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Juan Bautista Vico (1668-1744). Escribió: Principi d’una scienza nuova intorno alla natura delle
nazioni (1725); De nostri temporis studiorum ratione (1708); De antiquissima Italorum sapientia
(1710); De universi iuris uno principio et fine uno, (1720).
El ingenio y la verdad
Según Vico, el ingenio es la capacidad que el hombre tiene de interpretar el mundo y su relación
con él en un sistema de unidades significativas, para determinar el puesto que las cosas tienen.
Por ello, cada nivel sapiencial exige ingenio, facultad inventiva de conocer lo nuevo, de buscar y
reconstruir la verdad. Se trata del aspecto creador de la mente: su acto es un hacer (facere). Su
función consiste en recoger elementos diversos y heterogéneos para reunirlos y construir un todo.
De ahí que sea la capacidad sintética y constructiva de la mente. Y se despliega en dos órdenes:
precientífico y científico. En el primero, imaginativo y espontáneo, es la capacidad de buscar y
reconstruir la verdad que existe en la forma singular aprehendida por los sentidos; o sea, conoce
lo verdadero (verum) espontáneamente, antes de todo raciocinio, adscribiéndose a los momentos
en que preponderan la memoria y la fantasía; es, pues, aquí una facultad operadora de las artes y
de los experimentos en su fase espontánea. En el segundo, racional y reflexivo, es la capacidad de
buscar y reconstruir la verdad que existe en forma general aprehendida por la razón; o sea, conoce
lo verdadero críticamente; es el momento energético del raciocinio y da lugar a las ciencias y los
experimentos en su fase refleja. El ingenio es la función que el espíritu tiene de hallar y ordenar
estructuralmente las conexiones entre las cosas, comenzando en el nivel sensible de la fantasía y
culminando en el nivel inteligible de la razón. Pero genéticamente el ingenio es antes sensible que
inteligible; aunque en sí misma sea una facultad trascendida por el espíritu. (Véase: Juan Cruz
Cruz, Hombre e historia en Vico, Pamplona, Eunsa, 1982, 144-150).
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Evidencia fáctica y evidencia genética
Al criterio general cartesiano de la idea clara y distinta Vico opone la objeción de que Descartes
había tomado la constatación inmediata de una idea como simple justificación de ésta. Proceder
que es nefasto para la filosofía[1]. Pues esa claridad y distinción acompañan solamente a un
estado subjetivo, cuya justificación de ser así más bien que de otra manera no es dada por
Descartes. La evidencia fáctica necesita de una evidencia genética.
Por eso Vico insiste más en la distinción de la idea que en su claridad, cuyo carácter es subjetivo.
La demostración de la claridad conlleva un paso previo que componga, elemento por elemento,
toda su estructura, engendrándola mentalmente con las partes que se tengan. La distinción es
signo de que se poseen los elementos de la idea, de cuya generación o composición surge la
estructura de ésta ante los ojos del espíritu[2]. La evidencia se hace así genética.
“La certeza de pensar es conciencia, mas no ciencia, y conocimiento vulgar, que puede ser tenido
por cualquier ignorante […] Saber es, efectivamente, conocer la manera o la forma con la que se
hace la cosa; la conciencia, en cambio, lo es de esa cosa respecto de la cual no podemos demostrar
ni su generación, ni su forma”[3].
Es posible que esta crítica viquiana a Descartes estuviese apoyada en la argumentación de
Malebranche. Este había distinguido perspicazmente, de un lado, el sentimiento del conocimiento,
el “tomar contacto” con una cosa y, de otro lado, el “explicarla” construyéndola con sus
elementos objetivos. En el primer caso se tiene una conciencia de existencia; en el segundo, una
conciencia de esencia o estructura[4]. “El sentimiento interior que tengo de mí mismo –dice
Malebranche– me enseña que soy, que pienso, que quiero, que siento, que sufro, etc., pero no me
hace conocer lo que soy, la naturaleza de mi pensamiento, de mi voluntad, de mis
sentimientos”[5].
En el mismo sentido arguye Vico afirmando que Descartes yerra al tomar un hecho de conciencia
por principio de ciencia. El hombre conoce que existe, pero ignora en este mismo hecho la causa
de su propio ser, dado que no se crea a sí mismo. Menos aún puede decirse que el pensamiento
sea la causa del existir, por la sencilla razón de que el yo existente está compuesto de cuerpo y
mente: si la mente fuese causa de mi existir total, sería también causa de mi cuerpo; pero esta
solución queda desmentida por el hecho de que hay cuerpos que no piensan y, por lo tanto, la
causa de su existencia no puede ser atribuida a la mente[6]. Por otra parte, tampoco el
pensamiento es causado por la mente sola, puesto que, de ser así, mi pensamiento sería puro,
penetrativo, intuitivo y no, como es el caso, discursivo, abstractivo, limitado a la apariencia (es
un ratiocinari)[7]. Saber implica conocer las causas que originan a las cosas.
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Para Vico conocer no es simplemente constatar, sino explicar; y la explicación de una cosa se hace
apelando a sus causas. De ahí que el criterio haya que buscarlo en el conocimiento de la
producción o reproducción del proceso causal. Su evidencia es genética. Si conocer es explicar; si
explicar, a su vez, es apelar a la causa, entonces el conocimiento perfecto se logra cuando somos
conscientes tanto de la causa como del mecanismo de su causalidad; o sea, cuando tenemos el
fundamento y el proceso o el dispositivo mediante el cual el fundamento se despliega en lo
fundado. La mente conoce el proceso causal en la medida en que puede hacerlo o reconstruirlo, o
sea, en la medida en que opera como causa. No es ella misma causa formal del proceso existen-
cial, sino causa eficiente de la estructura ideal construida. El modelo de construcción que Vico
tiene ante los ojos es plausiblemente el matemático y, más en concreto, el geométrico.
Conocer es captar lo que se hace. O de otra manera: el proceso de conocer se convierte con el
proceso productor del objeto. En el acto de creación, producción o construcción del objeto se
tiene el criterio explicativo de verdad, pues en él se equivalen el conocer y el hacer. La verdad
críticamente fundada se da en la génesis de lo hecho por la mente: “Veri criterium ac regulam
ipsum esse fecisse”[8].
“El criterio de lo verdadero y la regla para reconocerlo es el haberlo hecho; por consiguiente, la
idea clara y distinta que tenemos de nuestro espíritu no es un criterio de lo verdadero, y no es ni
aun un criterio de nuestro espíritu; porque el alma, conociéndose, no se hace a sí misma; y pues
que no se hace, no sabe la manera con que se conoce”[9].
“Probar por causas quiere decir ordenar la materia, o sea, los elementos desordenados de una
cosa, para recomponerlos ordenadamente en una unidad, dando a la cosa misma una forma
determinada”[10].
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En virtud de que el proceso de génesis puede ser, en hipótesis, o bien puramente intelectual y
comprehensivo, o bien escuetamente racional y discursivo, es posible concebir dos tipos de
espíritu o mente: el absoluto y el contingente. En un espíritu absoluto, el proceso genético sería el
conocimiento de todos los momentos de una cosa: y porque produciría la congruencia genética
total del acto pensante y del objeto pensado, necesariamente comprendería, contendría y
representaría todos los momentos constitutivos, tanto internos como externos de esa cosa. En el
espíritu contingente, el proceso de génesis es limitado y discursivo, pues no establece todos los
momentos constitutivos, no siendo así comprehensivo. Si lo verdadero es exactamente lo hecho,
el espíritu absoluto es lo primero y verdadero, en cuanto que es el primer hacedor y creador. El es
también “lo más perfecto y verdadero”, porque en Él están presentes tanto los elementos
extrínsecos como los intrínsecos de las cosas[11]. Posee, entonces, el espíritu contingente una
determinación genética deficiente: tiene que recoger los elementos, para él dispersos: salvo en el
ámbito matemático e histórico -y en ninguno de los dos plenamente- no puede captar todos los
elementos de una cosa, no puede producir una congruencia genética de acto pensante y de objeto
pensado, por lo que no hace más que “recoger” los momentos exteriores de las cosas, sin
representárselos adecuadamente[12].
Así se comprende por qué el criterio de verdad cartesiano es insuficiente: “La idea clara y distinta
no puede ser criterio de la mente que la concibe; pues, al conocerse, la mente no se hace a sí
misma y, no haciéndose a sí misma, ignora la génesis de este su conocimiento o, lo que es lo
mismo, la guisa con la que se produce este acto cognoscitivo”[13].
Lo que el espíritu contingente puede hacer de cara a esas naturalezas es construir una razón
probable o verosímil. Esta, guiada también por el axioma de la convertibilidad entre lo verdadero y
lo hecho, no origina una congruencia perfecta.
“Si el orden de las cosas es eterno, la razón es eterna y de ella proviene la verdad eterna; si, en
cambio, el orden de las cosas no consta siempre, ni en todas partes, ni a todos, entonces en el
campo del conocimiento la razón será probable, en el campo de la acción verosímil”[14].
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La ciencia reside en poseer conocimiento de la causa; y el criterio para determinar que se tiene
ciencia de una cosa es efectuarla: probar por causas es hacer la cosa. Con ello se logra el
conocimiento “críticamente verdadero”, donde verdad y hecho se equivalen. Este criterio asegura,
por ejemplo, a las matemáticas el carácter de ciencias, ya que ellas prueban por las causas, frente
a otros conocimientos no científicos, que sólo son ciertos en virtud de signos indudables, o
probables por la fuerza de los raciocinios, o verosímiles por medio de conjeturas.
También la Historia, como veremos, es científica porque participa del criterio genético.
Si prestamos atención a los textos de Vico, veremos que la convertibilidad de lo verdadero y lo he-
cho es el criterio que, en primer lugar, da la idea que regula críticamente todo conocer y, en
segundo lugar, ofrece la clave para advertir la jerarquía del saber exacto (imperfecto en el hombre,
perfecto en el espíritu absoluto). Hay, pues, una clara diferencia entre “identidad” y
“convertibilidad” de verum y factum: aunque para el hombre se pueda dar la segunda, nunca se
dará la primera. En el espíritu absoluto la convertibilidad sería perfecta identidad de momentos
estructurales; en el espíritu contingente, en cambio, no se da la congruencia perfecta y plena de lo
verdadero y lo hecho. Sin embargo, de manera impropia –aunque formal– tal congruencia puede
ser realizada por la Matemática y la Historia.
Como el hombre no tiene un espíritu absoluto, ha de tomar el criterio de convertibilidad de lo
verdadero y lo hecho como idea que regula críticamente todo conocer, o sea, como fundamento
formal de su dispersa discursividad. De este modo, puede explicar esa discursividad a partir de la
falta de identidad que lo verdadero y lo hecho tienen en el espíritu finito[16].
La verdad del espíritu contingente debe ser vista a partir de la no identidad de este espíritu con lo
que produce[17].
En este caso no debe olvidarse que la congruencia genética invocada por Vico acontece en el
ámbito estrictamente ideal o mental de la razón; no tiene lugar, pues, en el plano real o
existencial[18]. El conocimiento racional del hombre está referido a las determinaciones
inteligibles de las cosas, a la estructura, quedando lo individual y existencial, por su carácter
indeterminado e indefinido, fuera de su orden temático. Lo que tiene perfil, figura, forma o
determinación es el objeto de la inteligencia. Y lo que ésta hace, en su proceder genético, no es el
objeto existente, sino el objeto explicado críticamente, sacado de su opacidad presencial y
transformado o iluminado, hecho objeto inteligible para una razón finita. El axioma “verum–
factum” expresa una recreación mental[19]. Cuando el entendimiento posee los elementos
estructurales puede hacer o reconstruir el sistema fundamental eidético del objeto; al ponerse
como hacedor consigue críticamente la verdad. Entender algo como verdadero equivale así a
construirlo eidéticamente. El factum de Vico es, paradójicamente, un eidos.
En virtud de su hiperrealismo genético, Vico sostiene que el fundamento, por ser tal, carece de
principio. Esta carencia no es una falta, sino un modo de plenitud: no tiene por qué tener
principio.
Jamás, pues, para Vico, el axioma verum–factum, como expresión del principio de razón suficiente,
puede poseer el valor trascendental que tiene el axioma metafísico de identidad o contradicción:
es un principio categorial, no trascendental. Es aplicable a los reinos categoriales que la razón
alcanza. Esta no es competente en todo el ámbito del ser. El fundamento mismo no tiene razón, es
inexplicable y, sólo en este sentido, irracional.
Aunque desde el modo humano de entender la relación del Absoluto con sus creaciones, se
atribuyera a dicho Absoluto el canon del verum–factum, debe indicarse que tal canon conviene
propiamente al ejercicio categorial de la inteligencia humana. Porque Dios, de un lado, para
conocer una cosa, no tiene por qué hacerla; El conoce inmutablemente todas las cosas posibles en
su esencia infinitamente perfecta. De otro lado, la verdad del Absoluto en sí mismo no es su
hacerse, porque el Absoluto propiamente no deviene, sino que es totalmente, sin un ejercicio
causal sobre sí mismo.
Vico limita, por la referencia al fundamento, las pretensiones universales del racionalismo
moderno y, por lo tanto, la trascendentalidad del axioma verum–factum. El no comprender estas
dos dimensiones del pensamiento viquiano ha dado lugar a la interminable lista de
interpretaciones en que se ahoga la bibliografía sobre el napolitano.
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Si, desde un punto de vista formal, Vico afirma que lo verdadero se convierte con lo hecho, ¿en
qué relación está el hacer con la verdad? Esta es la cuestión neurálgica que ha dividido a los
exégetas.
Más audaz y profunda es la interpretacion idealista según la cual es la realidad íntegra la que nace
de la producción mental: el hecho real es inmanente entonces a la conciencia. Por el verum–
factum se define entonces el conocimiento como síntesis a priori, la cual hace del conocer, según
B. Spaventa, un producir real y creador. Para este maestro idealista, Vico habría sido “precursore
di tutta l’Alemagna”. El mismo desarrollo histórico es autogénesis[23]. La Scienza Nuova sería una
Filosofía del Espíritu, precursora inmediata de la hegeliana. También para B. Croce por medio
del verum–factum “viene determinada la condición y naturaleza del conocimiento, la identidad del
pensamiento y del ser, sin la cual es inconcebible el conocimiento”[24]. Croce cree que Vico, con la
nueva fórmula de su gnoseología, entra también en el “subjetivismo de la filosofía moderna
inaugurado por Descartes”[25]. Por último Gentile sigue esta misma línea interpretativa,
identificando la “mente” que Vico estudia con la “autoconciencia” de corte hegeliano[26].
El verum–factum expresaría un “concepto que niega evidentemente la preexistencia del objeto a
la mente que lo conoce y confiere a ésta una actividad creadora”[27]. A juicio, pues, de Spaventa,
Croce y Gentile, con el criterio verum–factum aparece perfectamente el hombre como creador de
realidad. Se trata de un racionalismo completo, un constructivismo absoluto. De ahí que, en su
libro L’idealismo, Mignosi sostenga que cuando se afirma que el idealismo moderno comienza con
Vico y con su fórmula verum est factum, “se está diciendo algo completamente definitivo”[28].
El criterio genético de Vico sería también asimilado, por la corriente marxista, a una producción
del mundo por el hombre, en virtud de las necesidades vitales o “económicas” que éste debe
satisfacer. Así, para Badaloni, la Ciencia Nueva se dedica “a reconstruir el concepto del verumen
relación con esta radical ‘economicidad’ de nuestra naturaleza. El metro de la verdad no se
consigue a través de una interna elaboración de las ideas, sino mostrando cómo toda creación
singular de la mente hace posible y favorece la conservación de nuestro ser”[29]. El factumqueda
convertido, según Badaloni, en la naturaleza transformable; y las propias invenciones de la mente
son sometidas a la radical verificación de lo prácticamente útil[30].
Las interpretaciones mencionadas acentúan, pues, una serie parcial de los argumentos de Vico.
Proponen como criterio de todo saber el principio verum–factum y a continuación rechazan todo
tipo de noticia que no se ajuste a ese criterio. Eliminan la conexión metafísica que el criterio
mantiene con la realidad supraempírica, de la cual es manifestación genética.
Vico reconoce un saber verdadero que no es absoluto y que se jerarquiza en planos distintos.
Incluso en el ámbito reflejo hay niveles: “el cierto mediante signos indubitables, el probable por
fuerza de buenos raciocinios, el verosímil por medio de potentes conjeturas”[31].
Por eso Vico no hace del verum–factum un principio trascendental. Que no lo haya hecho es
precisamente el reproche que lanza Mondolfo contra Vico[32]. El autor susodicho piensa que el
napolitano no supo ver la universalidad de tal principio y, por ello, no lo extendió al conocimiento
de la naturaleza. En cambio, habría sido Galileo el primer moderno que hizo del experimento una
producción del fenómeno, o sea, un procedimiento en que el hacer y la verdad se identificaban.
Vico piensa que la matemática es un producto mental que opera como una ayuda a la
investigación. No comparte con Galileo la ontología matematizante; pero acepta el valor de la
matemática para reconstruir (conjeturalmente) la realidad física. “La conjetura no excluye la
exactitud; tan sólo capta la verdad en sus efectos, por tanto en una reconstrucción que tiene, vi-
quianamente, la figura de la verosimilitud”[33].
El hombre no es creador absoluto ni del ámbito natural ni del ámbito cultural o histórico, a pesar
de las indicaciones que Vico hace en el sentido de que, siendo el hombre autor del mundo cultural
y no del natural, puede tener de aquél un conocimiento verdadero y de éste un conocimiento
verosímil. Con esta tesis Vico establece solamente un primado de la investigación orientada a la
cultura y a la historia como “ámbito que se instituye en la conexión de saber y hacer, sobre la cual
se puede fundar metodológicamente una reconstrucción cognoscitiva inmanente” [34].
La evidencia constatativa o fáctica, por otra parte, no es negada por Vico. El reconoce dos tipos de
evidencia fáctica: la del plano metafísico (ser y sustancia) y la del plano no metafísico (histórico,
físico y matemático). Aquélla asegura en el nivel del ser y de la sustancia, además de los conceptos
primeros, los principios fundamentales del conocimiento, como el de contradicción y el de
identidad, sin los cuales no quedaría afianzado el proceso genético mismo. La evidencia fáctica del
plano metafísico es el límite en que rebota obligadamente la razón hacia sí misma, urgida por la
sobreactualidad inefable del ser y de la sustancia. Dicha evidencia otorga seguridad al ulterior
despliegue mental que intenta construir la estructura esencial de lo dado en el plano histórico,
matemático o físico. A través de esa evidencia fáctica superior, el intelecto señala, con
insinuaciones y alusiones, a un núcleo semántico inabarcable para la razón, la cual se ve por ello
obligada a configurar genéticamente en contornos definidos lo que queda en la existencia. Por la
evidencia fáctica del plano metafísico hay seguridad de realidad; por la evidencia genética del
plano no metafísico hay resignación de límites. Lo que Vico exige es que la evidencia fáctica del
plano matemático físico e histórico se amplíe y concluya en una evidencia genética, porque sólo
por la construcción del objeto la mente recoge el valor estructural de lo real.
Con ese principio no se refiere, pues, Vico a un proceso de causalidad eficiente extramental ni a
una generación existencial, sino a un despliegue formal y objetivo de notas, conducido por la
eficiencia intramental de la razón, el cual desemboca en la construcción de la estructura esencial
del objeto. Ahí lo que cuenta es la guisa o el modo de esa causación. La condición que garantiza,
para una mente finita, la expresión veritativa del ser o de la idea real no es su claridad fáctica, sino
su génesis. La mente no hace la “verdad” del objeto, sino el “objeto” verdadero: generando el
objeto tal como debe ser hecho se revela su verdad.
[1] C 131 (Al Padre Edoardo de Vitry).
[2] Amerio, 17
[3] AS 258.
[6] AS 259.
[7] AS 248.
[8] A 254.
[9] AS 254.
[10] AS 266-267.
[11] AS 248.
[12] AS 249.
[13] AS 254.
[15] 2R 346. La falta de precisión de nuestro conocimiento habia sido ya explicada por Nicolás de
Cusa en términos parecidos a los que utiliza Vico: De docta ignorantia, I, 3; De Conjecturis, I, 13.
[16] AS 260.
[20] En los primeros capítulos del libro que P. Siciliani escribió Sull rinnovamento della filosofia
positiva in Italia (Firenze, 1871) se pasa revista a varias interpretaciones del principio verum–fac-
tum de Vico para desembocar en esta explicación positivista.
[22] A. Levi, “Vico e Cattaneo”, en Rivista Intern. Filos. Diritto, en el 2º Centenario de la Scienza
Nuova, 1925 (101-111), p. 109.
[23] B. Spaventa, La filosofía italiana nelle sue relazioni con la filosofía europea, Nuova Ed. a c.d.
G. Gentile, Bari, 1908, pp. 124-125; 133-134.
[24] Croce, 26 y 30-31.
[31] 2R 346.
[33] Luisa Muraro Vaiani, “Del rapporto tra Vico e Galileo”, Rivista Filos. Neoscolastica, 1969, 61
(728-731), p. 729.