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Chicos que molestan

Hace muchos años que un maestro me dijo que con los


chavales difíciles son necesarias por nuestra parte “sangre,
sudor y lágrimas”. Sorprendido por aquella aseveración,
pregunté si no debería ser al revés. En absoluto, contestó,
somos nosotros los educadores quienes tenemos que hacer
el esfuerzo de entender, comprender y educar a esos
chavales (junto a sus familias) y esa tarea es muy difícil, te
hará llorar más de una vez, te exigirá un esfuerzo adicional
pero después te reconfortará como ninguna otra porque
habrás conseguido algo muy importante.

Rara es la semana que no hablo con compañeros, buenos profesores, apasionados por su trabajo, que no me
dicen que tienen problemas con alumnos que molestan, que les quitan las energías por las veces que
interrumpen, que están desmotivados por lo que se hace en el aula y que consiguen, con su actitud,
desmotivarles a ellos mismos. Es una realidad que ha existido siempre, aunque quizás en diferentes
proporciones. Lo cierto es que algunos chicos molestan en clase, manifiestan conductas disruptivas
constantemente y dificultan el trabajo del profesor y el aprendizaje del resto de los alumnos.

Abordar la problemática de estos alumnos disruptivos desde el enfoque de la disciplina es una reducción
que no ayuda a solucionar el problema, aunque en el corto plazo nos sirva para quitarnos de en medio a un
alumno concreto. Como decía mi abuela, “muerto el perro, se acabó la rabia” pero tras una expulsión de
clase, incluso del centro educativo, ese alumno volverá al aula con mayores, si cabe, ganas de seguir
molestando, entrando en un bucle que no se acaba. La expulsión tiene muchos beneficios secundarios para
los alumnos y también para los profesores.

En los últimos años, han aparecido numerosas iniciativas encaminadas a abordar la convivencia en el aula de
una forma más sistémica y, sobre todo, a solucionar los problemas de disciplina desde enfoques no
sancionadores. La mera imposición de sanciones, por sí sola, no resuelve el problema de convivencia en las
aulas aunque sea la opción mayoritaria que usamos los profesores. Como decía, iniciativas como la
mediación escolar, la resolución de conflictos entre iguales, las aulas de convivencia y otras muchas, dan
fe de que existen formas alternativas para abordar este problema. El denominador común de estas
iniciativas suele ser la implicación activa de alumnos y profesores, en la resolución de los conflictos en el
centro, con formas alternativas de abordar los problemas.

El uso de sanciones como eje vertebrador de la convivencia tiene muchas limitaciones. Habrá que
sancionar aquellas conductas especialmente graves, sin duda, mostrando de esta forma la gravedad de las
mismas. Sin embargo, en el día a día, se aplican las sanciones a todo tipo de conductas, sin discriminar la
gravedad o importancia de las mismas. El efecto conseguido es el aumento de las expulsiones de las aulas y
de los centros educativos sin que haya la más mínima contención en las conductas que las provocan. Es
como si el médico nos recetara unas pastillas para la tos que no tuvieran eficacia alguna y al ir a la
consulta nos diera más de lo mismo.

Los chavales que molestan conllevan un exceso de atención que hace que se sientan importantes, que se
conviertan en populares dentro de los centros. Desde los jefes de estudio pasando por los tutores hasta
los orientadores, dedicamos mucho tiempo a tratar con estos chavales, a ver cómo mitigar sus conductas,
de forma que muchas veces dejamos de lado otras actuaciones ante el constante flujo de alumnos con
problemática disruptiva en el aula. Nos pasamos demasiado tiempo apagando fuegos.
Desde un enfoque no sistémico, algo podemos hacer… pero poco

Detrás de las conductas disruptivas de los chicos que molestan hay muchos factores: problemas
familiares, desmotivación escolar, falta de expectativas, baja autoestima… En un alto porcentaje, en la
familia se encuentran circunstancias que favorecen las conductas disruptivas de sus hijos: problemas de
estabilidad familiar, ausencia de alguna figura (paterna o materna), falta de pautas de crianza correctas,
proteccionismo, falta de límites adecuados, excesivo tiempo sin la presencia de los padres por sus
horarios de trabajo, enfermedades, abandono, etc. Desde mi punto de vista, el trabajar con las familias
debe ser el primer objetivo para poder cambiar las conductas de esos chicos, no para decirles lo mal que
lo hacen sino para desde la escucha, proponerles un compromiso mútuo de cambio y de responsabilidad con
sus hijos. Haré mucho hincapié en esto último. Las familias de chavales problemáticos suelen saber lo que
tienen en casa y si sólo les recriminamos por este hecho, se ponen a la defensiva. Prefiero involucrarlos en
un proceso de cambio en los que todos vamos a hacer algún tipo de actuación. En mi experiencia, hay un
punto de inflexión en la que las familias de estos chavales pasan a pedir ayuda, a solicitar elementos de
cambio, porque también sufren en casa las conductas de sus hijos. Estas familias, cuando se sienten
escuchadas, suelen adoptar una nueva actitud frente a sus hijos aunque, también veo en ocasiones, que
están tan cansadas que tiran la toalla.

Una vez que hemos abordado con la propia familia que existen problemas en el aula (y seguramente
también en casa) tenemos que trabajar con el alumno en cuestión y con los profesores de éste. Con el
alumno me interesa conocerle como persona en su globalidad, no sólo como el alumno que hace tal o cual
cosa en el aula. Necesito tener una visión más amplia, es decir, desde sus amigos, relaciones sociales, uso
de Internet, relaciones familiares, expectativas, atribuciones… hasta su vida como estudiante, su
percepción de los estudios y lo que ocurre en el aula. No se trata de comenzar echándole una bronca para
que se porte bien sino empezar conociendo a quien tengo delante y después averiguar porqué se comporta
como se comporta. Este aspecto es clave, ya que la visión del porqué de las conductas de los alumnos es
totalmente distinta a la que tenemos los profesores. En este proceso, el objetivo es que el alumno asuma
la responsabilidad en sus conductas, que tome conciencia de porqué las realiza para después pasar a
comprometerse con un cambio.

Naturalmente, para que estos dos procesos descritos no queden en sólo palabras es necesario tener claros
algunos aspectos. Llegaremos a compromisos concretos, tanto con el alumno como con su familia, que
revisaremos regularmente, y que dejaremos plasmados por escrito. En esos compromisos, igualmente,
estarán los referidos al uso de servicios comunitarios, en caso de que sean necesarios, como talleres
prelaborales, servicios de salud mental, educadores de calle, etc. Si queremos un cambio en algunas
conductas de los chavales, tendremos que usar un método determinado (yo uso a Skinner) y un
seguimiento semanal. A todos los acuerdos y compromisos a los que lleguemos, tenemos que involucrar al
tutor, de forma que sea también una parte activa en el abordaje del problema ya que es la figura de
referencia del alumno y su familias. Pero además del tutor, el resto de profesores deben involucrarse con
el cambio porque si no no será efectivo. Si fuera tan sencillo como llegar a acuerdos entre familia y
alumno con el orientador o el tutor, no habría problemas. La participación de los profesores del equipo
docente será la llave a un cambio real con ese chaval. Así pues, los criterios de actuación con él deben ser
comunes. En mi experiencia, aquí fallamos estrepitosamente, porque cada uno se hace una interpretación
de lo que pasa y decide trabajar en su aula según su propio criterio, echando por tierra todo el trabajo
realizado.

Luego está el problema de la desmotivación escolar de muchos de estos chicos. Perciben los estudios como
algo aburrido y ajeno, que no les va a proporcionar ninguna llave para el futuro. Añaden a su desgana, el
retraso en conocimientos académicos que hará progresivamente que su estancia dentro del aula sea
únicamente interesante por encontrarse con sus amigos. El otro día uno de los alumnos expulsados de mi
centro con el que hablo semanalmente me decía que hablara con él entre recreo y recreo porque así juega
con sus amigos. Los estudios le importan bien poco pero sus amigos están en el centro. Por tanto, el reto
es reenganchar a estos chavales al ritmo del aula, a que den valor a lo que aprenden. Cuando analizo las
situaciones en las que ha habido problemas en las aulas, en muchas ocasiones, los problemas vienen
motivados porque algunos profesores esperan que los alumnos estén en silencio todo el rato prestando
atención a sus explicaciones sin moverse del sitio. Esta expectativa en Secundaria Obligatoria me parece
una ilusión, una quimera, especialmente en el primer ciclo, máxime si el alumno permanece pasivo, sentado
esperando a que, en el mejor de los casos, le pregunten, siguiendo las explicaciones en la pizarra o en el
libro. De acuerdo que es lo que tienen que hacer, y con una mayoría de chavales esto funciona. Sin
embargo, con los chavales que molestan, su propia desmotivación escolar les lleva a no soportar esa
dinámica de clase y,en consecuencia, interrumpir.

Llegados a este punto, entramos en la cuestión de la gestión emocional del aula. Creo, sinceramente, que
los profesores no estamos preparados para la gestión emocional del aula. Teniendo en cuenta la cantidad
de interacciones que se producen en el aula, nos preocupamos casi exclusivamente en la tarea y el control
de la disciplina y dejamos de lado el aspecto emocional. Sin un clima de aula adecuado no es posible el
aprendizaje, algo que siempre intuí y ahora los científicos ponen de manifiesto. Los profesores no estamos
formados en este aspecto y no sabemos interpretar las interacciones del aula en clave emocional.
Desconocemos las emociones de los chavales y tampoco las sabemos encauzar. La inmensa mayoría de las
veces, además, ocultamos cómo nos sentimos frente a lo que ocurre dentro de clase. Creo que ganaríamos
an autenticidad si fuéramos capaces de expresarnos emocionalmente, alumnos y profesores.

Desgraciadamente, con los chavales que nos ponen al límite, nos despegamos en ocasiones de nuestro rol
profesional y entramos en una lucha sin cuartel dejando que nos afecte emocionalmente. ¿Cuántas veces
se escuchan en pasillos o salas de profesores frases como “este alumno se las va a ver conmigo”? ¿Cuántas
veces escucho en el despacho de orientación “ese profesor se las va a ver conmigo”? A muchos profesores
se les hace muy cuesta arriba entrar en algunas aulas de Secundaria. No les falta razón pero el método
que usan para superar la situación no sirve porque la expulsión tiene fecha de caducidad; ese alumno que
molesta volverá al aula.

¿Podemos soñar con una Escuela sin chicos problemáticos?

Desde luego quienes trabajamos en la enseñanza pública y en las etapas obligatorias sabemos la respuesta:
no. Pero es que, además, esos chicos que molestan tienen el derecho de aprender como el paciente
fumador tiene el derecho de ser atendido por un médico. Desde hace unos años, la escolarización
obligatoria llega a los 16 años y el derecho a permanecer en los centros de Secundaria se amplía hasta los
18 años. Así que habrá que buscar nuevas soluciones a un problema que ya es viejo, demasiado viejo.

Podemos aplicar viejas soluciones a nuevos problemas; podemos aplicar nuevas soluciones a nuevos
problemas pero no podemos aplicar viejas soluciones a viejos problemas.

Entender cuál es la cultura del centro educativo nos va a ayudar a que abordemos los problemas de
disciplina desde una perspectiva más amplia que la individual. Parece que los centros en los que hay un alto
nivel de participación de la comunidad educativa y un alto nivel de motivación e implicación del
profesorado, se dan unos niveles altos de aprendizaje y los problemas de convivencia se reducen
drásticamente. En estos centros hay un alto grado de implicación de las familias (pero no sólo para
organizar la fiesta de fin de curso) en la vida diaria, incluso entrando a participar en las aulas como
colaboradores y ayudantes del profesorado. En estos centros educativos con menos conflictividad
(excluyendo a los que seleccionan al alumnado socialmente, claro), existe una cultura del centro en la que
se trabaja más en equipo, en la que se abordan los conflictos con la participación de toda la comunidad
educativa, donde el centro se convierte en un referente emocional para los chavales y sus familias. Y dejo
para el final algo muy importante: existe un liderazgo institucional y motivacional por parte de los equipos
directivos.

Todas las comunidades autónomas en España han convocado concursos de buenas prácticas sobre
convivencia, bueno, casi todas. Estas buenas prácticas son un ejemplo de que mis palabras no son teorías ni
de que hablo de otros países. Hablo de colegios e institutos públicos, en su inmensa mayoría, que se han
dado cuenta que no pueden seguir haciendo lo de siempre porque no funciona, sencillamente.

En Asturias tienen encuentros anuales sobre convivencia; Castilla y León premió a los centros destacados
por las buenas prácticas; Aragón premia sus centros destacados; el País Vasco hace lo propio; Cantabria
tiene sus premiados. En Madrid tenemos pocos ejemplos, al menos que yo sepa. Andalucía tiene un portal
específico sobre convivencia con buenas prácticas y mucho más… podría seguir, basta con buscar en
Google para ver que sí existen alternativas a la gestión tradicional de la convivencia promovidas incluso
desde la propia administración. Luego hay alternativas, claro que las hay.

Pero me podéis contestar que es fácil mejorar la convivencia en centros donde apenas hay conflictos. Sin
embargo, la mayoría de los centros de los que hablo tienen altos niveles de alumnos inmigrantes, de etnia
gitana y de alumnado socialmente desfavorecido, en consecuencia, tienen muchos repetidores, un alto
grado de fracaso escolar y un alto grado de absentismo. Estos centros dan un giro radical en el abordaje
de la convivencia al centrarse en el aprendizaje como motor del éxito y al cambiar la forma de gestionar
los conflictos dentro y fuera del aula. Como una vez escuché a otro profesor:

Nada motiva más a un alumno que aprender.

No me extenderé más, pero es posible abordar el problema de la convivencia desde perspectivas globales,
de centro educativo en las que los alumnos son parte de la solución y no sólo del problema.

Si otros han podido, ¿porqué nosotros no podemos?

REFERENCIAS

Comunidades de Aprendizaje. Página del movimiento en España. Sus centros se transforman buscando un
sueño compartido por la comunidad educativa en el que el éxito y la convivencia son ejes del mismo.
Centros adheridos al movimiento.

Colegio La Paz, de Albacete. Pasó de ser un gueto a un colegio con esperanza, alegría y mejores
resultados. Un cambio apoyado desde la Administración Educativa.

Otra Escuela es Posible. Proyecto para soñar y transformar la Escuela.

http://victorcuevas.es/educadores21/archives/1217

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