140 de la ley
20.744 y por el art. 180 de la Ley de Empleo, autoriza la aplicación de la solución
prevista por el art. 544 último párrafo de la ley 19.550 a los socios y directivos de la
sociedad demandada, pues constituye un típico fraude laboral y previsional, ya que
tiene normalmente por objeto y efecto disminuir en forma ilegítima la incidencia del
salario normal, en las prestaciones complementarias o indemnizatorias, y en los
aportes al sistema de seguridad social. El pago en negro perjudica al trabajador, que
se ve privado de aquella incidencia; al sector pasivo, que es víctima de la evasión y
a la comunidad comercial, en cuanto al disminuir los costos laborales, pone al autor
de la maniobra en mejores condiciones para competir en el mercado, que la
reservada a otros empleadores respetuosos de la ley".
Si bien tal "actuación" es propia de los administradores de la sociedad, pueden
ser extendidas sus consecuencias a todos los integrantes de la sociedad, pues la
ley responsabiliza por los efectos de ese proceder no solo a quienes decidieron o
ejecutaron tan ilegítima actuación, sino también los socios o controlantes que la
hicieron posible, debiendo incluirse en esta categoría a todos quienes, conociendo
o debiendo conocer esa manera de actuar, nada hicieron para ajustar el
funcionamiento de la sociedad a la ley o al estatuto.
Dijimos en oportunidad de comentar ese fallo(182), que la doctrina emanada del
caso "Duquelsy" sorprendió en forma grata a la parte de la comunidad que deplora
y sufre el uso abusivo de los instrumentos legales y que la utilización por el Tribunal
Laboral del recurso previsto por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550resultó más
amplia y generosa que la predicada por los tribunales comerciales, los cuales
siempre exhibieron un criterio restrictivo en su aplicación, a pesar de que son estos
tribunales, por su experiencia cotidiana en el tráfico mercantil, quienes deberían
conocer mejor las maniobras cometidas mediante el mal uso de las sociedades
anónimas o de responsabilidad limitada.
A partir del dictado de este ejemplar fallo, cuya doctrina fue reiterada en
innumerable cantidad de ocasiones por el mismo Tribunal(183), aunque, justo es
reconocerlo, con la opinión contraria de algunas Salas de esa Cámara, se produjo
un extraño fenómeno: mientras que, en términos generales, la doctrina y
jurisprudencia laboral contemplaron con total beneplácito esta evolución
jurisprudencial, la doctrina comercialista —con algunas excepciones— condenó sin
reservas cualquier extensión de responsabilidad que se pretendiere efectuar sobre
los socios de una sociedad de responsabilidad limitada o a los accionistas de la
sociedad anónima, llegándose al extremo de predecirse el fin del capitalismo si de
alguna manera pudiera ponerse límites o superarse el mítico beneficio de la
limitación de la responsabilidad.
Se sostuvo —equivocadamente a nuestro juicio— que para enervar los efectos
de la ejemplar doctrina emanada del caso "Duquelsy", que el art. 54 último
párrafo de la ley 19.550 no contempla la hipótesis de la responsabilidad de los
socios por los incumplimientos de la vida societaria, sino que solo prevé los casos
de uso desviado de la figura societaria, esto es, cuando la sociedad es constituida o
luego la transforman, para desarrollar una actividad ilícita o violatoria de la buena fe,
el orden público o para perjudicar a terceros(184). Huelga manifestar que con ese
argumento, absolutamente artificial, se pretende enervar y minimizar la aplicación
del art. 54 último párrafo de la ley 19.550, exhibiendo un desconocimiento de la
realidad negocial que resulta alarmante, pues la experiencia demuestra que no se
constituyen sociedades para burlar la ley, sino que esa violación se lleva a cabo
mediante el uso indebido de las estructuras societarias, en entidades que fueron y

145 
 
desarrollan un fin legítimo. Por otra parte, esa manera de resolver ignora que la
actividad ilícita está castigada por la ley 19.550 en el art. 18, que impone gravísimas
sanciones a las sociedades constituidas con objeto lícito y actividad ilícita, no siendo
razonable sostener que ambas normas: el art. 18 y el art. 54 último párrafo, partan
del mismo presupuesto fáctico para consagrar diferentes soluciones.
Con otras palabras, lo que en realidad preocupó a los detractores de la doctrina
del caso "Duquelsy" y de los fallos posteriores que continuaron aquella orientación,
fue que el art. 54 último párrafo de la ley 19.550 pueda ser extendido a actuaciones
a la que el empresariado recurre con habitualidad para evitar el cumplimiento de
normas laborales, fiscales o previsionales, pretendiendo que dicha disposición legal
quede reducida al caso de que los socios o controlantes hayan constituido la
sociedad para perjudicar o defraudar a terceros, lo cual constituye un argumento
equivocado y carente de toda seriedad, pues nadie constituye una sociedad para
burlar la ley o defraudar a terceros. Bien sostuvo la Cámara Nacional de Apelaciones
del Trabajo de la Capital Federal, que resulta inadmisible sostener que el tercer
párrafo del art. 54 último párrafo de la ley 19.550 pueda solo ser aplicable cuando la
persona jurídica ha sido creada con tan ilegítima finalidad, pues cuando ello sucede,
la ley de sociedades comerciales le reserva una sanción especial, que es la nulidad
por objeto ilícito o actividad ilícita, que pone fin a la existencia de la misma (arts.
18 y 19 de la ley 19.550)(185), a diferencia de la inoponibilidad prevista por el aludido
art. 54 último párrafo de la ley de sociedades comerciales, que extiende a quienes
fueron responsables, por acción u omisión, los efectos de una conducta desviada,
borrando toda separación patrimonial entre la sociedad y sus integrantes.
Resulta de toda evidencia concluir que la personalidad jurídica diferenciada entre
la sociedad y sus integrantes, así como la limitación de la responsabilidad que gozan
los socios de determinados tipos societarios, no puede constituirse en una valla para
evitar llegar al verdadero responsable de una conducta fraudulenta, pues ambos
beneficios solo pueden tener operatividad cuando la actuación societaria se ajusta
a la ley. Lo contrario implica convalidar un caso de abuso de las formas societarias,
encuadrable en la figura del abuso del derecho, expresamente reprobado por la
norma del art. 1071 del Código Civil. Bien se ha dicho que la actuación ilegítima de
una sociedad es siempre un problema de hombres, y que cuando más allá de ello
se sostiene a ultranza el valor absoluto de las instituciones jurídicas, se corre el
peligro de crear escudos protectores de la ilicitud, haciendo caer al derecho en una
profunda contradicción o reduciendo su papel a un mero conjunto de reglas de juego,
vacías de todo contenido moral o político(186).
No obstante tales argumentos, la Corte Suprema de Justicia de la Nación no
convalidó esta loable corriente jurisprudencial, y en el caso "Palomeque Aldo René
c/ Benemeth SA y otro", de fecha 3 de abril de 2003, debiendo optar entre la realidad
cotidiana (la habitual práctica del pago en negro y sus nefastas consecuencias en la
comunidad) y la ficción (la doctrina de la personalidad jurídica y el principio de la
limitación de la responsabilidad), se orientó en este último sentido, olvidando que las
ficciones solo merecen protección legal cuando están al servicio de la gente y no
cuando, a cuyo amparo, se pretende consumar una ilicitud.
Reviste especial importancia, a los fines del análisis del caso "Palomeque",
detenerse en el dictamen del Procurador Fiscal de la Nación, el Dr. Felipe Daniel
Obarrio, pues a dicho instrumento remitieron los Jueces de la Corte Suprema de
Justicia de la Nación como único fundamento de tal cuestionable fallo. Sostuvo el
aludido funcionario que "...Aprecio que los jueces han prescindido de considerar que
la personalidad diferenciada de la sociedad y de sus socios y administradores
constituye el eje sobre el que se asienta la normativa sobre sociedades anónimas y

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que ésta configura un régimen especial porque aquellas constituyen una
herramienta que el orden jurídico provee al comercio como uno de los relevantes
motores de la economía...".
Bien ha sido dicho que "El conceptualismo es capaz de resolverlo todo, en la
idealidad normativa, mas se despreocupa en ocasiones de la inserción de lo resuelto
en la materialidad de las cosas"(187). Esta cita es particularmente aplicable al antes
transcripto dictamen del Procurador Fiscal de la Nación, pues de ellas parecería
desprenderse que todo valor o todo interés debe sacrificarse ante la regulación
propia de las sociedades anónimas, por el simple hecho de ser éstas uno de los
relevantes motores de la economía.
Nada más desacertado que tal manera de argumentar, pues eximir a los socios
de una sociedad de responsabilidad limitada o a los accionistas de una sociedad
anónima de la obligación de cancelar las indemnizaciones a los empleados que
habían sido contratados en negro por la compañía, cuando ésta carece de fondos o
bienes para hacerlo, implica una injusticia que el derecho no puede tolerar. La
doctrina del Sr. Procurador Fiscal de la Nación en el caso "Palomeque" parece
elaborada por quien no vive en la República Argentina, y por quien no sabe que el
abuso de las formas societarias es moneda corriente en nuestras prácticas
mercantiles. Dicha doctrina parece olvidar también aquella célebre frase de Piero
Calamandrei, expuesta en su célebre "Elogio de los Jueces", cuando afirmó que "No
basta que los magistrados conozcan a la perfección las leyes escritas. Será
necesario también que conozcan perfectamente a la sociedad en que esas leyes
tienen que vivir".
Finalmente no puede dejar de recordarse que la limitación de la responsabilidad
de los socios o accionistas a las cuotas o acciones que suscribieron e integraron en
la sociedad que forman parte no puede considerarse un principio absoluto, en tanto
solo constituye un privilegio otorgado por el legislador a ciertos tipos societarios, a
los fines de incentivar el comercio e industria, pero como todo derecho —el de
ampararse en las características del tipo social— éste debe ejercerse sin abuso del
derecho y sin contradecir actuaciones propias anteriores. Por ello no parece
adecuado a derecho realizar o consentir una actuación de la sociedad que colisiona
expresas normas de orden público —el pago en negro a los trabajadores— para
luego, cuando concluye la relación laboral, y ante la extensión a los administradores
y socios la condena dictada en sede judicial, invocar la distinta personalidad jurídica
entre la sociedad empleadora y sus integrantes, así como la limitación de la
responsabilidad de éstos, pues si gozaron de mayores utilidades como
consecuencia de esas prácticas ilegítimas, carecen de todo derecho para invocar
frente a terceros, toda limitación en la soportación de las pérdidas derivada del tipo
social elegido.

2.15. Otro ejemplo del abuso de las formas societarias. El Trasvasamiento de


sociedades.
El trasvasamiento de sociedades constituye otro habitual fenómeno de la época
que vivimos, que consiste en la desaparición fáctica de un sujeto de derecho de
segundo grado, que es "abandonado a su propia suerte", cuyas actividades
comerciales son "continuadas" por una segunda sociedad, constituida e integrada
147 
 
por personas vinculadas con la primera, y que por lo general, aunque no
necesariamente, desarrolla su objeto social en el mismo local o establecimiento de
la primera, utilizando para ellos todo o parte del activo y personal.
A esta manera de actuar se llega por lo general frente a una situación económica
y financiera caótica de la sociedad primitiva, para evitar la liquidación de los bienes
sociales y riesgos personales que implica para los integrantes de los órganos de
administración y fiscalización, la declaración en quiebra de ese ente, y finalmente
para obstaculizar una supuesta extensión de quiebra a los sujetos controlantes.
Frente a esas situaciones de crisis, se prefiere "dejar morir" a la primera sociedad,
como habitualmente se dice, sin recurrir a los trámites disolutorios y liquidatorios
previstos por el ordenamiento societario o concursal, apareciendo en escena una
nueva sociedad, que pasará a desarrollar la misma actividad, sin hacerse cargo,
obviamente, del pasivo de la primera.
También se presenta este fenómeno cuando la sociedad se encuentra frente a
graves conflictos intrasocietarios, que afectan el funcionamiento de la misma. En
dicho caso, los integrantes de la compañía resuelven fundar una nueva sociedad,
constituida únicamente por los integrantes del grupo controlante, a la que transfiere
todo su patrimonio y actividad, dejando fuera de ella a aquellos accionistas que
exhibieron disconformidad con la conducción o gobierno de la primera.
Según el diccionario de la Real Academia, "trasvasar" significa "mudar un líquido
de una vasija a la otra" y creo que con esa definición se define el fenómeno que
estamos detallando, pues mediante tal maniobra se transfiere una actividad
mercantil desarrollada por una sociedad comercial a otra, como si las personas
jurídicas fueran simples instrumentos (o vasijas), utilizadas por sus integrantes a su
mera conveniencia y en su exclusivo beneficio.
En ambos casos, se trata de una actuación ilegítima, ideada a los fines de
defraudar a terceros ajenos a la maniobra, entendiendo por tales a los acreedores
de la sociedad o a los accionistas que no integran el grupo de control.
El primer antecedente jurisprudencial de esta fraudulenta manera de proceder
se presentó en forma contemporánea con la vigencia de la ley 19.550. Se traba de
un caso donde se había ordenado por sentencia firme la disolución y liquidación de
una sociedad irregular, pero sus integrantes, a los fines de burlar la misma,
procedieron a transferir el patrimonio de aquella a una sociedad de responsabilidad
limitada. Se dijo en tal oportunidad que "Corresponde extender los efectos de la
disolución y liquidación de una sociedad irregular dispuesta por sentencia firme a
una sociedad de responsabilidad limitada, si media unidad de explotación y los
socios son fundamentalmente los mismos que fueron objeto de la demanda; aún
admitiendo que la nueva sociedad no fuera proyectada para burlar los derechos del
actor, no cabe admitir que sus socios, prevalido de la personalidad, como si fuera
una pantalla o escudo, pudieran escapar a las consecuencias de una acción
estimada por sentencia pasada en autoridad de cosa juzgada"(188).
Pero el ámbito donde más se analizó el fenómeno del trasvasamiento de
sociedades fue el concursal. Es pues importante destacar lo acontecido en los
autos "Tucson Sociedad Anónima s/ quiebra", dictado por la sala C de la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Comercial de fecha 28 de febrero de 1994, esto es,
durante la vigencia de la ley 19.551, en el cual este Tribunal incluyó al
trasvasamiento de sociedades dentro de las conductas fraudulentas realizadas por
los administradores, toda vez que esa actuación implicaba la disminución del activo
de la sociedad fallida, al haber transferido el mismo a una nueva sociedad,
continuadora de las actividades de la primera, a la cual se dejó sin fondos ni efectos.

148 
 
Del mismo modo, en el referido fallo se calificó como cómplices a quienes, sin
integrar los órganos de administración y fiscalización de la sociedad quebrada,
coadyuvaron a la consumación de tal maniobra, como aquellos empleados de la
fallida que luego participaron como accionistas o administradores del nuevo ente.
Bueno es recordar que también el síndico societario de la fallida fue incluido dentro
de la calificación de fraudulencia, pues es obvio que si este hubiera cumplido con su
obligación fundamental de controlar la legalidad de los actos societarios (art. 294
inc. 9º de la ley 19.550), tal maniobra no podría haber sido nunca realizada, en tanto
el trasvasamiento de sociedades implica, entre otras calificaciones legales, una
flagrante violación a las normas de la ley 11.867 de transferencia de fondos de
comercio, cuyo incumplimiento el funcionario sindical no puede jamás ignorar.
Lamentablemente, la ley 24.522 de Concursos y Quiebras derogó el capítulo
referido a la calificación de conducta, lo cual constituyó uno de los más graves
desaciertos de dicha legislación. Su inoperatividad práctica, producto de la reticencia
de los jueces penales para abocarse al estudio de esa problemática, influyó en el
ánimo de los legisladores concursales para dejar sin efecto esa importante
institución, que actuaba mas por presencia que por efectividad, pues la posibilidad
de la que conducta del fallido o sus administradores pudiera ser calificada de
fraudulenta, constituía un importante freno para la consumación de maniobras
fraudulentas con anterioridad a la presentación de la empresa en concurso
preventivo o en propia quiebra, a la vez que una tacha gravísima, dentro del
ambiente mercantil donde el fallido desempeñaba su actividad, que afectaba su
honorabilidad y credibilidad.
Afortunadamente, la derogación del instituto de la calificación de conducta no
importa dejar sin sanciones al fenómeno de trasvasamiento. En tal sentido, útil es
destacar la doctrina emanada del caso "Mazzeo Lavalle Armando s/ quiebra por
extensión a Ancasti SA", dictado por el titular del Tercer Juzgado de Procesos
Concursales y Registro de la ciudad de Mendoza, el Dr. Guillermo Mosso, el 20 de
marzo de 1998, en el cual se concluyó que esa actuación es hipótesis suficiente
para extender la quiebra a la sociedad continuadora, por aplicación de la doctrina
de la desestimación de la personalidad jurídica.
Se sostuvo textualmente en ese fallo que "Descorrido el velo de la personalidad
de la sociedad ficticia, constituida por el fallido para traspasar a ella todos sus
bienes, lo que es observa es un solo patrimonio; por tanto, todas sus partes deben
integrarlo por el principio de la unidad del mismo, pero mucho más por la regla moral
que exige que quien se obliga, lo haga con todo lo que tiene. Por ello, la extensión
de la quiebra por desestimación de la persona jurídica de la sociedad ficticia implica
la disposición de la unidad de masas, pues en el caso, en puro rigor técnico, no hay
falencia comunidad ni extendida a aquella, en la medida que el fallido, sus cómplices
y la sociedad son un único sujeto de derecho real, con un único y solo patrimonio,
que fue abusivamente asignado a la nueva sociedad para burlar a los acreedores
anteriores a la arbitraria atribución. No puede haber en el caso diversidad de masas
activas, porque se trata de un solo conjunto de bienes, como tampoco puede haber
un conjunto de masas pasivas, porque quienes contrataron con la sociedad ficticia
sabía que en realidad lo hacían con sus controlante y no podían ignorar que el ente
era una mera continuidad de las actividades empresarias de aquellos.
Del mismo modo, en el caso "Numa Sociedad Anónima s/ quiebra indirecta.
Pedido de extensión de quiebra a Balma SA y otros", que tramitó por ante el Juzgado
Civil y Comercial, 39º Nominación, Juzgado de Concursos y Sociedades número 7
de la Ciudad de Córdoba, en fecha 5 de abril de 2002 fue dictada sentencia definitiva
por la titular del referido tribunal, la Dra. Verónica Martínez de Petrazzini, quien

149 
 
sostuvo que "Se tiene por configurado el trasvasamiento de una sociedad a otra
cuando frente a la situación de crisis de una de ellas, se la prefiere "dejar morir"
(como habitualmente se dice), sin recurrir a los trámites disolutorios y liquidatorios
previstos por el ordenamiento societario y concursal, apareciendo en escena una
nueva sociedad que pasará a desarrollar la misma actividad, sin hacerse cargo del
pasivo de la primera. Se configura, ante tal manera de actuar, una violación a la ley
de transferencia de fondos de comercio (ley 11.867) y una clara aplicación de lo
dispuesto por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550, puesto que la omisión del
procedimiento previsto por la ley 11.867 autoriza a presumir la intención de
defraudar a los acreedores de la sociedad trasvasada, resultando esa actuación
incompatible con el interés social y con el fin societario requerido por el legislador
para caracterizar a la actuación de todo sujeto de derecho. Tal situación jurídica
justifica plenamente la extensión de la falencia al administrador de ambas
sociedades que permitió la maniobra defraudatoria a los acreedores de una de esas
sociedades (la originaria), a favor de la sociedad que se vio beneficiada con tal
actuación".
Fuera del ámbito concursal, el fenómeno del trasvasamiento de sociedades fue
objeto de ejemplar reprobación. En materia laboral, por ejemplo, el caso "Pizzarelli
Líbero c/ Técnica Toledo SA y otros s/ despido", dictado por la sala III de la Cámara
Nacional del Trabajo, en fecha 23 de agosto de 2002, sostuvo que habiéndose
acreditado la existencia de un traspaso del giro comercial de una compañía a otra,
en una operatoria que podría calificarse de temeraria, por cuanto licuó el patrimonio
de la primera, empleadora del actor, en beneficio de la segunda, corresponde que
la condena sea soportada por ambas compañías, juntamente con quien fuera el
presidente del directorio de la empresa demandada, por aplicación de lo dispuesto
por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550. Esto es así —explicó la Cámara del
Trabajo— por cuanto mediante la operatoria señalada, se han frustrado los derechos
de los trabajadores que perdieron la fuente de trabajo como consecuencia de una
determinada gestión empresaria, que no pudo justificar los despidos y suspensiones
amparándose en la falta de trabajo.
Como fuera sostenido en todos los precedentes que antes hemos transcripto, es
de toda evidencia la aplicación del art. 54 último párrafo de la ley 19.550 a la
maniobra de trasvasamiento, pues la transferencia de una sociedad a otra de la
totalidad del activo de la primera, sin cumplir con las disposiciones de la ley 11.867,
la cual contiene expresas previsiones en defensa de los acreedores de la
enajenante, constituye una "actuación" de una sociedad que tiende a burlar la ley,
el orden público, la buena fe y los derechos de terceros, por lo que a nadie debe
sorprender que todas actuaciones de la sociedad originaria se imputen a la entidad
que salió beneficiada de tan reprochable manera de proceder y a las personas
físicas que por acción u omisión, permitieron que esa actuación pudiese ser llevada
a cabo. Así fue resuelto en el caso "Ibelli Emilio c/ Dam Sociedad de
Responsabilidad Limitada s/ despido", dictado por la Cámara Nacional del Trabajo,
sala III, del 4 de noviembre de 1997, donde se sostuvo que el virtual vaciamiento de
la empresa empleadora a favor de otra de idéntica actividad comercial, integrada
por miembros de la misma familia, perjudica la posición del actor trabajador, pues lo
priva de la garantía del cobro de sus acreencias provenientes de la relación laboral,
que se hacen exigibles a partir del despido decidido por la empresa. De manera tal
que el vaciamiento fraudulento de una empresa a favor de otra sociedad, con la
misma actividad y similar composición personal, encubre fines extrasocietarios
respecto de la segunda, ya que si bien el principal fin de una sociedad comercial es
el lucro, y esta sociedad lo aseguraba, no caben dudas que el procedimiento
descripto constituye un recurso para violar la ley, el orden público laboral y la buena

150 
 
fe, en los términos del art. 63 de la ley 20.744, al tiempo que tiende a frustrar los
derechos de terceros (el trabajador).
Finalmente, no podemos dejar de mencionar otro importante fallo, emanado de
la sala I de la Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo, de fecha 31 de agosto
de 2010, en el caso "Boquin Horacio Guillermo c/ Promartic SRL y otros s/ extensión
de responsabilidad", en el cual se constató fehacientemente mediante el
mandamiento de constatación efectuado en el domicilio donde funcionaba la
sociedad demandada, que en el mismo lugar ya funcionaba una nueva firma y
también la misma explotación comercial que la primera, dado que esta segunda
compañía explotaba la misma marca, cuya titularidad correspondía a la anterior
empresa, sin cumplirse con los recaudos de la ley 11.867, ante lo cual se procedió
a extender la condena dictada contra la sociedad empleadora, a quienes, en su
calidad de socios de la novel empresa, participaron de la maniobra de
desapoderamiento patrimonial de aquella compañía, que concluyó con su
vaciamiento, y que despareció del mercado sin ser disuelta legalmente, ni contar
con instrumentación jurídica alguna, transfiriendo su patrimonio social a una nueva
empresa, junto al fondo de comercio y demás bienes necesarios para llevar adelante
una idéntica explotación comercial.

2.16. El caso de la sociedad materialmente unipersonal, donde uno de los socios


tiene más del 99% de las acciones de la sociedad que integra
Hemos visto ya, al comentar el art. 1º de la ley 19.550, que la pluralidad de
socios es requisito esencial para la existencia de contrato de sociedad y ello deviene
de la concepción tomada por el legislador en relación a la naturaleza del contrato de
sociedad, al que encuadra dentro del concepto de "contrato plurilateral de
organización".
Esta condición de pluralidad de socios no solo ha sido concebida
legislativamente como un requisito fundacional societario, sino que se le ha otorgado
al mismo una obligación de permanencia durante todo el tiempo de la vida societaria,
hasta tal punto que la reducción a uno del número de socios importa para la ley
19.550una causal de disolución de la sociedades, tal como lo establece en el art. 94
inc. 8º, el cual —adicionalmente— dispone que el único modo de evitar los efectos
que provoca tal reducción es la recomposición de la pluralidad en el plazo de tres
meses.
Es también conocido entre nosotros, que algunos proyectos legislativos han
intentado —desde una concepción que advierte en la génesis de la sociedad la
manifestación de un acto negocial más que un contrato— admitir la existencia y
reconocimiento de la sociedad de un solo socio. Sin perjuicio de ello y mas allá de
la polémica o intercambio de opiniones que respecto de este punto pueda
producirse, lo cierto es que, como hemos ya sostenido y en nuestro derecho positivo,
hoy por hoy, no está consagrada la modificación del criterio de los legisladores de
1972, que fueron terminantes en la no recepción en la ley 19.550, de las sociedades
de un solo socio.
En la actualidad, la realidad indica que un número proporcionalmente
significativo de sociedades anónimas cerradas y de responsabilidad limitada se

151 
 
encuentran constituidas, inscriptas y funcionando regularmente con dos socios, de
los cuales el socio real es uno solo con una titularidad que oscila entre el 99% y el
99,99% del capital social, teniendo el segundo socio un mero papel de prestanombre
para permitir la conformación de la mínima pluralidad exigida por la ley.
Bien es cierto que, como hemos dicho, el actual criterio de la Inspección General
de Justicia, a cargo del control de legalidad del Registro Público de Comercio, no
inscribe actos societarios realizados o celebrados en sociedades de tales
características, por entender que ello encubre, en la materialidad de las cosas, la
existencia de sociedades de un solo socio(189), pero no puede desconocerse que
existen innumerables compañías que exhiben esta composición accionaria, que
disfraza tras la máscara de ella, la existencia de un solo integrante, fuese éste
persona física o jurídica.
Esta fenomenología societaria, no solo comprende a las sociedades denominada
"operativas autónomas", sino también a las filial nacional integrada por sociedades
constituidas en el extranjero, que son titulares del 99,99% de las acciones de
aquella, maniobra harto conocida a los fines de evitar las responsabilidades
patrimoniales que implica, para la casa matriz, instalar una sucursal en el país.
Cabe preguntarse entonces si eludir la exigencia de pluralidad real a través de
una simulación es algo que encuadra dentro del régimen previsto por el art. 54 tercer
párrafo de la ley 19.550.
Bueno es recordar que con anterioridad a la sanción de la ley 19.550, en el año
1972, se planteó entre la doctrina mas calificada del país la posibilidad de recurrir al
negocio jurídico indirecto al momento de constituir una sociedad, entendiendo por
tal la utilización de determinado negocio jurídico para obtener un fin práctico que no
es el que corresponde directamente a la índole del negocio empleado. En el caso,
con la doctrina del "acto jurídico indirecto" se justificó la constitución de sociedades
no para la concentración de capitales sino a los fines de obtener el beneficio de la
limitación de la responsabilidad.
Si bien tal manera de pensar, que contó con la adhesión de juristas de la talla de
Yadarola en el ámbito nacional y de Ascarelli en el extranjero, pudo despertar alguna
polémica, lo cierto es que, con posterioridad a la sanción de la ley 22.903, que
modificó en el año 1983 el texto original de la ley 19.550, es realmente imposible
aceptar un planteo como el antes descripto, pues la redacción de la norma del art.
54 último párrafo de la ley 19.550, al aplicar la doctrina de la inoponibilidad de la
personalidad jurídica de la sociedad, cuando ella ha actuado con fin extrasocietario,
condena irremisiblemente al fracaso toda posibilidad de convalidar la doctrina del
acto jurídico indirecto. Téngase en cuenta los alcances de la expresión "fines
extrasocietarios" que, a diferencia de los supuestos en que la sociedad es utilizada
como "un mero recurso para violar la ley, el orden público o la buena fe, o para
frustrar los derechos de terceros", no requiere ilicitud o defraudación en la actuación
de la sociedad, sino una desviada utilización de la figura societaria.
Desde este punto de vista, no quedan dudas que la sociedad "de cómodo" o de
un solo socio encubierta groseramente con la distribución del capital social en un
99% y 1% o en un 99,99% y 0,01%, encuadra dentro del régimen previsto por el art.
54 último párrafo de la ley 19.550, en el concepto de encubrir "un fin
extrasocietario", independientemente que éste sea el de: (1) Recurrir a la limitación
de la responsabilidad a la que no se puede acceder por la actuación individual del
sujeto; (2) La utilización de ventajas impositivas o crediticias; (3) La facilitación de la
distribución patrimonial del accionista en caso de muerte y (4) La afectación de solo

152 
 
una determinada porción del patrimonio a una actividad concreta o particular,
etc.(190).
La jurisprudencia ha hecho frecuente aplicación de la doctrina prevista por el art.
54 último párrafo de la ley 19.550, extendiendo al controlante —o socio de una
participación accionaria absoluta— la responsabilidad por las deudas de la sociedad
controlada. Se dijo en el caso "M. A. c/ Cometal SpA sobre cobro de sumas de dinero
s/ tercería de dominio por Gemmo Argentina SA", dictado por la sala B de la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Civil de fecha 6 de marzo de 2001, que la verificación
de la existencia de una sociedad controlada de la cual su controlante tiene 11.999
acciones de un total de 12.000 acciones emitidas, el descorrimiento del velo
societario se impone en la medida que lo contrario importaría avalar un proceder
que podría resultar fraudulento a los intereses de los terceros. Se trataba el caso de
una tercería de dominio promovida por una sociedad comercial respecto de los
fondos embargados a su sociedad controlada, en el marco de un juicio por cobro de
pesos promovido contra esta última. Se sostuvo para denegar aquella pretensión
que "...si la sociedad tercerista es titular del 99,99% de las acciones de la compañía
cuyos fondos fueron embargados por un acreedor de esta última, es aplicable al
caso lo dispuesto por el art. 54 último párrafo de la ley 19.550, dado que la actuación
de la tercerista resultó fraudulenta a los intereses del actor".
En el mismo sentido se pronunció la justicia laboral en el caso "Zimerman Gaspar
c/ Diario Perfil Sociedad Anónima y otros s/ despido", dictado por la sala X de la
Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo, en fecha 21 de mayo de 2003, donde
se afirmó que la circunstancia de que una persona física sea titular del 99% del
paquete accionario de la sociedad empleadora demandada, obliga a aquella a
responder por las obligaciones de naturaleza laboral de la sociedad controlada,
tornándose procedente correr el velo societario de la misma, pues quien tiene tal
porcentaje accionario no puede discutir seriamente que no resulte responsable por
dichas deudas.

2.17. La relación de control societario y la doctrina de la inoponibilidad jurídica.


Debe aceptarse, al menos como principio general, que la relación de control entre
sociedades, en los términos del art. 33 de la ley 19.550 no es motivo que autorice
por sí mismo a extender a la controlante la responsabilidad de la controlada(191).
Sin embargo, este principio sufre excepciones cuando la forma societaria se
haya utilizado para violentar los derechos de terceros, para la consecución de fines
extrasocietarios o cuando constituya un recurso para violar la ley, el orden público y
la buena fe. En tales supuestos, cabe acudir a la doctrina del disregard off legal
entity, que de alguna manera recoge el art. 54 último párrafo de la ley 19.550(192).
Un claro ejemplo de la aplicación de la solución prevista por dicha norma legal
se dio en el caso "Punte Roberto Antonio c/ Ferniba Sociedad Anónima y otro s/
cobro de honorarios", resuelto por la sala L de la Cámara Nacional de Apelaciones
en lo Civil en fecha 30 de diciembre de 1993. Se trataba de un caso en donde el
actor, un abogado del foro local, que había intervenido activamente en un recurso
presentado por la sociedad demandada ante la adjudicación de una importante obra
pública en Neuquén a una tercera sociedad, fue apartado luego del patrocinio letrado

153 
 
de aquella a pesar del éxito de su gestión. Fracasado en las tratativas tendientes al
cobro de sus honorarios, promovió una demanda no solo contra la sociedad
argentina locataria, sino también contra la compañía controlante de ésta, una
sociedad de origen francés, que era titular de la casi totalidad del capital social de la
entidad argentina deudora. La sentencia definitiva fue resuelta favorablemente para
el actor, con el siguiente argumento: "Si una sociedad extranjera adquirió la totalidad
de las acciones de una sociedad argentina, que se convirtió en su filial (art. 123 de
la ley 19.550), para llevar adelante un proyecto —con independencia de la apertura
de sucursal, en los términos del art. 118 de la ley 19.550— cabe considerar que se
puso en funcionamiento el art. 33 de dicho ordenamiento. Por lo tanto, a los efectos
de atribuir responsabilidad en el pago de los honorarios que actuó profesionalmente
en el proyecto mencionado, no interesa ahondar si la sociedad controlante dio una
manda al abogado en cuestión o si fue la controlada, con o sin expresa instrucción
de la primera, pues ambas sociedades integran una misma empresa bajo dos
formas jurídicas distintas; tal es el espíritu del control de la voluntad social del citado
art. 33, por lo que, controlar a la controlada y no a su controlante sería un total
contrasentido, ya que ambas se beneficiaron con la actuación del profesional".
Poco tiempo después, en fecha 12 de mayo de 1995, y en un caso casi idéntico
al anterior, el mismo Tribunal aplicó los mismos principios para condenar a una
sociedad extranjera, totalmente controlante de la sociedad argentina deudora, al
pago de los honorarios profesionales adeudados al abogado actor. Se trataba del
caso "Cueva Rubén Pablo c/ Mercedes Benz Argentina s/ cobro de honorarios", y
en donde se sostuvo que "El hecho de que la controlada constituya un sujeto distinto
de derecho no implica que la controlante no deba, en determinadas circunstancias,
responder por las obligaciones de aquella, pues el dominio de la voluntad social que
ejerce puede trasladarle la consecuencia de los actos realizados por ésta, pero
mandados o dispuestos por aquella".
La responsabilidad del controlante por las deudas asumidas por la sociedad
controlada ha sido admitida también en sede laboral por aplicación del art. 31 de la
ley 20.744, al haberse demostrado la existencia de maniobras fraudulentas en
perjuicio del trabajador demandante(193). Del mismo modo, y sin ánimo de agotar la
enorme casuística que exhibe el fenómeno de la concentración o agrupamiento
societario, en especial en lo que a la responsabilidad frente a terceros se refiere, ha
sido resuelto por la jurisprudencia que corresponde extender la responsabilidad a la
sociedad controlante por las deudas de la controlada cuando se ha configurado el
ejercicio de una influencia dominante entre ambas sociedades, que se concreta en
la designación de los apoderados de la controlada, quienes a su vez revisten el
carácter de presidente y vicepresidente de la sociedad controlante(194).
Como prueba de lo expuesto precedentemente, sostuvo la sala II de la Cámara
Nacional del Trabajo, en fallo del 3 de marzo de 2009, en autos "Goffan Patricia y
otros c/ CW Comunicaciones SA y otros s/ despido", que si la sociedad demandada
poseía el 99,60 por ciento del capital accionario de la sociedad empleadora, ello
evidencia de manera diáfana que era aquella —una sociedad extranjera— quien
ejercitaba la voluntad social de la ex empleadora, quedando claro que ambas
compañías conformaban un mismo conjunto económico de carácter permanente, en
los términos definidos por el art. 31 de la ley de contrato de trabajo, pues aún cuando
dichas sociedades tengan personalidades jurídicas diferentes, lo relevante es que
ambas se corresponden a un mismo grupo empresario, no existiendo dudas que la
sociedad comercial constituida conforme al derecho nacional (ley 19.550), era
controlada por otra constituida en el extranjero.

154 
 
2.18. El desdoblamiento ficticio del patrimonio de la sociedad
Este es otro fenómeno que se presenta con suma frecuencia en el mundo de los
negocios, inspirado en la necesidad del empresario de limitar al máximo y trasladar
a terceros los riesgos patrimoniales que son propias de toda actividad mercantil.
Dicha maniobra consiste en "despatrimonializar" a la sociedad "operativa", esto
es, aquella que efectivamente se dedica a la producción o intercambio de servicios,
pero colocando los bienes inmuebles donde funciona aquella sociedad en cabeza
de otra compañía, integrada por los mismos socios o personas allegadas a ellos,
constituida a los únicos efectos de ser titular de dominio de tales bienes, sin el
desarrollo de la menor actividad empresaria.
Ya nos hemos referido a la aplicación de la doctrina de la inoponibilidad de la
persona jurídica al caso de sociedades que no realizan actividades mercantiles,
infringiendo de tal modo lo dispuesto por el art. 1º de la ley 19.550 en lo que respecta
a la necesidad de que toda sociedad comercial deba dedicarse a cualquier actividad
encuadrada dentro del ámbito de la producción o intercambio de bienes o servicios,
debiendo recordarse al respecto la doctrina sentada en el caso "Ferrari Vasco c/
Arlington SA s/ sumario", doctrina que fue reiterada en el caso "Mondine María Elena
c/ López Vicente Oscar s/ sumario" dictado por la sala E de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Comercial en fecha 15 de diciembre de 2000, donde se dijo que
no puede asignársele el reconocimiento de que el orden jurídico asigna, aún cuando
no haya existido perjuicios para terceros, a la sociedad, titular de un bien inmueble,
que jamás desarrolló actividad ni cumplió actos referidos a su objeto social y en el
cual sus socios no han perseguido obtener participación en los resultados de la
explotación, estructurando sus integrantes una "forma jurídica" sin darle el contenido
necesario, careciendo la sociedad de fin y desvío de causa.
Resulta muy interesante referirnos al caso "Sanatorio Humboldt Sociedad
Anónima s/ quiebra c/ Daripor Sociedad Anónima s/ ordinario", dictado por la sala D
de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial en fecha 21 de mayo de
1999, en el cual se extendió la quiebra de la sociedad que tenía a su cargo la
explotación comercial de un sanatorio a la compañía que era titular del inmueble
donde tal sanatorio operaba comercialmente. Se dijo en tal oportunidad, referido a
esta última sociedad, que "...nos encontramos frente a una sociedad cuya
personalidad jurídica es solo aparente y que ha venido a erigirse en un recurso
frustratorio de los derechos de terceros, cuando aquella se convirtió en titular
dominial de los inmuebles que constituyen el patrimonio implicado en la explotación
comercial emprendida por la entidad que devino fallida". Sostuvo en ese precedente
el magistrado Edgardo Alberti que la situación que se presenta cuando dos
fracciones patrimoniales (el bien raíz por un lado y los bienes muebles allí situados
por el otro) fueron afectados a un mismo servicio empresario (prestar servicios como
sanatorio), pero atribuidos como patrimonio a dos sociedades distintas, constituye
un artificio no permitido, porque no se configura con ello la legítima limitación de la
responsabilidad del accionista a su aporte para el capital de una empresa, sino que
se intentó separar de la responsabilidad empresaria, cierta parte de los bienes a esa
única empresa.
Afortunadamente para el país, este fallo sentó escuela y la sala E de la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Comercial, en los expedientes acumulados "Barrios

155 
 
Narciso R. c/ Nalro Sociedad Anónima s/ quiebra, Incidente de extensión de quiebra
a Narciso R. Barrios Sociedad Anónima" y "Barrios Narciso Roberto s/ quiebra,
Incidente de extensión de quiebra a Nalro Sociedad Anónima", dictados el 30 de
abril de 2007, resolvieron la procedencia de la extensión de la quiebra contra la
sociedad titular del inmueble donde funciona la fallida, pues aún cuando surja de
autos que dicho inmueble es objetivamente propiedad de aquella —en tanto posee
títulos onerosos de adquisición y el dominio está regularmente anotado en el registro
inmobiliario— quedó expresamente demostrado que esos inmuebles estuvieron
afectados, en forma continuada e inseparablemente a la actividad empresaria de la
fallida, careciendo aquella sociedad, durante toda su existencia de ningún otro activo
que no fuesen los citados bienes(195).

2.19. La desaparición fáctica de sociedades comerciales


Finalmente, la desaparición de sociedades de la faz de la tierra, a los fines de no
cumplir con sus compromisos, evitando el trámite de disolución y liquidación previsto
por la ley 19.550 (arts. 101 a 112), que ha sido previsto en protección de los terceros
ajenos al funcionamiento interno de la sociedad (proveedores, personal, etc.),
constituye otra situación que ha dado lugar a la aplicación de la doctrina de la
inoponibilidad de la personalidad jurídica(196).
Sobre este tópico, no debe olvidarse lo acontecido en el caso "Aybar Rubén E. y
otro c/ Pizzería Viturro Sociedad de Responsabilidad Limitada y otros", sentenciado
por la sala II de la Cámara Nacional del Trabajo el 9 de mayo de 1973,(197), en el
cual se condenó a los integrantes de una sociedad de responsabilidad limitada, en
forma solidaria con ésta, a abonar las indemnizaciones y salarios adeudados al
personal de mozos, pues aquellos prefirieron desaparecer y hacer desaparecer a la
sociedad —que explotaba un negocio de pizzería— antes que satisfacer los gastos
que insumía el cierre del establecimiento. Sostuvo el por entonces juez de primera
instancia, el Dr. Rodríguez Aldao, para justificar esa solución, que "...la personería
jurídica de las sociedades, en tanto creación artificial, cede paso a la realidad, y en
el caso, si la sociedad se creó con un fin lícito como fue el de explotar una pizzería,
pero luego funcionó irregularmente, no haciendo los aportes jubilatorios a sus
dependientes, a los que burló dejándolos sin trabajo y sin pagarles las
indemnizaciones ni salarios mediante el simple recurso de desaparecer, cosa fácil
en una persona jurídica que no tiene existencia real y sus únicos bienes eran
instalaciones que fueron retiradas..., en tales condiciones, no se puede llevar la
ficción al extremo, pues si los demandados lucraron con el trabajo de los actores y
se beneficiaron con la venta de las instalaciones de la sociedad, es justo que
respondan por las obligaciones de ésta frente a sus dependientes...".
Con la misma orientación, la sala C de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Civil, en el caso "Villalba de Fossa Nora c/ Arquing Sociedad de Responsabilidad
Limitada y otros s/ cumplimiento de contrato", dictado en fecha 19 de noviembre de
1987, que "La sociedad que se ha convertido en "volátil", pues en pleno pleito de un
acreedor contra ella se declaró por uno de sus representantes como ya terminada y
que se depositaron los documentos sociales después de iniciado el pleito en lugares
donde finalmente se habrían perdido, ello demuestra un perfil delineado por la
sospecha o la duda legítima para pensar en su real existencia, revelando la

156 
 
caracterización del abuso de las formas societarias, escudándose en ellas para
impedir el traslado de las responsabilidades a quienes son sus únicos socios".
Es de toda evidencia concluir que si los socios de una sociedad en la cual la ley
les otorga el excepcional beneficio de la limitación de la responsabilidad, han
obviado el procedimiento liquidatorio y consentido la desaparición de la entidad sin
adoptar medida alguna, no pueden luego pretender que los acreedores sociales no
enderecen sus acciones legales contra ellos.

2.20. La doctrina del art. 54 tercer párrafo de la ley 19.550 en caso de


infracapitalización societaria
Varios fueron los casos en que la jurisprudencia aplicó la doctrina de la
inoponibilidad de la personalidad jurídica, extendiendo la responsabilidad de la
sociedad a los socios y administradores que permitieron la infracapitalización de la
sociedad, en especial, en aquellas sociedades en donde sus integrantes limitan su
responsabilidad al valor de sus participaciones sociales.
Caben destacar dos precedentes de suma importancia: el primero, dictado por
la sala III de la Cámara Nacional del Trabajo, en los autos "Arancibia Nora y otros c/
Rodríguez Ricardo Marcos y otro s/ ejecución de créditos laborales", del 22 de
septiembre de 2008; el segundo fue dictado por la sala F de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Comercial, en los autos caratulados "Víctor Carballude SRL s/
quiebra, Incidente de inoponibilidad de la personalidad jurídica", del 13 de mayo de
2014, a los cuales nos referiremos a continuación.
En el primero de ellos, en el cual se sostuvo que todo el esquema institucional
previsto por la ley 19.550 para las sociedades de responsabilidad limitada, tiene
como presupuesto que el capital con que la SRL es dotada, y que es el límite normal
de la responsabilidad de sus socios, sea suficiente para respaldar su giro, existiendo
un límite mínimo de capital para la constitución de la sociedad, pero es
responsabilidad de los propios socios mantener una relación razonable entre el giro
real de la sociedad y el capital con el que ésta se halle dotada. De otro modo, lo que
se presenta en el mercado, como una empresa sólida y próspera, puede encubrir la
ausencia casi total de solvencia para hacer frente a las obligaciones contraídas.
Se agregó en dicho precedente laboral que, "el hecho de que la sociedad de
responsabilidad limitada permanezca infracapitalizada, se mantiene en la
irrelevancia mientras la sociedad, de hecho, tiene bienes suficientes para servir de
garantía común a sus acreedores. Pero cuando esos bienes faltan —y más aún
cuando desaparecen o resultan de propiedad de terceros ajenos al giro de la
sociedad—, los acreedores encuentran que el límite de responsabilidad de los
socios, establecido por ellos mismos en suma cercana al mínimo legal, aparece
desproporcionado, no solo ya con las deudas contraídas, sino con el propio giro
social en épocas normales y esta condición se ve agravada cuando los acreedores
son los trabajadores dependientes de la sociedad, porque quienes buscan empleo,
no están en condiciones, como generalmente sucede con los comerciantes, de
tomar en cuenta el capital social de la empresa con la que hayan de contratar".
Esta irrebatible forma de razonar y de juzgar fue años después ratificada por
la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, en el caso "Víctor Carballude

157 
 
SRL sobre quiebra, Incidente de inoponibilidad de la personalidad jurídica", dictado
por la sala F de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial el día 13 de
mayo de 2014, fallo que, a nuestro juicio, marcó un hito en materia de
responsabilidad de los integrantes de sociedades comerciales, al poner en sus
justos límites, lo que se conoce como el beneficio de la limitación de la
responsabilidad, que la ley 19.550, al igual que la mayor parte de los ordenamientos
jurídicos contemporáneos, lo otorga en favor de quienes integran una sociedad de
responsabilidad limitada o una sociedad por acciones.
Concretamente, la doctrina del fallo "Carballude" predica que, ante una situación
de infracapitalización societaria, esto es, cuando la sociedad carece de capital social
suficiente para afrontar sus obligaciones, es lícito allanar la personalidad jurídica de
dicha compañía e imputar su actuación y su patrimonio a quienes son sus
integrantes o, expresado con otras palabras, ante la referida situación, se abre el
camino a los terceros para enderezar sus acciones contra los socios de la entidad
que infracapitalizada, quienes deberán responder en forma solidaria e ilimitada por
las obligaciones sociales incumplidas.
Las consecuencias que se derivan del aludido caso son enormes, al poner límites
concretos al principio de la limitación de la responsabilidad de los socios de los
socios en aquellos tipos sociales que admiten ese beneficio, el cual ha sido
defendido por el sector más recalcitrante de la doctrina mercantilista, para quienes
el principio de la limitación de la responsabilidad que caracterizan a las sociedades
anónimas y de responsabilidad limitada no puede ser objeto de límite ni excepción
alguno, porque es la supervivencia de las sociedades anónimas lo que está en
juego, y sin ellas resultaría imposible el desarrollo del comercio y de la industria,
motores de la economía de un país. En la vereda opuesta están quienes han
sostenido la necesidad de honrar los compromisos asumidos y la inadmisibilidad de
trasladar los riesgos empresarios a terceros, considerando al beneficio de la
limitación de la responsabilidad, cuando la sociedad carece de capital social
suficiente, como un escudo protector de la ilegalidad, con nefastas consecuencias
para el tráfico mercantil. En definitiva, el tema de la infracapitalización societaria no
constituye un tema abstracto ni meramente académico, sino una cuestión cargada
de ideología y de concretos efectos en la realidad.
La sentencia dictada en el caso "Víctor Carballude SRL" rescató el concepto y la
importancia que el capital social tiene para todas las sociedades, dejando atrás, de
una vez por todas, las insustanciales y artificiales críticas que parte de la doctrina
nacional, desde hace mas de tres décadas, formuló a este esencial requisito del
contrato de sociedad, la cual centró sus objeciones en razones de índole económica
y no jurídica, con total olvido que el legislador societario de 1972 le otorgó al capital
social una enorme trascendencia, como instrumento de protección hacia los
terceros, que voluntaria o involuntariamente se vinculan con la sociedad.
Para los redactores de la ley 19.550, fue imposible sostener que una sociedad
comercial pudiera subsistir sin capital social, y la inclusión en el art. 94 inc. 5º,
referido a la pérdida del capital social como causal autónoma de disolución,
independiente de la imposibilidad de lograr el objeto social, nos hablaba a las claras
que la finalidad del capital social en toda compañía mercantil no lo constituye solo
la concentración de capitales para emprendimientos empresarios de envergadura,
sino y fundamentalmente, la necesidad de que los terceros cuenten con una
protección legal adecuada a los fines de percibir sus acreencias, en especial, cuando
los integrantes de la sociedad deudora gozan del beneficio de la limitación de la
responsabilidad, como lo han consagrado los arts. 146 y 163 de dicho ordenamiento
legal, a los socios de las sociedades de responsabilidad limitada y a los accionistas

158 
 
de las sociedades anónimas. En tal sentido, la norma del art. 204 ratifica lo expuesto
y con una coherencia digna de destacar, prescribe que la reducción voluntaria del
capital social obliga a la sociedad a publicar edictos a los fines de anoticiar a terceros
esa circunstancia, que reduce la garantía que gozan quienes se han vinculado con
la sociedad, otorgándoles el derecho de oposición a la referida operación, los cuales
deben ser desinteresados o suficientemente garantizados como requisito necesario
para culminar los trámites de la reducción del capital social.
Teniendo en especial consideración la función de garantía que cumple el capital
social hacia los terceros, puede afirmarse que una sociedad comercial puede tener
un capital social insuficiente, pero ser ello un dato irrelevante, a los efectos
mencionados, si el tipo adoptado ha sido el de una sociedad en la cual los socios
responden en forma solidaria e ilimitada por las obligaciones sociales. A la inversa:
no existe obstáculo legal para que, en ciertos tipos sociales, sus integrantes limiten
su responsabilidad a las cuotas o acciones suscriptas o que adquieran con
posterioridad, pero para que ello sea posible, es imprescindible que el monto del
capital social se relacione estrechamente con el cumplimiento del objeto de la
sociedad. Lo que no es admisible ni legalmente aceptable, es que una sociedad
carezca de capital social serio y sus integrantes gocen de la denominada "limitación
de la responsabilidad", pues tal situación configura un claro abuso de derecho y se
convierte automáticamente en un instrumento de fraude, toda vez que hace recaer
directamente en los terceros los riesgos empresarios que los socios de dicha entidad
evitaron asumir, mediante el simple artilugio de no dotar a la sociedad de los fondos
suficientes para poder cumplir con las obligaciones asumidas.
Otro de los aciertos del fallo recaído en autos "Víctor Carballude SRL" radica en
aplicar a la infracapitalización societaria la solución prevista por el último párrafo del
art. 54 último párrafo de la ley 19.550, sin ambages ni cortapisas, tal como lo vienen
haciendo los tribunales civiles y laborales con todo acierto, los cuales no reparan en
criterios restrictivos ni en disquisiciones teóricas que no están consagradas por el
ordenamiento legal societario, pues siempre me ha sorprendido desagradablemente
la reticencia de los tribunales mercantiles en la aplicación de la doctrina de la
inoponibilidad de la personalidad jurídica, a la cual solo echan mano en situaciones
extremas, con total olvido de que aquella norma brinda una adecuada solución a la
utilización de sociedades con fines ilegítimos o extrasocietarios, fenómeno que, en
nuestro país, no constituyen actos aislados, sino que, por el contrario, han
proliferado como consecuencia de la palpable disminución de los valores morales
de nuestra población, y lo que es más lamentable, con el respaldo de determinados
operadores jurídicos y contables y de cierta doctrina, embelesada con el "clima de
negocios" de décadas pasadas, y que contó —lamentablemente— con la
complicidad silenciosa del Poder Judicial.
El principio de la limitación de la responsabilidad para los integrantes de
determinados tipos sociales no constituye un bill de indemnidad para actuar en
contra de la ley ni para perjudicar a terceros. No es razonable ni legítimamente
admisible que quienes integran una sociedad comercial observen impertérritos como
la entidad entra en insolvencia y deja de cumplir con sus compromisos,
escudándose, como único argumento para no realizar nuevos aportes dinerarios y
dotar a la sociedad de los fondos suficientes para escapar a dicha situación, en el
hecho de que, cuando constituyeron la compañía, aportaron a la misma una
determinada cantidad de dinero, que se convirtió, con el transcurso del tiempo, en
una suma irrisoria, totalmente desproporcionada con el nivel de gastos de la
empresa.

159 
 
El beneficio de la limitación de la responsabilidad tiene que merecerse, para que
cumpla con los fines previstos legalmente, esto es, que los terceros no puedan
enderezar sus acciones contra los integrantes de la compañía. Y es obvio que no lo
merecen cuando la traslación de los riesgos empresarios a los terceros que se han
vinculado con la sociedad se torna evidente, en especial para quienes, como las
personas que la integran, que tienen la posibilidad de conocer anualmente las
cuentas de la entidad, a través de los estados contables, nada hacen al respecto.
Tampoco el beneficio de la limitación de responsabilidad previsto en los arts.
146 y 163 de la ley 19.550 es un dogma ni un principio intangible del ordenamiento
legal argentino, aún cuando cierta doctrina, tanto nacional como extranjera, así lo
predicó durante muchos años, llegándose al extremo de sostenerse que dicho
beneficio, junto con la personalidad diferenciada de la sociedad y de sus integrantes,
constituye el eje sobre el que se asienta la normativa sobre las sociedades
anónimas, las cuales constituyen una herramienta jurídica que el orden jurídico
provee al comercio como uno de los relevantes motores de la economía(198). Esta
equivocada manera de razonar, protectora de los grandes intereses empresarios y
corporativos, como no podía ser de otra manera, encontró respaldo jurisprudencial
en un fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación de la década del 90 y
principios de la siguiente, de triste recuerdo entre los argentinos, doctrina que fue
rápidamente ignorada por los tribunales inferiores, pues mal puede sostenerse con
algún rigor científico, que la aplicación lisa y llana de la doctrina de la inoponibilidad
de la persona jurídica puede hacer tambalear los cimientos de la economía de un
país.
La actuación en el mercado de una sociedad infracapitalizada constituye un
recurso para violar la ley y el orden público, así como una manera de frustrar los
derechos de terceros, todos ellos requisitos previstos por el art. 54 último párrafo de
la ley 19.550 para tornar aplicable la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad
jurídica. Si ello es así, no cabe la menor duda de la estricta aplicación al caso de los
efectos previstos por dicha norma, esto es, la imputación directa de esa actuación a
los socios o a los controlantes que la hicieron posible, sin perjuicio de su obligación
de responder solidaria e ilimitadamente por los perjuicios causados.
Así entendidas las cosas, es entonces lógico concluir que cuando la referida
norma imputa a los socios o controlantes la ilegítima actuación de la sociedad, esto
es y en el caso que nos ocupa, su imposibilidad de afrontar sus obligaciones
producto de la infracapitalización que padece, ello debe ser "imputado" directamente
a los socios y a los controlantes, esto es, los únicos responsables de esta situación,
quienes deben responder con su propio patrimonio por las obligaciones sociales
impagas. Ello no constituye sino una clara manifestación del principio de la
universalidad del patrimonio, que como siempre se ha dicho en el mundo del
derecho, es la prenda común de los acreedores.

2.21. La aplicación de la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica


en sede administrativa.
La Inspección General de Justicia, en ejercicio de su obligación de recibir y
sustanciar denuncias de terceros interesados (art. 6º inc. c] de la ley 22.315), tuvo
oportunidad de aplicar en forma reiterada la doctrina de la inoponibilidad de la
160 
 
personalidad jurídica (art. 54 último párrafo de la ley 19.550), ante el comprobado
uso de utilización desviada de la figura societaria con fines extrasocietarios o en
directo perjuicio de terceros(199).
Interesan destacar, por sus especiales características, la resolución dictada en
los casos "Fundación de Investigaciones Científicas y Asistenciales", de fecha 18 de
diciembre de 2003 y la resolución dictada el 13 de abril de 2005, en el caso "Nueva
Zarelux Sociedad Anónima", como consecuencia de las investigaciones realizadas
de oficio por la autoridad de control, a raíz de la tragedia ocurrida en el
establecimiento bailable "Cromagnon", la noche del 30 de diciembre de 2004.
En el caso "Fundación de Investigaciones Científicas y Asistenciales"(200), se
trataba de un pedido de autorización para funcionar, requerido a la Inspección
General de Justicia por esta entidad, cuyo objeto lo constituía la prestación,
investigación y difusión de servicios de salud y asistencia social.
Realizada la inspección de rutina, los funcionarios del Organismo de Control que
tuvieron a su cargo la misma, comprobaron que en el mismo lugar donde la referida
fundación pretendía instalarse, tenía también su sede social una sociedad
denominada "Yake Sociedad de Responsabilidad Limitada", que tenía el mismo
objeto y en la cual el fundador y presidente del consejo de administración de la
Fundación de Investigaciones Científicas y Asistenciales, era, a su vez, el socio
mayoritario y único gerente de aquella sociedad comercial. Requerido éste a dar las
explicaciones del caso, sostuvo que la constitución de esta entidad, constituida entre
él y su esposa, respondió al único y exclusivo objeto de ser titular registral de dicha
propiedad, a los fines de evitar responder el requerido por las obligaciones que
pudieran derivarse de su actuación profesional en el ramo de la medicina.
Ante dicha respuesta, entendió la Inspección General de Justicia la procedencia
de solicitar judicialmente la nulidad del contrato constitutivo de la sociedad "Yake
Sociedad de Responsabilidad Limitada", así como su consecuente disolución y
liquidación, habida cuenta que, sin perjuicio de la ilicitud manifiesta que implica
constituir sociedades para frustrar derechos de terceros —en el caso, las víctimas
del socio controlante por mala praxis en el ejercicio de la medicina—, nuestro
derecho societario no admite que una sociedad comercial pueda ser titular del
derecho real de dominio de un inmueble o de un bien determinado, pues con ello
queda frustrada la causa del negocio societario expresamente prevista en el art.
1º de la ley 19.550, cuando dispone que la sociedad comercial debe ser constituida
a los fines de dedicarse a la producción o intercambio de bienes o servicios.
Como se dijo, la resolución dictada por la Inspección General de Justicia en el
caso "Nueva Zarelux Sociedad Anónima", de fecha 13 de abril de 2005, tuvo como
origen la tragedia del establecimiento "República de Cromagnon", que dejó un saldo
de 194 muertos, como consecuencia del incendio que destruyó la totalidad de sus
instalaciones la noche del 30 de diciembre de 2004.
Como dicho establecimiento comercial estaba instalado en una propiedad que
pertenecía a una sociedad extranjera denominada "Nueva Zarelux SA", la
Inspección General de Justicia estimó necesario realizar una investigación sobre
dicha entidad, que estaba encuadrada dentro de la ley 11.073 de la República
Oriental del Uruguay, registrada en Montevideo e inscripta en el Registro Público de
Comercio de la Ciudad de Buenos Aires en los términos del art. 118 de la ley 19.550.
Se trataba pues de una sociedad off shore que, como todas ellas, presentan
gravísimas dificultades para conocer a los verdaderos titulares de las acciones al
portador en que se divide su capital social, precisamente porque dichas compañías,
que reflejan un verdadero abuso del sistema capitalista, están pensadas para actuar

161 
 
en clandestinidad y, en la casi totalidad de los casos, frustrar derechos de terceros,
desde el Fisco hasta la esposa o herederos de quienes son sus verdaderos dueños.
La Inspección General de Justicia, luego de una profunda investigación, y
apoyada también la investigación que venía realizando con todo esmero la justicia
penal, llegó a la conclusión de que el inmueble (y otros linderos) donde funcionaba
el establecimiento denominado "República de Cromagnon" era un emprendimiento
comercial efectuado por dos empresarios textiles, que habían preferido esconderse
detrás de un entramado societario complejo para evitar responder con sus bienes
propios por las consecuencias de una actividad considerada siempre como de alto
riesgo, disponiéndose la promoción de inmediatas acciones judiciales de nulidad por
simulación, a los fines de obtener, cuanto antes, la liquidación de la sociedad
extranjera "Nueva Zarelux SA", imputándose el patrimonio y la actuación comercial
de ésta a sus verdaderos dueños, en los términos del art. 54 último párrafo de la ley
19.550, quienes, durante más de doce años evitaron que la comunidad conozca la
titularidad sobre dicho inmueble, ocultándose detrás de fachadas de sociedades
fantasmas, que se iban pasando de manos tales inmuebles, ni bien se producía
algún acontecimiento que pudiera derivar en la responsabilidad personal de esos
empresarios.

ART. 3º.—
Asociaciones bajo forma de sociedad. Las asociaciones, cualquiera fuere su
objeto, que adopten la forma de sociedad bajo alguno de los tipos previstos, quedan
sujetas a sus disposiciones.
CONCORDANCIAS: Ley 19.550: arts. 1º, 2º, 54.

§ 1. Las asociaciones bajo forma de sociedad


El art. 3º de la ley 19.550 constituye una flagrante contradicción a lo dispuesto
por los arts. 1º y 2º de dicho ordenamiento, que no encuentra explicación suficiente
que permita apartarse de los principios generales allí consagrados.
Se intentó, mediante la consagración legislativa de las asociaciones bajo forma
de sociedad, brindar una solución práctica a diversas situaciones anómalas que la
realidad ofrecía al tiempo de la sanción de la ley 19.550, pues para esa época
existían diversos clubes de campo (Hindú Club y Tortugas Country Club, entre otros)
—por entonces llamados Country Clubes— que, a falta de una regulación
específica, habían sido organizados como una sociedad anónima, y que habían
merecido su aprobación por la llamada Inspección General de Personas Jurídicas.
Precisamente, uno de los redactores de la ley 19.550, y quien por entonces se
desempeñaba como Inspector General de Justicia, Enrique Zaldívar, justificó la
inclusión del art. 3º de la ley 19.550 sosteniendo que se trataba de situaciones
anómalas originadas en motivos de orden práctico; posibilitar que en caso de

162 
 
disolverse la entidad su patrimonio pasare a manos de los accionistas (lo cual es
inadmisible en materia de asociaciones civiles) y por otra parte, entregar a los
"accionistas", un título que le asegure su parte en la liquidación.
Ello constituyó un gravísimo error, porque se mezcló el agua con el aceite, pues
mal puede asimilarse una asociación civil a una sociedad comercial, donde la causa
de dichos contratos asociativos son diametralmente opuestas: en las primeras no
existe propósito de lucro ni la menor posibilidad de distribución de las ganancias
entre los asociados, a diferencia de lo que acontece con las sociedades, donde es
impensable sostener su existencia sin el propósito de lucro de sus integrantes, a
punto tal que, como hemos visto, el art. 1º de la ley 19.550 incluye las expectativas
de ganancias como uno de los requisitos de la existencia misma de una sociedad
comercial.
Pero además existen otras diferencias sustanciales entre las asociaciones civiles
y las sociedades:
a) En materia del régimen del capital de la entidad, en las sociedades
comerciales éste se constituye con el aporte de los socios, mientras que en las
asociaciones civiles no existe capital aportado por los asociados, que se limitan al
pago de una cuota periódica (mensual o anual) fijado por el estatuto o la asamblea,
que les da a los asociados el derecho a utilizar los servicios que presta la asociación.
Como bien lo explica Dante Cracogna(201), en las asociaciones civiles el capital no
se halla individualizado en su composición, sino que es el resultado de la diferencia
entre el activo y el pasivo y por lo tanto es eminentemente variable.
b) Una segunda diferencia la constituye el destino del patrimonio en caso de
disolución, pues en las sociedades, una vez realizado el activo, cancelado el pasivo
y reintegrado el capital aportado por los socios, el remanente se entrega a los
mismos integrantes de la entidad, según fuera convenido en el contrato social. En
las asociaciones civiles, por el contrario, el destino del remanente se orienta
necesariamente hacia un fin común a al Estado.
c) En las sociedades comerciales, la formación de la voluntad social se realiza
en función del capital y por ello los socios participan con una cantidad de votos
proporcional al capital aportado. Ello no sucede de la misma manera en las
asociaciones civiles, donde el voto de los asociados es siempre igual.
d) Mientras que el carácter de socio en una sociedad es transmisible, en las
asociaciones civiles el vínculo es estrictamente personal y no puede transmitirse.
e) Finalmente, la existencia regular de una asociación civil requiere expresa
autorización del Estado, quien debe compartir el fin de bien común para la cual
aquella entidad ha sido creada, a diferencia de las sociedades, donde la regularidad
se obtiene mediante la inscripción en un registro público, previo cumplimiento de los
requisitos legales de instrumentación requerida por la ley.
La jurisprudencia de nuestros Tribunales han hecho verdaderos esfuerzos para
compatibilizar la finalidad de estas asociaciones con los principios que gobiernan a
las sociedades, sin llegar a resultados satisfactorios, a punto tal de admitirse que el
art. 3º de la ley 19.550 padece de una fuerte asistematicidad, en tanto resulta
conceptualmente incompatible con el campo delimitativo que para la materia
societaria determina el art. 1º de la ley 19.550(202). Se sostuvo también, al efecto de
aclarar los efectos del referido art. 3º de dicho ordenamiento, que la sujeción de las
asociaciones constituidas bajo forma de sociedad solo están referidas a la estructura
interna del ente y no al modo, sentido y comprensión de sus conflictos por los jueces
que en realidad deben juzgar como si se tratara de una asociación residencial y

163 
 
deportiva(203). Finalmente, no puede dejar de mencionarse la doctrina sentada en el
caso "Country Ranch Sociedad Anónima c/ Pollarsky Ricardo H. s/ ordinario", del 23
de agosto de 2000, donde se afirmó que la organización encuadrada como una
asociación que ha adoptado el tipo de sociedad anónima, conforme lo dispuesto por
el art. 3º de la ley 19.550, constituye un esquema que produce dificultades en orden
a compatibilizar la organización societaria con los principios asociativos(204).
La Inspección General de Justicia se dedicó a dichos engendros societarios en
la Resolución nº 127/05, dictada en el expediente administrativo "San Isidro Golf
Club", del 26 de enero de 2005, en donde se sostuvo textualmente que "Resulta
imposible compatibilizar a las sociedades comerciales con las asociaciones civiles,
pues ellas solo tienen en común su carácter de contrato asociativo o contrato
plurilateral de organización, pero allí termina toda semejanza, en tanto la causa final
de una y otra figura legal es sustancialmente diferente y por lo tanto
incompatible". Se dijo también en dicho precedente administrativo que "No puede
coincidirse con el argumento de que la solución prevista por el art. 3º de la ley 19.550
constituya una variante de la simulación lícita bajo la técnica del "negocio jurídico
indirecto", pues si bien la figura de la simulación lícita aparece mencionada en el art.
957 del Código Civil, mal puede derivarse de lo dispuesto por ella un argumento
exclusivo y mucho menos decisivo para justificar la legitimidad de las asociaciones
bajo forma de sociedad. Debe tenerse muy en cuenta que el art. 957 del Código Civil
dispone que "La simulación no es reprobada por la ley cuando a nadie perjudica ni
tiene un fin lícito", lo cual indica que dicha norma no consagra a la simulación lícita
como una categoría legal ni alienta la celebración de semejante tipo de operaciones,
sino que solo se abstiene de reprobarla", concluyendo el Organismo de Control
haciendo las siguientes afirmaciones: "No resulta admisible partir de la simulación,
reprobada o no por la ley, para efectuar una construcción jurídica ni para
fundamentar la legalidad de un determinado instituto, pues la simulación es siempre
un engaño. Así lo ha precisado Mosset Iturraspe cuando, precisando las diferencias
entre las llamadas simulación lícita o ilícita, sostuvo, con respecto a la primera que
"en ella hay engaño pero no perjuicio".
La doctrina no se ha quedado atrás con las críticas a esta figura. Para Facundo
Biagosch, autor de un proyecto de ley sobre asociaciones civiles, las asociaciones
bajo forma de sociedad solo encuentran justificación si se las encuadra dentro de
los conceptos de negocios jurídicos indirectos, simulaciones lícitas o negocios
fiduciarios, llegando a la conclusión de que a pesar de las opiniones favorables de
los legisladores de 1972, la asociación destinada a la administración de las partes
comunes en los clubes de campo, donde la figura del art. 3º de la ley 19.550 encontró
su marco, es en realidad una simple mandataria de los propietarios, que actúa como
fideicomisario de un dominio fiduciario de los bienes comunes y como
administradora de dichos bienes en cuanto a su uso, mantenimiento, conservación
y ampliación, recaudadora de los impuestos, ejecutora de las obras y prestadora de
los servicios(205).
En el mismo sentido, sostiene Daniel Vítolo que la norma contenida en el art. 3º
de la ley 19.550 es sumamente desacertada, pues desnaturaliza en forma absoluta
el concepto de sociedad comercial, permitiendo que una estructura jurídica de
categoría pueda ser utilizada a diversos efectos y con distintos alcances para el
cumplimiento de sus fines, que en nada se relacionan con el concepto contenido en
el art. 1º y que es lo que delimita el concepto de "sociedad comercial"(206). Verón por
su parte se encargó de ratificar la incongruencia en la finalidad de las asociaciones
la violación al principio de tipicidad que implica la norma en análisis, cuestionando
severamente si una asociación puede dejar de ser tal para convertirse en una

164 
 
sociedad y que solo se acude a esta figura ante la ausencia de normas claras y
precisas del Código Civil(207).
El Profesor de la Universidad de Córdoba, Horacio Roitman ha sido uno de los
pocos doctrinarios que ha defendido esta figura, lo cual es entendible en tanto este
autor parte de la base que la sociedad comercial es solo una forma de organización
empresaria, que los integrantes de la sociedad optan de acuerdo a sus intereses y
necesidades concretas, pudiendo "vestir" de sociedad a una asociación si ello
responde a sus necesidades(208). Este original aunque inadmisible razonamiento,
que parte de un concepto totalmente instrumental del concepto de sociedad, carece
sin embargo de todo apego a la ley 19.550 y olvida la enorme cantidad de normas
de orden público que, en protección de los terceros acreedores de la sociedad,
contiene nuestro vigente ordenamiento societario.
Por nuestra parte, creemos que todo esfuerzo tendiente a compatibilizar las
figuras de las asociaciones civiles y las sociedades comerciales resulta un esfuerzo
carente de todo sentido final útil, en tanto en éstas últimas el régimen de los aportes
y del capital social, el fin societario y la causa final del contrato de sociedad no se
compadecen con la naturaleza y finalidad de las entidades de bien común, por lo
que se impone su inmediata derogación(209). De lo contrario, se corre el riesgo de
que pueda sostenerse, como alguna vez ha sido dicho, bien que en forma aislada,
que la híbrida figura prevista por el art. 3º de la ley 19.550 relativiza la exigencia de
que la sociedad deba tener un fin empresario, o que sus socios persigan un ánimo
de lucro, con lo cual se pretende legitimar a las sociedades que solo revisten el
carácter de titulares de dominio de bienes registrables, sin desarrollar la menor
actividad, lo que constituye un verdadero desacierto, incompatible con el concepto
mismo de sociedad. Así ha sido sostenido por la jurisprudencia administrativa de la
Inspección General de Justicia, con el argumento de que el art. 3º de la ley 19.550,
por haber sido elaborado para dar concreta solución a determinadas situaciones
fácticas existentes al momento de la redacción de la ley de sociedades comerciales,
constituye una excepción concreta a la definición que el art. 1º de la ley 19.550 hace
de las sociedades comerciales, de la cual no pueden extraerse a su vez principios
generales, habida cuenta su excepcionalidad(210).
Ahora bien, el problema de interpretación que se presenta ante una asociación
bajo forma de sociedad es determinar cuándo se aplica a la figura las normas de las
asociaciones civiles previstas en el Código Civil y Comercial de la Nación y cuando
las normas de la ley 19.550. Entendemos que todo lo referido a las relaciones
sustanciales, esto es, entre los socios entre sí y entre éstos con la sociedad (esto
es, los derechos y obligaciones de los integrantes de la sociedad), valen las normas
del código unificado y solo en lo que se refiere a la organización interna y su
funcionamiento, se aplican las normas del ordenamiento societario mercantil. Ello
justifica que en las relaciones entre los socios y la sociedad, resultaba inaplicable el
término de prescripción previsto en el derogado art. 847 inc. 1º del Código de
Comercio que legislaba, hasta el año 2015, sobre la prescripción de las acciones
derivadas del contrato de sociedad.
Afortunadamente, el Código Civil y Comercial de la Nación ha puesto
prácticamente fin a la problemática originada en torno a las asociaciones civiles bajo
forma de sociedad, así como la híbrida y contradictoria jurisprudencia elaborada en
torno al art. 3º de la ley 19.550, al prescribir en el art. 2075, segundo párrafo, que
"Todos los conjuntos inmobiliarios deben someterse a la normativa del derecho real
de propiedad horizontal establecido en el Título V de este Libro, con las
modificaciones que establece el presente Título, a los fines de conformar un derecho
de propiedad horizontal especial. Los conjuntos inmobiliarios preexistente que se

165 
 
hubiesen establecido como derechos personales o donde coexistan derechos reales
y derechos personales, se deben adecuar a las previsiones normativas que regulan
este derecho real".
Punto final para el desatino de la solución del art. 3º de la ley 19.550, que si bien
fue elaborado para dar solución a ciertas situaciones anómalas, como ya fuera
explicado, solo se constituyó en una fuente interminable de conflictos y de todo tipo
de situaciones abusivas.

§ 2. Los conjuntos inmobiliarios. La situación jurídica de los "Clubes de Campo",


luego de la sanción del Código Civil y Comercial de la Nación.
La situación jurídica que presentaban los denominados "Clubes de Campo" en
la República Argentina constituye un clásico ejemplo de lo que ocurre en la realidad,
cuando los hechos superan las previsiones legales y rebasan los moldes legales
existentes del derecho positivo argentino, pues la utilización a este tipo de
emprendimientos por la ley 13.512, de propiedad horizontal resultó, en la práctica,
poco satisfactoria.
Como bien lo explica la vasta doctrina que se ha ocupado del tema(211), los clubes
de campo surgieron espontáneamente en función de intereses comunes y su
funcionamiento estuvo regido más por esa finalidad compartida que por una
preocupación en encontrar el encuadramiento jurídico adecuado. Los primeros
clubes de campo, que surgen en la década del 40 del siglo pasado, se organizaron
como loteos, generalmente alrededor de un club que contaba con un complejo social
y deportivo o simplemente motivados por el interés de pertenecer a un sector
urbanístico que tuviese ciertas características diferenciales en cuanto a tratamiento
de los espacios verdes o de las vías circulatorias, un sistema de vigilancia o cierta
forma de derecho de admisión(212). Sin embargo, el original sistema de loteos planteó
todo tipo de problemas en torno al encuadramiento jurídico de estos
emprendimientos el cual resultó totalmente inadecuado, pues al llevarse a cabo
como loteos comunes, surgían dos problemas fundamentales de complicada
resolución: el primero, el de las calle internas, que, como lo preveía el Código Civil,
pertenecen al dominio público del Estado y el segundo, la necesidad de vincular
jurídicamente las parcelas, de propiedad exclusiva con los sectores de
esparcimiento común, lo que implicaba no solo el imperativo de asegurar a los
adquirentes de parcelas la propiedad o el uso y goce de aquellos sectores, sino
también y fundamentalmente, la obligatoriedad del pago de los gastos de
conservación y mejoras(213).
Pues bien, y para atender los concretos y reales problemas que planteaban estas
novedosos emprendimientos, se recurrió en la práctica negocial a distintas figuras
jurídicas o a combinaciones de ellas, lo cual llevó a la doctrina especializada a
sostener la posibilidad de encuadrar este fenómeno dentro del marco de los
derechos reales vigentes, como el dominio revocable, las servidumbres y en
especial al régimen de la propiedad horizontal de la por entonces vigente ley
13.512(214), pero, también desde un plano diferente, se recurrió y con el mismo
propósito, a la figura de los contratos asociativos, en los que el dueño de la parcela
es socio de una entidad jurídica propietaria de los sectores de uso común, tal como
ocurrió con los primeros "Country Clubs" de la Provincia de Buenos Aires, como por
166 
 
entonces se los denominaba. Conforme pues a este sistema, la supuesta sociedad
anónima —que funciona en realidad como una asociación civil, atento la
incongruente norma del art. 3º de la ley 19.550— es dueña del inmueble destinada
al club de campo, tanto como de los sectores de utilización exclusiva, como los de
propiedad común, de modo que —conforme se fue configurando esta particular
figura societaria— las personas que tenían intención de acceder al club de campo
en las partes exclusivas como en las de propiedad común, debían adquirir una
acción que será equivalente a igual cantidad de lotes, y como bien lo explica
Acquarone, la sociedad propietaria le otorgaba al comprador de la acción, el derecho
de la utilización (real, de uso, usufructo o personal de uso) de la parte exclusiva,
estableciendo por reglamento la utilización de los bienes comunes, lo cual
configuraba, respecto del club de campo, una estructuración jurídica con muchas
desventajas y un panorama de gran inseguridad para sus componentes.
Fue precisamente en el ámbito de la Provincia de Buenos Aires donde se puso
mayor énfasis en encuadrar jurídicamente estas nuevas formas jurídicas
inmobiliarias, y en tal sentido fue sancionado el decreto 8912/77, denominado "Ley
de Ordenamiento Territorial y Uso del Suelo", que en sus arts. 64 a 69 se dedicó a
los "Clubes de Campo", cuyo art. 64 dispuso que "Se entiende por club de campo o
complejo recreativo residencial, a un área territorial de extensión limitada que no
conforme un núcleo urbano y reúna las siguientes características básicas: a) Esté
localizado en un centro no urbano; b) Una parte de la misma se encuentre equipada
para la práctica de actividades deportivas, sociales o culturales en pleno contacto
con la naturaleza; c) La parte restante se encuentre acondicionada para la
construcción de viviendas de uso transitorio y d) El área común de esparcimiento y
el área de viviendas deben guardar una mutua e indisoluble relación funcional y
jurídica, que las convierta en un todo inescindible. El uso recreativo del área común
de esparcimiento no podrá ser modificado, pero podrán reemplazarse unas
actividades por otras. Tampoco podrá subdividirse dicha área ni enajenarse en
forma independiente de las unidades que constituyen el área de viviendas".
Si bien dicho decreto-ley del año 1977 no disponía la forma jurídica como debían
ser organizados los Clubes de Campo, su art. 67 ya reconocía —como no podía ser
de otro modo, pues ello era lo que efectivamente estaba aconteciendo— la
posibilidad de que una misma entidad jurídica agrupe a los propietarios de parcelas
ubicadas en un club de campo. Es oportuno recordar que la por entonces ley 8912
de la Provincia de Buenos Aires (luego "decreto-ley" y hoy simplemente "decreto"),
a juicio de la doctrina, constituyó un avance organizativo importante en materia de
clubes de campo, más allá de los aciertos o desaciertos en otras materias, pero
indudablemente con aspectos necesarios de reglamentación que dependían de
facultades discrecionales de cada municipio, de difícil previsión en cuanto a la
interpretación, lo que creaba un cierto estado de inseguridad(215).
Nueve años después, el día 24 de diciembre de 1986, fue sancionado, siempre
dentro del ámbito de la Provincia de Buenos Aires, el decreto 9404/1986, de Clubes
de Campo, reglamentarios de su constitución, en cuyos considerandos se destacó
la necesidad de establecer una regulación diferenciada de la correspondiente a las
urbanizaciones ordinarias reglamentadas por el decreto 8912/1977, definiendo a los
clubes de campo, de una manera diferente: "Los clubes de campo constituyen una
especie de los denominados complejos urbanísticos o urbanizaciones especiales,
caracterizados por regirse de acuerdo a un plan urbanístico especial, la existencia
de múltiples inmuebles o unidades parcelarias con independencia jurídica, un similar
destino funcional, disponibilidad de áreas de uso común y prestación de servicios
generales y eventual existencia de una entidad prestataria de los servicios y

167 
 
propietaria de los bienes comunes, que integran los titulares de las parcelas
residenciales". Finalmente, el decreto 9404/86 destacó una circunstancia muy
importante, que considero necesario transcribir, y que constituyó uno de los
fundamentos del dictado de esa nueva normativa: "Que la mayoría de los complejos
creados desde la sanción del decreto-ley 8912/1977 han adoptado como régimen el
de la propiedad horizontal. La inexistencia de otro instituto jurídico apropiado que
permitiera resolver la necesidad de un complejo de acceso restringido, áreas
comunes de propiedad de todos los copropietarios y administración común, y la
posibilidad de mantener calles o espacios circulatorios en el dominio privado,
llevaron a los promotores de esos complejos a incluirlos en el régimen de la ley
13.512", para finalmente destacar que es criterio general de la doctrina y congresos
especializados, que ese régimen es inapropiado para su aplicación por su mismo
texto y modalidades regulatorias y que por ello se ha entendido atender la realidad
fáctica y jurídica de los clubes existentes, para regular su constitución adoptando
soluciones alternativas en el campo competencial del Poder Ejecutivo Provincial.
Con ese objetivo, el art. 1º del decreto-ley 9404/1986 prescribió que los clubes
de campo que se constituyan conforme al régimen específico del hoy denominado
decreto 8912/1977 y con base en la creación de parcelas de dominio independiente,
debían sujetarse, entre otros, a la existencia de una entidad jurídica que integren o
la que se incorporen los propietarios de cada parcela con destino residencial, la cual
será titular de dominio de las áreas recreativas o de esparcimiento y responsable de
las prestación de servicios generales, previéndose expresamente —inc. b) de dicho
artículo— que sus estatutos deberán incluir previsiones expresas referidas a la
incorporación de los adquirentes de cada parcela, representación, derechos y
deberes de los miembros, administración del club, determinación de las áreas y
espacios que conforman su patrimonio inmobiliario, servicios generales a asumir y
modo de afrontar los gastos comunes, servidumbres reales y restricciones
urbanísticas previstas y toda otra disposición destinada a asegurar el correcto
desenvolvimiento del club, según el proyecto propuesto, aclarándose al respecto
que cuando la entidad promotora sea una asociación civil preexistente, podrá la
misma asumir la titularidad de las áreas comunes y prestar los servicios generales
y en este caso se exigirá la modificación o adecuación de los respectivos estatutos
para contemplar los aspectos consignados en los párrafos precedentes.
Con otras palabras, la organización de los clubes de campo conforme con lo
dispuesto por el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires en su decreto 9404/1986,
se basaba fundamentalmente en la existencia de una entidad jurídica que integran
o a la que se incorporen los propietarios de cada parcela residencial y sus estatutos
debían prever expresamente las normas referidas a la incorporación de los
adquirentes de cada parcela, en lo que respecta a su representación, derechos y
obligaciones.
Por su parte, la inescindible relación entre las parcelas individuales y los espacios
comunes se reiteró en el art. 8º del hoy denominado decreto 9404/86, al establecer
en su primera parte la anotación de una restricción en el registro de la propiedad
inmueble, prescribiendo en su segundo párrafo que dicha afectación implicará que
no podrán transmitirse las parcelas con destino residencial hasta tanto se registre la
adquisición de dominio de las áreas de esparcimiento y circulación a favor de la
entidad jurídica consignada en el art. 1º del referido decreto.
Sin embargo, la necesaria adaptación de los clubes de campo a esta nueva
normativa, y no obstante la desfavorable opinión de los redactores del decreto-ley
9404/1986 sobre el régimen de propiedad horizontal a los fines de la organización
de los clubes de campo, su art. 7º, que contenía un detalle de los documentos

168 
 
necesarios para obtener la convalidación técnica preliminar del anteproyecto de club
de campo, previó, en el inc. k) la documentación necesaria para el caso de optarse
por el régimen reglamentado en el art. 1º del mismo ordenamiento legal, sobre el
cual nos hemos referido en el párrafo anterior, o para el caso de optarse por el
régimen de la ley 13.512, de modo que la posibilidad de continuar con la aplicación
de la esta normativa para la constitución de los clubes de campo continuó vigente.
La vigencia de esta nueva normativa provincial, allá por el año 1986, obligó a la
elección, por parte de los promotores del negocio o a los dueños de sus parcelas a
optar por el molde societario más adecuado a las características de los clubes de
campo, y la elección —que no pudo ser peor— recayó en la modalidad de
sociedades previstas en el art. 3º de la ley 19.550, esto es, las
denominadas "asociaciones bajo forma de sociedad", que son una especie de
artificial combinación entre sociedades y asociaciones civiles, que, por propia
definición, son contratos asociativos incompatibles, por tener una causa final de
constitución y un funcionamiento interno totalmente diferente. Se recuerda al lector
un detalle de suma importancia: la incorporación del art. 3º de la ley 19.550 en el
año 1972 respondió, entre otros motivos, a la necesidad de dar algún tipo de
albergue jurídico a determinados clubes de campo o "country clubes", como se los
conocía por aquellos años, como el "Hindú Club" o el "Tortugas Country Club", entre
otros(216).
La opción de las "asociaciones bajo forma de sociedad" previstas por el art. 3º
de la ley 19.550, a que hacía referencia el decreto 9404/86 fue justificada por alguna
doctrina, con el argumento de que las finalidades a que aspiraba el decreto
reglamentario del por entonces decreto ley 8912 de la Provincia de Buenos Aires
pueden lograrse por esa vía, que permite, en esencial, mantener una suerte de
indivisibilidad jurídica entre el carácter de propietario del inmueble que se adquiere
como de propiedad exclusiva y la calidad de titular del derecho de goce de las partes
comunes. Ello puede lograrse limitando el derecho a la transmisión independiente
de ambas calidades, lo cual resulta de dificultosa configuración si quiere aplicarse a
la transmisión de inmuebles, dado que la prohibición absoluta de enajenar está
prohibida por el entonces vigente art. 9612 del Código Civil y la de enajenar a
persona determinada, además de sus limitaciones, no tendría la eficacia requerida
en este caso(217).
Bien es cierto, como destacan los profesores Favier Dubois —padre e hijo— en
un fundado artículo escrito sobre los clubes de campo(218), que la inserción de las
asociaciones bajo la forma de sociedad en la ley 19.550 tuvo la adhesión de las
autoridades de control y de la jurisprudencia, habiéndose admitido la inclusión en
los estatutos la no distribución de dividendos entre los socios y la ausencia de
derecho a la cuota de liquidación, pero no lo es menos que resulta totalmente
incompatible, a mi juicio, la conciliación entre dos negocios asociativos de muy
diferente naturaleza y nada puede justificar la aplicación de una ley, destinada a
regir un contrato particular, a una situación anómala que no encuentra en la
legislación argentina no solo una normativa más adecuada, sino que la misma es
manifiestamente incompatible con la institución que se pretende regular.
Recuérdese al respecto que uno de los redactores de la ley 19.550, y quien por
entonces se desempeñaba como Inspector General de Justicia, el Dr. Enrique
Zaldívar, justificó la inclusión del art. 3º de la ley 19.550 sosteniendo que se trataba
de situaciones anómalas originadas en motivos de orden práctico, consistente en
posibilitar que en caso de disolverse la entidad su patrimonio pasare a manos de los
accionistas (lo cual es inadmisible en materia de asociaciones civiles) y por otra
parte, entregar a los "accionistas", un título que le asegure su parte en la liquidación.

169 
 
Ello constituyó un gravísimo error, porque se mezcló el agua con el aceite, pues
mal puede asimilarse una asociación civil a una sociedad comercial, donde la causa
de dichos contratos asociativos son diametralmente opuestas: en las primeras no
existe propósito de lucro ni la menor posibilidad de distribución de las ganancias
entre los asociados, a diferencia de lo que acontece con las sociedades, donde es
impensable sostener su existencia sin el propósito de lucro de sus integrantes, a
punto tal que, como hemos visto, el art. 1º de la ley 19.550 incluye las expectativas
de ganancias como uno de los requisitos de la existencia misma de una sociedad
comercial.
Pero además existen otras diferencias sustanciales e inconciliables entre las
asociaciones civiles y las sociedades comerciales, que se presentan en materia del
régimen del capital social de la entidad, en torno al destino del patrimonio social en
caso de liquidación, en la transmisibilidad del carácter de miembro, en la formación
de la voluntad social y en el valor del derecho del voto del socio y asociado a los
fines de la formación de la voluntad social y en la necesidad, por parte de las
asociaciones civiles, de requerir expresa autorización del Estado para funcionar
como tales, hoy ratificada por el art. 169 del Código Civil y Comercial de la Nación.
Son tantas y tan variadas las diferencias entre una y otra figura, que la jurisprudencia
de nuestros tribunales han hecho verdaderos esfuerzos para compatibilizar la
finalidad de las asociaciones con los principios que gobiernan a la sociedad
comercial, sin llegar a resultados satisfactorios, a punto tal de admitirse que el art.
3º de la ley 19.550 padece de una fuerte asistematicidad, en tanto resulta
conceptualmente incompatible con el campo delimitativo que para la materia
societaria mercantil determina el art. 1º de la ley 19.550(219). Se sostuvo también, al
efecto de aclarar los efectos del referido art. 3º de dicho ordenamiento, que la
sujeción de las asociaciones constituidas bajo forma de sociedad solo están
referidas a la estructura interna del ente y no al modo, sentido y comprensión de sus
conflictos por los jueces que en realidad deben juzgar como si se tratara de una
asociación residencial y deportiva(220). Finalmente, no puede dejar de mencionarse
la doctrina sentada en el caso "Country Ranch Sociedad Anónima c/ Pollarsky
Ricardo H. s/ ordinario", del 23 de agosto de 2000, donde se afirmó que la
organización encuadrada como una asociación que ha adoptado el tipo de sociedad
anónima, conforme lo dispuesto por el art. 3º de la ley 19.550, constituye un
esquema que produce dificultades en orden a compatibilizar la organización
societaria con los principios asociativos(221).
Pero no solo la Justicia tuvo problemas en torno a las asociaciones bajo forma
de sociedad, y la Inspección General de Justicia se dedicó a este problema en la
resolución 127/2005, dictada en el expediente administrativo "San Isidro Golf Club",
del 26 de enero de 2005, en donde se sostuvo textualmente que "Resulta imposible
compatibilizar a las sociedades comerciales con las asociaciones civiles, pues ellas
solo tienen en común su carácter de contrato asociativo o contrato plurilateral de
organización, pero allí termina toda semejanza, en tanto la causa final de una y otra
figura legal es sustancialmente diferente y por lo tanto incompatible". Se dijo también
en dicho precedente administrativo que "No puede coincidirse con el argumento de
que la solución prevista por el art. 3º de la ley 19.550 constituya una variante de la
simulación lícita bajo la técnica del "negocio jurídico indirecto", pues si bien la figura
de la simulación lícita aparece mencionada en el art. 957 del Código Civil, mal puede
derivarse de lo dispuesto por ella un argumento exclusivo y mucho menos decisivo
para justificar la legitimidad de las asociaciones bajo forma de sociedad. Debe
tenerse muy en cuenta que el art. 957 del Código Civil dispone que "La simulación
no es reprobada por la ley cuando a nadie perjudica ni tiene un fin lícito", lo cual
indica que dicha norma no consagra a la simulación lícita como una categoría legal

170 
 
ni alienta la celebración de semejante tipo de operaciones, sino que solo se abstiene
de reprobarla", concluyendo el Organismo de Control haciendo las siguientes
afirmaciones: "No resulta admisible partir de la simulación, reprobada o no por la ley,
para efectuar una construcción jurídica ni para fundamentar la legalidad de un
determinado instituto, pues la simulación es siempre un engaño. Así lo ha precisado
Mosset Iturraspe cuando, precisando las diferencias entre las llamadas simulación
lícita o ilícita, sostuvo, con respecto a la primera que "en ella hay engaño pero no
perjuicio".
La doctrina no se ha quedado atrás con las críticas a la figura de las asociaciones
civiles bajo forma de sociedad. Para Facundo Biagosch, autor de un proyecto de ley
sobre asociaciones civiles, las asociaciones bajo forma de sociedad solo encuentran
justificación si se las encuadra dentro de los conceptos de negocios jurídicos
indirectos, simulaciones lícitas o negocios fiduciarios, llegando a la conclusión de
que a pesar de las opiniones favorables de los legisladores de 1972, la asociación
destinada a la administración de las partes comunes en los clubes de campo, donde
la figura del art. 3º de la ley 19.550 encontró su marco, es en realidad una simple
mandataria de los propietarios, que actúa como fideicomisario de un dominio
fiduciario de los bienes comunes y como administradora de dichos bienes en cuanto
a su uso, mantenimiento, conservación y ampliación, recaudadora de los impuestos,
ejecutora de las obras y prestadora de los servicios(222).
En el mismo sentido, sostiene Daniel Vítolo que la norma contenida en el art. 3º
de la ley 19.550 es sumamente desacertada, pues desnaturaliza en forma absoluta
el concepto de sociedad comercial, permitiendo que una estructura jurídica de
categoría, como lo es la sociedad comercial, pueda ser utilizada a diversos efectos
y con distintos alcances para el cumplimiento de sus fines, que en nada se
relacionan con el concepto contenido en el art. 1º y que es lo que delimita el concepto
de "sociedad comercial"(223). Con la misma orientación, Alberto Víctor Verón se
encargó de ratificar la incongruencia en la finalidad de las asociaciones la violación
al principio de tipicidad que implica la norma en análisis, cuestionando severamente
su una asociación puede dejar de ser tal para convertirse en una sociedad y que
solo se acude a esta figura ante la ausencia de normas claras y precisas del Código
Civil(224).
Por nuestra parte y junto con la escribana María Acquarone, habíamos
propuesto, en el VI Congreso Nacional de Derecho Societario celebrado en la ciudad
de Mar del Plata, en el año 1995, la derogación inmediata del art. 3º de la ley 19.550,
atento su total incongruencia con los principios que gobiernan dicho ordenamiento
legal.
Como no podía ser de otra manera, esta confusión normativa generó en la
práctica todo tipo de inconvenientes, pues como dice el viejo refrán, en aguas
revueltas, siempre ganan los pescadores. Así, no fueron pocos los casos que se
presentaron en Tribunales, donde los adquirentes de lotes e integrantes de la
persona jurídica que se encontraba a cargo de la administración de las partes
comunes del emprendimiento, debieron soportar en forma exclusiva el pago de las
expensas comunes y contribuciones a los gastos correspondientes, obligaciones
que habían sido objeto de expresa liberación para los "emprendedores" que no eran
otros que los dueños de las tierras sobre los cuales se asentaba el club de campo y
cuyas parcelas estaban pendientes de venta, que por lo general —vaya
casualidad— coincidían con las autoridades y con el grupo de control de la entidad
administradora, configurándose claramente un caso de abuso de derecho y
enriquecimiento sin causa, que motivó, en sede judicial, la promoción de un
importante número de pleitos.

171 
 
Puede afirmarse en consecuencia que, con la sanción del Código Civil y
Comercial de la Nación, la polémica ha quedado zanjada y que la utilización de la
figura de las "asociaciones bajo forma de sociedad" no podrán ser más utilizadas a
los fines de reglamentar las relaciones jurídicas emergentes de los clubes de campo,
pues rige para ellos la normativa dedicada a los "Conjuntos inmobiliarios", previstos
en los arts. 2073 a 2113 del referido ordenamiento legal, que comprende, dentro del
referido concepto, a los clubes de campo, barrios cerrados, parques industriales,
empresariales o náuticos, o cualquier otro emprendimiento urbanístico
independiente del destino de vivienda permanente o temporaria, laboral, comercial
o empresarial que tenga, comprendidos asimismo aquellos que contemplan usos
mixtos, con arreglo a lo dispuesto en las normas administrativas locales (art. 2073
del CCyCN).
En cuanto a su marco legal, el art. 2075 del Código Civil y Comercial de la Nación
dispone en su segundo párrafo, que todos los conjuntos inmobiliarios deben
someterse a la normativa del derecho real de propiedad horizontal establecidas en
el Título V del Libro Cuarto (Derechos Reales), aunque aclarando que ello lo será
sin perjuicio de las modificaciones que establece el capítulo referido a los conjuntos
inmobiliarios, a los fines de conformar un derecho real de propiedad horizontal
especial, disponiéndose asimismo que los conjuntos preexistentes que se hubieran
establecido como derechos personales o donde coexistan derechos reales y
derechos personales, se deben adecuar a las previsiones normativas que regulan
este derecho real.
Diversos artículos establecen algunas particularidades de los clubes de campo.
En primer lugar, el art. 2076 CCyCN prescribe que son necesariamente comunes o
de uso común las partes y lugares del terreno destinadas a vías de circulación,
acceso y comunicación, áreas especificas destinadas al desarrollo de actividades
deportivas, recreativas y sociales, instalaciones y servicios comunes, y todo otro
bien afectado al uso comunitario, calificado como tal por el respectivo reglamento
de propiedad horizontal que regula el emprendimiento. En segundo lugar, el art.
2078 se refiere a las facultades y obligaciones del propietario, estableciendo que
"cada propietario debe ejercer su derecho dentro del marco establecido en la
presente normativa, con los límites y restricciones que surgen del respectivo
reglamento de propiedad horizontal del conjunto inmobiliario, y teniendo en miras el
mantenimiento de una buena y normal convivencia y la protección de valores
paisajísticos, arquitectónicos y ecológicos". Del mismo modo, el art. 2081 prevé
expresamente que los propietarios están obligados a pagar las expensas, gastos y
erogaciones comunes para el correcto mantenimiento y funcionamiento del conjunto
inmobiliario en la proporción que a tal efecto establece el reglamento de propiedad
horizontal. Dicho reglamento puede determinar otras contribuciones distintas a las
expensas legalmente previstas, en caso de utilización de ventajas, servicios o
instalaciones comunes por familiares o invitados de los titulares.
Finalmente, y en lo que interesa a esta problemática, el art. 2085 —siempre del
Código Civil y Comercial de la Nación—, prevé que el reglamento de propiedad
horizontal puede prever limitaciones, pero no impedir la libre transmisión y
consiguiente adquisición de unidades funcionales dentro del conjunto inmobiliario,
pudiendo establecer un derecho de preferencia en la adquisición a favor del
consorcio de propietarios o del resto de propietarios de las unidades privativas.
Queda pues en claro que la normativa actualmente aplicable a los clubes de
campo son en primer lugar, los arts. 2073 a 2096 del Código Civil y Comercial de la
Nación, referidos a los "conjuntos inmobiliarios" y, supletoriamente, las normas
referidas a la propiedad horizontal (arts. 2037 a 2069), resultando también

172 
 
indiscutible que, con la vigencia de dicho ordenamiento legal, queda sin efecto
cualquier otro ordenamiento legal al cual el referido emprendimiento inmobiliario
haya estado sujeto y al respecto esta nueva legislación no deja margen de dudas.
De manera tal que, si se trata de la constitución de uno de los conjuntos
inmobiliarios previstos en el art. 2073, entre los cuales se encuentran los clubes de
campo, ellos deben someterse a la normativa del derecho real de propiedad
horizontal especial, con las modificaciones que establece el Título VI, referido
precisamente a los "conjuntos inmobiliarios" Si, por el contrario, nos encontramos
en presencia de un conjunto de esta naturaleza que fuera preexistente, en las que
"se hubieran establecido como derechos personales o donde coexistan derechos
reales y personales", tal lo que acontece cuando el emprendimiento está sometido
a un esquema societario, éste debe adecuarse a las previsiones normativas que
regulan el derecho real de propiedad horizontal.
En conclusión: las "asociaciones bajo forma de sociedad" no pueden hoy
configurar el molde jurídico para regir las relaciones entre los miembros de un club
de campo, pues como lo recuerda Pilar Rodríguez Acquarone, la ley general de
sociedades reitera en su art. 1º el concepto de empresa o "hacienda empresaria"
detrás del encuadra jurídico societario, como fundamento, contenido y sustrato del
marco jurídico, con lo cual no habría desde el punto de vista de la definición
estrictamente legal, una sociedad sin un emprendimiento, sin un negocio en
actividad que requiera la forma estructural de la sociedad. Si a ello se le suma que,
teniendo en cuenta que el objeto preciso y determinado se encuentra también
regulado en la parte general de personas jurídicas del art. 156 del Código Civil y
Comercial de la Nación, es evidente que el legislador ha querido que las
asociaciones civiles tengan una actividad encuadrada en un objeto que no sea
contrario al interés general o al bien común, de lo cual surge, con igual evidencia,
que las conocidas "asociaciones bajo forma de sociedad" carecen actualmente de
validez, pues las sociedades denominadas "patrimoniales" no podrían subsistir ya
que no tendrían ninguna actividad, toda vez que poseer bienes no encuadra
precisamente en la fórmula utilizada por el art. 1º de la ley 19.550, en cuanto requiere
que toda sociedad se dedique a la "producción e intercambio de bienes y servicios"
ni desarrollar tampoco una actividad encaminada al bien común o al interés
general(225).
Lo ideal hubiera sido que el Código Civil y Comercial hubiera establecido un
plazo para proceder a la adecuación al régimen de propiedad horizontal especial
previsto para los conjuntos inmobiliarios, el cual, como podrá el lector imaginar,
puede insumir varios meses de tramitación, entre la declaración de disolución de la
sociedad, la redacción y aprobación del reglamento de copropiedad y la inscripción
de éste en el Registro Inmobiliario correspondiente, pero lo cierto es que la intención
del legislador es clarísima al respecto y que, a pesar del silencio de dicho cuerpo
legal, a partir de su vigencia, el día 1º de agosto de 2015, las autoridades de la
sociedad o asociación bajo forma de sociedad deben proceder, sin demoras, a
celebrar todos los actos jurídicos necesarios para llevar a cabo esa adecuación. De
lo contrario, cualquier accionista o integrante de la entidad bajo la cual está
organizado el club de campo, podrá requerir la convocatoria judicial a la asamblea
para adoptar las medidas necesarias para cumplir con la nueva legislación, esto es,
la disolución de la sociedad o asociación civil por imposibilidad de cumplir su objeto
(art. 94 inc. 4º ley 19.550 y art. 163 inc. c] según fuere el caso) y la redacción por
parte de todos los copropietarios del respectivo reglamento, como lo manda el art.
2038 del Código Civil y Comercial de la Nación, el cual podrá redactarse en la misma
asamblea, pues no debe olvidarse al respecto que la liquidación de dicha sociedad

173 
 
o asociación es consecuencia de una nueva disposición legal que provoca la
imposibilidad del cumplimiento del objeto social, de modo que el procedimiento
liquidatorio de dicha entidad puede ser llevado a cabo mediante la redacción e
inscripción del reglamento de copropiedad en el registro inmobiliario, sin perjuicio de
la inscripción de la cancelación de la sociedad en los términos del art. 112 de la ley
19.550.
Algunos autores sostienen que, con respecto a los conjuntos inmobiliarios
preexistentes que se hubieren constituido bajo el moldo de alguna figura asociativa,
que deben necesariamente adecuarse a las previsiones normativas que regulen la
propiedad horizontal especial prevista por el Código Civil y Comercial de la Nación
(art. 2075), podría existir una afectación al derecho adquiridos de los propietarios de
lotes, amparados por garantías constitucionales(226), pero comparto con Causse y
Pettis que la sola circunstancia de imponerse la mentada adecuación no da lugar a
cuestión constitucional alguna, máxime cuando la Corte Federal ha sostenido
reiteradamente que nadie tiene derecho adquirido al mantenimiento de leyes o
reglamentos, si a su inalterabilidad(227).
La inactividad del órgano de administración de la sociedad en torno a la
"adecuación" del club de campo al régimen previsto por el art. 2075 del Código Civil
y Comercial de la Nación constituye suficiente causal de remoción de sus
integrantes, pues dicha demora puede afectar derechos fundamentales que este
nuevo ordenamiento legal y especial confiere a los socios o accionistas devenidos
en copropietarios.
Es importante destacar que el art. 2075 del Código Civil y Comercial de la Nación
no habla de "transformación de pleno derecho" respecto de la asociación civil bajo
la forma de sociedad en consorcio de propiedad horizontal, como lo hace el art. 94
bis de la ley 19.550, luego de la sanción de la ley 26.994, sino de adecuación de los
conjuntos inmobiliarios preexistentes al régimen de propiedad horizontal especial,
pero de ello no puede derivarse, como sostiene Eduardo Favier Dubois(228), que esa
"adecuación" se podrá lograr conservando el club de campo el régimen asociativo
original con la redacción de un reglamento que consagre los derechos previstos en
la normativa especial dedicada a los conjuntos inmobiliarios y en subsidio, al
derecho real de propiedad horizontal, pues esta orientación se da de bruces con la
intención de los redactores del Código Civil y Comercial de la Nación, que parece
descartar definitivamente esa controvertida y poco clara fusión de derechos reales
y personales que había encontrado respaldo legal en la por entonces ley 8912/1977
de la Provincia de Buenos Aires y su posterior decreto reglamentario 9404/1986 y
que tantos litigios provocó en el ámbito de los tribunales.
Nos parece evidente, al respecto, que mal puede utilizar, el codificador, el
instituto de la "transformación de pleno derecho" de una persona jurídica por otra,
pues esa especie de transformación no está prevista por los arts. 74 a 81 de la ley
19.550 y es totalmente incompatible con el procedimiento legal que impone esta
forma de reorganización societaria que impone decisiones internas del órgano de
gobierno de la sociedad y posteriores inscripciones registrales para tornarla oponible
a terceros. La doctrina ha criticado, con todo fundamento, esta novedosa especie
de transformación que ahora legisla el art. 94 bis de la ley 19.550(229).
Pero de ello no se deriva —un muchísimo menos— que la "adecuación" del
conjunto inmobiliario constituido bajo la forma de una sociedad pueda continuar
como tal, con el solo recurso de elaborar un específico reglamento con algunos
derechos propios del régimen de propiedad horizontal, pues de lo contrario
volvemos a incurrir en la utilización de una forma jurídica equivocada para encuadrar

174 
 
a la naturaleza jurídica de los clubes de campo, toda vez que el Código Civil y
Comercial de la Nación ha dispuesto, en forma por demás categórica, que ellos
deben regirse por el derecho de propiedad horizontal especial previsto en su Título
VI del Libro Cuarto. Esta es la conclusión que surge del mismo texto del tercer
párrafo del art. 2075 del referido ordenamiento legal, que parece descartar la
existencia de conjuntos inmobiliarios preexistentes que se hubiesen establecido
como derechos personales o donde coexistan derechos reales o personales, como
lo fueron los emprendimientos constituidos bajo la forma de asociaciones bajo forma
de sociedad. Basta recordar al respecto, para así concluir, que a los fines de la
interpretación de la ley, el art. 2º del Código Civil y Comercial de la Nación, prevé
que debe tenerse en cuenta sus palabras y finalidades y no parece que este cuerpo
legal, a tenor de lo dispuesto por el art. 2075, que se dedica especialmente a aclarar
el marco legal de los conjuntos inmobiliarios, pueda imponer otra conclusión que no
sea la prevista por dicha norma.
Aclarado entonces que la "adecuación" al régimen de propiedad horizontal
especial es obligación perentoria de los administradores u órgano de administración
de las sociedades o asociaciones bajo forma de sociedad bajo cuyo régimen está
organizado el club de campo y que su demora puede no solo provocar la promoción
de una acción judicial de convocatoria del órgano de gobierno para llevar a cabo
este nuevo encuadramiento legal por parte de cualquier integrantes de dicha
entidad, sino también causal suficiente de remoción de los integrantes de su órgano
de administración y fiscalización, debe puntualizarse que, para el caso de no llevarse
a cabo esa reorganización, existen expresas disposiciones del nuevo Código Civil y
Comercial de la Nación que deben ser aplicadas de inmediato, a partir de la vigencia
de este nuevo ordenamiento legal, atento su carácter imperativo (art. 150 CCyCN),
las que han sido destacadas por la doctrina, entre las cuales se encuentran: a) Las
normas sobre derecho de admisión y los recursos del accionista vendedor ante la
negativa a la autorización de la transferencia de una unidad privada (art. 2085); b)
La norma que obliga a todo desarrollador a pagar las expensas de los lotes que sea
propietario (art. 246 inc. c]); c) La que dispone el cese del administrador designado
en el reglamento de copropiedad en caso de no ser ratificado en la primera asamblea
de copropietarios (art. 2066); d) La disposición que obliga a realizar una asamblea
dentro de los 90 días desde el momento que se encuentren ocupadas el cincuenta
por cuento de las unidades (art. 2066) y f) La norma que exige mayoría absoluta de
propietarios, contador por número de unidades mas parte indivisa (art. 2066) para
reformas u obras nuevas sobre partes comunes, previo informe técnico (art.
2051)(230).
Cabe finalmente preguntarse si puede eximirse al desarrollador del
emprendimiento, a cargo de la venta de las parcelas del club de campo, a tenor de
lo dispuesto por el art. 2049 último párrafo del Código Civil y Comercial de la Nación,
inserto en el Título V del Libro IV, en cuanto dispone que el Reglamento de
Propiedad Horizontal puede eximir parcialmente de las contribuciones por expensas
a unidades funcionales que no tiene acceso a determinados servicios o sectores del
edificio que general dichas erogaciones, y la respuesta no pude ser sino negativa,
por las siguientes razones: 1) Dicha norma se encuentra ubicada en el capítulo
referido a las facultades y obligaciones de los propietarios del consorcio de
propiedad horizontal, que es normativa de aplicación supletoria a los conjuntos
inmobiliarios; 2) Debe repararse que esta disposición legal se refiere expresamente
a "edificios" y no a los conjuntos inmobiliarios, de naturaleza y relaciones
obligacionales mucho más compleja que las que derivan del consorcio de
propietarios de un edificio regido por las normas del derecho real de propiedad
horizontal; 3) Finalmente, y debiendo recordarse que los conjuntos inmobiliarios

175 
 
constituyen un derecho real diferente a la propiedad horizontal (art. 1887 del
CCyCN) y que siendo las normas de la propiedad horizontal de aplicación supletoria
a aquellos emprendimientos, que cuentan con una legislación específica (arts. 2073
a 2086), es dirimente, para resolver esta cuestión que el art. 2081 —referido a los
gastos y contribuciones que deben soportar los propietarios, los cuales están
obligados a pagar las expensas, gastos y erogaciones comunes para el correcto
mantenimiento y funcionamiento del conjunto inmobiliario en la proporción que a tal
efecto establece el reglamento de propiedad horizontal— no reproduce la excepción
prevista en el art. 2049, último párrafo del Código Civil y Comercial de la Nación.
 

Sección II - De la forma, prueba y procedimiento

ART. 4º.—
Forma. El contrato por el cual se constituya o modifique una sociedad, se
otorgará por instrumento público o privado.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 5º a 7º, 12, 28, 84, 165; LSC Uruguay: art. 6º.

§ 1. Formalidades del contrato de sociedad. Forma escrita.


Constitución y reformas
Como primer requisito formal previsto para el contrato de sociedad, la ley
19.550 exige la forma escrita, al disponer que el contrato por el cual se constituya o
modifique una sociedad se otorgará por instrumento público o privado.
Los otorgantes pueden, en consecuencia, optar por uno u otro medio, salvo para
los supuestos de sociedades por acciones, que necesariamente deben constituirse
por instrumento público, de conformidad a lo dispuesto por el art. 165. Se apartó así
la ley 19.550, y por decisión del Ministerio de Justicia, de la solución proyectada por
la Comisión Redactora que ratificaba en el art. 165 la opción ya prevista por el art.
4º en análisis, manteniendo la ley, por el contrario, el antiguo criterio del art. 289 del
Cód. Com., que establecía que las sociedades anónimas y en comandita por
acciones debían constituirse por instrumento público.
Sin embargo, y pese a que el art. 165 de la ley 19.550 se refiere al instrumento
público, lo que autorizaría a recurrir a cualquiera de los actos enumerados por el art.
289 del Código Civil y Comercial de la Nación(231), se interpretó, tanto en sede
judicial como administrativa, que el acto constitutivo debía llegar a la autoridad de
control bajo la forma de escritura pública(232). Así lo decidió la sala B de la Cámara
Comercial el 16 de febrero de 1973 en el caso "Pueyrredón 419 SA"(233), y la
Inspección General de Personas Jurídicas en la resolución general 32/1973,
basados en el argumento de que la aceptación por parte de la autoridad de control

176 
 
de la presentación de estatutos y contratos en instrumentos privados, para su
examen previo y posterior elevación a escritura pública, ocasiona demoras en el
trámite en perjuicio de los interesados, con el consiguiente recargo de las tareas del
organismo.
En su versión anterior a la reforma de la ley 19.550, anterior a la ley
26.994, podía interpretarse que existían supuestos en los cuales la escritura pública
requerida para la constitución de sociedades por acciones, podía ser reemplazada
por las constancias de expedientes judiciales, como acontecía en la situación
descripta por el art. 28 de la ley 19.550, cuando ante la existencia de menores de
edad en supuestos de indivisión hereditaria, el contrato constitutivo debía ser
aprobado por el juez de la sucesión, reemplazándose la escritura pública por las
actas judiciales previstas por el derogado art. 979 inc. 4º del Código Civil. Sin
embargo, ello no parece ya posible, ante la eliminación de esta disposición legal, de
modo que, ante la hipótesis prevista por el art. 28 LGS, deberá redactarse el contrato
de sociedad anónima por instrumento público —en caso de no optarse por la
celebración de una sociedad de responsabilidad limitada— y luego someterse el
mismo a la aprobación judicial. Uno y otro instrumento —escritura de constitución y
auto judicial aprobatorio— deberán ser inscriptos en el Registro Público.
Ahora bien, y tratándose de modificaciones al contrato constitutivo, las partes
pueden optar por uno u otro instrumento, incluso en el caso de sociedades por
acciones, pues si bien ello ha sido largamente discutido por la doctrina, como se
verá al analizar el art. 165 de la ley en análisis, la jurisprudencia de la Capital Federal
es unánime en tal sentido(234). De manera tal que la normativa societaria crea un
sistema propio en cuanto a las formas en materia de sociedades por acciones, y la
especialidad de dicha materia impide que, en el orden de prelación, se aplique sin
más las soluciones previstas por la ley civil: concretamente el art. 1184 del Código
Civil, conforme al cual todos los actos que son accesorios de contratos redactados
en instrumento público deben efectuarse por idéntico instrumento.
Optándose por el instrumento privado para la constitución de sociedades, en
aquellas a las cuales la ley no impone el instrumento público, la ley exige la
ratificación de los otorgantes por ante la autoridad de control, salvo en los casos en
que la firma de aquellos sea autenticada por escribano público u otro funcionario
competente (art. 5º, últ. párrafo). Si uno de los socios no compareciere para su
ratificación, ello no obsta a la inscripción del contrato, pues la oposición para tener
tal efecto debe ser expresa y fundada (art. 6º, segundo párrafo de la ley 19.550),
debiendo entonces citarse personalmente al socio remiso en el plazo que a tal efecto
se fije bajo apercibimiento de llevarse a cabo la toma de razón sin su ratificación(235).

§ 2. La promesa de constituir sociedad.


La promesa de constituir sociedad —también denominado "contrato preliminar
de sociedad" o "precontrato de sociedad"— es, conforme lo han resuelto nuestros
tribunales un convenio en virtud del cual las partes estipulan en el futuro constituir
una nueva persona jurídica, conforme las bases allí especificadas(236).

177 
 
La existencia de la promesa de constituir sociedad presenta dos problemas
diferentes: a) Los derechos de los firmantes de ese precontrato ante el
arrepentimiento de uno de ellos y b) Su diferencia con la sociedad de hecho.
En cuanto al primer problema, si bien la promesa de constituir sociedad configura
un contrato, regido por el art. 995 del Código Civil y Comercial de la Nación,
susceptible de generar derechos y obligaciones entre las partes que se rige por las
normas de las obligaciones de hacer, no parece admisible, al menos como principio
general, que ante su incumplimiento, la parte frustrada pueda requerir la ejecución
forzada del contrato de sociedad, en tanto ello es incompatible con el affectio
societatis, requerido al momento de la constitución de la sociedad, en tanto se trata
de un débito de hacer de naturaleza intuitu personae cuyo incumplimiento solo
puede generar daños y perjuicios(237).
Sin embargo, si la promesa de constituir sociedad deja de ser tal, como
consecuencia de la realización con terceros de cierta actividad en común
comprendida dentro de la actividad que los futuros socios habrían convenido llevar
a cabo, la sociedad debe tenerse por constituida, aún cuando no se haya adoptado
el tipo previsto en aquel contrato ni se hubieran adoptado los requisitos de fondo y
forma propios del tipo social proyectado. En tal caso, la promesa de constituir
sociedad resulta ejecutable judicialmente, pues es de toda obviedad que nadie
podrá invocar la inexistencia de la affectio societatis, cuando ella estuvo presente al
operar como sociedad de hecho.
Salvo este supuesto, y ante la frustración de la promesa de constituir sociedad,
la parte que se considera perjudicada se encuentra con derecho de reclamar la
indemnización correspondiente, quedando a cargo del reclamante la prueba de los
daños y perjuicios padecidos, que conforme jurisprudencia solo alcanza el llamado
daño al interés negativo, salvo que haya mediado dolo por parte del agente
responsable de la frustración de la promesa de constitución de la sociedad, pues
además de ese daño, debe afrontar la pérdida de su sus frustrados consocios
respecto de la posibilidad de recibir un beneficio pecuniario en caso de haberse
perfeccionado y ejecutado el contrato de sociedad y se hubiesen emprendido las
actividades societarias, sujeto al grado de verosimilitud que la ganancia esperada
hubiera podido producir(238).
En cuanto a la distinción entre la promesa de constituir sociedad y una sociedad
no constituida regularmente, todo indicaría que la diferencia entre una y otra figura
radica en la concreción efectiva de los derechos y obligaciones de las partes y en la
exteriorización de la actividad hacia terceros. Si ello ha acontecido, no caben dudas
de que estamos frente a una sociedad de hecho, en donde su régimen legal se
encuentra previsto en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550 (arts. 21 a 26 de
la ley 19.550).
Precisamente y dentro de los pocos precedentes que exhibe la jurisprudencia en
esta materia, se resolvió que la existencia de gastos comunes efectuadas por
quienes firmaron el "precontrato de sociedad" y circunscriptos a la instalación del
negocio (en el caso se trataba de emprendimiento gastronómico) genera
obligaciones propias de una sociedad de hecho, sin que tal convención escrita
implicare la existencia de una sociedad irregular, por no hallarse configurados los
recaudos constitutivos de la misma(239).

178 
 
§ 3. Incumplimiento de los requisitos formales previstos por la ley
19.550. Consecuencias
La omisión de cumplir con los requisitos formales previstos por la ley 19.550 no
determina la nulidad del contrato constitutivo de sociedad, pues ante tal supuesto,
la entidad será considerada como sociedad de hecho o irregular, según haya sido
redactado o no el respectivo contrato y regido en ambos casos por lo dispuesto por
la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550.
En consecuencia, la parte que ha consentido la actuación de la sociedad como
entidad irregular, no podrá invocar la carencia de los requisitos formales propios del
tipo adoptado, a los fines de pedir la nulidad de la sociedad, en tanto en art. 387 del
Código Civil y Comercial de la Nación, que impide accionar de esa manera a quien
hubiese ejecutado el acto cuya declaración de invalidez pretende.
Sin embargo, y siguiendo a Roitman, distinta es la situación en los actos
modificatorios del acto constitutivo, y en tal caso sí resulta aplicable la sanción de
nulidad, ya que, como hemos visto, la invalidez de la modificación del acto
constitutivo por vicio de formas no acarreará la irregularidad de la sociedad, sino que
deberá dejar sin efecto la modificación y la sociedad continuará funcionando como
antes de intentar modificarla(240).

ART. 5º.—
Inscripción en el Registro Público de Comercio. El acto constitutivo, su
modificación y el reglamento, si lo hubiera, se inscribirá en el Registro Público del
domicilio social y en el Registro que corresponda al asiento de cada sucursal,
incluyendo la dirección donde se instalen a los fines del art. 11 inc. 2º.
La inscripción se dispondrá previa ratificación de los otorgantes, excepto cuando
se extienda por instrumento público o las firmas sean autenticadas por escribano
público u otro funcionario competente.
Publicidad en la documentación: Las sociedades harán constar en la
documentación que de ellas emane, la dirección de su sede y los datos que
identifiquen su inscripción en el Registro.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 4º a 7º; 167; leyes 22.315 y 22.316. Resolución General IGJ nº
7/2015, arts. 35, 39, 59, 80 y 81 LSC Uruguay: arts. 7º, 9º, 253.

§ 1. La registración de actos societarios. El Registro Público de


Comercio. Importancia y efectos

179 
 
La función que cumple el Registro Público de Comercio — hoy denominado
"Registro Público" por el Código Civil y Comercial de la Nación — en materia de
publicidad y protección del tráfico mercantil puede ser considerada como
fundamental. Se puede afirmar, como principio general, que la finalidad que cumple
el Registro Público consiste en dar publicidad a los actos que en él se inscriben, a
fin de que los mismos puedan ser oponibles a terceros(241)y que, a partir del momento
de la inscripción de los documentos prescriptos por la ley, éstos no pueden alegar
desconocimiento del contenido del mismo.
La inscripción obligatoria de documentos tiene, a su vez, un fundamento que
hace —esencialmente— al bienestar del comercio y al desenvolvimiento de las
relaciones jurídicas emanadas del contrato de sociedad, ya que interesa al tráfico
mercantil conocer los datos de las personas colectivas que intervienen en él, como
su denominación, domicilio y sede, capital social con que cuenta para cumplir con
sus obligaciones, su régimen de representación etc. El fin del registro, precisamente,
consiste en dar publicidad a todas esas circunstancias(242).
Así pues la inscripción y eventual publicación de los actos societarios constituyen
una protección para los terceros, ante quienes la sociedad no puede desconocer la
asunción de obligaciones por parte de ella, cuando la entidad fue representada por
quien figura en el Registro Público de Comercio como habilitado para obligar a la
entidad, pero debe tratarse de terceros de buena fe, pues la carencia registral no es
invocable por la persona que conoció positivamente, de manera ficta o presumida el
acto sujeto a inscripción(243).
La doctrina distingue, en cuanto a las inscripciones en el Registro Público, la
publicidad formal que otorgan las mismas, en el sentido de hacer conocer a terceros
el contenido del documento inscripto, de la publicidad material o sustancial apta
para hacer producir efectos jurídicos al acto.
La publicidad formal implica la simple notificación a los terceros de la existencia
de un acto de forma tal que ellos no pueden alegar ignorancia de su existencia. La
publicidad sustancial, además de esos efectos, tiene asimismo el de establecer,
desde ese momento, o con efecto retroactivo en algunos casos, la eficacia jurídica
del acto. Los efectos declarativos, constitutivos o saneatorios que otorga esta
publicidad material o sustancial, dependen de lo prescripto en las diferentes
legislaciones positivas. Así, conforme lo sostiene Pavone la Rosa(244), la inscripción
constitutiva, que hace además conocible una determinada situación jurídica, sirve
para fijar el término de iniciación de los efectos del acto registrado, poniéndose como
requisito de eficacia del mismo.
En nuestro derecho, encontramos ejemplos de publicidad sustancial con valor
declarativo en el supuesto de inscripción de los administradores en los términos
del art. 60 de la ley 19.550, pues los mismos pueden ejercer sus funciones desde
que son designados por el órgano de gobierno de la sociedad, independientemente
de toda registración. Ejemplo de publicidad sustancial con efecto constitutivo lo
hallamos en el art. 7º de la ley citada, que sólo considera regularmente constituidas
las sociedades comerciales desde su inscripción en el Registro Público de
Comercio, y finalmente, la ley 19.550 no admite el efecto saneatorio o convalidante
de las registraciones mercantiles, a diferencia de otras legislaciones, de manera tal
que, cualquiera fuese la naturaleza del acto societario inscripto en el Registro
Público de Comercio, siempre resulta procedente su impugnación en sede
judicial(245); a lo sumo y como consecuencia del control de legalidad que se
encuentra a cargo del encargado del mencionado registro, el acto inscripto gozará

180 
 
de una presunción de legitimidad, presunción que no puede ser calificada sino
de "iuris tantum".

§ 2. Evolución histórica del Registro Público de Comercio en


nuestro derecho, hoy denominado Registro Público por el
Código Civil y Comercial de la Nación
Sancionado el Código de Comercio para la Provincia de Buenos Aires en 1857,
y para la República Argentina en 1862, siguiendo la inspiración del Código de
Comercio español de 1829, el codificador le dedicó al Registro Público de Comercio
un Capítulo, a partir del art. 34, donde se contempla su organización, competencia,
funcionamiento y atribuciones del funcionario a su cargo.
Dispone el Código de Comercio, en el art. 34, que el Registro Público de
Comercio funciona "(...) en cada Tribunal de Comercio, a cargo del respectivo
Secretario (...)" en el cual se inscribirán, entre otros documentos, la matrícula de los
comerciantes, las capitulaciones matrimoniales que estos otorguen, las escrituras
de sociedades mercantiles, los poderes otorgados a los factores y dependientes del
principal, las autorizaciones a menores para ejercer el comercio, etcétera.
En tal forma fueron interpretadas las referidas disposiciones legales, hasta que
en el año 1884, al sancionarse el presupuesto correspondiente, en atención al
exceso de trabajo que pesaba sobre la secretaría a cargo del Registro Público de
Comercio, se independizaron tales funciones, encomendándose las mismas a un
Jefe o encargado de Registro, pero sin crearse una ley de organización al
respecto(246). Vale decir, que no obstante lo dispuesto por el Código de Comercio en
su art. 34, el Registro Público de Comercio adquirió vida independiente, con
organización diferente de los tribunales de Comercio de la Capital Federal,
constituyendo el mismo una repartición administrativa, dependiente de la Cámara
de Apelaciones en lo Comercial, presidida por un jefe o director general, hasta que,
por ley 13.998 del 29 de octubre de 1950, por imperio de su art. 74, se desvinculó el
Registro Público de Comercio de la órbita del Poder Judicial, convirtiéndose en un
organismo administrativo dependiente del Poder Ejecutivo de la Nación, lo cual tuvo
vigencia hasta el año 1958.
En 1958, la ley 14.769 cambió radicalmente el panorama, pues mediante ella se
creó el Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Comercial de Registro, el cual
quedó a cargo del Registro Público de Comercio. Dicho juzgado, contaba, a
diferencia de los restantes juzgados comerciales de la Capital Federal, con tres
secretarías, dos de inscripciones y una de archivo, informes y rúbrica de libros.
Estaba a cargo del juez de Registro el control de legalidad de los documentos a
inscribir, e incluso en materia societaria, la ley 19.550 le otorgaba amplias facultades
en tal sentido, al punto tal que podía formular observaciones a los estatutos o sus
modificaciones en los casos de sociedades por acciones, aun cuando estos tuvieren
la conformidad previa de la autoridad de control. Asimismo, la ley 19.550 le concedía
al juez de Registro jurisdicción para dirimir ciertos y determinados conflictos, en caso
de impugnaciones de las valuaciones de los bienes no dinerarios aportados a la
sociedad (art. 52) o en el supuesto de desacuerdos entre los socios para la
designación de aquel que tendrá a su cargo la conservación de los libros y papeles
sociales (art. 112, párrafo 2º) y ello sin perjuicio de señalar sus facultades para dirimir
181 
 
oposiciones en caso de homonimias, reconocidas por la jurisprudencia a fines de
evitar futuros conflictos(247)y en ejercicio de sus funciones de policía mercantil.
Los inconvenientes que presentaba por esos años la registración de actos
societarios se centraba en dos aspectos fundamentales: 1) Las sociedades por
acciones requerían la conformidad administrativa de la autoridad de control (la
Inspección General de Justicia, por entonces denominada Inspección General de
Personas Jurídicas) como requisito previo a su inscripción en el Registro Público de
Comercio, por lo que se efectuaba un doble control de legalidad de los actos cuya
inscripción obligatoria imponía el ordenamiento mercantil, control de legalidad cuyas
pautas no siempre eran coincidentes entre la Inspección General de Justicia y el
Juez Nacional de Primera Instancia en lo Comercial de Registro. 2) Por otro lado, y
hasta la vigencia de la ley 21.357, sancionada varios años después de la ley 19.550,
la ley 19.550 imponía a las sociedades de responsabilidad limitada y a las
sociedades por acciones la publicación íntegra de su contrato constitutivo y
estatutos en el Boletín Oficial, lo cual llegó a demorar más de un año el efectivo
cumplimiento de la registración prevista por el art. 7º de la ley 19.550, sin la cual la
entidad no puede ser considerada como regularmente constituida.
Tal demora produjo en la práctica dos efectos importantes, uno de los cuales
resultó positivo y el otro negativo: el primero fue la importante elaboración de la
doctrina y jurisprudencia en materia de sociedades en formación, cuya distinción con
las sociedades irregulares o de hecho fue necesario efectuar y que luego fue
plasmada por la ley 22.903, cuando reformuló los textos de los arts. 183 y 184 de la
ley 19.550. El efecto negativo, por su parte, radicó en la enorme cantidad de
sociedades que se constituían a los efectos de "mantener en cartera", esto es, no
para dedicarse a la producción de bienes y servicios, sino para venderlas como mera
estructura a quien tuviese necesidad de contar con un ente societario con la mayor
urgencia, no siempre con fines legítimos(248).
Fue entonces que, para agilizar los procedimientos tendientes a obtener una más
rápida inscripción registral de los actos societarios, se apuntó a la necesidad de
evitar el doble control de legalidad en materia de sociedades por acciones,
sancionándose en el mes de octubre de 1980, las leyes 22.315 y 22.316, que
modificaron la ley orgánica de la entonces Inspección General de Personas
Jurídicas (ley 18.805), y que otorgaron a la ahora denominada Inspección General
de Justicia, entre otras funciones, el control exclusivo de legalidad de todos los tipos
sociales, absorbiendo en consecuencia las tareas que en ese sentido ejercía el
Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Comercial de Registro.
Con otras palabras: la ley 22.316 de 1980 puso al Registro Público de Comercio
en manos de la Inspección General de Justicia, volviendo aquel a sede
administrativa. Dicha ley se orientó en el mismo sentido que la ley 9118, de la
Provincia de Buenos Aires, que centralizó en la Dirección de Personas Jurídicas de
dicha provincia, el control de legalidad en materia societaria.

§ 3. ¿Control administrativo o judicial de los contratos de sociedades


mercantiles?

182 
 
Mucho se escribió por entonces, allá por los años 1979 y 1980, cuando se
trasladó el control de legalidad de los actos societarios de la órbita judicial a sede
administrativa. Para algunos, entre quienes me contaba por aquel entonces, junto
con autores como Vítolo, Favier Dubois (h), Oscar Cesaretti y otros, cuestionamos
los fundamentos esgrimidos para eliminar el control de legalidad por parte del poder
judicial, que a nuestro juicio no resultaban convincentes, por cuanto éste ofrecía
mayor garantía de competencia técnica, argumentando que un juez especializado
en lo comercial y en particular en lo registral era más idóneo que un funcionario
administrativo, ofreciendo, a título de ejemplo, todo lo relacionado con los arts.
119 y 123 de la ley 19.550, el primero de los cuales se refiere a las sociedades
constituidas en el extranjero bajo un tipo desconocido por las leyes de nuestro país,
y el segundo a sociedades extranjeras que constituyen en este filiales o sucursales.
Pensábamos, en torno a estas cuestiones, que las sociedades constituidas en el
exterior deben acreditar ante el juez de Registro (conforme a los términos de la Ley
de Sociedades) que se han constituido de acuerdo con la ley de su origen y el
magistrado ordenar entonces la inscripción en el Registro Público de Comercio de
los contratos y demás documentos de la firma extranjera, lo cual era susceptible de
promover complejas cuestiones de derecho internacional privado, que resultaba
preferible estén en manos del Poder Judicial.
Por otro lado, sostuvimos que el régimen judicial impide la existencia de
interferencias de carácter político en la decisión registral, en virtud de la inamovilidad
de los magistrados y su autonomía de juzgamiento, por no estar sujetos a órdenes
ni instrucciones de ningún tipo, aun de tribunales superiores. Los funcionarios del
Poder Ejecutivo, por el contrario, no se encuentran sujetos a esa libertad y deben
responder a la orientación de la política implementada por el referido poder.
Del mismo modo, estábamos convencidos que el control de legalidad ejercido
por el juez de Registro constituía por otro lado, una actividad de carácter
jurisdiccional; sus pronunciamientos se realizan a través del examen de normas de
fondo y forma. La adopción de un sistema reglamentarista —ley 19.550— donde la
ley fija requisitos que, cumplidos y verificados, otorgan la personalidad jurídica al
ente, hace necesario que el cumplimiento de los mismos y la observancia de la ley
sean examinados por el Poder Judicial. No debe olvidarse que la ley 19.550 otorga
a la registración del contrato de sociedad carácter constitutivo, el cual crea
un status nuevo respecto de la persona jurídica, equiparable a las sentencias de
adopción y ciudadanía, que crean una situación nueva de carácter jurídico respecto
de la persona física. Por ello, la importancia y complejidad de esas cuestiones,
unidas a la intensidad de los efectos de la resolución, hacen necesaria la actuación
de un juez.
Pero lo cierto es que, pese a las críticas efectuadas(249), el Registro Público de
Comercio fue efectivamente trasladado a la órbita del Ministerio de Justicia en el año
1980, y justo es reconocerlo, la Inspección General de Justicia ha cumplido sin
fisuras ni reproches el rol asignado al registrador mercantil por el art. 34 del Código
de Comercio, aunque debe advertirse que la ley 22.316, que así lo dispuso, no tuvo
alcance federal, por lo que algunas provincias de la República Argentina aún
mantienen al Registro Público de Comercio dentro de la órbita judicial, a cargo de
un Juez de Registro, llegándose al extremo, como sucede en algunas Provincias,
que existe una sola autoridad de control y Juzgados de Registro en cada jurisdicción
judicial en que se divide la provincia, lo cual impide la necesaria unificación de
criterios en materia de control de legalidad y policía del tráfico mercantil.
Por otro lado, las facultades con que cuenta la Inspección General de Justicia de
la Ciudad de Buenos Aires, regida por la ley 22.315, permite ejercer dichas

183 
 
funciones con mayor idoneidad, en tanto cuenta con un cuerpo de inspectores
especializados que permiten investigar con total idoneidad las denuncias formuladas
por los interesados, así como formular ante el Poder Judicial, autoridades
administrativas o policiales, las correspondientes denuncias, cuando los hechos en
que conociera pudieran dar lugar al ejercicio de la acción pública. Del mismo modo,
y al ejercer el control de legalidad y el poder de policía sobre el tráfico mercantil,
puede declarar irregulares e ineficaces a los efectos administrativos los actos
sometidos a su fiscalización, cuando sean contrarios a la ley, el estatuto o los
reglamentos (art. 6ºley 22.315), lo cual supone el ejercicio de facultades mucho más
amplias de las que tenía el Juez de Registro, el cual solo podía denegar la
inscripción de un determinado acto societario, en ejercicio de su control de legalidad.
Finalmente, y creo que esto es definitivo para sostener la conveniencia de
mantener el control societario en manos administrativas, que dicho Organismo se
encuentra facultado a dictar los reglamentos que estime adecuados y a proponer al
Poder Ejecutivo Nacional, a través del Ministerio de Justicia de la Nación, la sanción
de las normas que, por su naturaleza, excedan sus facultades (art. 11 inc. c] de la ley
22.315) y ello a diferencia del Juez de Registro, para quien, como magistrado de la
Nación, regía, hasta su derogación por la ley 26.994, lo dispuesto por el art. III del
Código de Comercio, conforme al cual se prohíbe a los jueces expedir disposiciones
generales o reglamentarias, debiendo limitarse siempre al caso especial de que
conocen.

§ 4. La constitución de sociedades por instrumento privado. La


certificación de firmas
Dispone el art. 5º de la ley 19.550 que, cuando el contrato constitutivo de la
sociedad se hubiese redactado por instrumento privado —lo cual es admisible para
todos los tipos societarios menos para las sociedades por acciones— la registración
se efectuará previa ratificación de los otorgantes ante el juez que la disponga o las
firmas de los mismos haya sido autenticada por escribano público u otro funcionario
competente.
Ha dicho la jurisprudencia sobre el particular que no cabe exigir la ratificación
previa de los otorgantes ante el encargado del Registro, por más que los signatarios
del instrumento lo hubiesen firmado en forma sucesiva y así resulta de las
actuaciones notariales(250).
El problema que plantea la necesidad de ratificar las firmas del acto constitutivo
de la sociedad ante el encargado del Registro Público de Comercio, cuando aquellas
no fueron certificadas por escribano público, radica en las consecuencias que
implica la negativa de uno de los otorgantes a comparecer a tales fines.
La Inspección General de Justicia, en un antiguo precedente, ha entendido que
ella carece de facultades para citar a los signatarios de un instrumento a inscribir
registralmente para que reconozcan sus firmas, bajo apercibimiento de tenerlas por
válidas(251), lo cual me parece criterio equivocado, pues si la jurisprudencia ha
reiterado que la oposición prevista por el art. 6º segundo párrafo de la ley
19.550 debe ser necesariamente fundada, mal podría constituir un obstáculo para
la inscripción del acto la mera incomparencia de cualquiera de los otorgantes del

184 
 
mismo. Por el contrario, y entendiendo como excepcional el derecho de
arrepentimiento previsto por el art. 6º segundo párrafo de la ley 19.550, estimo
procedente el apercibimiento de inscribir el contrato en caso de silencio por parte
del otorgante remiso.
Roitman ha manifestado su desacuerdo con mi orientación, entendiendo que
ante la oposición de un socio para ratificar su firma ante la autoridad de control, la
cuestión debe resolverse en daños y perjuicios, toda vez que esa actitud revela una
absoluta falta de affectio societatis que impide la inscripción forzada de la sociedad.
No compartimos esta manera de ver las cosas, pues no se trata de una promesa de
constituir sociedad, sino de un contrato firmado por el socio que luego se niega a
ratificar su firma ante el organismo de inscripción. Es obvio que mal puede invocar
falta de affectio societatis quien ha firmado el contrato constitutivo, pues el
consentimiento del socio a participar en la sociedad no se presta con la ratificación
de la firma ante un organismo administrativo sino con la signatura al pie del contrato
de sociedad. La ratificación de firmas no consiste en otra cosa que un dispositivo de
seguridad que ha sido establecido para asegurar la veracidad de los documentos
inscriptos en el Registro Público, pero no una "ratificación" del consentimiento de
quienes suscribieron el mismo.

§ 5. Inscripción de reglamentos
Los reglamentos que complementan el contrato de sociedad comercial deben
también ser inscriptos en el Registro Público de Comercio (art. 5º primer párrafo de
la ley 19.550). Se trata, el reglamento, de un instrumento destinado a regir el
funcionamiento de los órganos sociales o los derechos de los socios en aquellos
aspectos no previstos por la ley ni en el acto constitutivo(252).
Si bien la existencia de un reglamento no es práctica corriente, ellos suelen existir
en caso de sociedades de componentes, dedicadas a la explotación de transporte
automotor urbano, de gastronómicos, centros comerciales y clubes de campo,
donde por lo general se reglamenta de una manera minuciosa el pago de las
expensas comunes por parte de los socios.
Los efectos de la ausencia de registración del reglamento depende de la
oportunidad en que dicho documento es presentado a su toma de razón. Si no se
acompaña con el contrato constitutivo o estatuto, a pesar de que éste hace
referencia a la existencia de un reglamento, sus cláusulas no serán oponibles ni
siquiera entre los socios (art. 7º de la ley 19.550). Si por el contrario, la inscripción
del reglamento es posterior, los efectos de la registración del reglamento son
similares a las de las inscripciones declarativas, resultando inaplicables al caso la
norma del art. 12 de la ley 19.550, pues el reglamento no implica una modificación
del contrato social, sino la regulación de ciertos aspectos del funcionamiento del
ente(253).

185 
 
§ 6. Inscripción de sucursales
También debe inscribirse el contrato social en todas las jurisdicciones en donde
la sociedad instale sucursal, aunque, a diferencia del derogado régimen, no existe
sanción alguna para el caso de que no lo haga. Con anterioridad a ello, la sanción
era la ininvocabilidad frente a terceros, por el factor o gerente, de las limitaciones a
la actuación de éste, dispuestas por el principal, pero la derogación del art. 133 del
Código de Comercio privó de sanción a la omisión de inscribir la sociedad en la
jurisdicción donde instale sucursal.
¿Cuál sería entonces la consecuencia lógica de esa omisión? Entiendo que, sin
configurar esa actuación una modificación del contrato social, debe primar el
principio general previsto por el art. 12 de la ley 19.550, y los terceros, quienes se
han vinculado con los responsables de la sucursal, podrán invocar la existencia de
la misma para exigirle a la casa matriz el cumplimiento de sus obligaciones en esa
jurisdicción. Esta interpretación puede derivarse incluso de lo dispuesto por el art.
152 del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, en cuanto prescribe la
persona jurídica que posee muchos establecimientos o sucursales, tiene su
domicilio especial en el lugar de dichos establecimientos, solo para la ejecución de
las obligaciones contraídas, sin referirse, dicha norma, a la inscripción local de esas
sucursales.
Bueno es recordar que el art. 5º de la ley 19.550 se refiere a la instalación de
sucursales por parte de las sociedades constituidas en el país, pero no rige para
aquellas sucursales instaladas por compañías extranjeras, que se encuentran
regidas por los arts. 118 a 122 y 124 del ordenamiento societario, el primero del cual
requiere la inscripción de las sucursales en el Registro Público de Comercio, pero si
la sociedad extranjera decide instalarse no solo en el lugar donde obtuvo su
matriculación, sino también instalar otras sucursales en distintos lugares de la
República Argentina, entonces el cumplimiento de lo dispuesto por el art. 5º de la ley
19.550 resulta también insoslayable.
Finalmente, y siempre en torno a la modificación efectuada en el art. 5º de la ley
19.550, adherimos al último párrafo del mismo, en cuanto a la necesidad de que las
sociedades deben hacer constar en la documentación que de ellas emanen
(facturas, notas de crédito y débito, recibos etc.), la dirección de su sede y los datos
que identifiquen su inscripción en el Registro, pues ello contribuirá a la correcta
aplicación de la solución prevista en el art. 11 inc. 2º de la ley 19.550, con lo cual la
sociedad deudora colaborará con su acreedor para que cualquier notificación que a
ella se le curse, tanto judicial como extrajudicial, tenga efectos vinculantes para la
misma y si la sociedad no cumple con este nuevo requerimiento, mal podrá alegar
que el tercero conocía la nueva sede social no inscripta a los fines de enervar la
aplicación del art. 11 inc. 2º de la ley 19.550.

ART. 6º.—
Plazos para la inscripción. Toma de razón. Dentro de los veinte días del acto
constitutivo, éste se presentará al Registro Público para su inscripción, o en su caso,
a la autoridad de contralor. El plazo para completar el trámite será de treinta días

186 
 
adicionales, quedando prorrogado cuando resulte excedido por el normal
cumplimiento de los procedimientos.
Inscripción tardía. La inscripción solicitada tardíamente o vencido el plazo
complementario, solo se dispone si no media oposición de parte interesada.
Autorizados para la inscripción. Si no hubiera mandatarios especiales para
realizar los trámites de constitución, se enciente que los representantes de la
sociedad, designados en el acto constitutivo, se encuentran autorizados para
realizarlos. En su defecto, cualquier socio puede instarla a expensas de la sociedad.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 4º, 5º, 7º, 10, 14, 167; Resolución General de Justicia nº 7/2015,
arts. 35, 39,59 y 80. LSC Uruguay: arts. 7º, 8º, 9º.

§ 1. Facultades del registrador ante la presentación de un documento


para su inscripción en el Registro Público de Comercio
La redacción por la ley 26.994 del art. 6º de la ley 19.550 es muy diferente a la
original, que solo disponía que, refiriéndose a la inscripción del acto constitutivo de
la sociedad en el registro mercantil, disponía que "El juez debe comprobar el
cumplimiento de todos los requisitos legales y fiscales. En su caso, dispondrá la
toma de razón y la previa publicación que corresponda".
La modificación efectuada al art. 6º de la ley 19.550, no podía ser peor, pues
además de sus propios desaciertos, contraría la finalidad de la reforma efectuada,
que solo respondía a la necesidad de adecuar la ley de sociedades comerciales a
las nuevas disposiciones del Código Civil y Comercial de la Nación.
Nuestro régimen societario registral está basado fundamentalmente en el control
de legalidad a cargo de un organismo especializado, que durante un tiempo fue —
en la Ciudad de Buenos Aires (1958-1980) y en algunas provincias— un Juzgado
en lo Comercial de Registro —y en otras jurisdicciones un juzgado civil y comercial
ordinario o una autoridad administrativa especialmente dedicada al control y
registración de los documentos societarios—.
En la actualidad, debe entenderse que, cuando la ley 19.550 se refiere al juez de
Registro o juez de la inscripción, debe entenderse referido, en la Capital Federal, a
la Inspección General de Justicia por aplicación de las leyes 22.315 y 22.316,
sancionadas en el año 1980, esto es, con posterioridad a la vigencia de aquella
normativa societaria, que data el año 1972.
El control de legalidad de los documentos que la ley 19.550 impuso como de
registración obligatoria, fue clásica en nuestro derecho, y proviene del art. 40 del
Código de Comercio de 1857/62, que disponía que "En cada Tribunal de Comercio
Ordinario, habrá un registro público de comercio, a cargo del respectivo secretario,
que será responsable de la exactitud y legalidad de sus asientos". Esta norma fue
textualmente reproducida por el art. 34 del mismo ordenamiento legal, conforme
texto elaborado por la reforma de 1889, y el legislador societario de 1972 se
preocupó muy bien de mantener el control de legalidad, que lo consagró no solo en
el art. 6º sino también en el art. 167.
¿Cuál es entonces el alcance del registrador en sus facultades de
control? Fontanarrosa(254)entiende por exactitud el control que debe realizarse en el

187 
 
sentido de que las inscripciones en los libros correspondientes coincida con los
datos de los documentos presentados a tal efecto, y si se tratare de copias, que
sean fieles a sus originales.
Más difícil de señalar, sin embargo, es el alcance del control de legalidad de las
inscripciones, o dicho de otro modo, determinar el alcance de las facultades del
registrador para rechazar la inscripción de los documentos que a tal efecto se
solicitan, cuando entienda que los mismos colisionan determinada normativa del
ordenamiento legal.
La cuestión tomó importancia a raíz de un fallo dictado por la Cámara de
Apelaciones en lo Comercial de la Capital, del 20 de mayo de 1950 en los
autos "Jablonsky SRL"(255), donde se decidió que: a) la inscripción en el Registro
Público tiene como efecto la publicidad material del acto inscripto, a fin de regular
sus consecuencias ante los terceros; b) la misma no importa una valoración jurídica
sobre la validez o legitimidad, materia sobre la que corresponde pronunciarse en la
oportunidad que se suscite una contienda al respecto.
En forma unánime se pronunció la doctrina en contra de este criterio, pues se ha
sostenido que el encargado del Registro Público de Comercio debe ejercer el control
de legalidad que el Código de Comercio le otorga y en virtud de ello debe oponerse
a la inscripción de cualquier documento manifiestamente nulo(256). El control de
legalidad consiste, en consecuencia, en un examen exhaustivo que debe hacerse
del documento a inscribir, y determinar si se ajusta a los requisitos legales
prescriptos para cada caso, supuestos en que la toma de razón resulta procedente.
Registrado el mismo, goza de una presunción de validez, que puede ser desvirtuada
por prueba en contrario, pues como se afirmó, nuestra Ley de Sociedades no acepta
el efecto saneatorio o convalidante de las inscripciones (art. 17 de la ley 19.550).
De acuerdo con el sistema previsto por la ley 19.550, hasta la sanción de la ley
26.994, efectuado el control de legalidad y previo cumplimiento de otros requisitos
de acuerdo con el tipo de sociedad de que se trata (arts. 10, 149, 167), la autoridad
de control ordenará la inscripción definitiva y sólo a partir de allí la sociedad se
considerará regularmente constituida (art. 7º) y su contrato plenamente oponible a
terceros.
La reforma del art. 6º por la ley 26.994 alteró este centenario criterio, que había
sido defendido unánimemente por la doctrina y ratificado por la jurisprudencia,
aunque mantuvo el control de legalidad para las sociedades por acciones, previsto
en el art. 167 de la ley 19.550, que no fue objeto de reforma alguna.
Ya nos explayaremos sobre esta reforma, pero por ahora basta destacar la
enorme incongruencia que implica eliminar el control de legalidad respecto de la
inscripción de las sociedades de personas y de responsabilidad limitada y
mantenerlo para las sociedades anónimas y en comandita por acciones (art. 316 de
la LGS), pues la trascendencia de los efectos de dicho control es idéntico para todas
las sociedades, sin distinción de tipos.
Es pues necesario, para entender la problemática de la registración societaria,
ahondar en el concepto del control de legalidad, a lo cual nos abocaremos
seguidamente.

188 
 
1.1. Alcance del control de legalidad a cargo del registrador mercantil
Aclarado ello y a diferencia de lo que a muchos sectores interesados en el tema
pretenden, el Registro Público de Comercio no es ni nunca ha sido un mero archivo
de documentos, donde solo se pueden dirigir los interesados a los fines de consultar
su contenido. Conscientes de la verdadera importancia que tiene la inscripción
obligatoria de documentos, en tanto ella hace al bienestar del comercio y al
desenvolvimiento de las relaciones comerciales(257), los legisladores mercantiles,
desde la sanción del original Código de Comercio, en el año 1862, hasta el dictado
de la ley 22.315, en el año 1980, que reglamenta el funcionamiento y detalla las
funciones de la Inspección General de Justicia, han otorgado al encargado del
registro o registrador mercantil, el control de legalidad de cada uno de los
documentos cuya inscripción requiere la ley.
Así, el art. 34 del Código de Comercio, que reproducía el texto del art. 40 del
original ordenamiento mercantil, disponía que el encargado del Registro Público de
Comercio será responsable "de la exactitud y legalidad de sus asientos". Del mismo
modo, y en épocas en que el Registro Público de Comercio se encontraba, en la
Capital Federal, en manos de un Juzgado de Registro, el art. 6º de la ley
19.550, sancionada en el año 1972, prescribía que al serle solicitada al Juez de
Registro la inscripción de un documento emanado de una sociedad comercial, este
magistrado debía comprobar el cumplimiento de todos los requisitos legales y
fiscales antes de proceder a su inscripción en el registro mercantil, ratificando esta
conclusión el art. 167 primer párrafo de dicha ley ratifica lo expuesto cuando prevé
que el contrato constitutivo de toda sociedad anónima debía ser presentado a la
autoridad de control para verificar "el cumplimiento de los requisitos legales y
fiscales".
Finalmente, la ley 22.315, denominada "Ley Orgánica de la Inspección General
de Justicia", que no fue derogada por la ley 26.994, ratificó una vez más que las
funciones del encargado del Registro Público de Comercio trasciende la mera
registración de los documentos cuya toma de razón disponía la ley, imponiéndole a
dicho organismo un severo régimen de control fundamentalmente en lo referido a
sociedades por acciones y sociedades constituidas en el extranjero (arts. 6º y 7º).
De manera pues que el legislador mercantil argentino, desde siempre, ha
pretendido que las funciones otorgadas al registrador mercantil trasciendan del mero
archivo de documentos, obligándolo a efectuar un detenido y minucioso control de
legalidad de los documentos que deben ser inscriptos en el Registro Público de
Comercio y según nuestra manera de ver las cosas, mas allá de la redacción del
actual art. 6º de la ley 19.550, ese control de legalidad no se encuentra derogado,
opinión que fundaremos más adelante.
El quid del problema radica en definir los alcances del este control de legalidad,
pues si todos los legisladores, desde el año 1857 han coincidido en otorgar esta
obligación al encargado del Registro Público de Comercio, ello debe
necesariamente repercutir de alguna manera en los efectos que tal control supone
para el documento inscripto. La respuesta a esta cuestión ha sido brindada por la
jurisprudencia, resolviéndose con todo fundamento que, habiéndose ordenado y
hecho efectiva la inscripción de un contrato social que requiere el examen previo de
su procedencia, ello importa una presunción iuris tantum de su legalidad(258).
Definido entonces cual es la consecuencia que, sobre el documento inscripto,
otorga el control de legalidad efectuado por el registrador mercantil, debemos
abocarnos al problema del alcance de este control y concretamente, si el encargado
del Registro Público de Comercio —hoy Registro Público— debe limitarse al

189 
 
contenido del documento o debe incursionar en el negocio sustancial que, en forma
total o parcial se ha reflejado en dicho instrumento.
El alcance del control de legalidad que le corresponde al registrador mercantil ha
sido objeto de importantes debates en la doctrina nacional y ha merecido fallos
contradictorios por parte de nuestra jurisprudencia. Quienes insisten en el carácter
burocrático de la registración mercantil, obviamente disminuyen al mínimo posible
las facultades del encargado del Registro Público de Comercio, quien solo tendría
facultades de recibir el documento, clasificarlo y ponerlo a disposición de los
interesados, para su mera consulta. Una segunda doctrina, elaborada
fundamentalmente por sectores notariales, aunque en el derecho mercantil ha sido
receptada por autores de la talla de Fontanarrosa(259), entienden que la labor del
registrador mercantil es similar al de su par inmobiliario, esto es, una función
denominada calificadora, que entiende por "calificación" al análisis de la regularidad
formal del documento sometido a inscripción. Finalmente, una tercera corriente de
opinión que puede considerarse mayoritaria, insiste en que el encargado del
Registro Público de Comercio está investido de las más amplias facultades de
control de legalidad sustancial, es decir, no debe limitarse al análisis formal del
documento sino que puede y debe analizar la legalidad del negocio en sí mismo,
más allá de las formas documentales exteriores(260).
A nuestro juicio, el control de legalidad que tiene a su cargo el registrador
mercantil no puede ser sino amplio y profundo, excediendo las constancias del
documento inscribible para adentrarse al negocio fundamental que le da
origen, pues no puede arribarse a otra conclusión si partimos de la idea que la
finalidad de dicho control es evitar la promoción de futuros litigios que pueden ser
evitados mediante un minucioso examen de acto a inscribirse(261). Tal es, a mi juicio,
la labor más trascendente que el legislador ha puesto en manos del registrador
mercantil.
Los ejemplos sobran para concluir como inaceptable cualquier interpretación que
pretenda restringir los alcances de las facultades del registrador mercantil y así, de
no entender como comprensivo del control de legalidad el examen del negocio o
acto registrable, sino solo limitado al examen del documento que se presenta a su
toma de razón, el encargado del Registro Público de Comercio debería inscribir sin
más cualquier sociedad manifiestamente infracapitalizada, o también a las
denominadas "sociedades de cómodo", donde un socio o accionista es titular del
99,9999 % del capital social de la compañía, lo cual implica flagrante violación al
régimen de amplia responsabilidad prevista por el ordenamiento comercial para el
comerciante individual, disfrazado de socio. Del mismo modo, de no adherir a la
tesis amplia a la cual venimos haciendo referencia, el encargado del registro
mercantil no debería objetar la inscripción de un aumento del capital social donde
no se ha acreditado el cabal cumplimiento del procedimiento previsto por el art.
194 de la ley 19.550, violándose de esa manera el derecho inderogable de los
socios a conservar inalterada su participación societaria.
Del mismo modo, si el control de legalidad solo comprendiera el análisis formal
del documento, el art. 124 de la ley 19.550, que impone al registrador mercantil
encuadrar la actuación de la sociedad extranjera en la República Argentina se
convertiría en una disposición carente de toda aplicación práctica, pues no es
desconocido para nadie el carácter vago y formulario que tienen los estatutos de
sociedades constituidas en los denominados paraísos fiscales.
Finalmente, si no se entiende comprensivo del control de legalidad al análisis
sustancial del acto societario que da origen al documento inscribible, la Inspección

190 
 
General de Justicia, en su papel de registrador mercantil, no podría cuestionar la
validez de la participación de algún asistente a un acto asambleario que no tuviera
capacidad o legitimación para hacerlo, lo que viene sucediendo sin solución de
continuidad desde el año 1972, observando asambleas de sociedades nacionales
controladas por compañías extranjeras que nunca cumplieron con lo dispuesto por
el art. 123 de la ley 19.550.
Podría pues afirmarse incluso que la facultad que goza la Inspección General de
Justicia de declarar ineficaces e irregulares a los fines administrativos los actos
sometidos a su fiscalización, de conformidad con lo dispuesto por el art. 6º inc. f) de
la ley 22.315, solo se justifica si la autoridad de control puede y debe analizar la
legalidad sustancial del negocio en sí mismo, más allá de las formas documentales
exteriores.
En definitiva, asimilar al Registro Público a un mero buzón o restringir el control
de legalidad al análisis del documento equivale, a nuestro juicio, a convalidar de
alguna manera el triunfo de la trampa, que es lo que sucede cuando se da
preeminencia a las formas por sobre el fondo. La denominada interpretación
calificadora del registrador mercantil, esto es, limitada al análisis de la regularidad
formal del documento a inscribir, resulta incompatible con la naturaleza de las
funciones del encargado del Registro Público de Comercio y solo se justifica con
otros registros, en los cuales el documento que se presenta para su inscripción solo
atañe a un negocio particular de las partes y no trasciende a terceros, como, por el
contrario, sucede con las sociedades, que constituyen sujetos de derecho
independiente de sus socios, que han sido creados para intervenir en el tráfico
comercial y vincularse con terceros y que, por lo general, excede la vida de sus
fundadores.

1.2. Interpretación del alcance del control de legalidad por parte de la


jurisprudencia
¿Qué ha dicho la jurisprudencia de nuestros tribunales mercantiles sobre el
alcance del control de legalidad del registrador mercantil?
Desde siempre, y salvo algún fallo aislado que adhirió al criterio del "registro
buzón", dictado hace más de cincuenta años y que mereciera la aguda crítica de
Isaac Halperin(262), y algunos otros, que respaldaron la interpretación calificadora del
registrador mercantil(263), la jurisprudencia de la Cámara Nacional de Apelaciones en
lo Comercial ratificó la orientación que predicamos. Valgan los siguientes ejemplos
para ilustrar lo expuesto:
a) En el caso "Maco Sociedad de Responsabilidad Limitada s/ contrato", la sala
A de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, en fecha 28 de noviembre
de 1980, resolvió que los poderes jurisdiccionales para requerir la adecuación entre
el capital y el objeto social se encuentran configurados dentro del control de
legalidad que debe efectuar el juez de registro. Idéntico criterio fue expuesto por la
Sra. Fiscal ante la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, Dra. Alejandra
Gils Carbó en los autos "F2 Biz Sociedad de Responsabilidad Limitada s/
inscripción", resuelto por la sala C de dicho tribunal, en fecha 5 de agosto de
2005(264).

191 
 
b) En el caso "Fracchia Raymond Sociedad de Responsabilidad Limitada", la
sala E de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial sostuvo, en la
resolución pronunciada el 3 de mayo de 2005, que el Inspector General de Justicia
ejerció su deber de efectuar el control de legalidad con fundamento en la ley vigente,
cuando el rechazo de la inscripción se fundó en la falta de cumplimiento del recaudo
de la pluralidad de socios. Se sostuvo en dicho pronunciamiento, que el
temperamento adoptado, en el sentido de considerar que no existe pluralidad
sustancial de socios si la participación social de uno de ellos es insignificante,
constituye una interpretación de la ley aplicable que no cabe tachar de irrazonable,
debiendo recordarse que la "insignificancia" ha sido estimada en reiteradas
ocasiones por los tribunales para privar a un acto de sus efectos o consecuencias
jurídicas.
c) En el caso "Inspección General de Justicia c/ Price Waterhouse", resuelto por
la sala E de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, en fecha 28 de
abril de 2000, el tribunal interviniente entendió como comprensivo del control de
legalidad a cargo del registrador mercantil —la Inspección General de Justicia— las
observaciones efectuadas por este Organismo a un estatuto de una sociedad
anónima constituida por profesionales de ciencias económicas para el ejercicio,
entre otras actividades, de la abogacía.
d) En el caso "Casa Tresorras Sociedad Colectiva", en fecha 8 de mayo de 1978,
el por entonces Juez de Registro de la Capital Federal, haciendo aplicación del
principio de la intangibilidad del capital social se ha rechazado, como parte del
control de legalidad efectuado por el juez de Registro o autoridad de control,
cláusulas que autorizan a los socios a efectuar retiros a cuenta con imputación a
cuentas particulares, en el entendimiento de que, al permitir la distribución de
beneficios sin la existencia de ganancias realizadas y líquidas, se afecta el principio
expuesto, por aplicación de lo dispuesto en el art. 68 de la ley 19.550.
e) Finalmente, y sin pretender agotar el enorme arsenal que acredita la adhesión
de nuestra jurisprudencia al carácter amplio del control de legalidad que el Código
de Comercio y la ley 19.550 otorga al registrador mercantil, no puede soslayarse la
doctrina sentada en el caso "Macoa Sociedad Anónima y otras", dictado por la sala
C de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, de fecha 21 de mayo de
1979 donde se admitió la facultad del Organismo de Control para rechazar la
conformidad administrativa a diversas sociedades constituidas por las mismas
personas y con el mismo objeto, a los fines de ser "tenidas en cartera" para venderse
su estructura con posterioridad. En dicho precedente, de enorme repercusión en su
momento, de colocó al control de legalidad a cargo del registrador mercantil en su
verdadera dimensión, sosteniéndose textualmente que "En el ejercicio del control de
fiscalización externo del procedimiento de constitución de la sociedad anónima,
como de la misma manera durante su funcionamiento, el órgano de control no es un
mero receptor de declaraciones de las que pasivamente se limita a tomar nota o
conocimiento, pues aún en el mero marco inherente a la calificación de legalidad
interna, se manifiestan inequívocas las atribuciones de comprobación que deben
reputarse implícitas para tal efecto o que la ley ha hecho explícitas en su normativa".

192 
 
1.3. Críticas al control de legalidad. Los estatutos tipo y la
precalificación profesional
No obstante la importancia que los legisladores de 1972 otorgaron al control de
legalidad por parte de quien tenía a su cargo el Registro Público de Comercio, el
cual fue ratificado expresamente por la ley 22.315, motivos de índole eminentemente
práctica, como la morosidad del organismo a cargo de esas funciones, alentaron
una importante corriente doctrinaria que ha cuestionado el fundamento mismo de
ese control de legalidad.
El funcionamiento de la Inspección General de Justicia, que desde el año 1980,
por imperio de la ley 22.315 se hizo cargo del Registro Público de Comercio, en
reemplazo del Juzgado de Registro, no escapó a las críticas generales que
merecieron todas las reparticiones oficiales, y se faltaría a la verdad si se
desconociera la excesiva lentitud en la tramitación de los actos inscriptorios, que
afectaban el desenvolvimiento del comercio. Fruto de esas demoras y en la
búsqueda de celeridad, la misma Inspección General de Justicia sancionó estatutos
modelos, continentes de cláusulas uniformes, y optativo para los interesados,
quienes obtenían la inscripción de la sociedad en un plazo más breve al requerido
cuando se trataba de un estatuto no uniforme.
Con la misma idea, en el año 1985 se celebraron entre los Colegios
Profesionales de la Capital Federal y el Ministerio de Justicia, del cual depende la
Inspección General de Justicia, los denominados "Convenios de Cooperación
Profesional y Financiera", que pusieron en manos de los profesionales intervinientes
(abogados, escribanos y/o contadores) el control de legalidad de los documentos
cuya inscripción en el Registro de Comercio resultan obligatorios, convenios que
rigen actualmente en el ámbito de la Ciudad de Buenos Aires.
Estas soluciones, obviamente parciales, cumplieron en cierto sentido su objetivo,
obteniéndose la inscripción en términos más breves, olvidando sin embargo los
peligros que suponen reemplazar el control de legalidad en manos de un organismo
independientemente y altamente especializado por el de quien ha sido el profesional
que ha redactado el estatuto o el acto societario sujeto a registración. Poner en
manos del profesional actuante el control de legalidad del mismo, es perder de vista
el concepto mismo de control, que es, por propia definición, una labor que deben
realizar terceros ajenos a quienes han redactado el acto.
Esta cuestionable alternativa fue incluso admitida por el Proyecto de Unificación
de la Legislación Civil y Comercial y posteriormente por el Proyecto de Reformas a
la Ley de Sociedades Comerciales, remitido por el Poder Ejecutivo Nacional al
Congreso de la Nación el 26 de septiembre de 1991, ninguno de los cuales mereció
—afortunadamente— sanción legislativa, y cuyas soluciones merecieron
oportunamente severas críticas por parte de la doctrina nacional(265), basadas, en lo
fundamental, en la incorporación a dichos cuerpos legales de instituciones ajenas a
nuestra tradición jurídica.
El cumplimiento del control de legalidad del acto inscriptorio no implica, como se
sostuvo en el Proyecto de Reformas a la ley de Sociedades Comerciales de 1991,
la verificación de "ciertas formalidades" o "la revisión del contenido de ciertos actos
y documentos", como se dijo en dicho Proyecto, sumamente influenciado por la
tendencia, por entonces en boga, de suprimir cuanto organismo estatal existiera, lo
que llevó, como triste es reconocerlo, al desguace del Estado y a una disminución
peligrosísima en el cumplimiento de sus funciones específicas. Por el contrario, el
control de legalidad supone el ajuste del acto societario a inscribir a las disposiciones
de la ley 19.550, y la nutrida jurisprudencia administrativa y judicial pronunciada en

193 
 
oportunidad de ejercer el control de legalidad, ilustra acabadamente sobre la utilidad
de esa fiscalización.
Tampoco puedo coincidir con que el control de legalidad, a cargo de un
organismo independiente e imparcial, pueda ser suplido con las responsabilidades
que el proyecto mencionado pone a cargo del escribano o abogado de la matrícula
por el contenido de los actos que se registran, toda vez que:
a) No puede caerse en la ingenuidad de pensar que todos nuestros profesionales
en derecho se encuentren capacitados para llevar a cabo ese control(266), que
supone el conocimiento de una nutrida y permanente jurisprudencia administrativa
y judicial elaborada por el organismo de control desde antiguo.
b) Resulta siempre preferible evitar de antemano la proliferación de conflictos,
que se pueden eludir a través del control de legalidad, y no reemplazar esta tarea
preventiva por supuestas responsabilidades, para cuya exigencia y satisfacción es
menester largos años de pleito.
c) Fundamentalmente, por cuanto poner el control de legalidad en manos del
profesional que ha redactado el acto registrable, hace perder a la efectiva inscripción
del mismo la presunción de legalidad que esa registración otorga, lo cual sólo era
posible sostener, si el aludido control estaba en manos de un organismo
especializado e imparcial.
Bien es cierto que el control de legalidad por el profesional interviniente en el
procedimiento de registración y la emisión de su correspondiente "dictamen
precalificatorio", no es vinculante para la autoridad de control, la cual cuenta con un
Departamento de Inspectores de Justicia a fines de reexaminar el documento
sometido a registración, pero la perentoriedad de los brevísimos plazos a los cuales
está sometido el trámite de inscripción, muchas veces conspira contra la finalidad
que inspiró el requerimiento del control de legalidad por el Código de Comercio y las
leyes 19.550 y 22.315.
Debemos recordar siempre las siempre vigentes palabras de Halperin(267),
cuando sostenía, en defensa del control de legalidad, que este constituía un medio
eficaz para la ejecución de las tareas que le incumben al Registro, y para llenar las
necesidades del comercio, que no pueden dedicar sus esfuerzos —abogados y
tiempo— en el control de esa legalidad cada vez que debe contratar con
sociedades. "(...) dejar librado ese control de legalidad a lo que se decida en los
litigios que puedan suscitarse —decía el recordado maestro— es haber perdido la
esencia misma de la institución del Registro Público de Comercio (...)".
Además de ello, apoyan el mantenimiento del control de legalidad las
características propias del contrato de sociedad, que hace nacer un nuevo sujeto de
derecho con el mero acuerdo de voluntades, y la normal extensión que los socios
otorgan a su plazo de duración, que trasciende por lo general a la vida de los socios
fundadores, y que obliga a los herederos de los socios, en muchos casos, a ingresar
directamente a una sociedad cuyo contrato no han suscripto.
Como Inspector General de Justicia, cargo que desempeñé entre los años 2003
a 2005, muchos embates debimos soportar en torno a una excesiva labor de la
autoridad de control, tendiente a sincerar nuestras prácticas societarias, habiendo
sido convertida la registración prevista por los arts. 5º, 6º y 167 de la ley 19.550,
hasta entonces, en una mera formalidad, en donde no merecían observaciones las
sociedades sustancialmente unipersonales, los objetos sociales interminables, las
sociedades totalmente infracapitalizadas, las asambleas celebradas por sociedades
extranjeras no inscriptas o en las cuales el acto cuya inscripción se requería era

194 
 
decidido con el voto de una fundación o asociación titular del 99 por ciento o más de
la sociedad controlada. Eran las épocas donde se "radicaban" en la Argentina
sociedades extranjeras de los más variopintos paraísos fiscales del planeta,
dedicadas a cualquier tipo de emprendimientos, donde ni siquiera se averiguaba si
la sucursal que se pretendía inscribir tenía una casa matriz en su lugar de origen.
Por ello, no extrañó que nuestra labor, por aquellas épocas, fuera definida
como "demasía registral", alzando contra ella la voz los grupos empresariales y
profesionales afectados por nuestra nueva política de transparencia, quienes en
lacrimógenos artículos, impregnados de una melancolía por épocas pasadas, en
que el negocio societario fue una escandalosa fiesta y un verdadero triunfo de la
trampa, se agraviaban de una supuesta carencia de facultades del registrador
mercantil y una equivocada interpretación de lo que debía entenderse por el control
de legalidad, con total olvido que nuestra manera de ver las cosas coincidía con toda
la doctrina y jurisprudencia elaborada desde mitad del siglo diecinueve y que —
perdóneseme la reiteración— partía de la base de que, mediante dicho control, se
protegía el tráfico mercantil y se evitaba la proliferación de pleitos.

1.4. El principio del tracto registral


Finalmente, reviste también importancia la observancia del tracto registral, como
parte del control de legalidad que venimos estudiando, por cuanto la ley quiere que
la publicidad mercantil sea clara, a los fines de que los terceros conozcan la situación
jurídica de la sociedad, claridad que no se logra admitiendo que falte entre las
distintas inscripciones sucesivas, el orden indispensable(268). El principio del tracto
sucesivo que deben llevar los actos y documentos que se inscriben en el Registro
Público de Comercio, impone la necesidad de cumplir con el estricto orden
cronológico, y en tal sentido se ha resuelto por la jurisprudencia que "Siendo que la
disolución de la sociedad debe ser inscripta para que surta efectos contra terceros,
no es procedente ordenar la designación de los liquidadores de la sociedad exigida
por el art. 102 de la ley 19.550, si previamente no se ha inscripto la disolución, pues
si esta no se reputa conocida por los terceros mientras que no se inscriba, es
inaceptable que deban serlo los actos que necesariamente dependen de ella"(269).

1.5. Análisis de la reforma a los arts. 5º y 6º de la ley 19.550 por la


ley 26.994. La supresión parcial del control de legalidad.
a. La reforma efectuada por la ley 26.994 a la ley 19.550, ahora llamada "Ley
General de Sociedades" en materia de registración societaria, no ha sido acertada
y la modificación de los arts. 5º y 6º de dicha ley, es la mejor prueba de ello.
Nada justificaba la modificación del actual sistema registral societario mediante
una reforma que fue efectuada solo a los efectos de adecuar la ley 19.550 a las
nuevas disposiciones del Código Civil y Comercial de la Nación, y no se advierte
sinceramente que la reforma de los arts. 5 y 6 de la ley 19.550 haya respondido a

195 
 
ese propósito. A lo sumo, si esa era la finalidad de los nuevos legisladores, debería
haberse modificado la referencia al Registro Público de Comercio que nuestra
normativa societaria contiene en numerosas disposiciones legales (arts. 5º, 7º, 8º,
61, 67, 77, 78, 81, 82, 83, 84, 88, 92, 102, 111, 112, 123, 149, 152, 201, 274, 336,
339, 340, 361, 386, 387, etc.), el cual ha sido reemplazado en el Código Civil y
Comercial de la Nación por un "Registro Público", en el que deberán inscribirse a
partir de la vigencia del referido Código, además de los actos emanados de
sociedades, aquellos otorgados por otras personas jurídicas, como las asociaciones
civiles y/o fundaciones, que no ejercen el comercio ni persiguen fin de lucro. Pero
además de ello, en el referido "Registro Público" deberán rubricarse los libros de los
sujetos previstos en el art. 320 del Código Civil y Comercial de la Nación, obligación
que, a partir del 1º de agosto de 2015, no será exclusiva de los comerciantes
individuales ni colectivos, sino de "cualquier persona", interesada en llevar una
contabilidad legal y gozar de los beneficios que ello supone, la cual deberá requerir
al encargado del "Registro Público", su inscripción y habilitación de sus registros o
la rubricación de sus libros.
b. A diferencia de las reformas efectuadas al art. 5º de la ley 19.550, la
modificación al texto original del art. 6º ha sido sustancial, pues se ha eliminado la
obligación del registrador mercantil de controlar los requisitos fiscales y legales del
acto sometido a inscripción, pues dicha norma, en la redacción prevista por la ley
26.994, solo se limita a establecer plazos para la inscripción de documentos
societarios sin imponer sanciones para el caso de incumplimiento por parte del
encargado del Registro Público, siendo conocido por todos que en la práctica,
normas similares han siempre fracasado, lo cual no será de extrañar en tanto dicha
norma prevé una suerte de prórroga permanente en el trámite inscriptorio, cuando
las demoras respondan "al normal cumplimiento de los procedimientos" (art. 6º,
primer párrafo, in fine de la ley 19.550), frase que peca de una vaguedad e
imprecisión que llama mucho la atención.
c. Tampoco deja de sorprender la reiteración de la solución prevista por el texto
original del art. 5º de la ley 19.550, en lo que se refiere a la inscripción tardía del
documento societario, cuya registración ha sido prevista legalmente y el derecho de
oposición de cualquier otorgante del mismo a su toma de razón en el Registro
Público, aunque, claro está, no existe en el nuevo texto del art. 6º la remisión al art.
39 del Código de Comercio, habida cuenta su derogación por la ley 26.994. Es una
verdadera pena que se haya insistido sobre este tópico, pues la solución consagrada
por la referida norma del Código de Comercio carecía, desde hace ya muchos años,
de toda operatividad, toda vez que el art. 5º de la ley 22.315 del año 1980,
denominada "Ley Orgánica de la Inspección General de Justicia" le había otorgado
su certificado de defunción, al eliminar del ámbito registral el conocimiento y decisión
de las oposiciones a que se refería el art. 39 del Código de Comercio, cuestión que
quedaba sometida a la competencia judicial(270). Pero además de ello, el régimen de
oposiciones a la registración de determinados actos societarios, por haber
transcurrido el plazo de 15 días desde el otorgamiento del mismo, resultaba
totalmente contradictorio con lo dispuesto por los arts. 251 y 252 de la ley 19.550 en
lo que se refiere a la toma de razón de modificaciones efectuadas al contrato social
o estatuto, pues en tanto ellas son decididas siempre por el órgano de gobierno de
la sociedad, las mismas solo pueden ser suspendidos en sus efectos por medida
cautelar dictada por el juez del domicilio de la sociedad en el ámbito de la acción
judicial prevista por el art. 251 de la ley 19.550 y no por una mera oposición al trámite
registral correspondiente, cuando dicha reforma estatutaria es presentada fuera del
plazo de 15 días previsto por el art. 39 del Código de Comercio.

196 
 
d. Reviste gran importancia conforme al texto del nuevo art. 6º de la ley 19.550,
le eliminación o supresión parcial del control de legalidad que, en materia societaria,
nuestro ordenamiento legal, desde siempre, puso a cargo del encargado del
Registro Público de Comercio, y mediante esa derogación se pretende lo que ha
sido uno de los mayores anhelos que cierta parte de la doctrina societaria predica
desde hace muchos años, esto es convertir al Registro Público de Comercio —en
adelante y a partir del 1º de agosto de 2015, el Registro Público— en un mero buzón
o archivo, en donde el interesado presenta un contrato o un documento societario
que es depositado en dicho organismo sin el menor análisis respecto de su
adecuación a la ley, siendo el único objeto de esa registración la posibilidad de que
cualquier tercero pueda revisar u obtener copia del mismo, pero absolutamente nada
más.
Esta manera de ver las cosas, que identifica a las inscripciones societarias con
un mero trámite burocrático, jamás tuvo menor acogimiento en nuestro derecho
patrio, más que en algún antiguo y muy criticado fallo(271)o en alguno de los tantos
proyectos de modificación a la ley 19.550 que fueron elaborados en las últimas
décadas. Me refiero concretamente al proyecto de reformas al régimen societario
elaborado por el Poder Ejecutivo Nacional y remitido al Congreso de la Nación en
fecha 26 de septiembre de 1991, que afortunadamente nunca tuvo tratamiento
legislativo, mediante el cual se proyectaba reformar parcialmente las leyes 19.550,
17.811 y 20.091, además de derogar íntegramente las leyes 22.315 (Ley Orgánica
de la Inspección General de Justicia), así como toda la jurisprudencia administrativa
elaborada por dicho Organismo, y la ley 22.169, que asignó a la Comisión Nacional
de Valores el control administrativo de las sociedades por acciones que efectúan
oferta pública de sus títulos valores(272).
Paradójicamente, ese curioso proyecto de reformas al ordenamiento societario,
que también incorporó a las sociedades de un solo socio, fue elaborado durante los
primeros años de la década del 90 del siglo pasado, donde soplaban fuertes vientos
neoliberales y era políticamente incorrecto estar en contra de la política de
privatizaciones predicada por el gobierno del Presidente Carlos Menem o invocar el
concepto de soberanía nacional para defender las empresas públicas, así como
oponerse al ingreso indiscriminado de empresas extranjeras al país, de más que
dudosos antecedentes en el tráfico mercantil internacional y que nada aportaron en
los años sucesivos al desarrollo y crecimiento de la República Argentina, contra las
cuales nuestro país se encuentra litigando actualmente ante "convenientes"
tribunales internacionales, de los cuales no se puede esperar absolutamente nada
en lo que hace a la defensa de los intereses nacionales en juego.
Precisamente, entre las innovaciones que ofrecía aquel proyecto de reformas,
se encontraba la supresión el control de legalidad de los actos societarios por parte
del encargado del registro mercantil, pues lo que se pretendía, de la mano de un
conocido especialista en derecho administrativo que integraba la comisión redactora
de aquella normativa de neto corte extranjerizante, era eliminar toda traba al ingreso
de capitales e inversores extranjeros, convirtiendo al Registro Público de Comercio
en un mero archivo, a cargo de la realización de trámites que no debían demorar
más de dos o tres días en su conclusión. Poco importaba —se reitera— la seriedad
y la solvencia de esos capitales y de esas compañías foráneas, no siendo casualidad
que, durante esos años —la década del 90 del siglo veinte y los primeros años de
la década pasada del presente siglo XXI— comenzaran a proliferar y campear con
todo su esplendor las sociedades off shore —verdaderas lacras societarias
constituidas en fraude a la ley— oriundas de los más remotos lugares del planeta
que merecieron, por esas épocas, la bendición de la clase empresaria argentina, de

197 
 
cierta doctrina nacional y el pleno reconocimiento de la jurisprudencia mercantil
local. No es aventurado sostener que, de alguna manera, las modificaciones
efectuadas por la ley 26.994 al ordenamiento societario argentino estuvieron
inspiradas en aquel frustrado antecedente legislativo de 1991, pues dos de los
integrantes de la Subcomisión dedicada a la adecuación de la ley 19.550 al proyecto
del Código Civil y Comercial de la Nación, habían sido fervorosos críticos de cuanta
resolución, tanto particular como general, fuera dictada por la Inspección General de
Justicia entre los años 2003/2006, organismo que, haciendo aplicación concreta del
control de legalidad que le fuera asignado por diversas leyes (arts. 34 del Código de
Comercio, arts. 6º y 167 de la ley 19.550 y 5º y 6º de la ley 22.315), intentó poner fin
a ciertas viciosas prácticas empresarias, que allá por los 90', habían tomado carta
de ciudadanía (aportes irrevocables indefinidos, retención permanente de
dividendos por el grupo de control, a través de la cuenta de resultados no asignados
del patrimonio neto; el otorgamiento por la sociedad de poderes generales de
administración y disposición de los bienes sociales a favor de terceros; el
conferimiento, desde el exterior y por la sociedad extranjera, de autorizaciones a
terceros para participar en actos asamblearios de la sociedad filial argentina,
ignorando al representante local inscripto; la celebración de la "operación acordeón"
para eliminar la existencia de accionistas minoritarios incómodos para el grupo
controlante; la eliminación de toda incapacidad de las entidades de bien público para
ser socios o accionistas de sociedades comerciales, etc. etc.).
e. Aclarado ello, y ante la eliminación por la ley 26.994 de la referencia al control
de legalidad previsto por el art. 6º de la ley 19.550 en su versión original, cabría
preguntarse si a partir de la modificación efectuada por la ley 26.994, las facultades
del registrador mercantil se limitan al mero archivo y exhibición de los documentos
cuya registración impone la ley, y al respecto, mi respuesta es negativa, por los
fundamentos que serán expuestos de seguido:
En primer lugar, el hecho de haber dejado vigente al art. 167 de la ley 19.550,
que textualmente prescribe que "El contrato constitutivo será presentado a la
autoridad de contralor para verificar el cumplimiento de los requisitos legales y
fiscales", permite concluir, en el peor de los casos para el ejercicio del control de
legalidad, que la supresión del mismo se limitó a las sociedades no accionarias —
sociedades por parte de interés y de responsabilidad limitada—, conclusión que sin
embargo no es la acertada, porque los fundamentos del control de legalidad son
exactamente iguales para cualquier tipo societario y para cualquier actuación de la
sociedad que el legislador impone normativamente su toma de razón. Ya
volveremos a ello.
Sin perjuicio de ello también es apropiado señalar, en materia de sociedades
anónimas, que si bien conceptualmente se ha ensayado en la doctrina la distinción
conceptual entre la registración y la fiscalización societaria, esa distinción no es
concluyente en el texto de la ley 19.550, la cual prevé en su art. 300 que la
fiscalización por la autoridad de contralor de las sociedades anónimas no incluidas
en el art. 299, se limitará al contrato constitutivo, sus reformas y variaciones del
capital, a los efectos de los arts. 53 y 167, lo cual supone en todos esos supuestos
la verificación del cumplimiento de los requisitos legales y ello es abarcativo de
numerosas reformas estatutarias involucradas o derivadas de diversas decisiones
de los accionistas y no sólo de aquellas que implique la variación del capital social,
a la que el texto legal se refiere por separado. Tal fiscalización se halla entonces
vinculada no sólo al funcionamiento de la sociedad sino también, en concreto, a la
registración de sus actos.

198 
 
El art. 300 de la ley 19.550 supone, como hemos sostenido, el ejercicio efectivo
del control de legalidad por la autoridad de control, a los efectos de la conformidad
administrativa(273)previa a la inscripción en el Registro Público de Comercio a la
sazón a cargo del Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Comercial de
Registro que había sido creado por la ley 14.769; conformidad que, para el ámbito
de la Ciudad de Buenos Aires, se subsumió o absorbió en la orden de inscripción de
los actos en el Registro Público de Comercio(274)después que éste fue atribuido a la
Inspección General de Justicia por las leyes 22.315 y 22.316, a diferencia del
sistema de doble jurisdicción contemplado por el art. 167 de la ley 19.550.
Asimismo el art. 6º inc. f) de la ley 22.315 atribuye expresamente a la Inspección
General de Justicia la facultad de declarar irregulares e ineficaces a los efectos
administrativos los actos sometidos a su fiscalización, cuando sean contrarios a la
ley, al estatuto o a los reglamentos, por lo cual, ejerciéndose la fiscalización, en los
casos comprendidos en el art. 300 de la ley 19.550, a los efectos administrativos de
la registración de los mismos que ahora debe cumplir la propia Inspección General
de Justicia que ha pasado a organizar y llevar el Registro Público de Comercio (art.
4º inc. a] de la ley 22.315 y art. 1º de la ley 22.316, ésta de cumplimiento agotado),
resultando clara la subsistencia de la función de control de legalidad y la facultad de
denegar la inscripción de los actos no ajustados a la ley, que en materia de
registración es el significado o consecuencia de la declaración de irregularidad e
ineficacia a efectos administrativos(275).
En segundo lugar, el hecho de que se haya derogado el texto original del art. 6º
de la ley 19.550 no significa que el control de legalidad haya sido eliminado de las
Secciones 1ª, 2º, 3º y 4º del Capítulo 2 de dicha ley, que tratan sobre las sociedades
colectivas, en comandita simple, de capital e industria y de responsabilidad limitada,
toda vez que lo encontramos expresamente previsto en los arts. 51, 52 y 149 último
párrafo, en los cuales se le otorga competencia al "juez de la inscripción" para
resolver las impugnaciones efectuadas por cualquier socio a la valuación asignada
a un aporte en especie. Del mismo modo, cuando el art. 51 segundo párrafo de dicha
ley dispone que "En las sociedades de responsabilidad limitada y en comandita
simple, para los aportes de los socios comanditarios, se indicarán en el contrato los
antecedentes justificativos de la valuación", resulta explícita la referencia al
necesario control que el encargado del Registro Público debe efectuar sobre dichas
valuaciones, a los fines de evitar el fraude a terceros, mediante el sencillo recurso
de sobrevaluar los aportes en especie.
Por su parte el art. 61 del mismo ordenamiento legal pone en manos de la
autoridad de control o del Registro Público de Comercio, la autorización necesaria
para la sustitución de los libros de comercio por ordenadores, medios mecánicos o
magnéticos u otros, debiendo el interesado incluir, en su presentación una adecuada
descripción del sistema, con dictamen técnico o antecedentes de su utilización, lo
cual parece excluir al encargado del referido registro una mera labor de archivero o
depositario de documentos. Recuérdese al respecto que la jurisprudencia ha puesto
a la norma del art. 61 de la ley 19.550 como ejemplo del ejercicio del control de
legalidad a cargo del aludido funcionario, sosteniendo que el control de legalidad
realizado por el encargado de la registración se inscribe dentro de las amplias
facultades que caracterizan su función, en lo que a ese campo respecto, y tal es la
conclusión que impone la doctrina de los arts. 34 del Código de Comercio, 61, 119
y 167 de la ley 19.550, así como en los arts. 5º y 6º de la ley 22.315(276).
En el mismo sentido, resulta impensable la inexistencia del control de legalidad
en la inscripción de las sucursales o filiales de sociedades constituidas en el
extranjero por parte del registrador mercantil, pues en dichas cuestiones están

199 
 
comprometidos principios de soberanía y control, al imponer a las sociedades
extranjeras que pretenden incorporarse a la vida económica de la Nación, su
inscripción en el Registro Público de Comercio, en los términos de los arts. 118
tercer párrafo y 123 de la ley 19.550(277).
De modo que, aún para quienes consideran que el control de legalidad del
encargado del Registro Público ha dejado de existir para las sociedades de personas
o de responsabilidad limitada —tesis que resulta verdaderamente muy difícil de
compartir— y solo subsiste para las sociedades por acciones, a tenor de lo dispuesto
por los arts. 167 y 316 de la ley 19.550, que permanecen vigentes, ello no acontece
cuando en las sociedades de responsabilidad limitada o en las sociedades en
comandita simple, cualquiera de sus socios haya aportado un bien en especie, lo
cual nos lleva a formularnos la siguiente pregunta: Si se previó el control de legalidad
por el registrador mercantil sobre la valuación de los bienes no dinerarios aportados
en especie a la sociedad, ¿Cual es la razón de eliminar la injerencia del referido
funcionario en el análisis y consiguiente control de legalidad respecto a las demás
cláusulas del contrato social? ¿O es que no existe infracapitalización, fraude
societario, enmascaramientos o abuso de mayorías en los demás tipos societarios
no accionarios?
En tercer lugar, la propia metodología utilizada por la ley 19.550 y por la ley
22.903 no ha sido la de hacer compartimentos estancos entre los diferentes tipos
sociales previstos, y el mejor ejemplo de ello es que la mayor parte de las normas
previstas para reglamentar el funcionamiento de las asambleas, el directorio y el
órgano de control interno en las sociedades anónimas, rigen para las reuniones de
socios y para el órgano de administración de los demás tipos societarios y lo mismo
acontece con el régimen de las sociedades en formación, que se encuentra previsto
en los arts. 183 a 184, también aplicables a cualquier sociedad constituida bajo uno
de los tipos previstos en el Capítulo 2º de la ley 19.550. De modo que, haciendo
aplicación de dichos principios, no existirían razones de peso que impidan extender
el control de legalidad previsto por el art. 167 para todas las sociedades por acciones
a los demás tipos societarios.
Es para mí conclusión evidente que una interpretación armoniosa y coherente de
la ley 19.550 no autoriza sostener que ante la presentación de cualquier acto
societario por parte de una sociedad no accionaria, el encargado de registro debe
ordenar, sin más y de inmediato, la automática inscripción del mismo y disponer su
archivo, permitiendo solo el acceso al mismo por parte de terceros interesados, pues
no existe diferencia alguna entre los diversos tipos societarios que permita concluir
por la prescindencia del control de legalidad para ciertas compañías, toda vez que
si el fundamento de dicho control se basa en la necesidad de proteger a terceros y
evitar la promoción de los previsibles litigios que se originan en documentos que no
se ajustan a la ley, no quedan claras las razones por las cuales esa finalidad
protectora debe ser solo reservada a ciertas sociedades.
En definitiva: sólidas razones, de carácter histórico y legal fundamentan el control
de legalidad que asiste al registrador, como requisito imprescindible para ordenar la
inscripción del documento que se le ha presentado para su toma de razón y no
parece adecuado sostener que estas funciones han quedado sin efecto por la
modificación del art. 6º de la ley 19.550 y la derogación del control de legalidad allí
consagrado, que debe considerarse implícito, no solo por la subsistencia del art. 167
de la misma ley, sino por aquellas normas que lo prescriben expresamente para
ciertas actuaciones societarias (arts. 51, 52, 52, 51, 118, 123 y 124). Repárese
finalmente que el derogado art. 6º de la ley 19.550 también hablaba de los "requisitos
fiscales" que ha sido suprimido por la ley 26.994, y no cabe interpretar que el

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encargado del Registro deba hacerse el desentendido cuando advierte que los
documentos que se le someten a su inscripción, carecen de los sellados
correspondientes o las constancias del pago de los impuestos que los gravan, de
modo que si el control de los requisitos fiscales respecto de los documentos
sometidos a inscripción continúa vigente, ¿no correspondería sostener exactamente
lo mismo respecto del control de legalidad del documento sujeto a toma de razón?
Resulta de suma utilidad recordar al lector, que la resolución general 7/2015 de
la Inspección General de Justicia, que modificó la resolución general 7/2005, dictada
con posterior a la entrada en vigencia de la ley 19.550 en su actual versión, ha
ratificado, sin reservas ni cortapisas, la existencia del ejercicio del control de
legalidad por parte del registrador mercantil y lo dispuesto por los arts. 4º inc. 4º, 50
y 122 de dichas normas ratifican lo expuesto: el primero, incluido dentro del título
"Objetivos" de la aludida resolución, prescribe la necesidad de la Inspección General
de Justicia de "Cumplir adecuadamente el control de legalidad en el registro de
sociedades, contratos asociativos, fideicomisos y entidades civiles"; el art. 60,
cuando ratifica el control de legalidad del Organismo de Control cuando se trata del
control sobre la denominación social de las entidades fiscalizadas por la Inspección
General de Justicia y el art. 122, cuando una vez más se refiere a la necesidad de
ejercer el control de legalidad de este organismo sobre el ejercicio del procedimiento
del voto acumulativo. Si a ello se le suma la enorme cantidad de disposiciones
administrativas tendientes a acreditar la seriedad y existencia real de las sociedades
constituidas en el extranjero cuya inscripción es requerida en los registros
mercantiles locales, es de toda obviedad afirmar que el control de legalidad por parte
de la Inspección General de Justicia respecto de todas las actuaciones societarias
o corporativas cuya inscripción o fiscalización la ley requiere, subsiste plenamente
a pesar de la absurda modificación efectuada al art. 6º de la ley 19.550.

1.6. Personas autorizadas para llevar a cabo las inscripciones


societarias
Finalmente, resta abocarnos a la última parte del nuevo art. 6º de la ley
19.550, cuando referido a las personas autorizadas para la inscripción de
documentos societarios, prescribe que si no hubiera mandatarios especiales para
realizar los trámites de constitución, se entiende que los representantes designados
en el acto constitutivo se encuentran autorizados para realizarlos, y en su defecto,
cualquier socio puede instarlo a expensas de la sociedad.
Se trata de una solución justa, en especial en cuanto otorga a cualquier socio la
posibilidad de instar los trámites de constitución de la sociedad, para lo cual está
evidentemente legitimado, atento su interés de no incurrir en las hipótesis previstas
en la Sección IV de la ley 19.550. Sin embargo, no parece acertado supeditar la
actuación de los representantes legales designados en el contrato constitutivo de la
sociedad a la ausencia de mandatarios especiales designados en ese mismo
instrumento, para concluir los trámites registrales correspondientes, pues si los
socios se encuentran facultados para intervenir en ese procedimiento, con mayor
razón lo estarán las autoridades de la sociedad, existan o no mandatarios especiales
para llevar a cabo la conclusión de los mismos, a los cuales los representantes
societarios podrán reemplazarlos en cualquier momento.

201 
 
ART. 7º.—
Inscripción: efectos. La sociedad sólo se considera regularmente constituida con
su inscripción en el Registro Público de Comercio.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 4º a 6º, 12, 60, 77 incs. 5º, 83, 88, 98, 101, 111, 112; leyes
22.315 y 22.316. Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 35, 39,59 y 80.LSC Uruguay: art. 8º.

§ 1. Efectos de la inscripción de la sociedad en el Registro Público de


Comercio
La fórmula empleada por el legislador societario, en cuanto subordina la
adquisición del carácter de "regularmente constituida" a la sociedad, con su
inscripción en el Registro Público de Comercio, implica reconocer a la registración
de su contrato constitutivo la importancia que merece y brinda un argumento más
para sostener la importancia del control de legalidad del encargado del Registro
Público, el cual otorga a la sociedad inscripta una presunción de legalidad.
Ahora bien, la inscripción del contrato constitutivo de la sociedad no es requisito
de su existencia ni incide sobre su personalidad jurídica, de la cual ya goza con el
mero acuerdo de voluntades de sus integrantes, destinado a constituirla. Ello es
admitido por el Código Civil y Comercial de la Nación, cuando en los arts. 142 y 143,
cuando aclaran que toda persona jurídica tiene una personalidad distinta a la de sus
miembros y que la existencia de la persona jurídica privada comienza desde su
constitución.
Bien es cierto que, tal como está redactado el art. 7º de la ley 19.550, e
interpretando literalmente el mismo, puede concluirse, utilizando el argumento
contrario, que toda sociedad que no se encuentra inscripta en el Registro Público de
Comercio no está "regularmente constituida" o, lo que es lo mismo, debe ser
considerada irregular, y por lo tanto, sometida a las normas de los arts. 21 a 26 de
dicho ordenamiento legal. Sin embargo, este razonamiento, considerado válido
durante mucho tiempo, constituye un grave error, pues ello importaría someter a las
sociedades típicas que se encuentran en proceso de constitución —denominadas
comúnmente "sociedades en formación"— a las normas de la Sección IV del
Capítulo I de la ley 19.550, que implican una anomalía del régimen societario —bien
que atenuado por la ley 26.994—, cuando en aquellas sus integrantes y órganos se
encuentran abocados en cumplir todas las formalidades exigidas por el
ordenamiento societario.
Esa manera de pensar, que había imperado durante la vigencia del Código de
Comercio y que había inspirado a quienes redactaron la versión original de la ley
19.550, ha quedado totalmente superada en la actualidad, pues nadie puede hoy,
como fruto de la evolución de una jurisprudencia que analizaremos oportunamente,
asimilar a las sociedades irregulares o de hecho con las sociedades en formación,

202 
 
y mucho menos, luego de la sanción de la ley 22.903 que la reformara, modificando
los arts. 183 y 184 de la misma, que legislan precisamente sobre los actos cumplidos
por la sociedad durante el período fundacional.
Pero más allá de su redacción, lo que el legislador societario ha querido expresar
con la fórmula empleada en el art. 7º de la ley 19.550 es que, a partir de la
inscripción en el Registro Público, las cláusulas del contrato social, así como los
derechos y defensas que surjan del mismo y del tipo social elegido, son invocables
y oponibles a los terceros por la sociedad, sus socios y cualquier otro integrante de
la misma.
En cuanto a las sociedades en formación, nos dedicaremos a ellas al comentar
los arts. 36, 183 y 184 de la ley 19.550.

ART. 8º.—
Registro Nacional de Sociedades por Acciones. Cuando se trate de sociedades
por acciones, el Registro Público de Comercio, cualquiera sea su jurisdicción
territorial, remitirá un testimonio de los documentos con la constancia de la toma de
razón al Registro Nacional de Sociedades por Acciones.
CONCORDANCIAS: LSC: art. 9º. Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 8. LSC Uruguay: art. 11.

§ 1. El Registro Nacional de Sociedades por Acciones. La ley 26.047


A pesar de la importancia que reviste para la seguridad de las transacciones
comerciales, para lo cual la transparencia y la publicidad de los sujetos que
intervienen en el tráfico mercantil cumple un rol fundamental, debieron pasar más
de 35 años desde la sanción de la ley 19.550 para que pudiera legislarse el Registro
Nacional de Sociedades por Acciones, que vio la luz mediante la sanción de la ley
26.047, sancionada el 7 de julio de 2005 y promulgada el 2 de agosto de ese año.
La necesidad de contar con un registro que centralice y unifique todos los datos
provenientes de la totalidad de los registros mercantiles existentes en la República
Argentina era imperiosa, pues carecía de todo sentido que, a los fines de rastrear la
existencia de una sociedad comercial, el interesado no tenía más remedio que
recorrer todas las dependencias judiciales o administrativas de la República
Argentina, que tuvieran a su cargo al Registro Público de Comercio.
La ley 26.047 terminó con esa incongruencia, y el primer acierto, subsanando un
grave error incurrido por los legisladores de 1972 —y reiterado por la ley 22.903—
fue que en el Registro Nacional de Sociedades por Acciones comprende no solo a
las sociedades anónimas, en comandita por acciones y sociedades anónimas con
participación mayoritaria (sociedades por acciones), sino que comprende también al
Registro Nacional de Sociedades Extranjeras y de Asociaciones Civiles y
Fundaciones, creadas por el art. 4º de la ley 22.315, así como al Registro Nacional

203 
 
de Sociedades no Accionarias, creado por el decreto 23 del 18 de enero de 1999,
todos los cuales se rigen por la ley 26.047 (art. 1º).
Dicho registro es informativo y de control de la práctica societaria nacional, y una
de sus múltiples ventajas, además de la información, es que tiende a eliminar la
duplicación de la inscripción de sociedades homónimas, el doble domicilio y las
asimetrías regionales. Serán de consulta pública mediante el pago de un arancel y
las características más destacadas de la ley 26.047 son las siguientes:
a) Es una ley convenio abierta a la adhesión de las provincias, y éstas están
facultades a adherirse o no al régimen previsto por la ley 26.047, de conformidad
con un mecanismo de adhesión que deberá ser reglamentado por la Inspección
General de Justicia de la Ciudad de Buenos Aires.
b) Se prevé su organización mediante sistemas informáticos, con la formación
de una base de datos única a cargo de la Inspección General de Justicia de la
Ciudad de Buenos Aires, la que se abastecerá con la información de las diferentes
jurisdicciones relativa a los sujetos comprendidos en los registros.
c) Las actuaciones relativas a las sociedades y entidades comprendidas en los
registros se identifican con la Clave Única de Identificación Tributaria (CUIT).
d) Se establece el carácter público de los registros y su mantenimiento será
financiado a través del arancelamiento de las consultas que se efectúen al mismo.
e) Se designa a la Inspección General de Justicia de la Ciudad de Buenos Aires
como autoridad de aplicación del régimen, siendo atribuciones de este organismo la
de dictar las reglamentaciones que correspondan así como solicitar a las
autoridades judiciales y administrativas de las distintas jurisdicciones toda la
información que considere necesaria para el cumplimiento de la misma, incluso en
relación con aquellas provincias que no adhieran a ella, en tanto no vulneren el
principio contenido en el art. 121 de la Constitución Nacional.
f) Se otorga a la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) la
facultad de dictar las normas pertinentes en orden a determinar los datos de carácter
fiscal a ser incluidos en los registros indicados en el art. 1º, así como los referidos a
los procedimientos operativos para la conformación de los mismos.
g) Finalmente, y a los fines de la coordinación y control del funcionamiento de
los registros, se crea un Comité Técnico, cuya representación e integración debe
adecuarse al carácter federal de los registros contemplados en la ley.

ART. 9º.—
Legajo. En los registros, ordenada la inscripción, se formará un legajo para cada
sociedad, con los duplicados de las diversas tomas de razón y demás
documentación relativa a la misma, cuya consulta será pública.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 8º, 67, 111. Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 35.

204 
 
§ 1. El Legajo de Sociedades Comerciales
El legajo de las sociedades comerciales, legislado por el art. 9º de la ley
19.550, fue también suspendido en su ejecución por la ley 19.880, que dejó a salvo
la obligación de las sociedades por acciones de remitir a la autoridad administrativa
de control la documentación requerida por sus normas reglamentarias (art. 369, inc.
p])(278).
El objeto del legajo era el de reproducir y reunir en un solo cuerpo la totalidad de
los antecedentes de una misma sociedad, hoy dispersos en las diversas tomas de
razón y en los expedientes de conformidad administrativa e inscripción.
No obstante su suspensión es de interés mencionar, conforme la filosofía del
legislador al crearlo:
1) Que la incorporación de un documento al legajo no importa la inscripción en
tanto no está sujeta a sus presupuestos (control de legalidad) ni produce sus efectos
(publicidad formal y material), tratándose sólo de un medio de publicidad formal
complementario de la de los asientos y avisos.
2) Que según la ley 19.550 su contenido es: a) copias de las tomas de razón (o
sea de los instrumentos inscriptos), y b) la demás documentación relativa a la
sociedad, que es la ingresada al registro para obtener cada inscripción (títulos,
avisos, boletas de depósito, etc.) o actos accesorios (rúbricas de libros y autorización
de medios mecánicos de contabilidad), además de la expresamente prevista en los
arts. 67, 2ª parte (documentación contable y anexa de sociedades por acciones y
sociedades de responsabilidad limitada de 20 o más socios) y 111 (balance final y
proyectos de distribución aprobados). Dicho contenido debería ampliarse, a mi
juicio, con la documentación contable de todos los tipos sociales, copias de las actas
más relevantes, y notas sobre medidas cautelares, situación concursal, fondos de
comercio transferidos y adquiridos, para dar un cuadro más completo de la situación
jurídico-económica de la sociedad.
3) Que el legajo se forma a partir de la primera inscripción social, con copia de
la misma, glosando la documentación presentada al expediente, cuya conservación
se hace luego innecesaria. Para el depósito de la restante documentación
correspondería establecer plazos ciertos y sanciones para el caso de
incumplimiento.
5) Que el legajo debe completarse con un folio personal por matriculado,
numerado, que contenga la síntesis actualizada de las registraciones de interés para
terceros, y cuya fotocopia sirva como modo ágil de exteriorizar los asientos del
registro(279).
6) Que es de consulta pública, lo que significa que no se requiere justificación
alguna de interés para acceder al mismo, disposición que debiera complementarse
previendo la remisión del legajo o copia íntegra al juez del concurso del comerciante
o sociedad.
Sostienen Horacio Roitman y sus colaboradores, analizando la resolución
general 5/2007 de la Inspección General de Justicia ("Nuevas Normas de la
Inspección General de Justicia"), que la misma y de alguna manera ha reglamentado
al legajo previsto por el art. 9º de la ley 19.550, haciendo expresa referencia a
algunos artículos en los cuales dicha normativa hace supuestamente referencia a

205 
 
ese documento. Sin embargo, las referencias que esa reglamentación hace al
"legajo", no implica poner en ejecución al art. 9º de la ley 19.550, que como hemos
ya referido, está suspendido en su ejecución, sino a los diferentes expedientes o
"legajos" en donde constan los documentos sociales (o sus copias), que es
necesario acompañar a la autoridad de control o al registro mercantil en oportunidad
de realizar las inscripción de actos societarios cuya toma de razón está impuesta
por ley. Con otras palabras, y para evitar todo tipo de confusiones, el legajo al que
se refieren los arts. 2º, 41, 44, 161, 165, 170, 260 y 261 de la resolución general
7/05 son los expedientes que forma la Inspección General de Justicia en oportunidad
de iniciarse un trámite ante dicho Organismo, pero no "el legajo" previsto por el art.
9º de la ley 19.550, que tiene otra finalidad.

ART. 10.—
Publicidad de las sociedades de responsabilidad limitada y por acciones. Las
sociedades de responsabilidad limitada y las sociedades por acciones deben
publicar por un día en el diario de publicaciones legales correspondiente, un aviso
que deberá contener:
a) En oportunidad de la constitución:
1) nombre, edad, estado civil, nacionalidad, profesión, domicilio, número de
documento de identidad de los socios;
2) fecha del instrumento de constitución;
3) la razón social o denominación de la sociedad;
4) domicilio de la sociedad;
5) objeto social;
6) plazo de duración;
7) capital social;
8) composición de los órganos de administración y fiscalización, nombres de sus
miembros y, en su caso, duración en los cargos;
9) organización de la representación legal; 10) fecha del cierre del ejercicio.
b) En oportunidad de la modificación del contrato o disolución:
1) fecha de la resolución de la sociedad que aprobó la modificación del contrato
o disolución;
2) cuando la modificación afecte los puntos enumerados en los incs. 3º a 10 del
apartado a, la publicación deberá determinarlo en la forma allí establecida. [Texto
según ley 21.357].
CONCORDANCIAS: LSC, arts. 14, 60, 77 incs. 3º y 5º, 83, 98, 101. Resolución General IGJ nº
7/2015, arts. 10, 12, 13,35,66, 67,81. LSC Uruguay: arts. 7º, 17, 227, 255.

206 
 
§ 1. Publicidad por medio de edictos. Generalidades. Finalidad de la
publicidad edictal
Como bien lo explica el Profesor Daniel Vítolo, no debe confundirse el régimen
de publicidad societario, que es aquel regulado por la inscripción de los actos y
documentos en el Registro Público, con otras exigencias que apoyan o coadyuvan
a hacer efectivamente efectiva tal publicidad(280), y entre estas exigencias se
encuentra la publicación de edictos, que es un mero dispositivo accesorio tendiente
a acrecentar la publicidad formal, cuya omisión no produce efecto alguno si el
contrato no se inscribió(281).
El art. 10 de la ley 19.550 reglamenta el contenido de los edictos, enumerando
los datos que éstos deben contener al momento de constituirse la sociedad y en
oportunidad de modificarse el acto constitutivo o producirse su disolución. Es
importante aclarar que el texto de esta norma fue modificada por la ley 21.357, y
hasta la sanción de esta ley, las sociedades de responsabilidad limitada y las
sociedades por acciones debían publicar el texto completo del estatuto en el Boletín
Oficial, lo que aumentaba considerablemente los costos de inscripción y además,
llegó a atrasar al referido diario de publicaciones legales en más de un año.
La ley 21.357, que data del año 1978 dio un importante paso a los fines de
agilizar los trámites de constitución y modificación del contrato social de las
sociedades de responsabilidad limitada y por acciones, al disponer la publicación
extractada del contrato social o sus modificaciones.
Se ratifica, como lo hacía el anterior art. 10, la norma general prevista por el art.
14 del ordenamiento legal societario, la cual ordena la publicación "...por un solo día
en el diario de publicaciones legales" siguiendo el criterio del decreto
1793/1956, que modificó los arts. 319 a 323 del Cód. Com., que a su vez disponían
la publicación por 15 días para las sociedades anónimas y el art. 5º, ley 11.645, que
preveía la publicación por cinco días para las sociedades de responsabilidad
limitada. Sin embargo, la nueva redacción del art. 10 innovó con acierto con respecto
a la antigua redacción del mismo, al prescribir la publicación abreviada, a diferencia
de este, que disponía la publicidad completa del contrato social.
Del texto del art. 10 de la ley 19.550 se desprenden las siguientes conclusiones:
a) Que la inclusión del término aviso, autoriza a efectuar las publicaciones sin
previa orden de la autoridad a cargo de la inscripción, reduciendo sensiblemente la
duración del proceso registral(282). Así lo interpretó el Juzgado en lo Comercial de
Registro de la Capital Federal, por disposición del 28 de noviembre de 1980,
entendiendo que las publicaciones correspondientes a las sociedades por acciones
y de responsabilidad limitada (constitución, reformas, cesiones, declaratorias,
nombramiento de administradores, disoluciones, etc.), se debían ser efectuadas
mediante aviso en el Boletín Oficial a publicarse directamente por los interesados.
b) Que queda exenta de publicación la disolución por vencimiento del plazo de
duración, pues al establecer el artículo en análisis que en el caso de disolución debe
aplicarse la fecha de la resolución de la sociedad que aprobó la misma, se
desprende la exclusión del supuesto mencionado.
c) Que si bien la norma no hace referencia a los siguientes supuestos, cabe
interpretar que también deben publicarse: 1) la disolución de las sociedades no
constituidas regularmente, por aplicación del art. 98, y 2) la designación de
liquidadores en las sociedades de responsabilidad limitada y por acciones por
análogos fundamentos a los que motivaron la redacción del art. 60.

207 
 
§ 2. Omisión de la publicación de edictos. Consecuencias
La omisión de la publicación de los edictos en el Boletín Oficial, cuando se trata
de la constitución de la sociedad y no obstante ello, hubiese ésta obtenido la
inscripción en el Registro Público de Comercio, ha suscitado una importante
discrepancia doctrinaria, en especial luego de que el Profesor Isaac Halperin, con
su enorme autoridad intelectual, sostuviera que ante esa circunstancia, la sociedad
debía considerarse como irregular, con el argumento de que, ante la omisión en la
publicación de los edictos previstos en los arts. 10 y 14 de la ley 19.550, la
publicación no era completa, lo que equivale a su inexistencia.
Esta opinión es compartida por Villegas(283)y por Roitman(284), quien agrega que,
como consecuencia de esta "conversión" en irregular, los socios no contarán con el
beneficio de la limitación de la responsabilidad previsto por el tipo.
Entendemos por el contrario(285), que en el actual régimen societario, la
publicidad que hace nacer a la sociedad regular y la hace oponible a los terceros,
es solo la que deriva de la inscripción en el Registro Público, con prescindencia de
la que resulta del edicto, que no es más que un modo accesorio de la publicidad.
En cuanto a la omisión de la publicidad edictal requerida por la ley 19.550 en
torno a la modificación del contrato social o estatuto y a la disolución de la sociedad,
su omisión —en caso de haberse llevado a cabo la correspondiente registración—
carece igualmente de toda sanción, pues a pesar de la que doctrina entiende, en
forma casi unánime, la aplicación del art. 12 de la ley 19.550, tornándose inoponible
a terceros la cláusula no publicada, consideramos, en forma congruente con lo
sostenido en el párrafo anterior, que los efectos previstos por dicha norma solo son
operativos cuando la modificación no se inscribió en el Registro Público de
Comercio, pero no cuando lo omitido ha sido la publicidad edictal prevista por el art.
10 de la ley 19.550.
De todos modos, bueno es recordar al lector que no se tratan, ambas, de
circunstancias que se presenten en la práctica, en tanto el control de legalidad
impuesto al registrador mercantil le impone analizar el estricto cumplimiento de lo
dispuesto por el art. 10 de la ley 19.550, no habiéndose registrado un solo caso de
jurisprudencia que haya obligado a la jurisprudencia a pronunciarse sobre las
cuestiones analizadas.

§ 3. Reglamentaciones administrativas. Fraude mediante la


publicación de edictos falsos. Redacción del edicto
A los fines de evitar la consumación de estafas, venta de inmuebles sociales a
través de la actuación de un representante social falso, que exhibía —entre otros
documentos— la publicación de edictos de la decisión asamblearia que lo había
designado como presidente del directorio de la sociedad vendedora —maniobra

208 
 
lamentablemente muy reiterada en los últimos años— la Dirección Nacional del
Registro Oficial debió dictar la disposición 16/2004, exigiendo que la firma inserta en
el edicto debía encontrarse certificada notarialmente y relacionar la personería y/o
facultades del firmante, en referencia al instrumento público o privado debidamente
individualizado del cual surjan, salvo cuando el edicto haya sido firmado por el Juez
o el Secretario del Tribunal. Se estableció asimismo que junto a la aclaración de la
firma deberán insertarse los datos de la certificación notarial o legalización, los que
serán confrontados previo a la recepción del aviso, previéndose expresamente que
los datos de la certificación notarial o legalización y la individualización del
instrumento público o privado de donde surja la personería, facultades o autorización
del firmante, quedarán incluidos en todos los casos en el texto del aviso que se
publicará en el Boletín Oficial de la República Argentina.
Por su parte, La Inspección General de Justicia incorporó al art. 5º de las "Nuevas
Normas..." (resolución general 7/2005), una serie de disposiciones tendientes a
evitar la redacción del edicto mediante la utilización de abreviaturas que lo tornaban
directamente ilegible, práctica no menos difundida en nuestro medio, tendiente a
economizar centavos. Se sostuvo en dicha disposición que los edictos debían
redactarse en términos claros, precisos, de fácil lectura y con correcta puntuación y
sintaxis, prohibiéndose la inclusión de abreviaturas cuando las mismas,
independientemente de su empleo correcto o incorrecto, no resulten inequívocas en
la práctica.

ART. 11.—
Contenido del instrumento constitutivo. El instrumento de constitución debe
contener, sin perjuicio de lo establecido para ciertos tipos de sociedad:
1) el nombre, edad, estado civil, nacionalidad, profesión, domicilio y número de
documento de identidad de los socios;
2) la razón social o la denominación, y el domicilio de la sociedad. Si en el
contrato constare solamente el domicilio, la dirección de su sede deberá inscribirse
mediante petición por separado suscripta por el órgano de administración. Se
tendrán por válidas y vinculantes para la sociedad todas las notificaciones
efectuadas en la sede inscripta.
3) la designación de su objeto, que debe ser preciso y determinado;
4) el capital social, que deberá ser expresado en moneda argentina, y la mención
del aporte de cada socio. En el caso de sociedades unipersonales, el capital deberá
ser integrado totalmente en el acto constitutivo.
5) el plazo de duración, que debe ser determinado;
6) la organización de la administración, de su fiscalización, y de las reuniones de
los socios;
7) las reglas para distribuir las utilidades y soportar las pérdidas. En caso de
silencio, será en proporción de los aportes. Si se prevé sólo la forma de distribución
de utilidades, se aplicará para soportar las pérdidas y viceversa;

209 
 
8) las cláusulas necesarias para que puedan establecerse con precisión los
derechos y obligaciones de los socios entre sí y respecto de terceros;
9) las cláusulas atinentes al funcionamiento, disolución y liquidación de la
sociedad. [Texto según ley 26.994]
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 1º, 18 a 20, 31, 32, 36, 38 a 53, 55, 58, 68, 89, 94 inc. 2º, 95, 126,
134, 142, 147, 164, 233; Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 11, 12, 13, 35, 55, 59, 66, 67 y 68.
LSC Uruguay: arts. 12 a 16.

§ 1. Elementos y requisitos del contrato de sociedad


En los nueve incisos que contiene el art. 11 de la ley 19.550, ésta ha establecido
los requisitos que debe contener el contrato de sociedad, bajo sanción, en principio,
de gobernarse por las normas previstas en la Sección IV del Capítulo 1 de la ley
19.550, conforme lo dispone el art. 25 primer párrafo de dicha ley, que determina tal
consecuencia ante la omisión, por el contrato social, de los requisitos tipificantes o
no tipificantes.
Sin embargo, la omisión de indicar las cláusulas a que se refieren los incs. 7º al
9º no ocasiona la consecuencia indicada, pues la ausencia de regla sobre la
determinación de la forma de participar en los beneficios y soportar las pérdidas
encuentra solución en el mismo inc. 7º; los derechos de los socios están
consagrados en la ley y no pueden ser suprimidos por cláusula contractual y
finalmente, la ley 19.550 es minuciosa en la reglamentación del período liquidatorio
—arts. 101 a 112—, disposiciones que rigen en ausencia de previsión contractual al
respecto.
Debe repararse asimismo que en las sociedades por acciones, el estatuto debe
contener además de los requisitos previstos por el art. 11, las cláusulas indicadas
por el art. 166, y en las sociedades por interés puede omitirse toda referencia a la
organización de la administración, fiscalización y gobierno del ente (art. 11, inc. 6º),
pues salvo disposición contractual, los socios absorben todas esas funciones (arts.
55, 128, 131 y 132).
Por último, aun cuando el art. 11 LGS no se refiera a ello, es mención ineludible
en el contrato social, la fecha de cierre de ejercicio, por las consecuencias que se
derivan de su conocimiento. El art. 10 ratifica esta conclusión al incluir la fecha del
cierre de ejercicio en el contenido de los edictos a publicarse en oportunidad de la
constitución de sociedades de responsabilidad limitada y por acciones.
Las sociedades cuyo contrato social carecen de alguno de los requisitos no
tipificantes previstos por el art. 11 de la ley 19.550, esto es, los datos de los socios,
la denominación, el domicilio y el objeto social, así como su capital y plazo de
duración, pueden ser subsanadas a iniciativa de la propia sociedad o de los socios,
en cualquier tiempo durante el plazo previsto en el contrato. Nos referiremos a ello
al comentar el art. 25.

210 
 
§ 2. Datos personales de los socios
En primer término, la ley 19.550 exige que en el contrato constitutivo deben
figurar los datos personales de los socios, los cuales revisten singular importancia
desde diferentes puntos de vista; así, el estado civil del socio hará o no procedente
la conformidad del cónyuge en caso de que aquel ceda sus cuotas, acciones o
partes de interés (art. 470 del Código Civil y Comercial de la Nación); la nacionalidad
sirve para establecer cómo se compone y quiénes constituyen el grupo de control
de una sociedad cuando por razones de interés público interese saberlo; asimismo,
la profesión permite determinar si existe alguna incompatibilidad que impida a dicha
persona formar parte de la sociedad(286), etc.
Si se trata de una sociedad la que comparece entre los fundadores de la entidad
—lo cual es actuación legítima, con las limitaciones previstas por los arts. 30 a 32de
la ley 19.550— no pueden encontrarse ausentes los datos de inscripción de aquella,
así como la mención de todos aquellos instrumentos necesarios a los fines de
justificar la legitimación de su representante legal. De ello se deriva que las
sociedades comprendidas en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550 no pueden
formar parte de sociedades regularmente constituidas (arts. 23 y 30 LGS).

§ 3. Constitución de sociedad por apoderado


La actuación por mandatario a los fines de constituir sociedad requiere la
existencia de un poder especial otorgado por escritura pública por el mandante, de
conformidad con lo dispuesto por el art. 375 del CCyCN, que requiere facultades
expresas para formar uniones transitorias de empresas, agrupamientos de
colaboración empresaria, sociedades, asociaciones o fundaciones.
Si bien la jurisprudencia ha ratificado lo expuesto, durante la vigencia de los
derogados arts. 1184 inc. 7º y 1881 inc. 13 del Código Civil, declarando
improcedente a tales fines la invocación de un poder general, aún cuando este
instrumento mencione, como una facultad más del apoderado la de constituir
sociedad, se dejó expresamente aclarado que si el poder general contiene una
cláusula en la que se designa el nombre de la sociedad que ha de formarse, el
capital que se aporte a nombre del mandante y el nombre de los futuros consocios,
ello cumple con los requisitos previstos por las referidas normas de las aludidas
normas del Código Civil(287).

§ 4. El nombre societario

211 
 
4.1. Naturaleza del nombre societario. Consecuencias de su omisión
De conformidad con lo dispuesto por el art. 11, inc. 2º de la ley 19.550, las
sociedades comerciales tienen un nombre, el cual, conforme sus características
puede clasificarse como razón social o denominación social. El mismo no constituye
un nombre comercial sino que es un atributo de la personalidad jurídica que la ley
les otorga (art. 2º) y su omisión, por ser éste un requisito esencial no tipificante,
determina la aplicación a la sociedad de las normas de los arts. 21 a 26 LGS,
conservando la sociedad y los socios el derecho la facultad de subsanar esa
situación, conforme al procedimiento previsto en el art. 25.
El nombre societario cumple una función identificatoria de la persona jurídica,
que reviste el carácter de esencial. Dicho nombre se integra con el nombre de uno,
varios o todos los socios o con una denominación de fantasía, al cual debe
agregarse el tipo social adoptado o su abreviatura.

4.2. Nombre societario y nombre comercial


El nombre de las sociedades debe ser distinguido del concepto de nombre
comercial, pues si bien se encontraban elementos en la Ley de Marcas 3975 que
permitían identificar o asimilar a ambos, no existe ya margen de confusión para ello,
de conformidad con los términos de la ley 22.362, modificatoria de aquella.
El problema radica pues en que nuestra legislación no ha sido precisa en la
determinación del concepto de nombre comercial, que se encontraba legislado en
los arts. 42 a 47 de la ley 3975, y actualmente en la ley 22.362, como así tampoco
nuestra doctrina se ha manifestado coincidente sobre el tema.
En efecto: la ley 3975, de marcas de fábrica, comercio y agricultura, que en su
Título II legislaba sobre el nombre comercial, parecía identificar el concepto de este
con la designación del establecimiento comercial (arts. 43 y 46, ley cit.), pero de los
arts. 42 y 45 se desprendía que el instituto abarcaba el nombre del comerciante,
agricultor o fabricante, el de la sociedad y el del negocio o casa de comercio. La ley
22.362 —arts. 27 a 30—, aclaró por cierto el panorama, pues la misma protege las
designaciones de actividades, con o sin fines de lucro, excluyendo de su ámbito el
nombre civil, o la razón o nombre social (véase Exposición de Motivos), de donde
se desprende que el concepto de nombre comercial quedaría reservado
exclusivamente a la designación del establecimiento comercial o fondo de comercio.
Ello resulta acertado, en tanto además de la identificación de la empresa —concepto
de alcances mucho más amplios que el de establecimiento o fondo de comercio—,
el nombre societario es un atributo de la personalidad jurídica de las sociedades
regularmente constituidas, que determina la imputación al patrimonio de éstas de
los actos que el ente realiza; diferencia que, sumada a otras relacionadas con la
adquisición de los nombres comercial y societario, su protección y transmisión, ha
motivado que la ley 22.362 haya eliminado de su ámbito el nombre societario, al que
deja librado a las disposiciones de la Ley de Sociedades y a las normas
correspondientes de la autoridad de control.
Nombre societario y nombre comercial difieren asimismo:

212 
 
a) Una sociedad puede tener más de un nombre comercial, enseña o marca,
pero un solo nombre social(288).
b) En cuanto a su adquisición, en tanto el nombre comercial puede ser utilizado
sin ninguna registración, con el simple uso que se haga del mismo, el nombre
societario debe necesariamente incluirse en el contrato constitutivo, siendo recién
oponible a terceros con su registración en los términos del art. 7º de la ley 19.550.
Como lógica consecuencia de lo expuesto, el nombre comercial cesa con la
explotación del comercio al cual identifica y el nombre societario, con la cancelación
del contrato en el Registro Público (art. 112 de dicho ordenamiento legal).
c) En lo que hace a su protección, rigen para el nombre comercial las
disposiciones de la ley 22.362 —art. 29—. Para las sociedades regularmente
constituidas, la oposición al empleo del nombre social puede efectuarse durante el
trámite de inscripción en el Registro Público de Comercio o posteriormente,
mediante la promoción de una acción ordinaria, de pleno conocimiento.
d) En materia de prescripción, la ley 22.362 de marcas y designaciones,
establece una prescripción anual para la acción de oposición al uso del nombre
comercial, mientras que la regulación de la denominación de la persona jurídica o
nombre social compete a la ley 19.550, siendo a nuestro juicio imprescriptible la
acción promovida por una sociedad comercial que pretende el cese de la
denominación por una entidad homónima, atento los intereses de terceros en juego,
que trascienden al interés individual de las sociedades en litigio.
e) También difieren, nombre comercial y nombre societario, en lo que respecta a
su transmisión, por cuanto el nombre comercial puede transferirse siempre y cuando
se transfiera el fondo de comercio del cual forma parte (art. 1º, ley 11.867) y ello se
explica, al igual que en el caso de marcas de fábrica, comercio o agricultura, por el
marcado valor económico de tales elementos, pues separarlos del establecimiento
mediante su venta individual, es atentar contra el orden público y desnaturalizar su
función, que sin duda consiste en atraer, conservar y acrecentar la clientela. El
nombre societario, por el contrario, es intransferible atento a su condición de atributo
de la personalidad.
f) El nombre comercial puede ser objeto de usucapión, por quien ha usado el
mismo en forma ostensible, público y pacífico, mientras que ello es impensable en
lo que respecta al nombre societario, en tanto su protección solo es admisible en la
medida que el contrato social de la entidad a la cual identifica, se encuentre inscripta
en el Registro Público.
g) Finalmente, y en lo que se refiere a la competencia de los tribunales en los
cuales se dirima el mejor derecho en la utilización de un nombre comercial y un
nombre societario, ellos son diferentes, pues si se trata del cuestionamiento del
nombre comercial, corresponde intervenir, en el ámbito de la ciudad de Buenos
Aires, a la Justicia en lo Civil y Comercial Federal, mientras que si el pleito versa
sobre el cese y/o modificación del nombre social, al no ser aplicables las
disposiciones de la ley 22.362 sino las de la ley 19.550, son competentes los
tribunales comerciales.
Nuestra jurisprudencia ha distinguido cuidadosamente los conceptos de nombre
comercial y nombre societario, sosteniéndose que el nombre comercial distingue a
la sociedad o al comerciante en la vida económica, siendo un medio de atracción y
de conservación de la clientela, formando parte de la misma. Por el contrario, el
nombre social identifica al ente en su vida jurídica, determinando la imputación al
patrimonio societario de los actos en que se los utiliza(289). En el mismo sentido se
sostuvo que mientras el nombre comercial es un elemento del fondo de comercio

213 
 
(art. 1º de la ley 11.867), que identifica a la empresa en el ámbito del tráfico mercantil
y como tal constituye un derecho patrimonial del comerciante, individual o colectivo,
que éste puede enajenar, el nombre societario es un elemento que, junto con otros,
integra la normativa societaria, individualizando el ente como sujeto de derecho y
fijando el alcance de la responsabilidad de los socios(290).
No obstante las claras diferencias que existen entre ambos institutos —nombre
comercial y nombre social—, puede darse el caso de coincidencia u homonimia
entre el nombre comercial de un comerciante o empresario —individual o colectivo—
y el nombre de una sociedad comercial, para lo cual se aplican los mismos principios
que ha utilizado la jurisprudencia para dirimir los conflictos de homonimia entre dos
sociedades, esto es, y como principio general, que el derecho a la utilización de un
determinado nombre societario corresponde a la sociedad que primero se haya
inscripto en el Registro Público de Comercio(291).

4.3. Omisión en la identificación del nombre social al momento de


celebrarse una operación por la sociedad
Un problema interesante que se plantea en torno al nombre societario, se
presenta cuando el representante legal de la sociedad no identifica al nombre
societario en el momento de llevar a cabo una determinada operación con terceros,
sino que en su lugar, y junto con su firma, identifica al nombre comercial del
establecimiento. Ante tal manera de proceder corresponde preguntarse si la
sociedad ha quedado vinculada con una actuación realizada en tales condiciones.
Por una parte ha sido sostenido que para vincular a la sociedad con esa
operación, el firmante debe colocar en el instrumento por el suscripto, la
denominación social del ente que representa, pues el uso del nombre comercial
carece de efecto vinculante, en términos jurídicos, para dicha sociedad(292).
En sentido opuesto fue sostenido en el caso "Vaccaro A. c/ Automóviles 4242",
dictado por la sala A de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, de
fecha 22 de diciembre de 1977, que si bien debe condenarse al representante legal
o empresario unipersonal de una denominación de fantasía, la condena al nombre
de una empresa económica vale para y contra su titular.
Entendemos por nuestra parte que la solución debe ajustarse a las
circunstancias del caso concreto, atendiendo en especial a la notoriedad del nombre
comercial, pues en tal supuesto, la doctrina de la apariencia constituye una
herramienta eficaz a los fines de castigar la mala fe y responsabilizar a quien se ha
valido del prestigio de un nombre comercial para celebrar determinada contratación,
pero en este caso, la responsabilidad asumida por la sociedad debe ser compartida
por el firmante de la obligación, en forma solidaria e ilimitada, habida cuenta lo
dispuesto por los arts. 126 último párrafo, 142, 147 último párrafo y 164 párrafo final
de la ley 19.550.

214 
 
4.4. Razón y denominación social
Las sociedades comerciales regularmente constituidas pueden adoptar, como
nombre societario y conforme a su tipo, una razón o denominación social. La primera
se reserva, aunque en forma optativa, para aquellas sociedades en las cuales los
socios comprometen su responsabilidad en forma ilimitada y solidaria por las deudas
de la sociedad que integran, aunque en forma subsidiaria, gozando del beneficio de
excusión (art. 56).
En la razón social debe incluirse el nombre de los socios que integran la
sociedad, pues un principio de veracidad los obliga a revelar a los terceros
exclusivamente el nombre de todos o alguno de ellos, toda vez que su
responsabilidad ha sido tomada en cuenta a los efectos de negociar con el ente.
Es así como puede afirmarse que la razón social se encuentra estrechamente
ligada con el principio de solidaridad por las obligaciones contraídas por la sociedad.
Por ello, y como lógica consecuencia de lo expresado, la muerte de un socio, su
receso o exclusión, obliga a efectuar la correspondiente modificación del contrato
social, pues la ley 19.550 sanciona a quien presta su nombre como socio sin revestir
esa calidad, con las obligaciones y responsabilidad de tales frente a terceros (art.
34).
En resumen: la ley de sociedades comerciales no prohíbe a las sociedades de
personas o por parte de interés utilizar un nombre de fantasía —denominación
social— pero si en el nombre se incluye al patronímico de una persona física, debe
necesariamente corresponder al de uno de sus integrantes.
En las sociedades de responsabilidad limitada y en las sociedades anónimas,
por el contrario, y dado el carácter limitado de la responsabilidad que asumen los
socios, la ley no admite el uso de la razón social y en todos los casos, lo que
identifica a una sociedad de estos tipos sociales es la denominación social, aún
cuando ella incluya el nombre de uno, varios o todos los socios, que por el hecho de
figurar en la denominación de la sociedad, no ven agravada su responsabilidad.

4.5. La inclusión del tipo social en la denominación o razón social


La ley 19.550 exige en forma imperativa la integración de la denominación o
razón social con la necesaria referencia al tipo social adoptado.
El art. 126 de dicha ley, referido a la sociedad colectiva, prescribe la necesidad
de integrar la denominación social con las palabras "sociedad colectiva" o su
abreviatura, y aunque dicha exigencia no es requerida para el supuesto de la
utilización por la sociedad de una razón social, la misma se encuentra implícita por
la sanción a que se refiere dicho artículo en su último párrafo, en cuanto establece
que la violación de este artículo hará al firmante responsable en forma solidaria con
la sociedad por las obligaciones contraídas.
El mismo requisito e idéntica sanción prevé la ley para las sociedades en
comandita simple (arts. 134 y 136 de la ley 19.550), las sociedades de capital e
industria (art. 142), de responsabilidad limitada (art. 147) y en comandita por
acciones (art. 317).

215 
 
La exigencia legal prevista en los arts. 134, 136 142, 147 y 317, apunta a la
protección de la regla de veracidad que está ínsita en el nombre societario, que
exige la indicación del tipo social a los efectos de dar certidumbre a los terceros
sobre la naturaleza y extensión de la responsabilidad de los socios, el sistema de
representación del ente, etc. De manera tal que la omisión del mismo autorizaría a
los terceros a suponer la existencia de una sociedad no regularmente constituida —
irregular o de hecho— o empresa individual, donde la responsabilidad de los socios
que la integran o del comerciante titular de aquella es ilimitada.
Respecto a las sociedades anónimas, la versión original del art. 164 imponía
idéntica responsabilidad a los representantes de la sociedad, juntamente con ésta,
por los actos que celebren sin mención del nombre o identificación de la compañía.
Sin embargo, la reforma efectuada por la ley 26.994 omitió esta sanción, al disponer
que "La denominación social —de las sociedades anónimas— puede incluir el
nombre de una o más personas de existencia visible y deben contener la expresión
"sociedad anónima", su abreviatura o la sigla SA. En caso de sociedad anónima
unipersonal deberá contener la expresión "sociedad unipersonal, su abreviatura o la
sigla SAU.
En contra de lo dispuesto por el nuevo texto del art. 164, el Profesor Daniel Vítolo
manifiesta ignorancia sobre las razones de esta supresión, aunque sostiene que ello
podría responder a la cuestionable reticencia del nuevo legislador societario, de
imponer responsabilidades ilimitadas y solidarias entre sus integrantes, como puede
deducirse de la modificación del régimen de las sociedades no regulares, en las
cuales, y a diferencia de la versión derogada de los arts. 21 a 26, la responsabilidad
de sus integrantes pasó a ser simplemente mancomunada y por partes iguales (art.
24)(293).
Sin embargo, este argumento no convence y entiendo que la supresión
efectuada por la ley 26.994 al segundo párrafo de la ley 19.550 carece de toda
relevancia, ante la norma imperativa del art. 151 del Código Civil y Comercial de la
Nación, en cuanto dispone que "La persona jurídica debe tener un nombre que la
identifique como tal, con el aditamento indicativo de la forma jurídica adoptada",
norma que predomina sobre el texto actual del art. 164 de la ley 19.550, a tenor de
lo dispuesto por el art. 150 del código unificado.
No alcanza tampoco a entenderse las razones por las cuales los administradores
o representantes de sociedades de cualquier tipo, excepto las anónimas, responden
en forma solidaria e ilimitada cuando éstos contratan con terceros sin identificar a la
sociedad, pues si lo que pretendió el legislador de 2014 fue eliminar esa
responsabilidad amplia, debió también incluir a las otras compañías con
responsabilidad análoga a la que caracteriza a las sociedades anónimas, como lo
son las sociedades de responsabilidad limitada, pero el art. 147 segundo párrafo de
la ley 19.550 descarta esta interpretación.
Por otro lado y finalmente corresponde afirmar que carece de todo sentido
tendría imponer la inclusión, en la denominación social la expresión "sociedad
anónima", su abreviatura o la sigla SA, si luego no existe sanción alguna en caso de
violación a lo dispuesto por el art. 164 primer párrafo de la ley 19.550, cuando en los
demás tipos sociales esa sanción está claramente prescripta y es aplicable a todas
las demás sociedades típicas.
Una verdadera incongruencia de la ley 26.994, que se suma a la innumerable
cantidad de desaciertos que la misma exhibe.
Finalmente corresponde señalar, en cuanto a la necesaria indicación del tipo
social, que a diferencia de lo dispuesto por los arts. 147, 164 y 317 de la ley

216 
 
19.550en los cuales se autoriza el empleo de las siglas "SRL", "SA", y "SCA", para
las sociedades de responsabilidad limitada, anónimas y en comandita por acciones,
dicho cuerpo legal no autoriza el empleo de las siglas correspondientes para las
sociedades colectivas, en comandita simple y de capital e industria, en las cuales
sólo se admite su abreviatura, lo que se explica a los fines de evitar posibles
confusiones de las siglas de los entes societarios entre sí, y con respecto a las de
la sociedad en comandita por acciones, donde la sigla puede utilizarse(294).

4.6. Aplicación para las sociedades, del régimen general que en


materia de nombre, incorpora el art. 151 del Código Civil y Comercial
de la Nación
El art. 151 se refiere al nombre de la persona jurídica, las cuales deben tener una
denominación que las identifican como tal, con el aditamento de la forma jurídica
adoptada, aclarando dicha norma que la persona jurídica en liquidación debe aclarar
esta circunstancia en su nombre. Se trata, una vez más, y como bien lo recuerda la
profesora de la Universidad de Rosario, Gabriela Calcaterra, de una traspolación del
régimen societario, por lo que su interpretación no ofrecerá mayores dificultades(295).
Continúa prescribiendo el art. 151 del CCyCN que el nombre debe satisfacer los
recaudos de veracidad, novedad y aptitud distintiva, tanto respecto de otros
nombres, como de marcas, nombres de fantasía u otras formas de referencia a
bienes o servicios, se relacionen o no con el objeto de la persona jurídica.
Estas previsiones no están incluidas en la ley 19.550 y han sido,
fundamentalmente, extraídas de la resolución general 7/2005 ("Nuevas Normas de
la Inspección General de Justicia"), en especial en su art. 58, el cual impone, para
las sociedades comerciales y asociaciones civiles (art. 354 de dicha resolución), los
requisitos de veracidad, novedad e inconfundibilidad, ahora previstas en el art. 151
del CCyCN. Lamentablemente, esta norma no requirió, como debió hacerlo, la
necesidad de que la denominación de las personas jurídicas esté expresada en
idioma nacional, como lo hace el art. 354 de las referidas normas de la autoridad de
control para las asociaciones civiles, cuando prescribe que la denominación deberá
estar expresada en idioma nacional, así como la indicación precisa del principal o
principales objetivos de la entidad, sin perjuicio de la posibilidad de incluir agregados
subordinados a ella en idioma extranjero, lenguajes regionales o dialectos, requisitos
que la Inspección General de Justicia debió imponer, ante la corriente
absolutamente extranjerizante que signó los años 90 del siglo veinte, donde el
concepto de soberanía nacional y todas sus manifestaciones desaparecieron ante
el temporario fenómeno de la globalización y la recurrencia al idioma inglés, para
identificar cualquier cosa o cualquier actividad era moneda corriente, al menos en la
Ciudad de Buenos Aires.
Todos los requisitos del nombre de la persona jurídica previstos en el art. 151,
primer párrafo del Código Civil y Comercial de la Nación —veracidad, novedad y
aptitud distintiva— tienen como común denominador la tutela de la inconfundibilidad
entre distintas personas jurídicas, a los fines de dar una adecuada protección al
interés de los terceros y —para las entidades civiles, como las asociaciones civiles,
fundaciones o mutuales— al interés público, que resultaría afectado por el eventual
error en que se induce(296). Pero además de ello, merece nuestra total adhesión, que
217 
 
la protección al nombre de las personas jurídicas no se limite a la simple homonimia,
sino también respecto de marcas, nombres de fantasía u otras formas de referencia
a bienes y servicios.
Finaliza el art. 151 CCyCN que el nombre de las personas jurídicas no puede
contener términos o expresiones contrarias a la ley, el orden público o las buenas
costumbres(297)ni inducir a error sobre la clase u objeto de la persona jurídica,
agregando finalmente dicha norma que la inclusión en el nombre de la persona
jurídica del nombre de personas humanas requiere la conformidad de éstas, que se
presume si son miembros. Sus herederos pueden oponerse a la continuación del
uso, solo si acreditan perjuicios materiales o morales.
Dichas prescripciones, de evidente carácter imperativo, son aplicables a todos
los tipos societarios previstos en la ley 19.550 (art. 150 inc. 1º de la ley 19.550).

4.7. Modificación del nombre social. El principio de la invariabilidad.


Hemos sostenido que el nombre societario constituye un atributo de la
personalidad de la sociedad comercial, por lo que la variación del mismo está
limitada a causas justificadas y atendibles, que deberán ser justificadas en la
asamblea que reunión de socios que resuelva el cambio de nombre y exhibidas al
organismo de control, al momento de inscribirse esa modificación del contrato social
en el Registro Público de Comercio.
En tal sentido se ha resuelto que por constituir la denominación de la persona
jurídica un instituto de policía civil destinado a proteger el interés general, el principio
de su inmutabilidad adquiere singular importancia, por lo que solo es mutable la
denominación social cuando lo justifiquen razones de excepción toda vez que, el
nombre de una persona jurídica debe tener la misma permanencia que el de una
persona física(298).
Son causas que justifican el cambio de denominación de una sociedad
comercial, entre otras, el fallecimiento, retiro o exclusión de uno de los socios cuyo
nombre figuraba en la razón o denominación social, el dictado de una sentencia
judicial que obligó a una sociedad a modificar su nombre habida cuenta la existencia
de otra entidad homónima con mejor derecho para utilizar aquel nombre; el cambio
de objeto de la sociedad; la pertenencia a un nuevo grupo societario como
consecuencia de un proceso de reorganización societaria, etc.
Huelga manifestar que el cambio de denominación de una sociedad no modifica
la entidad jurídica de ese sujeto ideal, la cual se encuentra habilitada para requerir
bajo su nuevo nombre la satisfacción de los contratos que hubiera concertado
mediante el empleo de la anterior denominación. Del mismo modo, los terceros
acreedores de la entidad podrán demandar a la sociedad, con su nueva
denominación, a los fines de obtener el cobro de su crédito, pero si el cambio de
nombre, previa publicación, fue inscripta en el Registro Público de Comercio en
fecha anterior al libramiento del pagaré, esa registración torna oponible dicha
modificación al tercero portador (art. 12 de la ley 19.550), por lo cual, y conforme
fuera resuelto por la jurisprudencia, no corresponde admitir la ejecución contra la
sociedad, salvo que se probase conducta dolosa del firmante del documento,
generadora de responsabilidad(299).

218 
 
4.8. Sociedades comerciales con igual o parecido nombre societario.
El control de homonimias
Una de las características básicas que debe reunir el nombre societario para ser
admitido como tal es el de la inconfundibilidad, ya que la libertad de elección del
nombre aparece restringida por el llamado principio de novedad, que veda la
adopción de una denominación ya utilizada por otra sociedad, de mayor antigüedad.
Debe destacarse que durante la vigencia del Código de Comercio en materia de
sociedades comerciales, era criterio pacífico en doctrina y jurisprudencia, que la
protección del nombre societario se encontraba sometida a las normas que
emanaban de la ley 3975, conocida como "Ley de Marcas", en especial en cuanto
se refería a la necesidad de impedir la confundibilidad de los nombres comerciales,
lo cual obligaba a la sociedad que se consideraba perjudicada en sus derechos a la
promoción de acciones judiciales de pleno conocimiento ante el Fuero Federal.
No obstante ello, y cumpliendo con otra de las finalidades del Registro Público
de Comercio, cual es la necesidad de prevenir posibles conflictos, el Juzgado
Nacional de Primera Instancia en lo Comercial de Registro, que hasta el año 1980,
año de la sanción de la ley 22.316 estuvo a cargo de las registraciones societarias,
llevaba un registro de homonimias o sociedades homónimas mediante el cual ejercía
el control necesario para impedir la registración de una sociedad comercial cuyo
nombre coincidía con el de otra ya inscripta. Con esa finalidad también, fue
competente en las oposiciones que una sociedad ya registrada efectuaba con
relación a otro ente en trámite de inscripción.
Esta intervención oficiosa del Juzgado de Registro se justificó en diversas
razones. Por una parte, en el poder de policía que ejerce el encargado del Registro
Público de Comercio en interés del tráfico mercantil y de los terceros en general,
preventiva de eventuales litigios y protección de un derecho inherente a la
personalidad de las sociedades(300), que se encontrarían insuficientemente
protegidos si, hasta tanto se dilucide el mejor derecho al nombre, el Registro
procediera a la inscripción de la sociedad y consecuentemente la habilitase para
actuar bajo tal denominación, a sabiendas de la existencia de otra que actúa bajo el
mismo nombre(301). Por otro lado, las facultades del Juez de Registro para proceder
de tal manera encontró también explicación en las normas que, por aquellos años,
regía la protección del nombre comercial (ley 3975) y en el control de legalidad que
debía llevar a cabo el encargado del Registro Público de Comercio sobre el contrato
constitutivo de una sociedad comercial, con carácter previo a ordenar su toma de
razón. En tal sentido, se sostuvo que "Sea que se considere al nombre social una
propiedad del ente, lo que fue postulado por autorizada doctrina con base en el
derogado art. 300 del Código de Comercio, o que se lo juzgue dato normativo
configurante del negocio societario, pero condicionado a los principios de veracidad,
información y novedad, la pretensión registral de la sociedad homónima no puede
ser admitida cuando existen inscriptas sociedades con igual nombre y distinto tipo
que la solicitante: la sustancial homonimia es así objetiva y genéricamente
susceptible de producir confusión en los terceros respecto de la identidad del sujeto
de derecho (art. 2º de la ley 19.550), malgrado la diversidad de tipos"(302).

219 
 
Dos fueron los fallos que, por esa época, confirmaron las facultades del
registrador mercantil para evitar la circulación de sociedades homónimas en el
mismo mercado: el fallo dictado por el Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo
Comercial de Registro, firme, en autos "Casa Medina Sociedad de Responsabilidad
Limitada" y el de la sala C de la Cámara Comercial en autos "Constructora Cariló
Sociedad Anónima", que sentaron las bases de la facultad de la autoridad de control
para entender en ese tipo de conflictos.
En el primero de los casos —"Casa Medina Sociedad de Responsabilidad
Limitada"— dictado en fecha 6 de mayo de 1975, se denegó la inscripción solicitada
como consecuencia de existir constancias en el Registro citado de la existencia de
otra sociedad homónima. Se manifestó en la citada resolución que la diversidad de
objeto o ramo del comercio no constituye elemento de distinción susceptible para
admitir la coexistencia de dos sociedades homónimas, pues como ese objeto no
tiene exteriorización pública, no sirve como elemento distintivo. En el segundo de
los casos —"Constructora Cariló Sociedad Anónima— dictado en fecha 19 de
octubre de 1977, se trató de una oposición formulada por una sociedad cuyo nombre
coincidía con el de otra cuya registración se solicitaba; en tal oportunidad se acogió
dicha oposición teniendo en cuenta, más que los intereses particulares del
peticionante y del opositor al registro, el interés del tráfico y de los terceros en
general, que se encontrarían insuficientemente protegidos si hasta tanto se
dilucidara el mejor derecho al nombre, el Registro procediera a la inscripción de la
sociedad, y consecuentemente la habilitase a actuar bajo tal denominación, a
sabiendas de la existencia de otra que actúa bajo el mismo nombre.
La jurisprudencia del Juzgado de Registro y de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Comercial fue fijando los alcances de la intervención del citado
magistrado en los supuestos de conflictos de homonimias, y si bien se sostuvo por
aquel entonces (década del 70) que debía atenderse primordialmente la identidad
literal de las palabras, que componen la denominación, rechazándose sólo los
nombres iguales o notoriamente similares(303), se resolvió asimismo que dándose
este supuesto, ni la diversidad de objetos ni la circunstancia de tratarse de diferentes
tipos sociales obstaculiza la procedencia de la oposición formulada(304).
Sancionada la ley 22.316, que puso en manos de la Inspección General de
Justicia el Registro Público de Comercio en la Capital Federal y Territorios
Nacionales, cabe preguntarse si la facultad de dirimir conflictos de homonimias
corresponde a ese organismo, en especial, atento la norma del art. 5º de la ley
22.315, reglamentaria de la actividad de la autoridad de control, conforme al cual "El
conocimiento y decisión de las oposiciones a las inscripciones a que se refiere el art.
39 del Código de Comercio y de los supuestos previstos en los arts. 12 y 110 del
mismo cuerpo legal, son de competencia judicial, sin perjuicio de las funciones
registrales de la Inspección General de Justicia. También son de competencia
judicial las resoluciones de las cuestiones que versen sobre derechos subjetivos de
los socios de una sociedad comercial entre sí y con respecto a la sociedad".
A pesar de algunos antecedentes jurisprudenciales que han sostenido lo
contrario(305), la respuesta debe ser afirmativa en torno a la competencia de la
Inspección General de Justicia a los fines de dirimir los conflictos de homonimia, por
las siguientes razones:
a) Por no encuadrar la cuestión en los supuestos previstos por el art. 5º de la ley
22.315, toda vez que, como hemos señalado, la intervención del organismo de
control al entender en conflictos suscitados en torno a la similitud o identidad del
nombre societario de dos compañías mercantiles, no pone en juego al control de

220 
 
legalidad que le confiere el art. 6º de la ley 19.550 y art. 5º de la ley 22.315, sino el
poder de policía societario en defensa del interés general. Al respecto, se ha
sostenido con todo acierto que como principio general, la Inspección General de
Justicia ejercer dos tipos de facultades: las registrales y aquellas en las que se pone
en juego el poder de policía societario que se ejerce por razones de interés general
tendientes a asegurar la buena fe de las transacciones comerciales, afirmando el
principio de transparencia y lealtad del tráfico mercantil y en protección del público
en general(306).
b) Porque dicha función se complementa con lo dispuesto por los arts. 8º y 9º de
las normas del Organismo de Control, en virtud de las cuales éste no conformará los
actos constitutivos de entidades con denominaciones iguales o similares a otras ya
existentes, o que puedan confundirse con instituciones, dependencias o empresas
del Estado, o inducir a error sobre la naturaleza y características de la entidad
otorgando la prioridad en la denominación al ente que primero se haya presentado
ante la Inspección. Por otro lado, dicha repartición sólo admitirá la adopción de
denominaciones que respetando el principio de la inconfundibilidad de la persona
jurídica, contenga elementos comunes con otras ya registradas, mediando
conformidad de estas últimas para la utilización de tales elementos, lo que se
acreditará fehacientemente previo a la conformidad (art. 9º).

4.9. Jurisprudencia administrativa y judicial en materia de


homonimias
Desde el caso "Casa Medina S.R.L." del 6 de mayo de 1975, que puede ser
considerado el primer precedente sobre el tema, la jurisprudencia de nuestros
tribunales ha avanzado enormemente en un tema que la ley 19.550 ha descuidado
en forma incomprensible: la protección del nombre de la sociedad, evitando, con
fallos ejemplares, la actuación de sociedades homónimas en beneficio de tráfico
mercantil que es, en definitiva, la protección del consumidor.
En tal sentido, nuestros tribunales comerciales han destacado a
la inconfundibilidad del nombre societario, como una de sus características
fundamentales(307), autorizando al organismo de inscripción para oponerse de oficio
a la registración de una sociedad de nombre idéntico o al menos parecido —pero
que pueda inducir a confusiones— al de una sociedad ya existente, sin importar la
diferencia de objeto social o de tipos sociales adoptados por cada una de ellas(308).
Pero adviértase que, siendo la inconfundibilidad del nombre social la nota que
debe prevalecer, no es exigible una homonimia o identidad absoluta entre las
denominaciones sociales en conflicto, de tal modo que los nombres de las
sociedades comerciales puedan ser distinguibles o diferenciables para el común de
las personas, sin necesidad de un esfuerzo especial o distinto del normal para
establecer una correcta y clara identificación. Con tal orientación, la jurisprudencia
ha dicho que en la apreciación de la confundibilidad de los nombres, se deben tener
en cuenta los vocablos dominantes, que en la práctica tiene en cuenta el público en
general(309)
Para dilucidar el conflicto de homonimia, la jurisprudencia ha sentado varios
criterios, todos de gran acierto. En primer lugar, el interés protegido es el tráfico

221 
 
mercantil y de los terceros en general sobre el particular de las partes en litigio(310),
no siendo fundamental incluso para la dilucidación del pleito el uso anterior que la
sociedad oponente hubiera hecho de su nombre o de su registración anterior,
cuando el nombre de la nueva sociedad tuviera ya un reconocido prestigio(311). Con
la misma orientación, esto es, la protección del tráfico mercantil se sostuvo que el
aditamento "limitada" que precede o sigue a la denominación social, en tanto carece
de todo contenido novedoso respecto de ella, no sirve para distinguirla de otra
similar(312).
El control del principio de inconfundibilidad del nombre societario, si bien
comenzó por operar en el ámbito registral para impedir la inscripción de
denominaciones sociales cuando se daba una situación de homonimia o paronimia,
terminó funcionando también dentro de la órbita jurisdiccional una vez concluidos
los trámites registrales de la inscripción de la sociedad, y como acción judicial
independientemente de que haya mediado o no oposición del ente homónimo en
sede administrativa.
En tal sentido, han sido muchos los casos donde una sociedad comercial,
constituida regularmente hace ya tiempo, toma conocimiento de la existencia de una
compañía homónima con posterioridad a la toma de razón de aquella. En tal caso,
el hecho de que esta última se haya inscripto en el Registro Público de Comercio no
pone fin al derecho de la primera sociedad para efectuar su oposición, pero ella
deberá hacerse en sede judicial, mediante un proceso de conocimiento pleno,
deducible ante el fuero mercantil, que culminará cuando el juez interviniente
condene a la sociedad homónima a modificar su denominación social.
Importante es destacar, sobre el tema, la solución del caso "Norfabril Sociedad
de Responsabilidad Limitada c/ Norfabril Sociedad Anónima"(313), en donde se
precisó con todo acierto los alcances de la condena judicial contra la sociedad
homónima, esto es, el incumplimiento de la modificación de su nombre societario
puede originar la declaración de anulabilidad del contrato social, en virtud de lo
dispuesto por el art. 17 de la ley 19.550, pues el nombre societario deja de ser tal
cuando no respeta el principio de inconfundibilidad que lo caracteriza. Ese criterio
fue reiterado, con todo acierto, en el caso "Medilab Sociedad de Responsabilidad
Limitada c/ Mediclab Sociedad Anónima sobre sumario" de la sala A de la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Comercial, del 1º de agosto de 1989, aunque
actualmente, luego de la reforma del art. 17 de la ley 19.550 por la ley 26.994, esta
sanción resulta inaplicable, y la sociedad carente de denominación social o
susceptible de provocar confusión frente a terceros, pasará a gobernarse por las
normas de la Sección IV del Capítulo 1º de la ley 19.550.
Estos fueron los casos que marcaron rumbo en nuestra jurisprudencia y cuyas
pautas fueron seguidas por otros tribunales, en forma permanente(314). Del mismo
modo, la Inspección General de Justicia ha resuelto, con los mismos fundamentos,
los conflictos de homonimia suscitados en oportunidad de que una sociedad
comercial pretende su inscripción en el Registro Público de Comercio y otra
sociedad, ya registrada, expone su oposición al nombre de aquella, invocando la
existencia de homonimia(315).

222 
 
4.10. La protección de la denominación de sociedades extranjeras. El
caso "Inspección General de Justicia c/ Channel París Sociedad
Anónima"
Si bien la doctrina jurisprudencial y administrativa que tiende a prevenir la
existencia de sociedad homónimas, a través de la intervención del encargado del
Registro Público de Comercio se ha fundado, salvo casos excepcionales, en la
registración previa de la entidad que se consideró afectado por aquella
circunstancia, también nuestros Tribunales se han ocupado de la protección de la
denominación de una sociedad extranjera, de existencia y renombre internacional,
aún cuando la misma no se inscribió en los registros mercantiles locales.
Se trató del caso "Inspección General de Justicia c/ Channel París Sociedad
Anónima", resuelto por la sala A de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Comercial en fecha 24 de agosto de 1990, en donde se sostuvo que la existencia y
prestigio internacional de una entidad extranjera en el campo de los perfumes,
cosméticos e indumentaria, que son de dominio público, exige que la Inspección
General de Justicia requiera, en el trámite de inscripción de una sociedad argentina
que pretende adoptar una denominación homónima, el cumplimiento de lo
preceptuado por la resolución 6/1980 para efectivizar la finalidad perseguida en el
art. 10 de la misma. La inobservancia de este procedimiento implica el apartamiento
de una norma de acatamiento ineludible y acarrea la nulidad de la resolución de ese
organismo que dispuso ordenar la inscripción de la sociedad argentina.
En dicho precedente, la Cámara hizo referencia al por entonces vigente art. 10
de la resolución 6/1980 de la Inspección General de Justicia, conforme al cual la
autoridad de control debe exigir a la sociedad local, cuando su nombre pueda
expresar o sugerir una dependencia económica o financiera con una sociedad
extranjera, la existencia de ésta y su conformidad para el uso de la denominación
por parte de la compañía extranjera.
De manera tal que, conforme la doctrina de este precedente, las atribuciones de
la Inspección General de Justicia en materia de protección del tráfico mercantil
mediante el control de homonimias, comprende no solo la de dirimir las oposiciones
formuladas por la sociedad que se considera víctima de la existencia de compañías
argentinas que pretenden utilizar el mismo nombre, sino también la de requerir de
oficio a la sociedad argentina la conformidad de la compañía extranjera para el uso
de su nombre, supuesto en el cual la oposición de la misma no resultaría
imprescindible a los fines de activar las funciones del organismo de control.
La justicia del fallo recaído en el caso "Channel París" está fuera de toda duda,
pues tiende a proteger a los terceros y no amparar la mala fe de quien pretende
ampararse en el prestigio de una firma internacional, ganada luego de muchos años
de actividad en un determinado rubro. Se sostuvo en dicho fallo que "La mala fe que
trasunta la adopción y uso de un nombre afamado, debe merecer especial
consideración por parte de la Inspección General de Justicia, pues la sociedad
nacional que pretende la inscripción de su estatuto debe conocer que el nombre
adoptado por ella pertenece a un tercero, por la magnitud de su uso público y su
acreditación internacional que es consecuencia del esfuerzo creativo y de costosas
campañas publicitarias. De no adoptar el organismo de control las medidas
correspondientes, facilita el conculcamiento del principio de veracidad, que dispone
que no se debe inducir a error respecto de cualquier antecedente significativo
respecto de las vinculaciones, orígenes, actividades etc. de la sociedad".
Si bien en el caso "Channel París" la Inspección General de Justicia actuó de
oficio, habida cuenta el prestigio con que cuenta la casa Channel, la doctrina de

223 
 
dicho precedente es aplicable también cuando cualquier sociedad extranjera,
conocida por su actividad mercantil fuera de los límites de su país de origen, efectúa
una concreta oposición a la registración de una nueva sociedad local, con un nombre
societario idéntico o muy similar al de aquella.
La pregunta que debe formularse y que fue objeto de especial atención en el
referido precedente, es si para efectuar su oposición en sede registral, la entidad
extranjera debe inscribirse en el Registro Público de Comercio con carácter previo
a formular su queja, atento lo dispuesto por el art. 118 de la ley 19.550, que solo
autoriza a la sociedad constituida en el extranjero a operar en la República Argentina
sin necesidad de registrarse, exclusivamente cuando se trata de actos aislados.
No parece aplicable al caso el art. 118 de la ley 19.550, pues la inscripción
registral que dicha norma consagra, con carácter de orden público, debe estar
relacionada con la actividad mercantil llevada a cabo por la sociedad extranjera y no
cuando se trata de defender sus derechos sobre un bien inmaterial susceptible de
valoración dineraria. Subordinar el acceso a la justicia de una sociedad extranjera a
su previa inscripción registral, cuando se trata de la defensa de su patrimonio, pues
no otra cosa implica el ejercicio de su derecho de oposición al nombre de una
entidad nacional, podría implicar incluso violación de lo dispuesto por el art. 17 de la
Constitución Nacional. No se trata entonces de determinar si la promoción de un
procedimiento administrativo o judicial constituye o no un "acto aislado" por parte de
la sociedad extranjera, pues la referencia a esos actos supone que ellos deben
encuadrarse en su actividad comercial o ser preparatorios de su instalación en la
República Argentina, pero no cuando, se reitera, la sociedad extranjera debe recurrir
a los tribunales u organismos en el país a los fines de defender sus derechos.

4.11. Prescripción de las acciones judiciales tendientes a evitar la


homonimia entre dos sociedades comerciales
Hemos ya expuesto que el derecho que asiste a una sociedad comercial de
proteger su nombre societario, ante la existencia en el mercado de otra sociedad
homónima, puede llevarse a cabo por vía de oposición y en sede registral, en
oportunidad que esta segunda sociedad se encuentra en trámite de inscripción ante
el Registro Público de Comercio, o posteriormente, aún cuando la compañía
homónima haya culminado su trámite inscriptorio, pero en este caso, la cuestión
deberá tramitar ante la Justicia en lo Comercial, la cual deberá decidir luego de un
proceso de amplio conocimiento.
Ello nos lleva al problema de la prescripción de dicha acción judicial, y al respecto
han sido sostenidas varias posiciones: Por una parte, la aplicación de las normas de
la ley 22.362 que regula la oposición por parte interesada al uso de un determinado
nombre comercial y que establece un plazo de prescripción anual. Sin embargo,
esta tesitura fue desestimada jurisprudencialmente, con el argumento que la
regulación de la denominación de la persona jurídica o nombre social no compete a
la legislación marcaria sino a la ley de sociedades comerciales, la cual, al no prever
un plazo especial para la prescripción, torna operable la prescripción decenal del art.
846 del Código de Comercio(316).

224 
 
Entendemos que, excediendo la cuestión el mero interés de las sociedades
involucradas y encontrándose comprometida la protección del tráfico mercantil, la
seguridad de las relaciones jurídicas y la protección de los terceros en general(317),
parece evidente concluir que el transcurso del tiempo no puede influir para la
consolidación por una sociedad homónima de su nombre societario, debiendo
estimarse a esta acción como imprescriptible. Siguiendo estos lineamientos, y
fundamentado en que la protección del nombre de la sociedades es cuestión de
policía civil, la jurisprudencia ha dicho que las acciones judiciales en defensa del
nombre societario no se encuentran sujetas a ser extinguidas por prescripción, pues
su propia naturaleza así lo impone, ya que, como los demás datos normativos del
contrato de sociedad previstos por el art. 11 de la ley 19.550, y mientras subsista la
sociedad, no quedan sometidas a prescripción(318).

4.12. Normativa administrativa aplicable en materia de denominación


social
Las Nuevas Normas de la Inspección General de Justicia —resolución general
IGJ 7/2015— contiene, en los arts. 59 a 65, una serie de disposiciones referidas al
nombre societario que, esquemáticamente expuestas, se pueden resumir de la
siguiente manera:
• La denominación social debe satisfacer los recaudos de veracidad, novedad e
inconfundibilidad (art. 58), y no podrán ser inscriptas las sociedades cuya
denominación (a) contenga términos o expresiones contrarios a la ley, el orden
público o las buenas costumbres; (b) sea igual o similar a otras ya existentes,
considerándose sin distinción de tipos sociedades locales o constituidas en el
extranjero, inscriptas o en trámite de inscripción: (c) que pueda inducir a error sobre
la naturaleza, persona o características de la sociedad o confundirse con la
denominación de entidades de bien público, instituciones, dependencias,
organismos centralizados o descentralizados de la administración pública nacional,
provincial o municipal, Estados extranjeros etc. No obstante lo cual, y en materia de
fusión y escisión, a los fines de lo dispuesto en dicha norma, en la fusión de
sociedades es admisible que la sociedad incorporante o la que se constituya,
adopten la denominación de la absorbida o la de cualquier de las fusionantes por
consolidación, y en la escisión de sociedades en que se extinguen sociedades, es
admisible que la escisionaria adopte la de cualquiera de ellas (art. 59).
• Se admite como excepción la adopción de denominaciones que tengan
elementos comunes con los de otras sociedades, si todas son sociedades del mismo
grupo y se acredita fehacientemente la conformidad de éstas y en el instrumento de
constitución se hace constar expresamente la obligación de modificar la
denominación si la sociedad deja de pertenecer al grupo (art. 61).
• No se admite la inclusión, en la denominación social, los términos "Nacional",
"Provincial", "Municipal", "Estatal", "Oficial" o similares o derivados, salvo que la
constitución de la sociedad tenga lugar en cumplimiento de disposiciones legales
que lo admitan (art. 62). En cuanto a la inclusión en la denominación de las
expresiones "de Argentina"; "Argentina" u otras que puedan expresar o sugerir su
dependencia económica o jurídica respecto a entidades constituidas en el
extranjero, la Inspección General de Justicia debe requerir, a los fines de proceder

225 
 
a su inscripción, la acreditación de la efectiva existencia de las mismas y su
conformidad con el uso de la denominación adoptada por la sociedad local (art. 63).
Cuando la denominación incluya el uso de la palabra "MERCOSUR", se deberá
observar los siguientes requisitos; a) Que la palabra MERCOSUR no sea utilizada
aisladamente, sino formando parte de la denominación o de la razón social; b) que
esa denominación tenga relación con el objeto social y c) que no sea utilizado de
manera engañosa que induzca a error o equívoco con organismos oficiales (art. 63
resolución general IGJ 7/2015).
• En la denominación de las sociedades no puede hacerse referencia a títulos
profesionales, salvo que se trate de sociedades de profesionales (art. 64).
• Finalmente, el art. 64 de las "Nuevas Normas de la Inspección General de
Justicia" admite el "Registro preventivo de la denominación social", que se utilizará
en la constitución o modificación de la sociedad, registro que tiene por efecto
reservar la denominación elegida en favor de los constituyentes de la sociedad por
un plazo improrrogable de 30 días corridos (art. 55).

§ 5. El domicilio social. Consideraciones generales.

5.1. Generalidades. Omisión de su determinación en el contrato


social
La mención del domicilio de las sociedades comerciales en su contrato
constitutivo es requisito esencial, en tanto el mismo importa también uno de los
atributos de su personalidad jurídica.
Esta exigencia rige para todas las personas jurídicas, conforme lo dispone en art.
152 del Código Civil y Comercial de la Nación, el cual establece que "El domicilio de
la persona jurídica es el fijado en sus estatutos o en la autorización que se le dio
para funcionar. La persona jurídica que posee muchos establecimientos o
sucursales tiene su domicilio especial en el lugar de dichos establecimientos solo
para la ejecución de las obligaciones allí constituidas. El cambio de domicilio
requiere la modificación del estatuto. El cambio de sede, si no forma parte del
estatuto, puede ser resuelto por el órgano de administración".
Conforme al principio de necesidad, en cuanto a que no puede concebirse
persona sin domicilio, su omisión en el contrato constitutivo determina la aplicación
a la sociedad de la normativa prevista por la Sección IV del Capítulo I de la ley
19.550, situación que puede ser subsanada conforme al cuestionable procedimiento
previsto por el art. 25 de la ley 19.550, en su actual redacción. La importancia de su
inclusión en el instrumento constitutivo, radica en que el domicilio social determina
la aplicabilidad de la ley del lugar de este, la competencia de los jueces —salvo
existencia de domicilio de elección, acciones atraídas por juicios universales, etc.—
en las acciones personales dirigidas contra ella, procesos de jurisdicción voluntaria
y la competencia de órganos administrativos correspondientes.

226 
 
Las sociedades de hecho, pese a la inexistencia de cláusula contractual
respectiva, tienen también su domicilio, en tanto las mismas gozan de personalidad
jurídica, con los alcances expuestos en la Exposición de Motivos de la ley 19.550 y
en el art. 143 del CCyCN. Su irregularidad determinará la inoponibilidad del domicilio
invocado por los socios cuando el mismo no coincida con el de la sede real de la
sociedad, establecimiento o explotación principal, en su defecto.
Debe tenerse en cuenta además que, conforme al principio de necesidad, las
sociedades no pueden tener más de un domicilio general, sin perjuicio de las
sucursales que tuvieran, las cuales tienen un domicilio especial en el lugar de dichos
establecimientos, para ejecutar sólo las obligaciones allí contraídas por los agentes
locales de la sociedad (art. 152 CCyCN).

5.2. Domicilio y sede social


Ya durante la vigencia del Código de Comercio, la doctrina y la jurisprudencia se
encontraban divididas en cuanto a la necesidad de diferenciar entre los conceptos
de domicilio y sede social, entendiendo que el primero —domicilio— era
comprensivo de la jurisdicción en la cual la sociedad se constituye, y cuya autoridad
competente autoriza a inscribirla en el Registro Público de Comercio, en tanto que
por sede social debía entenderse el lugar preciso de determinada ciudad o
población, en donde funciona la administración y gobierno de la sociedad(319).
Tal diferencia no es meramente doctrinaria, pues sus consecuencias prácticas
residen en que si se identifica domicilio con jurisdicción, sólo debe determinarse esta
en el contrato social (art. 11, inc. 3º, LSC), y, en consecuencia, únicamente deberá
procederse a la modificación de dicho instrumento en caso de transferencia de sede
social a distinta jurisdicción.
El cambio de sede social, dentro de la misma jurisdicción, conforme lo sostenido
por esta corriente de opinión, no obligaría a modificar el contrato social, evitándose
los trámites y gastos correspondientes.
La distinción apuntada fue sostenida por Halperin(320), Zaldívar y
colaboradores(321), Mascheroni(322), entre otros, y jurisprudencialmente entre otras
resoluciones por la sala A de la Cámara Comercial en los casos "Ranquel SCA"(323),
"Organización Tres V, SRL"(324)y "Mansur Sociedad Colectiva" y la sala B del mismo
tribunal en autos "Fotograbados La Unión"(325). Administrativamente, la Inspección
General de Personas Jurídicas sustentó este criterio en el estatuto aprobado por
resolución particular del 3 de agosto de 1971.
En sentido inverso, predicando la necesidad de exigir en los contratos de
sociedades comerciales la mención expresa de la calle y número, identificando los
conceptos de domicilio y sede social, se pronunciaba el Juzgado Nacional de
Primera Instancia en lo Comercial de Registro de la Capital Federal, la sala B de la
Cámara Comercial, en autos "Quilpe SA" —fallo que posteriormente diera lugar a
sentencia plenaria, como se expondrá— y autores como Lisandro Segovia(326),
Garo(327), Sola Cañizares y Aztiria(328), y Zavala Rodríguez(329). La Inspección
General de Personas Jurídicas también sostuvo dicho criterio en una serie de
resoluciones particulares, de las cuales se destaca, por la amplitud de fundamentos,
la recaída en el expediente administrativo "Kimsa SA", de fecha 15 de julio de 1975.

227 
 
La disparidad de criterios sobre el punto condujo, durante la vigencia de la ley
19.550, pero antes de su reforma por la ley 22.903, al dictado por la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Comercial, de un fallo plenario, que recayó en el
célebre caso "Quilpe Sociedad Anónima", dictado el 31 de marzo de 1977, donde
dicho Tribunal, con importantes disidencias, se inclinó por aquella solución,
distinguiendo los conceptos de domicilio y sede social, aunque dispuso la necesidad
de que la dirección precisa del ente societario debe ser comunicada al juez de la
inscripción en instrumento separado, al tiempo de registrarse aquella no
ordenándose la toma de razón en caso contrario.
Del voto de la mayoría, sustentada por los doctores Anaya, Patuel, Silva,
Barrancos y Vedia, Alterini, Guzmán y Gaibisso, pueden extraerse las siguientes
conclusiones:
a) Que si bien existe necesidad de que los terceros cuenten con una dirección
precisa de la sociedad inscripta registralmente, no resulta indispensable que ese
dato surja del contrato social.
b) En consecuencia, basta que se inscriba la sede social, ya sea con su inclusión
en el contrato, sea denunciándolo en instrumento separado, debiendo el juez
denegar la inscripción del contrato o estatuto que no se complemente con el
instrumento del que resulte la dirección del domicilio, salvo que el mismo ya esté
incluido en el instrumento de constitución.
Por su parte, el voto de la minoría, sostenido por los magistrados Alberti, Bosch
y Etcheverry, enfatizó la inconveniencia de distinguir entre domicilio y sede social,
con el argumento de que ni del texto original del ordenamiento societario ni concursal
puede desprenderse concluyentemente la diferencia entre uno y otro concepto,
como lo pretende autorizada doctrina, pues cuando la ley 19.550 ha querido referirse
a jurisdicción lo ha hecho sin ambages (arts. 8º, 14, 18 últ. apart., 87 y 111, etc.).
Compartí los fundamentos del voto minoritario por variadas razones: En primer
lugar, porque se trata de una distinción absolutamente artificial, que no surgía, por
entonces, del ordenamiento societario ni del ordenamiento civil. Por el contrario, la
aplicación supletoria del Código Civil a la materia comercial desestima cualquier
diferencia que pretenda efectuarse sobre el concepto de domicilio de las personas
de existencia ideal, que para el ordenamiento común es único. No debe olvidarse
que el art. 90, inc. 3º del Código Civil al referirse al domicilio de las corporaciones,
establecimientos y asociaciones expresa que: "(...) es el lugar donde está situada su
dirección y administración, si en sus estatutos o en la autorización que se les dio no
tuviesen un domicilio señalado".
Por otra parte, la registración del contrato de sociedad apunta a un objetivo
fundamental, que es el conocimiento que tomen de él los terceros, pues la
inscripción obligatoria de documentos tiene, como lo expresara Castillo(330), un
fundamento que hace al bienestar del comercio y al desenvolvimiento de sus
relaciones, ya que interesa a este conocer una serie de circunstancias que sirven
para determinar las condiciones en que el comerciante —persona individual o
colectiva— ejerce su profesión. El fin del registro precisamente consiste en dar
publicidad a todas esas circunstancias.
Los terceros deben contar necesariamente con una individualización precisa
para poder dirigirse contra el ente, pues la atribución que la ley confiere a los
particulares para firmar figuras de derecho que les permiten afrontar el alea de la
empresa sin responsabilización personal, requiere de esos beneficiarios conductas
que resguarden la sociedad contra el abuso de esa facultad. Una de esas

228 
 
precauciones es la indicación de la dirección social, clara y precisa, para que el ente
reciba allí emplazamientos y comunicaciones(331).
Coincido finalmente con el voto en minoría del Dr. Raúl Etcheverry, quien dejó
sentada su oposición a la necesidad de evitar una modificación del estatuto o
contrato social de tanta importancia como es el cambio de su domicilio, lugar donde
se materializa la imputación normativa del sujeto colectivo.
La doctrina obligatoria para la Jurisdicción de la Ciudad de Buenos Aires de fallo
plenario recaído en el caso "Quilpe Sociedad Anónima", fue extendida a todo el país
luego de la sanción de la ley 22.903 del año 1982, que reformó parcialmente el texto
original de la ley 19.550.
La ley 22.903, siguiendo la orientación del fallo plenario "Quilpe SA", agregó un
nuevo párrafo al inc. 2º del art. 11 de la ley 19.550 y a continuación de la exigencia
de la razón social o denominación y del domicilio de la sociedad en el instrumento
de constitución de la misma, dispone expresamente que: "(...) Si en el contrato
constare solamente el domicilio, la dirección de su sede deberá inscribirse mediante
petición por separado, suscripta por el organismo de administración. Se tendrán por
válidas y vinculantes para la sociedad todas las modificaciones efectuadas en la
sede social inscripta (...)".
Se consagró de esta manera y por vía legislativa, el principio de que el lugar en
que la sociedad ha fijado la sede social es, para los terceros, el domicilio legal de la
sociedad, presumiendo la ley que dicho lugar constituye el asiento legal de la misma,
en el sentido que dicta el art. 90 del Código Civil(332), con lo cual libera a los terceros
de la carga de constatar, en cada caso, cual es el lugar donde la sociedad se
encuentra instalada, con la consiguiente inseguridad jurídica que crearían los
sucesivos cambios de dirección.
Analizando el actual texto del art. 11 inc. 2º de la ley 19.550 se observa:
a) Que resulta optativo para los socios la indicación de la dirección exacta en el
acto constitutivo, pudiendo limitarse a consignar en el mismo la designación de la
jurisdicción en donde la sede social se encuentra ubicada. Pero en este caso el
registrador deberá exigir al órgano de administración de la sociedad la ubicación de
su sede, que se inscribirá conjuntamente. Repárese en que si bien la ley se refiere
al órgano de administración como quien debe formular esa manifestación al
Registro, entendemos que en el caso de las sociedades anónimas, corresponde, en
principio, al presidente del directorio el cumplimiento de tal carga, salvo que en el
acto constitutivo se hubiere autorizado a un mandatario especial para realizar los
trámites correspondientes a la inscripción de la sociedad (art. 167, LSC), quien se
encuentra legitimado para cumplir con aquella obligación.
Ello, sin perjuicio de la facultad de los restantes directores de exigir la registración
de la nueva sede social, a los efectos de evitar las gravísimas consecuencias que el
art. 11, inc. 2º, LSC, prevé para el caso de incumplimiento de esa carga, o de
practicarla incluso, frente al desinterés del representante legal de la sociedad de
llevarla a cabo.
Si bien como consecuencia de la nueva redacción del art. 11 inc. 2º de la ley
19.550, el cambio de sede social no implica reforma del contrato social, en todos los
casos que se denuncia la misma y tratándose de una sociedad anónima, deberá
acompañarse el acta de directorio donde se resolvió el traslado de la sede social así
como la publicación de la misma en el diario de publicaciones legales.
b) La ley 22.903, subsanando una laguna de la doctrina del fallo "Quilpe SA", ha
establecido los efectos que origina para la sociedad la no inscripción del documento

229 
 
que dispone el cambio de la sede social, disponiendo expresamente: "(...) que las
notificaciones efectuadas a la sede social inscripta se tendrán por válidas y
vinculantes para la sociedad (...)", con lo cual, como lo ha resuelto pacífica y
reiteradamente la jurisprudencia, la sociedad no puede oponer el cambio de sede
social para eludir el cumplimiento de sus obligaciones, si ha omitido registrar su
nueva sede en el Registro Público de Comercios(333).
El Código Civil y Comercial de la Nación ha también receptado la diferencia entre
el domicilio y la sede social de las personas jurídicas, en el art. 152 de la ley 19.550,
cerrando toda discusión al respecto, pues no debe olvidarse que el derogado art. 90
del Código Civil no hacía la menor referencia ni distinción entre domicilio y sede
social.

5.3. Efectos de la omisión de registrar la nueva sede social de la


entidad
Como no se trata de una modificación al contrato constitutivo, el cambio de sede
social no queda gobernado por las reglas del art. 12 de la ley 19.550 en torno a las
consecuencias de las modificaciones no inscriptas efectuadas a aquel instrumento.
El art. 11 inc. 2º de la ley 19.550 se encarga de determinar los efectos de la falta de
registración de la nueva sede social, disponiendo que "Se tendrán por válidas y
vinculantes para la sociedad todas las modificaciones efectuadas en la sede social
inscripta".
Ello significa que toda modificación no inscripta en torno al domicilio de la
sociedad es inoponible a los terceros, pues la sede inscripta subsiste a todos los
efectos, mientras la modificación no sea registrada y comunicada a las autoridades
competentes.
Esta disposición legal, de enorme importancia, ha originado una rica casuística
en la jurisprudencia, que tiende, con toda justicia, y salvo mala fe, como
oportunamente analizaremos, a sancionar a todos aquellos que han incumplido con
una carga registral que la ley 19.550 se ha encargado de imponer en estricta
protección de los intereses de los terceros vinculados con la sociedad.
En tal sentido, se sostuvo la plena aplicación del art. 11 inc. 2º de la ley 19.550 a
pesar de que el domicilio social inscripto estuviese abandonado, deshabitado o
clausurado(334)y en el mismo sentido se declaró judicialmente la validez de una
notificación efectuada a la sede social inscripta de la sociedad, continente de un
requerimiento efectuado al presidente del directorio, de carácter personal pero
originado en las funciones que éste desempeñaba, con el irrefutable argumento de
que "quien conoce un hecho no puede sostener que se anoticia como representante
pero que lo desconoce personalmente"(335). Finalmente, y sin ánimo de agotar la
enumeración de los casos donde la jurisprudencia ha hecho aplicación de lo
dispuesto por el art. 11 inc. 2º de la ley 19.550, se ha resuelto que todas las
notificaciones cumplidas en la sede inscripta son válidas y vinculantes para la
sociedad, aún cuando la registración no se ajuste a la realidad, y la sede de la
administración se encuentra instalada en otro sitio(336).
Ahora bien, si la sociedad tuviere instalada varias sucursales en jurisdicciones
diferentes, la regla del art. 11 inc. 2º de la ley 19.550 no invalida las notificaciones

230 
 
que los terceros vinculados con la actividad realizada en los establecimientos o
sucursales pudieran efectuar al lugar donde se encuentran éstas, pues lo dispuesto
por aquella norma importa una prerrogativa para los terceros tendiente a proteger
sus derechos, de manera tal que resulta inadmisible deducir de la regla del art. 11
inc. 2º que solo las notificaciones dirigidas a la sede social serán válidas. Así lo ha
consagrado la jurisprudencia, al sostener que el principio general consagrado por
aquella disposición legal no es excluyente de las que se efectúen en las sucursales
o establecimientos, donde efectivamente se realicen negocios sociales, de
conformidad con lo dispuesto por el art. 90 inc. 4º de la ley 19.550(337).
Sin perjuicio de lo expuesto, debe señalarse que el hecho de que resulten válidas
y vinculantes para la sociedad todas las notificaciones que se cursen al domicilio
inscripto no significa que resulten inválidas las que puedan haber sido dirigidas a
otro lugar. La ley 19.550 no dispone tal cosa y no existe mérito alguno para sostener
la nulidad de una notificación por la única razón de no haber sido cumplida en el
domicilio registrado y no parece que la télesis del legislador haya sido la de asignar
carácter excluyente a la sede inscripta como lugar de emplazamiento del ente
societario, pues como lo ha resuelto la jurisprudencia, no existe mérito alguno para
sostener que una notificación sea nula por la única razón de no haber sido cumplida
en el domicilio registrado(338).
Puede suceder también que en el contrato social o estatuto de la sociedad los
socios hayan insertado la precisa dirección de la entidad como cláusula especial de
aquel instrumento. En tal caso, cualquier traslado o mudanza requiere la decisión
de una asamblea extraordinaria y no de una simple decisión del directorio, así como
el estricto cumplimiento de todos los recaudos previstos para la modificación del
contrato social.

5.4. El domicilio social inscripto y la necesaria buena fe del tercero


que lo invoca
Puede suceder, y ello ocurre con frecuencia, que quien alega desconocer otra
sede social que no sea la inscripta, tenga suficiente conocimiento del lugar donde
funciona la dirección y administración de la sociedad. Cabe entonces formularnos el
siguiente interrogante: ¿Queda comprendido este en la presunción establecida por
el art. 11, inc. 2º de la ley 19.550?
En un principio, la jurisprudencia se mostró reticente a admitir excepciones a la
regla prevista por el art. 11 inc. 2º de la ley 19.550, considerando que la última sede
social inscripta en el Registro Público de Comercio otorgaba a los terceros la
presunción de que allí se encontraba el domicilio de la persona jurídica, sin admitir
prueba en contrario. Se dijo al respecto que resultaba indiferente que la contraparte
hubiese tomado conocimiento de la existencia de un domicilio diverso al inscripto,
porque en definitiva ello no enerva los efectos queridos por la ley(339), y en el mismo
sentido se sostuvo que "El conocimiento que la ejecutante tenía del lugar donde se
hallaba la sede real de la administración, pudo habilitarla para practicar una
notificación en ese sitio, pero en modo alguno le impedía practicar la notificación en
ese lugar, pues tal imposición no tiene apoyatura legal y es contraria a la previsión
expresa del art. 11, inc. 2º de la ley 19.550"(340)y (341).

231 
 
No coincidimos con la doctrina de esos fallos, pues tienden a alentar la mala fe
de quienes, conociendo que la sociedad cuenta con un domicilio determinado
distinto al registrado, o que la aquella no se encuentra domiciliada en la sede social
inscripta, utiliza en su propio provecho la presunción establecida por el art. 11 inc.
2º de la ley 19.550, para obtener ventajas procesales inadmisibles.
Pretender que la presunción otorgada por dicha norma no pueda permitir prueba
en contrario, olvida el principio general de derecho (doctrina del art. 3136 del Código
Civil) conforme al cual la carencia registral no es invocable por la persona que
conoció positivamente o de manera ficta o presumida, el acto sujeto a inscripción(342).
Forzoso es concluir entonces que quien tiene expreso conocimiento de la
verdadera ubicación del domicilio de la sociedad, mal puede escudarse en la
presunción prevista por el art. 11 inc. 2º de la ley 19.550, conclusión que es también
consecuencia de la regla general en materia de derecho registral conforme a la
cual la inscripción y publicación constituyen una protección para los terceros de
buena fe, regla que en materia de inscripción de actos societarios ha sido aplicada
por la jurisprudencia en forma reiterada y pacífica(343)y que se encuentra prevista en
la ley 19.550 en dos normas: 1) En el art. 12, cuando permite, para todas las
sociedades menos las de responsabilidad limitada y las sociedades por acciones,
que los terceros invoquen contra ella y los socios las modificaciones no inscriptas y
2) En el art. 58, cuando condiciona la validez de los actos celebrados en infracción
a la organización plural de la administración, a la falta de conocimiento efectivo, por
parte del tercero, de que el acto se había celebrado en infracción de esa
representación.
Pues bien, y aplicando esos principios generales, puede sostenerse que no actúa
de buena fe quien, como consecuencia de las relaciones jurídicas habidas con una
sociedad, toma conocimiento de la real sede de la administración de la misma, para
luego notificar la ulterior demanda judicial a un domicilio del que solamente ha tenido
noticias por una inscripción registral anterior.
Dicha conducta puede incluso encuadrarse dentro de los términos del art. 10 del
CCyCN, que, como es sabido, no ampara el ejercicio abusivo de los derechos
Cierto es que el art. 11, inc. 2º de la ley 19.550, conforme al cual: "Se tendrán
por válidas y vinculantes para la sociedad, todas las notificaciones efectuadas en la
sede social inscripta", no hace distinción alguna, pero ello no es necesario: la
aplicación de la norma supone la necesaria buena fe que requiere el
desenvolvimiento del tráfico mercantil y quien ha ignorado, durante la relación
comercial la existencia del domicilio social inscripto no puede ampararse en la falta
de registración del nuevo domicilio, para sacar indebido provecho de una omisión
de su cocontratante.
Todas estas reflexiones fueron tenidas en cuenta por la sala B de la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Comercial, en fallo del 7 de agosto de 2003, en los
autos caratulados "Estancia La Josefina Sociedad Anónima c/ Plama Sociedad
Anónima s/ ordinario", oportunidad en que el Tribunal se apartó del carácter iuris et
de iure de la presunción establecida por el art. 11 inc. 2º de la ley 19.550, conforme
a la cual, habiendo constancias en la causa sobre la existencia de otro domicilio
distinto al registrado por la demanda en los términos de aquella norma, que no fuera
desconocido por la actora al tiempo de notificar el traslado de la demanda, debe
decretarse la nulidad de la misma, habida cuenta la especial trascendencia de tal
diligencia. Del mismo modo, en los autos "Batista Hugo Ramón y otro c/ Batista e
Hijos SRL s/ ordinario", la sala D del mismo tribunal, en fallo del 11 de julio de 2007
resolvió que la prerrogativa consagrada a favor de terceros por el art. 11 inc. 2º de

232 
 
la ley 19.550 no puede ser invocada por parte de los socios de la sociedad que
tenían suficiente conocimiento del lugar donde funciona la dirección y la
administración social. "El principio establecido por el art. 11 inc. 2º de la ley
19.550 —se sostuvo en ese precedente— tiene como excepción cuando el
accionante ha conocido o podido conocer la existencia de un domicilio social distinto
al inscripto, en el que funciona la sede real de la administración de la sociedad, en
ocasión o a propósito de las relaciones jurídicas que lo vinculaban con la sociedad
demandada".

5.5. Domicilio social inscripto y domicilio procesal constituido o


domicilio ad litem
Otra cuestión que ha merecido contradictorios pronunciamientos judiciales lo ha
sido el determinar la naturaleza del domicilio social inscripto y su asimilación al
domicilio procesal "constituido" en un expediente judicial.
La asimilación —o no— del domicilio social inscripto al de "domicilio constituido"
no es una cuestión académica, sino llena de efectos prácticos, pues de responder
afirmativamente a esta cuestión, resultarán aplicables a la sociedad los arts. 40 a 42
del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, que legislan sobre los efectos
del domicilio ad litem.
Planteada la aplicación de las aludidas normas procesales al domicilio social
inscripto, la jurisprudencia de nuestros tribunales comerciales fue paulatinamente
evolucionando, de una negativa total a la asimilación entre ambos domicilios hasta
la aceptación de la procedencia de la notificación dirigida al domicilio social inscripto
de una sociedad comercial a través de la aplicación de los arts. 41 y 42 del Código
Procesal, por motivos de carácter práctico.
Negando tal asimilación ha sido dicho que la calificación de "domicilio
constituido" solo corresponde al domicilio procesal ad litem fijado en los términos del
proceso, conforme al régimen establecido por el art. 40 del Código Procesal. Por
ello no procede asimilar a dicho domicilio con el denominado domicilio social
inscripto(344). "No procede asimilar el domicilio social al domicilio ad litem —según
esta corriente jurisprudencial—, sin que ello importe desconocer los efectos que el
art. 11 inc. 2º de la ley 19.550 asigna a las comunicaciones que en él se cursaren.
En consecuencia, si bien dicho domicilio resulta idóneo para notificar el
emplazamiento previsto por el art. 91 de la ley 19.551, ello se encuentra supeditado
a que la diligencia pueda practicarse con cumplimiento de las formalidades legales
y de los recaudos que resulten imprescindibles para el acto cumpla la finalidad
perseguida"(345).
En sentido contrario fue sostenido que si bien es cierto que, interpuesta una
demanda contra una sociedad comercial, y a los fines de la notificación de la misma,
la persona jurídica no ha constituido domicilio especial o procesal en el referido
expediente, lo cual impediría en principio, toda asimilación entre domicilio procesal
y domicilio social inscripto, no es menos cierto que dicho argumento peca de
excesiva formalidad, pues la identificación de tales conceptos responde a la
necesidad de facilitar la materialización de la notificación al domicilio social inscripto
y evitar todo tipo de maniobras dilatorias. En tal sentido ha sido expuesto por la

233 
 
jurisprudencia que "El domicilio social inscripto en la Inspección General de Justicia
resulta válido para notificaciones procesales y en modo alguno puede constituir un
exceso ritual, pues el domicilio inscripto es la única forma de emplazamiento por
terceros a los entes de existencia ideal, que de otro modo podrían burlar
constantemente la acción de sus acreedores"(346).
El argumento central a los fines de aceptar el otorgamiento del carácter de
domicilio procesal constituido al domicilio social inscripto radica pues, de acuerdo a
nutrida jurisprudencia, en la necesidad de viabilizar sin inconvenientes las
notificaciones efectuadas a la sociedad(347), de manera tal que es lo adecuado
conferir al domicilio legal el carácter de constituido procesal. En consecuencia,
configurada la situación prevista por el art. 42 segundo párrafo del Código Procesal
(edificios deshabitados o desaparición de la entidad notificada), debe procederse en
la forma allí prevista, pues de otro lado, y como fuera resuelto por nuestros
Tribunales, cualquier requerido inescrupuloso podría burlar los efectos que frente a
terceros adquiere la constitución del domicilio social, mediante el simple expediente
de retirar la chapa municipal(348).
Este es el criterio que predomina hoy en la jurisprudencia, y es a mi juicio el
acertado. Bien es cierto que, estrictamente, puede ser discutible la calificación de
"constituido" a un domicilio que no ha sido denunciado por su titular en un expediente
judicial, pero lo que en realidad predican quienes otorgan tal carácter al domicilio
social inscripto es que mal puede funcionar la presunción establecida por el art. 11
inc. 2º de la ley 19.550 ("...Se tendrán por válidas y vinculantes para la sociedad
todas las notificaciones efectuadas en la sede inscripta") si no se aplican al domicilio
social los efectos del domicilio procesal constituido en un expediente judicial, pues
carecería de toda congruencia otorgar al domicilio legal inscripto el carácter de
vinculante para la sociedad, si con el solo recurso de mudarse o desaparecer de
dicho domicilio, toda notificación a ese lugar se torna imposible.

5.6. El domicilio social ficticio


El domicilio de las sociedades debe ser considerado, como habíamos dicho,
como domicilio legal, pues así lo establece el art. 152 del Código Civil y Comercial
de la Nación. Se consagra, de esta manera y siguiendo las pautas del art. 90 inc. 3º
del derogado Código Civil, conforme reiterada jurisprudencia, una presunción iuris
et de iure, en el sentido que el domicilio social es el lugar de residencia de la
entidad(349).
Sin embargo, la mera observación de la realidad demuestra que no son aislados
los casos en que, en la sede social inscripta de las sociedades comerciales no se
encuentra la verdadera dirección o administración de la entidad, sino que dicha
dirección coincide con la de alguno de los profesionales que asiste a la sociedad y
que ella ha sido denunciada a la autoridad de control a los fines de ubicar su
domicilio social en una determinada jurisdicción.
Del mismo modo, tampoco es extraño advertir la existencia de sociedades en
donde la sede social inscripta corresponde al domicilio particular de alguno de sus
socios o parientes cercanos de éstos, pero en el cual la sociedad no tiene

234 
 
depositados, bienes, efectos, libros ni documentación social ni por supuesto, realiza
actividad mercantil alguna.
En tales casos, estamos ante un domicilio ficticio, insusceptible de producir
ninguno de los efectos previstos que la ley 19.550 otorga al domicilio social
(determinación de la ley aplicable, competencia de los jueces o autoridades
administrativas, recepción en el mismo de las notificaciones cursadas a la entidad,
lugar de celebración de los actos de los órganos colegiados; lugar de cumplimiento
de las obligaciones contraídas por sus representantes legales, etc.), y no encuentro
argumento razonable que me convenza de la validez de un domicilio legal de una
corporación, asociación o sociedad que no coincida con la sede de la dirección y
administración de la misma, pues toda regulación que el ordenamiento civil dedica
a este atributo de la personalidad, en orden a la importancia del mismo, parte de la
base de una íntima vinculación entre la persona y su domicilio y un verdadero
interés, por aquella, en establecerlo en determinado lugar.
Y ello cuanto más, cuando el domicilio legal de las corporaciones o asociaciones
depende de los integrantes, socios o asociados de esas personas jurídicas, al
asentarlo en sus estatutos.
Con otras palabras: la ley 19.550 ratifica la importancia que el domicilio tiene
para la sociedad, sus órganos y sus integrantes, dando por sentado, a través de
expresas normas legales, que es en la sede social donde la sociedad tiene asentada
su administración y dirección de sus negocios. De otra manera, carecería de
explicación la competencia de la autoridad de control sobre la constitución y
funcionamiento de la sociedad, que se determina por el domicilio de la misma (arts.
5º, 300 y 301, LSC) y del mismo modo, no tendría tampoco ninguna explicación el
requerimiento de la ley, frente a la celebración por la sociedad de ciertos y
determinados actos jurídicos, de ordenar la publicación de esos actos en diarios
correspondientes al domicilio de la sociedad, para su conocimiento por parte de los
terceros acreedores de aquella (arts. 83, 88, 107, 204, etc.) y mucho menos
encontraría fundamento, la previsión legal que dispone el funcionamiento de las
asambleas en la sede social o en otro lugar dentro del domicilio de la misma (art.
233, LSC), así como el otorgamiento, a los socios disconformes con el cambio del
domicilio al extranjero, del derecho de receso (art. 245, LSC) o la competencia que
el art. 251 de este ordenamiento legal otorga al juez del domicilio de la sociedad
frente a las demandas impugnatorias de acuerdos sociales por los sujetos
legitimados en dicha norma.
Resulta pues evidente, a la luz de las normas citadas, que es en la sede social
donde debe estar instalada la dirección y administración de los negocios sociales;
de lo contrario, se convalidaría que la sociedad pudiera contar con un domicilio
meramente ficticio, lo cual se contradice, como hemos visto, con el fundamento
mismo del art. 152 del Código Civil y Comercial de la Nación.
Tal conclusión no contradice la clara y justa previsión del art. 11, inc. 2º de la ley
19.550, que ha sido establecida en beneficio de los terceros: si la sociedad prefirió
no hacer coincidir su sede inscripta con la real, ello no le permite soslayar el efecto
legal de la inscripción prevista en aquella norma, pues necesariamente debe
asumirlo y consecuentemente aceptar la validez de las notificaciones practicadas en
ese lugar, y así como la sociedad no puede invocar en principio, el cambio de su
sede social si no ha registrado el mismo ante la autoridad de control, con los mismos
fundamentos tampoco puede aceptarse que la sociedad pueda valerse de los
beneficios de un domicilio ficticio, para asegurarse la competencia de determinados
jueces o la aplicación de ciertas y determinadas normas.

235 
 
Estas conclusiones son plenamente válidas para extender la competencia de la
autoridad de control en el funcionamiento de la sociedad o el conocimiento de los
jueces en las demandas promovidas por sus socios contra la sociedad, cuando el
verdadero asiento de los negocios no coincida con el domicilio estatutario, siempre
y cuando esta circunstancia se encuentre fehacientemente acreditada.
Nuestros Tribunales han convalidado en numerosos precedentes las
conclusiones precedentes. En primer lugar, la jurisprudencia La Corte Suprema de
Justicia de la Nación ha dado prioridad al domicilio real sobre el domicilio ficticio,
otorgando competencia para entender en el proceso falencial de la sociedad al juez
del lugar donde funciona la administración y dirección de la empresa, cuando ha
quedado demostrado el carácter irreal del domicilio fijado en sus estatutos(350). Del
mismo modo, la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial ha adoptado el
mismo criterio, pero dejando en claro que si bien el domicilio social inscripto tiene
entidad para determinar competencia, ello es así siempre que no se presenten
supuestos que impliquen situaciones de excepción que permitan sostener un
temperamento distinto(351), como por ejemplo, cuando la constitución de un
determinado domicilio social responda a la intención de la sociedad de crear un
domicilio ficticio con el objeto de escapar a la acción de los acreedores(352).

5.7. Cambio de domicilio social. El problema de su oponibilidad


El cambio de domicilio a otra jurisdicción implica una serie de trámites que
comprenden la baja del lugar donde la sociedad estaba inscripta originalmente y la
nueva inscripción en el Registro de la nueva jurisdicción.
Como bien observa Favier Dubois (h), el traslado de una jurisdicción a otra
carece de regulación legal por la ley de fondo, quedando la situación regida por
normas locales, a veces diversas entre sí o simplemente inexistentes, con los
consecuentes problemas que plantea la doble matriculación, esto es, la situación
que se presenta cuando una misma sociedad se encuentra inscripta en los registros
mercantiles de dos jurisdicciones(353).
En la Ciudad de Buenos Aires rige lo dispuesto por la Sección Tercera de las
"Nuevas Normas de la Inspección General de Justicia" (resolución IGJ 7/2015), en
la cual los arts. 90 a 92 detallan con minuciosidad los procedimientos necesarios
para llevar a cabo el traslado del domicilio a la jurisdicción de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires; es traslado del domicilio social desde el extranjero a la misma
Ciudad; el traslado de domicilio de la Ciudad de Buenos Aires a jurisdicción
provincial y al extranjero, etc., a cuya lectura corresponde remitir. Del mismo modo,
el art. 93 de dicha normativa administrativa, prevé el procedimiento de apertura y
cierre de sucursal en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, haciéndolo el art. 94
respecto de la apertura de sucursal en la jurisdicción provincial.
Por otro lado, y no obstante la falta de regulación legal de esta situación en la ley
19.550, la jurisprudencia de nuestros tribunales comerciales ha debido pronunciarse
en reiteradas ocasiones, en especial, a los efectos de determinar la competencia de
los tribunales concursales ante un cambio de domicilio de la empresa peticionaria
de su concurso preventivo, cuando esta sociedad no ha concluido la totalidad de los
trámites registrales en ambas jurisdicciones.

236 
 
Varias fueron las soluciones que nuestros Tribunales brindaron al presentarse
este problema:
Por un lado, en el caso "Noi Sociedad Anónima s/ quiebra", dictado por la sala D
de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, del 27 de septiembre de
1988, se dijo que al mudar la sede social a otra jurisdicción, es menester la
publicación de tal modificación, pues omitida ésta, la modificación del domicilio
carece de incidencia sobre la competencia judicial, que tratándose de sociedades
regularmente constituidas, corresponde al juez del domicilio registrado. Es decir, que
para esta corriente jurisprudencial, lo que hace oponible a terceros el cambio de
domicilio social lo constituye la publicación de los edictos correspondientes
efectuados en los términos del art. 10 de la ley 19.550.
Otro criterio fue el sostenido por el mismo Tribunal, pero en fecha posterior, el
día 30 de marzo de 1998, expuesto entre otros precedentes, en el caso "Shirt Line
Sociedad Anónima, pedido de quiebra por Ortiz Carlos Antonio", donde se resolvió
que resulta inoponible a terceros el cambio de domicilio social no fue publicado ni
inscripto en el registro mercantil. Esto es: solo la efectiva inscripción del cambio de
domicilio en el Registro Público de Comercio, previa publicación en el caso, permite
invocar ante terceros tal circunstancia. Esta es la jurisprudencia que predomina
actualmente(354)y que coincide con la solución que rige para las sociedades
constituidas en la ciudad de Buenos Aires, de conformidad con lo dispuesto por la
resolución general 7/2015, arts. 88 a 94), la cual adopta el criterio correcto, pues la
publicación de edictos no tiene otro efecto, en nuestro derecho societario, que servir
de anoticiamiento de determinadas actuaciones sociales, pero jamás puede generar
las consecuencias que son propias e inherentes a la registración de tales actos (art.
12 de la ley 19.550), sin perjuicio de recordar que no todas las sociedades
mercantiles publican sus resoluciones sociales o sus modificaciones estatutarias en
el Boletín Oficial, sino tan solo las sociedades de responsabilidad limitada y las
sociedades por acciones (art. 10 de la ley 19.550).
Ahora bien, la falta de regulación sustancial de los efectos del cambio de
domicilio de una sociedad a otra jurisdicción conduce al problema de la doble
matriculación, pues puede ocurrir que pendientes de conclusión los trámites
registrales correspondientes, una sociedad comercial pueda tener, aunque sea por
un breve tiempo, dos domicilios sociales diferentes, hasta tanto obtenga la baja del
domicilio original. Esta cuestión fue resuelta en el sentido de que, hasta tanto no se
obtenga la cancelación del primitivo domicilio, las notificaciones dirigidas a éste
tienen los efectos previstos por el art. 11 inc. 2º de la ley 19.550(355), y ello mucho
más cuando las autoridades de la sociedad fueron las responsables de la no
cancelación de la inscripción de la sociedad en el Registro Público de Comercio de
la jurisdicción donde fue constituida(356).

§ 6. El objeto social

237 
 
6.1. Generalidades. Importancia del objeto social. Limitación a la
capacidad de la sociedad
El objeto social ha sido definido como la actividad económica en vista de la cual
se estipula el contrato de sociedad y a través de él, el organismo societario se
manifiesta y desenvuelve(357).
El objeto social es un elemento esencial del contrato de sociedad, pues:
a) Delimita la actividad económica que desarrolla la sociedad, la cual deberá
estar incluida dentro de la amplia gama de actividades que suponen "(...) la
producción o intercambio de bienes o servicios (...)", a que alude la magnífica
fórmula empleada por el art. 1º de la ley 19.550.
b) Precisa y concreta la noción del fin societario, en los términos del art. 54,
último párrafo de la ley 19.550. Recuérdese que a tenor de lo dispuesto por esta
norma, la actuación de la sociedad que encubra fines extrasocietarios —esto es,
propósito de lucro por actividades no comprendidas en la producción o intercambio
de bienes o servicios— constituye un supuesto de inoponibilidad de la persona
jurídica, con las sanciones que dicha norma expresamente prevé.
La mención del objeto social en el contrato de sociedad constituye un elemento
de garantía para los socios y los terceros, pues delimita la capacidad del ente, el
cual sólo responderá por los actos celebrados por sus administradores o
representantes, que no sean exorbitantes al objeto (art. 58, párrafo 1º LGS). La
sociedad responderá, en consecuencia, por los actos realizados en el marco de su
objeto social, lo que impone la carga de los terceros de informarse de las cláusulas
del contrato constitutivo a efectos de evitar que la sociedad le interponga la
inoponibilidad de un acto celebrado por su representante legal que haya excedido
aquel.
También los socios se encuentran amparados por la inclusión del objeto social
en el contrato constitutivo, pues evita que los administradores inviertan los fondos
sociales en negocios ajenos a la actividad económica de la sociedad. La ley
19.550 no olvida que la inclusión de un objeto específico fue determinante para la
suscripción del contrato de sociedad, y por ello, su modificación, en principio,
requiere el consentimiento de todos los socios en las sociedades por parte de interés
y mayorías calificadas en las de responsabilidad limitada, otorgando al socio
disconforme el derecho de receso, siempre y cuando el cambio del objeto social
haya sido fundamental (arts. 244 y 245 de la ley 19.550).
Indirectamente, el objeto social también constituye instrumento de protección del
derecho de los socios a las ganancias del ejercicio, evitando que las sumas
destinadas a satisfacer los dividendos sean afectadas a otras actividades no
incluidas en el objeto, en tanto debe suponerse, al menos como principio general,
que el conocimiento de las actividades que comprenden el objeto, constituye uno de
los móviles determinantes de los socios fundadores para constituir o participar en la
sociedad.
Finalmente, la mención del objeto social tiene también relevancia, a los
siguientes fines:
a) Define el carácter comercial de la sociedad, pues como ha sido explicado al
analizar el art. 1º de la ley 19.550, considero que es la actividad y no la forma, lo que
determina el carácter mercantil de la entidad. Ello implica que los conflictos
derivados del irregular funcionamiento de una sociedad dedicada a un objeto
mercantil, deberá ser dirimido ante el fuero comercial y si se trata de una sociedad
con un objeto social (sociedades de profesionales), el tribunal competente será el

238 
 
civil, obviamente en las jurisdicciones donde la materia civil y comercial estuviera
separada.
b) Determina cuáles son las actividades en competencia que no pueden realizar
los socios y los administradores en las sociedades por parte de interés (art. 133) y
los directores de las sociedades anónimas (art. 273), así como delimita el interés
contrario de unos y otros (arts. 248 y 272) o los contratos que los administradores
pueden celebrar con la sociedad que administran, de conformidad con lo dispuesto
por el art. 271 de la ley 19.550.

6.2. Objeto social y actividad


Si bien es cierto que el objeto social sólo podrá llevarse a cabo a través del
desarrollo de una actividad permanente, lo cual podría llevar a una asimilación entre
ambos conceptos, estos deben ser cuidadosamente distinguidos, en tanto el objeto
está constituido por los actos o categorías de actos que por el contrato constitutivo
podrá realizar la sociedad para lograr su fin mediante su ejercicio o actividad,
mientras que la actividad en cambio, es el ejercicio efectivo de actos por la sociedad
en funcionamiento(358).
La ley 19.550 ha sabido distinguir los conceptos de objeto con actividad, en sus
arts. 18 y 19, al legislar sobre las sociedades de objeto ilícito y de objeto lícito pero
con actividad ilícita, como sería el caso de una sociedad que, con objeto importador
y exportador, desarrolla el mismo a través de actividades habituales enmarcadas
dentro del concepto de contrabando. Ambas situaciones producen, como veremos,
la nulidad del contrato de sociedad, con las gravísimas sanciones que aquellas
normas prevén, pero el art. 19 deja a salvo la responsabilidad de los socios que
hayan ignorado la realización de la actividad ilícita, quienes tienen, a diferencia de
los socios que consintieron la misma, derecho al reembolso del capital y a la cuota
liquidatoria.
Puede darse también el caso de una sociedad en cuyo contrato los socios hayan
precisado el objeto social, pero que jamás haya desplegado actividad alguna
tendiente a desarrollarlo. Si bien nuestra legislación no aporta solución expresa
frente a esos supuestos, la respuesta puede inferirse del art. 94, inc. 4º de la ley
19.550, cuando prevé, como causal disolutoria de la sociedad, la imposibilidad
sobreviniente de desarrollar el objeto social. La jurisprudencia se ha pronunciado en
tal sentido, frente a casos como el descripto(359).

6.3. Requisitos del objeto social


El objeto social debe ser posible, lícito, preciso y determinado.
a) Por posible debe entenderse que, al suscribir el contrato, el objeto social haya
sido susceptible de ser llevado a cabo. Por lo tanto, si la imposibilidad es

239 
 
sobreviniente, cualquiera fuera la causa, la sociedad deberá disolverse en los
términos del art. 94, inc. 4º, de la ley 19.550. Por el contrario, si la imposibilidad es
preexistente y absoluta, la sociedad es nula(360).
b) El objeto social también debe ser lícito (art. 279 del Código Civil y Comercial
de la Nación) y la ilicitud es causal de nulidad, con las consecuencias previstas por
el art. 18 de la ley 19.550. Al respecto vale la diferencia apuntada en el párrafo
anterior: si la ilicitud es anterior a la constitución de la sociedad —lo cual sólo parece
hipótesis posible tratándose de sociedades no constituidas regularmente—la
sociedad incurre en la nulidad prevista por el mencionado art. 18, con todos los
efectos allí previstos. Por el contrario, si la ilicitud es consecuencia de una
disposición legal dictada con posterioridad al contrato social, los efectos de la
nulidad en torno a la responsabilidad de los socios previstas por esa norma, podrán
ser evitadas si los mismos resuelven la disolución de la sociedad, en los términos
del art. 94, inc. 4º citado y llevan a cabo la liquidación de la misma.
c) Finalmente, y en lo que respecta a la precisión y determinación del objeto
social, requisitos expresamente exigidos por el art. 11, inc. 3º de la ley 19.550, ello
supone que el objeto social debe estar perfectamente delimitado en el contrato social
y encuadrado dentro de la fórmula "producción o intercambio de bienes o servicios",
previsto por el art. 1º del ordenamiento societario.
Sancionada la ley 19.550 en el año 1972, la jurisprudencia del por entonces
Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Comercial de Registro interpretó lo
dispuesto por el art. 11, inc. 3º en el sentido de que la exigencia de precisión y
determinación excluía la ambigüedad en la redacción del objeto social. En tal sentido
se sostuvo que no correspondía ordenar la inscripción de la sociedad cuando en
este instrumento se hacía referencia a un objeto principal, pues ello permite suponer
que pueden existir objetos accesorios, que no se mencionan, lo cual es
inadmisible(361). De la misma manera, y siempre con invocación de la clara
prescripción del art. 11 inc. 3º de la ley 19.550, se rechazó la cláusula del contrato
social que, al describir el objeto, se refería a actividades comerciales ("La
compraventa, distribución de mercaderías, maquinarias, repuestos, accesorios,
herramientas, materias primas, frutos y productos elaborados y a elaborarse en el
país o en el extranjero"), lo cual, a juicio del referido Tribunal, no constituía un objeto
preciso y determinado(362). Finalmente, con la misma orientación, y sin ánimo de
agotar la riquísima casuística que exhibe la jurisprudencia del Juzgado de Registro
de la Capital Federal elaborada en los primeros años de vigencia de la ley 19.550,
se sostuvo que no es preciso ni determinado el objeto social de una sociedad en el
cual se alude a "...la comercialización de mercaderías en general" y tampoco a "la
fabricación de aparatos, instrumentos y productos de uso y aplicación científica y/o
industrial"(363).
Como bien han sostenido Sasot Betes y Sasot, al requerir los requisitos previstos
en el art. 11 inc. 3º, la ley 19.550 se ha incorporado a las legislaciones que hacen
del objeto social no una mera enunciación genérica del ramo del comercio a que se
dedicará la empresa, sino una concreta y precisa enunciación de su
actividad, enunciación que actúa como parámetro para determinar la capacidad de
la sociedad para realizar determinadas operaciones. Agregan estos autores que a
los efectos de la ley 19.550, el calificativo de "preciso" implica que no caben las
enunciaciones genéricas como designación del objeto social, sino que deben ser
concretas y singularizadas, y en cuanto al calificativo de determinado, la ley advierte
que no caben la pluralidad de objetos sociales(364).

240 
 
Ello nos lleva al problema del objeto plural u objeto único, a lo cual nos
referiremos a continuación.

6.4. Objeto único u objeto plural


La precisión y determinación del objeto social requerido por el art. 11 inc. 3º de
la ley 19.550 ha despertado amplias polémicas en nuestro derecho, en especial
luego de las resoluciones 75/1972 y 4/1979 de la por entonces denominada
Inspección General de Personas Jurídicas, quien derivaba de la redacción de
aquella disposición legal que el objeto social debería ser único y excluyente de toda
otra actividad, no satisfaciéndose el fin del legislador cuando la cantidad, variedad o
inconexidad de las actividades comprendidas en el objeto social permitan presumir
razonablemente que la sociedad desarrollará efectivamente sólo alguna de ellas.
Se sostuvo al respecto —y yo compartí tales conclusiones en anteriores
ediciones de este libro— que el carácter de preciso y determinado que la ley 19.550
exige al objeto social no supone necesariamente un objeto único, sino sólo
concreción, a los fines de la aplicación de la norma de garantía prevista en el art. 58
del ordenamiento societario.
Un nuevo enfoque de la cuestión me lleva hoy a sostener el criterio opuesto.
Históricamente, el art. 291 inc. 4º del Código de Comercio, en concordancia con
el art. 3º inc. 3º de la ley 11.645 de Sociedades de Responsabilidad Limitada,
prescribía la necesidad de incluir en el acto constitutivo de la sociedad, " ...la
designación específica del ramo de comercio objeto de la sociedad...", pudiendo
afirmarse que, siguiendo la pacífica doctrina elaborada en torno al referido
ordenamiento, que la pretensión del codificador mercantil en torno a la necesidad
de que el objeto social fuera específicamente designado en el contrato social
respondía fundamentalmente a la vinculación existente entre el objeto y la capacidad
de la sociedad(365), pues era opinión unánime en doctrina y jurisprudencia que la
sociedad, en tanto persona jurídica, estaba sometida en cuanto a su capacidad al
denominado "principio de especialidad", previsto por los arts. 35 y 41 del Código
Civil(366), es decir, por el objeto de la institución.
Sin embargo, ilustra Halperin que, en la práctica, las disposiciones de los arts.
291 inc. 4º del Código de Comercio y art. 4º inc. 3º de la ley 11.645 de Sociedades
de Responsabilidad Limitada, recibió en la práctica escaso respeto, tanto por los
otorgantes como por las autoridades de aplicación, con olvido de que el objeto atañe
a la legitimación del administrador y a la entidad o esencia de la sociedad, lo cual
obligó a que los redactores de la ley 19.550 prescribieran con énfasis que el objeto
de las sociedades comerciales deba ser preciso y determinado(367).
Sancionada la ley 19.550, en el año 1972, que dispuso en el art. 11 inc. 3º de la
ley 19.550 que el objeto social debía ser preciso y determinado, fueron dictados por
aquella época una serie de fallos que parecieron inclinados a sostener la necesidad
de un objeto único. En tal sentido, en fecha 2 de octubre de 1974, la sala B de la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, integrada por entonces por los
Dres. Isaac Halperin, Duncan Parodi y Alejandro Vásquez, resolvió que "El objeto
de la sociedad debe ser preciso y determinado, para posibilitar que se conozcan con
certeza las diversas actividades que pueda abarcar la empresa mercantil, pero ese

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objeto no es preciso y determinado si no queda actividad comercial o industrial que
no se encuentre determinada en su ámbito. La indeterminación del objeto social
permite razonablemente suponer que la sociedad solo operará en algunos de los
rubros comprendidos, dejando los demás para eventuales cambios de objeto, que
se realizarán sin cumplir con los recaudos y formalidades exigidos por la ley, y ello
es precisamente lo que corresponde evitar"(368). Con la misma orientación, la
Cámara Primera de Apelaciones en lo Civil y Comercial de la Ciudad de Bahía
Blanca, por fallo del 26 de diciembre de 1972, sostuvo que "La ley 19.550 exige que
el objeto social sea preciso y determinado (art. 11 inc. 3º) teniendo en cuenta la
trascendencia que esa precisión y determinación tienen en materia de
responsabilidad de la sociedad por actos realizados por administradores o
representantes —art. 58 ley citada— o como medio de prevenir nulidades —art. 17
último párrafo de la ley—, por lo que la enumeración genérica de las distintas
actividades contractuales de orden comercial, inmobiliario, financiero, agropecuario
etc., efectuada en el estatuto societario, no cumple con la condición que en cuanto
a su objeto debe reunir el acto constitutivo: ser preciso y determinado".
Sin embargo, la doctrina elaborada en torno a la interpretación del art. 11 inc. 3º
de la ley 19.550 pareció seguir otra orientación. Así, los primeros comentaristas de
este cuerpo legal, los Dres. Martín Arecha y Héctor García Cuerva sostuvieron que
el carácter de preciso y determinado que debe tener el objeto social no impide que
la sociedad tenga varios objetos singulares que cumplan los requisitos de
determinación y precisión exigidos(369). Así también lo entendió Halperin, cuando
sostuvo que el art. 11 inc. 3º de la ley 19.550 excluye toda enunciación genérica,
sea como enunciación principal o accesoria, pero es lícito indicar varios ramos
concretamente determinados(370)y el mismo criterio fue exhibido por Fargosi en un
conocido trabajo denominado "El objeto social y su determinación"(371). En sentido
opuesto con este criterio, Sasot Betes y Sasot sostuvieron que cuando la ley se
refiere a la "determinación" del objeto social, ello debe ser interpretado en el sentido
que no caben pluralidad de objetos sociales(372).
El Organismo de Control, por entonces la Inspección General de Personas
Jurídicas, en ejercicio de la función fiscalizadora en materia de sociedades por
acciones prevista por la por entonces vigente ley 18.805 fue dictando normas
reglamentarias acerca de la extensión y amplitud del objeto social(373). De tal
manera, en la resolución 65/1972 se entendió que el objeto era preciso y
determinado si las actividades en él comprendidas eran conexas y complementarias
entre sí. Sin embargo, solo un año después, el Organismo de Control modificó
parcialmente su criterio por resolución 34/1973, la cual si bien ratificó la necesidad
de que el objeto social debía cumplir con los requisitos de "precisión y
determinación", agregó que nada se oponía a que la sociedad anónima se constituya
con un objeto plural, siempre que los objetos singulares sean precisos y
determinados, y se concreten las actividades que la entidad se propone realizar.
Dichas resoluciones particulares fueron dejadas sin efecto por la resolución
general 4 del 10 de octubre de 1979, que lleva la firma del Inspector General, Dr.
Fernando Legón, y en la cual el Organismo de Control dispuso que la mención del
objeto social deberá efectuarse en forma precisa y determinada, mediante la
descripción concreta y específica de las actividades que la sociedad se propone
realizar, evitándose innecesarias o superfluas enunciaciones de hechos, actos o
medios dirigidos a su consecución (art. 2º). También se sostuvo en esa resolución
que el objeto social puede comprender actividades plurales y diversas, sin necesaria
conexidad o complementación, siempre que las mismas se describan en forma
precisa y determinada, conforme las pautas antes brindadas, circunscribiéndose a

242 
 
las que la entidad se propone realizar (art. 3º) y finalmente se dejó en claro (art. 4º),
que no se considerará preciso y determinado el objeto social cuando, a pesar de
estar determinadas las diversas actividades, por su cantidad, variedad o
inconexidad, quepa presumir razonablemente que la sociedad desarrollará
efectivamente solo alguna de ellas.
Solo un año después de la resolución general 4/1979, fue dictada la resolución
6/1980, denominada "Normas de la Inspección General de Justicia", que unificó en
un solo cuerpo normativo de 144 artículos, todos los criterios de la Inspección
General de Justicia en las materias de su competencia, la cual derogó la totalidad
de las resoluciones generales del organismo de control dictadas con anterioridad
(con excepción de las referidas a la operatoria de ahorro previo), y entre ellas la
resolución general 4/1979. Obviamente, dicho cuerpo legal dedicó al objeto social
su art. 18, el cual textualmente disponía lo siguiente:
"18. Precisión y determinación: La mención del objeto social deberá efectuarse
en forma precisa y determinada, mediante la descripción concreta y específica de
las actividades que la sociedad se propone realizar, evitándose innecesarias o
superfluas enunciaciones de hechos, actos o medios dirigidos a su consecución.
El objeto social podrá comprender actividades plurales y diversas sin necesaria
conexidad o complementación, siempre que las mismas se describan en forma
precisa y determinada, circunscribiéndose a las que la entidad se propone realizar y
guarden relación con el capital social.
No se considerará preciso y determinado el objeto social, cuando a pesar de
estar determinadas las diversas actividades, por su cantidad, variedad o
inconexidad, quepa presumir razonablemente que la sociedad desarrollará
efectivamente solo alguna de ellas".
Como seguramente habrá advertido el lector, la modificación más importante que
contiene esta normativa se centra en la estrecha relación que existe entre el capital
social y el objeto de la entidad, tema sobre el cual me abocaré en el capítulo
siguiente y que resulta dirimente para la adoptar un criterio definitivo en materia de
unidad o pluralidad de objetos sociales; pero mientras tanto, y continuando con lo
acontecido en esta materia, debo aclarar que los continuos cambios de opinión de
la autoridad de control en materia de la interpretación del art. 11 inc. 3º de la ley
19.550 fueron originados en determinadas circunstancias fácticas que se
produjeron, precisamente, en los primeros años de vigencia de esta ley, pues la
realidad impuso la redacción de contratos de sociedad con pluralidad de objetos,
carentes de toda conexión entre sí, lo cual fue producto de la demora que, hasta los
primeros años de la década del 80, insumía la inscripción de un contrato de
sociedad, y en especial, cuando se trataba de una sociedad por acciones, donde el
control de legalidad fue doble hasta el año 1980, ejercido por la Inspección General
de Justicia primero y por el Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Comercial
de Registro después.
Recuerdo que, por entonces, y como consecuencia de redacción original del art.
10 de la ley 19.550, que obligaba a todas las sociedades de responsabilidad limitada
y las sociedades por acciones, a publicar íntegro el contrato social o estatuto, los
interesados en la constitución de sociedades podían darse por satisfechos si podían
concluir el iter constitutivo en un plazo de un año.
Ese estado de cosas provocó el conocido fenómeno de la constitución de
sociedades para "tenerlas en cartera", a la cual hizo referencia en conocido
caso "Macoa Sociedad Anónima", dictado por la sala C de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Comercial el 21 de mayo de 1979. Tal operatoria consistía en la

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constitución simultánea de un número de sociedades que oscilaba entre 20 y 30,
todas integradas con los mismos socios fundadores y con cláusulas idénticas, en las
cuales se incluía un objeto tan plural y amplio que comprendía prácticamente todas
las actividades comerciales de producción e intercambio de bienes y servicios, de
manera tal que, una vez inscriptas, el verdadero "dueño" del negocio procedía a
vender la estructura societaria a quienes necesitaban una sociedad con urgencia y
a quienes entregaba el estatuto, acciones, libros de comercio y sendos escritos
continentes de la renuncia presentada por los administradores y síndicos de la
sociedad. Estos terceros adquirentes, una vez concretada la operación, celebraban
de inmediato una asamblea unánime, con los nuevos socios, en la cual designaban
nuevas autoridades y procedían a adecuar o reformar el estatuto a sus propias
necesidades. Como fácil es imaginar, para que esa operatoria pudiera tener éxito,
era imprescindible que el objeto social fuera múltiple, para que dentro del mismo
pudiera estar comprendida la actividad mercantil a que se dedicarían los nuevos
integrantes de la entidad.
Esa y no otra fue la historia del objeto múltiple de las sociedades comerciales,
cuya práctica, a pesar de la ejemplar doctrina del caso "Macoa Sociedad
Anónima" —que confirmó la resolución de la Inspección General de Personas
Jurídicas en cuanto rechazó la inscripción de tales sociedades— continuó vigente
hasta nuestros días, no obstante que tal manera de redactar el objeto social es
contraria a expresas disposiciones de la ley 19.550.
En efecto, la inclusión de múltiples objetos en el contrato social o estatuto de la
sociedad colisiona frontalmente con lo dispuesto por los arts. 11 inc. 3º, 58, 244 y
245 de la ley 19.550. Asimismo, tal manera de proceder impide analizar la posibilidad
de que la sociedad se encuentre infracapitalizada desde su mismo origen, lo cual
forma parte del control de legalidad que el encargado del Registro Público de
Comercio tiene a su cargo, por expresa remisión de los arts. 34 del Código de
Comercio, 6 y 167 de la ley 19.550 y art. 7 de la ley 22.315.
En primer lugar, debe repararse que la ley 19.550 ha utilizado, como requisito
del objeto social, los calificativos de "preciso" y "determinado", lo cual significa, a
tenor del Diccionario de la Lengua Española(374), que el objeto social debe ser
puntual, fijo, exacto, cierto y determinado (significado de la palabra "preciso"),
pretendiendo el legislador, con la exigencia de la determinación, que queden claros
los términos del mismo. En tal sentido, no parece congruente con tales
requerimientos, la inclusión de un objeto social comprensivo de actividades
mercantiles totalmente desconectadas unas de otras.
En segundo lugar, el art. 58 de la ley 19.550 prescribe como principio general
que el administrador o el representante de la sociedad obliga a ésta por todos los
actos que no sean notoriamente extraños al objeto social, lo cual ratifica la necesidad
de concretar el objeto social a una sola gama de actividades mercantiles o
empresarias, pues ningún sentido tendría limitar la capacidad del ente a la
celebración de actos vinculados directa o indirectamente con el objeto de la
sociedad, si resultara permitido que la misma pudiera realizar todo tipo de
actividades a tenor de un objeto comprensivo de cualquier ramo del comercio. Así
fue sostenido por un fallo dictado por la Cámara Primera Civil y Comercial de Bahía
Blanca del día 26 de diciembre de 1972, integrada por el conocido jurista Dr. Adolfo
Pliner, quien sostuvo que la finalidad del art. 11 inc. 3º de la ley 19.550 se centraba
en la necesidad de poner fin a la práctica de la indefinición del objeto social, teniendo
en cuenta la trascendencia que la precisión y determinación tiene en punto a la
responsabilidad de la sociedad por los actos realizados por los administradores,
conforme el art. 58 de la ley 19.550 y también como medio de evitar nulidades(375).

244 
 
Por otra parte y siguiendo con las normas del ordenamiento societario que
parecen descartar la posibilidad de incluir en el contrato social objetos múltiples,
debe recordarse que cuando el art. 94 inc. 4º de la ley 19.550 establece como causal
disolutoria la consecución del objeto para el cual se formó la sociedad o por la
imposibilidad de lograrlo, no solo ratifica implícitamente la intención del legislador en
cuanto a la existencia de un objeto único, sino que ha destacado en esa norma, que
las características de ese objeto ha sido fundamental a los fines de la constitución
de la entidad y asimismo, cuando el art. 245 de la ley 19.550 admite el ejercicio del
derecho de receso a todo socio o accionista disconforme con el cambio fundamental
del objeto resuelto en asamblea o reunión de socios, está presuponiendo que la
sociedad tiene un solo objeto, pues no tendría sentido admitir expresamente el
ejercicio de este derecho si hubiera sido intención del legislador admitir la posibilidad
de prever la posibilidad de que la sociedad comercial pudiera dedicarse a cualquier
clase de emprendimientos empresarios.
Pero hay más razones para concluir de esta manera, pues parece presupuesto
básico que a los fines de constituir una sociedad comercial, quienes han
comparecido al acto constitutivo en carácter de fundadores, han tenido muy
especialmente en cuenta la actividad a la cual se dedicará la entidad, a punto tal que
no es aventurado sostener que, salvo en las sociedades que cotizan sus acciones
en la bolsa, quienes se han asociado son personas que se han vinculado
precisamente por su especialización en tales actividades.
Asimismo, la necesidad de limitar en el acto constitutivo el objeto de la sociedad
a un solo género de actividades comerciales permite medir la solvencia de la entidad
y evitar la infracapitalización originaria, que como ha sido expresado, constituye uno
de los aspectos más delicados que debe tener en cuenta el registrador al momento
de efectuar el control de legalidad del acto constitutivo o estatuto de la entidad, pues
tal examen permitirá evitar la circulación en el mercado de una entidad sin capital
social suficiente para afrontar sus riesgos empresarios, con los peligros que ello
supone para los terceros acreedores de la sociedad, en especial cuando se trata de
entidades donde sus integrantes limitan su responsabilidad al aporte efectuado.
De manera tal entonces que, a nuestro juicio, cuando la ley 19.550 en su art. 11
inc. 3º y el art. 156 del Código Civil y Comercial de la Nación —para las demás
personas jurídicas— se refieren a la necesidad de que el objeto social deba ser
preciso y determinado ha descartado la posibilidad de incluir una pluralidad de
objetos, lo cual, se reitera, es contrario al principio de especialidad a que se refiere
el art. 141 del Código Civil, aplicable a toda persona jurídica y que marca y delimita
la capacidad de la sociedad(376).

6.5. Efectos de las actividades sociales no incluidas en el objeto


social
Puede suceder que una sociedad desarrolle actividades no comprendidas en el
objeto social, ya sea como actividad accesoria o principal, relegando, en este último
caso, las actividades incluidas en el mismo.
En el primer caso, esto es, desarrollo de una actividad accesoria, ajena al objeto
social, deben distinguirse varios supuestos: si el acto exorbitante es aislado, la

245 
 
solución viene impuesta por el art. 58 de la ley 19.550, que declara inoponible esa
actuación a la sociedad, cuyas consecuencias patrimoniales deberán ser soportadas
por el administrador o administradores que las han llevado a cabo.
Por el contrario, si la actividad accesoria no comprendida en el objeto social ha
sido permanente y consentida por todos los socios, no parece adecuado desvincular
a la sociedad del resultado de tal explotación, pero si no existiese consenso de todos
los socios en esa manera de actuar, resultaría procedente la disolución del ente en
los términos del art. 94 inc. 3º de la ley 19.550(377)o el otorgamiento a los socios
disidentes del derecho de receso, conforme lo dispone el art. 245 de dicha
normativa, pues si esta norma otorga a los accionistas el referido derecho en caso
de haberse resuelto por vía asamblearia el cambio fundamental de objeto, ningún
sentido tendría negarle el ejercicio de ese derecho cuando la modificación del objeto
social, en forma total, ha sido impuesto en la práctica por los administradores de la
entidad lo cual incluso podría llevar a presumir una reticencia de los órganos de la
sociedad a formalizar por vía asamblearia esa modificación, para frustrar, de esa
manera, el ejercicio de tal derecho.

6.6. Relación capital social y objeto de la sociedad. Jurisprudencia


judicial y administrativa
6.6.1. ¿Debe existir relación entre el capital social y el
objeto de la misma?
Parecería que la respuesta afirmativa se impone, en los términos del art. 94, incs.
4º y 5º de la ley 19.550, pues si el objeto social define el conjunto de actividades que
los socios se proponen cumplir bajo el nombre social, no caben dudas de que aquel
guarda entonces relación de necesaria proporción con el capital, en tanto el mismo
constituye el conjunto de los aportes de los socios, ordenados a la consecución de
dicho fin(378).
Normativamente, tal solución se encontraba prevista en el art. 18 de la resolución
6/1980 de la Inspección General de Justicia, el cual, si bien aceptaba la posibilidad
de incluir en el acto constitutivo de la sociedad una multiplicidad de objetos sociales,
era necesario que ellos guarden razonable relación con el capital social. Dicha
norma, como veremos a continuación, no perdió vigencia con el dictado, en el año
2007, de la resolución general IGJ 7/2005, cuyo art. 66 último párrafo recogió dicha
solución, al disponer expresamente que "El conjunto de las actividades descriptas
debe guardar razonable relación con el capital social", criterio que receptó —en
forma textual— la resolución general IGJ 7/2015, modificatoria de aquella.
Sin embargo, y como consecuencia de los aires empresarios, corporativos y
neoliberales que caracteriza la actuación del gobierno elegido democráticamente en
el año 2015, en el cual la influencia de las grandes empresas resulta indisimulable,
las actuales autoridades de la Inspección General de Justicia, han retornado a los
principios de la multiplicidad de objetos, predicando, como lógica consecuencia, la
innecesaria relación entre el capital y el objeto social, a través de la resolución
general 8/2016, largamente reclamada desde hace años por las grandes escribanías
e importantes estudios jurídicos de la Ciudad de Buenos Aires, las primeras por total
desconocimiento de la importancia de la registración de actos societarios y los

246 
 
segundos, por su inveterada costumbre de defender los intereses de sus empresas,
en perjuicio de los intereses de los habitantes del país. En tal sentido se derogó el
art. 68 de la resolución general 7/2015, referido al capital social mínimo y su relación
con el objeto social, así como se reformó el art. 67 de aquella resolución,
disponiendo que "El objeto social debe ser expuesto precisa y determinada mediante
la descripción concreta y específica de las actividades que contribuirán a su
consecución y que la entidad efectivamente se propone realizar", eliminando, todos
los demás párrafos de la referida norma —versión resolución general IGJ 7/2015—
que requerían la realización, por la sociedad, de un objeto único, comprensiva de
las actividades conexas y accesorias para lograr el mismo.
Con ello, se retrocedió más de quince años en una evolución tendiente a proteger
los derechos de los terceros y evitar la infracapitalización societaria, con los nefastos
efectos que de ella se derivan(379).
La íntima relación que existe entre el objeto de la sociedad y el capital social ha
sido destacada por la casi totalidad de la doctrina nacional(380), avalado por la
jurisprudencia de nuestros tribunales mercantiles(381)y de la Inspección General de
Justicia(382). Es además, característica de todos los contratos asociativos e inherente
a toda persona jurídica de carácter ideal, en tanto se relaciona directamente con el
principio de especialidad que caracteriza a las mismas y ratifica lo expuesto lo
prescripto en materia de asociaciones civiles por el art. 361 de las Nuevas Normas
de la Inspección General de Justicia (resolución general 7/2005) que exige para
estas personas jurídicas, al momento de constituirse la misma, la mención de su
objeto social, que deberá efectuarse en forma precisa y determinada, mediante la
descripción concreta y específica de las actividades que la entidad se proponga
realizar y que deberá guardar razonable relación con el patrimonio inicial y con los
recursos que la entidad proyecte obtener durante su funcionamiento.
En el mismo sentido, la adecuada relación que debe existir entre el capital social
y el objeto de las sociedades comerciales, surge, bien que indirectamente, de lo
dispuesto por el art. 94 inc. 4º de la ley 19.550, en cuanto establece, entre las
causales de disolución de la sociedad, la imposibilidad sobreviniente de lograr la
consecución de su objeto y si bien debo reconocer que existe alguna doctrina que
controvierte esa ecuación, basado en un análisis económico del derecho(383), ella
incurre en el gravísimo error de priorizar la función productiva del capital social y
ubicarla por sobre la función de garantía que cumple éste, la cual constituye, a
nuestro juicio, el más importante rol que los redactores de la ley 19.550 atribuyeron
al capital social.
La función de garantía hacia los terceros que cumple el capital social consiste en
garantizar a quienes contratan con la sociedad, que esta contará, como mínimo, con
el monto del capital social para afrontar sus compromisos. Ello explica entonces
todas las normas que, incluidas dentro de la ley 19.550 por el legislador de 1972,
tienden a mantener la intangibilidad del capital social (arts. 53, 68, 71, 202, 204,
etc.)(384), prescribiendo asimismo la necesidad de reducir el capital social en forma
obligatoria, cuando las pérdidas han insumido las reservas y el cincuenta por ciento
del capital (art. 206) y estableciendo finalmente como causal autónoma de disolución
de la sociedad la pérdida de su capital social (art. 94 inc. 5º), lo cual no se funda en
la imposibilidad de lograr su objeto, pues ello configura una causal disolutoria
diferente (art. 94 inc. 4º) sino en el hecho de que la sociedad carece de garantías
frente a terceros para responder por las obligaciones asumidas, lo cual constituye
situación de extrema gravedad en especial en aquellas sociedades donde los socios
limitan su responsabilidad al aporte efectuado.

247 
 
Podría argumentarse que la ínfima suma que constituye el capital social mínimo
de una sociedad anónima, que hoy asciende a la suma de pesos 12.00 (art. 186 de
la ley 19.550), desvirtúa la congruencia de todo el sistema previsto por la ley de
sociedades comerciales en defensa de los terceros que han contratado o se han
vinculado con la compañía, siendo obvia la necesidad de una inmediata reforma
legislativa que eleve en más de diez veces esa cifra, pero ello constituye una mera
situación anómala y coyuntural que, con toda seguridad, encontrará pronta
respuesta en el legislador, pues es intolerable que el excepcional beneficio de la
limitación de la responsabilidad de que gozan los integrantes de una sociedad
anónima se adquiera con el aporte de esa mínima suma. "...La suficiente
capitalización de la sociedad al momento de su constitución y posteriormente,
durante todo el desarrollo de la actividad empresaria —ha dicho un trascendente
fallo— es la mejor manera de evitar la insolvencia de la sociedad, atento que ésta
cuenta con mecanismos para obtener la financiación interna(385).
Así lo ratificó la sala B de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial,
en el caso "Inspección General de Justicia c/ Hidroeléctrica Tucumán Sociedad
Anónima", del 13 de abril de 2005, con el argumento de que "El capital social es la
contrapartida incorporada a la legislación para proteger a los terceros —a partir de
la consagración de la limitación de la responsabilidad por las deudas sociales a favor
de sus accionistas— ante un eventual incumplimiento de las obligaciones que
asumió el ente societario y su publicidad pone en conocimiento el referido límite".
Consciente de la importancia del capital social en las sociedades donde sus
integrantes limitan su responsabilidad al aporte efectuado, el registrador mercantil
ha exigido desde antiguo la necesaria correspondencia entre el capital social y el
objeto que desarrollará la sociedad, ejerciendo de tal manera el control de legalidad
que a dicho funcionario le ha otorgado expresamente el Código de Comercio y las
leyes 19.550 y 22.315. Basta recordar en tal sentido los fallos dictados por el por
entonces Juez de Registro de la Capital Federal, Enrique M. Butty en los célebres
casos "Veca Constructora Sociedad de Responsabilidad Limitada" y "Maco
Sociedad de Responsabilidad Limitada" —este último confirmado por la sala A de la
Cámara Comercial, por sus propios fundamentos— y la resolución general IGPJ
(hoy IGJ) 6/1980, denominada "Normas de la Inspección General de Justicia", cuyo
art. 18 requería la razonable correspondencia entre el objeto y el capital social, lo
cual, como hemos ya señalado, ha sido receptado por el art. 66 último párrafo de la
resolución general IGJ 7/2005, que se encuentra en plena vigencia.
La necesidad de que el registrador mercantil, en ejercicio del control de legalidad
que le corresponde por expreso imperativo del legislador, pueda cuestionar la
suficiencia del capital social y exigir su correspondencia con el objeto que la
sociedad pretenda desarrollar, constituye, junto con la exigencia de establecer en el
contrato social un objeto social único, una eficaz manera de combatir la
infracapitalización societaria y evitar que las sociedades comerciales, en especial
aquellas donde sus integrantes gozan del beneficio de la limitación de su
responsabilidad, trasladen el riesgo empresario a los terceros que con ella operan,
y que, por la posición que revisten en la contratación, carecen de la posibilidad de
exigir al ente garantías adicionales por las obligaciones asumidas (trabajadores,
proveedores etc.), siendo ellos quienes, a la postre, deberán resignar sus acreencias
cuando la compañía deudora caiga en insolvencia. Así lo resolvió la Inspección
General de Justicia en la resolución 1075/2004, dictada en el expediente "F2Biz
Sociedad de Responsabilidad Limitada", donde se dijo que "Si el objeto social no
abasteciere los requisitos legales de precisión y determinación requeridos por la ley
19.550, mal podría debatirse acerca de la suficiencia del capital social, pues no

248 
 
habría parámetro asequible para calibrar éste en función de un objeto que fuera
impreciso o indeterminado".
Esta manera de razonar fue también expuesta por la Inspección General de
Justicia en la resolución dictada el 4 de noviembre de 2003 en el expediente
administrativo denominado "Gaitán, Barugel && Asociados Sociedad de
Responsabilidad Limitada". Se trataba de una sociedad de responsabilidad limitada
que pretendía su inscripción en el Registro Público de Comercio, cuyo capital social
había sido establecido por sus integrantes en la suma de cinco mil pesos, integrado
solo en su 25 %, exhibiendo un objeto social múltiple(386), comprensivo, entre
muchas otras, de actividades inmobiliarias, constructora y financiera. Obviamente la
Inspección General de Justicia observó esa notoria desproporción entre el objeto
social y el capital destinado a su consecución, argumentando que se trataba de una
sociedad que padecía una notoria infracapitalización funcional desde su inicio, lo
cual constituye un claro ejemplo de abuso de derecho, encuadrado en la entonces
figura prevista en el art. 1071 del Código Civil (hoy art. 10 del CCyCN), con los
nocivos efectos que ello provoca par el tráfico mercantil y los intereses de los
terceros, quienes son las naturales víctimas de las sociedades que presentan un
capital social insuficiente para poder desarrollar el objeto previsto en el contrato de
sociedad.
Se sostuvo también en dicho precedente que "...el objeto social define y enmarca
el cumplimiento de las actividades sociales, guardando estrecha relación la
proporción entre el capital social y el aporte de los socios ordenado a la consecución
del objeto social, de lo cual se sigue que un capital social desproporcionadamente
reducido en su magnitud determinará la imposibilidad, desde su inicio, de cumplir el
objeto que debe, por esencia, ser fácticamente posible (art. 953 del Código Civil)".
Ello no implica sostener que el registrador mercantil, fuese éste un juez de
registro o una autoridad administrativa, deba constituirse en un perito en todas las
actividades económicas o empresariales imaginables, a los fines de determinar cuál
es la suma mínima que corresponde exigir a la sociedad en formación para afrontar
su objeto social. No se trata de ello, sino de evitar, mediante el ejercicio del control
de legalidad que la ley le ha conferido, y en beneficio del comercio y de la
contratación en general, la actuación en el mercado de una sociedad que ni siquiera
tiene un capital suficiente para afrontar los gastos que suponen su instalación e
instrumentación. De allí que corresponda, ante un notorio caso de infracapitalización
originaria, como ocurrió en el caso "Gaitán, Barugel && Asociados Sociedad de
Responsabilidad Limitada", requerir la adecuación del capital al objeto social,
actuación que en un idéntico caso ocurrido en el año 1980, fue calificada como un
típico supuesto del ejercicio del control de legalidad del acto cuya registración se
pretende(387).
Finalmente, la existencia de un capital social mínimo para las sociedades
anónimas, tampoco supone que el registrador mercantil deba abstenerse de requerir
al interesado la relación objeto-capital social, pues ese capital, hoy de pesos 12.000,
puede ser manifiestamente insuficiente para afrontar las actividades de la sociedad,
atento la naturaleza de su objeto. Así fue establecido en el art. 67 de las Nuevas
Normas de la Inspección General de Justicia (resoluciones IGJ 7/2005 y 7/2015),
conforme al cual dicho Organismo exigirá una cifra de capital social superior a la
fijada en el acto constitutivo, aún en la constitución de sociedades por acciones con
la cifra mínima requerida por el art. 186, primer párrafo de la ley 19.550, si advierte
que, en virtud de la naturaleza, características o pluralidad de actividades
comprendidas en el objeto social, el capital resulta manifiestamente inadecuado,

249 
 
norma que —lamentablemente— fue derogada posteriormente por la resolución
general 8/2016, a la cual nos hemos ya referido.

6.7. El objeto social y la capacidad del ente societario


Como bien ha sido definido por la jurisprudencia, el objeto social define la
actividad económica que ha de ser desarrollada por la sociedad durante la vigencia
del contrato social(388), el cual debe necesariamente ser preciso y determinado,
conforme lo manda el art. 11 inc. 3º de la ley 19.550.
Esa necesaria precisión y determinación que requiere la ley se fundamenta en
que las sociedades comerciales, como toda persona jurídica que son, están
sometidas al denominado "principio de la especialidad", conforme al cual el objeto
de las mismas circunscribe y limita su capacidad de actuación. Así lo dispone
expresamente la ley 19.550, cuyo art. 58 prescribe que "El administrador o el
representante que de acuerdo con el contrato o por disposición de la ley tenga la
representación de la sociedad, obliga a ésta por todos los actos que no sean
notoriamente extraños al objeto social", y así ha sido sostenido por la mas
autorizada doctrina, afirmándose con todo fundamento que el objeto de la sociedad
en nuestro derecho está vinculado a la capacidad de ésta: los actos que exceden
del objeto estatutario no obligan a la sociedad; la limitación que así resulta del
estatuto restringe la capacidad, restricción que no puede obviarse, sino removiendo
la limitación con la reforma del estatuto(389).
Esta importante limitación a la capacidad de las personas jurídicas, que está
expresamente consagrado para todas las personas jurídicas por el art. 141 del
Código Civil y Comercial de la Nación"(390), responde a indudables razones de
protección no solo para los terceros sino fundamentalmente para quienes forman
parte de la sociedad, en tanto impone a los administradores importantes limitaciones
a su desempeño como tales, obligándolos a actuar dentro de la actividad que
constituye el objeto de la sociedad, y sobre la base de la cual todos los integrantes
de la compañía prestaron su consentimiento para formar parte de ella, en tanto es
en torno a la naturaleza o contenido de la actividad que conforma el objeto social,
como se agrupan las personas físicas a los fines de constituir una sociedad
comercial.
El principio de especialidad, conocido también en otras latitudes como
la "doctrina del ultra vires", fue también ampliamente desarrollada en el derecho
anglo-americano, en el cual se considera, como bien lo explica Zaldívar en sus
célebres "Cuadernos de Derecho Societario"(391), que el objeto para el cual se
constituyó la sociedad representa un límite a su capacidad y al poder de sus
administradores, y que tiene por consecuencia que todo acto que no entre en el
objeto social o no esté razonablemente vinculado a él sea nulo, sin que pueda
convalidarlo una decisión unánime de los socios.
Siempre transcribiendo a Zaldívar y a los profesores que lo acompañaron en la
referida obra, la doctrina del ultra vires, nacida y desarrollada en Inglaterra a
mediados del siglo XIX, y que encontró consagración legislativa en la "Companies
Act" de 1862, que estableció que el contrato social no se podía modificar ni aún
mediando el consentimiento de todos los socios, fue perdiendo fuerza, no en lo que

250 
 
se refiere estrictamente a la regla de que la capacidad del ente social limita el
cumplimiento del objeto, sino en lo que se atañe a la posibilidad de convalidación
del acto por decisión unánime posterior de los socios, en tanto no se advierte cual
es el interés superior que conduce a la declaración de invalidez del acto, cuando
todos quienes integran la persona jurídica están conformes en la realización del acto
extraño al objeto social.
Sin embargo, y contrariamente a lo expuesto por Enrique Butty(392), esta
posibilidad del órgano de gobierno de la sociedad de "ratificar" el acto exorbitante,
en modo alguno hace perder sentido al principio de la especialidad o a la doctrina
del ultra vires, pues lo verdaderamente trascendente de esta doctrina radica en la
prohibición que el legislador impone al administrador de obligar a la sociedad por
actos que resulten notoriamente extraños al objeto social y que en nuestro derecho
encuentra expresa solución en el art. 58 de la ley 19.550. No debe olvidarse que no
estamos, cuando hablamos de personas jurídicas, sus atributos y sus limitaciones,
dentro de problemas que nos presentan las relaciones humanas o la vida misma,
sino de razonamientos que parten del dogmatismo del jurista o del legislador, de
manera que no puede exigirse a los mismos una coherencia absoluta. De manera
tal que, como principio general aplicable a una creación legal —las personas
jurídicas con personalidad jurídica propia— lo que vale es la invalidez de los actos
celebrados por el administrador que resulten notoriamente exorbitantes al objeto
social —y la inoponibilidad referida por el art. 58 de la ley 19.550 es un grado de
invalidez— y la posibilidad de ratificación por todos los socios de esa actuación es
una mera circunstancia que en nada afecta al mencionado principio general, pues si
a nadie perjudica la celebración de ese acto y todos los integrantes de la sociedad
lo "ratifican", es lógico que la declaración de su invalidez carece de todo sentido.
En definitiva el objeto social —según un recordado fallo de la Cámara Nacional
de Apelaciones en lo Civil— asume, entre otras, las funciones de delimitar la
actividad de la sociedad; que esa misma función de delimitación se refleja en la
esfera de las actividades en que cabe sea invertido el patrimonio social; que
enmarca la competencia del obrar de los órganos; fija las facultades de los
representantes y permite definir el interés social(393).

§ 7. El capital social. Concepto e importancia

7.1. Concepto y funciones del capital social


El capital social está incluido como elemento imprescindible del contrato de
sociedad mercantil en el inc. 4º del art. 11 de la ley 19.550, en cuanto dispone que "El
instrumento de constitución debe contener, sin perjuicio de lo establecido para
ciertos tipos de sociedad... 4) El capital social, que deberá ser expresado en moneda
argentina y la mención del aporte de cada socio."

251 
 
El capital social de la sociedad, constituido originalmente con el aporte de los
socios fundadores (art. 1º de la ley 19.550), constituye el fondo común inicial con
que la sociedad comenzará sus actividades, sin el cual no puede hablarse de
sociedad. Es además uno de los atributos de la personalidad jurídica de que goza
el sujeto de derecho y cumple en todas las sociedades en general, pero en particular
en las sociedades en las cuales los socios limitan su responsabilidad al aporte
efectuado, un rol fundamental en la medida que constituye la garantía con que
cuentan los terceros para satisfacer el cobro de sus acreencias.
Como bien ha sido sostenido en doctrina(394), el capital social no es solamente el
capital de explotación a los efectos contables, internos o de gestión, sino que
constituye una noción jurídica que desempeña dos funciones fundamentales:
a) A los efectos internos, es la base en torno al cual se calcula la participación
de cada socio en el ejercicio de sus derechos sociales y
b) Desde el punto de vista externo —que es el que verdaderamente interesa—
, constituye una cifra de retención del patrimonio social impuesta por la ley en
garantía de los acreedores de la sociedad y en seguridad del cobro de sus créditos.
La noción del capital social tiene asimismo un sentido contable o económico,
pues supone una deuda que la sociedad contrae con sus socios o accionistas,
equivalente a los aportes y dividendos pasivos comprometidos por aquellos, pero
que los socios no pueden reclamar sino en determinadas ocasiones, como por
ejemplo, ante el ejercicio del derecho de receso o en caso de liquidación total de la
entidad, cuyo pago solo será posible en la medida que se hayan satisfecho o
garantizado la totalidad de las deudas pendientes con terceros.
De manera entonces que la inclusión del capital social como elemento necesario
de todo contrato de sociedad (inclusive para las sociedades civiles) se encuentra
plenamente justificada pues permitirá a la sociedad contar con los medios
necesarios para el desarrollo de su objeto social, dotando a la misma de un
patrimonio diferenciado al de sus socios, al cual los terceros podrán agredir, lo cual
constituye uno de los fundamentos del otorgamiento de la personalidad jurídica que
el legislador se encargó de ratificar (art. 2º de la ley 19.550). Pero además de ello, y
fundamentalmente en las sociedades de responsabilidad limitada y en las
sociedades anónimas, el capital social cumple la aludida "función de garantía" frente
a sus acreedores, que apunta a la necesidad de que el valor de los bienes y derecho
que integran el patrimonio activo de la sociedad supere el importe de las deudas y
obligaciones que lo gravan en cuantía al menos igual a la que expresa el capital.
De tal modo, y siguiendo las enseñanzas de Pérez de la Cruz Blanco(395),
resultará que en el caso de una posible liquidación de la sociedad, la realización de
su activo habrá de proporcionar el suficiente efectivo monetario para la completa
satisfacción de los acreedores, pues incluso las eventuales pérdidas de realización
y gastos que esta origine podrán quedar cubiertos acudiendo a la fracción del activo
destinada a la cobertura del capital, sobre la cual los acreedores gozan de
preferencia respecto de los socios.
La función de garantía que cumple el capital social se advierte con toda nitidez
en los arts. 94 inc. 5º y 99 de la ley 19.550. El primero establece como causal
autónoma de disolución la pérdida del capital social, y esta solución no está dada
por la circunstancia de que la sociedad carezca de bienes o fondos suficientes a los
fines de continuar desarrollando el giro social, pues esta contingencia está prevista
en el inc. 4º del art. 94 —disolución por imposibilidad de cumplir con el objeto
social— sino porque es contraria a derecho la existencia de una sociedad que ha
perdido su capital social y que, por ende, los terceros carecen de la garantía que

252 
 
este concepto supone. Del mismo modo, cuando el art. 99 de la ley 19.550 sanciona
a los administradores y a los socios en forma solidaria e ilimitada con la sociedad
disuelta por la celebración de actos que excedan el trámite liquidatorio, lo hace
fundamentalmente, partiendo de la base que dicha entidad incurrió en la causal
disolutoria de pérdida del capital social y que resulta absolutamente impensable la
existencia de una sociedad, dedicada a las actividades enmarcadas en el objeto
social, que carezca del capital social y que los terceros carezcan de la garantía que
este elemento supone.
Aclarado ello, la satisfacción de las funciones señaladas que cumple el capital
social sólo se logra mediante el sometimiento del capital social a una serie de reglas
básicas generales, que se han denominado de regulación del capital, aunque, como
bien señala Pérez de la Cruz Blanco, no existe uniformidad de criterio en la doctrina,
ya sea respecto del alcance de cada una de ellas, así como tampoco en lo referente
a sus denominaciones(396).
La primera regla a que está sometida el capital social es la
llamada determinación del capital, según la cual la cuantía de este debe ser objeto
de mención en los contratos constitutivos como estatutos. La determinación del
capital adquiere así rango de una cláusula obligatoria de los mismos, y ese dato va
a resultar de decisiva influencia en lo que afecta a la disciplina a que quedan sujetas
las posibles alteraciones de su cuantía.
El principio de la invariabilidad del capital social, como bien se ha señalado(397)es
cuestión diferente, pues significa que su aumento o reducción no opera
automáticamente, como si entre aportación y capital hubiera una relación natural
incondicionada, pues para que la cifra capital pueda ser modificada, se hace
necesaria una reforma de contrato, que se producirá en definitiva por decisión del
órgano de gobierno y previo cumplimiento de una serie de requisitos impuestos
legalmente. Ello constituye otro argumento que refuerza la diferencia entre capital
social y patrimonio, pues si bien ambos pueden variar durante la vida de la sociedad,
mientras la modificación del patrimonio es fruto de las vicisitudes económicas de la
empresa, las alteraciones del capital social obedecen a decisiones adoptadas por
los correspondientes órganos sociales, con los requisitos y formalidades que la ley
reclama.
La tercera regla a la cual está sometido el capital social es el de la intangibilidad
del capital social, consagrado por la ley 19.550 con una serie de normas,
caracterizadas como de orden público, y concebidas para mantener la relación que
debe existir entre el patrimonio y el valor nominal del capital suscripto, que garantiza
la solidez del ente y permite medir su deterioro(398).
Este principio es de aplicación a todo tipo de sociedades, y no sólo a aquellas en
las que el capital social fija los límites de responsabilidad frente a terceros, pues la
responsabilidad subsidiaria de los integrantes de la sociedad por parte de interés no
afecta la recíproca independencia entre los patrimonios de aquellos y el de ésta.
En consecuencia con lo expuesto, la ley consagra este principio entre otros, en
los arts. 53, al exigir al socio la integración de la diferencia cuando hubiere aportado
un bien por un valor superior a la valuación; 63, en cuanto incluye en el pasivo del
balance el capital social y reservas; 68, al subordinar la percepción de utilidades a
la existencia de ganancias realizadas y líquidas, resultantes de un balance
confeccionado en forma legal y aprobado por los socios; 71, que prohíbe la
distribución de utilidades hasta tanto no se cubran las pérdidas de ejercicios
posteriores; 202, que sanciona con la nulidad la emisión de acciones bajo la par,
salvo en los supuestos allí consagrados; 205 y 206, que autorizan a la asamblea

253 
 
extraordinaria a resolver la reducción del capital en razón de las pérdidas sufridas
por la sociedad, para restablecer el equilibrio entre capital y patrimonio existente,
reducción que se torna obligatoria cuando esas pérdidas insumen las reservas y el
50 % del capital.
Por aplicación del principio de la intangibilidad del capital social se ha rechazado,
como parte del control de legalidad efectuado por el juez de Registro o autoridad de
control, cláusulas que autorizan a los socios a efectuar retiros a cuenta con
imputación a cuentas particulares, en el entendimiento de que, al permitir la
distribución de beneficios sin la existencia de ganancias realizadas y líquidas, se
afecta el principio expuesto, por aplicación de lo dispuesto en el art. 68 de la ley
19.550(399).

7.2. El fenómeno de infracapitalización de las sociedades de


responsabilidad limitada y sociedades anónimas. Facultades de la
autoridad de control
Pese a que la función de garantía que cumple el capital social en las compañías
donde los socios no responden en forma subsidiaria por el cumplimiento de sus
obligaciones, constituye la contrapartida de esa limitación de su responsabilidad(400),
la doctrina moderna, basada como hemos dicho en una supuesta interpretación
económica del derecho, que ninguna seguridad jurídica aporta a nadie, ha
cuestionado seriamente estos clásicos conceptos, otorgando mayor importancia a
lo que se denomina como la "función de productividad" del capital social, que ofrece
un contenido típicamente económico, en virtud de la cual la misión básica de este
elemento es la de servir como fondo patrimonial empleado para la obtención del fin
económico tenido en cuenta por los socios al constituir la misma, a través del
ejercicio de una determinada actividad empresaria.
Afortunadamente, tales críticas no han encontrado eco en nuestra legislación
societaria, que, como hemos afirmado, ha receptado la función de garantía del
capital social en forma expresa, a través de una serie de normas que tienden a
proteger su integridad, encaminadas a impedir que el patrimonio de la sociedad sea
inferior al capital social, en atención precisamente a que los acreedores confían en
que éste es la cifra mínima de patrimonio que garantiza el cobro de sus créditos
(arts. 32, 53, 63, 71, 94 inc. 5º, 96, 106, 202, 205 y 206 de la ley 19.550).
Del mismo modo, la función de garantía del capital social está expresamente
consagrada en la ley 19.550 cuando se establece en el art. 39, que en las
sociedades de responsabilidad limitada y por acciones, el aporte debe ser de bienes
determinados, susceptible de ejecución forzada.
Sin embargo, y a pesar de la existencia de esas normas, la función de garantía
del capital social no se cumple legalmente en forma satisfactoria, pues el art. 186 de
la ley 19.550, al requerir la existencia de un capital social mínimo para las
sociedades anónimas, de pesos 12.000, y no requerir ninguno para las sociedades
de responsabilidad limitada, se alienta el fenómeno de la infracapitalización, con los
cuales las disposiciones que tienden a la protección del principio de la intangibilidad
del capital pierden todo sentido y alientan la utilización de estas sociedades como
instrumento de fraude ante los terceros acreedores de la misma.

254 
 
Si se concibe a la sociedad anónima como herramienta apta para la
concentración de capitales para el desarrollo de negocios de gran escala, tal como
ha sido el origen histórico de estas compañías y no como instrumento para la
limitación de la responsabilidad de sus integrantes, interpretación esta que contraría
el principio de la unidad del principio de unidad del patrimonio de una persona, tanto
física como jurídica y que solo se admite como excepción, precisamente ante la
envergadura del emprendimiento, la necesidad de que las sociedades de
responsabilidad limitada y las sociedades anónimas deban contar con un capital
adecuado a la magnitud del objeto social a desarrollar, constituye un imperativo
básico sin el cual la limitación de la responsabilidad de sus integrantes y el principio
de garantía que cumple el capital social carecen de toda finalidad útil. Con otras
palabras, no es admisible hoy por hoy, y en atención a la simple observación de la
realidad del mundo negocial, que nuestra legislación societaria prescinda de una
norma de carácter general por la cual se establezca la existencia de que el valor del
capital sea adecuado a la naturaleza del objeto social, aún cuando, importante es
destacarlo, han existido importantes pero aislados fallos judiciales que lo han
requerido(401).
Precisamente, ante la observancia de la notoria infracapitalización de gran parte
de las sociedades anónimas y de responsabilidad limitada, fenómeno que no es
propio de nuestro país sino que hasta se podría calificar de universal, se advierte
una importante reacción en determinadas legislaciones y fallos de Tribunales
Extranjeros, que tienden a responsabilizar a los socios y administradores ante la
situación de infracapitalización real, si ella es consecuencia de la negligencia o dolo
de aquellos. Así, en el campo de la legislación comparada, debe destacarse a título
de ejemplo, los arts. 35, 35 y 183-7 de la ley belga de sociedades mercantiles, que
imponen la responsabilidad personal, objetiva y solidaria de los fundadores y de los
administradores (para el caso de aumento del capital social) si se declara la quiebra
de la sociedad dentro de los tres años de la constitución (o del aumento del capital
social), descubriéndose que su capital era manifiestamente insuficiente, lo cual debe
ser apreciado por el Juez.
En nuestro país, se advierte también una importante corriente de opinión en el
mismo e idéntico sentido(402), siendo recomendable desde todo punto de vista la
inclusión de una norma en la legislación societaria que imponga a las sociedades
anónimas un capital social mínimo de importancia, que deba mantenerse durante
toda la vida de la sociedad, como lo impuso el art. 6º de la II Directiva del 13 de
diciembre de 1976, para los Estados miembros de la Comunidad Económica
Europea.
Tiene dicho la jurisprudencia, con todo fundamento que "La suficiente
capitalización de la sociedad al momento de su constitución y posteriormente,
durante todo el desarrollo de la actividad empresario, es la mejor manera de evitar
la insolvencia de la misma, atento a que la sociedad cuenta con mecanismos para
obtener la financiación interna, pues el capital social es la contrapartida incorporada
a la legislación para proteger a los terceros —a partir de la consagración de la
limitación de la responsabilidad por las deudas sociales a favor de los
accionistas— ante un eventual incumplimiento de las obligaciones que asumió el
ente y su publicidad pone en conocimiento tal límite"(403).
De manera tal y como conclusión: Es incompatible el otorgamiento del principio
de la limitación de la responsabilidad en las sociedades comerciales que así se
autoriza, con la inexistencia o insuficiencia de capital social, pues si los socios o
accionistas no responden más que con lo aportado a la sociedad, es de toda
evidencia que el capital social de la firma debe ser suficiente, pues si no lo es, renace

255 
 
el principio general de responsabilidad societaria que no es otra que la solidaria e
ilimitada de todos los socios por las deudas sociales, en tanto la sociedad
infracapitalizada supone un claro ejemplo de abuso de derecho (art. 10 del Código
Civil y Comercial de la Nación ) y no es propio del sistema capitalista, donde las
sociedades comerciales encuentran su mayor expresión, que los riesgos
empresarios sean trasladados a los terceros ajenos a la sociedad.
La Inspección de Justicia, como antes lo hizo el Juzgado de Registro, en los
referidos casos "Veca Sociedad de Responsabilidad Limitada" y
fundamentalmente "Maco Sociedad de Responsabilidad Limitada", ambos de 1980,
cuando dicho tribunal estuvo en manos del Dr. Enrique Butty, debe velar por que las
sociedades de responsabilidad limitada y por acciones no se encuentran
infracapitalizadas, y así fue resuelto por el Organismo de Control en el
expediente "Viejo Cimarrón Sociedad Anónima" del 3 de julio de 2001 (resolución
IGJ 574/2001) en donde se sostuvo que "En ejercicio del control de legalidad, cabe
reconocer a la Inspección General de Justicia facultades para requerir que la cifra
del capital social se corresponda con su cuantía, como instituto de garantía,
configurada por la sumatoria del importe nominal y el correspondiente a la cuenta
de ajuste, toda vez que ello es inherente a la transparencia a que debe aspirar en el
plano de la publicidad registral, en beneficio del comercio y de la contratación en
general".

7.3. El capital social en las sociedades anónimas. Su pérdida por


debajo del mínimo legal
Recordemos que la ley 19.550 solo impone a las sociedades anónimas un capital
social mínimo, omitiendo toda referencia a los restantes tipos societarios, lo cual
constituye un grave error del legislador, en especial tratándose de sociedades de
responsabilidad limitada, pues en estos tipos sociales y en principio, los socios no
responden en forma solidaria e ilimitada por las obligaciones sociales, limitando su
responsabilidad a los aportes efectuados a la entidad. De manera entonces que, en
beneficio de los terceros acreedores de la sociedad se impone la formación de un
capital social sólido, a diferencia de las sociedades denominadas "personalistas"
(sociedades colectivas, de capital e industria y en comandita simple) en las cuales
la amplia responsabilidad que asumen sus integrantes (con excepción del socio
industrial en las sociedades de capital e industria y del socio comanditario en las
sociedades en comandita simple) torna irrelevante la cuantía y la consistencia del
capital social.
A diferencia de los restantes tipos sociales, en las cuales la mención del capital
social constituye un requisito esencial de su acto constitutivo, mas no tipificante, en
materia de sociedades anónimas, la mención de su capital social en los términos
del art. 166 de la ley 19.550 constituye un requisito esencial tipificante, en los
términos y con los efectos previstos por el art. 17 de dicho cuerpo legal. Es requisito
esencial del acto constitutivo de la sociedad anónima, por cuanto sin aportes de los
accionistas no hay sociedad por imposibilidad de cumplir el objeto para el cual se
constituye la empresa, y tipificante, ya que la representación del capital por acciones
y su negociabilidad es extremo que diferencia la sociedad anónima de los otros tipos
de sociedades comerciales(404).

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Pero esas razones no son las únicas que permiten sostener el carácter de
requisito esencial tipificante que reviste el capital social para este tipo de sociedades,
sino que, en virtud de la aludida función de garantía del capital social, la existencia
del capital mínimo previsto por el art. 186 de la ley 19.550 reviste idéntica
característica.
El capital social mínimo requerido por dicha norma, y pese a su exigüidad, que
atenta contra la finalidad del legislador, es requisito esencial que debe mantenerse
durante toda la vida de la sociedad. No es admisible sostener que ello constituya
solamente un requisito de constitución, pues de lo contrario tal exigencia se
convertiría en una mera formalidad, carente de sentido final útil.
En consecuencia, las sociedades anónimas cuyo capital social se encuentre por
debajo de la cifra prevista por el art. 186 de la ley 19.550 deben ser declaradas
disueltas por pérdida del capital social, no resultándoles aplicable lo dispuesto por
el art. 17, pues no parece razonable ni goza de sentido común, aplicarles a las
mismas las normas de la Sección IV. Capítulo I de la ley 19.550, que prevé para sus
integrantes una responsabilidad mancomunada y por partes iguales respecto de las
obligaciones sociales contraídas.
Se trata de una solución —la disolución de la sociedad— prevista en defensa de
los intereses generales del tráfico mercantil, que puede ser incluso decretada de
oficio por el juez, sin petición de parte y tal situación puede también darse en las
sociedades anónimas que no ajustaron su capital a la cifra mínima prevista por el art.
186 de la ley 19.550, pues la exigencia prevista por dicha norma fue incorporada a
nuestro ordenamiento legal societario por la ley 22.182 del 7 de marzo de 1980, y
cuyos montos fueron permanentemente actualizados, rigiendo actualmente capital
de pesos 100.000 absolutamente insuficiente para la constitución de una sociedad
donde, en principio, los accionistas limitan su responsabilidad al aporte efectuado.
De manera tal que si aquellas sociedades no adecuaron su capital social a los
parámetros previstos por el art. 186, la aplicación a las mismas de la solución
prevista por el art. 94 inc. 5º de la ley 19.550 es conclusión insoslayable.
La existencia de un capital social mínimo para las sociedades anónimas
determina asimismo dos consecuencias de importancia:
a) Cualquier reducción del capital social a una suma inferior al monto previsto
por el art. 186 sería nula, de nulidad absoluta, por ser acuerdo contrario a la ley, que
afecta los derechos de terceros.
b) Cuando el art. 94 inc. 5º de la ley 19.550 se refiere a la disolución de la
sociedad por pérdida de su capital social, debe interpretarse que dicho déficit se
presenta cuando el capital social se encuentre por debajo de la cifra prevista por el
mencionado art. 186 y no cuando tal déficit comprenda la totalidad del mismo, pues
como se ha visto, nuestra legislación no admite la existencia de sociedades
anónimas con un capital inferior a aquel mínimo tope.

§ 8. El capital social en las sociedades anónimas unipersonales


Dispone la parte final del art. 11 inc. 4º de la ley 19.550, que en el caso de
sociedades unipersonales, el capital deberá ser integrado totalmente en el acto

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constitutivo, lo cual es solución que se justifica, pues no parece razonable aplicarles
a las sociedades anónimas de un solo socio la posibilidad de integrar solo el 25 por
ciento del capital suscripto en el acto constitutivo, con el compromiso de integrar el
saldo restante en el plazo de dos años, como lo prevé el art. 166 segundo párrafo,
pues tratándose de una sociedad de tales características, y en protección de los
terceros contratantes con la misma, resulta esencial que la misma cuente con la
totalidad de su capital social desde la misma constitución de la persona jurídica. Así
lo ratifica el art. 167, en su actual versión (ley 26.994), al disponer que la suscripción
de la totalidad del capital social se refiere tanto a los aportes directorios como no
dinerarios.
Pero además de ello, y si, como es dable esperar, el accionista único revestirá
el carácter de director exclusivo y único representante legal de la sociedad anónima
unipersonal (¿no se legislaron estas sociedades para ello?), resulta una hipótesis
fantasiosa pensar que el la sociedad, representada por su socio único, se promueva
un juicio para integrar el saldo del 75% del capital social, como es admitido para las
sociedades pluripersonales.

§ 9. Aportes de los socios. Importancia


El aporte consiste pues en la prestación que en acto constitutivo o
posteriormente, en virtud de una modificación del mismo, el socio se obliga a cumplir
en favor de la sociedad, para que esta cuente con los medios necesarios para la
realización de su objeto.
Del art. 1º de la ley 19.550 surge la importancia de los aportes para el
funcionamiento de la sociedad, en tanto aquellos le proporcionan los elementos
necesarios para la formación de su capital, mediante el cual podrá desarrollar las
actividades inherentes a la consecución de su objeto social (principio de la
productividad del capital social). De ello se deduce que la falta de ese elemento
obsta a que la sociedad alcance su objeto por impotencia económica(405), sobre todo
porque el aporte integrativo del capital social y que traduce la efectiva voluntad del
socio de asumir tal condición, ha de ser verdadero y real(406).
Con esta orientación, no puede dudarse de que si no existe aporte ni hay
posibilidad de constituir un fondo común, esto es, no puede constituirse una
verdadera sociedad (arts. 1º de la ley 19.550 y art. 1648 del Código Civil).
Desde otro punto de vista, y en cualquier clase de sociedad, el carácter o status
de socio solo se adquiere con la realización de los aportes al ente(407)y con todo
acierto ha sido resuelto que el aporte es el único elemento sobre cuya exigibilidad
no puede haber controversias, pues los socios deben cumplir con él para formar
parte de la sociedad(408).
En cuanto a los bienes susceptibles de ser aportados, los mismos pueden
consistir en dinero, bienes en especie, créditos a cargo de terceros, derechos,
patentes de invención, marcas de fábrica o comercio, secretos de fabricación,
beneficios de operaciones ya realizadas, concesiones administrativas, etc., y en
algún tipo de sociedades servicios personales, profesionales o técnicos, lo que se
denomina aporte de industria. En suma, el aporte puede consistir en obligaciones
de dar o de hacer, aunque la ley restringe la amplitud de los aportes en aquellas

258 
 
sociedades donde los socios limitan su responsabilidad al monto del mismo, que
debe ser, por otro lado, susceptible de ejecución forzada, y es lógico que así sea,
pues, a diferencia de las sociedades por parte de interés, en donde la
responsabilidad ilimitada de los socios por las deudas sociales se encuentra
subyacente, los acreedores de aquellas deben contar con las facilidades necesarias
para la ejecución de los bienes de la sociedad.
Para las sociedades anónimas unipersonales, los aportes no dinerarios deben
integrarse totalmente. Solo pueden consistir en obligaciones de dar y su
cumplimiento se justificará al tiempo de solicitar la conformidad del art. 167.
Además de la mención prevista por los arts. 1º y 11 inc. 4º de la ley 19.950, esta
ley ha dedicado a los aportes casi la totalidad de la sección VI del capítulo primero
(arts. 37 a 53). A ellos nos referiremos oportunamente, al analizar aquellas normas.

§ 10. El Plazo de duración. Importancia de su determinación

10.1. Generalidades. El plazo de 99 años. Admisión jurisprudencial


La ley 19.550 en su art. 11, inc. 5º, incluye como elemento esencial del contrato
de sociedad el plazo de duración, que expresamente debe ser determinado. No
obstante ello, no constituye su inclusión elemento tipificante, de manera tal que el
instrumento al cual le falte el plazo de duración podrá ser subsanado en los términos
del art. 25 de la ley 19.550, puesto que una sociedad carente de dicho requisito, se
gobierna por las normas de la Sección IV del Capítulo I de dicha ley.
La importancia de ese elemento es incuestionable, pues no sólo interesa a la
sociedad y a los socios, sino que trasciende a terceros, acreedores sociales y
particulares de aquellos. Para la sociedad, porque vigente el plazo de duración,
gozará de capacidad plena e irrestricta para desarrollar el objeto social. Para los
socios, porque su existencia indicará el tiempo durante el cual se mantendrán unidos
en plena actividad dinámica, mancomunando su esfuerzo para la obtención de
utilidades, y finalmente, para los terceros, en especial acreedores particulares de los
socios, pues estos cuentan con expectativas diferentes según el contrato social esté
o no vigente. Ello se advierte con claridad en las sociedades por parte de interés,
pues hasta su disolución los terceros no pueden ejecutar la participación social, a
diferencia de las sociedades de responsabilidad limitada y por acciones (art. 57),
estando solo facultados a embargar las utilidades correspondientes a su deudor.
Disuelta la sociedad, la garantía de estos acreedores la constituye el reembolso del
capital aportado al socio deudor y su correspondiente cuota de liquidación.
Obsérvese que la ley 19.550 protege al acreedor particular embargante, al facultarlo
a oponerse a la prórroga del contrato social, si no es satisfecha (art. 57 último párrafo
de la ley 19.550).
Por todo ello es que el legislador ha exigido que el plazo de duración sea
determinado, pues nada de lo expuesto sería factible si los socios o terceros no

259 
 
tuvieran una absoluta certeza del período durante el cual el contrato de sociedad se
encuentra vigente.
Si bien la ley 19.550 en su art. 11 inc. 5º requiere determinación en el plazo de
duración, no prevé la existencia de plazos máximos, la costumbre ha impuesto la de
fijar un término de 99 años, como una manera de sostener que los socios se han
unido en sociedad por toda la vida. Sostiene Farina sobre el particular(409)cuando
sostiene que el plazo debe guardar relación con la probabilidad media de duración
de la vida humana y acorde con la naturaleza de la sociedad y el objeto social. Un
plazo de duración de 500 años es sin duda determinado, pero evidentemente en
contradicción con las disposiciones de la ley.
En coincidencia con lo expuesto la jurisprudencia es reiterada cuestionando
acertadamente cláusulas del contrato de sociedad mediante las cuales los socios
prevean la prórroga automática de la vigencia de aquel(410).
Tanto el Juzgado de Registro hasta el año de su disolución (1980) y la Inspección
General de Justicia con posterioridad a ello, han aceptado la inclusión de ese tipo
de plazos en los contratos constitutivos o estatutos de sociedades mercantiles.

10.2. Comienzo del cómputo del plazo de duración


Ello constituye quizá uno de los puntos más discutidos relacionados al plazo de
duración, pues lejos se encuentran la doctrina y la jurisprudencia de coincidir en el
tema, habiéndose sostenido reiteradamente, y a mi juicio en forma equivocada, que
el término de duración comienza a correr desde la inscripción del contrato social en
el Registro Público de Comercio, haciendo una errónea interpretación de lo
dispuesto por el art. 36 primer párrafo de la ley 19.550. Ello ha sido sostenido por el
entonces Juzgado de Registro de la Capital Federal, la Inspección General de
Personas Jurídicas, la Dirección de Personas Jurídicas de la provincia de Buenos
Aires y por autores de la talla de Juan M. Farina(411).
Como anticipé, a mi juicio, la solución adoptada es equivocada, pues confunde
vigencia con oponibilidad. El art. 36 de la ley 19.550 expresamente dispone que los
derechos y obligaciones de los socios empiezan desde la fecha fijada en el contrato
de sociedad y nada obsta a que los socios cumplan con las obligaciones a su cargo
desde la suscripción del contrato social. El art. 37, al legislar sobre la mora en la
integración del aporte confirma esta solución, al prescribir que el socio que no
cumpla con el aporte en las condiciones convenidas incurre en mora por el mero
vencimiento del plazo y debe resarcir los daños e intereses. Si no tuviere plazo
fijado, el aporte es exigible desde la inscripción de la sociedad. Ello significa que
hasta la registración del contrato la sociedad no podrá ejecutar al socio moroso, pero
nada obsta a que hasta ese momento los intereses se hayan devengado, atento al
régimen de mora automática que el citado artículo prevé.
La solución prevista por el art. 36 de la ley 19.550 ha sido ratificada por el art.
142 del Código Civil y Comercial de la Nación, al disponer, refiriéndose al comienzo
de la existencia de las personas jurídicas, que ellas comienzan su existencia desde
su constitución. No necesitan autorización para funcionar, excepto disposición legal
en contrario y en los casos en que se requiera esa autorización, la persona jurídica
no puede funcionar antes de obtenerla (fundaciones y asociaciones).

260 
 
10.3. Retroacción del plazo de duración
Aclarado este aspecto, lo cual no descarta la viabilidad de la cláusula del contrato
social en la que los socios opten por computar el plazo de duración de la sociedad
desde la registración del contrato(412), debe irse más allá en el análisis de la cuestión,
debiendo ahora analizarse si los socios pueden fijar una fecha de constitución
anterior a la del contrato social.
El tema no es académico, sino que, por el contrario, resulta de interés práctico,
pues es frecuente encontrar cláusulas en tal sentido, que revelan en los socios el
interés de reconocer y otorgar vigencia al contrato asociativo anterior, mediante el
cual aquellos estuvieron ligados bajo la forma de una sociedad irregular o de hecho.
¿Cuál sería en consecuencia la validez de tal cláusula?
Creemos que debe distinguirse, para contestar esa pregunta, entre el sistema
previsto por la ley 19.550 en su redacción original y el contemplado luego de la
reforma de la misma efectuada por la ley 22.903.
Con relación al régimen anterior, la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Comercial, a través de su sala C, en el caso "Chacabuco Construcciones SRL" del
3 de septiembre de 1982, descartó esa posibilidad, resolviendo la inadmisibilidad de
la cláusula contractual o estatutaria, por la cual se estableció que la sociedad queda
constituida desde una fecha anterior a la del contrato constitutivo.
Lo allí decidido resultaba inobjetable a la luz de las normas de la ley 19.550 en
su redacción original y ajustado estrictamente a lo dispuesto por el art. 36 de dicho
cuerpo legal que prescribe, como hemos dicho, que los derechos y obligaciones de
los socios comienzan desde la fecha fijada en el contrato social.
Como bien lo sostuvo el tribunal en esa oportunidad, no podría, por vía de una
retroacción estipulada contractualmente, respecto de la fecha en que debe tenerse
por constituida la sociedad, lograr efectos regularizadores que beneficiarían a la
sociedad de hecho o irregular que integraban antes, desde que se trata de dos
sociedades diferentes. Esta última, que se encuentra disuelta por la constitución de
la nueva sociedad, y en la cual los socios no pueden invocar los derechos y defensas
nacidas del contrato social (art. 23, de la ley 19.550 LSC) y un nuevo ente social,
cuyo plazo de duración debe computarse, como hemos visto, desde la fecha de
constitución o de registración, para el supuesto de que aquellos así lo decidan.

10.4. Modos de computarse el plazo de duración


Pese a que el art. 94, inc. 3º de la ley 19.550, que autoriza a subordinar la
existencia de la sociedad a una condición resolutoria, parecería admitir la
constitución de sociedades a los efectos de desarrollar un objeto social específico y
transitorio (v.gr., la construcción de un edificio o una obra determinada), entiendo
que la inclusión de cláusula en tal sentido viola la clara mención que el art. 11, inc.

261 
 
5º prescribe, exigiendo determinación en el plazo de duración, pues se
desprotegería no sólo a los acreedores particulares del socio de las sociedades
personales (art. 57 de la ley 19.550), sino también a los integrantes del ente, quienes
se verían muchas veces frustrados en la percepción del reembolso del capital y
cuota liquidatoria, si la obra o trabajo a desarrollarse se prolongare en forma
indefinida.
Consecuentemente, aun cuando el objeto social sea la realización de una obra
determinada, debe incluirse necesariamente un plazo de duración, y si bien puede
argumentarse que difícilmente coincida la finalización del objeto con el transcurso
del plazo de duración, debe concluirse que, ocurrido el vencimiento del contrato, y
si los socios no han resuelto la prórroga, los trabajos necesarios para la terminación
de la obra constituirán los actos de liquidación. Por el contrario, si la obra se concluye
antes de que expire el plazo fijado en el acto constitutivo, debe tomarse en
consideración aquella circunstancia, para considerar disuelta la sociedad, y desde
ese momento comenzarán los actos de liquidación, aunque el plazo no haya
vencido, por la simple circunstancia de que el objeto es un elemento esencial de
toda sociedad, y la carencia o la desaparición del objeto hace jurídica y legalmente
imposible la existencia del entes(413).
Sin perjuicio de ello, adhiero a la doctrina que niega validez al contrato social
cuya vigencia está subordinada a una condición resolutoria, pues si bien el art. 94,
inc. 3º de la ley 19.550 incluye el cumplimiento de la misma como causal de
disolución, entiendo que como la condición subordina a un acontecimiento incierto y
futuro que puede o no llegar, en el caso, la resolución de un derecho ya adquirido
(arts. 343 a 348 del CCyCN) —por ejemplo, retiro de una concesión otorgada o
expropiación de un inmueble aportado—, ello está en pugna con el carácter
determinado que la ley le asigna al plazo de duración, pues la incertidumbre que la
ley quiere evitar al imponer un límite temporal al contrato de sociedad y al sujeto de
derecho, sólo se supera con un término que inexorablemente debe transcurrir.
Distinto es el caso en que los socios hayan fijado un plazo temporal concreto de
duración de la sociedad, haciendo salvedad de algún supuesto que podría obstar a
la continuación de la empresa y que funcionará como causal disolutoria, cláusula
esta que resulta válida de conformidad a lo establecido por el art. 89 de la ley
19.550.
Estableciéndose un plazo temporal de vigencia del contrato de sociedad,
parecería casi obvio afirmar que el contrato puede vencer transcurrido el mismo —
10 años— o indicándose expresamente un día determinado, en cuyo caso resulta
de aplicación el art. 6º del Código Civil y Comercial de la Nación, referido al modo
de contar los intervalos del derecho.
Si los socios resuelven continuar con la sociedad, evitando su disolución, deben
solicitar su prórroga, la cual debe ser convenida y su inscripción requerida con
anterioridad al vencimiento del plazo de duración (art. 95, LSC). Transcurrido el
mismo sin que la sociedad haya sido prorrogada, y salvo reactivación ulterior (art.
95 último párrafo), la sociedad debe ser liquidada y cancelada su inscripción, como
último paso para la extinción de su existencia. Si continuara con los negocios
sociales ignorando el estado de liquidación en que se encuentra, lo hará entonces
como sociedad irregular(414), legislada por la Sección IV del Capítulo I de la ley
19.550,ante la ausencia de un requisito esencial no tipificante, como lo es el plazo
de duración.

262 
 
§ 11. Organización de la administración, fiscalización y gobierno de la
sociedad
Como rasgos tipificantes de cada una de las sociedades contempladas por el art.
1º de la ley 19.550, el legislador se encargó de establecer un régimen de
administración, fiscalización y gobierno para cada una de ellas, que en principio, los
socios no pueden modificar, salvo determinadas cuestiones que la propia ley
19.550 deja librada a la voluntad de sus integrantes, como por ejemplo, el régimen
de quórum y mayorías en las reuniones de socios o asambleas (arts. 131, 139, 144,
159, 160, 243 y 244), la organización de su administración en las sociedades
colectivas, de capital e industria y de las sociedades en comandita simple (arts. 127,
136 y 143), la asignación de funciones a los gerentes de las sociedades de
responsabilidades y la determinación de su plazo de duración (arts. 157 de la ley
19.550), la posibilidad de ejercer el control individual sobre los libros y papeles
sociales en las sociedades de responsabilidad limitada incluidas en el segundo
párrafo del art. 158, la constitución y el funcionamiento del directorio en las
sociedades anónimas (arts. 255, 256, 257, 258 y 260 de la ley 19.550).
En materia de sociedades "personales" o "sociedades por parte de interés" (esto
es, sociedad colectivas, de capital e industria y sociedades en comandita simple), el
esquema de funcionamiento es muy sencillo, pues en ellas el gobierno,
administración y fiscalización del ente están, en principio, en manos de cualquiera
de los socios, aún cuando éstos puedan delegar en uno de ellos o en un tercero la
administración de la entidad. Ello obedece en gran medida al acentuado rasgo
personal que caracteriza estas sociedades, no destinadas a empresas de gran
envergadura, a diferencia de lo que sucede en las sociedades anónimas, en las
cuales, por estar latente la posibilidad de agrupar elevado número de socios, se
tiende a identificar con mayor claridad los diferentes órganos y funciones que
desempeñará cada uno de ellos en beneficio de los terceros y socios, siendo
totalmente incompatible con dichas sociedades la administración de la entidad a
cargo de todos los asociados en forma indistinta.
Debe repararse al respecto que omisión de las cláusulas a las que se refiere el
art. 11 inc. 6º de la ley 19.550 no conducen a aplicación del art. 17, sino que en tal
caso, regirán las normas que sobre el funcionamiento de los órganos de
administración, fiscalización o gobierno de la entidad, contiene la ley 19.550.

§ 12. Las reglas para distribuir las utilidades y soportar las pérdidas
Concordantemente con lo dispuesto en el art. 1º de la ley 19.550, al incluir dentro
de la definición de sociedad comercial "(...) la participación de los beneficios y
soportación de las pérdidas", como elemento esencial de todo contrato de sociedad,
el inc. 7º del art. 11 menciona como cláusula de inclusión en el citado instrumento,
las reglas para distribuir los beneficios y soportar las pérdidas.
Dicha cláusula puede sin embargo estar ausente, y no corresponde en tal caso
la aplicación del art. 17 segundo párrafo de la ley 19.550, pues el mismo inc. 7º del

263 
 
art. 11, prevé que: "(...) en caso de silencio, será en proporción de los aportes. Si se
prevé sólo la forma de distribuir las utilidades se aplicará para soportar las pérdidas
y viceversa", aunque debe tenerse en cuenta que esta disposición no rige en los
siguientes casos:
a) Para las sociedades de capital e industria, donde el silencio del contrato sobre
los beneficios del socio industrial sólo puede ser suplido judicialmente (art. 144);
b) En las sociedades cooperativas, pues la distribución del excedente se efectúa
en base a la operatoria de cada socio con la sociedad y no conforme a su capital
accionario.
La participación en los beneficios y soportación de las pérdidas es un elemento
esencial del contrato de sociedad, y ambos configuran derechos inherentes a la
calidad de socios, que no pueden ser menoscabados (art. 13). Ello caracteriza
asimismo dicho contrato, al diferenciarlo de otras figuras, como la habilitación
laboral, donde el habilitado está exento de soportar las pérdidas sufridas por la
entidad.
El derecho a los beneficios no puede ejercerse al concluir cada operación
comercial, sino anualmente (arts. 49, Cód. Com.; 61, 70 y 71, LSC), pues depende
de la realización de un balance e inventario, confeccionados de acuerdo con la ley
y resultar de ganancias líquidas y realizadas (art. 68). Repárese que la ley 19.550
prohíbe, salvo para las sociedades anónimas comprendidas en el art. 299, la
distribución de dividendos anticipados, por lo que si los socios efectuaron
determinados retiros dinerarios "a cuenta" durante el ejercicio, ellos deberán
reintegrar su importe, para el caso que la sociedad los reclame, pues estrictamente
hablando, tales retiros —tan habituales en nuestra práctica societaria— no son otra
cosa que anticipos de ganancias, no autorizados por los arts. 68 y 224 de la ley
19.550(415).
En cuanto a las pérdidas, y conforme a lo expuesto, ningún socio está liberado
de soportarlas, aun cuando exista pacto en tal sentido, el cual resultaría nulo, de
nulidad absoluta, por implicar una cláusula leonina en beneficio de su destinatario
(art. 13 de la ley 19.550)
La ley es categórica al fulminar de nulidad cláusulas como la expresada, así
como idéntica sanción aplica al pacto mediante el cual se prevé que alguno o
algunos de los socios reciban todos los beneficios o se les excluya de ellos, o que a
los socios capitalistas se les restituyan los aportes con un premio designado o con
sus frutos o con una cantidad adicional, haya o no ganancias, o aseguren al socio
su capital, o las ganancias eventuales (art. 13, incs. 1º al 3º). Decretada su nulidad,
deberá estarse para su determinación, al criterio señalado en el art. 11, inc. 7º.
Finalmente deben hacerse las siguientes aclaraciones:
a) Las utilidades a distribuirse constituyen las únicas expectativas de los
acreedores particulares de los socios en las sociedades por interés (art. 57, LSC), a
diferencia de las sociedades de responsabilidad limitada y por acciones, en las
cuales puede ejecutarse la parte social.
b) En las sociedades de capital e industria, los acreedores sociales solo pueden
agredir el patrimonio del socio industrial hasta las ganancias que éste no ha
percibido, careciendo de todo derecho con posterioridad (art. 141 de la ley 19.550).
c) Aprobada por el órgano de gobierno de la sociedad la distribución de
determinados dividendos a favor de los socios, los socios, de conformidad al art. 68

264 
 
de la ley 19.550, estos pasan a estar en relación con la sociedad, como cualquier
acreedor de la misma, aun en caso de quiebra(416).

§ 13. Cláusulas necesarias para que puedan establecerse con


precisión los derechos y las obligaciones de los socios entre sí y
respecto de terceros
Ellas constituyen también cláusulas facultativas, que por lo general están
ausentes del instrumento constitutivo de la sociedad, pues los derechos y
obligaciones de los socios previstos por la ley 19.550 constituyen materia no
disponible para quienes integran una sociedad comercial, a punto tal que en materia
del derecho de aprobación o impugnación de los estados contables, derecho de
preferencia, de receso y de votar acumulativamente en la designación de los
directores (arts. 69, 194 último párrafo; 245 último párrafo; 263 segundo párrafo), el
legislador dejó aclarado, en forma terminante, que el estatuto no puede derogar
estos derechos ni reglamentarlo de manera que dificulte su ejercicio.
La importancia de lo dispuesto en el art. 11 inc. 8º de la ley 19.550 radica en la
posibilidad de reglamentar el ejercicio de tales derechos, para evitar el ejercicio
abusivo de los mismos o que tal actuación pudiera afectar el desenvolvimiento de la
sociedad. En tal sentido, nada obsta a la reglamentación del derecho de información
del socio o accionista, previendo una metodología determinada para el examen
personal de los libros sociales o de la documentación social, siempre que con ello,
se reitera, no se imposibilite o dificulte el ejercicio de tal derecho.

§ 14. Cláusulas atinentes al funcionamiento, disolución y liquidación


de la sociedad
Esta cláusula de alguna manera se superpone con la prevista en el inc. 6º del
art. 11, el cual, como hemos visto, prescribe la necesidad de incluir en los contratos
de sociedad, la forma de organización de la administración, fiscalización y de las
reuniones de socios.
En materia de disolución, el art. 89 de la ley 19.550 establece la posibilidad de
incluir en los contratos constitutivos de sociedades causales de disolución no
previstas en la ley 19.550, y tratándose del período liquidatorio, dado que su tránsito
es obligatorio, por haber sido establecido en beneficio de los terceros, la ley
19.550 deja muy poco margen a los socios a fines de establecer otro procedimiento
de liquidación diferente al previsto por el legislador en sus arts. 101 a 112.

265 
 
§ 15. La fecha de cierre de ejercicio
A pesar del incomprensible silencio del art. 11 de la ley 19.550, debe incluirse en
el instrumento de constitución de la sociedad la fecha de cierre de ejercicio, a la cual
alude no obstante el art. 10, cuando incluye a ese dato dentro de la publicación de
edictos allí previsto.
La fecha de cierre de ejercicio tiene suma utilidad dado que dentro de los cuatro
meses de ocurrida ella debe convocarse la asamblea que considerará y
eventualmente aprobará los estados contables correspondientes a ese período, así
como la gestión de los administradores, la determinación de su remuneración y la
consideración de los resultados del ejercicio.
Bien es cierto que la obligación que pesa sobre los directores de la sociedad
anónima de convocar a la asamblea ordinaria de accionistas dentro de los cuatro
meses de cerrado el ejercicio ha sido solo impuesta para aquellas sociedades (art.
234 último párrafo de la ley 19.550) y para las sociedades de Responsabilidad
Limitada que hayan alcanzado el capital social previsto por el art. 299 inc. 2º de
la ley 19.550 (art. 159 segundo párrafo), pero a falta de regulación legal para los
administradores de los restantes tipos societarios, considero aplicable a los mismos
tal obligación, pues es de toda evidencia que la necesidad de confeccionar los
estados contables de la sociedad comercial es una actuación que trasciende la vida
interna de la sociedad y no encuentro razones que permitan concluir que los
gerentes de las sociedades de responsabilidad limitada no incluidas en los términos
del art. 299 inc. 2º de la ley 19.550 o los administradores de las sociedades por parte
de interés puedan contar con un plazo mayor que los directores de las sociedades
anónimas para cumplir con tales obligaciones.

ART. 12.—
Modificaciones no inscriptas. Ineficacia para la sociedad y los terceros. Las
modificaciones no inscriptas regularmente obligan a los socios otorgantes.
Son inoponibles a los terceros; no obstante, estos pueden alegarlas contra la
sociedad y los socios, salvo en las sociedades por acciones y en las
sociedades de responsabilidad limitada. [Texto según ley 22.903]
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 4º, 7º, 60, 92. Resolución General IGJ nº 7/2015,
arts. 35 y 81.LSC Uruguay: arts. 361, 362.

§ 1. Modificaciones al contrato de sociedad. Carácter de su


registración
Como dispone el art. 4º de la ley 19.550, no solo debe inscribirse en el Registro
Público de Comercio el contrato constitutivo de la sociedad, sino también sus
posteriores modificaciones.

266 
 
Pero así como la falta de inscripción del contrato constitutivo provoca la
irregularidad de la sociedad, no sucede lo mismo con la omisión de la registración
de las modificaciones efectuadas a aquel instrumento, lo cual no conduce a la
irregularidad(417), pues las consecuencias de esa omisión torna de aplicación el art.
12 de la ley 19.550, que se refiere a esta cuestión.
En torno al art. 12 de la ley 19.550 y en especial a su aplicación a las sociedades
por acciones, la doctrina y jurisprudencia no se han mostrado coincidentes, y ello se
debe, sin lugar a dudas, a la escasa factura técnica de la redacción del artículo
citado.
Se han expuestos dos posiciones:
a) La primera, a la que adhiere Halperin(418), y la sala B de la Cámara Comercial,
en el nunca bien ponderado caso "Riello c/ Grimaldi SA"(419), sobre el cual me
explayaré al analizar el art. 245 de la ley 19.550, sostienen el carácter constitutivo de
la inscripción en el Registro Público de Comercio de las modificaciones del contrato
social, las que serían inoponibles entre los socios y frente a terceros en las
sociedades anónimas y de responsabilidad limitada por la excepción consagrada en
el último párrafo del artículo en cuestión.
b) Una segunda posición, y en la cual se enrolan entre otros Escutti y Richard(420),
Otero Erill(421), García Cuerva y Adrogué(422), Mata y Trejo(423), Vítolo(424), Roitman y
colaboradores(425)entre otros, y a la cual adhiero y estimo adecuada a la filosofía de
la Ley de Sociedades, es la que considera el art. 12 con efectos declarativos, esto
es, que entre los mismos integrantes y en las relaciones de éstos con la sociedad,
las reformas al contrato social o estatuto, salvo contadísimas excepciones
(transformación, fusión y escisión) pueden ser invocadas desde la clausura de la
asamblea o reunión de socios que las aprobaron.
Tales conclusiones se fundan en lo siguiente:
1) Una razón de índole gramatical, pues de conformidad a la redacción del art.
12, encontramos dos frases separadas por un punto seguido. La primera que
establece que: "Las modificaciones no inscriptas son obligatorias para los socios
otorgantes". La segunda tiene un principio general con una excepción: "Son
inoponibles a terceros, no obstante estos pueden alegarlas contra la sociedad y los
socios, salvo en las sociedades por acciones y de responsabilidad limitada". Ello
demuestra que la intención del legislador fue excluir la posibilidad a los terceros de
invocar contra las sociedades por acciones o de responsabilidad limitada las
modificaciones del contrato, pero la invocación de las mismas entre los socios es
plena para todos los tipos sociales.
2) Lo dispuesto por el art. 233, párrafo 3º de la ley 19.550, en cuanto impone la
obligatoriedad de las resoluciones asamblearias adoptadas conforme a la ley y los
estatutos, para todos los accionistas, incluso ausentes y quienes votaron
desfavorablemente.
3) Lo establecido por el art. 245 de la citada ley, que para el ejercicio del derecho
de receso impone a los accionistas un plazo de cinco días, para los presentes, y 15
días para los ausentes, contados desde la fecha de la clausura de la asamblea y no
desde la registración de la modificación del contrato.
4) Lo dispuesto por el último párrafo del art. 60 en cuanto previene que la omisión
de la registración de los administradores o su revocación ocasiona la aplicación del
art. 12 "...sin las excepciones que el mismo prevé", y no cabe dudar que la ley se
refiere a la invocación por terceros de la actuación de un órgano de administración
electo y no registrado, lo que es lógico y congruente, y no el supuesto de que los

267 
 
accionistas no puedan invocar la designación de un nuevo órgano administrador no
inscripto.
La jurisprudencia posterior al caso "Riello c/ Grimoldi" y en el cual la sala B de la
Cámara Comercial de la Capital Federal, había adherido al criterio de considerar a
la inscripción de las modificaciones contractuales el carácter "constitutivo", se ha
pronunciado en forma reiterada en sentido contrario a ese criterio, resultando las
mismas perfectamente oponibles entre los socios y la sociedad aun cuando las
mismas no se encuentren registradas, cualquiera sea el tipo social de que se trate,
con excepción de las sociedades accidentales(426). De manera tal que la inscripción
registral de las modificaciones efectuadas al contrato social tiene un carácter
meramente declarativo, porque los actos jurídicos que las implementan generan sus
efectos propios y la registración no es requisito de su validez, sino apenas de su
oponibilidad, para aquellos que desconocieron la modificación efectuada.
La ley 22.903, reformadora del texto original del art. 245 de la ley 19.550 ha
incluido otro argumento más que avala el carácter declarativo de las modificaciones
no inscriptas efectuadas al contrato constitutivo, pues conforme lo dispuesto por
dicha norma, en su cuarto párrafo, en cuanto prescribe la caducidad del derecho de
receso por causa de la revocación de la decisión asamblearia que motivó el ejercicio
de aquel derecho, obliga a concluir que este queda consolidado desde el momento
de su ejercicio y no desde la registración de ese acuerdo, pues la caducidad de un
derecho y de sus consecuentes acciones suponen un derecho plenamente eficaz y
acciones plenamente disponibles para su ejercicio(427).
La invocación de las reformas estatutarias entre los socios y órganos de la
sociedad es en principio plena, salvo cuando se trate de un acto de reorganización
societaria —transformación, fusión o escisión—, en cuyo caso, la naturaleza y
características de esas reformas hacen imposible su vigencia hasta la
correspondiente inscripción registral.
Finalmente, el art. 12 de la ley 19.550 establece la inoponibilidad de las
modificaciones contractuales o estatutarias a los terceros por parte de la sociedad,
quienes por su parte, pueden alegarlas contra la misma, salvo que esta se tratare
de una sociedad por acciones o de responsabilidad limitada.
Ello resulta sumamente objetable, pues no coincide con elementales principios
de derecho registral sostener que las modificaciones no inscriptas no pueden ser
oponibles a terceros, cuando quien las alega prueba que estos han tomado
conocimiento de las mismas. No debe olvidarse que las carencias regístrales no son
invocables por quienes han tomado conocimiento del acto sujeto a inscripción.
Nada justifica, por otra parte, que el tercero interesado que conoce las
modificaciones no inscriptas pueda alegarlas contra la sociedad, pero a su vez
pueda repeler la invocación de las mismas por la entidad, salvo que ello se entienda
como una sanción para la sociedad infractora de cargas regístrales, lo cual resultaría
incongruente con la finalidad que la ley ha tenido en cuenta al ordenar la inscripción
de actos registrables, que consiste sólo en la ininvocabilidad o inoponibilidad de
estos frente a terceros.
Y mucho menos se explican las razones por las cuales se exceptúa del principio
de la invocabilidad de las reformas no inscriptas por parte de terceros, cuando la
sociedad infractora es una sociedad por acciones o de responsabilidad limitada.
Reconozco que la excepción me resulta desde todo punto de vista incomprensible.
La reformulación del art. 12 de la ley 19.550 es imprescindible. Las
consecuencias por la no inscripción de las modificaciones contractuales o

268 
 
estatutarias no pueden ser otras frente a terceros, que la inoponibilidad de las
mismas, pero, conocidas esas reformas por estos, ellas pueden ser invocadas
contra y por los terceros, sin que quepa diferenciar al respecto entre uno u otro tipo
social.
Ha sido una verdadera pena que la ley 26.994 haya dejado pasar la oportunidad
para aclarar los términos del art. 12 de la ley 19.550, en especial cuando el art. 157
del Código Civil y Comercial de la Nación ha establecido expresamente que "La
modificación del estatuto produce efectos desde su otorgamiento. Si requiere
inscripción, es oponible a terceros a partir de ésta, excepto que el tercero la
conozca". Esta era la solución adecuada, que no había más que hacer que
reproducirla en la ley general de sociedades, pero al menos puede afirmarse que
dicha norma constituye una clara pauta de interpretación del controvertido art. 12 de
la ley 19.550.

ART. 13.—
Estipulaciones nulas. Son nulas las estipulaciones siguientes:
1) que alguno o algunos de los socios reciban todos los beneficios o se les
excluya de ellos, o que sean liberados de contribuir a las pérdidas;
2) que al socio o socios capitalistas se les restituyan los aportes con un premio
designado o con sus frutos, o con una cantidad adicional, haya o no ganancias;
3) que aseguren al socio su capital o las ganancias eventuales;
4) que la totalidad de las ganancias y aun de las prestaciones a la sociedad,
pertenezcan al socio o socios sobrevivientes;
5) que permitan la determinación de un precio para la adquisición de la parte de
un socio por otro, que se aparte notablemente de su valor real al tiempo de hacerla
efectiva.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 11, 68; arts. 382 a 395 del Código Civil y
Comercial de la Nación; LSC Uruguay: art. 25.

§ 1. Nulidad parcial del contrato de sociedad. Estipulaciones nulas

1.1. Análisis de las cláusulas nulas previstas en el art. 13 de la ley


19.550

269 
 
Fiel a lo dispuesto por el art. 11, inc. 7º de la ley 19.550, el art. 13 de dicho
ordenamiento legal fulmina con la nulidad la inclusión en el contrato social de ciertas
cláusulas que dicha norma menciona, algunas de las cuales —incs. 1º al 3º—
desnaturalizan el contrato de sociedad, que conforme lo previsto en el art. 1º del
ordenamiento legal societario, implica la asunción de un riesgo empresario, y
consecuentemente, la participación necesaria de todos los socios en las utilidades,
o la correspondiente soportación en las pérdidas.
La existencia de estipulaciones mediante las cuales se prevé la percepción
exclusiva en las ganancias por uno o varios socios, con exclusión de los restantes,
afecta obviamente el concepto de affectio societatis y el principio general en materia
societaria, conforme al cual todos los socios, en mayor o menor medida, deben
participar del riesgo empresario. Ello no significa que se prohíba toda cláusula
mediante la cual los socios establezcan diversas proporciones para la percepción
de utilidades, pues ello dependerá de muchas circunstancias: capital aportado,
personalidad del socio, dedicación a los negocios sociales, etc., pero de ningún
modo puede admitirse que se asegure al socio el capital aportado o determinadas
ganancias, se hayan o no producido, pues ello importaría suprimir el alea que
supone la dedicación a la producción o intercambio de bienes o servicios.
El art. 13 de la ley 19.550 reconoce importantes antecedentes históricos en
nuestro derecho patrio. Recuérdese al respecto que el Código de Comercio de
1857/1862, ya prescribía en su art. 390 que era nula la convención por el cual se
estipulare que la totalidad de los lucros haya de pertenecer a uno solo de los
asociados; así como la que estableciere que alguno de los socios no haya de tener
parte en las ganancias, siendo igualmente nula la estipulación por la que quedasen
exonerados de toda contribución a las pérdidas las sumas o efectos aportados al
fondo social por uno de los socios. Del mismo modo, se estableció (art. 391 del
mismo ordenamiento), que la convención por la cual un prestamista de dinero
estipulase participación en las ganancias sin responder por las obligaciones del
socio es ilegal y nula, siendo asimismo inválida la estipulación de que el prestamista,
sin responsabilidad en las pérdidas, tendrá parte en las ganancias, además de los
intereses.
Dichas cláusulas han sido denominadas por la doctrina como pactos leoninos, y
—como hemos visto— su sanción no es novedad de la Ley de Sociedades, pues
el Código Civil preveía idéntica sanción en los arts. 1652 y 1653 para situaciones
análogas en sociedades de tal naturaleza. Por otro lado, la interpretación que debe
hacerse del art. 13 de la ley 19.550 debe ser amplia, para poder subsumir otros
supuestos que encierran pactos leoninos: por ejemplo, la estipulación de ínfimas
contribuciones en las pérdidas por algunos asociados o la participación irrisoria en
las utilidades por parte de otros, aunque, como advierte Farina(428), su virtualidad
dependerá del análisis que deberá hacer el juez de la causa, conforme las
circunstancias que se presenten en cada caso.
La jurisprudencia de nuestros Tribunales, si bien no es abundante en el tema que
nos ocupa, ha aplicado estrictamente lo dispuesto por el art. 13 de la ley 19.550. En
el caso "Hilbert Beatriz c/ Romero Eduardo", resuelto por la sala C de la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Comercial en fecha 14 de marzo de 1989, se dispuso
la nulidad de la cláusula del contrato de sociedad por medio de la cual se aseguraba
una remuneración fija en moneda constante al socio capitalista, sin atender a la
existencia o no de utilidades, fundado en que tal convención eliminaba el riesgo que
supone la constitución de una sociedad, amén de destruir la igualdad jurídica entre
los socios, criterio que respeta la filosofía del legislador.

270 
 
En el mismo sentido, la sala B del referido tribunal, en un recordado precedente
incluyó, dentro del art. 13 de la ley 19.550 a la cláusula del contrato social por medio
de la cual los socios fundadores autorizaron la percepción de una suma mensual a
uno de ellos. Entendió el Tribunal que tal estipulación implicaba eximir al mismo de
las pérdidas, incompatible con la definición de sociedad comercial prevista en el art.
1º de la ley 19.550(429).
El derogado Código Civil incorporó en sus arts. 1652 y 1653 una serie de
disposiciones legales que contemplaron idénticos casi supuestos de nulidad, pero
con diferentes efectos. Así, el art. 1652 disponía que será nula la sociedad que diese
a uno de los socios todos los beneficios o que le liberase de toda contribución en las
pérdidas, o de prestación de capital o que alguno de los socios no participe de los
beneficios. No obstante, debe repararse que el ordenamiento civil preveía, ante tal
hipótesis, la nulidad de la sociedad, en lugar de la invalidez de la respectiva cláusula,
como lo dispone el art. 13 incs. 1º de la ley 19.550, que contempla un supuesto
idéntico al previsto por el derogado art. 1652 del Código Civil. La diferencia puede
explicarse con el argumento de que el legislador civil entendió que ante el caso de
que se prevea contractualmente que alguno de los socios se encuentre liberado de
soportar la totalidad de las pérdidas o le pertenezcan todas las ganancias,
corresponde presumir que la celebración de un contrato de sociedad con tales
características no es otra cosa que una simulación detrás del cual se esconde un
negocio de otra naturaleza, por lo que no existe interés en conservar el contrato de
sociedad. La ley 19.550, redactada más de cien años después, adoptó otra solución,
fulminando con la nulidad a esa cláusula leonina, sanción que en principio no
trasciende al contrato de sociedad, salvo cuando la existencia de tal cláusula haga
presumir simulación total del acto o fraude a terceros, como sería el caso de una
sociedad de capital e industria que esconde una relación laboral y en la cual el socio
capitalista se reserva la percepción de todas las ganancias o se excluya al socio
industrial de soportar las pérdidas. Así fue resuelto un caso donde se declaró la
nulidad de la totalidad del contrato de sociedad, en el cual uno de los socios no se
obligó con ningún aporte, ni de dar ni de hacer, por entender que no se puede
concebir un contrato de sociedad sin el aporte de los socios(430).
El inc. 4º del art. 13 de la ley 19.550, al prohibir que la totalidad de las ganancias
y aun de los aportes efectuados pertenezcan al socio o socios sobrevivientes, trata
de impedir que se afecten los derechos de los herederos de los socios fallecidos,
privándoselos del valor que supone la participación social de que estos eran
titulares, pues no existe norma en nuestro ordenamiento civil que autorice sostener
que la muerte de un socio produzca un enriquecimiento de los restantes integrantes
de la sociedad ni que éstos tengan derecho a reclamar la parte social que aquel era
titular en vida, pues tales bienes —participaciones, cuotas o acciones— pertenecen
a sus herederos.
Ahora bien, el ingreso de los herederos a la sociedad es de mayor o menor
complejidad conforme al tipo de sociedad que integraba el socio fallecido. Así, la ley
19.550 no admite pacto alguno que permita continuar a las sociedades de capital e
industria y en participación con los herederos de aquel (art. 90, párrafo 2º), pudiendo
excluirse contractualmente el ingreso de aquellos en los restantes tipos sociales
(arts. 90 y 155), salvo para las sociedades por acciones, en las cuales el estatuto no
puede prohibir la transferencia del paquete accionario (art. 214). Pero en todos
aquellos casos los herederos deben percibir una suma de dinero que represente el
valor de la parte del causante a la fecha del fallecimiento, y teniendo en cuenta para
la determinación de ese valor, lo dispuesto por el art. 13, inc. 5º de la ley 19.550.

271 
 
Finalmente, la ley 19.550 fulmina con la nulidad las estipulaciones "(...) que
permitan la determinación de un precio para la adquisición de la parte de un socio
por otro, que se aparte notablemente de su valor real, al tiempo de hacerla efectiva".
Esta disposición, también aplicable a todos los supuestos de resolución parcial,
impone la determinación del precio real de la parte del socio saliente, fallecido, o
excluido, computándose a tal efecto todos los rubros del activo, incluyéndose el valor
llave, en caso de existir. El inciso tiene importante y frecuente aplicación en los casos
en que si bien los socios se comprometen a efectuar balance de liquidación a la
fecha de la resolución parcial del contrato de sociedad, se estipula que el valor que
arroje el mismo, y en la proporción que corresponda, se abonará al socio o
herederos, en forma tal que, por no preverse intereses o fórmulas de actualización,
se menoscabe o afecten los derechos de aquellos por el mero transcurso del tiempo.
Es que lo más significativo del art. 13, inc. 5º de la ley 19.550 consiste en que el
juez cuenta con efectivo apoyo normativo para, equitativa y razonablemente, impedir
que la ecuación de los valores aparezca desvirtuada, máxime cuando en el ámbito
específico de la depreciación monetaria es posible arribar a un enriquecimiento sin
necesidad de que ella aparezca motivada en el requisito de la constitución en mora
ni que la petición respectiva haya sido sustanciada de modo de garantizar el derecho
de hacerse oír en forma adecuada(431).

1.2. Efectos de la nulidad de las cláusulas leoninas


Hemos ya sostenido que las consecuencias de la inserción de cualquiera de las
cláusulas previstas en el art. 13 de la ley 19.550 en un contrato de sociedad
comercial, cualquiera fuese su tipo social, determina la nulidad parcial del mismo,
en el sentido de que la declaración de invalidez solo afecta tal cláusula, dejando
subsistente el contrato social, siempre y cuando pueda separarse la estipulación del
resto del negocio jurídico societario.
Se trata de una nulidad absoluta, y por lo tanto imprescriptible, por cuanto se
funda en razones de orden público y no en salvaguarda de un interés particular(432).

ART. 14.—
Publicidad: norma general. Cualquier publicación que se ordene sin
determinación del órgano de publicidad o del número de días por que debe
cumplirse, se efectuará por una sola vez en el diario de publicaciones legales de la
jurisdicción que corresponda.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 10, 60, 77 incs. 3º y 5º, 83, 98, 109. Resolución General IGJ nº
7/2015, art. 10.LSC Uruguay: arts. 7º, 17.

Complementando lo dispuesto por el art. 10 de la ley 19.550, el art. 14 establece


una norma de carácter supletorio, prescribiendo que salvo aquellos casos en donde

272 
 
el ordenamiento societario prevea un número determinado de días durante los
cuales debe efectuarse la publicidad de un acto societario, en el diario de
publicaciones legales de la jurisdicción que corresponda, toda publicación edictal de
los mismos debe efectuarse una sola vez.
Como bien explica el Profesor de la Universidadde Córdoba, Horacio Roitman,
el diario de publicaciones legales es creado en cada jurisdicción por una ley especial,
en las que se le asigna el tipo de instrumento y su valor probatorio. En el orden
nacional, el Boletín Oficial de la República Argentina, creado en 1870, es
instrumento público y tiene valor probatorio por sí mismo, sin necesidad de ninguna
certificación especial, bastando al efecto acompañar una copia del ejemplar donde
consta la respectiva publicación. En las jurisdicciones que carecen de un diario de
publicaciones legales, las mismas se efectúan en un diario local que por disposición
legal se instituye a tal fin(433).

ART. 15.—
Procedimiento: norma general. Cuando en la ley se dispone o autoriza la
promoción de acción judicial, esta se sustanciará por procedimiento sumario, salvo
que se indique otro.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 37, 46, 69, 87, 91, 92, 97, 102, 107, 110, 114, 129, 144, 152, 245,
251, 252, 274; Cód. Proc. Civ. y Com.: arts. 330, 486 a 497. Resolución General IGJ nº 7/2015, art.
10.LSC Uruguay: art. 18.

§ 1. Las sociedades comerciales y el procedimiento judicial

1.1. Generalidades. Cuestiones de índole procesal contenidas en la


ley 19.550
El art. 15 de la ley 19.550 se introduce en el arduo tema del conflicto societario,
esto es, en las acciones judiciales que contempla la ley 19.550 y que, salvo
excepciones, son aquellas promovidas entre los mismos socios, entre éstos y la
sociedad o viceversa.
Sabido es que la ley de sociedades comerciales constituye un ordenamiento
normativo de orden sustancial y no procesal, que legisla todo el funcionamiento de
las sociedades comerciales, desde su constitución, reorganización y extinción,
incluyendo en su seno a contratos asociativos no societarios, como lo son los
contratos de colaboración empresaria.

273 
 
Sin embargo, la ley 19.550 incorporó ciertas normas de procedimiento, pues al
legislar sobre determinadas acciones judiciales, propias y específicas del negocio
societario, no pudo dejar de aportar algunas soluciones en materia procesal, que por
obvias razones de especificidad el Código Procesal Civil y Comercial de la Nación
no puede contener. En tal sentido, la ley 19.550 incorporó en el art. 15, una
disposición de carácter general, a la que ha titulado "Procedimiento: Norma general",
mediante la cual ha establecido el procedimiento sumario como regla para la
tramitación de las acciones judiciales contempladas en dicha ley. Asimismo, y
tratándose de la acción de impugnación de asambleas o decisiones asamblearias,
el legislador societario de 1972 incorporó ciertas normas sobre competencia,
medidas precautorias, sustanciación de la causa y acumulación de acciones (arts.
251 a 253); en materia de exclusión de socios y al reglamentar la acción judicial
correspondiente (art. 91 último párrafo), la ley 19.550 brinda determinadas
soluciones en materia de legitimación activa, medida cautelar específica y ciertas
reglas de sustanciación de la causa y finalmente, sin pretender agotar la
enumeración de las normas de orden procesal contenidas en la ley 19.550, el art.
117 establece el efecto al cual está sometido el recurso de apelación interpuesto
contra las resoluciones que disponen la intervención judicial en la administración de
las sociedades comerciales, cualquiera fuere el grado de dicha cautelar.
Por su parte, el Código Procesal Civil y Comercial de La Nación aportó también
algunas soluciones específicas referidas al negocio y al conflicto societario. En
primer lugar, el art. 5º de dicho ordenamiento, referido a las reglas generales en
materia de competencia, incluye en su inc. 11) un precepto dedicado a las relaciones
emanadas del contrato de sociedad, prescribiendo dicha norma que "En las
acciones que derivan de las relaciones societarias (será juez competente) el del
lugar del domicilio social inscripto. Si la sociedad no requiere inscripción, el del lugar
del domicilio fijado en el contrato; en su defecto o tratándose de sociedad irregular
o de hecho, el del lugar de la sede social". Del mismo modo, los arts. 323 inc. 5º,
326 inc. 4º y el art. 781 del Código Procesal establecen ciertos mecanismos
procedimentales para satisfacer el derecho de información de los socios, en aquellos
tipos societarios en los cuales el acceso a los libros y documentos de la sociedad se
lleva a cabo de manera directa, esto es, conforme lo establece el art. 55 de la ley
19.550.

1.2. La regla general de procedimiento establecida en el art. 15 de la


ley 19.550
Como hemos expuesto en los párrafos anteriores, el art. 15 de la ley 19.550
prevé, como norma general en materia de procedimiento, que "Cuando en la ley se
dispone o autoriza la promoción de acción judicial, ésta se sustanciará por
procedimiento sumario, salvo que se indique otro".
En la práctica, y por más de treinta años, los jueces aplicaron textualmente dicha
norma, confiriendo el trámite de juicio sumario a todos los procesos judiciales en
donde se ventilaba un conflicto societario o se promovía una acción expresamente
legislada en el ordenamiento societario, quedando fuera de dicho trámite los
procedimientos de convocatoria judicial a asamblea(434)o reunión de socios y el

274 
 
procedimiento de examen de libros por el socio(435), atento sus especiales
características.
Sin embargo, en el año 2002, fue dictada la ley 25.488, que reformó el Código
Procesal Civil y Comercial de la Nación, una de cuyas modificaciones más
sustanciales fue la eliminación del juicio sumario como proceso de conocimiento y
su reemplazo por el juicio ordinario o sumarísimo, según la naturaleza de la
pretensión.
En efecto, si bien primer párrafo del art. 319 del referido ordenamiento se
mantiene vigente en cuanto al principio general de que todas las contiendas
judiciales que no tuvieren señalada una tramitación especial, serán ventiladas en
juicio ordinario salvo cuando este Código autorice al Juez a determinar la clase de
proceso aplicable, la ley 25.488 reformó el segundo párrafo de dicha norma,
prescribiendo expresamente que "Cuando leyes especiales remitan al juicio o
proceso sumario se entenderá que el litigio tramitará conforme al procedimiento de
juicio ordinario. Cuando la controversia versare sobre los derechos que no sean
apreciables en dinero o existan dudas sobre el valor reclamado y no correspondiere
juicio sumarísimo o un proceso especial, el juez determinará el tipo de proceso
aplicable".
De manera tal que, siendo la ley 19.550 una "ley especial", conforme a la
terminología utilizada por el nuevo art. 319 segundo párrafo del Código Procesal, y
en tanto el art. 15 de la ley 19.550 remite al "juicio o procedimiento sumario", todo
parece inclinado a demostrar que, desde la vigencia de la ley 25.488, las acciones
judiciales dispuestas o autorizadas por el ordenamiento societario, deberán tramitar
por el procedimiento ordinario.
Sin embargo, la cuestión no es tan simple, pues ni la doctrina ni la jurisprudencia
interpretó pacíficamente, desde la sanción de la ley 19.550, hace exactamente
treinta años, que el concepto de "procedimiento sumario" utilizado por el art. 15 de
dicha normativa, pudiera ser asimilado sin más al juicio sumario previsto por el
Código Civil y Procesal de la Nación y que había sido incorporado a nuestra práctica
forense por la ley 17.454.
Si se llega a una asimilación de tales conceptos, como se orientó la
jurisprudencia dictada por la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial de la
década del 70, el procedimiento o juicio sumario previsto por la ley 19.550 no podía
ser dispuesto por las partes y ni siquiera por el juez, quien debía imprimir
automáticamente el trámite sumario a todo conflicto societario que se presentara a
su conocimiento y que fuera enderezado mediante cualquiera de las acciones
dispuestas o autorizadas por la ley de sociedades comerciales.
En esta línea de pensamiento, quienes sostuvieron el carácter no dispositivo de
la regla prevista por el art. 15 de la ley 19.550, partieron de la base de la total
identificación entre el procedimiento sumario allí aludido y el juicio sumario previsto
por el Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, habiéndose sostenido al
respecto que "Las formas procesales están impuestas antes que en el beneficio
individual de las partes, en el de la efectividad de la actividad jurisdiccional, según
pautas generales establecidas por la ley. En tales condiciones, el tipo de trámite —
en el caso el impuesto por el art. 15 de la ley 19.550— no constituye un derecho
subjetivo renunciable por el juez al pedido de la parte de tramitar la litis como juicio
ordinario"(436).
Halperin en su célebre Curso de Derecho Comercial, escrito apenas fue
sancionada la ley 19.550, y con la autoridad que le daba el haber sido redactor de
la ley 19.550, se inclinaba en sentido diverso, descalificando toda asimilación entre

275 
 
el "procedimiento sumario" previsto por la ley 19.550 y el "juicio sumario" legislado
por el ordenamiento procesal. Para Halperin, cuando la ley 19.550 fijaba la norma
general por la cual impuso el procedimiento sumario, salvo que la ley establezca
otro, el legislador societario quiso referirse al procedimiento sumario y no al juicio
sumario, por lo que era misión del juez determinar en cada caso que se presentara
a su juzgamiento, el más adecuado a la cuestión debatida por las partes(437).
La jurisprudencia que, como habíamos visto, se había orientado en el sentido de
asimilar "juicio" a "procedimiento" sumario, fue cambiando de opinión, y en los
últimos años el criterio fue diferente, sosteniéndola jurisprudencia, en sendos
pronunciamientos emanados de la sala B de la Cámara Nacional de Apelaciones en
lo Comercial(438), que la norma del art. 15 de la ley 19.550 impone sustanciar las
acciones judiciales por ella descriptas por el "procedimiento sumario", lo cual no
implica que resulten aplicables las disposiciones del Código Procesal que reglan los
únicos juicios verdaderamente tales, por lo que, coincidiendo con la mentada opinión
de Isaac Halperin, es facultad del juez determinar en cada caso el procedimiento
más adecuado a la cuestión debatida.
Se sostuvo en todos estos pronunciamientos, que la intención del legislador al
redactar la norma del art. 15 de la ley 19.550 había sido establecer un
"procedimiento sumario" a los fines de imprimir al conflicto societario un trámite ágil
y rápido, que concilie la celeridad con la seguridad y que no necesariamente es el
juicio sumario previsto por la ley 19.550, y naturalmente, al no existir disposición
expresa que organice tal "procedimiento sumario", es el juez de cada causa quien
debe llenar ese vació legal.
A la luz de todo lo expuesto, puede concluirse que la ley 25.488 de reformas al
Código Procesal Civil y Comercial de la Nación no ha puesto fin a la polémica
desatada en torno a la asimilación de los conceptos de procedimiento sumario
empleado por el art. 15 de la ley 19.550 con el juicio sumario previsto por el
ordenamiento procesal, pues para quienes predican tal unificación, toda acción
judicial autorizada o dispuesta por la ley 19.550 debe ser sometida a las normas del
juicio ordinario, mientras que, aquellos que evitan tal asimilación, podrán requerir
que se imprima a las acciones judiciales de naturaleza societaria promovidas con
posterioridad a la vigencia de la ley 25.488 el trámite de juicio sumarísimo, cuando
las circunstancias del caso así lo aconsejen.
La diferencia entre los procesos de conocimiento previstos por actualmente por
el Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, luego de la sanción de la ley
25.488, adquiere ahora gran importancia, pues a diferencia de lo que acontecía con
el juicio sumario, como categoría procesal intermedia entre el juicio ordinario y el
sumarísimo, y el cual presentaba en la práctica pocas diferencias con el ordinario,
la actual coexistencia de solo dos procedimientos de conocimiento —el ordinario y
el sumarísimo— torna sumamente relevante en la práctica el debate sobre la
asimilación o no del principio procedimental previsto por el art. 15 de la ley 19.550
al juicio sumario, hoy ordinario, de conformidad a lo dispuesto por el art. 319
segundo párrafo del nuevo Código Procesal.
Por mi parte, mantengo la opinión que he sostenido en vigencia de la versión del
Código Procesal según ley de reforma número 22.434. No me parece adecuado
interpretar que los redactores de la ley 19.550 hayan querido diferenciar entre
procedimiento y juicio sumario, pues:
a) La sanción de la ley 19.550 es posterior a la del Código Procesal, que introdujo
en nuestra regulación formal este tipo de juicio sumario, reglamentado
especialmente en los arts. 486 y ss. del mismo;

276 
 
b) Que el Código Procesal ha utilizado en forma indistinta los términos "juicio",
"procedimiento" y "proceso", sin distinción entre uno y otro(439)(ver arts. 320, 321,
486 y concordantes del Código Procesal según leyes 17.454 y 22.434) y
c) Finalmente, no parece haber sido la intención del legislador de la Reforma
efectuada por la ley 25.488 ampliar demasiado el ámbito de aplicación del
procedimiento sumarísimo, según la actual redacción del art. 321 del nuevo
ordenamiento procesal, limitado a procesos de conocimiento en los que el valor
cuestionado no exceda de la suma establecida en su inc. 1º, el amparo deducido
contra actos de particulares y los demás supuestos previstos por el Código para la
aplicación del procedimiento sumarísimo, esto es, los interdictos, oposición al
otorgamiento de segunda copia de escritura pública, etc.)(440).
Sin perjuicio de todo lo expuesto, y cualquiera fuere la conclusión a la que se
arribe, como bien sostuvo Palacio en un reciente artículo sobre la Reforma
Procesal(441), los redactores de la ley 25. 488 han tenido el acierto de abreviar y
"sumarizar" al proceso ordinario, debiendo destacarse al respecto, y entre otras
innovaciones, el ofrecimiento de toda las pruebas (excluida la documental que debe
acompañarse al demandar, responder o reconvenir) que debe llevarse a cabo en el
escrito de demanda, reconvención y contestación de ambas (art. 333); la oposición
de las excepciones previas en un solo escrito juntamente con la contestación de
demanda o la reconvención (art. 346); la no necesaria formación de cuadernos de
prueba separados (art. 380) etc.
Como conclusión de todo lo expuesto: cuando la ley 19.550 se refiere al
procedimiento sumario, debe recurrirse al juicio ordinario previsto por el Código
Procesal Civil y Comercial de la Nación, con excepción de los siguientes casos:
a) Cuando se trate de acciones de naturaleza no contenciosa, como el pedido
de convocatoria judicial a asambleas o reuniones de socios (art. 236 de la ley
19.550) y exhibición de libros sociales (art. 781 del Código Procesal), que
estrictamente deben ser considerados como "medidas autosatisfactivas".
b) Cuando el Código Procesal autoriza al Juez a determinar la clase de proceso
aplicable (art. 319 primer párrafo, último párrafo del Código Procesal) lo cual podría
tener relevancia en materia societaria, a modo de ejemplo, en materia de acciones
meramente declarativas, en las cuales el art. 322 en su nueva versión autoriza al
juez de la causa a resolver de oficio y como primera providencia, si corresponde el
trámite pretendido por el actor, teniendo en cuenta la naturaleza de la cuestión y la
prueba ofrecida.
Aclarado ello, y haciendo una valoración de la reforma efectuada por la ley
25.488 al Código Procesal Civil y Comercial, no creo que ella contribuya a una mejor
solución del conflicto intrasocietario, que, cuando se suscita y hasta su definitiva
resolución —si es que ello acontece— insume varios años de pleito y la tramitación
de innumerables juicios.
Tampoco creo que las otras formas de resolución de los conflictos, como el
arbitraje o la mediación obligatoria, resulten opciones válidas que justifiquen
desplazar la intervención del Poder Judicial de la Nación en el conocimiento de los
conflictos societarios. A ellas nos referiremos en los capítulos siguientes, pero como
todo abogado litigante sabe, las reformas a los Códigos de Procedimientos, por más
brillantes y originales que ellas fueren, no necesariamente agilizan los procesos,
pues la administración de justicia está siempre en manos de seres humanos. Si los
jueces y los secretarios no cumplen con los deberes que le imponen los arts. 34 y
36 del Código Procesal, si los abogados persisten, con total impunidad, en articular
todo tipo de maniobras dilatorias para dificultar la tramitación de los juicios, si las

277 
 
sentencias o resoluciones judiciales no se dictan en término; si los magistrados
persisten en resolver los conflictos sobre la base del mero dogmatismo sin detenerse
en los hechos concretos que fueron puestos a su juzgamiento, etc., las reformas al
Código Procesal no sirven absolutamente para nada.

§ 2. El arbitraje societario

2.1. Concepto. Antecedentes históricos del arbitraje societario y


clasificación del arbitraje. Ventajas e inconvenientes del
procedimiento arbitral
En términos generales, el juicio arbitral es el sometimiento de un litigio a la
decisión de jueces privados, apartándolos de los jueces que integran el Poder
Judicial. La misma constituye una jurisdicción de excepción, y así lo ha interpretado
tradicionalmente la doctrina y la jurisprudencia, con el argumento de que la
interpretación de los convenios o disposiciones legales que la establecen deben ser
interpretadas restrictivamente(442).
De acuerdo con la legislación sustancial y procesal, el arbitraje está dispuesto
para la solución de conflictos de intereses jurídicos, con los mismos alcances y
efectos que las sentencias de los jueces ordinarios, motivo por el cual sus laudos se
encuentran equiparados a éstas para su ejecución (art. 499 del Código
Procesal)(443).
El arbitraje presenta dos modalidades:
a) El árbitro "iuris" que resuelve el conflicto con fundamento en derecho,
debiendo las partes respetar la sustanciación de un proceso regulado legalmente y
b) El de "amigables componedores" en el cual éstos procederán sin sujeción a
formales legales, y resolverán la cuestión según su leal saber y entender y que,
conforme nuestro ordenamiento procesal, debe pronunciarse "según equidad".
El arbitraje puede ser encomendado a una determinada institución que ha
organizado y reglamentado el funcionamiento de un determinado Tribunal (Bolsa de
Comercio; Cámara de la Propiedad Horizontal; Colegios Profesionales etc.) o
pueden las partes haber designado en la misma cláusula compromisoria a las
personas que se harán cargo, en calidad de árbitros, de resolver los conflictos
suscitados entre las partes en torno a la interpretación y/o ejecución de un
determinado contrato. Al primero se lo conoce como el "arbitraje institucionalizado" y
al segundo como "arbitraje ad hoc", en el cual es frecuente también que las partes
pacten todo lo relativo al funcionamiento del tribunal.
Si bien el arbitraje "ad hoc" brinda a las partes una mayor flexibilidad y libertad
en cuanto a la elección de los árbitros y a las reglas que regirán el procedimiento y
en términos generales es menos oneroso que el institucional, ofrece el
inconveniente que, al ser designados los árbitros por las partes, aquellos pierden la

278 
 
objetividad necesaria para resolver la cuestión, trasladando el conflicto al seno del
tribunal, lo cual puede perjudicar al procedimiento. El arbitraje institucional, por el
contrario, ofrece la ventaja que las instituciones dedicadas al mismo cuentan con
una lista de árbitros, por lo general expertos en diversas ramas del derecho y un
reglamento al cual los litigantes se someten y que, como afirma Caivano, prevé la
mayor parte de las contingencias que puedan suscitarse en el curso del
procedimiento arbitral(444).
Ahora bien, y entrando de lleno al arbitraje societario, éste ha sido definido por
Arecha(445), como el modo de decidir privadamente los conflictos societarios,
mediante la intervención de un tercero denominado árbitro, que las partes eligen,
para lo cual convienen, mediante la inserción de una cláusula compromisoria en el
contrato que liga a las mismas, recurrir a este método de solución de los litigios.
El arbitraje constituye un antiquísimo procedimiento para resolver los conflictos
entre los mismos comerciantes, hallando su origen en el derecho romano, en las
Partidas y más cercano en el tiempo, en la legislación procesal española(446). Pero
como forma obligatoria o forzosa para resolver las dificultades entre los integrantes
de sociedades comerciales, su origen legal data de la Ordenanza de Colbert de
1673, de transporte terrestre. En la República Argentina, el Código de Comercio de
1857/1862, siguiendo las orientaciones del Código de Comercio Francés de 1807,
que había consagrado el arbitraje como procedimiento obligatorio para la solución
de conflictos en materia de sociedades comerciales, prescribió que debían decidirse
por jueces árbitros las reclamaciones que se suscitasen en la liquidación o división
de la sociedad (art. 504) y por jueces arbitradores, todas las cuestiones sociales que
se suscitaren entre los socios durante la existencia de la sociedad, háyase o no
estipulado así en el contrato de sociedad (art. 511).
Las reformas que al Código de Comercio de 1857/1862 se introdujeron en el año
1889, producto de las fundadas críticas recibidas por parte de la doctrina al instituto
en análisis, si bien no dejaron sin efecto al arbitraje societario, se permitió dejar a
salvo la posibilidad de que los socios, en el contrato constitutivo de la sociedad,
dejaran de lado esta particular forma para dirimir los conflictos societarios. De tal
manera, los arts. 448 y 449 del Código de Comercio dispusieron lo siguiente: "Art.
448: Todas las cuestiones sociales que se suscitaren entre los socios durante la
existencia de la sociedad, su liquidación o partición, serán decididas por Jueces
arbitradoras, a no ser que se haya estipulado lo contrario en el contrato de
sociedad". Por su parte, el art. 449 dispuso lo siguiente: "Las partes interesadas se
nombrarán en el término que se haya prefijado en la escritura, y en su defecto, en
el que señalare el Tribunal competente. No haciéndose el nombramiento dentro del
término señalado y sin necesidad de prórroga alguna, se hará de oficio por el
Tribunal, en las personas que a su juicio sean peritas e imparciales para entender
en el negocio que se disputa".
Como lo ha reseñado Anaya(447), la doctrina elaborada en torno al Código de
Comercio argentino, luego de la reforma del año 1889, fue totalmente adversa al
instituto del arbitraje. Siburu sostuvo al respecto que sin perjuicio de la apariencia
de bondad del arbitraje, la práctica había revelado sus graves inconvenientes,
sosteniendo que el arbitraje forzoso había sido poco menos que abolido en la
legislación comparada y que era de desear que en la Argentina se siguiera esa
misma tendencia(448).
¿Cuáles eran los defectos que la doctrina le imputaba al arbitraje societario?
Lisandro Segovia es quien las resume de la manera más categórica: "El juicio
arbitral es la forma primitiva de la justicia. Rechazado en Inglaterra y en Estados

279 
 
Unidos, aunque las partes lo estipulen, gozó de gran fama en muchos países. En
teoría, el arbitraje parece un medio excelente de terminar las cuestiones con
economía de tiempo y de dinero, y cuando se trata de cuentas que revisar y de
relaciones complicadas, como lo son las sociales, hay la ventaja de que el árbitro
dispone de más tiempo que un juez para su minucioso examen. Más en la práctica,
el arbitraje no ha respondido a la expectativa del legislador y ha engañado todas las
esperanzas, produciendo generalmente efectos contrarios a los que se buscaban
con esa institución. Los árbitros se consideran muchas veces, no como jueces, sino
más bien como los defensores de los que han nombrado. Sus pareceres se dividen
y el tercero en discordia se ve en la necesidad de elegir entre conclusiones
igualmente parciales e injustas so pena de no haber fallado..."(449).
Constituyó además causa que aumentó el descrédito del arbitraje el engorroso
proceso que implicaba la constitución definitiva del tribunal, así como la
reglamentación detallada y sumamente rigurosa que a este procedimiento le
dedicaron las legislaciones procesales, que por otro lado, impidieron a los árbitros
dictar medidas cautelares y compeler la ejecución de sus laudos, a la cual hasta
hace muy poco tiempo se consideró como función exclusiva y excluyente del poder
judicial. Es muy ilustrativo, para comprender el general sentimiento desfavorable
hacia el instituto del arbitraje, recordar las afirmaciones de Zavala Rodríguez, quien
allá por el año 1964 sostenía que si bien el arbitraje era el medio al que recurren los
socios creyendo que enseguida solucionarán sus problemas, luego se convencen
que resulta un engranaje más pesado y más caro aún que el de la justicia(450).
Si a ello le sumamos que nuestros tribunales siempre miraron con disfavor la
intervención de jueces privados para la solución de conflictos, invocando el carácter
restrictivo de la interpretación de las cláusulas compromisorias, no puede sorprender
a nadie el fracaso del instituto del arbitraje durante muchas décadas, con excepción
al que se llevaba a cabo en bolsas, mercados, colegios de profesionales o
instituciones similares, donde este instituto mereció mayor aceptación, muchas
veces por la complejidad de las operaciones que allí se celebran, que escapan al
conocimiento ordinario de los jueces de comercio.
Pues bien, y recogiendo todas esas críticas, que fueron casi unánimes en el
período que corrió desde 1889 (año de la última gran reforma al Código de Comercio
de 1862) hasta el año 1972, año en que se sancionó la ley 19.550, este
ordenamiento legal ignoró directamente al arbitraje societario, lo cual no significó su
abolición, sino solo que este procedimiento dejó de ser obligatorio o forzoso, pero
nada impidió que los socios pudieran pactar esa forma de solución de sus conflictos,
lo cual encontró en la práctica alguna aplicación en materia de sociedades de
responsabilidad limitada, bien que con las restricciones impuestas por la
jurisprudencia, cada vez mas refractaria a aceptar el desplazamiento de su
competencia a favor de tribunales privados.
La ley 22.903 de reformas a la ley 19.550, sancionada en el año 1983, de alguna
manera, y como bien lo destaca Arecha, dio el puntapié inicial para el rescate de
este instituto, al incorporar para las sociedades de responsabilidad limitada (art.
154 de la ley 19.550), una solución de neto contenido arbitral —no el arbitraje— al
prever que en caso de transmisión de cuotas sociales a un tercero y ante el ejercicio
del derecho de preferencia ejercido por los otros socios, con impugnación del precio
ofrecido por el adquirente, se debía recurrir, para su determinación, a lo previsto en
el contrato social o en su defecto a la "pericia judicial", haciendo alusión a aquella
figura prevista por el art. 773 del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, a
la cual se le aplican las reglas del juicio de amigables componedores.

280 
 
Pero la verdadera revalorización del arbitraje se produjo en la década del 90, y
varios fueron los factores que contribuyeron a ello: el colapsamiento de los tribunales
comerciales con las consiguientes demoras en la resolución de los conflictos
suscitados en torno a las relaciones mercantiles y las nuevas tendencias del
comercio internacional, que impulsaron al arbitraje como la manera ideal para que
los empresarios pudieran resolver sus controversias. Se produjo, por aquellos años
y en determinados círculos, un sentimiento totalmente opuesto al anterior, en virtud
del cual la justicia argentina fue blanco de todo tipo de críticas y el arbitraje pasó a
ser, para cierta doctrina, el método más idóneo para la resolución de los conflictos
de naturaleza societaria, no siendo caso aislado aquel por el cual los integrantes de
determinadas corporaciones estipularon, en forma paralela al estatuto, lo que se
denomina un "acuerdo de accionistas", en el cual se pactaba la intervención de un
tribunal arbitral extranjero como única y exclusiva manera de resolver los conflictos
entre los socios y entre éstos con la sociedad.
La mejor prueba del renacimiento del arbitraje como forma de solución de los
conflicto societarios lo constituye la sanción del decreto 677/2001, referido a las
sociedades que hacen oferta pública de sus acciones, al que luego nos referiremos,
por medio del cual se reimplantó el arbitraje obligatorio —bien que institucional—
para las sociedades que cotizan sus acciones en la bolsa.
En definitiva, y de acuerdo pues al régimen societario vigente, el procedimiento
arbitral ofrece las siguientes características:
a) Para todas las sociedades comerciales, inclusive las sociedades por acciones,
pero con excepción de las denominadas "sociedades cotizantes", no existe ningún
obstáculo legal para que los socios pacten en el contrato constitutivo de sociedad la
jurisdicción arbitral respecto de todos los conflictos litigiosos que se puedan plantear
como consecuencia de la relación sustancial que los vincula o limitándolos a los que
se refieran a determinados aspectos de la relación societaria. Sin embargo, tal
posibilidad encuentra límites concretos, como por ejemplo, lo dispuesto por el art.
737 del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, que excluye del proceso
arbitral a las cuestiones que no pueden ser objeto de transacción, como por ejemplo,
si se pretendiera de alguna manera, por vía de juicio de árbitros, condicionar o
reglamentar los derechos inderogables de los socios, dificultándose de esa manera
su ejercicio. Del mismo modo, tampoco pueden ser objeto de arbitraje las materias
vinculadas al orden público y los derechos de terceros ni puede aquel afectar a los
socios que no son parte en el conflicto(451).
b) Para las sociedades que cotizan o hacen oferta pública de sus acciones en la
bolsa, el procedimiento arbitral es obligatorio, pero para sus accionistas dicho
procedimiento es optativo, pudiendo recurrir al referido procedimiento o ventilar sus
conflictos ante la justicia ordinaria (art. 38 del decreto 677/2001).

2.2. ¿Debe ser restrictiva la interpretación de las cláusulas


compromisorias?
Como hemos visto, así lo entendió siempre la jurisprudencia nacional, utilizando
el argumento de que la competencia arbitral es de excepción, en tanto el
sometimiento de cuestiones litigiosas actuales o posibles en el futuro a jueces

281 
 
privados, fuesen éstos árbitros iuris o de derecho y amigables componedores,
implica siempre un desplazamiento de la competencia de los jueces naturales. En
consecuencia, resulta lógico que deban interpretarse de tal manera aquellos pactos
mediante los cuales se sustraen determinadas cuestiones al conocimiento y decisión
de los órganos jurisdiccionales naturales y ordinarios. Ejemplo de esta manera de
pensar la encontramos, entre otros muchos precedentes, en el fallo de la sala A de
la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, dictado el 29 de noviembre de
1978, en los autos "Lebendiger Enrique c/ Smolarchik Brenner" donde se sostuvo
que dado que la carga de comprometer implica una renuncia al principio general de
sometimiento a la jurisdicción judicial, corresponde interpretar el alcance de la
cláusula resolutoria con carácter restrictivo.
Este criterio, que fue considerado como pacífico durante mucho tiempo, fue
controvertido posteriormente por Víctor Zamenfeld y Roque Caivano(452), quienes
sostuvieron lo contrario, argumentando que el arbitraje es una jurisdicción nacida de
fuente convencional pero que se transforma en obligatoria cuando las partes la han
pactado libremente. Afirmaron estos autores que "La competencia arbitral es fruto
de una decisión libre y voluntaria de las partes. Como consecuencia de ello, el
arbitraje solo puede darse si media un acuerdo previo o un posterior sometimiento
aún tácito a la jurisdicción arbitral. Pero existiendo tal manifestación de voluntad, no
existe motivo alguno para restringir, por vía de interpretación, su extensión o su
alcance. La jurisdicción arbitral mes una jurisdicción de excepción, si por tal
entendemos que requiere un sometimiento voluntario de las partes, pero de ello no
se sigue necesariamente que la amplitud o eficacia de ese acuerdo deba juzgarse
de manera limitativa. Los límites de la jurisdicción arbitral son los que surjan del
acuerdo de voluntades que le da origen, válido siempre que verse sobre derechos
disponibles, esencialmente patrimoniales, y que no existan intereses públicos o de
terceros comprometidos. Cumplidos esos requisitos, el arbitraje es obligatorio y
debe ser respetado por las partes...".
Sin embargo, un repaso de la jurisprudencia de nuestros tribunales comerciales
en materia de arbitraje revela que lo que debe ser interpretado restrictivamente no
es el instituto mismo del arbitraje, sino la extensión de la cláusula compromisoria a
supuestos no incluidos en ella, lo que torna acertada, a nuestro juicio, el criterio que
exhibe la jurisprudencia. No debe olvidarse que como toda estipulación fruto del
acuerdo de voluntades, ella solo rige y es oponible en las relaciones entre las
mismas partes (arts. 1021 a 1024 del Código Civil y Comercial de la Nación), por lo
que si la cláusula compromisoria comprende aspectos cuya resolución pudiera
afectar a terceros o estar de alguna manera involucrado el orden público, la
competencia del tribunal arbitral debe ser descartada(453).

2.3. El proceso arbitral y las medidas cautelares. Soluciones


aportadas por el Código Civil y Comercial de la Nación
Hasta la sanción del Código Civil y Comercial, la posibilidad de los tribunales
arbitrales de disponer medidas cautelares ha sido también objeto de polémicas,
pues si bien siempre se ha considerado que los árbitros carecen de la facultad de
aplicar medidas de fuerza o seguridad en el curso del proceso, pues ello es materia
privativa del Poder Judicial, tampoco puede negarse la posibilidad de recurrir a las

282 
 
medidas tendientes a asegurar el cumplimiento efectivo del laudo, pues de lo
contrario, el procedimiento arbitral carecería de toda efectividad.
Por lo general, el problema se presentaba cuando se trata de un arbitraje
institucional, donde el respectivo reglamento de funcionamiento admite el dictado de
medidas cautelares por parte del tribunal arbitral. Tal es lo que acontece con el
Tribunal Arbitral de la Bolsa de Comercio de la Ciudad de Buenos Aires, cuyo art.
33 confiere a los árbitros integrantes del mismo tal facultad(454), el cual entra en
contradicción con lo dispuesto por el art. 753 del Código Procesal Civil y Comercial
de la Nación, en cuanto dispone que los árbitros no podrán decretar medidas
compulsorias ni de ejecución, sino que deberán requerirlas al juez y éste deberá
prestar el auxilio de su jurisdicción para la más rápida y eficaz sustanciación del
proceso arbitral.
Intentando superar esa contradicción, la sala B de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Comercial, en el caso "Soletanche Bachy Argentina Sociedad
Anónima c/ Victorio Américo Gualtieri SA s/ medidas precautorias", dictado el 20 de
noviembre de 2002, resolvió que si bien es cierto que el art. 753 del Código Procesal
niega expresamente que los árbitros puedan disponer de medidas de ejecución, no
lo es menos que tal atribución pueda ser establecida expresamente por las partes o
en forma implícita por la remisión a un determinado reglamento. En el mismo
sentido, Anaya sostuvo que el art. 753 del Código Procesal es solo una norma
prohibitiva de medidas compulsorias o de ejecución, características de las que están
desprovistas las medidas precautorias(455).
Sin embargo, no parecía admisible, a tenor del texto del art. 753 del Código
Procesal que el desplazamiento de la facultad de aplicar medidas compulsorias o
de ejecución, reservada por aquella norma a los jueces puedan ser materia de una
convención entre particulares o de un reglamento de funcionamiento de un tribunal
arbitral. Por ello, adhiero a la doctrina expuesta por el Profesor Martín Arecha, quien
sostiene que cuando los reglamentos de funcionamiento de los tribunales
institucionales de arbitraje permita el dictado de medidas precautorias, una
interpretación armónica permite sostener que el tribunal arbitral está habilitado y
puede adoptar ese tipo de medidas, pero su ejecución queda diferida a los jueces
del Estado que son los únicos que pueden hacerlas efectivas(456). De cualquier
manera, la posibilidad del tribunal arbitral de ordenar medidas cautelares está
subordinada a los presupuestos comunes exigidos legalmente para la procedencia
de las mismas (verosimilitud del derecho, peligro en la demora y contracautela).
Esta es la solución adoptada por el Código Civil y Comercial de la Nación,
sancionado en el año 2014, el cual puso fin a esta polémica, permitiendo, en el art.
1655, el dictado de medidas cautelares por los árbitros, salvo disposición en
contrario inserta en el contrato de arbitraje, disponiendo dicha norma que "Excepto
estipulación en contrario, el contrato de arbitraje atribuye a los árbitros la facultad de
adoptar, a pedido de cualquiera de las partes, las medidas cautelares que estimen
necesarias, respecto del objeto del litigio. Los árbitros pueden exigir caución
suficiente al solicitante. La ejecución de las medidas cautelares y en su caso de las
diligencias preliminares se debe hacer por el tribunal judicial. Las partes también
pueden solicitar la adopción de estas medidas al juez, sin que ello se considere un
incumplimiento del contrato de arbitraje ni una renuncia a la jurisdicción arbitral.
Tampoco excluye los poderes de los árbitros. Las medidas previas adoptadas por
los árbitros según lo establecido en el presente artículo, pueden ser impugnadas
judicialmente, cuando violen derechos constitucionales o sean irrazonables".

283 
 
De manera tal que la existencia de una cláusula compromisoria establecida en
el contrato que vincula a las partes por medio de la cual se estableció someter a
juicio arbitral las controversias suscitadas con motivo de su interpretación y
ejecución, no impide el dictado de medidas cautelares, pero su ejecución se requiere
la intervención judicial, lo cual procederá cuando ha quedado acreditada la urgencia
en la adopción de la medida, a los fines de disminuir la posibilidad de que se generen
mayores perjuicios hasta la resolución definitiva del conflicto(457).

2.4. Cuestiones societarias que no pueden ser sometidas a juicios de


árbitros. Los juicios de impugnación de decisiones asamblearias
Hemos ya expuesto que el art. 737 del Código Procesal Civil y Comercial de la
Nación dispone que no pueden comprometerse en árbitros, bajo pena de nulidad,
las cuestiones que no pueden ser objeto de transacción. Entre ellas se encuentran
las acciones de nulidad de cláusulas estatutarias o de decisiones asamblearias,
pues promovidas ellas, no existe nada que transar, toda vez que no existe
posibilidad de que el socio o accionista actor y la sociedad demandada puedan
hacerse concesiones recíprocas, como lo dispone el art. 832 del Código Civil, como
requisito imprescindible de toda transacción.
En efecto, y de conformidad con lo dispuesto por el art. 233 de la ley 19.550, las
resoluciones asamblearias son válidas y obligatorias para la sociedad y todos sus
integrantes, de manera tal que mal puede aceptarse que, como fruto de una
transacción arribada en un proceso particular, una decisión asamblearia pueda ser
válida para la sociedad y el resto de los socios o accionistas que no impugnaron la
misma e inválida, inexistente o inoponible para quien ha ejercido el derecho previsto
por el art. 251 de la ley 19.550.
Así lo ha entendido la jurisprudencia de nuestros Tribunales, habiendo resuelto
la sala D de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, el 22 de diciembre
de 1997, en los autos "Atorrasagasti María Cristina c/ Atorrasagasti, Bargues, Piazza
y Cía. Sociedad de Responsabilidad Limitada" que "Las acciones en las que se
solicita se declaren la nulidad de una asamblea societaria exceden el marco de la
competencia arbitral invocada, atento el ámbito excepcional y restrictivo que
caracteriza el arbitraje y solo pueden ser decididas judicialmente".
Por otro lado, si tenemos en cuenta que, conforme lo dispuesto por los arts. 387,
388 y 390 del Código Civil y Comercial de la Nación, la nulidad de los actos jurídicos
no puede ser declarada sino por el juez, ello descarta que un tribunal arbitral pueda
abocarse a resolver cuestiones relacionadas con la validez o invalidez de actos
societarios, en tanto la referencia que dichas normas hacen con respecto al Juez,
se refieren obviamente a los magistrados que integran el Poder Judicial de la Nación.
Pero además de dichos argumentos, suficientes a mi juicio a los fines de
descartar la intervención de árbitros en procesos donde se ventile la legalidad de un
acto societario, debe destacarse que la sentencia que se dicte en el juicio de nulidad
de asambleas puede extender sus efectos hacia terceros que no han sido parte en
la litis(458), y la mejor prueba de ello la encontramos en lo dispuesto por el art. 254 de
la ley 19.550, el cual consagra la responsabilidad de los accionistas que permitieron,
con su voto, la adopción de una resolución asamblearia nula. Con ello se está

284 
 
admitiendo la oponibilidad de la nulidad asamblearia a los socios que participaron
en la decisión sin exigir que hayan sido emplazados en el juicio respectivo y la
propagación de los efectos de la sentencia a sujetos que, a pesar de guardar una
estrecha vinculación con la sociedad son personas diferentes a ella —afirman Favier
Dubois y Raisberg con toda razón— solo está prevista para procesos ventilados ante
los estrados judiciales en los términos del art. 15 de la ley 19.550, lo que excluye del
fuero arbitral a tales procesos(459).
En el mismo sentido, el juicio de impugnación de decisiones asamblearias
previsto por los arts. 251 a 254 de la ley 19.550, constituye un proceso especial, con
normas sustanciales y procesales, y con expresa referencia a la competencia del
juez del domicilio de la sociedad para entender en el mismo (art. 251 último párrafo
de la ley 19.550). Todo parece indicar que, por la redacción de las normas, y
fundamentalmente por la naturaleza de dicha acción, este proceso está sustraído a
la libre disposición de las partes y excluidos de materias aptas para el arbitraje en
cualquiera de sus modalidades.
Finalmente, no se ignora que, como principio general, los derechos que emanan
del contrato de sociedad son derechos patrimoniales, y por ello disponibles,
negociables, revocables, pero de allí a que todos ellos puedan ser sometidos a
arbitraje, como lo predica alguna doctrina(460), existe una distancia sideral, pues el
derecho societario argentino está en muchos casos sometido a rigurosas normas de
tipicidad donde impera el orden público, que no pueden ser materia arbitrable,
conforme a las reglas de los arts. 387 y 390 del Código Civil y Comercial de la
Nación y tampoco pueden transarse ciertas materias que si bien no son
estrictamente de orden público absoluto, la ley 19.550 prevé como indisponibles en
protección de los terceros(461).
Precisamente, por estar comprometido el orden público, no son arbitrables las
siguientes cuestiones: la impugnación de las estipulaciones contractuales previstas
en el art. 13 de la ley 19.550, la nulidad de la sociedad por objeto ilícito, actividad
ilícita o actividad prohibida (arts. 18 a 20); la nulidad de las normas estatutarias por
agravamiento de las condiciones del ejercicio de ciertos derechos inderogables de
los socios (arts. 68, 194, 224, 245, 263, etc.) y en general, como bien lo resume
Wetzler Malbrán, las nulidades absolutas que se plantean en el derecho societario,
pero en los términos del art. 1047 del Código Civil(462), norma que ha sido
reemplazada por el art. 387 del Código Civil y Comercial de la Nación, el cual
dispone, bajo el título de "Nulidad absoluta. Consecuencias", que "La nulidad
absoluta puede declararse por el juez, aún sin mediar petición de parte, si es
manifiesta en el momento en que se dicte sentencia. Puede alegarse por el
Ministerio Público y por cualquier interesado, excepto por la parte que invoque la
propia torpeza para lograr un provecho. No puede sanearse por la confirmación del
acto ni por la prescripción".

2.5. La inserción de cláusulas compromisorias en el contrato de


sociedad. La resolución general 4/2001 de la Inspección General de
Justicia
El 22 de mayo de 2001 fue dictada por el entonces Inspector General de Justicia,
el Dr. Guillermo Ragazzi, la resolución general IGJ 4/2001, por medio de la cual se
285 
 
admitió la inclusión de cláusulas arbitrales en los contratos de sociedades de
responsabilidad limitada, en los estatutos de las sociedades anónimas y en los
contratos de colaboración empresaria, con el propósito de alentar al arbitraje como
procedimiento de solución de conflictos, en el entendimiento de que el desarrollo de
métodos alternativos de resolución de conflictos constituye una realidad de
indudable trascendencia que reclama la cooperación del organismo de control,
reconociendo que el arbitraje societario exhibe en el derecho nacional antecedentes
suficientes que han sido destacados por calificada doctrina.
Dicha resolución incorporó una serie de cláusulas uniformes para los contratos
o estatutos de sociedades de responsabilidad limitada y sociedades por acciones,
de carácter opcional para los interesados, mediante las cuales se prescribió el
siguiente procedimiento:
a) Se estableció un procedimiento previo de conciliación por un término de 30
días corridos.
b) Fracasado el mismo el diferendo, conflicto o controversia se deberá resolver
en la Ciudad Autónoma de la Ciudad de Buenos Aires, República Argentina, por
arbitraje institucional, a elección de los interesados, con renuncia a cualquier otra
jurisdicción que pudiera corresponder.
c) La decisión del Tribunal será inapelable, obligatoria y hará ejecutoria,
renunciando las partes a la apelación y en general a someter la cuestión a
jurisdicción judicial.
d) Cuando la diferencia, conflicto o controversia se dé con la participación de la
totalidad de los socios, la resolución que se adopte será oponible a la sociedad, sin
perjuicio de los derechos de terceros que no podrán ser afectados por la misma.
e) Todas la comunicaciones se efectuarán por comunicación notarial, carta
documento, telegrama, fax, e-mail o cualquier medio fehaciente que así disponga el
Tribunal o acuerden las partes.
f) En los casos que sea necesario promover alguna acción judicial relacionada
con el arbitraje, esta será competencia exclusiva de los Tribunales Ordinarios de la
Capital Federal.
Las soluciones previstas por dicha resolución general contienen indudables
aciertos que merecen ser destacados. En primer lugar, ha descartado el
denominado arbitraje "ad hoc", optando por el arbitraje institucional, con lo cual evita
el gravísimo inconveniente que aquel arbitraje nunca pudo superar, en donde el
árbitro elegido por la parte jamás asume su relación de juez, desempeñándose como
abogado de la misma, lo cual obliga al árbitro tercero a redactar en forma unilateral
el laudo que pondrá fin al diferendo, dentro de un clima de total conflictividad. Por
otro lado, la delimitación del territorio donde debe encontrarse el tribunal
institucional, que se circunscribe a la Capital Federal, también ha constituido un
evidente acierto, descartando la posibilidad de optar por tribunales arbitrales
extranjeros, lo cual encarece los costos del procedimiento y obliga a la parte actora
a litigar en extraña jurisdicción, lo cual muchas veces puede constituir un elemento
disuasivo a los fines de reclamar sus derechos.

286 
 
2.6. El arbitraje en el decreto 677/2001 sobre el régimen de
transparencia de la oferta pública
El 22 de mayo de 2001 fue aprobado por el Poder Ejecutivo el denominado
"decreto delegado" 677/2001, para sociedades que cotizan sus títulos en mercados
de valores o "sociedades cotizantes", en el cual se introdujo a nuestra legislación
societaria y bursátil lo que en derecho comparado se denomina como "Práctica de
buen gobierno corporativo" o "Corporate governance", a los fines de asegurar al
inversor institucional un régimen que proporcione seguridad y transparencia.
Dicho decreto, seriamente cuestionado por su inconstitucionalidad manifiesta,
pues sus normas modificaron algunas disposiciones de las leyes 17.811 y 19.550,
trascendiendo sus soluciones a sociedades anónimas no cotizantes y excediendo
con creces la delegación de facultades legislativas otorgada al Poder Ejecutivo por
la ley 25.414(463), incorporó en su art. 38 una norma dedicada al arbitraje, al cual fue
justificado en los considerandos de la normativa con el argumento de que el fuero
arbitral constituirá un elemento fundamental para otorgar al mercado la confianza en
un sistema que garantiza la aplicabilidad de la ley y la seguridad jurídica de los
inversores.
Prescribe textualmente el art. 38 del decreto 677/2001 lo siguiente:
"Art. 38. Arbitraje. Dentro del plazo de seis (6) meses contados desde la
publicación del presente Decreto, las entidades autorreguladas deberán crear en su
ámbito un Tribunal Arbitral permanente al cual quedarán sometidas en forma
obligatoria las entidades cuyas acciones, valores negociables, contratos a término y
opciones, coticen o se negocien dentro de su ámbito en sus relaciones con los
accionistas e inversores. Quedan comprendidas en la jurisdicción arbitral todas las
acciones derivadas de la ley 19.550 y sus modificaciones, incluso las demandas de
impugnación de resoluciones de los órganos sociales y las acciones de
responsabilidad contra sus integrantes o contra otros accionistas, así como las
acciones de nulidad de cláusulas de los estatutos o reglamentos. Del mismo modo
deberán proceder las entidades autorreguladas respecto de los asuntos que
planteen los accionistas e inversores en relación a los agentes que actúen en su
ámbito, excepto en lo referido al poder disciplinario. En todos los casos, los
reglamentos deberán dejar a salvo el derecho de los accionistas o inversores en
conflicto con la entidad o con el agente, para optar por acudir a los tribunales
judiciales competentes. En los casos en que la ley establezca la acumulación de
acciones entabladas con idéntica finalidad ante un solo tribunal, la acumulación se
hará efectiva ante el Tribunal Arbitral. También quedan sometidas a la jurisdicción
arbitral establecida en este artículo las personas que efectúan una oferta pública de
adquisición respecto de los destinatarios de tal adquisición".
La norma es susceptible de variadas y muy fundadas críticas.
En primer lugar, aún reconociendo por vía de hipótesis la mayor eficacia del
arbitraje sobre los tribunales mercantiles en la resolución de los conflictos
intrasocietarios —afirmación ciertamente discutible— lo cierto es que ello solo puede
predicarse en torno a las sociedades anónimas cerradas o familiares, pero nunca
con respecto a las sociedades cotizadas, en las cuales resulta sumamente
cuestionable la posibilidad de someter a arbitraje los conflictos producidos en su
seno, atento que en ellas confluyen intereses múltiples que, por su relevancia,
trascienden al orden público económico y que por ello reclaman una disciplina
marcadamente imperativa.

287 
 
Ello conduce, a juicio de autorizada doctrina, tanto nacional como extranjera(464),
a una eficacia muy restringida del arbitraje en este tipo de sociedades. En tal sentido,
sostuvo el profesor español Muñoz Planas que en los litigios existentes en las
sociedades abiertas, entran en juego el interés colectivo sobre el regular
desenvolvimiento de las actividades sociales o el propio interés, de manera que
sobre estas materias no cabría ni transacción ni arbitraje, en tanto como ha sido
sostenido(465), el procedimiento arbitral resulta inadmisible en las cuestiones donde
campea el orden público.
Con la misma orientación, el Profesor Jaime Anaya ha expresado sus dudas
sobre la admisión del arbitraje en una cláusula compromisoria en el estatuto de las
sociedades que cotizan sus acciones, en las cuales la incidencia de los conflictos
societarios puede gravitar mas allá de los singulares intereses de las partes y
repercutir en el mercado bursátil y en el crédito(466), y con la misma orientación,
Zamenfeld y Caivano(467)afirmaron que respecto de las sociedades que hacen oferta
de sus títulos valores, por las reglas propias de cotización, puede aceptarse
razonablemente una restricción al alcance o extensión de un acuerdo arbitral
fundado en la afectación de un interés público que el Estado tiene obligación de
tutelar.
En segundo lugar y sin perjuicio de lo expuesto, la posibilidad de someter a juicio
de árbitros todas las acciones derivadas de la ley 19.550 y sus modificaciones,
incluso las demandas de impugnación de resoluciones de los órganos sociales, las
acciones de responsabilidad contra sus integrantes o contra otros accionistas, así
como las demandas de nulidad de cláusulas de los estatutos o reglamentos, como
lo prescribe textualmente el art. 38 del decreto 677/2001, olvida la naturaleza de
tales pretensiones, que revisten el carácter de "acciones sociales", esto es,
promovidas en el propio interés de la sociedad y no del socio o accionista
impugnante, por lo que en realidad no se entiende como y de qué manera puede un
integrante de la sociedad, en pleito contra ésta por nulidad de una cláusula
estatutaria o de una determinada decisión asamblearia, efectuar una transacción
que ponga fin al pleito, afectando parcialmente la validez de una cláusula del
contrato social o de un acuerdo adoptado por el órgano de gobierno de la sociedad,
lo que resulta sencillamente impensable(468).
Finalmente, tampoco parece acertado, como lo hace el art. 38 del decreto
677/2001, incluir a todas las demandas de impugnación de cláusulas estatutarias o
decisiones de asambleas dentro de la jurisdicción arbitral para las sociedades
cotizadas, pues muchas veces tales cláusulas o acuerdos afectan el orden público,
en cuyo caso la posibilidad de tramitar el respectivo litigio ante un tribunal de árbitros
se desvanece. En tal sentido, sostuvo hace muchos años Francisco Garo la
necesidad de distinguir: si se trata de un caso de nulidad absoluta, esto es, de una
impugnación por violación de las leyes de orden público, la improcedencia de
someter la cuestión al arbitraje es evidente, pero si lo que se encuentra en tela de
juicio fuese el interés meramente privado del accionista, no puede ponerse en duda
su procedencia(469).
Bien es cierto que la norma del art. 38 del decreto 677/2001 dispone que en todos
los casos, los reglamentos deberán dejar a salvo el derecho de los accionistas e
inversores en conflicto con la entidad para optar por acudir a los tribunales judiciales
competentes, lo cual parecería otorgar al arbitraje un carácter optativo para el socio
o accionista, pero ello no tan así, pues de seguido, y haciendo implícita referencia a
lo dispuesto por el art. 253 de la ley 19.550, aquella norma dispone que en los casos
en que la ley establezca la acumulación de acciones entabladas con idéntica
finalidad ante un solo tribunal, la acumulación se hará efectiva ante el Tribunal

288 
 
Arbitral, lo cual, además de contradecir el régimen previsto por la ley 19.550, se
presta a todo tipo de maniobras, que siempre es preferible evitar.
Finalmente, resulta muy difícil compartir la afirmación contenida en los
considerandos del decreto 677 en el sentido de que el sistema de arbitraje
consagrado por el mismo, al que califica como "obligatorio para los emisores y
optativo para los inversores", pueda constituir un elemento fundamental para otorgar
al mercado la confianza en un sistema que garantiza la aplicabilidad de la ley y la
seguridad jurídica de los inversores, pues más allá del optimismo que alguna
doctrina ha puesto en este instituto, tal frase constituye más una expresión de
deseos que otra cosa, pues como ha sostenido Héctor Fernández, con absoluta
lógica(470), "... no existe elemento de juicio alguno que haga presumir que la
jurisdicción privada genere mayores garantías de capacidad e imparcialidad que el
juez estatal, y si la excusa es la celeridad en el tratamiento de las causas, la
respuesta debe ordenarse a dotar a los jueces de similares atribuciones que los
árbitros, lo cual depende en gran medida de la adecuación de las normas procesales
y de reorganización funcional de los juzgados de comercio...".

§ 3. El conflicto societario y el procedimiento de mediación obligatoria

3.1. Inaplicabilidad de la ley 24.573 al conflicto societario


La ley 24.573 de Mediación y Conciliación fue sancionada el día 4 de octubre de
1995, la cual instituyó con carácter obligatorio la mediación previa a todo juicio por
un plazo de cinco años, el cual fue prorrogado por un período igual por la ley 25.287
y así sucesivamente. En el año 2010 fue sancionada finalmente la ley 26.589, que
modificó sustancialmente la ley 24.573, corrigiendo sus defectos y subsanando sus
lagunas —que fueron advertidas como consecuencia de sus quince años de
vigencia— y el procedimiento de mediación obligatoria se afincó definitivamente en
la Ciudad de Buenos Aires.
A diferencia del arbitraje, el rol del mediador no consiste en resolver el conflicto,
sino en acercar a las partes, ayudando a los contendientes a los fines que ellos
descubran los verdaderos temas involucrados en la disputa y las resuelvan por sí
mismos(471). La mediación es un procedimiento que se caracteriza por su
informalidad, previendo las partes solo determinadas pautas de actuación (plazos,
términos, patrocinio letrado etc.) entre las que se destaca la confidencialidad, a los
fines de evitar que alguna de las partes pueda obtener ventajas en un futuro pleito,
producto de lo tratado en la etapa mediatoria.
La mediación, como forma de solucionar privadamente conflicto de intereses, se
insertó en nuestro país dentro del contexto que caracterizó la década del 90, en la
cual se endiosaron todas las instituciones que provenían del derecho o de las
prácticas anglosajonas. De un día para otro, y también como consecuencia del
abarrotamiento y lentitud del Poder Judicial, la mediación fue calificada como una

289 
 
panacea, capaz de solucionar todos los problemas que afectaban a la
administración de justicia, lo que por supuesto no ocurrió, pues los argentinos nunca
fuimos muy adeptos a los medios alternativos de solución de contiendas de tipo
jurídico, y la mejor prueba de ello fue el desuetudo en que incurrió el procedimiento
arbitral previsto para los conflictos societarios por el art. 448 del Código de
Comercio, que, como hemos ya explicado, rigió durante mas de cien años.
Ha sido quizás esta reticencia de ventilar los conflictos fuera de los Tribunales,
el motivo por el cual la ley 24.573 consagró al procedimiento de mediación como
trámite obligatorio antes de promover cualquier demanda, el cual fue prorrogado
sucesivamente por iguales hasta el dictado de la ley 26.589 del año 2010, lo cual
habla muy poco en favor de dicha institución, pues si para evaluar sus resultados es
necesario hacerlo compulsivo, ello constituye la mejor prueba de la poca confianza
que tenía el legislador de la ley 24.573 sobre su aceptación por la comunidad. Como
consecuencia de esa obligatoriedad —en la ciudad de Buenos Aires— que la ley
26.589 ratificó (art. 1º) y desde el año 1995, sus habitantes están compelidos a
transitar este procedimiento con carácter previo a la posibilidad de demandar,
trámite que insume un valioso tiempo que, conforme lo ha probado la experiencia,
la parte requerida habrá de aprovechar para "poner orden" en sus papeles y de tal
forma mejorar su posición al momento ulterior de contestar la demanda.
Un balance de los resultados obtenidos por este método alternativo de solución
de conflictos, nos ilustra que el acercamiento personal de las partes antes del litigio,
solo sirve para agravar la situación y la contienda y que, salvo excepciones
(acciones contra compañías de seguros o reclamos indemnizatorios provenientes
de cuasidelitos, en los cuales el futuro demandado puede comparecer por
apoderados), su imposición no ha dado los resultados esperados. Por otro lado, la
falta de especialización de los mediadores en determinadas ramas del derecho, han
sido obstáculos insalvables que no han contribuido precisamente a que la mediación
obligatoria haya cumplido los fines para el cual fue instituido.
Pues bien, y entrando de lleno en la mediación societaria, debe sostenerse
inicialmente, que en términos generales, y a pesar de lo dispuesto originalmente por
la ley 24.573 y actualmente por la ley 26.589 la mediación y conciliación obligatoria
en conflictos societarios no se halla disponible para las partes, salvo cuando la
pretensión de ellas tenga un contenido económico, como por ejemplo, la acción
promovida por el socio excluido o recedente a los fines de obtener el justo valor de
reembolso de su participación social, o las demandas de responsabilidad contra
socios o administradores (arts. 54 y 274/79 de la ley 19.550) promovidas por la
sociedad. Por el contrario, cuando se trata de acciones sociales donde lo que se
persigue es la nulidad de decisiones del directorio o de asambleas, o la remoción de
administradores y/o síndicos, esto es, la promoción de demandas judiciales en
defensa de los intereses de la misma sociedad, la mediación resulta inadmisible, a
pesar de que el art. 5º de la ley 26.589 no excluye a dichas acciones como materias
exceptuadas del procedimiento de referencia y ello por las razones que a
continuación se expondrán.
Tal como lo he destacado al referirme al arbitraje, no es concebible que un
accionista, disconforme con la legalidad de una determinada decisión asamblearia,
pueda obtener en el procedimiento de mediación obligatoria, algún resultado
satisfactorio para los intereses que defiende, porque la vigencia de un acuerdo
asambleario o una decisión del directorio no puede ser parcial, por expresa previsión
del art. 233 de la ley 19.550, que prescribe que las resoluciones de la asamblea
conformes con la ley y el estatuto son obligatorias para todos los accionistas y deben
ser cumplidas por el directorio. Y por las mismas razones, tampoco puede obtenerse

290 
 
resultado positivo mediante el procedimiento previsto por la ley 26.589, cuando la
pretensión del actor está enderezada a lograr el alejamiento de uno o todos los
integrantes de los órganos de administración y/o fiscalización de la sociedad(472),
donde no se advierte como ni de qué manera el demandante pueda obtener
satisfacción particular, salvo que, como sucede habitualmente en los conflictos
societarios, lo que se ventile en el procedimiento de mediación se circunscriba a la
desvinculación del actor de la sociedad demandada, pero la experiencia ha
demostrado que no necesariamente quien promueve acciones sociales contra la
entidad que integra tiene intenciones de alejarse de la misma.
Del mismo modo, no parece dudoso que toda acción en la que el orden público
estuviese comprometido no pueden ser alcanzadas por la obligatoriedad de la
mediación privada, lo cual es demostrativo, a juicio de Anaya, que las excepciones
a la mediación enunciadas por el art. 2º de la ley 24.573 —hoy art. 5º de la ley
26.589— no pueden tenerse por taxativas(473).
No obstante esas razones, e interpretando literalmente al art. 5º de la ley
26.589, en el cual, como hemos señalado, se enumeran las pretensiones excluidas
del procedimiento de mediación obligatoria, los jueces de comercio han remitido
invariablemente todos los conflictos societarios —incluso los de impugnación de
decisiones asamblearias— a la etapa de mediación previa(474), llegándose al
extremo de obligar al actor a transitar ese procedimiento, cuando éste había
promovido con anterioridad otros juicios contra la misma sociedad, por nulidad de
acuerdos asamblearios anteriores, con resultado negativo, aunque justo es
reconocerlo, existe una importante línea jurisprudencial que ha declarado superfluo
este procedimiento cuando es del todo previsible su fracaso(475).
Se esperaba que la reforma a la ley 24.573 consagrara la exclusión del
procedimiento de mediación previa obligatoria a las denominadas "acciones sociales
societarias", pero ello lamentablemente no aconteció, lo cual provoca serias
demoras en la duración de un conflicto societario, en especial en aquellos supuestos
en donde las diferencias de los socios se producen en una sociedad integrada por
los miembros de una misma familia, en donde lo verdaderamente trascendente y
que dificulta la posibilidad de una transacción es la existencia de problemas
familiares y no corporativos.

3.2. Supuestos excluidos del procedimiento de mediación obligatoria


En primer lugar, la petición de medidas cautelares constituye un supuesto de
exclusión del procedimiento de mediación obligatoria, a tenor de lo dispuesto por el
inc. f) del art. 5º de la ley 26.589, el cual dispone, entre las excepciones al referido
procedimiento, a "las medidas cautelares", eliminando de dicho inciso la fórmula
empleada por el derogado art. 2º inc. 6º de la ley 24.573, que disponía idéntica
excepción, pero aclarando que la misma regía "hasta que se decidan las mismas,
agotándose respecto a ellas las instancias recursivas ordinarias, continuando luego
el trámite de la mediación". La exclusión de este párrafo tiende a evitar que pueda
interpretarse que la medida cautelar deba someterse a la previa iniciación del
procedimiento de mediación, y que dichas medidas solo suspenden este
procedimiento hasta tanto las mismas fueran decretadas, configurándose solo una

291 
 
suspensión del trámite de la mediación, lo cual no se correspondía con las hipótesis
de inaplicabilidad del mismo previstas en el inc. 6º del art. 2º de la ley 24.573.
La claridad de la norma del art. 5º inc. f) de la ley 26.589 exime de mayores
comentarios, pues directamente no debe iniciarse mediación previa obligatoria
cuando lo que se pretende es el dictado previo de una medida cautelar, aún cuando
esa pretensión forme parte del texto de la demanda, debiendo el juez interviniente
requerir el cumplimiento del procedimiento mediatorio una vez trabadas y firmes las
medidas cautelares ordenadas.
Resulta interesante destacar algunas de las polémicas originadas en la
jurisprudencia vigente antes de la reforma a la ley 24.573, pues se entendió que la
petición de una intervención judicial sobre la administración de una sociedad
comercial no quedaba incluida dentro de la excepción prevista por el art. 2º inc. 6º
de la ley 24.573, pues la procedencia de esa precautoria, por expresa previsión del
art. 114 de la ley 19.550, requería la promoción contemporánea de la acción de
remoción, no exceptuada de aquel procedimiento(476). Sin embargo, tal manera de
resolver fue aislada, resultando casi unánime la aplicación del referido art. 2º de la
ley 24.573 —hoy ley 26.589— a las medidas precautorias societarias (intervención
judicial; suspensión provisoria de los derechos del socio y suspensión de los efectos
de decisiones asamblearias) y en tal sentido se sostuvo, con toda razón, que
disponer la mediación obligatoria con carácter previo al pedido cautelar de
intervención judicial implicaría desvirtuar la esencia de dicha medida, al poner al
futuro demandado en conocimiento de la pretensión que esgrime su contraria,
reconociéndose que, a los fines de satisfacer el requisito de la previa promoción de
la acción de remoción dispuesto por el art. 114 de la ley 19.550, resulta suficiente la
iniciación del pertinente trámite de mediación, lo cual tiene como correlato la
obligación del peticionante de formular su pretensión en forma clara y acabada,
expresando de modo concreto y pormenorizado las circunstancias que lo llevan a
peticionar tal extrema medida, de modo de que pueda ser evaluada su
correspondencia con la futura acción de fondo, pues en dicho ámbito de
accesoriedad serán merituadas(477).
Las diligencias preliminares —a diferencia del texto original de la ley 24.573 que
no las excluía del procedimiento de mediación obligatoria— hoy se encuentran
exceptuadas de tramitar el mismo (art. 6º inc. g] de la ley 26.589), así como el pedido
de pruebas anticipadas, de muy frecuente producción en los conflictos comerciales
en general y societarios en particular. Entiendo que corresponde incluir, dentro de
dicha excepción a aquellos procesos voluntarios que implican el ejercicio de
determinados derechos sociales que no pudieron ser concretados en forma normal,
dentro de su cauce natural, en el ámbito interno societario. En tal sentido, la
jurisprudencia —desde hace años—ha excluido de la ley 24.573 al procedimiento
de convocatoria judicial a asamblea de accionistas previsto por el art. 236 de la ley
19.550(478), e igual solución corresponde afirmar cuando se trata de la acción judicial
de exhibición de libros sociales prevista por el art. 781 del Código Procesal, cuando
el derecho previsto por el art. 55 de la ley 19.550 ha resultado infructuoso para el
socio que lo pretende.

292 
 
3.3. Otras cuestiones y comentarios que plantea el procedimiento de
mediación obligatoria en los conflictos societarios
Particularmente acertada resulta la inclusión del instituto de la caducidad de la
acción, que queda suspendida, al igual que la prescripción, como consecuencia de
la iniciación del procedimiento de mediación previa y obligatoria (art. 18 de la ley
26.589). Ello reviste suma importancia para el tema que nos ocupa, en la medida
que la jurisprudencia, equivocadamente ha calificado el plazo previsto por el art.
251 de la ley 19.550, como de caducidad y no de prescripción. Esta cuestión, que
durante la vigencia de la ley 24.573 había generado una jurisprudencia sumamente
contradictoria y muchos dolores de cabeza para los litigantes, resulta de interés
destacar, en tanto la omisión de toda referencia a la caducidad por el texto original
de la ley de mediación, obligó a parte importante de la jurisprudencia —fundada en
el hecho de que la prescripción no es aplicable por analogía a otras figuras
similares— a la parte actora a promover la acción de impugnación de la asamblea y
su medida cautelar específica —la suspensión provisoria de los efectos de los
acuerdos asamblearios adoptados en la misma—, así como el mismo proceso de
mediación obligatoria, dentro del brevísimo término previsto por el art. 251 de
la LSC(479), sin que este trámite suspenda los términos del referido plazo, discusión
hoy superada por el art. 18 de la ley 26.589.
La sanción de la ley de mediación previa obligatoria debió haber agregado una
norma, eliminando el art. 36 inc. 2º del Código Procesal Civil y Comercial, que
impone a los jueces a intentar una conciliación total o parcial del conflicto o incidente
procesal, pudiendo proponer y promover que las partes deriven el litigio a otros
medios alternativos de resolución de los conflictos y que, en cualquier momento,
podrá disponer el referido magistrado la comparencia personal de las partes para
intentar una conciliación. Recordemos al respecto que la ley 26.589 en su art. 34,
53, 54, 55, 56 y 57 ha incluido importantes modificaciones al ordenamiento procesal,
entre ellos, la participación de los jueces en la audiencia prevista por el art. 360,
quien deberá invitar a las partes a una conciliación o a encontrar otra forma de
solución de conflictos, pudiendo, si la naturaleza y el estado del conflicto lo justifica,
derivar a las partes a mediación. Ello nos permite concluir que, fracasada la
mediación previa obligatoria y la instancia del art. 360 del Código Procesal, el juez
no debe insistir más con la posibilidad de una conciliación o transacción, cualquiera
fuere la instancia en que se encuentre el expediente, con lo cual se evitará la
convocatoria a las innumerables y muchas veces interminables audiencias de
conciliación a que nos tienen acostumbrados, en especial, cuando el expediente
pasa a sentencia, lo cual demora indefinidamente los conflictos judiciales y provoca,
por lo general, la desesperación de los litigantes, que esperan del juez que se
aboque a lo que es de su competencia, esto es, el dictado de una sentencia y no el
desempeño de los oficios de conciliador o mediador.

§ 4. Otras cuestiones propias del procedimiento societario. El


beneficio de litigar sin gastos pedido por una sociedad comercial
Reciente jurisprudencia de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial
ha avivado la polémica en torno a la admisibilidad o inadmisibilidad de conceder a

293 
 
las sociedades comerciales el beneficio de litigar sin gastos previstos por los arts.
78 a 86 del Cód. Procesal, en los pleitos en los cuales ellas intervienen.
En especial merece destacarse el voto en disidencia del doctor Enrique Butty en
el caso "Crear Comunicaciones SA c/ Telearte SA Empresa de Radio y Televisión y
otro, incidente de beneficio de litigar sin gastos", de fecha 29 de marzo de 1996, en
donde dicho magistrado llegó a las siguientes conclusiones:
a) La pretensión de una sociedad mercantil de acogerse a los beneficios de litigar
sin gastos excede el marco de la normativa prevista en los arts. 78 y ss. del Cód.
Procesal y resulta contraria a la ratio legis que inspira el instituto.
b) La sociedad mercantil debe contar con una infraestructura orgánica y
funcional, siquiera básica y elemental para la obtención de beneficios lucrativos. Por
ello, la imposibilidad de obtener recursos para afrontar demandas vinculadas con
sus relaciones comerciales puede constituir, eventualmente, imposibilidad de
consecución del objeto para el cual se constituyó (art. 94, inc. 4º, ley 19.550), pero
nunca verdadera carencia de medios o imposibilidad de obtenerlos en el preciso
sentido técnico que a tales expresiones les cabe en el marco de los de los arts. 78
y ss. del Cód. Procesal.
La novedad y originalidad de los argumentos expuestos por el lúcido juez de
Cámara, el doctor Enrique Butty en el mencionado fallo, obligó a nuevas reflexiones
en torno a una cuestión sobre la cual la jurisprudencia de nuestros tribunales no se
exhibieron uniformes, pues vinculado con la procedencia o improcedencia de
conceder el beneficio de litigar sin gastos a las personas jurídicas en general y a las
sociedades mercantiles en particular, fueron expuestas las siguientes doctrinas:
a) Si bien no existen restricciones legales para conceder el beneficio de litigar sin
gastos a una persona jurídica, tratándose de una compañía mercantil, y atento la
finalidad de lucro que la caracteriza, su otorgamiento debe ser apreciado con
prudencia(480).
b) La correcta télesis del articulado que regula el instituto del beneficio de litigar
sin gastos evidencia que las personas jurídicas no pueden acceder a los beneficios
de excepción consagrados por el mismo, pues la redacción de las normas que
consagran dicho beneficio parecen referirse exclusivamente a las personas de
existencia física. Ello se encuentra ratificado cuando el legislador expresa que "no
obstará a la concesión del recurso la circunstancia de tener el peticionario lo
indispensable para procurarse su subsistencia, cualquiera fuere el origen de sus
recursos"(481).
c) Finalmente, la mentada posición de Butty, que descalifica la procedencia de
este beneficio, pero no fundado en los argumentos expuestos en b), sino, como
hemos visto, en la circunstancia de ser natural corolario de la consecución del objeto
de las sociedades comerciales la obtención de medios suficientes para hacer valer
judicialmente sus derechos, resultando inatendible la invocación de circunstancias
que indiquen la necesidad de actuar en justicia aun sin medios económicos para
ello.
Por mi parte, considero que no existe ningún impedimento para conceder el
beneficio de litigar sin gastos a las personas jurídicas en general y a las sociedades
comerciales en particular.
En primer lugar, el otorgamiento del beneficio del carácter de sujeto de derecho
a las personas de existencia ideal por el art. 39 del Cód. Civil y por el art. 2º de la Ley
19.550 de las Sociedades Comerciales, cualquiera fuere su tipo o clase, despeja
todo tipo de dudas al respecto, sin que obste a lo expuesto la limitación que surge

294 
 
de esta última disposición legal, pues las restricciones impuestas por el legislador
mercantil al expreso reconocimiento de la personalidad jurídica de las sociedades
comerciales se circunscriben exclusivamente al mal uso o utilización desviada o
indebida de dicho recurso técnico, pues aceptado que la compañía mercantil tiene
un patrimonio propio e independiente del patrimonio de sus integrantes, lo cual es
consecuencia directa de su carácter de sujeto de derecho, mal puede negarse a las
mismas la posibilidad de recurrir judicialmente en defensa de la integridad de ese
atributo de su personalidad.
Tampoco estoy de acuerdo con el argumento de que resulta necesaria una
mayor prudencia por parte de los jueces en el otorgamiento del beneficio de litigar
sin gastos, cuando la peticionante fuere una sociedad comercial. Nunca me han
convencido los argumentos abstractos y exigir apriorísticamente a los jueces "mayor
prudencia" o "criterios restrictivos", me resultan generalizaciones sencillamente
intolerables, por la mera razón de que los magistrados deben actuar sin
preconceptos ante las especiales circunstancias que se les presentan. Esa
terminología, tan propia de nuestro lenguaje forense, pero tan inapropiada para
resolver los conflictos que se suscitan en el mundo de los negocios ha ofrecido en
la práctica resultados devastadores, pues como lo ha explicado con singular claridad
Ernesto Martorell, el exceso de prudencia de los jueces ha sido el mejor reaseguro
de los desleales administradores para vaciar los patrimonios ajenos(482).
No dudo que el beneficio de litigar sin gastos constituye un beneficio excepcional,
pues involucra la desaparición del riesgo de pagar las costas de un proceso, pero
nada autoriza a distinguir a los fines de su otorgamiento entre personas de existencia
física o personas de existencia ideal, pues la condición de "carente de recursos
suficientes" es aplicable a todos aquellos que tienen patrimonio, como lo son las
sociedades comerciales, por expreso reconocimiento legal (art. 2º, ley 19.550).
La única distinción que cuadra imponer en torno al otorgamiento del beneficio de
litigar sin gastos en caso de una sociedad comercial es la inadmisibilidad de recurrir
a ciertos medios de prueba de discutible idoneidad en general, como es la prueba
de testigos, siendo razonable la exigencia, expuesta reiteradamente por nuestra
jurisprudencia, de requerir a las sociedades mercantiles peticionarias de tal beneficio
la exhibición de elementos de juicio provenientes de su contabilidad o al menos,
contar con la opinión vertida por un profesional competente en la materia(483).
Las fundadas opiniones del profesor y magistrado Enrique Butty en el precedente
"Crear Comunicaciones SA" no resultan convincentes, pues la circunstancia de que
se trate la sociedad comercial de una organización dirigida a obtener beneficios
lucrativos no impide que la misma pueda carecer de bienes suficientes para costear
los gastos relativos a la defensa en juicio de sus intereses o caer en la más absoluta
insolvencia patrimonial y si bien es cierto que cuando la sociedad comercial se
encuentra en tal estado de situación patrimonial puede incurrir en la causal
disolutoria prevista por el art. 94, inc. 4º de la ley 19.550 (disolución por
imposibilidad de cumplir su objeto), ello en nada cambia las cosas, pues aun en
estado liquidatorio, la sociedad conserva su personalidad jurídica con plenitud (art.
101, ley 19.550) y no encuentro fundamento convincente que me persuada de que
la sociedad en liquidación no pueda recurrir al excepcional beneficio previsto por los
arts. 78 y ss. del Cód. Procesal para intentar en justicia la defensa de su patrimonio.
De lo contrario, deberla llegarse a la conclusión de que las sociedades
comerciales, por carencia de fondos o bienes suficientes, no podrían promover
judicialmente las acciones o demandas necesarias para el reconocimiento o
protección de sus intereses, aun cuando éstos sean solamente patrimoniales. Ello

295 
 
resulta conclusión inadmisible desde todo punto de vista y en pugna con la garantía
constitucional de la defensa en juicio y del principio de la igualdad ante la ley.

Sección III - Del régimen de nulidad

ART. 16.—
Principio general. La nulidad o anulación que afecte el vínculo de alguno de los
socios no producirá la nulidad, anulación o resolución del contrato, salvo que la
participación o la prestación de ese socio deba considerarse esencial, habida cuenta
de las circunstancias o que se trate de un socio único.
Si se trata de sociedades en comandita simple o por acciones o de sociedad de
capital e industria, el vicio de la voluntad del socio único de una de las categorías de
socios hace anulable el contrato.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 1º, 18, 100. LSC Uruguay: arts. 22, 24, 27.

§ 1. Consideraciones generales sobre el régimen de invalidez de los


actos societarios

1.1. Consideraciones generales en materia de nulidades societarias


La ley 19.550 ha previsto un régimen de invalidez de los actos societarios que
no resulta completo ni satisfactorio y que, por lo tanto, requiere una urgente revisión
para completarlo y adecuarlo —fundamentalmente— a la naturaleza del contrato de
sociedad, que reclama soluciones distintas que las previstas por el legislador para
la nulidad de los actos jurídicos a que se refieren los arts. 382 y ss. del Código Civil
y Comercial de la Nación y a la que se debe recurrir, habida cuenta que nuestro
ordenamiento societario vigente no contempla norma alguna que se refiera
expresamente a las características y a los efectos de la nulidad del contrato de
sociedad mercantil.
¿Cuál es el esquema previsto por el legislador para la invalidez de los actos
societarios?

296 
 
En primer lugar, a través de un régimen específico de nulidad sobre la
constitución de sociedades, en la Sección III del Capítulo I (arts. 16 a 20), que debe
completarse con lo dispuesto en el art. 32 del mismo ordenamiento legal. Asimismo,
en el punto 5º de la Sección V del Capítulo II, la ley 19.550 contempla el régimen de
nulidad de las asambleas de accionistas, a través de lo dispuesto en los arts. 251 a
254 de ese cuerpo legal. En ambos casos se ha previsto un régimen de invalidez,
que no se limita a la declaración de la sanción de nulidad para un determinado acto,
sino que se establecen además normas procedimentales que reglamentan la
promoción de la acción correspondiente, con específicas previsiones, sobre la
responsabilidad de quienes han contribuido a la invalidez del acto.
Sin perjuicio de ello, también advertimos de la lectura del articulado de la ley
19.550, que el legislador ha sancionado con la nulidad la inclusión de ciertas
cláusulas en el estatuto o contrato social, y ejemplo de esto lo brindan —entre
otros— los arts. 13 (nulidad de cláusulas leoninas); 69 (convenciones contrarias al
derecho de aprobación e impugnación de los estados contables); 245 (nulidad de
toda disposición que excluya o limite las condiciones de ejercicio del voto
acumulativo); 284 (nulidad de las cláusulas que otorguen a determinados
accionistas más de un voto para la elección del síndico); 287 (nulidad de las
cláusulas que violen lo dispuesto en esa disposición legal: duración máxima de la
actuación de la sindicatura y condiciones de revocabilidad de quien ejerce ese
cargo), etcétera.
En todos estos casos, en donde el legislador ha previsto un régimen expreso de
nulidad de determinados pactos, o también en aquellos supuestos en los cuales no
ha establecido esa sanción en forma específica, pero que la misma surge implícita
al establecer una prohibición legal(484)(arts. 68, 70, 197, 222, 261 y 263, entre otros),
parece evidente que aquella sanción no determina la nulidad del contrato de
sociedad, sino la invalidez de la cláusula ilegítima, por tratarse de un ejemplo de lo
que en doctrina se denomina "nulidad parcial del acto" (art. 389 segundo párrafo del
CCyCN) que, como principio general, no afecta la validez del contrato o estatuto
social.
Por otra parte, y fuera de los supuestos de nulidad del acto constitutivo o de las
cláusulas del contrato social, la ley 19.550 ha previsto un régimen de invalidez de
actos societarios posteriores a la constitución de la sociedad, a través de la nulidad
de acuerdos asamblearios (arts. 251 a 254, LSC) o de otros actos celebrados por el
directorio de la sociedad anónima, en protección de los accionistas o del patrimonio
social. Ejemplo de ello lo constituye la sanción de nulidad de la emisión de acciones
en violación al régimen de oferta pública (arts. 199 y 200); la nulidad de la
distribución de dividendos en violación a los requisitos legales (art. 224); la nulidad
de las emisiones de acciones efectuadas bajo la par (art. 202); la nulidad de las
contrataciones efectuadas por un director con la sociedad en contravención con los
requisitos legales previstos en el art. 271, etcétera.
Finalmente, y para completar el cuadro de invalidez de los actos societarios
previsto en la ley 19.550, el legislador ha contemplado también, como expresa
sanción para determinados supuestos, la inoponibilidad de la actuación de una
sociedad, cuando encubra fines ilegítimos o extrasocietarios (art. 54), en cuyo caso,
y a diferencia de la nulidad, la declaración de inoponibilidad no afecta a la sociedad
sino que determina la aplicación de un régimen amplio de responsabilidad para
quienes hicieron posible la actuación de una persona jurídica creada sin respeto del
objeto y de la causa que debe inspirar, para los otorgantes, la constitución de una
sociedad comercial, y que el art. 11 inc. 5º de la ley 19.550 se encarga de detallar
en forma precisa y concreta(485).

297 
 
La sanción de inoponibilidad es también reservada en la ley 19.550 para privar
de efectos, frente a terceros, de determinadas cláusulas del contrato social, y
ejemplo de ello lo encontramos, entre otros: a) En el art. 125 de ese cuerpo legal,
cuando prohíbe a los socios de una sociedad colectiva invocar frente a terceros las
cláusulas por medio de las cuales limiten su responsabilidad por las obligaciones
sociales. La inclusión de una cláusula como la descripta, que si bien en puridad y
por aplicación del art. 17, párrafo 1º, LGC, determinaría la aplicación a la sociedad
las normas previstas en la Sección IV del Capítulo I de dicha normativa, no importa,
en aras de la conservación de la sociedad, una sanción de tan graves
consecuencias, limitándose la ley a declararla inoponible frente a terceros, pero
plenamente válida entre los socios, quienes solamente entre sí podrán invocarla a
los efectos de soportar las pérdidas en la forma determinada en dicha cláusula; b)
En el art. 155, cuando declara la inoponibilidad de las cláusulas limitativas de la
transferencia de cuotas a los herederos del socio fallecido, por el plazo de tres
meses a contar desde la incorporación de aquellos; c) En el art. 150, en cuanto
prescribe la "ineficacia" frente a terceros de cualquier pacto que contraríe el régimen
de responsabilidad previsto por esa norma para los socios de una sociedad de
responsabilidad limitada. Repárese en que, si bien el legislador se refiere a la
"ineficacia", lo cual es reprochable por la amplitud que ese concepto implica, no
puede dudarse de que se trata de un claro supuesto de inoponibilidad, y la limitación
de dicha ineficacia a terceros es la mejor prueba de lo expuesto. Por otro lado, no
debe olvidarse que el Código Civil y Comercial de la Nación, ha incluido a la
inoponibilidad como una especie de la categoría de "Ineficacia de los actos
jurídicos", diferente a la nulidad (arts. 396 y 397 CCyCN).
Finalmente, debe tenerse presente que la normativa de los arts. 16 a 20 de la ley
19.550 no importa desautorizar la aplicación de las normas generales previstas por
los arts. 382 a 395 del Código Civil y Comercial de la Nación en materia de nulidad
de actos jurídicos, en lo que resulten compatibles con el negocio societario. En tal
sentido, resultarían nulos los actos societarios —desde la constitución hasta la
adopción de cualquier decisión asamblearia— en los que los agentes hubiesen
procedido con simulación o fraude (arts. 333 a 342 CCyCN); cuando no tuviesen la
forma exclusivamente ordenada por la ley (por ejemplo, una sociedad por acciones
constituida por instrumento privado); los actos otorgados o realizados por incapaces
o con capacidad restringida (art. 44 CCyCN) etc. y así lo ha entendido la
jurisprudencia de nuestros tribunales comerciales(486).

1.2. Deficiencias que presenta la ley 19.550 en materia de nulidad de


actos societarios
La primera deficiencia que exhibe la ley de sociedades comerciales en materia
de invalidez de los actos societarios se centra en el hecho de no haber previsto la
ley un régimen general referido a las consecuencias que la sanción de nulidad
produce, en las relaciones internas de la sociedad y frente a los derechos de terceros
que han contratado con el ente, independientemente del régimen de responsabilidad
que el legislador ha sido siempre muy cuidadoso en prever, y esa omisión se
advierte tanto para los casos de invalidez del acto constitutivo de la sociedad, como
para los de nulidad de actos o decisiones de los órganos sociales.

298 
 
En este punto es necesaria una solución expresa de la ley 19.550, pues no
parece adecuado a la naturaleza del contrato de sociedad ni a las necesidades del
tráfico mercantil que, frente al silencio legislativo sobre el particular, debamos
recurrir, como hemos señalado, a las normas del derecho común (arts. 382 a 395
CCyCN), pues la retroactividad de la sanción de nulidad al momento de la
celebración del acto viciado, conforme lo dispuesto por el art. 390 del Código Civil y
Comercial de la Nación es sencillamente impensable al negocio societario, pues el
nacimiento de un sujeto de derecho distinto al de los socios otorgantes, con la
personalidad jurídica que la ley le otorga, y la evidente presunción de validez que
debe gozar la actuación de quien contrata en nombre de la sociedad, obliga a otorgar
plena legitimidad, frente a terceros, a los actos celebrados por aquella en
cumplimiento de su objeto social(487).
Imaginemos, a título de ejemplo, que luego de varios años de pleito, se resuelve
declarar la nulidad de la decisión asamblearia que había designado un nuevo
directorio. ¿Podría ello repercutir sobre todas las relaciones jurídicas habidas por la
sociedad con terceros o incluso sobre los actos internos realizados en el seno de la
entidad, desde la adopción de las mismas y durante el período que duró el
juicio? Forzoso parece concluir que ello es imposible.
La jurisprudencia y la doctrina, teniendo en cuenta lo expuesto en el párrafo
anterior, han reiterado una solución que se adecua a la totalidad de los intereses
que quedan comprometidos con la actuación de una sociedad comercial, y en tal
sentido, se ha resuelto, en numerosas oportunidades que las nulidades societarias
en ningún caso pueden tener efectos retroactivos(488), operando la declaración de
nulidad como causal de disolución, que sólo tendría operatividad a partir del
pronunciamiento judicial declarativo de esa sanción(489). Esta jurisprudencia, que fue
elaborada durante la vigencia del art. 1050 del Código Civil, resulta enteramente
aplicable luego de la vigencia del código unificado de 2014.
La nulidad societaria, en definitiva, tiene efectos ex nunc, pero ello debe ser
clarificado, pues los alcances de esa regla varían según el acto societario de que se
trate.
En efecto, si la constitución de la sociedad es declarada nula, esa declaración
importa, aun cuando ello no se encuentre consagrado en el art. 94 de la ley 19.550
la disolución de la sociedad, y conduce inexorablemente al trámite liquidatorio
previsto en la Sección XIII de la ley. Esa solución es la que en derecho corresponde,
pues la declaración de nulidad implica la privación, para todos los socios, del medio
jurídico instrumentalmente apto y dinámico para desarrollar su actividad económica.
Ello vale como principio general, y a salvo los supuestos de nulidad de la
sociedad contemplados en los arts. 18 a 20 de la ley 19.550 —sociedades de objeto
ilícito, actividad ilícita y objeto prohibido—, en los cuales, si bien también la
declaración de nulidad implica la disolución del ente, el legislador les ha consagrado
un régimen liquidatorio especial, adecuado a la sanción que ha originado la nulidad
de la sociedad, privando a la misma por ser liquidada por sus órganos naturales, y
a los socios del derecho del remanente de la liquidación social aunque dicho régimen
de liquidación debe ser considerado excepcional, limitado exclusivamente a los
casos en que el legislador ha previsto su aplicación.
La jurisprudencia ha tenido oportunidad de aplicar tales principios. Se trataba de
una sociedad anónima que participaba, como socia, de una sociedad accidental, lo
cual, como es sabido, era —hasta la eliminación en el año 2014 de las sociedades
accidentales o en participación de la ley 19.550— actuación expresamente prevista
por el art. 30 de la ley 19.550. Se dijo en este precedente que "La comprobación de

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la existencia del vicio provocada por la participación de una sociedad anónima en la
sociedad accidental, no produce consecuencias desde el punto de vista práctico en
la situación litigiosa, si se tiene presente que la nulidad no determina la extinción del
negocio con los efectos previstos por los arts. 1050 y 1052 del Código Civil, sino que
opera como causal de disolución que solo tendría operatividad a partir del
pronunciamiento judicial declarativo"(490).
El segundo problema que plantea la declaración de nulidad de la constitución de
la sociedad se refiere a la actuación interna del ente y a los derechos y obligaciones
de los socios ejercidos con anterioridad a la declaración de nulidad. La cuestión
debe ser debidamente aclarada, pues también con relación a este supuesto resulta
impensable la retroactividad que la nulidad supone, como lo predica el art. 390 del
Código Civil y Comercial de la Nación para los negocios bilaterales.
En definitiva y como conclusión de lo expuesto, debe tenerse en claro que la
declaración de nulidad en la constitución de la sociedad importa la invalidez del
contrato social suscripto por los socios, pero en forma alguna puede borrar la
actuación de una relación asociativa habida entre aquellos, y es por eso que se ha
dicho, con toda exactitud, que en rigor, la actuación cumplida por una sociedad luego
anulada, se ha de juzgar por idénticas normas que la sociedad no constituida
regularmente, porque la declaración judicial de nulidad del contrato traerá aparejada
un supuesto de actuación de hecho(491), conclusión perfectamente aplicable luego
de la reforma al régimen de la irregularidad societaria por la ley 26.994.
Lo expuesto implica sostener que salvo para los casos previstos en los arts. 18
a 20 de la ley 19.550, las relaciones habidas entre los socios y la sociedad, así como
los actos de órganos colegiados celebrados con anterioridad a la sentencia
nulificatoria no se encuentran afectados por esa declaración de invalidez. Ello se
puede deducir, por interpretación contraria de lo dispuesto por el art. 18, ley cit. —
aplicable aun a los supuestos previstos en los arts. 19 y 20, para los socios de buena
fe— cuando, refiriéndose a los efectos de la declaración de nulidad de la sociedad
de objeto ilícito, establece en su primer párrafo que los socios no pueden alegar
contra terceros la actuación de la sociedad nula, ni para reclamar a la misma la
restitución de los aportes, la división de las ganancias o la contribución en las
pérdidas.
Esa consecuencia, que como hemos visto, es característica y específica de las
sociedades de objeto ilícito, y de las cuales ni siquiera están exceptuados los socios
de buena fe en las sociedades de actividad ilícita u objeto prohibido, resulta
inaplicable para los restantes casos de nulidad en la constitución de sociedades, por
lo cual, por aplicación del principio general de la restricción de las cláusulas
sancionatorias, que deben ser reservadas para el específico supuesto en que han
sido previstas, los actos societarios habidos con anterioridad a la sentencia de
nulidad no quedarían afectados ni la sociedad perdería legitimación para demandar
a terceros el cumplimiento de los contratos celebrados (art. 101 de la ley 19.550).
Finalmente, y en cuanto al régimen de nulidad de los actos colegiados, tampoco
la ley 19.550 ha sido afortunada en su redacción, pues si bien debe recordarse que
dicha ley contempla expresamente los supuestos de invalidez de asamblea de
accionistas (arts. 251 a 254), tampoco esas normas resultan suficientes para
sostener la existencia de un régimen general, aplicable en forma supletoria para la
impugnación de actos de otros órganos colegiados, como lo son, por ejemplo, los
actos del directorio, tema sobre el cual la ley 19.550 guarda inexplicable silencio.
Debemos lamentar, asimismo, la escasa clarificación legislativa sobre las
acciones de impugnación de actos emanados de órganos de gobierno de

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sociedades que no sean por acciones. Reitero, pues, la necesidad de un régimen
general en esta materia, para evitar interpretaciones no siempre compatibles con el
eficaz desempeño de los órganos societarios.

§ 2. El régimen de invalidez vincular. Principio general, excepciones y


efectos
El art. 16 de la ley 19.550 establece el principio general del régimen de nulidad
previsto por la ley 19.550, para los casos de invalidez vincular, esto es, cuando la
nulidad o anulación afecte el vínculo de algunos de los socios. En tales casos, y a
diferencia de lo que acontece en los contratos bilaterales, la norma citada prevé
expresamente que: "(...) la nulidad o anulación, que afecte al vínculo de alguno de
los socios, no producirá la nulidad, anulación o resolución del contrato, salvo que la
participación o la prestación de ese socio deba considerarse esencial, habida cuenta
de las circunstancias o que se trate de un socio único".
La solución legal, que es idéntica a la prevista por el texto original del art. 16, con
excepción de la referencia al socio único, y más allá de algunas deficiencias
conceptuales —pues no parece adecuado a derecho sostener que la declaración de
invalidez de un contrato puede ocasionar la resolución del mismo— es compatible
con la naturaleza jurídica del contrato de sociedad y con el carácter bilateral y
organizativo que lo caracteriza, pues no se justificaría que la nulidad o anulabilidad
que afecte el vínculo de uno de los socios pueda producir, en principio, la nulidad de
un contrato en el cual, quienes lo han suscripto, no tienen intereses contrapuestos
sino coincidentes.
La solución se compadece con otro principio general, que es el previsto por el
art. 100 último párrafo de la ley 19.550 que frente a la duda sobre el acaecimiento
de una causal disolutoria, debe estarse a la subsistencia de la sociedad. El
legislador, en ambos supuestos, tiene en cuenta la importancia del desarrollo de la
actividad empresaria por parte de la sociedad comercial y tiende a preservarla, para
evitar —obviamente— los efectos que la declaración de nulidad o de disolución
producen dentro de la sociedad y frente a los terceros que se han vinculado con ella,
además de proteger a una fuente de trabajo, que hoy —más que nunca— constituye
un objetivo fundamental a la hora de resolver el destino de una sociedad.
La jurisprudencia tiene resuelto, siguiendo estas premisas, que: "En materia de
nulidad del vínculo no produce la nulidad del contrato, lo cual implica que dicha
calidad debe ser encauzada a través de la regulación prevista para la resolución
parcial del contrato social, contemplada en el art. 92 de la ley 19.550, a fin de
materializar la exclusión del incapaz, sin que esa situación trascienda a la
sociedad"(492).
El principio general es aplicable, en esencia, a toda causal de invalidez vincular
que produzca en su agente una incapacidad de hecho o de derecho, pues si bien
durante la vigencia del texto original de la ley 19.550, se contemplaban en su
articulado una serie de excepciones a esta regla (arts. 29 y 30), la modificación de
los arts. 27 y 30 de dicho ordenamiento legal ha dejado prácticamente sin efecto
estas excepciones, al otorgar a los cónyuges plena libertad para constituir las
sociedades que quieran, y restringiendo a las sociedades gran parte de las

301 
 
limitaciones que habían sido previstas, en el año 1972, para integrar personas
jurídicas societarias.
Nos remitimos al comentario de los arts. 27 a 30, donde expondremos nuestra
opinión, desfavorable en muchos casos, a las reformas efectuadas por la ley 26.994.
La invalidez vincular no produce, como prescribe el art. 16 LGS, la nulidad del
contrato de sociedad, sino que determina la separación de la misma por parte del
socio afectado, con los derechos que le otorga el art. 92 de la ley 19.550, con
excepción de su inc. 4º, de estricto carácter sancionatorio, que estimamos sólo
aplicable al caso de exclusión.
Ahora bien, si el principio general en materia de nulidad vincular es la separación
del socio afectado, hay supuestos en que esta regla no puede funcionar, y el
mismo art. 16 de la ley 19.550 nos brinda tales supuestos:
a) Cuando la participación o la prestación del socio afectado deba considerarse
esencial, habida cuenta de las circunstancias
El legislador no se refiere en este caso a una participación que otorgue la
formación de la voluntad social (que es también causa de nulidad del contrato), sino
más bien a los supuestos que se presentan cuando la sociedad ha sido constituida
en base a la personalidad de un socio o al aporte que este haya efectuado. Con
otras palabras, cuando el socio o su aporte hayan sido condición de la constitución
de la sociedad. En tales supuestos, el carácter de esencial y su virtualidad, como
causa de nulidad del contrato de sociedad, debe ser apreciado por el juez en cada
caso, "(...) habida cuenta de las circunstancias (...)".
b) Cuando se trate de un socio único
La excepción no requiere mayores explicaciones, pues tratándose de sociedades
unipersonales, existe un solo vínculo, esto es, el del socio único con la persona
jurídica, siendo de toda evidencia que cualquier problema de capacidad que hubiere
afectado a éste al momento de constituir el ente, afectará la validez de la constitución
del mismo.
Lo único que es objetable es la ambigüedad que exhibe esta excepción, que
puede dar márgenes a cualquier tipo de interpretación en favor de la existencia de
sociedades unimembres que no revistan el carácter de sociedades anónimas
unipersonales, como exclusivamente lo autoriza el art. 1º segundo párrafo de la ley
19.550. En tal sentido hubiera sido preferible el primer párrafo, última parte del nuevo
art. 16 se hubiera referido a las sociedades anónimas unipersonales y no "al socio
único".
c) Cuando se trate de sociedades en comandita o sociedades de capital e
industria
Es de toda evidencia que siendo las sociedades en comandita simple o por
acciones, o de capital e industria, uno de los tipos previstos en el Capítulo II de la ley
19.550, que se caracterizan por la existencia de dos categorías de socios, el vicio
de la voluntad del único socio de una de dichas categorías torna ineficaz el contrato
de sociedad, aunque es reprochable que el legislador del 2014 haya insistido
prescribiendo que tal circunstancia torna "anulable" el contrato cuando el Código
Civil y Comercial de la Nación ha derogado la figura de la anulabilidad del acto
jurídico, como surge claramente de la eliminación de los arts. 1045 y 1046 del
derogado Código Civil.
Finalmente, la ley 26.994, de reformas al texto original de la ley 19.550, suprimió
el último párrafo del art. 16, que preveía otra excepción al principio de la nulidad

302 
 
vincular, que se configuraba cuando el vicio afecte la voluntad de los socios a los
que pertenezca la mayoría del capital social, modificación con la cual concordamos,
pues aunque mínima la participación del capital social que quede en poder de los
socios no afectados con el vicio de la voluntad tienen éstos derecho a conservar
activa la sociedad, si ésta cuenta con medios económicos suficientes para abonar
el valor de la parte de los socios que se desvinculan del ente.

ART. 17.—
Atipicidad. Omisión de requisitos esenciales. Las sociedades previstas en el
Capítulo II de esta ley no pueden omitir requisitos esenciales tipificantes ni
comprender elementos incompatibles con el tipo legal.
En caso de infracción a estas reglas, la sociedad constituida no produce los
efectos propios de su tipo y queda regida por lo dispuesto en la Sección IV de este
Capítulo".
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 1º, 11, 18, 21 a 26. LSC Uruguay: arts. 3º, 22.
A esta concreta situación se refiere el primer párrafo del art. 17 de la ley 19.550,
que también ha sido modificado por la ley 26.994. Recordemos que dicha norma, en
su texto original, diferenciaba, tratándose del contrato constitutivo de sociedad, entre
la ausencia de requisitos esenciales tipificantes y no tipificantes: en el primer caso,
esa circunstancia provocaba, sin posibilidad de remedio legal alguno que la supere,
la declaración de nulidad del contrato social, mientras que la omisión de cualquier
requisito esencial no tipificante hacía anulable el referido contrato, aunque esa
situación podía subsanarse hasta su impugnación judicial.
La experiencia de más de cuarenta años de vigencia del texto legal del art. 17
de la ley general de sociedades demostró que no se registró jamás un caso de
sociedades atípicas en la jurisprudencia nacional, esto es, lo que se conoce como
"el derecho vivo", pues era realmente difícil advertir, en la práctica, un caso de
nulidad de la constitución de una sociedad de los tipos no autorizados por la ley,
habida cuenta la existencia de un exhaustivo control de legalidad al momento de
constituirse regularmente la sociedad. Y en cuanto a la omisión de la existencia de
requisitos esenciales no tipificantes, el art. 17 segundo párrafo, en su versión
original, solo se aplicó en caso de homonimias, cuando una sociedad regularmente
constituida exhibía un nombre societario que coincidía con la denominación de otra
compañía y que podía llevar a terceros a confusión(493).
La ley 26.994, y a los fines de compatibilizarla con el especial régimen previsto
por la Sección IV del Capítulo II de la ley 19.550 en su actual versión, derogó esas
soluciones, que se ajustaban perfectamente a la naturaleza del vicio incurrido por la
sociedad —omisión de requisitos tipificantes y no tipificantes, previendo una
diferente solución para cada caso— y ha optado por someter a los entes societarios
que incurran en tal anomalía, a las disposiciones de la Sección IV del Capítulo I de
la ley 19.550, esto es, el régimen común previsto para las sociedades irregulares o
de hecho o las sociedades constituidas originalmente como civiles.
Si bien —como se ha expresado— la existencia de supuestos de atipicidad en
las sociedades comerciales no fue moneda corriente y que constituía una hipótesis
que solo podía presentarse ante la inexistencia sobreviniente de personas que

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representen la doble categoría de socios prevista para determinados tipos
societarios, lo cierto es que es bienvenida la eliminación del régimen de nulidad
previsto para las sociedades atípicas, pues ellas podían ser las titulares de
empresas que no valía la pena ser liquidadas. Pero además de ello, si partimos de
la base que no hay mejor ejemplo de las sociedades atípicas que las sociedades de
hecho, donde ni siquiera hay contrato escrito de sociedad ni tipo social adoptado, la
idea de agruparlas en un régimen común ha sido acertada.
En lo que respecta a las sociedades que carecen de requisitos esenciales no
tipificantes, resulta de toda claridad que han quedado derogadas las soluciones
previstas por el art. 17 segundo párrafo del texto original de la ley 19.550, de manera
tal que la nulidad de estas sociedades no podrá ser ya reclamada judicialmente, al
quedar comprendidas ellas dentro de la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, y
a las cuales se les aplicará el régimen de las sociedades no constituidas
regularmente y de las sociedades atípicas (art. 25 primer párrafo de la ley 19.550).
Esta solución sin embargo no convence, al menos como principio general,
porque una sociedad que carece de capital suficiente para el cumplimiento de su
objeto no puede seguir operando en el mercado, ni siquiera como sociedad "simple",
"informal", "residual" o "no constituida regularmente" como por ahora se denominan
a las sociedades reglamentadas en los arts. 21 a 26 de la ley 19.550, en su actual
versión, pues esa irregularidad afecta fundamentalmente los derechos de los
terceros que contratan o se vinculan con la sociedad, cuyos intereses no quedarán
satisfechos ante la nueva responsabilidad —mancomunada y por partes iguales—
de quienes integran esta clase de sociedades. Habrá que ver entonces, caso por
caso, cuales son los requisitos esenciales no tipificantes que adolezca la sociedad
para advertir la existencia de un supuesto de nulidad o de inclusión en la referida
Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550. Lo mismo puede sostenerse cuando la
sociedad carece de domicilio o se trata de una "sociedad desaparecida" o "sociedad
fantasma", pues nada justifica mantenerlas en dicha sección y permitir su existencia
bajo la forma de sociedad no constituida regularmente, cuando a los terceros es
absolutamente imposible ubicarla, por haber desaparecido de su sede social.
Finalmente, no puede dejar de advertirse que la absurda eliminación del control
de legalidad en el análisis del contrato social por parte del registrador societario para
las sociedades no accionarias, puede eventualmente provocar la existencia en el
mercado de sociedades carentes de requisitos esenciales tipificantes o no
tipificantes, aunque no creemos que ello suceda, habida cuenta que, más allá de la
eliminación expresa de dicho control, según está redactado el art. 6º de la ley 19.550,
en la versión de la ley 26.994, estimamos que el registro mercantil no puede ser
nunca ni convertirse jamás en un mero archivo de papeles, sin llevarse a cabo, por
funcionarios idóneos, un examen sustancial del documento cuya registración
impone la ley, pues se trata, en definitiva, de incorporar al tráfico mercantil un nuevo
sujeto de derecho, con personalidad jurídica independiente al de sus miembros,
cuya legal conformación no puede depender de quienes son los fundadores de este
nuevo ente, sino de un visto bueno de funcionarios idóneos al respecto. No
olvidemos tampoco que, lamentablemente y por lo general, son los terceros o los
herederos de los socios quienes pagan las consecuencias de la ambigüedad o
ilicitud de las cláusulas del contrato social. Remitimos al respecto a nuestros
comentarios al art. 6º.
En conclusión, de presentarse las hipótesis que planteaba el original art. 17 de
la ley 19.550, las sociedades atípicas quedarán sometidas a las normas de los arts.
21 a 26 de dicha ley y dejarán de producir los efectos propios del tipo. Así lo expresa
claramente el segundo párrafo de aquella norma, y lo ratifican los arts. 21 y 25, que

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también incluyen dentro de la Sección IV de la ley 19.550 a las sociedades que
omitan la inclusión de requisitos esenciales en el respectivo contrato constitutivo.

ART. 18.—
Objeto ilícito. Las sociedades que tengan objeto ilícito son nulas de nulidad
absoluta. Los terceros de buena fe pueden alegar contra los socios la existencia de
la sociedad, sin que estos puedan oponer la nulidad. Los socios no pueden alegar
la existencia de la sociedad, ni aun para demandar a terceros o para reclamar la
restitución de los aportes, la división de ganancias o la contribución a las pérdidas.
Liquidación. Declarada la nulidad, se procederá a la liquidación por quien
designe el juez.
Realizado el activo y cancelado el pasivo social y los perjuicios causados, el
remanente ingresará al patrimonio estatal para el fomento de la educación común
de la jurisdicción respectiva.
Responsabilidad de los administradores y socios. Los socios, los
administradores y quienes actúen como tales en la gestión social responderán
ilimitada y solidariamente por el pasivo social y los perjuicios causados.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 1º, 11, 19, 32, 101 a 113; Resolución General
IGJ nº 7/2015, arts. 67 y 190.LSC Uruguay: arts. 23, 26, 28, 30, 32.

ART. 19.—
Sociedad de objeto lícito, con actividad ilícita. Cuando la sociedad de objeto lícito
realizare actividades ilícitas, se procederá a su disolución y liquidación a pedido de
parte o de oficio, aplicándose las normas dispuestas en el art. 18. Los socios que
acrediten su buena fe quedarán excluidos de lo dispuesto en los párrafos tercero y
cuarto del artículo anterior.
CONCORDANCIAS: LSC: art. 18. Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 67,
85 y 190.. LSC Uruguay: arts. 23, 26, 28, 30, 32.

ART. 20.—
Objeto prohibido. Liquidación. Las sociedades que tengan un objeto prohibido en
razón del tipo, son nulas de nulidad absoluta. Se les aplicará el art. 18, excepto en

305 
 
cuanto a la distribución del remanente de la liquidación, que se ajustará a lo
dispuesto en la sección XIII.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 18, 19; ley 20.091: art. 2º; ley 21.526: arts. 8º, 9º. Resolución
General IGJ nº 7/2015, 67, 85 y 190. LSC Uruguay: art. 23.

§ 1. Las sociedades de objeto ilícito


Si bien se ha sostenido que la norma que consagra la nulidad absoluta de las
sociedades de objeto ilícito es de difícil aplicación en la práctica, porque lo corriente
es la existencia de sociedades que cumplen su objeto lícito a través de actividades
ilícitas, ello no es tan así, pues la ley no se refiere al caso en que los socios incluyan
en el acto constitutivo un objeto ilícito —lo cual sí es verdaderamente impensable—
sino que el legislador comprende en esta norma, fundamentalmente, a las
sociedades de hecho, lo cual amplía considerablemente los alcances de la misma.
En los tres supuestos a que se refieren los arts. 18 a 20 de la ley 19.550, las
nulidades del contrato de sociedad se fundamentan en la tutela de intereses
generales o colectivos, por lo que no puede menos que atribuírsele carácter
absoluto, de manera que son sujetos legitimados para ejercer la acción de nulidad
de la sociedad que incurra en los supuestos de las referidas normas, son sus propios
socios, la autoridad de control, el Ministerio Público y hasta puede declararla de
oficio el juez interviniente en el caso, cuando aparece manifiesta en el acto (art. 387
del Código Civil y Comercial de la Nación).
La jurisprudencia revela la existencia de varios fallos que han declarado la
nulidad de sociedades de objeto ilícito:
a) En los autos "Kravetz, Mauricio", del 22 de abril de 1981, dictado por la sala B
de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, se resolvió que: la sociedad
de hecho celebrada con el propósito deliberado de transgredir el reglamento para la
explotación de quiniela, se encuentra comprendido en el art. 18 de la ley 19.550 y,
por lo tanto, los socios no pueden alegar la existencia de la sociedad para demandar
a terceros o para reclamar la existencia de los aportes, la división de las ganancias
o la contribución en las pérdidas.
b) En el caso "Banco Municipal de la Ciudad de Buenos Aires c/ Citanova SA" de
la sala B de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial del 16 de noviembre
de 1982, en el cual el tribunal, habiendo quedado determinado en autos el origen
delictuoso del dinero aportado a la sociedad, sostuvo con todo fundamento que la
ilicitud de los aportes equivale a la ilicitud del objeto de la sociedad, siendo tal nulidad
de carácter absoluto.
c) En el caso "Splenser Carlos c/ Eisler Erik", también de la sala B de la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Comercial, del 3 de julio de 1979, el tribunal aplicó
el art. 18 de la ley 19.550, cuando el móvil de la doble facturación para disimular
ganancias funcionó como requisito del acto constitutivo, integrando la causa del
contrato social. Consideró la Cámara el carácter absoluto de la nulidad y por ello,
los socios no han podido invocar la existencia del contrato social.
f) Finalmente, no puede dejar de mencionarse lo resuelto en el caso "Dato
Robinson Oscar Eduardo c/ Casino Buenos Aires Sociedad Anónima y otros s/

306 
 
ordinario", dictado por la sala A de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Comercial, de fecha 30 de agosto de 2007. Se trataba de una sociedad que se
constituyó para prestar dinero a las personas que concurren a las salas de juego de
un casino, estando vigente la resolución 138/1994, emanada de la Lotería Nacional,
conforme a la cual se encuentra prohibido entregar o recibir fichas o dinero a
terceros en los recintos de la salas de juego. "Resulta palmario —dijo el Tribunal
interviniente— que tal objeto contraviene la reglamentación vigente que prohíbe la
actividad que constituye el objeto de la referida entidad, que sería en consecuencia
ilícito, tornando a la misma, nula de nulidad absoluta, en los términos del art. 18 de
la ley 19.550".
Otras causas de nulidad por objeto ilícito que aportó la jurisprudencia fueron la
actuación de una sociedad dedicada a las telecomunicaciones que operaba en
forma clandestina, sin la debida licencia estatal(494)y la constitución de sociedades
de profesionales, cuando la legislación correspondiente prohíbe conformar dicho
objeto societario(495).
Declarada judicialmente la nulidad de la sociedad por objeto ilícito, ello trae
aparejadas las siguientes consecuencias:
1. Apertura del proceso liquidatorio, que se llevará a cabo a través de un
funcionario judicial.
2. Los terceros de buena fe, es decir, aquellos que desconocieron la ilicitud del
objeto, pueden alegar contra los socios la existencia de la sociedad, sin que estos
puedan oponer la nulidad, lo cual constituye aplicación concreta de la doctrina de
los propios actos.
3. Como contrapartida, los terceros de mala fe no pueden alegar contra los socios
la existencia de la sociedad, y el liquidador y los socios pueden oponerle la nulidad,
lo que se explica, pues tales terceros, al contratar con la sociedad en tales
condiciones, se han convertido en cómplices de los socios y, en consecuencia, la
ley hace extensiva a su respecto la sanción consagrada a estos últimos(496).
4. Los socios no pueden alegar la existencia de la sociedad ni reclamar los
derechos inherentes a su calidad de tales. En consecuencia, no podrán reclamar la
entrega de los aportes efectuados en calidad de uso y goce, ni la distribución de
ganancias o la contribución en las pérdidas.
5. Como consecuencia de lo expuesto, si bien el liquidador debe ajustar su
cometido a lo dispuesto por los arts. 101 y ss. de la ley 19.550, con pleno derecho
para exigir a los socios las contribuciones debidas para satisfacer las pérdidas (art.
106), los socios no pueden instruirlo ni exigirle la distribución de la cuota liquidatoria
o el reintegro del capital, aquel funcionario no puede eludir el cumplimiento de las
obligaciones que la ley le impone, como la de confeccionar estados contables o
informar sobre el estado de la liquidación, pero ello, como consecuencia de que el
trámite liquidatorio es judicial, debe ser efectuado ante el juez de la causa, quien
deberá aprobar cada uno de esos actos.
6. Realizado el activo y cancelado el pasivo social, el remanente no se distribuye
entre los socios sino que ingresa al patrimonio estatal para el fomento de la
educación común de la jurisdicción respectiva. Esta solución ha sido justificada
plenamente en un fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en los
autos "Dobronic, E. c/ Herederos de Salomón Bunader", del 28 de diciembre de
1982, en el cual se dijo que: "(...) la solución prevista por el tercer párrafo del art.
18 de la ley 19.550 no es confiscatoria. La confiscación a que se refiere el art. 17 de
la Constitución Nacional, borrada para siempre del Código Penal argentino, es el

307 
 
desapoderamiento de bienes sin sentencia fundada en ley o por medio de
requisiciones militares, por lo que no puede ser asimilado al régimen legal previsto
por el art. 18 de la ley 19.550 (...)".
7. La responsabilidad de los socios, los administradores y quienes actuaron
como tales en la gestión social, responden ilimitada y solidariamente por el pasivo
social y los perjuicios causados.
Dicha responsabilidad ha sido extendida por la jurisprudencia, en el caso "Banco
Municipal de la Ciudad de Buenos Aires c/ Citanova SA" antes citado, a la persona
que ostenta el carácter de socio simulado de la sociedad, si con su accionar presta
la cooperación que facilita la comisión del delito, y también al socio oculto, por
aplicación del art. 54 último párrafo de la ley 19.550.

§ 2. Sociedades de objeto lícito que realizan actividades ilícitas


El caso de las sociedades de objeto lícito, pero de actividad ilícita, contemplado
en el art. 19 de la ley 19.550 constituye otro supuesto de nulidad absoluta, que el
legislador ha expresamente previsto en beneficio de la comunidad y en protección
de los intereses generales.
Se diferencia del supuesto previsto por el art. 18, en que en este supuesto la
ilicitud de la actuación ha sido el motivo que los socios fundadores tuvieron en
cuenta a los fines de constituir la sociedad, mientras que en el segundo supuesto,
esto es, el previsto por el art. 19, mientras la sociedad cumple su objeto social en
forma normal, desarrolla con habitualidad o permanencia una actividad ilegítima.
El ejemplo más claro de sociedades con objeto lícito y actividad ilícita la
encontramos cuando la sociedad lleva una contabilidad paralela o realiza parte de
su operatoria "en negro", y así lo ha destacado la jurisprudencia(497), al afirmar
que "El uso y abuso de la sociedad, para efectuar negocios clandestinos,
denominados en negro, en beneficio directo de los socios, sin el pertinente registro
contable o con una doble contabilidad, una caja especial y una cuenta bancaria a
nombre de terceros indica, a la par que evitar fraudulentamente el pago de
obligaciones impositivas y previsionales, entre otras, distorsionar el fin lícito del
sujeto de derecho, burlando su patrimonio. Esto es, excediendo las razones de la
regulación legal del llamado recurso técnico, que constituye la personalidad jurídica
de la sociedad, habilitada dentro o limitada por los alcances queridos por la ley
19.550, la cual se encarga, en los arts. 18 y 19, de determinar el camino a seguir en
los casos de violaciones (...)".
Como se sostuvo en el caso "Quarti Jorge y otro c/ Italbó Sociedad de
Responsabilidad Limitada", dictada por el Juzgado en lo Civil y Comercial, 26
Nominación de la Ciudad de Córdoba en fecha 26 de mayo de 1986, la fuerza
convictita de la sanción prevista por el art. 19 de la ley 19.550 radica en la misma
disolubilidad, pues ello implica la disolución de la sociedad y la consecuente
privación, a todos los socios, del medio jurídico instrumentalmente apto para
desarrollar su actividad económica, lo cual lleva después a un régimen específico
de la liquidación que se aplicará a todos los socios que no logren acreditar su buena
fe.

308 
 
Otro supuesto de aplicación del remedio previsto por el art. 19 de la ley 19.550
se presentó cuando una sociedad comercial, constituida a los fines de la realización
de actividades financieras —intermediación habitual entre la oferta y la demanda de
recursos financiero—, luego de inscripta en el Registro Público de Comercio,
comenzó a operar sin la imprescindible autorización del Banco Central de la
República Argentina(498). Se sostuvo que resulta procedente disponer la nulidad de
la sociedad, por aplicación de lo dispuesto en el art. 19 de la ley 19.550, si de las
pruebas aportadas en el expediente, surge indudable que la sociedad demandada
enmarcaba su actuación comercial en forma continuada dentro del ámbito de la
intermediación financiera, la cual fue concretada sin haberse cumplido con los
requisitos legales exigidos a tal efecto(499).
Parte de la doctrina sostiene que la realización de actividades ilícitas por parte
de la sociedad, por tratarse de una actuación de desviación del objeto social, no
resulta procedente la declaración de nulidad, sino que solo produce su disolución y
se procede a su liquidación(500). Esta interpretación parte de un análisis exegético de
la norma del art. 19, en tanto textualmente prescribe que "Cuando la sociedad de
objeto lícito realizare actividades ilícitas, se procederá a su disolución y liquidación
a pedido de parte o de oficio...", olvidando que dicha norma está inserta en la
Sección 3ª del Capítulo I de la ley 19.550 titulado "Del régimen de nulidad", siendo
la realización de actividades ilícitas un claro supuesto de nulidad societaria.
Una interpretación finalista y coherente del texto del art. 19 de la ley 19.550 lleva
a concluir que, ante un supuesto de sociedad con objeto lícito y actividad ilícita, el
juez debe declarar la nulidad de dicha sociedad, y proceder a su inmediata
disolución y liquidación, pues como hemos antes señalado, y al tener la declaración
judicial de invalidez efectos para el futuro, las relaciones societarias y comerciales
de la sociedad, anteriores a esa declaración judicial, deben ser objeto de liquidación.
Repárese que, de configurar el supuesto en análisis una hipótesis de disolución, ella
debería estar incluida dentro de los supuestos de disolución prevista en el art. 94 de
la ley 19.550 y no entre las causales que determinan la nulidad de la sociedad. Por
otro lado, vale la pena reiterar que, por las especiales características del negocio
societario, siempre la declaración de nulidad importa el acaecimiento de una causal
de disolución.
La norma del art. 19 de la ley 19.550, además del mencionado caso "Quarti c/
Italbó SA" al cual hemos hecho referencia, y que autoriza la declaración de la nulidad
de la sociedad ante la falta de registración contable de determinadas operaciones
sociales en forma habitual, y que bien puede extenderse a la omisión en registrar —
total o parcialmente— al personal en relación de dependencia, encontró asimismo
adecuado ámbito de aplicación en materia de sociedades constituidas en el
extranjero que desarrollan su actividad en la República Argentina, sin cumplir con
las exigencias de publicidad previstas por la ley 19.550 y por las reglamentaciones
de la Inspección General de Justicia.
Se trató del caso "Biasider Sociedad Anónima s/ denuncia", tramitado ante la
Inspección General de Justicia, en donde se constató que dicha sociedad,
constituida en la República Oriental del Uruguay bajo la vigencia de la ley 11.073 de
ese país —sociedad off shore— llevaba a cabo un parte fundamental de su actividad
habitual en la República Argentina, sin cumplir con la norma que, en el caso de las
sociedades del exterior, es habilitante de ella, esto es, el cumplimiento de lo
dispuesto por el art. 123 de la ley 19.550, lo cual, a juicio de la autoridad de control
autoriza a calificarla como ilícita, con las consecuencias previstas en el art. 19 de la
referida normativa(501). Cabe consignar al respecto la inclusión de las sociedades off
shore dentro del ámbito del art. 19 de la ley 19.550 fue sostenida con sólidos

309 
 
argumentos por el profesor de Córdoba, Efraín Hugo Richard, al cual la aludida
resolución de la IGJ hizo expresa referencia(502).
La norma del art. 19 de la ley 19.550 presenta un problema de interpretación, en
tanto el legislador no ha aclarado si para la declaración judicial de nulidad de la
sociedad, es necesario un solo acto violatorio de la ley o si, por contrario, es
requerible una actuación de mediana permanencia, siendo ésta la solución que mas
me convence, en tanto la primera hipótesis podría afectar la continuación de la
actividad empresaria, por una sola inconducta del administrador, lo que conduciría
a resultados no solo no queridos, sino contrarios a la intención del legislador, que
en todo momento a procurado dejar a salvo a la empresa de los conflictos
particulares suscitados entre sus titulares. Parece evidente concluir, habida cuenta
la redacción del art. 19 de la ley 19.550, y en especial a la referencia efectuada en
torno a la buena fe de los socios que estuvieron ignorantes de la actividad ilegítima
desarrollada por los administradores, que el fundamento de la gravísima sanción
prevista en esta norma radica en que, salvo alguna excepción que es dable admitir,
todos los administradores y los integrantes de la sociedad han consentido la
realización de la actividad ilícita, y de allí que la declaración de nulidad es sanción
harto justificada.
Ello no implica, de manera alguna, sostener que la ley 19.550 no sanciona con
severidad los actos ilegítimos realizados por los administradores de sociedades
comerciales, aún consentidos por los socios, pero para poner remedio a esa
situación basta la promoción de las acciones de responsabilidad contra los
administradores que lo ejecutaron (arts. 59, 274 y ss., LSC) o la imputación de las
consecuencias de dichos actos a los socios que la consintieron (art. 54, párrafo 1º),
sin distinción entre socios limitada o ilimitadamente responsables.
Finalmente, el artículo en análisis prevé, frente a la declaración de nulidad de las
sociedades de actividad ilícita —que obviamente es absoluta—, los mismos efectos
que los previstos en el art. 18, para las sociedades de objeto ilícito, pero deja a salvo
los derechos de los socios que acrediten su buena fe, de reclamar lo que les
correspondiera en la liquidación de la sociedad, eximiéndolos de la responsabilidad
ilimitada y solidaria por el pasivo social y los perjuicios causados. Claro está que
como el art. 19 elimina la regla de la presunción de buena fe de los socios, para
quienes es difícil pensar que puedan ser ajenos a una actividad ilícita permanente,
determina la presunción iuris tantum de su mala fe, cargando cada uno de ellos la
prueba de su desconocimiento de la ilicitud de los actos de la sociedad, y ello en
razón tanto de su negligencia en el control de los negocios sociales, como por las
dificultades de prueba para determinar la mala fe, lo que en definitiva facilitaría la
impunidad(503).

§ 3. Compatibilización entre los arts. 19 y 54 último párrafo de la ley


19.550
¿Resultan compatibles las soluciones previstas por los arts. 19 y 54 último
párrafo de la ley 19.550?
Nuestra opinión es afirmativa, pues la norma del art. 54 último párrafo de la ley
19.550 - la cual, como vimos, imputa la actuación de una sociedad que encubra fines

310 
 
extrasocietarios o constituya un recurso para violar la ley, el orden público, la buena
fe o los derechos de terceros, a los socios o a los controlantes que la hicieron
posible, quienes responderán solidaria e ilimitadamente por los perjuicios causados
- constituye un remedio previsto de la ley para sancionar a quienes utilizan la
sociedad para provecho propio o con fines ilícitos, imputándole directamente la
autoría de esos actos y las consecuencias patrimoniales de ellos, sin que tal
imputación requiera actuación permanente, a diferente de lo que acontece con la
solución prevista por el art. 19 en análisis, que requiere, para hacer procedente la
declaración judicial de nulidad de la sociedad, haber enfocado una actuación
permanente y no aislada, en contra de la ley o en perjuicio de terceros.

§ 4. Las sociedades de objeto prohibido


Finalmente, el art. 20 de la ley 19.550 contempla el caso de las llamadas
"sociedades de objeto prohibido", que son aquellas —conforme lo expuesto en la
Exposición de Motivos— que por su tipo tengan un objeto prohibido por la ley.
La ley parece referirse a los casos en que, teniendo en cuenta la importancia
económica de determinadas empresas —que para desarrollarse requieren la
concentración de capitales— nuestra legislación exige que las mismas deben ser
llevadas a cabo por sociedades que adopten determinado tipo social. Tal es el caso
de la actividad bancaria y financiera, la de gestoría en los fondos comunes de
inversión y las empresas aseguradoras, que sólo pueden ser llevadas a cabo por
sociedades anónimas o, en el último de los casos, por sociedades cooperativas o
de seguros mutuos.
El objeto prohibido, como se ha sostenido, no implica ilicitud(504)sino que esa
prohibición se refiere a objetos vedados a ciertos tipos de sociedades, no por
cuestiones de fondo sino de forma(505), lo cual nos una solución cuanto menos
discutible, pues bastaría exigir un determinado capital social para el desarrollo de
tales actividades que, muchas veces, parecería preferible que sean desarrolladas
por sociedades con responsabilidad ilimitada y solidaria de los socios, conforme la
experiencia que hemos vivido reiteradamente en nuestro país, donde la
responsabilidad limitada parece haber sido tenida en cuenta, más que como un
beneficio adicional para la concentración de capitales, como un seguro de impunidad
frente a la inexistencia de fondos sociales, en perjuicio de los terceros.
Precisamente, teniendo en cuenta que la prohibición del art. 20 de la ley
19.550 no implica ilicitud, es que la ley, si bien sanciona con la nulidad absoluta a la
infracción de lo allí dispuesto, deja a salvo el derecho de los socios de repartirse el
eventual remanente de liquidación que les pudiera corresponder, manteniendo para
todos sus socios y administradores la responsabilidad solidaria e ilimitada por el
pasivo social y los perjuicios causados. Sin embargo, y habida cuenta de aquella
circunstancia —inexistencia de ilicitud— no se entiende como el art. 20 de la ley
19.550 no consagra excepción a la responsabilidad solidaria e ilimitada de los
socios, como lo ha hecho ante la hipótesis de actividad ilícita prevista por el art. 19,
donde los socios que desconocían esa actividad pueden eximirse de tan amplia
responsabilidad. Esto es una gravísima incongruencia que una futura reforma
legislativa debe poner remedio.

311 
 
Jurisprudencialmente se han registrado muy pocos casos de nulidad sociedades
por objeto prohibido. El más destacado de ellos, que encuadra la actividad bancaria
realizada por una sociedad sin la autorización del Banco Central de la República
Argentina dentro del ámbito del art. 20 de la ley 19.550, fue dictado por la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Comercial en el caso "Bunge Sociedad de Hecho
s/quiebra"(506)de la sala E de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial",
aportó una solución equivocada desde todo punto de vista, pues como hemos visto,
se trata de un supuesto de actividad ilícita, enmarcada en lo dispuesto por el art.
19 de la ley 19.550, en tanto ninguna sociedad puede actuar legalmente con
anterioridad a la obtención de su habilitación por parte de los organismos estatales
permanentes, cuando una expresa disposición legal requiere expresa autorización
de los mismos.
Para terminar, es necesario dejar aclarado que el régimen liquidatorio previsto
por los arts. 18 a 20 de la ley 19.550 es aplicable exclusivamente a las hipótesis
previstas en cada una de esas normas y a todos aquellos casos en que la
declaración judicial de nulidad es aplicada como sanción, pero no a otros supuestos,
en los cuales el legislador ha reservado la invalidez, frente a otras alternativas que
no suponen dolo en sus agentes. Para ellas —ejemplo de las cuales encontramos
en los arts. 27 y 32 de la ley 19.550— la declaración de su nulidad importa su
disolución, ingresando directamente a la etapa liquidatoria, con estricta aplicación
de las normas contenidas en la Sección XIII de la ley 19.550.

§ 5. Sociedades simuladas
Una gravísima omisión del legislador societario la constituye la falta de toda
regulación sobre las sociedades simuladas dentro de la Sección 3º del Capítulo I de
la ley 19.550, que trata sobre el régimen de nulidad de las sociedades comerciales,
en tanto el fenómeno de las sociedades que se constituyen para encubrir otro
negocio, esconder un patrimonio o una actuación personal constituye cosa de todos
los días y fenómenos mucho más frecuentes que las hipótesis previstas por los arts.
18 a 20 de la ley 19.550.
Esa omisión, por obviedad, no autoriza a sostener la validez de las sociedades
simuladas, pues el régimen de la personalidad jurídica no puede ser utilizada en
contra de los intereses superiores de la sociedad ni de los derechos de terceros(507)y
además, por aplicación de la siempre recordada y vigente nota de Vélez Sarsfield al
derogado art. 3136 del Código Civil, quien expuso que "sería un deshonor de la ley
que los jueces cerrasen sus ojos ante una conducta fraudulenta y permitieran que
esta triunfara". Con otras palabras, la sociedad simulada, constituida con la finalidad
de perjudicar a terceros, constituye una actuación ilegítima que acarrea su nulidad
absoluta, pues ella afecta intereses de orden general, y si bien los arts. 17 a 20 de
la ley 19.550 enumeran una serie de supuestos de nulidad de las sociedades
comerciales (atipicidad, objeto ilícito, actividad ilícita y objeto prohibido), ello no
descarta la aplicación de los principios generales sobre la ineficacia de los actos
jurídicos previstos por los arts. 382 a 395 del Código Civil y Comercial de la Nación
al contrato de sociedad comercial(508).
La doctrina y la jurisprudencia suelen distinguir, en forma unánime entre la
simulación de las sociedades y la simulación en las sociedades, en tanto la primera
312 
 
afecta la constitución del ente, ya sea mediante la creación de una sociedad que
carece de realidad o bien porque disimula bajo la apariencia societaria la celebración
de un negocio distinto. Por su parte, la simulación en la sociedad supone que el
ocultamiento tiene lugar durante la vida del ente(509), aprovechándose las estructuras
de la sociedad, para esconder negocios personales de su sujeto controlante.
La jurisprudencia ha aportado un claro ejemplo que permite aclarar cuando
estamos en presencia de la simulación de una sociedad de una simulación en una
sociedad, y en tal sentido se ha resuelto que un claro ejemplo de actos societarios in
fraudem legis, en sentido genérico, lo constituye la transmisión de acciones que
encierran una donación inoficiosa, mientras que un ejemplo de fraude a la ley lo
constituye la creación de una sociedad al solo efecto de cambiar el estatuto legal de
transmisión de los bienes en caso de muerte, aplicando el estatuto societario en
lugar del estatuto imperativo de las sucesiones; la creación de una sociedad ficticia
con el fin de evitar la división por mitades de los bienes gananciales o de evitar la
prohibición de que los funcionarios del Poder Ejecutivo adjudiquen licitaciones
privadas de precio a empresas de su propiedad(510).
La simulación en la constitución de sociedades se convirtió, en los últimos años,
en una patología que merced a su reiteración llegó a ser incluso tolerada y a veces
justificada por la comunidad, invocándose para ello y fundamentalmente, razones
de índole patrimonial y fiscal. Este extraño fenómeno, incentivado incluso por
profesionales del derecho y de las ciencias contables, se presentó a través de sus
dos clásicas variantes: a) mediante la constitución de las sociedades de cómodo,
esto es, en las cuales un socio reviste el carácter de dueño de todo el capital
accionario, menos una sola acción o cuota social, que es colocada por lo general en
cabeza del pariente más cercano y b) mediante la constitución de sociedades
constituidas en paraísos fiscales, comúnmente denominadas sociedades off shore,
cuya estructura se llegó a comprar, por pocos pesos, en cualquier oficina de
la city porteña y que servían para cualquier propósito, siempre ilegítimo(511).
Ya nos hemos referido, al comentar el art. 1º de la ley 19.550, el objetivo que se
persigue al constituirse una sociedad sustancialmente unipersonal, pero
formalmente pluripersonal, que instrumentalmente exhibe la presencia de dos
socios, uno de ellos como titular de unas pocas cuotas o acciones, aportando a la
sociedad una ínfima suma de dinero: se trata de un burdo artilugio para evitar la
responsabilidad ilimitada que nuestro derecho impone al comerciante o empresario
individual y que pretende ser frustrada —en obvio perjuicio de terceros— mediante
la constitución de una sociedad que ofrece tales características.
Bien es cierto que la ley 26.994, de reformas a la ley de sociedades comerciales,
admitió las sociedades anónimas unipersonales, pero ello no implica convalidar la
actuación de las "sociedades de cómodo", ni la consagración legal de las sociedades
de un solo socio, abren el camino para tolerar las sociedades simuladas, sobre las
cuales, la jurisprudencia tanto administrativa como judicial había reaccionado en el
año 2004, y luego de tolerar la proliferación de sociedades de estas características
durante años, se resolvió la procedencia de la declaración de nulidad del acto
constitutivo de una sociedad comercial por simulación ilícita, al padecer como vicio
intrínseco la infracción a la pluralidad de sujetos exigida por la ley 19.550, toda vez
que en nuestro derecho no es admisible la limitación de responsabilidad del
empresario individual por vía de la constitución simulada —ante la inexistencia de
pluralidad de socios— de una sociedad de responsabilidad limitada, pues sucede
que la simulación no puede reputarse "inocente" en la medida en que persiga
estatuir una irresponsabilidad parcial en apartamiento de la ley y con potencial
afectación del derecho de los terceros cocontratantes, quienes no van a poder contar

313 
 
con el patrimonio íntegro del comerciante individual como prenda común por las
obligaciones contraídas mediante la sociedad simulada, lo que la convierte en
ilícita(512).
Del mismo modo, y en lo que respecta al fenómeno que es conocido en ciertos
círculos como "operatoria off shoring", de la cual las sociedades extranjeras
constituidas en paraísos fiscales que operan en nuestro país constituyen su mejor
ejemplo, la Inspección General de Justicia dictó una serie de resoluciones generales
(resoluciones generales 7/2003; 8/2003; 12/2003; 2/2005; 3/2005 y 9/2005)
tendientes a acabar con esas entidades ficticias, creadas por lo general para evadir
el cumplimiento de obligaciones fiscales, ocultar patrimonios, defraudar a los
herederos, a la sociedad conyugal, a los proveedores, a los trabajadores y, en
general, a la gente común, que no acostumbra a actuar enmascarada, como lo
hacen quienes utilizan esas meras pantallas societarias, para ocultar su actuación
personal y su patrimonio. A dichas sociedades nos dedicaremos al estudiar los arts.
118 a 124 de la ley 19.550, a cuyos comentarios corresponde remitir.
La acción judicial de nulidad por simulación en la constitución de sociedades o
en la actuación de éstas genera por lo general —y como acontece en toda acción
promovida en los términos de los arts. 333 a 337 del Código Civil y Comercial de la
Nación— un grave problema de prueba, en especial cuando se trata de demandas
promovidas por terceros, víctimas de las maniobras de aquellos que se esconden o
ocultan su patrimonio detrás de esas entidades fantasmas. Sin embargo, y desde
antiguo, ha sido universalmente aceptado que en este tipo de juicios, la prueba de
presunciones reviste esencial importancia, siendo entre muchas otras, las que se
expondrán a continuación, de conformidad con la riquísima casuística que exhibe la
jurisprudencia de nuestros tribunales y de la autoridad de control:
a) Los vastísimos alcances del poder otorgado por la sociedad extranjera a sus
apoderados en la República Argentina que los facultan para hacer lo que quisiesen
en el país, a su exclusivo antojo(513).
b) La circunstancia de que la única actividad comercial llevada a cabo por la
sociedad anónima a lo largo de su extensa historia fue exclusivamente el
arrendamiento de los campos destinados a la explotación agropecuaria, explotación
cuyos resultados pecuniarios nunca fueron ingresados a la sociedad, sino
embolsados directamente por quienes eran los titulares de la totalidad del paquete
accionario de aquella compañía, sin ningún tipo de injerencia de quienes integraron
su directorio y sindicatura(514).
c) Cuando todas las operaciones celebradas en la República Argentina por la
sociedad extranjera, haya sido adquirir bienes de una misma persona física(515).
d) La situación estática de los bienes de una sociedad comercial, lo cual
constituye situación inconciliable con los fines que debieron constituir el motivo de
la formación de dicha compañía(516).
e) La falta de toda actividad comercial de la sociedad extranjera en su país de
origen como en la República Argentina, siendo solo titular de un inmueble que se
destina al disfrute personal del apoderado de dicha sociedad en nuestro país(517).
f) La desproporción entre los aportes de uno y otro socio; las ventajas enormes
conferidas a un socio quien con un aporte aparente ejercía el control de la sociedad;
la inexistencia de documentación que acredite tales aportes y el aporte a la sociedad
de todos sus bienes por uno de los socios sin previo estudio y análisis de sus
estatutos(518).

314 
 
g) La transferencia reiterada de distintos bienes sociales efectuadas en conjunto,
por un precio recibido con antelación y en las que aparecen como compradores
personas que son insolventes o con escasos recursos económicos(519).
h) El desconocimiento de los socios fundadores entre sí y que uno de ellos se
dedique a hacer trabajos de mantenimiento para el estudio contable que se encargó
de la constitución de la sociedad denunciada por simulación(520).
i) La conservación del patrimonio por su titular(521).
j) Las discrepancias entre los libros sociales sobre las verdaderas titularidades
accionarias en la sociedad filial, que constituyen otra presunción sobre la
insinceridad de las sociedades extranjeras que aparecen como titulares de la
mayoría del paquete accionario de aquella sociedad(522).
k) La conservación del cargo de director o administrador de la sociedad por quien
ha vendido sus acciones en la sociedad, absteniéndose de hacerlo el adquirente de
las mismas, lo que ha sido calificado como una aplicación, al negocio societario, de
la llamada retentio posesionis, que es, desde siempre una de las pruebas capitales
de la simulación de los actos jurídicos(523).
l) Cuando el inmueble adquirido por la sociedad extranjera excede notoriamente
las necesidades de la sede de una sociedad que se inscribió en el Registro Público
de Comercio en los términos del art. 123 de la ley 19.550, esto es, para participar
de sociedades locales, y cuyas comodidades no son las de una oficina comercial,
sino las propias de una propiedad de lujo (piscina, cancha de tenis, amplios lotes,
etc.)(524).
m) La falta de presentación de los estados contables a la Inspección General de
Justicia, desde su misma constitución, que constituye una presunción en contra con
respecto al normal funcionamiento de una sociedad comercial(525).
Reviste especial importancia reparar en la doctrina del caso "Torrillate Daniel
Alfredo s/ quiebra contra Sheppell Group SA y otros s/ ordinario", dictado por la sala
B de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, del 31 de agosto de 2016,
y el fallo "Petroex Uruguay SA, le pide la quiebra el Banco General de Negocios" de
fecha 25 de octubre de 2016, dictado por la sala E del mismo tribunal, donde,
siguiendo al dictamen de la Fiscal de Cámara interviniente, la Dra. Gabriela
Fernanda Boquin, se ratifica el carácter de simulada e ilícita de las sociedades off
shore, y se pone de manifiesto la importancia de su actuación cuando se las utiliza
para insolventar un persona humana o jurídica y trasvasar sus bienes a terceros.
En el primero de los casos, "Torrillate", se hizo lugar a una demanda interpuesta
por la sindicatura de la quiebra y al pedido de nulidad, por simulación ilícita, de la
compraventa celebrada entre el fallido y una sociedad off shore uruguaya (SAFI),
respecto de un inmueble sito en un importante club de campo de la Provincia de
Buenos Aires. En este precedente, el tribunal discurrió largamente sobre la prueba
de la simulación, destacando, como indicio suficiente a tal fin, el hecho de que el
vendedor del inmueble continuó viviendo en el inmueble transferido a la sociedad
off shore, ejerciendo su posesión por más de diez años, con posterioridad a la
escritura traslativa de dominio. Por su parte, en su correspondiente dictamen, la
representante del Ministerio Público ante ese tribunal de alzada, la Dra. Gabriela
Boquin, basó su dictamen, proclive a la declaración de nulidad de los actos atacados
por la sindicatura, en la intervención de la sociedad "Sheppell Group SA" en todo
este episodio, extendiéndose sobre la naturaleza de las sociedades off shore, a las
cuales calificó como verdaderas herramientas para el ilícito.

315 
 
En el otro caso, "Petroex Uruguay SA", el objeto de dicho juicio fue la extensión
de quiebra del Banco General de Negocios a dicha sociedad, constituida en la
República Oriental del Uruguay al amparo de la ley 11.073 dicho país, tratándose
de una compañía constituida en el año 1994, que no se ajustó a las resoluciones
dictadas por la Inspección General de Justicia a partir del año 2003 y que exhibía la
particularidad de desempeñar toda su actividad en la República Argentina, a través
de una sucursal, sin existir casa matriz en su país de origen.
Ahora bien, la legitimación pasiva en materia de acciones judiciales de nulidad
por simulación del acto constitutivo de la sociedad presenta también algunos
inconvenientes, en tanto que ha sido objeto de discusión en la doctrina y la
jurisprudencia si es la sociedad la que debe ser demandada exclusivamente, como
sujeto de derecho con personalidad jurídica propia(526), o son sus integrantes, con
prescindencia de aquella. Por mi parte, participo de la idea de que tanto la sociedad
como los integrantes de la misma deben ser traídos a juicio(527), pero por diferentes
motivos: en cuanto a los socios, éstos han sido los que han participado en la
celebración de un acto carente de toda validez y creado un sujeto de derecho con
fines ilegítimos, y en cuanto a la sociedad, porque su carácter de tal, independiente
de la personalidad de sus socios, le obliga a ser parte en un proceso donde se
discute su validez y que puede termina en su extinción como persona jurídica.
Finalmente: ¿Puede la autoridad de control iniciar acciones judiciales de nulidad
por simulación basados en la creación ficticia de sociedades?
Si bien es cierto que el art. 303 de la ley 19.550 no incluye a la facultad de la
Inspección General de Justicia para promover demandas por nulidad por simulación
de las sociedades inscriptas ante el registro Público a su cargo, es de toda evidencia
su legitimación activa, toda vez que: a) Como autoridad de control del
funcionamiento de sociedades comerciales, la Inspección General de Justicia debe
evitar, con su accionar, la existencia o circulación de sociedades ficticias o creadas
con fines ilegítimos o extrasocietarios, toda vez que la verdadera composición del
elenco de socios de toda compañía mercantil, cualquiera fuere su tipo, es dato de
evidente interés para toda la comunidad; b) No puede pretenderse que la autoridad
de control deba asistir impávida a la constitución de sociedades que se desvían
ostensiblemente de los fines pretendidos por el legislador y de los recaudos a los
que se sujeta aquella constitución, toda vez que se encuentra comprometido el
interés público cuya tutela constituye el fundamento mismo del control que se
pretende cuestionar(528).
De manera tal que, ante la existencia de sociedades ficticias, creadas a los fines
de perjudicar a terceros, la Inspección General de Justicia debe actuar en forma
inmediata para preservar a la comunidad de semejantes instrumentos, que nada
tienen que ver con la intención que tuvo el legislador societario al consagrar a la
sociedad comercial como un instrumento de concentración de capitales para el
desarrollo de determinados emprendimientos mercantiles.

316 
 
Sección IV - De las sociedades no constituida según los tipos El Capítulo II y
otros supuestos

ART. 21.—
Sociedades incluidas. Las sociedades que no se constituyan con sujeción a los tipos
del Capítulo II, que omita requisitos esenciales o que incumpla con las formalidades
exigidas por esta ley, se rige por lo dispuesto por esta Sección.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 1º, 2º, 7º, 17, 22 a 26. Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 173.
LSC Uruguay: art. 36.

§ 1. Introducción. Régimen legal aplicable. Breve panorama histórico


de las sociedades no constituidas regularmente
Si se tiene en cuenta el fenómeno de la concentración de capitales en compañías
mercantiles donde sus integrantes limitan la responsabilidad del riesgo empresario
como una característica relevante del derecho comercial moderno, podría
sostenerse que la problemática de las sociedades irregulares o de hecho ha dejado
de tener importancia ante las actuales tendencias del derecho mercantil.
Sin embargo no ocurre así, no sólo a nivel general del derecho comparado privado,
sino que, dentro de nuestra realidad, también las cuestiones relativas a las
sociedades no constituidas regularmente son materia cotidiana de la preocupación
de los abogados y las decisiones de los jueces, que deben brindar las soluciones
necesarias, ante los conflictos que se suscitan en torno a ellas.
La existencia de sociedades no constituidas regularmente no necesariamente
responde a la negligencia o dejadez de sus integrantes, como podría suponerse. Tal
hipótesis es frecuente pero no única, pues la propia dinámica de la actividad
mercantil impone, en la generalidad de los casos, la realización de operaciones
comerciales con anterioridad al cumplimiento de los trámites de inscripción de la
sociedad, e incluso, a la firma del contrato constitutivo de sociedad. Es más, puede
afirmarse que por lo general, la realización de operaciones comunes es previa a la
suscripción de ese instrumento.
Sin embargo, y como lo analizaremos con mayor profundidad en los párrafos
siguientes, no puede afirmarse que, como regla general, la concertación de
operaciones mercantiles realizadas por la sociedad con anterioridad a la inscripción
del contrato constitutivo implica necesariamente calificar a la misma como sociedad
de hecho o irregular. Los arts. 183 y 184 de la ley 19.550 que legislan sobre el
fenómeno de las sociedades en formación imponen esta conclusión.
La reglamentación de las sociedades no constituidas regularmente es de vieja data
en nuestro país. El art. 269 del Código. de Comercio "derogado por la ley 19.550"
expresaba en su parte pertinente que: "La sociedad que no se haga constar por

317 
 
escrito y cuyo instrumento probatorio no se haya registrado, será nula para el futuro,
en el sentido de que cualquiera de los socios podrá separarse cuando le parezca,
pero producirá sus efectos respecto de lo pasado, en cuanto a que los socios se
deberán dar respectivamente cuenta, según los principios del derecho común, de
las operaciones que hayan hecho, y de las ganancias o pérdidas que hayan
resultado...".
Por su parte, la ley 19.550, trató de organizar, en la Sección IV (arts. 21 a 26), un
sistema tendiente a adecuar a la realidad jurídica la problemática de las sociedades
de hecho con objeto comercial y de los tipos de sociedad autorizados por la ley, que
no se hubieran constituido regularmente por falta de cumplimiento de algún recaudo
formal. No debemos olvidar que por su parte, el derogado Código Civil incorporaba
expresas normas para legislar a las sociedades con objeto no mercantil, que no
hubieran cumplido con las formalidades propias de constitución (art. 1184 inc. 3º).
Sin embargo, el legislador mercantil de 1972 no las consideró como un tipo social
propiamente dicho, al igual que las contempladas en el Cap. II de la ley 19.550, sino
como una clase de las sociedades constituidas en infracción al mismo régimen
societario. Una prueba de esto es que las normas que rigen su desenvolvimiento
(arts. 21 a 26) obran a continuación del régimen de nulidad, lo cual demuestra
acabadamente la intención de aquél.
Si bien no las ha ignorado — lo que resultaba imposible debido a que el comercio,
en una importante medida, se desarrolla teniéndolas como sujetos intervinientes —
, les aplicó un régimen evidentemente sancionatorio, a través de una serie de
disposiciones que llegaron incluso a prohibir la invocación de las cláusulas
contractuales entre los mismos socios, lo cual fue sanción que excedía notoriamente
la infracción cometida, permitiéndose de esa forma a que cualquiera de los socios
pueda disolver la sociedad en forma intempestiva, lo cual era consecuencia de ese
cuestionable régimen de inoponibilidad.
Es importante destacar que la ley 19.550 reemplazó, en relación con el régimen del
Código de Comercio, la sanción de nulidad por la de la inoponibilidad absoluta de
las cláusulas del contrato social, incluso entre los mismos socios. Esto se basó
precisamente en la falta de inscripción del contrato constitutivo en el Registro Público
de Comercio, que impide que los terceros se instruyan del contenido de sus
cláusulas, pero esta explicación no resultaba suficiente en la medida en que la ley
19.550 prohibía la invocación del instrumento aun entre los mismos socios (art. 23,
párr. 2º, ley 19.550), criterio éste que podría encontrar fundamento en la necesidad
de desalentar a los integrantes de la sociedad irregular o de hecho, pero de ninguna
manera conformaba a nadie, pues lesionaba el principio general que, en materia
contractual, preveía el hoy derogado art. 1197 del Código Civil.
La jurisprudencia de nuestros tribunales — posterior a la ley 19.550— interpretó
estrictamente el espíritu de la ley mencionada. No obstante, la doctrina intentó
morigerar la gravedad de las soluciones previstas en los arts. 21 a 26 de la ley
19.550, pues el régimen de disolución intempestiva a que alude el art. 22, resultaba
muchas veces no sólo inconveniente, sino también perjudicial tanto para los socios
como para el comercio en general. Al resultar improcedente el régimen de resolución
parcial que para las sociedades regularmente constituidas prevén los arts. 89 al 93
de la ley 19.550 — y que resulta inaplicable para las sociedades irregulares o de
hecho, pues implicaba alegar las cláusulas del contrato social, lo cual se encontraba
por entonces vedado —, no quedaba otra alternativa, frente a la voluntad disolutoria
de cualquiera de los socios, que disolver la sociedad, liquidando la sociedad y
poniendo fin al fondo de comercio sin beneficio para nadie, cuando el problema

318 
 
podría solucionarse por vía de un receso voluntario. Obviamente, y como no podía
ser de otra manera, en la práctica se ignoraba este inconveniente con la venta de la
parte societaria por el socio disolvente, cuando ello era posible, quien, a pesar de
su alejamiento, debía soportar el régimen de responsabilidad previsto por la ley
durante toda la existencia de la sociedad, aún con posterioridad a su alejamiento.
Estos inconvenientes fueron comprendidos inmediatamente por nuestra doctrina,
quienes en todos los congresos y jornadas de derecho societario celebrados entre
los años 1972 (año de la sanción de la ley 19.550) hasta el año 1983, en que fue
sancionada la ley 22.903 de reformas a ese ordenamiento legal, presentaron
innumerables iniciativas para modificar el régimen legal de estas sociedades,
propugnando la necesidad de instituir un régimen de regularización y de posibilitar
el retiro de cualquiera de los socios, sin afectar a la sociedad.
La ley 22.903, sancionada en 1983 y que reformó en gran parte la ley 19.550, no
ignoró la importante red de negocios que se desarrollan en torno a esta clase de
sociedades, pero enfocó su tratamiento desde una óptica radicalmente diferente,
pues no será ya la severidad de su tratamiento legal la que obligará a los socios a
la liquidación de la sociedad que integran, sino que, por vía del procedimiento de
regularización que ha introducido el nuevo art. 22, se posibilitará su
perfeccionamiento y adecuación a uno de los tipos previstos en la ley 19.550.
Esquemáticamente y sin perjuicio de un posterior desarrollo del tema, la ley 22.903
introdujo, en relación con las sociedades constituidas regularmente, dos
innovaciones fundamentales: a) El aludido régimen de regularización y b) La
viabilidad del retiro de uno o varios socios, disconformes precisamente con el
procedimiento de regularización, evitando de esa manera el riguroso régimen de
disolución que consagraba el anterior art. 22 de la ley 19.550, en su versión original.
Resulta ponderable la reforma efectuada por la ley 22.903 a los arts. 183 y 184 de
la ley 19.550, de cuyos términos, conforme a la actual redacción, puede concluirse,
sin discusión alguna, que la realización de las actividades propias al objeto social
durante el trámite de constitución de la sociedad, no le quita a la misma el carácter
de ente en formación ni la convierte en sociedad irregular, como había sido
sostenido sin reservas durante la vigencia de la ley 19.550.

§ 2. La reforma efectuada por la ley 26.994. Cambios de paradigma


en esta materia
Dentro de las modificaciones más sustanciales efectuadas por la ley 26.994(529)a la
ley de sociedades comerciales —hoy Ley General de Sociedades— como
consecuencia de la sanción del Código Civil y Comercial de la Nación (en adelante
CCyCN), se encuentra la derogación del régimen de las sociedades irregulares o de
hecho, que se encontraban reguladas en la Sección IV del Capítulo I de la ley
19.550, y la inclusión, dentro de los nuevos arts. 21 a 26, de un nuevo régimen legal,
denominado "De las sociedades no constituidas según los tipos del Capítulo II y
otros supuestos" —a diferencia de la denominación original de la aludida sección:
"De la sociedad no constituida regularmente"— que comprende en su regulación, a
todas aquellas sociedades que no se han inscripto en forma regular, así como a las
sociedades que carezcan de requisitos esenciales —tipificantes y no tipificantes— y

319 
 
finalmente a las hoy denominadas sociedades civiles, cuyo generoso régimen legal
previsto en el derogado Código Civil, ha quedado totalmente derogado.
Costará mucho trabajo, tanto a los abogados como a los catedráticos de las ciencias
jurídicas, acostumbrarnos a este nuevo régimen legal, que nada tiene que ver con
el derogado régimen de las sociedades no constituidas regularmente, teñida de un
fuerte acento sancionatorio, el cual, con la promulgación de la ley 26.994 ha sido
definitivamente abandonado. No menos esfuerzo intelectual costará asimismo
incorporar a nuestro criterio jurídico el hecho de que existe una sección en el
régimen legal argentino, dedicado a sociedades que no cumplieron un claro
mandato legal, esto es, la inscripción regular en un registro público, que hayan
violado los principios de tipicidad y completividad del contrato social, en todas las
cuales sus integrantes gozan de un régimen de responsabilidad más benigno que
algunas sociedades regularmente constituidas, que sí han cumplido la carga
inscriptoria prevista por el art. 7º de la ley 19.550, como acontece con las sociedades
incluidas en la Sección I, II y III del Capítulo 2 del referido ordenamiento legal
(sociedades colectivas, en comandita simple y de capital e industria).
Pero así son las cosas a partir de la entrada en vigencia del Código Civil y Comercial
de la Nación —el día 1º de agosto de 2015—, oportunidad en que deberá entenderse
que las sociedades incluidas en la Sección IV del Capítulo 1º de la ley 19.550
son casi sustancialmente un nuevo tipo legal, aún cuando formalmente dicho
ordenamiento legal no las considere de esta manera, pues continúan siendo
legisladas en una sección denominada "De las sociedades no constituidas según
los tipos del Capítulo II y otros supuestos", que comprenden los arts. 21 a 26 de la
ley, sección que se encuentra incluida a continuación del régimen de nulidad, como
si se tratara de una anomalía al régimen societario. Destaquemos que cierta
doctrina, intentando de alguna manera asimilar a esta clase de sociedades con uno
de los tipos previstos en el capítulo II de dicha normativa, se refiere a ellas como un
supuesto de "tipicidad de segundo grado", argumentando que, en los hechos, las
mismas se transformarán en un nuevo tipo social, configurándose entonces una
tipicidad de segundo grado, no incluida en el Capítulo II, referido a las sociedades
en particular(530), razonamiento que carece de todo sustento legal, pues no existe,
en nuestra legislación societaria y asociativa, norma alguna que establezca
graduaciones en materia de tipicidad societaria.
La nueva denominación de la Sección IV del Capítulo II de la ley 19.550, esto es, "De
las sociedades no constituidas según los tipos del Capítulo II y otros supuestos", es
sugestiva aunque plenamente desacertada, pues parecería que esta sección está
dedicada fundamentalmente a las sociedades atípicas, cuando las principales
protagonistas serán —como siempre lo han sido— las sociedades irregulares y de
hecho, esto es, los "otros supuestos" a los que se refiere el referido título.
Curiosamente, no existió en más de 40 años de la vigencia de la ley 19.550, un solo
caso de jurisprudencia que interpretara el art. 17 primer párrafo de dicha ley o que
pusiera en debate la existencia de una sociedad comercial carente de requisitos
tipificantes, lo que nos revela que el tema de la atipicidad era solo una preocupación
de cierta parte de la doctrina, no exclusivamente societaria, que participó en la
redacción del Proyecto de Unificación del Código Civil y Comercial del año 2008 y
cuyas normas fueron casi enteramente recogidas por la ley 26.994, cuando la mayor
parte de ellas nadie las reclamaba.
La primera crítica que puede formularse a la actual regulación de las sociedades
previstas en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550 es que el régimen de las
sociedades irregulares o de hecho previsto en los arts. 21 a 26 de la ley 19.550 no
necesitaba ser derogado sino solo retocado y reformulado en ciertos y determinados

320 
 
aspectos. Era un régimen basado en largos años de jurisprudencia (1889/1972) y
elaboración doctrinaria y cuyos principios generales —severa responsabilidad de
sus integrantes, representación promiscua de la entidad, régimen amplio de prueba
y posibilidad de los socios de dar por finalizado el ente— no eran discutidos por
nadie y estaban plenamente incorporados a nuestra formación jurídica. Solo bastaba
modificar el régimen de oponibilidad interna entre los integrantes de la sociedad y
permitir a las mismas la adquisición de bienes registrables mediante un
procedimiento que otorgare suficiente protección a los terceros, como venía siendo
predicado en la mayor parte de los innumerables eventos académicos celebrados
en la República Argentina desde casi la sanción misma de la ley 19.550.
Por otra parte, y eliminadas las sociedades civiles como consecuencia de la
derogación de los arts. 1648 a 1788 bis del Código Civil, que pasan a gobernarse,
cuando aquellas no se hayan instrumentado mediante escritura pública, por la
sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, en tanto se trata de sociedades "no
constituidas con sujeción a los tipos previstos en el Capítulo II", no resulta
satisfactoria la aplicación sin más a las sociedades civiles vigentes a la fecha de la
puesta en vigencia del nuevo Código Civil y Comercial de la Nación, de las nuevas
soluciones previstas legalmente, pues la propia naturaleza de este tipo de
sociedades, con modalidades especiales que las caracterizan —en especial las
sociedades de profesionales, que son cientos y cientos y de ellas, la gran mayoría
no constituidas en forma regular— requería una normativa mucho más detallada y
minuciosa en lo que respecta a su funcionamiento, en especial teniendo en cuenta
la diversidad de aportes de sus integrantes y el no siempre uniforme régimen de
distribución de ganancias y pérdidas entre ellos.
Y finalmente —sin perjuicio de algunas otras críticas parciales y puntuales que
ofrece la redacción de los nuevos arts. 21 a 26 de la ley 19.550— todo parece
concluir que dentro de su seno quedan comprendidas tanto las sociedades
irregulares y las sociedades de hecho, por ser ambas sociedades que "han
incumplido con las formalidades exigidas por esta ley...", conforme a la actual
redacción del art. 21 de la ley 19.550, aunque bueno es aclararlo, ello constituye un
tema sobre el cual hay importantes disquisiciones entre nuestra calificada doctrina
societaria, a punto tal de sostenerse que la sociedad de hecho no está incluida en
este novedoso articulado, pues como analizaremos más adelante, todas las
disposiciones incluidas en la nueva Sección IV del Capítulo I de la Ley General de
Sociedades parecen referirse solo a las sociedades irregulares y no a aquellas
sociedades que carecen de todo instrumento de constitución —esto es, las
conocidas "sociedades de hecho"—, toda vez que, conforme a la redacción de estas
novedosas disposiciones legales, prácticamente todo el régimen de oponibilidad de
la actuación y de las cláusulas del contrato social de estas nuevas sociedades entre
los socios y frente a terceros está subordinada a la existencia de un contrato social
escrito, cuya ausencia es, precisamente, lo que caracteriza la existencia de las
sociedades de hecho.
Alguna doctrina ha predicado los beneficios de la reforma efectuada por la ley 26.994
en esta materia, sosteniendo que la nueva Sección Cuarta del Capítulo I de la ley
19.550 debe interpretarse en función de las necesidades de sus potenciales
usuarios, que no son otros que las microempresas, que enfrentan graves dificultades
tanto financieras como operativas, y que requieren instrumentos jurídicos de gran
flexibilidad, bajos costos y una responsabilidad acorde con los riesgos asumidos.
Esta manera de razonar, conforme a la cual las microempresas deberían encontrar
en la "Sección Cuarta", un instrumento técnico idóneo para encausar formalmente
sus negocios, fue expuesta por los profesores marplatenses, José David Botteri (h)

321 
 
y Diego Coste, en reiterados eventos académicos dedicados a la reforma efectuada
por la ley 26.994 a las sociedades mercantiles(531), incurre en el error de identificar a
las normas de los arts. 21 a 26 de la ley 19.550 como un nuevo tipo societario,
cuando ello no es así, habida cuenta la ubicación de dichas normas en el
ordenamiento societario argentino, siendo lógico concluir que si el legislador hubiera
tenido intención de consagrar un tipo societario especial para las microempresas, lo
hubiera incluido dentro del capítulo II de la ley 19.550 y no como una anomalía al
régimen societario.
Pero además de ello, no considero adecuado sostener que por el hecho de tratarse
de "microempresas" ellas merezcan un tratamiento societario, fiscal o laboral más
beneficioso que las demás personas que resuelven constituir una sociedad
comercial adaptada a uno de los tipos previstos legalmente. Los problemas
financieros o impositivos que pudieran afectar a los denominados "emprendedores"
en nuestro país no puede constituir un "bill de indemnidad" a la hora de responder
frente a terceros por las obligaciones contraídas ni justificar —máxime cuando se
encuentra probado estadísticamente que ellas generan el ochenta por ciento del
empleo irregular, como lo sostienen los propios Botteri y Coste— una actuación
contraria a derecho, por simple aplicación del principio general de derecho,
conforme al cual quien no actúa en forma legal, no puede encontrarse en mejores
condiciones que las personas respetuosas de la ley.

§ 3. El nuevo régimen legal. Características generales


Aclarado entonces que conforme lo dispuesto por el art. 21 de la Ley General de
Sociedades, se encuentran incluidas en la Sección IV de la misma a las sociedades
que no se hayan constituido con sujeción a los tipos del Capítulo II; que omitan
requisitos esenciales o que incumplan con las formalidades exigidas por esta ley,
cabe formularse la siguiente pregunta: ¿Cuál es entonces el régimen que caracteriza
a las sociedades incluidas en la Sección IV de la ley 19.550 en su nueva versión?
a) En primer lugar y a diferencia del régimen legal previsto en el derogado art. 23 en
materia de inoponibilidad interna del contrato social, el actual art. 22 prevé que el
contrato social puede ser siempre invocado entre los socios, siendo oponible a los
terceros solo si se prueba que éstos lo conocieron efectivamente al tiempo de la
contratación o del nacimiento de la relación obligatoria. Por su parte, dicha norma
dispone también que el contrato social puede ser también invocado por los terceros
contra la sociedad, los socios y los administradores.
b) Con respecto al régimen de administración, representación y gobierno de estas
sociedades, el nuevo art. 23 prescribe que las cláusulas relativas a la
representación, a la administración y las demás que disponen sobre la organización
y gobierno de la sociedad, pueden ser invocadas entre los socios y en lo que
respecta a las relaciones con los terceros, cualquiera de los socios representa a la
sociedad exhibiendo el contrato, pero la disposición del contrato social le puede ser
opuesta si se prueba que los terceros la conocieron efectivamente al tiempo de
nacimiento de la relación jurídica.
c) Tratándose de bienes registrables, y a diferencia de lo dispuesto por el
controvertido art. 26 del derogado régimen legal, cuya redacción dio lugar a todo tipo

322 
 
de interpretaciones, el segundo párrafo del nuevo art. 23 de la Ley General de
Sociedades dispone que la sociedad podrá adquirir bienes registrales, para lo cual
debe acreditar ante el registro correspondiente, su existencia y las facultades de su
representante por un acto de reconocimiento de todos quienes afirman ser sus
socios. Este acto debe ser instrumentado en escritura pública o instrumento privado
con firma autenticada por escribano, aclarando la nueva disposición legal que el bien
se inscribirá a nombre de la sociedad, con precisa indicación de la proporción en
que participan los socios en tal sociedad.
d) En materia de prueba, y al igual que el derogado art. 25 de la ley 19.550, el último
párrafo del art. 23 es terminante sobre el particular: la existencia de la sociedad
puede acreditarse por cualquier medio de prueba.
e) La modificación más trascendente en materia de estas novedosas sociedades lo
aporta el art. 24, cuando, referido a la responsabilidad de los socios, prescribe que
éstos responden frente a terceros como obligados simplemente mancomunados y
por partes iguales, salvo que la solidaridad con la sociedad o entre ellos a una
distinta proporción, resulten: 1) De una estipulación expresa respecto de una
relación o un conjunto de relaciones; 2) De una estipulación del contrato social, en
los términos del art. 22 y 3) De las reglas comunes del tipo que manifestaron adoptar
y respecto del cual se dejaron de cumplir requisitos sustanciales o formales.
f) En lo que respecta a su subsanación de las sociedades incluidas en la sección IV
de la Ley General de Sociedades, el novedoso art. 25 dispone que estas sociedades
pueden ser subsanadas a iniciativa del mismo ente o de los socios en cualquier
tiempo, aclarando la referida norma que "A falta de acuerdo unánime entre los
socios, la subsanación puede ser ordenada judicialmente en procedimiento
sumarísimo. En caso necesario, el juez puede suplir la falta de acuerdo, sin imponer
mayor responsabilidad a los socios que no lo consientan", agregando finalmente que
"El socio disconforme podrá ejercer el derecho de receso dentro de los diez días de
quedar firme la decisión judicial, en los términos del art. 92".
g) En materia de disolución y liquidación de estas sociedades, el segundo párrafo
del nuevo art. 25 dispone que cualquiera de los socios puede provocar la disolución
de la sociedad cuando no media estipulación escrita del pacto de duración,
notificando fehacientemente tal decisión a todos los socios. Sus efectos se
producirán, de pleno derecho entre los socios, a los 90 días de la última notificación
y los socios que deseen permanecer en la sociedad deben pagar a los salientes su
parte social, disponiendo finalmente dicha norma que "La liquidación se rige por las
normas del contrato y de esta ley".
h) Finalmente y en lo que respecta a las relaciones entre los acreedores sociales y
particulares de los socios, el flamante art. 26 de la Ley General de Sociedades
dispone que las relaciones entre los acreedores sociales y los acreedores
particulares de los socios, aún en caso de quiebra, se juzgarán como si se tratara
de una sociedad los tipos previstos en el Capítulo II, incluso con respecto a los
bienes registrables.
Sin perjuicio de no coincidir metodológicamente con el legislador de 2014, pues
debió preverse, dentro de los tipos legales (Capítulo II de la ley 19.550), una
estructura que albergase esta clase de sociedades, en donde la omisión de la
inscripción registral mereciera importantes sanciones y no consagrando un régimen
legal sumamente beneficioso en una sección reservada a quienes no cumplieron
con obligaciones impuestas imperativamente por el legislador societario, en
beneficio de los terceros y la seguridad del tráfico mercantil.

323 
 
Ahora bien y como la reforma efectuada por la ley 26.994 no ha contemplado
algunos temas de singular importancia, referida a esta especial clase de sociedades,
debemos hacer los siguientes comentarios:
a) Denominación de esta clase de sociedades
Si bien —como ha sido expresado— la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550 se
denomina ahora "De las sociedades no constituidas según los tipos del Capítulo II y
otros supuestos", lo cierto es que toda esta clase de sociedades incluidas en el
mismo, no gozan de un nombre concreto y específico, lo cual constituye un grave
error.
Ello no es cuestión que carezca de importancia, pues solo mediante una clara
identificación de las mismas permitirá conocer a los terceros con quien contratan, al
momento de vincularse con estas sociedades y saber cuál es el régimen legal que
le es aplicable.
La doctrina nacional ha intentado varias definiciones de estas sociedades: Vítolo por
ejemplo las llama "sociedades simples o libres"(532), mientras que Roitman prefiere
denominarlas "residuales"(533). Soledad Richard, por su parte, las identifica como
"sociedades simples" o "sociedades no regulares"(534); Favier Dubois —padre e
hijo— las identifican como "sociedades informales"(535)y los profesores marplatenses
Botteri y Coste las denominan "Sociedades de la Sección IV"(536). Por mi parte, y en
compañía de Pilar Rodríguez Acquarone, en un trabajo presentado en el año 2012
en el Primer Congreso Nacional de Análisis y Debate sobre el Proyecto del
Nuevo Código Civil y Comercial de la Nación(537), esto es, tres años antes de la
vigencia de la ley 29.994, entendimos como válida la designación de "sociedades
simples", entendiendo que el término "residual" no definía, con la necesaria
exactitud, la naturaleza de estas entidades, que no son residuo de otras sociedades
regularmente constituidas sino entidades que nacen con el consentimiento de todos
sus integrantes sin vinculación con otra persona jurídica(538). No obstante ello, y
sancionada ya la ley 26.994, la doctrina las conoce como "Sociedades incluidas en
la Sección IV del Capítulo I" —de la ley 19.550—, pero con toda seguridad esta
denominación no será adoptada en el tráfico mercantil o en el mundo profesional,
que las seguirá llamando "sociedades irregulares o de hecho" —según el caso— o
"sociedades civiles".
b) Personalidad jurídica
Las sociedades no regulares enumeradas en la Sección IV del Capítulo I de la ley
19.550 gozan de plena personalidad jurídica y son sujetos de derecho, en los
términos y con los alcances previstos por dicha ley.
Así lo dispone el art. 26 de la ley 19.550 y además lo ratifica el art. 142 del Código
Civil y Comercial de la Nación, plenamente aplicable a estas sociedades, a tenor del
carácter imperativo que revisten todas las normas dedicadas por dicho cuerpo legal
a las personas jurídicas privadas (Capítulo 1, Sección 1ª del Título II), no existiendo
en la ley 19.550 normas de la misma naturaleza que se opongan a las soluciones
previstas en dicho capítulo. No debe olvidarse, sobre el particular, que las normas
imperativas previstas por el Código Civil y Comercial de la Nación en materia de
personas jurídicas, predominan sobre las normas del acto constitutivo y sobre las
normas supletorias de la ley especial y del mismo Código, y solo ceden ante las
normas imperativas de la ley especial (art. 150 CCyCN).
Pues bien, y ratificando lo dispuesto por el art. 2º de la ley 19.550, el art. 142 del
CCyCN dispone expresamente que la existencia de la persona jurídica privada
comienza desde su constitución sin necesidad alguna de autorización para

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funcionar, salvo disposición legal en contrario, de modo que la separación
patrimonial entre la entidad y sus miembros, con todos sus efectos, entre ellos y
fundamentalmente la inexistencia de responsabilidad de los miembros por las
obligaciones de la persona jurídica, rige desde el mismo día de la fundación de las
mismas (art. 143 del mismo ordenamiento legal). Ello sin perjuicio de las
excepciones expresamente previstas en la ley especial y en el Código Civil y
Comercial de la Nación (art. 143 segundo párrafo y art. 144 CCyCN), entre las cuales
las hipótesis y sanciones previstas en el tercer párrafo del art. 54 de la ley
19.550 constituyen su ejemplo más destacado.
Obviamente, el reconocimiento de la personalidad jurídica a estas entidades
depende de su existencia como tal, que deben exhibir un patrimonio independiente
y una concreta actividad societaria, desde su faz interna como externa. Recordemos
al respecto que uno de los supuestos más habituales en torno a la aplicación de la
doctrina de la inoponibilidad de la personalidad jurídica lo constituyen, precisamente,
las sociedades sin actividad, solo titulares de bienes registrables(539)o aquellos entes
que no han tenido actuación orgánica interna(540). En este sentido, ha sido expresado
que, por tratarse de la constitución de personas jurídicas no inscriptas, debemos
encontrar en ellas elementos que nos permitan identificarlas como sociedad, tales
como la actuación en común exteriorizada a nombre colectivo, la existencia de una
organización, aunque sea mínima, que conforme su estructura le permita adquirir
derechos y contraer obligaciones que van a ser imputables a ese nuevo centro de
imputación diferenciado que se ha generado, con participación en beneficios y
pérdidas y que permitirá a sus socios participar en las deliberaciones sociales a
través de los órganos previstos para su funcionamiento, con durabilidad de esa
manifestación y obviamente con reconocimiento de la personalidad jurídica(541).
A continuación nos dedicaremos a identificar las sociedades comprendidas en la
Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550.

§ 4. Las sociedades atípicas y aquellas que omitan el cumplimiento


de requisitos esenciales
A ellas nos hemos dedicado al comentar el art. 17 de la ley 19.550, y sin perjuicio
de reiterar algunos conceptos ya vertidos, corresponde manifestar:
a) Si bien el art. 21 primer párrafo menciona expresamente como incluidos en la
Sección IV del Capítulo I a las sociedades "que no se constituyan con sujeción a los
tipos del Capítulo II" o que "omita requisitos esenciales", el art. 25, primer párrafo de
la misma ley, se refiere a las sociedades que omitan los requisitos
esenciales, tipificantes o no tipificantes", exhibiendo el nuevo texto legal una falta de
precisión que no deja de llamar la atención, siendo desde todo punto de vista
preferible hablar de requisitos esenciales no tipificantes, como lo hacía el derogado
art. 17 segundo párrafo, antes de la reforma efectuada por la ley 26.994.
b) No debemos olvidar al respecto que la omisión de los requisitos no tipificantes
previstos por el art. 11 de la ley 19.550, no determina, por sí, la aplicación a las
sociedades que incurran en tal irregularidad, de las normas de la Sección IV del
Capítulo I de la LGS, pues ya hemos destacado que las exigencias previstas por
aquella norma en sus incs. 7º a 9º, no producen cambio alguno en el estatus legal

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de la sociedad, pues la propia ley se ocupa en establecer, en todo su articulado, las
soluciones aplicables en caso de omisión, en el acto constitutivo, de las reglas para
distribuir las utilidades y soportar las pérdidas; la cláusula necesarias para que
puedan establecerse los derechos y obligaciones de los socios entre sí y frente a
terceros y las cláusulas atinentes al funcionamiento, disolución y liquidación de la
sociedad.
c) Del mismo modo, tampoco entendemos aplicables las normas de los arts. 21 a
26 de la ley 19.550, a las sociedades que carezcan de la denominación y de su
domicilio, así como del capital social, pues en los primeros casos la ley prevé, para
la mayoría de las sociedades, los efectos de la omisión de la denominación social
en la respectiva contratación, esto es, la responsabilidad solidaria del firmante del
documento, por las obligaciones así contraídas (arts. 126,142, 142 LGS). Asimismo,
carece de sentido común y resultaría una incongruencia absoluta, incluir a las
sociedades que carezcan de domicilio y sede social en el contrato social, dentro de
la sección IV del Capítulo I, tornándolas inubicable para los terceros, pero otorgando
a sus integrantes la responsabilidad mancomunada y por partes iguales a que se
refiere el art. 24 de la ley 19.550, en su actual versión. Y finalmente, la inexistencia
de cláusula alguna referida al capital social, considerando este dato como "no
tipificante" y sin olvidar que la mayoría de la doctrina nacional califica a ese dato
como tipificante, tratándose de sociedades anónimas, tiene su condigna
consecuencia en la norma del art. 94 inc. 5º de la ley 19.550, cuando expresamente
prevé la disolución de la sociedad por pérdida de su capital social. No resultaría pues
admisible jurídicamente que mientras que la sociedad carezca del dato de su capital
social en el acto constitutivo, sus socios respondan de forma mancomunada y por
partes iguales, pues ello afecta el principio de garantía que cumple el capital social
en toda sociedad.

§ 5. Las sociedades que incumplan las formalidades exigidas por la


ley 19.550. Las sociedades irregulares y de hecho. Diferencias entre
ellas
La terminología de la ley 26.994 en los arts. 21 y 25 de la ley 19.550:
("incumplimiento de las formalidades exigidas por esta ley" y "omisión de requisitos
formales" tampoco es feliz, pues la no inscripción de una sociedad en el Registro
Público no constituye un mero incumplimiento u omisión de un requisito meramente
formal, sino el cumplimiento de un procedimiento, ante dicho Organismo, en donde
está comprometido el interés público y la protección de los terceros y de los mismos
integrantes de la sociedad. No debe olvidarse que los efectos de dicha toma de
razón son muy superiores a la simple exhibición del contrato social y sus
modificaciones, pues en determinados casos, dichas registraciones son
constitutivos del acto societario sometido al procedimiento inscriptorio (arts. 7º, 76,
83 y 88 LGS).
Antes de continuar con el análisis del art. 21 de la ley 19.550, en su actual versión,
es importante efectuar algunas precisiones:
a. Si bien la figura de las sociedades irregulares o de hecho son denominaciones
que, por lo general se utilizan como sinónimos y seguirán siendo denominadas de
la misma forma, a pesar de la legislación de 2014, es necesario aclarar, a pesar de
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la omisión de la ley, las diferencias entre las sociedades irregulares y las sociedades
de hecho.
Son sociedades de hecho las que carecen de toda instrumentación y en las cuales
los socios han prestado su consentimiento en forma verbal, para realizar una
actividad económica determinada, dispuestos a repartirse las utilidades y soportar
las pérdidas. Por el contrario, en las sociedades irregulares, sus integrantes han
suscripto el contrato social, que se encuentra ajustado al art. 11 de la ley
19.550, con todos los elementos y requisitos por él dispuestos, pero, sin embargo,
adolece de los vicios de forma, por la omisión de la registración prevista en el art. 7º
de la citada ley.
Hemos afirmado ya que la explicación del tratamiento único previsto por la ley
19.550 para ambas clases de sociedad obedecía a que ellas tienen en común la
ausencia de inscripción en el Registro Público de Comercio. Por ello era que, hasta
la sanción de la ley 26.994, las cláusulas de su contrato social eran inoponibles a
terceros, quienes carecían de la posibilidad de conocerlas, manifestándose el
régimen sancionatorio en la medida en que se advierta que aún entre los socios
resulta inoponible el contrato social.
Sin perjuicio de lo anterior, puede afirmarse que entre las sociedades irregulares y
de hecho existen diferencias de importancia, que se traducen de acuerdo a la
determinación de su comercialidad, pues la sociedad irregular será tal si se ha
adaptado a uno de los tipos previstos en la ley 19.550, siempre y cuando la actividad
efectivamente desarrollada coincida con el objeto comercial descripto en el contrato,
mientras que para precisar la mercantilidad de las sociedades de hecho deben
tenerse en cuenta las actividades que realiza. Sólo será comercial si se dedica al
tráfico mercantil, reputándose, en caso contrario, como sociedad civil, antes
legislada por el art. 1648 y ss. del derogado Código Civil y hoy por la Sección IV del
Capítulo I de la ley 19.550. No debe olvidarse que la sanción del Código Civil y
Comercial de la Nación, no ha hecho perder a los actos su carácter de mercantiles
o civiles, sino que solo importa una unificación legislativa, que contiene normas de
una y otra índole.
Por otro lado, las sociedades irregulares o de hecho se diferencian en materia de
prueba de su contrato, ya que resulta más complejo acreditar la existencia de una
sociedad de hecho — cuando sus integrantes niegan el vínculo societario — por la
falta de instrumentación escrita, aun cuando la ley 19.550 admite, a tal fin, en su art.
23, último párrafo, a recurrir a cualquier medio de prueba. Contrariamente a lo
expuesto, para las sociedades irregulares la prueba del contrato será más sencilla,
por la presencia de instrumentación, suscripta por todos los integrantes de la
sociedad, aunque con posterioridad se complique por la incorporación de nuevos
socios o la modificación del elenco original de sus integrantes.
No obstante lo expuesto, si nos detenemos en un análisis de la realidad, podremos
observar que las definiciones que hemos dado de sociedades irregulares o de hecho
no satisfacen ciertos supuestos, que se presentan, en el mundo de los negocios,
como por ejemplo ante la existencia de sociedades que se han instrumentado en
forma escrita, a pesar de que su contrato no se ajusta a ninguno de los tipos
legalmente previstos ni sus cláusulas agotan lo dispuesto por el art. 11 de la ley
19.550. Es el caso donde se está en presencia de un contrato asociativo, con sólo
dos o tres cláusulas, en las cuales los socios han previsto la identificación del ente
y sus integrantes, así como de los aportes efectuados y el régimen de distribución
de utilidades y pérdidas.

327 
 
La naturaleza de esta sub-especie de sociedades no constituidas regularmente fue
ampliamente discutida por la doctrina nacional, pues la existencia de un instrumento
escrito descartaba para algunos la presencia de una sociedad de hecho, pero
tampoco existía coincidencia para catalogarlas como sociedades irregulares, porque
su contrato no está adaptado a ninguno de los tipos previstos legalmente, que era
uno de los requisitos que, vigente el texto original de la ley 19.550, se requería para
la presencia de una sociedad irregular. Por nuestra parte sostuvimos que se trataba
de una sociedad de hecho y que la existencia de estas no quedaba limitada a
aquellas entidades comerciales que carecían de instrumento escrito, pero la ley
26.994 ha puesto fin a esta polémica, incluyendo a las mismas dentro de la Sección
IV del Capítulo I de la ley 19.550, lo cual ha sido un acierto, pues al fin de cuentas,
no existe mayor ejemplo de atipicidad que las sociedades de hecho, que carecen de
contrato escrito y hemos ya explicado que, las sociedades atípicas encabezan las
personas jurídicas incluidas en dicha sección.

5.1. Algunos supuestos de sociedades de hecho


a) Continuación por los herederos de la empresa explotada por el causante
El tema se relaciona con lo dispuesto por el art. 28 de la ley 19.550, que se refiere
a la sociedad constituida con bienes sometidas a indivisión forzosa hereditaria,
prescribiendo que los herederos menores de edad, incapaces o con capacidad
restringida, solo pueden ser socios con responsabilidad limitada, disponiendo
asimismo que "El contrato constitutivo debe ser aprobado por el juez de la sucesión.
Si existiere posibilidad de colisión de intereses entre el representante legal, el
curador o el apoyo y la persona menor de edad, incapaz o con capacidad restringida,
se debe designar un representante ad hoc para la celebración del contrato y para el
contralor de la administración de la sociedad, si fuese ejercida por aquél".
La norma reproduce la versión original del art. 28, solo que, como el Código Civil y
Comercial de la Nación, modificó sustancialmente el régimen de la capacidad de las
personas, y derogó la ley 14.394, a la cual se remitía aquella norma, el actual texto
del art. 28 de la ley 19.550 debió ser adaptada a los nuevos parámetros en esta
materia. Pero lo cierto es que dejó subsistente el interrogante que se plantea en
cuanto a la existencia o no de una sociedad he hecho, cuando la sociedad existente
como consecuencia de la indivisión forzosa hereditaria, con herederos menores o
incapaces, no se ha sido constituida bajo los moldes de una sociedad de
responsabilidad limitada o anónima, toda vez que el art. 29 LGS, en su actual
redacción, prescribe que "sin perjuicio de la transformación de la sociedad en una
de tipo autorizado, la infracción al art. 28 hace solidaria e ilimitadamente
responsables al representante, el curador y al apoyo de la persona menor de edad,
incapaz o con capacidad restringida y a los consocios plenamente capaces, por los
daños y perjuicios causados a la persona menor de edad, incapaz o con capacidad
restringida".
Sostuvimos por entonces que nada obstaba a que los herederos del causante, al
continuar la explotación a que se refiere la indivisión forzosa hereditaria, hubiesen
por llevar a cabo esa explotación sin constituir una sociedad regular. En ese caso,
la sociedad resultante debía por las normas de la irregularidad societaria,
produciéndose una alteración en las relaciones entre los comuneros, que en
328 
 
adelante ellos actuarían entre sí y frente a terceros en calidad de socios(542), lo cual
quedaba ratificado por la sanción prevista por el art. 29 del mismo ordenamiento
legal, cuando responsabiliza en forma solidaria e ilimitada al representante del
menor y a los consocios mayores de edad por los daños y perjuicios que sufra el
menor o incapaz producto de la responsabilidad amplia que le fue obligado a éstos
asumir.
Esta polémica también ha pedido vigencia, pues si bien el art. 2330 del Código Civil
y Comercial de la Nación prevé que el testador puede imponer a sus herederos, aún
legitimarios, la indivisión de la herencia por un plazo no mayor de diez años, entre
otros supuestos a un establecimiento comercial, industrial, agrícola, ganadero,
minero o cualquier otro que constituya una unidad económica, así como las partes
sociales, cuotas o acciones de la sociedad el causante es principal socio o
accionista, el art. 1442 dispone que las comuniones de derechos reales y a la
indivisión hereditaria no se le aplican las disposiciones sobre contratos asociativos
ni las de la sociedad, lo cual constituye mas una declaración de principios que una
prescripción adecuada a la realidad, pues la explotación de una empresa, por un
conjunto de personas, llámese como se llame, constituye una sociedad, que no deja
de ser tal por el origen de esa actuación societaria y mucho menos por la voluntad
del legislador.
b) Sociedades en comandita no confirmadas. Dudas sobre su caracterización como
sociedades de hecho
Es conocida la problemática planteada en torno a las sociedades en comandita por
acciones, constituidas durante la vigencia del Código de Comercio, en cuyo contrato
se omitían los nombres de los socios comanditarios utilizando la figura de un gestor
de negocios en su representación, todo lo cual resultaba admisible en virtud de una
amplia interpretación del art. 373 del Código de Comercio.
Recordemos que el art. 370 de la ley 19.550, al intentar solucionar el problema,
pues la omisión del nombre de los socios comanditarios violaba lo dispuesto por el
art. 11 inc. 1º de la ley 19.550, estableció que: "Las sociedades en comandita por
acciones constituidas sin individualización de los socios comanditarios, podrán
subsanar el vicio en el término de seis meses de la sanción de la ley, por escritura
pública confirmatoria de su constitución, que deberá ser otorgada por todos los
socios actuales e inscripta en el Registro Público de Comercio. La confirmación no
afectará intereses de terceros...".
El art. 370 de la ley 19.550, en su versión original, fue reformado por la ley 18.880,
que sustituyó la palabra sanción por vigencia, lo cual significó extender por seis
meses más el plazo de subsanación. No obstante esto, y vencido el plazo legal de
subsanación, existen hoy innumerables casos de sociedades en comandita por
acciones que adolecen del vicio apuntado, lo cual lleva a cuestionar su situación
legal.
La jurisprudencia, en su mayor parte, aplicó a estas sociedades no confirmadas la
normativa específica de las sociedades no constituidas regularmente, habiéndose
resuelto en tal sentido que: "La sociedad en comandita por acciones que se
desenvolvió conforme al contrato constitutivo hasta que finalizó el plazo acordado
para subsanar por escritura pública confirmatoria del vicio resultante de la falta de
individualización de los socios comanditados, se encuentra sometida en
consecuencia a las disposiciones de las sociedades no constituidas
regularmente"(543).
Más categórico aun es el fallo de la sala G de la Cámara Civil de la Capital, en autos
"Pequeña Obra de la Divina Providencia c/ Gompi SCA", de fecha 25 de septiembre

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de 1980, en el cual se resolvió que: "La falta de confirmación de la sociedad en la
forma prevista por el art. 370 de la ley 19.550 hace que quede sujeta a las
disposiciones de la Sección IV de la ley, que legisla sobre las sociedades no
constituidas regularmente, con los efectos que señalan el art. 22 y ss., pero no
provoca la nulidad de la sociedad, ni menos aun de las compras que hubiera
efectuado aquella puesto que aun cuando nunca se hubiera constituido
regularmente, ello no obsta a que la sociedad no haya actuado o contratado".
Finalmente, y para concluir esta reseña jurisprudencial, no puede dejarse de citar el
fallo de la sala C de la Cámara de Apelaciones en lo Comercial, de fecha 18 de mayo
de 1978, en autos "Carto, Alfredo c/ Arévalo, Manuel", en el cual se dijo que: "La
circunstancia de hallarse una sociedad en comandita por acciones afectada por un
vicio de constitución, que no fue compurgado durante la vigencia del Código de
Comercio y que no se confirmó en los términos del art. 370 de la ley de sociedades,
hace posible la aplicación del art. 22 del régimen legal de las sociedades, sea que
se la tache de irregular, sea que se la considere nula" (544).
En nuestra doctrina, Farina ha interpretado que el hecho de no haberse
individualizado a los socios dentro del plazo de seis meses que fija el art. 370 de
la ley 19.550 no conlleva como sanción la nulidad del contrato social, sino que
autoriza la aplicación del art. 34, párrafo 2º de la ley 19.550, que responsabiliza al
socio oculto en forma solidaria e ilimitada por las obligaciones sociales(545).
Drucaroff, por su parte se inclinaba, en vigencia del texto original de la ley 19.550 —
y a nuestro juicio, acertadamente— por la anulabilidad del contrato social, en tanto
la omisión de los nombres de los socios comanditarios no implica, de manera alguna,
la ausencia de un requisito esencial tipificante, ni la existencia de vicios de forma,
sino simplemente la omisión de un requisito esencial no tipificante —art. 11, inc.
1º de la ley 19.550—, que si bien tornaba anulable al contrato constitutivo, éste
podía ser subsanado hasta su impugnación judicial (art. 17, ley 19.550)(546).
Sancionada la ley 26.994, la polémica se encuentra finalizada, pues, ya se
considere a las sociedades en comandita por acciones no confirmadas como
sociedades de hecho o nulas por omisión de requisitos esenciales no tipificantes, lo
cierto es que, hoy en día, les alcanza las normas de los arts. 21 a 26 de la ley
19.550, aunque debe reconocerse que si bien éste parece, a más de cuarenta años
de la sanción de la ley 19.550, un tema carente de toda actualidad, lo cierto es que,
por experiencia de igual período en ejercicio de abogado, todavía encontramos en
el mercado muchas sociedades en comandita por acciones con estas
características, generalmente titulares de inmuebles urbanos o rurales, cuyo
funcionamiento, en la realidad, jamás se ha adecuado a los parámetros del
ordenamiento societario, y los herederos, al fallecimiento del causante, único
controlante (o en forma conjunta con su cónyuge) de dicha anómala sociedad, se
encuentran con la sorpresa, al iniciar la sucesión, que el inmueble donde aquellos
habían vivido gran parte de su existencia, no les pertenecía a título particular, sino
que estaba registrada a nombre de una sociedad en comandita por acciones, como
se estilaba —producto de malos consejos— durante la década del 60 del siglo
pasado.

5.2 Sociedades irregulares. Algunos supuestos controvertidos

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Hemos definido ya a las sociedades irregulares como aquéllos entes en que los
socios han suscripto el contrato social, que se encuentra ajustado a lo dispuesto por
el art. 11 de la ley 19.550, con todos los elementos y requisitos por él dispuestos,
pero que sin embargo, adolece de vicios de forma por la omisión de la registración
prevista en el art. 7º de la citada ley.
Durante la vigencia del Código de Comercio, nuestra doctrina había sido más amplia
en la definición de sociedades irregulares, porque se interpretó que bastaba la
existencia de vicios de forma para que ellas pudieran ser consideradas como tales,
sin distinguir ni precisar la naturaleza de esos vicios.
Isaac Halperin, siguiendo dicha orientación, consideró también irregular la sociedad
en los supuestos de defectos o insuficiencia de publicidad legal (arts. 10 y 14 de la
ley 19.550), puesto que, en tal caso, la publicidad legal no era completa, lo que
equivale a su ausencia. No obstante haber concordado con este autor en un trabajo
anterior(547), una nueva reflexión del tema nos lleva a sostener una posición
contraria, pues de conformidad con la opinión de Favier Dubois (h)(548), en el actual
régimen societario, la publicidad que hace nacer a la sociedad "regular" y la hace
"oponible" a los terceros, es la que deriva de la inscripción en el Registro Público de
Comercio —hoy Registro Público luego de la sanción de la ley 26.994— con
prescindencia de la que resulta del edicto, que no es más que un modo accesorio
de publicidad.
En definitiva, lo que caracteriza a la sociedad como irregular es: a) La adopción, por
los socios, de uno de los tipos previstos en la ley 19.550 y b) La falta de inscripción
del contrato social en el Registro Público.
Sin embargo, debemos detenernos a continuación en tres cuestiones que se
encuentran relacionadas con el tema en cuestión, a saber:
1. Sociedades que se encuentran en infracción con lo dispuesto en el art. 30 de la
ley 19.550.
2. Sociedades extranjeras que no han cumplido los requisitos previstos por los arts.
118 y 123 de la citada ley.
3. Sociedades constituidas regularmente que se encuentran disueltas por
vencimiento del plazo de duración y que ignoran el trámite liquidatorio.
a) Sociedades infractoras del art. 30 de la ley 19.550
La importancia de la cuestión ha quedado relativizada con la nueva redacción del
art. 30 de la ley 19.550, que, conforme la ley 26.994, autoriza a las sociedades
anónimas y en comandita por acciones a formar parte de sociedades por acciones
y de responsabilidad limitada, así como ser parte de cualquier contrato asociativo.
De manera que actualmente, la única incapacidad que rige para las sociedades
anónimas y en comandita por acciones es participar en sociedades colectivas, de
capital e industria y en comandita simple, que como es sabido, casi no se constituyen
en la República Argentina, habida cuenta la amplitud de la responsabilidad impuesta
a sus socios. Del mismo modo, las sociedades anónimas y las sociedades en
comandita por acciones carecen de capacidad para participar en las sociedades
previstas en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550.
Recordemos que el anterior texto del art. 30 preveía que las sociedades anónimas
y en comandita por acciones solo podían formar parte de sociedades por acciones,
lo cual desató todo tipo de polémicas, y, en lo que respecta al tema de la
irregularidad societaria, el art. 386, inc. h) de la ley 19.550, previendo la sanción que
correspondía imponer en caso de infracción, que "Las sociedades anónimas y en

331 
 
comandita por acciones que formen parte de sociedades que no sean por acciones,
deberán enajenar sus cuotas o partes de interés en el plazo de diez años a contar
desde la vigencia de la presente; caso contrario, quedarán sujetas al régimen de las
sociedades no constituidas regularmente".
En vigencia del texto original de la ley 19.550, sostuvimos que la sanción establecida
por el art. 369, inc. h) de la ley 19.550 para el caso de infracción a lo dispuesto por
el art. 30 de la ley 19.550 era excesiva y resultaba contraria a los fines que tuvo el
legislador al imponerla, pues la aplicación para las sociedades por acciones de las
normas sobre irregularidad quebraba la tipicidad societaria, pensada e impuesta en
beneficio del interés general, y por ello, la circunstancia de no enajenar sus cuotas
o partes de interés en el plazo allí establecido no justifica para la sociedad
participante la aplicación de los arts. 21 a 26, sino que debió adoptarse en todo caso,
durante el plazo de subsanación previsto por la ley, un criterio similar al establecido
por el párrafo 2º del art. 31 de la ley 19.550, privando a esas cuotas o partes de
interés de los derechos políticos y patrimoniales correspondientes, pues esta
sanción de ninguna manera afecta el funcionamiento de la sociedad en la medida
que la participación societaria de la sociedad participe no debía ser tenida en cuenta
a los efectos de la formación del quórum de la entidad participada. De manera tal
que, transcurrido el plazo de diez años previsto por el art. 386 inc. h) de la ley 19.550,
la sanción a las sociedades por acciones infractoras de lo dispuesto por el art. 30 de
la ley 19.550 no podía ser la irregularidad de la sociedad participante, sino la nulidad
del vínculo entre esta y la sociedad participada, pues ello constituía estricta
aplicación del principio general establecido por el art. 16, párrafo 1º del
ordenamiento societario. Esta solución es de la hoy corresponde aplicar, para el
improbable supuesto que una sociedad anónima o en comandita por acciones,
forme parte de una sociedad no mencionada en el actual texto del art. 30.
b) Sociedades constituidas en el extranjero, no inscriptas en nuestro país
Alguna jurisprudencia ha considerado también como irregulares a las sociedades
extranjeras que, incluidas en las hipótesis previstas por los arts. 118 y 123 de la ley
19.550, no se han inscripto en el Registro Público de Comercio(549).
Esta corriente de opinión, que no es la única que intenta aclarar la situación legal en
que se encuentran las sociedades extranjeras no inscriptas en los registros
mercantiles locales —pues ha sido también sostenida la nulidad del vínculo entre
participe extranjera y entidad local participada y la responsabilidad exclusiva del
representante de aquélla, sin trascender dicha infracción a la actuación de la
sociedad extranjera en el país—, incurre en el evidente error de considerar como
"irregular" a toda sociedad que incumple con la carga de inscribirse en el Registro
Público de Comercio, sin advertir que ello sólo será posible tratándose de
sociedades locales, pero no de sociedades extranjeras, que ya han sido registradas
en su país de origen, olvidando que es principio general en materia de sociedades
constituidas en el extranjero, que estas se rigen, en cuanto a su existencia y forma,
por las leyes del lugar de constitución (art. 118 primer párrafo de la ley 19.550), salvo
que se trate de sociedades que de extranjeras no tengan otra cosa que el sello de
su inscripción en su país de origen, desarrollando la totalidad de su objeto o que
tengan su domicilio en la República Argentina, conforme la situación descripta en el
art. 124 de la ley 19.550, en cuyo caso su carácter de sociedades de hecho no podía
ser discutida, conforme fue resuelto por la jurisprudencia, en un muy sonado y
difundido caso(550).
Sin embargo, la redacción de la nueva Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550 por
la ley 26.994, y en especial, la eliminación del criterio sancionatorio que

332 
 
caracterizaba a la regulación de las sociedades no regularmente constituidas, torna
incongruente aplicar a las sociedades no inscriptas en el registro público local y
fundamentalmente las sociedades off shore —esto es, las sociedades previstas en
el art. 124 de la ley 19.550— un régimen de responsabilidad tan beneficioso para el
que la referida sección de la ley 19.550 reserva a los integrantes de los entes
incluidos en la misma.
En consecuencia, y en lo que se refiere a las sociedades "extranjeras" incluidas en
el art. 124 de la ley 19.550, esto es, aquellas sociedades que debieron ser
argentinas, porque aquí desarrollan su principal objeto, o en otras palabras, las
sociedades en las cuales sus controlantes, socios o administradores recurrieron al
fraude a la ley para satisfacer sus intereses personales, resultaría una verdadera
incongruencia y una notoria desigualdad en el trato, aplicarles a las mismas las
nuevas soluciones que consagran los arts. 21 a 26 del ordenamiento legal societario,
en su actual y vigente redacción, que —como hemos expresado— en los hechos se
parecen más a un tipo social —que no lo son— que a una anomalía societaria, por
atipicidad o por incumplimiento de los requisitos registrales impuestas por la ley
general de sociedades, en su versión del año 2014. Con otras palabras, al quitarles
a las sociedades no regularmente constituidas su claro matiz sancionatorio, la
aplicación de las normas de la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550 a quienes
han incumplido las cargas inscriptorias previstas en los arts. 118 y 123 de dicha
normativa, ha perdido todo sentido, debiendo serle aplicables a las sociedades
extranjeras constituidas en fraude a la ley, las disposiciones más estrictas previstas
en la legislación societaria en materia de responsabilidad, esto es, las disposiciones
del art. 19 —actividad ilícita—, pues el fraude a la ley implica siempre ilicitud en el
objeto del acto jurídico, como lo reconoce el art. 12 del Código Civil y Comercial de
la Nación, que impone a los mismos la declaración judicial de su ineficacia.
En definitiva, la sanción que corresponde imponerles a las sociedades extranjeras
no inscriptas en los registros mercantiles locales, no implica la aplicación de las
normas de la Sección IV, del Capítulo I, cuando ello correspondiere, sino la
inoponibilidad de la actuación de la sociedad frente a terceros, hasta tanto se cumpla
con dicha carga, sin perjuicio de la responsabilidad solidaria e ilimitada de sus
socios, administradores y representantes, todo lo cual está previsto en el art. 19 de
la ley 19.550, pues como sostiene Richard, con amplitud de fundamentos, si se
sanciona la actividad de la sociedad constituida en el extranjero, que realiza su
actividad en el territorio de la República, directa o indirectamente por medios
electrónicos, sin inscribirse, no cabe dudas de que la actuación continuada, de la
sociedad en ese estado, constituye actividad ilícita, o sea, contraria al sistema
jurídico, mereciendo las sanciones que la legislación societaria y penal puedan
imponerle en cada país(551).
c) Sociedades que ignoran el trámite liquidatorio
Finalmente, para entrar de lleno en el tema más controvertido, en materia de
irregularidad societaria, nos referiremos a la situación en que se encuentra la
sociedad que, habiendo incurrido en causal de disolución por vencimiento del plazo,
ignora el trámite liquidatorio, y continúa con las operaciones habituales que hacen
al objeto de la sociedad.
La doctrina, durante la vigencia del Código de Comercio en materia societaria, era
coincidente en sostener que, al continuar la actividad comercial por parte de la
sociedad disuelta, ésta debía ser considerada como irregular, originándose una
situación que podía ser calificada como "irregularidad sobreviniente". La

333 
 
jurisprudencia, aún luego de sancionada la ley 19.550, era conteste en ese
criterio(552).
Sin embargo, esta doctrina fue cuestionada seriamente con posterioridad al "Primer
Congreso Nacional de Derecho Societario", celebrado en La Cumbre en 1977.
Se entendió que el art. 99 de la ley 19.550 ha contemplado la hipótesis en estudio,
sosteniéndose jurisprudencialmente que la doctrina elaborada a la luz de las reglas
del Código de Comercio, que sostuvo que se originaba una sociedad irregular ante
el incumplimiento de las disposiciones legales sobre disolución y liquidación, resulta
de discutible aplicación ante la nueva disciplina que para tal supuesto se establece
en el art. 99 de la ley 19.550. En consecuencia —para esta corriente de opinión—,
la actividad de la sociedad disuelta, ajena a los fines liquidatorios, no implica
convertirla en sociedad irregular o de hecho, sino que genera una responsabilidad
solidaria de los administradores para con los terceros y socios, ya que las sanciones
de responsabilidad ilimitada de los últimos debe surgir de una norma expresa de la
ley, que sólo la impone a aquéllos(553).
Luego de la sanción de la ley 26.994 y la reforma a los arts. 21 a 26, esta polémica
también ha perdido sentido, pues la característica que asimilaba a las sociedades
disueltas que no ingresaban deliberadamente al proceso liquidatorio, con las
sociedades irregulares o de hecho, estaba dada por la inoponibilidad interna y
externa del contrato social —que en aquellas sociedades había perdido vigencia,
con excepción de las cláusulas referidas a la liquidación— y con la responsabilidad
solidaria e ilimitada de los administradores y socios. De modo que, luego de la
sanción de la ley 26.994 y eliminadas las características de índole sancionatorio
propias de las sociedades no constituidas regularmente, carece de todo sentido
imponerles a las sociedades disueltas que ignoran totalmente el trámite liquidatorio,
las nuevas normas de la Sección IV del Capítulo I de la hoy denominada Ley General
de Sociedades, beneficiando a los socios y administradores que no adopten las
medidas necesarias para iniciar la liquidación —cuestión en la cual está seriamente
comprometido el orden público— con una responsabilidad simplemente
mancomunada y por partes iguales, que deja en letra muerta la categórica sanción
prevista por el art. 99 de la ley 19.550. conforme al cual los administradores, con
posterioridad al vencimiento del plazo de duración de la sociedad o al acuerdo de
disolución o a la declaración de haberse comprobado alguna de las causales de
disolución, solo pueden atender los asuntos urgentes y deben adoptar las medidas
necesarias para iniciar la liquidación.

§ 6. Requisitos de las sociedades irregulares y de hecho:


Denominación social, domicilio y objeto de las sociedades irregulares
o de hecho

6.1. Denominación social

334 
 
Nada impide que las sociedades de hecho puedan utilizar una denominación para
individualizar su actividad frente a terceros, pues el nombre de la sociedad
constituye un atributo de la personalidad jurídica de que gozan estas entidades.
Por lo general, la denominación de las sociedades de hecho está integrado por el
nombre de uno o varios de sus integrantes, aunque nada obsta al empleo de un
nombre de fantasía que también, por lo habitual, procede a la identificación de sus
integrantes. De manera tal pues que el nombre de la sociedad de hecho cumple una
función de identificación de sus integrantes, pero, demandada la sociedad, la
condena al nombre de fantasía de una empresa económica, vale para y en contra
sus titulares(554). Ello es consecuencia del régimen amplio de responsabilidad
previsto por el art. 23, párr. 1º de la ley 19.550.
Puede suceder — y es frecuente que así ocurra — que los socios agreguen a un
nombre de fantasía la identificación de la totalidad de los integrantes del ente, o la
de alguno de ellos, utilizando la expresión "y Cía.". Esto nos lleva al problema de
investigar las consecuencias de la inclusión del nombre de un socio en la
denominación social, y de la posterior cesión de su participación, sin la consiguiente
modificación del nombre empleado. La respuesta al interrogante la encontramos en
lo dispuesto por el art. 34 de la ley 19.550, que prescribe expresamente que: "El que
prestare su nombre como socio no será reputado como tal respecto de los
verdaderos socios, tenga o no parte en las ganancias de la sociedad; pero con
relación a terceros, será considerado con las obligaciones y responsabilidades de
un socio, salvo su acción contra los socios para ser indemnizado de lo que pagaré",
disposición plenamente aplicable, en la actualidad a las sociedades de la Sección
IV del Capítulo I de la ley 19.550, habida cuenta el pleno régimen de oponibilidad de
las relaciones internas societarias.

6.2. Domicilio de las sociedades irregulares o de hecho


Para determinar el domicilio de las sociedades no constituidas regularmente, a los
efectos de definir la jurisdicción competente en caso de litigio interno o promovido
por terceros, debe distinguirse entre sociedades irregulares y sociedades de hecho.
Tratándose de una sociedad irregular, el domicilio previsto en el contrato social,
luego de la reforma efectuada a la ley 19.550 por la ley 26.994, nada obsta a que
pueda invocarse entre los socios y frente a terceros (art. 23), ni que éstos puedan
invocarla contra la compañía o sus integrantes. En consecuencia, las acciones
judiciales entre ellos se radicarán ante el tribunal con jurisdicción del juez de la sede
social expuesta en el contrato social. Si por el contrario, los terceros no hubiesen
tomado conocimiento del domicilio y/o sede social, pues ninguno de los socios, ni la
sociedad, lo hubiesen exhibido al tiempo del nacimiento de la relación jurídica, los
terceros podrán iniciar contra la sociedad las acciones a las que se crean con
derecho, en el lugar de la contratación, si así se hubiera convenido o en su defecto,
de la administración de los negocios del ente irregular.
En el caso de una sociedad de hecho, el domicilio que fijará la competencia en sus
conflictos con terceros será siempre el de la sede de la sociedad, entendiéndose por
tal el de la sede de la administración de sus negocios "domicilio comercial" o en su
defecto el del establecimiento debido a la ausencia de instrumentación. La

335 
 
inexistencia de todo instrumento escrito —que es la característica de las sociedades
de hecho— torna inaplicable lo dispuesto por el art. 23 segundo párrafo de la ley
19.550, que solo tiene aplicación en caso de sociedades irregulares.
Estas conclusiones coinciden con lo dispuesto por el art. 3º de la ley 24.522, que
establece la competencia "en caso de concurso de las sociedades no constituidas
regularmente" del juez del lugar de la sede social, entendiéndose por tal el de la
sede de la administración de sus negocios, o en su defecto, el del lugar del
establecimiento o explotación principal.

6.3. El objeto social de las sociedades irregulares o de hecho


El objeto de las sociedades irregulares o de hecho, así como su problemática, deben
ser analizados, en principio, diferenciando ambas clases de sociedades, aunque los
efectos que ese objeto produce son casi idénticos en un caso y otro.
En materia de sociedades de hecho, las dificultades son mayores, pues la falta de
instrumentación del contrato constitutivo impide precisamente la concreción de su
objeto social. A tenor de ello, es evidente que el objeto de éstas es determinado
fundamentalmente por la actividad que ella despliega(555).
Los efectos de esta diferencia entre sociedades irregulares y de hecho ha quedado
muy mitigada con la unificación del derecho civil y comercial, aprobada por la ley
26.994, pero aún conserva importancia en aquellas jurisdicciones en donde los
asuntos civiles y comerciales tienen su propios tribunales, como acontece en la
Ciudad Autónoma de la Ciudad de Buenos Aires, en la cual, los conflictos internos
en una sociedad integrada por profesionales, por ejemplo, debe dirimir sus
diferencias ante la Justicia Nacional en lo Civil, a diferencia de los tribunales
mercantiles, que deben entender en los conflictos societarios suscitados en las
sociedades comerciales.
En cuanto a las sociedades irregulares, de acuerdo a la reforma efectuada por la ley
26.994 a la ley 19.550, su objeto se encuentra determinado en el contrato social y
es plenamente oponible entre los socios, la sociedad y frente a terceros, atento lo
dispuesto por el art. 23, párrafo 1º de la ley 19.550, en su actual versión.

§ 7. ¿La Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550 comprende a las


sociedades de hecho? ¿Y a las sociedades irregulares?
a. Una importante crítica que ofrece la redacción de los nuevos arts. 21 a 26 de la
ley 19.550, se centra en que, tal como están redactadas sus normas, no faltaría
razón a quien sostiene que la Sección IV del Capítulo I descarta la aplicación de
dichas normas a las sociedades de hecho, que carecen de instrumento escrito.
La permanente referencia en la Sección IV del Capítulo I, a la existencia del contrato
social, para la regulación de las sociedades de esta sección constituye una prueba

336 
 
muy importante para adoptar esta postura. Basta una mera referencia a las normas
de los arts. 21 a 26 de la ley 19.550 para sostener, con fundamentos serios, la
exclusión de las sociedades de hecho de la Sección IV del Capítulo I del
ordenamiento societario.
Bastan al respecto, citar los siguientes ejemplos:
a) El art. 22 establece que el contrato social puede ser invocado entre los socios y
es oponible a los terceros, solo si se prueba que lo conocieron efectivamente al
tiempo de la contratación o del nacimiento de la relación obligacional, y también
puede ser invocado por los terceros contra la sociedad, los socios y los
administradores.
b) El art. 23, en su primer párrafo, permite la invocación entre los socios, de "las
cláusulas relativas a la representación, administración y las demás que disponen la
organización y gobierno de la sociedad".
c) El segundo párrafo de la misma norma, prescribe que "En las relaciones con
terceros, cualquiera de los socios representa a la sociedad, exhibiendo el contrato.
d) El art. 24, referido a la responsabilidad de los socios, permite establecer en el
contrato social un régimen diferente al previsto en dicha norma.
e) En materia de subsanación, su procedimiento puede ser llevado a cabo en
cualquier tiempo, durante el plazo de duración previsto en el contrato.
Más allá de los términos en que están redactados los arts. 22 a 25 de la ley 19.550,
que pueden dar margen a cualquier tipo de interpretación, lo cierto es que carecería
de todo sentido reservar las normas de la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550,
a las sociedades irregulares y excluir de las mismas a las sociedades de hecho,
carentes —por lo general— de instrumento escrito de constitución, pues como
demuestra la experiencia, el número de sociedades de esta clase —de hecho— es
infinitamente superior a las sociedades que cuentan con un contrato social no
inscripto en el registro de comercio.
Consideramos pues que las sociedades de hecho quedan —sin el menor margen
de dudas— integradas en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, toda vez que:
a) Carecería de toda explicación su falta de regulación legal y un cabal
desconocimiento de la realidad negocial, en especial cuando ellas se encontraban
comprendidas dentro del derogado régimen de la ley 19.550, lo cual no es
presumible en el legislador; b) Que el art. 25 de la ley 19.550 en cuanto establece
que "Cualquiera de los socios puede provocar la disolución de la sociedad cuando
no media estipulación escrita del pacto de duración, notificando fehacientemente tal
decisión a todos los socios", permite concluir la aplicación de esta regla a los
integrantes de las sociedades de hecho, al referirse a la posibilidad de la inexistencia
de estipulación escrita del pacto de duración, y c) Finalmente, y a mayor
abundamiento, como no existiría mas atipicidad que la inexistencia misma de
contrato escrito, ellas quedan encuadradas en la referida sección, que
expresamente incluye a las sociedades en las cuales sus integrantes hayan omitido,
en el contrato social, los requisitos esenciales tipificantes (arts. 21 y 25 de la ley
19.550).
b. Otra corriente de opinión, se formula la pregunta inversa: ¿Están incluidas las
sociedades irregulares dentro de la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550?
El razonamiento se basa en la utilización del término "formalidades" previsto por el
art. 21, cuando incluye dentro de esta sección "a las sociedades que incumplan con
las formalidades exigidas por esta ley". Al respecto, razona el profesor de la Ciudad

337 
 
de Junín, Santiago Andrés Bertamoni(556), que si la forma, como elemento de los
actos jurídicos en general, se refiere al modo en que el sujeto da a conocer su
manifestación de voluntad, prescribiendo el art. 4º de la ley 19.550 que el contrato
de sociedad debe ser otorgado por instrumento público o privado, las sociedades
irregulares, que han cumplido con la forma escrita y además con todos los requisitos
tipificantes y no tipificantes, ellas no debieran ser comprendidas en la Sección IV del
Capítulo I de la ley 19.550, pues si por "formalidades" exigidas por la ley se refieren
al contrato escrito, o a la no utilización de instrumento público o privado, no hay
ningún inciso que abarque dichas sociedades, que lo único que han hecho es omitir
culminar con el proceso de inscripción contemplado en el art. 5º de la LGS, para
concluir que "lo cierto es que si la intención del legislador fue englobar a las
sociedades dentro de la sección cuarta, claramente ha sido de modo muy
deficiente".
La crítica es justa y comparto la conclusión de que las sociedades irregulares están
incluidas en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550. El malentendido se debe
al confuso y ambiguo lenguaje utilizado por el legislador de 2014, pues era preferible
recurrir a la vieja fórmula de las "sociedades que no se constituyan regularmente",
prevista en el derogado art. 21, para incluir las mismas dentro de una sección
dedicada a las anomalías societarias, junto con las sociedades atípicas y carentes
de requisitos esenciales no tipificantes. En definitiva, si el art. 7º, dispone que "La
sociedad solo se considera regularmente constituida con su inscripción en el
Registro Público de Comercio", es de toda obviedad concluir que aquellas que no
cumplieron con este procedimiento, que excede ampliamente el concepto de
"formalidad", pueden perfectamente ser denominadas "sociedades no constituidas
regularmente", como lo hacía el texto derogado de la ley general de sociedades.

§ 8. Las sociedades civiles. Las sociedades de profesionales


A pesar de la opinión en contrario del Profesor Daniel Roque Vítulo, no me caben
dudas que las hoy derogadas "sociedades civiles" entran en la categoría prevista en
la nueva Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550 y que este nuevo régimen legal
se aplicará a todas aquellas sociedades cuyo objeto lo constituya la prestación de
servicios profesionales y que no se han constituido de conformidad con los tipos
previstos en dicho ordenamiento legal.
Sostiene Vítolo(557)para fundamentar su tesis, en un muy fundado trabajo escrito
hace ya más de tres años, cuando la ley 26.994 era solo un proyecto, y reiterado en
un posterior trabajo, ya promulgada dicha normativa, que atento el concepto que el
derogado art. 1648 del Código Civil brindaba respecto de la sociedad civil, ella no
encuadraba en el propio concepto de sociedad, que el Código Civil y Comercial de
la Nación ha delineado en su art. 1º para la nueva ley general de sociedades.
Manifiesta dicho autor que mientras el art. 1º de la ley 19.550 requiere, como
requisitos de existencia de la propia sociedad, que la misma se dedique a la
producción de bienes o servicios, tal exigencia no existe para la sociedad civil, la
cual, a tenor de aquella antigua definición, se limitaba a disponer la prosecución, por
sus integrantes, "de una utilidad en dinero que dividirán entre sí".
En el mismo sentido se pronunció Favier Dubois (h), para quien, toda asociación de
dos o más personas, con fines de lucro, donde haya aportes para obtener utilidades
338 
 
en su aplicación, pero sin explotar una empresa, no es sociedad y queda subsumida
en algunas figuras de los contratos asociativos, que en el código son contratos sin
personalidad jurídica (arts. 1442 a 1478 del CCyCN), para concluir que, "En
definitiva, a partir de la ley 26.994, las sociedades no se denominan más
comerciales, pero deben ser todas empresarias"(558).
Una posición intermedia ha sido sostenida por Facundo Cañas Morsino, para quien,
si bien incluye a las sociedades civiles dentro de la Sección IV del Capítulo IV, a
partir de la derogación del régimen de la sociedad civil, el marco jurídico que otorga
la LGS resulta insuficiente para regular a las sociedades de profesionales, por
cuanto ellas presentan matices particulares que las diferencian de las sociedades
empresarias. En función de ello, resulta necesario el dictado de una norma que
brinde una regulación adecuada que contemple las distintas aristas referidas a las
sociedades de esta naturaleza, en función de las cuales se erige el sistema
societario actual(559).
Si bien coincido con el criterio de que toda sociedad, como requisito de existencia y
como condición esencial para gozar de personalidad jurídica, debe desarrollar una
actividad, enmarcada dentro de la fórmula "producción o intercambio de bienes o
servicios" a que alude el art. 1º de la ley 19.550 y de cuyo resultado sus integrantes
pretendan obtener ganancias, no concuerdo con la conclusión en que esa actividad
deba ser de tal magnitud que implique incluirla dentro del concepto de "empresa",
más allá de la ambigüedad que para el derecho argentino supone este concepto.
Nada obsta pues a la inclusión dentro del nuevo régimen previsto por los arts.
21 a 26 de la ley 19.550 a las pequeñas sociedades informales constituidas por dos
o más personas, dedicadas al ejercicio de una profesión liberal, y que, luego de un
trabajo realizado en común, proceden a distribuir las ganancias obtenidas de tal
manera, y si bien puede coincidirse en la dificultad de encuadrar esta actuación
colectiva en el concepto de empresa —a pesar de la existencia de miles de estos
emprendimientos similares en nuestro medio—, lo cierto es que el art. 1º de nuestra
ahora denominada Ley General de Sociedades no hace la menor referencia al
concepto de empresa, sino solo a la necesidad de que la sociedad se dedique a la
producción de bienes y servicios, y ninguna duda cabe, al respecto, que el ejercicio
de una profesión liberal encuadra dentro de esta amplia y generosa fórmula.
El razonamiento de Vítolo y Favier Dubois (h) parte de la idea de una supuesta
vigencia del art. 1648 del Código Civil, que no es tal, por encontrarse ya derogada
aquella clásica definición de la sociedad civil brindada por dicha norma. Si a ello se
le suma que, sancionada la ley 26.994 y a los fines de la constitución de una
sociedad, no importa demasiado la naturaleza civil o comercial de las actividades
realizadas por la misma y que cualquier esquema societario previsto por los socios
estará comprendida en la Ley General de Sociedades, podría concluirse que
quienes desean constituir una sociedad, tradicionalmente comprendida dentro del
ámbito de la sociedad civil, puedan recurrir, en principio, a cualquiera de los moldes
previstos en dicha normativa, esto es, una compañía de los tipos previstos en el
Capítulo II de la misma, aunque tengo mis serias dudas que ello sea posible, por las
razones que se explicarán en el siguiente párrafo o una sociedad de aquellas
previstas en la Sección IV del Capítulo I, sobre cuya atención trata el presente
capítulo.
Concluyo pues que las sociedades tradicionalmente denominadas civiles, que no
han perdido su calificación de tales, malgrado la sanción del Código Civil y Comercial
de la Nación, están expresamente previstas en la Sección IV del Capítulo I de la ley
19.550, y la mejor prueba de ello es que las sociedades incluidas en esta sección

339 
 
han sido herederas del viejo régimen de la responsabilidad mancomunada de sus
integrantes por las obligaciones sociales, que el derogado Código Civil consagraba.
No obstante, coincido quienes se lamentan de la inexistencia de normas en la nueva
versión de la ley 19.550 que se hubiesen ocupado de las sociedades civiles
existentes a la fecha de la entrada en vigencia de la ley 26.994 y del impacto que
pudiera ocasionar la eventual reforma en ellas, pues se trata —en la casi generalidad
de los casos— de sociedades constituidas por profesionales, la mayor parte sin
cumplir con la formalidad —escritura pública— prevista por el hoy derogado art.
1184 inc. 3º del derogado Código Civil, cuyos aportes se caracterizan por su
diversidad y cuyo régimen de distribución de ganancias y pérdidas no respetan los
cánones de las sociedades reglamente constituidas a las que se refiere la ley
19.550.
En definitiva, y para clarificar el status legal de las "sociedades civiles" a la fecha de
entrada en vigencia del nuevo Código Civil y Comercial de la Nación, considero
oportuno formular las siguientes conclusiones:
a) No existe obstáculo alguno para constituir sociedades civiles, que pueden incluso
denominarse de esa manera, las que quedarán gobernadas por la Sección IV del
Capítulo I de la ley 19.550.
b) Ellas desaparecerán como tales, para quedar incluidas en el régimen previsto por
la Sección IV del Capítulo I de la Ley General de Sociedades nº 19.550.
c) Las sociedades civiles que, a esta fecha, hubieran sido constituidas por escritura
pública, continuarán gobernadas por las cláusulas de su estatuto, en la medida que
resulten compatibles con el nuevo régimen legal previsto por los arts. 21 a 26 de la
referida ley (art. 5º del CCyCN).
c) Las referidas entidades, que no se hubieran constituidas regularmente durante la
vigencia del Código Civil —sociedades civiles irregulares o de hecho— pasarán a
gobernarse por los referidos arts. 21 a 26 de la ley 19.550.
d) Algún párrafo especial merecen las sociedades constituidas por profesionales,
que —se reitera— debieron recibir un tratamiento más generoso, para contemplar
en su seno, las particularidades que las mismas ofrecen y si bien pareciera —como
hemos visto— que no existe reparo en que las sociedades con actividad
"profesional" puedan constituirse bajo el molde de los tipos previstos en el capítulo
II de la ley 19.550, ello encuentra, según mi manera de ver las cosas, obstáculos
insuperables, pues la responsabilidad ilimitada que caracteriza el ejercicio de las
profesiones liberales en nuestro país, colisiona frontalmente con la responsabilidad
acotada que el legislador otorga a los integrantes de las sociedades anónimas y de
responsabilidad limitada.
Todo parece indicar entonces, que quienes pretenden constituir una sociedad
dedicada a la actividad profesional, para cuya realización resulte necesario un título
universitario habilitante, cuentan con las siguientes opciones para así proceder: a)
Constituir una sociedad sometida a las pautas de la Sección IV del Capítulo I de
la ley 19.550 y b) Recurrir al molde de las sociedades de profesionales previstas por
el art. 57 de la resolución general de la Inspección General de Justicia 7/2015, esto
es, aquellas sociedades integradas exclusivamente por profesionales con título
habilitante extendido a personas humanas, que se asocien para ejercer las
actividades propias de sus incumbencias en el caso que se lo permiten las leyes que
reglamentan su ejercicio, quedando sujetos a dicha normativa o a las sociedades de
medios o instrumentales, cuando las leyes de incumbencia profesional no les
permita asociarse, con las limitaciones que, en cuanto a su objeto y actividad, ellas
suponen.

340 
 
Ello, sin perjuicio de recurrir a las figuras de los contratos asociativos previstas por
los arts. 1442 a 1478 del CCyCN, pero que, por obviedad, no deben exhibir en su
actuación las características propias de una sociedad.

ART. 22.—
Régimen aplicable. El contrato social puede ser invocado entre los socios. Es
oponible a los terceros, si se prueba que lo conocieron efectivamente al tiempo de
la contratación o del nacimiento de la relación obligacional y también puede ser
invocado por los terceros contra la sociedad, los socios y administradores.
CONCORDANCIAS: Arts. 23 a 25ley 19.550. Resolución General IGJ nº 7/2015, art.
173.LSC Uruguay: arts. 42, 43.

§ 1. Oponibilidad del contrato social entre los socios


El primer párrafo del art. 23 de la ley 19.550, en su actual versión, se refiere a la
plena invocación del contrato social entre los socios, poniendo fin al régimen de
ininvocabilidad del mismo en las relaciones internas de las sociedades no
constituidas regularmente previsto en el derogado art. 23 del texto original de dicha
normativa, lo que había provocado un enorme y unánime cuestionamiento por la
doctrina, pues solo se justificaba esa sanción cuando se trataba de una sociedad
ilícita o con actividad ilícita o prohibida, pero no cuando la irregularidad de fundaba
en la omisión de su inscripción, cuestión que afecta fundamentalmente a los terceros
y no a los propios integrantes de la sociedad.
De esta manera, la plena invocabilidad del contrato entre los socios dota al régimen
de incoherencia lógica, con sujeción a las reglas de la buena fe. Recuerda al
respecto Rafael Barreiro, invocando las fuentes del art. 22. que el art.
961 del Código Civil y Comercial de la Nación establece una clásica regla
contractual: los contratos deben celebrarse, interpretarse y ejecutarse de buena fe.
Obligan no solo a lo que está formalmente expresado, sino a todas las
consecuencias que puedan considerarse comprendidas en ellos, con los alcances
en que razonablemente se habría obligado un contratante cuidadoso y previsor(560).
Bien es cierto que el legislador de 2014 se quedó corto cuando, al redactar el art.
22, dispuso que el contrato social puede ser invocado entre los socios, pues lo ideal
hubiera sido que igual facultad les asiste cuando se trata de la defensa de los
derechos y defensas que surgen de la ley 19.550, como decía el texto original del
derogado art. 23, pero tal es la interpretación que debe darse al referido texto legal,
pues los derechos, obligaciones y responsabilidades que surgen de la ley
19.550existen y pueden ser invocados por todos quienes integran una sociedad
comercial, independientemente de lo que expresa el acto constitutivo, que por lo
general se agota con las menciones previstas en los siete primeros incisos del art.
11 de dicha normativa.

341 
 
En virtud de ello, sus socios podrán reclamar a la sociedad el respeto y cumplimiento
de sus derechos y exigirse, entre sí y a sus administradores, el cumplimiento de las
obligaciones que impone toda relación asociativa. Concretamente y a título de
ejemplo, podrá la sociedad reclamar de sus integrantes el cumplimiento de sus
aportes, la adecuación de su conducta al interés social a través de las acciones de
responsabilidad correspondientes y en el mismo sentido, el socio podrá recurrir
judicialmente en defensa de sus derechos, reclamando el funcionamiento de la
sociedad a los parámetros legales, exigir su responsabilidad por daños sufridos por
la sociedad o en su propio patrimonio y demandar a sus administradores la rendición
de cuentas, por uno o más negocios sociales, su remoción y su responsabilidad, con
plenas facultades para solicitar la intervención judicial, en cualquiera de sus grados.
Del igual modo, esta misma interpretación amplia del primer párrafo del art. 22 —"El
contrato social puede ser invocado por los socios"— se predica en torno a la
oponibilidad de los derechos y defensas que surgen del contrato y de la ley por parte
de la propia sociedad y de quienes integran los órganos sociales, respecto de sus
relaciones con la sociedad y sus socios, pues no encontramos, a título de ejemplo,
óbice alguno para negar la viabilidad de una demanda promovida por los
administradores contra la sociedad por cobro de la remuneración correspondiente a
un determinado ejercicio.
No obstante, y a pesar de la amplia fórmula del art. 22 de la ley 19.550, existen
límites a la oponibilidad por la sociedad y los socios, respecto de las cláusulas del
contrato social, como por ejemplo:
a) No existe posibilidad alguna de recurrir al procedimiento de exclusión de socios
previsto en los arts. 91 a 93 de la ley 19.550, pues es un mecanismo solo admitido
para las sociedades colectivas, en comandita simple, de responsabilidad limitada y
los comanditados en las SCA (art. 91 primer párrafo de la ley 19.550).
b) No podría el socio reclamar a los administradores la confección y presentación
de los estados contables en los términos de los arts. 61 a 66 de la ley 19.550,habida
cuenta la imposibilidad, por las sociedades de la Sección IV, de llevar una
contabilidad legal.
c) Finalmente, tampoco pueden los socios de una sociedad de hecho invocar frente
al liquidador ni frente a terceros, la asunción de su responsabilidad mancomunada
y por partes iguales, a los fines del pago de una deuda social, ante un pedido del
liquidador, de efectuar las "contribuciones debidas" a que se refiere el art. 106 de
la ley 19.550, pues ese derecho solo les corresponde a los integrantes de un tipo
social en los cuales los socios limitan su responsabilidad o cuando existe un contrato
constitutivo, lo cual no acontece con las sociedades de hecho.

§ 2. Oponibilidad del contrato a los herederos del socio fallecido


No extendemos, sin embargo, el régimen de oponibilidad a los herederos del socio
fallecido, pues por más que los fundadores de esta clase de sociedades hayan
insertado una cláusula especial en el acto constitutivo, respecto a la incorporación
forzosa de dichos herederos ante la muerte de uno de los socios, soy de opinión
que, ante tal eventualidad, se produce necesariamente la resolución del respectivo
contrato, salvo expreso consentimiento de todos los socios supérstites y de los

342 
 
herederos del causante. No olvidemos, al respecto, que la fórmula legal empleada
por el art. 22, en cuanto dispone que "El contrato social puede ser invocado entre
los socios", descarta a los herederos del socio fallecido, que no son socios al
momento de la muerte del causante, conclusión que se encuentra reforzada por lo
dispuesto en el art. 90 de la ley 19.550, cuando solo autoriza el pacto de continuidad
de los herederos del socio fallecido en determinadas sociedades (sociedades
colectivas y en comandita simple), sin mencionar a las sociedades de la Sección IV
del Capítulo I de la ley 19.550.
En definitiva, el principio general de la oponibilidad del contrato social entre los
socios, que hoy gobierna el régimen de las relaciones internas en esta clase de
sociedades, supone asimismo respetar las decisiones de los socios, adoptadas
orgánicamente, cuya obligatoriedad es consecuencia de esa regla. De tal manera
que nadie podría discutir, con la actual redacción de los arts. 22 y 23 primer párrafo
de la ley 19.550, que las decisiones adoptadas por sus órganos de administración y
gobierno puedan gozar de los efectos previstos por el art. 233 de dicha normativa,
esto es, gozar de la obligatoriedad para todos quienes integren la entidad, las cuales
deben ser cumplidas por quienes ejerzan la administración de la misma. El art. 25,
en su nueva redacción ratifica la plena validez, oponibilidad y obligatoriedad de los
acuerdos sociales adoptadas en esta clase de sociedades, cuando se refiere a la
necesidad de adoptar acuerdos sociales a los fines de proceder a la subsanación
de la sociedad.

§ 3. Oponibilidad del contrato a los terceros


En lo que respecta a la oponibilidad del contrato social frente a terceros, ello está
subordinado al hecho de que se encuentre probado que éstos lo conocieron
efectivamente al tiempo de la contratación o del nacimiento de la relación obligatoria,
siendo la prueba de esta circunstancia, a cargo de los socios o de la sociedad. De
modo tal que si los socios o la sociedad invocan un cierto régimen de administración,
para cuestionar frente a terceros una determinada actuación societaria, que se dice
contraída por quien no tenía la representación del ente, deberá existir una prueba
fehaciente que acredite la exhibición del contrato social antes o al momento previsto
por el art. 22 de la ley 19.550. La propia Ley General de Sociedades, en su art. 24
prevé un claro ejemplo del principio general de oponibilidad del contrato social a los
terceros que se han vinculado con la sociedad, cuando dispone la posibilidad de
establecer, en sus relaciones con los terceros, un régimen de responsabilidad de los
integrantes de la sociedad más amplio que el establecido por dicha norma —
responsabilidad simplemente mancomunada y por partes iguales— pero ello debe
surgir —entre otras alternativas— de una estipulación del contrato social en los
términos del nuevo art. 22, obviamente conocido por los referidos terceros al
momento de la contratación.
Parece evidente concluir que dicha norma está prevista exclusivamente para las
sociedades que cuentan con instrumento escrito, pero no para las sociedades de
hecho, quienes nada podrían oponerle a los terceros. Ello podría general algunas
situaciones fácticas de complicada situación, como por ejemplo, cuando la sociedad
de hecho niega la existencia de representación por parte de quien contrajo la
obligación, poniendo en tela de juicio la responsabilidad del ente en el cumplimiento

343 
 
de dicha obligación. La pregunta que debe formularse es la siguiente: ¿podría la
sociedad invocar la inexistencia de representación societaria por medio de cualquier
medio de prueba, cuando carece de contrato social?
No parece ello admisible. En primer lugar, porque el art. 22, segundo párrafo de
la ley 19.550 establece que solo "el contrato social" es oponible a terceros, y no
cualquier otro documento. En segundo lugar, porque si bien el art. 23 admite un
amplia posibilidad probatoria en este tipo de relaciones societarias, dicha norma se
refiere solo a la existencia de la sociedad y no cualquier actuación de la misma y
finalmente, que el art. 23, segundo párrafo dispone que "En las relaciones con
terceros, cualquiera de los socios representa a la sociedad, exhibiendo el contrato,
pero la disposición del contrato social le puede ser opuesta si se prueba que los
terceros la conocieron efectivamente al tiempo del nacimiento de la relación
jurídica".
La prueba de que los terceros conocieron efectivamente el contrato social al tiempo
de la contratación o del nacimiento de la relación obligacional, corresponde sin
dudas a la sociedad, y por lo general, ella se concretará insertando en el contrato
celebrado entre la sociedad y el tercero, la constancia de que éste contó, al antes o
al momento de la contratación, con el contrato social, o que copia del mismo haya
sido firmado por el contratante y devuelto a la sociedad.
Bien es cierto que la posibilidad de oponer a terceros el contrato social depende de
la buena fe de las partes, y al respecto manifiesta Rafael Manóvil que el
conocimiento del contrato por los terceros es una cuestión de hecho, exista o no
instrumento, afirmando este autor que los terceros pudieron tomar conocimiento de
la sociedad de hecho, por ejemplo, por una comunicación verbal hecha por una
comunicación dirigida a aquellos por todos los socios, concluyendo que, tanto si hay
instrumento como si no lo hay, es siempre una cuestión probatoria. Si bien tales
manifestaciones nos resultan atendibles, aunque creemos que la prueba tendiente
a demostrar el conocimiento de los terceros respecto del grado de responsabilidad
de los socios debe ser concreta y fehaciente, pues de admitir lo contrario, esto es
una gran amplitud probatoria, cualquier demanda promovida por un tercero contra
una sociedad de hecho, en cumplimiento de una obligación contraída con la misma,
y sin exhibición del contrato, podría generar todo tipo de maniobras dilatorias, que
prolongarían indefinidamente el pleito. Con otras palabras: un semillero de pleitos
que siempre es preferible evitar.
Finalmente, y siempre en lo que respecta a la oponibilidad del contrato social por
parte de los terceros, el último párrafo del art. 22 establece que dicho instrumento
puede ser invocado por éstos frente a la sociedad, los socios y los administradores,
lo cual constituye la lógica y justa contrapartida de la solución expresada en el
párrafo anterior del artículo en análisis.

§ 4. ¿Pueden las sociedades de la Sección IV del Capítulo I de la ley


19.550, llevar a cabo los procedimientos de transformación, fusión y
escisión?
La resolución general 7/2015 de la Inspección General de Justicia, así parecen
admitirlo en sus arts. 173 y 178, cuando establece que las normas previstas en

344 
 
materia de transformación y fusión de sociedades son de aplicación analógica, en
lo pertinente, a la adopción de uno de los tipos regulados por la ley 19.550, o
participar como fusionantes por parte de una sociedad de la Sección IV del Capítulo
I de la referida ley, requiriéndose al acuerdo unánime de sus socios, salvo que el
contrato prevea expresamente que pueda decidirse por mayoría.
Ello constituye, a nuestro juicio, una solución desacertada, pues la oponibilidad de
las normas referidas al funcionamiento de las sociedades previstas en los arts. 21 a
26 de la ley 19.550, en su actual versión, no autoriza los procedimientos de
reorganización societaria, incorporados a dicha normativa a partir del art. 74, pues
constituyen, tanto la transformación, como la fusión y escisión, procedimientos que
requieren el protagonismo de sociedades regulares, adaptados a uno de los tipos
previstos en la ley 19.550.
Curiosamente, el art. 185 de las actuales normas de la Inspección General de
Justicia (resolución general 7/2015), adopta una solución contraria a la prevista en
el art. 173, que acepta la aplicación analógica a las sociedades de la sección IV, de
las normas de la transformación, cuando dispone la admisibilidad de la subsanación
o transformación de una sociedad civil constituida bajo la vigencia del anterior
Código Civil mediante la adopción de uno de los tipos regulados por el capítulo II de
la ley 19.550, solución que ya había sido consagrada por la autoridad de control en
la resolución general 7/2005 y que parte de la idea que se trata de una sociedad civil
constituida regularmente que se transforma en una sociedad tipificada en el Capítulo
II de la ley 19.550.

ART. 23.—
Representación, administración y gobierno. "Las cláusulas relativas a la
representación, administración y las demás que disponen sobre la organización y
gobierno de la sociedad, pueden ser invocadas entre los socios.
En las relaciones con terceros, cualquiera de los socios representa a la sociedad
exhibiendo el contrato, pero la disposición del contrato le puede ser opuesta si se
prueba que los terceros la conocieron efectivamente al tiempo del nacimiento de la
relación jurídica".
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 22, 24, 56; Resolución General IGJ nº 7/2015, art.
173.LSC Uruguay: arts. 37, 39.

§ 1. Representación, administración y gobierno de la sociedad


incluida en la Sección IV del Capítulo I. Régimen de responsabilidad
El art. 23 de la ley 19.550 en su actual versión (ley 26.994), consagra en su primer
párrafo, una de las consecuencias del régimen amplio de oponibilidad del contrato
social entre los socios y la sociedad, cuando prescribe que las cláusulas relativas a

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la representación, la administración y las demás que disponen sobre la organización
y gobierno de la sociedad, pueden ser invocadas entre los socios.
Dicha norma no se limita exclusivamente a la representación del ente, como lo hace
la segunda parte de dicha norma, sino también a la administración y gobierno, con
lo cual no existe diferencia, en cuanto a la organización de la sociedad, entre
sociedades típicas y sociedades incluidas en la Sección IV del Capítulo I de la ley
19.550, las cuales podrán organizar a su conveniencia como y de qué manera
estructuran sus órganos de administración, gobierno e incluso fiscalización. La
sociedad podrá en consecuencia contar con una gerencia o directorio, una
sindicatura o consejo de vigilancia, y prever una cláusula expresa referida a la
adopción de acuerdos sociales, aunque no será muy frecuente que ello acontezca
en la práctica, como no lo fue respecto de la existencia de las sociedades irregulares
antes de la ley 26.994, en donde el universo de las sociedades no constituidas
regularmente era representado, en un casi cien por ciento por las sociedades de
hecho, que se caracterizan por la inexistencia de contrato escrito. Parece casi obvio
concluir que quienes se toman el trabajo de redactar un contrato social con cláusulas
referidas a la organización de sus órganos sociales, seguramente concluirán los
trámites inscriptorios correspondientes.
Lo cierto es que, aunque ello será muy excepcional, los socios podrán, en esta clase
de sociedades impugnar judicialmente las asambleas o reuniones de socios y las
decisiones emanadas de dichos actos, así como las decisiones de los órganos de
administración, cuando la misma estuviere en manos de cuerpos colegiados,
rigiendo por analogía lo dispuesto por el art. 251 de la ley 19.550.
La norma en análisis (art. 23), en su segundo párrafo, si bien consagra el principio
general en materia de representación de esta clase de sociedades, estableciendo
que en las relaciones con terceros, cualquiera de los socios representa a la
sociedad, tal cual como lo prescribía el derogado art. 24 del texto original de la ley
19.550,agrega que ello solo será aplicable, cuando se exhibiese el contrato, lo cual
constituye un verdadero desacierto e incluso contrasentido, pues cuando la
sociedad cuenta con un contrato social y con una cláusula referida a la
administración del ente —sociedades irregulares— es de toda evidencia, por
aplicación del régimen de oponibilidad a terceros prevista en el art. 22, que aquel
principio carece de aplicabilidad, siempre y cuando el tercero ha tomado expreso
conocimiento del contrato social y ello puede ser fehacientemente acreditado (art.
22).
En consecuencia, el principio general de la representación promiscua de las
sociedades previstas en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550 solo debería
ser aplicable a las sociedades de hecho, sin instrumento escrito, pero la referencia
a la exhibición del contrato, lo torna incomprensible. De todas maneras y a los fines
de interpretar la normativa legal vigente dándole coherencia al sistema, considero
que el régimen de representación en estas sociedades debe ser el siguiente: a) En
las sociedades de hecho, y en sus relaciones con terceros cualquiera de los socios
representa a la sociedad y b) Tratándose de sociedades irregulares, atípicas o
carentes de requisitos esenciales no tipificantes, el único régimen de representación
válido será el previsto en el contrato social, que será oponible por y ante terceros
(art. 22).
Así interpretadas las cosas, es importante efectuar un repaso de la jurisprudencia
mientras estuvo vigente el art. 24 de la ley 19.550, en su texto original, solucionando
varios problemas de cotidiana frecuencia que se presentaban ante la existencia de
un conflicto judicial que tenía como protagonista a una sociedad de hecho.

346 
 
a) En las sociedades de hecho, lo que surge de la confesión de uno de los socios
obliga a la sociedad y a sus consocios(561).
b) La sociedad de hecho puede ser representada en juicio por cualquiera de sus
integrantes(562).
c) No corresponde declarar en rebeldía a una sociedad irregular o de hecho, si la
demanda fue contestada por cualquiera de sus integrantes(563).
Puede suceder que frente a un caso concreto, se plantee la duda si una deuda fue
contraída por uno de los socios a título particular o si la ha contraído en nombre de
la sociedad de hecho que integra. Frente a tal hipótesis y no habiendo manifestado
fehacientemente que se obligaba en nombre de dicha sociedad, resulta evidente
concluir que la misma debe ser considerada como contraída por el socio a título
personal, pues, como se sostuvo, la norma del art. 23 segundo párrafo de la ley
19.550 no implica que las operaciones realizadas por los componentes de la entidad
vinculen necesariamente a ésta, pues ello importaría sostener que los socios han
perdido toda posibilidad de realizar transacciones en forma individual o particular(564).
En todo caso, quien afirma la existencia de la actuación de la sociedad carga con la
prueba correspondiente.
Por aplicación del régimen pleno de oponibilidad interna previsto por el art. 23 primer
párrafo de la ley 19.550, y siempre sosteniendo que en este tipo de sociedades, la
permanente referencia al contrato social constituye un grave error, al brindar margen
para sostener la exclusión de las sociedades de hecho en la Sección IV del Capítulo
I de la ley 19.550, considero procedente la promoción, por parte de los socios de las
acciones judiciales de remoción de los administradores, así como las acciones de
responsabilidad, previstas por el art. 274 y ss. del ordenamiento societario, las
cuales son plenamente aplicables a estas sociedades.

§ 2. Las sociedades no regulares y la contabilidad


De conformidad con el nuevo régimen de contabilidad previsto en los arts. 320 a 331
del Código Civil y Comercial de la Nación, todas las personas jurídicas de carácter
privado, entre las cuales se encuentran las sociedades comerciales se encuentran
obligadas a llevar contabilidad.
Revistiendo entonces el carácter de personas jurídicas de carácter privado (art. 148
CCyCN) y no obstante su informalidad, las sociedades no regulares, esto es, las
incluidas en el art. 21 de la ley 19.550 están obligadas a llevar libros y al respecto,
la norma del art. 320 primer párrafo del Código Civil y Comercial no deja margen de
dudas.
Sin embargo, y como la legislación en materia de contabilidad no se agota en las
disposiciones del Código Civil y Comercial, sino que ella debe complementarse en
primer lugar con otras disposiciones contables del mismo código unificado y en
segundo término, de lo que surge de las leyes especiales no derogadas por la nueva
legislación(565), surge de toda evidencia que la inexistencia de inscripción registral
por parte de éstas en los términos del art. 7º de la ley 19.550 impedirá la rubricación
de sus libros, que es el punto de partida para llevar una contabilidad regular, con
todos los efectos legales.

347 
 
Alguna doctrina sostiene que, habida cuenta que el art. 320 del Código Civil y
Comercial de la Nación, autorizando lo que ha denominado como "contabilidad
voluntaria" habilita a "...cualquier persona a llevar contabilidad si solicita su
inscripción y la habilitación de sus registros o la rubricación de sus libros, como se
establece en esta misma Sección", las sociedades incluidas en la Sección IV del
Capítulo I de la ley 19.550 podrán subsanar la imposibilidad de rubricar los libros
societarios y de comercio, acudiendo por extensión, a la regla de la "rubricación
voluntaria" a que alude aquella norma, prevista para aquellos sujetos no obligados
a llevar la contabilidad prevista en el primer párrafo, segunda parte del art.
320 del Código Civil y Comercial de la Nación(566).
La tesis es original, pero no puede compartirse, pues esta contabilidad voluntaria,
prevista por la nueva legislación civil y comercial, está subordinada a la previa
solicitud de inscripción y la habilitación de sus registros o la rubricación de sus libros,
como textualmente se establece en la Sección 7º del Capítulo V del Código Civil y
Comercial de la Nación y si bien es cierto que tal inscripción no implica matriculación
para las personas que optan por esta contabilidad voluntaria, pues el referido
ordenamiento legal ha derogado la obligación de los sujetos mercantiles de
matricularse en el Registro Público de Comercio, lo cierto es que, al referirse
expresamente el art. 320 al cumplimiento de la previa rubricación de sus libros, es
de toda obviedad concluir que todas aquellas personas que carecen de la posibilidad
de hacerlo, como las sociedades que no se han inscripto regularmente, y ello vale
también para las demás sociedades incluidas en la Sección IV del Capítulo I de la ley
19.550, tienen cerradas las puertas a esta "contabilidad voluntaria", que si bien se
permite a aquellos que no están obligados a llevar una contabilidad legal, no resulta
admisible para quienes no han cumplido los requisitos necesarios para acceder a la
misma.
Arribar a una conclusión contraria significaría sostener que la inscripción de la
sociedad en el registro mercantil se ha convertido en una mera formalidad carente
de todo tipo de efectos y que la tipicidad societaria no sirve absolutamente para
nada. Efectivamente, si la sociedad no regular omite voluntariamente su carga
inscriptoria, no obstante lo cual, recurre al subterfugio de la contabilidad voluntaria,
a los fines de gozar de la eficacia probatoria de sus libros sociales y contables, como
lo garantiza el art. 330 del Código Civil y Comercial, el respeto de la carga prevista
en los arts. 5º y 6º de la ley 19.550 y el cumplimiento de los requisitos previstos por
el art. 11 de dicha ley se convierte en una verdadera insensatez, esto es, carente de
toda finalidad útil para quien se ha preocupado en cumplir con todos los mandatos
legales.

§ 3. Administración e intervención judicial en las sociedades incluidas


en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550
Si bien la aplicación de los arts. 113 a 117 de la ley 19.550 fue muy controvertida
durante la vigencia de dicha normativa, en su versión original, esta discusión ha
perdido toda virtualidad ante el principio general de oponibilidad del contrato social
entre sus integrantes, como expresamente lo prevén los arts. 22 y 23, en sus
primeros párrafos, en su actual versión.

348 
 
De manera tal que, siendo que las cláusulas relativas a la administración,
organización y gobierno de la sociedad pueden ser invocadas entre los socios, nada
obsta a que éstos puedan requerir la designación de un veedor judicial, un
coadministrador o un interventor judicial con desplazamiento de autoridades,
siempre y cuando cumplan con los requisitos formales y sustanciales previstos por
las normas de la Sección XIV del Capítulo I de la ley 19.550.

§ 4. Adquisición por la sociedad de bienes registrables


Se trata de otra cuestión que la ley 26.994 ha superado, pues la redacción del texto
original del art. 26 de la ley 19.550 brindaba margen legal más que suficiente para
sostener la incapacidad de las sociedades no regularmente constituidas para
adquirir bienes registrables. Era éste un tema que fue muy polémico hasta la sanción
de la ley 26.994 y sostenida por la doctrina notarial, a pesar de que la jurisprudencia
de nuestros tribunales, respaldando un antiguo fallo plenario de la Cámara Civil de
la Capital Federal del año 1921, dictado en el caso "Pascual Hermanos",
confirmando una resolución del Registro de la Propiedad Inmueble, convalidó dicha
incapacidad, fundado en las razones de identificación y protección de los terceros
de los acreedores de los socios. Recuérdese al respecto que el Anteproyecto de
Reformas a la ley 19.550, del año 2004 había admitido la solución hoy prevista en
el segundo párrafo del art. 23 de la ley 19.550 en su actual redacción, el cual prevé
los mecanismos para evitar fraudes y maniobras simuladas, pues es de toda justicia
que, frente a los acreedores sociales, la sociedad, integrada por quienes son a su
vez los condóminos de un bien que ha sido enteramente afectado al desarrollo de
los negocios sociales, no puedan invocar la ajenidad de este bien respecto del
patrimonio social, al momento de la ejecución individual o colectiva de los bienes de
la entidad y así lo ha resuelto la jurisprudencia de nuestros tribunales mercantiles,
en reiteradas oportunidades.
Actualmente, la capacidad de las sociedades no constituidas regularmente para
adquirir bienes registrales viene impuesta por el art. 23, último párrafo de la ley
general de sociedades, al disponer expresamente, bajo el título de "Bienes
registrables" que "Para adquirir bienes registrables la sociedad debe acreditar, ante
el Registro, su existencia y las facultades de su representante, por un acto de
reconocimiento de todos quienes afirman ser sus socios. Este acto debe ser
instrumentado en escritura pública o instrumento privado con firma autenticada por
escribano. El bien se inscribirá a nombre de la sociedad, debiéndose indicar la
proporción en que participan los socios de tal entidad".
La simple lectura del segundo párrafo del art. 23 de la ley 19.550, en su actual
redacción, ilustra que no se trata de una solución dedicada exclusivamente a las
sociedades de hecho, como parece sugerir una primera lectura del referido texto
legal, sino para todas aquellas sociedades incluidas en el art. 21, incluso las
sociedades irregulares, atípicas o carentes de requisitos esenciales no tipificantes.
Ello surge claramente del texto del tercer párrafo del art. 23, cuando se refiere a una
actuación que adquiere especial protagonismo en el proceso de adquisición de
bienes registrables por la sociedad, que es el denominado "acto de reconocimiento",
que debe ser presentado ante el registro correspondiente al bien registral adquirido

349 
 
por la sociedad, en el cual el ente deberá acreditar su existencia y las facultades de
su representante y que deberá ser suscripto por todos los integrantes de la sociedad.
Dicho acto de reconocimiento no puede ser reemplazado por el contrato social, salvo
que se trate de una sociedad irregular y no existiera modificación de los socios
originales, pues este documento debe ser elaborado y presentado al registro
correspondiente en cada oportunidad que la sociedad adquiera un bien registrable,
pues lo verdaderamente importante, además de la prueba de la existencia de la
sociedad, es la constancia de la presencia de todos quienes afirman ser sus socios.
La importancia de este documento ha sido destacado por el legislador de 2016,
cuando requiere que el acto de reconocimiento debe ser instrumentado en escritura
pública o instrumento privado con firma autenticada por escribano.
Confeccionado y presentado dicho documento, el bien podrá ser inscripto a nombre
de la sociedad, debiéndose indicar la proporción en que participan los socios en tal
sociedad, con lo cual el acto de reconocimiento constituirá una prueba fundamental
por los socios y por los terceros, para el caso de desconocimiento de su carácter de
integrantes de la sociedad.

§ 5. Prueba de la existencia de la sociedad incluida en la Sección IV


del Capítulo I de la ley 19.550

5.1. Principios generales. Medios probatorios admisibles


El art. 23 último párrafo de la ley 19.550, en su redacción posterior a la ley
26.994, adopta idéntica solución a aquella prevista por el derogado art. 25 de dicha
normativa, aceptando que la prueba de las sociedades incluidas en la Sección IV
del Capítulo I pueden ser acreditadas por cualquier medio de prueba.
Bien es cierto que al quedar derogado el art. 25 de la ley 19.550 y con ello las
explicaciones del legislador societario de 1972 contenidas en la "Exposición de
Motivos" en torno a dicha norma, en cuanto sujetaba dicha prueba, a los principios
generales del derecho común, haciendo referencia concreta a lo dispuesto por los
derogados arts. 209 del Código de Comercio y 1193 del Código Civil, todo parecería
indicar, atento la actual redacción del último párrafo del art. 23 de la ley 19.550,que
no existiría restricción en torno a los medios de prueba necesarios para acreditar la
existencia de las sociedades no constituidas regularmente y aquellas incluidas en el
art. 21, lo cual reviste especial importancia, ante la divergencia que, sobre el
particular ha planteado la doctrina y jurisprudencia en torno a la suficiencia de la
prueba testimonial a los fines mencionados.
Sin embargo, estimo que aquellos fundamentos que dieron origen a las normas de
los arts. 209 del Código de Comercio y 1193 del Código Civil, basadas en la
necesidad de evitar la proliferación de conflictos y que en forma concordante, solo
admitían la prueba testimonial para los contratos que no excedieran determinada

350 
 
suma de dinero, salvo que existiese lo que en doctrina se conoce como "principio de
prueba por escrito", permanecen hoy inalterables en el texto del Código Civil y
Comercial de la Nación, cuyo art. 1019 último párrafo establece expresamente que
"Los contratos que sea de uso instrumentar no pueden ser probados exclusivamente
por testigos", aclarando el art. 1020 de dicho cuerpo legal, bajo el título "Prueba de
los contratos formales" que "Los contratos en los cuales la formalidad es requerida
a los fines probatorios pueden ser probados por otros medios, inclusive por testigos,
si hay imposibilidad de obtener la prueba de haber sido cumplida la formalidad o si
existe principio de prueba instrumental o comienzo de ejecución. Se considera
principio de prueba instrumental cualquier instrumento que emane de la otra parte,
de su causante o parte interesada en el asunto, que haga verosímil la existencia del
contrato".
La aplicación del art. 1020 del Código Civil y Comercial de la Nación, al cual hemos
transcripto en el párrafo anterior, es controvertida por Rafael Barreiro, para quien
dicha norma no es aplicable, sin dar mayores fundamentos de su opinión. Pienso
que, a diferencia de las sociedades regulares y típicas, en las sociedades incluidas
en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, el contrato social es requerido a los
fines probatorios y de allí si aplicación al negocio societario en los casos que nos
ocupa, más allá de la evidente lógica —como lo entendían los legisladores de los
derogados Código Civil y Comercial de la Nación— de requerir principio de prueba
por escrito para habilitar la prueba testimonial.
La cuestión de la prueba de la existencia de la sociedad, así como del carácter de
socio, que mucha veces es desconocido, para frustrar derechos de terceros y de los
propios integrantes de la sociedad, ha sido un tema medular y recurrente en materia
de sociedades no constituidas regularmente, que originó todo tipo de soluciones,
ante concretas situaciones planteadas judicialmente, tema sobre el cual es
necesario detenerse en los párrafos siguientes.
Suele ocurrir que un tercero al demandar a una sociedad de hecho, por cumplimiento
de un contrato celebrado, o un socio, al promover demanda de disolución, se
encuentre con que quien contrató por la sociedad o los restantes consocios nieguen
la existencia del ente.
Ello no es un supuesto infrecuente, pues, en el primer caso se ocultaría la existencia
de un socio solvente, y en el segundo, él o los restantes consocios evitarán la acción
de rendición de cuentas por las operaciones efectuadas, así como la promoción de
acciones de responsabilidad, aprovechándose muchas veces de la ausencia de
documentación que revela la actuación interna de la sociedad.
La ley 19.550, en su original art. 25 —reformado— por el último párrafo del art. 23
en su actual redacción preveía el supuesto, autorizando a recurrir, en tales
circunstancias, a cualquier medio de prueba, aunque, conforme lo aclaraba la
Exposición de Motivos de la ley 19.550, con sujeción a las normas de derecho
común.
En consecuencia, para demostrar la existencia de una sociedad irregular o de hecho,
debía remitirse, antes de la sanción del Código Civil y Comercial de la Nación, a las
disposiciones del Código de Comercio (arts. 207, 208, 209, 211, 214 y 298), del
Código Civil (arts. 1190 a 1194), así como del Código Procesal correspondiente.
Resulta casi innecesario destacar que la cuestión sólo podía presentarse tratándose
de sociedades de hecho, por la ausencia de instrumentación, o de sociedades
irregulares no registradas, cuando el contrato no esté en manos del socio disolvente,
atento a que el principio consagrado por el entonces vigente art. 1021 del Cód. Civil
— sobre pluralidad de ejemplares — no regía en materia mercantil.

351 
 
La ley 19.550, en su versión original, como en su actual redacción, ha admitido una
amplia libertad probatoria para demostrar la existencia de la sociedad irregular o de
hecho, principio que vale para los terceros o los propios socios, pues la ley general
de sociedades no establece distinciones al respecto.
Ahora bien, y atento la amplitud probatoria prevista por el art. 23 de la ley
19.550, ello obliga a remitirse a los medios de prueba de los contratos previstos por
el Código Civil y Comercial de la Nación, por lo que corresponde destacar:
1 Las cuestiones relativas a la prueba de los contratos son de orden procesal y no
sustancial; por consiguiente, es admisible recurrir a todos los medios probatorios
admitidos por los códigos de forma. Como consecuencia de ello, deben admitirse la
prueba de informes, peritos y el reconocimiento judicial, con los alcances y formas
señalados por el Código Procesal.
2. Lo expuesto, sin perjuicio de ampliar la admisibilidad de nuevos medios
probatorios, por ejemplo: correos electrónicos, grabaciones, fax, fotografías,
conversaciones telefónicas, que por sí solos no constituyen pruebas, pero que,
empleados en combinación con otros medios, aportan valiosas pautas de
apreciación, de acuerdo con las reglas de la sana crítica, para juzgar sobre la
existencia, validez, eficacia y cumplimiento de los contratos(567).
Cabe concluir que lo expuesto en materia de amplitud de prueba, no implica que, en
concreto, cualquiera sea apta para dar por probada aquella situación; debe tratarse
de una prueba convincente e idónea, imponiéndose analizar las probanzas
aportadas a fin de apreciar si de su conjunto surge un serio poder de convicción que
autorice a admitir la existencia de una sociedad de hecho. Sobre el particular, la
jurisprudencia ha destacado la importancia de probar los aportes realizados por los
socios, la formación de un patrimonio societario y la actividad mercantil del ente(568).

5.2. La prueba de presunciones y el valor de las cartas como medio


probatorio de la relación societaria irregular
Afirmaba Malagarriga(569)que, vigente el Código de Comercio en materia societaria,
lo que ocurrió hasta el año 1972, en determinados supuestos la prueba de las
sociedades afectadas por vicios de forma resultaba fácil, y es en el supuesto de
sociedades irregulares, o sea, en aquellas en que lo único que faltó fue el
cumplimiento de las formalidades de publicidad. Sin embargo, no puede afirmarse
lo mismo tratándose de sociedades de hecho, en las cuales ni siquiera medió
contrato escrito de constitución de la sociedad, en cuyo caso, la prueba de las
mismas presentará considerables dificultades.
Para solucionar esas dificultades, es que el art. 298 del Código de Comercio
establecía una presunción general: la de que ha existido sociedad, desde que se
han practicado actos que no es costumbre practicar cuando no existe sociedad, y
una serie de presunciones particulares:
1. Negociación promiscua o común.
2. Enajenación, adquisición o pago hecho en común.
3. Manifestación de uno de los asociados que se declara socio y los otros no lo
contradicen en modo público.

352 
 
4. Proposición por dos o más personas de un administrador o gerente común.
5. El uso del pronombre "nosotros" o "nuestro" en la correspondencia, libros,
facturas, cuentas u otros papeles comerciales.
6. El hecho de recibir o responder a cartas dirigidas al nombre o firma social.
7. El uso del nombre con el aditamento "y compañía".
8. La disolución de la asociación en forma de sociedad.
El valor de esas presunciones, a pesar de la derogación del art. 298 del Código de
Comercio, hace casi cuarenta y cinco años, continúan vigentes a la fecha, y no son
pocas las oportunidades, en que, vigente la ley 19.550, nuestros tribunales utilizaron
las mismas para acreditar la existencia de una sociedad no constituida regularmente
o el carácter de socio de uno de sus integrantes, presunciones que no se limitaron
a aquellas previstas por dicha norma, sino que la doctrina y jurisprudencia le
reconoció el carácter de iuris tantum que permiten, probados los hechos que según
el mencionado artículo han de sustentarlas, cargar la prueba de la inexistencia de la
sociedad a la parte contraria del que debía probar la existencia, es decir, que el que
tiene que presentar judicialmente la prueba de que una sociedad ha existido,
cumplirá en virtud de lo dispuesto por el art. 298 del Cód. Com., con probar con
alguno de los hechos enunciados u otros análogos que no sea corriente practicar
cuando la sociedad no existe.
Precisamente y conforme al carácter declarativo del art. 298 del Código de
Comercio, la jurisprudencia mercantil consagró, en diversos pronunciamientos, el
alcance de estas presunciones, y estableció otras de naturaleza análoga: la cuenta
corriente existente entre las partes no acredita la existencia de una sociedad, cuando
la documentación se extiende con membrete de una de ellas y se registra en sus
libros(570); el aditamento "y compañía", de por sí, no es prueba suficiente y eficaz
para acreditar la existencia de una sociedad de hecho(571); la mención del nombre
de ambas partes como razón social en todos los papeles de la empresa(572); la
circunstancia de que el local del negocio aparezca alquilado a nombre de ambos
litigantes(573); la inclusión en documentos de frases tales como "nuestros negocios",
"recíproca confianza", "repartición de utilidades y pérdidas por partes iguales",
"rendición de cuentas final", etcétera(574); la petición por ambos socios de la
habilitación municipal para la explotación de un negocio(575), etc.
Estas presunciones, cuya eficacia probatoria está ratificada por el primer párrafo del
art. 1019 del Código Civil y Comercial de la Nación, que dispone que los contratos
pueden ser probados por todos los medios aptos para llegar a una razonable
convicción según las reglas de la sana crítica y con arreglo a lo que disponen las
leyes procesales. Con otras palabras, las presunciones deben ser consideradas
como medios de prueba cuando Consistan en inferencias lógicas, directas, con
relación al hecho, y la conjetura de tal relevancia, que razonablemente casi no quede
otra posibilidad que la pretendida.
En cuanto a la correspondencia, su eficacia probatoria está expresamente prevista
por el art. 318 del Código Civil y Comercial, que establece como principio general
que la correspondencia, cualquiera sea el medio empleado para crearla o
transmitirla, puede presentarse como prueba por el destinatario, salvo la
correspondencia confidencial, que no puede ser utilizada en juicio sin
consentimiento del remitente. Los terceros no pueden valerse de la correspondencia
sin asentimiento del destinatario y del remitente, si es confidencial. Ello nos lleva al
problema de la extensión de la confidencialidad en materia societaria, que por

353 
 
tratarse de la prueba de la existencia de una relación societaria, debe ser
interpretada excepcionalmente.

ART. 24.—
Responsabilidad de los socios. Los socios responden frente a terceros como
obligados simplemente mancomunados y por partes iguales, salvo que la
solidaridad con la sociedad con la sociedad o entre ellos, o una distinta
proporción resulten:
1) de una estipulación expresa respecto de una relación o un conjunto de
relaciones;
2) de una estipulación del contrato social, en los términos del art. 22:
3) de las reglas comunes del tipo que manifestaron adoptar y respecto del cual
se dejaron de cumplir requisitos sustanciales o formales.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 1º, 2º, 7º, 17, 22 a 26. Resolución General IGJ nº 7/2015, art.
173LSC Uruguay: art. 36.

§ 1. Responsabilidad de los socios en las sociedades incluidas en la


Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550. La responsabilidad
mancomunada y por partes iguales
Este es un tema medular de la reforma efectuada por la ley 26.994, y con la cual
estoy totalmente en desacuerdo, pues la tradicional responsabilidad ilimitada,
solidaria y no subsidiaria de los integrantes de las sociedades no constituidas
regularmente —tanto civiles y comerciales— ha quedado reemplazada por una
responsabilidad simplemente mancomunada y por partes iguales, que sin dudas
conduce a resultados incoherentes e injustos.
Recordemos que, tratándose las obligaciones respecto de las cuales pesan sobre
sus integrantes el de responder por las deudas sociales —según el tipo y clase de
sociedad de que se trata— ellas revisten el carácter de obligaciones conjuntas, esto
es, cuando hay concurrencia de acreedores sobre una misma obligación, y pueden
ser simplemente mancomunadas o solidarias. En las primeras, que caracterizan,
luego de la sanción de la ley 26.994, a la responsabilidad de los socios de las
sociedades incluidas en los arts. 21 a 26 de la ley 19.550, se produce un
fraccionamiento de la deuda entre los varios obligados y cada sujeto tiene la
obligación de responder por una parte de la deuda, que en el caso que nos ocupa,
será por partes iguales. Por el contrario, en las obligaciones solidarias, que en
nuestro ordenamiento societario caracteriza la responsabilidad de los integrantes de
las sociedades colectivas, a los socios capitalistas en las de capital e industria y a
los socios comanditados de toda sociedad comandita, no hay fraccionamiento de la
prestación debida, pues la naturaleza del título de la obligación supone su pago

354 
 
completo y en consecuencia, la totalidad del objeto de ella puede, en virtud del título
constitutivo o por disposición de la ley, ser demandada por cualquiera de los
acreedores o a cualquiera de los deudores.
La idea del legislador, al cambiar una solución, la responsabilidad solidaria de los
integrantes de las sociedades irregulares o de hecho, que no era discutida por nadie
y que además era coherente con los principios formales que gobiernan a las
sociedades en general, partió, con toda seguridad, de dos razonamientos: a) El
primero, en la excepcionalidad de la solidaridad en materia civil y comercial, en
donde la regla, tratándose de responsabilidad, es la simple mancomunidad y por
partes iguales entre la pluralidad de deudores respecto a una misma obligación y 2)
El segundo, basado en la incorporación de las "sociedades civiles" al régimen de la
irregularidad previsto en los nuevos arts. 21 a 26 de la Ley General de Sociedades,
sociedades cuya responsabilidad, a tenor de las disposiciones del derogado Código
Civil, era en principio mancomunada, olvidando sin embargo el legislador de 2014
que el régimen de la mancomunidad podía quedar desdibujada ante la derogación
del art. 1751 del Código Civil, conforme al cual los socios de las sociedades civiles
respondían por las partes de los socios insolventes, norma ejemplar que el Código
Civil y Comercial de la Nación no ha reproducido.
Actualmente y merced al régimen de la mancomunidad previsto, como principio
general, en el art. 24 de la Ley General de Sociedades, se traslada el riesgo del
cobro de las obligaciones sociales a los acreedores de la sociedad, para el caso de
que los integrantes de estas sociedades no tengan medios para afrontar el pago de
la parte que le corresponde abonar, respecto de las obligaciones contraídas por el
ente, lo cual constituye una gravísima incongruencia de nuestro nuevo régimen
societario.
Repárese al respecto que los integrantes de las sociedades incluidas en la nueva
Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550 se encuentran en mejor posición que los
integrantes de la sociedad colectiva, que es una sociedad tipificada y en la cual se
han cumplido con todos los requisitos formales previstos en dicho ordenamiento.
Pero ello no es todo, pues la ley 26.994 se olvidó de reformar el art. 183 de la ley
19.550, el cual dispone la responsabilidad solidaria e ilimitada de los socios y
administradores por los actos realizados durante el período fundacional de la
sociedad, insólito panorama que ofrece la siguiente paradoja: mientras que los
socios que han cumplido con todas las obligaciones formales previstas por la ley
19.550, presentando el contrato social a su registración, responden en forma
solidaria e ilimitada por las obligaciones sociales contraídas hasta que la sociedad
se encuentre inscripta, inclusive por los actos necesarios para su constitución,
comprometiendo de esa manera la totalidad de su patrimonio para la satisfacción de
las obligaciones sociales, durante ese incierto período, cuya finalización no depende
de ellos, aquellos socios de las sociedades no regulares que jamás quisieron cumplir
con esa carga inscriptoria y que están mencionados en el art. 21 del nuevo texto
legal, gozan del beneficio de una mancomunidad absoluta, sin responsabilidad
solidaria adicional, toda vez que el art. 808 segundo párrafo del Código Civil y
Comercial de la Nación dispone expresamente que, en esta clase de obligaciones
—mancomunadas y divisibles—, "...los acreedores tienen derecho a su cuota y los
deudores no responden por la insolvencia de los demás...".
Sin embargo y a tenor de lo dispuesto por el nuevo art. 24 de la ley general de
sociedades, este principio de simple mancomunidad puede ceder en tres supuestos
específicos: 1) Ante la estipulación expresa respecto de una relación o un conjunto
de relaciones; 2) Respecto de una estipulación del contrato social, en los términos

355 
 
del art. 22 y 3) Ante las reglas comunes del tipo que manifestaron adoptar y respecto
del cual se dejaron de cumplir requisitos sustanciales o formales.
La primera es una hipótesis muy emparentada con la fianza, pero ofrece el
inconveniente de que carece de aplicabilidad frente a determinados acreedores,
como los involuntarios y los laborales y difícilmente pueda ser imaginada para
garantizar las obligaciones contraídas por la sociedad ante acreedores
quirografarios. En cuanto a la segunda de ellas, esto es, la inserción de una
estipulación del contrato social, ofreciendo la solidaridad de los integrantes de la
sociedad por el pago de las deudas sociales, ello tampoco se presenta como una
hipótesis imaginable, pues teniendo la posibilidad de afectar su responsabilidad
sobre la base de la mancomunidad por partes iguales, no es concebible que los
integrantes del ente asuman expresamente y en forma indeterminada a los terceros
una responsabilidad más amplia, salvo que se trate de una sociedad constituida a
los fines de operar con uno o varios contratantes determinados que se encuentren
en una posición dominante. Finalmente y en cuanto a la tercera hipótesis, esto es,
la responsabilidad solidaria e ilimitada de los socios frente a terceros, cuando se
trata de una responsabilidad propia y característica del tipo social elegido, y la
sociedad perdió sus requisitos esenciales o no cumplió con los requisitos formales
previstos legalmente, si bien ello se presenta como una solución impecable,
académicamente hablando, ella es casi impresentable en la realidad de los
negocios, pues nadie constituye hoy una sociedad colectiva, de capital e industria o
en comandita, que se han convertido en una curiosidad legislativa, de interés solo
para los estudiosos de la historia del derecho societario.
Nada obsta tampoco a que los socios ofrezcan en el contrato social o en el
documento independiente previsto en el art. 24 inc. 1º una mancomunación diferente
a la prevista en la ley, pues la igualdad entre ellos a los fines de responder por las
deudas sociales frente a terceros no parece una disposición legal que no pueda ser
modificada en beneficio de éstos, toda vez que si la solidaridad puede ser asumida,
con mucho mayor razón el grado de participación de los integrantes de la sociedad
en el cumplimiento de las obligaciones sociales puede ser alterado, a iniciativa de
éstos o a expreso pedido de un acreedor de la misma, pero cualquier modificación
al régimen de responsabilidad prevista en el referido art. 24, debe ser expresamente
documentado.
Alguna doctrina, comentando este novedoso régimen legal, destaca que la
responsabilidad mancomunada establecida en el art. 24 de la ley 19.550 es también
subsidiaria, aunque haciendo la siguiente distinción: si los socios establecen una
forma solidaria con la sociedad en el pago de las obligaciones sociales, apuntando
a la posibilidad de una responsabilidad directa del socio, donde se produciría una
postergación de los acreedores individuales del socio frente a los acreedores
sociales, la obligación sería directa y no existiría el beneficio de excusión, mientras
que si se plantea la responsabilidad "entre los socios", la responsabilidad no será
directa, como en el caso anterior, sino subsidiaria, previa excusión del patrimonio
social(576). Esta opinión es compartida por Rafael Barreiro, para quien el art. 56 de
la ley 19.550 es de amplia aplicación al caso de las sociedades previstas en la
Sección IV, pues la actual ausencia de expreso límite legal es suficiente para
considerar que en esta clase de sociedades, esta responsabilidad es subsidiaria. De
este modo, la sentencia que se pronuncie contra la sociedad tiene fuerza de cosa
juzgada contra los socios en relación con la responsabilidad social y puede ser
ejecutada contra ellos, previa excusión de los bienes sociales, según corresponda
de acuerdo con el tipo de sociedad de que se trate(577).

356 
 
Estas conclusiones no se comparten, pues la excusión de los bienes sociales solo
la admite el art. 56 de la ley 19.550 para las sociedades regularmente constituidas,
y al respecto, el último párrafo de dicha norma, en cuanto hace referencia al "tipo de
sociedad de que se trate" es absolutamente categórica en cuanto su aplicación
exclusiva a las sociedades típicas, y escapa a todo sentido de coherencia legal, lo
cual no es presumible en el legislador, predicar que el acreedor de la sociedad,
respecto a los integrantes de una persona jurídica no regular, deba no solo
fraccionar sus derechos creditorios al momento de ejecutar una deuda social, con
las dificultades y costos que ello supone, sino que además deban ejecutar
previamente los bienes sociales como requisito indispensable para tener abierta la
vía judicial contra los integrantes de dicho ente, con lo cual se coloca a los
integrantes de estas particulares sociedades en una especie de paraíso jurídico que
me resulta sencillamente intolerable.
Como hemos advertido, es permanente la confusión en que incurre mucha doctrina,
al asimilar a las sociedades de la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550como un
tipo social, cuando no se trata de otra cosa que una irregularidad al régimen
societario, minuciosamente reglamentado por la ley general de sociedades.
Un problema que con toda seguridad podrá originar jurisprudencia contradictoria en
nuestros tribunales radica en la aplicación a los socios de estas sociedades, del
supuesto de extensión de quiebra directa previsto por el art. 160 de la ley 24.522 de
Concursos y Quiebras, conforme al cual, la quiebra de la sociedad importa la quiebra
de sus socios con responsabilidad ilimitada. Al respecto ha sido sostenido que si
bien la responsabilidad de los integrantes de las sociedades previstas en la Sección
IV del Capítulo I de la ley 19.550 es mancomunada entre todos ellos y por partes
iguales —salvo los supuestos de excepción previstos en el art. 24 de dicha ley— no
es menos cierto que esa forma de responder ante terceros es ilimitada, pues por la
parte a cargo de cada uno de los socios, éstos responden con todo su patrimonio
por las obligaciones sociales. Así lo expresa Fernando Javier Marcos, razonando
que lo "ilimitado" no es responder por todas las deudas sociales con todo el
patrimonio, sino es responder por lo que se debe (todo o parte, según el caso), con
la totalidad del patrimonio(578).
Por el contrario, sostenemos la inaplicabilidad del art. 160 de la ley 24.522 a los
integrantes de las sociedades no constituidas regularmente, pues el hecho de
consagrar el art. 24 de la ley 19.550, en su actual redacción la responsabilidad
mancomunada y por partes iguales, respecto a las deudas sociales, importa sin
dudas una responsabilidad acotada, que no autoriza la figura de la extensión de
quiebra, solo prevista a aquellos casos en donde el socio responde con todo su
patrimonio por la totalidad de las obligaciones sociales y no por solo una parte de
ellas, como supone la mancomunidad prevista en el referido art. 24 de la Ley
General de Sociedades. Admitir la posición contraria, supondría tanto como
autorizar la extensión de quiebra al accionista de una sociedad anónima, por el saldo
impago de su aporte dinerario comprometido al momento de constitución de la
sociedad, para cuya satisfacción deberá responder con todo su patrimonio, lo cual
constituye hipótesis totalmente alejada de la finalidad del legislador concursal en el
Capítulo III, Sección I de la ley 24.522.

357 
 
ART. 25.—
Subsanación. En el caso de sociedades incluidas en esta Sección, la omisión de
requisitos esenciales, tipificantes o no tipificantes, la existencia de elementos
incompatibles con el tipo elegido o la omisión de cumplimiento de los requisitos
formales, pueden subsanarse a iniciativa de la sociedad o de los socios en cualquier
tiempo durante el plazo de duración previsto en el contrato. A falta de acuerdo
unánime de los socios, la subsanación puede ser ordenada judicialmente en
procedimiento sumarísimo. En caso necesario, el juez puede suplir la falta de
acuerdo, sin importar mayor responsabilidad a los socios que no lo consientan.
Disolución. Liquidación. Cualquiera de los socios puede provocar la disolución,
notificando fehacientemente tal decisión a todos los socios. Sus efectos se
producirán de pleno derecho entre los socios a los noventa días de la última
notificación.
Los socios que deseen permanecer en la sociedad, deben pagar a los salientes su
parte social.
La liquidación se rigen por las normas del contrato y de esta ley.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 1º, 2º, 7, 17, 22 a 26. Resolución General IGJ nº
7/2015, art. 173, 184 y 185.LSC Uruguay: art. 36.

§ 1. Subsanación de las sociedades incluidas en la Sección IV del


Capítulo I de la ley 19.550
Este es otra cuestión, de enorme importancia para las sociedades no regulares, que
sin embargo peca por incurrir en graves omisiones en torno a su regulación, que —
con toda seguridad— dará lugar a todo tipo de interpretaciones.
Lo primero que llama la atención es que el legislador ha reemplazado el
procedimiento de "regularización" previsto en el derogado art. 22 de la ley
19.550, que no había ofrecido mayores dificultades en la práctica y que contaba con
el consenso de la doctrina nacional, por un mecanismo que denomina
"subsanación", que, como se verá, no se caracteriza por su claridad.
El empleo de la palabra subsanación en lugar de regularización, radica en el
incomprensible criterio del legislador de convertir a las sociedades a las sociedades
carentes, en su contrato constitutivo, de requisitos esenciales no tipificantes —junto
con las sociedades atípicas— en las principales protagonistas de la Sección IV del
Capítulo I de la ley 19.550, cuando ellas constituyen solo una curiosidad académica
y que no generaron un solo caso de jurisprudencia durante los 43 años de vigencia
de la ley 19.550, en su versión original. Repárese que el término "subsanación"
estaba solo prevista para el art. 17 segundo párrafo de la ley 19.550, en una norma
dedicada exclusivamente a las sociedades que omitan la inclusión de requisitos
esenciales en su acto constitutivo. Por el contrario, si el legislador hubiera dado a
las sociedades irregulares o de hecho —fundamentalmente a estas últimas— el
protagonismo que ellas merecían, muy superior a la de las demás sociedades
incluidas en esta sección, se hubiera conservado el régimen de regularización
previsto en el art. 22 de la ley 19.950, incorporado por la ley 22.903, que había sido
aceptado por la totalidad de la doctrina.

358 
 
El Profesor Daniel Vítolo, con bastante lógica(579), intenta también explicar esta
modificación con el argumento de que, en tanto la Ley General de Sociedades
carece de normas en materia de irregularidad, luego de la reforma a los arts. 21 a
26 del texto original de la ley 19.550, no habrá entonces sociedades que deban ser
regularizadas, por lo que se elimina del texto legal a la figura de la regularización, el
cual ha sido reemplazado, a juicio de dicho autor, por el régimen de la subsanación.
Por mi parte y como lo he explicado en el párrafo anterior, he llegado a otra
conclusión, pero lo cierto es que y por distintos motivos, hubiera sido preferible
conservar el viejo sistema de regularización y no el actual régimen de subsanación,
mucho más incompleto e incongruente que el mecanismo incorporado por la ley
22.903 al ordenamiento societario argentino.
Al respecto, la norma del art. 25 identifica a las sociedades que pueden recurrir al
procedimiento de subsanación allí regulado, y esta enumeración es —
curiosamente— más detallado y minucioso que aquella que incluye el art. 21, donde,
como hemos visto, enumera a las personas jurídicas comprendidas en la Sección
IV del Capítulo I de la ley 19.550. Recordemos al respecto que este artículo
incorpora a la referida sección a las sociedades que no se constituyan con sujeción
a los tipos del capítulo II, que omita requisitos esenciales o que incumpla con las
formalidades exigidas por esta ley, mientras que el art. 25, en su primer párrafo,
aclara aquella enumeración, en especial en lo referido a las sociedades del art. 17
(atípicas o carentes de requisitos esenciales no tipificantes), incluyendo a las
sociedades cuyo contrato social omita los requisitos esenciales tipificantes o no
tipificantes, la existencia de elementos incompatibles con el tipo elegido o la omisión
de cumplimiento de los requisitos formales.
Más allá de la discutible conveniencia de reiterar a las sociedades que pueden ser
objeto del régimen de subsanación, que al estar incluido dentro de la Sección IV del
Capítulo I, no pueden ser otras que las previstas en el art. 21 y que encabeza dicha
sección, lo cierto es que, como hemos anticipado, no resulta claro, ni muchísimo
menos, que las sociedades de hecho sean pasibles del procedimiento de
"subsanación" al que se refiere el artículo en análisis, pues cuando prescribe que
todas estas sociedades pueden subsanarse a iniciativa de la sociedad o de los
socios en cualquier tiempo durante el plazo de duración previsto en el
contrato, parece excluir de dicho beneficio a aquellos entes que no pudieren exhibir
un contrato social con un plazo de duración determinada, tal como acontece en las
sociedades de hecho, que, se reitera una vez más, carecen por lo general de
instrumento de constitución, siendo evidente que las inscripciones impositivas
efectuadas por esta clase de sociedades no pueden ser nunca equiparadas a la
existencia de un contrato social, que pudiera ser invocado entre los socios y frente
a terceros, en los términos de los arts. 22 y 23 de la ley 19.550 en su actual
redacción.
La interpretación literal de esta norma constituye un verdadero contrasentido, pues
quedan fuera del régimen del art. 25 de la ley 19.550 la mayoría de las sociedades
no regulares, con lo cual la loable intención del legislador, de darles a estas
entidades una salida de la irregularidad, queda a mucho menos que la mitad del
camino, condenando a las sociedades de hecho a una liquidación no querida, tal
como acontecía hasta el año 1983, en que, a través de la ley 22.903 se consagró el
régimen de la regularización de las sociedades no constituidas regularmente (art. 22
del texto derogado de la ley 19.550), que —se reitera— tuvo una amplia acogida en
la práctica societaria, en especial, tratándose precisamente de sociedades de
hecho.

359 
 
Creemos pues evidente que, conforme a una interpretación finalista de la ley
19.550, reforma de la ley 26.994 mediante, y más allá de la redacción del art. 25 de
la ley 19.550, las sociedades de hecho no pueden estar excluidas del procedimiento
de la subsanación, pues nada justifica condenarlas a una liquidación irreversible y
fatal, cuando uno de los principios generales más destacados del derecho societario
argentino, en su nueva versión, es la conservación de la empresa, a punto tal de
admitir la ley 19.550 la posibilidad de remover cualquier causal disolutoria, hasta el
momento mismo de la cancelación de la inscripción de la compañía (art. 100). Esta
interpretación es compartida por la Inspección General de Justicia en el art. 185 de
la resolución general 7/2015, en tanto dispone, bajo el subtítulo "Oportunidad de la
solicitud de inscripción", que "La solicitud de inscripción debe presentarse dentro del
plazo de duración establecida en el contrato, si lo hubiere", con lo cual la
procedencia del procedimiento de subsanación para las sociedades de hecho,
mediante el procedimiento previsto por esta norma parece asegurada.
En definitiva e interpretación amplia mediante, la subsanación procede si el plazo
de duración previsto en el contrato se halla vigente (sociedades irregulares) y
también si no se lo ha estipulado (sociedades de hecho o carentes de ese requisito
esencial no tipificante). No es razonable ni congruente con el principio general
del art. 100 de la ley 19.550, vedar la subsanación, habilitando únicamente la
extinción de la sociedad, cuando se quiere suplir la falta de dicho requisito esencial,
razonamiento que puede expandirse hacia cualquiera de las otras omisiones(580)
Sin perjuicio de ello, debe aclararse que, a mi juicio, el procedimiento de
subsanación del actual art. 25 de la ley 19.550 es confuso e incompleto, ofreciendo
graves lagunas que debieron ser necesariamente cubiertas por el legislador y que
con toda seguridad provocarán todo tipo de litigios, reiterando al lector que el
derogado régimen de regularización era muy superior al hoy previsto en la Ley
General de Sociedades.
Dispone el actual art. 25 de la ley 19.550 que "A falta de acuerdo unánime de los
socios, la subsanación puede ser ordenada judicialmente en procedimiento
sumarísimo. En caso necesario, el juez puede suplir la falta de acuerdo, sin imponer
mayor responsabilidad a los socios que no lo consientan. El socio disconforme podrá
ejercer el derecho de receso dentro de los diez (10) días de quedar firme la decisión
judicial, en los términos del art. 92".
No se entienden, en primer lugar, las razones por las cuales el legislador se apartó
del régimen de mayorías de socios previsto en el derogado art. 23 primer párrafo,
que permite a los socios invocar las cláusulas del contrato social referidas a la
organización y gobierno de la sociedad y optó por la unanimidad, que es
exactamente lo contrario al régimen de mayorías que rige para la adopción de
acuerdos sociales en todos los entes societarios. Esta incomprensible opción del
legislador de la ley 26.994 coloca la suerte de la subsanación, que es un régimen
legal tendiente a la conservación de la empresa, en manos de cualquier minoría
insignificante, que al oponerse a la continuación de las actividades sociales, con
razón o sin ella, obliga a la sociedad o a cualquiera de los socios proclives a la
subsanación, a recurrir judicialmente e iniciar un procedimiento sumarísmo, para
que el juez, en la sentencia a dictar, supla "... la falta de acuerdo, sin imponer mayor
responsabilidad a los socios que no lo consientan". Esto es, un verdadero
galimatías.
Todo ello pudo obtenerse, en forma mucho más rápida y eficaz, mediante la
adopción por mayoría de la subsanación, otorgando a los socios disconformes el
derecho de separación, con reembolso del valor de su parte, como lo prescribía el

360 
 
derogado art. 22 de la ley 19.550, pues en definitiva, el actual procedimiento de
"subsanación" llega a la misma conclusión, solo que queda subordinado a la
finalización de un procedimiento judicial, que será procedente en todos los casos en
las que no se alcanzó la unanimidad de la decisión de subsanar las omisiones o
defectos del contrato social, o cuando la iniciativa de uno o más socios de subsanar
debe ser canalizada judicialmente ante la resistencia o pasividad de los restantes
socios. Este procedimiento, por más "sumarísimo" que fuera, va a insumir unos
cuantos años de tramitación, porque durante el transcurso del mismo, el juez
interviniente deberá oír a todos los interesados en la cuestión, esto es, la propia
sociedad y todos sus integrantes.
Tampoco es claro que es lo que precisamente significa la frase utilizada por el
legislador cuando prescribe que "En caso necesario, el juez puede suplir la falta de
acuerdo", pero lo que sí puede deducirse de ello es que el magistrado interviniente
podrá imponer a los socios, en aras de lograr la subsanación, la adopción de
cualquier tipo social, salvo que se trate de una sociedad colectiva o de aquellas
contempladas en las Secciones 2, 3 y 7 del Capítulo II de la ley 19.550 (sociedades
de capital e industria o en comandita simple y por acciones), pues no podrá el juez
obligar a los socios disconformes a revestir el carácter de socios colectivos,
capitalistas o comanditados, respectivamente, por cuanto la responsabilidad
asumida por estos socios es mayor a la responsabilidad mancomunada y por partes
iguales prevista en el art. 24 de la actual redacción de la Ley General de Sociedades,
lo cual se encuentra expresamente prohibido por el primer párrafo del art. 25, bajo
análisis Ello constituye una prueba más que a pesar de que los socios de las
sociedades previstas en el art. 21 de la ley 19.550 no cumplieron con la carga
inscriptoria que convierte a toda sociedad en regular, ni quisieron hacerlo nunca,
ellos gozan de un régimen de responsabilidad mucho más benigno que aquellas
personas que fueron respetuosas de la ley, cumpliendo con una obligación en la que
está comprometido el interés de los terceros y la seguridad jurídica de todos los que
se vinculan con la sociedad. Otra verdadera incoherencia.
No menos razonable es que el legislador delegue en el juez de la controversia cual
será el nombre de la sociedad, su domicilio, objeto, capital adecuado para la
actividad, forma de organizar la administración y el gobierno del ente, ante la falta
de acuerdo entre los socios, pues los jueces, llamados a dirimir conflictos, no
parecen tener la suficiente experiencia ni autoridad para imponer a los socios su
propio contrato social. Coincidimos en este aspecto con Botteri (h) y Coste, para
quienes la vía judicial para enfrentar esta controversia, difícilmente pueda ser eficaz
para el funcionamiento de la sociedad y eficiente en términos económicos(581).
Finalizado el procedimiento de subsanación, cuando la continuidad de la sociedad
hubiere quedado en entredicho entre sus integrantes y la cuestión hubiese sido
finalmente dirimida por el juez, recién entonces el socio disconforme podrá ejercer
el derecho de receso, dentro de los diez días de quedar firme la decisión judicial, en
los términos del art. 92, mediante un sistema de reembolso mucho más justo, pero
que —curiosamente— no configura un derecho de receso, como lo denomina el art.
25 en su segundo párrafo, sino de una especial manera de calcular el valor de la
participación del socio excluido, que no se desvincula de la sociedad como
consecuencia de su disconformidad con ciertas resoluciones del órgano de gobierno
del ente, sino a raíz de las situaciones previstas en el art. 91 de la ley 19.550.
Para la inscripción de la subsanación, deben cumplirse los procedimientos previstos
en el art. 184 de la resolución general 7/2015 de la Inspección General de Justicia.

361 
 
Esperamos confiados que una futura reforma legislativa ponga fin a estas
disposiciones legales, cuya incoherencia salta a la vista, pues por un lado se les
concede a los socios infractores de evidentes normas de interés público —las
atinentes a la registración societaria— una responsabilidad más benévola que la de
los socios de algunos tipos sociales y los de los integrantes de la sociedad en
formación, pero por otro lado requiere unanimidad de votos para subsanar las
irregularidades incurridas por esta clase de sociedades.

§ 2. Disolución de las sociedades de la Sección IV del Capítulo I de


la ley 19.550

2.1. Características de la regulación actual en materia de disolución


de sociedades no constituidas regularmente
Teniendo en cuenta que en las sociedades no regulares, esto es, en las previstas
en el art. 21 de la Ley General de Sociedades, los socios pueden invocar entre sí el
contrato social (art. 22), dichas sociedades podrán entrar en disolución cuando
incurran en las causales previstas en el art. 94, con excepción de sus incs. 10 y 11.
No obstante ello, es necesario formular las siguientes aclaraciones:
1) En cuanto a la reducción a uno del número de socios, si bien el nuevo art. 94 bis
de la ley 19.550 dispone, al menos como principio general, que este episodio no es
causal de disolución, ello no es aplicable a las sociedades no regulares, pues la
transformación de pleno derecho impuesta por dicha norma no es solución que
pueda ser aplicada a las sociedades disueltas no incluidas en uno de los tipos
previstos en la ley 19.550. El art. 74 de dicha ley es terminante al respecto.
2) Si bien la redacción del tercer párrafo del art. 25 no es lo feliz que debería ser, el
legislador ha mantenido la facultad de cualquier socio de provocar la disolución de
la sociedad en cualquier momento, siempre y cuando no exista un plazo de duración
inserta en el contrato social, que le pudiera ser opuesta. Esta es una solución
pensada para las sociedades de hecho, pues la posibilidad de invocar el contrato
entre los socios prevista en el primer párrafo del art. 22 torna inaplicable tal solución
para las denominadas sociedades irregulares.
3) A diferencia del derogado texto del art. 22, que declaraba la operatividad de la
disolución de la sociedad a pedido de un socio, en la fecha en que esa voluntad era
notificada fehacientemente a todos sus consocios, la actual redacción del art. 25
tercer párrafo, siguiendo los lineamientos de anteriores proyectos de reforma (1998
y 2004) dispone que los efectos de la referida disolución se producirán, de pleno
derecho, pero solo entre los socios, a los 90 días de la última notificación, sin que la
sociedad pueda considerarse disuelta. Se trata, como veremos, de un supuesto de
suspensión de los efectos de la disolución por el término antes mencionada
4) Tampoco la nueva ley transmite claridad en lo que respecta al procedimiento que
debe adoptar la sociedad frente al pedido de disolución de cualquiera de sus

362 
 
integrantes, pues lo único que dispone el art. 25 se relaciona con la postergación
por 90 días de los efectos de la disolución y que los socios que deseen permanecer
en la sociedad deben pagar a los salientes su parte social, imponiendo a los socios
que desean permanecer unidos en el emprendimiento, la compra forzada de las
participaciones sociales de quienes han provocado la disolución del ente irregular.
5) Aclarado ello de tal manera, pues de otro modo carece de todo sentido el plazo
de suspensión de los efectos liquidatorios entre los socios, no se entienden tampoco
las razones por las cuales la única manera de evitar la liquidación del ente, cuando
un socio ha exteriorizado su voluntad disolutoria, es obligar a los socios que tengan
intención de seguir con la sociedad, "a pagar a los salientes su parte social", pues
si se trata de desinteresar a quienes no tengan el menor deseo de seguir unidos en
sociedad, quien debería reembolsar a los mismos su parte en la compañía no es
otra que la misma sociedad a través de los mecanismos previstos por el art. 92 (valor
de la parte del socio excluido) o del derecho de receso, al cual hace referencia el
art. 25 en su segundo párrafo, pero no obligar a los socios no disolventes al menos
como única solución posible, a adquirir las participaciones sociales de quienes
pretenden desvincularse de la compañía.

2.2. Características del procedimiento de disolución de la sociedad


incluida en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550
Como hemos señalado, la disolución de las sociedades no constituidas
regularmente y de aquellas previstas en los arts. 21 y 25 de la ley 19.550 está
prevista por el art. 25 tercer y cuarto párrafo de la ley 19.550 en su actual versión,
que establece el derecho de cualquiera de los socios a exigirla, produciéndose sus
efectos, entre los socios, a lo noventa días de la última notificación.
A los fines disolutorios previstos en el art. 25 de la ley 19.550, esta norma requiere
un medio auténtico e indiscutible para demostrar la voluntad del socio. En
consecuencia, por medio de un telegrama, carta documento o intimación efectuada
por escribano público, el socio disolvente puede dar por terminada la sociedad de
hecho, requiriendo su inmediata liquidación.
El art. 25 de la ley requiere, para tornar operativa la disolución a pedido de uno de
los socios, que ella deba ser comunicada a los restantes socios en forma fehaciente.
Con otras palabras, la declaración del socio que pretende la disolución de la
sociedad irregular o de hecho es de las que, por ser emitidas para que lleguen a
conocimiento de un destinatario, son llamadas por la doctrina corriente como
"declaración recepticia"(582). Recibida dicha notificación por todos sus consocios, la
disolución de la sociedad se torna operativa, sin perjuicio de lo dispuesto por el art.
98, y si ellos continúan con el giro social, sin solución de continuidad, nace en
cabeza del disolvente la acción de liquidación y no de disolución, en la medida que,
acreditada la recepción de esa comunicación por los restantes integrantes de la
sociedad, la disolución de la misma se operó a los 90 días de realizada la misma,
obligando a sus administradores, a partir de ese momento, a atender —
exclusivamente— los asuntos urgentes y adoptar las medidas necesarias para
iniciar la liquidación (art. 99).

363 
 
Sin embargo, y a pesar de que el art. 25 primer párrafo de la ley 19.550, carezca de
la claridad que caracterizaba al art. 22 conforme la redacción dada por la ley
22.903 a la versión general de la ley de sociedades, lo cierto es que cuando la norma
vigente dispone que la sociedad podrá subsanarse a iniciativa de la sociedad o de
los socios, y aunque esta salvedad parece solo reservada a las sociedades que
cuentan con instrumento escrito y plazo de duración determinado, entendemos, con
un criterio finalista, que nada obstaculizaría que en una sociedad de hecho, sus
integrantes resuelvan la subsanación del ente y opongan esta circunstancia al socio
disolvente, para evitar la liquidación del ente. No desconocemos que esta
interpretación colisiona con una mirada exegética del primer párrafo del art. 25 de
la ley 19.550, que parece reservar el régimen de subsanación a la existencia de un
plazo de duración prevista en el contrato social, esto es, a las sociedades carente
de requisitos esenciales y a las sociedades irregulares, excluyendo a las sociedades
de hecho, pero interpretar así las cosas me parece un verdadero despropósito, que
contraría abiertamente el principio de conservación de la empresa previsto por el art.
100 de la ley 19.550.
La razón o el fundamento de la solución prevista por el art. 25 de la ley 19.550, es
decir, la posibilidad de disolver la sociedad mediante la exclusiva voluntad de
cualquiera de los integrantes de la entidad, venía impuesta por el derogado art.
22 de la ley 19.550 y respondía fundamentalmente al disfavor con que la ley
contemplaba esta clase de sociedades, en mérito a la omisión de los requisitos
formales que aquella exhibía y que afecta la seguridad jurídica de los terceros. Pero
actualmente, dado el amplio régimen de oponibilidad interna y externa del contrato
social, así como su amplia personalidad jurídica, consagrada por el art.
141 del Código Civil y Comercial de la Nación, sumado al régimen de
mancomunación de los socios, respecto a las obligaciones sociales, el sistema
disolutorio a voluntad de cualquiera de los socios ha perdido parte de su
fundamento, y solo encuentra respuesta en las sociedades de hecho, carentes de
instrumento escrito y plazo de duración determinada —así como en las sociedades
que no cuenten en su acto constitutivo con el requisito esencial del plazo de duración
determinado— a las cuales se le aplica la vieja regla de derecho que predica la
posibilidad de cualquier contratante de poner fin a la relación obligacional, en los
contratos de duración, cuando éste carezca de plazo de vencimiento (art. 1077,
1492, 1493, 1508, 1516, etc.).
Ahora bien, la forma disolutiva prevista por el art. 25 de la ley 19.550 no es la única
causal de disolución de las sociedades irregulares o de hecho, pues puede ella
incurrir en otras causales que provoquen su liquidación. El procedimiento
establecido por aquella norma es sólo una forma de concretar la disolución, ante la
exclusiva voluntad de uno de sus integrantes, pero de ninguna manera la única. La
jurisprudencia ha admitido, por ejemplo, la disolución de la sociedad ante la
manifestación de uno de los socios no controvertida por los restantes integrantes de
la sociedad(583); por la existencia de un instrumento escrito en que todos los socios
resuelven ese proceder(584); ante el retiro de uno de los socios en una sociedad
integrada por dos(585), etcétera.
En el mismo sentido, también se producirá la disolución ante la imposibilidad de
lograr el objeto social, inactividad del ente, pérdida de su capital social, quiebra,
etcétera (art. 94, ley 19.550). Sin embargo, si bien se ha resuelto en alguna
oportunidad que la conducta de los socios que niegan a uno de ellos su intervención
en los negocios sociales, resulta suficiente causal disolutoria(586), ello es equivocado,
salvo que ello fuera consecuencia de un estado caótico en las relaciones de los
socios, que impidan el funcionamiento de la sociedad, lo cual implicaría un supuesto

364 
 
de imposibilidad de desarrollar el objeto social, previsto como causal disolutoria por
el art. 94, inc. 3º de la ley 19.550.
La ley de sociedades comerciales no previó la posibilidad de retractación del socio
que comunicó su voluntad de disolver el ente irregular, pero de ello no se sigue su
improcedencia, pues no existe norma legal prohibitiva de tal conducta. Así lo
reconoció la jurisprudencia, que aceptó la retractación, cuando de comportamientos
expresos o tácitos observados por el disolvente, de los cuales resulte
inequívocamente el propósito de proseguir en la sociedad(587).
Si el acaecimiento de la causal disolutoria es controvertida por los restantes socios
de la sociedad, resulta necesario obtener la declaración judicial de tal
acontecimiento, y la sentencia que declara judicialmente la disolución de la sociedad
tendrá efectos retroactivos al día en que tuvo lugar la notificación aludida (art.
97de ley 19.550). Del mismo modo, los administradores serán responsables de
cualquier operación ajena a los trámites liquidatorios (art. 99, cuerpo legal citado),
cuando los restantes socios o administradores hubieren ignorado el acaecimiento
de la causal disolutoria.

2.3. Características de la acción judicial de disolución de las


sociedades de la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550
Como principio general, puede sostenerse que la acción de disolución es
irrenunciable, y no puede ser dejada sin efecto por los socios, salvo que el contrato
social de las sociedades previstas en esta sección hubiera establecido un plazo de
duración, el que es plenamente oponible entre los socios y frente a terceros (art. 22),
lo que no acontece en las sociedades de hecho y en aquellas en que se ha omitido
consignar el plazo de duración del contrato social.
Esquemáticamente, las características de la acción de disolución son las siguientes:
1. El socio puede ejercer la facultad que le acuerda la ley en el art. 25 cuando lo
considere conveniente en las sociedades carentes de plazo de duración, y por
cualquiera de los socios, cuando dicho plazo haya finalizado y no se haya ingresado
en el procedimiento de liquidación. En virtud de ello, el socio disolvente no puede
ser reconvenido por daños y perjuicios derivados del retiro doloso o intempestivo, o
por abuso de derecho(588), siendo ello excepción al principio general en materia de
contratos de duración o de plazo indeterminado, donde la rescisión unilateral e
intempestiva impone a quien la ejerce su responsabilidad patrimonial, cuanto menos
por el otorgamiento de un preaviso (art. 1492 del Código Civil y Comercial de la
Nación).
2. Conforme con lo expresado en el punto anterior, la demanda judicial se hace
necesaria sólo en caso de que los consocios restantes desconozcan la existencia
de la sociedad, o ignoren la notificación efectuada por el socio disolvente o el
acaecimiento de otra causal de disolución.
3. El trámite que debe imprimirse a la demanda de disolución es entonces el previsto
por el art. 15 de la ley 19.550, que establece el procedimiento ordinario para las
contiendas de naturaleza societaria.

365 
 
4. El pleito por disolución de sociedad debe ser interpuesto por ante el juez de la
sede de la sociedad (sociedades irregulares) o en su defecto, del establecimiento o
asiento principal de la explotación (sociedades de hecho). A este respecto, el
domicilio establecido por los socios en el contrato constitutivo, tratándose de una
sociedad irregular será plenamente oponible entre los socios a tal efecto, por
expresa previsión del art. 22 de la ley 19.550.
5. Tratándose de una sociedad con un objeto comercial, la demanda de declaración
de disolución y/o de liquidación deberá interponerse ante los tribunales mercantiles,
en aquellas jurisdicciones en donde la materia civil y comercial no estuviere
unificada. Por el contrario, si la sociedad se dedicara a una actividad civil, como por
ejemplo una sociedad profesional, el fuero competente para interponer dicha acción
será el civil.
6. La competencia de los tribunales mercantiles para entender en la demanda de
disolución de las sociedades previstas en la Sección IV del Capítulo I de la ley
19.550 no queda enervada por la sucesión de uno de sus integrantes, la cual, a
pesar de la existencia de un fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en
sentido contrario(589), y a nuestro juicio, no ejerce fuero de atracción. Al respecto, si
bien la liquidación puede implicar la entrega a los herederos del socio fallecido del
valor de la participación societaria del mismo, previa cancelación de los pasivos, no
puede asimilarse la demanda de disolución y liquidación del ente irregular a una
simple demanda de cobro de pesos.
7. El pedido de disolución y liquidación de la sociedad irregular o de hecho
comprende, además de la necesaria realización de los trámites encaminados a
extinguir la sociedad, la restitución de los bienes aportados por el socio disolvente,
cuando tales aportes fueron entregados en uso y goce, la liquidación de las
operaciones pendientes y la participación de las ganancias hechas en común, como
integrante de la respectiva cuota de liquidación. Asimismo, puede reclamarse la
designación de un liquidador judicial, ante los supuestos previstos por el art. 113 de
la ley 19.550 y la rendición de cuentas por parte de quienes hayan tenido a su cargo
el manejo de los bienes sociales.
8. La sentencia de disolución tiene las características propias de una sentencia
declarativa, en cuanto declara que se ha producido, con su causa generadora, la
extinción de un ente de derecho. En otras palabras: la sentencia que declara disuelta
la sociedad no constituida regularmente no importa condena para ninguna de las
partes. Esta circunstancia torna improcedente el rechazo de la acción de disolución,
cuando se ha comprobado la existencia de los extremos legales requeridos por el
legislador.
9. En cuanto a las costas, deben ser soportadas por los socios que hicieron caso
omiso a los requerimientos extrajudiciales del socio disolvente, por cuanto estos
obligaron a recurrir a la justicia para obtener el reconocimiento de un derecho, para
cuyo ejercicio la ley no lo subordina a la iniciación de una acción judicial. Los
honorarios judiciales de los abogados intervinientes deberán ser estimados teniendo
en cuenta el patrimonio social cuya liquidación se persigue y la regulación judicial
sólo podrá efectuarse una vez efectivizada la liquidación de la sociedad, pues con
ello se aportará pauta relevante sobre el contenido económico de la acción(590).
Es importante destacar —finalmente— que la acción de disolución a pedido de
cualquier socio no prescribe, atento que la ley 19.550 no subordina la procedencia
de la emisión de la voluntad disolutoria a un acontecimiento determinado, sino que
sólo depende de la voluntad del socio, que la puede ejercer en cualquier momento.
Con toda razón fue sostenido que el precepto contenido en el art. 22 de la ley 19.550

366 
 
—hoy art. 25— no constituye una facultad que pueda ser incluida dentro de las
denominadas "legales", lo cual significa que la falta de ejercicio de la facultad que
tiene el titular de un derecho no redunda en la pérdida de ella por el mero transcurso
del tiempo(591).

2.4. Efectos de la disolución de las sociedades irregulares y de hecho


entre los socios y respecto de terceros
La ley 19.550, en su art. 98, resolvió una cuestión que ha dividido a la doctrina y
jurisprudencia durante la vigencia del Código de Comercio, y que se centra en la
procedencia o improcedencia de la inscripción de la disolución de las sociedades
irregulares o de hecho en el Registro Público de Comercio.
Se afirmaba, para sostener su improcedencia, que la inscripción de la disolución se
reservaba sólo para las sociedades regularmente inscriptas, por cuanto los socios
que respetaron la ley al darle nacimiento a éstas deben tener el derecho de
ampararse en la disolución cuando estipulan el fin de esa persona de existencia
ideal.
Contrariamente a esta posición y teniendo en miras la protección de los terceros, se
sostenía la aplicabilidad del art. 419 del Código de Comercio a las sociedades no
constituidas regularmente, argumentando en defensa de esta posición que:
a) La inscripción de la disolución no regularizaba la sociedad, sino que hacía saber
simplemente a los terceros que esa sociedad de hecho había entrado en liquidación.
b) Tampoco importaba un reconocimiento póstumo, pues las sanciones de
irregularidad subsisten para todos los actos cumplidos y carece de efectos
retroactivos.
c) La registración de la disolución de las sociedades irregulares o de hecho tiene
como finalidad inmediata dar certidumbre a las relaciones de éstas con terceros "en
especial" en cuanto se refiere a la responsabilidad de los socios, ya que es obvio de
acuerdo a Garo(592)que conviene a los acreedores del ente saber que personas que
componen la sociedad son responsables y hasta cuando lo son. El no permitir a sus
integrantes hacer saber la disolución de ésta es agravar la incertidumbre de estos
terceros sobre la posibilidad de dirigir su acción contra la entidad, o no.
Receptando esta corriente, la ley 19.550 estableció originalmente que la notificación
fehaciente de la disolución de la sociedad no constituida regularmente produce,
efectuada a todos los consocios, se producirá a la fecha de dicha notificación. Luego
de ello, la ley 22.903 de 1983 de reformas a la ley de sociedades, dejó a salvo que
dicha disolución no se producirá, salvo que la mayoría decida regularizarla dentro
del décimo día y solicite su inscripción dentro de los 60 días, computándose ambos
plazos desde la última notificación.
La ley 26.994, finalmente, y a pesar de su cuestionable redacción, parece adherir a
esta solución, pero como dejó sin efecto el instituto de la "regularización" que había
sido incorporada en el año 1983, dispuso que los efectos de la disolución de la
sociedad se produce "de pleno derecho" y "entre los socios", a los 90 días de la
última notificación, sin especificar las razones por las cuales, frente a terceros, la
sociedad entraba en liquidación, de pleno derecho, a los 90 días de notificada la

367 
 
voluntad del socio disolvente a los restantes socios. Se explicaba la intención del
legislador de 1983 cuando fijaba un plazo de 30 días, posterior a dicha actuación,
plazo durante el cual, para dejar sin efecto esa disolución, era necesario que la
mayoría de los socios le opongan al socio disolvente el acuerdo mayoritario de
regularización y procedan a inscribir la misma en el registro mercantil.
Esta solución no es sin embargo aplicable actualmente, con la sanción de la ley
19.550, pues como ha hemos expuesto, la ley no otorga el derecho a los demás
socios de oponerse a la disolución requerida por uno de los integrantes de la
sociedad, invocando el instituto de la subsanación, lo cual, tal como está redactado
el art. 25 primer párrafo, ello resulta incomprensible, toda vez que el legislador de
2016, requiere para la adopción de la decisión de subsanar la sociedad, con lo cual
el acuerdo unánime de los socios resulta imposible de conseguir, salvo que pudiera
considerarse que el socio disolvente carece de voto en dicha decisión, por tener
interés contrario, conclusión que resulta muy discutible.
Alguna doctrina sostiene la posibilidad de que los socios, en el contrato social, dejen
sin efecto esa unanimidad, previendo un régimen de mayorías diferente a los fines
de resolver la subsanación, acuerdo que, a juicio de Rafael Manóvil(593), resultaría
posible, a tenor del régimen de oponibilidad plena del contrato social prevista en el
art. 22 de la ley 19.550. Sin embargo, la deficiente redacción del art. 25 dificulta esta
interpretación, pues el primer apartado de dicha norma menciona la falta de
unanimidad para habilitar la actuación judicial y el segundo autoriza el retiro de los
socios disconformes cuando fuera decidida por el juez. De cualquier manera, y como
razona Barreiro, si no se alcanza el acuerdo unánime, parecería que cualquiera de
los socios puede demandar la subsanación de la sociedad, pues la norma del art.
25 no formula distinción alguna sobre el particular(594).
Finalmente, dispone el penúltimo párrafo del art. 25 de la ley 19.550, en su actual
versión, que "los socios que deseen permanecer en la sociedad, deben pagar a los
salientes su participación social", aportando otra solución al inevitable camino del
socio o socios disolventes de demandar judicialmente la liquidación del ente,
transcurrido el plazo de 90 días de notificada a todos los socios su voluntad
disolutoria, pues en la medida que los demás socios continúen operando la sociedad
y los administradores ignoren la causal disolutoria, la posibilidad de compra de la
participación social a los socios disolventes deja de ser una mera facultad, para
convertirse en un derecho de los mismos, que puede ser reclamada judicialmente,
y en cuyo caso, la determinación del precio deberá ser objeto de especial
pronunciamiento. No se trata, en el caso, de un supuesto de resolución parcial, como
ha sido sostenido(595), pues el valor de las participaciones de los socios disolventes
no la abona la sociedad sino los restantes integrantes de la sociedad.

2.5. Disolución de la sociedad no constituida regularmente por los


acreedores de los socios
Si bien la cuestión no ha sido planteada en nuestros tribunales, por lo que se carece
de antecedentes jurisprudenciales, el profesor de la Universidad del Litoral,
Francisco Garo —uno de los mejores doctrinarios mercantiles argentinos del siglo
XX— explicaba que la jurisprudencia francesa ha admitido la posibilidad de que los
acreedores de los socios puedan, mediante una acción subrogatoria, disolver una
368 
 
sociedad irregular o de hecho y cobrar su crédito de la cuota liquidatoria
correspondiente a su deudor, socio de aquella entidad(596).
Sostiene el referido autor que no existe dificultad para que tal solución pueda ser
aplicada en nuestro derecho, con fundamentos en la protección de estos
acreedores. Así, ellos podrían hacer efectiva su acreencia sobre el remanente que
corresponda al socio deudor, una vez satisfechas las obligaciones sociales.
Adherí a esta conclusión durante la vigencia del derogado art. 1196 del Código Civil,
pues si bien se duda que mediante la acción subrogatoria u oblicua los acreedores
de un socio no pueden obligar a su deudor a asociarse, porque esto constituye una
facultad propia de cada persona, sustraída del ejercicio de aquélla, distinto es el
caso en que el deudor, aparentemente insolvente, integrara una sociedad no
constituida regularmente, de cuya disolución y liquidación los socios podrían sacar
provecho. Recordemos al respecto que dicha norma otorgaba la posibilidad a los
acreedores, ante la inercia del deudor, de cobrar un crédito del que éste es titular,
cuando el deudor no ejerce las acciones correspondientes o abandona las iniciadas,
por considerar que su ejercicio sólo sirvió para incorporar bienes que pasaron a
manos de sus acreedores, de ejercer esos derechos y acciones de su deudor, ha
sido receptada actualmente por los arts. 739 a 742 del Código Civil y Comercial de
la Nación, que consagran idéntica solución, al establecer, el primero de ellos que "El
acreedor de un crédito cierto, exigible o no, puede ejercer judicialmente los derechos
patrimoniales de su deudor, si éste es remiso en hacerlo y esa omisión afecta el
cobro de su acreencia".
Debe observarse, no obstante lo expuesto, que los acreedores del socio disolvente
solo podrían subrogarse en los derechos de éste, cuando se trate de sociedades de
plazo de duración indeterminado, como las sociedades de hecho o aquellas
carentes de determinación de la vigencia del contrato social, pero no cuando existe
un plazo de duración determinada y éste se encuentra vigente, pues mal puede
aceptarse del tercero una actuación que no le es permitida al socio, como surge del
art. 25 primer párrafo de la ley 19.550.

2.6. Liquidación de las sociedades previstas en la Sección IV del


Capítulo I de la ley 19.550
La liquidación es un estadio de la vida de la sociedad que se inicia generalmente
con la disolución de las mismas y que tiene por objeto determinar la situación
patrimonial de la sociedad al tiempo de la disolución, realizar el activo y cancelar el
pasivo, cobrar los créditos y pagar las deudas, para culminar con la partición en la
que cada socio percibe la cuota o parte que le corresponde en la liquidación. Este
procedimiento está minuciosamente previsto en los arts. 101 a 112 de la ley 19.550y
son de aplicación tanto a las sociedades regulares como irregulares.
De conformidad con lo dispuesto por el art. 25 de la ley 19.550, en su actual
redacción, la liquidación se rige por las normas del contrato y de esta ley y si bien el
cumplimiento del proceso liquidatorio, que está previsto legalmente en beneficio
prioritario de terceros, tiene carácter obligatorio, ello no significa que los socios
puedan efectuarla, a través de una cláusula del contrato social, mediante un

369 
 
procedimiento diferente de las pautas señaladas por la ley 19.550 que pudiese
perjudicar los derechos de los terceros.

ART. 26.—
Relaciones entre los acreedores sociales y los particulares de los socios. Las
relaciones entre los acreedores sociales y los acreedores particulares de los socios,
aún en caso de quiebra, se juzgan como si se tratara de una sociedad de los tipos
previstos en el Capítulo II, incluso con respecto a los bienes registrables.
CONCORDANCIAS: Ley 19.550, arts. 2, 36 y 38 párrafo 2º. Resolución General IGJ
nº 7/2015, art. 173. LSC Uruguay, art. 40.

§ 1. Sobre las relaciones entre los acreedores sociales y particulares


de los socios
Finalmente, el art. 26 de la ley 19.550, en su actual redacción, ratifica la
personalidad jurídica diferenciada de las sociedades no regulares con respecto a
sus integrantes, superando la polémica desatada en torno al original texto de dicha
norma, que, contrariamente a su nueva redacción, exceptuaba de aquel principio a
los bienes para cuyo dominio se requería registración. Se recuerda al lector que
basada en esta excepción, la doctrina y jurisprudencia, fundado en el texto original
de dicha norma, había ratificado la incapacidad de las sociedades irregulares y de
hecho para ser titulares de bienes registrables, lo que hoy ha sido totalmente
superado, como hemos visto, a través de la expresa solución del art. 25 segundo
párrafo de la actual Ley General de Sociedades.
El principio general consagrado en el art. 26 de la ley 19.550, en torno a las
relaciones entre los acreedores sociales y los acreedores particulares de los socios,
rige incluso en caso de quiebra, aunque, bueno es aclarar que al modificarse el
régimen de responsabilidad de los integrantes de esta especial clase de sociedades,
ya no es aplicable a los mismos el instituto de la extensión de quiebra previsto en
el art. 160 de la ley 24.522, solo previsto para el caso de solidaridad y no de simple
mancomunidad.

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Sección V - De los socios

§ 1. CAPACIDAD PARA CONSTITUIR SOCIEDADES


COMERCIALES. NORMATIVA APLICABLE
En tanto la capacidad se halla reglamentada por el Código Civil y Comercial de la
Nación (arts. 22 a 50), sus disposiciones son plenamente aplicables en materia
societaria, y en consecuencia, para ejecutar actos de esta naturaleza, entre los que
se encuentra la constitución o participación de personas humanas y jurídicas en
sociedades, corresponde remitirse a aquellas normas, con excepción de algunos
supuestos particulares previstos en los arts. 27 a 32 de la ley 19.550.
Si se tratara de sociedades comerciales, a los fines de participar en la constitución
de entidades de esa misma naturaleza, puede afirmarse, como principio general,
que salvo las sociedades por acciones, que solo pueden formar parte de sociedades
por acciones y sociedades de responsabilidad limitada (art. 30 de la ley 19.550),
todas las restantes sociedades comerciales pueden ser titulares de participaciones
societarias en distintos tipos sociales, con las limitaciones cuantitativas previstas por
el art. 31 de la ley 19.550.
A continuación trataremos algunos supuestos controvertidos por la doctrina y
jurisprudencia en materia de capacidad para integrar sociedades comerciales.

§ 2. LOS MENORES DE EDAD


En cuanto a los menores, varios son los supuestos que pueden presentarse en la
práctica:
a) Menores emancipados por matrimonio: A diferencia del régimen anterior, en
donde debía distinguirse si el menor se hubiere casado con o sin autorización, ello
ha sido modificado por el Código Civil y Comercial de la Nación, cuyo art. 27
establece que la celebración del matrimonio antes de los 18 años, emancipa a la
persona menor de edad, quien gozará de plena capacidad de ejercicio, con algunas
limitaciones previstas en los arts. 28 y 29 del referido ordenamiento legal, que no
son aplicables al negocio societario, salvo lo dispuesto por el art. 29, el cual
establece que el emancipado requiere autorización judicial para disponer los bienes
recibidos a título gratuito, lo que puede acontecer cuando el emancipado es
heredero del socio fallecido, resultando conveniente, atento las circunstancias del
caso, transferir las participaciones sociales recibidas en herencia, autorización que,
conforme lo prescribe la referida norma, debe ser otorgada cuando el acto sea de
toda necesidad o de ventaja evidente. Dicha situación puede configurarse en la
práctica cuando el precio ofrecido a los herederos del socio fallecido por el valor de
la participación social que éste hubiere sido titular, es muy conveniente, habida
cuenta los magros dividendos percibidos en los últimos ejercicios o cuando los
sucesores estuvieran en conflicto con los restantes integrantes de la sociedad.

371 
 
Es materia opinable la posibilidad de los menores emancipados de constituir
sociedades por parte de interés, pues se ha sostenido que la responsabilidad
asumida en forma solidaria e ilimitada, aunque subsidiaria, implicaría afianzamiento
de obligaciones, actos estos prohibidos por el art. 28 inc. c) del Código Civil y
Comercial, aun con autorización judicial. Entiendo, por el contrario, que la
responsabilidad asumida por los socios en estos tipos societarios no puede
asimilarse a la situación del fiador en el contrato de fianza, sino que aquella está
impuesta por la ley como característica del tipo social, sin perjuicio de las diferencias
existentes entre ambas situaciones.
b) Menores que hayan recibido por herencia un establecimiento mercantil sujeto a
indivisión. La ley 19.550 contempla expresamente el problema en los arts. 28 y 29,
a cuyo análisis cabe remitir. Solo debemos recordar que la sanción del Código Civil y
Comercial de la Nación, al derogar el Código Civil y el Código de Comercio, puso fin
a una serie de situaciones que planteaba el viejo ordenamiento mercantil, y que
había suscitado polémicas durante su vigencia y que hoy deben considerarse
totalmente y afortunadamente superadas. Me refiero a la situación de los menores
autorizados para ejercer el comercio, prevista en el art. 11 del Código de Comercioy
a la controvertida sociedad entre padre e hijo, contemplada por el art. 12 del
derogado ordenamiento mercantil.

§ 3. SOCIEDAD DE CORREDORES
Durante la vigencia del art. 105 del Código de Comercio, enumerando los actos que
le son prohibidos a los corredores, dicha norma incluía expresamente el de contraer
sociedad "de ninguna clase de denominación", ejemplificando el principio general
contenido en el párrafo 1º del inc. 1º de dicho artículo, cuando veda a los corredores
"(...) toda especie de negociación y tráfico directo ni indirecto, en nombre propio ni
bajo el ajeno (...)".
Las razones que inspiraron al legislador, hace más de ciento cincuenta años se
fundaron en diversas circunstancias: preservar la imparcialidad del corredor en el
ejercicio de su profesión, evitando el ejercicio del comercio en forma directa o
indirecta y cumpliendo la misma en forma personal. Como lo sostuvo Castillo(597), en
su clásico Curso, esto fue debido al carácter de oficio público atribuido al corretaje
por algunas disposiciones del Código de Comercio, que lo asimilaría en nuestro
derecho a dicho funcionario.
Si bien la jurisprudencia había mitigado el rigor del art. 105 de la ley 19.550,
admitiendo las sociedades de corredores, cuando todos sus integrantes
desempeñaran esa misma profesión y la entidad tuviera como único objeto la
realización de actos de corretaje, no faltó algún fallo, anterior a la ley 25.028, que,
con todo acierto, recordó que el texto del art. 105 del referido Código no hacía
excepciones, por lo que la violación a lo dispuesto por el inc. 1º de dicha norma, que
prohíbe al corredor constituir sociedad, acarreaba la nulidad absoluta del acto así
cumplido, nulidad a la que se llega desde el primer enfoque por aplicación del por
entonces vigente art. 1043 del Código Civil y la norma del art. 18 de la ley 19.550(598).
La ley 25.028, que derogó el capítulo denominado "De los corredores" (arts. 88 a
112 del Código de Comercio), incorporó a la ley 20.266, regulatoria del régimen de

372 
 
los martilleros, el capítulo XII (arts. 31 a 38), bajo el título "corredores" y este nuevo
régimen vigente a partir del mes de marzo de 2000 no legisla sobre lo que le es
prohibido a los corredores, como sí lo hacía el art. 105 del Código de Comercio, y
tampoco contempla de modo expreso que las personas jurídicas puedan actuar
como corredores.
Ello no obstante, dado que el art. 31 de la ley 20.266 establece que es aplicable al
ejercicio del corretaje lo dispuesto en la misma ley 20.266 respecto de los martilleros,
en todo lo que resultare pertinente, cabe acudir a la norma del art. 15 de dicho cuerpo
legal, que autoriza a los martilleros a constituir sociedades de cualquiera de los tipos
previstos en la legislación mercantil, excepto las sociedades cooperativas, con el
objeto de realizar actos de remate, de manera tal que actualmente, por expresa
disposición de la ley 25.028, los corredores pueden formar sociedad entre ellos y
cuyo objeto sea exclusivamente el desarrollo de actos de corretaje.
Esta evolución culminó con la sanción del Código Civil y Comercial, que en el art.
1346 el cual, en su art. 1346 —incluido dentro de las normas referidas al corretaje—
admite sin cortapisas que podrán actuar como corredores, personas humanas o
jurídicas.
Se trata de una disposición sumamente desafortunada, pues cuanto menos debió
aclararse a qué tipo de personas jurídicas se refiere, pues siendo el corretaje una
actividad lucrativa (art. 1350 CCyCN), no se advierte cómo puede una asociación
civil, una fundación o una mutual dedicarse a este objeto. Pero además de ello, si
recordamos que la ley 26.994, que sancionó el Código Civil y Comercial de la Nación
no derogó totalmente el régimen legal que rige actualmente a los corredores (la ley
20.266 reformada por la ley 25.028), sino solo los arts. 36 a 39 de la misma, sobre
cuyo contenido se refieren los arts. 1345 a 1355 del aludido Código, han quedando
subsistentes los arts. 32 y 33 de la ley 20.266, que requieren de los corredores
contar con título universitario expedido o revalidado en la República, de modo que
no es tarea sencilla comprender como y de qué manera una persona jurídica podrá
celebrar actos de corretaje, habida cuenta que los títulos universitarios solo pueden
expedirse a favor de personas humanas.
Debe recordarse finalmente que la nueva regulación del "contrato de corretaje" por
los arts. 1345 a 1355 del Código Civil y Comercial de la Nación, no obsta a la
vigencia de la ley especial que rige tal actividad —ley 20.266— que le exige un título
universitario, su matriculación y determinados deberes, responsabilidades y
sanciones, estableciendo un verdadero poder de policía sobre la matrícula, que es
de carácter local. Ratifica lo expuesto lo dispuesto por el art. 1355 CCyCN, en cuanto
dispone que las nuevas reglas del contrato de corretaje no obstan a la aplicación de
las disposiciones de leyes y reglamentos especiales(599).

§ 4. SOCIEDAD DE MARTILLEROS
En cuanto a la capacidad de los martilleros para integrar sociedades, la ley 20.266
que, reglamentando la actividad de estos auxiliares del comercio, derogó las
disposiciones específicas del Código de Comercio, incurrió en algunas
contradicciones que no contribuyen a clarificar la cuestión, aunque, en términos
generales, admitió —como lo venía predicando la doctrina y la jurisprudencia— las

373 
 
sociedades integradas exclusivamente por martilleros para dedicarse a los actos de
remate.
Así surge del art. 15 de la ley 20.266, que textualmente prescribe que: "Los
martilleros pueden constituir sociedades de cualquiera de los tipos previstos en el
Código de Comercio, excepto cooperativas, con el objeto de realizar exclusivamente
actos de remate. En el caso cada uno de los integrantes de la sociedad deberá
constituir la garantía especificada en el art. 3º, inc. d)".
Sin embargo, el art. 16 del mismo texto legal oscurece el panorama al establecer
que: "En las sociedades que tengan por objeto la realización de actos de remate, el
martillero que lo lleve a cabo y los administradores o miembros del Directorio de la
sociedad serán responsables ilimitada, solidaria y juntamente con esta por los daños
y perjuicios que pudieren ocasionarse como consecuencia del acto de remate; Estas
sociedades deben efectuar los remates por intermedio de martilleros matriculados e
inscribirse en los Registros especiales que llevará al organismo que tenga a su cargo
la matrícula". Finalmente, el art. 17, refiriéndose a los libros obligatorios que deben
llevar estos agentes auxiliares del comercio, extiende esa obligación "(...) a las
sociedades a que se refiere el art. 15 (...)".
Interpretando estas normas, la jurisprudencia ha sostenido posiciones encontradas:
a) Por un lado, quienes consideran que las normas del Código de Comercio
derogadas (en especial, el art. 113, que remitía al 105 ya analizado para los
corredores) mantienen su vigencia en la nueva regulación legal. En este sentido se
inclinan los dos fallos de la Cámara Comercial. El primero de ellos, de la sala C, en
autos "Citico, Cía. de Tierras, SA"(600)reiteró la capacidad de los martilleros para
constituir sociedad exclusivamente entre ellos, con el único objeto de realizar actos
de remate, criterio este consagrado por el art. 15 de la ley 20.266, aunque deja a
salvo la excepción para el caso de las sociedades anónimas, que resultaría del
propio art. 106 del Código de Comercio. Por su parte, el fallo de la sala D del mismo
tribunal, en autos "Tres Lomas, SCA"(601)ratificó en forma terminante la regla de la
incapacidad de los martilleros para integrar sociedad que no tenga por objeto
exclusivo tal actividad.
Ahora bien, la sociedad constituida por martilleros, cuyo objeto sea diverso al
previsto por el art. 15 de la ley 20.266 es, conforme esta línea interpretativa, nula
por aplicación del art. 18 de la ley 19.550, quedando sometida a las reglas allí
previstas. El objeto exclusivo de la sociedad entre rematadores torna, por otro lado
inoponible a la sociedad los actos realizados por sus administradores que exorbiten
el objeto social, y la actividad de estos en tal sentido, consentido por los restantes
integrantes, hace aplicable al supuesto la norma del art. 19 del cuerpo legal citado.
b) Por otro lado, se encuentran quienes sostienen que, conforme lo dispuesto por el
art. 30 de la ley 20.266, que derogó expresamente los arts. 113 a 122 del Código de
Comercio, la prohibición prevista por el art. 105, al cual remitía el art. 113 ha
quedado totalmente superada, propiciando pues un criterio amplio y permisivo en
torno a la capacidad de los martilleros para constituir o integrar sociedades. Dentro
de esta orientación se enrolan Stratta(602)y Richard(603), entre otros, quienes citan en
apoyo de esta posición una regla fundamental en materia de capacidad de derecho:
faltando una prohibición expresa de la ley, y atento lo dispuesto por el derogado art.
53 del Código Civil, tanto en la capacidad de derecho como en cuanto a la capacidad
de obrar, el principio es que todas las personas individuales tienen amplia
capacidad, salvo expresa disposición en contrario de la ley. Esta interpretación
estaría hoy ratificada por lo dispuesto en los arts. 22 y 23 del Código Civil y
Comercial de la Nación.

374 
 
Por mi parte, adhiero a la primera de las interpretaciones efectuadas, que responde
estrictamente a la finalidad del legislador y a los intereses que se encuentran en
juego. La segunda interpretación sólo es comprensible si se parte de la escasísima
factura técnica de la ley 20.266 y a la deficiente redacción del art. 16 de la misma(604),
siendo evidente, como ha sido sostenido por un esclarecedor fallo(605), que desde el
punto de vista normativo, la construcción permisiva del art. 15 de la ley 20.266
denota, para su admisión, un matiz de exclusividad para la realización de actos de
remate, y nada del art. 16 de la misma permite concluir que se prevea otro supuesto
que el contemplado en el artículo precedente. Por el contrario, su enunciación
adquiere sentido reglamentario de la hipótesis del art. 15, como establecimiento de
reglas de responsabilidad específica.
No desconocemos que algún precedente jurisprudencial ha estimado incoherente el
régimen de responsabilidad previsto por el art. 16 de la ley 20.266 para la sociedad
entre martilleros, cuando el tipo elegido por estos ha sido el de una sociedad
anónima, en la medida que dicha norma consagra la responsabilidad ilimitada y
solidaria del martillero que ha intervenido en el acto de remate, por los daños y
perjuicios ocasionados como consecuencia del mismo(606). Sin embargo, tal
contradicción es sólo aparente, pues debe repararse una vez más en el carácter
meramente instrumental de las sociedades constituidas entre estos profesionales.
Amén de ello, no debe dejar de recordarse que la misma ley 19.550 prevé la
responsabilidad ilimitada y solidaria de los accionistas, frente a ciertas y
determinadas hipótesis (como por ejemplo el art. 254 de la ley 19.550 y
fundamentalmente el instituto del reintegro del capital social), sin que por ello pueda
cuestionarse un quebrantamiento en los principios y fundamentos del tipo social
elegido.

ART. 27.—
Sociedad entre cónyuges. Los cónyuges pueden entre sí sociedades de cualquier
tipo de las reguladas por la Sección IV.
CONCORDANCIAS: LSC: art. 29; Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 140.

§ 1. Sociedades entre cónyuges. Régimen legal


Teniendo en cuenta el régimen de administración de bienes conyugales previsto por
los arts. 1276 y 1277 del Código Civil, reformados por la ley 17.711, y el principio de
irresponsabilidad de los cónyuges consagrado por el art. 5º de la ley 11.357, la ley
19.550, en la versión original del art. 27, superando la discusión que existía en
nuestra doctrina acerca de la existencia de sociedades constituidas entre esposos,
ha admitido las mismas, pero subordinando su constitución a la adopción de los
siguientes tipos sociales: sociedades de responsabilidad limitada y sociedades por
acciones.

375 
 
Si bien esa limitación fue explicada por la Exposición de Motivos, entendiendo
incompatible la coexistencia de dos regímenes económicos entre esposos, cuando
uno de ellos era el resultante de la constitución de sociedades mercantiles de tipo
personalista, en las que la responsabilidad de los socios luce ilimitada y solidaria, lo
cierto es que la real intención del legislador ha sido evitar que, mediante un tipo
societario que traiga aparejada responsabilidad tan amplia, se viole el principio de
orden público que consagra la irresponsabilidad de uno de los cónyuges por las
deudas contraídas por el otro(607).
Lamentablemente, la redacción del artículo exhibió algunas falencias que conspiró
contra la intención del legislador, pues al haber reparado en función de la especie
societaria y no en función de la responsabilidad del socio(608), ha incluido a las
sociedades en comandita por acciones sin efectuar reserva o salvedad alguna,
como hubiere correspondido para el supuesto en que ambos cónyuges revistieran
la calidad de socios comanditados o solidarios. Ello provocó alguna discrepancia en
la doctrina, que quedó concluida con la sanción de la ley 26.994, el cual dispuso que
los cónyuges pueden integrar entre sí sociedades de cualquier tipo y las reguladas
en la Sección IV.
Del mismo modo, la constitución de sociedades de hecho entre cónyuges si bien
mereció, en vigencia del texto original de la ley 19.550, alguna jurisprudencia
favorable aislada, habiéndose admitido, en alguna oportunidad, y a los fines de
permitir la presentación de dicha sociedad en concurso preventivo, que la
prohibición del art. 27 de la ley 19.550 se refiere exclusivamente a las sociedades
tipificadas que no sean por acciones o de responsabilidad limitada, se trataba, a mi
juicio, de una doctrina jurisprudencial a todas luces desacertada, toda vez que la
prohibición de constituir sociedades entre esposos —salvo los tipos autorizados por
aquella norma— impedía reconocer a la sociedad de hecho integrada por ambas
siquiera la personalidad jurídica precaria y limitada que a dichas sociedades se le
atribuyen, lo cual, por sí solo y en virtud de lo dispuesto por el art. 2º de la ley
24.522, resultaba suficiente para rechazar la formación del concurso preventivo(609).
La redacción del nuevo texto del art. 27 de la ley 19.550, en tanto que podría
literalmente interpretarse que no existe hoy la menor limitación de los cónyuges,
para formar sociedad de cualquier tipo, resulta sumamente desacertada, pues tal
solución podría ser entendida cuando el matrimonio está sometido al régimen de
separación de bienes, en donde los futuros cónyuges pueden establecer, mediante
convenciones matrimoniales las menciones previstas en el art. 446 del CCyCN,
previendo los aportes de determinados bienes a la sociedad conyugal y regulando
los aspectos taxativamente autorizados por la ley vinculados a sus relaciones
patrimoniales, pero lo cierto es que, tratándose del régimen de comunidad, que es
el que resulta aplicable cuando los cónyuges no han adherido sistema de
convenciones patrimoniales para determinar los bienes que aportan al matrimonio,
rige el art. 461 del mencionado régimen legal, que se gobierna por el principio de
irresponsabilidad de un cónyuge por las deuda que el otro hubiere celebrado, con la
única excepción de aquellas obligaciones contraídas por uno de ellos para solventar
las necesidades ordinarias del hogar y la educación de los hijos, de conformidad con
lo dispuesto por el art. 455.
De modo tal que este principio de irresponsabilidad del cónyuge por las deudas
contraídas por el otro prevista por el Código Civil y Comercial para los matrimonios
constituidos bajo el régimen de comunidad, se da de bruces con la ahora admitida
posibilidad de los esposos de integrar sociedades colectivas, en comandita simple
o por acciones, ambos como socios comanditados o de capital e industria, en calidad
de socios capitalistas, lo cual obliga a interpretar los alcances de la actual redacción

376 
 
del art. 27 de la ley 19.550, al permitir a los cónyuges a integrar cualquier tipo o clase
de sociedad.
Obviamente, una interpretación literal de la norma —que es por lo general la peor
de las interpretaciones de un texto legal, pues no siempre es fiel a las intenciones
del legislador—, podría autorizar la conclusión de que la actual y amplia permisión
del art. 27 de la ley 19.550 supera cualquier discusión al respecto, comprendiendo
ambos regímenes patrimoniales del matrimonio, esto es, el de la comunidad con el
de la separación de bienes, pero parece obvio concluir que esa manera de pensar
traiciona claramente la voluntad de quienes han redactado el nuevo régimen
patrimonial del matrimonio, siendo no menos evidente que este sistema, de evidente
orden público, debe prevalecer sobre cualquier norma que, sobre el tema, esté
previsto en la ley general de sociedades, que, en principio, solo comprende
cuestiones patrimoniales.
Podría también afirmarse que el actual texto del art. 27 de la ley 19.550, cuando ha
eliminado las sanciones previstas por el texto original de dicha norma en caso de
infracción en la misma norma —transformación en sociedades de distinto tipo en el
plazo de seis meses o la cesión por cualquiera de los esposos de su participación
en sociedad no admitida por la ley a otro socio o a un tercero en el mismo plazo"— ha
dejado sin efecto la disposición del primer párrafo del art. 29 primer párrafo de dicho
cuerpo legal, según el cual era nula la sociedad que viole el art. 27, la cual debía ser
liquidada de acuerdo con la Sección VIII y ratifica la necesidad de interpretar
literalmente el texto de la actual redacción del art. 27 de la LGS, que permite a los
cónyuges participar en sociedad de cualquier tipo y clase. Sin embargo, estos
razonamientos no son definitivos —a nuestro juicio— para coincidir con la
interpretación amplia del texto actual del art. 27 del ordenamiento legal societario,
pues la norma del art. 1002 inc. d) del Código Civil y Comercial de la Nación prohíbe
expresamente, a través de una norma de evidente orden público, que los cónyuges
pueden contratar entre sí, cuando están sometidos al régimen de comunidad de
bienes, disposición de enorme sentido moral, lo que ha hecho decir a la doctrina —
y con la cual coincidimos— que resulta una grave incoherencia que por una parte
se prohíba a los cónyuges sometidos al régimen de comunidad, celebrar contratos
entre sí y por el otro que se amplíe la facultad para constituir sociedades en las que
su responsabilidad será ilimitada(610)por las obligaciones sociales.
Dicha incoherencia solo puede ser superada mediante una interpretación finalista
de la ley, esto es, aquella que atienda a las intenciones del legislador, así como a
los principios y valores jurídicos en juego, de modo coherente con todo el
ordenamiento legal (art. 2º del Código Civil y Comercial de la Nación), y de allí que
entendamos que la disposición del texto del art. 27 de la ley 19.550 solo se refiere a
aquellos esposos que se encuentren sometidos al régimen de separación de bienes
a través de convenciones matrimoniales previsto por el art. 446 y ss. del Código
Civil y Comercial de la Nación, pero nunca al matrimonio constituido sobre la base
del régimen de comunidad, pues —se reitera—, resulta impensable que la norma
del art. 461, en concordancia con los arts. 467 y 505 segundo párrafo, que prevén,
como principio general, que la responsabilidad limitada de los cónyuges por las
obligaciones contraídas por uno de ellos —con la única excepción allí prevista—,
pueda ser fácilmente vulnerada cuando ellos integren una sociedad de cualquier
clase o tipo(611).
Finalmente, y en lo que respecta a la posibilidad que otorga el art. 27 de la ley
19.550 en su actual redacción, que permite a los cónyuges integrar las sociedades
reguladas en la Sección IV del Capítulo I de dicho ordenamiento legal, ello es
coherente con la responsabilidad mancomunada y por partes iguales prevista para

377 
 
quienes integran esta clase de sociedades, sin perjuicio de reiterar lo que es quizás,
el mayor desacierto de la ley 26.994, esto es, la de otorgar a sus integrantes los
mayores beneficios en orden a la responsabilidad, tratándose de sociedades —que
no constituyen un tipo legal—, sino una anomalía al régimen de constitución y
funcionamiento que la ley 19.550 impone a toda compañía, en la cual sus miembros
han infringido la ley en todo lo que se refiere al cumplimiento de las formalidades no
solo de constitución regular, sino de inscripción previstas expresamente por el
ordenamiento legal societario, registración en la cual está comprometida
fundamentalmente la seguridad de los terceros que —de una manera u otra— se
vinculen con ella.

§ 2. Algunas cuestiones de importancia en torno a las sociedades


entre cónyuges

2.1. Extinción de la comunidad conyugal


Para los casos en que rija la prohibición prevista por el art. 1002, inc. d) del Código
Civil y Comercial, que prohíbe contratar, en interés propio, a los cónyuges, bajo el
régimen de comunidad de bienes, y éstos formaran parte de sociedades con
responsabilidad ilimitada (arts. 125, 134, 141 y 315 de la ley 19.550), rigen los
supuestos de extinción de la comunidad previstos en el art. 475 del referido
ordenamiento unificado, y tratándose de divorcio, la sentencia correspondiente
produce la disolución de la sociedad conyugal, constituida con efecto al día de la
notificación de la demanda o de la presentación conjunta de los cónyuges. Acaecida
ella, los esposos recuperan su capacidad dispositiva y por lo tanto pueden celebrar
entre ellos cualquier tipo de negocio jurídico, entre ellos, integrar cualquier tipo de
sociedad mercantil(612).

2.2. Carácter de la nulidad prevista por el art. 29 de la ley 19.550


Siempre interpretando en sentido coherente la norma del art. 27 de la ley 19.550, y
a pesar de que el art. 29 eliminó la sanción de nulidad prevista para la constitución
de sociedades entre cónyuges de los tipos no autorizados por aquella disposición
legal, estimo que, tratándose de una sociedad entre esposos que hubiese adoptado
el tipo de colectiva, de capital e industria y comandita, cuando alguno de ellos
revistiera el carácter de socio comanditado constituida entre cónyuges, y éstos
estuvieran casados bajo el régimen de comunidad, ello provocará la nulidad de la
sociedad, aunque deberá liquidarse de conformidad con el procedimiento previsto
en la Sección 13 del Capítulo I de la LGS, sanción que es la que en derecho
378 
 
corresponde, cuando se ha violado alguna de las inhabilidades para contratar,
previstas en el art. 1001 del Código Civil y Comercial de la Nación.

ART. 28.—
Socios herederos menores, incapaces o con capacidad restringida. En la sociedad
constituida con bienes sometidos a indivisión forzosa hereditaria, los herederos
menores de edad, incapaces o con incapacidad restringida solo pueden ser socios
con responsabilidad limitada. El contrato constitutivo deberá ser aprobado por el juez
de la sucesión. Si existiere posibilidad de colisión de intereses entre el representante
legal, el curador y el apoyo y la persona menor de edad, incapaz o con capacidad
restringida, se debe designar un representante ad hoc para la celebración del
contrato y para el contralor de la administración de la sociedad si fuere ejercida por
aquel.
CONCORDANCIAS: LSC: art. 29; Nuevas Normas de la Inspección General de
Justicia: art. 54; LSC Uruguay: arts. 44 a 46.

ART. 29.—
Sanción. Sin perjuicio de la transformación de la sociedad en una de tipo autorizado,
la infracción del art. 28 hace solidaria e ilimitadamente responsables al
representante, al curador o al apoyo de la persona menor de edad, incapaz o con
capacidad restringida, y a los consocios plenamente capaces, por los daños y
perjuicios causados a la persona menor de edad, incapaz o con capacidad
restringida.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 2, 28.LSC Uruguay: arts. 44 a 46.

§ 1. Herederos menores. Supuestos de existencia en el acervo


hereditario, de bienes sometidos a indivisión forzosa hereditaria
La profunda reforma al tema de la minoridad efectuado por el Código Civil y
Comercial de la Nación (arts. 25 a 30), tuvo una gran incidencia en la cuestión
referida a la capacidad de los menores para constituir o participar en sociedades
comerciales, máxime cuando, derogado en su totalidad el Código de Comercio,
desaparecieron algunas instituciones centenarias, como por ejemplo, la autorización
de los menores para ejercer el comercio (art. 10 del derogado Código de Comercio)
o la especial situación que se presentaba cuando el padre asociaba a su hijo menor
en el ejercicio de su comercio (art. 12 del derogado Código).
379 
 
Asimismo, la derogación de la ley 14.394, a la cual hacía expresa referencia el texto
original del art. 28, cuando hablaba de los casos legislados por los arts. 51 a 53 de
dicha ley, justificó la adecuación del nuevo art. 28 de la hoy denominada Ley General
de Sociedades, el cual hace solo referencia a los supuestos de indivisión forzosa de
bienes de los menores, manteniendo idéntica solución a la prevista por aquella ley,
pues los principios que gobiernan dicha problemática son idénticos.
De modo que el panorama en esta materia en materia de herederos menores y
bienes sometidos a indivisión forzosa hereditaria es mucho más simple, como
veremos a continuación, analizando los diversos supuestos que pueden presentarse
a tenor de las nuevas disposiciones legales:
1. Cumplido los dieciocho años, la persona humana adquiere plena capacidad para
ser titular de derechos y deberes jurídicos y se encuentra habilitado para la
celebración de todos los actos jurídicos que pretenda realizar, entre ellas y por
obviedad, constituir y participar en una sociedad.
2. Tratándose de menores emancipados por matrimonio —única emancipación
prevista por el Código Civil y Comercial de la Nación—, ellos gozan de plena
capacidad de ejercicio, con las limitaciones previstas en el art. 28 de este cuerpo
legal(613). Atento el texto de esta norma, ha quedado derogada toda diferencia entre
el menor casado con o sin autorización, de manera que la capacidad del mismo es
siempre idéntica y la única restricción que padece, referido al negocio societario, es
la constitución o participación en sociedades en las cuales el menor emancipado
intervenga como socio con responsabilidad ilimitada y solidaria, habida cuenta la
prohibición de afianzar obligaciones prevista por el art. 28 tercer párrafo del CCyCN.
Antes de entrar en el análisis del texto del art. 28 de la ley 19.550, en su actual
versión, debe recordarse que dicha norma de la ahora denominada Ley General de
Sociedades, así como su antecesora, tiene como fundamento evitar que el
patrimonio de los menores se vea afectado por el gravoso régimen de
responsabilidad heredado en la estructura societaria en la cual participarán como
consecuencia de la muerte del causante(614).
Debe asimismo relacionarse las normas de los arts. 28 y 29 de la ley 19.550, en su
actual versión, con lo dispuesto por el parágrafo tercero de la Sección II del Código
Civil y Comercial de la Nación, referido al ejercicio de la tutela cuando, en su art.
126, dispone que si el tutelado tiene parte en una sociedad, el tutor está facultado
para ejercer los derechos que corresponden al socio a quien el tutelado ha sucedido,
disponiendo expresamente que si tiene que optar entre la continuación y la
disolución de la sociedad, debe someter la cuestión al juez interviniente, previo
informe del tutor.
Si bien el art. 29 de la ley 19.550, en su actual versión —ley 26.994— prevé que,
fallecido el causante, titular de una participación en una sociedad colectiva o en la
cual éste haya asumido una responsabilidad ilimitada y solidaria por las obligaciones
sociales, su representante, curador o apoyo(615)de la persona con capacidad
restringida, deberá poner en inmediato funcionamiento los mecanismos necesarios
para la transformación de la sociedad en una sociedad con responsabilidad limitada,
lo cierto es ello no constituye una hipótesis que se presente con frecuencia en la
práctica societaria local, habida cuenta de que en el mercado las sociedades
colectivas, de capital o industria o en comandita son prácticamente inexistentes. Por
el contrario, lo que realmente acontece en la realidad es que el menor, incapaz o
persona con capacidad restringida, suceda al causante en la explotación de un fondo
de comercio de titularidad de una sociedad no constituida regularmente o como
negocio unipersonal del causante, no siendo el menor, incapaz o persona con

380 
 
capacidad restringida, el único heredero existente, hipótesis que torna imposible la
solución prevista por el art. 29 de la ley 19.550, pues este ordenamiento legal no
admite el instituto de la transformación cuando no se trata de sociedades incluidas
en uno de los tipos legales previstos en el Capítulo II de la ley 19.550.
Debemos asimismo recordar que el ingreso de los herederos en una sociedad en la
cual sus integrantes han asumido una responsabilidad solidaria e ilimitada por las
obligaciones sociales, no es siempre automática, pues en este tipo de compañías
(socio colectivo, industrial o comanditado), el principio general que rige ante la
muerte del socio es que dicho acontecimiento produce la resolución parcial del
contrato de sociedad, con el derecho de los herederos a percibir el pago del valor
de la participación del socio fallecido (art. 90 de la ley 19.550). De modo que la
solución del art. 29 solo es aplicable cuando los socios fundadores hubieran previsto
— en las sociedades colectivas y en comandita — que la sociedad continúa con sus
herederos, supuesto que dispara la obligación del representante legal de activar los
mecanismos para proceder a la transformación de dicha sociedad en uno de los
tipos permitidos por la norma del art. 28 de la ley general de sociedades.
Si se tratara de una sociedad —la integrada por el causante— de aquellas previstas
en la Sección IV del Capítulo 1º de la ley 19.550, y dado que la transformación de
dicha sociedad no resulta jurídicamente posible, el representante del menor, curador
o quien ejerce el apoyo de la persona con capacidad restringida, deberá poner en
funcionamiento los procedimientos previstos por la ley 19.550 para regularizar la
situación, recurriendo al mecanismo de la subsanación al que se refiere el art. 25 de
dicho cuerpo legal o a la disolución, liquidación y constitución de una nueva sociedad
de los tipos sociales permitidos por el art. 28 de la ley 19.550.
Mientras tanto, y dado que el art. 1442 del Código Civil y Comercial de la Nación,
referido a los contratos asociativos, dispone que las comuniones de derechos reales
y la indivisión hereditaria no se le aplican las disposiciones sobre contratos
asociativos ni las de la sociedad, deberá ser aplicado a la situación planteada, esto
es, a la administración de la participación accionaria bajo procedimiento sucesorio,
la normativa de los arts. 2323 a 2329 del Código Civil y Comercial de la Nación,
referida a la administración extrajudicial de los bienes en estado de indivisión, lo cual
implica:
1. Si la propiedad del fondo de comercio pasa a ser propiedad exclusiva del tutelado
o incapaz, deberá su representante, curador o apoyo de la persona con capacidad
restringida, ejecutar todos los actos de administración ordinaria propias del
establecimiento y los que exceden los mismos, ser autorizados judicialmente, salvo
que la continuación de esa explotación resulte perjudicial, en cuyo caso, el juez debe
autorizar el cese del negocio, facultando su enajenación, previa tasación, en subasta
pública o venta privada, según sea más conveniente. Mientras no se venda, el tutor
y el curador están autorizados para proceder como mejor convenga a los intereses
del menor, incapaz o persona con capacidad restringida (arts. 127 y 138 CCyCN);
2. Si existiesen otros herederos sobre ese fondo de comercio, el representante el
menor o incapaz deberá colaborar con el administrador designado, pudiendo
requerir y percibir los frutos de los bienes indivisos y finalmente, requerir medidas
judiciales urgentes para la protección de los derechos de su representado (arts. 2323
a 2329 del Código Civil y Comercial de la Nación).
De modo tal que, existiendo una indivisión hereditaria en la explotación del
establecimiento industrial o comercial sometido a dicho régimen, ello no provoca
automáticamente los daños y perjuicios en el patrimonio del menor a los que alude
el art. 29 de la ley 19.550 en su actual versión, sino que ello será la consecuencia

381 
 
de su negligencia o dolo en el ejercicio de sus funciones por parte de quien tuviera
su representación legal. Lógicamente, dicha responsabilidad solidaria e ilimitada
será compartida con los consocios plenamente capaces, quienes no podrán invocar
ajenidad por los daños sufridos por el menor, debiendo al respecto recordarse que
nuestro Código Unificado incorpora normas de prevención del daño (arts. 1708,
1710 y 1711 y concs.), que son plenamente aplicables al caso, esto es, no solo al
administrador de bienes ajenos, sino a todos aquellos que pudieron, atento las
circunstancias del caso, evitar la generación de daños a terceros a terceros, de
modo que la relación de causalidad —presupuesto ineludible para la procedencia
de toda reparación—, no solo será calificada cuando exista una relación directa entre
el obrar y el daño, sino también con la posible evitación del daño, como una
responsabilidad por incumplimiento al deber de prevenir un daño en las personas,
los bienes, las cosas y la comunidad en sentido amplio(616).
Finalmente, y en torno a la capacidad de los menores para intervenir en sociedades,
no puede dejar de citarse lo dispuesto por el art. 683 del Código Civil y Comercial
de la Nación, conforme al cual la ley presume que el hijo mayor de 16 años que
ejerce algún empleo, profesión o industria, está autorizado por sus progenitores para
todos los actos y contratos concernientes al empleo, profesión o industria,
recayendo los derechos y obligaciones que resulten de su ejercicio, exclusivamente
sobre los bienes cuya administración está a cargo de los hijos, estén conviviendo o
no con sus padres(617).

ART. 30.—
Sociedad socia. Las sociedades anónimas y en comandita por acciones sólo pueden
formar parte de sociedades por acciones y responsabilidad limitada. Podrán ser
parte de cualquier contrato asociativo.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 31 a 33.

§ 1. Participación de una sociedad en otra. El principio general


previsto por el art. 30 de la ley 19.550
El régimen legal en torno a la capacidad de las sociedades para participar en otras
es el siguiente:
a) En principio, las sociedades tienen capacidad para integrar otras sociedades, con
excepción de las sociedades anónima y en comandita por acciones, que sólo
pueden integrar sociedades por acciones y de responsabilidad limitada (texto actual
del art. 30 de la ley 19.550, reformado por la ley 26.994).
Esta limitación, ya consagrada por el texto original de la ley 19.550, preveía una
incapacidad más amplia aún, pues solo permitía a las sociedades anónimas y en
comandita por acciones participar en sociedades por acciones, no incluyendo, como

382 
 
ahora sucede, a las sociedades de responsabilidad limitada. Se recuerda que esa
prohibición tuvo su antecedente en un antiguo fallo de la Corte Suprema de Justicia
de la Nación del 30 de julio de 1948, dictado en los autos "Gobierno Nacional c/Cía.
Ferrocarrilera de Petróleo", y en el cual se resolvió que las sociedades anónimas no
pueden constituir sociedades colectivas, por el carácter intuitu personae de éstas,
consagrando un criterio que fue recogido luego por la ley 19.550 y defendido por
uno de sus coautores, el profesor Isaac Halperin, como medio de impedir que por
vía de una participación en una sociedad no accionaria, la sociedad anónima escape
al control estatal previsto por el art. 299 o los administradores expongan a la
sociedad al riesgo de la quiebra si integran una sociedad por interés(618).
Las razones expuestas para defender la limitación prevista por el art. 30 fueron
siempre muy cuestionadas por nuestros autores, existiendo amplio consenso en la
doctrina nacional tendientes a su total derogación o, en mejor de los casos, en su
reforma. En primer lugar, por cuanto la posibilidad de que los administradores de la
sociedad colectiva participada la pongan en peligro de quiebra y que ésta puede ser
extendida a sus socios, entre los que se encuentra la sociedad accionaria
participante, constituye un riesgo al que están sometidas todas las sociedades
anónimas en el ejercicio de su actividad mercantil, sin olvidar que la quiebra de la
sociedad participada no implica la quiebra de los integrantes de la sociedad
participante, sino sólo eventualmente de esta última. Por otra parte, la posibilidad de
escape al control estatal permanente previsto por el art. 299 de la ley 19.550
prácticamente no existe, atento la irrelevancia de tal control y además por cuanto tal
evasión se puede evitar de una manera muy simple, con sólo prescribir que el control
estatal se extiende a las sociedades integradas por sociedades abiertas.
Por otro lado, y ello resulta fundamental, no se alcanza a comprender cuál es el
régimen de control que se viola con la infracción del art. 30 de la ley 19.550, pues el
único control al que están sometidas las sociedades por acciones, con excepción de
aquellas que tienen una fiscalización específica en razón del objeto que desarrollan,
es el previsto por el art. 300 de la ley 19.550, que se limita al control de legalidad del
acto constitutivo, sus reformas y variaciones del capital.
Carece pues de rigor científico establecer en cabeza de una sociedad por acciones
una incapacidad tan grave como la de integrar sociedades de diferente tipo,
basándose en argumentos tan débiles. Algo más fundamentado podría suponer el
sostener que la infracción al régimen de control se refiere al previsto por el art. 299,
pero esa interpretación está condenada por el mismo texto legal, pues el art. 30 no
hace distinciones entre subtipos de sociedades por acciones. Cabe recordar que la
incapacidad prevista por el art. 30 de la ley 19.550 sólo rige para las sociedades por
acciones, por lo que las sociedades de distinto tipo pueden integrar cualquier tipo
de sociedad comercial, de manera tal que la sociedad de responsabilidad limitada,
de características similares a las sociedades anónimas, puede participar en
sociedades colectivas, sin obstáculo legal alguno, lo que constituye un verdadero
contrasentido.
La ley 26.994 no derogó al art. 30, como debió hacerlo, sino que amplió la capacidad
de las sociedades anónimas y en comandita por acciones, al permitir a éstas formar
parte de sociedades de responsabilidad limitada y del mismo modo, les permite a
las sociedades por acciones ser parte de cualquier contrato asociativo (arts. 1442 a
1478 del CCyCN).
De modo tal que la única incapacidad que hoy exhiben las sociedades anónimas y
en comandita por acciones, consiste en participar en sociedades colectivas, de
capital e industria y en comandita simple, así como revestir el carácter de socio

383 
 
comanditado en las SCA, y en las sociedades previstas en la Sección IV del Capítulo
I de la ley 19.550.
Sin perjuicio de sostener que el legislador de 2014 quedó a mitad de camino, la
nueva redacción del art. 30 de la ley 19.550 incurre en dos errores: a) En primer
lugar, vuelve a autorizar la participación de sociedades anónimas y en comandita
por acciones en sociedades de este último tipo, sin formular las distinciones
necesarias, pues una interpretación no solo finalista sino lógica de dicha disposición
legal, impide a dichas compañías participar como socias comanditadas en una
sociedad en comandita por acciones y b) En segundo lugar, la referencia a la
participación de las sociedades anónimas y en comandita por acciones para formar
parte de contratos asociativos carece de todo sentido, pues de conformidad con lo
dispuesto por el art. 1442 del Código Civil y Comercial de la Nación, que regulan
específicamente a este tipo de contratos, "no se les aplican a éstos las normas sobre
la sociedad, porque no son, ni por medio de ellos se constituyen, personas jurídicas,
sociedades ni sujetos de derecho".
Con otras palabras, si el art. 30 de la ley 19.550 se refiere a "sociedad socia", no se
alcanza a comprender las razones por las cuales, en dicho artículo, se regula la
participación de las sociedades en contratos asociativos, que —sencillamente— no
son sociedades(619).
Bien es cierto también que la norma del art. 30 de la ley 19.550 debió prever en su
seno, las sanciones correspondientes en caso de incumplimiento, aunque ella se
encuentra en lo dispuesto por el art. 16 de dicho ordenamiento legal, cuando
prescribe que la nulidad o anulación que afecte el vínculo de alguno de los socios,
no producirá la nulidad, anulación o resolución del contrato de sociedad, excepto
que la participación o la prestación de ese socio deba considerarse esencial, habida
cuenta de las circunstancias, o que se trate de un socio único.

§ 2. ¿Es aplicable el art. 30 de la ley 19.550 a las sociedades


constituidas en el extranjero?
A pesar de la existencia de jurisprudencia que ratifica la aplicación del art. 30 de la
ley 19.550 a las sociedades constituidas en el exterior(620), participo de la opinión
contraria, pues tratándose de un problema de capacidad, rige el principio general
contenido en el art. 118 primer párrafo de la ley 19.550, conforme al cual la
existencia y forma de las sociedades extranjeras se rige por las leyes del lugar de
su constitución, salvo que se haya recurrido al molde de la sociedad extranjera
ficticia para violar la norma del artículo en análisis.
La sala A de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial ha ratificado esa
conclusión en los autos "Inval Sociedad de Responsabilidad Limitada", de fecha 30
de septiembre de 1981, en donde se resolvió que la ley 19.550 no prohíbe a una
sociedad de responsabilidad limitada regida por el derecho argentino, ser
participada por una sociedad anónima sujeta a la ley extranjera.
Este principio es válido salvo que se trate de sociedades constituidas en el extranjero
en fraude a la ley, en cuyo caso, dicha entidad no podrá participar en sociedades
nacionales, por aplicación del art. 124 de la ley 19.550.

384 
 
§ 3. Las agrupaciones o grupos de sociedades. Breves
consideraciones
Los arts. 30 a 33 de la ley 19.550 legislan sobre la constitución y participación de
una sociedad en otra u otras, partiendo de la base de su admisibilidad, ratificando lo
dispuesto por el art. 1º de la ley en análisis, que no circunscribe la participación en
el negocio societario a las personas físicas exclusivamente.
La participación de sujetos de derecho en otras sociedades ha dado lugar al
fenómeno que se ha dado en llamar "agrupación de sociedades" o "conjuntos
económicos", que constituye otra manifestación del fenómeno de concentración de
capitales y que tiene en el mundo entero una enorme expansión. El legislador
argentino no ha sido indiferente a esa forma de actuar de los empresarios, aunque
le ha puesto importantes límites, ya sea en el ordenamiento societario o en otros
cuerpos legales, a los fines de evitar, que de esa manera, se diluyan
responsabilidades, se frustren derechos de terceros o se violen expresas normas
legales.
Si bien el concepto de "grupo de sociedades" no es pacífico en doctrina(621), ha sido
definido como el conjunto de sociedades unidas por vínculos jurídicos muy diversos,
y cuyos integrantes están coordinados y a veces jerarquizados o subordinados a
quienes tienen el poder dominante(622). La doctrina(623)ha enfatizado que son tres las
características de este moderno fenómeno de concentración de capitales:
a) La existencia de una pluralidad de sujetos de derecho (sociedades), con
personalidad jurídica diferenciada. Este elemento es el que lo distingue de otras
agrupaciones o uniones de sociedades o empresas, e implica el poder de determinar
la orientación económica del conjunto de sujetos en función de objetivos fijados por
el controlante(624).
b) El sometimiento de esos sujetos a una dirección unificada y
c) La explotación por el grupo de una o más empresas mercantiles, no
necesariamente integradas entre sí.
Como explica el profesor italiano Francesco Galgano, los grupos empresarios se
desarrollaron durante el transcurso del siglo XX. Su aparición en el terreno de la
organización jurídica de la actividad económica produjo una innovación tan profunda
como en el siglo XIX generó el advenimiento de las sociedades por acciones,
caracterizada por la división del capital social en acciones y la responsabilidad
limitada de los socios(625).
La existencia de grupos económicos, que no constituyen una creación legislativa,
sino que han nacido como fruto de la organización empresaria, responde por lo
general a cuestiones de organización de la empresa, pero lamentablemente no son
pocas las veces en que este fenómeno de concentración persigue la necesidad de
enervar o licuar las responsabilidades propias del giro comercial, evitando incluir
como integrantes de las compañías a los verdaderos controlantes, esto es, a las
personas físicas que son quienes definen las estrategias empresarias, las cuales
son reemplazadas por otras personas jurídicas que a su vez están integradas por
otras corporaciones y así sucesivamente. La experiencia ha demostrado que dentro

385 
 
de ese entramado societario, por lo general se incluyen ficticias sociedades
constituidas en paraísos fiscales o sujetos colectivos no societarios, con el único
objeto de dificultar la identificación de los verdaderos dueños del poder.
Siguiendo en este tema a los profesores Favier Dubois (padre e hijo), los grupos de
sociedades han sido clasificados en "grupos de derecho" y "grupos de hecho". Los
primeros resultan de un convenio o "pacto de dominación", que permite a la sociedad
dominante impartir instrucciones que debe cumplir la sociedad dominada. La
legislación que así contempla el fenómeno es la alemana, a través de la regulación
del "kozern", donde se prevé en especial la situación de los acreedores y la de los
accionistas externos, fijándose un específico sistema de responsabilidades a los
fines de evitar la consumación de perjuicios en detrimento de estos últimos.
Contienen normas que regular a los "grupos de derecho", las legislaciones de Brasil,
Suiza y Portugal.
Por su parte, los "grupos de hecho" son aquellos que no se ajustan al modelo
anterior, porque el pacto de dominación está directamente o indirectamente
prohibido por la legislación en donde actúan —tal es la situación en la República
Argentina— porque la dirección unificada obedece a situaciones fácticas. Estos
grupos a su vez se clasifican en "contractuales" y "participacionales". En el primer
caso, la sociedad controlante ejerce su influencia dominante por los especiales
vínculos existentes entre las sociedades que lo integran (art. 33 inc. 2º de la ley
19.550), como sucede en los casos de franquicia, licencia, concesión, suministro,
financiación, etc., que, como bien lo sostiene Favier Dubois, pueden no constituir
instrumentos de dominación, pero que en la práctica pueden llevar a que una parte
contractual quede subordinada en su poder de decisión a la otra parte. En el grupo
"participacional", por su lado, la sociedad controlante ejerce su influencia dominante
en virtud de que su titularidad accionaria, cuotas o partes de interés en otras
sociedades, le permite prevalecer en las reuniones de socios o asambleas ordinarias
en donde se elige o remueve a los administradores y donde se aprueban los estados
contables de las sociedades participadas.
Fiel a la tendencia mayoritaria que se enrola en la inconveniencia de regular a los
grupos de sociedades, la legislación societaria argentina se ha dedicado al tema de
los grupos empresarios en forma muy fragmentada, como lo demuestra la ley 19.550
o como lo exhibe la ley 24.522 en materia de presentación concursal preventiva de
grupos empresarios (arts. 65 a 68), pero lamentablemente no existe un capítulo
específico en nuestra legislación societaria que se dedique integralmente a la
cuestión, contemplando el fenómeno en todos sus aspectos, como resultaría
deseable.
Como bien lo recuerda el Profesor de la Universidad de Córdoba, Horacio Roitman,
la ley 19.550 ha reconocido a los grupos societarios de manera indirecta, con el
propósito de evitar las desviaciones que por medio de las relaciones intersocietarias
se producen(626)y a pesar de que el control que supone la existencia de estos grupos
puede adquirirse o ejercerse a través de diversos métodos, no limitados a la
participación por la controlante en el capital social de la sociedad controlada o
participada (como por ejemplo, el otorgamiento de licencias para el empleo de
marcas, patentes de invención, know how; otorgamiento de importantes créditos; el
suministro de elementos indispensables para la producción o adquisición exclusiva
de ésta, la celebración entre controlante y controlada de contratos de colaboración
empresaria, etc.(627)), lo cierto es que la ley 19.550, sin ignorar lo que se denomina
el control de hecho (art. 33 inc. 2º, ha contemplado el fenómeno de los grupos
societarios fundamentalmente a través del control "participacional", esto es, cuando
la sociedad socia o accionista posea participación, por cualquier título, en el capital

386 
 
social de la entidad participada, que otorgue le otorgue a aquella los votos
necesarios para formar la voluntad social en las reuniones sociales o asambleas
ordinarias de accionistas (art. 33 inc. 1º de la ley 19.550).
La concentración societaria no implica necesariamente mengua de la personalidad
jurídica independiente de las sociedades que integran el grupo, y puede afirmarse,
al menos como principio general, que salvo las restricciones impuestas por los art.
30, 31 y 32 de la ley 19.550, sobre las cuales nos ocuparemos de seguido, las
sociedades comerciales gozan de capacidad para integrar otras compañías, y que
esa concentración no restringe la personalidad jurídica de ellas, que se mantienen
independientes, aún cuando tengan los mismos socios y los mismos integrantes del
órgano de administración y representación, salvo cuando exista confusión de
patrimonios entre ellas; cuando la sociedad controlante utilice a la entidad controlada
para satisfacer fines personales, violar la ley, el orden público, la buena fe o para
frustrar derechos de terceros o cuando, entre otros supuestos, la participación
societaria de la controlante en la controlada sea de una magnitud tal que no se
advierta, en esta última, el carácter de un verdadero sujeto de derecho, sino una
mero instrumento detrás de la cual la sociedad controlante se esconde para disfrazar
su propia actuación o evitar su responsabilidad patrimonial(628), y en tal sentido, la
jurisprudencia ha calificado a la insuficiente capitalización de la sociedad controlada
como un ejemplo de la indebida utilización de la personalidad societaria de ésta(629).
Con excepción de estos supuestos, y sobre la base de que la participación de una
sociedad en otra no constituye hipótesis que permita desconocer la autonomía de
cada una de ellas, no corresponde atribuir automáticamente a la sociedad
controlante los actos realizados por la controlada o sus consecuencias. Al respecto,
ha reiterado la jurisprudencia hasta el cansancio, que la sola situación de control de
una sociedad no constituye en sí misma una conducta reprobada por el
ordenamiento jurídico, sino antes bien, una alternativa permitida por éste, siendo por
lo demás una práctica usual en el mundo de los negocios(630).
En definitiva, y como fenómeno empresario nacido de corrientes y habituales
prácticas del comercio internacional, el legislador ha admitido los grupos de
sociedades, pero a su vez ha consagrado importantes limitaciones a la existencia
de los mismos, tendiente a evitar:
a) Que mediante ellos se desarrolle el objeto social de la sociedad participante.
b) Que ello constituya un recurso para violar la ley, el orden público o los derechos
de terceros.

§ 4. Los grupos empresarios en la Ley de Contrato de Trabajo


La denominada Ley de Contrato de Trabajo (ley 20.744) incluye en el art. 31 una
norma ejemplar, tendiente a evitar la consumación del fraude laboral a través de la
manipulación de las formas societarias y de la constitución fraudulenta de grupos
empresarios, consagrando, en determinadas circunstancias, la responsabilidad
solidaria de las empresas del grupo por las deudas laborales de las sociedades que
integran el mismo, disponiendo expresamente que "Cuando una empresa está bajo
la dirección, control o administración de otra o de tal modo relacionada que ambas
constituyan un conjunto económico de carácter permanente, será a los fines de las

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obligaciones con sus trabajadores solidariamente responsable cuando hayan
mediado maniobras fraudulentas o conducción temeraria".
Debe tenerse presente que si bien el art. 31 de la LCT exige la demostración por el
actor de maniobras fraudulentas o conductas temerarias para responsabilizar
solidariamente a entidades con personalidad jurídica propia por las obligaciones
laborales de otra con la cual conforman un conjunto económico, la jurisprudencia ha
resuelto en forma pacífica que no es necesario probar el dolo de los involucrados o
un propósito fraudulento de los mismos, dado que aquella norma no exige una
intención subjetiva de evasión de normas laborales, bastando para cumplir la
exigencia normativa que la conducción empresarial se traduzca en una sustracción
a esas normas laborales(631).

§ 5. Prueba de la existencia de un grupo societario


La comprobación de la existencia de un conjunto económico reviste verdadera
importancia a los fines de atribuir responsabilidades al sujeto controlante por las
obligaciones asumidas por la sociedad controlada, para los casos de abuso de
control o desviación del interés social a favor de aquella, como lo dispone el art. 54
de la ley 19.550. Del mismo modo, la acreditación del agrupamiento societario
adquiere significación para los casos de extensión de quiebra por actuación en
interés personal de la controlante y/o confusión patrimonial inescindible entre las
sociedades que integran el agrupamiento, y finalmente, tratándose de relaciones
laborales, es de toda evidencia concluir que cuando la ley 20.744 (LCT) alude a
maniobras fraudulentas o conducción temeraria, se refiere concretamente a
actuaciones que hayan perjudicado al trabajador y disminuido la solvencia
económico de la empresa empleadora, de manera que la existencia de un grupo
económico puede ser cuestión que interese sobremanera demostrar a los
trabajadores, a los fines —precisamente— de aplicar la solidaridad consagrada en
el art. 31 de la referida ley, y en tal sentido, la existencia de domicilio común de todas
las empresas, la utilización común de bienes o efectos de todas las sociedades que
integran el grupo; la unidad de administración administrativa o comercial; la
identidad en la integración de los directorios o la coincidencia en la designación de
los mismos apoderados, constituyen —entre otras— importantes presunciones que
pueden habilitar la aplicación de la mencionada norma. En el mismo sentido fue
resuelto por los tribunales del trabajo que dos o más sociedades conforman un
conjunto económico permanente cuando a la comunidad de capitales y directores
que hay en las empresas integrantes de aquel(632), se añade la comunidad del
personal —el cual es intercambiable y pasa siguiendo las necesidades del servicio
de una sociedad a la otra—.
En materia comercial, la jurisprudencia de nuestros tribunales mercantiles han
aportado diversas pautas para acreditar la existencia del agrupamiento empresario,
en especial a los fines de la aplicación del art. 54 in fine de la ley 19.550: el
entrecruzamiento del capital accionario que le permite a una sociedad anónima
formar la voluntad social de las sociedades controladas, la existencia de directorios
similares y de una misma sede social(633); el estado de propiedad casi exclusiva del
capital accionario de una sociedad anónima por parte de otra sociedad(634); la
interdependencia económica entre las sociedades del grupo, de modo tal que la

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actividad de una de ellas constituya factor desencadenante de la suerte de la
otra(635); la existencia de registros contables paralelos(636); la similitud entre los
nombres societarios de las compañías que configuran el grupo, así como la
coincidencia del objeto social, la existencia de considerables remesas de dinero
entre ellas(637); la circunstancia de que todas las empresas se dedicaban a la misma
actividad, con iguales accionistas y directores, así como personal común(638), etc.

§ 6. Los grupos societarios en la ley 19.550 de sociedades


comerciales
Si bien hemos anticipado que la ley 19.550 no contiene una regulación orgánica de
los grupos de sociedades, y que la ley argentina en general, cuando los menciona,
los hace a los fines de la legislación de que se trata (ley 24.522 de Concursos y
Quiebras; ley 20.744 de Contrato de Trabajo, etc.), debe destacarse que en la ley
19.550 el control en el ámbito del derecho societario está regulado por los arts. 30,
31, 32, 33, 54, 63, 64, 65 y 66, a las cuales nos abocaremos brevemente.
El art. 30 de la ley 19.550, por una parte, admite, como norma general, y en
concordancia con lo dispuesto por el art. 1º de la misma, la posibilidad de todo ente
societario de tomar o mantener participaciones en otras sociedades, aunque limita
la capacidad de las sociedades por acciones para ser titular de participaciones
societarias en otros sujetos de derecho que no sean sociedades por acciones. Esta
norma ha despertado en la doctrina muy importantes críticas, que se consideran
justas, como veremos al analizar pormenorizadamente dicha disposición legal.
El art. 31, por su parte, limita la cuantía de esas participaciones, para evitar que se
desnaturalice el objeto social de la sociedad participante, pues la intención del
legislador ha sido que toda sociedad comercial tenga autonomía e independencia
de actuación y que desarrolle su objeto social en forma directa, con sus propios
recursos y con un fin societario también independiente. Mediante los límites
impuestos por esa norma, la ley 19.550 ha pretendido que la participación en otras
sociedades constituya un mero instrumento de control en sociedades que
desarrollen un objeto complementario o sea una simple inversión de capital, pero no
un recurso para eludir el cumplimiento de normas legales o las responsabilidades
que implica el riesgo empresario.
A su vez, el art. 32 de la ley 19.550 prohíbe las participaciones recíprocas entre
sociedades participantes y participadas, para evitar que el capital social de ambas
compañías se confunda y con ello se frustren derechos de terceros, lo cual es
trascendente, fundamentalmente en las sociedades por acciones en las cuales la
función de garantía que cumple el capital social, y el principio de la intangibilidad de
este capital debe ser prioritariamente protegido, atento la irresponsabilidad
patrimonial de los accionistas que la integran, quienes en principio responden ante
terceros por las cuotas o acciones que han suscripto.
Finalmente, el art. 33 del ordenamiento legal societario define a las sociedades
"vinculadas" y a las sociedades "controladas", definición que adquiere enorme
relevancia a los fines de la aplicación de las normas de los arts. 54 de ese
ordenamiento legal y 161 de la ley 24.522 de Concursos y Quiebras, que establecen
la responsabilidad de la sociedad controlante por daños sufridos por la controlada o

389 
 
por terceros como consecuencia de la actuación de ésta, generalmente con un
patrimonio insuficiente o inexistente, de la cual la controlante se vale para evitar,
como hemos visto, las consecuencias del riesgo empresario. El art. 161 de la ley
24.522 contempla incluso la posibilidad de extender la quiebra de la sociedad
controlada a la controlante, cuando aquella ha sido constituida para disfrazar la
actuación personal de la controlante o cuando entre ambas sociedades exista una
confusión patrimonial inescindible, violándose el principio de la autonomía e
independencia de gestión, que la ley 19.550 se ha preocupado en enfatizar en todo
su articulado.
De su lado, el art. 54 de la ley 19.550 en sus tres párrafos, prevé expresamente
distintos supuestos de responsabilidad: a) Responsabilidad de los socios o de
quienes "no siéndolo", la controlen (control de hecho) por los daños y perjuicios
causados a la sociedad, por dolo o culpa, sin que puedan alegar compensación con
el lucro que su actuación haya proporcionado en otros negocios; b) Responsabilidad
del socio "o" controlante (control de derecho) que aplicare los fondos o efectos de la
sociedad a uso o negocio de cuenta propia o de tercero, quien está obligado a traer
a la sociedad las ganancias resultantes, siendo las pérdidas de su cuenta exclusiva
y c) Responsabilidad de los socios o controlantes por haber participado en
actuaciones sociales con fines extrasocietarios o como mero recurso para violar la
ley, el orden público o la buena fe, o para frustrar derechos de terceros, imputándose
dicha actuación a aquellos, independiente de su responsabilidad patrimonial por los
daños y perjuicios causados.
Por su parte, los arts. 62 a 66 de la ley 19.550 prevén concretas exigencias de
naturaleza contable a las sociedades comerciales y a sus entidades controlantes a
los fines de dar transparencia a las operaciones celebradas entre ellas y finalmente,
encontramos referencias al fenómeno del control societario en el art. 286 inc. 2º de
la ley 19.550, en torno a las incompatibilidades para ser síndico societario; en el
régimen de la fiscalización externa permanente (art. 299) y, fuera del ordenamiento
societario, en la posibilidad de extensión de la quiebra de la sociedad controlada a
la controlante, si se presentan las circunstancias previstas por el art. 161 inc. 2º de
la ley 24.522 de Concursos y Quiebras, o por las consecuencias que la toma de
control puede tener ante las disposiciones de la ley 25.156 de Defensa de la
Competencia, etc.

ART. 31.—
Participaciones en otra sociedad: limitaciones. Ninguna sociedad, excepto aquella
cuyo objeto sea exclusivamente financiero o de inversión, puede tomar o mantener
participación en otra u otras sociedades por un monto superior a sus reservas libres
y a la mitad de su capital y de las reservas legales. Se exceptúa el caso en que el
exceso en la participación resultare del pago de dividendos en acciones o por la
capitalización de reservas.
Quedan excluidas de estas limitaciones las entidades reguladas por la ley 18.061.
El Poder Ejecutivo Nacional podrá autorizar en casos concretos el apartamiento de
los límites previstos.

390 
 
Las participaciones, sea en partes de interés, cuotas o acciones, que excedan de
dicho monto deberán ser enajenadas dentro de los seis meses siguientes a la fecha
de aprobación del balance general de que resulte que el límite ha sido superado.
Esta constatación deberá ser comunicada a la sociedad participada dentro del plazo
de diez días de la aprobación del referido balance general. El incumplimiento en la
enajenación del excedente produce la pérdida de los derechos de voto y a las
utilidades que correspondan a esas participaciones en exceso hasta que se cumpla
con ella.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 11 inc. 3º, 30, 58, 68, 70; Resolución General IGJ nº
7/2015, art. 74. Resolución General de la Comisión Nacional de Valores 195/92; LSC
Uruguay: art. 47.

§ 1. Limitación a las participaciones en otras sociedades


El legislador ha tenido en cuenta, en el art. 31 de la ley 19.550, la protección del
objeto social, evitando que por medio de un sistema de participaciones, este fuera
burlado, en desmedro de la sociedad los socios y los terceros.
La trascendencia del objeto social ha sido ya examinada al comentar el art. 11, inc.
3º, pero para comprender el alcance de la norma contenida en el art. 31 de la ley
19.550, encuentro de sumo interés transcribir a Broseta Pont, quien(639)ha destacado
la importancia de ese requisito esencial del contrato de sociedad, expresando
textualmente que "Para la sociedad, porque el objeto delimita la esfera de su propia
actividad en la que debe invertir su patrimonio; porque permite definir al 'interés
social', cuya lesión hace posible la impugnación de los acuerdos de su Junta
General, según lo establecido por nuestra ley de sociedades anónimas (art. 67);
porque, asimismo, permite comprender hasta qué punto la sociedad, titular de una
empresa, posee y debe respetar un interés superior y a veces contradictorio con el
de sus propios socios, y finalmente, porque el objeto social es un elemento o un
criterio fundamental para delimitar las facultades de los administradores, y en
ocasiones, la competencia de la Junta General. Para los socios el objeto social es
un elemento social pletórico de garantías, porque, en primer lugar, es el elemento
objetivo que siendo destino y concreción de su voluntad, centro de imputación de su
consentimiento, delimita la vinculación inherente a sus declaraciones de voluntad en
el momento constitutivo; y fundamentalmente, porque, al delimitar las facultades y
la competencia de los órganos sociales, les garantiza que el patrimonio social no
será invertido o desviado hacia actos o negocios 'extravagantes' al objeto social.
Finalmente, el objeto social es relevante para los terceros, porque les procura un
criterio para delimitar las facultades de los órganos que representan a la sociedad,
y, por ende, les manifiesta los actos o negocios que sin extralimitar sus facultades
pueden, sin riesgos de ineficacia, estipular con los administradores; y además,
porque el objeto social, o sea, la actividad económica o la empresa cuya titularidad
corresponde a la sociedad, les procura o puede procurar una apariencia y unas
expectativas de beneficios o de estabilidad de futuro, en atención a las cuales, en
alguna medida, conceden o pueden haber concedido crédito a la sociedad, el cual
verosímilmente, en ocasiones, no hubiera sido concedido si la sociedad explotara
una actividad económica distinta a la integrada en su objeto".

391 
 
Todas esas razones se encuentran plasmadas en el articulado de la ley 19.550, el
cual exige que el contrato social exprese el objeto de la sociedad en forma precisa
y determinada (art. 11, inc. 3º); estipulando que los administradores obligan a la
sociedad por todos los actos comprendidos en el objeto social (art. 58); otorgando a
los socios el derecho de receso en caso de aprobarse el cambio fundamental del
objeto (arts. 244 y 245), teniendo en cuenta que se ha modificado la base del
contrato de sociedad.
El art. 31 de la ley 19.550 es pues coherente con la filosofía del legislador de tutelar
el consentimiento prestado por los socios para la realización de determinada
actividad y la posibilidad de un adecuado control por éste sobre la sociedad que
integra, pues aun cuando no mediara diversidad de objetos entre sociedad
participante y participada, quedarían menoscabados los derechos de los socios de
la primera de ejercer un adecuado contralor sobre la actividad social de esta última,
ya sea en uso de las facultades concedidas por el art. 55, o a través del síndico o
de la asamblea, pues no es lo mismo intervenir en las decisiones fundamentales del
gobierno de una sociedad comercia como socio o accionista, que estar restringido a
oír el informe sobre la manera como los administradores en representación de la
sociedad, ejercieron el gobierno o control de los órganos societarios de otra
compañía(640).
En definitiva, la norma del art. 31 de la ley 19.550 constituye un límite a la capacidad
de la misma, y sus beneficiarios son la propia sociedad partícipe, así como sus
integrantes y precisamente por tales fundamentos ella no es aplicable a las
sociedades constituidas en el exterior, habiéndose resuelto que si esta ha sido
constituida en el extranjero, dicha tutela resultaría a todo evento ajena al interés de
la Nación o de sus habitantes, pues los eventuales perniciosos efectos se producirán
por los socios de aquella(641).
En cuanto al límite de participación establecido por el referido art. 31, el lector podrá
observar que a los fines de su determinación, el legislador ha reparado en
determinadas cuentas del patrimonio neto de la sociedad participada, esto es, la
totalidad de las reservas libres y la mitad de su capital y de las reservas legales, lo
cual resulta un criterio sumamente discutible, pues como la norma en análisis no
establece ningún monto respecto de las reservas libres (art. 70 de la ley 19.550)
registradas en la contabilidad de la participante, el objetivo perseguido por la norma
en análisis puede ser fácilmente desvirtuado, aunque en ese caso cualquier socio o
accionista podría cuestionar legalmente la constitución o utilización de las reservas
libres de la participante, a través de la vía prevista por el art. 251 de la ley 19.550,
cuando esta actuación tienda a trasladar el cumplimiento de sus actividades sociales
a la entidad participada.
Es fundamental recordar que, como el límite a las participaciones establecido por el
art. 31 de la ley 19.550, se refiere a la sociedad participante pues el fundamento de
la norma está circunscripto a la protección del objeto social de esta. Por ello, poco
importa cuál es el grado de participación en la sociedad participada, que puede
inclusive abarcar el 99 % del capital social de esta, mas, como hemos visto, el abuso
que puede ocasionar una participación semejante encuentra respuesta en otras
disposiciones legales (arts. 54, LSC y 165, ley 19.551), pero a ello no se refiere el
artículo en análisis.

392 
 
§ 2. Forma de computar los límites a la participación societaria
A los efectos de establecer los límites de la participación de una sociedad en otra,
la ley 19.550 brinda las siguientes pautas, siempre referidas a determinadas cuentas
del patrimonio neto obrantes en los estados contables de la sociedad participante,
en el sentido que la entidad socia podrá mantener participación en otra compañía
por un monto que no supere:
1. La totalidad de sus reservas libres. Al respecto debe entenderse por tales, de
conformidad con lo dispuesto por el art. 70 in fine,LSC, a toda suma resultante de
ganancias de uno o varios ejercicios, que por decisión de una asamblea de
accionistas, no se destinen al pago de dividendos. Dentro del concepto de reservas
libres quedan comprendidas las ganancias pasadas a cuenta de nuevo ejercicio o
los resultados no asignados de ejercicios anteriores —de acuerdo a una
terminología contable de más que discutible legalidad, pues detrás de esas
artificiales cuentas se esconden reservas libres constituidas sin cumplir con los
requisitos legales previstos en los arts. 66 y 70 de la ley 19.550—, pero no las
reservas que son producto de revalúos técnicos ni aquellas reservas que se
constituyen con primas de emisión, denominadas "reservas especiales" y sujetas a
lo dispuesto por el art. 202 de la ley 19.550.
2. La mitad de su capital social, debiendo entenderse por tal al capital social
estatutario (art. 11 inc. 4º y 165 inc. 1º de la ley 19.550) y no a las que, en la práctica
contable se denominan "cuenta capital", donde se registran las actualizaciones del
capital y los aportes irrevocables a cuenta de futuras emisiones accionarias.
3. La mitad de sus reservas legales (art. 70, párrafos 1º y 2º, LSC), esto es, aquellas
reservas que la ley 19.550 obliga a constituir en protección de los terceros en las
sociedades de responsabilidad limitada y en las sociedades por acciones, esto es,
en aquellas sociedades donde los socios limitan su responsabilidad a los aportes
efectuados.
La evaluación de la participación societaria de la sociedad controlante debe ser
efectuada en cada oportunidad en que esta pretenda ejercer sus derechos
societarios en la sociedad participada, tomando en consideración las cuentas de sus
últimos estados contables aprobados, obrantes en el estado de evolución del
patrimonio neto.

§ 3. Excepciones a las limitaciones previstas por el art. 31 de la ley


19.550
El art. 31 de la ley 19.550 deja a salvo de las previsiones contenidas en el primer
párrafo del mismo, y al cual nos hemos referido en los párrafos anteriores, cuatro
supuestos de distinta naturaleza:
1) Que el exceso de participación resultare del pago de dividendos en acciones o
por la capitalización de reservas, pues ellas no importan inversión, sino la toma de
beneficios actuales o diferidos con anterioridad. La ley se refiere al caso —por
demás frecuente, en nuestra práctica societaria— en que la sociedad participada
capitalice sus ganancias y entregue acciones a sus accionistas a prorrata de las
respectivas tenencias accionarias o desafecte reservas libres o facultativas, a los

393 
 
fines de capitalizar las mismas, entregando acciones en las mismas condiciones que
en el supuesto anterior.
2) Que el Poder Ejecutivo Nacional autorice en concreto el apartamiento de los
límites previstos.
3) Que el objeto de la sociedad sea exclusivamente financiero o de inversión. Se
trata de lo que en el mundo se conoce como "sociedades holdings", esto es,
entidades que no desarrollan un objeto social encuadrado en la fórmula del art. 1º
de la ley 19.550 —producción o intercambio de bienes o servicios— sino que su
actividad se limita a administrar paquetes accionarios de otras sociedades en las
cuales aquellas participan, ejerciendo sus derechos societarios en cada una de
ellas, pero —se reitera— sin desarrollar actividad empresaria alguna.
La doctrina distingue a las sociedades "holdings como puras e impuras. Las
primeras son aquellas cuando su única actividad es la de participar en el capital de
otras sociedades, sin desarrollar ninguna actividad empresaria concreta. Las
sociedades holdings impuras son aquellas que además cumplen actividades
enmarcadas en la producción e intercambio de bienes o servicios.
Como bien lo explicó Zavala Rodríguez hace más de cincuenta años, las
sociedades holdings, que son las sociedades financieras que adquieren la mayoría
de las acciones de otras compañías, nacieron en los Estados Unidos y de allí
pasaron a Europa, donde tienen gran aceptación. Su licitud no es objeto de debate
y su desempeño es perfectamente legal, mientras se limite a su función de sociedad
"de cartera" a fin de lucrar con el dividendo de las compañías en que participa, pero
no lo es cuando se erige en árbitro del funcionamiento de las sociedades a las que
controla(642).
Repárese que, a los fines de tornar operativa esta excepción, debe tratarse de una
sociedad cuyo objeto sea exclusivamente financiero o de inversión, debiendo
descartarse de la excepción aquellas entidades que prevén, como parte de un objeto
múltiple, con la actividad inversora, entre muchas otras, las cuales están sometidas
al límite previsto por el primer párrafo del art. 31.
4) Finalmente, el art. 31 excluye de sus normas a las entidades financieras (ley
21.526), aunque debe advertirse que a los efectos de que no se superponga con la
excepción anterior, debe entenderse que estas entidades se encuentran siempre
excluidas del límite señalado en el art. 31, aun cuando su objeto no sea
exclusivamente financiero.
Se ha propuesto en alguna oportunidad y lo ha prescripto legalmente la Comisión
Nacional de Valores por res. gral. 195/1992 —de harto discutible
constitucionalidad—, que a los efectos del cálculo de los límites previstos por el art.
31 de la ley 19.550, sólo se computarán, y a su valor registrado, las participaciones
en sociedades cuyo objeto social no sea complementario o integrador del objeto
social de la sociedad inversora(643), lo cual constituye un evidente error, pues ignora
la finalidad del art. 31 de la misma ley, que, como se ha dicho, tiende a custodiar el
objeto social y por ende, el cumplimiento del fin societario de la sociedad
participante, así como proteger al accionista de la misma, que sólo puede ejercer
sus derechos en la sociedad que integra y no en la sociedad participada. Por ello, el
objeto social de esta última es irrelevante desde todo punto de vista a los fines de la
interpretación de la norma.

394 
 
§ 4. Sanciones para el caso de violación del art. 31 de la ley 19.550
De conformidad con lo dispuesto por el último párrafo del art. 31 de la ley 19.550, las
participaciones, sea en parte de interés, cuotas o acciones que excedan de los
límites previstos en el primer párrafo de dicha norma, deberán ser enajenadas dentro
de los seis meses siguientes a la fecha de la aprobación del balance general del que
resulte que el límite ha sido superado. Asimismo, la constatación por la participante,
de encontrarse excedido en los topes previstos por el art. 31 obliga a ésta a
comunicar a la sociedad participada esa circunstancia, dentro del plazo de los 10
días de la aprobación del balance general.
La primera pregunta que debe formularse se refiere a la naturaleza de los balances
de los cuales debe determinarse el eventual exceso de la participación societaria, y
no cabe dudas de que este instrumento corresponde al que se realizaron las
compras de las acciones. Así, la ley 19.550, en su art. 31 ha establecido que la
enajenación se debe efectuar en un plazo determinado, a partir del balance del
ejercicio y, como ha dicho la jurisprudencia, lo que la norma del artículo 31 ha
focalizado es un momento en que tal participación en exceso se torna evidente e
indubitable(644).
La última parte de la norma en análisis provoca algunos problemas de interpretación.
En primer lugar, corresponde preguntarse si, una vez constatado el exceso de la
participación prevista por el art. 31 de la ley 19.550, la sociedad participante puede
ejercer sus derechos societarios en la participada, o si, por el contrario, la única
consecuencia de esa constatación es la obligación de transferir los excedentes
accionarios dentro de los seis meses siguientes a la fecha de la aprobación del
balance general del que resulte que el límite ha sido superado. Creemos por nuestra
parte, atento tratarse de una norma de evidente orden público, que la mera
constatación de la superación de tales límites, inhibe a la sociedad participante de
ejercer sus derechos societarios en la participada, obviamente en lo que respecta a
aquellos derechos correspondientes a las participaciones en exceso (dividendos,
ejercicio del derecho de voto, etc.). Ello sin perjuicio, además, de tener que transferir
a terceros tales excedentes, en el plazo fijado por la misma norma. Esta es incluso
la solución que se desprende del propio art. 31, en tanto el legislador se cuidó muy
bien de establecer que el plazo de esa transferencia accionaria no se computa desde
la constatación de la superación de los límites previstos por la norma en análisis,
sino desde la aprobación de su balance general, del cual resulte que el límite ha sido
superado.
No puede sin embargo reconocerse que la escasa factura técnica de la norma
contribuye a formular las más diversas interpretaciones sobre la cuestión en debate,
en especial cuando el último párrafo del art. 31 de la ley 19.550 establece que la
constatación del excedente en la participación accionaria debe ser comunicada a la
sociedad participada dentro del plazo de diez días de la aprobación del referido
balance general "del que resulte que el límite ha sido superado", pero entendemos
que ello es así solo cuando esa constatación se produjo como consecuencia de la
formulación del balance general de la sociedad participante, pero si ese exceso ha
sido comprobado por otros medios, no debe esperarse a la confección del balance
anual para poner fin a una situación de irregularidad que el legislador societario se
encargó muy bien de reprimir, habida cuenta los intereses protegidos por la norma,

395 
 
debiendo en tal caso el órgano de representación de la participante efectuar dicha
comunicación a la participada dentro del plazo de diez días de constatado ese
hecho, a los obvios fines de que esta última sociedad tome sus recaudos, que por
supuesto no son otros que evitar que la participante ejerza sus derechos políticos y
patrimoniales mediante las acciones a las cuales carece de todo derecho conservar.
La jurisprudencia elaborada en torno al art. 31 de la ley 19.550 es realmente escasa,
pudiendo rescatarse lo resuelto por la Cámara Civil, Comercial y Laboral de la
Ciudad de Rafaela (Pcia. de Santa Fe), en fecha 22 de marzo de 2007, en los
autos "Appo Roberto s/ impugnación de asamblea"(645), donde se denegó la
suspensión de la ejecución de determinados acuerdos asamblearios adoptados por
el órgano de gobierno de la sociedad participada, que había sido fundada por el
actor en el hecho de que dichos acuerdos solo pudieron ser adoptados merced al
voto favorable del accionista mayoritario —una sociedad de responsabilidad
limitada— que se presentó a la asamblea con una tenencia accionaria que se
encontraba en franca colisión con los límites previstos por el art. 31 de la ley
19.550,evitando exhibir en el recinto asambleario los estados contables que
acreditaban la superación de los referidos topes. Sostuvo el referido tribunal de
alzada que la circunstancia de que la sociedad de responsabilidad que participa en
otra sociedad del mismo tipo no haya presentado en la asamblea de esta entidad su
último balance, no es demostrativa del derecho que invoca el actor como motivo
grave para suspender la ejecución de las resoluciones impugnadas, en los términos
del art. 252 de la ley 19.550, ya que la ley confiere, en el supuesto contemplado por
el art. 31 de dicha normativa, un plazo de seis meses siguientes a la fecha de la
aprobación del balance general del que resulta que el límite ha sido superado, para
enajenar las participaciones que excedan el marco establecido y recién el
incumplimiento de esa enajenación acarrearía la pérdida de los derechos de voto y
a las utilidades que correspondan a esas participaciones en exceso, hasta que se
con ello.
La doctrina judicial elaborada por ese fallo es equivocada, pues no parece razonable
—como hemos ya señalado— que durante el plazo que la ley 19.550 otorgó a la
sociedad participante para enajenar las acciones que exceden el límite permitido por
el art. 31 de dicha norma, pueda esta sociedad actuar a su antojo, con total
desprecio de la letra de la ley, cuando se trata de un claro problema de incapacidad
de derecho de la entidad participante para ejercer sus derechos societarios
mediante determinadas acciones que conserva sin derecho. Reiteramos pues que
si la sociedad controlante o partícipe permitió que con el voto de las acciones en
exceso se pudo adoptar un acuerdo asambleario en la sociedad participada, éste
puede ser atacado de nulidad por parte de los otros socios de la misma, siempre y
cuando existan elementos de juicio de que tales límites hubieran sido superados.
Por otra parte, el último párrafo del art. 31 de la ley 19.550 peca por un grave defecto
de redacción, al disponer textualmente —como hemos señalado— que "El
incumplimiento de la enajenación del excedente produce la pérdida de los derechos
de voto y a las utilidades que correspondan a esas participaciones en exceso, hasta
que se cumpla con ella", aclaración esta última que resulta totalmente
sobreabundante, pues es de toda evidencia que una vez concretada la enajenación
de estas acciones, no hay posibilidad de ejercer derechos societarios sobre ellas,
en tanto éstas ya salieron del patrimonio de la participada. Pero sin perjuicio de ello,
la infracción podrá quedar regularizada mediante la aprobación de un aumento del
capital social en la participante, en la proporción necesaria(646).
Finalmente, debe advertirse que si bien la sanción prevista por el art. 31 en su último
párrafo es la que en derecho corresponde, al estar dirigida a la sociedad participante,

396 
 
puede ella ocasionar perjuicios de importancia a la sociedad participada, cuyo
órgano de gobierno podrá verse privado del quórum necesario a los efectos de
sesionar o para adoptar decisiones válidas, pero estas dificultades pueden quedar
superadas mediante el recurso de no computar, a los efectos del quórum en las
asambleas de la sociedad participada, la participación en exceso de la sociedad
participante, con lo cual se compatibilizaría esta norma con lo dispuesto por los arts.
243 y 244 de la ley 19.550.
Alguna doctrina ha sugerido la derogación de esta sanción(647), reemplazándola por
la responsabilidad de los administradores por los daños causados por el exceso en
la participación, en los términos del art. 59, LSC, solución que no convence pues no
evita la producción de los daños (a diferencia de la sanción prevista por el art. 31)
sino que sólo repara en las consecuencias que siempre es preferible evitar. Por otro
lado, esa solución lleva implícita la dificultad en la determinación de los daños, lo
cual no siempre es advertible en la infracción a lo dispuesto por el art. 31 de la ley
19.550.

§ 5. Derechos del socio de la sociedad participante en la sociedad


participada
Pueden presentarse en la práctica diferentes supuestos:
a) Que no se produzca violación a lo dispuesto por el art. 31, LSC y que la sociedad
participante intervenga en la participada dentro de los límites legales. En este caso,
si la participante, a través de su representante legal, aprobare un acuerdo
asambleario de la participada, lesivo a sus propios intereses, la solución viene
impuesta por los arts. 274 y ss. y 54 in fine, LSC, esto es, el accionista de la
participante no podrá pedir la nulidad de tales resoluciones sociales, pero sí
responsabilizar a quien hubiera representado a la sociedad que integra por los daños
y perjuicios que este hubiera ocasionado a la misma o a sus propios intereses (arts.
274 y 279, LSC). Tal es la solución que, a mi juicio, surge actualmente del texto de
la ley 19.550, sin perjuicio de destacar la necesidad de que una futura pero necesaria
reforma legislativa amplíe la nómina de los sujetos legitimados activamente para
pedir la nulidad de actos asamblearios, incluyendo dentro de ellos a los integrantes
de la sociedad partícipe, a los cuales debe serle concedido el derecho de cuestionar
la validez de las decisiones sociales adoptadas en el seno del órgano de gobierno
de la sociedad participada, cuando ellas causan perjuicio a la entidad participante,
posibilidad que hoy solo aquellos tienen cuando se trata de acuerdos asamblearios
nulos de nulidad absoluta, habida cuenta que los accionistas de la participante son
a ese respecto "terceros interesados" en los términos del art. 387 del Código Civil y
Comercial de la Nación.
b) Si la sociedad participante hubiere excedido el límite previsto por el art. 31, LSC,
y con los votos resultantes del exceso en la participación se hubiera aprobado un
acuerdo asambleario de la participada, el accionista de aquella puede demandar la
nulidad de ese acuerdo, en la medida que la actuación en infracción a lo dispuesto
por aquella norma importa una nulidad absoluta, debiendo promover dicha demanda
en los términos del referido art. 387 del Código Civil y Comercial de la Nación.

397 
 
ART. 32.—
Participaciones reciprocas: nulidad. Es nula la constitución de sociedades o el
aumento de su capital mediante participaciones recíprocas, aun por persona
interpuesta. La infracción a esta prohibición hará responsables en forma ilimitada y
solidaria a los fundadores, administradores, directores y síndicos. Dentro del término
de tres meses deberá procederse a la reducción del capital indebidamente
integrado, quedando la sociedad, en caso contrario, disuelta de pleno derecho.
Tampoco puede una sociedad controlada participar en la controlante ni en sociedad
controlada por esta, por un monto superior, según balance, al de sus reservas,
excluida la legal.
Las partes de interés, cuotas o acciones que excedan los límites fijados deberán ser
enajenadas dentro de los seis meses siguientes a la fecha de aprobación del
balance del que resulte la infracción. El incumplimiento será sancionado conforme
al art. 31.
CONCORDANCIAS: LSC: art. 11 incs. 5º, 30, 31, 33; Resolución General IGJ nº
7/2015, art. 74.LSC Uruguay: art. 52.

§ 1. Participaciones recíprocas entre sociedades


El legislador tiende, en el art. 32, LSC, a la protección del capital social de la
sociedad participante, en la medida que a través de las participaciones recíprocas,
"(...) forma típica de aguamiento del mismo, se desvirtúa la intangibilidad del capital
social. La norma tiende a evitar que por medio del cruzamiento de prestaciones se
efectúen reembolsos de capital o de reservas legales en contradicción con la
economía de la ley"(648).
El art. 32, en su párrafo 1º contempla dos formas de concretar las participaciones
recíprocas: a través de la constitución de sociedades o por medio de aumentos de
capital, supuestos éstos de mayor frecuencia. En ambos casos, la ley sanciona a
esos actos con la nulidad, sin perjuicio de la responsabilidad solidaria e ilimitada de
los fundadores, administradores, directores o síndicos, obligando a la reducción del
capital social indebidamente integrado en el término de tres meses, quedando la
sociedad, en caso contrario, disuelta de pleno derecho.
La enumeración prevista por el legislador de los casos de entrecruzamiento del
capital social no es completa, pues debió impedirse asimismo la compra de acciones
por la sociedad participante por parte de la participada, aun cuando la prohibición
de esta adquisición viene impuesta por el art. 220, LSC.
Del mismo modo, cae dentro de la prohibición legal, y por tanto en la nulidad, la
constitución de aportes irrevocables a cuenta de futuras suscripciones efectuada por
la sociedad participada en la sociedad controlante.
Cabe reparar asimismo que:

398 
 
a) La sanción de nulidad prevista por el art. 32 alcanza asimismo el procedimiento
de prestaciones recíprocas, cuando es llevado a cabo por interpósita persona. Es el
caso de que una sociedad controlada adquiera cuotas, acciones o partes de interés
de una compañía que tenga a su vez participaciones en la sociedad controlante.
b) La disolución de pleno derecho a que se refiere el art. 32 de la ley 19.550 se
refiere exclusivamente al caso de aumento de capital social en la sociedad
participante, cuyas acciones sean suscriptas, en forma total o parcial por la sociedad
participada. Por el contrario, las sociedades constituidas mediante prestaciones
recíprocas, son nulas de nulidad absoluta y por ende, inconfirmables e
imprescriptibles las acciones judiciales que tiendan a su invalidez(649).

§ 2. Excepciones a la prohibición establecida por el art. 32 de la ley


19.550
No obstante la claridad e imperatividad del párrafo 1º, art. 32, LSC, esta norma, en
su párrafo segundo, consagra una incomprensible excepción, que resulta
incompatible con el fundamento de la prohibición de las prestaciones recíprocas
entre controlante y controlada.
Establece el art. 32, párrafo 2º, LSC, que: "Tampoco puede una sociedad controlada
participar en la controlante, ni en una sociedad controlada por esta, por un monto
superior, según balance, al de sus reservas, excluida la legal (...). Las partes de
interés, cuotas o acciones que excedan los límites fijados, deberán ser enajenadas
dentro de los seis meses siguientes a la fecha de aprobación del balance del que
resulte la infracción. El incumplimiento será sancionado conforme el art. 31".
Si se advierte que esta norma solo repara en los fondos que la sociedad controlada
puede invertir en las acciones de la controlante, fácilmente se percibe que a través
de la aludida excepción pueden vulnerarse los fundamentos mismos de la
prohibición que establece el art. 32, pues nada obsta a que a través de las reservas
libre de la controlada, pueda éste convertirse en controlante absoluta de su aparente
controlada, lo cual constituye un verdadero contrasentido.
Ello encierra otro gravísimo peligro, que ha sido advertido por Manóvil, en cuanto
que a través de esa excepción puede producirse un inadmisible fenómeno de
concentración del poder de decisión de ambas empresas, con total desprotección
de sus socios y accionistas. Para decirlo con mayor claridad: el directorio de la
sociedad controlante, quien controla la asamblea de la controlada, puede designar
a los administradores de esta última, pero si la controlada invierte sus reservas libres
en la suscripción de las acciones de la controlante, puede a su vez tener injerencia
en la designación de los directorios de esta última sociedad.
Atento su evidente contradicción con los principios que inspiraron la redacción del
art. 32 de la ley 19.550, de evidente orden público, resulta necesaria la derogación
del segundo párrafo del art. 32 de la ley 19.550, pues la mera posibilidad de la
sociedad controlada de participar en la controlante por un monto no superior a las
reservas legales, puede llevar al extremo de que la sociedad controlada se convierta
a su vez en controlante de su controlante, con lo cual, siempre a juicio de Manóvil,
se separa el poder de decisión de la propiedad de las acciones, desdibujándose la

399 
 
organicidad societaria y generando un indudable peligro para todos los derechos de
los socios y accionistas(650).

ART. 33.—
Sociedades controladas. Se consideran sociedades controladas aquellas en que
otra sociedad, en forma directa o por intermedio de otra sociedad a su vez
controlada:
1) posea participación, por cualquier título, que otorgue los votos necesarios para
formar la voluntad social en las reuniones sociales o asambleas ordinarias;
2) ejerza una influencia dominante como consecuencia de acciones, cuotas o partes
de interés poseídas, o por los especiales vínculos existentes entre la sociedad.
Sociedades vinculadas. Se consideran sociedades vinculadas, a los efectos de la
sección IX de este capítulo, cuando una participe en más del 10% del capital de otra.
La sociedad que participe en más del 25% del capital de otra, deberá comunicárselo
a fin de que su próxima asamblea ordinaria tome conocimiento del hecho. [Texto
según ley 22.903.]
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 30 a 32, 63 a 66; ley 19.551: arts. 164, 165; Resolución General IGJ
nº 7/2015, arts, 74 y 314. LSC Uruguay: arts. 48 a 51.

§ 1. Sociedades controladas y vinculadas


La doctrina distingue, en cuanto al grado de participación en sociedades, cuatro
formas de llevar a cabo la misma(651):
a) Participación irrelevante. Es aquella en que una sociedad no alcanza el 2% del
capital social de la sociedad participada. Ese límite obedece a que sólo a partir del
mismo nacen ciertos derechos para el socio (art. 294, incs. 6º y 11).
b) Participación minoritaria. Es la que confiere el ejercicio de los derechos de la
minoría (arts. 107, 236, 263, 275, 294 incs. 6º y 11, y 301, inc. 1º, párr. 2º).
c) Participación vinculante. Conforme el art. 33, esta forma de participación se
presenta cuando una sociedad participa del capital de otra en más del diez por ciento
del capital de ésta, aunque sin tener los votos necesarios para formar la voluntad
social. La única trascendencia que tiene esta categoría de participación radica en
que los estados contables de las sociedades vinculadas deben reflejar
especialmente las operaciones celebradas entre las empresas del grupo (arts. 63
incs. b] y d]; 64 inc. 8º; 65 inc. g) y 66 inc. 6º de la ley 19.550).
d) Participación controlante. Es aquella que define el art. 33, párrafo 1º de la ley
19.550, que se presenta cuando una sociedad posea participación en otra que le
otorgue los votos necesarios para formar la voluntad social en las reuniones sociales

400 
 
o asambleas ordinarias. En este caso, y como veremos, los efectos del control son
muchos más intensos que en los supuestos anteriores.
Obsérvese que para definir el concepto de control, la ley 19.550 opta por la mayoría
de votos y no por la mayoría del capital, pues un capital minoritario puede otorgar el
control si las acciones que lo representan otorgan voto múltiple, en los términos del
art. 216, LSC.
La definición prevista por el art. 33 primer párrafo de la ley 19.550 se refiere al
control interno o control de derecho. Por su parte, el segundo párrafo de dicha norma
se refiere al denominado "control externo o de hecho", que se presenta cuando una
sociedad ejerza una influencia dominante en otra, como consecuencia de acciones,
por los especiales vínculos existentes entre ambas. Tal es el caso en donde la
sociedad controlante —que puede ser una sociedad holding o no— impone su
voluntad a la controlada, como consecuencia, por lo general, de determinadas
relaciones contractuales, como por ejemplo el otorgamiento de licencias para el
empleo de marcas, patentes de invención, know how; otorgamiento de importantes
créditos; el suministro de elementos indispensables para la producción o adquisición
exclusiva de ésta, la celebración entre controlante y controlada de contratos de
colaboración empresaria, etc.
Las definiciones del art. 33 de la ley 19.550 no carecen de importancia. Por el
contrario, su relevancia es indiscutible y puede apreciarse desde múltiples puntos
de vista:
1. En materia de control estatal, pues impide que a través de la actuación de otra
sociedad, pueda eludirse el mismo. El art. 299, inc. 6º, somete a esa fiscalización a
la sociedad controlante de o controlada por otra sujeta a fiscalización, conforme a
uno de los incs. 1º al 5º del art. 299.
2. Desde otra óptica, y a los fines de no burlar la organización de las sociedades por
acciones, tornando ilusorio el recíproco control que debe existir entre los diferentes
órganos de aquellas, el art. 286, LSC, ratifica la incompatibilidad para desempeñar
funciones de síndico, al ser director, gerente o empleado de la misma sociedad, de
otra sociedad, controlada o controlante.
3. Asimismo, y en homenaje a la transparencia de la actuación de los sujetos
empresarios en el tráfico mercantil, lo cual redunda obviamente en protección de los
terceros, la definición efectuada por la ley 19.550 de la sociedad controlada y la
sociedad vinculada, permite conocer la evolución de los negocios sociales de todas
las sociedades del grupo, al imponer los arts. 62 a 66 la obligación de la controlante
de presentar "balances consolidados" e identificar concretamente, en torno a los
estados contables de todas las sociedades que integran el grupo, las cuentas que
cada una de ellas mantiene con sociedades controlantes, controladas o vinculadas.
En tal sentido, la ley prescribe que las participaciones sociales de que es titular una
sociedad en otra, cualquiera que sea su grado, deben encontrarse detalladas en los
estados contables, exigiendo la ley 19.550 su inclusión en el balance, estado de
resultados, y en las notas complementarias (arts. 63 a 65). Así, pues, en el balance
deben figurar los créditos, las inversiones y las deudas con o en las sociedades
controlantes, controladas o vinculadas, en el estado de resultados los intereses
pagados a estas sociedades, y en las notas complementarias, el resultado de las
operaciones con las mismas.
Como hemos sostenido, la incorporación a la normativa societaria del control
externo o de hecho, efectuada por la ley 22.903 del año 1982 ha mejorado
sensiblemente la redacción anterior del antiguo texto del art. 33 de la ley
19.550, previéndose actualmente una forma de control que no proviene de la

401 
 
posibilidad de formar la voluntad de la controlada en las asambleas o reuniones de
socios, mediante la tenencia de un determinado porcentaje de acciones por la
controlante, sino por la existencia de determinados vínculos económicos, de
carácter contractual en la mayoría de los casos, que le permite a esta última influir
decisivamente en la organización de la compañía controlada y en los negocios de
ésta y que la conviertan, de hecho, en dependiente o subordinada de la primera.
La incorporación al art. 33 de la ley 19.550 del control de hecho o externo, mediante
el ejercicio de una influencia dominante por los especiales vínculos existentes entre
las sociedades, presupone que estos "especiales vínculos" deben tener una
intensidad muy significativa, perdurabilidad en su existencia y deben ser de tal
naturaleza que, de interrumpirse los mismos, se condiciona la existencia de la
sociedad controlada. Como bien afirma Odriozola(652), la doctrina ha señalado con
elocuencia la necesidad de tales presupuestos, sin perjuicio de apuntar la dificultad
de establecer reglas precisas que exterioricen tal situación de subordinación(653).
La reforma efectuada al art. 54 primer párrafo es coherente con el nuevo régimen
previsto por la ley 22.903 en el art. 33, pues el legislador ha previsto en aquel artículo
la responsabilidad de los socios o de quien, sin ser socio, controle una sociedad, por
daños ocurridos a la misma, mediante dolo o culpa de aquel, siendo evidente que el
legislador se refiere en este caso al controlante de hecho. El segundo párrafo de
dicha norma, que ha extendido también al controlante la responsabilidad que le era
reservada por el viejo texto del mencionado artículo exclusivamente al socio que
aplicare fondos o efectos de la sociedad a uso o negocio por cuenta propia o de
terceros, se refiere a ambos tipos de control —interno o de derecho y externo o de
hecho— pues dicha norma obliga al socio o controlante que ha actuado de esa
manera, a traer a la sociedad las ganancias resultantes e idéntica conclusión puede
arribarse en torno al control mencionado por tercer y último párrafo del art. 54 de
la ley 19.550, con la diferencia que, en este supuesto y además de la
responsabilidad patrimonial de aquellos, se le imputa a los mismos la actuación
ilegítima o extrasocietaria de la sociedad.
Fácil es en consecuencia, advertir la importancia de la reforma efectuada por la ley
22.903 en este aspecto, pues evita que la norma del art. 54, LSC, sea sencillamente
violada, pues no siempre la figura del socio oculto, y la responsabilidad para ellos
prescripta por el art. 34 resultaba de fácil aplicación.

§ 2. Críticas al sistema previsto por el art. 33 de la ley 19.550


Sin perjuicio de los evidentes aciertos del legislador, en torno a la admisión del
control de hecho o externo, la norma del art. 33 puede ser objeto de algunas críticas.
a) En primer lugar, no coincidimos con el legislador cuando, refiriéndose al control
interno, circunscribe el mismo a las participaciones que una sociedad posea por
cualquier título en otra sociedad, que otorgue los votos necesarios para formar la
voluntad social en las reuniones de socios, o, tratándose de sociedades por
acciones, en las asambleas ordinarias, siempre de la sociedad controlada, pues si
bien no puede ignorarse que la Exposición de Motivos de la ley 22.903 ha justificado
esta solución en el hecho de que las asambleas ordinarias son de obligatoria
celebración y hacen a la marcha normal de la sociedad, se olvida que es en el seno

402 
 
de las asambleas extraordinarias en donde se resuelven, por aplicación del art.
235, LSC, las modificaciones del estatuto de la sociedad y no todos los acuerdos de
las asambleas extraordinarias privan a los titulares de las acciones del derecho de
voto múltiple, sino exclusivamente los supuestos previstos por el art. 244 in
fine,LSC.
No debemos olvidar tampoco que la ley 24.522, en su art. 161 inc. 2º a), al describir
los supuestos de procedencia de la extensión de la quiebra en caso de control,
entiende por sociedad controlante a: "(...) aquella que en forma directa o por
intermedio de una sociedad a su vez controlada, posee participación, por cualquier
título, que otorgue los votos necesarios para formar la voluntad social", con lo cual
incluye dentro de la definición de sociedad controlante, a quien tenga los votos
necesarios para predominar en las asambleas de la controlada, cualquiera sea la
clase de que se trate, solución que es preferible a la adoptada por el art. 33 de la ley
19.550.
b) En segundo lugar, no resulta claro el propósito del legislador en el último párrafo
del art. 33, cuando establece que la sociedad que participe en más del veinticinco
por ciento del capital de otra, deberá comunicárselo a fin de que su próxima
asamblea ordinaria tome conocimiento del hecho, pues no se advierten los efectos
que, sobre la sociedad controlada suponga ese conocimiento ni cuáles son las
medidas que deberá ésta adoptar, en caso de que esa comunicación obligue a tomar
alguna medida, quedando por otro lado en la mayor indefinición cuales son las
consecuencias que, para la sociedad controlante, supone no cumplir con dicha
notificación.

ART. 34.—
Socio aparente. El que prestare su nombre como socio no será reputado como tal
respecto de los verdaderos socios, tenga o no parte en las ganancias de la sociedad;
pero con relación a terceros, será considerado con las obligaciones y
responsabilidades de un socio, salvo su acción contra los socios para ser
indemnizado de lo que pagare.
Socio oculto. La responsabilidad del socio oculto es ilimitada y solidaria en la forma
establecida en el art. 125.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 36, 54, 126, 134, 142, 147; LSC Uruguay: arts. 53, 54.

§ 1. El socio aparente
El art. 34 de la ley 19.550 se refiere en su primer párrafo al socio aparente, llamado
también testaferro, socio ostensible o prestanombre, y tiende a proteger
fundamentalmente a los intereses de los terceros, que podrían haber contratado con
la sociedad sobre la base de la personalidad de aquel, para luego encontrarse

403 
 
perjudicados si aquel invocara su calidad de socio aparente o prestanombre para
eximirse de las responsabilidades propias del socio.
Explican los Profesores Favier Dubois(654)que en el ámbito societario, la utilización
de socios aparentes o testaferros constituye no solo un recurso para ocultar
propiedades, con finalidad de evasión de obligaciones familiares, patrimoniales o
fiscales, sino también —como lamentablemente ha sucedido con habitualidad—
para vulnerar las reglas que restringen o sancionan la unipersonalidad(655)o las que
establecen determinadas incompatibilidades o responsabilidades a los socios.
Ahora bien, el empleo de testaferros o socios aparentes posee sus propios riesgos,
pues si se tratar de una persona física, ellas ofrecen el denominado "costo de
agencia", o sea, el riesgo de que el testaferro actúe en su propio interés y no en el
del socio oculto, lo que generalmente se presenta cuando se trata de una persona
avezada en los negocios, a la que se promete, además, una partición en los
resultados. En cambio si el perfil del testaferro es el de una persona insolvente,
desocupada o sub-ocupada, carente de bienes y que se limita a firmar todo lo que
se le solicita a cambio de una retribución fija, el riesgo se traslada a su imposibilidad
de mantener el secreto sobre la titularidad real en caso de que llegue a ser
interrogado en juicio civil o penal. Por otro lado, si testaferro es un pariente, existe
la posibilidad de que ese vínculo sea detectado y que no pueda acreditarse su
solvencia económica o idoneidad para la operación(656).
Precisamente y para evitar esos riesgos, es que durante los últimos años se ha
reemplazado al "testaferro de carne y hueso" por el "testaferro de papel", esto es,
sociedades constituidas en paraísos fiscales, denominadas "sociedades off shore",
oriundas de lugares donde se garantiza la imposibilidad de conocer a los verdaderos
dueños de sus acciones, que por supuesto son al portador y cuyo titular es el
verdadero dueño del negocio. Bien es cierto que, en oportunidad de ejercer los
derechos societarios o en la celebración de los actos jurídicos por parte de las
referidas compañías debe aparecer una persona física, los riesgos a los cuales se
hizo mención en el párrafo anterior se minimizan, pues esta persona carece de todo
conocimiento sobre la verdadera titularidad del negocio, siendo por lo general
empleado o conocido del estudio profesional que ha constituido la sociedad y
transferido la totalidad de su paquete accionario al dueño del negocio.
Sin embargo y como lo recuerdan los profesores Favier Dubois, la posibilidad de
acudir a testaferros que sean personas jurídicas ha quedado seriamente limitada por
las normas restrictivas y prohibitivas de la actuación de las sociedades off shore en
el país, a partir de la resolución general IGJ 7/2003 y si bien dichas normas solo
rigen en la Ciudad de Buenos Aires y en varias jurisdicciones del interior que las
adoptaron, ellas han introducido a nivel sociológico un estado general de sospecha
que rige en todo el país y que desalienta su utilización. Oportuno es recordar que el
actual gobierno constitucional elegido democrático en el año 2015 ha reactivado la
polémica en torno a la legalidad o ilegalidad de las sociedades off shore, habida
cuenta que, por confesión propia, la mayor parte de los funcionarios tienen cuentas
o son titulares exclusivos de sociedades constituidas en paraísos fiscales, lo cierto
es que desde los primeros años del presente siglo, la referencia a las sociedades
off shore es mala palabra, y mucho mas desde que se ha dado a conocer el
escándalo de los Panamá Papers, difundido en la República Argentina en el mes de
abril de 2015.
Ahora bien, la fórmula empleada por el art. 34, párr. 1º de la ley 19.550 es
comprensiva no sólo de quien expresamente ha consentido en la utilización de su
nombre como integrante de la sociedad sin serlo, sino también de quien tolerare su
empleo sin poner fin a esa situación. Es el caso de ex socio de una sociedad por

404 
 
parte de interés, cuyo nombre continúa figurando en la razón social y que induce a
terceros a contratar con la sociedad, atento la solvencia del mismo.
En cuanto a su relación con los socios, la ley es expresa en no reputarlo como tal,
aun cuando tuviere parte en las ganancias, por lo que debe desestimarse cualquier
pretensión efectuada por el socio aparente tendiente a ejercer sus derechos de
socio, en tanto su interés se limita a ser reembolsado por los verdaderos integrantes
de la sociedad de las sumas que se viera obligado a pagar a terceros como
consecuencia de la responsabilidad que le correspondiese, de acuerdo al tipo
societario que en forma aparente integra.
Haciendo aplicación de esta norma, la jurisprudencia le ha negado al socio aparente
su pretensión de que se le rinda cuentas sobre la gestión social(657)o el derecho a
reclamar dividendos a la sociedad(658). Sin perjuicio de la solución expuesta por el
artículo en análisis, que resuelve el problema del prestanombre a través de su
responsabilidad, cabe señalar que diferente tratamiento merece la hipótesis en que
todos los socios revistan tal carácter. En ese caso, y como bien ha sido resuelto en
el caso "Macoa"(659), la solución no puede ser otra que la nulidad del contrato social
(arts. 955 y ss., Cód. Civil), desde que no puede ser convalidable la ficción societaria
(arts. 2º y 54 in fine, LSC).
Queda por definir si el legislador de 1972, al expedirse sobre la figura del socio
aparente, ha admitido la posibilidad de constituir sociedades con socios simulados,
incorporando, de alguna manera a nuestra legislación societaria, la figura de las
sociedades de un solo socio, en compañías donde uno de los integrantes reúna la
casi totalidad de las participaciones sociales y el restante socio, unas pocas cuotas
o acciones, figurando éste en el contrato social a los únicos fines de cumplir con el
requisito de la pluralidad de socios previsto por el art. 1º de la ley 19.550. Tal es la
tesis de Bazán(660), para quien, recurriendo a la figura del socio aparente, predica
que la ley 19.550 permite la simulación lícita en concordancia con lo dispuesto por
el art. 957 del Código Civil, en la medida que no haya lesión de derechos de
terceros.
Esta manera de razonar, elaborada para dar entrada —por la ventana— a las
sociedades de un socio en nuestra legislación, constituye un grave desacierto, pues:
a) Si el legislador ha exigido en el mismo art. 1º de la ley 19.550 la existencia de
"dos o más socios" como requisito de todo contrato de sociedad, ratificando en la
Exposición de Motivos que la sociedad de un solo socio no tiene recepción en
nuestro derecho (art. 94 inc. 8º), mal podemos admitir su existencia cuando el
verdadero dueño del negocio incorpora a un allegado o a un familiar, en carácter de
socio aparente, en cuyas manos pone unas pocas acciones o cuotas sociales,
existiendo en ese ente un solo socio verdadero. Pensar ello ofende la inteligencia
de los redactores de la ley 19.550, lo cual no es admisible; 2) El hecho de que el art.
34 primer párrafo de la ley 19.550 haya contemplado la figura de socio aparente no
lo ha sido para equipararlo a un verdadero socio, como lo pretenden los cultores de
las sociedades de un solo integrante, sino como una anomalía del régimen societario
al cual debe necesariamente darse solución y 3) Finalmente, la constitución de una
sociedad con un socio aparente y un socio real constituye en todos los casos una
simulación ilícita, pues con ese subterfugio se pretende eludir o enervar la
responsabilidad del comerciante individual, que siempre es ilimitada, como bien se
desprende de lo expuesto en el art. 94 inc. 8º de la ley 19.550.
Finalmente, cabe tener presente que la figura del socio aparente ha sido también
utilizada con suma frecuencia para disfrazar de socio al trabajador, para evitar el
cumplimiento por el empleador —esto es, el verdadero socio o controlante— de las
obligaciones sociales y laborales. La jurisprudencia de los tribunales del Trabajo han
405 
 
aplicado permanentemente la doctrina de la inoponibilidad de la personalidad
jurídica (arts. 2º y 54 de la ley 19.550) para desestimar esa maniobra y ello marcó el
punto final de la existencia de las sociedades de capital e industria, que son hoy, en
nuestro espectro societario, una mera curiosidad histórica.

§ 2. El socio oculto
Contrariamente a la figura del socio aparente, testaferro o prestanombre, el socio
oculto o socio no ostensible es aquel que no figura en el contrato social como
integrante de la sociedad, y que niega ante terceros su condición de tal, no obstante
lo cual, ya sea en forma directa o a través de un prestanombre, goza de todos los
beneficios del socio(661).
La jurisprudencia lo ha definido, por su parte, como aquel cuyo nombre no aparece
en el contrato social o en el acto de su registro, cuando debiera hacerlo, porque ha
intervenido en la creación del ente como socio y tiene interés social(662).
Una vez acreditado su carácter de tal, la ley 19.550 lo sanciona con su
responsabilidad solidaria e ilimitada, como si integrara una sociedad colectiva, aun
cuando el tipo de la sociedad en el cual el socio oculto tuviera interés no se
corresponda con aquellas en las cuales los socios respondan de tal manera. Esta
solución es la que a mi juicio corresponde en derecho, pues a pesar de que el tema
divide a la doctrina nacional(663), si el socio oculto no aclaró su posición frente a
terceros, debe sufrir la responsabilidad solidaria e ilimitada por las obligaciones
sociales, el cual, como afirma Segovia(664), es el principio general en materia de
sociedades mercantiles.
Del mismo modo, y por los mismos fundamentos, al socio oculto le es extensible la
declaración de quiebra dictada contra la sociedad (art. 160 de la ley 24.522).
Dos cuestiones deben ser aclaradas sobre el tema: 1) Las disposiciones del art. 34
segundo párrafo de la ley 19.550 no son aplicables al socio no gestor de las
sociedades accidentales o en participación (arts. 361 y ss.), pues en estas
sociedades, la existencia de socios no ostensibles hacen a la caracterización del
tipo y, 2) Tampoco rige en materia de sociedades irregulares y de hecho, pues la
situación del socio oculto en esta no puede ser mejor que la de los verdaderos
socios, que carecen del beneficio de excusión (art. 23).

ART. 35.—
Socio del socio. Cualquier socio puede dar participación a terceros en lo que le
corresponde en ese carácter. Los partícipes carecerán de la calidad de socio y de
toda acción social; y se les aplicarán las reglas sobre sociedades accidentales o en
participación.

406 
 
CONCORDANCIAS: Código Civil y Comercial, arts. 1442 a 1478. LSC Uruguay: art.
55.

§ 1. El socio del socio


La ley 19.550 no prohíbe al socio dar participaciones a terceros en lo que les
corresponde en ese carácter, pero deja aclarado expresamente que estos carecerán
de todos los derechos patrimoniales y políticos correspondientes, no pudiendo
tampoco demandar a la sociedad en resguardo de los mismos.
Debe quedar en claro que los partícipes no son socios de la sociedad sino de quien
les dio participación en la misma, actuando éste como socio gestor ante la sociedad,
ya que el art. 35 dispone que las relaciones entre ambos se rige por las normas
correspondientes a las sociedades accidentales o en participación, referencia que
debió ser derogada por la ley 26.994, atento que dicha ley ha derogado los arts.
361 a 366 de la ley 19.550, que se referían a dichas sociedades, que se encuentran
previstas como una especie de contrato asociativo, legisladas por los arts. 1448 a
1452 del Código Civil y Comercial, careciendo del carácter de sociedad y de persona
jurídica.
La naturaleza de la sociedad que se forma entre el socio que concede una
participación y el cesionario de la misma es, como bien lo ha destacado el art. 35 de
la ley 19.550, un negocio en participación (arts. 1448 a 1452 CCyCN), y a ello no
obsta el hecho de que la sociedad o los restantes socios conozcan la existencia de
tal operación o el interés indirecto que ese tercero tiene sobre los resultados de la
entidad, pues ello es indiferente a los fines de la caracterización de la existencia de
la asociación habida entre ellos.
En consecuencia, el asociante, aun cuando actúe en la sociedad a nombre propio y
bajo su exclusiva responsabilidad, debe consentir los controles del partícipe
respecto de tal actuación y debe también rendir cuentas sobre la misma (art. 1451
CCyCN), brindando toda la información que le sea requerida, toda vez que, como
hemos expresado, su actuación en la sociedad se efectúa también en interés de su
asociado(665). Por ello son plenamente aplicables las normas de los arts.
858 a 864 del Código Civil y Comercial de la Nación, en lo que respecta a la
obligación del asociante de rendir cuentas sobre su gestión, cuenta exclusiva de
aquel, porque actúa también por cuenta del partícipe.
En cuanto a sus relaciones con la sociedad, y como principio general, el asociado
o "croupier" —como se lo denomina en la legislación francesa— carece de toda
acción contra ella, de manera que, en caso de existir utilidades, el único legitimado
para percibirlas es el socio, salvo que este fuera remiso en ejercer su derecho, en
cuyo caso el asociado podrá ejercitar los derechos que se derivan del art.
739 y 741 del Código Civil y Comercial de la Nación, cuando concurran los
presupuestos para ello(666).

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Sección VI - De los socios en sus relaciones con la sociedad

ART. 36.—
Comienzo del derecho y obligaciones. Los derechos y obligaciones de los socios
empiezan desde la fecha fijada en el contrato de sociedad.
Actos anteriores. Sin perjuicio de ello responden también de los actos realizados, en
nombre o por cuenta de la sociedad, por quienes hayan tenido hasta entonces su
representación y administración, de acuerdo con lo que se dispone para cada tipo
de sociedad.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 11, 37, 183 Y 184. Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 55 y
69.LSC Uruguay: art. 57.

§ 1. El estado de socio
La adquisición del estado de socio, que se produce en forma originaria, al suscribir
el contrato de sociedad, o en forma posterior o derivada, al adquirir de un socio su
participación en una sociedad ya constituida, implica asumir un rol que le impone
derechos y obligaciones de diversa índole, pero que en lo fundamental le implica
subordinar su actuación y su interés al funcionamiento de un ente colectivo, de cuyos
resultados participará, de acuerdo a lo convenido en el contrato social.
Asumir el carácter de socio en toda sociedad comercial importa una forma
determinada de actuar no sólo frente a sus propios asociados, sino también frente a
la propia sociedad, pues mal podría esta desempeñarse en el mundo de los
negocios, si cada uno de los socios actuara en forma independiente, sin respeto
alguno por las normas de funcionamiento de las sociedades comerciales, que el
legislador ha impuesto en forma imperativa.
Esa manera de actuar, si bien impuesta para el normal funcionamiento en todas las
sociedades, es más o menos intensa de acuerdo al tipo de sociedad de que se trate,
y por ello, en las sociedades colectivas o incluso de responsabilidad limitada,
constituidas sobre la base de la personalidad de los asociados, la ley 19.550 le
requiere a los mismos una total subordinación a los intereses de la sociedad, lo cual
no ocurre con los accionistas de la sociedad anónima, en donde esa subordinación
no es tan estricta. Prueba de ello es la prohibición que rige para los socios de
aquellos tipos sociales de realizar actos en competencia con la sociedad, salvo
consentimiento expreso y unánime de los socios (art. 133) o mayorías agravadas
tratándose de una sociedad de responsabilidad limitada (art. 160), pero que no rige
para las sociedades anónimas, cuyos accionistas no soportan el peso de esa

408 
 
prohibición, salvo que: a) Revistan también el carácter de directores de la sociedad
y, b) Causen, con el desarrollo de una actividad en competencia, daños a la sociedad
que integran, pues en tal caso deberán responder en los términos del art. 54 de
la ley 19.550.
Las obligaciones fundamentales del socio en toda sociedad comercial pueden ser
resumidas del siguiente modo: a) Subordinar su interés al de la sociedad, en el
sentido de que sólo a través de la actuación del sujeto de derecho obtendrá los
beneficios económicos esperados; b) Respetar las normas de funcionamiento que
el legislador ha previsto para la actuación de la sociedad que integra y c) brindar
toda su colaboración para el mejor desarrollo de la gestión del ente.
Partiendo de estas premisas, el socio debe contribuir a la formación del patrimonio
de la sociedad, a través de los aportes comprometidos, participar activamente en los
actos societarios, contribuyendo a la formación de los acuerdos sociales,
respondiendo por las obligaciones de la sociedad de acuerdo a la responsabilidad
comprometida y evitando causarle daños a la sociedad, teniendo siempre presente
que la actuación de la sociedad debe respetar siempre el fin societario para el cual
fue creada, esto es, la concentración de capitales para la producción o intercambio
de bienes y servicios (art. 1º de la ley 19.550).
La sociedad debe respetar, en consecuencia, el pleno ejercicio de los derechos del
socio y exigirle a este las obligaciones que ha asumido. Por ello, la ley 19.550le
otorga a la sociedad y a los restantes consocios el derecho de solicitar judicialmente
la exclusión del socio que no cumpla con las obligaciones sociales, conforme lo
disponen los arts. 90 y ss., sin perjuicio de las acciones resarcitorias que, por
aplicación de principios de derecho común le corresponden a la sociedad por los
daños y perjuicios que le hayan ocasionado a la misma toda actuación de sus socios,
con dolo o culpa (arts. 54 de la ley 19.550 y 1738, 1742 y concs. del Código Civil y
Comercial de la Nación).
Como contrapartida de ello, el socio puede exigir a sus consocios y a la sociedad
que integra, que adecuen su actuación a los parámetros legales y que las decisiones
sociales se inspiren, en todos los casos, al interés de la sociedad y al fin societario
para el cual el sujeto de derecho ha sido creado. Como aplicación práctica de lo
expuesto, el legislador otorga al socio el derecho de impugnar la realización de actos
societarios, cuando los mismos se hayan realizado en violación a la ley, estatuto,
reglamento o abuso de derecho (art. 251, LSC) y puede incluso promover, en forma
individual, pero en interés de la propia sociedad, las acciones de remoción y
responsabilidad contra los administradores y síndicos, frente al incumplimiento de
las obligaciones que la ley le impone a los mismos y ante la pasividad de los órganos
sociales y asimismo, promover las acciones resarcitorias contra todos aquellos que
hayan utilizado la actuación de la sociedad que integran para violar la ley, el orden
público, la buena fe o para frustrar derechos de terceros (art. 54 in fine, LSC).

§ 2. Nacimiento de los derechos y obligaciones de los socios


El art. 36, 1ª parte, de la ley 19.550 establece expresamente que: "Los derechos y
obligaciones de los socios empiezan desde la fecha fijada en el contrato de
sociedad".

409 
 
La solución prevista en esa norma es un ejemplo más de que el legislador ha
receptado la actuación de la sociedad en formación, y que la inscripción del contrato
social es cuestión que importa fundamentalmente a los terceros, en la medida que,
hasta tanto ésta se lleve a cabo, los socios no podrán oponerle a los terceros los
derechos y defensas nacidos del contrato social.
Con otras palabras: suscripto el contrato social, los socios deben adecuar su
conducta al nuevo estado de socio que han asumido, naciendo, a partir de esa fecha,
el conjunto de derechos y obligaciones que tal carácter supone, todas las cuales
pueden ser reclamadas judicialmente por la sociedad, aun cuando el ente societario
no haya concluido su trámite inscriptorio en el Registro Público.
Sin perjuicio de ello, es necesario efectuar algunas aclaraciones para la mejor
comprensión de la norma:
a) Que el principio general establecido por el párrafo 1º del art. 36 es aplicable a
todo tipo o clase de sociedad, inclusive a las sociedades previstas en la Sección IV
del Capítulo 1º y para éstas, el respeto a las cláusulas contractuales debe regir
desde el mismo momento de la realización efectiva de actos que impliquen la
manifestación de una actuación colectiva.
b) Que, como contrapartida, tanto los socios como la sociedad, cualquiera fuera su
clase o tipo, pueden exigir al consocio el cumplimiento de sus obligaciones y puede
este exigir el pleno ejercicio de sus derechos,
c) Que la inscripción del contrato de sociedad en el Registro Público de Comercio,
en los términos del art. 7º de la ley 19.550, en nada influye sobre el nacimiento de
los derechos y obligaciones del socio, pues esa registración, en tanto exigida en
protección de los terceros, no influye en las relaciones de los socios entre sí y con
la sociedad, de manera tal que, encontrándose la sociedad en proceso de formación,
el ejercicio de los derechos y obligaciones por parte del socio es plenamente exigible
por la sociedad y sus consocios. Así lo ratifica el art. 142 del CCyCN, cuando
dispone que la existencia de la persona jurídica privada comienza desde su
constitución.
La segunda parte del art. 36 se refiere a la actuación de la sociedad y a la
responsabilidad de los socios con anterioridad a la fecha fijada en el contrato social
o en el estatuto, esto es, a lo que la doctrina llama como "etapa preconstitutiva", o,
como define Vítolo, a los actos preparatorios y negociales que se llevan a cabo por
los socios con anterioridad al acto constitutivo, y que tienen por objeto llevar adelante
la constitución misma de la sociedad(667), pues es un dato extraído de la realidad y
congruente con el ejercicio de la actividad comercial, que las actividades mercantiles
y particularmente societarias se inician con anterioridad a la puesta en regla de los
instrumentos legales.
Sin embargo, la norma del art. 36 in fine de la ley 19.550, titulada "Actos anteriores",
resulta totalmente incongruente con el régimen de responsabilidad prevista por
los arts. 183 y 184 de la ley 19.550, que legislan sobre las sociedades en formación,
pues si estas normas, reformadas por la ley 22.903, solo permiten a los socios
ampararse en el tipo social, ante los reclamos de los terceros acreedores de la
sociedad en formación, cuando se tratare de actos propios del giro especialmente
autorizados en el acto constitutivo, respondiendo los socios en forma solidaria e
ilimitada por dichas obligaciones en caso contrario, resulta inadmisible que por los
compromisos comerciales asumidos antes de la firma del acto constitutivo, todos los
socios asuman la responsabilidad propia del tipo, si los socios ni siquiera han elegido
el tipo social de la sociedad que van a constituir.

410 
 
Se impone pues, y en homenaje a la coherencia, una inmediata adecuación de esta
norma a los principios que, en materia de sociedad en formación, ha incorporado
la ley 22.903 a la legislación societaria, en los arts. 183 y 184 de la ley 19.550.

ART. 37.—
Mora en el aporte: sanciones. El socio que no cumpla con el aporte en las
condiciones convenidas incurre en mora por el mero vencimiento del plazo, y debe
resarcir los daños e intereses. Si no tuviere plazo fijado, el aporte es exigible desde
la inscripción de la sociedad.
La sociedad podrá excluirlo sin perjuicio de la reclamación judicial del afectado o
exigirle el cumplimiento del aporte. En las sociedades por acciones se aplicará el
art. 193.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 7, 36, 91, 92, 193; Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 69; LSC
Uruguay: art. 70.

§ 1. Mora en la integración de aportes. Principio general


No ignorando la ley 19.550 la trascendencia que los aportes tienen para el desarrollo
de la sociedad, en tanto permiten cumplir el objeto social que fue el motivo de la
constitución de la sociedad, el art. 37 de la ley 19.550 pone en manos de la sociedad
diversos recursos tendientes a poder obtener del socio aportante el cumplimiento de
la obligación comprometida.
En primer lugar, la norma en análisis prevé que, como principio general, que el
aporte es exigible en el plazo que los socios hubieran determinado en el contrato
social, y en su defecto, desde la inscripción de la sociedad.
Recordemos al respecto que, de conformidad con lo dispuesto por los arts. 149 y
166 inc. 2º de la ley 19.550, en materia de sociedades de responsabilidad limitada y
sociedades anónimas respectivamente, los aportes dinerarios deben ser integrados
en un 25% en el contrato constitutivo y el restante 75%, en un plazo máximo de dos
años, de manera que dichas normas imponen un plazo cierto de integración, a cuyo
vencimiento el aportante queda automáticamente constituido en mora, de
conformidad con lo dispuesto por el art. 886 del Código Civil y Comercial de la
República Argentina.
Si en el contrato social no se hubiere determinado la exigibilidad del aporte, éste es
requerible sólo desde la inscripción de la sociedad. El art. 37, párrafo 1º, prescribe
un término de cumplimiento de la obligación de aportar en forma legal y concreta, y
por ello la mora se produce ipso iure, en los términos del art. 886 del Código Civil y
Comercial de la Nación, pues, como sostiene Fontanarrosa, si la razón de la
constitución en mora automática está en la absoluta certeza del momento en que la

411 
 
obligación debe ser cumplida, no hay razón para que ella no se produzca también
en las obligaciones cuyo término ha sido establecido por la ley(668).
Incumplida la obligación de integrar el aporte por uno de los socios e incurrido éste
en situación de mora, la sociedad acreedora cuenta con los siguientes recursos:
a) En primer lugar, exigir judicialmente el cumplimiento de la obligación, con más los
intereses y eventualmente daños y perjuicios causados a la entidad por el socio
moroso. Cabe recordar al respecto que si se tratare de una sociedad incluida en la
Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, la sociedad puede, luego de la reforma
efectuada por la ley 26.994, reclamar en cualquier tiempo la efectivización de los
aportes comprometidos (art. 22).
b) Si se trata de una sociedad colectiva, de capital e industria, en comandita simple
y sociedad de responsabilidad limitada, la sociedad —o en su defecto, los restantes
socios— podrán excluir al socio moroso, decisión que, cuando es resuelta por la
sociedad, no está sometida al procedimiento previsto en el art. 91 de la ley 19.550.
Nos ocuparemos de ello en el próximo parágrafo.
Una pregunta que corresponde formularse es la siguiente: ¿Resulta aplicable al
socio moroso el procedimiento de resolución de los contratos previsto por el art.
1083 del Código Civil y Comercial de la Nación? Creemos que el mismo art. 37 de
la ley 19.550 descarta tal posibilidad, cuando prevé, como solución análoga, la
posibilidad de excluir al socio incumplidor en las sociedades en donde la ley admite
esa forma de resolución parcial, y si bien es cierto que tanto mediante esa acción
judicial como a través del pacto comisorio se arriba a similares resultados, que no
es otro que la desvinculación del socio que ha incurrido en mora en el cumplimiento
de su aporte, ambas alternativas ofrecen diferencias que no permiten asimilar la
exclusión del socio al pacto comisorio, en tanto ambos caminos requieren
procedimientos diferentes.
c) Finalmente, tratándose de sociedades por acciones, y por resultar improcedente
el procedimiento de exclusión de socios, se aplica al socio moroso el art. 193de
la ley 19.550, conforme al cual el estatuto podrá disponer que los derechos de
suscripción correspondientes a las acciones en mora sean vendidas en remate
público o por medio de un agente de bolsa cuando se tratare de acciones cotizables,
siendo de cuenta del suscriptor moroso los gastos de remate y los intereses
moratorios, sin perjuicio de su responsabilidad por daños. También puede el estatuto
establecer que se producirá la caducidad de las acciones en mora, en cuyo caso la
sanción producirá sus efectos previa intimación a integrar las mismas en un plazo
no mayor de 30 días, con pérdida de las sumas abonadas; ello sin perjuicio de que
en todos los casos, la sociedad podrá optar por el cumplimiento del contrato de
suscripción.
Debe destacarse, por último, que la ley de sociedades no habla de incumplimiento
total, sino de incumplimiento del aporte en las condiciones convenidas, de donde se
desprende que tanto el incumplimiento liso y llano como el defectuoso o parcial, en
lo referente al modo, forma o lugar de cumplimiento, produce la mora ex re(669)del
socio aportante.

§ 2. Exclusión del socio moroso

412 
 
Hemos visto que, conforme lo dispuesto por el art. 37 de la ley 19.550, la sociedad
puede decidir la exclusión del socio moroso, pues tal conducta es motivo que
autoriza tal proceder (art. 91), pero debe tenerse en cuenta que, a diferencia del
procedimiento establecido por los arts. 91 a 93, en donde es la sociedad la que debe
iniciar la acción correspondiente en el plazo allí determinado, en el caso de
incumplimiento de la obligación de aportar la exclusión del socio por mora en la
integración la dispone directamente la sociedad sin procedimiento ni decisión
judicial y el excluido solo puede reclamar judicialmente la protección de sus
derechos. En el supuesto en estudio basta una decisión adoptada de conformidad
con las mayorías necesarias para la reforma del contrato social —salvo estipulación
en contrario— sin computarse el voto del socio excluido, por tener evidente interés
contrario (art. 248 de la ley 19.550, aplicable a todos los tipos societarios).
Puede ocurrir sin embargo que dicha decisión no pueda ser válidamente adoptada
por no reunirse las mayorías requeridas por la ley o por el estatuto a los efectos de
tomarse una decisión de esta naturaleza, o por cuanto a los integrantes de la
mayoría no le interese excluir a uno de los socios, por complicidad, indiferencia o
cualquier otro motivo. En tales casos la exclusión puede ser solicitada judicialmente
por cualquier socio conforme al procedimiento previsto por el art. 91 de la ley 19.550,
resultando inaplicable al caso el plazo de caducidad de 90 días previsto por el
párrafo 3º del artículo citado, por cuanto ello importaría el absurdo de impedir que
pueda ser excluido el socio moroso que no integró el aporte prometido(670).

ART. 38.—
Bienes aportables. Los aportes pueden consistir en obligaciones de dar o de hacer,
salvo para los tipos de sociedad en los que se exige que consistan en obligaciones
de dar.
Forma del aporte. El cumplimiento del aporte deberá ajustarse a los requisitos
dispuestos por las leyes de acuerdo a la distinta naturaleza de los bienes.
Inscripción preventiva. Cuando para la transferencia del aporte se requiera la
inscripción en un registro, esta se hará preventivamente a nombre de la sociedad
en formación.
CONCORDANCIAS. LSC: arts. 39 a 49; Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 69,70,99 y
100. LSC Uruguay: arts. 58, 61, 69.

ART. 39.—
Determinación del aporte. En las sociedades de responsabilidad limitada y por
acciones, el aporte debe ser de bienes determinados, susceptibles de ejecución
forzada.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 38 y 45. Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 69 y
70.LSC Uruguay: art. 72.

413 
 
§ 1. Clasificación de los aportes
La doctrina ha clasificado los aportes conforme a su objeto, su naturaleza o
modalidad y en cuanto al momento en que se ejecutan los mismos(671).
Según su objeto los aportes pueden consistir en obligaciones de dar —sea dinero u
otra prestación no dineraria— o de hacer, aunque no en todos los tipos sociales se
admite la aportación de estos últimos. Se denomina en consecuencia socio
capitalista al que se obliga a dar una cosa, aunque no sea una suma de dinero,
e industrial al que aporta su trabajo.
Debe tenerse en cuenta que el aporte de industria o trabajo no tiene la misma
naturaleza que el aporte de otros bienes, pues a diferencia de estos, consisten en
una obligación de hacer que por lo general se cumple continuadamente, en
prestaciones sucesivas, y no ofrece garantías a los terceros y acreedores de la
sociedad, pues no constituye un bien concreto que se incorpore al capital social y
sea susceptible de ejecución. Por ello es que no se admiten en las sociedades donde
la responsabilidad del socio se limita exclusivamente al aporte efectuado, en los
cuales sólo se acepta la aportación de bienes susceptibles de ejecución forzada,
como las sociedades anónimas y de responsabilidad limitada.
En cuanto a los aportes que consisten en obligaciones de dar, y salvo para las
sociedades de responsabilidad limitada y por acciones, en las cuales el aporte en
especie debe consistir exclusivamente en obligaciones de dar, susceptibles de
ejecución forzada, la ley es amplia y admite la aportación de derechos, créditos
contra terceros, bienes inmateriales, etcétera.
Según la naturaleza o modalidad del aporte, encontramos que este puede hacerse
en propiedad, mediante transferencia a la sociedad del dominio de los bienes objeto
del mismo, o en uso y goce (usufructo, locación, habitación, etc.). En el primer caso,
el socio aportante carece de la posibilidad de exigir la restitución del aporte, ni aún
en la etapa liquidatoria, salvo acuerdo unánime de los socios, obviamente adoptada
en la etapa prevista en la sección 13, capítulo I de la ley 19.550 (arts. 107 y 109).
Finalmente, en cuanto al momento en que se ejecuta el aporte, se puede distinguir
entre aquellos de cumplimiento instantáneo y aquellos de cumplimiento sucesivo.
Los primeros quedan cumplidos mediante una sola y única prestación —
obligaciones de dar—, y los segundos se cumplen, por el contrario, en un período
de tiempo más o menos extenso y a veces durante toda la vida de la sociedad, como
en el caso de los aportes de industria o de servicios, suministros periódicos, o el
aporte que se hace en concepto de usó y goce(672).

§ 2. Necesidad de realidad y seriedad del aporte

414 
 
Como bien sostiene el Profesor de la Universidad de Rosario, Alberto Romano, la
necesidad de que en las sociedades por acciones y de responsabilidad limitada el
aporte deba tratarse de bienes susceptibles de ejecución forzada (art. 39 de la ley
19.550), constituye la mejor prueba de que el legislador ha pretendido que los
aportes efectuados por los socios a la sociedad que integran deben ser reales y
serios. Por lo tanto, resulta evidente concluir que el aporte, efectuado por un socio,
de un solo peso o unos pocos pesos, no constituye un aporte serio, por lo cual su
legitimidad como tal es inadmisible, a la luz de lo dispuesto por el art. 279 del Código
Civil y Comercial de la Nación. Así lo ha resuelto la jurisprudencia de la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Comercial, en el trascendente caso "Fracchia
Raymond Sociedad de Responsabilidad Limitada", al descartar la legalidad de las
sociedades donde no existe pluralidad sustancial de socios sino un socio que reúne
la totalidad de las cuotas o acciones menos una o dos, recurso que, por lo general,
encubre una sociedad de un solo socio, no admitidas por nuestra legislación
societaria(673).

§ 3. Bienes que no pueden ser aportados


Algunas legislaciones extranjeras aceptan que pueda ser aportada la abstención de
hacer algo, como por ejemplo, la obligación de no concurrencia —entre nosotros
ínsita en los contratos de transferencia de fondos de comercio—; Sin embargo,
nuestro art. 38 las descarta, al establecer taxativamente que los aportes sólo pueden
consistir en obligaciones de dar o de hacer, pero no de no hacer.
Se ha discutido también la posibilidad de aportarse el nombre o crédito personal,
sea comercial, político o social, sin la entrega de un bien determinado. La ley
19.550 no contiene disposición al respecto, aunque sí lo preveía el derogado Código
Civil, disponiendo su art. 1650 la nulidad del contrato de sociedad mediando tal
aporte, aun cuando el socio aportante se obligue a contribuir a las pérdidas. A pesar
de que dicha norma no figura en la ley 19.660, ello constituye la solución acertada,
pues el crédito o influencia no puede configurar nunca un aporte verdadero, desde
que la sociedad no puede adquirir ningún derecho de contenido patrimonial
susceptible de integrar su patrimonio social.

§ 4. La inscripción preventiva prevista por el art. 38, párrafo tercero


de la ley 19.550. El problema de la sociedad en formación
Finalmente, el art. 38, en su párrafo 3º, establece que, cuando para la transferencia
del aporte se requiera la inscripción en un registro, esta se hará preventivamente a
nombre de la sociedad en formación.
Esta inscripción preventiva ha sido muy debatida por nuestros autores, quienes sin
embargo se muestran coincidentes con el fin perseguido por el artículo citado por el

415 
 
legislador, aun cuando unánimemente se reconoce la necesidad de una adecuada
reglamentación(674).
La norma del tercer párrafo del art. 38 de la ley 19.550 tiende a sustraer el bien
aportado de la acción del acreedor particular del socio aportante, quien podría
frustrar la constitución de la sociedad luego de haberse cumplido gran parte de los
trámites necesarios para ello, con los gastos correspondientes. Se tiende asimismo
a preservar a los terceros contratantes con el ente en formación de la tan común
circunstancia anterior de encontrarse, en el momento de ejecutarse el cumplimiento
de las obligaciones por esa sociedad, que por no haberse efectivizado ese aporte,
los bienes registrables no son de propiedad de ésta(675).
Precisamente, para evitar esta alternativa, el art. 111 del Decreto Ley 2080 del
Registro de la Propiedad Inmueble, reglamentario de la ley 17.801, dispone que en
el asiento registral resultante sólo podrán realizarse anotaciones de medidas
ordenadas contra la sociedad en formación, hasta tanto se registre su constitución
definitiva y no medidas contra su aportante.
Sin embargo, y atento a que el art. 38 tercer párrafo de la ley 19.550 no prevé un
plazo de duración de dicha inscripción preventiva, ella podría convertirse en un
eficaz medio de sustracción de un bien del patrimonio particular del deudor, a los
efectos de evitar su ejecución, pues bastaría, a los fines de frustrar los derechos de
terceros, inscribir un bien del deudor en forma preventiva a nombre de una sociedad
en formación, que a la postre nunca se llega a concluir.
En consideración a ello, la doctrina ha esbozado diversas soluciones tendientes a
poner fin a dicho problema. En tal sentido se ha sostenido la aplicación analógica
del plazo de las inscripciones provisionales previstas por el art. 9º de la ley 17.801 —
180 días prorrogables a pedido del interesado—, solución que no corresponde en
derecho, pues ella está prevista para el caso en que el documento a inscribir tenga
faltas u omisiones subsanables que impidan la toma de razón definitiva(676). Se ha
afirmado asimismo, en doctrina que comparto, que la inscripción preventiva debe
entenderse como una transmisión de dominio plena, aunque subordinada a la
constitución regular de la sociedad, factor este que opera como condición
resolutoria, en caso de que no se produzca. En tal carácter, la vigencia de la
inscripción preventiva no está limitada en el tiempo(677), pero el abandono definitivo
del iter constitutivo permitiría a los acreedores particulares del socio aportante
agredir dicho bien, con el lógico fundamento de que, tratándose de una sociedad
irregular o de hecho —y no otra cosa es la sociedad que no culmina en tiempo
razonablemente su trámite de inscripción—, en cuyo caso la sociedad deberá
proceder al trámite de inscripción de bienes registrables previsto por el art. 23 tercer
párrafo del ordenamiento legal societario.
Como hemos señalado, el art. 38 in fine de la ley 19.550 requiere la inscripción
preventiva del aporte cuando la transferencia de éste requiera la inscripción en un
registro, sin especificar si este registro debe ser público o privado, como por ejemplo,
el libro de registro de acciones a que se refiere el art. 213 de la ley 19.550, que, a
diferencia del registro inmobiliario, de automotores, aeronaves, patentes y derechos
intelectuales, no es llevado por un organismo del estado sino por la sociedad
emisora de las acciones. Si bien la ausencia de toda referencia a la naturaleza del
registro donde debe inscribirse el aporte de bienes registrables impediría, en
principio hacer diferencias, entiendo que por tratarse de una transferencia de bienes
de tal importancia, resulta imprescindible contar con la fecha cierta que supone la
inscripción en un registro ubicado en la órbita del Poder Ejecutivo. De otra manera,
la posibilidad que brinda el art. 38 tercer párrafo de la ley 19.550 —que como hemos

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visto, ha sido previsto en beneficio de terceros— se podría convertir en un sencillo
pero efectivo instrumento de fraude y de insolventación, habida cuenta que el
asiento de una transferencia provisoria de acciones en el libro previsto por el art.
213 de la ley 19.550 no garantiza la menor certeza en cuanto a la seriedad de la
operación que motiva la referida anotación.

ART. 40.—
Derechos aportables. Los derechos pueden aportarse cuando debidamente
instrumentados se refieran a bienes susceptibles de ser aportados y no sean
litigiosos.
CONCORDANCIAS: Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 69, 70 y 101.LSC Uruguay: art. 59.

§ 1. Aporte de derechos
Dentro de esta disposición legal puede incluirse una amplia gama de aportes, desde
derechos intelectuales, bienes inmateriales, patentes de invención, marcas de
fábrica, diseños industriales, concesiones administrativas, beneficios por
operaciones o servicios realizados, etcétera.
Sin embargo, la ley 19.550 es estricta en cuanto a los requisitos que prescribe para
llevar a cabo tales registraciones, al exigir que los derechos se hallen debidamente
instrumentados, a los efectos de evitar las simples expectativas referidas a bienes
susceptibles de ser aportados —lo que excluye el crédito o influencia, la clientela, el
nombre comercial o la enseña en forma independiente del fondo de comercio que
integran— y finalmente, el artículo en análisis exige para los aportes de derechos,
que éstos no sean litigiosos, con lo cual el legislador ha querido evitar que una vez
transferidos a la sociedad, puedan ser ejercidos por el ente sin perturbaciones de
ninguna índole.
No olvidemos que con el aporte de un derecho a la sociedad, este pasa a formar
parte del capital de la sociedad, y que la sumatoria total de éste permitirá a ésta
afrontar sus obligaciones, cumpliendo frente a terceros, la función de productividad
y garantía que caracteriza a este esencial requisito del contrato social, de manera
que la necesidad que el derecho aportado no resulte litigioso constituye un
resguardo que el legislador ha tenido presente a los fines de preservar el principio
de la intangibilidad del capital social.
Por último, debe advertirse que para el cumplimiento de la instrumentación del
aporte de derechos, debe estarse, cuando correspondiere, por la naturaleza de
estos, a las disposiciones del art. 38, 2º y 3º párrafo de la ley 19.550. De tal manera,
para el aporte de derechos a la sociedad, deberá cumplirse con las formalidades
propias de la figura de la cesión de derechos previstas por el art. 1434 del Código
Civil, recordando al lector que la forma de instrumentación de cada transferencia o
cesión dependerá de la naturaleza del derecho aportable y de las exigencias que

417 
 
cada legislación particular (ley 11.723 de derechos del autor; ley 22.362 de marcas
de fábrica; ley 24.481 de patentes de invención y modelos de utilidad; decreto ley
6673/63 de modelos y diseños industriales, entre otros etc.).

ART. 41.—
Aporte de créditos. En los aportes de créditos la sociedad es cesionaria por la sola
constancia en el contrato social. El apostante responde por la existencia y
legitimidad del crédito. Si este no puede ser cobrado a su vencimiento, la obligación
del socio se convierte en la de aportar suma de dinero, que deberá hacer efectiva
en el plazo de treinta días.
CONCORDANCIAS: Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 69, 70 y 100; LSC Uruguay: art. 60.

§ 1. Aporte de créditos
En cuanto al aporte de créditos, la ley 19.550 dispone que la sociedad es cesionaria
por la sola constancia en el contrato social. Entiendo que dicha disposición se refiere
a las relaciones entre la sociedad y el socio aportante, eximiendo de formalidades
al acto de cesión, en contra de lo dispuesto por el art. 1618 del Código Civil y
Comercial de la Nación, que dispone que toda cesión debe ser hecha por escrito
bajo pena de nulidad, cualquiera sea el valor del derecho aportado; pero de ninguna
manera puede excluirse la notificación al deudor cedido en los términos los arts.
1620 y ss., del cuerpo legal citado.
No comparto, en consecuencia, la opinión de quienes sostienen que la inscripción
del contrato social en el Registro Público cumple tal finalidad del referido
anoticiamiento, pues el deudor, a los efectos de cumplir con sus obligaciones en
tiempo, modo y forma originalmente convenidos, debe tener cabal conocimiento de
la identidad de su acreedor, a punto tal que el Código Civil requiere notificación
expresa, restándole incluso virtualidad al conocimiento indirecto que el deudor
tuviera con relación a la cesión efectuada, el que no le impide excepcionar el defecto
del cumplimiento de las formalidades prescriptas (art. 1620 CCyCN).
Estas conclusiones no son aplicables cuando el crédito cedido está instrumentado
en títulos valores —títulos de crédito—, los cuales serán aportados conforme a la
clase a que pertenezcan, es decir, si son nominativos, a la orden o al portador,
mediante el endoso, la cesión o la simple entrega del título representativo, debiendo
tenerse en cuenta la regla general sentada por el art. 17 del dec.-ley 5965/1963 —
de letra de cambio y pagaré— mediante el cual el portador de este tipo de
documentos queda legitimado cuando pudiere justificar su derecho mediante una
serie ininterrumpida de endosos.
Conforme al artículo en análisis, el aportante responde por la existencia y legitimidad
del crédito, pero no de la solvencia del deudor, vale decir, al cederlo no garantiza
que podrá hacerse efectivo, debiendo concluirse que en este caso el aporte sólo

418 
 
puede reputarse cumplido cuando el crédito haya sido satisfecho, no pudiendo
invocarse, a este efecto, como ha sostenido la jurisprudencia en el caso de un aporte
de un pagaré, que la sociedad consintió o permitió que se perjudique el documento,
quedando a salvo la acción de responsabilidad del aportante contra la sociedad.
Lo expuesto por el art. 41 de la ley 19.550 en torno a la responsabilidad del
aportante o cedente del crédito es de toda lógica, pues el aporte a una sociedad
comercial constituye un acto efectuado a título oneroso. Como consecuencia de lo
expuesto, si el crédito no pudiere ser cobrado a su vencimiento, la obligación del
socio se convierte en la de aportar una suma de dinero, que deberá hacer efectiva
en el término de 30 días, transcurridos los cuales, y no habiéndose cumplido tal
obligación, resulta aplicable el art. 37, en cuanto a las acciones que conserva la
sociedad contra el aportante moroso.

ART. 42.—
Títulos cotizables. Los títulos valores cotizables en bolsa, podrán ser aportados
hasta por su valor de cotización.
Títulos no cotizados. Si no fueren cotizables, o siéndolo no se hubieren cotizado
habitualmente en un período de tres meses anterior al aporte, se valorarán según el
procedimiento de los arts. 51 y ss.
CONCORDANCIAS: Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 69, 70 y 72, LSC Uruguay: art. 65.

§ 1. Aporte de títulos valores


El art. 42 de la ley 19.550 distingue entre títulos valores cotizables en bolsa y
aquellos emitidos por sociedades cerradas, para cuya valuación los asimila, a
aquellos que, cotizando en bolsa, no lo hubieran hecho habitualmente en un período
de tres meses anterior al aporte.
En el primer caso podrán ser aportados "hasta por su valor de cotización" —
cotización al día de efectivizarse el aporte—, consagrándose de esta manera
idéntica solución a la prescripta por el art. 53, último párrafo, que acepta la
procedencia de los aportes efectuados por un valor inferior a la valuación.
Si los títulos no fueran cotizables o no se hubieran cotizado habitualmente en un
período de tres meses anterior al aporte, se valuarán conforme al régimen de bienes
no dinerarios.
El art. 72 de la Resolución General IGJ 15/2015 ha tratado la cuestión del aportes
de títulos valores, prescribiendo los siguientes requisitos: a) Los títulos valores
deben ser individualizados con precisión en el instrumento de constitución, debiendo
constar que ellos son transmitidos a la sociedad y que ésta toma posesión de ellos;
b) Si se trata de títulos valores en serie (obligaciones negociables, por ejemplo),
debe acompañarse certificación de la entidad emisora o de contador público que los

419 
 
identifique y acredite que los mismos se hallan ajustados a la ley 24.587 y su decreto
reglamentario 259/1996; c) Para su valuación de los títulos valores aportados, ella
se justificará: 1) Si ellos cotizaran en Bolsa, con el precio del cierre bursátil del día
anterior al de la constitución de la sociedad, el cual debe indicarse en el instrumento
de constitución de la sociedad con referencia precisa a la fuente de la cual se extrajo
el precio de cotización y 2) Si se tratare de títulos valores que no cotizan, se aplicará
el art. 53 inc. 2º de la ley 19.550 en caso de sociedades por acciones, y en el caso
de los restantes tipos societarios debe acompañarse valuación pericial; en su
defecto, adjuntarse informe de contador público o mencionarse otros antecedentes
justificativos de valuación que resulten idóneos.
En cuanto al aporte de participaciones sociales a la sociedad en formación, el art.
74 de las referidas normas de la autoridad de control prescribe que, a los fines de
su valuación, debe acompañarse certificación de graduado en ciencias económicas
referida a las situaciones previstas en los arts. 31, 32 y 33 de la ley
19.550,conteniendo con respecto a la primera de dichas disposiciones, el cálculo
que demuestre que con el aporte en cabeza de la sociedad que se constituye no
importa, conforme al art. 31 de la ley 19.550, exceso de participación de ella en la
sociedad cuyas participaciones se le transfieren como aporte.

ART. 43.—
Bienes gravados. Los bienes gravados sólo pueden ser aportados por su valor con
deducción del gravamen, el cual debe ser especificado por el aportante.
CONCORDANCIAS: Arts. 2199 y 2208 del Código Civil y Comercial. Resolución General IGJ nº
7/2015, arts. 69 y 70.LSC Uruguay: art. 67.

§ 1. Aportación de bienes afectados a gravamen


La ley 19.550 trata el supuesto de aportes de bienes afectados a los derechos reales
de hipoteca o prenda, tratándose de inmuebles o muebles respectivamente.
En el primer caso, esto es, bienes hipotecados, debe observarse a los efectos de su
aporte, la forma prevista por el art. 2208 del Código Civil y Comercial de la Nación,
por el cual debe hacerse cargo la sociedad de la deuda hipotecaria y contarse con
la conformidad del acreedor hipotecario, pues de lo contrario éste podría perseguir
la cosa en poder del adquirente y pedir su ejecución y venta, como podría hacerlo
contra su deudor (art. 2199 del Código Civil). Prestando por el deudor el
consentimiento a la transferencia del bien hipotecado, y como en tal caso la sociedad
deberá satisfacer tal obligación, es lógico que la ley 19.550 disponga que al aporte
efectuado en tales circunstancias debe descontarse el monto del gravamen.
En el segundo caso, tratándose de bienes prendados sometidos al régimen de la ley
12.962, su art. 9º prevé la cuestión, y dispone que: "El dueño de los bienes
prendados no puede enajenarlos, pudiendo hacerlo solamente en el caso que el

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adquirente se haga cargo de la deuda garantizada, continuando en vigor la prenda
bajo las mismas condiciones en que se constituyó, inclusive en cuanto a la
responsabilidad del enajenante. La transferencia se anotará en el Registro y se
notificará al acreedor mediante telegrama colacionado".
El art. 43 de la ley 19.550 se aplica también a otras restricciones que afectan la libre
disponibilidad del bien dado en aporte, como el embargo y el derecho de
retención(678), aunque se plantea la cuestión si puede ser aportado un bien
embargado en las sociedades de responsabilidad limitada y en las sociedades
anónimas, donde los aportes de bienes no dinerarios solo pueden ser efectuados
tratándose de bienes susceptibles de ejecución forzada (art. 39)(679), aunque la
cuestión resulta más dogmática que real, pues difícilmente la sociedad acepte el
aporte de un bien gravado si no cuenta con la conformidad del acreedor embargante,
que es elemento imprescindible a los fines de llevar a cabo la transferencia a favor
de aquella.
Como la mera posibilidad de que el acreedor particular del socio y embargante del
bien pudiera ejecutar un bien que figura registrado a nombre de la sociedad,
constituye hipótesis que afecta el principio de intangibilidad del capital social, de
evidente orden público, como hemos ya referido, asiste razón entonces a quienes
vedan el aporte de bienes gravados en las sociedades de responsabilidad limitada
y anónima, salvo, como se ha dicho, que el acreedor particular del socio haya
aceptado el cambio de deudor, desistiendo de todas las acciones que pudiera tener
contra su deudor particular. De lo contrario, y pudiendo el acreedor embargante
llevar a cabo la subasta de un bien que pertenece a la sociedad, por deudas
contraídas por el socio aportante, ello resulta frustratorio de la disposición del art.
39 de la ley 19.550, el cual, como hemos visto, solo permite, en las referidas
sociedades, aportar bienes susceptibles de ejecución forzada, pero exclusivamente
por deudas contraídas por la sociedad.

ART. 44.—
Fondo de comercio. Tratándose de aporte de un fondo de comercio, se practicará
inventario y valuación, cumpliéndose con las disposiciones legales que rijan su
transferencia.
CONCORDANCIAS: Ley 11.867: arts. 1º a 13. Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 69, 70 y 73.
; LSC Uruguay: art. 68.

§ 1. Aporte de fondos de comercio. Aplicación de la ley 11.867


La ley 19.550 impone, como requisitos de aportación de establecimientos o fondos
de comercio, la realización por el aportante de un inventario o valuación,
cumpliéndose posteriormente con el procedimiento establecido por la ley 11.867. Se

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tiende de este modo a precisar los elementos que componen el mismo y su
valuación correspondiente, a los efectos de determinar el valor del aporte.
El cumplimiento de las disposiciones de la ley 11.867 tiene un doble objetivo:
proteger, por un lado, a los acreedores del aportante quien puede, con la venta del
establecimiento, dejarlos sin garantía alguna para el cobro de sus créditos. Por otro
lado, tiende a liberar a la sociedad por las obligaciones de su antecesor, en tanto el
fondo de comercio no constituye un sujeto de derecho ni un patrimonio de
afectación. Por ello es que dicho cuerpo legal contiene un régimen de publicidad
muy amplio, a los efectos de que los acreedores del aportante puedan cobrar sus
acreencias, siendo nula tal operación cuando se efectuare por un monto inferior al
de los créditos constitutivos del pasivo confesados por el vendedor más el importe
de los créditos no confesados por este, pero cuyos titulares hubieran hecho la
oposición autorizada por el art. 4º, salvo conformidad de todos los acreedores (art.
8º, ley 11.867).
Es que como toda transferencia de un negocio puede aparejar una disminución de
la responsabilidad patrimonial del vendedor, la ley 19.550 ha exigido el cumplimiento
de las disposiciones de la ley 11.867 para el aporte de un fondo de comercio a una
sociedad.
Puede presentarse el supuesto de que surja un acreedor no denunciado
oportunamente por el socio, en cuyo caso y conforme las enseñanzas de
Halperin(680), el aportante deberá desinteresarlo, pues de lo contrario su aporte no
estaría totalmente integrado y para el caso de que no lo haga, la sociedad
conservará las vías previstas por el art. 37 de la ley 19.550.
Debe tenerse presente finalmente que el procedimiento previsto por el art. 44 de la
ley 19.550 es de frecuente aplicación para evitar la liquidación de una sociedad
cuando se ha omitido prorrogar en tiempo oportuno su plazo de duración (art. 95,
LSC) y la sociedad no se encuentre en condiciones de resolver la reconducción del
contrato social, por haberse inscripto ya la designación del liquidador. En cuyo caso,
y a los fines de conservar la empresa en funcionamiento, los socios en su totalidad
aportan a la nueva sociedad —llamada comúnmente continuadora— el fondo de
comercio de la sociedad disuelta, recibiendo obviamente idéntica participación
societaria que tenían en ésta.
De no cumplirse con la totalidad del trámite previsto por la ley 11.867, no puede
hablarse de aporte de un fondo de comercio, sino de bienes no dinerarios, en cuyo
caso deben cumplirse con los requisitos sustanciales y formales previstos para cada
uno de ellos (art. 38 inc. 2º de la ley 19.550)(681).
La Resolución General 7/2015 de la Inspección General de Justicia, en su art. 73 y
a los fines de evitar maniobras tendientes a afectar el capital social de la sociedad
en formación, ha previsto una serie de normas para asegurar el verdadero y real
valor del establecimiento aportado, requiriendo los siguientes requisitos: 1) Balance
especial del fondo a la fecha del aporte, con informe de auditoría e inventario
resumido a esa fecha, firmado por todos los socios y certificado por contador público,
certificada en el primer caso y legalizada por el colegio profesional correspondiente
en el segundo; 2) Informe de contador público matriculado sobre el origen y
contenido de cada rubro principal del inventario; criterio de valuación empleado y su
justificación técnica y legal; 3) Opinión fundada sobre la rentabilidad del fondo de
comercio durante el año inmediato anterior al aporte y d) finalmente, detalle de los
libros en que está transcripto el inventario.

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ART. 45.—
Aportes de uso o goce según los tipos de sociedad. Se presume que los bienes se
aportaron en propiedad si no consta expresamente su aporte de uso o goce.
El aporte de uso o goce sólo se autoriza en las sociedades de interés. En las
sociedades de responsabilidad limitada y en las sociedades por acciones sólo son
admisibles como prestaciones accesorias.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 38 a 50; Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 69, 70 y
100.LSC Uruguay: arts. 62, 69.

§ 1. Aportes de bienes en uso y goce


La ley 19.550 acepta, para determinados tipos sociales, la aportación de bienes en
uso y goce (locación, usufructo, etc.), aunque los admite como excepción, sentando
como principio general una presunción iuris tantum(682)en el sentido de que si no
consta en el contrato en forma expresa que el aporte lo ha sido en uso y goce, se
presume que los bienes han sido transferidos en propiedad a la sociedad.
Este tipo de aportes sólo se admite lógicamente en las sociedades de interés, en las
cuales, por responder los socios en forma ilimitada y solidaria, aunque subsidiaria,
no resulta imprescindible que los bienes aportados sean susceptibles de ejecución
forzada. Por el contrario, en las sociedades de responsabilidad limitada y por
acciones —con excepción de los socios comanditados en las sociedades en
comandita por acciones— en tanto el capital social de la sociedad es la única
garantía de los acreedores sociales —función de garantía del capital social— la ley
no admite la aportación en uso y goce, salvo como prestaciones accesorias, que,
como se verá al analizar el art. 50, son obligaciones complementarias a que pueden
comprometerse los socios —trabajo personal, arrendamiento de determinadas
maquinarias—, pero qué de manera alguna, y bajo ningún concepto, integran el
capital social.
Debe tenerse en cuenta que el uso que deba hacerse del bien aportado en tales
condiciones será el que por su naturaleza está destinado a prestar (2145, Código
Civil y Comercial de la Nación).
Finalmente, el art. 49 de la ley 19.550 establece que en el supuesto de aportación
de un bien en tales condiciones, el socio soportará la pérdida total o parcial cuando
no fuere imputable a la sociedad o a alguno de los otros socios, aunque admite la
procedencia de un pacto en contrario. En consecuencia, si el bien se deteriora a raíz
del uso que se hiciera del mismo, el aportante nada puede reclamar; pero si el bien
es utilizado para otro uso que el que le es inherente, o sufre daños por negligencia
de la sociedad u otro socio, tiene derecho de reclamar los daños y perjuicios
correspondientes. Disuelta la sociedad, puede exigir su restitución en el estado en
que se encuentra (art. 49, último párrafo de la ley 19.550), pues como ha resuelto la
jurisprudencia, si se aportó un bien a la sociedad en uso y goce, el socio propietario

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se encuentra en situación similar a la de un tercero respecto de la sociedad, no
debiendo esperar que las deudas sociales se solventen recibiendo el bien en el
estado en que se encuentra, porque el dueño sufre los deterioros ocasionados(683).

ART. 46.—
Evicción. Consecuencias. La evicción autoriza la exclusión del socio, sin perjuicio de
su responsabilidad por los daños ocasionados. Si no es excluido, deberá el valor del
bien y la indemnización de los daños ocasionados.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 47, 48, 54, 91, 92; Resolución General IGJ nº 7/2015, art.
69.LSC Uruguay: art. 71.

ART. 47.—
Evicción: reemplazo del bien aportado. El socio responsable de la evicción podrá
evitar la exclusión si reemplaza el bien cuando fuere sustituible por otro de igual
especie y calidad, sin perjuicio de su obligación de indemnizar los daños
ocasionados.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 46, 48, 91, 92. Resolución General IGJ nº 7/2015, art.
69.LSC Uruguay: art. 71.

ART. 48.—
Evicción: usufructo. Si el aporte del socio fuere el usufructo del bien, en caso de
evicción se aplicará el art. 46.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 45, 46, 49. Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 69. LSC Uruguay:
art. 71.

§ 1. Régimen de evicción en materia de aportes


Como es sabido, quien enajena a título oneroso un bien determinado no cumple
totalmente con su obligación mediante la entrega del mismo, sino que está obligado
a garantizar a su adquirente un uso y goce pacíficos, libres de toda reclamación

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legítima que terceros pudieran efectuar. La ley 19.550 ha contemplado tal hipótesis
en los arts. 46 y 47, configurando la evicción un supuesto de "justa causa" de
exclusión, en los términos del art. 91 de la Ley de Sociedades, sin perjuicio de la
responsabilidad patrimonial del aportante por los daños ocasionados (art. 54).
Sin embargo, y como la evicción no supone necesariamente mala fe del socio
aportante, la sociedad puede optar por reclamarle el valor del bien y la
indemnización de los daños ocasionados.
Cuestión interesante es analizar si la existencia de evicción autoriza a la sociedad a
excluir directamente al socio involucrado en la cuestión, mediante las mayorías
previstas para la reforma del contrato social, de conformidad con lo dispuesto por
el art. 37 de la ley 19.550 o si, por el contrario, lo que resuelve la asamblea o la
reunión de socios es la promoción de la acción judicial de exclusión, atento a que,
como principio general, y a salvo la excepción prevista por el art. 37de la ley
19.550, la exclusión de un socio siempre la dispone el juez, luego de un amplio
proceso de conocimiento.
Bien es cierto que se trata de un problema de aportes y ello podría autorizar a
sostener, como lo hace Roitman(684), que la sociedad podría excluir directamente al
socio sin necesidad de acción judicial, habida cuenta la vinculación entre los arts.
37 y 46, que se encuentran incluidos en la misma sección del Capítulo I de la ley
19.550. Sin embargo, siendo la exclusión del socio, cuando es resuelta directamente
por la sociedad sin actuación judicial, un supuesto excepcional, ella debe quedar
reservada exclusivamente a la hipótesis en que el socio no cumpla con la integración
de aporte en el plazo convenido y no cuando las circunstancias que rodean el
incumplimiento del socio no resultan tan claras de definir, como lo es la existencia
de evicción en el aporte, supuesto en donde cobra operatividad el art. 91 de la ley
19.550, siendo entonces necesaria la decisión de la sociedad de iniciar la acción
judicial y la decisión del juez de ordenar la exclusión.
Se ha discutido asimismo, si puede disminuirse o suprimirse contractualmente la
garantía de evicción, en los términos del art. 1036 del Código Civil y Comercial de
la Nación. Sobre el punto, coincido con Halperin, que juzga inaplicable tal disposición
legal en materia societaria, donde existen intereses generales en juego, pues de
admitirse tal criterio los terceros podrían ver disminuida la garantía que constituye el
patrimonio social para el cobro de sus acreencias, afectándose el principio de la
intangibilidad del capital social, máxime tratándose de sociedades por acciones o de
responsabilidad limitada, atento la restringida responsabilidad patrimonial de los
socios.
Un supuesto concreto de aplicación del art. 46 lo constituye el aporte de un fondo
de comercio, en tanto es obligación implícita de todo vendedor de un establecimiento
mercantil, el abstenerse de instalarse en un radio próximo, actuación que la doctrina
y jurisprudencia ha entendido como una obligación de no concurrencia que
constituye cláusula implícita en todo contrato de venta de establecimientos
comerciales. De manera tal que si el vendedor incumple con esta obligación, la
sociedad podrá excluir al socio infractor, sin perjuicio de su responsabilidad por los
daños y perjuicios ocasionados.
El art. 47 de la ley 19.550 prescribe que el socio responsable por la evicción podrá
evitar la exclusión si reemplaza el bien cuando fuera sustituible por otro de igual
especie y calidad, sin perjuicio de su obligación de indemnizar los daños causados.
Ello ha llevado a parte de la doctrina a sostener que el reemplazo de los bienes debe
ser anterior a la notificación de la exclusión, porque luego ella habría operado(685).
Por su parte, otro sector de nuestra doctrina predica la aplicación analógica de la

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solución prevista por el art. 41 de la ley 19.550, que otorga un plazo de 30 días a
contar a partir de la notificación efectiva de la exclusión del socio(686), solución que
parece más acorde con la intención del legislador y tanto más cuando somos de la
opinión, como hemos dicho, que la exclusión del socio debe ser en este caso,
resuelto por vía judicial.
La solución consagrada por el art. 47 de la ley 19.550, en tanto establece que el
socio podrá evitar su exclusión si reemplaza el bien aportado cuando fuere
sustituible por otro de igual especie y calidad, sin perjuicio de su obligación de
indemnizar los daños ocasionados, no resulta procedente en el caso que el
aportante conociese el vicio que diera lugar a la evicción, pues la sociedad no está
obligada a admitir en su seno a quien ha actuado deliberadamente en su perjuicio,
naciendo incluso una acción individual de exclusión, en los términos del art. 91 del
ordenamiento societario.
Finalmente, en el art. 48 de la ley 19.550 se dispone que si el aporte del socio fuera
en usufructo —uso y goce— del bien, la ley 19.550 no autoriza al aportante a evitar
la evicción reemplazando el bien en los términos del art. 47, sino que rige
exclusivamente el art. 46. En consecuencia, la sociedad puede excluirlo o reclamarle
el valor del bien, con las indemnizaciones del caso.

§ 2. Existencia de vicios redhibitorios en el bien aportado


En cuanto a la responsabilidad del aportante por los vicios redhibitorios del bien
aportado y aún cuando la ley 19.550 no contemple tal hipótesis, la doctrina es
unánime en sostener la aplicación analógica de las disposiciones señaladas en los
párrafos precedentes (arts. 46 a 48)(687)y sobre tal base, la sociedad podrá ejercer,
además de las acciones previstas en dichas normas, la acción quanti minoris, que
es propia del adquirente de un bien con vicios redhibitorios, exigiendo al socio
aportante la diferencia entre el valor de lo prometido y el valor disminuido por el vicio
del bien(688).

ART. 49.—
Pérdida del aporte de uso o goce. Si el aporte es de uso o goce, salvo pacto en
contrario, el socio soportará la pérdida total o parcial cuando no fuere imputable a la
sociedad o a alguno de los otros socios. Disuelta la sociedad, puede exigir su
restitución en el estado en que se hallare.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 45, 48, 92 inc. 4, 109. Resolución General IGJ nº 7/2015, art.
69.LSC Uruguay: art. 62.
Corresponde remitirse al comentario efectuado al art. 45.

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ART. 50.—
Prestaciones accesorias. Requisitos. Puede pactarse que los socios efectúen
prestaciones accesorias.
Estas prestaciones no integran el capital, y
1) tienen que resultar del contrato; se precisará su contenido, duración, modalidad,
retribución y sanciones en caso de incumplimiento.
Si no resultaren del contrato se considerarán obligaciones de terceros;
2) deben ser claramente diferenciadas de los aportes;
3) no pueden ser en dinero;
4) sólo pueden modificarse de acuerdo con lo convenido o, en su defecto, con la
conformidad de los obligados y de la mayoría requerida para la reforma del contrato.
Cuando sean conexas a cuotas de sociedades de responsabilidad limitada, su
transmisión requiere la conformidad de la mayoría necesaria para la modificación
del contrato, salvo pacto en contrario; y si fueran conexas a acciones, estas deberán
ser nominativas y se requerirá la conformidad del directorio. [Texto según ley
22.903]
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 11, 45, 152; ley 20.744: art. 29. Resolución General
IGJ nº 7/2015, art. 69.LSC Uruguay: art. 73.

§ 1. Prestaciones accesorias. Importancia


Las prestaciones accesorias, si bien pueden ser aportadas en todos los tipos
sociales, revisten especial importancia en aquellos en los cuales los aportes no
pueden sino consistir en bienes susceptibles de ejecución forzada (art. 39), esto es,
en las sociedades por acciones y en las sociedades de responsabilidad limitada.
Supóngase el caso de un socio que aporta determinada maquinaria, de complejo
funcionamiento, y cuya técnica requiere estudios o prácticas que sólo el aportante
conoce. En este caso, éste podrá aportar su trabajo personal, precisamente como
prestación accesoria.
Antonio Brunetti(689)nos suministra un práctico ejemplo de la importancia de este tipo
de prestaciones, señalando que en Alemania se constituyen sociedades anónimas
con prestaciones accesorias a fin de poner en común las prestaciones particulares
de los socios, o de una parte de ellos, como ocurre con los dueños de terrenos en
que se cultivan remolachas azucareras de una determinada zona, quienes
constituyen la sociedad para la explotación de la industria azucarera, efectuando los
aportes en dinero, o eventualmente en especie, obligándose además a suministrar
anualmente a la sociedad, a un determinado precio, unas cantidades de productos
señalados para su industrialización.

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§ 2. Características de las prestaciones accesorias
El art. 50 es minucioso en precisar sus características, disponiendo en tal sentido:
a) No integran el capital social, y en consecuencia su aportante no ve acrecentados
sus derechos en la sociedad. Por ello, las prestaciones accesorias no están
sometidas a las limitaciones del art. 39.
b) Pueden consistir en prestaciones personales o incluso obligaciones de no hacer,
y ello se justifica, pues los socios en las sociedades por acciones y de
responsabilidad limitada no tienen la obligación de abstenerse de realizar
actividades en competencia con el ente, a diferencia de sus administradores.
Asimismo, los demás socios no garantizan la efectividad de la prestación, que para
los aportes en las sociedades de responsabilidad limitada establece el art. 150(690).
c) Deben estar determinados en el contrato, así como sus modalidades, retribución,
duración y sanciones en caso de incumplimiento. La ley 19.550 no establece pautas
para ello, y puede aceptarse como válida forma de remuneración la consistente en
incremento de las utilidades o una retribución mensual o periódica, pero ello no obsta
a que la prestación pueda aportarse en forma gratuita, pues la onerosidad no hace
a la esencia de las mismas(691).
d) Deben ser claramente diferenciadas de los aportes, por las razones expuestas, y
no pueden consistir en dinero, pues se desnaturalizaría el fin a que están destinadas.
e) Sólo pueden modificarse de acuerdo con lo convenido en el contrato social, o en
su defecto, con la conformidad de los obligados y de la mayoría requerida para la
reforma del contrato.
La jurisprudencia ha mitigado estos requisitos, que pueden calificarse como
demasiado estrictos, en tanto nada obsta a la realización de prestaciones accesorias
efectuadas por un socio, cuando ellas no estuvieran expresamente previstas en el
contrato social, pero fueran necesarias para el desarrollo de la compañía. Así fue
resuelto en el caso "Viscosa Carlos y otro c/ Elat Sociedad Anónima y otros sobre
ordinario", en donde se resolvió por el reconocimiento de prestaciones accesorias
cuando la sociedad demandada recibió servicios de algunos accionistas,
consistentes en el manejo de las maquinarias, indicación de proveedores, contactos
comerciales etc., que fueron indispensables para el desarrollo de su actividad
productiva y que no fueron considerados como aportes societarios al momento de
su constitución(692).
En cuanto a las sanciones en caso de incumplimiento, pueden variar conforme a la
magnitud del mismo, reclamándose los daños y perjuicios ocasionados, sanciones
pecuniarias conminatorias (art. 730 del Código Civil y Comercial de la Nación), e
incluso la exclusión del socio, en las sociedades en donde es de procedencia esta
causa de resolución parcial, pues no cabe dudar que ello constituye un grave
incumplimiento de las obligaciones del socio (art. 91 de la ley 19.550).
Si la remuneración por las prestaciones accesorias no estuviesen determinadas en
el contrato social, su aportante podrá reclamar su remuneración como cualquier
locador de obra, pudiendo hacerlo incluso judicialmente (arts. 1253 y ss., CCyCN).

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Finalmente, el último párrafo del art. 50 de la ley 19.550 establece que el socio de
una sociedad de responsabilidad limitada que hubiera aportado,
independientemente de la suscripción de las cuotas sociales, determinada
prestación accesoria, para la transferencia de aquellas requerirá en todos los casos
la conformidad de la mayoría necesaria para las modificaciones del contrato, vale
decir el voto favorable de las tres cuartas partes del capital social, salvo que el
contrato constitutivo hubiera previsto que dicha mayoría sea, como mínimo, más de
la mitad del capital social, recordándose al respecto que de acuerdo con el nuevo
art. 160, tratándose de sociedades de responsabilidad limitada de dos socios, se
requiere, para este caso, la unanimidad (art. 160, párr. 3º, LSC); ello, siempre y
cuando esa prestación accesoria sea conexa a las cuotas que haya suscripto. Si las
prestaciones accesorias fueran conexas a acciones, su transferencia requerirá la
conformidad del directorio, señalándose al respecto que, de acuerdo a lo dispuesto
por el art. 214 de la ley 19.550 la decisión del órgano que rechace la transferencia
de acciones debe ser fundada(693).

§ 3. Las prestaciones accesorias en la Ley de Contrato de Trabajo


Si la prestación accesoria consiste en una prestación de servicios del socio o del
accionista que configura una relación de trabajo (art. 22 de la ley 20.744) entre éste
y la sociedad, resulta aplicable la Ley de Contrato de Trabajo (art. 27 de dicho
cuerpo legal)(694), habiendo sostenido la jurisprudencia de nuestros tribunales
laborales que si bien la posibilidad de aportar trabajo como prestación accesoria
está prevista en los arts. 38 y 50 de la ley 19.550, corresponde aplicar el art. 27 de
la ley 20.744, el cual prescribe que si tales prestaciones cumplen con las
condiciones de principalidad y habitualidad, se considerarán obligaciones de
terceros respecto de la sociedad y quedarán regidas por la Ley de Contrato de
Trabajo(695).

§ 4. Las prestaciones accesorias en el Anteproyecto de Ley de


Sociedades Anónimas Deportivas elaborado por el Ministerio de
Justicia y Derechos Humanos de la Nación
Durante el año 1998, y a los fines de proyectar un sistema normativo para las
entidades que se dedican al deporte profesional de la República Argentina, y habida
cuenta el desolador panorama económico, financiero y organizativo que ofrecían
nuestros tradicionales "clubes de fútbol" el Ministerio de Justicia y Derechos
Humanos de la Nación, convocó a una comisión integrado de abogados
especializados en el tema y profesores de derecho comercial (resolución 412 del 3
de junio de 1998), integrando dicha comisión los Dres. Agricol de Bianchetti,
Guillermo Ragazzi, Ernesto Martorell, Luis Porcelli y quien escribe estas líneas,
quienes presentaron su proyecto en el mes de noviembre de ese mismo año, cuerpo
normativo que si bien fue motivo de amplios y fundados debates en círculos

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académicos, nunca fue objeto de tratamiento por el Congreso de la Nación, debido
a la resistencia que dicho proyecto despertó entre la gente vinculada al deporte
profesional, en especial del fútbol, ante la posibilidad cierta de que la consagración
legislativa de ese cuerpo de normas pudiera terminar con la nula transparencia de
los negocios vinculados al deporte(696).
Precisamente, una de las notas más características de ese anteproyecto fue que el
modelo de "sociedad anónima deportiva" no era de obligatoria adopción para las
asociaciones civiles dedicadas al deporte ("clubes"), a diferencia de lo que aconteció
en el Reino de España, pero que, en caso de optar por este esquema societario, la
asociación civil debía convertirse en accionista obligado de la nueva sociedad, con
una participación accionaria no menor del cinco por ciento de ésta y con amplios
derechos de control y de información, además de tener un derecho de veto para
evitar que la mayoría del capital pudiera adoptar determinadas resoluciones en
perjuicio de los intereses del club.
Pero quizás la mayor particularidad del aludido anteproyecto se centró en su art. 9º,
en cuanto previó, como condición esencial para la constitución y la existencia de las
sociedades anónimas deportivas, el aporte a la misma, por parte de la asociación
civil o club deportivo, y en calidad de prestación accesoria en los términos del art.
50 de la ley 19.550, de la totalidad de los derechos que implica para la sociedad
anónima deportiva, la participación en las competencias profesionales organizadas
por la asociación o liga correspondiente, entre las cuales correspondía incluir el
derecho a la denominación del equipo, los derechos económicos de las
transferencias y de disposición de los jugadores profesionales que integran el plantel
en los torneos nacionales e internacionales, incluyendo los derechos de registrar las
altas y bajas de los jugadores a nombre de la asociación civil, el derecho al uso de
logotipos, nombres, denominaciones, escudos, emblemas, insignias, colores y
cualquier otro signo distintivo que indique en su actuación deportiva profesional a la
asociación o entidad civil, el derecho al uso de los estadios, gimnasios e
instalaciones complementarias, los derechos de televisión, radio, cine, publicidad y
de cualquier otro medio de comunicación oral, radial, gráfica, televisiva, satelital, en
sus distintas manifestaciones y ámbitos de aplicación, nacionales e internacionales.
Quedó en claro en dicho anteproyecto que las instalaciones del club y los jugadores
pertenecen siempre a la asociación civil o club deportivo, y que éste solo cede a la
sociedad anónima los derechos económicos provenientes de la explotación del
espectáculo y de la transferencia de los integrantes del plantel profesional, lo cual
asumía importancia fundamental ante la quiebra de la sociedad anónima o el
incumplimiento de la contraprestación dineraria que ésta deberá hacer por la
prestación accesoria efectuada por la entidad civil, en el sentido de que tales
circunstancias provocarán la automática caducidad de dicha prestación, con el
consiguiente derecho de la asociación de constituir una nueva sociedad anónima
deportiva con otros inversores, conservando sus instalaciones y jugadores.
La prestación accesoria efectuada por el club deportivo que era "accesoria" del
aporte inicial, en el sentido técnico que le asigna el art. 50 de la ley 19.550, tenía,
en el referido anteproyecto, una contraprestación económica por parte de la
sociedad anónima deportiva, que debería calcularse al momento de la constitución
de la misma, pues sin esa prestación no existía la posibilidad de constituir la referida
sociedad y para la fijación de su valor el club deportivo debía tener en cuenta sus
gastos residuales.
Como hemos antes señalado, el Anteproyecto de Ley de Sociedades Anónima
Deportivas elaborado por el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación

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no fue objeto de tratamiento legislativo por el Congreso de la Nación, pero como el
panorama que ofrecían los clubes de fútbol por ese entonces —y que por supuesto
continúa en la actualidad— era realmente desalentador, entró en escena la
Asociación del Fútbol Argentino, cuyos dirigentes aprobaron en una reunión
celebrada el 7 de marzo de 2000, el denominado "Plan de Recuperación mediante
inversiones privadas en el fútbol argentino", que permitió que el club profesional, en
estado de crisis, presente o futura, otorgue a favor de determinadas personas
jurídicas, la gestión integral de la disciplina del fútbol profesional del club, incluso
con cesión de los derechos sobre bienes materiales e inmateriales o servicios
necesarios para el desarrollo de la actividad de ese deporte.
Nadie que medianamente conoce el mundo del deporte en la República Argentina
en general y del fútbol profesional en particular, puede desconocer el fracaso más
absoluto que tuvo en los años siguientes la "gestión" del fútbol profesional en manos
de "gestores" oportunistas, escondidos detrás de determinadas sociedades
comerciales, integradas no siempre por personas físicas o empresarios de
intachable conducta, quienes, como si fuera poco, optaron por esconderse detrás
de sociedades extranjeras off shore, para evitar cualquier responsabilidad
patrimonial por las consecuencias negativas de una gestión que la realidad
demostró que muy pocas veces fue exitosa(697). Por ello, la novedad que introdujo el
Anteproyecto, en el sentido de evitar que los bienes y derechos del club de fútbol —
muchos de ellos centenarios—, no pasaran a formar parte del patrimonio de la
sociedad anónima deportiva, sino que fueran cedidos a ésta mediante la figura de
la "prestación accesoria" prevista por el art. 50 de la ley 19.550, era desde todo
punto de vista preferible.

ART. 51.—
Valuación de aportes en especie. Los aportes en especie se valuarán en la forma
prevenida en el contrato o, en su defecto, según los precios de plaza o por uno o
más peritos que designará el juez de la inscripción.
Sociedades de responsabilidad limitada y en comandita simple. En las sociedades
de responsabilidad limitada y comandita simple para los aportes de los socios
comanditarios, se indicarán en el contrato los antecedentes justificativos de la
valuación.
En caso de insolvencia o quiebra de la sociedad, los acreedores pueden impugnarla
en el plazo de cinco años de realizado el aporte. La impugnación no procederá si la
valuación se realizó judicialmente.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 11, 52, 53. Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 69 y
71; LSC Uruguay: arts. 63, 64, 228.

ART. 52.—

431 
 
Impugnación de la valuación. El socio afectado por la valuación puede impugnarla
fundadamente en instancia única, dentro del quinto día hábil de notificado, y el juez
de la inscripción la resolverá con audiencia de los peritos intervinientes.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 51, 53. Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 69 y 71. LCS Uruguay:
art. 64.

ART. 53.—
Sociedades por acciones. En las sociedades por acciones la valuación, que deberá
ser aprobada por la autoridad de contralor, sin perjuicio de lo dispuesto en el art.
169, se hará:
1) por el valor de plaza, cuando se tratare de bienes con valor corriente;
2) por valuación pericial, cuando a juicio de la autoridad de contralor no pueda ser
reemplazada por informes de reparticiones estatales o bancos oficiales.
Se admitirán los aportes cuando se efectúen por un valor inferior a la valuación, pero
se exigirá la integración de la diferencia cuando fuere superior. El apostante tendrá
derecho de solicitar reducción del aporte al valor resultante de la valuación siempre
que socios que representen tres cuartos del capital, no computado el del interesado,
acepten esa reducción.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 51, 52, 169; Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 69 y
71.LSC Uruguay: arts. 72, 282.

§ 1. Régimen de valuación de los bienes no dinerarios. Régimen


legal e impugnación
Partiendo de la base de que el capital social se forma con el conjunto de los bienes
aportados por los socios y que éstos, independientemente de ser indispensables
para el funcionamiento de la sociedad y presupuesto de la personalidad jurídica de
la misma, constituyen para ciertos tipos sociales la única garantía con que cuentan
los terceros para satisfacer sus acreencias, la ley 19.550 ha establecido un régimen
muy específico para la valuación de los aportes en especie tendiente, como se ha
dicho, a proteger el principio de la intangibilidad del capital social y los derechos de
los terceros acreedores de la compañía.
Sin embargo, este régimen varía según el tipo de sociedad de que se trate y la
responsabilidad asumida por cada socio y en consecuencia, en las sociedades de
personas o "por parte de interés", como se las denomina alternativamente, la ley
19.550 sólo delega en los socios la valuación de los aportes en especie y
únicamente exige que en el contrato constitutivo se expliciten los métodos de
valuación empleados. En estas sociedades, como hemos explicado, la protección
del capital social no es priorizado, pues los terceros cuentan con la garantía de la
responsabilidad ilimitada y solidaria de los socios por las obligaciones sociales.

432 
 
En las sociedades en comandita simple, para el aporte de los socios comanditarios
y en las sociedades de responsabilidad limitada, la ley 19.550 requiere la indicación
en el contrato social de los antecedentes justificativos de la valuación, para lo cual
se ha admitido la remisión a facturas, catálogos, informes, precios de plaza, etc.,
elementos que pueden obrar en la sede social.
Completando el panorama para las sociedades de responsabilidad limitada, el art.
150 de la ley 19.550 hace responsables, en forma solidaria e ilimitada, a los socios
frente a los terceros por la sobrevaluación de los bienes en especie.
Puede suceder que los socios no estén de acuerdo con la valuación asignada al
bien aportado por uno de ellos, situación que no se ha presentado con frecuencia
en nuestros tribunales pero que puede presentarse, excepcionalmente, cuando el
valor representativo de ese aporte otorgue la formación de la voluntad social. En
este caso, el art. 52 de la ley 19.550 otorga a los socios la facultad de solicitar al
juez de la inscripción —hoy a la Inspección General de Justicia, en la Capital
Federal— o autoridad de control, la designación de uno o más peritos, cuya
especialización variará de acuerdo con la naturaleza del bien aportado. Efectuado
el dictamen correspondiente, éste puede ser impugnado por él o los socios
afectados, dentro del plazo de cinco días de notificado, debiéndose fundamentar la
discrepancia con los valores asignados, en cuyo caso resolverá el magistrado o
funcionario, con audiencia de los peritos intervinientes. La resolución del juez o
funcionario será inapelable.

§ 2. Derecho de los acreedores de la sociedad


Finalmente, el art. 51, párrafo 2º de la ley 19.550 deja a salvo la facultad de los
acreedores de la sociedad, en caso de insolvencia o quiebra de la misma, de
impugnar los valores asignados por los socios a los aportes en especie, en el plazo
de cinco años de realizados los mismos, salvo que dicha valuación haya sido
practicada de conformidad a lo dispuesto por el art. 52.
La solución prevista por el art. 51 tercer párrafo de la ley 19.550, en tanto establece
como plazo de prescripción de la acción de los acreedores el de cinco años a contar
desde que los aportes hayan sido efectuados, resulta a nuestro juicio equivocada,
pues podría ocurrir que cuando estos acreedores pretendan ejercerla, en los únicos
supuestos previstos por la norma, esto en, en caso de insolvencia o quiebra de la
sociedad, la prescripción ya se ha producido, lo cual constituye solución
inaceptable. Estimamos mucho más acorde con la solución prevista por el
legislador, que el plazo de la acción de impugnación de la valuación efectuada por
los socios, comience con la declaración de quiebra del ente, máxime teniendo en
cuenta que, conforme a la redacción de la norma en análisis, los términos "quiebra"
e "insolvencia" parecen haber sido empleadas como sinónimos.

433 
 
§ 3. Régimen de valuación de aportes no dinerarios a sociedades por
acciones
En materia de sociedades por acciones, la ley, en el art. 53 de la ley 19.550 ha
estatuido un procedimiento de valuación específico para los aportes no dinerarios,
en razón de encontrarse interesado el orden público, por lo que dicha valuación no
es dejada al arbitrio de las partes contratantes, como resulta del art. 51 para las
sociedades mercantiles en general(698), sino que debe ser aprobada por la autoridad
de contralor —Inspección General de Justicia—, que al efecto ha señalado
importantes pautas en los arts. 70 a 74 de las resolución general 7/2015.
Las severas exigencias previstas por el art. 53 de la ley 19.550 para la valuación de
los aportes en especie, se funda, conforme se dispuso en una trascendente
resolución de la Inspección General de Justicia, en el excepcional régimen de
limitación de responsabilidad que asumen los socios de las sociedades anónimas,
acotado a la integración de las acciones suscriptas por cada uno de ellos (art. 163),
que exige asegurar con mayor rigor que para los demás tipos sociales, la efectiva
integración del capital suscripto, pues la sociedad responderá de sus obligaciones
solamente con él. Consecuencia de esa excepcional limitación de responsabilidad
son las mayores exigencias que a ley ha establecido respecto del capital social y a
su efectiva preservación durante toda la vida social, tendiente a proteger el principio
de la intangibilidad o permanencia de aquel(699).
De acuerdo con las pautas previstas por el art. 53 de la ley 19.550, la valuación de
los aportes no dinerarios en las sociedades por acciones deberá hacerse:
1) Por el precio de plaza, cuando se tratare de bienes con valor corriente;
2) Por valuación pericial, cuando a juicio de la autoridad de control no pueda ser
reemplazada por informes de reparticiones estatales o bancos oficiales.
En materia de valuación de los aportes de bienes inmuebles, la Inspección General
de Justicia requiere, en el art. 70 de la resolución general 7/2015, la valuación fiscal
del bien, o en su caso, justificación de valor asignado, mediante tasación practicada
por perito matriculado con título universitario habilitante de la especialidad que
corresponda o por organismo oficial, debiendo estar la firma del profesional
legalizada por la entidad de superintendencia de su matrícula. Establece esta norma
administrativa que el perito que practique la tasación debe ser independiente,
entendiéndose por tal a quien no sea socio, administrador, gerente o síndico de la
sociedad ni esté en relación de dependencia con ella.
En cuanto a la valuación de los aportes de bienes muebles, el art. 71 de las referidas
Normas se remite a los incs. 1º y 2º del art. 53 la ley 19.550 y si se efectúa valuación
pericial, los peritos intervinientes deben ser matriculados con título universitario
habilitante en la especialidad que corresponda a los bienes de que se trate y su firma
legalizada por la autoridad de superintendencia de su matrícula, siendo también
admisible la justificación de la valuación mediante informe del banco oficial.
Finalmente, en materia de sociedades por acciones, y a diferencia de lo que
acontece en las sociedades de responsabilidad limitada, no existe responsabilidad
alguna por parte de los socios en lo atinente a la valuación de los aportes, en razón
de la activa participación de la autoridad de contralor(700).

434 
 
§ 4. Infravaluación de los aportes de bienes no dinerarios
Siempre circunscripto a las sociedades por acciones, el último párrafo del art. 53 de
la ley 19.550 admite el aporte cuando se efectúa por un valor inferior a la valuación,
pero no por un valor superior, en cuyo caso, y a los fines de preservar la
intangibilidad del capital social, se exigirá al socio aportante la integración de la
diferencia. Es el supuesto de haberse aportado un bien valuado de acuerdo al
informe de repartición estatal, pero cuyo valor resulta inferior conforme pericia
exigida por la autoridad de contralor, el aportante tendrá derecho a solicitar la
reducción del aporte al valor resultante de la valuación, siempre y cuando los socios
que representen tres cuartas partes del capital —no computado el del interesado—
acepten esa reducción. De lo contrario, no obtenida esa conformidad, el aportante
deberá integrar la diferencia hasta alcanzar el valor asignado a su aporte en el
instrumento constitutivo.

§ 5. Críticas al régimen legal para la valuación de los aportes en


especie
El régimen previsto por la ley 19.550 para la valuación de los aportes en especie ha
sido objeto de serias críticas, fundamentalmente por las demoras del organismo de
control en la aprobación de los mismos.
Por otra parte, la intervención del juez de registro o autoridad de control para dirimir
las desinteligencias de los socios en la valuación asignada a los aportes en especie,
constituye un procedimiento contencioso que es preferible evitar, en la medida que
los socios pueden contar, para resolver esas diferencias, con otros mecanismos,
como, por ejemplo, la designación por los mismos de un experto, cuando los socios
consideren necesario que la valuación de los bienes en especie deba ser realizada
por un especialista(701).
Por otra parte, la práctica demostró que los socios nunca recurrieron a este
procedimiento judicial o administrativo, y la ausencia total de precedentes
jurisprudenciales así lo confirman, pues parece más adecuado al acontecer diario
de las cosas, que si quienes pretenden constituir una sociedad no están de acuerdo
con la valuación que uno de los socios adjudicó a su aporte en especie, aquellos
directamente se abstendrán de constituir la sociedad, evitando la existencia de un
grave conflicto al momento de la formación de la misma, que la experiencia indica
que costará mucho superar en el futuro.
Creemos que las críticas son fundadas y que los arts. 51 a 53 de la ley
19.550, requieren una urgente modificación, pues bastaría que los socios,
cualquiera fuera el tipo social elegido, hagan mención de los antecedentes
justificativos de la valuación asignada a los bienes en especie, pero incorporando a
su vez, para todos los tipos sociales, el régimen de responsabilidad previsto por
el art. 150 de la ley 19.550 para los socios de las sociedades de responsabilidad
limitada, en las cuales la sobrevaluación de los aportes en especie, al tiempo de la
constitución o del aumento del capital social, hace solidaria e ilimitadamente
responsables a todos los socios por el plazo previsto por el art. 51 in fine de la ley
en análisis.

435 
 
Este régimen, del cual podrían exceptuarse los socios de las sociedades anónimas
que hacen cotización pública de sus acciones, cumpliría el objetivo de garantizar a
los terceros en forma suficiente la seriedad de las valuaciones de los aportes en
especie y con ello se custodia adecuadamente el principio de la intangibilidad del
capital social, verdadero fundamento del régimen previsto por el legislador en los
arts. 51 a 53. Ello, en forma alguna, menoscaba el régimen de la responsabilidad
limitada de los accionistas de las sociedades anónimas pues como hemos ya
señalado, éste no constituye un dogma sacrosanto de nuestra legislación, sino un
principio general que —como todos— puede sufrir excepciones y que no es tampoco
ajeno a los supuestos previstos por el art. 10 del Código Civil y Comercial de la
Nación (abuso del derecho). Repárese, a mero título de ejemplo, que la propia ley
19.550 incorpora algunas normas que afectan al principio de la limitación de la
responsabilidad de los accionistas al monto de las acciones suscriptas, como por
ejemplo, el instituto del reintegro del capital social previsto en el art. 96 y la solución
incorporada al art. 254 de la ley 19.550, en cuando prescribe la responsabilidad
solidaria e ilimitada de los accionistas que votaron favorablemente una decisión
asamblearia que es declarada judicialmente nula.
Finalmente, si la excelente solución prevista por el art. 150 de la ley 19.550 está
prevista para los socios de las sociedades de responsabilidad limitada, en caso de
sobrevaluación de bienes en especie, los eventuales reparos que pudieran
suscitarse para la aplicación de esta solución para los accionistas de las sociedades
anónimas cerradas o de familia están condenados al fracaso, habida cuenta que en
uno y otro tipo de sociedad, la responsabilidad de sus integrantes es idéntica.

ART. 54.—
Dolo o culpa del socio o del controlante. El daño ocurrido a la sociedad por dolo o
culpa de socios o de quienes no siéndolo la controlen, constituye a sus autores en
la obligación solidaria de indemnizar, sin que puedan alegar compensación con el
lucro que su actuación haya proporcionado en otros negocios.
El socio o controlante que aplicare los fondos o efectos de la sociedad a uso o
negocio de cuenta propia o de tercero está obligado a traer a la sociedad las
ganancias resultantes, siendo las pérdidas de su cuenta exclusiva.
Inoponibilidad de la personalidad jurídica. La actuación de la sociedad que encubra
la consecución de fines extrasocietarios, o constituya un mero recurso para violar la
ley, el orden público o la buena fe o para frustrar derechos de terceros, se imputará
directamente a los socios o a los controlantes que la hicieron posible, quienes
responderán solidaria e ilimitadamente por los perjuicios causados. [Texto según ley
22.903]
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 34, 46, 68, 133; Código Civil y Comercial de la Nación: art. 144. LSC
Uruguay: arts. 74, 189, 190, 191.

436 
 
§ 1. Responsabilidad del socio o controlante por dolo o culpa
La disposición legal transcripta precedentemente constituye una aplicación para el
contrato societario de la norma general prevista por el art. 1068 del Código Civil,
pero cuya inserción en la ley 19.550 se justifica plenamente, pues es una de las
tantas normas que gobiernan la relación existente entre el socio y la sociedad que
integra.
El art. 54 de la ley 19.550 no distingue, y se aplica a todos los tipos societarios sin
excepción, pues la obligación de los socios de evitar la producción de daños y
perjuicios a la sociedad que integra constituye un principio general que no admite ni
puede admitir excepciones.
Si bien la norma en análisis se refiere específicamente a determinadas actuaciones
del socio o controlante, ellas son también aplicables a los administradores de
sociedades comerciales, cualquiera fuere el tipo social de que se trate, y si bien la
responsabilidad de éstos se juzga por las normas de los arts. 59, 274 y ss. de la ley
19.550, las situaciones descriptas por el art. 54 nos brindan claros ejemplos de
hipótesis de procedencia de las acciones de remoción y responsabilidad contra
ellos.
Hemos visto, al analizar el art. 36 de la ley en estudio, que el socio debe adecuar su
conducta al interés de la sociedad, y en tal sentido, debe actuar en todo momento
con la lealtad que le es exigible a quien se ha agrupado con otras personas para la
consecución de determinados fines.
La actuación del socio requiere un permanente ánimo de colaboración y sacrificio
de su interés personal y directo, en aras del beneficio común que han tenido en
cuenta todos los integrantes de la sociedad al momento de constituir la misma.
El art. 54 ejemplifica una serie de situaciones, todas ellas generadoras de
responsabilidad, siempre y cuando el autor del daño haya actuado con dolo o culpa.
Es decir, que no exime de responsabilidad al socio el hecho no haber ejecutado
directamente los actos ejemplificados en el artículo, pues si aquel conocía que la
actitud de algún consocio ocasionaba daños a la sociedad, debió adoptar las
diligencias necesarias para evitarlo. Su culpa será de omisión, encuadrada en la
definición que nos brinda el art. 1724 del Código Civil.
Las situaciones descriptas por el art. 54 de la ley 19.550 son las siguientes:
a) Aplicación de fondos de la sociedad para uso personal del socio
Esta hipótesis es también contemplada por el art. 68 de la ley 19.550 aplicable para
todo tipo de sociedad, disposición que prohíbe la distribución anticipada de
ganancias entre los socios, obligando al socio a reintegrar los fondos percibidos con
sus accesorias. Con esta norma la ley 19.550 pretende evitar que los fondos sociales
sean utilizados en forma promiscua por los socios, para sus necesidades
personales, y no son pocas las veces que la experiencia demuestra que el socio
controlante, denominado en la jerga popular como "el dueño de la sociedad" utiliza
y dispone de la caja social para abonar sus gastos personales.
b) Aplicación de efectos de la sociedad para uso personal del socio
La ley 19.550 se refiere a los bienes que integren el activo de la sociedad: por
ejemplo, cuando el socio o controlante utiliza las maquinarias o el instrumental en
provecho propio, postergando de esta manera las actividades del ente. En tal caso
el socio debe reintegrar las mismas o su valor, con los perjuicios que hubiere
causado a la sociedad que integra.

437 
 
c) Aplicación de fondos o efectos para negocios de terceros
Se aplica estrictamente la solución prevista por el art. 54, párrafo 2º: el o los socios
están obligados a traer a la sociedad las ganancias resultantes, siendo las pérdidas
o daños de su cuenta exclusiva. En todos estos casos, la indemnización adeudada
por el socio en razón del daño ocurrido a la sociedad por su dolo o culpa no puede
ser compensada con el lucro que la actuación del mismo haya proporcionado en
otros negocios, pero sí por aquellos producidos en la misma operación(702).
d) Utilización de la actuación de la sociedad para encubrir la consecución de fines
extrasocietarios o constituya un mero recurso para violar la ley, el orden público, la
buena fe o para frustrar derechos de terceros
En este caso, el socio o controlante no sólo es responsable de los daños y perjuicios
ocasionados a la sociedad, sino que, además, las consecuencias de esa actuación
se imputan directamente a los socios o controlantes que la hicieron posible.
Como el tema ya ha sido tratado al analizar el art. 2º de la ley 19.550, corresponde
remitir a lo allí expuesto.

§ 2. Extensión de la responsabilidad al controlante de la sociedad


El art. 54 de la ley 19.550 no solo prevé expresas sanciones contra el socio que ha
causado daños a la sociedad, por dolo o culpa de su parte o que ha aplicado los
fondos o efectos de la sociedad a uso o negocio de cuenta propia o de terceros, sino
que también incluye al controlante, interno o externo, lo cual se debe a reforma
efectuada por la ley 22.903, que —como hemos visto— mejoró sensiblemente la
definición del sujeto controlante, que en la primitiva redacción de la ley 19.550 se
refería, con exclusividad, al controlante participacional o de derecho.
La reforma efectuada al art. 54 de la ley 19.550 es coherente con el nuevo régimen
previsto por el art. 33, en su actual redacción, pues el legislador ha previsto en aquel
artículo la responsabilidad de los socios o de quien, sin ser socio, controle una
sociedad, por daños ocurridos a la misma, mediante dolo o culpa de aquel, siendo
evidente que el legislador se refiere en este caso al controlante de hecho. El
segundo párrafo de dicha norma, que obliga al socio o controlante a traer a la
sociedad las ganancias resultantes de los negocios personales efectuados con
bienes o efectos sociales es aplicable tanto al controlante de hecho o de derecho, y
a la misma conclusión puede arribarse en lo que respecta a la actuación del socio o
controlante que han utilizado a la sociedad con fines extrasocietarios o para violar
la ley, el orden público, la buena fe o frustrar los derechos de terceros, pues esa
forma de actuar puede ser llevada a cabo, además del socio, por quien ejerza el
control de la misma, en los términos de los incs. 1º y 2º del referido art. 33 del
ordenamiento societario.
Finalmente, debe señalarse que la responsabilidad del controlante prevista por el
art. 54 es también derivación de la solución impuesta por el art. 34, párrafo 2º de
la ley 19.550, cuando se refiere a la responsabilidad del socio oculto, pues si este
responde frente a terceros por las obligaciones sociales, no tendría sentido que no
lo haga frente a los mismos socios y a la sociedad, cuando como consecuencia de
su conducta, ocasiona daños a la misma.

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§ 3. La actividad en competencia del socio
La realización de actividades en competencia por parte de socio no ha sido previsto
por la ley 19.550 en forma orgánica, lo cual dificulta la adopción de un criterio
general sobre la materia.
Por una parte, la norma genérica del art. 54, párrafo 1º, LSC, parece comprender la
actividad en competencia por parte del socio, en tanto la misma es siempre
generadora de daños para la sociedad. Por otra parte, el deber de lealtad que es
inherente al carácter de socio, parece también descartar la legitimidad de tal
actividad.
El art. 133, aplicable para todas sociedades por parte de interés, prohíbe al socio
realizar por cuenta propia o ajena actos que importen competir con la sociedad,
salvo consentimiento expreso y unánime de los socios, y la violación de esa
prohibición autoriza la exclusión del socio, la incorporación de los beneficios
obtenidos y el resarcimiento de los daños.
Tal cual como está redactado el art. 133 de la ley 19.550, este parece una
ejemplificación de la regla general prevista por el art. 54, párrafo 1º, del
ordenamiento legal en análisis.
En materia de sociedades por acciones, el art. 273 de la ley de sociedades, prohíbe
al director participar por cuenta propia o de terceros en actividades en competencia
con la sociedad, salvo autorización expresa de la asamblea, so pena de incurrir en
la responsabilidad del art. 59 de la mencionada ley.
Para las sociedades de responsabilidad limitada, y en forma análoga a lo dispuesto
por el art. 273, el art. 157, párr. 3º, prohíbe a los gerentes participar por cuenta propia
o ajena, en actos que importen competir con la sociedad, salvo autorización expresa
y unánime de los socios.
Parecería que, tanto en las sociedades por acciones como en las de responsabilidad
limitada y por ser la prohibición de competir con la sociedad, una incapacidad de
derecho, la ausencia de una disposición expresa para los socios en tal sentido —
que sí se prevé para el socio de la sociedad colectiva— autoriza al socio o accionista
de aquellas sociedades para realizar actos de tal naturaleza.
La intención del legislador, al regular diferenciadamente el supuesto que nos ocupa,
prohibiendo expresamente la actividad en competencia para las sociedades
colectivas, de capital e industria y en comandita simple, parece haber estado
orientada en el carácter personalista de las mismas, en la medida que la
personalidad del socio ha sido fundamental para la constitución de la sociedad. A
este socio, en consecuencia, le es requerible un total respeto al deber de lealtad que
es inherente a su carácter de tal y una dedicación exclusiva para el logro del objeto
social.
Ello no sucedería, a juicio del legislador, con las sociedades de responsabilidad
limitada y por acciones, en las cuales la persona del socio no reviste carácter
esencial, presumiendo en consecuencia que la actividad en competencia de los
socios o accionistas no generaría daño para la sociedad.

439 
 
Sin embargo, la realidad cotidiana traicionó la idea del legislador, pues aquella nos
demuestra que el elemento personal de los socios es no sólo fundamental en las
sociedades de responsabilidad ilimitada, sino también en la gran mayoría de
sociedades anónimas que funcionan en nuestro país que son, en puridad,
sociedades colectivas o de responsabilidad limitada disfrazadas de sociedades
anónimas.
Esta característica tan argentina de las sociedades por cuotas y acciones viene, de
hecho, a solucionar el problema de la actividad en competencia, pues en la medida
que en ellas, los accionistas o socios son, por lo general, directores o gerentes de
las mismas, la prohibición de actuar de tal manera los alcanza y compromete.
Para aquellos supuestos no comprendidos en el párrafo precedente, es decir, para
los cuotistas o accionistas de sociedades de responsabilidad limitada o anónima,
respectivamente, que no revistan el carácter de gerentes o directores, no hay
prohibición de actuar en competencia, lo cual no significa que puedan desarrollar
esa actividad si con ello ocasionan daños a la sociedad que integran. En tal caso
rigen para ellos las claras prescripciones del art. 54 primer párrafo de la ley
19.550, que le obligan a indemnizar a la sociedad por los daños y perjuicios
causados y que se concretan a través de la incorporación a la misma de los
beneficios obtenidos y el resarcimiento de los daños.
En definitiva y salvo en las sociedades por acciones, ante la realización de
actividades en competencia con la sociedad, ésta y los restantes socios gozan del
derecho de exigir la exclusión del socio que realiza la actividad en competencia,
pudiendo asimismo reclamar, como lo señala Halperin, la clausura del
establecimiento comercial organizado por el socio desleal, lo cual constituye una
concreta aplicación de lo dispuesto por el art. 778 del Código Civil y Comercial de la
Nación, que tiende a hacer cesar la fuente del daño para la sociedad y la violación
continuada de la obligación social. No obstante ello, sostenía este recordado autor
que, obtenida la clausura del establecimiento, no podrá recurrirse a la exclusión(703),
lo cual es afirmación que estimamos discutible en la medida que la sanción
establecida por los arts. 91 a 93 de la ley 19.550, tiende a castigar al socio que ha
incumplido con sus obligaciones sociales, aun cuando, voluntaria o forzadamente
haya cesado en esa actividad, si el derecho de exclusión es ejercido en el plazo
legalmente previsto.
Clarificando lo expuesto, el régimen previsto por la ley 19.550 en materia de
actividad en competencia es el siguiente:
a) En las sociedades de personas o por parte de interés, la prohibición a los socios
es absoluta, salvo consentimiento expreso y unánime de todos los socios. La
infracción a lo dispuesto por el art. 133, LSC, conlleva las sanciones previstas en
esa norma y en el art. 54 primera parte, aunque de esa actividad no se produzcan
daños a la sociedad.
b) En las sociedades de responsabilidad limitada, la actividad en competencia no
está prohibida específicamente, pero es fuente generadora de responsabilidad hacia
la sociedad cuando ocasiona daños a la misma. En este caso, y además de las
acciones resarcitorias, el socio infractor puede también ser excluido, toda vez que
la actividad en competencia implica grave incumplimiento de sus obligaciones de
socio (art. 91). Por el contrario, al gerente de estas sociedades le está impuesto
expresamente la prohibición de competir con la sociedad, salvo autorización expresa
y unánime de los socios (art. 157, LSC), prohibición que rige aun cuando de esa
actividad no se irroguen perjuicios a la sociedad que administra. El fundamento de
esa prohibición es el mismo que predica el art. 133 para las sociedades colectivas,

440 
 
esto es, imponer al socio gerente una total dedicación y esfuerzo a la gestión de la
sociedad que administra.
c) En cuanto a los accionistas y directores de la sociedad anónima, valen las mismas
conclusiones que en el párrafo anterior, y en lo que respecta a los directores, al igual
que los gerentes de las sociedades de responsabilidad limitada que violen la
prohibición contenida en los arts. 157 y 273, LSC, les cabe la remoción de sus
cargos y la indemnización de daños y perjuicios, para el caso de que esa actividad
haya ocasionado daños a la sociedad.
La jurisprudencia se ha pronunciado en el mismo sentido que las conclusiones
expuestas precedentemente(704).

§ 4. Ejercicio de las acciones de responsabilidad


Es obvio que las acciones de responsabilidad previstas por el art. 54 de la ley
19.550, así como todas las acciones que tiendan a responsabilizar al socio que con
dolo o culpa haya provocado daños a la sociedad, deben ser promovidas por la
misma, a través de su órgano de administración o representación, quien tiene, en
primer lugar, la obligación de promover las acciones sociales en defensa del
patrimonio social.
Pero ello no descarta la actuación individual o uti singuli del socio, quien siempre
tiene legitimación para la promoción de acciones sociales —esto es, en defensa de
la sociedad que integra— frente a la negativa o inactividad de los órganos sociales
de promover las mismas. La ley 19.550 siempre ha conferido legitimación al socio o
accionista en la promoción de acciones sociales, frente a esas hipótesis (arts. 91,
251, 276, etc.).
La promoción de las acciones de responsabilidad no enerva otros recursos que el
legislador ha otorgado a la sociedad y a los socios frente a la inconducta de uno de
ellos, y es desde todo punto de vista compatible la acumulación de la acción de
exclusión del socio con las acciones resarcitorias previstas en la norma en análisis.
Sin embargo, para la procedencia de éstas, la existencia de daños y perjuicios para
la sociedad es un presupuesto sustancial, pues la condena a indemnizar carece de
sentido si no se ha demostrado la existencia de daños(705).

ART. 55.—
Contralor individual de los socios. Los socos pueden examinar los libros y papeles
sociales, y recabar del administrador los informes que estimen pertinentes.
Exclusiones. Salvo pacto en contrario, el contralor individual de los socios no puede
ser ejercido en las sociedades de responsabilidad limitada incluidas en el segundo
párrafo del art. 158.

441 
 
Tampoco corresponde a los socios de sociedades por acciones, salvo el supuesto
del último párrafo del art. 284.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 67, 249, 294 inc. 6. LSC Uruguay: art. 75.

§ 1. El derecho de información de los socios


El examen de los libros y los papeles sociales forma parte del derecho de
información de que gozan todos los socios de sociedades comerciales, con
excepción de quienes integran sociedades por acciones(706)en las cuales se hubiese
previsto, en forma obligatoria o voluntaria, un órgano especial de control interno. En
estos casos, como principio general, el derecho de información debe canalizarse a
través de este especial órgano, siempre y cuando el socio o accionista que requiera
noticias sobre la marcha de la sociedad reúna más del dos por ciento del capital
social (art. 294, inc. 6º, ley 19.550)(707).
El análisis personal de los libros y documentación de la sociedad, comprensivo de
las necesarias explicaciones que el administrador debe efectuar sobre esa
documentación, no agota el derecho de información de los socios de las sociedades
mercantiles. Dicho derecho debe ser complementado con la obligación que pesa
sobre los administradores de la sociedad de poner a disposición de los socios o
accionistas de la sociedad las copias de los balances, memoria, estado de
resultados del ejercicio y del estado de evolución del patrimonio neto y de sus notas,
informaciones complementarias y cuadros anexos, con no menos de quince días de
anticipación a su consideración por la asamblea o reunión de socios (art. 67, ley
19.550) y con el derecho que asiste a todo socio de una sociedad comercial de
requerir copia de las actas de la asamblea o reuniones de socios, a su exclusiva
costa (art. 249, ley 19.550).
Si bien el derecho que otorga al socio el art. 55 de la ley 19.550 es amplio, nada
obsta a que el contrato social o estatuto puedan reglamentar el ejercicio del mismo,
pero como bien afirma Halperin, es inadmisible que, con el pretexto de efectuar tal
reglamentación, el derecho de información cuyo ejercicio consagra esa norma
pueda ser reducido, suprimido o de alguna manera desvirtuado; podrá fijarse un
horario, admitirse el acceso de terceros —peritos—, establecerse determinadas
formalidades a que debe sujetarse la diligencia, pero tales requisitos no pueden
servir de medios o pretextos para impedir o trabar ese examen, en tanto el derecho
que consagra el art. 55 de la ley 19.550 es inderogable e ilimitado, surgiendo
explícitamente su amplitud de la última frase de la citada norma, en cuanto autoriza
a "recabar del administrador los informes que estimen pertinentes"(708).

§ 2. El derecho de los socios de requerir copia de las reuniones de


los órganos colegiados

442 
 
Como hemos ya explicado, el derecho de información del socio no se agota con las
facultades previstas por el art. 55 de la ley 19.550, pues le asiste el derecho de
requerir copia de lo acontecido en las reuniones de todos los órganos sociales, pues
si bien es cierto la ley solo consagra el derecho del socio o accionista a requerir
copia del acta de asamblea (art. 249, ley 19.550), de ello no se deriva
necesariamente que el silencio del ordenamiento societario en torno a la obtención
de las actas de los restantes órganos colegiados se encuentre prohibida.
En primer lugar, la imposición que la ley 19.550 efectúa en el art. 73 en torno a la
necesidad de labrar acta de las deliberaciones de los órganos colegiados, ilustra
suficientemente que la finalidad del legislador fue dejar constancia escrita, en un
libro especial, de lo acontecido en el seno de dichos órganos, para poder encontrar,
en dicho libro, los fundamentos de cada una de las decisiones adoptadas y la
responsabilidad que a cada director y/o síndico le cabe en torno a las mismas. Al
respecto, considero aplicable a todos los que votaron favorablemente una decisión
del directorio la responsabilidad prevista por el art. 254 de la ley 19.550 y con este
solo argumento bastaría para concluir a favor del derecho del accionista de requerir
copia de las actas del directorio.
Por otra parte y en la misma orientación, carecería de todo sentido la necesidad de
dejar constancia escrita de las decisiones adoptadas por todos los órganos
colegiados, si quienes integran la sociedad carecen del derecho de obtener copia
de dichos instrumentos. Si se parte de la idea de que, como bien lo ha resuelto la
jurisprudencia en forma casi unánime, el accionista puede impugnar una decisión
del directorio, su derecho a exigir copia del acta de la reunión que se impugnará de
nulidad resulta incuestionable, y dentro de la misma línea de pensamiento, mal
podrá quedar al margen de una acción social de responsabilidad promovida por un
accionista (art. 276 in fine, ley 19.550), el director disidente con un acuerdo del
directorio que ha causado perjuicios a la sociedad y que ha dejado constancia en
acta de su protesta en los términos del art. 275 del ordenamiento societario, si se
priva a todos los accionistas del derecho irrestricto de obtener copias de las actas
de directorio.
Finalmente, y entrando de lleno en la causa final del contrato de sociedad, resulta
insostenible negar al accionista copia de las actas del directorio, pues no encuentro
el menor fundamento, desde el punto de vista formal o sustancial, y a salvo el caso
de la actividad en competencia por parte del accionista requirente, para sostener
que quien con su dinero ha contribuido a formar una sociedad mercantil no pueda
tener acceso a los documentos que reflejan la actividad social encaminada a la
obtención de las utilidades esperadas al momento de la fundación de la compañía.

§ 3. Forma de ejercer el derecho de información previsto por el art.


55 de la ley 19.550. Sociedades constituidas en el extranjero
Un tema que reviste especial interés, en torno al derecho de información del socio o
accionista, reside en el ejercicio de la facultad prevista por el art. 55 de la ley
19.550, esto es, la forma como se ejerce el derecho previsto por esta norma, la
posibilidad de requerir asistencia profesional y el tiempo en que debe ejercerse el
derecho de información.

443 
 
En cuanto a lo primero, esto es, la forma como debe ejercerse el derecho de examen
de los libros y documentación social, su regular ejercicio requiere que el socio que
pretende la exhibición de los mismos lo haga saber a la sociedad, a los fines de
obtener la fijación de una determinada fecha para el cumplimiento de esa diligencia.
La exhibición debe ser efectuada en la sede social, que es el lugar donde deben
encontrarse los libros de la sociedad y su documentación respaldatoria(709)y debe
encontrarse presente el administrador de la sociedad a los fines de suministrar las
informaciones que el socio estime pertinentes.
El derecho de los socios a la exhibición de los libros y papeles sociales constituye
una actuación prevista expresamente en el art. 55 de la ley 19.550, que debe ser
complementada con lo dispuesto por los arts. 323 y 781 del Código
Procesal, cuando dicho derecho no pudiere ser ejercido por la negativa de la
sociedad en facilitarlo o cuando, en términos generales, el socio pudiese encontrar
determinadas dificultades para llevarlo a cabo.
El examen de los libros comprende también — realmente no podría ser de otra
manera— el de la documentación respaldatoria, que el art. 55 de la ley
19.550denomina originalmente como "papeles sociales". Sobre el contenido de este
concepto la jurisprudencia se ha mostrado dividida. Por una parte, cierta corriente
pretoriana sostiene que la circunstancia de que la ley autorice a poner a disposición
de los accionistas los estados contables y la documentación complementaria relativa
a los resultados del ejercicio, en forma alguna importa habilitar su acceso a los datos
sobre la gestión empresaria y las explicaciones sobre los saldos de las cuentas
abiertas que compongan las partidas del balance(710), mientras que otra corriente
jurisprudencial, avalada por autorizada doctrina(711), interpreta ampliamente el
derecho de información previsto por el art. 55 de la ley 19.550, incluyendo dentro del
concepto de "papeles sociales" a todos los contratos con terceros, resúmenes
bancarios y todos aquellos instrumentos que tengan relación con la sociedad(712).
Esta es la posición que, a nuestro juicio, mejor entiende el funcionamiento de la
sociedad comercial, el alcance del concepto del "interés social" y la necesidad de
evitar el secreto de las actuaciones societarias, que solo inspira sospechas y genera
incertidumbre sobre los manejos del patrimonio de la compañía y sobre la idoneidad
de los administradores.
El derecho de examinar los libros y papeles sociales se complementa con el derecho
que le asiste a los socios de requerir del administrador los informes que estime
pertinentes, de conformidad con los términos del art. 55 de la ley 19.550. La
circunstancia de que ambas facultades estén previstas en la misma norma, no
significa que tales informaciones solo puedan ser requeridas en el momento del
examen de los libros y de la documentación social. En principio, la presencia de todo
administrador en la diligencia del examen de los libros resulta una carga que debe
cumplir personalmente, a los fines de explicar con idoneidad el contenido de los
registros contables, pero ello no agota las posibilidades que el art. 55 del
ordenamiento societario brinda al accionista en torno a su derecho de
información, en tanto su iniciativa de recabar del administrador los informes sobre la
marcha de la sociedad "que estime pertinentes", puede ser ejercido en cualquier
momento y sobre cualquier operación.
Un supuesto muy interesante se presentó recientemente en nuestros Tribunales: Se
trataba de un requerimiento de libros sociales efectuado a una sociedad extranjera
partícipe en una Unión Transitoria de Empresas con actuación en la República
Argentina. Intimado extrajudicialmente el representante local de la misma a los fines
de su exhibición, este respondió que el ente foráneo no llevaba libros en el país, por
lo que el actor promovió de inmediato la acción prevista por el art. 781 del Código

444 
 
Procesal, que, como veremos a continuación, prescribe el procedimiento judicial de
exhibición de los libros sociales, requiriendo el actor el pedido de informaciones en
subsidio de la referida exhibición. Denegado ello en primera instancia, la sala D de
la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial de la Capital Federal revocó
dicho pronunciamiento, argumentando que si bien el pedido de informaciones
efectuada en subsidio de la exhibición de los libros sociales no está expresa o
literalmente contemplado por el art. 781 del Código Procesal, dicha norma prevé que
el juez podrá requerir el cumplimiento de los recaudos necesarios para establecer
la vigencia del derecho de examinar los libros, por lo que, si quien debe exhibir los
mismos (en el caso, el representante local de una sociedad extranjera), invoca que
el ente foráneo no lleva libros en la República Argentina, la previsión genérica antes
aludida autoriza el requerimiento a dicho representante para que suministre la
información peticionado, dentro del plazo que debe ser fijado por el juez
interviniente(713).
La solución resultó justa, siendo ella aplicable, a mi juicio, a todas las
sociedades extranjeras que participan en una sociedad local (art. 123, ley 19.550),
en las cuales mal puede invocarse la inexistencia de la obligación de llevar una
contabilidad en el país para negar ciertos datos requeridos por el sujeto legitimado.
En tales casos, como se dijo en ese precedente, resulta ajustado a derecho asimilar
el procedimiento de exhibición de los libros sociales previsto por el art. 781 del
Código Procesal al pedido de concretas y determinadas informaciones al
representante local de la sociedad foránea.
Se sostiene frecuentemente que como todo derecho, el de información en general y
los previstos en el art. 55 de la ley 19.550 en particular, no puede ser ejercido
abusivamente, conforme lo dispuesto por el art. 1071 del Código Civil, lo cual es
estrictamente cierto. Sin embargo, nuestra jurisprudencia no registra antecedentes
sobre el ejercicio abusivo de este derecho y realmente cuesta imaginar un supuesto
donde pudiere configurarse tal hipótesis. El omnipresente ejemplo del socio que
todos los días y a toda hora concurre a requerir la exhibición de los libros, alterando
la tranquilidad de la administración de la sociedad, se presenta en la realidad
cotidiana como una hipótesis impensable y en cuanto al secreto comercial, debe
concluirse que ésta es una hipótesis excepcional, solo invocable por la sociedad o
sus autoridades cuando el socio requirente realiza actividades en competencia con
la misma. Como principio general, adecuado al principio del "devenir cotidiano de
las cosas", tradicionalmente conocido como la regla del quod plerumque accidit,
quien invierte dinero en una sociedad comercial no compite con la misma, sino que
espera obtener sus réditos de las ganancias que arroje la actividad social. Siendo
ello la regla general, y a salvo la excepcional hipótesis del socio con actividad en
competencia con la firma, toda invocación del "secreto comercial" para denegar
información a un socio sobre determinados aspectos de la gestión de la sociedad se
traduce en una ilegítima y abusiva manera de proceder, encuadrable también en el
art. 1071 del ordenamiento civil, que habilita al socio a reclamar esa exhibición en
forma judicial, sin perjuicio de otras medidas de mayor gravedad contra quienes
ejercen la administración de la compañía.

§ 4. Facultad de los socios de ejercer el derecho de información con


asesoramiento de determinados profesionales
445 
 
Corresponde analizar a continuación uno de los temas más controvertidos que
presenta el derecho de información de los socios: la posibilidad de que el socio o
accionista —en las sociedades anónimas en las cuales se ha prescindido de la
sindicatura— pueda estar asistido profesionalmente en las diligencias previstas en
el art. 55 de la ley 19.550, y no encuentro objeción para ello, como tampoco existe
óbice a los fines de que el administrador que suministra las informaciones cuente
también con el debido asesoramiento, contable, legal o el que corresponda de
acuerdo a la naturaleza de la información pedida. No se trata, el derecho de
información, de una actuación que deba ser cumplida en forma personal o
indelegable y la presencia de asesores puede resultar una medida de suma utilidad
para aprehender el contenido de cierta información societaria de cierta complejidad
o de vastos alcances legales. La jurisprudencia ha compartido este criterio(714).

§ 5. Forma de suministrar la información requerida por el socio o


accionista por parte del administrador societario
Finalmente, resta analizar el tiempo en que el administrador debe suministrar la
información requerida por el socio o accionista, ya sea poniendo a disposición los
libros y papeles sociales, ya sea respondiendo en forma escrita la información
puntual requerida por la misma vía. La respuesta a dicho interrogante, como ha sido
dicho con todo acierto(715), no se encuentra en la ley 19.550 sino en el Código Civil y
Comercial de la Nación, el cual, en el art. 773, referido a las obligaciones de hacer
—tal la naturaleza de la obligación del administrador de la sociedad comercial de
brindar las informaciones requeridas por un socio— expresa textualmente que "La
obligación de hacer es aquella cuyo objeto consiste en la prestación de un servicio
o en la realización de un hecho, en el tiempo, lugar y modo acordados por las
partes".
En materia del derecho de información del socio, "el tiempo propio" a que se refiere
el art. 773 del referido Código, debe entenderse con toda la premura que lo permita
la administración de la sociedad, pues se entiende, al menos y también como
principio general, que el derecho de información ha sido solicitado en interés de la
sociedad. Pero de todos modos, la forma y el momento en que debe cumplirse la
obligación de informar depende de las circunstancias del caso: si la información ha
sido pedida con anterioridad al acto asambleario que considerará los estados
contables anuales y se refiere a determinadas explicaciones sobre las cuentas
contenidas en dichos instrumentos, los informes deberán ser suministrados antes o
durante dicho acto asambleario; si la información ha sido requerida en el curso de
dicha asamblea, ésta deberá ser suministrada durante su transcurso, pues se
entiende que ella era necesaria a los fines de emitir el voto con idoneidad
suficiente(716). Por el contrario, si lo que se requiere es la exhibición general de los
libros y papeles sociales, el administrador tiene derecho a fijar una fecha
determinada, habida cuenta la necesidad de su presencia en la diligencia, pero sin
poder dilatar la misma en forma incausada.
De lo contrario, el socio o accionista que no ha podido obtener satisfacción a su
pedido de exhibición de libros o se encuentre frustrado por la ausencia o
insuficiencia en la respuesta a su pedido de informes, podrá recurrir a la justicia en

446 
 
procura del cumplimiento de su derecho de información, tema sobre el cual nos
referiremos a continuación.

§ 6. Las vías judiciales tendientes a obtener la exhibición de los libros


sociales
Dos son las vías judiciales con que cuenta el socio o accionista para lograr la
exhibición de los libros y documentación social: Una es la vía de las diligencias
preliminares prevista por el art. 323 del Código Procesal, y otra es el procedimiento
de exhibición de libros por la sociedad, establecido por el art. 781 del mismo
ordenamiento.
a) Las diligencias preliminares del art. 323 del Código Procesal
En primer lugar, si el accionista pretende la exhibición de cierta documentación a los
fines de preparar una demanda de remoción o responsabilidad de los
administradores o de impugnación de determinadas decisiones asamblearias (art.
251, ley 19.550), puede recurrir a lo dispuesto por el art. 323, inc. 5º del Código
Procesal, el cual, dentro de las diligencias preliminares allí previstas, autoriza al
socio o quien tenga en su poder los documentos de la sociedad, los presente o
exhiba.
Repárese que la vía del art. 323 del Código Procesal no implica en principio una
exhibición general de libros y documentos sociales, sino simplemente una medida
procesal tendiente a preparar una determinada demanda mediante la exhibición de
ciertos documentos de la sociedad, por lo que si lo que se pretende a través de dicha
diligencia es la exhibición de los libros sociales, el solicitante deberá acreditar que
la documentación e información requerida le resulta imperiosa a los fines de la
procedencia de la acción a promover.
No obstante que el Código Procesal nada dice sobre la supuesta excepcionalidad
de las medidas previstas en el art. 323 del ordenamiento ritual, es doctrina judicial
de nuestros Tribunales de Comercio que el otorgamiento de las diligencias
preliminares debe hacerse en forma restrictiva(717), lo cual resulta a mi juicio criterio
inadmisible, pues no se trata de medidas cautelares, donde quizás —y solo quizás—
el criterio restrictivo pueda encontrar algún fundamento en torno a su propia
naturaleza, en tanto implican, de alguna manera, un adelantamiento de la sentencia
definitiva.
Tampoco encuentro fundamento atendible justificar el criterio restrictivo en el
otorgamiento de las diligencias preliminares en el hecho de evitar que, a través de
las mismas, se anticipe la producción de una determinada prueba, adelantándose
una etapa procesal que tiene su tiempo propio, pues si se trata de una información
imprescindible para el progreso de una demanda, lo mismo da que ese dato pueda
ser obtenido mediante la vía del art. 323 del Código Procesal. El otorgamiento de
medidas preliminares —en el caso, la obtención de una determinada documentación
social— no implica violación a los principios de igualdad y lealtad procesal, como ha
sido sostenido en alguna oportunidad(718), pues la sociedad podrá alegar lo que
considere pertinente sobre esa documentación en oportunidad de contestar la
demanda.

447 
 
Por otra parte y a mayor abundamiento, coincido con quienes ven en la diligencia
preliminar no solo una medida destinada a la preparación de un proceso de
conocimiento, sino una vía procesal adecuada a la conservación de determinadas
pruebas documentales(719), cuya desaparición —como ocurre lamentablemente con
los libros de comercio o sociales— es moneda corriente en los pleitos que tiene por
parte demandada a una sociedad comercial o a sus administradores.
Pero entiéndase bien: el hecho de considerar inaplicable el criterio restrictivo a los
fines de conceder una diligencia preliminar no implica eximir al peticionante de la
carga de suministrar al Tribunal, como requisito de admisión de la misma, una
razonable explicación en el sentido de que los datos solicitados no podrían ser
obtenidos sin la intervención jurisdiccional, acreditando la imposibilidad en que se
encontraba para acceder privadamente al conocimiento de las informaciones que
recaba. Con otras palabras, y como lo ha resuelto la jurisprudencia, el peticionante
debe demostrar la necesidad de su procedencia, para evitar un despliegue inútil de
actividad jurisdiccional(720).
Ahora bien, la diligencia preliminar prevista en el art. 323, inc. 5º del Código Procesal
no es una herramienta exclusiva para los socios o integrantes de una sociedad
comercial, pues a ella pueden recurrir incluso los terceros que tengan intención de
preparar una demanda contra la misma. El ordenamiento procesal solo se refiere "al
socio o quien tenga en su poder los documentos de la sociedad" como sujeto activo
de la obligación de suministrar información mediante la diligencia preliminar, pero
ninguna limitación establece en torno a la persona que requiere dicha información.
Ha sido resuelto, dentro de ese incomprensible criterio de considerar excepcional la
vía del art. 323, inc. 5º del Código Procesal, que esa diligencia preliminar debe ser
desestimada cuando quien la requiere, además de ser socio de la compañía, es
gerente de la misma(721). Tal manera de juzgar parte de la base que todo
administrador de una sociedad comercial tiene expedito el acceso a los libros y a la
documentación social, lo cual no sucede cuando un administrador retiene la
documentación social en su poder, veda el acceso a la sede social del restante o
restantes administradores o simplemente dificulta el ejercicio por parte de éstos del
cargo de administradores que los mismos revisten. Ante tal estado de cosas, de
frecuente acaecimiento en nuestra práctica societaria, no corresponde distinguir
entre socios o administradores a los fines del progreso de la diligencia prevista en
el art. 323 inc. 5º del ordenamiento ritual, pues lo realmente trascendente a los fines
de su otorgamiento radica en la dificultad en el acceso a una documentación que el
requirente de su exhibición tiene derecho a compulsar.
b) El proceso de exhibición de libros previsto por el art. 781 del Código Procesal
El art. 781 del Código Procesal, incluido dentro del Capítulo IV del Libro VII de dicho
ordenamiento, prescribe que "El derecho del socio para examinar los libros de la
sociedad se hará efectivo, sin sustanciación, con la sola presentación del contrato,
decretándose las medidas necesarias si correspondiere. El juez podrá requerir el
cumplimiento de los recaudos necesarios para establecer la vigencia de aquel. La
resolución será irrecurrible".
En términos generales y siguiendo la doctrina de un importante precedente
jurisprudencial, el derecho de información a través de la exhibición de los libros por
la sociedad, en los términos del art. 781 del Código Procesal, se refiere, no solo a
un control contable, sino a una verdadera información, dentro del régimen de
veracidad y objetividad de los datos proporcionados, de modo tal que permita, al
ejercerse ese derecho, el conocimiento por parte del socio de la situación patrimonial
de la sociedad, tanto en su aspecto estático como dinámico(722).

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Ello significa, y perdóneseme la obviedad de este comentario, que el examen de los
libros de la sociedad no implica un mero control sobre el cumplimiento de los
requisitos formales de una legal teneduría de libros sino un análisis de la verdadera
y real situación comercial, financiera y económica de la sociedad, que es,
precisamente, el objetivo de la carga que el Código de Comercio impone a los
comerciantes —individuales y colectivos— cuando prescribe la obligación de éstos
de llevar una contabilidad regular.
Aclarado ello, y en torno a la naturaleza del procedimiento de examen de libros por
el socio, corresponde aclarar que, como el mismo art. 781 del Código Procesal lo
define cuando se refiere a su otorgamiento "sin sustanciación", se trata de un
procedimiento voluntario, que se consume con la mera exhibición de los libros y la
documentación social, por lo que no corresponde imprimirle trámite de juicio
contencioso ni procede escuchar a la sociedad con carácter previo a su concesión.
Esa misma naturaleza es la que determina la irrecurribilidad por la sociedad de la
resolución que hace lugar al pedido de exhibición de libros, como lo prescribe el art.
781 in fine del Código Procesal.
El carácter voluntario de este procedimiento se justifica en la medida que se
comprenda que constituye una manera de hacer efectivo el ejercicio de un derecho
esencial de todo integrante de cualquier sociedad, cualquiera fuese su naturaleza y
tipo, con excepción de aquellas sociedades anónimas en las cuales, por expresa
previsión legal, el derecho de información se canaliza a través de un órgano
específico. En consecuencia, si partimos de la idea que el trámite previsto por el art.
781 del Código Procesal constituye la vía judicial a los fines de ejercer los derechos
previstos por el art. 55 de la ley 19.550(723), carece de todo sentido siquiera imaginar
la posibilidad de sustanciar judicialmente el ejercicio de un derecho que, interna o
societariamente solo requiere una simple comunicación.
Ahora bien, el pedido de exhibición de libros en sede judicial no puede formularse
directamente, pues corresponde, como requisito de admisión, exigir del socio una
clara explicación sobre las dificultades que le han impedido efectuar la consulta
extrajudicial de los libros, acreditada con los elementos documentales necesarios
que tornen verosímil el pedido fundado en el art. 781 del Código Procesal(724), pero
ese lógico requerimiento no implica predicar que el requirente debe haber agotado
los recursos previstos en el contrato social, exigiendo previamente la convocatoria
a una asamblea de accionistas a los fines de analizar la actuación de los directores
reticentes, pues la acreditación de haber agotado las vías administrativas y legales
no es exigencia explícita ni siquiera inferible del art. 781 del Código Procesal, que
establece un trámite rápido para efectivizar el ejercicio del derecho de información
del socio(725).
¿Pueden los directores o administradores recurrir al procedimiento previsto por el
art. 781 del Código Procesal, cuando encuentran dificultad para cumplir con su
función y tomar contacto con los libros y documentos sociales? La jurisprudencia ha
negado esa posibilidad, con el argumento de que aquel procedimiento ha sido
otorgado en beneficio de los socios exclusivamente y que les asiste a todos los
integrantes del directorio el derecho de conocer el estado de las cuentas
sociales(726), sin necesidad de peticionar su exhibición, pero como hemos explicado
anteriormente, tal manera de razonar constituye un grave error, pues se basa en
meros conceptos dogmáticos, carentes de todo sentido práctico y sin la menor
virtualidad a los fines de resolver el conflicto presentado.
Podemos coincidir con la afirmación de que los directores o administradores, por ser
tales, gozan del derecho de examinar directamente los libros y documentación

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social, sin requerir autorización a nadie, pero la certeza de tal posibilidad no brinda
la menor solución cuando se presenta el caso que un director no puede acceder a
la documentación de la sociedad, como consecuencia de la arbitrariedad incurrida
por los restantes administradores, quienes por vías de hecho han imposibilitado el
cumplimiento por parte de aquel de sus obligaciones como administrador de la
sociedad.
Se trata entonces de saber si, ante el texto literal de la ley procesal, es razonable
excluir a los directores o administradores del procedimiento previsto por el art. 781
del Código Procesal o si, por el contrario, debe recurrirse a una interpretación
extensiva y no literal del texto legal. Personalmente me inclino por esta última
solución, pues dicho trámite resulta plenamente idóneo a los fines de que el director
o administrador, víctima de tales maniobras, pueda tomar nuevamente contacto con
los documentos sociales y con ello, volver a interiorizarse de la marcha de la
sociedad, asumiendo plenamente sus funciones —y sus responsabilidades— como
administrador de la misma (art. 59 de la ley 19.550).
Aclarado ello, pasaremos revista a las sociedades en los cuales es procedente
recurrir al procedimiento previsto por el art. 781 del Código Procesal, y como
principio general, puede concluirse que éste es aplicable a todo tipo de sociedades,
inclusive civiles, con excepción de aquellas compañías donde el derecho de
información se ejercita de otra manera.
Me refiero expresamente a las sociedades por acciones en donde el estatuto
hubiese previsto la existencia de un órgano de fiscalización interno, pues como es
sabido, la ley 22.903 suprimió la sindicatura como órgano obligatorio de control, por
lo cual, salvo las hipótesis previstas por el art. 299 de la ley 19.550, tal posibilidad
resulta facultativa para los fundadores de la sociedad anónima, quienes pueden
prescindir de la sindicatura o consejo de vigilancia, tornándose entonces
plenamente aplicable para los accionistas de las sociedades anónimas, lo dispuesto
por el art. 55 del ordenamiento legal societario y el procedimiento judicial
mencionado por el art. 781 del Código de rito.
Admitida la exhibición de los libros y los papeles sociales por el juez interviniente,
deberá éste intimar a los administradores sociales el cumplimiento de la carga
impuesta por el art. 55 de la ley 19.550 en beneficio del socio que instó el
procedimiento previsto por el art. 781 del Código Procesal, lo cual constituye
aplicación de la extraña terminología utilizada por dicha norma, en cuanto la
admisión de la petición del actor en este tipo de procesos, implica "requerir el
cumplimiento de los recaudos necesarios para establecer la vigencia del contrato
social".
Puede suceder que, no obstante la intimación recibida, los administradores no
respondan la misma ni informen al Tribunal sobre la fecha en que se llevará a cabo
la diligencia, manteniendo su reticencia original en la exhibición de los libros
sociales. Ante esta alternativa, los Tribunales cuentan con diversas vías de
compulsión: a) Por una parte, cursar idéntica intimación, pero bajo apercibimiento
de la aplicación de sanciones pecuniarias progresivas al deudor, en favor del socio
requirente, conforme lo dispone el art. 37 del Código Procesal; b) Ordenar el
secuestro de la documentación requerida, por un plazo determinado, a los fines de
su exhibición al actor, en sede judicial, y c) Ordenar la remisión de las actuaciones
en sede penal, habida cuenta la tipificación de la conducta del sujeto deudor de la
información dentro del art. 240 del Código Procesal. Las dos primeras alternativas
son más congruentes con la finalidad perseguida por el actor, pues la remisión de

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las actuaciones al juzgado penal solo provocará demoras en la obtención del
resultado final al que apunta el art. 781 del Código Procesal.
La omisión en el cumplimiento de la obligación de informar por parte de los
administradores de la sociedad comercial, ante un requerimiento del socio formulado
en los términos del art. 55 de la ley 19.550 constituye una causa de mal desempeño
de su cargo, susceptible de provocar su remoción con causa, Corresponderá al socio
promover las acciones judiciales correspondientes, las cuales son independientes
del pedido de exhibición de los libros sociales, aunque por cuestiones de conexidad
y de economía procesal resulta conveniente que ambos procesos tramiten ante un
mismo Tribunal.
¿Procede la intervención judicial ante el incumplimiento por parte de los
administradores del deber de informar que les impone el art. 55 de la ley
19.550? Bien es cierto que tal manera de proceder no se compadece con la lealtad
y diligencia que es requerible a todo administrador de una sociedad comercial (art.
59 de la ley 19.550), y que, como hemos señalado, autoriza la promoción de una
acción social de remoción contra el mismo, pero esa sola infracción no justifica el
desplazamiento de las autoridades naturales de la sociedad, resultando suficiente,
a mi criterio, la designación de un veedor judicial, a los fines de suministrar la
información requerida infructuosamente por el socio(727).
El cumplimiento de la exhibición de los libros se agota con la diligencia cumplida en
la cual el socio pudo compulsar la documentación de la sociedad, correspondiendo
imponer las costas a la sociedad, pues si bien y en estricto rigor procesal, el carácter
voluntario del procedimiento reglado por el art. 781 del Código Procesal impone al
socio requirente el deber de abonar las costas devengadas por su actuación, lo
cierto es que esta solución resulta injusta cuando la negativa extrajudicial de la
sociedad de exhibir la contabilidad social al socio ha quedado claramente
demostrada. En tales casos, procede el pago de las costas por la sociedad, por
forzosa aplicación del principio general establecido por el art. 68 del Código
Procesal, en la medida que la injustificada resistencia de aquella dio lugar a la
promoción de esta acción, lo que genera su responsabilidad por las costas
devengadas(728).
La resolución que ordena la exhibición de los libros y papeles sociales es irrecurrible
por la sociedad deudora de esa información (art. 781 in fine, Código Procesal), pero
este régimen no es aplicable a la resolución que deniega al actor la exhibición de
los libros sociales, la que estimamos recurrible y apelable.

Sección VII - De los socios y los terceros

ART. 56.—

451 
 
Sentencia contra la sociedad: ejecución contra los socios. La sentencia que se
pronuncie contra la sociedad tiene fuerza de cosa juzgada contra los socios en
relación a su responsabilidad social y puede ser ejecutada contra ellos, previa
excusión de los bienes sociales, según corresponda de acuerdo con el tipo de
sociedad de que se trate.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 23, 125, 134, 141. LSC Uruguay: arts. 76, 77.

§ 1. Responsabilidad de los socios. Beneficio de excusión


La norma del art. 56 se encuentra deficientemente ubicada en el texto de la ley
19.550, pues constituye una disposición íntimamente relacionada con la
responsabilidad personal de los socios de las sociedades personales o "por parte
de interés", debiendo ella haber sido incluida en la Sección 1 del Capítulo 2, esto es,
entre la normativa dedicada a las sociedades colectivas, que resultan también de
aplicación a las sociedades de capital e industrial y a las sociedades en comandita
simple. La disposición legal se refiere a aquellas sociedades en las cuales los socios
han comprometido su responsabilidad personal en forma solidaria e ilimitada(729), y
por ello la sentencia que se pronuncie contra el ente tiene fuerza de cosa juzgada
contra los socios y puede ser ejecutada contra ellos previa excusión de los bienes
sociales.
Como la obligación de los socios en estos tipos sociales es subsidiaria, estos no
responden con su patrimonio personal, sino después de haberse acreditado la
insolvencia de la sociedad. Esta comprobación, que debe efectuarse con carácter
previo, se denomina beneficio de excusión, pero no debe entenderse que por ello
resulte necesaria —como requisito indispensable a los efectos de ejecutar a los
socios—, la existencia de una sentencia judicial no cumplida por la sociedad. Basta
a tal efecto, y sobre el punto la jurisprudencia es pacífica, la comprobación de que
la sociedad ha sido liquidada, o ha cerrado el establecimiento sin que exista otro
local comercial(730), la manifestación del representante legal de la compañía de que
esta carece de bienes, etcétera.
La declaración en quiebra torna asimismo inoponible el beneficio de excusión,
pues la prueba de la imposibilidad de afrontar el pasivo por su estado de cesación
de pagos(731). En tal sentido, el art. 160 de la ley 24.522 ratifica el principio expuesto
en el artículo en análisis, al disponer que la quiebra de la sociedad importa la quiebra
de sus socios con responsabilidad ilimitada.
Debe también destacarse que si bien y en principio no corresponde demandar
conjuntamente a la sociedad y a los socios, cuando el acreedor reclama el
cumplimiento de una obligación contraída por la sociedad, toda vez que la
responsabilidad de estos es subsidiaria y no están solidariamente obligados con la
sociedad, la invocación del derecho de excusión es meramente facultativa por cada
uno de los socios y no opera de pleno derecho.
Una cuestión controvertida en doctrina es la relativa al alcance de la intervención
de los socios en la acción promovida contra la sociedad, pues había quedado
señalado que, a diferencia de lo que acontece en las sociedades irregulares o de
hecho, en donde los socios, por carecer del beneficio de excusión, podían ser
demandados en forma conjunta o independientemente del ente, en las sociedades

452 
 
personales o por parte de interés, los socios no pueden ser demandados
simultáneamente con la sociedad que integran. Cabe entonces formularse el
siguiente interrogante: ¿Es necesaria entonces la citación de los socios en los
términos de los arts. 90 y ss. del Código Procesal?
Farina responde a esa pregunta en sentido afirmativo(732), señalando que el art.
56 en análisis debe armonizarse con los principios constitucionales que aseguran el
derecho de defensa en juicio, y con el art. 2023 del Código Civil, que establece que
no habiendo intervenido el fiador en las instancias entre el acreedor y deudor, las
sentencias pronunciadas no le privan de alegar esas excepciones.
Sin embargo, el texto del art. 56 es claro: "La sentencia que se pronuncie contra
la sociedad tiene fuerza de cosa Juzgada contra los socios (...) y puede ser
ejecutada contra ellos", y es justo que así sea, pues en los tipos sociales donde el
artículo es de aplicación estricta, todos los socios tienen en principio a su cargo la
administración y fiscalización de los negocios sociales, y en consecuencia deben
vigilar las actividades realizadas por los administradores u otros socios en
representación de la sociedad, y máxime cuando se trata del ejercicio del derecho
de defensa de la sociedad en sede judicial, cargando en caso contrario con las
responsabilidades correspondientes.
La regla general prevista por el art. 56 de la ley 19.550, que prevé la
subordinación de la ejecución de los socios ilimitada y solidariamente por las
obligaciones sociales, no es aplicable a las sociedades de la Sección IV del Capítulo
I de la ley 19.550, pues la subsidiariedad allí prevista está solo reservada a los tipos
sociales, y sabido es que las sociedades reguladas en los arts. 21 a 26 no son tipos
sociales sino una clase de sociedades no incluidas en el Capítulo 2 de la Ley
General de Sociedades.

ART. 57.—
Partes de interés. Los acreedores del socio no pueden hacer vender la parte de
interés; sólo pueden cobrarse sobre las utilidades y la cuota de liquidación. La
sociedad no puede ser prorrogada si no se satisface al acreedor particular
embargante.
Cuotas y acciones. En las sociedades de responsabilidad limitada y por acciones
se pueden hacer vender las cuotas o acciones de propiedad del deudor, con sujeción
a las modalidades estipuladas.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 95, 156, 219.LSC Uruguay: arts. 78, 154.

§ 1. Derecho de los acreedores de los socios sobre las


participaciones de estos

453 
 
Como lógica contrapartida al principio general de que los acreedores sociales no
pueden dirigirse contra los socios, por tener la sociedad personalidad jurídica
independiente (art. 2º, LSC), tampoco los acreedores particulares de aquellos
pueden ejecutar los bienes de la sociedad.
Sin embargo, en tanto la participación social forma parte del patrimonio de los
socios, constituyendo la prenda común de sus propios acreedores, éstos pueden
dirigirse contra las participaciones societarias de sus deudores (acciones, cuotas o
partes de interés), a fin de ver satisfechos sus créditos, aunque con diferentes
alcances de acuerdo con el tipo societario al que pertenece su deudor: Tratándose
de cuotas o acciones, la ley 19.550 dispone la procedencia de su ejecución en
pública subasta, previo cumplimiento de determinados trámites cuando se trata de
cuotas de sociedades de responsabilidad limitada, habida cuenta la especial
naturaleza de estas sociedades (arts. 153 y 219 de la ley 19.550). Por el contrario,
si se trata de sociedades de personas, resulta obvio que no es procedente la
ejecución forzada de tales participaciones, debido al fuerte acento personal que
caracteriza a estas compañías, las cuales deben su constitución a la personalidad
de sus integrantes, a punto tal de que en principio la, transferencia de la parte de
interés requiere el consentimiento de todos los restantes socios (art. 131).
La pregunta que debe entonces formularse es la siguiente: ¿Cómo hace la ley
entonces para no desproteger a los acreedores particulares de los socios en este
tipo de sociedades, teniendo en cuenta lo expuesto precedentemente? Muy simple:
establece que embargada la parte de interés del socio deudor por un acreedor
particular de éste, los terceros pueden cobrarse sobre las utilidades anuales y sobre
la cuota de liquidación, prohibiendo incluso resolver la prórroga de la sociedad, ante
el vencimiento del plazo de duración, si no se satisface previamente al acreedor
particular embargante, pues una decisión social en tal sentido podría postergar las
legítimas expectativas de éste (art. 109) y aun cuando ello no ha sido consagrado
legalmente, por aplicación de los mismos fundamentos, igual derecho tienen los
acreedores personales de los socios, si se resolviera, por el órgano de gobierno de
la sociedad, la reconducción del contrato social (art. 95 in fine,LSC)(733).
No obstante ello, creemos interesante destacar que, a nuestro juicio, la norma
del art. 57, en cuanto prohíbe la prórroga de la sociedad si no se satisface al
acreedor particular embargante, resulta insuficiente, pues debió adoptarse idéntico
criterio frente a cualquier acto societario que implique volver a la vigencia el contrato
social, cuando la sociedad hubiera incurrido en alguna otra causal de disolución
(arts. 94 incs. 6º y 8º; 95, párr. 3º y, 96, LSC).
Sin embargo, puede suceder que a los fines de frustrar los derechos de los
acreedores particulares de los socios en las sociedades por parte de interés, estos
resuelvan en forma permanente la constitución de reservas libres con las ganancias
de la sociedad, el traslado de las mismas a la cuenta de "resultados no asignados"
del patrimonio neto o decidan, entre otros artilugios, la capitalización de utilidades,
para evitar precisamente la distribución de las mismas y con ello, la percepción, por
los acreedores, de los dividendos del socio deudor.
Si bien la ley 19.550 permite esos procedimientos, como forma de obtener
capitales de trabajo, recurriendo a la financiación interna, obvio es concluir que
decisiones como las descriptas en el párrafo precedente deben estar inspiradas en
el interés social (arts. 66 y 70 de la ley 19.550) y no ser adoptadas con el fin de
burlar los intereses de terceros, entre los que se cuentan los acreedores particulares
de los socios. Si la constitución de reservas, traslado de ganancias a las cuentas del
patrimonio neto o la capitalización de utilidades tiende a burlar los derechos de los

454 
 
acreedores del socio, los acreedores personales del socio podrán cuestionar la
validez de esas decisiones, a través de las acciones de ineficacia de los actos
jurídicos prevista en los arts. 382 y ss. del Código Civil y Comercial de la Nación,
además de imputar esa ilegítima actuación a los socios y/o controlantes que la
hicieron posible, quienes deberán, además, responder por los daños y perjuicios
causados (art. 54 in fine de la ley 19.550).
Distinto —como hemos visto— es el caso de las sociedades de responsabilidad
limitada y por acciones, en las cuales, atento su propia naturaleza, puede
procederse a la venta de las cuotas y acciones de titularidad del deudor; aunque con
sujeción a las modalidades estipuladas, como se verá cuando se analicen las
disposiciones concordantes de cada uno de los tipos societarios. En las sociedades
en comandita por acciones y para los socios comanditados, rige el párrafo 1º del art.
57 en análisis.

Sección VIII - De la administración y representación

ART. 58.—
Representación: régimen. El administrador o el representante que de acuerdo
con el contrato o por disposición de la ley tenga la representación de la sociedad,
obliga a ésta por todos los actos que no sean notoriamente extraños al objeto social.
Este régimen se aplica aun en infracción de la organización plural, si se tratare de
obligaciones contraídas mediante títulos valores, por contratos entre ausentes, de
adhesión o concluidos mediante formularios, salvo cuando el tercero tuviere
conocimiento efectivo de que el acto se celebra en infracción de la representación
plural.
Eficacia interna de las limitaciones. Estas facultades legales de los
administradores o representantes respecto de los terceros no afectan la validez
interna de las restricciones contractuales y la responsabilidad por su infracción.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 11 inc. 3º, 59, 60, 136, 137; ley 20.744: art. 38.LSC Uruguay: art.
79.

§ 1. Administración y representación de las sociedades comerciales


Antes de entrar al análisis del régimen de administración y representación de la
sociedad, es necesario detenernos en el estudio de los principios que inspiraron al

455 
 
legislador para la regulación del régimen de la administración y representación de
las sociedades comerciales.
La administración de la sociedad, a la cual la ley 19.550 dedica los arts. 58 y 59,
prevé las pautas de conducta que son requeribles a todo administrador de
sociedades comerciales, cualquiera sea el tipo social de que se trate y que implican
la gestión ordinaria y habitual de los negocios sociales.
Ahora bien, el concepto de "administración societaria" comprende, como
principio general, la toma de decisiones dentro de la faz interna del ente mientras
que la representación de la sociedad es el medio a través del cual esta se manifiesta
ante terceros y queda obligada frente a ellos por las obligaciones celebradas por sus
representantes y si bien las pautas de actuación previstas por los arts. 58 y 59 de
la ley 19.550 se refieren tanto a los administradores como a los representantes
sociales, resulta indispensable comprender las diferencias que existen entre la
administración y representación, que solo se advierten con nitidez cuando se trata
de sociedades anónimas, en las cuales el legislador ha diferenciado entre el órgano
de administración, el directorio, cuya actuación es siempre colegiada pero cuyos
integrantes carecen de la facultad de obligar a la sociedad frente a terceros, y el
órgano de representación, que se encuentra en principio a cargo exclusivamente del
presidente del directorio o al vicepresidente, en caso de ausencia o impedimento de
aquel.
En los restantes tipos societarios, la representación esto es, el uso de la firma
social, indispensable para obligar a la sociedad frente a terceros, se encuentra
implícita en el concepto de la administración societaria, y todos quienes administran
a la compañía pueden ejercer la facultad de representación. Ello surge
expresamente de la ley 19.550 para las sociedades por parte de interés (arts. 128
párr. 2º, 136 y 142), y para las sociedades de responsabilidad limitada, conforme lo
dispuesto por el art. 157, aunque existe la posibilidad de deslindar ambas funciones
en la medida que los socios adopten una gerencia colegiada, lo cual es un supuesto
sumamente infrecuente en la práctica.
En las sociedades en comandita por acciones, aunque la ley 19.550 no detalla
el funcionamiento del órgano de administración de las mismas, y si bien se
encuentren elementos en su regulación legal para sostener la actuación de un
directorio (art. 316) como en las sociedades anónimas, considero que dicho órgano
es incompatible con la naturaleza de estas sociedades —hoy prácticamente
convertidas en una curiosidad histórica— cuya administración se estructura
tomando como base las normas de las sociedades en comandita simple y conforme
las cuales la representación se encuentra implícita en la administración, y esta solo
puede ser ejercida por los socios comanditados o terceros (art. 318 de la ley 19.550).
En definitiva: salvo en las sociedades anónimas, el administrador en los
restantes tipos sociales tiene la facultad de representar al ente, esto es, de obligar
a la sociedad por las obligaciones asumidas por aquel, salvo que en el contrato
social los socios hubieran previsto un régimen especial de representación,
otorgando estas facultades a uno o más administradores, lo cual se conoce como
régimen de representación plural, y por medio del cual las funciones de
representación quedan en manos de alguno de los administradores, para actuar en
forma indistinta o conjunta a los fines de imputar los actos celebrados a la sociedad
por la que actúan.
En las sociedades anónimas, como es natural, y atendiendo a su propia
naturaleza, es natural la separación de ambas funciones, pues como en estas se
encuentran presentes intereses de todo tipo, no siempre coincidentes, resulta lógico

456 
 
que sea dentro del seno del órgano de administración, el directorio, en donde sus
integrantes deliberen sobre la gestión de la sociedad. La representación de la misma
es otorgada, como hemos visto, al presidente del directorio o al vicepresidente en
caso de ausencia o impedimento de aquel quien debe actuar conforme a lo decidido
en las reuniones de ese órgano —cuyas resoluciones deben ser transcriptas en acta
(art. 73 de la ley 19.550)—.

§ 2. Naturaleza jurídica de las funciones del administrador en las


sociedades comerciales. Críticas a la doctrina del órgano
El art. 358 del Código Civil y Comercial de la Nación, sancionado en el año 2014,
encabeza un capítulo, el octavo, que trata el régimen de representación de la
persona humana y de la persona jurídica, disponiendo expresamente que la
representación es voluntaria cuando resulta de un acto jurídico, es legal cuando
resulta de una regla de derecho y es orgánica cuando resulta del estatuto de una
persona jurídica.
El legislador ha optado, siguiendo las modernas orientaciones en el tema, por
adherir a la doctrina orgánica para explicar la naturaleza de las relaciones existentes
entre el representante y la persona jurídica, abandonando —aparentemente— la
relación de mandato que estuvo vigente durante toda la vigencia del Código Civil
para todas las personas de existencia ideal, con excepción de las sociedades
comerciales, en donde la ley 19.550, cuando se trataba de entidades regularmente
constituidas, había reemplazado las normas del mandato por la doctrina del órgano.
Actualmente y como consecuencia de aquella norma y del art. 23 de la ley 19.550,
en su actual redacción, hasta las sociedades de la Sección IV del Capítulo I se rigen,
en materia de representación, por la doctrina del órgano,
Uno de los integrantes de la Comisión Redactora del Código Civil y Comercial de
la Nación, Ricardo Lorenzetti, había sostenido con respecto a esta cuestión, que la
representación orgánica refiere a los casos de representación de sociedades,
afirmando que el representante es el titular del órgano, independientemente de la
existencia de un poder. Es un funcionario y no mero representante; su cargo es
normalmente indelegable y su actuación no está sujeta al poder sino al acto
constitutivo y a los órganos de gobierno(734).
La teoría del órgano, admitida generalmente por la moderna doctrina jurídica,
lleva como presupuesto la negativa de todo tipo de diferenciación de sujetos
jurídicos en la relación funcional existente entre el órgano y la sociedad. En virtud
de ella, el órgano de administración y representación no es un mandatario del ente
social, sino que es la sociedad misma la que actúa, mediante la actividad concreta
de una persona humana y tampoco el órgano es mandatario de alguno, varios o
todos los socios. Así lo ha entendido la jurisprudencia de nuestros tribunales
mercantiles, conforme a la cual la diferencia entre mandato y órgano radica
esencialmente en que, según el mandato, el directorio es un simple ejecutor de un
conjunto de actos encomendados por la sociedad en cuanto mandante, en tanto
que, como órgano, se considerar al directorio como un elemento tipificante de la
sociedad anónima y consecuentemente no es necesario acreditar la representación
(mandato), bastando con probar el nombramiento para integrar el órgano(735).

457 
 
El Código Civil y Comercial de la Nación, en su art. 358 y siguiendo a una
jurisprudencia casi unánime de nuestros tribunales mercantiles, adhirió sin reservas
a todos estos conceptos, y con una gran amplitud, ha definido a la representación
como orgánica cuando ella resulta del estatuto de una persona jurídica, sin distinguir
entre una u otra. De modo tal que los representantes orgánicos, a diferencia de los
representantes voluntarios (mandatarios), no expresan su propia voluntad, sino que
solo son portadores de la voluntad de la persona jurídica. Es como si esta última
obrara directamente por sí, sin el auxilio de la representación(736).
Por mi parte, y en tanto he adherido a la teoría de la ficción para explicar la
naturaleza de la persona jurídica de las personas de existencia ideal(737), no pudo
sino rechazar la formulación de la doctrina del órgano, que me resulta sumamente
artificial y que no responde a la naturaleza de las cosas, sino a un dogmatismo y un
conceptualismo extremo, el cual, como bien sostuvo el magistrado Edgardo Marcelo
Alberti, en un recordado fallo, es capaz de resolverlo todo en la idealidad normativa,
mas se despreocupa en ocasiones de la inserción de lo resuelto en la materialidad
de las cosas(738).
La formulación de la doctrina del órgano es una consecuencia, aunque
exagerada, de la adhesión a la teoría de la realidad, predicada por aquellos que no
se mostraron satisfechos con la doctrina de la ficción para explicar la naturaleza de
la persona jurídica, entre quienes se contaban los redactores de la ley 19.550. Se
parte de la idea de que es la realidad la que recoge la existencia de un interés
diferente en un grupo de personas unidos para un fin determinado y sobre esa base,
se concede al sujeto de derecho de segundo grado, un nombre, un domicilio, un
patrimonio y un interés distinto al de sus miembros, olvidando sin embargo que ello
es una creación artificial del legislador y no —haciendo propias las expresiones de
Tulio Ascarelli— una criatura nacida de vientre de mujer. El problema que se plantea
a quienes sostienen esta manera de razonar, se presenta cuando se hace necesario
explicar fundadamente y con argumentos convincentes que, por tratarse de un
sujeto de derecho independiente a sus miembros, debe expresarse por sí misma y
no mediante una persona humana, en carácter de mandatario o representante.
Entonces nace la doctrina del órgano, conforme a la cual no hay dos sujetos de
derecho en la actuación de una persona jurídica, sino uno solo, y que el
representante de la entidad forma parte de la misma e idéntica persona que aquella
cuyo órgano integra, argumento incomprensible desde todo punto de vista para los
destinatarios de las normas jurídicas —esto es, el ciudadano común— que no
entiende, por lo general, este tipo de entelequias.
Se trata pues, para los cultores de la formulación de la doctrina del órgano, de
tornar coherente el esquema teórico sobre la cual se creó la persona jurídica como
un sujeto de derecho independiente al de sus miembros, intentando que la misma
no ofrezca la menor fisura, para lo cual la existencia de una relación de mandato con
el representante de la entidad, constituye una verdadera incongruencia. Sin
embargo, todo en la doctrina orgánica resulta absolutamente artificial, porque no es
consecuencia de la "materialidad de las cosas" —como afirmó el magistrado
Alberti—, y la mejor prueba de ello es que, ante las dificultades prácticas que
presenta dicha doctrina, la jurisprudencia ha admitido, en las relaciones entre la
sociedad y su representante, la aplicación analógica de la normativa del
mandato(739).
Debe tenerse mucho cuidado en caer en los abusos del dogmatismo, pues en el
ámbito del derecho comercial, y por ser su campo el de la vida real de los negocios,
es precisamente esa vida la que debe ser tenida en consideración a los fines de que
las reglas del derecho satisfagan mas las necesidades y conveniencias prácticas de

458 
 
orden, que las concepciones —o divagaciones, al decir del profesor colombiano
Gabino Pinzón(740)— de quienes cometen con facilidad y hasta con delectación, el
que el profesor español Emilio Langle llama el mayor pecado de los juristas, es decir,
el exceso de abstracción, que los aleja de las realidades sociales(741). Ello no
constituye una cuestión meramente académica, pues los efectos de esta manera de
actuar trasciende a terceros y puede conducir a resultados absolutamente injustos,
como sucede cuando se le niega a la persona de existencia ideal la posibilidad de
reclamar daño moral, por el mero hecho de carecer la misma de sentimiento alguno,
razonamiento que lo encontramos en miles de fallos que deniegan ese derecho pero
que falla en su esencia, pues los efectos del daño provocado a la sociedad —atento
la naturaleza de su carácter de sujeto de derecho— recaen siempre sobre quienes
son sus integrantes, a pesar de la separación legalmente establecida entre el
patrimonio de la corporación con el de sus miembros. Basta al respecto, para ilustrar
con un ejemplo las conclusiones expuestas, imaginar que el Banco Central adopta
equivocadamente una medida superintendencial que afecta la credibilidad de una
sociedad comercial, en lo que a su solvencia y responsabilidad patrimonial se refiere,
como por ejemplo, incorporarla en la peor categoría de deudores del sistema
financiero, provocando gravísimos daños a la misma, que determinan su cese de
actividades(742). Es evidente que la personalidad jurídica de esa sociedad no le
alcanza para reclamar al ente la reparación del daño moral, pero no lo es menos
que quienes han dedicado años de su vida al crecimiento de dicha sociedad y que
han vivido de sus ganancias, pueden quedar seriamente afectados en su fuero
interno por aquella ilegítima actitud, provocándole a los mismos un daño moral tan
significativo, como el que hubieran podido sufrir de haber sido víctimas directas de
ese ilegitimo proceder. Ante ello, la pregunta que se impone es: ¿Podemos entonces
llevar tan lejos el principio de la personalidad jurídica de las personas jurídicas y sus
efectos? y esta pregunta es especialmente aplicable a la doctrina del órgano.
Ello no significa que la necesaria organización que implica la creación o
funcionamiento de una sociedad (art. 1º de la ley 19.550), no autorice la necesaria
distinción entre los diferentes órganos de la sociedad, con competencia diferenciada
entre unos y otros, pero de allí a asimilar en forma definitiva la actuación de la
sociedad con la de las personas humanas que la representan, constituye un
verdadero exceso que, se reitera, es contrario al orden de la naturaleza.
Sin perjuicio de todas estas reflexiones, lo cierto es que, como hemos visto, el
art. 358 del Código Civil y Comercial de la Nación, ha terminado, aparentemente con
la referida polémica sobre la naturaleza jurídica de la relación jurídica del
representante con la sociedad, adhiriéndose sin reservas a la teoría organicista, al
prescribir que la representación es orgánica cuando resulta del estatuto de una
persona jurídica. Esta solución parece definitiva, pero sin embargo no lo es tanto,
así como tampoco el archivo de la teoría del mandato para explicar ese fenómeno,
pues la teoría orgánica no es compatible con cualquier persona jurídica y así lo
reconoce el legislador de 2014 cuando refiriéndose en el art. 211 a los derechos y
obligaciones de los integrantes del consejo de administración de las fundaciones,
prescribe que ellas se rigen por la ley, por las normas reglamentarias en vigor, por
los estatutos y subsidiariamente por las reglas del mandato y del mismo modo,
cuando el Código se refiere al administrador del consorcio de propiedad horizontal,
dispone, en su art. 2065 y en lo que respecta a la representación legal de esta
persona jurídica, que "El administrador es representante legal del consorcio con el
carácter de mandatario", con lo cual el principio general del art. 358 queda bastante
relativizado.

459 
 
§ 3. La obligación de los administradores de rendir cuentas de su
gestión

3.1. Algunas consideraciones sobre el principio general conforme al


cual en las sociedades comerciales la rendición de cuentas se
cumple a través de la presentación de los estados contables
Ha sido reiteradamente dicho por la jurisprudencia nacional, en forma
prácticamente uniforme, que los administradores de sociedades comerciales
regularmente constituidas no rinden cuentas a sus socios, sino que someten a éstos
los estados contables confeccionados por el órgano de administración, por medio
de los cuales se pone de manifiesto los resultados arrojados por la gestión
empresaria(743).
Este principio general, que constituye un verdadero dogma para los tribunales
comerciales, está basado en los siguientes fundamentos:
a) En tanto la rendición de cuentas implica un concreto ejercicio del derecho de
información por parte del socio, éste debe cumplirse a través de las formas previstas
por la ley 19.550, esto es: 1) El derecho de los socios a examinar los libros y papeles
sociales y recabar del administrador los informes que estime pertinentes conforme
lo dispone el art. 55; 2) Requerir del órgano de fiscalización interno la información
que estime necesaria, en los casos en que la sociedad contara con sindicatura o
consejo de vigilancia, y 3) Considerar, debatir y eventualmente aprobar los estados
contables anuales de la sociedad.
b) Habida cuenta que la naturaleza de la función de los administradores de
sociedades comerciales no se basa en una representación convencional entre dos
sujetos de derecho, sino en el cumplimiento de una obligación legal, las normas
previstas por los arts. 858 a 864 del Código Civil y Comercial —antes los arts. 68 a
74 del Código de Comercio— resultan inaplicables para aquellos, pues como órgano
de administración de las sociedades comerciales y no como mandatarios del ente
social, que no lo son, solo están obligados, ante los socios, a la elaboración y puesta
a disposición de los estados contables anuales o de ejercicio.
c) Que el procedimiento de rendición de cuentas previsto por aquellas normas
del Código de Comercio solo puede aplicarse cuando se trata de una operación o
negocio determinado susceptible de pronta liquidación, pero no cuando se trata de
una "actividad", cumplida en cierto período determinado legalmente (art. 234 in
fine de la ley 19.550). Por ello, la única forma de que los socios —orgánicamente
considerados— pueden tomar conocimiento de las cuentas de la sociedad, así como
de sus resultados, es a través de los estados contables anuales, elaborados en
forma uniforme, conforme tendencia universal en la materia.
Habrá advertido el lector que la formulación del principio general de que las
sociedades comerciales regularmente constituidas no rinden cuentas a sus socios
sino que anualmente presentan a los mismos sus estados contables para su

460 
 
deliberación y aprobación, reconoce algún soporte en la doctrina del órgano, al no
existir los dos sujetos que los arts. 68 a 74 del Código de Comercio —hoy arts. 858
a 864 del CCyCN— prevén como imprescindibles para la existencia de la obligación
de rendir cuentas, pero ello no es así, por dos razones fundamentales: a) Porque es
obvio que quienes administran un patrimonio en beneficio de otros, deben poner en
conocimiento de éstos el detalle de las operaciones celebradas así como los
resultados de su gestión y 2) Que la puesta a consideración por los administradores
de los estados contables de la sociedad, constituye una forma de rendición de
cuentas, adaptado al negocio societario, donde resultaría inconcebible que los
directores vayan explicando a cada uno de los socios, en forma independiente y con
el objeto de obtener su aprobación, toda la actuación desarrollada durante un
determinado ejercicio, siendo mucho mas compatible con el funcionamiento de la
sociedad, que esas explicaciones sean brindadas a los socios en forma uniforme y
en un solo acto, en el cual también deberá obtenerse la aprobación o reprobación
de las referidas explicaciones.
De lo expuesto surge que constituye un grave error considerar que rendición de
cuentas y la presentación de los estados contables a los socios constituyen dos
institutos diferentes e incompatibles, pues, como veremos a continuación, media
entre ambos una estricta relación de género y especie: la rendición de cuentas es el
género y la presentación de los estados contables a los socios, una de sus variantes.
La rendición de cuentas, tal como estuvo legislada en los arts. 68 a 74 del Código
de Comercio y hoy lo está en los arts. 858 a 864 del código unificado, si bien supone
la gestión de negocios ajenos o el manejo de fondos también ajenos, opera en el
campo de las relaciones convencionales, esto es, entre mandante y mandatario,
comitente y comisionista, comerciante principal y gestor de negocios etc. La forma
de liquidar las cuentas, conforme esa normativa, es sencilla y directa, y su
aprobación puede ser expresa o tácita, cuando el beneficiario de esa rendición deja
transcurrir el plazo de 30 días sin impugnar las mismas (art. 862, Código Civil y
Comercial de la Nación).
Por el contrario, tratándose de sociedades comerciales, la obligación que pesa
sobre los administradores de informar sobre su gestión a cargo de los negocios
sociales, no puede llevarse a cabo de la misma e idéntica manera, pues la
naturaleza del contrato de sociedad, pensada como instrumento de concentración
de personas o capitales para el desarrollo de una determinada actividad económica,
así como el sistema de organización que para estas entidades prevé la ley 19.550,
torna incompatible el procedimiento de rendición singular elaborado por los arts. 658
a 864 del Código Civil y Comercial de la Nación e inaplicable el sistema de
aprobación tácita de cuentas prescripto por el art. 862 de dicho ordenamiento.
En definitiva, el procedimiento por el Código Civil y Comercial en sus arts. 658 a
864 no es la única manera de llevar a cabo una rendición de cuentas ni debe
reservarse este instituto solo cuando los negocios ajenos son liquidados de la forma
prevista en las mencionadas normas. Es necesario reiterar que la presentación de
los estados contables anuales constituye otra manera de rendir cuentas, solo que
ajustada o adaptada a las particularidades negocio societario.
Basta reparar que en ambos casos, el fundamento de la obligación de informar
que pesa sobre los administradores de bienes ajenos es exactamente el
mismo: favorecer el interés del comercio, el cual es tema de indudable interés
público. Por ello ha sido resuelto en vigencia de las normas del Código de Comercio
que, cuando se establece, en materia comercial, que no puede relevarse al
mandatario o gestor comerciante de la obligación de rendir cuentas, la ley no ha

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podido tener otro móvil que el de favorecer el interés del tráfico mercantil, que es de
orden público, pues constituye un gran estímulo a la honestidad comercial; se
alejarán motivos de dudas o pleitos y con todo ello se habrá favorecido el crédito y
la seguridad que exige el tráfico mercantil para sus operaciones(744).
La propia ley 19.550 recepta este principio en el art. 69 cuando prescribe que "El
derecho a la aprobación e impugnación de los estados contables y a la adopción de
resoluciones de cualquier orden a su respecto es irrenunciable y cualquier
convención en contrario es nula" y ratifica todo lo expuesto el hecho de que la
presentación de los balances y estados contables a los socios o accionistas, como
forma de ilustrar a los mismos sobre el contenido y resultados de la actividad social,
puede también comprender el mecanismo previsto por los arts. 858 a 864 del Código
Civil y Comercial de la Nación, lo cual ocurre cuando los estados contables no
resulten satisfactorios con respecto a la exposición de una determinada cuenta. Ante
tal situación, y conforme lo ha explicado la jurisprudencia, los socios podrán exigir
de los administradores las explicaciones o informes complementarios o rendiciones
de cuentas referidas a operaciones o bienes determinados o específicos y concretos
aspectos del mismo(745).
En definitiva, lo que, como principio general, los socios o accionistas tienen
vedado hacer es exigir una rendición de cuentas de la gestión total realizada durante
un determinado lapso de la vida de la sociedad, pero nada obsta, como hemos visto,
a solicitar rendición de cuentas sobre un negocio u operación específica descripta
en los estados contables.

3.2. Las excepciones al principio de la improcedencia del instituto de


la rendición de cuentas legislado en los arts. 858 a 864 del Código
Civil y Comercial de la Nación para las sociedades comerciales
Los alcances del principio general al cual nos venimos refiriendo —esto es, que
la rendición de cuentas no es el mecanismo idóneo cuando se trata de sociedades
regularmente constituidas en las que los balances hacen las veces de periódicas
rendiciones de cuentas— ha sido objeto de importantes discrepancias por nuestra
jurisprudencia, que serán objeto de análisis en los párrafos siguientes.
Si bien no existen dudas sobre la inaplicabilidad de este principio a las
sociedades irregulares y de hecho y a las sociedades accidentales o en
participación, tema sobre el cual nos hemos referido al analizar el art. 23 de la
presente ley y para los cuales retorna la vigencia del procedimiento de rendición de
cuentas previsto por los arts. 68 a 74 del Código de Comercio, habida cuenta las
particularidades de dichas sociedades, la aludida discrepancia se concentra en
materia de sociedades regularmente constituidas, pues en éstas se presentan
habitualmente circunstancias que tornan procedente la aplicación de dichas normas,
como por ejemplo, cuando la sociedad regular no lleva una contabilidad regular o
cuando los administradores no preparan ni presentan sus estados contables con la
periodicidad que impone la ley 19.550.
Frente a tales casos, una importante corriente jurisprudencial ha admitido la
procedencia del procedimiento de rendición de cuentas en las sociedades
regularmente constituidas(746), como hipótesis de excepción, pero otros precedentes,

462 
 
más minoritarios, han descartado toda posibilidad en tal sentido,(747)con el
argumento de que el socio ajeno a la administración siempre tiene a su alcance las
acciones judiciales para obligar a los administradores a la confección de los
balances, las acciones de remoción o de responsabilidad contra quien no cumplió
con sus obligaciones de administrador (arts. 15, 55, 59,157, 276 a 279 de la ley
19.550), así como también las de derecho penal que pudieran eventualmente
corresponder, doctrina que resulta seriamente cuestionable, toda vez que a los
efectos de determinar la responsabilidad de los integrantes del órgano de
administración de una sociedad se requiere, con carácter previo, conocer el negocio
o la operación generadora de aquella responsabilidad, lo cual solo puede lograrse a
través de una rendición de cuentas específica, cuando los administradores se
niegan a confeccionar y presentar los estados contables.
Pasaremos a analizar, individualmente, los supuestos de excepción al principio
general conforme al cual los administradores de sociedades comerciales "rinden
cuentas" a los socios a través de la presentación de los estados contables.
a) Las sociedades irregulares y de hecho
Aceptado pues que en las sociedades comerciales, la elaboración y presentación
de los estados contables a los socios, orgánicamente reunidos, hace las veces de
rendición de cuentas, forzoso es concluir que este principio solo es aplicable a las
sociedades regularmente constituidas o típicas, pues los estados contables de éstas
solo pueden ser confeccionados si sus cuentas surgen de libros de comercio
llevados formal y sustancialmente en forma legal, lo cual es imposible para las
sociedades no regularmente constituidas, las cuales, debido a su carencia registral,
no pueden rubricar sus libros de comercio, que es el punto de partida de toda
contabilidad regular(748).
Por lo expuesto, en las sociedades irregulares o de hecho es posible
jurídicamente, a diferencia de las sociedades regularmente constituidas, que la
rendición de cuentas sea requerida a sus administradores a los fines de tomar
conocimiento y liquidar uno o varios negocios determinados, pues debido a la
inexistencia de contabilidad regular, dicha rendición deberá efectuarse mediante la
exhibición de los documentos correspondientes a las operaciones realizadas, de
conformidad al procedimiento previsto por los arts. 68 a 74 del Cód. Com.
b) La rendición de cuentas en las sociedades regularmente constituidas: La
carencia de una contabilidad regular y la omisión de los administradores sociales en
la confección y presentación de los estados contables
Resulta evidente que si la contabilidad regular constituye el fundamento de la
inaplicabilidad de lo dispuesto por los arts. 858 a 864 del Código Civil y Comercial
de la Nación para los socios de cualquier sociedad mercantil, pues solo aquella
permitirá la confección y presentación por los administradores sociales de los
estados contables en legal forma, la carencia de contabilidad legal, aún tratándose
de una sociedad regularmente constituida (art. 7º, ley 19.550) vuelve a tornar
procedente el instituto previsto por aquellas normas del Código Civil y Comercial.
En tal sentido, ha sido resuelto, durante la vigencia de los arts. 68 a 74 del Código
de Comercio, en conclusiones que resultan plenamente aplicables hoy, luego de la
sanción de la ley 26.994, que "La circunstancia de que la sociedad no lleva en forma
legal sus libros de comercio, así como la regularidad de las registraciones contables
hacen descalificables sus balances, el procedente la acción individual del socio para
reclamar la correspondiente rendición de cuentas documentadas del socio
administrador"(749), lo cual es solución ajustada a derecho en la medida que si la
contabilidad social no se llevó con regularidad, mal pudieron confeccionarse sus

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estados contables y en consecuencia, la rendición de cuentas "instruida y
documentada" de la gestión de la sociedad debe ser exigida a los administradores,
como medio de conocer la administración de la misma, sus resultados, la gestión y
la eventual responsabilidad que les hubiera correspondido a los mismos.
Con la misma orientación, y en un trascendente fallo de la sala C de la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Comercial, durante la vigencia del Código de
Comercio, fue resuelto que dentro del régimen de las sociedades regulares, el
balance suple, en principio, la rendición de cuentas que incumbe a todo
administrador, mas si los libros no se llevan con regularidad, los informes no se
suministran y los balances no se ponen a consideración de los socios,
individualmente o en asamblea, según corresponda, la rendición de cuentas
"circunscripta y documentada" a la que se refería el art. 68 del Cód. Com. —y hoy lo
hace el art. 859 inc. a) del Código Civil y Comercial de la Nación, que emplea la
fórmula "descriptiva y documentada"—, puede ser exigida a los administradores, ya
que en tal caso la acción de rendición de cuentas es un medio adecuado para
conocer y controvertir los pormenores de una gestión y su resultado, así como un
antecedente útil para establecer, en su caso, las responsabilidades
consiguientes"(750).
Ahora bien, admitida casi uniforme la procedencia del procedimiento de rendición
de cuentas previsto por los arts. 68 a 74 del Cód. Com. y actualmente por los arts.
858 a 864 del CCyCN, cuando la sociedad regular exhibe irregularidades en las
registraciones contables que hacen descalificables sus balances, se plantea la
cuestión sobre la naturaleza y los alcances del derecho del socio, individualmente
considerado, a exigir rendición de cuentas a los administradores, y en tal sentido, la
jurisprudencia no se ha mostrado coincidente.
Por una parte, ha sido sostenido que la rendición de cuentas, cuando es debida
por los administradores se debe a la sociedad, por ser ésta, como consecuencia de
su carácter de sujeto de derecho, la dueña del patrimonio administrado(751). Se
trataría en consecuencia, y conforme esta línea de pensamiento, de una acción de
naturaleza social, cuya legitimación activa estaría en cabeza de la sociedad y solo
subsidiariamente podría ser ejercida por el socio en forma individual, sin perder por
ello su carácter de acción social, esto es, promovida en beneficio de la sociedad y
no del socio individualmente.
En contra de esta orientación, se ha dicho que cuando la sociedad no lleva en
forma legal sus libros de comercio, siendo por ello descalificables sus balances por
la irregularidad de sus registros contables, tal estado de cosas autoriza la promoción
de la acción individual del socio para reclamar la correspondiente rendición de
cuentas al administrador de la sociedad(752). Esta corriente de opinión, en
consecuencia, autoriza al socio, individualmente considerado, a exigir a los
administradores la rendición de cuentas en su propio beneficio.
Por mi parte, considero que el pedido de rendición de cuentas al administrador
de la sociedad constituye una acción social y no una acción individual, pues dicha
acción es concedida al socio como tal, es decir, como integrante de la sociedad, con
lo cual, siguiendo el pensamiento de Siburu, la ley no entiende favorecer directa o
indirectamente el interés individual del socio, sino el de la sociedad, en la medida
que éste obra como órgano de defensa social, en salvaguarda de las bases
fundamentales de la sociedad, que son el estatuto y la propia ley 19.550(753), la cual
es muy cuidadosa en asegurar a todos los integrantes de la sociedad su más amplio
derecho de información.

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El carácter "social" de la acción de rendición de cuentas contra los
administradores de las sociedades comerciales surge también del hecho de que,
mediante la misma no solo se busca información sobre uno o más negocios
determinados, sino establecer su resultado y la liquidación de los correspondientes
saldos, el cual, de resultar acreedor para la sociedad, obligará a los administradores
a su reintegro a la caja social y no al bolsillo de cada socio, pues como principio
general, las utilidades no pueden ser distribuidas entre los socios si no provienen de
ganancias liquidas y realizadas, resultantes de estados contables legalmente
confeccionados y aprobados por los socios u accionistas (arts. 68 y 224 de la ley
19.550).
Ahora bien, la naturaleza social de la pretensión de exigir al o a los
administradores de la sociedad la rendición de cuentas sobre uno o varios negocios
determinados, cuando se dan los presupuestos para ello en las sociedades
regularmente constituidas, impone que la cuestión sea ventilada ante los órganos
sociales correspondientes, esto es, que se hayan instado las acciones propias del
sistema societario o, como dice la ley 19.550 en su art. 114, que se hayan agotado
los recursos previstos por el contrato social.
En el caso de las sociedades incluidas en el Capítulo II de la ley 19.550, debe
mediar exigencia concreta a los administradores, formulada en el seno de una
asamblea o reunión de socios o por medio fehaciente, a los fines de que éstos
presenten los estados contables anuales, dentro del plazo previsto por el art. 234 in
fine de la ley 19.550. Fracasada esa intimación, la sociedad podrá promover la
demanda de rendición de cuentas a sus administradores, la cual estará
representada por uno de ellos, tratándose de un órgano plural no colegiado, cuando
el restante administrador fuere la persona que se niega a la rendición de cuentas, o
un administrador "ad hoc", designado por todos los socios, para el supuesto en que
la obligación de la presentación de los estados contables fuere responsabilidad de
todos los administradores (art. 253 de la ley 19.550).
Para el caso de que la sociedad no promueva la acción de rendición de cuentas
resuelta orgánicamente, o el socio, individualmente considerado, no haya tenido
éxito en su actividad tendiente a agotar los recursos previstos en el contrato social
a los fines de que la sociedad, a través de su representante legal, promueva la
acción de rendición de cuentas contra los administradores remisos en el
cumplimiento de sus obligaciones, puede aquel promover dicha demanda,
resultando admisible entonces su actuación individual, lo cual no la hace perder a
dicha acción el carácter de "social", pues con ella se intentará siempre el beneficio
de la sociedad(754).
No obstante ello, debe siempre recordarse que el agotamiento de los recursos
previstos internamente solo puede ser exigido cuando, conforme las circunstancias
del caso, aquella actividad pueda tener una razonable posibilidad de éxito, pues de
lo contrario ello constituiría una evidente pérdida de tiempo y un esfuerzo insensato,
es decir, carente de todo sentido útil, que es función del derecho evitar. En tal sentido
ha sido resuelto que tratándose de una sociedad integrada únicamente por dos
socios, la exigibilidad de recurrir ante los órganos internos societarios con
anterioridad a la adopción de la vía judicial, podría exceptuarse, pues ante la
situación existente será infructuosa la defensa de los intereses del peticionante
dentro del marco interno del ente(755).
Aclarado lo expuesto, es preciso destacar que la acción de rendición de cuentas
contra los administradores, cuando es ejercida en los términos de lo dispuesto por
los arts. 858 a 864 del Código Civil y Comercial de la Nación, no puede comprender

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la totalidad de un período o ejercicio determinado ni tener el alcance de una
rendición global de cuentas de toda una gestión desarrollada a lo largo de uno o
más ejercicios. Dicha acción solo puede exigir el procedimiento previsto por el art.
861 del Código Civil y Comercial de la Nación respecto de un negocio u operación
determinada dentro del ejercicio, aunque la misma haya sido continuada. Pero ello
no desprotege a los socios, ni queda afectado el derecho de información de los
mismos, pues puede acumularse a la acción de rendición de cuentas la demanda
de remoción de los administradores, toda vez que la falta de preparación de los
estados contables anuales y la omisión de convocar a asamblea o reunión de socios
para considerar los mismos constituye infracción a los deberes de lealtad y diligencia
previstos por el art. 59 de la ley 19.550 y autoriza su remoción con justa causa.
Destacado entonces que el sujeto legitimado activamente para demandar por
rendición de cuentas a los administradores es, en principio, la propia sociedad, los
demandados en ese pleito no pueden ser otros que los administradores reticentes
en la preparación y presentación de los estados contables de la sociedad, y aunque
justo es reconocer que alguna jurisprudencia ha sostenido que el sujeto obligado a
la rendición de cuentas es la sociedad y no los administradores(756), tal conclusión
me parece insostenible, en tanto no se trata de defender una actuación de la
sociedad —como en el caso previsto por el art. 251 de la ley 19.550— ni de modificar
la composición de cualquiera de sus órganos, sino de obligar a quienes se
encuentran a cargo de la administración de la sociedad y de los fondos sociales, que
pongan en conocimiento de los socios, o en su caso del órgano de gobierno que
éstos integran, todos los antecedentes, hechos y resultados de uno o varios
negocios determinados.
Finalmente, y siguiendo esa discutible actitud restrictiva que caracteriza las
resoluciones de nuestros Tribunales Comerciales, fue denegado un pedido de
rendición judicial de cuentas efectuado por un grupo de socios ante la falta de
contabilidad legal, con el argumento de que éstos habían logrado designar un
gerente en la administración de la sociedad(757). Lo cuestionable de dicha solución
radica, a mi juicio, en pretender que el administrador societario, por el hecho de que
accedió a ese cargo merced al voto favorable de determinados socios, deba
favorecer a estos en el desempeño de su cargo, olvidando el principio general que
todo administrador, independientemente del origen de su designación, debe
desempeñar su cargo en beneficio del interés y del patrimonio de la sociedad y no
de determinado grupo de socios o accionistas a los que debe su cargo. El art. 59 de
la ley 19.550, cuando se refiere a la "lealtad" que todo administrador societario debe
observar hacia la sociedad que administra, ratifica la conclusión expuesta.
c) La rendición de las cuentas sociales entre los mismos administradores
También constituye un supuesto frecuente en la realidad de lo que acontece
diariamente en el seno de las sociedades comerciales que uno de los
administradores asuma de hecho y en forma unilateral la gestión total de los
negocios sociales, prescindiendo de los restantes administradores, quienes merced
a su propia desidia o negligencia o fruto de la arbitrariedad de aquel administrador,
han perdido todo contacto o injerencia con la marcha de la sociedad.
La pregunta que debe formularse es si, ante tales circunstancias, los
administradores ajenos con la real administración de la sociedad pueden reclamar
de quien dirige efectivamente la sociedad la rendición de cuentas sobre una o varias
operaciones determinadas.
La respuesta negativa a ese interrogante fue expresada en el caso "Arguello
María Rosa y otro c/ Banchik Simón Mauricio s/ sumario", dictado por la sala D de

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la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial de fecha 9 de marzo de 1998,
con el argumento de que la única conducta admisible por parte de los gerentes
ajenos a la administración de la sociedad de responsabilidad limitada, era requerir
del administrador "efectivo", la formulación de los estados contables anuales,
careciendo de importancia el hecho de que este gerente haya omitido registrar
contablemente dichas operaciones o que, durante ese período la sociedad haya
carecido de contabilidad regular, pues dichas infracciones eran reprochables a todos
los gerentes.
En otro caso, de características similares, la sala C del mismo Tribunal, en autos
"Future Computación SRL c/ Colodro Jorge s/ sumario", del 27 de febrero de 1992,
fue resuelto que existiendo en la sociedad de responsabilidad limitada una gerencia
constituida por dos miembros, cuya actuación era siempre conjunta, el balance debe
ser practicado en la misma forma, sin que ninguno de los gerentes se encuentre
obligado respecto del otro a rendir cuentas de su gestión, en razón del carácter
compartido de la gerencia.
Finalmente, y sin pretender agotar el listado de casos donde se presentaron
supuestos fácticos similares a los que venimos analizando, fue resuelto en el caso
"Hanomo Missim c/ Sassid José M.", dictado por la sala D de la Cámara Nacional
de Apelaciones en lo Comercial del 3 de junio de 1987 que no corresponde requerir
cuentas al administrador de una sociedad cuando el propio peticionario integra el
órgano que debe formularlas, sin que a ello obste la división de trabajos que de
hecho habrían convenido los gerentes, pues si esa era la realidad, lo que debió
hacerse fue modificar el contrato social y no mantener un administrador que no lo
era en los hechos.
Disiento con la solución dada en todos esos precedentes, pues no comparto que
pueda resolverse un expediente judicial mediante la apelación a meros dogmas
desentendidos de la realidad (casos "Arguello" y "Future") o merced a frases
grandilocuentes, partiendo el Tribunal, como lo hizo en el caso "Hanomo Missim",
de determinados "pecados originales" incurridos por el actor (inconveniente
redacción del contrato social), los cuales definirían, a priori, cualquier situación
conflictiva o lo que es peor, injusta, que podría desencadenarse con posterioridad.
En el primero de los precedentes analizados —"Arguello c/ Benchik"— la
evidente irregularidad que aporta al funcionamiento de la sociedad el hecho de que
un gerente haya desplazado fácticamente a los restantes administradores de la
sociedad de responsabilidad limitada y no les suministre la menor información sobre
el contenido y resultado de una o varias operaciones sociales, no puede encontrar
solución idónea con la recurrencia — como aconsejó el Tribunal — a la formulación
de un "balance general" por la gerencia de dicha sociedad, pues si aquel unilateral
administrador se negó a rendir cuentas de tales operaciones, no se entiende de que
manera y mediante que argumentos puede ser convencido de que colabore con la
formulación de una cuenta en el balance, comprensiva de aquella y aquellas
operaciones que tanto esmero tuvo en ocultar a sus colegas.
En el segundo de los casos —"Future Computación SRL c/ Colodro Jorge"— la
apelación por el Tribunal de Alzada al dogmatismo jurídico es patética, pues afirmar
—ante la concreta demanda de rendición de cuentas formulada por un gerente a su
coadministrador con respecto a una determinada operación realizada
exclusivamente por éste, malgrado la necesidad de actuación conjunta requerida
por el contrato social— que dicha demanda es improcedente, en tanto lo correcto
societariamente lo constituye la formulación "conjunta" de los estados contables
comprensiva de ese negocio, constituye una manera de resolver que ignora la

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realidad de los hechos invocados, pues de tal forma no se atiende debida y
prácticamente el derecho de información que corresponde a cada administrador e
impide que estos puedan tomar razón del contenido y resultado de determinadas
operaciones sociales y sin cuyo conocimiento no podrán formular los balances
sociales de la manera requerida por el Tribunal ni de ninguna otra.
Finalmente, y en cuanto al precedente "Hanomo Missim c/ Sassid José", en
donde se presentó el caso de una supuesta división de funciones entre los gerentes
de una sociedad de responsabilidad limitada, mal puede rechazarse la demanda de
rendición de cuentas formulada por un gerente a otro sobre una operación que
estuvo a cargo de esta última, con el argumento de que lo que hubiese
correspondido era la modificación del contrato social y no mantener un administrador
(el actor), que no lo era en los hechos, pues no es misión de los Tribunales dar
recomendaciones a los justiciables ni convencerlos que deben resignarse ante un
hecho consumado productos de actuaciones anteriores, sino que deben poner las
cosas en su lugar y dar una solución justa al conflicto que se presenta a juzgamiento,
lo cual es dar estricto cumplimiento a la republicana misión de administrar justicia.
Lo realmente cuestionable de todos esos precedentes es que, haciendo uso de
tan dogmáticos argumentos, quedó sin sanción la conducta de ciertos gerentes que
incumplieron una de las obligaciones más importantes que pesa sobre los
administradores de bienes ajenos, cual es, la de informar sobre el estado y destino
de los mismos. La única perjudicada con tal manera de resolver fue la propia
sociedad la cual es, como hemos dicho, la beneficiaria de todo pedido de rendición
de cuentas efectuada a sus administradores.
Creemos pues que, a diferencia de lo que parece ser corriente predominante en
nuestra doctrina judicial, la acción de rendición de cuentas formulada por un
administrador a otro u otros constituye una actuación que es procedente desde todo
punto de vista, pues merced al conocimiento que todos los administradores
adquieran de la marcha de los negocios sociales, podrán ellos formular los estados
contables en forma legal y veraz y someterlos a consideración de todos los
integrantes de la sociedad.
Finalmente, corresponde formularse otra pregunta que nuestra jurisprudencia ha
debido dar concreta respuesta: ¿Es invocable la doctrina de los propios actos al
socio que, ante la existencia de irregularidades en los registros contables, reclama
de los administradores la rendición de cuentas sobre una operación determinada,
cuando aquel integra el órgano de administración de la sociedad?
A diferencia de lo que fue resuelto por la jurisprudencia(758), soy de opinión que,
aún cuando el actor, como gerente de la sociedad, hubiese sido responsable de
tales anomalías, ello no lo inhibe de promover las acciones judiciales tendientes a
normalizar el funcionamiento de la sociedad, pues la doctrina de los propios actos
solo es invocable cuando la conducta antecedente, si bien contradictoria con
actuales actuaciones del mismo sujeto, era ajustada a derecho, pues razonar en
sentido contrario impediría a los ciudadanos la posibilidad de arrepentirse de sus
anteriores conductas antijurídicas, lo que el derecho no puede permitir.
d) La sociedad regularmente constituida en estado de liquidación
Habida cuenta que la disolución implica el fin de la vida activa de la sociedad y
una profunda mutación del fin societario, en tanto como consecuencia del
acaecimiento de una causal de disolución, la sociedad dejará de realizar la actividad
inherente a su objeto social para reemplazarla por una actividad encaminada
exclusivamente a la realización del activo y cancelación del pasivo, la presentación
anual de los estados contables no constituye en principio obligación exigible a los

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liquidadores, salvo que la liquidación se prolongare, en cuyo caso se confeccionarán
balances anuales además de la obligación que pesa sobre aquellos de informar
trimestralmente a los socios sobre el estado de la liquidación(759)(art. 104, ley
19.550).
La información periódica prevista por el art. 104 de la ley 19.550 constituye una
rendición de cuentas sobre la liquidación de la sociedad, que debe ser presentada
conforme los términos de los arts. 853 a 864 del Código Civil y Comercial de la
Nación. Repárese que la ley 19.550 no impone la celebración de asambleas o
reuniones de socios convocadas a los fines de aprobar esa información, la cual debe
considerarse tácitamente aprobada para el caso que la misma no fuese impugnada
expresamente, tal como lo prescribe el art. 862 del referido cuerpo legal unificado.
Pero la existencia de saldo positivo en la operación de que se trata no implica
distribución inmediata entre los socios, pues para ello deberán esperarse las
oportunidades previstas por los arts. 107 y 109 de la ley 19.550, que legislan sobre
la distribución parcial y final de la cuota liquidatoria.
La jurisprudencia ha admitido que el liquidador de una sociedad comercial es uno
de los sujetos legitimados en el cumplimiento de la obligación de rendición de
cuentas que impone el Código de Comercio(760), a lo cual no obsta la obligación de
presentar los balances anuales prescripta por la parte final del art. 104 de la ley
19.550, cuando la liquidación se prolongare, por cuanto el cumplimiento de esta
obligación no reemplaza la presentación de los informes trimestrales, sino que la
complementa, como el legislador se ha encargado de destacar.
A todo lo expuesto tampoco obsta lo dispuesto por el art. 109 de la ley 19.550,
en cuanto prescribe la obligación de los liquidadores de confeccionar un balance
final de liquidación, como requisito previo para la distribución de la eventual cuota
liquidatoria entre los socios, pues como ha sido destacado en un precedente
jurisprudencial, relativamente reciente y cuya doctrina se comparte, el balance final
de liquidación, cuya confección impone al liquidador del art. 109 de la ley 19.550,
constituye una virtual rendición de cuentas, sustancialmente disímil al balance de
ejercicio, pues queda reducido a indicar las disponibilidades existentes, los
resultados (ingresos y egresos) provenientes de la gestión liquidatoria y las cuentas
de contrapartida patrimonial indicativa de los saldos globales a favor de los
socios(761).
e) Los herederos del socio fallecido
El principio general que predica que en las sociedades regulares, mientras dure
la vigencia del contrato social no es dable exigir como principio de los
administradores, otras cuentas que no sean las formuladas en los respectivos
balances y estados contables, no resulta aplicable frente a los herederos del socio
fallecido, cuando aquellos tuviesen vedado su acceso a la sociedad, de conformidad
con lo dispuesto por el art. 90 de la ley 19.550.
En tal caso, esto es, cuando los socios hubiesen previsto en el contrato social
que los herederos del socio fallecido no ingresarán a la sociedad, éstos tendrán
derecho al reembolso de la participación societaria del mismo, pero carecerán del
derecho de información que la ley 19.550 otorga a todo integrante de la sociedad.
En tal sentido, todos los contratos de sociedad donde se estipula esa alternativa,
contienen una expresa previsión sobre la forma de liquidar la parte del socio
premuerto, que se concreta generalmente a través de un balance especial de
liquidación, comprensiva del valor llave de la empresa, en cuya confección aquellos
herederos deberán tener amplia participación.

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Pero tal manera de determinar económicamente la participación del socio
fallecido no descarta otras alternativas, como por ejemplo, la determinación del valor
de aquella participación mediante el último balance aprobado, y la rendición de
cuentas periódicamente formuladas a los herederos, sobre las operaciones sociales
pendientes de ejecución a la fecha del fallecimiento del socio premuerto.
Precisamente, estas rendiciones de cuentas deberán formularse de conformidad a
lo dispuesto por los arts. 858 a 864 del CCyCN y deberán ser aceptadas por sus
destinatarios en forma expresa o tácita, como lo prevén aquellas normas.

3.3. Prescripción de las acciones de rendición de cuentas en las


sociedades regulares
Admitida la posibilidad de exigir rendición de cuentas a los administradores de
sociedades comerciales regularmente constituidas en determinadas circunstancias,
queda por definir el término de prescripción de las acciones judiciales
correspondientes, y la cuestión no ofrece mayores dificultades: la acción por
rendición de cuentas dirigida contra el administrador societario queda incluida dentro
del art. 2560 del Código Civil y Comercial, que prevé, como plazo genérico de la
prescripción liberatoria, el de cinco años, no existiendo plazo especial que fije un
término prescriptorio diferente.

§ 4. La representación de la sociedad. La doctrina del "ultra vires" y


la teoría de la apariencia
El art. 58 de la ley 19.550 se refiere expresamente al régimen de representación
de la sociedad, es decir, a la actuación de su representante frente a terceros,
estableciendo expresamente que: "El administrador o el representante que de
acuerdo con el contrato o por disposición de la ley tenga la representación de la
sociedad, obliga a ésta por todos los actos que no sean notoriamente extraños al
objeto social".
Este dispositivo legal consagra lo que se ha dado en llamar la "doctrina del ultra
vires", que constituye una consecuencia directa del principio de especialidad que
caracteriza el régimen de capacidad de toda persona jurídica, conforme a la cual, y
a diferencia de las personas de existencia visible, la responsabilidad de la sociedad
por las obligaciones celebradas por sus representantes se limita a los actos
comprendidos en el objeto social.
La doctrina del ultra vires ratifica la trascendencia del objeto social, que además
de ser único, debe estar detallado, con precisión y determinación, en el contrato
social o estatuto (art. 11, inc. 3ºLSC). La inscripción de este instrumento en el
Registro Público de Comercio permite conocer a terceros cuáles son los actos que
la sociedad puede realizar, de manera tal que, como consecuencia del rol que el
legislador le ha otorgado a la inscripción de actos societarios, esto es, la plena
oponibilidad por la sociedad de las cláusulas insertas en el contrato social, los
470 
 
terceros no podrían exigir a la sociedad el cumplimiento de obligaciones que resultan
exorbitantes de la actividad comprendidas en el objeto social.
En otras palabras, el objeto social señala una importante limitación a la
capacidad de la sociedad, pero debe tenerse presente que si bien esta no responde
por los actos notoriamente extraños al mismo, realizados por sus administradores o
representantes, no siempre resulta sencillo determinar cuáles son los actos
inherentes al giro social, pues además de éstos, los administradores deben llevar a
cabo una serie de actos, de naturaleza preparatoria, conexa o de conservación de
los bienes sociales, que muchas veces parecen, a primera vista, incompatibles con
la actividad empresaria que desarrolla la sociedad.
Ello constituye en definitiva una situación de hecho que el juez debe resolver en
cada caso conforme a las modalidades que se presentan en ellos, y en caso de
dudas deberá considerarse obligada la sociedad, pues debe presumirse que el
administrador o representante actúa con conocimiento de sus facultades, sin
perjuicio de la responsabilidad de estos por los perjuicios causados a la sociedad y
a los socios. Ello es consecuencia del principio de apariencia de legalidad que
supone la actuación de todo administrador o representante de una sociedad, a la
cual nuestra jurisprudencia ha recurrido en forma permanente y que pone
importantes límites a la doctrina del ultra vires y en tal sentido se ha interpretado que
el criterio de la ley 19.550, al obligar a la sociedad por los actos que no sean
notoriamente extraños al objeto social, debe ser interpretado en forma amplia, por
cuanto debe protegerse a los terceros de eventuales sorpresas, quienes contratan
con la sociedad guiándose por la apariencia que se les ofrece y que se verían
defraudados si aquella pudiere oponerles hipotéticas limitaciones estatutarias a la
representación de quién firma por la persona jurídica(762).
Del mismo modo, la teoría de la apariencia también es aplicable cuando se
pretende oponer a terceros la actuación de otros órganos de la sociedad que son
contrarios al acto celebrado por el administrador o representante, y ello se presenta
en la práctica cuando la sociedad invoca un acuerdo de los socios que deja sin
efecto un contrato celebrado por aquel. Se ha resuelto, y obligando a la sociedad
por el cumplimiento de sus compromisos, que el tercero que contrata con la sociedad
tiene derecho a presumir que se han cumplido todas las regulaciones internas y que
los actos de sus administradores o representantes, gozan de una presunción de
legitimidad(763), y en igual sentido se ha resuelto, obligando a la sociedad por las
obligaciones asumidas por sus administradores o representantes, cuando la
designación de los mismos hubiese sido cuestionada en su legalidad por socios o
accionistas de la misma.
En definitiva, y conforme al principio de la apariencia, la existencia y los alcances
del acto con relación a los terceros de buena fe deben ser juzgados sobre la base
de su manifestación externa, de modo que esa configuración produzca convicción
respecto de su regularidad y realidad(764).
Pero debe quedar en claro la compatibilidad de la doctrina del ultra vires, a la
cual ha adherido expresamente el legislador en el art. 58, con el principio de
legalidad de la apariencia que genera la actividad de todo sujeto de derecho. La
primera es plenamente aplicable cuando el acto realizado por el administrador o
representante de la sociedad no deja margen de dudas sobre la incompatibilidad del
mismo con el objeto de la sociedad. Por su lado, la teoría de la apariencia constituye
un principio general de derecho al cual deberá echarse mano en caso de duda sobre
la inclusión o no del acto dentro del objeto social de la sociedad y sobre la legalidad

471 
 
de la operación contraída, cuando no se ha respetado la organización plural del
régimen de representación previsto en el contrato constitutivo o estatuto.
La jurisprudencia de nuestros tribunales mercantiles se ha pronunciado infinidad
de veces sobre la cuestión, y en protección de los terceros, ha considerado obligada
a la sociedad, echando mano a la doctrina de la apariencia, no solo cuando la
actuación del representante de la sociedad puede exhibir alguna irregularidad en
torno a la infracción al régimen de representación plural, en tanto en estos casos la
responsabilidad del ente se encuentra expresamente incluida entre las excepciones
previstas por el art. 58 de la ley 19.550, sino cuando el documento o contrato ha sido
suscripto por un integrante de la sociedad que carecía de facultades para obligar a
ésta (director no presidente; director suplente; apoderado sin facultades suficientes;
dependiente de la sociedad; etc.) y en tal sentido ha sido resuelto que corresponde
excluir la oponibilidad a terceros de las reglas estatutarias de la representación
cuando la conducta de la sociedad ha sido idónea para crear una apariencia en la
atribución de las facultades que invocan los suscriptores de los títulos, aún
infringiendo los estatutos, debiendo merituarse a tal efecto el silencio guardado por
la sociedad que no impidió, como lógicamente hubiera podido y debido, que los
firmantes de los documentos cumplieran una actuación idónea para crear una
apariencia de las que los terceros pudieran prevalerse, al así generarse la
certidumbre de que la sociedad quedaba obligada, y esta confusión no puede recaer
sobre los terceros de buena fe, sino sobre la misma sociedad, que provocara
aquella(765).
Dichas conclusiones se refuerzan tratándose de la ejecución de documentos
firmados por el representante de la sociedad deudora, cuando quien los suscribió
no revestía el carácter de representante legal de la misma(766), en tanto ha sido
también resuelto que el cuestionamiento de la actuación de su representante por la
entidad deudora no puede plantearse en un juicio ejecutivo, atento las limitaciones
cognoscitivas de este proceso(767), y ello tanto más cuando quien sin desempeñar el
carácter de representante legal de la sociedad ha suscripto un documento en
ejercicio del uso de la firma social, ha insertado el sello de la compañía, por resultar
ello circunstancia suficiente en orden de crear la apariencia de asunción de la
obligación cambiaria por parte de la sociedad(768).
Aclarado ello, y entrando de lleno en la problemática de la celebración de actos
notoriamente extraños al objeto social, cuadra efectuar las siguientes distinciones:
a) Si el acto no encuadra estrictamente en el objeto social, pero no resulta
"notoriamente" extraño al mismo, la sociedad responderá por los actos del
administrador, sin perjuicio de la responsabilidad de este frente a la misma entidad
y a sus integrantes. En este caso, la doctrina de la apariencia juega en favor de los
terceros, quienes deben ser favorecidos en caso de duda sobre la naturaleza del
acto para obligar a la sociedad por las consecuencias del mismo.
b) Si el acto fuere "notoriamente" extraño al objeto social, la sociedad no debe
responder por dichas obligaciones, salvo en los casos en donde se presenten las
excepciones previstas por el art. 58 de la ley 19.550, y los terceros no pueden
considerarse defraudados, pues la registración del contrato social les impuso del
contenido del objeto de la sociedad, recayendo, en este caso, la protección legal en
favor de los socios, sobre quienes, en definitiva, no pueden recaer los efectos de
ese acto.

472 
 
§ 5. ¿Que debe entenderse por actos notoriamente extraños al objeto
social
Como hemos explicado, el legislador ha utilizado la fórmula "actos notoriamente
extraños al objeto social" para minimizar el riesgo de que cualquier operación
aparentemente no vinculada al objeto social pudiera ser discutida en sede judicial,
con el único propósito, por la sociedad, de demorar o evitar el cumplimiento de sus
obligaciones. De allí que la notoriedad exigida por el art. 58 de la ley 19.550 tiene
un sentido concreto: que la ajenidad de la operación con el objeto social se
encuentre para todos, fuera de toda duda posible. En tal sentido se ha resuelto que
el exceso debe alcanzar el grado de notorio, vale decir, ser claro, indudable, grosero,
apreciado con el criterio de un "hombre corriente de negocios". Si el acto es dudoso,
en cuanto a la calificación requerida por la ley, la duda se resuelve a favor del
tercero, y las extralimitaciones del representante o su imprudencia, inidoneidad y
deslealtad etc., deben cargarse a la sociedad representada, sin perjuicio de la
responsabilidad de aquel frente a ésta por la infracción(769).
No debemos olvidar tampoco que la ley 19.550 admite la celebración de
operaciones no comprendidas directamente en el objeto social, como las inversiones
financieras (art. 64, 2.1. a), aún cuando tal actividad no se encuentra incluida dentro
del objeto social de la sociedad. Esta norma no implica dejar sin efecto la regla
general prevista por el art. 58 en análisis, sino que solo brinda una herramienta para
que los administradores de la sociedad puedan invertir su dinero en forma redituable
en beneficio del patrimonio social.
Ahora bien, la notoria ajenidad de un acto con el objeto social no se mide
exclusivamente por ser aquel diferente, en cuanto a su contenido, con las
operaciones que se vinculan con el objeto de la sociedad, sino también por la
magnitud del acto (como la venta o cesión de la totalidad o parte importante del
activo) o por el hecho de tratarse de operaciones que no tengan un fin societario,
entendido por tal toda actuación de sus administradores o representantes que no
contribuyan directa o indirectamente, a la obtención de ganancias. Tal es el caso,
salvo aisladísimas situaciones, del otorgamiento de garantías a favor de terceros,
que tornan directamente aplicable el art. 58 de la ley 19.550.
En este sentido, la Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial de Mar del
Plata, sala I, en los autos "Banco Río de la Plata SA s/ Incidente de revisión por
Liledi Sociedad Anónima s/ concurso preventivo", de fecha 30 de mayo de 2006,
receptó el criterio antes expuesto, resolviendo que la hipoteca constituida por una
sociedad en garantía del pago de una deuda de otra sociedad, constituye un acto
notoriamente extraño al objeto social, porque no es necesario para concretar la
actividad de la empresa y porque no ha sido realizada en interés de la sociedad sino
en beneficio de una tercera(770).

473 
 
§ 6. Aplicación práctica de la doctrina del "ultra vires". El
otorgamiento de garantías por parte de una sociedad a favor de
terceros
Un supuesto frecuente que puede dar lugar a la aplicación del principio general
previsto por el art. 58, LSC, se presenta cuando el tercero pretende demandar a la
sociedad ante el otorgamiento de avales o fianzas asumidas por su representante
legal, en garantía de obligaciones contraídas por terceros.
Esta hipótesis es moneda corriente no solo en las sociedades de responsabilidad
limitada y en las sociedades anónimas "cerradas" o "de familia", en donde éstas
garantizan con su patrimonio obligaciones personales contraídas por sus socios o
administradores. Del mismo modo, el otorgamiento de fianzas, avales o cualquier
otro tipo de garantías se presenta con suma frecuencia en los casos de
agrupamiento de sociedades, cuando una sociedad del grupo sale en auxilio de otra
compañía, para asegurar frente a terceros el cumplimiento de las obligaciones
contraídas por ésta.
Como no resulta posible dar una respuesta única para dar solución a estos
casos, es necesario efectuar las siguientes distinciones:
a) En primer lugar, cuando la sociedad otorga avales o fianzas en garantía de
obligaciones contraídas por la misma, la validez de tal operatoria no ofrece dudas,
pues ella es actuación conexa, complementaria o subordinada al objeto de la
sociedad, como lo autoriza expresamente el art. 63 inc. 3º de la ley 19.550.
b) En segundo lugar, cuando la sociedad otorga avales o fianzas en garantía de
obligaciones asumidas por terceros, ha sido señalado que la viabilidad del
otorgamiento de tales garantías por la sociedad depende de que el ente tenga o no
objeto financiero, siendo la respuesta afirmativa en el primer caso o negativa en el
segundo(771)y si bien puede coincidirse con esta manera de razonar, ello solo es
viable cuando la sociedad perciba retribución por haber prestado la garantía
(hipótesis expresamente permitida por el derogado art. 483 del Código de
Comercio y no prohibida por el Código Civil y Comercial de la Nación), pues las
fianzas gratuitas, aún cuando el ente tuviera objeto financiero, deben ser
consideradas actos exorbitantes al objeto social, pues carecen del fin societario,
además de que tales actos no pueden ser considerados nunca como financieros o
de inversión, si la sociedad no percibe renta o ganancias por tales operaciones.
c) En tercer lugar, nos encontramos con fianzas u otras garantías, otorgadas por
el director para garantizar obligaciones personales, operaciones sobre las cuales la
doctrina y la jurisprudencia no dudan sobre su inexigibilidad a la sociedad(772), criterio
éste que debe extenderse a la hipótesis ya señalada anteriormente, cuando el
comprador de acciones garantiza el saldo de precio convenido con el vendedor con
bienes sociales, operatoria muy frecuente en nuestra realidad negocial, que se
denomina "leverage buy out" y que ha sido acertadamente descalificada por nuestra
jurisprudencia(773).
Creemos en definitiva que, salvo el caso de que la sociedad tenga como objeto
la realización de operaciones financieras, y que aquella perciba una
contraprestación concreta por tal actividad, el otorgamiento de cualquier tipo de
garantías a favor de terceros constituye un acto notoriamente extraño al objeto
social(774), y en este caso, no resulta posible invocar la doctrina de la apariencia,
pues tales operaciones no son corrientes con el giro habitual de una sociedad ni se
compadecen con la marcha habitual de los negocios sociales, de manera que no es
exagerado imponer al tercero contratante con la sociedad, y beneficiario del

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otorgamiento de tal garantía, que extreme los recursos para asegurarse que la
sociedad deudora tenga suficiente capacidad para realizar tales operaciones.
Adicionalmente, tal solución tiende, además a proteger a los socios o accionista
de la sociedad que ha prestado esa garantía, cuando ellos son ajenos al grupo de
control, quienes verán afectado su derecho a los dividendos cuando la referida
sociedad deba cumplir con esa garantía, sin haber recibido la menor
contraprestación por tal servicio.

§ 7. Excepciones al principio general previsto por el art. 58 de la ley


19.550
Conforme a los términos del art. 58 de la ley 19.550, la sociedad no sólo no queda
obligada por las operaciones celebradas por sus administradores o representantes
que exorbiten el objeto social, sino tampoco por aquellas obligaciones contraídas
por sus representantes, en las que no se hubiera respetado el régimen de
representación previsto en el estatuto.
Este principio sin embargo sufre algunas excepciones, basadas en el principio
de la apariencia, pero que siempre suponen la existencia de buena fe por parte del
tercero contratante. Las excepciones son las siguientes:
a) Obligaciones contraídas mediante títulos valores. Ello se explica por la razón
de que estos documentos —letras de cambio, pagarés, cheques, etc.— están
destinados a circular, ya sea a través de endosos, cesiones o simple tradición,
conforme modalidades de su creación, y no sería lógico oponer a un tenedor
legitimado que reclama su cobro a la sociedad, una causal de inoponibilidad a la
cual es ajeno.
b) Contratos entre ausentes. El art. 58 de la ley 19.550 ha incluido esta clase de
contratos dentro de las excepciones previstas en dicha norma, teniendo en cuenta
que por razones de distancia con respecto al lugar de inscripción registral de la
sociedad deudora, el tercero contratante no ha podido razonablemente conocer las
cláusulas del contrato social.
c) Contratos de adhesión o concluidos mediante formularios. Por haber sido
redactados en su totalidad por la sociedad, estos contratos hacen presumir cierta
apariencia de regularidad. Ello explica que la jurisprudencia sea unánime en el
sentido de interpretar las cláusulas de los mismos en favor del contratante que no
participó en la redacción del mismo, limitándose a aceptarlo sin discusión.
La Ley de Contrato de Trabajo (ley 20.744), receptando asimismo la teoría de la
apariencia, consagra en su art. 38 otra excepción al principio consagrado en el art.
58 de la ley 19.550, en cuanto reputa, a los fines de la celebración del contrato de
trabajo, actos de las personas jurídicas, las de sus representantes legales, o "de
quienes, sin serlo, aparezcan como facultados para ello".
La jurisprudencia de nuestros tribunales de comercio ha entendido —con toda
razón— que la filosofía del art. 58 de la ley 19.550, en tanto enuncia un repertorio
de cuatro excepciones al principio general de inoponibilidad, resulta susceptible de
interpretación extensiva, pues es lo que más le conviene al sentido evolutivo de la
jurisprudencia universal y a la tutela del interés de los terceros, que compromete la

475 
 
equidad, pues no parece justo que en la tensión dialéctica entre la corporación con
el paquete de significativas prerrogativas que su subjetividad diferenciada implica
para sus miembros (arts. 141 del Código Civil y Comercial de la Nación y art. 2º de
la ley 19.550) y el derechos de los terceros contratantes, se privilegie a aquellos(775).

§ 8. La necesaria buena fe del tercero que ha contratado con la


sociedad
Ahora bien, y como expresamente lo dispone la norma en análisis, las
excepciones previstas por el art. 58 de la ley 19.550 parten de la base de que el
tercero contratante de la sociedad ha celebrado esta operación de buena fe, pues si
éste tiene conocimiento efectivo de que el acto se celebró en infracción a la
representación plural, el acto será entonces inoponible a la compañía.
La solución es justa, puesto que la buena fe que requiere el art. 58 de la ley
19.550 para proteger a quienes han contratado con los administradores o
representantes legales de una sociedad, habiendo éstos actuado en infracción a la
organización plural, se caracteriza por un obrar con el cuidado y previsión normales
para el tipo de negocio jurídico celebrado, por lo que no podrá invocarla quien haya
actuado en forma negligente, con ignorancia culpable o bien conocimiento la
inexistencia de un obrar conforme a derecho
Una concreta aplicación de la doctrina establecida por el art. 58 de la ley
19.550 se produjo en el caso "Peña Freytes && Asociados c/ Los Lagartos Country
Club SA s/ cobro de sumas de dinero", resuelto por la sala C de la Cámara Nacional
de Apelaciones en lo Comercial, en fecha 30 de octubre de 2002. Se trataba de una
demanda judicial que los actores, titulares de un importante estudio contable, habían
iniciado contra la sociedad demandada, reclamando una significativa suma de
dinero, por servicios profesionales prestados a la misma y fundado en un contrato
de locación celebrado con la sociedad. Al responder la demanda, la sociedad
accionada argumentó que dicho contrato, que superaba con creces la actividad
normal de aquella y que constituía una operación extraordinaria, atento el monto
involucrado, carecía de una formalidad indispensable, pues no había sido autorizado
por el directorio de la sociedad, órgano que ni siquiera había debatido dicha
contratación, sino que dicho contrato había sido suscripto por el presidente de la
firma, sin respaldo del órgano de administración de la sociedad. Ante esos
argumentos, la actora requirió del tribunal la aplicación al caso y en su favor de lo
dispuesto por el art. 58 de la ley 19.550, invocando su buena fe y ajenidad a las
irregularidades existentes en el seno de la sociedad deudora, las que, a su juicio, le
resultaban inoponibles. La justicia dio la razón a la sociedad y rechazó
expresamente la demanda, con el argumento de que la estrecha relación entre
quienes por más de quince años venían desempeñando en la sociedad demandada
actividades profesionales de índole contable e impositiva y de la condición de
profesionales expertos en esa materia, excluye la posibilidad del "engaño" que podrá
resultar de la apariencia protegida por la ley en el art. 58 de la ley 19.550, en tanto
aquellos no podían desconocer que el órgano de administración de la sociedad era
el único órgano competente para autorizar la celebración del contrato de locación
de servicios profesionales firmado entre la actora y el presidente del directorio de la
sociedad, sin la menor referencia a la necesaria resolución del directorio(776).

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§ 9. Efectos que produce la celebración de los actos notoriamente
extraños al objeto social. La "ratificación" por la sociedad del acto
notoriamente extraño al objeto social
Diversas doctrinas existen en torno a las consecuencias de la realización por el
representante de la sociedad de "actos notoriamente extraños al objeto social":
a) Según una primera tesitura, y que comparto plenamente, el objeto social fija
la capacidad de la sociedad, por lo cual ésta tiene una verdadera incapacidad de
derecho para realizar actos notoriamente extraños al mismo. Por obvia
consecuencia, y conforme al actual régimen del Código Civil y Comercial de la
Nación, los actos notoriamente extraños al objeto social son nulos de nulidad
relativa, con las consecuencias que ello apareja (arts. 386 del Código Civil y
Comercial de la Nación).
b) Según otra opinión, no se trata de un problema de capacidad sino de
inoponibilidad del acto con relación a la sociedad. Tal es la posición que sobre el
tema asumió Butty, quien predica la diferencia entre nulidad y la inoponibilidad, pues
mientras que la nulidad se fundamenta en vicios de forma o del objeto, la
inoponibilidad se funda en las desviaciones de la causa contractual, ya sea en la
constitución de la sociedad o en el obrar de la misma(777). Esta doctrina sin embargo,
olvida que, como sucede con todas las personas de existencia ideal, la sociedad
comercial no goza de una capacidad absoluta, como acontece con las personas
físicas, sino que, por estricta aplicación del principio de especialidad, su actuación
está limitada por el objeto social y de allí que la tesis de la inoponibilidad, que implica
por definición la validez del acto pero su ininvocabilidad por determinadas personas,
resulte sanción que no se ajusta a nuestro ordenamiento legal.
Sucede con frecuencia que ante la existencia de cuestionamientos de un acto
notoriamente extraño al objeto social, el órgano de administración de la sociedad
convoca a una asamblea o reunión de socios a los fines de que dicho órgano se
expida sobre la validez de dicho acto, y no es menos habitual en el mundo de los
negocios, que ante la "ratificación" —que en puridad jurídica es una "confirmación"
(arts. 1061 a 1065 del Código Civil) del acto jurídico nulo—, por parte de los
integrantes de la sociedad, las partes proceden a ejecutar ese acto, considerando
que, de esa forma, han subsanado los vicios que padecía el acto antecedente. En
principio, coincido con Halperin en que ese proceder podría ser considerado
inadmisible y que los actos notoriamente extraños al objeto social no pueden ser
ratificados por la asamblea de accionistas o reunión de socios, salvo unanimidad de
votos, porque importaría modificar el objeto social a posteriori sin los requisitos
exigidos por la ley (arts. 7º, 10 y 167 de la ley 19.550), aún cuando la ratificación se
cumpla con los recaudos del art. 244 de la ley 19.550(778). A lo sumo, podría
argumentarse, para el caso de que la sociedad decida cumplir con ese compromiso,
debe requerirse una decisión unánime de los socios o accionistas, que se
pronuncien favorablemente en torno a esa operación, y, finalmente, para el caso de
que esa supuesta "ratificación" haya sido decidida por mayoría, todo socio o
accionista que no hubiere prestado su consentimiento al cumplimiento de esa
obligación, goza del derecho de receso en los términos del art. 245 de la ley
19.550,pues si este derecho está expresamente concedido al accionista que no votó

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favorablemente el cambio fundamental del objeto en el seno de una asamblea
extraordinaria, mal se puede negar el ejercicio del derecho de separación cuando
ese cambio de objeto es realizado sin cumplir con las formalidades previstas por la
ley (arts. 235 y 244 in fine de la ley 19.550).

§ 10. Límites procesales a la invocación de la doctrina del ultra


vires
Como hemos ya señalado, y por razones estrictamente procesales, la
jurisprudencia ha declarado la improcedencia de la violación de los límites del objeto
social de la ejecutada, invocada en el marco del juicio ejecutivo, en tanto ello
requiere la indagación de la causa del libramiento del título de crédito, para
compararla con el objeto, en los términos del art. 58, LSC(779).
Sin perjuicio de que ello ha sido aceptado unánimemente por la jurisprudencia,
habida cuenta la naturaleza del juicio ejecutivo, soy de opinión que la imposibilidad
de invocar la causa de la obligación por razones estrictamente personales,
supeditando esa discusión a un proceso ordinario posterior, como lo admite nuestra
ley procesal, constituye una verdadera violación al derecho constitucional de
defensa en juicio y un claro ejemplo de dogmatismo incompatible con el servicio de
justicia y el sentido común, toda vez que no se entiende como y de qué manera
puede limitarse el derecho de defensa del ejecutado a la oposición de excepciones
basadas en el documento en ejecución y no en el negocio causal, que es lo
verdaderamente trascendente de toda relación jurídica.

§ 11. El uso de la firma social


Corresponde aclarar, en primer lugar, que la expresión "uso de la firma social"
se refiere al ejercicio concreto de la representación de la sociedad.
Si bien la ley 19.550 no contiene disposición concreta sobre la forma en que el
uso de la firma social debe exteriorizarse para obligar a la sociedad, es evidente,
como lo ha sostenido la jurisprudencia en forma reiterada, que la firma o nombre
social mediante la cual se establece la asunción de una obligación por la sociedad,
debe presentarse con tal claridad que indique la actuación de un ente colectivo y no
la de una o varias personas de existencia visible(780).
Repárese que lo que determina la imputación del acto a la sociedad es la claridad
en la actuación de su representante, quien no debe dejar margen de dudas en
cuanto a que su intervención lo ha sido a nombre y por cuenta de la sociedad que
representa. La ley no exige fórmulas sacramentales ni prescribe cuáles deben ser
los medios utilizados para efectuar la aclaración de que se está actuando en
representación de un ente colectivo, de modo tal que, aunque no existiera sello
aclaratorio, la sociedad queda obligado por la actuación de su representante,
cuando existen suficientes elementos de juicio que permitan deducir que la

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obligación ha sido contraída a nombre de la compañía y no a título personal del
suscriptor del documento.
Esta cuestión dio origen a un nutrido debate en nuestra jurisprudencia, referido
al uso de la firma social en las letras de cambio y pagarés, como veremos en los
párrafos siguientes.
La responsabilidad de la sociedad por las obligaciones contraídas en títulos
circulatorios, supone obviamente la necesaria aclaración por parte del firmante de
que se obliga en representación de aquella, pues de lo contrario, y conforme a los
principios generales que gobiernan esos títulos, quedará el suscriptor
personalmente obligado a satisfacer la deuda contenida en el documento.
Tanto el decreto 5965/1963 como la ley 19.550, disponen coincidentemente, en
protección de los terceros y del comercio en general, y atendiendo a la naturaleza y
caracteres de estos títulos, que la firma de los documentos librados en
representación de la sociedad que administran o representan, obliga a esta por las
sumas allí consignadas, aun cuando se infrinja el régimen de representación plural
establecido en el contrato social o estatuto (art. 58, LSC), sin necesidad de poder
especial para obligarla cambiariamente, en la medida que esa facultad está implícita
dentro de las potestades del representante social (art. 9º, párr. 2º, dec.-ley
5965/1963).
Lamentablemente, y habiendo ese decreto omitido legislar las formalidades
necesarias para tener por acreditada en forma fehaciente esa representación,
nuestros tribunales comerciales han vacilado sobre el particular, y fundándose en el
carácter formal de los títulos circulatorios, que exige el estricto cumplimiento de las
formas para manifestar la voluntad creadora del título, se resolvió, en forma reiterada
—aunque con alguna disidencia— que, en tanto la firma del suscriptor obliga
cambiariamente al firmante, aquella debe expresar sin lugar a dudas, cuál es la
persona obligada al pago, concluyéndose que "la firma debe estar asentada bajo el
sello de la sociedad, y expresado el carácter de su representante"(781), doctrina esta
coincidente con la opinión de Williams sobre el particular, quien sostuvo al respecto
que la firma por sí sola obliga cambiariamente al firmante y la posición de esa firma
en el documento determina la responsabilidad del suscriptor"(782).
La práctica diaria demuestra que no son pocos los documentos en los cuales el
librador omite estampar el sello que acredite su carácter de representante, haciendo
constar esa circunstancia, así como el nombre y domicilio en un lugar preimpreso
destinado a aclarar esos datos, y que obra al margen inferior izquierdo del pagaré.
Insólitamente, esa aclaración no resulta a juicio de nuestros tribunales de
comercio de virtualidad suficiente para obligar a la sociedad, habiéndose resuelto
que las menciones hechas a la izquierda de los pagarés, sin integrar su texto,
carecen de entidad a tal efecto(783)y ello por cuanto las cláusulas allí insertas tienen
eficacia cambiaria para fijar el domicilio del librador, pero por resultar
extracambiarias, no pueden afectar la declaración cartular, en cuanto a la aclaración
del nombre del firmante que precede a su domicilio. Por ello, la firma o firmas
insertas en la letra o en el pagaré deben expresar sin lugar donde se estampan,
quién es el obligado por su declaración y en caso de no actuar por derecho propio,
en qué carácter actúa(784).
En los autos "Beggini, J. C. c/ Inversora Mercantil SA" de fecha 29 de noviembre
de 1984, la sala B de la Cámara de Apelaciones volvió a insistir en el mismo criterio,
resolviendo que la firma o nombre social mediante la cual se establece la asunción
de una obligación por la sociedad, debe presentarse con tal claridad, que indique la
actuación de un ente colectivo y no la de una o varias personas de existencia visible.

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Para que ello pueda lograrse debe emplearse la firma o razón social y obligándose
por medio de mandatario, figurará la firma de este y la correspondiente indicación
de su situación legal. Si la firma que suscribe el pagaré en ejecución no se encuentra
acompañada de indicación de la cual resulte que el firmante actuó como órgano o
representante de la sociedad, resulta responsable la persona física que suscribe la
obligación instrumental, sin que a ello obste el aditamento 'presidente' que
acompaña la firma inserta en el título ni la mención contenida en el margen izquierdo
del documento.
Contrariamente con esa orientación jurisprudencial, la sala E del mismo tribunal
resolvió, en autos "Banco Sidesa SA (en liquidación) c/ Cementera Comercial SA
s/ejecutivo" de fecha 22 de agosto de 1984 se pronunció en el sentido exactamente
inverso, otorgando pleno valor a las inscripciones obrantes en el margen izquierdo
del documento, que integran su texto y nada impide pues que la firma ológrafa sea
aclarada debidamente en otro lugar del mismo documento, y con mayor razón en
aquel lugar reservado a identificar al librador. Siguiendo su orientación se pronunció
el 20 de noviembre de 1986, la sala A del mismo tribunal de alzada, en los autos
"Tagliani, E. c/ Industrias Textiles Caube SRL s/ ejecutivo".
La cuestión fue resuelta finalmente por el fallo plenario dictado en los autos
"Banco Sidesa SA en liquidación c/ Cementera Comercial SA s/ ejecutivo" citado en
el párrafo anterior, de fecha 5 de diciembre de 1986, en el cual se sentó la siguiente
doctrina: "En un pagaré suscripto con una firma que no está precedida o
acompañada inmediatamente de sello o leyenda alusiva a la representación de una
sociedad, es idóneo como expresión de representación, mencionar el nombre de la
presunta representada en la parte inferior izquierda del formulario empleado para
confeccionar el título, en el espacio determinado por la impresión de una línea
precedida por la palabra 'Nombre'".
Esta es, a nuestro juicio, la doctrina correcta, por los siguientes fundamentos:
a) El decreto 5965/1963 no impone, en ninguno de sus artículos la utilización de
sellos aclaratorios como requisito indispensable y necesario para acreditar una
representación societaria.
b) La naturaleza jurídica de los títulos circulatorios no obsta a esta conclusión
pues la literalidad que caracteriza a estos significa que el documento debe bastarse
a sí mismo, acordándosele pleno valor a su propia constancia.
Obsérvese al respecto que el propio decreto 5965/1963 no hace diferencia
alguna entre esas constancias, y menos aún prescribe el lugar geográfico donde las
mismas se encuentran ubicadas. En ese sentido, admite Cámara(785)la flexibilidad
del decreto 5965/1963 el cual si bien prescribe las notas necesarias e
indispensables que las letras y pagarés deben contener en forma alguna excluye
otras menciones que pueden en ellos consignarse, pues la cambial no es moneda
ni título emitido en serie que requiera la unidad de su texto, y por ello admite en
varios de sus artículos la existencia de cláusulas facultativas amparadas por el
régimen de libertad del art. 1197 del Código Civil, que deben siempre admitirse
mientras no repugne la estructura fundamental del título valor.
Así entendidas las cosas, no se entiende cómo puede descartarse la validez de
las inscripciones contenidas dentro de un determinado margen del documento,
cuando el mismo decreto 5965/1963 en su art. 14 otorga eficacia cambiaria al
endoso que consta en una prolongación del título "en un papel debidamente unido
a la letra", según palabras textuales en su texto normativo. A ello debe agregarse
que el referido ordenamiento legal consagra la validez de las cláusulas sobre
intereses, cuando su tasa está indicada en la misma letra, sin mencionar el lugar de
inserción de la misma, prescribiendo asimismo el decreto 5965/1963 que la letra de

480 
 
cambio que no indique el lugar de creación se considera suscripta en el lugar
mencionado al lado del nombre del librador, que conforme con los textos impresos
se encuentra en el margen izquierdo del documento.
La solución contraria, que había sido consagrada por la sala B del referido
tribunal, y que diera origen al fallo plenario en el caso "Banco Sidesa SA", peca de
un dogmatismo inadmisible, lo cual es propio y característico del decreto 5965/1963
y de todo el régimen cambiario, no solo nacional sino internacional, y que ha llevado,
por la aplicación desmesurada de los principios de literalidad, autonomía y
abstracción, a consagrar soluciones verdaderamente injustas, imposibles de reparar
por medio de la acción ordinaria posterior, en especial en aquellos casos en donde
el deudor ha debido cumplir la condena impuesta en el juicio ejecutivo. Repárese
que ningún sentido tiene lo resuelto por la sala B de la Cámara Comercial en el fallo
ya transcripto, que otorga validez a las menciones obrantes en ese margen, cuando
las mismas se refieran al domicilio, del deudor y descartan esa validez para otras
menciones frente al silencio de la ley que ninguna distinción efectúa.
c) Finalmente tampoco puede sostenerse que la firma del representante legal de
una sociedad se integre con la identificación de su representada y el carácter con
que actúa, como parece desprenderse del fallo "Beggini, J. C. c/ Inversora Mercantil
SA", pues ello si bien se encuentra prescripto —como enseña Cámara— en la
legislación italiana y japonesa, en donde la firma comprende el nombre y apellido, o
la razón social de aquel que se obliga, ello no ocurre en el derecho nacional, el cual
para la firma y sólo para algunos casos excepcionales exige la indicación del nombre
y apellido (art. 3633, Código Civil) pues para los restantes la palabra firma sólo es
aplicada para denotar el conjunto de rasgos caligráficos que una persona traza al
pie de un documento, que conforme Fontanarrosa(786)no puede jamás identificarse
con la noción de firma alemana o ditta soggettiva del derecho italiano que se refiere
al hombre comercial.

ART. 59.—
Diligencia del administrador: responsabilidad. Los administradores y los
representantes de la sociedad deben obrar con lealtad y con la diligencia de un buen
hombre de negocios. Los que faltaren a sus obligaciones son responsables, ilimitada
y solidariamente, por los daños y perjuicios que resultaren de su acción u omisión.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 72, 99, 133, 157, 271 a 279. LSC Uruguay: art. 83.

§ 1. Principio general en materia de actuación y responsabilidad de


los administradores
Si bien la ley 19.550 contiene normas específicas en materia de responsabilidad
de administradores de las sociedades comerciales en los arts. 59, 255, 274 a 279
de la ley 19.550, es importante destacar que este régimen de responsabilidad no es

481 
 
ajena a la teoría general de la responsabilidad civil, pues con excepción del supuesto
particular previsto por el art. 279, ella se encuentra orientada específicamente al
resarcimiento de los daños y perjuicios que se generen en la sociedad como
resultado de la mala gestión de las personas físicas que tengan a su cargo la gestión
o integren el órgano colegiado de administración y que no respondan a la conducta
propia de un buen hombre de negocios, imponiéndoles el ordenamiento societario
una responsabilidad que será diferente según como se encuentre organizada la
administración de la sociedad, cuando el comportamiento de los mismos sea
violatorio de la ley, del estatuto o del reglamento, dolosa o ejercida mediante abuso
de facultades o culpa grave.
Los arts. 59 y 274 de la ley 19.550 se refieren a la responsabilidad del
administrador societario, la primera con carácter general y la segunda
específicamente a las sociedades por acciones —aunque con aplicación analógica
para los distintos tipos societarios— indicando las bases para ponderar la conducta
del administrador y para imponer las responsabilidades que corresponden por los
daños infringidos a la sociedad.
El art. 59 de la ley 19.550 señala una pauta de conducta para la actuación de los
administradores y representantes de la sociedad, quienes deben actuar con la
lealtad y diligencia de un buen hombre de negocios.
Los administradores deben en consecuencia, al obrar con lealtad, postergando
sus intereses personales, evitando actuar en competencia, salvo consentimiento de
los restantes socios, o aplicación de los requisitos previstos por el art. 271 de la ley
19.550 para las sociedades anónimas, y ello es una consecuencia de la naturaleza
del contrato de sociedad, donde los socios se comprometen a "participar" de las
utilidades (art. 1º), lo que supone una actividad del administrador que debe redundar
en beneficio de todos los integrantes de la misma.
Al exigir diligencia, el legislador ha pretendido de los administradores idoneidad,
eficiencia en el desempeño de sus funciones y especificidad en la competencia para
los negocios objeto de la sociedad(787). La necesidad de que todo administrador
societario debe actuar con diligencia en el ejercicio de sus funciones, supone que,
al momento de asumir el cargo, deben tener conocimiento de la actividad a la cual
se dedica la sociedad y dedicar todo el tiempo necesario para que su gestión sea
exitosa y pueda redundar en beneficio de la sociedad, e indirectamente de los socios
o accionistas. Es por ello que resulta inadmisible que el administrador societario, a
los efectos de negar toda responsabilidad por una mala gestión, invoque haber sido
ajeno a la marcha de los negocios sociales.
Ha sido sostenido por la jurisprudencia que el patrón de apreciación de la
conducta que brinda el art. 59 de la ley 19.550, referida a la diligencia de un buen
hombre de negocios, impone, entre otras obligaciones, la previsión de
acontecimientos que no resultan desacostumbrados en el ámbito de la actividad de
la sociedad, lo cual supone experiencia en el ejercicio de cargos directivos(788). Con
otras palabras y transcribiendo conceptos de un trascendente fallo de cita obligada
en todos los casos en que se debate la responsabilidad de los administradores
societarios, éstos deben desempeñar sus funciones con la diligencia de un buen
hombre de negocios, tomando como modelo la diligencia que deberá apreciarse
según las circunstancias de las personas, del tiempo y del lugar (art. 1724 del Código
Civil) y la actuación presumible de un buen hombre de negocios, o sea de un
comerciante experto (art. 902 del Código Civil, hoy art. 1725 del Código Civil y
Comercial de la Nación)(789), en tanto esa concreta referencia importa una auténtica
responsabilidad profesional, esto es, capacidad técnica, experiencia y

482 
 
conocimiento(790). En suma, la "profesionalidad" del buen hombre de negocios"
induce a los administradores a amoldar su conducta a las reglas empresarias y son
particularmente éstas las que deben reglar su actividad y cuya finalidad es optimizar
con sus decisiones el resultado de la gestión de los negocios a cargo del órgano de
administración(791).
Ahora bien, la ley 19.550 no contiene disposiciones, en su parte general, referida
a la responsabilidad de los administradores, salvo en lo que se refiere al estándar
de conducta ya mencionado en el art. 59, de cuyo incumplimiento se derivan las
responsabilidades correspondientes, por simple aplicación de principios de derecho
común (arts. 1738, 1742 y concs., Código Civil y Comercial de la Nación). Para la
concreción de dicha responsabilidad debe recurrirse a los principios previstos por el
art. 274 que si bien se encuentra referido a las sociedades anónimas, ellos resultan
aplicables a todos los tipos societarios y de alguna manera completan y reglamentan
la norma del art. 59, al responsabilizar solidaria e ilimitadamente a los directores
frente a la sociedad, los accionistas y los terceros por el mal desempeño de su
cargo, según el criterio del art. 59, así como por la violación de la ley, el estatuto o
reglamento y por cualquier otro daño producido por dolo, abuso de facultades o
culpa grave.
La responsabilidad de los administradores societarios es muy amplia, y
comprende todos los aspectos de su gestión, comenzando con su primario deber de
conservar los bienes sociales, de los cuales son custodios, lo cual los obliga a
observar la siguiente conducta:
a) Conservar los bienes de la sociedad, lo que significa mantener los mismos en
el patrimonio social y justificar su enajenación o transmisión, manteniendo su
producido en el activo o bien dando cuenta de su destino o aplicación por medio de
su registro en la contabilidad legal(792).
b) Afectar los bienes de cambio al giro ordinario de la empresa, enmarcado en el
objeto social.
c) Evitar, a través de una política comercial prudente, el agravamiento de la
responsabilidad patrimonial de la sociedad. Téngase en cuenta que la ley 24.522,
de concursos y quiebras, responsabiliza a los administradores y/o representantes
de la sociedad, en forma solidaria e ilimitada a indemnizar a la sociedad por los
daños y perjuicios, por los que se los declare responsables, cuando en infracción a
normas inderogables de la ley (como lo es, sin lugar a dudas la pauta de conducta
prevista por el art. 59, LSC) produjeren, facilitaren, permitieren, agravaren la
responsabilidad patrimonial de la sociedad.
Pero además de ello, e internamente, deben ser celosos custodios de la legalidad
en el funcionamiento de la sociedad, tomando todas las medidas necesarias para
que sus órganos sociales se desempeñen dentro de los parámetros legales, con
pleno respeto de los derechos de todos los integrantes de la sociedad, y en tal
sentido están obligados a respetar las normas de funcionamiento de la sociedad y
los derechos de todos los integrantes de la misma y en su caso, promover las
acciones judiciales para evitar que los órganos de la sociedad adopten resoluciones
o sus integrantes realicen actos que pudieren afectar el desenvolvimiento normal del
ente.
Aclarado ello, es necesario destacar que la responsabilidad de los
administradores, a tenor del art. 274 de la ley 19.550 surge del mal desempeño de
su cargo, por la violación a la ley, el estatuto o reglamento, y por cualquier otro daño
producido por dolo, abuso de facultades o culpa grave.

483 
 
Los primeros supuestos de responsabilidad previstos por esa norma, esto es, el
mal desempeño del cargo, o violación de la ley, estatuto o reglamento, sólo son
generadores de responsabilidad en la medida que esa conducta haya producido
daños a la sociedad, pues, como es sabido, la existencia de daños es presupuesto
imprescindible para toda acción de naturaleza resarcitoria. Han resuelto en forma
reiterada nuestros tribunales que para que se configure la responsabilidad civil de
los administradores de sociedades comerciales, es necesario que los hechos y
omisiones hayan ocasionado perjuicios concretos a la sociedad, de donde resulta
que no basta demostrar que el administrador societario incumplió con sus
obligaciones legales y estatutarias o que incurrió en negligencia culpable en su
desempeño, sino que, para que se configure su responsabilidad, deben concurrir los
otros presupuestos de la teoría general de la responsabilidad, entre los que se
encuentra el adecuado nexo de causalidad entre la inconducta y el daño
causado(793).
Esta circunstancia, sin embargo, no obsta a que la sociedad o los socios puedan
remover por justa causa al administrador que ha incurrido en tales infracciones, pues
para ello, la existencia o inexistencia de daños y perjuicios es absolutamente
indiferente.
La referencia a la "culpa grave" que hace el art. 274, párr. 1º de la ley 19.550, no
autoriza a sostener la exclusión de la culpa leve o levísima, pues la clasificación de
la culpa en grados, de raigambre romana, ha sido abandonada por nuestro Código
Civil, que ha adoptado un sistema de individualización de la culpa que tiene en
cuenta el caso concreto y que debe ser analizado en cada caso, a la luz de las
circunstancias en que el administrador debió actuar (arts. 1724 y 1725 del Código
Civil y Comercial de la Nación).
El calificativo de gravedad que la ley 19.550 requiere de la culpa del
administrador, para responsabilizarlo personalmente, es sólo un parámetro para la
apreciación judicial de su actuación, pues la ley no olvida que la función que cumple
supone la aceptación permanente de los riesgos que implica la actividad empresaria.
Por ello, la magnitud de la culpa deberá apreciarse en cada caso concreto,
teniéndose en cuenta determinados factores, como la dimensión de la empresa, el
objeto de la sociedad, las funciones genéricas que le incumben y las específicas que
se le hubieran confiado, las circunstancias en que debió actuar, etcétera(794).
La ley 19.550 completa el panorama de la responsabilidad de los
administradores en forma dispersa, a través del art. 157, párr. 3º, dedicado a los
gerentes de las sociedades de responsabilidad limitada, y de los arts. 274 y ss.,
referidos a los directores de las sociedades anónimas, normas que se
complementan, y que pueden sistematizarse de la siguiente manera:
a) Si la gestión está a cargo de un solo administrador, lo cual es supuesto
corriente en materia de sociedades de interés y de responsabilidad limitada, este
será responsable en forma ilimitada por los daños y perjuicios sufridos por la
sociedad por la violación a las pautas de conducta previstas por el art. 59.
b) Si la administración fuere plural, pero no colegiada, rige lo dispuesto por el art.
157, párr. 4º, conforme el cual los gerentes son responsables en forma individual o
solidaria, según la organización de la gerencia y la reglamentación de su
funcionamiento establecidas por el contrato (gerencia plural indistinta o conjunta),
de manera tal que "si una pluralidad de gerentes participaron en los mismos hechos
generadores de responsabilidad, el juez puede fijar la parte que a cada uno
corresponde en la reparación de los perjuicios, atendiendo a su actuación personal".

484 
 
c) Finalmente, si la administración fuere colegiada, rige lo dispuesto para
cualquier sociedad, por el art. 274, LSC (art. 157 in fine), según el cual "los directores
son responsables ilimitada y solidariamente (...) por el mal desempeño de su
cargo", toda vez que es la colegiación la que impone la solidaridad, pero la
imputación de responsabilidad se hará atendiendo a la actuación individual, cuando
se hubiesen asignado funciones en forma personal en el estatuto, contrato social o
por decisión de socios o accionistas, y se hubiera inscripto esta decisión en el
Registro Público.
El ejercicio de las acciones de responsabilidad está previsto en los arts. 276 a
279 de la ley 19.550 que las clasifica en: a) Acción social de responsabilidad, cuando
la misma es iniciada por la sociedad o, en su defecto, por cualquier socio o
accionista, en beneficio del patrimonio social y, b) Acción individual de
responsabilidad, que puede ser ejercida por cualquier socio o tercero por daños
sufridos en su patrimonio particular. En el primer caso, la promoción de la acción
social de responsabilidad requiere la decisión de los socios de promoverla, a través
de un acuerdo social o asambleario, adoptado por mayoría simple (arts. 131 párr.
2º, 160 in fine y 243) y, tratándose de sociedades anónimas, en principio, por
decisión de la asamblea ordinaria (art. 234, inc. 3º de la ley 19.550). La resolución
negativa o la inacción de los administradores en promover la misma autoriza a los
socios o accionistas a iniciar la acción social de responsabilidad, transcurridos, en
este último caso, tres meses desde la fecha del acuerdo social que resolviere la
iniciación de tales acciones.

ART. 60.—
Nombramiento y cesación: inscripción y publicación. Toda designación o
cesación de administradores debe ser inscripta en los registros correspondientes e
incorporada al respectivo legajo de la sociedad. También debe publicarse cuando
se tratare de sociedad de responsabilidad limitada o sociedad por acciones. La falta
de inscripción hará aplicable el art. 12, sin las excepciones que el mismo prevé.
CONCORDANCIAS:LSC: arts. 10, 12, 14, 102. Resolución General IGJ nº 7/2015, art. 118 Y 123.

§ 1. Registración de administradores. Carácter


Una de las primeras cuestiones a las cuales debió abocarse la jurisprudencia de
los tribunales mercantiles, con motivo de la sanción de la ley 19.550, fue aclarar el
alcance del art. 60, que impone la necesidad de inscribir en el Registro Público de
Comercio —hoy Registro Público— la designación y cesación de los
administradores de sociedades comerciales, pues la deficiente redacción de este
artículo puede dar lugar a las más disímiles interpretaciones, y en especial, la
remisión que hace al art. 12 (también de escasa factura técnica), lo cual podía llevar
a sostener, como se resolvió aisladamente durante los primeros años de vigencia

485 
 
de la ley de sociedades comerciales, que la designación de los administradores no
es oponible a los terceros hasta tanto se registre ese acto.
En puridad, y como bien lo ha sostenido la jurisprudencia(795), la finalidad del
legislador al redactar el art. 60 de la ley 19.550, ha sido la protección de los
derechos de los terceros que han contratado con la sociedad, con lo cual puede
sostenerse —aunque no es ello lo que surge estrictamente del texto legal— que lo
que debería ser objeto de inscripción es la designación de los representantes de la
sociedad y no de los administradores. Lo que sucede es que, debido a que en las
sociedades de personas y de responsabilidad limitada, la administración lleva
implícita la representación —salvo la previsión de un órgano de administración
colegiado, lo cual es hipótesis absolutamente infrecuente— el legislador ha preferido
generalizar la registración e imponerla a todos los administradores y representantes
de sociedades.
La jurisprudencia, en forma pacífica, ha otorgado a la inscripción prevista por
el art. 60, LSC, carácter declarativo(796)y no constitutivo, lo cual significa que:
1) Otorga publicidad formal, es decir, cumple con la misión de informar a terceros
del contenido del acto de designación.
2) La eficacia jurídica de la designación de los administradores, entre las partes
y frente a terceros comienza a partir de su designación en una reunión de socios o
asamblea de accionistas, independientemente de las consecuencias de la omisión
de la registración, que prevén los arts. 60, último párrafo, en análisis, y 12 de la ley
19.550.
Estas conclusiones se fundan en que:
a) La designación o cesación de los administradores no constituye una
modificación del contrato social en los términos del citado art. 12.
b) El administrador designado o reelecto debe aceptar el cargo personalmente,
en forma expresa o tácita, y debe juzgarse que es requisito para hacer efectiva la
registración prevista por el art. 60(797).
c) Por aplicación de los arts. 130, para las sociedades de interés, 157 para las
de responsabilidad limitada, y 259 para las sociedades accionarias, se establece el
principio de la no intempestividad de la renuncia de los administradores, disponiendo
este último que el director renunciante deberá continuar en funciones hasta que la
próxima asamblea se pronuncie, y no hasta que se haya dado cumplimiento a lo
dispuesto por el art. 60.
d) No surge de la ley 19.550 que el administrador renunciante o saliente debe
permanecer en el cargo hasta la registración del administrador designado; la
solución que al respecto brinda el art. 258 para las sociedades anónimas no es de
aplicación al caso, pues contempla una situación distinta de la examinada(798).
¿Cuál es entonces la sanción que la ley reserva a la sociedad en caso de
incumplimiento de lo dispuesto por el art. 60 de la ley 19.550?
Ella no es otra que la inoponibilidad por la sociedad a terceros de la designación
del nuevo administrador u órgano de administración no inscripto, y hasta su
respectiva registración, para desconocer obligaciones contraídas por los
administradores salientes, aun después de la elección de aquellos, cuando la
cesación de éstos no ha sido llevada a cabo. Por ejemplo: la sociedad no puede
desconocer una obligación que le reclama un tercero alegando que a la fecha en
que aquella fue contraída, ya se desempeñaba un nuevo administrador, si omitió
inscribirlo. En consecuencia, el ente es responsable por los actos realizados por los

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anteriores administradores, aun con posterioridad a la designación del nuevo órgano
de administración, siempre y cuando, claro está, no excedan notoriamente el objeto
social (art. 58, LSC).
Los terceros pueden, sin embargo, demandar el cumplimiento de los actos
realizados por los nuevos administradores, pese a la falta de registración, sin que la
sociedad pueda alegar tal omisión. Por ejemplo, demandar la ejecución de pagarés
suscriptos por el nuevo administrador, aún no inscripta su designación. La acción es
procedente y la sociedad debe pagar, sin que pueda excepcionarse argumentado la
omisión señalada, pues se opone a ello el principio de la buena fe, que exige a las
partes una conducta coherente en todos sus actos.
Sin perjuicio de ello, cabe manifestar que la limitación consagrada por el art.
12 de la ley 19.550, conforme al cual los terceros no pueden alegar las
modificaciones del contrato social no inscriptas en las sociedades por acciones y de
responsabilidad limitada, no rige, en el caso en el caso de designación o cesación
de administradores, por expresa disposición del art. 60, gozando los terceros, en
consecuencia, de tal derecho.
Como corolario de lo expuesto puede afirmarse que resulta innecesaria la
presentación, ante la realización de un acto de la sociedad, de las constancias de la
inscripción registral de sus administradores, y ello por las siguientes razones:
a) El ente se manifiesta mediante el órgano de representación. Basta entonces
para hacer valer la designación de los administradores y los cargos —en el caso de
directorio u órgano colegiado— que los mismos fueron atribuidos a sus miembros,
acreditando ello mediante las correspondientes actas(799).
b) En consecuencia, en tanto el interés de la parte es la certidumbre en la relación
litigiosa, esta no queda debilitada por la falta de inscripción del órgano de
administración, en tanto la sociedad se obliga de tal manera, de modo que esta no
podrá alegar la ausencia de registración y el tercero carece de interés para hacerlo.
Ello es consecuencia del principio general que rige en materia de inscripciones
registrales, conforme al cual los terceros que conocen el acto cuya toma de razón la
ley impone, no pueden alegar deficiencias o la inexistencia de la registración.
c) El efecto de la inoponibilidad a terceros de la actuación del nuevo órgano de
administración no registrado, de ninguna manera puede interpretarse en el sentido
de que el tercero que contrató con la sociedad pueda desconocer tales
obligaciones, pues sin perjuicio de la aplicabilidad al caso de la doctrina de los
propios actos, quien contrató es el ente por intermedio de sus representantes
legales. Con tales argumentos, se ha rechazado la excepción de falta de legitimación
opuesta por el tercero demandado por la sociedad, que acciona para obtener el
cumplimiento de una obligación oportunamente contraída con aquel, fundándose en
la falta de registración del representante societario(800).

§ 2. Las prescripciones de la resolución general 7/2005 de la


Inspección General de Justicia en materia de inscripción y cesación
de administradores

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Las "Nuevas Normas de la Inspección General de Justicia", aprobadas por la
resolución general 7/2015, prevén algunas disposiciones que ofrecen interés, entre
ellas y fundamentalmente, que si bien y como general la sociedad es la legitimada
para requerir la inscripción prevista por el art. 60 de la ley 19.550, el administrador
que ha cesado en el cargo se encuentra autorizado para llevar a cabo ese trámite,
luego de cumplir el procedimiento previsto por los arts. 125 y ss. de la resolución
general 7/2015, procedimiento que había sido consagrado por la resolución general
IGJ 12/2003 y receptada por la resolución general 7/2015, antecedente de aquella
normativa administrativa. ante la reticente y no menos inexplicable jurisprudencia de
nuestros tribunales mercantiles, que le habían negado legitimación al administrador
renunciante para llevar a cabo la inscripción de su desvinculación en el registro
mercantil, obligándolo a iniciar un juicio contencioso contra la sociedad, para obtener
esa registración.

Sección IX - De la documentación y de la contabilidad

ART. 61.—
Medios mecánicos y otros. Podrá prescindirse del cumplimiento de las formalidades
impuestas por el art. 53 del Código de Comercio para llevar los libros en la medida
que la autoridad de control o el Registro Público de Comercio autoricen la sustitución
de los mismos por ordenadores, medios mecánicos o magnéticos u otros, salvo el
de inventarios y balances.
La petición deberá incluir una adecuada descripción del sistema, con dictamen
técnico o antecedentes de su utilización, la que, una vez autorizada, deberá
transcribirse en el libro de inventarios y balances.
Los pedidos de autorización se considerarán automáticamente aprobados dentro de
los 30 días de efectuados, si no mediare observación previa o rechazo fundado.
El libro Diario podrá ser llevado con asientos globales que no comprendan períodos
mayores de un mes.
El sistema de contabilización debe permitir la individualización de las operaciones,
las correspondientes cuentas deudoras y acreedoras y su posterior verificación, con
arreglo al art. 43 del Código de Comercio. [Texto según ley 22.903]
CONCORDANCIAS: Código de Comercio: arts. 43 a 67; Resolución General IGJ nº 7/2015, arts, 83,
157, 305,326 7 328; LSC Uruguay: arts. 88, 91.

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§ 1. La contabilidad societaria. Fundamentos de la necesidad del
comerciante de llevar registros contables. Libros indispensables
La obligación de los comerciantes, individuales o colectivos, de llevar registros
contables, surgía imperativamente del derogado art. 320 del Código Civil y
Comercial de la Nación, en cuanto dispone que están obligados a llevar contabilidad
todas las personas jurídicas privadas y quienes realizan una actividad económica
organizada o son titulares de una empresa o establecimiento comercial, industrial,
agropecuario o de servicios, debiendo asimismo —y ello constituye una novedad
fundamental que las diferencia de las viejas prescripciones del Código de Comercio
en materia de contabilidad—, que cualquier otra persona puede llevar contabilidad
si solicita su inscripción y la habilitación de sus registros o la lubricación de sus libros.
La importancia de la contabilidad puede ser advertida desde numerosos puntos de
vista:
1. En beneficio de la comunidad y del tráfico mercantil, por dos razones
fundamentales: a) Interesa a los terceros que contratan con el comerciante, porque
les permite conocer la evolución de sus negocios, así como su estado patrimonial y
financiero en un momento determinado, y b) Permite la reconstrucción del
patrimonio del comerciante, lo que cobra especial importancia en caso de concursos
o quiebras.
2. En interés del comerciante mismo, pues además de permitirle el conocimiento del
estado y evolución de sus negocios, la ley le permite valerse de ellos, cuando la
contabilidad es llevada en legal forma, para probar en forma rápida y eficaz sus
operaciones en caso de conflicto (art. 330 CCyCN).
3. Finalmente, y tratándose de sociedades comerciales, sólo una regular
contabilidad permitirá a los socios ejercer con plenitud su inderogable derecho de
información sobre la marcha de los negocios sociales y sobre la gestión de los
administradores (arts. 55 de la ley 19.550).
El art. 320 del Código unificado establece la obligación de llevar una contabilidad
obligatoria, no solo a todas las personas jurídicas privadas, sino a todos quienes
realizan una actividad económica organizada o sean titulares de una empresa o
fondo de comercio, incluyendo entonces a las personas humanas, llamadas
comerciantes o empresarios, aunque se exceptúa de dicha carga a las personas
humanas que desarrollan profesiones liberales o actividades agropecuarias y
conexas, no ejecutadas u organizadas en forma de empresa, considerando conexas
las actividades dirigidas a la transformación o a la enajenación de productos
agropecuarios, cuando están comprendidas en el ejercicio normal de tales
actividades.
Finaliza el legislador de 2014, en el art. 320 del Código Civil y Comercial, eximiendo
de llevar contabilidad a las actividades que, por el volumen de su giro, resulta
inconveniente sujetar a tales deberes, según determine cada jurisdicción local.
Si bien la organización y naturaleza de la explotación en forma de empresa —y la
explotación de un fondo de comercio queda incluida en dicha categoría— y el
volumen del giro constituyen los elementos determinantes para llevar la contabilidad
legal, aunque el art. 320 primer párrafo relativiza las exigencias antes apuntadas
cuando dispone que cualquier otra persona puede llevar contabilidad, si solicita su
inscripción y la habilitación de sus registros o la rubricación de sus libros, como es
establece en la misma Sección, norma esta última de difícil interpretación, pues
parecería habilitar nuevamente la matrícula del comerciante individual prevista en
los arts. 25 a 32 del derogado Código de Comercio, y así lo ha interpretado la

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Inspección General de Justicia en el art. 36 de la resolución general 7/2015, que ha
tenido la complicada labor de interpretar las normas del Código Civil y Comercial de
la Nación, tarea nada sencilla, en especial en cuanto se trata de cuestiones relativos
al derecho mercantil.
Precisamente, la aludida resolución de la autoridad de control incluye dentro de los
actos que se inscriben en el Registro Público a las matrículas individuales de
quienes realizan una actividad económica organizada —con las excepciones del art.
320 segundo párrafo del CCyCN—, martilleros, corredores no inmobiliarios y
despachantes de aduana, todos con domicilio comercial en la Ciudad Autónoma de
la Ciudad de Buenos Aires, de modo que, al igual que lo que sucedía antes del año
2014, la inscripción del comerciante o empresario individual sigue siendo una carga
obligatoria, sujeta, en cuanto a su incumplimiento, a la privación de los efectos
probatorios del art. 330 del mismo ordenamiento legal.
En cuanto a las sociedades incluidas en la Sección IV del Capítulo I de la ley
19.550, ellas carecen de la posibilidad de llevar contabilidad regular, pues si bien el
art. 320 del CCyCN prevé que, "las personas jurídicas..." y cualquier otra persona
puede llevar contabilidad si solicitase su inscripción y la habilitación de sus registros
o la lubricación de sus libros", ello no comprende a aquellas sociedades que se
caracterizan, precisamente, por la falta de inscripción en el registro mercantil, de
modo que la confección de sus estados contables y la aprobación de los mismos no
estarán sujetos a los procedimientos previstos para las sociedades típicas.
En lo que respecta al modo de llevar la contabilidad, el art. 321 del Código Civil y
Comercial de la Nación, prevé que ésta debe ser llevada sobre una base uniforme,
de la que resulte un cuadro verídico de las actividades y de los actos que deben
registrarse, de modo que se permita la individualización de las operaciones y las
correspondientes cuentas acreedoras y deudoras. Los asientos deben respaldarse
con la documentación respectiva y que permita su localización y contenido.
En materia de sociedades comerciales, la legal teneduría de libros es obligación
exclusiva de los administradores, cuya inexistencia o irregularidad es suficiente
causal de remoción y argumento suficiente para requerir la responsabilidad de
aquellos. Del mismo modo, es obligación de la sindicatura verificar la legalidad de
tal carga, cuya omisión puede acarrearle idénticas consecuencias (art. 294 incs. 1º
y 2º de la ley 19.550).
Los registros contables que obligatoriamente deben llevar los comerciantes están
descriptos por el art. 322 del Código Civil y Comercial de la Nación y ellos son:
a) El libro Diario, en donde deben registrase todas las operaciones relativas a la
actividad de las personas que tiene efecto sobre su patrimonio, individualmente o
en registros resumidos que cubran períodos de actuación no superiores al mes.
Estos resúmenes deben surgir de anotaciones detalladas practicadas en subdiarios,
los que deben ser llevados en las formas y condiciones establecidos en los arts. 323
a 325 CCyCN. El registro o Libro Caja y todo otro diario auxiliar que forma parte del
sistema de registraciones contables, integra el Diario y deben cumplirse las
formalidades establecidas para el mismo.
b) El libro de Inventario y Balances, que es también un registro cronológico en el
cual se deben anotar el conjunto de bienes y derechos de propiedad de la sociedad,
así como las obligaciones que ésta fuere responsable de cumplimiento. Dicha
información debe ser asentada al momento de la constitución de la sociedad y a
partir de allí al cierre de cada ejercicio económico, debidamente valuada a esa fecha.

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c) Aquellos que corresponden a una adecuada integración de un sistema de
contabilidad y que exige la importancia y la naturaleza de las actividades a
desarrollar. A diferencia de los dos anteriores, que son de indispensable teneduría,
el Código Civil y Comercial de la Nación impone asimismo al comerciante a llevar
otros libros complementarios de los libros indispensables, a los que denomina
"auxiliares", también sujetos a las mismas formalidades que los libros Diario e
Inventario y Balances, al disponer que el comerciante debe llevar los libros
registrados y la documentación contable que corresponda a una adecuada
integración de un sistema de contabilidad y que le exijan la importancia y la
naturaleza de sus actividades. Entre estos libros auxiliares, los más comunes son el
Mayor o de Cuentas Corrientes, en el cual se traslada las anotaciones del libro
Diario, abriendo las cuentas deudoras y acreedoras del comerciante: el libro de Caja,
previsto expresamente por el art. 46 del Código de Comercio, y que es considerado
parte integrante del libro Diario, cuando en aquél se asentaren los pagos en efectivo
recibidos o efectuados por el comerciante: el libro Bancos, Compras y Ventas, de
Ganancias y Pérdidas, etcétera.
d) Los que en forma especial impone este Código u otras leyes.
Los libros de comercio están sometidos a determinadas formalidades y requisitos,
cuyo cabal cumplimiento asegura la eficacia que el legislador les otorga (art. 330
CCyCN). En tal sentido, dispone el art. 323 que el interesado en llevar su
contabilidad mediante la utilización de libros y debe presentarlos, debidamente
encuadernados, para su individualización en el Registro Público correspondiente.
Esta individualización consiste en anotar, en el primer folio, nota fechada y firmada
de su destino, el número de ejemplar, del nombre de su titular y del número de folios
que contiene. Así presentados estos libros, el Registro debe llevar una nómina
alfabética, de consulta pública, de las personas que solicitan lubricación de sus libros
o autorización para llevar los registros contables de otra forma, de la que surgen los
libros que les fueron rubricados, y en su caso, de las autorizaciones que se les
confieren (art. 323, in fine).
Del mismo modo, disponen los arts. 324 y 325 del Código Civil y Comercial, que los
libros de comercio deben estar encuadernados, foliados y rubricados por la
autoridad que tuviera a cargo el Registro Público, así como registrar las operaciones
en orden progresivo, quedando expresamente prohibido dejar blancos y huecos,
tachar asientos, mutilar partes del libro, arrancar hojas, alterar la encuadernación o
foliación y hacer interlineaciones, raspaduras o enmiendas, que sólo podrán
salvarse mediante nuevo asiento que deberá registrarse en la fecha en que se
advierta la omisión o error, etc.

§ 2. Los libros societarios


A diferencia del comerciante individual, las sociedades comerciales deben llevar
otros libros obligatorios y con las mismas formalidades exigidas para los libros de
comercio, cuya importancia trasciende notoriamente el ámbito privado de las
mismas y en los cuales deben reflejarse actuaciones internas de la sociedad. Ellos
son los libros de Actas de los órganos colegiados (asambleas y directorio), el libro
de Registro de Asistencia a las Asambleas y el libro de Registro de Acciones.

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a) El libro de actas de órganos colegiados requeridos genéricamente por el art.
73 de la ley 19.550 reviste fundamental trascendencia para la sociedad, los socios
y los terceros, pues permiten reconstruir el giro de los negocios desde la misma
constitución de la sociedad. Dichos libros son los siguientes:
• El libro de actas de asambleas, en el cual deberán volcarse el resumen de las
manifestaciones hechas por los socios o accionistas en el seno de las mismas, las
formas de las votaciones y sus resultados, con expresión completa de las decisiones
(art. 249, primer párrafo de la ley 19.550). La ley no requiere que las actas de
asambleas sean redactadas a medida que el acto transcurre, sino que para agilizar
el trámite del mismo, prevé la necesaria inclusión en el orden del día, de la elección
de los encargados de suscribir el acta (art. 246, LS), a los cuales se les asigna el rol
de custodiar la veracidad de lo acontecido en el seno del acto asambleario, y cuya
acta deberá ser firmada por éstos y por el presidente del directorio o por el
representante legal, según el caso, dentro de los cinco días de clausurada la
asamblea (art. 73, in fine, de la ley 19.550).
• El libro de actas de directorio, donde deben transcribirse resumidamente las
manifestaciones y votaciones de los directores presentes, así como las decisiones
adoptadas en el seno del órgano de administración. A diferencia de lo que acontece
con las actas de asambleas, las actas de directorio deben ser redactadas a medida
que transcurre el acto, debiendo ser firmadas por todos los directores presentes al
concluir la reunión.
Si bien la ley 19.550 se refiere a las actas de directorio, sus normas son aplicables
también para el caso de que, tratándose de otro tipo societario, se haya organizado
la administración en forma colegiada, pues el art. 73, primer párrafo de la ley
19.550, impone la obligación de labrar acta a la deliberaciones de cualquier órgano
colegiado sin distinción. Tal obligación es asimismo exigible al Consejo de Vigilancia
y a la sindicatura plural o Comisión Fiscalizadora (arts. 280 y 284, LS), que revisten
también el carácter de órganos colegiados.
El art. 249 de la ley 19.550 sólo autoriza a los socios para solicitar a su costa. copia
firmada del acta de asamblea, lo cual no implica de manera alguna que los
accionistas o socios no puedan recabar copia de los libros de los restantes órganos
colegiados en la sociedad que integran, pues la necesaria transparencia de los
negocios sociales autoriza sobradamente a aquéllos a requerir tal información, no
sólo para tener conocimiento de lo acontecido en el seno de los órganos de
administración y fiscalización de la sociedad, sino también para impugnar sus
resoluciones, en caso de ilegitimidad o para considerar con conocimiento de causa
la gestión de los administradores y síndicos, al momento de evaluarse la misma(801).
b) El libro de Registro de Asistencia a Asambleas de Accionistas, que también debe
ser llevado con las formalidades previstas por el Código de Comercio y cuya
existencia está prevista por el art. 238 de la ley 19.550. En dicho libro se deben
registrar los accionistas que hubiesen manifestado su voluntad de concurrir al acto
asambleario, mediante comunicación dirigida a la sociedad con tres días hábiles de
anticipación al de la fecha fijada. Este libro debe ser completado por el directorio y
suscripto por los accionistas que concurran a la asamblea, dejando constancia de
sus domicilios, documento de identidad, número de votos que corresponda e
identificación de su representante asambleario, en su caso (art. 239). Debe
señalarse que el libro de Registro de Asistencia a Asambleas es complementario del
libro de Actas de Asambleas, cuyas copias rada accionista tiene derecho a exigir
(art. 249), pues su finalidad es acreditar el quórum requerido por la ley corro requisito
indispensable para la validez del acto asambleario. Del mismo modo, dicho libro

492 
 
ofrece a los accionistas la posibilidad de conocer la capacidad y legitimación de los
asistentes al acto asambleario.
c) El libro de registro de acciones es otro libro societario cuya existencia está
prevista por el art. 213 de la ley 19.550. Debe llevarse también con las formalidades
de los libros de comercio y es de libre consulta por los accionistas. Dicho libro reviste
especial importancia desde la sanción de la ley 24.587, que consagró, a partir del
año 1996, la nominatividad obligatoria de los títulos accionarios, por lo que el
carácter de accionista se adquiere, para todos los efectos, desde la inscripción de
la transferencia en el libro de Registro de Acciones de la Sociedad (art. 215, LS).
Además de la transferencia de acciones, deben inscribirse en el libro de Registro de
Acciones las clases de acciones en que se divide el capital, los derechos y
obligaciones que ellas comportan: el estado de integración de las mismas, con
indicación del nombre del suscriptor y cualquier otra mención que derive de la
situación jurídica de las acciones y sus modificaciones (medidas cautelares).
Tratándose de sociedades de responsabilidad limitada, el art. 162 de la ley
19.550 prevé un libro especial de actas de asambleas, coherente con el mecanismo
incorporado por la ley 22.903 que autoriza la adopción de acuerdos sociales
mediante la comunicación del voto de los socios a los gerentes por cualquier medio
que garantice su autenticidad, respondiendo a una consulta efectuada por éste, o
bien mediante una declaración escrita de todos los socios, en la cual éstos expresan
a la gerencia el sentido de su voto. En tales casos, el acta deberá ser transcripta en
un libro de actas especial, en el cual los gerentes deben transcribir las respuestas
dadas por los socios y su sentido, a los efectos del cómputo de los votos, debiendo
conservarse por tres años los documentos donde constan las respuestas.
La pérdida o sustracción de los libros societarios no impide la celebración de los
órganos colegiados. En tales casos, bastará transcribir lo acontecido en
instrumentos privados o públicos y luego, rubricado los nuevos libros, reproducir su
texto en estos últimos.
Los requisitos formales de teneduría de libros de comercio previstos por el Código
de Comercio, han sido, de alguna manera, modificados por la ley 19.550 para las
sociedades comerciales, adaptando las disposiciones del Código mercantil a los
adelantos de la tecnología. Sin embargo, tales reformas, contenidas en el art. 61de
la ley 19.550 han sido reservadas exclusivamente para el libro Diario y los libros
auxiliares, dejando intactas las directivas de los arts. 53 y 54 del Código de
Comercio para el libro Inventario y Balances, como oportunamente explicaremos.

§ 3. Eficacia probatoria
La contrapartida de la obligación de llevar los libros de comercio y los libros
societarios en legal forma, es su eficacia probatoria en los pleitos donde su titular
fuera parte.
Así lo dispone el art. 330 del Código Civil y Comercial de la Nación, cuando prescribe
que la contabilidad, obligada o voluntaria, llevada en la forma y con los requisitos
prescriptos, debe ser admitida en juicio, como medio de prueba. Sus registros
prueban contra quien la lleva o sus sucesores, aunque no estuvieran en forma, sin
admitírseles prueba en contrario. El adversario no puede aceptar los asientos que

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le son favorables y desechar los que le perjudican, sino que habiendo adoptado este
medio de prueba, debe estarse a las resultas combinadas que presenten todos los
registros relativos al punto cuestionado.
Del mismo modo, dicha norma establece que la contabilidad, obligada o voluntaria,
prueba a favor de quien la lleva, cuando en litigio contra otro sujeto que tiene
contabilidad, obligada o voluntaria, éste no presenta registros contrarios
incorporados en una contabilidad regular. Sin embargo, el juez tiene en tal caso, la
facultad de apreciar esa prueba, y de exigir, si lo considera necesario, otra
supletoria.
Cuando resulta prueba contradictoria de los registros de las partes que litigan y unos
y otros se hallen con todas las formas necesarias y sin vicio alguno, el juez debe
prescindir de este medio de prueba y proceder por los méritos de las demás
probanzas que se presentan. Si se trata de litigios contra quien no está obligado a
llevar contabilidad, ni la lleva voluntariamente, ésta solo sirve como principio de
prueba, de acuerdo a las circunstancias del caso. Concluye prescribiendo el art. 330
del CCyCN que la prueba que resulte de la contabilidad es indivisible.

§ 4. Conservación de los libros de comercio y de los libros sociales


La teneduría y conservación de los libros sociales y contables es de exclusiva
responsabilidad del órgano de administración de la sociedad, los cuales deben
permanecer en la sede social, así como la totalidad de su documentación
respaldatoria, pues como lo ha dispuesto la Inspección General de Justicia, en
innumerables resoluciones, la sede social es el lugar donde efectivamente funciona
la dirección, administración y el gobierno de la compañía(802). Así lo ratificó, con todo
acierto, el art. 325 del Código Civil y Comercial de la Nación, cuando establece que
los libros y registros del art. 322 deben permanecer en el domicilio de su titular, esto
es, y tratándose de una persona jurídica, en el de su sede, donde también deben
encontrarse, salvo situaciones excepcionales, los libros societarios.
Ha sostenido la autoridad de control, bien que referido al derogado régimen
mercantil, pero que se aplica perfectamente luego de la sanción del Código Civil y
Comercial de la Nación, que constituye una obligación esencial regulada por
el Código de Comercio (arts. 43 y ss.) y que pesa sobre la sociedad, la de tener sus
libros en la sede social, no pudiendo ser trasladados a otro lugar, sino
excepcionalmente, y solo en los casos previstos por el art. 58 del Código de
Comercio, siendo improcedente diferenciar, a tales efectos entre la sede social y la
sede de la administración, pues la sede social es, efectivamente la sede de la
administración de la sociedad y el hecho de que la sociedad conserve desde siempre
sus libros y documentación comercial en el mismo lugar donde se encuentra su
establecimiento fabril, no puede modificar la expresa obligación de la entidad de
llevar y conservar los mismos en la sede social. Pesa sobre los administradores
encargados de la gestión de los negocios sociales velar por el cumplimiento de esa
obligación(803).
Finalmente, el art. 328 del Código Civil y Comercial de la Nación, dispone que,
excepto que las leyes especiales establezcan plazos superiores, debe conservarse
por diez años, los siguientes libros e instrumentos: a) los libros, contándose el plazo

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desde el último asiento; b) los demás registros, desde la fecha de la última anotación
practicada sobre los mismos; c) los instrumentos respaldatorios, desde su fecha.
Los herederos deben conservar los libros del causante y en su caso, exhibirlos en
la forma prevista en el art. 331, hasta que se cumplan los plazos indicados
anteriormente.

§ 5. Utilización de medios mecánicos de contabilidad. Requisitos. El


art. 329 del Código Civil y Comercial de la Nación
El antiguo texto del art. 61 de la ley 19.550, en su versión primitiva, dio un importante
paso a los efectos de modernizar el sistema de teneduría de libros previsto por el
Código de Comercio, ratificando el avance que en este sentido iniciara el decreto
4777/1963, que suprimió el libro copiador exigido por aquel cuerpo legal.
La ley 22.903 avanzó aún más en este sentido, flexibilizando el régimen del original
art. 61, eliminando muchos de los requisitos que el texto anterior de este artículo
exigía y que fueron justificados por la innovación o avance que, para 1972 implicó
la redacción de este artículo, disposición que —se recuerda— autorizaba la
utilización de medios mecánicos en reemplazo o complemento de los libros exigidos
por el art. 44 del Código de Comercio, excepto los libros de inventario y balances,
atento la relevancia que en nuestro régimen legal tienen las registraciones contables
como medio probatorio, conforme surge de los arts. 63 y ss. y arts. 208, inc. 5º y
concordantes del Código de Comercio. El alcance del derogado art. 61, aunque ello
no surgía del texto legal, era obviamente la prescindencia de las formalidades
extrínsecas previstas por el art. 53 del Código citado —libros encuadernados,
foliados, individualizados y rubricados— permitiendo para ellos el uso de los
diversos métodos utilizables en materia de procesamiento electrónico de datos.
El art. 61 segundo párrafo de la ley 19.550 permite a las sociedades comerciales
registrar en el libro diario las operaciones en forma mensual y global, quedando las
registraciones diarias y particulares a cargo de los restantes libros auxiliares y/o
complementarios que integran el sistema contable. De manera tal que si la
interpretación prevaleciente es que los únicos libros que pueden ser reemplazados
por el sistema previsto por el art. 61 de la ley 19.550 son los auxiliares del diario o
subdiario (por fichas, planillas, etc.), debe concluirse que el libro diario deberá seguir
conservándose como antes de la reforma efectuada por la ley 22.903, con la única
excepción de admitirse sus asientos pueden ser globales o mensuales. Se recuerda
que el libro diario es el libro más importante de todos, pues en él constan todas las
operaciones comerciales y cambiarias realizadas por el comerciante, asentadas
diariamente y por orden, lo cual impide que sean modificadas con posterioridad.
La autorización que debe dar la autoridad de control al empleo de medios mecánicos
de contabilización se supedita a que la sociedad adopte métodos de contabilización
que permitan individualizar las operaciones, sus correspondientes cuentas
acreedoras y deudores y su verificación con arreglo a lo dispuesto por el art. 43 del
Código de Comercio.
La autorización para emplear ordenadores, medios mecánicos o magnéticos para la
registración contable debe efectuarse por parte interesada y como ha dicho la
jurisprudencia, la exigencia de la autorización previa para el empleo de dichos

495 
 
medios se explica en función de que los aludidos métodos deben asegurar la
posibilidad de verificación y la imposibilidad de cambio, adulteración o sustitución de
registraciones, debiendo tenerse en cuenta al respecto, la trascendencia que en
campos distintos a la de la ley 19.550 tiene la seriedad de los registros contables,
tratándose de quiebras o en materia penal, para configurar delitos especialmente
previstos y reprimidos(804).
Finalmente, y a tenor lo dispuesto por el nuevo art. 61, luego de la ley
22.903, pueden efectuarse las siguientes consideraciones:
a) Se han previsto los alcances de la utilización de los medios mecánicos y otros,
que no es otro que el señalado en el párrafo precedente, es decir, la prescindencia
de las formalidades prescriptas por el art. 53 del Código de Comercio.
b) Teniendo en consideración la modificación que, en materia de control de legalidad
introdujo la ley 22.316, que puso en la Capital Federal y Territorios Nacionales, en
manos de la Inspección General de Justicia, el Registro Público de Comercio, el
legislador ha suprimido la referencia al Juez de Registro, reemplazándola por la
autoridad de contralor o el Registro Público de Comercio.
c) La ley 22.903 ha ampliado los métodos de contabilización enunciados por el viejo
texto del art. 61, refiriéndose no sólo a los medios mecánicos u otros, sino que se
menciona, luego de la reforma, a los ordenadores y medios magnéticos, sin agotar
con ello las posibilidades que la cibernética pueda, a estos efectos, brindar.
d) Finalmente, la autorización para el empleo de estos métodos no es actualmente
restrictiva, como parecía surgir del texto anterior del artículo en análisis, que exigía
resolución fundada con dictamen de perito designado de oficio de la autoridad de
contralor en caso de sociedades por acciones o de antecedentes de utilización, en
este caso, si los hubiere. Luego de la reforma efectuada por la ley 22.903, y a fines
de modificar el método de contabilidad empleado y reemplazarlos por las técnicas
previstas por la nueva disposición legal, basta con peticionar esa autorización a la
autoridad de contralor, incluyendo una adecuada descripción del sistema, con
dictamen técnico o antecedentes de utilización, la cual, una vez autorizada, deberá
transcribirse en el libro de inventario y balances y los pedidos de autorización se
considerarán automáticamente aprobados dentro de los treinta días de presentados,
si no mediare observación previa o rechazo fundado, norma a cuya inclusión
adherimos, pues evita que, como consecuencia de demoras administrativas, la
autoridad de contralor prolongue indefinidamente situaciones que conspiran
precisamente contra el buen orden que el comerciante debe observar en su propia
contabilidad.
Supletoriamente con estas normas, que rigen prioritariamente para las sociedades
comerciales (art. 150 del Código Civil y Comercial de la Nación), el art. 329 del
mismo ordenamiento legal titular de la contabilidad puede, previa autorización del
Registro Público de su domicilio:
a) Sustituir uno o más libros, excepto el de inventario y balances, o alguna de sus
formalidades, por la utilización de ordenadores u otros medios mecánicos,
magnéticos o electrónicos, que permitan la individualización de las operaciones y de
las correspondientes cuentas deudoras y acreedoras y su posterior verificación.
b) Conservar la documentación en microfilm, discos ópticos u otros medios aptos
para ese fin.
La petición que se formule al Registro Público debe contener una adecuada
descripción del sistema, con dictamen técnico de contador público e indicación de
los antecedentes de su utilización. Una vez aprobado, el pedido de autorización y la

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respectiva resolución del organismo de contralor, deben transcribirse en el libro de
Inventarios y Balances. La autorización solo se debe otorgar si los medios
alternativos son equivalentes, en cuanto a la inviolabilidad, verosimilitud y
completividad, a los sistemas cuyo reemplazo se solicita.

ART. 62.—
Aplicación. Las sociedades deberán hacer constar en sus balances de ejercicio la
fecha en que se cumple el plazo de duración. En la medida aplicable según el tipo,
darán cumplimiento a lo dispuesto en el art. 67, primer párrafo.
Las sociedades de responsabilidad limitada cuyo capital alcance el importe fijado
por el art. 299, inc. 2º, y las sociedades por acciones deberán presentar los estados
contables anuales regulados por los arts. 63 a 65 y cumplir el art. 66.
Sin perjuicio de ello, las sociedades controlantes de acuerdo al art. 33, inc. 1º,
deberán presentar como información complementaria, estados contables anuales
consolidados, confeccionados con arreglo a los principios de contabilidad
generalmente aceptados y a las normas que establezca la autoridad de contralor.
Principio general. Cuando los montos involucrados sean de insignificancia relativa,
a los efectos de una apropiada interpretación, serán incluidos en rubros de
conceptos diversos. Con el mismo criterio si existiesen partidas no enunciadas
específicamente, pero de significación relativa, deberán mostrarse por separado.
La Comisión Nacional de Valores, otras autoridades de contralor y las bolsas, podrán
exigir a las sociedades incluidas en el art. 299, la presentación de un estado de
origen y aplicación de fondos por el ejercicio terminado, y otros documentos de
análisis de los estados contables. Entiéndase por fondos el activo corriente, menos
el pasivo corriente.
Ajuste. Los estados contables correspondientes a ejercicios completos o períodos
intermedios dentro de un mismo ejercicio, deberán confeccionarse en moneda
constante. [Texto según ley 22.903]
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 33, 63 a 66, 234 inc. 1º; Resolución General IGJ 7/2015: arts. 154 a
1157 y 264 a 287, 305. LSC Uruguay: art. 88.

§ 1. Los estados contables. Principios generales


Hemos ya explicado al comentar el art. 58 de la ley 19.550 que, al menos como
principio general y a salvo casos excepcionales, los administradores de las
sociedades regularmente constituidas no rinden cuentas de su gestión a través del
procedimiento previsto por los arts. 78 a 84 del Código de Comercio, sino mediante
la formulación de los estados contables, cuyo contenido ha sido minuciosamente
reglamentado por la ley 19.550 y que deben ser objeto de especial consideración y
aprobación por los socios y accionistas (art. 234 de la ley 19.550).

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Así lo expresa el art. 326 del Código Civil y Comercial de la Nación, cuando
establece que al cierre del ejercicio, quien lleva contabilidad obligada o voluntaria,
debe confeccionar sus estados contables, que comprenden, como mínimo, un
estado de situación patrimonial y un estado de resultados que deben asentarse en
el registro de inventarios y balance.
Técnicamente, deben ser diferenciados los conceptos de estados contables y
balances, a pesar de que en la práctica se utilizan ambos términos como sinónimos,
pues existen entre ambos una relación de género y especie: los estados contables
son los instrumentos preparados por los administradores y aprobados por los socios,
donde se exhiben, mediante las cuentas correspondientes y a una cierta fecha, el
patrimonio de la sociedad, la marcha de los negocios sociales, así como los
resultados obtenidos en un determinado período, mientras que el balance es solo
un capítulo de los estados contables, que resume, en un momento dado, los saldos
de las diferentes cuentas de la empresa, expresándose los mismos con una
veracidad y exactitud compatible con su finalidad, que consiste en demostrar la
situación financiera de la sociedad, en ese momento(805).
La ley 19.550 ha sido muy cuidadosa en distinguir ambos conceptos, pues cuando
hace referencia a "balances especiales", como instrumentos necesarios para llevar
a cabo una reorganización empresaria (arts. 77, 83 y 88) o abonar dividendos
anticipados (art. 224), ha querido prescribir la necesidad de contar con un estado
patrimonial a un momento dado, que incluya las diferentes cuentas de la empresa,
lo cual constituye técnicamente el concepto de balance a que se refiere el art. 63de
la ley 19.550. Estos instrumentos contables, por obviedad, no incluyen una memoria,
estado de resultados ni cuadros anexos o información complementaria. Por el
contrario, cuando se trata de un grupo empresario, la ley 19.550 requiere en el art.
62, tercer párrafo, la necesidad de contar con "estados contables consolidados", que
por definición incluyen los instrumentos previstos en los arts. 64 y 65 de la ley
19.550.
Debe diferenciarse asimismo de los estados contables de ejercicio y especiales, los
estados contables consolidados, a que se refiere el art. 62 tercer párrafo de la ley
19.550,que es la combinación de los estados contables de todas las sociedades que
componen un grupo económico, con compensación de las cuentas internas entre
aquellas. Dicho instrumento es también exigido por la Inspección General de Justicia
como requisito para instrumentar el procedimiento de fusión de sociedades (art. 165,
inc. 3 de las Nuevas Normas de la Inspección General de Justicia).
Los estados contables de la sociedad, que están minuciosamente reglamentados
por los arts. 62 a 66 de la ley 19.550, se encuentran integrados por determinados
capítulos: a) Para las sociedades por acciones y sociedades de responsabilidad
limitada que alcancen el capital social previsto por el art. 299 inc. 2º de la ley
19.550, ellos deben contender los balances (art. 63), los estados de resultados (art.
64), los cuadros e información complementaria (art. 65), la memoria del ejercicio (art.
66) y el informe de la sindicatura (art. 294, inc. 5º). Asimismo, normas técnicas de
carácter contable han impuesto la obligatoriedad de completar los estados contables
con un dictamen o informe escrito, suscripto por contador público independiente,
que debe estar fundado en el examen de los estados contables a partir de un trabajo
de auditoría elaborado de acuerdo con las normas generalmente aceptadas para
ello, en donde dicho profesional opina sobre los estados contables efectuados por
los administradores de la sociedad, o se abstiene de opinar sobre dichos
instrumentos; b) Por su parte, si se trata de los otros tipos sociales, esto es, las
sociedades personalistas o de interés, o las sociedades de responsabilidad limitada
que no alcance el capital previsto por el art. 299 inc. 2º de la ley 19.550, deben

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confeccionar sus estados contables de acuerdo con las previsiones del art. 326 del
Código Civil y Comercial de la Nación, esto es, elaborando y presentando a sus
socios los balances y cuadros contables demostrativos de las ganancias o pérdidas,
así como la evolución de su patrimonio neto, con la necesaria veracidad y exactitud,
compatible con su finalidad de hacer conocer la situación económica y financiera del
ente a la fecha de cierre de cada ejercicio.
Es importante destacar que si bien los principios de veracidad, exactitud y
uniformidad que requiere el art. 321 del Código Civil y Comercial de la Nación, para
todos los balances, son válidos para los estados contables de todas las sociedades,
se hace más visible su exigencia en los tipos referidos por el art. 62 de la ley, en los
que la intangibilidad del capital social se halla elevada a un requisito dogmático,
atento la función que desempeña como parámetro para la determinación de
utilidades líquidas y realizadas, reserva legal y en general, el tutelamiento de los
derechos de accionistas y terceros(806).
La relevancia de los balances es, obviamente, su función informativa, no solo para
todos los terceros interesados en vincularse con la sociedad sino también para todos
quienes integran la sociedad, por lo que no puede extrañar a nadie que en forma
reiterada la jurisprudencia ha considerado que la falta de presentación y aprobación
de los estados contables a los socios constituye un incumplimiento es hecho de
gravedad suficiente, susceptible de ocasionar perjuicios que justifican la remoción
del administrador y la consecuente intervención judicial(807).
Con fundadas razones, la ley 19.550 ha reglamentado con sumo detallismo el
contenido de los estados contables, siguiendo en tal sentido la tendencia universal
de reglamentar y uniformar la confección de dichos instrumentos. Tal manera de
legislar se justifica sobradamente, en especial en las sociedades anónimas, que
buscan en la información uno de los pilares fundamentales de su regulación, atento
el múltiple interés que despierta la transparencia de las operaciones sociales.(808)
La minuciosa reglamentación efectuada por la ley 19.550 a los estados contables
puede traer algunos problemas de interpretación, y por ello tanto la Comisión
Nacional de Valores como la Inspección General de Justicia, dentro de las facultades
que le son propias, han dictado normas especiales, de carácter reglamentario, en
materia de contabilidad, a las que hay que sumar las reglamentaciones que, por lo
general, elaboran los colegios consejos profesionales de ciencias económicas de
cada jurisdicción o las federaciones de ellos, presentándose un mosaico de normas
de naturaleza contable que no solo algunas veces se superponen, sino que pueden
también conducir a interpretaciones diferentes y en ocasiones contradictorias.
Para resolver este problema y establecer cuál es la normativa aplicable a cada caso,
debe recordarse que los consejos o colegios que agrupan a los profesionales en
ciencias económicas, o la federación de ellos a nivel nacional, si bien constituyen
entidades idóneas para establecer pautas referidas a las prácticas contables, su
acatamiento, como principio general y como ha sido resuelto por nuestros tribunales
comerciales, solo corresponde a todas las personas físicas o jurídicas cuya actividad
presuponga la obligación de confeccionar los estados contables, y que están
insertos en la actividad que éstos regulan(809), pero ello está subordinado a que esa
normativa no colisione con cuerpos legales emanados del poder legislativo nacional
o provincial o resoluciones emanadas de autoridades administrativas a los cuales
se le han conferido la potestad de dictar normas especiales o reglamentarias, como
sucede con la Comisión Nacional de Valores, cuyas resoluciones son obligatorias
para todo el país o la Inspección General de Justicia en jurisdicción de la Ciudad de
Buenos Aires.

499 
 
Ha resuelto acertadamente la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, a
través de sus distintas salas, que si bien es cierto que el Consejo Profesional de
Ciencias Económicas pose determinadas facultades para establecer pautas
referidas a las prácticas contables, apuntadas fundamentalmente hacia el logro de
una uniformidad de criterios que posibilite una adecuada y real visión de la situación
económica y financiera de la empresa, y lógicamente que permitan una concreta
comparación de situaciones que no sería plausible si los estados contables se
elaborasen con diferentes parámetros, es sin embargo bien sabido que no todas las
sociedades comerciales están sujetas exactamente a las mismas pautas legales y
de control, pues en determinados rubros, dada la importancia y el interés social que
revisten, existen organismos con facultades de control, sancionatorias y legislativas,
emergentes de la ley, que dictan normas que regulan la actividad de las sociedades
de que se trata, y tal es el caso de la Inspección General de Justicia, la
Superintendencia de Seguros de la Nación o de la Comisión Nacional de Valores,
entre otras(810).

§ 2. Preparación y aprobación de los estados contables


Si bien es obligación de los administradores o directores de la sociedad la llevanza
de la contabilidad y la confección de los estados contables, tal carga es
generalmente delegada en profesionales del área contable de la empresa, lo cual
de manera alguna implica eximir la responsabilidad de aquéllos por las
irregularidades que tales instrumentos puedan presentar.
Los estados contables requieren la aprobación por parte del órgano de
administración o directorio de la sociedad, con excepción de las sociedades
previstas por la Sección IV del Capítulo I de la ley 19.550, mediante decisión expresa
del órgano colegiado, en reunión donde debe aprobarse además la confección de la
memoria y la convocatoria a asamblea general de socios o accionistas en la cual
dichos documentos, así como el informe de la sindicatura, serán considerados y,
eventualmente aprobados por los integrantes de la sociedad. Sólo a partir de esta
decisión, los balances y estados contables adquieren los efectos jurídicos que la ley
les asigna, pues hasta tanto son meros proyectos o papeles de trabajo, que carecen
de toda virtualidad(811).
La decisión de los directores de presentar los proyectos de los estados contables a
consideración de una asamblea de accionistas implica que el directorio ha revisado
y aprobado esos instrumentos, pues si bien —como se ha expresado— el órgano
de administración de la sociedad puede delegar la confección de los estados
contables en profesionales expertos en la materia, dicha facultad no los releva de la
obligación de revisar cada una de sus cuentes, verificando con toda la
documentación contable y social en ellos incluidos.

§ 3. Publicidad de los estados contables

500 
 
La trascendencia que tienen los estados contables para el tráfico mercantil ha sido
destacada incluso por la ley 19.550, que impone a los administradores de las
sociedades de responsabilidad limitada, cuyo capital alcance el importe fijado por el
art. 299, inc. 2º, y de las sociedades por acciones, la obligación de remitir a la
autoridad de control una copia de esos documentos (art. 67, segundo párrafo,
LS). Dicha norma es, sin embargo, insuficiente, pues no se advierte, atento el interés
general que supone el conocimiento de los estados contables por los terceros, las
razones por los cuales no se impuso idéntica carga a los restantes tipos sociales.
En el caso de las sociedades de responsabilidad limitada que no superan el capital
social previsto por el art. 299 inc. 2º de la ley 19.550, la omisión de la ley de
sociedades de exigir su presentación a la autoridad de control es doblemente
lamentable, pues priva a los terceros de conocer la solvencia de la sociedad y la
cuantía de su capital social, lo cual es dato de fundamental importancia, habida
cuenta la limitada responsabilidad de los socios que, como principio general, no
responden más que con las cuotas sociales suscriptas e integradas.
Habida cuenta precisamente que el objetivo de la publicidad de los estados
contables en la Inspección General de Justicia radica en el mejor desarrollo de las
funciones de información que esos instrumentos cumplen, la falta de presentación
de los estados contables a dicho organismo durante varios ejercicios, además de
implicar una grave infracción a lo dispuesto por el art. 67 de la ley 19.550, en tanto
—como hemos visto— esa obligación ha sido impuesta en beneficio de la
comunidad, debiendo facilitarse el acceso a los estados contables de las compañías
mercantiles, constituye también una importante presunción de inactividad del ente,
que habilita la demanda promovida por el referido organismo tendiente a obtener la
declaración judicial de disolución(812).

§ 4. Las pautas previstas por la ley 19.550 a los fines de la


elaboración de los estados contables
El art. 62 de la ley 19.550 prevé una serie de pautas generales para la confección
de los estados contables, entre las cuales reviste especial importancia el último
párrafo de dicha norma, el cual, modificado por la ley 22.903, puso fin, de una vez
por todas, al tan controvertido tema del ajuste de los estados contables por inflación.
En primer lugar, el art. 62, en su primer párrafo, dispone que las sociedades deberán
hacer constar en sus balances de ejercicio la fecha en que se cumple su plazo de
duración, y en la medida aplicable según el tipo, darán cumplimiento a lo dispuesto
por el art. 67, párr. 1º, del cuerpo legal citado.
La primera exigencia no constituye sino una regla de orden práctico, como bien se
ha sostenido en la Exposición de Motivos de la ley 22.903, pues obliga a los
administradores y socios a tener permanentemente presente la fecha del
vencimiento del contrato social, para evitar los inconvenientes que esa circunstancia
pueda causar, en orden a las dificultades que ocasiona adoptar un acuerdo de
reconducción, por el riguroso régimen de mayorías que establece al respecto el art.
95, párr. 2º de la ley 19.550.
En segundo lugar, el art. 62, en el segundo párrafo, dispone que las sociedades de
responsabilidad limitada cuyo capital alcance el importe fijado por el art. 299 inc. 2º

501 
 
y las sociedades por acciones deberán presentar los estados contables anuales
regulados por los arts. 63 a 65 y cumplir con el art. 66, esto es, con la inclusión de
la memoria, el balance, estado de resultados, estado de evolución del patrimonio
neto e información complementaria y cuadros anexos, con todas las prescripciones
previstas por dichas normas. Reiteramos que en este caso, el legislador incurrió en
un grave error, pues nada justifica eximir a las sociedades de responsabilidad de
capital social menor al previsto por el segundo párrafo del art. 299 de exhibir toda la
información requerida por los arts. 63 a 66, en tanto que tales normas permiten a los
terceros y a los propios socios obtener una información más completa del estado
económico y financiero de la sociedad y tomar mayor conocimiento sobre la marcha
de los negocios sociales, lo cual redunda en beneficio del tráfico mercantil. La
supuesta mayor erogación que supone la elaboración de los estados contables en
la forma prevista por los arts. 63 a 66 de la ley 19.550 no puede justificar una menor
información de quienes están interesados en la evolución de la sociedad y en su
estado patrimonial, en especial en las sociedades de responsabilidad limitada,
cualquiera fuere su monto, en las cuales debería ampliarse la posibilidad de acceso
a su contabilidad y a la mayor claridad y comprensión de sus estados contables,
habida cuenta que, como principio general, los terceros no podrá ejecutar a los
socios por las deudas sociales.
En tercer lugar, la ley 22.903 ha impuesto a las sociedades controlantes la
presentación, como información complementaria, de los estados contables anuales
consolidados, confeccionados con arreglo a los principios de contabilidad
generalmente aceptados y a las normas que establece o establezca la autoridad de
contralor.
La ley prescribe al respecto que los estados contables anuales consolidados deben
presentarse como información complementaria, y es obligación que la ley impone a
las sociedades controlantes. El objeto del mismo es la combinación de los balances
de todas las sociedades que componen un grupo económico con compensación de
las cuentas internas existentes entre las mismas. Debe repararse sobre el punto que
la ley no ha brindado normas técnicas para la confección de este estado contable,
remitiéndose al respecto a los principios generales que gobiernan la materia, lo cual
ha sido considerado beneficioso por la doctrina contable, en la medida que ello
permite la modificación de criterios que en muchos de los casos son consecuencia
del avance tecnológico(813). Es necesario aclarar que cuando el art. 62 se refiere a
las sociedades controlantes, se refiere a aquellas que ejerzan el control
participacional, interno o de derecho, esto es, cuando son titulares de una
participación societaria que le otorgue en la controlada, los votos necesarios para
formar la voluntad social en las reuniones sociales o asambleas ordinarias (art. 33
inc. 1º) de la ley 19.550) y no al control de hecho o externo, previsto en el art. 33 inc.
2º del ordenamiento legal societario.
Por su parte, el cuarto párrafo cuarto del art. 62 contiene un principio general que
tiende a confirmar el principio de claridad de los estados contables, base de una
adecuada información. Dispone en ese sentido que cuando los montos involucrados
sean de insignificancia relativa a los efectos de una apropiada interpretación, serán
incluidos en rubros de diversos conceptos. En el mismo sentido, si existiesen
partidas no enunciadas específicamente, pero de significación relativa, deberá
demostrarse por separado. Asimismo, y para las sociedades anónimas incluidas en
el art. 299, la ley prescribe que la Comisión Nacional de Valores, otras autoridades
de contralor y las Bolsas podrán exigirles la presentación de un estado de origen y
aplicación de fondos, para el ejercicio terminado, estado contable que permite la
comparación de dos períodos o momentos de la vida de la sociedad, exponiendo el

502 
 
movimiento de fondos, indagando sobre sus fuentes, y determinando sus
aplicaciones. Aclara el art. 62 que por "fondos" debe entenderse el activo corriente
menos el pasivo corriente, lo que contablemente se denomina capital de
trabajo, superando la polémica que sobre ese término se había desatado en la
doctrina.
Lamentablemente, y a pesar de que la intención del legislador societario de 1972
fue loable, la posibilidad prevista por el cuarto párrafo del art. 62, que permite la
inclusión en cuentas globales de operaciones de montos de "significación relativa"
se prestó a todo tipo de abusos por parte de los administradores sociales, incluyendo
en determinadas cuentas (generalmente denominadas "gastos varios", "deudores o
acreedores varios", o "gastos generales", esto es, y como el lector lo habrá
fácilmente advertido, denominaciones caracterizadas por su vaguedad o
ambigüedad), operaciones que, por su significación y relevancia y a los fines
informativos, requerían una cuenta independiente, a tenor de lo dispuesto por el
mismo párrafo de la norma en análisis, cuando textualmente dispone que, "Con el
mismo criterio, si existiesen partidas no enunciadas específicamente, pero de
significación relativa, deberán mostrarse por separado".
La experiencia demuestra que cuando se trata de una operación cuya legitimidad
puede ser objeto de cuestionamientos por su escaso apego a la ley, los respectivos
montos se esconden detrás de cuentas globales, como sucede muchas veces con
los retiros dinerarios efectuados por determinados socios de la sociedad, que son
por lo general, sus controlantes o personas allegadas a éstos. En tal sentido en un
recordado voto, sostuvo el magistrado de la Ciudad de Bahía Blanca, Francisco
Cervini, que la existencia de una sola cuenta que engloba los saldos acreedores y
accionistas resulta violatorio de la técnica prevista por el art. 63 inc. 2º de la ley
19.550, y que al ser promiscua, no devela ni el origen ni la proporción, así como
tampoco la identificación subjetiva de los saldos. Con otras palabras, no clarifica su
composición y tal falta de discriminación impide verificar los posibles saldos que
cada accionista tenía para cobrar en la sociedad(814).

§ 5. Los estados contables ajustados por inflación


Por último, el último párrafo del art. 62 de la ley 19.550, reviste capital importancia,
al prescribir textualmente: "Ajuste: los estados contables correspondientes a
ejercicios completos o períodos intermedios dentro de un mismo ejercicio, deberán
confeccionarse en moneda constante", y de esta manera, la ley 22.903 de reformas
a la ley 19.550 ha plasmado legislativamente una importante inquietud formulada
reiteradamente por la doctrina y expuesta en todos los congresos y jornadas
realizados en el país antes del año 1982, debiendo señalarse que el último párrafo
del art. 62 tiende a evitar, en forma por demás justificada, que las cuentas de los
estados contables, fundamentalmente los balances, expresen en valores históricos,
que no reflejan, cuando así son confeccionados, sino una información distorsionada
que resulta perjudicial para los socios o accionistas de la sociedad y terceros que
mantienen relaciones comerciales con la misma. Por el contrario, el ajuste por
inflación tiende a brindar, a través de la utilización de un mismo criterio para realizar
los balances, una información aceptablemente adecuada, como única forma de
hacerlos comparables(815).

503 
 
Como se observa, la Ley de Sociedades, luego de su reforma, llenó un importante
vacío que la doctrina había advertido en esta materia, y teniendo en consideración
los largos años de desvalorización de nuestro signo monetario, intentó, con esta
norma, paliar los efectos de ese fenómeno, de amplia repercusión en la vida interna
y externa del ente. Y es obvia su importancia, no sólo en materia de derecho de
receso, para el cálculo del valor de las acciones del socio recedente, sino
fundamentalmente en protección del derecho de información del que gozan los
integrantes de la sociedad. Recordemos asimismo que el criterio de la ley
22.903reconocía como importante antecedente al art. 7º de la res. 59 de la Comisión
Nacional de Valores, el cual, en su primer párrafo, establece que todas las
decisiones sociales sobre distribución de utilidades o reservas, debían adoptarse
teniendo en consideración un balance ajustado.

Las diferentes políticas económicas aplicadas en nuestro país y las sucesivas crisis
que afectaron nuestra economía, en especial, la ocurrida en los años 2001 y 2002
afectaron la aplicación de dicha norma, que rigió hasta el año 1995, pues dentro del
marco de la Ley de Convertibilidad (ley 23.928), el decreto 316/1995 del 15 de
agosto de 1995, prácticamente la dejó sin efecto alguno, al imponerse a las
sociedades la discontinuación de los métodos de reexpresión(816), disponiéndose la
comunicación a todos los organismo de control dependientes del Poder Ejecutivo
Nacional (Inspección General de Justicia; Comisión Nacional de Valores;
Superintendencia de Seguros de la Nación; Dirección General Impositiva;
Administración Nacional de Aduanas; Banco Central de la República Argentina;
Instituto Nacional de Acción Cooperativa; Instituto Nacional de Acción Mutual;
Superintendencia de Administradora de Fondos de Jubilaciones y Pensiones), a los
fines de no aceptar la presentación de balances o estados contables que no
observen lo dispuesto por el art. 10 de la ley 23.928, la cual, como es sabido, derogó
todas las normas legales o reglamentarias que establecían o autorizaban la
indexación por precios, actualización monetaria, variación de costos o cualquier otra
forma de repotenciación de las deudas, impuestos, precios o tarifas de los bienes,
obras o servicios, no pudiendo aplicarse ni esgrimirse ninguna cláusula legal,
reglamentaria, contractual o convencional al respecto.

Sin embargo, el decreto 316/1995, influido fuertemente por la aguda crisis


económica, financiera y social y por el estado de emergencia declarado legalmente,
fue derogado por el decreto 1269 del Poder Ejecutivo Nacional, de fecha 16 de julio
de 2002, que asimismo dispuso agregar al texto del art. 10 de la ley 23.928 y sus
modificatorias un párrafo por medio del cual se prescribía que la indicada derogación
no comprendía los estados contables, respecto de los cuales continuará siendo de
aplicación lo preceptuado por el art. 62 in fine de la ley 19.550 de sociedades
comerciales. Dicho decreto derogó también el aludido decreto 316 del 15 de agosto
de 1995, produciéndose en consecuencia el regreso a los estados contables
ajustados por inflación(817). Ello motivó que la Inspección General de Justicia dictara
la resolución general 11/2002, por medio de la cual se dispuso que los estados
contables correspondientes a ejercicios completos o períodos intermedios, con
excepción de las personas jurídicas comprendidas en los regímenes legales sujetos
a fiscalización especial, deberían presentarse ante la Inspección General de Justicia
expresados en moneda constante.
Pero esta interminable historia de idas y vueltas no terminó allí, pues invocando el
ejercicio de las facultades conferidas por el art. 99 inc. 3º de la Constitución
Nacional, el Poder Ejecutivo Nacional dictó un nuevo decreto, que lleva el número
664/2003, y que revivió el art. 10 de la ley 23.928, recomendando a las autoridades

504 
 
de control a los fines de que dispongan en el ámbito de sus respectivas
competencias, que los balances o estados contables que le sean presentados
deberán observar lo dispuesto por aquella norma, que, como hemos ya señalado,
dejó sin efecto el texto del art. 62 in fine de la ley 19.550. La Inspección General de
Justicia, en cumplimiento de esta resolución dictó la resolución general 4/2003,
rigiendo actualmente el art. 268 de la resolución general 7/2015, según el cual, las
sociedades por acciones y las de responsabilidad limitada cuyo capital alcance el
importe fijado por el art. 299 inc. 2º de la ley 19.550, exceptuadas aquellas sujetas
a regímenes legales de fiscalización especial, deben confeccionar sus estados
contables cuyo cierre se haya producido a partir del 1º de marzo de 2003, sin
aplicación, a todos los efectos, del método de reexpresión de estados contables en
moneda homogénea establecido en la resolución técnica 6 —con las modificaciones
introducidas por la resolución técnica 19 de la Federación Argentina de Consejos
Profesionales de Ciencias Económicas— tal como fuera adoptada por las
resoluciones MD 3/002 y CD 262/01 del Consejo Profesional de Ciencias
Económicas de la Ciudad Autónoma de la Ciudad de Buenos Aires.
Esta norma continúa vigente, no obstante la permanente reclamación de los
sectores empresarios en procura de su derogación.

§ 6. Estado de origen y aplicación de fondos


Por último, el art. 62, quinto párrafo de la ley 19.550 dispone que la Comisión
Nacional de Valores, las Bolsas y otras autoridades de control, pueden exigir a las
sociedades incluidas en el art. 299 de dicha normativa, un estado de origen y
aplicación de fondos de la sociedad, lo cual permite inferir el manejo financiero de
los administradores, exponiendo el origen de los fondos reunidos y su aplicación en
el desarrollo de las actividades sociales(818).

ART. 63.—
Balance. En el balance general deberá suministrarse la información que a
continuación se requiere:
1) En el activo:
a) el dinero en efectivo en caja y bancos, otros valores caracterizados por similares
principios de liquidez, certeza y efectividad, y la moneda extranjera;
b) los créditos provenientes de las actividades sociales. Por separado se indicarán
los créditos con sociedades controlantes, controladas o vinculadas, los que sean
litigiosos y cualquier otro crédito.
Cuando corresponda, se deducirán las previsiones por créditos de dudoso cobro y
por descuentos y bonificaciones;

505 
 
c) los bienes de cambio, agrupados de acuerdo con las actividades de la sociedad.
Se indicarán separadamente las existencias de materias primas, productos en
proceso de elaboración y terminados, mercaderías de reventa o los rubros
requeridos por la naturaleza de la actividad social;
d) las inversiones en títulos de la deuda pública, en acciones y en debentures, con
distinción de los que sean cotizados en bolsa, las efectuadas en sociedades
controlantes, controladas o vinculadas, otras participaciones y cualquier otra
inversión ajena a la explotación de la sociedad.
Cuando corresponda, se deducirá la previsión para quebrantos o desvalorizaciones;
e) los bienes de uso, con indicación de sus amortizaciones acumuladas;
f) los bienes inmateriales, por su costo con indicación de sus amortizaciones
acumuladas;
g) los gastos y cargas que se devenguen en futuros ejercicios o se afecten a éstos,
deduciendo en este último caso las amortizaciones acumuladas que correspondan;
h) todo otro rubro que por su naturaleza corresponda ser incluido como activo.
2) En el pasivo:
1.a) las deudas, indicándose separadamente las comerciales, las bancarias, las
financieras, las existentes con sociedades controlantes, controladas o vinculadas,
los debentures emitidos por la sociedad, los dividendos a pagar y las deudas a
organismos de previsión social y de recaudación fiscal.
Asimismo se mostrarán otros pasivos devengados que corresponda calcular;
b) las previsiones por eventualidades que se consideren susceptibles de concretarse
en obligaciones de la sociedad;
c) todo otro rubro que por su naturaleza represente un pasivo hacia terceros;
d) las rentas percibidas por adelantado y los ingresos cuya realización corresponda
a futuros ejercicios.
II. a) El capital social, con distinción, en su caso, de las acciones ordinarias y de
otras clases y los supuestos del art. 220;
b) las reservas legales, contractuales o estatutarias voluntarias y las provenientes
de revaluaciones y de primas de emisión;
c) las utilidades de ejercicios anteriores y en su caso, para deducir, las pérdidas;
d) todo otro rubro que por su naturaleza corresponda ser incluido en las cuentas de
capital, reservas y resultados.
3) Los bienes en depósito, los avales y garantías, documentos descontados y toda
otra cuenta de orden.
4) De la presentación en general:
a) la información deberá agruparse de modo que sea posible distinguir y totalizar el
activo corriente del activo no corriente, y el pasivo corriente del pasivo no corriente.
Se entiende por corriente todo activo o pasivo cuyo vencimiento o realización, se
producirá dentro de los 12 meses a partir de la fecha del balance general, salvo que
las circunstancias aconsejen otra base para tal distinción;
b) los derechos y obligaciones deberán mostrarse indicándose si son
documentados, con garantía real u otras;

506 
 
c) el activo y el pasivo en moneda extranjera, deberán mostrarse por separado en
los rubros que correspondan;
d) no podrán compensarse las distintas partidas entre sí. [Texto según ley 22.903]
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 54, 62, 65, 66, 68, 69, 71, 77, 83, 88, 103, 104, 109; Resolución
General 7/2015 de la Inspección General de Justicia, arts. 154, 156,305, 309,316, 325. LSC Uruguay:
art. 89.

§ 1. El balance. Importancia. Análisis de sus cuentas


Como consecuencia de la obligación de las sociedades comerciales de llevar una
contabilidad regular, en los términos de los arts. 43 a 67 del Código de Comercio,
surge la necesidad de confeccionar el balance general, que constituye capítulo
fundamental para apreciar el estado del activo y pasivo de la sociedad, y permitir,
por comparación con los balances anteriores, un análisis de la marcha de los
negocios y apreciación de su rentabilidad. Su importancia no sólo se mide en
relación con la utilidad que brinda a los socios, al permitirles apreciar el valor de sus
participaciones, sino también y fundamentalmente a los acreedores de la sociedad,
al ofrecerles un instrumento idóneo para medir la solvencia de esta(819).
La jurisprudencia ha definido al balance como una descripción gráfica de carácter
estático de la situación económica, financiera y patrimonial de la sociedad en un
momento dado, que permite conocer la composición de su patrimonio y la solvencia
con que cuenta para el cumplimiento de sus obligaciones(820). El balance se
compone de un activo y un pasivo en los que figuran por un lado todos los bienes y
todos los derechos de que es titular la sociedad, y por otro lado, todo lo que la
compañía adeuda a los terceros y a los propios socios, de cuyas comparaciones
surge el patrimonio neto de la firma(821).
El balance, que debe descansar necesariamente en un inventario previo que lo
complementa, sólo da una versión inmovilizada y descriptiva de la situación del
patrimonio en el instante de su confección, lo que no permite ir más allá de los datos
que en él se contienen. De ahí que para tener un concepto cabal de la gestión social
y de la rentabilidad de la empresa, resulte necesario complementarlo con un estado
de resultados (art. 64), para analizar los beneficios obtenidos, así como el origen de
los mismos, instrumento que resume y esquematiza el desarrollo del ejercicio a
través de la cuenta de ganancias y pérdidas, dando razón de las variaciones
patrimoniales producidos respecto del ejercicio anterior(822). La memoria (art. 66),
por su parte, si bien no integra ni forma parte del balance, es elemento
imprescindible de interpretación, pues permite comprender al lector ciertos aspectos
de la vida de la sociedad susceptibles de llamar la atención, en comparación con
estados contables anteriores, así como analizar las perspectivas futuras de la
empresa, dato que debe ser objeto de inclusión en la memoria, como lo manda el
art. 66 de la ley 19.550. Finalmente, las cuentas de los balances deben ser abiertas
y encuentran su explicación en las notas complementarias y en los cuadros anexos
a que se refiere el art. 65 de la ley 19.550.

507 
 
§ 2. La inclusión de una deuda en el pasivo del balance implica
reconocimiento de dicha obligación
Ha sido planteada tanto en sede judicial como administrativa la cuestión de los
efectos que implica la confección de un balance en torno a la inclusión de las cuentas
del activo y pasivo y si este instrumento cumple otra función que no sea la de
informar sobre la situación patrimonial, económica y financiera de la sociedad.
Ha sido sostenido, al respecto, que el balance es solo una pieza esquemática de la
que no puede inferirse responsabilidades jurídicas con consecuencias
patrimoniales, pues dicho instrumento es solo una pieza propia de la técnica
contable y no el fundamento de un crédito(823).
Coincidimos con la obvia conclusión de que el mero asiento en un libro de comercio
o en los balances de la sociedad no constituye actuación susceptible de adquirir
derechos o contraer obligaciones, pero discrepamos con la afirmación de que de las
registraciones contenidas en el balance no pueden inferirse responsabilidades
jurídicas con consecuencias patrimoniales, pues la inclusión de una determinada
operación en el pasivo implica reconocimiento tácito de la sociedad de la deuda allí
incluida, en los términos y con los alcances previstos por los arts. 2545 del Código
Civil y Comercial de la Nación, importando, conforme a esta última norma, causal
suficiente de interrupción de la prescripción de las acciones promovidos por los
acreedores sociales tendientes al cobro de las deudas allí registradas. Esta
conclusión se basa asimismo en la doctrina de los actos propios, pues si los
administradores sociales incluyeron una determinada operación en los estados
contables de la firma, es porque reconocen su existencia. Negar su subsistencia
cuando el acreedor promueve la correspondiente demanda implica contradecir esa
registración contable, lo cual es en derecho inadmisible.
Aplicando estos principios generales, la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Comercial ha dispuesto que la registración del crédito por dividendos a los
accionistas en los libros de comercio, como pasivo de la sociedad, a partir del
ejercicio que dispuso su distribución, importa el reconocimiento tácito de la
obligación de pagar los dividendos impagos, y constituye un hecho interruptivo del
plazo de la prescripción en curso, en los términos del art. 3989 del Código Civil(824)y
en el mismo sentido se pronunció la Inspección General de Justicia en el expediente
"Grufintas Sociedad Anónima", mediante la resolución 1475/2004, del 19 de
noviembre de 2004.

§ 3. Análisis de las cuentas del balance


La ley 19.550, en el art. 63, inc. 4º, divide el activo y pasivo en corriente y no
corriente, definiendo los primeros como aquellos cuyo vencimiento o realización se
producirá dentro de los doce meses a partir de la fecha del balance general, salvo
que las circunstancias aconsejen otra base para tal distinción. Ello tiende, como bien
lo afirma Spieguel, a demostrar el grado de posibilidad de la sociedad para poder
508 
 
hacer frente a sus obligaciones en el lapso del ejercicio, con los bienes realizables
destinados a ese fin, como empresa en marcha, en el mismo período. El artículo ha
querido dar pues como norma general la que en el ciclo operativo normal es de doce
meses; pero si bien esa medida convencional se establece en un año, existen una
serie de empresas que por el tipo de actividad que desarrollan, su ciclo operativo
excede ese plazo (empresas avícolas, de hacienda, apicultura, etc.). Por lo tanto,
la ley 19.550 al señalar el principio general, ha previsto también la posible
excepción, para los casos especiales a que se ha hecho referencia(825).
La doctrina denomina "capital de trabajo" a la diferencia que existe entre el activo
corriente y el pasivo corriente, que es pauta fundamental a los fines de medir la
solvencia de la sociedad, y en consecuencia, la posibilidad de cumplir con sus
obligaciones.
El activo corriente está formado por:
a) Las disponibilidades. Estas comprenden dinero en efectivo en caja, saldos en
cuentas corrientes bancarias, y otros valores caracterizados por similares principios
de liquidez, certeza y efectividad, moneda extranjera, y créditos provenientes de las
actividades sociales —créditos por ventas o servicios— indicándose por separado
los créditos con sociedades controlantes, controladas o vinculadas, los que sean
litigiosos, y cualquier otro crédito que no provenga de la actividad habitual de la
sociedad. Cuando corresponda, se deducirán las previsiones por créditos de
.dudoso cobro —previsiones para incobrables— y por descuentos o bonificaciones.
b) Los bienes de cambio. Son los destinados a la comercialización, agrupados de
acuerdo con las actividades de la sociedad. Por separado se indicarán las
existencias en materias primas, productos en proceso de elaboración y terminados,
mercaderías de reventa o los rubros requeridos por la naturaleza de la actividad
social.
c) Las inversiones. Consisten en operaciones efectuadas por la sociedad de fácil
realización, con el objeto de obtener una renta aprovechando un capital disponible,
que de otro modo podría verse afectado por el proceso de desvalorización
monetaria. El art. 63 exige que las inversiones en títulos de deuda pública, acciones,
o debentures, deben figurar en el balance, con destinación de los que sean cotizados
en Bolsa, las efectuadas en sociedades controlantes, controladas o vinculadas,
diferentes participaciones y cualquier otra inversión ajena a la explotación de la
sociedad. Cuando corresponda, se deducirá la previsión para quebrantos o
desvalorizaciones.
Por su parte, en el activo no corriente se incluyen: 1) los bienes de uso, que son los
adquiridos con el propósito de usarlos en forma permanente durante varios
ejercicios como las maquinarias, instalaciones, etcétera. Son también
denominados bienes del activo fijo, cuyo valor va disminuyendo gradualmente por
la utilización de los mismos a través de los años. Esa parte proporcional del valor de
costo, que se va produciendo periódicamente, es conocida como amortización. Se
indicarán de conformidad al art. 63, las amortizaciones acumuladas de los bienes
de uso, es decir, no sólo las del ejercicio, sino las de los ejercicios anteriores; 2) los
bienes inmateriales: marcas de fábrica, diseños o modelos industriales,
concesiones y franquicias, patentes de invención y llave del negocio, que deben
figurar por su costo, con indicación de sus amortizaciones acumuladas; 3) los gastos
y cargas que se devenguen en futuros ejercicios, donde corresponde incluir aquellos
gastos o cargas abonados por adelantado y cuya incidencia abarca varios ejercicios:
seguros, alquileres, etc., deduciéndose las amortizaciones acumuladas que
correspondan.

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En el pasivo se incluyen las siguientes cuentas:
1. Las deudas, indicándose separadamente las comerciales, bancarias, financieras,
las existentes en sociedades controlantes, controladas o vinculadas, los debentures
emitidos por la sociedad, los dividendos a pagar y las deudas a organismos de
previsión social y de recaudación fiscal. Recuérdese al respecto que, conforme lo
dispone el inc. 4º de la norma en análisis, las deudas cuyo vencimiento o realización
se producirá dentro de los 12 meses a partir de la fecha del balance general deben
ser incluidas dentro del "pasivo corriente" y aquellas obligaciones no incluidas en
esta categoría pertenecen a la cuenta del "pasivo no corriente".
2. Las previsiones, que tienen por objeto una función parecida al de las reservas,
esto es, fortalecer a la sociedad frente a futuras contingencias de acaecimiento
eventualidades susceptibles de concretarse en obligaciones de la sociedad (v.gr. las
previsiones para despidos del personal o resultados de juicios pendientes).
3. Las provisiones, que son aquellas deudas de la sociedad, de cálculo cierto, que
no son exigibles a la fecha del balance general, pero que por su naturaleza gravitan
sobre el mismo. Por ejemplo: impuestos o cargas sociales. Cabe apuntar que la ley
no hace referencia a ellas, pero las contempla cuando incluye en el pasivo "todo otro
rubro que por su naturaleza represente un pasivo hacia terceros";
4. Las rentas percibidas por adelantado y los ingresos cuya realización corresponde
a futuros ejercicios.
5. Finalmente, el inc. 3º del art. 63 exige la inclusión en el pasivo de las
llamadas cuentas de orden que exteriorizan contingencias que al cierre del ejercicio
no influyen en la situación patrimonial de la empresa(826). Son rubros que no
responden a un activo o pasivos reales, pero figuran en el balance para dar a
conocer el resultado de operaciones jurídicas efectuadas. De esta manera, deben
figurar en dicha cuenta los bienes en depósito, los avales y garantías, documentos
descontados (art. 63, punto 3, texto ley 22.903).

§ 4. La inclusión en el pasivo del capital social, reservas y resultados


de ejercicios anteriores
Si bien es cierto que a nadie puede caber dudas de que las cuentas mencionadas
en el segundo capítulo del art. 63 (capital social, reservas y resultados de ejercicios
anteriores) son de indudable inclusión en el pasivo —corriente o no corriente— del
balance, el problema radica en que la misma norma contiene un segundo inc. II),
dividido en cuatro subcuentas (capital social, reservas legales, utilidades de
ejercicios anteriores y en su caso, para deducir, las pérdidas y todo otro rubro que
por su naturaleza corresponda ser incluido en las cuentas de capital, reservas y
resultados) que la simple lectura de los estados contables que se confeccionan en
nuestro medio nos han acostumbrado a examinarlas dentro del patrimonio neto de
dichos instrumentos, como partidas diferenciadas del pasivo.
Lo referido no constituye un simple problema de exposición de cuentas, pues
incluidas tales partidas en el pasivo del balance, como expresamente lo manda la ley
19.550, los resultados y la situación financiera y económica que exhibirá la sociedad
a través de sus estados contables, serán totalmente diferente del resultado o

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situación patrimonial que exhiba la misma sociedad en caso en que esas cuentas
(capital, reservas y resultados diferidos) fueran incluidas en el patrimonio neto de la
compañía. En el primer caso, y como se dice habitualmente, el balance estará
"castigado", mientras que en el segundo supuesto, la sociedad saldrá ampliamente
favorecida con la exposición de una mejor situación patrimonial y financiera.
En estricta puridad, el criterio utilizado por la ley 19.550 es el acertado, pues tanto
el capital social, reservas y resultados son sumas que, de una manera u otra y por
diferentes razones, la sociedad adeuda a sus integrantes, pero como ellas no
constituyen pasivos hacia terceros sino que tiene como acreedores a sus mismos
socios, la técnica contable las ha excluido del pasivo y las ha agrupado en el
patrimonio neto de la entidad. Para actuar de esa manera, se ha tomado
especialmente en cuenta la frase residual contenida en el art. 63, inc. 2º —que
describe el pasivo— párrafo c) de la ley 19.550, en cuanto disponen asentar en el
pasivo "todo otro rubro que por su naturaleza represente un pasivo hacia terceros".
De manera tal que, en principio, el criterio que utiliza la técnica contable para
distinguir entre las cuentas del pasivo y del patrimonio neto lo constituye el sujeto
beneficiario de las obligaciones asumidas por la sociedad: si las deudas fueron
contraídas con terceros, ellas se asentarán en el pasivo social; por el contrario, si
los acreedores son los mismos socios, estas deudas son registradas en el
patrimonio neto.
Bien es cierto que este criterio exhibe una importante dificultad, que se presenta
cuando es el mismo socio quien suministra dinero a la caja social, situación
sumamente frecuente, pues la vida enseña que a los primeros que se recurre
cuando se presenta una situación de apremiante necesidad financiera en la empresa
es a sus mismos integrantes. Ante tal estado de cosas, la técnica contable nos ilustra
que debe considerarse al socio como un tercero, y por lo general, ese débito social
se asienta en el pasivo no corriente del balance, para no castigar al capital de trabajo
de la sociedad. De manera tal que las entregas dinerarias efectuadas por el socio a
la sociedad tienen un doble tratamiento contable: a) Si estas daciones dinerarias lo
son en concepto de aportes (al constituirse la sociedad o ante un aumento del capital
social con efectivas aportaciones), tales movimientos se asientan en la cuenta
capital o aportes de los socios, obrantes en el patrimonio neto de los estados
contables; b) pero si a estas entregas de dinero se las considera como simples
préstamos o mutuos dinerarios, ellos deben ser incluidos dentro del pasivo no
corriente de la sociedad.
Sin embargo, tal manera de proceder, si bien exacta desde el punto de vista legal,
no resulta enteramente satisfactoria para los "intereses" de la sociedad, pues si
tratamos al socio suministrador de fondos como un "tercero" e incluimos su crédito
dentro del pasivo, aún no corriente, los estados contables reflejarán
desfavorablemente la situación patrimonial de la sociedad, con el consiguiente
peligro de que dicha entidad sea inmediatamente descalificada en el mercado
financiero, ante la simple lectura y comparación de sus instrumentos contables.
Es en situaciones como éstas donde hace su aparición la inefable "contabilidad
creativa", la cual resulta sumamente eficaz y produce efectos casi mágicos. La
contabilidad creativa, según la feliz expresión y definición que nos brinda
Guaresti(827), consiste en la distorsión de las cuentas para que el lector crea que las
cosas no están tan mal y precisamente. Precisamente para dar solución al problema
descripto en los párrafos anteriores, es que nacieron y se desarrollaron en nuestro
medio los tan utilizados y siempre útiles "aportes irrevocables a cuenta de futuras
emisiones de acciones", que son sumas de dinero que los "controlantes" hacen

511 
 
entrega a la caja social ante impostergables compromisos de la sociedad, pero que
no se incluyen en el pasivo como préstamos o mutuos, sino en el patrimonio neto,
no ya como "aportes" en el sentido técnico de la palabra, habida cuenta que no
puede haber aportes sin previa decisión asamblearia de aumentar el capital social,
sino bajo el título de "aportes irrevocables a cuenta de futuras emisiones de
acciones", partida que por supuesto, no se encuentra incluida dentro de los arts.
61 a 66de la ley 19.550, pero que la jurisprudencia de nuestros tribunales
mercantiles, salvo honrosas excepciones, la han aceptado sin reservas, discurriendo
largamente sobre su naturaleza jurídica, cuando la verdadera naturaleza, utilidad y
eficacia de dicha cuenta pasa por otro lado, muy ajena a las elucubraciones de los
tribunales de comercio y a los juristas bienintencionados.

§ 5. El pasivo y el patrimonio neto. Las cuentas del patrimonio neto.


El "estado de evolución del patrimonio neto" de los estados contables
Como hemos expuesto en los párrafos anteriores y malgrado las claras directivas
impuestas por el art. 63 de la ley 19.550 en torno a la composición del pasivo, la
mera lectura de los estados contables que presentan hoy todos los sujetos de
derecho que deben formular sus cuentas a través de estos instrumentos, nos ilustra
que el pasivo del balance está integrado por todas las deudas y cargas que gravan
a la sociedad, y que las cuentas que integran el mismo, esto es, las deudas,
provisiones y previsiones, están directamente relacionadas con los terceros que
contratan con la sociedad o que se encuentran vinculadas con ella, a punto tal que,
desde el punto de vista económico, ha sido dicho que el pasivo constituye el aporte
que terceras personas hacen a la empresa, y a ello debe su nombre de capital
ajeno(828).
De acuerdo con quienes comparten la necesidad de diferenciar las cuentas del
pasivo y del patrimonio neto, éste ha sido definido por autorizada doctrina contable
como el capital propio de la empresa, o sea, como aquel perteneciente a los
"dueños" de la misma, que puede ser caracterizado como el valor resultante de la
diferencia entre los bienes y derechos de la sociedad —que componen el activo de
la misma— y las deudas o compromisos que ésta posee con terceros a una fecha
determinada, o, de una manera más simple, como la diferencia entre la totalidad de
los rubros activos y de los rubros pasivos de la entidad(829).
Este criterio tuvo incluso recepción jurisprudencial en el caso "Loschi Aldo c/
Channel One SA y otros s/sumario", dictado por la sala D de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Comercial de la Capital Federal, en fallo pronunciado el 25 de
febrero de 1993, en donde se expresó que por activo debe entenderse los bienes y
derechos que posee una persona o sociedad y por pasivo las deudas que gravan
esos bienes o derechos. Este sistema da lugar a una igualdad, de suma importancia,
y que genera todas las relaciones posteriores, a saber: Activo — Pasivo = Patrimonio
neto. Con ello se quiere decir que si se hace inventario de los bienes y derechos que
posee una persona o sociedad y se descuentan las deudas que gravan a esos
bienes o derechos, se obtendría como resultado final el capital propio o patrimonio
neto. Obviamente, esta igualdad no se mantiene a través de toda la vida de la
empresa y va modificándose continuamente, con cada operación que se realiza.

512 
 
A diferencia del pasivo, que sirve para conocer el estado de endeudamiento de la
sociedad, el patrimonio neto ha sido considerado por la doctrina que predica la total
diferencia entre ambos capítulos de los estados contables, como una cuenta
fundamental para medir la solvencia del ente, participando del concepto de
patrimonio previsto por los arts. 15 y 16 del Código Civil y Comercial de la Nación.
Creemos que no obstante la doctrina judicial emanada del caso "Loschi" a la cual
hemos hecho referencia en los párrafos precedentes, el capital social debe formar
parte del pasivo, pues este capítulo del balance debe incluir lo que la sociedad
debe, sin importar la persona del acreedor. Reiteramos que cuando se habla de
patrimonio neto y no de patrimonio en los términos del Código Civil y Comercial, se
parte de la base que en ese instrumento ya se han compensado las cuentas del
activo y del pasivo(830)y que, por ello, este instrumento solo debe incluir los resultados
obtenidos y las reservas constituidas por los socios. Carece de sentido, a nuestro
juicio, incluir al capital social dentro del patrimonio neto de la sociedad y fuera del
pasivo del balance, pues de tal modo la situación económica y financiera de la
sociedad que se exhibe mediante estados contables así confeccionados, no será
nunca fidedigna, contrariándose, además, con la finalidad y objeto del capital social,
que no es dinero que los administradores disponen para el giro empresario sino que
es elemento que actúa como cifra de retención en garantía de los créditos de los
terceros acreedores de la entidad.
Parece evidente sostener, en concordancia con todo lo expuesto, que la
circunstancia de que la sociedad adeude los aportes a los socios, y que la obligación
de su reintegro a los mismos, solo corresponda en la etapa liquidatoria y una vez
cancelado el pasivo adeudado por la sociedad a terceros, pero ello no implica
sostener que los socios no son acreedores de la entidad, pues la subordinación a
que están sometidos no les priva de tal carácter. A mayor abundamiento, cuando
el art. 109de la ley 19.550 prescribe la obligación de los liquidadores de reembolsar
a los socios la parte del capital social, ratifica todo lo expuesto en los párrafos
precedentes.

§ 6. La cuenta de "Resultados no asignados del patrimonio neto". Su


historia y contenido
Aclarado el concepto de lo que se entiende por patrimonio neto, corresponde
abocarnos a las cuentas que lo integran y que se encuentran detalladas en el
capítulo de los estados contables denominado como "Estado de Evolución del
Patrimonio Neto".
Preliminarmente, corresponde recordar que el art. 64.II de la ley 19.550 se refiere al
estado de evolución del patrimonio neto, al cual considera como complemento del
estado de resultados o cuenta de ganancias y pérdidas del ejercicio, cuyas partidas
se encuentran expresamente incluidas en dicha disposición legal.
Dice el art. 64.II de la ley de sociedades comerciales que el estado de resultados
deberá complementarse con el estado de evolución del patrimonio neto. En él se
incluirán las causas de los cambios producidos durante el ejercicio en cada uno de
los rubros integrantes del patrimonio neto.

513 
 
Tal es la actual redacción de la norma del art. 64, inc. II) de la ley 19.550, pues su
texto original fue modificado por la ley 22.903, correspondiendo manifestar que, a
nuestro juicio, la reforma efectuada en el año 1982 no fue feliz, pues en su anterior
texto, el art. 64 in fine detallaba las cuentas que integran el estado de evolución del
patrimonio neto —la cual, según la original denominación prevista por la ley 19.550
se denominaba "el estado de resultados acumulados"— evitándose de esa manera
que la "contabilidad creativa" que tanto daño produce al comercio y a los intereses
de los terceros en general, pudiera encontrar en este capítulo de los estados
contables un ámbito propicio para desarrollarse.
La versión original del art. 64, inc. II) de la ley 19.550 era la siguiente: "II. El estado
de resultados deberá complementarse con el estado de resultados acumulados, el
que deberá exponer:
a) Saldo de las ganancias o pérdidas al comienzo del ejercicio y su destino;
b) El saldo final del estado de resultados del ejercicio;
c) La ganancia o pérdida acumulada al cierre de cada ejercicio;
d) En caso de utilizarse una reserva, se indicará a continuación el saldo al comienzo
del ejercicio".
Salta a la vista que la redacción del último párrafo del art. 64.II de la ley 19.550, en
su versión original, era del todo congruente con lo dispuesto por el art. 63.II de dicho
ordenamiento legal, en cuanto éste dispone como de necesaria inclusión en el
pasivo las cuentas de capital, reservas y resultados, pues el estado de evolución del
patrimonio neto o estado de resultados acumulados, como se lo llamaba allá por
1972, solo detallaba, graficaba y explicaba la evolución de las cuentas resultados y
reservas, sin la menor referencia al capital social. Con otras palabras: los
legisladores de 1972 fueron congruentes y categóricos al considerar al capital social
como cuenta del pasivo del balance.
La reforma efectuada por la ley 22.903 de 1982 no tuvo la misma filosofía, pues al
eliminar del texto del art. 64.II de la ley 19.550 el detalle de las cuentas que
componen el estado de evolución del patrimonio neto, utilizando el discutible criterio
de contar con un menor reglamentarismo —argumento que generalmente hace feliz
a las personas poco dispuestas a cumplir con la ley—, brindó margen para asentar
cualquier tipo de cuentas en ese capítulo de los estados contables, lo que
efectivamente aconteció —recordar el caso de los aportes irrevocables a cuenta de
futuras emisiones de acciones— permitiendo que la sociedad pudiera exhibir sus
estados contables a terceros con resultados desde todo punto de vista diferentes,
según la pericia —o picardía— de sus hacedores, con la más absoluta de las
impunidades, merced a la tolerancia o ignorancia que exhiben muchos de nuestros
jueces con competencia en asuntos comerciales, sobre las más elementales
nociones de contabilidad.
Aclarado ello, vamos a las cuentas del patrimonio neto de los estados contables.
a) En cuanto al capital social, si bien éste representa el equivalente de los valores
aportados por los socios o accionistas a la sociedad, como persona jurídica
independiente de los mismos, sirve para balancear la inscripción que de esos
valores se hace en el activo social(831).
Ahora bien, y dentro de la estructura del patrimonio neto de los estados contables,
la cuenta capital difiere del concepto de capital social a que se refiere la ley 19.550,
suma que, ocioso es repetirlo, constituye una cantidad fija, constituida originalmente
por el valor de los aportes efectuados por los socios y solo variable por los

514 
 
procedimientos legales de aumento o reducción previstos por la referida ley. Por el
contrario, y en la estructura del patrimonio neto de los estados contables, el capital
social, entendido conforme lo dispuesto por el art. 11, inc. 4º de la ley 19.550,
constituye solo un rubro de la cuenta capital, que se integra además con otras
partidas, denominadas comúnmente como "ajuste de capital" "aportes no
capitalizados" o "aportes irrevocables" y "revalúos legales", las cuales se encuentran
muchas veces englobados bajo una cuenta más amplia denominada "aporte de los
socios".
Tratándose de sociedades comerciales, y habida cuenta la distinta personalidad
jurídica de la misma con las personas que la integran, las ganancias o las pérdidas
no modifican la cuenta del capital, pues como explica autorizada doctrina, el
beneficio o utilidad no constituye un aumento del capital social ni la pérdida una
disminución de éste. Por el contrario, la denominada "cuenta de ganancias y
pérdidas" prevista por el art. 52 del Código de Comercio, y que la ley 19.550 en su
art. 63 la llama con mayor precisión "estado de resultados", constituye una cuenta
independiente que complementa al balance, y en el cual se expone sumariamente
como se forman las utilidades y las pérdidas que se han verificado durante cada uno
de los ejercicios de la entidad(832).
b) En lo que respecta a las reservas, que integran otras de las subcuentas del
patrimonio neto de la sociedad, ellas han sido definidas de muchas maneras. Por
ejemplo, Fontanarrosa las ha definido como las sustracciones del resultado neto de
la explotación, para afrontar pérdidas eventuales previsibles. Halperin por su parte,
ha definido a las reservas, cualquiera fuere su naturaleza, como una determinada
suma de valores patrimoniales activos que la sociedad no distribuye a sus socios y
que conserva para procurar a la empresa mayor solidez y seguridad económica. A
su turno, Farina sostuvo que las reservas representan el importe de excedentes
netos que se incorporan al activo a fin de acrecentar el patrimonio social, pues son
propiedad de la sociedad, aunque su carácter no sea el de ganancia distribuible sino
el de beneficios capitalizados, ya que integran ese patrimonio por su inversión,
afectada a un fin de acuerdo con la decisión de la asamblea que las constituyó(833).
Pero de todas esas definiciones, preferimos el concepto que Anaya(834)nos brinda
de las reservas, a las que define simplemente como "utilidades no distribuidas".
La constitución de reservas constituye una actuación de los directores que debe
hacer honor al criterio de razonabilidad y prudente administración (art. 70 in fine de
la ley 19.550), pautas que caracterizan la actuación de todo administrador de
sociedades comerciales y que se encuentran incluidas dentro del
genérico standard a que hace mención el art. 59 de la ley 19.550, cuando
expresamente prescribe la necesidad de que las personas mencionadas en dicha
norma deben obrar con lealtad y con la diligencia de un buen hombre de negocios.
Los redactores de la ley 19.550 fueron muy sabios cuando legislaron sobre la
constitución de reservas, efectuando una sola pero trascendente importante
distinción entre ellas: a) por una parte, las reservas legales, de constitución
necesaria y obligatoria en las sociedades donde los socios gozan del excepcional
beneficio de la limitación de la responsabilidad (sociedades anónimas y de
responsabilidad limitada), que no puede ser inferior al veinte por ciento del capital
social (art. 70 primera parte), y b) las restantes reservas mencionadas por el art.
63.2.II.b) de la ley 19.550, que solo pueden ser constituidas, como hemos visto, en
la medida que su formación sea razonable y responda a una prudente
administración.

515 
 
En la casi generalidad de los casos, las reservas se constituyen a los fines de
afrontar futuros y previsibles gastos, restaurar la estabilidad del capital de la
empresa o los quebrantos de la compañía o finalmente brindar a la sociedad mayor
seguridad y solidez económica y financiera. Pero cualquiera fuere el motivo que
justifica la constitución de cualquier otra reserva que no fuera la legal, éste debe
estar suficientemente explicado por el órgano de administración en la memoria que
precede a los balances de la sociedad. Al respecto, y esto es fundamental
destacarlo, la segunda parte del art. 70 de la ley 19.550 en cuanto exige el
cumplimiento de los requisitos previstos por el art. 66, inc. 3º, mas los requisitos
impuestos por dicha norma, (razonabilidad y prudente administración), resulta
plenamente aplicable a todo tipo de reservas, con exclusión de la legal.
Dentro de las cuentas que el art. 63.2.II. de la ley 19.550 menciona como integrantes
del pasivo social, y a continuación del capital social y las reservas, la ley 19.550
incluye las siguientes partidas:
"c) Las utilidades de ejercicios anteriores y en su caso, para deducir de las pérdidas;
d) Todo otro rubro que por su naturaleza corresponda ser incluido en las cuentas de
capital, reservas y resultados".
Sobre la composición de este último inciso, autorizada doctrina ha mencionado a la
prima de emisión, las cuentas correspondientes a la adquisición de sus acciones por
la sociedad, amortizaciones y rescate de acciones etc.(835).
En cuanto a las utilidades de ejercicios anteriores a las que alude el art. 63.2.II.c) de
la ley 19.550, no se trata de resultados no distribuidos o ganancias cuya distribución
ha sido diferida, como equivocadamente sostiene Halperin, pues la única manera de
diferir la distribución de ganancias entre los socios, conforme a los claros parámetros
de la ley 19.550, lo constituye la constitución de reservas libres o facultativas, cuyos
requisitos de constitución vienen impuestos de manera imperativa por los arts. 66,
inc. 3º y 70 de la ley 19.550.
Si como hemos visto, y siguiendo la categórica definición de Anaya, partimos de la
idea que las reservas son utilidades no distribuidas entre los socios, para cuya
validez es necesario cumplir con los requisitos previstos expresamente por la ley
19.550, carece de toda seriedad predicar diferencias entre los conceptos de
reservas libres o facultativas y utilidades diferidas o no distribuidas, pues, y
perdóneseme la redundancia, solo puede postergarse la distribución de ganancias
mediante la constitución de reservas libres o facultativas, previo y necesario
cumplimiento de los requisitos previstos por los arts. 66 y 70 de la ley 19.550.
Con otras palabras, no puede haber retención de ganancias sin afectación
específica, porque ello es contrario a la causa del contrato de sociedad y torna
ilusorio el derecho esencial de los socios a participar en las ganancias sociales(836).
Cabe recordar que nuestra jurisprudencia ha descalificado de toda validez las
decisiones asamblearias, que sin invocar necesidad social alguna, propone en forma
indefinida el traslado de las ganancias a nuevos ejercicios, "resultados no
asignados" o "cuenta nueva". Tal manera de proceder, ha sido dicho en un muy
conocido y trascendente fallo(837), implica una expropiación virtual en perjuicio de los
aportantes del capital, merced a los cuales fueron obtenidas las ganancias, contrario
a todo sentido real de la propiedad privada en las sociedades mercantiles(838).
Si partimos de la base, como consecuencia de todo lo expuesto, que resulta
jurídicamente inadmisible distinguir entre utilidades no distribuidas y reservas libres,
voluntarias o facultativas, el lector se preguntará a que se refirió el legislador cuando,
en el art. 63.2.II.c) de la ley 19.550 incluyó, dentro del pasivo, las utilidades de

516 
 
ejercicios anteriores, como concepto diferente a las reservas, y la respuesta la
vamos a encontrar en los antecedentes históricos de la mencionada norma.
En efecto, y como bien lo enseña Fontanarrosa, en su clásica obra "Derecho
Comercial Argentino", escrita durante la vigencia del Código de Comercio en materia
de regulación de sociedades comerciales, regía en nuestro país, desde el año 1954
y para las sociedades anónimas, el decreto 9795/1954 del Poder Ejecutivo Nacional,
que estableció una fórmula tipo en la que se determinó un sistema de exposición de
cuentas de los balances, que no tuvo carácter obligatorio. De acuerdo con la fórmula
utilizada por ese decreto, se incluía dentro del pasivo de los balances a las deudas,
provisiones, previsiones, capital, reservas resultados y utilidades diferidas y a
realizar en ejercicios futuros.
El concepto de "utilidades diferidas y a realizar en ejercicios futuros" fue explicado
por varios autores de reconocido prestigio en nuestro medio, quienes coincidieron
en destacar que el decreto 9795/1954 fue el antecedente de las normas contenidas
en los arts. 62 a 66 de la ley 19.550. En tal sentido, explicaba Fontanarrosa que en
el rubro utilidades diferidas y a realizar en ejercicios futuros, debían asentarse las
rentas percibidas por anticipado y las ganancias a realizar en ejercicios futuros,
derivados de operaciones de liquidación a muy largo plazo(839). Por su parte, Fowler
Newton, transcribiendo la resol. técnica 1 de la FACPCE sostenía que las ganancias
diferidas son aquellos resultados que, de acuerdo con prácticas arraigadas no se
incluyen en las ganancias del período por estimarse que aún les falta algún requisito
para su concreción. Por ejemplo, las ganancias por tenencias de cuentas en moneda
extranjera(840).
Es claro entonces que ni los antecedentes de la ley 19.550 en materia de exposición
de las partidas de los estados contables ni razones jurídicas de ninguna naturaleza
justifican la retención indefinida de ganancias sin el cumplimiento de los requisitos
previstos por los arts. 66 y 70 de la ley 19.550, pero sin embargo, no existen hoy
estados contables en nuestro medio que no exhiban, dentro del estado de evolución
del patrimonio neto, a las reservas libres o facultativas como cuentas diferentes de
los "resultados no asignados", con lo cual, y merced a la deficiente redacción que
exhiben hoy los arts. 63.2.II.c) y 64 in fine de la ley 19.550, la "creatividad contable"
ha otorgado un instrumento que, independientemente de otros fines, permite la
retención sin fundamentos de las ganancias del ejercicio y evita que la percepción
de los dividendos pueda ser fundada esperanza de quienes constituyen o integran
una sociedad comercial.
A los fines de evitar tales situaciones, la Inspección General de Justicia ha incluido,
dentro de las "Nuevas Normas" de este Organismo — Resolución General 7/2015
— una norma especial que tiende precisamente a clarificar las cosas, impidiendo
toda diferencia entre los resultados no asignados y las reservas libres o facultativas,
disponiendo al respecto el art. 316 primer párrafo de este cuerpo legal, bajo el título
"Tratamiento de resultados negativos y positivos" que las asambleas de accionistas
y de socios de sociedades de responsabilidad limitada cuyo capital alcance el
importe del art. 299 inc. 2º de la ley 19.550 que deben considerar estados contables
de cuyo estado de resultados y resultados acumulados resulten saldos negativos de
magnitud que imponga la aplicación, según corresponda, de los arts. 94 incs. 5º, 6º
o 206 de la ley 19.550, o bien, en sentido contrario, saldos positivos susceptibles de
tratamiento conforme a los arts. 68, 70 párrafo tercero, 189 o 224 párrafo primero
de la misma ley, deberán adoptar resolución expresa en los términos de las normas
citadas, a cuyo fin —las de sociedades por acciones— deberán ser convocadas para
realizarse, en su caso, en el doble carácter de ordinarias y extraordinarias y prever
especialmente en su orden del día el tratamiento de tales cuestiones.

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§ 7. Presentación del balance
Formalmente, la presentación de los balances está sometida a las siguientes pautas:
a) La información debe agruparse de modo que sea posible distinguir y totalizar el
activo corriente del activo no corriente, y el pasivo corriente y no corriente. Se
entiende por corriente todo activo o pasivo cuyo vencimiento o realización se
producirá dentro de los doce meses a partir de la fecha del balance general, salvo
que las circunstancias aconsejen otra base para tal distinción.
b) Los derechos y obligaciones deberán mostrarse indicándose si son
documentados, con garantía real u otras.
c) El activo y pasivo en moneda extranjera deberá mostrarse por separado en los
rubros que correspondan.
d) No podrán compensarse las distintas partidas entre sí.
Debe finalmente tenerse que en materia de balances, la ley 22.903 ha simplemente
reformado los puntos 2º, 11, c y 3º del art. 63 de la ley 19.550, considerándose esa
modificación como de terminología. En tal sentido se ha reemplazado el concepto
"resultados no distribuidos" por "utilidades de ejercicios anteriores" y "documentos
descontados" por "pagarés", términos que se estiman más precisos y adecuados a
las cuentas que integran.

ART. 64.—
Estado de resultados. El estado de resultados o cuenta de ganancias y pérdidas del
ejercicio deberá exponer:
a) El producido de las ventas o servicios, agrupado por tipo de actividad. De cada
total se deducirá el costo de las mercaderías o productos vendidos o servicios
prestados, con el fin de determinar el resultado;
b) los gastos ordinarios de administración, de comercialización, de financiación y
otros que corresponda cargar al ejercicio, debiendo hacerse constar, especialmente,
de los montos de:
1) retribuciones de administradores, directores y síndicos;
2) otros honorarios y retribuciones por servicios;
3) sueldos y jornales y las contribuciones sociales respectivas;
4) gastos de estudios e investigaciones;
5) regalías y honorarios por servicios técnicos y otros conceptos similares;
6) los gastos por publicidad y propaganda;

518 
 
7) los impuestos, tasas y contribuciones, mostrándose por separado los intereses,
multas y recargos;
8) los intereses pagados o devengados indicándose por separado los provenientes
por deudas con proveedores, bancos o instituciones financieras, sociedades
controladas, controlantes o vinculadas, y otros;
9) las amortizaciones y previsiones.
Cuando no se haga constar alguno de estos rubros, parcial o totalmente, por formar
parte de los costos de bienes de cambio, bienes de uso u otros rubros del activo,
deberá exponerse como información del directorio o de los administradores en la
memoria.
c) las ganancias y gastos extraordinarios del ejercicio;
d) los ajustes por ganancias y gastos de ejercicios anteriores.
El estado de resultados deberá presentarse de modo que muestre por separado la
ganancia o pérdida proveniente de las operaciones ordinarias y extraordinarias de
la sociedad, determinándose la ganancia o pérdida neta del ejercicio, a la que se
adicionará o deducirá las derivadas de ejercicios anteriores.
No podrán compensarse las distintas partidas entre sí.
II. El estado de resultados deberá complementarse con el estado de evolución del
patrimonio neto. En él se incluirán las causas de los cambios producidos durante el
ejercicio en cada uno de los rubros integrantes del patrimonio neto. [Texto según ley
22.903]
CONCORDANCIAS: LSC: art. 63, 65, 69, 71; Código de Com.: art. 52; Resolución General IGJ nº
7/2015, arts. 154, 156, 305, 309, 316, 325.LSC Uruguay: art. 90.

§ 1. Estado de resultados
Esta cuenta, llamada también cuenta de ganancias y pérdidas o cuadro
demostrativo de ganancias y pérdidas (decreto 9795/1954) está concebida para que
de la presentación de las distintas cuentas y partidas que la componen, demuestre:
a) El resultado bruto de la explotación;
b) El resultado neto obtenido de las operaciones habituales de la sociedad y,
c) Los resultados extraordinarios, llegándose así al resultado final del ejercicio(841).
El estado de resultados complementa el balance, y su finalidad radica en hacer
conocer a los socios o accionistas el resultado de la explotación de la empresa, en
un período determinado. Su importancia es esencial para proporcionar una visión
dinámica del patrimonio de la sociedad, destacando las variaciones operadas en el
mismo durante el ejercicio social. Representa pues un complemento indispensable
del balance, para quien no se conforma en conocer el estado actual del patrimonio
social, sino que le interesa conocer también todos los resultados de las operaciones
de la empresa que han dado lugar al estado actual, en comparación con el ejercicio
anterior(842).
La ley exige que en el estado de resultados deberá incluirse: a) El producido de las
ventas o servicios, agrupados por tipo de actividad; del total se deducirá el costo de

519 
 
las mercaderías o productos vendidos o servicios prestados, a fin de determinar el
resultado bruto; b) Los gastos ordinarios de administración, de comercialización, de
funcionamiento, y otros que corresponda cargar al ejercicio, debiendo hacerse
constar especialmente los montos de retribuciones a los administradores, síndicos
y otros honorarios, y retribuciones por servicios, sueldos y jornales, y contribuciones
sociales respectivas, gastos de estudios e investigaciones, regalías y honorarios por
servicios técnicos y otros conceptos similares, gastos por publicidad y propaganda,
impuestos, tasas y contribuciones, mostrándose por separado los intereses, multas
y recargos, los intereses pagados o devengados, indicándose por separado los
provenientes por deudas con proveedores, bancos o instituciones financieras,
sociedades controlantes, controladas o vinculadas y otros, las amortizaciones y
previsiones, etcétera.
Sobre este último aspecto cabe manifestar que si bien los aportes correspondientes
a las amortizaciones efectuadas sobre bienes del activo y las diferentes previsiones
que se forman deben figurar en esta cuenta, ello no procederá cuando sean parte
integrante del costo de las mercaderías, productos vendidos o servicios prestados,
supuestos en los cuales se incrementará el costo de los mismos. En tal sentido,
el art. 64 de la ley 19.550 expresa que cuando no se haga constar alguno de estos
rubros total o parcialmente, por formar parte de los costos de los bienes de cambio,
bienes de uso u otros rubros del activo, deberá expresarse como información del
directorio o de los administradores en la memoria.
Del mismo modo, y por expreso imperativo legal, deberán figurar en el estado de
resultados las ganancias y gastos extraordinarios del ejercicio y los ajustes por
ganancias y gastos de ejercicios anteriores, comprendiendo la corrección de errores
cometidos en el cómputo de los resultados de ejercicios anteriores o ajustes de
sueldos iniciales de ejercicio, con el propósito de uniformar criterios de valuación
patrimonial.
La ley, al exigir la indicación por separado de las ganancias o pérdidas provenientes
de operaciones ordinarias de las que arrojaren las operaciones extraordinarias,
pretende aclarar a los socios la medida en que se han constituido éstas al formar el
resultado neto del ejercicio, evitando inducir a error sobre la rentabilidad de la
sociedad, por la distribución de utilidades que puede practicarse como consecuencia
de esas operaciones (venta de inmuebles)(843).
Al igual que lo que sucede con las otras cuentas del balance, el legislador ha sido
terminante en la inadmisibilidad de compensar las partidas entre sí.
Debe tenerse en cuenta que el texto del art. 64 ha sido modificado por la ley
22.903 exclusivamente en su punto II, exigiéndose actualmente que el estado de
resultados deberá complementarse con el estado de evolución del patrimonio neto,
incluyéndose las causas de los cambios producidos durante el ejercicio en cada uno
de los rubros integrantes del patrimonio neto, siendo de interés destacar que a
diferencia de lo dispuesto por la ley 19.550 que, en su redacción original exigía la
información de la evolución de los estados acumulados, hoy la norma en análisis
exige un análisis total del patrimonio neto, sin circunscribirse a uno de sus rubros
específicos, como lo es la cuenta de resultados(844).
Como hemos ya sostenido al comentar el art. 63, el estado de evolución del
patrimonio neto de la sociedad, requerido por el art. 64, inc. II, de la ley
19.550, reviste importancia fundamental para contar con una información completa
sobre la marcha de la gestión social y sobre la real situación económica y financiera
de la sociedad, pues permite evaluar la evolución del patrimonio social durante el
ejercicio de que se trata, en comparación con el patrimonio neto de la sociedad al

520 
 
cierre del ejercicio anterior, cuyos datos deben necesariamente figurar en su estado
de evolución. De tal manera, el análisis de este instrumento permitirá constatar con
certeza cuando la sociedad debe reducir obligatoriamente su capital social por
pérdidas (art. 206) y cuando la misma se encuentra en estado de disolución por
pérdida de su capital social (art. 94 inc. 5º de la ley 19.550). Precisamente, debido
a que el estado de evolución del patrimonio neto permite constatar esta causal
disolutoria, que, de ignorarse, traerá aparejada las gravísimas consecuencias
previstas por el art. 99 de la ley 19.550, consideramos que el estado de evolución
del patrimonio neto debe integrar los estados contables de todos los tipos societarios
contemplados en el ordenamiento societario.

ART. 65.—
Notas complementarias. Para el caso que la correspondiente información no
estuviera contenida en los estados contables de los arts. 63 y 64 o en sus notas,
deberán acompañarse notas y cuadros, que se considerarán parte de aquéllos. La
siguiente enumeración es enunciativa.
1) Notas referentes a:
a) bienes de disponibilidad restringida explicándose brevemente la restricción
existente;
b) activos gravados con hipoteca, prenda u otro derecho real, con referencia a las
obligaciones que garantizan;
c) criterio utilizado en la valuación de los bienes de cambio, con indicación del
método de determinación del costo u otro valor aplicado;
d) procedimientos adoptados en el caso de revaluación o devaluación de activos
debiéndose indicar, además, en caso de existir, el efecto consiguiente sobre los
resultados del ejercicio;
e) cambios en los procedimientos contables o de confección de los estados
contables aplicados con respecto al ejercicio anterior, explicándose la modificación
y su efecto sobre los resultados del ejercicio; acontecimientos u operaciones
ocurridos entre la fecha del cierre del ejercicio y de la memoria de los
administradores, que pudieran modificar significativa mente la situación financiera
de la sociedad a la fecha del balance general y los resultados del ejercicio cerrado
en esa fecha, con indicación del efecto que han tenido sobre la situación y resultados
mencionados;
g) resultado de operaciones con sociedades controlantes, controladas, o vinculadas,
separadamente por sociedad;
h) restricciones contractuales para la distribución de ganancias;
i) monto de avales y garantías a favor de terceros, documentos descontados y otras
contingencias, acompañadas de una breve explicación cuando ello sea necesario;
j) contratos celebrados con los directores que requieren aprobación, conforme art.
271, y sus montos;

521 
 
k) el monto no integrado del capital social, distinguiendo, en su caso, los
correspondientes a las acciones ordinarias y de otras clases y los supuestos del art.
220.
2) Cuadros anexos:
a) de bienes de uso, detallando para cada cuenta principal los saldos al comienzo,
los aumentos y las disminuciones y los saldos al cierre del ejercicio. Igual tratamiento
corresponderá a las amortizaciones y depreciaciones, indicándose las diversas
alícuotas utilizadas para cada clase de bienes. Se informará por nota al pie del anexo
el destino contable de los aumentos y disminuciones de las amortizaciones y
depreciaciones registradas.
b) de bienes inmateriales y sus correspondientes amortizaciones con similar
contenido al requerido en el inciso anterior;
c) de inversiones en títulos-valores y participaciones en otras sociedades,
detallando: denominación de la sociedad emisora o en la que se participa y
características del título-valor o participación, sus valores nominales, de costo, de
libros y de cotización, actividad principal y capital de la sociedad emisora o en la que
se participa. Cuando el aporte o participación fuese del 50% o más del capital de la
sociedad o de la que se participa, se deberán acompañar los estados contables de
ésta que se exigen en este título. Si el aporte o participación fuese mayor del 5% y
menor del 50% citado, se informará sobre el resultado del ejercicio y el patrimonio
neto según el último balance general de la sociedad en que se invierte o participa.
Si se tratara de otras inversiones, se detallará su contenido y características,
indicándose, según corresponda, valores nominales, de costo, de libros, de
cotización y de valuación fiscal.
d) de previsiones y reservas, detallándose para cada una de ellas, saldo al
comienzo, los aumentos y disminuciones y el saldo al cierre del ejercicio. Se
informará por nota al pie el destino contable de los aumentos y las disminuciones, y
la razón de estas últimas;
e) el costo de las mercaderías o productos vendidos detallando las existencias de
bienes de cambio al comienzo del ejercicio, las compras o el costo de producción
del ejercicio analizado por grandes rubros, y la existencia de bienes de cambio al
cierre. Si se tratara de servicios vendidos, se aportarán datos similares a los
requeridos para la alternativa anterior que permitan informar sobre el costo de
prestación de dichos servicios;
f) el activo y pasivo en moneda extranjera detallando: las cuentas del balance, el
monto y la clase de moneda extranjera, el cambio vigente o el contratado a la fecha
de cierre, el monto resultante en moneda argentina, el importe contabilizado y la
diferencia, si existiera, con indicación del respectivo tratamiento contable. [Texto
según ley 22.903]
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 62 a 69, 71, 294 inc. 5º. Resolución General de la Inspección General
de Justicia 7/2015: arts. 154m 156,305,309,316, 325. LSC Uruguay: art. 89.

§ 1. Importancia de las notas complementarias y cuadros anexos

522 
 
Las notas complementarias y cuadros anexos a que hace referencia el art. 65 de
la ley 19.550, cumplen una destacadísima función pues la información contenida en
ellos tiende a complementar las cuentas de los balances y estados de resultados,
siendo la norma en análisis categórica al señalar que dichas notas y cuadros se
consideran parte integrante de los estados contables.
Las notas complementarias y cuadros anexos deben pues contener toda la
información no suministrada en los estados contables detallados en los arts. 63 y
64, y por ello no es necesaria su reiteración en caso contrario; a ello apunta la ley
cuando, al concluir el párr. 1º del art. 65 prescribe que la enumeración es sólo
enunciativa.
Tanto las notas complementarias como los cuadros anexos se refieren a información
general sobre distintos aspectos que hacen a la marcha de la sociedad, pero la
diferencia entre ambos consiste en que, mientras las notas se refieren a
aclaraciones comentadas o escritas en prosa y lenguaje corriente, los cuadros o
planillas son aclaraciones sobre cuestiones principalmente numéricas, formalmente
ordenadas en columnas e hileras(845).
Sin perjuicio de lo expuesto sobre el carácter de los mismos, cabe afirmar que la
trascendencia de su contenido no puede ponerse en tela de juicio, constituyendo
irreemplazable medio de información para aquellas sociedades en las cuales no se
admite el control individual de los socios sobre los estados contables y gestión de
los administradores. Obsérvese que son de inclusión necesaria en los cuadros
anexos o información complementaria, los bienes de disponibilidad restringida,
gravados con prenda, hipoteca u otro derecho real, así como el monto de los avales
y garantías en favor de terceros, documentos descontados y otras contingencias
que influyan en el funcionamiento de la sociedad.
En resumen, puede afirmarse que:
1) Los cuadros anexos y notas complementarias contienen información no
suministrada en el balance y estado de resultados, pero imprescindibles para una
mejor interpretación de los estados contables;
2) el carácter enunciativo de los rubros exigidos por el art. 65, si bien significa que
deben excluirse aquellos incluidos en la documentación prescripta por los arts. 64 y
65, también implica que no pueden estar ausentes cuando se ha omitido en aquellos
la información correspondiente.
El nuevo art. 65 de la ley ha incorporado dos incisos —los incs. j) y k)— a la
redacción original del mismo. El primero de ellos prescribe la necesidad de informar
sobre los contratos celebrados por la sociedad con sus directores que requieren
aprobación, de conformidad a las pautas del art. 271, vale decir, aquellas
operaciones que no sean de la actividad que la sociedad opere, o que, siéndolo, no
se realicen en las condiciones de mercado debiendo esta información detallar el
monto de la operación. Creemos que la ley 22.903 ha subsanado, de esta manera,
una omisión de la ley 19.550, y la reforma efectuada se justifica plenamente.
Por su parte, el nuevo inc. k) del art. 65, exige el detalle, en las notas
complementarias, del monto no integrado del capital social, distinguiendo las
acciones ordinarias de otras clases y, de presentarse algún supuesto de adquisición
de acciones por la propia sociedad, en los términos del art. 220, LSC, su necesario
detalle. Toda esta información, referida a la integración del capital social, resulta de
imprescindible inclusión en protección de las normas que regulan el capital social,
que, como hemos visto, trasciende el interés de los integrantes de la sociedad, para
proyectarse hacia los terceros que se han vinculado con ella.

523 
 
ART. 66.—
Memoria. Los administradores deberán informar en la memoria sobre el estado de
la sociedad en las distintas actividades en que haya operado y su juicio sobre la
proyección de las operaciones y otros aspectos que se considere necesarios para
ilustrar sobre la situación presente y futura de la sociedad. Del informe debe resultar:
1) las razones de variaciones significativas operadas en las partidas del activo y
pasivo;
2) una adecuada explicación sobre los gastos y ganancias extraordinarias y su
origen, y de los ajustes por ganancias y gastos de ejercicios anteriores, cuando
fueren significativos;
3) las razones por las cuales se propone la constitución de reservas, explicadas
clara y circunstancialmente;
4) las causas, detalladamente expuestas, por las que se propone el pago de
dividendos o la 'distribución de ganancias en otra forma que en efectivo;
5) estimación u orientación sobre perspectivas de las futuras operaciones;
6) las relaciones con las sociedades controlantes, controladas o vinculadas y las
variaciones operadas en las respectivas participaciones y en los créditos y deudas;
7) los rubros y montos no mostrados en el estado de resultados —art. 641 b—, por
formar parte los mismos, parcial o totalmente, de los costos de bienes del activo.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 62 a 65, 68, 70, 294 inc. 5º. Resolución General de la Inspección
General de Justicia 7/2015, arts. 154, 156, 305, 306, 325. , LSC Uruguay: art. 92.

§ 1. Contenido e importancia de la memoria


La memoria ha sido definida como aquella información complementaria de los
estados contables, que expone en forma subjetiva los hechos, circunstancias, datos
y razones vinculados en conjunto con los mismos, a fin de ilustrar al accionista sobre
la gestión pasada, actual y prospectiva de la sociedad(846).
Por su parte, la jurisprudencia ha destacado que le memoria debe indicar la marcha
y situación de la sociedad, dando el detalle de las operaciones realizadas o en vía
de realización, y si bien esta carga, usualmente no es cumplida en la práctica, en el
sentido querido por el legislador, ella supone un conocimiento necesario e
inexcusable de la gestión de la empresa y ello porque pesa sobre este órgano su
conducción(847). Del mismo modo, se ha resuelto que la memoria persigue superar
el carácter estricto del balance para animarlo con la expresión más ágil de lo actuado
por la sociedad en el período de que se trata. Su utilidad finca en la presentación de
los aspectos de la gestión social, relaciones o actos jurídicos que no caben ser

524 
 
incluidos en el balance o son contenidos por éste en forma tácita, o aún aquellos
supuestos en que no hay modo para incluirlos en tal documento(848).
Por lo general, la memoria es aprobada por el directorio en la misma reunión de
directorio en donde se convoca a la asamblea o por la gerencia en idéntica reunión
de socios a los fines de considerar o aprobar los estados contables del ejercicio,
aunque ello no es imprescindible, pues nada obsta a que la memoria pueda ser
considerada y aprobada por el órgano de administración con anterioridad a disponer
esa convocatoria. La situación inversa es inadmisible, pues la convocatoria a
asamblea u órgano de gobierno de la sociedad, a los fines de considerar la
documentación prevista por el art. 234 inc. 1º de la ley 19.550, tiene como
presupuesto que el directorio ha aprobado ya esos documentos, entre los que se
encuentra la memoria del ejercicio.
La memoria tiene las siguientes características:
a) No es un estado contable sino información complementaria. No forma parte del
balance ni podría ampliarse con los datos, hechos e informes integrantes de aquel,
pero importa, sin lugar a dudas, un elemento indispensable de interpretación del
mismo.
b) Debe redactarse siguiendo los principios de veracidad y exactitud con que deben
confeccionarse los estados contables(849).
c) No versa exclusivamente sobre el ejercicio vencido o ejercicios anteriores. Por el
contrario, debe contener necesariamente referencia a las perspectivas futuras de la
empresa.
d) Su insuficiencia o vaguedad puede ocasionar la nulidad de la decisión
asamblearia que aprueba los estados contables. Ello se aprecia con claridad si se
advierte la importancia y objetivos de los incs. 3º y 4º del art. 66, que como se verá
en el art. 70 tienden a asegurar el derecho al dividendo de los socios o accionistas,
que sólo puede ser dejado de lado, entre otros requisitos, cuando los
administradores expliquen en forma clara, circunstanciada y detalladamente
expuestas, en la memoria, las razones por las cuales las utilidades se destinan a la
creación de reservas o a un aumento de capital.
e) La inclusión, en el inc. 4º del artículo en análisis, sobre la necesidad de que el
directorio explique las causas "detalladamente expuestas" por las que se propone el
pago de dividendos o la distribución de ganancias en otra forma que en efectivo,
resulta inadmisible, en la medida que este pago no puede hacerse en otra forma que
en dinero efectivo (arts. 68 y 224). La ley hace referencia, en este inciso, de lo que,
común e impropiamente se denomina "pago de dividendos en acciones", lo cual es,
como veremos al comentar los arts. 68 y 189, LSC, la última etapa del
procedimiento de capitalización de utilidades, que supone una decisión previa de
aumentar el capital social, y la afectación de las utilidades del ejercicio, o resultados
no asignados de ejercicios anteriores, para la suscripción de las acciones a emitirse.
Por ello, la inclusión del inc. 4º del art. 66, LSC, es desacertada, pues cuando se
resuelve capitalizar utilidades, el directorio debe explicar, no las causas por las
cuales pretende pagar los dividendos en acciones —lo cual, como se dijo, es un
gravísimo error— sino las razones por las cuales se propone el aumento del capital
social, que es decisión previa indispensable para la capitalización de las utilidades.
f) El cumplimiento estricto de lo dispuesto por el art. 66 no descarta obviamente la
facultad de los socios o accionistas de pedir las ampliaciones correspondientes a la
sindicatura o a los administradores en el curso de la asamblea en la cual se

525 
 
considera la aprobación de los estados contables, cuando los datos contenidos en
la memoria sean incompletos, vagos o imprecisos.
En definitiva, la memoria debe ilustrar sobre las distintas actividades desarrolladas
por la sociedad, así como todo otro dato que signifique poder interpretar no sólo la
situación presente, sino la proyectada y los cambios patrimoniales operados que
presumiblemente habrán de producirse(850).
Aclarada la finalidad que cumple la memoria, debe destacarse que el legislador de
1972, modificando el régimen del Código de Comercio ha insistido en detallar el
contenido de este instrumento, para evitar las fórmulas vagas e imprecisas que
caracterizaban las memorias durante la vigencia del art. 361 de ese cuerpo legal,
época en las cuales las memorias no eran otra cosa que un saludo a los accionistas
y un deseo dirigido a los proveedores, clientes y trabajadores, en el mejor de los
casos, de un futuro mejor. Para ello ha dado pautas para su confección, apuntando,
como lo ha hecho en toda la sección 9, a una veraz, sincera y completa información
a los socios o accionistas sobre todos los aspectos de la empresa, incluso en materia
de política de dividendos y sobre las perspectivas futuras de la empresa.
El contenido de la memoria y su importancia ha sido destacado por la jurisprudencia
en reiteradas oportunidades, y en especial en el caso "Isabella Pascual c/ Bingo
Caballito SA s/ sumario", de la sala D de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Comercial del 21 de octubre de 2011, donde se sostuvo, esquemáticamente
expuesto:
1. La memoria es aquella información complementaria de los estados contables, que
expone subjetivamente los hechos, circunstancias, datos, y razones vinculados en
conjunto con los mismos, con el fin de ilustrar al usuario (accionista o socio,
principalmente), sobre la gestión pasada, actual y prospectiva de la sociedad.
2. Es claro que la memoria constituye una pieza esencial para facilitar a los
accionistas y a terceros vinculados con la sociedad, la interpretación del balance.
3. La memoria suministra una información panorámica precisa y orientaciones
concretas sobre el estado actual de la sociedad y sus perspectivas; aspectos de la
gestión, relaciones y actos sociales que por su naturaleza o contenido no pueden
incluirse en el balance.
4. La memoria tiene significación para la interpretación del balance, sin perjuicio del
valor propio como comunicación social; ella debe reflejar con datos y orientaciones
concretas el estado de la sociedad y dar una visión panorámica segura y no
evanescente de la gestión social y de sus expectativas.
5. La memoria persigue superar el carácter estático del balance para animarlo con
la expresión más ágil de lo actuado por la sociedad en el período que se trata: su
utilidad finca en la presentación de los aspectos de la gestión social, relaciones o
actos jurídicos que no caben sean incluidos en el balance o sean contenidos por
éste tácitamente o aun aquellos supuestos en que no hay modo para incluirlos en
tal documento.
6. La ley de sociedades, en su art. 66, define conceptualmente a la memoria y luego
dispone su contenido orientado a cumplir con las funciones y finalidades.
7. La ausencia total de un análisis sobre la realidad de la sociedad y la total
desatención de las exigencias previstas por el art. 66 de la ley societaria, vuelve a
la memoria insuficiente tanto para el accionista impugnante, como para los restantes
accionistas y como para los terceros interesados.

526 
 
8. La explicación que requiere la ley, impone a los administradores que en la
"memoria" desarrollen los motivos que llevan a proponer a los accionistas a no
distribuir dividendos y, por el contrario, constituir reservas o se capitalicen las
utilidades.

§ 2. El informe de la sindicatura y el dictamen de auditoría


En las sociedades por acciones y en toda otra sociedad en donde los socios
hubieran previsto la actuación de un órgano de control —hipótesis que si bien ha
sido previsto legalmente, jamás se ha presentado en la práctica— la sindicatura
debe presentar a la misma asamblea donde se consideran los estados contables,
un informe escrito y fundado sobre la actuación económica y financiera de la
sociedad, dictaminando sobre la memoria, inventario, balance y estado de
resultados (art. 294, inc. 5º, LS).
Dicho informe no debe ser confundido con el dictamen de auditoría, que la ley
19.550 no requiere, pero que ha sido exigido por informes y resoluciones de los
Consejos Profesionales de Ciencias Económicas, y que consiste en un informe
sobre los estados contables, elaborado y suscripto por un contador público
independiente, fundado en el examen de tales instrumentos y practicado de acuerdo
con las normas de auditoría generalmente aceptadas, en el cual dicho profesional
debe emitir su opinión técnica o abstenerse de opinar sobre los mismos(851).
Ante la insuficiencia o vaguedad que muchas veces presentaban esos informes, que
a menudo dejaban expresa constancia que ellos solo se basaban en los datos que
surgen de los libros de comercio y no de una concreta labor de auditoría,
instrumentos que se denominan en la práctica "certificaciones literales", que son
manifiestamente nulas, por contradecir su propia y específica finalidad, la Inspección
General de Justicia ha dispuesto en el art. 267 de sus "Nuevas Normas", bajo el
título de "Informes de auditoría; opinión", que sin perjuicio de lo requerido en
disposiciones especiales de estas Normas, los informes de auditoría relativos a
aquellos balances de sociedades por acciones que deban ser objeto de aprobación
asamblearia, deberán contener opinión sobre los mismos.
Por su parte, la presentación del informe de la sindicatura, requerido por el art. 294,
inc. 5º, de la ley 19.550, se justifica plenamente, en la medida que, basado en la
independencia de actuación que debe caracterizar la labor de dicho funcionario,
para cuyo ejercicio de la ley 19.550 exige profesionalidad en materia jurídica o
contable (art. 285), ilustrará a los socios y accionistas, mediante un informe técnico,
idóneo e imparcial sobre la regularidad de Los estados contables confeccionados
por los directores.
Si bien es cierto que el dictamen de auditoría puede superponerse en su finalidad y
contenido con el informe de la sindicatura, resultando aquel prescindible, al menos
cuando el funcionario sindical reviste el carácter de contador público, lo cierto es que
ambos instrumentos no pueden ser suscriptos por el mismo profesional. Así ha sido
sostenido en un trascendente fallo de nuestro tribunales comerciales, con el
argumento de que "mantener la función sindical y asignar tal calidad al mismo
contador certificante de los estados contables, provoca una opinable situación, en
la cual la misma persona individual que ha producido los estados contables o los ha

527 
 
"auditado" o "certificado", luego revisa su propia labor para dictaminar sobre ella
como síndico. Tal situación origina un formulismo que, además de tal, es "insensato"
en el sentido de carente de sentido final útil(852).
En el antes aludido fallo "Isabella Pascual c/ Bingo Caballito SA s/ sumario" del 21
de octubre de 2011, la misma sala de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Comercial, aunque con diferente integración, ratificó totalmente, quince las
conclusiones del caso "Benavent", sosteniendo las siguientes conclusiones: a)
Existe una esencial incompatibilidad entre las funciones del síndico y del contador
certificante como del auditor; b) Resulta incongruente que el contador que certificó
los estados contables o aquel profesional que los auditó puedan luego, cambiando
su ropaje por el de síndico, revisar su propia labor y, más inverosímil aún, dictaminar
su desaprobación; c) Que el síndico emita opinión remitiendo al consejo del auditor
vuelve casi inútil su figura; d) Si bien las funciones de síndico y contador certificante
son en general diversas, ambos profesionales (síndico y auditor) ejercen tareas de
control (interno y externo) que requieren de una total independencia entre sí para
que pueda cumplirse realmente la finalidad que les asigna la ley; e) Aún cuando se
ha dicho que la función sindical radica sustancialmente en un control de legalidad
de la marcha de la sociedad, es claro que este cometido requiere del análisis de la
documentación contable (art. 294, inc. 1ºley 19.550) como insumo necesario para
pronunciarse sobre la regularidad de los balances mediante el informe que le impone
el inc. 5º del art. 294 de la ley específica. Es evidente que esta puntual tarea lo
llevará, indefectiblemente, a realizar un nuevo control de los elementos ya
auditados, función que claramente no podría cumplir si una sola persona reuniera
las calidades de síndico y auditor externo; f) El decreto 677/2001 en su art. 12,
impone particulares y rigurosas exigencias a quienes pretendan ejercer la auditoría
externa en las sociedades allí involucradas, con un claro objetivo como es procurar
una actuación independiente y veraz y si bien esa norma no es aplicable
puntualmente a la sociedad no cotizante, demuestra la intención del legislador en
punto a garantizar o reforzar la independencia del auditor, como vía para obtener un
resultado sólido y útil para quienes serán afectados por aquella pieza contable. De
igual modo, la independencia que tiene que existir entre auditor y síndico persigue
igual fin, etc.

ART. 67.—
Copias: depósito. En la sede social deben quedar copias del balance, del estado de
resultados del ejercicio y del estado de evolución del patrimonio neto, y de notas,
informaciones complementarias y cuadros anexos, a disposición de los socios o
accionistas, con no menos de 15 días de anticipación a su consideración por ellos.
Cuando corresponda, también se mantendrán a su disposición copias de la memoria
del directorio o de los administradores y del informe de los síndicos.
Dentro de los 15 días de su aprobación, las sociedades de responsabilidad limitada
cuyo capital alcance el importe fijado por el art. 299, inc. 2, deben remitir al Registro
Público de Comercio un ejemplar de cada uno de esos documentos. Cuando se trate
de una sociedad por acciones, se remitirá un ejemplar a la autoridad de contralor y,
en su caso, del balance consolidado. [Texto según ley 22.903]

528 
 
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 62 a 66, 77, 83, 88. Resolución General IGJ nº 7/2015, arts. 154m
305, 325. LSC Uruguay: arts. 95, 96.

§ 1. El derecho de información de los socios sobre los estados


contables y la obligación de los administradores sociales de poner a
disposición de ellos las copias de esos instrumentos
Como complemento del derecho de información que la ley 19.550 acuerda a los
integrantes de toda sociedad comercial, el art. 67 prescribe que copias del balance,
estado de resultados del ejercicio, de notas e informaciones complementarias y
cuadros anexos, deben quedar a disposición de los accionistas con un plazo no
menor de quince días de anticipación a su consideración. Ello obedece a la
necesidad de que aquellos tomen un acabado conocimiento de los diversos rubros
que componen los estados contables y les permitan adoptar decisión fundada al
respecto, ya sea aprobando los mismos, requiriendo aclaraciones o formulando las
impugnaciones que pudieran corresponder.
Es de práctica que las autoridades de la asamblea o reunión de socios pretendan
omitir la consideración o debate de los estados contables por parte de los socios o
accionistas, con el argumento de que éstos cuentan con las copias de dichos
instrumentos, lo cual es argumento equivocado, pues el cumplimiento de lo
dispuesto por el art. 67 en análisis, de manera alguna autoriza a omitir en la
asamblea o reunión de socios toda consideración de los estados contables, con la
deliberación que ello implica, pues la norma contenida en el primer párrafo del art.
67, lejos de obviarla, la complementa y facilita.
Retiradas las copias previstas por el art. 67 de la ley 19.550, los socios o accionistas
pueden exigir al directorio o a los administradores todas las explicaciones e informes
complementarios, respecto de las cuentas obrante en los estados contables que
serán examinados en la asamblea o reunión de socios, pues la ley, al fijar el referido
plazo de 15 días para obtener la entrega de los ejemplares a que se refiere dicha
norma legal, responde a la necesidad de que los socios o accionistas puedan emitir
su voto en la aprobación de los mismos con total conocimiento del estado patrimonial
de la sociedad. Tratándose de sociedades por acciones, dicha información debe
serle solicitada al directorio, por ser el órgano responsable de dicha información, y
con respecto a ella, no rige el límite previsto por el art. 294, inc. 6º, de la ley 19.550.
La falta de cumplimiento de la obligación impuesta a la sociedad por el art. 67 de la
ley 19.550 y la reticencia a suministrar la información que sobre los estados
contables le soliciten a los administradores los socios o accionistas constituye justa
cansa de impugnación de la decisión que los aprobare(853), así como de procedencia
de la medida cautelar prevista por el art. 252 de la ley 19.550, que dispone la
suspensión provisoria de la ejecución de la aludida resolución asamblearia. Del
mismo modo, la violación de la veracidad y de la completividad importa balance falso
(art. 300, inc. 2º, del Código Penal) que autoriza la remoción de los administradores
y compromete su responsabilidad, así corno la del síndico y la de los accionistas
que lo han aprobado, con conocimiento de tales irregularidades(854). En tal sentido,
la jurisprudencia ha admitido la procedencia de la intervención judicial de la
sociedad, bien que en grado de veeduría (art. 115) y en torno a la procedencia de la
medida cautelar prevista en el art. 252 de la ley 19.550, ha sido resuelto que la

529 
 
dilación en los informes solicitados por el accionista sobre diversos aspectos del
balance y cuadro de resultados, a la sazón aprobados con anterioridad a la
información, más concretamente en la propia asamblea, es hecho de gravedad
suficiente susceptible de ocasionar perjuicios, y apto para justificar la suspensión de
la decisión asamblearia que los aprobara(855).

§ 2. Facultades de la autoridad de control en materia de estados


contables
El segundo párrafo del art. 67 impone a los gerentes de las sociedades de
responsabilidad limitada que superen el capital social previsto por el art. 299 y al
directorio o administrador de las sociedades anónimas o en comandita por acciones,
respectivamente, a remitir a la Inspección General de Justicia, a cargo del Registro
Público de Comercio, un ejemplar de la documentación a que alude el primer párrafo
del artículo en análisis, así como el balance consolidado, en los supuestos previstos
por el art. 62 de la ley 19.550, dentro de los quince días de su aprobación por el
órgano de gobierno de la sociedad.
A diferencia de lo dispuesto por el párrafo 1º del art. 67, que tiende a brindar
información a los socios o accionistas, el párrafo 2º de la misma disposición legal
tiende a dar publicidad de esa documentación a los terceros en general. No debe
olvidarse que los estados contables no son documentos secretos o confidenciales
de la sociedad ni existe argumento alguno que justifique la reticencia de la sociedad
en acompañar esos instrumentos a la autoridad de control. Es reiterada la
jurisprudencia de nuestros tribunales comerciales que han destacado precisamente
que los estados contables tienen por finalidad determinar la situación patrimonial,
financiera y económica de la sociedad, pues ellos permiten, no solo a los socios,
sino también a los terceros interesados, conocer el desenvolvimiento de la empresa,
por lo que cumplen aquellos una importante función de información, posibilitando, a
su vez, el ejercicio de un adecuado control por parte del órgano de fiscalización
respectivo(856).
El art. 67 in fine de la ley 19.550 incurre en una gravísima omisión, pues no existe
fundamento alguno que justifique que en las sociedades de responsabilidad limitada
cuyo capital social no alcance el monto previsto por el art. 299 inc. 2º de la ley
19.550, sus gerentes no deban acompañar la copia de los estados contables a la
autoridad de control, pues la necesidad de consultar los estados contables de una
sociedad comercial por parte de los terceros se hace mucho más necesario cuando
se trata —como en las sociedades por cuotas— de una entidad en donde el socio
ha limitado su responsabilidad al aporte efectuado. En las sociedades de personas
o de interés, en donde la ley 19.550 ha previsto la responsabilidad ilimitada y
solidaria —aunque subsidiaria— de todos los socios de la entidad, la necesidad de
consulta del patrimonio de la compañía por parte de los terceros puede carecer de
importancia, pero ello no sucede, como hemos visto, en las sociedades de
responsabilidad limitada. Ha sido precisamente por la omisión incurrida por el
legislador en el artículo en análisis y por las dificultades que pueden tener los
terceros en la consulta de los estados contables de la sociedad de responsabilidad
limitada con la cual se han vinculado, que ha proliferado la constitución de este tipo

530 
 
de sociedades, no por sus bondades, sino por la clandestinidad que ofrece a sus
administradores.
No obstante la enorme importancia que tiene para estos conocer la situación
patrimonial de una sociedad, en especial aquellas sociedades en las cuales los
socios limitan su responsabilidad al aporte efectuado, la ley 19.550 no ha impuesto
sanción específica alguna al incumplimiento de esta obligación, salvo en lo
dispuesto en el art. 302, cuando autoriza a la autoridad de control a aplicar
determinadas sanciones frente a la violación, por parte de la sociedad, sus directores
o síndicos, de la ley, estatuto o reglamento.
La Inspección General de Justicia ha venido a llenar ese vacío legal, siendo
reiteradas las resoluciones particulares que, ante el incumplimiento de la obligación
prevista por el art. 67 segundo párrafo de la ley, la autoridad de control impuso
severas multas a los administradores societarios que han incurrido en esa conducta
omisiva(857). Sostuvo la Inspección General de Justicia en el caso "Percal Sociedad
en Comandita por Acciones" que la falta de presentación de los estados contables
a la autoridad de control, además de implicar una grave infracción a lo dispuesto por
el art. 67 in fine de la ley 19.550, en tanto dicha obligación ha sido impuesta en
beneficio de la comunidad, a la cual se debe facilitar el acceso a los estados
contables de las compañías mercantiles, construye además una presunción de
inactividad de la sociedad, a los fines de requerir judicialmente su disolución.
Sin perjuicio de la obligación de las sociedades por acciones de acompañar copia
de los estados contables a la autoridad de control (art. 67, segundo párrafo, de la ley
19.550), debemos recordar que el art. 62 autoriza a la Comisión Nacional de Valores,
la Bolsa de Comercio o autoridad de control que corresponda, a exigir a las
sociedades incluidas en el art. 299, y a los efectos de analizar la liquidez de la
empresa, la presentación de un estado de origen y aplicación de fondos por el
ejercicio terminado, así como cualquier otro documento de análisis de los estados
contables, entendiéndose por "fondos" de acuerdo con el art. 62 de la ley 19.550, al
"capital de trabajo", esto es, la cifra resultante de restar el pasivo corriente al activo
corriente.
Tales requerimientos, producto de la intervención estatal de las sociedades que
cotizan sus títulos, se orienta fundamentalmente a la protección del público inversor,
especialmente a los que forman el medio común de los habitantes, y que por carecer
de la información necesaria, pueden padecer en mayor grado la actividad de
empresas improvisadas o carentes de la solidez exigida para un seguro o productivo
destino del ahorro público.(858)

ART. 68.—
Dividendos. Los dividendos no pueden ser aprobados ni distribuidos a los socios,
sino por ganancias realizadas y líquidas resultantes de un balance confeccionado
de acuerdo con la ley y el estatuto y aprobado por el órgano social competente, salvo
en el caso previsto en el art. 224, segundo párrafo.
Las ganancias distribuidas en violación a esta regla son repetibles, con excepción
del supuesto previsto en el art. 225. [Texto según ley 22.903]

531 
 
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 11 inc. 7º, 66 incs. 3º y 4º, 71, 189, 224, 225; resolución general de la
Inspección General de Justicia 7/201, art. 52, 79; LSC Uruguay: arts. 98 a 102.

§ 1. El socio y el derecho al reparto periódico de utilidades


Si partimos de la idea —sobre la cual no parecen existir dudas en la doctrina
nacional y comparada— que el objeto o elemento causal del contrato de sociedad
—cualquiera fuera el tipo social adoptado— no es otro que el de repartir entre los
socios las ganancias que pudieren resultar de la explotación del objeto social, la
participación en la distribución de las utilidades es, precisamente, uno de los
derechos más importantes que confiere el estado de socio, a punto tal que este
derecho es el único que el legislador ha consagrado dentro de la misma definición
del contrato de sociedad (art. 1º de la ley 19.550), resultando inadmisible concebir
la existencia de esta figura sin ánimo de lucro de quienes la integran.
La ley 19.550 es categórica sobre esa cuestión: el art. 1º establece, como uno de
los elementos necesarios del contrato de sociedad, la participación en las utilidades
o, como contrapartida, la soportación de las pérdidas, y el art. 13 de la misma,
fulmina con la nulidad la estipulación de cláusulas mediante las cuales se excluya a
alguno o algunos de los socios de los beneficios de la sociedad.
Sin embargo, el derecho del socio a la distribución de utilidades no es absoluto, ni
puede ser ejercido en cualquier tiempo, debiendo distinguirse cuidadosamente entre
el derecho a las utilidades obtenidas por la sociedad, del derecho al dividendo, pues
una cosa es la "utilidad", a la cual puede definirse como la parte del beneficio que la
asamblea o reunión de socios decide distribuir entre ellos o entre los accionistas,
tratándose de una sociedad anónima, y otra cosa es el "dividendo", que es el
resultado al que se arriba luego de dividir la utilidad repartible por el porcentaje que
cada socio tiene en la distribución de las utilidades.
Ha sido resuelto por la jurisprudencia que el derecho a las utilidades es un derecho
de naturaleza inalienable, que se encuentra en la esencia misma de la voluntad de
constituir sociedad. Por su parte, el derecho al dividendo solo puede ser gozado por
el socio se presentan las siguientes circunstancias: a) que se hayan confeccionado
y aprobado los estados contables; b) que de estos instrumentos surja la existencia
de ganancias y c) que se disponga distribuirlas, naciendo el crédito del socio en el
momento en que la repartición del dividendo ha sido aprobado por decisión
asamblearia(859). Hasta que ello no suceda, las ganancias del ejercicio pertenecen a
la sociedad.
El respeto al sistema operativo de la sociedad, que es obligación que pesa también
sobre todos sus integrantes, y que prima sobre cualquier otro derecho, obliga a estos
a ejercerlos en la forma que el ordenamiento societario impone, en resguardo de los
intereses comprometidos con la actuación de la persona jurídica en el mundo de los
negocios.
Una primera cuestión que fue objeto de largo debate en la doctrina se centra en la
oportunidad en la cual el socio puede ejercer su derecho al reparto de las utilidades.
El problema puede ser planteado en el siguiente interrogante: ¿existe un derecho al
reparto periódico de utilidades o, por el contrario, ese derecho sólo puede ser
ejercido al momento de la liquidación de la sociedad?

532 
 
Cierto es, en puridad, que en el período liquidatorio, una vez realizado el activo y
cancelado el pasivo, la sociedad a través de sus órganos correspondientes, está en
la mejor condición de determinar, en forma correcta y segura, la existencia de
ganancias reales en su exacta medida, ya que, como bien lo sostiene Odriozola(860),
no siempre los balances de ejercicio, aun ajustados a normas predeterminadas o a
formularios especiales, reflejan con fidelidad el resultado económico de la
empresa, no es menos cierto que en la práctica de las sociedades anónimas en
general, el derecho al reparto periódico de las utilidades ha sido consagrado
universalmente, a punto tal que se ha sostenido que el reparto anual de utilidades
es una de las bases de la concepción económica de las sociedades por acciones(861),
concepto este que puede muy bien trasladarse a cualquiera de los tipos previstos
por la ley 19.550.
Creemos que la discusión ha perdido vigencia con la sanción de la ley 19.550, que
a diferencia del régimen previsto por el Código de Comercio, que preveía la
consideración anual por los accionistas de las ganancias del ejercicio, pero no su
distribución, el actual ordenamiento societario consagra, a nuestro juicio, el derecho
del socio a reclamar el reparto periódico de utilidades, subordinado, claro está, a la
existencia de ganancias en el ejercicio de que se trata.
Varias son las razones que justifican esa conclusión:
1. El art. 68 de la ley 19.550, aplicable para todas las sociedades comerciales en
concordancia con lo dispuesto por el art. 224, párrafo 1º de la citada ley —prescripto
este último para las sociedades por acciones— determina que: "Los dividendos no
pueden ser aprobados ni distribuidos a los socios, sino por ganancias realizadas y
líquidas resultantes de un balance confeccionado de acuerdo con la ley y el estatuto
y aprobado por el órgano social competente".
2. En tal sentido, el art. 234 de la ley 19.550, establece la necesidad de la
convocatoria por parte del directorio de la sociedad, de una asamblea de accionistas
para considerar el balance general, estado de resultados, distribución de ganancias,
etc., convocatoria que debe ser efectuada dentro de los cuatro meses del cierre de
ejercicio.
3. La necesaria explicación por parte de los administradores, de aclarar en la
memoria sobre las razones que determinan la constitución de reservas y la
distribución de ganancias en otra forma que en efectivo (art. 66, incs. 3º y 4º, LSC),
en tanto esas actuaciones implican una forma de afectar el derecho de los socios o
accionistas a la distribución de los beneficios obtenidos por la sociedad.
Todas esas normas son aplicables a la totalidad de los tipos societarios, aun cuando
alguna de ellas esté prevista en la normativa dedicada a las sociedades anónimas,
pues el carácter armónico de la ley 19.550 impone la exigencia de una hermenéutica
de integración unitaria.
En definitiva, de existir ganancias líquidas y realizadas, conforme la terminología
legal, las mismas tienen por destino natural su distribución entre los socios, salvo
que, excepcionalmente y mediando razones concretas y fundadas, el órgano de
gobierno de la sociedad resuelva otorgarles otro destino, pues cabe conferirle a la
sociedad el legítimo derecho de autofinanciarse con el producto de sus utilidades
para mejorar su situación económica y financiera o realizar otros emprendimiento,
siempre que no se trate de un abuso de la mayoría y que esa política de retención
de ganancias no exceda de lo estrictamente razonable(862). Ya no detendremos en
esta importante cuestión al abocarnos al estudio del art. 70 de la ley 19.550.

533 
 
Pero entiéndase bien: el principio general en materia del destino de las ganancias
obtenidas por la sociedad es su distribución entre los socios, pues éstos
constituyeron la sociedad o participan en la misma para ganar dinero. La excepción
es la retención de las ganancias para afectarlas a inversiones o gastos en donde
esté comprometido el interés social.

§ 2. Pago de dividendos en especie


Es frecuente en el mundo de los negocios, que los socios decidan distribuirse
dividendos en especie, lo cual platea el problema de la licitud de esa actuación, en
especial cuando la ley 19.550 en sus arts. 68 y 224 prevé que los dividendos solo
pueden ser distribuidos entre los socios cuando provengan de ganancias líquidas y
realizadas, fórmula ésta que parece descartar el pago de dividendos en especie.
La jurisprudencia sin embargo ha aceptado esta forma de pago, admitiendo en
algunos precedentes el controvertido pago de dividendos en acciones(863)y en otras
el pago con bienes y efectos de la propia sociedad o mediante la dación de valores
existentes en cartera(864). Ello ha sido fundamentado con los siguientes argumentos:
a) La propia ley 19.550 admite esa modalidad de pago; 2) La prohibición de distribuir
dividendos en especie debe surgir expresamente del estatuto o de una decisión
asamblearia y 3) La validez de distribuir dividendos en bienes que no fueran en
dinero, por ejemplo, acciones de otras compañías, ha sido admitida por la
jurisprudencia estadounidense, siempre que no implique un quebranto en la
igualdad de trato entre los accionistas(865).
No puede dejar de reconocerse que la posibilidad de pagar dividendos en especie
podría surgir de lo dispuesto por el art. 66 inc. 4º de la ley 19.550 cuando dispone
que los administradores, en la memoria, deben informar a los socios o accionistas
las razones por las cuales proponen el pago de dividendos o la distribución de
ganancias en otra forma que en efectivo, pero estimamos que esta norma se refiere
al pago de dividendos en acciones, que es una vieja práctica y no menos ilegítima
societaria conforme a la cual la sociedad, a través de una decisión asamblearia, le
"expropia" al socio o accionista los dividendos a que éstos tenían derecho de percibir
en dinero efectivo, para afectarlos a la integración de un aumento del capital social,
resuelto contemporánea o inmediatamente después de haberse resuelto esa política
de utilidades, lo cual constituye una actuación manifiestamente inconstitucional,
lesiva del derecho de propiedad y opuesto a las normas que, en protección de los
socios, la ley 19.550 prevé cuando legisla sobre el aumento del capital social (arts.
194, 197 y 245).
Parece obvio concluir que si el art. 68 en análisis, ratificado luego por una norma
idéntica en el art. 224 de la ley 19.550, dispone que los dividendos solo pueden
resultar de ganancias "realizadas y líquidas", la entrega de bienes o efectos de la
sociedad en pago de dividendos a sus socios carece de toda legalidad, salvo, claro
está, que todos los ellos consientan, por unanimidad, esa forma de pago. Con ello
quiere significarse que ninguna mayoría puede imponerse a un accionista, por más
que aquella reúna la casi totalidad del capital social, a los efectos de obligarlo a
recibir bienes o mercadería de la sociedad en concepto de dividendos. Huelga
manifestar que las expectativas de todo integrante de la sociedad es percibir sus
dividendos en efectivo, pues de lo contrario, al imponerle la recepción de bienes en
534 
 
especie, lo obliga a aquel a incurrir en determinados gastos (conservación o venta
de los efectos recibidos) que no tiene porqué soportar, cualquiera fuere la cantidad
de acciones de que es titular.
Discrepamos en consecuencia con la solución dada por nuestros tribunales de
comercio en los casos "Madanes Mónica c/ Cipal Cía. Inversora s/ sumario" de
fechas 18 de abril de 1996 y diciembre 28 de 1999, así como en el caso "Warroquiers
Juan Pedro y otros c/ Quintanilla de Madanes y otros", del 30 de noviembre de 1995,
dictados por las Salas C y A de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial,
ante idénticos casos, en donde se pretendió dar efecto vinculante para la sociedad
y todos los socios la decisión asamblearia que resolvió entregar a los accionistas
determinados títulos existentes en cartera, aún cuando ese acuerdo mayoritario fue
adoptado con el 99,6% del capital social. El argumento de que esa manera de
proceder es de posible realización en el derecho estadounidense, como se sostuvo
en el primero de esos precedentes, nada aporta a la cuestión, dadas las notorias
diferencias entre el derecho argentino con las leyes que rigen en el país del norte,
pues mal que le pese a muchos, el derecho extranjero, salvo hipótesis
excepcionales, nunca es fuente de derecho para el ordenamiento jurídico patrio.

§ 3. El carácter irrevocable del dividendo aprobado


A riesgo de ser considerado reiterativo, vale la pena insistir en un concepto que debe
quedar claro: mientras el derecho a la utilidad es de carácter inalienable, y se
encuentra en la esencia misma de la voluntad de constituir sociedad, el derecho a
la percepción de los dividendos sólo puede ser ejercido por el socio cuando se
presentan los requisitos previstos por el ordenamiento societario en forma expresa,
esto es:
1) Que se haya confeccionado un balance, ajustado a los parámetros legales;
2) Que de ese balance surja la existencia de utilidades y,
3) Que por decisión de los socios se decida distribuirlas, en todo o en parte (arts.
68, 234 y concs., de la ley 19.550).
Sólo entonces, es decir, cuando el órgano competente de la sociedad —asamblea
de accionistas o reunión de socios— haya aprobado la distribución de utilidades
entre los integrantes de la sociedad, nace el derecho del socio a la percepción del
dividendo, cuya entrega puede exigir judicialmente, inclusive con intereses por
mora.
Con otras palabras, antes de su aprobación, las ganancias del ejercicio pertenecen
a la sociedad(866), aunque su destino natural es su reparto entre los socios en dinero
efectivo, pero una vez aprobada la distribución de dividendos, ellos ingresan al
patrimonio del socio u accionista y el ente societario pierde todo derecho sobre esas
sumas, aunque pérdidas posteriores pudieran hacer recomendable revocar tal
decisión(867).
De manera tal que como el derecho al cobro del dividendo nace con la decisión
asamblearia que así lo dispuso, ninguna decisión del directorio o resolución
asamblearia adoptada con posterioridad a la aprobación del dividendo, puede
dejarlo sin efecto, salvo acuerdo unánime de todos los socios o accionistas.

535 
 
La jurisprudencia es también, desde antiguo, reiterada en cuanto al carácter
irrevocable del dividendo(868), habiéndose sostenido, como un claro ejemplo de lo
expuesto que aprobada la distribución de dividendos, y por más que el estatuto
faculte al directorio a abonar los mismos a los accionistas dentro del ejercicio
siguiente, no puede la sociedad posteriormente destinar esas sumas para la
constitución de reservas(869). Por su parte, la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Civil de la Capital Federal, mediante una resolución dictada por su sala I, previó que
una vez aprobada por la asamblea ordinaria los estados contables del ejercicio y
determinado el monto de las ganancias a distribuir como dividendos,
automáticamente se genera a favor del accionista un derecho a su percepción"(870).
La Sala E de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, mediante un voto
de la Sala E, del 16 de Agosto de 2016, ratificó el principio de la irrevocabilidad del
pago de los dividendos, una vez que los mismos han sido aprobados, y lo hizo en el
caso "Maya Antonio José y otro contra Sanatorio Otamendi y Miroli SA sobre
ordinario", admitiendo la validez de que la sociedad haya recurrido a un crédito
bancario para abonar los dividendos ya aprobados por una asamblea, pues una vez
que dicho órgano aprobó el pago de los mismos, éstos se transformaron en un
crédito irrevocable a favor de los accionistas y exigible contra la socieadd por todos
los medios legales.
La Corte Suprema de Justicia de la Nación ha ratificado esas conclusiones en el
fallo dictado en el caso célebre caso "Aduriz SA" de fecha octubre 9 de 1968, en el
cual se resolviera que la aprobación del dividendo por la asamblea, modifica
sustancialmente la posición del socio, quien, a partir de ese momento, adquiere un
derecho de crédito con carácter irrevocable y con abstracción del día fijado para el
pago, de manera que el accionista, una vez que ocurre tal determinación, puede
comportarse como un tercero frente a la sociedad, ceder su derecho, transmitirlo,
gravarlo e incluso, en caso de quiebra, actuar como acreedor, ya que el dividendo
aprobado no puede ser afectado por pérdidas posteriores"(871).

§ 4. Límites a la percepción de dividendos. Derecho de la sociedad


de afectar las utilidades para procurar su autofinanciamiento y
derecho de los socios y accionistas para evitar la retención
permanente de las ganancias obtenidas por la compañía
El derecho de los socios al reparto periódico de las utilidades y el carácter
irrevocable de los mismos, una vez aprobada su distribución, no autoriza a sostener
que aquellos gocen del derecho de exigir a la sociedad el reparto total de las
ganancias del ejercicio, pues de lo contrario se negaría la posibilidad de que la
sociedad se procure su autofinanciamiento mediante la constitución de reservas,
destinadas a afrontar gastos o realizar inversiones en procura del mejor desarrollo
de su objeto social.
Pero la cuestión debe ser suficientemente aclarada, pues la posibilidad con que
cuenta la sociedad para conseguir autofinanciamiento no puede ir en desmedro de
un sacrificio ilimitado de los socios, sino que ambos derechos deben
complementarse para que el ente pueda desarrollar su objeto social y los socios
obtener su dividendo.

536 
 
Estrictamente, la sociedad para lograr la autofinanciación cuenta con dos caminos,
previstos expresamente por la ley 19.550:
a) Mediante el procedimiento de aumento del capital social, con efectiva suscripción
e integración de los socios o mediante la capitalización de reservas y
b) A través de la constitución de reservas libres o facultativas, para afectarlas a un
fin determinado.
En ambos casos, el legislador societario ha sido muy cuidadoso en la
reglamentación de ambos procedimientos, pues partiendo de la idea de la absoluta
necesidad de procurarse fondos sin recurrir al endeudamiento externo y en la
medida que con ello se tiende a un objetivo de beneficio social, ha establecido con
una serie de normas muy concretas, los derechos de los accionistas frente a esas
alternativas, a fin de que los procedimientos de autofinanciación no constituyan una
forma de violar derechos esenciales que la ley expresamente les confiere.
a) En primer lugar, y tratándose de la capitalización de ganancias, cuando la ley
19.550 contempla el aumento del capital social en las sociedades anónimas,
confiere a los accionistas el derecho de suscripción preferente frente a la decisión
asamblearia que decide ese incremento (art. 194, LSC), a fin de evitar que aquellos
pierdan su proporción en el capital accionario y con ello, la posibilidad de ejercer
ciertos derechos que la ley subordina a la tenencia de determinado porcentaje de
aquel capital (arts. 107, 236, 294 incs. 6º y 9º, 301, etc.).
Pero la protección del legislador, frente al aumento del capital social, ha ido más
allá, pues frente al acuerdo asambleario que resuelve aumentar ese capital, la ley
19.550 confiere a los accionistas disidentes la posibilidad de ejercer el derecho de
receso, cuando ese incremento supere el quíntuplo autorizado en el estatuto (art.
245). De manera tal que frente a una decisión de tal naturaleza, el accionista puede
ejercer o bien el derecho de preferencia, si desea conservar su participación
accionaria y cuenta con fondos para suscribir e integrar las nuevas acciones a
emitirse, en proporción a su tenencia, o ejercer el derecho de receso, para el caso
de que el accionista no cuente con fondos o interés para efectivizar esa integración.
Si el aumento del capital social se lleva a cabo a través de procedimientos que no
impliquen efectivo desembolso por parte de los socios o accionistas, el art. 189de
la ley 19.550 prescribe expresamente que, en tales casos, debe respetarse la
proporción de cada uno de ellos en la suscripción e integración de las
correspondientes cuotas o acciones. Ello ocurre cuando la sociedad resuelve
revalorizar el activo o capitalizar reservas o utilidades, en cuyo caso, la norma citada
dispone expresamente que: "Debe respetarse la proporción de cada accionista en
la capitalización de reservas y otros fondos especiales inscriptos en el balance, en
el pago de dividendos con acciones y en procedimientos similares por los que deban
entregarse acciones integradas".
La ley 19.550 contempla en esa norma, varias hipótesis de muy diferente
naturaleza, como son la capitalización de reservas y el impropiamente denominado
"pago de dividendos con acciones" pero unidas por un común denominador: la
entrega a los accionistas de "acciones liberadas", así denominadas por cuanto no
imponen de aquellos el pago del precio de la suscripción, aunque, como hemos ya
expuesto, y a pesar de lo dispuesto por la ley 19.550, ello constituye un grave error,
pues en el procedimiento de capitalización de utilidades, que concluye con la entrega
de acciones a los accionistas, estos deben efectuar el desembolso correspondiente
a la suscripción de esos títulos.

537 
 
b) El otro procedimiento con que cuenta la sociedad para evitar recurrir al
endeudamiento externo para procurarse capitales, es la constitución de reservas
libre o facultativas, a través de una decisión asamblearia que resuelva la no
distribución de utilidades entre los socios a fin de afectar las mismas a un destino
expreso y determinado, que debe ser efectivamente cumplido por los
administradores (art. 233, LSC).
Este procedimiento, en sí plenamente legítimo y fundado, como bien lo señala
Odriozola(872), en la realidad económica actual y generalizada que justifica la
necesidad en que se encuentran las grandes empresas para recurrir a su propio
financiamiento, ha sido objeto de cuidadosa atención por parte del legislador,
advertido que, durante la vigencia del Código de Comercio, habían sido numerosos
los fallos que habían declarado la nulidad de la constitución de reservas, efectuadas
al solo efecto de frustrar legítimas expectativas de los socios(873).
En consecuencia, y para constituir reservas que no sean las legales —a las cuales
está la sociedad obligada a constituirlas (art. 70, párrafo 1º)— el art. 70, LSC,
establece importantes requisitos en resguardo del derecho del socio o accionista,
para que estos no sean arbitrariamente privados de la distribución anual de
utilidades, requiriéndose los siguientes requisitos: a) Que las mismas sean
razonables y respondan a una prudente administración; b) Que el directorio
explique, en la memoria, las razones por las cuales se propone la constitución de
reservas, explicadas clara y circunstanciadamente (art. 66, inc. 3º); c) Que se
obtengan las mayorías especiales previstas en el párrafo 4º del art. 244, LSC,
cuando su monto exceda al del capital social y las reservas legales: voto favorable
de la mayoría de acciones con derecho a voto, sin computarse la pluralidad de votos;
d) Reducción proporcional en las remuneraciones de los administradores, en la
medida que la constitución de reservas implica la no distribución de dividendos a los
socios (art. 261, inc. 3º, LSC).
Se tiende con ello a evitar, como es obvio, que la decisión mayoritaria de los socios
accionistas que decidan constituir las reservas resulte arbitraria o contraria al fin
societario que debe inspirar todos los acuerdos de las asambleas o reuniones de
socios (art. 54 in fine, LSC).
De lo contrario, el socio cuenta con el derecho de impugnar esa decisión, en los
términos del art. 251 sin perjuicio de las posteriores acciones de responsabilidad
que puede ejercer contra los directores y síndicos fundados en el incumplimiento de
la concreción del destino al cual la constitución de reservas estaba destinada (arts.
274 y ss. de la ley 19.550).
Del mismo modo, el socio accionista cuenta con idéntico derecho de impugnar los
acuerdos sociales que resuelvan capitalizar reservas facultativas constituidas en
anteriores ejercicios, si ellas no fueron utilizadas para el fin que se tuvo en cuenta al
momento de su constitución, y su capitalización no fuera fundada en razones
concretas y determinadas, inspirada en el interés social.
La jurisprudencia posterior a la ley 19.550 ha ratificado el fundamento de esas
exigencias legales, mediante fallos ejemplarizadores(874), que la doctrina nacional ha
ponderado(875).

538 
 
§ 5. Dividendos ficticios
La ley 19.550, en sus arts. 68 y 224, establece expresamente que los dividendos no
pueden ser aprobados ni distribuidos entre los socios, sino por ganancias realizadas
y líquidas resultantes de un balance confeccionado de acuerdo con la ley, o el
estatuto, y aprobado por el órgano social competente.
Se prohíbe pues la distribución de dividendos ficticios, que son llamados así por no
corresponder a beneficios obtenidos por la sociedad, y su sanción se justifica por
afectar la intangibilidad del capital, pues mediante esa repartición se restituye a los
socios —de alguna manera— el capital social, sin respetarse los compromisos
contraídos frente a los acreedores(876).
El art. 224 último párrafo de la ley 19.550 establece una excepción a la prohibición
de la distribución anticipada de beneficios, previendo la legitimidad de distribuir
intereses o dividendos anticipados, provisionales o resultantes de balances
especiales, cuando se trata de sociedades comprendidas en el art. 299 de la ley
19.550, pero aún en este caso, el directorio o la gerencia no puede resolver tal
distribución en forma unilateral, pues será necesario contar con un balance especial,
del cual surja la existencia de ganancias, y una expresa decisión de la asamblea de
accionistas, a los fines de su aprobación.
El dividendo ficticio puede ser el resultado de la falta de balance e inventario, o por
inexactitudes de estos, ya sea por haberse omitido en el pasivo partidas que debían
figurar en él o por la sobrevaluación de las partidas del activo; asimismo pueden
efectuarse distribuyendo el capital propio o no reteniendo el porcentaje necesario
para la formación de reservas legales, cuya obligatoriedad la ley 19.550 impone (art.
70).
La jurisprudencia ha declarado nulas, de conformidad a lo expuesto en párrafos
precedentes, cláusulas contractuales que preveían el pago de sueldos a los socios,
no mediando trabajo personal a cargo de estos, en el entendimiento que ellos
encubrían desvío de utilidades en violación a lo dispuesto por el art. 68(877). En el
mismo sentido, se ha considerado violatoria de lo dispuesto por el artículo citado, la
cláusula estatutaria mediante la cual se autorizaba a los socios a que, con
imputación a sus cuentas particulares, efectúen retiros a cuenta, permitiendo la
distribución de beneficios sin la existencia de ganancias líquidas y realizadas(878).
Las cantidades así distribuidas deben ser restituidas a la sociedad, sin perjuicio de
la responsabilidad de los administradores, que no pueden, en principio, ser
considerados de buena fe, ya que tiene la obligación legal de comprobar la realidad
de los dividendos(879). Sin embargo, y no obstante lo expuesto en el párrafo anterior,
los arts. 68 y 224, admiten excepciones al principio general en materia de
distribución de utilidades, autorizando su repartición anticipada en las sociedades
por acciones comprendidas en el art. 299, aunque responsabilizando a los
directores, síndicos y miembros del consejo de vigilancia en forma solidaria e
ilimitada por tales pagos y distribuciones.
Los dividendos distribuidos en violación a lo dispuesto art. 68 de la ley 19.550 no
son repetibles cuando se han percibido de buena fe, en las sociedades anónimas y
en las de responsabilidad limitada, que han alcanzado el capital social previsto por
el art. 299, inc. 2º de la ley 19.550 y a las cuales la ley citada impone
obligatoriamente la actuación de una sindicatura o consejo de vigilancia como
órgano de control. Considero que la excepción al principio general previsto por el
art. 68 de la ley de sociedades comerciales, que no admite la repetición de los
dividendos percibidos de buena fe cuando se trata de sociedades incluidas en el art.

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299, se funda en la inexistencia de un control individual y directo por parte de los
socios sobre la marcha de la gestión social, y por ello, plenamente aplicable a las
sociedades de responsabilidad limitada que han excedido el capital social del art.
299, inc. 2º del ordenamiento societario vigente(880).
En idéntico sentido debe concluirse que, aun cuando la ley 22.903 no ha modificado
lo dispuesto por el art. 224, la excepción a la repetibilidad del dividendo no juega
para las sociedades por acciones, cuando los accionistas han prescindido de la
sindicatura, en los términos del art. 284 in fine de la ley 19.550.
Pero debe quedar en claro que para que resulte procedente la no repetición de
dividendos, en los tipos sociales en los cuales no rige el principio general previsto
por el art. 68, el socio o accionista debe haberlos percibido de buena fe, lo cual se
presume, e incumbe a la sociedad o a quien invoca la mala fe, la carga de probarla.
Se consagra así una solución similar a la prevista en los arts. 2423 y 2425 del Código
Civil, respecto del poseedor que hace suyos los frutos, y se explica que así sea,
pues el socio ha gastado ya los dividendos y sería demasiado riguroso forzarlo a
restituirlos a la sociedad(881).
Debe destacarse también que resulta procedente la distribución de beneficios, aun
cuando el balance no arroje utilidades, cuando las reservas libres o facultativas
constituidas en anteriores ejercicios no han sido utilizadas para el fin para la cual
han sido constituidas. Es evidente concluir que si la ley requiere motivos concretos
y fundados para retener ganancias, tales reservas solo pueden subsistir en tanto
existan y se mantengan vigentes los fundamentos que justificaron su creación. De
lo contrario, los accionistas reasumen el derecho de exigir la desafectación y
distribución de esas reservas, lo cual es —como hemos visto— el destino natural de
las ganancias obtenidas por la sociedad (art. 1º de la ley 19.550).
La distribución de los dividendos ficticios, cuando fue realizada para burlar a los
acreedores sociales, permitiendo, agravando o facilitando la insolvencia de la
sociedad, puede ser atacada por los acreedores de la sociedad, en los términos de
los arts. 119 y ss. de la ley 24.522, siempre y cuando se acredite que los
beneficiarios de esos dividendos tenían conocimiento del estado de cesación de
pagos de la sociedad.

§ 6. Pago del dividendo. Exigibilidad. Mora de la sociedad


El dividendo es exigible desde que la asamblea o reunión de socios lo acuerdan,
pero no existe óbice para que pueda fijarse un plazo posterior para su pago o
abonarse fraccionadamente, ya sea por expresa disposición del contrato social o por
resolución de los órganos de gobierno o administración.
Si bien es el órgano de gobierno el que debe determinar la distribución de dividendos
con las ganancias del ejercicio, nada obsta que se delegue en el directorio la fijación
de la época del pago, pero en tal caso se entiende que el plazo no puede exceder
el siguiente ejercicio en que se devengaron pues se trata de un plazo resultante
tácitamente de la naturaleza de la obligación, de conformidad con lo dispuesto por
el art. 509, párrafo 2º del Código Civil, estando facultado cualquiera de los socios o

540 
 
accionistas para pedir judicialmente la fijación del plazo para cumplir esa
obligación(882).
Si la asamblea de accionistas nada ha resuelto, la disponibilidad de las utilidades
debe estar a la orden del socio desde su correspondiente aprobación, sin perjuicio
de lo cual la constitución en mora sólo puede surgir de un modo fehaciente, del que
resulte una interpelación concreta a su pago(883).
En sentido coincidente a lo expuesto en los párrafos anteriores, la Inspección
General de Justicia, en uso de las atribuciones conferidas por el art. 11 inc. c) de la
ley 22.315, incluyó, en la resolución general 7/2015, denominada, a través de su art.
79, la necesidad de incluir en el estatuto o contrato social el plazo del pago de los
dividendos votados por la asamblea o reunión de socios, el cual no puede exceder
la duración del ejercicio en que fueron aprobados, pero si dichos cuerpos normativos
nada establecen y el órgano de gobierno de la sociedad no fija un plazo especial,
que no podrá exceder de los 30 días, los dividendos se considerarán a disposición
de los socios a partir del día siguiente de clausurada la asamblea o reunión de socios
que aprobó su distribución. El estatuto o contrato social puede prever que la
asamblea o reunión de socios disponga que el pago se haga en cuotas periódicas,
dentro del plazo máximo antes indicado y con los intereses que correspondan.

§ 7. El derecho del socio de reclamar la distribución de dividendos


ante la inexistencia de decisión asamblearia sobre el destino de las
ganancias obtenidas
Si bien hemos señalado que no puede existir distribución de utilidades entre los
socios sin una decisión del órgano de gobierno de la sociedad que haya resuelto
ponerlo a disposición de éstos, queda por saber que sucede cuando los socios o
accionistas aprobaron los estados contables de los cuales surge la existencia de
ganancias del ejercicio, pero no adoptaron, por el contrario, decisión alguna en torno
al destino de dichos resultados.
Una primera interpretación de los arts. 68 y 224 de la ley 19.550, limitada al análisis
textual de dichas disposiciones legales, parecerían convencer que para la
distribución de dividendos entre los socios o accionistas de toda sociedad comercial
se necesitan dos acuerdos asamblearios: a) el primero, aprobatorio de los estados
contables de los cuales surja la existencia de ganancias realizadas y líquidas, y
b) una segunda decisión, independiente de la primera, que autorice expresamente
la distribución de dividendos entre los socios.
Sin embargo, es jurisprudencia por todos conocida que la interpretación de las leyes
no debe ser circunscripta al mero análisis literal de los respectivos textos legales, y
desde antiguo, nuestro más Alto Tribunal viene predicando que por encima de lo
que las leyes parecen decir literalmente, es propio de la interpretación indagar lo
que ellas dicen jurídicamente, es decir, en conexión con las demás normas que
integran el ordenamiento general del país. En esa indagación, si bien no cabe
prescindir totalmente de las palabras de la ley, tampoco cabe atenerse
rigurosamente a ellas, cuando la interpretación sistemática y razonable así lo
requiere(884).

541 
 
Con otras palabras, siendo misión del intérprete indagar el verdadero sentido y
alcance de la ley, mediante un examen atento y profundo de sus términos, dentro
del cual no debe ser ajena la realidad del precepto y la voluntad del legislador,
teniendo en cuenta, además, conforme reiterada jurisprudencia de nuestra Corte
Suprema de Justicia, en el sentido que no hay mejor método de interpretación de la
ley que el que tiene primordialmente en cuenta la finalidad de ella(885), adelanto que
no me convence la primera interpretación que ha sido efectuada del texto de los arts.
68 y 224 de la ley 19.550, entendiendo por el contrario que, salvo resolución en
contrario por el órgano de gobierno de la sociedad, el silencio de los socios o
accionistas sobre el destino de las ganancias obtenidas por la sociedad, éstas deben
ser distribuidas entre aquellos, siempre y cuando estas ganancias se encuentren
expresamente detalladas en el estado de resultados de los estados contables, y
estos documentos hayan sido aprobados por el órgano de gobierno de la sociedad.
Una interpretación armónica y finalista de los arts. 68 y 224 de la ley 19.550, en
concordancia con los arts. 70 y 234 del mismo ordenamiento imponen llegar a esta
conclusión.
En primer lugar, la distribución de las ganancias o la política de dividendos, como se
dice en los ambientes empresarios, no merece necesariamente, de acuerdo a lo
dispuesto por el art. 234 de la ley 19.550, una decisión de la asamblea general
ordinaria de accionistas, independiente de la que resuelve la aprobación de los
estados contables, como sucede, contrariamente, con la retribución de los directores
o la aprobación de la gestión de los mismos, para las cuales el legislador exige una
expresa y autónoma decisión asamblearia (arts. 261 y 275 de ley 19.550).
Expresa textualmente el inc. 1º del art. 234 de la ley 19.550, que "Corresponde a la
asamblea ordinaria considerar y resolver los siguientes asuntos: 1. Balance general,
estado de resultados, distribución de ganancias, memoria e informe del síndico y
toda otra medida relativa a la gestión de la sociedad que le competa resolver
conforme a la ley y el estatuto o que sometan a su decisión el directorio, el consejo
de vigilancia o los síndicos".
Repárese en primer lugar que la ley 19.550 no menciona en esa disposición a todos
los instrumentos que componen los estados contables, pues falta incluir en dicha
norma al estado de evolución del patrimonio neto, las notas e informaciones
complementarias y los cuadros anexos, instrumentos expresamente mencionados
por el art. 67, párrafo 1º de dicho ordenamiento, y que constituyen los capítulos de
los estados contables, imprescindibles todos ellos para conocer la situación
patrimonial y económica de la sociedad.
Por el contrario, el art. 234, inc. 1º de la ley 19.550 solo incluye alguno de esos
instrumentos de naturaleza contable, agregando entre ellos a la distribución de
ganancias a continuación del "estado de resultados" de lo cual se puede deducir, y
más allá de la cuestionable técnica legislativa utilizada para ello, que existe una
íntima conexión entre el estado de resultados y la política de dividendos que deberá
implementar la sociedad, en el sentido de que por ser ello su destino natural, la
aprobación de la documentación prevista por el art. 234 inc. 1º de la ley
19.550 (entre la cual se encuentra el estado de resultados), implica
automáticamente implícito pronunciamiento de los socios o accionistas en materia
de distribución de las ganancias, las cuales deberán ser necesariamente distribuidas
entre ellos, salvo que, y aquí sí se requiere expresa decisión del órgano de gobierno
de la sociedad, dichas ganancias se afecten a un destino específico y congruente
con el interés de la sociedad.

542 
 
Por otro lado, la ley 19.550 no admite que las ganancias obtenidas por la sociedad
puedan quedar retenidas en la caja social, salvo que las mismas se afecten a un
destino específico y tal actuación responda a un criterio de razonable y prudente
administración. Concretamente, para que las ganancias obtenidas por la sociedad
no tengan su destino natural, que es su distribución entre los accionistas (art. 1º, ley
19.550)(886), resulta imprescindible que la sociedad cumpla con los requisitos
formales y sustanciales previstos por los arts. 66 inc. 3º y 70 de la ley 19.550, esto
es, que en la memoria del ejercicio los administradores refieran a las razones por
las cuales se propone la constitución de reservas, explicadas clara y
circunstanciadamente, y que las mismas sean razonables y respondan a una
prudente administración. Puede afirmarse al respecto que ha sido tan evidente el
criterio restrictivo del legislador en materia de retención de ganancias que,
tratándose de sociedades por acciones, ha impuesto a la constitución de reservas
facultativas, cuando ellas superan determinado límite, la obtención de las mayorías
más rigurosas previstas por el art. 244 in fine de la ley 19.550.
En conclusión: conforme expresas disposiciones de la ley 19.550,solo la existencia
de una decisión asamblearia expresa y fundada que decida retener las ganancias
obtenidas por la sociedad puede privar a los accionistas del legítimo derecho de
percibir sus dividendos, pues es expreso mandato legal que no existe la menor
posibilidad de retener las ganancias obtenidas por la sociedad salvo constituyendo
reservas libres o facultativas, con sujeción a los requisitos formales y sustanciales
previstos legalmente, que el legislador se ha cuidado muy bien en imponer. No debe
olvidarse, para así concluir, que el concepto mismo de reservas está circunscripto a
los beneficios retenidos por la sociedad conforme resolución de una asamblea o
disposiciones legales o estatutarias(887), por lo que la carencia de una decisión
expresa de la asamblea de accionistas en el sentido de reservar parte o la totalidad
de las ganancias, no puede implicar otra cosa que la autorización al directorio de la
sociedad para distribuir las ganancias entre los accionistas.
Este criterio, que encuentra sólido fundamento en el respeto a la causa final del
contrato de sociedad, viene siendo impuesto por la jurisprudencia de nuestros
tribunales con anterioridad a la vigencia de la ley 19.550 y se contradice con lo que
acontece en casi la generalidad de las sociedades mercantiles que funcionan en
nuestro país, donde la política inveterada en materia de ganancias es su indefinida
retención en determinadas cuentas de los estados contables, merced a artilugios
contables de más que dudosa legalidad.
En efecto, vigente el Código de Comercio en materia de sociedades comerciales,
fue dicho por la sala A de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, con
el voto del recordado magistrado Ángel A. Casares, al cual adhirieron los jueces
Urdapilleta y Malagarriga, que la aprobación del balance por los socios determina la
adquisición del derecho al dividendo(888). Ese criterio fue afortunadamente
mantenido por la jurisprudencia posterior a la ley 19.550, habiéndose resuelto que
si de los balances surge una utilidad del ejercicio y no se registró expresión válida
de voluntad societaria de trasladar esos beneficios a reservas, va de suyo que se
supone una distribución entre los socios"(889).
En el mismo sentido y en una fecha más reciente fue dicho que aprobada por la
asamblea el balance y la cuenta de resultados, la registración de la ganancia
constituye una partida a cuyo beneficio tienen derecho los accionistas, condicionada
a las normas que por reservas u otros rubros dispusiera aquella"(890)y con la misma
e idéntica orientación fue resuelto que el derecho del socio demandante a la
percepción de los frutos de su participación social está supeditado a la demostración

543 
 
de la existencia de utilidades según balance, conforme lo disponen los arts. 68 y
concordantes de la ley 19.550)(891).

§ 8. Prescripción de las acciones tendientes a la percepción de los


dividendos
La acción judicial tendiente a la percepción de los dividendos aprobados por la
asamblea o reunión de socios prescribe a los cinco años de su puesta a disposición,
de conformidad con lo dispuesto por el art. 2560 del Código Civil y Comercial de la
Nación.
De manera tal que aún cuando haya transcurrido un prolongado plazo de tiempo
desde el ejercicio económico en base al cual se reclama el pago de dividendos, la
sociedad no podrá alegar la prescripción de los mismos si no se celebró la asamblea
que aprobó los estados contables correspondientes a dicho ejercicio, así como sus
resultados, porque no puede exigirse el pago de una utilidad cuyo monto se
desconoce.
Como sucede con todas las deudas sociales, conforme hemos ya explicado, la
registración por la sociedad de la deuda por dividendos a los accionistas, con
posterioridad a la asamblea que ordenó el pago de los mismos, es causal de
interrupción de la prescripción de la acción promovida por el accionista para el cobro
de los mismos y de la misma manera, la carta documento cursada por el socio actor,
intimando en forma auténtica y fehaciente a la sociedad demandada el pago de los
dividendos, cuya distribución fue aprobada por el órgano de gobierno de la sociedad,
constituye una actividad inequívocamente destinada a mantener vivo su crédito, y
que constituye un requerimiento interpelativo que configura el supuesto de
suspensión del plazo de prescripción a que alude el art. 2542 del Código Civil y
Comercial de la Nación.

ART. 69.—
Aprobación. Impugnación. El derecho a la aprobación e impugnación de los estados
contables y a la adopción de resoluciones de cualquier orden a su respecto, es
irrenunciable, y cualquier convención en contrario es nula.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 71, 251, 252. Resolución General IGJ nº 7/2015, arts.
305.LSC Uruguay: art. 97.

§ 1. Aprobación de los estados contables

544 
 
Como derecho esencial de los socios de cualquier tipo social, el legislador ha
dispuesto expresamente la irrenunciabilidad por los socios del derecho a la
consideración, aprobación e impugnación de los estados contables, imponiendo a
los administradores la obligación de convocar a reunión de socios o asamblea de
accionistas para ello, dentro de los cuatro meses del cierre de cada ejercicio (art.
234 in fine de la ley 19.550, aplicable a todos los tipos sociales).
Esta norma no ha sido comprendida lamentablemente por nuestros tribunales de
comercio, al menos los de la Ciudad de Buenos Aires, los cuales, en su mayoría,
entienden, sin el menor respaldo legal, que la decisión asamblearia que aprueba los
estados contables no es susceptible de ser suspendida en su ejecución, habida
cuenta que se trata de una resolución que no proyecta efectos para el futuro(892). Ya
volveremos a ello, pero resulta totalmente incongruente que por una parte, el
legislador ha sido tan cuidadoso en preservar el derecho de los socios de considerar
y aprobar las cuentas de la sociedad, mientras que los jueces comerciales, a
contramano de todo fundamento lógico, permiten la libre e irrestricta circulación de
los estados contables, por más que los mismos exhiban todo tipo de irregularidades,
mientras se sustancia el juicio de nulidad de la decisión asamblearia que los ha
aprobado.
Si bien habíamos sostenido que la presentación de los estados contables a los
socios constituye en puridad en forma de rendición de cuentas, adaptado al negocio
societario, la ley 19.550, a diferencia del sistema previsto por los arts. 68 a 74 del
Código de Comercio, dicho procedimiento no admite la aprobación automática de
las cuentas de los administradores, sino que expresamente requiere la
consideración de las mismas, para su aprobación o rechazo.
La consideración de los estados contables no sólo tiene relevancia desde el punto
de vista de la información de los socios, sino porque de su aprobación se derivan
otros derechos, de no menor importancia, como por ejemplo, la percepción de los
dividendos, la remuneración de los administradores o la determinación del valor de
la participación de los accionistas recedentes, etc. (arts. 68 y 245 de la ley 19.550).
Por ello es que la ley 19.550 no solo considera irrenunciable el derecho de la
aprobación de los estados contables —que comprende por obviedad su
consideración— y nula cualquier cláusula estatutaria o decisión social que tienda a
suprimirlo o desvirtuarlo, sino también su impugnación, a través del mecanismo
previsto por los arts. 251 y ss. del ordenamiento legal societario, como veremos en
el capítulo siguiente.
En cuanto a los administradores, la presentación de los estados contables para su
aprobación por los socios, constituye una obligación que debe ser efectuada en el
plazo previsto para ello (art. 234 in fine, LSC), cuyo incumplimiento constituye, por
sí solo, suficiente causal de remoción.
Ahora bien, de la aprobación de los estados contables por los socios o accionistas,
no se deriva necesariamente la admisión de la gestión de los administradores, ni la
liberación de las responsabilidades correspondientes. El art. 72 de la ley 19.550 así
lo ratifica expresamente.
La remuneración de los administradores, como principio general, puede ser
determinada en función de las ganancias del ejercicio (arts. 71 in fine, y 261), pero
en este caso, deben respetarse los porcentajes establecidos por el art. 261, a los
fines de evitar que la retribución de los mismos absorba la totalidad de las ganancias,
en detrimento del derecho al dividendo del que gozan los accionistas.

545 
 
§ 2. Impugnación de los estados contables
La impugnación de los estados contables presenta una serie de problemas que es
necesario aclarar, pues la naturaleza de la cuestión ha suscitado algunas
controversias en doctrina y jurisprudencia.
En primer lugar, la acción de impugnación de la decisión asamblearia que aprueba
la documentación prevista por el art. 234, inc. 1º de la ley 19.550, aplicable a todo
tipo societario, debe ser ejercida dentro del plazo previsto por el art. 251, párr. 3º,
es decir, dentro de los tres meses de clausurada la asamblea, pues se trata de un
supuesto de nulidad o anulabilidad relativa, lo cual hace prescriptible la acción
judicial de invalidez.
Pero es necesario aportar claridad al tema, pues pueden presentarse diferentes
supuestos de invalidez: a) Violación del derecho de información de los socios y, b)
Existencia de falsedades e inexactitudes en los estados contables. En el primer
caso, los socios o accionistas cuentan con el plazo de tres meses para iniciar las
acciones de nulidad del acuerdo asambleario que aprobó los mismos, computados
desde la clausura del referido acto asambleario. En el segundo caso, y sin perjuicio
de las acciones penales que prescribe el art. 300, inc. 3º, Código Penal, la acción
de nulidad del acuerdo asambleario que aprobó los mismos prescribe a los tres
meses de clausurada la asamblea, plazo que no rige para el accionista que, votando
favorablemente ese acto asambleario, perciba después que ha sido engañado por
el órgano de administración, al serle presentado estados contables continentes de
cuentas cuya falsedad ha constatado. En ese caso ese accionista podrá pedir la
nulidad de la decisión asamblearia que aprobó esos estados contables irregulares
mediante la acción ordinaria de nulidad prevista por los arts. 1038 y concordantes
del Código Civil, cuyo plazo de prescripción (art. 847 inc. 3º del Código de
Comercio), deberá comenzar a computarse desde que el actor advirtió la existencia
de los vicios que afectan la validez de los estados contables.
En torno a lo dispuesto por el art. 69 de la ley 19.550 pueden ser diferenciadas
varias situaciones:
1) Si se trata de una disposición del estatuto o acuerdo asambleario que tiende a
dejar sin efecto el derecho de los socios o accionistas de aprobar o impugnar los
estados contables; que prescinda del plazo de los quince días con que cuentan los
accionistas para obtener copia de los estados contables; que elimine el derecho de
requerir información al órgano de administración o de fiscalización, o se declare
inaplicable el derecho de requerir copia de las actas de los órganos colegiados, esos
acuerdos caen dentro del campo de la nulidad absoluta, por afectar normas de
indudable orden público, impuestas por el legislador para el buen funcionamiento de
la sociedad comercial, que es pilar del sistema económico en el cual nuestra
comunidad se desenvuelve.
2) Si se trata de la existencia de concretas violaciones a derechos que no han sido
suprimidos ni restringidos por vía estatutaria, la cuestión cae dentro de la nulidad o
anulabilidad relativa, resultando prescriptible la acción en el plazo previsto por el art.
251 de la ley 19.550 y confirmable el acto, mediante otro acto asambleario que
purgue los vicios del acuerdo anterior.

546 
 
3) En cuanto a la legitimación para impugnar el acuerdo asambleario que ha
aprobado los estados contables, no debe hacerse diferencias con las normas
generales previstas por el art. 251 de la ley 19.550, salvo para el caso de que el
impugnante sea un director o el síndico de la sociedad, quienes deben probar su
disconformidad con el previo acuerdo del directorio que ha aprobado esa
documentación y ha convocado a una asamblea para su consideración.
Congruentemente, el síndico de la sociedad carece de legitimación para atacar esa
decisión asamblearia si ha suscripto el dictamen correspondiente y ha prestado
conformidad con esa documentación, toda vez que el informe de la sindicatura
previsto por el art. 294 inc. 51 de la ley 19.550 implica una labor de auditoría y no
de simple conformidad, dejando a salvo el caso de vicios de la voluntad, cuya
existencia debe ser interpretada con mayor restricción para esos sujetos que para
los accionistas que han votado favorablemente ese acuerdo y han padecido los
mismos vicios.
Otra cuestión que debe ser necesariamente aclarada radica en la necesidad o no
de impugnar sucesivamente los estados contables posteriores a aquellos que han
sido expresamente atacados de nulidad y cuyo proceso de impugnación se
encuentra en trámite. La jurisprudencia se ha mostrado negativa con esa alternativa
y con sólidos fundamentos(893), pues la rectificación de los estados contables
anulados impone, como consecuencia imprescindible, la inmediata rectificación de
los posteriores, elaborados con base a sus constancias. De lo contrario, de
concluirse sobre la necesidad de impugnar todos los estados contables posteriores
a aquel que fuera atacado de falsedad, aún cuando aquellos no ofrezcan
irregularidades susceptibles de impugnación, debería llegarse a la conclusión de
que la aprobación del estado contable inmediato posterior al impugnado tendría
virtualidad confirmatoria de los vicios que adolecen los anteriores, conclusión que
no encuentra respaldo legal en nuestro ordenamiento societario.
Finalmente, corresponde aclarar que la decisión asamblearia que aprueba los
estados contables es indivisible, pues los distintos instrumentos que los conforman
constituyen un todo inescindible, no susceptible de aprobación parcial, en tanto, y
como hemos visto, todos los capítulos que componen los estados contables se
relacionan y complementan entre sí. Por ello, la insuficiencia o inexistencia de la
memoria o del informe de la sindicatura o las irregularidades de las cuentas del
balance, estado de resultados, estado de evolución del patrimonio neto, cuadros
anexos o información complementaria, constituyen suficiente causal de invalidez del
acuerdo asambleario que aprueba los estados contables, lo que implica
necesariamente dejar sin efecto legal a dicho instrumento, en tanto, y como se ha
dicho, es la decisión asamblearia que los aprueba y no su confección por el órgano
de administración, lo que le confiere efectos legales a los estados contables.

ART. 70.—
Reserva legal. Las sociedades de responsabilidad limitada y las sociedades por
acciones, deben efectuar una reserva no menor del 5% de las ganancias realizadas
y líquidas que arroje el estado de resultados del ejercicio, hasta alcanzar el 20% del
capital social.

547 
 
Cuando esta reserva quede disminuida por cualquier razón, no pueden distribuirse
ganancias hasta su reintegro.
Otras reservas. En cualquier tipo de sociedad podrán constituirse otras reservas que
las legales, siempre que las mismas sean razonables y respondan a una prudente
administración. En las sociedades por acciones la decisión para la constitución de
estas reservas se adoptará conforme al art. 244, última parte, cuando su monto
exceda del capital y las reservas legales; en las sociedades de responsabilidad
limitada, requiere la mayoría necesaria para la modificación del contrato. [Texto
según ley 22.903]
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 31, 62 a 66, 68, 189, 244; Resolución General de la Inspección
General de Justicia 7/2015, arts. 305 y 316; LSC Uruguay: arts. 93, 94.

§ 1. Constitución de reservas. Clasificación


La formación de reservas obedece al propósito de la sociedad de ponerse a cubierto
de las contingencias adversas que puedan sobrevenir en futuros ejercicios,
destinando todo o parte de las utilidades a los fines de su constitución.
El art. 70 clasifica las reservas en:
a) Reservas legales. Son dispuestas obligatoriamente por el legislador para las
sociedades de responsabilidad limitada y sociedades por acciones, con el objeto de
mantener la integridad del capital social, en beneficio de la sociedad, socios, o
accionistas, así como en defensa de los intereses de terceros vinculados a la misma.
El art. 70 dispone que la sociedad debe efectuar una reserva no menor al cinco por
ciento de las ganancias realizadas y líquidas que arroje el estado de resultados,
hasta alcanzar el veinte por ciento del capital social.
Su importancia consiste en cubrir las pérdidas que se produzcan en uno o más
ejercicios, para evitar la disminución del capital social, que de otro modo acrecería
fatalmente, pues la responsabilidad de los socios o accionistas por las deudas de la
sociedad se limita —en principio— al monto de los aportes a que se han obligado.
De ahí que la ley 19.550 dispone que cuando la reserva legal quede disminuida por
cualquier razón, no pueden distribuirse ganancias hasta su reintegro.
b) Reservas libres o facultativas. Su formación la deciden los socios o accionistas,
sacrificando las utilidades del ejercicio para afectar las ganancias distribuibles a un
destino determinado, en beneficio del interés de la sociedad.
La ley 19.550, si bien permite la constitución de las mismas, como forma de obtener
financiamiento interno, ha sido muy cuidadosa en balancear este derecho de la
sociedad, con la protección del dividendo de los socios o accionistas, a los fines de
evitar que, mediante este mecanismo, se frustren legítimas expectativas de los
mismos.
Por ello, resulta razonable que el legislador exija que la constitución de reservas
libres, cualquiera sea su monto, deba estar precedida de un informe de los
administradores de la sociedad que aconsejen la no distribución, en forma total o
parcial, de las ganancias del ejercicio, y que la constitución de las mismas responda
a un criterio de prudente administración (arts. 66 y 70), exigiendo las mayorías
agravadas del art. 244, último párrafo de la ley 19.550, cuando las reservas superen

548 
 
el capital social y las reservas legales, tratándose de sociedades por acciones, o las
mayorías necesarias para la modificación del contrato social, cuando se trate de una
sociedad de responsabilidad limitada.
Del mismo modo, y con la misma finalidad, el legislador restringe, en el art. 261, las
remuneraciones a los directores, cuando, habiendo ganancias, no se hayan
distribuido, en forma total o parcial, dividendos entre los accionistas.
La constitución de reservas facultativas o libres con las utilidades obtenidas por la
sociedad, a los fines de afectarlos a un determinado fin en el cual está comprometido
el interés social, no significa que los socios o accionistas deban renunciar
definitivamente al reparto de dichas utilidades, pues esa decisión asamblearia puede
ser revisada posteriormente, cuando no se cumplieron los objetivos que inspiraron
su formación o cuando ellos dejaron de interesar y los socios han optado por repartir
aquellas ganancias. Es decir, la deliberación asamblearia que dispone la formación
de reservas facultativas no importa la adopción de una medida irrevisable por
asambleas posteriores, pues como lo ha resuelto la jurisprudencia en un antiguo
pero vigente fallo, sostener lo contrario daría a esa decisión una estabilidad mayor
o permanencia superior al propio estatuto(894).
Las normas de protección contenidas en el art. 66 inc. 3º y 70 último párrafo de la ley
19.550, han sido incluidas por el legislador, frente a la corriente y habitual práctica
de nuestras sociedades, de evitar el pago de dividendos con el simple expediente
de afectar las ganancias a lo que comúnmente se denomina "pase a cuenta nueva",
expresión que proviene de la ciencia contable, pero que jurídicamente no significa
absolutamente nada. Esa expresión es a veces reemplazada por la transferencia de
utilidades a "resultados no asignados", la cual, al igual que la anterior, constituye
una manera de evitar toda explicación sobre la inconveniencia de pagar dividendos,
pues como hemos dicho, carecen de la concreción necesaria que caracteriza las
instituciones que son propias del derecho contable.
Toda cuenta de los estados contables debe tener su origen y su explicación y no
parece adecuado a una correcta técnica contable explicar la constitución de nuevas
cuentas, bajo la denominación a la cual nos hemos referido en los párrafos
anteriores. Concretamente: todos sabemos de qué hablamos cuando nos
encontramos con que la cuenta "Inversiones" en el balance, a diferencia de lo que
sucede cuando leemos las expresiones "cuenta nueva" o "resultados no asignados",
las cuales no significan absolutamente nada.
En definitiva, la constitución de una "cuenta nueva" o la "no asignación" del resultado
de uno o varios ejercicios equivale, en derecho, a la constitución de una reserva,
que por propia definición, y en protección del derecho al dividendo, debe estar
concretamente justificada y afectada a un fin determinado, bajo pena de nulidad.
Bien ha dicho la jurisprudencia que el diferimiento del destino de las utilidades
constituye una especie de reserva temporaria(895), pero, en definitiva, una reserva al
fin, incluida, en cuanto a los requisitos de su constitución, a las expresas previsiones
del art. 70 de la ley 19.550, que no se refiere únicamente a las reservas libres o
facultativas, sino a todo tipo de reservas que no sean las legales ("Otras reservas",
según reza el título del párrafo 3º del art. 70 del ordenamiento societario).
La utilización de las reservas facultativas debe ser justificada en las reuniones de
socios o asambleas de accionistas posteriores, y la no afectación de las mismas al
destino para el cual habían sido creadas otorga a los socios o accionistas el derecho
a exigir su inmediata distribución.
En conclusión, no existe la posibilidad de establecer un criterio abstracto y rígido
para determinar la procedencia de la constitución de reservas. De las circunstancias

549 
 
de cada caso particular ha de surgir si el necesario equilibrio entre los distintos
intereses sociales ha sido afectado. La constitución de estas reservas requiere pues
como condición de validez en el marco de la ley 19.550 que ninguno de los intereses
que coexisten en el seno de la sociedad sea ejercido en forma abusiva, pues si ello
así ocurriera, la decisión sería violatoria de la ley, y por lo tanto, impugnable(896).
Similares argumentos valen también para el supuesto de capitalización forzosa de
utilidades, donde se obliga a los accionistas o socios a recibir participaciones
sociales en lugar de dividendos en efectivo. Este sistema favorece el crecimiento y
expansión de la empresa, cuando la capitalización es razonable, y va en favor del
ahorro y desarrollo de la misma, pero en contra de los intereses de los accionistas
individualmente(897), y de ahí que el art. 66 exija que los administradores, en la
memoria, expliquen las causas, detalladamente expuestas, por las que se propone
el pago de dividendos o la distribución de ganancias en otra forma que en efectivo.
De lo contrario, la modalidad del pago de dividendos en acciones no sería más que
una velada forma de privar a los socios de un derecho patrimonial abstracto, y por
ende, si se admite que existen circunstancias que dan derecho al socio o accionista
para protestar cuando se resuelve destinar las utilidades a la formación de reservas,
forzoso será reconocer que idéntico derecho le asiste al mismo, al decidirse el pago
de dividendos en acciones(898).

§ 2. Otras reservas: reservas estatutarias y reservas ocultas


Sin perjuicio de la clasificación que la ley 19.550 ha hecho de las reservas, deben
distinguirse de ellas las reservas llamadas contractuales o estatutarias, creadas,
como su nombre lo indica, en el contrato social, para afectarlas a un fin determinado,
delegando en el órgano de gobierno la fijación del porcentaje de utilidades que a ella
se destina. Por el contrario, nuestra ley prohíbe las reservas ocultas, las que
generalmente son desconocidas por los accionistas, y que si bien se ha justificado
su constitución en el entendimiento de que con ellas puede prevenirse cualquier
circunstancia perjudicial que pueda acontecer, no se duda que los peligros que
emanan de su origen clandestino las hacen desaconsejables. El art. 63, incs. 1º, h;
2º, I, c, y II, d(899), en tanto prescribe la obligatoriedad de asentar en el activo, pasivo
y cuenta de capital, reservas y resultados, todo rubro que por su naturaleza
corresponda ser incluido en ellos, descarta la viabilidad de la constitución de dichas
reservas(900).
Finalmente, debe tenerse en cuenta que la ley 22.903 ha extendido la necesidad de
contar con mayorías calificadas para aprobar su constitución, cuando su monto
exceda el capital social y las reservas legales, que la ley 19.550 ya preveía para las
sociedades por acciones, a las sociedades de responsabilidad limitada,
prescribiendo la necesidad de contar, cualquiera sea el capital de la misma, y como
requisito de validez para una decisión social de esta naturaleza, con las mayorías
establecidas por la ley o por contrato, para reformar el contrato social.

550 
 
§ 3. Evolución jurisprudencial de la defensa del dividendo ante la
retención ilegítima de los dividendos. El caso "Mihura Luis c/
Mandataria Rural SA s/ ordinario"
La jurisprudencia de nuestros tribunales mercantiles se ha mostrado muy severa en
cuanto a la política de retención de ganancias, y ha sido dicho por la sala D de la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, en fallo del 26 de diciembre de
1979, en el caso "Mihura Luis c/ Mandataria Rural Sociedad Anónima s/ sumario",
lo siguiente:
• En tanto no mediaren decisiones previas que dieran destino final a las utilidades
acumuladas mediante ganancias obtenidas en ejercicios cuyas actividades fueron
consideradas por asambleas no impugnadas —ganadas muchos años antes— su
aplicación ulterior queda librada a cada nueva asamblea anual.
• El artificio de colocar utilidades a "cuenta nueva" o en "reservas facultativas",
significa un arbitrio contable pero no una decisión jurídica ni un resultado material.
• Es válido sentenciar que de una vez para todas sea dispuesta la aplicación natural
de las ganancias acumuladas obtenidas en ejercicios anteriores, cuyo destinatario
es el aportante del capital merced al cuan fueron obtenidas. Lo contrario implicaría
una expropiación virtual por particular y sin indemnización, pues no capitalizadas ni
distribuidas, quedarían ad aeternum en una especie de repositorio contrario a todo
sentido real de la propiedad privada en las sociedades mercantiles.
• Es inconcebible en el sistema económico dentro del cual se desempeña una
sociedad anónima y gracias al cual existe, pretender retener indefinidamente como
"cuenta nueva" o "reservas" las ganancias de una empresa comercial. Si tal
proceder prosperara, el sistema jurídico que lo autorizada así no se distinguiría en
nada de la más absoluta expropiación de todos los bienes, porque a esto se ha
querido llevar el patrimonio de los socios cuya utilidad nunca era entregada.
• Quienes mediante la creación de reservas facultativas o el traslado a "cuenta
nueva" de las utilidades del ejercicio, retacean la distribución de utilidades de una
sociedad a los accionistas, movidos por artificios jurídicos y contables, destinados a
ganar poder o ventajas, deberían reflexionar en la circunstancia de que si ellos
mismos soportaran tal tratamiento, no quedaría capital privado con que constituir
sociedades para llevar a cabo nuevas empresas. Los responsables de este
engendro económico han actuado contra el sentido histórico del régimen cuyos
instrumentos jurídicos usaron. Tal herejía no debería prosperar, pero si prosperara,
destruiría el sistema.
En el mismo sentido, sostuvo la sala D de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Comercial, en fallo del 28 de diciembre de 1992, en los autos "Benavent Oscar c/
Benavent Hermanos Sociedad Anónima s/ sumario"; que la distribución de los
beneficios netos después de las detracciones de la reserva legal y eventualmente
estatutaria, es una legítima expectativa de los accionistas que la asamblea no puede
impunemente vulnerar, por lo cual, para que la reserva sea válida, ha de ajustarse
necesariamente a la pauta establecida por el tercer párrafo del art. 70 de la ley
19.550, es decir, deberá ser razonable y responder a una prudente administración,
lo que implica que deberá estar fundada en consideraciones económicas,
financieras o patrimoniales que la justifiquen. Por ello, la retención por parte de la

551 
 
sociedad, del 80% de las utilidades, requiere pues, para su validez, la constitución
de una reserva facultativa cuyos fundamentos demuestren en forma acabada su
razonabilidad.
Esta jurisprudencia no cambia por el hecho de que, en lugar de denominar "cuenta
nueva" al lugar donde se acumulan sin fundamento las ganancias del ejercicio, se
denomine a la misma "resultados no asignados", pues como lo ha dicho la
jurisprudencia, "Si bien estrictamente el saldo de resultados no asignados trasladado
a nuevos ejercicios no constituiría una reserva, en tanto no posee afectación
específica, pero ponderando que se trata de beneficios excluidos del reparto
periódico de utilidades, participaría del concepto de reservas y desde tal óptica, la
sociedad demandada debió cumplir con las previsiones del art. 66 inc. 3º de la ley
19.550, siendo nula la decisión asamblearia que trasladó las ganancias a la cuenta
de resultados no asignados, al omitir brindar las razones fundadas sobre el
particular, limitándose a derivar la cuestión a la decisión de la asamblea, donde
tampoco se fundó la decisión de pasar los resultados no asignados acumulados
desde varios ejercicios, al nuevo ejercicio(901).
En un posterior fallo dictado por la sala II de la Cámara de Apelaciones en lo Civil y
Comercial de Mar del Plata, dictado el 16 de octubre de 2008 en autos "Barcio
Salvador R. c/ Hotel Las Rocas SA s/ sociedades, Incidente de apelación del art.
250 del Código Procesal", fue la aplicación de los arts. 66 inc. 3º y 70 de la ley 19.550
al supuesto en donde se traslada parte o toda la ganancia del ejercicio a la cuenta
de resultados no asignados del patrimonio neto, sosteniéndose textualmente lo
siguiente: a) La afectación de una determinada suma sobre la ganancia del ejercicio,
a una cuenta de resultados no asignados", conforma una detracción de las utilidades
que, independientemente de la denominación dada por la sociedad demandada, así
como de su existencia previa, importa una reserva facultativa, por que se impone
expresar el motivo que la inspiró, el cual debe expresarse en forma clara y detallada
en la memoria, condicionada a resultar, a la par, razonable, y responder a una
prudente administración; b) La única manera de diferir la distribución de las
ganancias entre los socios, conforme a los claros parámetros de la ley 19.550 lo
constituye la constitución de reservas libres o facultativas, cuyos requisitos de
constitución vienen impuestos de manera imperativa por los arts. 66 inc. 3º y 70 de
la ley 19.550, de lo que se sigue que no puede haber retención de ganancias sin
afectación específica, porque ello es contrario a la causa del contrato de sociedad y
torna ilusorio el derecho esencial de los socios a participar en las ganancias sociales.
En el ámbito administrativo, y ratificando todo lo expuesto hasta el momento, el art.
316 de la resolución general 7/2015, de la Inspección General de Justicia, siguiendo
el criterio de resoluciones anteriores y bajo el título "Tratamiento de resultados
negativos y positivos", dispone expresamente que "Las asambleas de accionistas y
socios de sociedades de responsabilidad limitada, cuyo capital alcance el importe
del art. 299 inc. 2º de la ley 19.550, que deban considerar estados contables de cuyo
estado de resultados y resultados acumulados resulten saldos negativos de
magnitud que imponga la aplicación, según corresponda, de los arts. 94 inc. 5º, 96
o 206 de la ley 19.550, o bien en sentido contrario, saldos positivos susceptibles de
tratamiento, conforme a los arts. 68, 70 párrafo tercero, 189 o 224 párrafo primero
de la misma ley, deberán adoptar resolución expresa en los términos de las normas
citadas, a cuyo fin —la de sociedades por acciones— deberán ser convocadas para
realizarse, en su caso, en el doble carácter de ordinarias y extraordinarias y prevenir
especialmente en su orden del día el tratamiento de tales cuestiones".
Cuantiosa jurisprudencia avala el dictado de la medida cautelar prevista por el art.
252 de la ley 19.550, ante decisiones asamblearias como la descripta, en donde la

552 
 
sociedad retiene todas o una parte fundamental de las ganancias del ejercicio, en
desmedro del derecho del accionista al dividendo, descalificándose la constitución
de arbitrarias reservas libres, facultativas o especiales, cuya legalidad fue ordenada
por la jurisprudencia(902).

ART. 71.—
Ganancias: pérdidas anteriores. Las ganancias no pueden distribuirse hasta tanto
no se cubran las pérdidas de ejercicios anteriores.
Cuando los administradores, directores o síndicos sean remunerados con un
porcentaje de ganancias, la asamblea podrá disponer en cada caso su pago aun
cuando no se cubran pérdidas anteriores.
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 66, 68, 261; Resolución general de la Inspección General de Justicia
7/2015, art. 316; LSC Uruguay: art. 98.

§ 1. Incidencia de las pérdidas de ejercicios anteriores


El art. 71 de la ley 19.550, en su párrafo 1º, consagra una norma de evidente
protección hacia los acreedores de la sociedad, quienes tienen preferencia sobre los
socios de la misma, a percibir sus acreencias con anterioridad al cobro de los
dividendos por parte de estos.
La norma en análisis impone a la sociedad absorber las pérdidas de ejercicios
anteriores con las ganancias de los ulteriores, y sólo autoriza la distribución del
remanente entre los socios una vez compensado el importe que corresponda a las
pérdidas acumuladas.
Se consagra una solución idéntica a la prevista por el art. 70 primer párrafo de la ley
19.550, el cual posterga la distribución de ganancias hasta el reintegro de las
reservas legales, en el caso de que las mismas hayan quedado disminuidas de su
tope legal, por cualquier caso.
El principio consagrado por el art. 71 de la ley 19.550 cede sin embargo en el caso
de que los administradores, directores o síndicos sean remunerados con un
porcentaje de ganancias, en cuyo supuesto el órgano de gobierno de la sociedad
podrá disponer el pago de tales retribuciones, aun cuando con las ganancias del
ejercicio no se cubran las pérdidas de ejercicios anteriores.
Ello se explica por el carácter oneroso que la función de la administración implica
(arts. 234 y 261, LSC), y si bien la ley 19.550 autoriza la determinación de la
retribución de los administradores a los resultados del giro empresario, con un
porcentaje determinado de las ganancias, nada justifica que la necesidad de
absorber las pérdidas de anteriores ejercicios implica postergar el derecho de
aquellos a una adecuada remuneración, pues los acreedores sociales tendrán

553 
 
suficiente protección a través de compensaciones con las ganancias de ulteriores
ejercicios.
Idéntica solución se consagra para la remuneración de los síndicos, sin perjuicio de
adelantar mi opinión en el sentido de la improcedencia de retribuir a los mismos con
un porcentaje de las ganancias, en la medida que la labor de los integrantes de los
órganos de fiscalización es desde todo punto de vista independiente de la eficacia
de los administradores en la gestión de la sociedad.

ART. 72.—
Responsabilidad de administradores y síndicos. La aprobación de los estados
contables no implica la de la gestión de los directores, administradores, gerentes,
miembros del consejo de vigilancia o síndicos, hayan o no votado en la respectiva
decisión, ni importa la liberación de responsabilidades. [Texto según ley 22.903]
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 59, 274 a 279. Resolución General nº 7/2015, art. 305.LSC Uruguay:
art. 102.

§ 1. Responsabilidad de los administradores y síndicos


El legislador no ha querido extender las consecuencias de la resolución social
aprobatoria de los estados contables más allá de una conformidad con los mismos.
Ello no altera las responsabilidades de los administradores, que se mantienen
incólumes, exigiéndose para su liberación decisión expresa y concreta de los socios
en tal sentido, manifestada en el seno del órgano de gobierno de la entidad (art.
275 de la ley 19.550).
El art. 72 de la ley 19.550, en su actual redacción, luego de la ley 22.903, resulta
claro en tal sentido, concretando idéntica solución que su antecesor en la primitiva
versión de la referida norma, pero goza, a mi juicio, de mayor claridad, en cuanto no
se limita a expresar que la aprobación de los estados contables no implica liberación
de responsabilidad de los administradores y síndicos, sino que, y en esto consiste
la innovación de la reforma, tampoco implica la aprobación de la gestión de los
directores, administradores, gerentes, miembros del consejo de vigilancia o
síndicos, "hayan votado o no la respectiva decisión". Lo dispuesto por el nuevo art.
72, amén de adaptar el mismo a lo dispuesto por el art. 241, que permite a estos
votar, en tanto accionistas, en la aprobación de los estados contables (lo cual les
estaba anteriormente vedado), corrige un grave error del texto original de la ley
19.550, que calificaba como acto de gestión la aprobación de los estados contables,
conforme surgía del derogado art. 241, lo cual resultaba erróneo, pues la aprobación
de los mismos no significaba un acto de gestión, sino un acto de verificación o
examen de los estados contables(903).

554 
 
ART. 73.—
Actas. Deberá labrarse en libro especial, con las formalidades de los libros de
comercio, acta de las deliberaciones de los órganos colegiados.
Las actas del directorio serán firmadas por los asistentes. Las actas de las
asambleas de las sociedades por acciones serán confeccionadas y firmadas dentro
de los 5 días, por el presidente y los socios designados al efecto. [Texto según ley
22.903]
CONCORDANCIAS: LSC: arts. 12, 249; Resolución General de la Inspección General de Justicia
7/2015, arts. 83, 305 y 490; LSC Uruguay: art. 103.

§ 1. Actas de los órganos colegiados. El problema de su oponibilidad


La disposición legal en análisis impone la obligatoriedad de labrar acta de las
deliberaciones y decisiones de los órganos colegiados en un libro especial llevado
al efecto.
El párrafo 2º del art. 73 parecería circunscribir el alcance de dicha norma a las
sociedades anónimas o sus subtipos, pero ello no es así, pues las deliberaciones
sociales de los órganos colegiados deben hacerse constar siempre en acta labrada
en el libro correspondiente, cualquiera que sea el tipo social de que se trate(904).
Los libros de actas, en especial el de asambleas o reunión de socios, reviste
importancia fundamental en la existencia de la sociedad, pues en ellos deberá
reflejarse la historia de la misma, y de sus consecuencias se derivarán derechos y
obligaciones de los socios, de los administradores y también derechos de
terceros(905).
En cuanto al libro de actas del directorio, que sólo es exigido para las sociedades
anónimas (art. 73, párr. 2º), aun cuando la administración fuera unipersonal, la ley
19.550 exige que cada acta, aun en aquel caso, sea suscripta por todos los
asistentes y redactada a medida que la reunión se desarrolla. No obstante lo
expuesto, cabe interpretar que por vía de reglamentación del estatuto puede
determinarse un plazo para la redacción y suscripción de las mismas y la forma de
extender copias para los administradores o síndicos que las soliciten, por aplicación
analógica de lo dispuesto por el art. 249.
En los restantes tipos societarios, el libro de actas del órgano de administración sólo
debe llevarse cuando el mismo estuviere organizado en forma colegiada (art. 157,
párr. 3º), pero es común que aun en estos supuestos la sociedad lleve un solo libro
de actas, en el que se vuelcan las deliberaciones de los órganos de gobierno y
administración.
La relevancia de sus constancias es indiscutible, ya que el administrador sólo puede
eximirse de responsabilidad por las contingencias de los actos celebrados, sólo si
dejó constancia escrita de su protesta (art. 274, inc. 2º). Por otro lado, el fundamento

555 
 
del art. 73 impone dar fuerza probatoria a sus constancias, y quien las impugna,
debe probar la inexactitud o falsedad de lo allí decidido(906).
Tratándose del libro de actas del órgano de gobierno de la sociedad, la ley sólo
contiene normas de funcionamiento relacionadas con las asambleas de sociedades
por acciones (art. 249), aunque dichas normas deben aplicarse analógicamente a
los demás tipos previstos en la ley 19.550,pues el art. 73, en su párr. 1º, sienta una
regla general aplicable a todos los órganos colegiados.
El art. 73 prescribe que las actas de las asambleas de las sociedades por acciones
serán confeccionadas y firmadas dentro de los cinco días por el presidente de la
asamblea y socios designados al efecto. Deben contener, conforme a lo dispuesto
por el art. 249, un resumen de las manifestaciones hechas en la deliberación, la
forma de las votaciones y sus resultados, con expresión completa de las decisiones.
Cualquier accionista puede solicitar a su costa copia firmada del acta.
La importancia del acta de asamblea en las sociedades por acciones es
fundamental, pues constituye el único instrumento previsto por la ley 19.550 apto
para modificar el contrato social, pudiendo incluso encontrarse la razón del silencio
guardado por el art. 165 de dicha ley — en torno a la instrumentación de las
modificaciones del estatuto— en orden a las formalidades que han de
cumplimentarse para la modificación del mismo(907). Sin embargo, la relevancia del
acta de la deliberación de los órganos colegiados, en especial del órgano de
gobierno, no llega al extremo de admitir, como lo hace calificada doctrina(908), que
aquella es requisito esencial para la validez de las decisiones adoptadas, pues ello
autorizaría a la sociedad a ampararse en su inexistencia —a cuyo cargo la ley
impone la confección de la misma— para evitar las consecuencias desfavorables de
una decisión asamblearia. Por ello, adhiero a la doctrina que sostiene, fundada en
lo dispuesto por los arts. 245 y 251, LSC —que fijan plazos para ejercer el derecho
de receso o impugnar decisiones asamblearias a contar desde la clausura de la
asamblea y no desde la suscripción del acta—, que la decisión de la asamblea, aún
no formalizada el acta, es válida desde el momento que se aprueba la cuestión
incluida en el orden del día y plenamente oponible entre los socios presentes, en los
términos del art. 12, LSC, quienes pueden invocarla utilizando todos los medios de
prueba autorizados. Ello no es procedente en relación con respecto a los socios
ausentes o terceros, a los cuales, para serles opuesta una decisión social, deberá
ser formalizada en acta en los términos del art. 73, único modo de posibilitar su
conocimiento(909).
Finalmente, deben aclararse algunas cuestiones que plantea el art. 73:
a) Que pese a que su segundo párrafo no se refiere al órgano de fiscalización de las
sociedades por acciones, ninguna duda cabe de su aplicabilidad, cuando el mismo
se ha organizado a través de la creación de un consejo de vigilancia, en los términos
de los arts. 280 y ss. de la ley 19.550.
b) La ley 22.903, ha introducido, en relación al texto anterior del art. 73 una
modificación de importancia, aclarando un tema que resultaba controvertido en
vigencia del texto anterior de dicha norma, disponiendo al respecto que los libros de
actas de los órganos colegiados deben llevarse con las mismas formalidades que
los libros de comercio. Recordemos al respecto que ante el silencio que sobre el
punto guardaba el viejo art. 73, se había interpretado que dichos libros no estaban
sometidos a formalidad alguna y, por ser libros de funcionamiento y no de comercio,
su rubricación no resultaba obligatoria, máxime cuando la ley 19.550 nada exigía y
teniendo en consideración que cuando era intención de la misma exigir ese requisito,
lo hacía en forma expresa (art. 213, LSC). Este argumento era equivocado, pues la

556 
 
rúbrica de los libros sociales y los libros de comercio constituye, a mi juicio, la forma
más idónea para evitar la utilización de un doble juego de libros, sobre todo cuando
la ley no prescribe la firma de todos los accionistas presentes en el acto. En tal
sentido —se repite—, se ha pronunciado la ley 22.903, exigiendo para los libros de
los órganos colegiados, las formalidades propias de los libros de comercio, entre los
cuales se encuentra, obviamente, su rúbrica.
c) En cuanto a las actas del directorio, el art. 73, último párrafo, prescribe que serán
firmadas por los asistentes, lo cual parece descartar, atento la redacción de la
norma, y a diferencia de lo que acontece con las actas de asambleas de las
sociedades por acciones, la posibilidad de que las mismas sean confeccionadas y
firmadas dentro de los cinco días de clausurado el acto asambleario. La intención
del legislador ha sido que las actas de directorio se confeccionen a medida que
transcurra la reunión y se firmen al concluir la misma, sin que sea necesario, por
aplicación analógica de lo dispuesto por el art. 249 de la ley 19.550, transcribir
textualmente todas y cada una de las manifestaciones de los asistentes; basta un
resumen de lo deliberado en ese acto. Pero la forma de la votación, resultados y la
expresión completa de las decisiones deben surgir expresamente del texto del acta,
bajo pena de nulidad.
d) La posibilidad del socio o accionista de solicitar a su costa copia firmada del acta
de los órganos colegiados, si bien impuesta por la ley 19.550 (art. 249) para las
actas de asambleas, rige también para las de las reuniones de directorio, pues si se
admite, como lo hace la casi generalidad de la doctrina y jurisprudencia —como
veremos oportunamente— la posibilidad de todo accionista de impugnar las
decisiones del directorio, es de toda evidencia que el derecho de obtener copia de
las actas de ese órgano no puede admitir objeciones.
e) Finalmente, y en cuanto a las actas de los órganos de gobierno de las sociedades
que no sean por acciones, sólo para las cuales la ley contiene una disposición
específica (art. 249), valen las siguientes aclaraciones: a) Si bien el art. 73 in fine de
la ley 19.550, parece reservar a las sociedades por acciones el otorgamiento del
plazo de cinco días para la confección y firma del acta de la asamblea, considero
que dicha solución debe ser aplicada analógicamente a todas las reuniones de
socios en los restantes tipos societarios y nada autoriza a concluir que para la
celebración de las reuniones del órgano de gobierno de dichas entidades, en
especial para las sociedades de responsabilidad limitada, las actas deban ser
confeccionadas a medida que va transcurriendo la reunión de socios; b) Cualquier
socio tiene derecho de reclamar, a su costa, copia de las actas de las reuniones de
socios y, c) tratándose de sociedades de responsabilidad limitada, rigen los mismos
principios, aunque debe aclararse que, al admitir la ley 19.550 —luego de la reforma
efectuada por la ley 22.903— la posibilidad de adoptar acuerdos sociales por escrito
y previa consulta de la gerencia a los socios (art. 159), las respuestas dadas por
estos deben ser transcriptas en un libro de actas, con las formalidades exigidas por
el art. 73, acta que deberá ser firmada por los gerentes dentro de los cinco días
posteriores al plazo de diez con que cuentan los socios para contestar la consulta
(art. 162).

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§ 2. Carencia o inexistencia del libro de actas. Confección del acta de
asamblea por escritura pública. Normativa de la Inspección General
de Justicia
Basado en el dictado de una serie de resoluciones particulares que precedieron la
inclusión del art. 83 de las "Nuevas Normas de la Inspección General de Justicia"
(resolución general 7/2005), este Organismo dio solución a un problema que se
presentaba con suma frecuencia cuando una sociedad no exhibía copia del acta de
la asamblea a los fines de inscribir una determinada decisión asamblearia en el
Registro Público de Comercio, lo cual era motivo para que el organismo de control
denegara esa registración.
Mediante lo dispuesto por el art. 83 de la aludida normativa administrativa, es
admisible la inscripción de las resoluciones sociales formalizadas directamente en
escritura pública, importen o no reforma del estatuto o contrato social, siempre que
se cumplan los siguientes requisitos: a) Que la sociedad no disponga de los libros
de actas rubricados y en su caso, de registro de asistencia necesarios, ya sea por
causales que habiliten la rúbrica de nuevos libros de acuerdo con las Nuevas
Normas de la Inspección General de Justicia o por hallarse temporariamente privada
de ellas por acto de autoridad competente; b) Si la sociedad se encuentra
desposeída de los libros por acto de alguno de sus socios o administradores, debe
haberse efectuado intimación fehaciente o iniciado acción penal, según las
circunstancias; c) Que se acrediten documentadamente los supuestos de los incisos
anteriores, exhibiendo ante el escribano autorizante las constancias
correspondientes, que éste deberá referenciar con precisión en el instrumento
notarial; d) Que se asuma el compromiso expreso, por parte de las autoridades
sociales existentes, o las que surjan del acto, de volcar éste a los libros sociales,
una vez rubricados o habidos nuevamente, según el caso.
La inscripción no procede si de las constancias de la escritura pública presentada,
resulta que está controvertida la calidad de socio de uno o más participantes en el
acto, y que su voto es determinante para la formación de la voluntad social.
Diez años después, la misma Inspección General de Justicia cambió de criterio,
admitiendo solo el reemplazo del acta de la asamblea, por escritura pública, solo
cuando se tratare de la inscripción de la designación del órgano de administración,
y siempre que se cumplan con una serie de requisitos formales previstos en el art.
83 de la resolución general 7/2015, lo cual constituye un verdadero error, pues la
mas que frecuente y casi siempre "conveniente" pérdida de los libros sociales, así
como la desposesión de los libros societarios por orden judicial —cuya devolución
es absolutamente impredecible, habida cuenta la inexperiencia de los jueces
penales en materia societaria— no puede sumir a la sociedad en una paralización
de sus órganos sociales e implicar una indefinida prórroga en la adopción de
decisiones sociales, cuando la registración de las mismas está impuesta por la ley
19.550. Nada impide, en definitiva, que la escritura pública pueda subsanar un acta
de asamblea y/o directorio, teniendo en cuenta la finalidad probatoria de dicho
instrumento, y ello vale para cualquier clase de reuniones de los órganos societarios.

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