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24 de marzo de 1976 Una fecha para recordar… un motivo para luchar

Cuarenta años han pasado, y no olvidamos.

Parece mucho tiempo, pero las consecuencias de la feroz represión de la última


dictadura todavía golpean con fuerza en el sentimiento de quienes perdieron padres,
hijos, nietos, amigos, familiares, compañeros de lucha, líderes sociales, dirigentes
sindicales, militantes populares. Todos ellos víctimas de un plan deliberado, que los
sectores económicos más poderosos orquestaron para someter a la sociedad argentina a
un brutal experimento: romper las bases de sustentación del modelo económico-social
vigente hacia mediados de los años ‘70 y refundar estructuralmente el país en función de
sus mezquinos y privilegiados intereses.

Es cierto que contaron con el impulso inicial del propio gobierno constitucional anterior,
que desde 1975 fue abriendo las puertas al giro demencial tomado un año después, como
los paquetazos de ajuste económico y social (con el rodrigazo), la creciente cesión de
facultades a las fuerzas armadas para multiplicar la represión contra el pueblo, la
creación de fuerzas parapoliciales para perseguir, secuestrar y asesinar a más de mil
militantes políticos, gremiales, juveniles, intelectuales y defensores de los derechos
humanos (la tristemente célebre Alianza Anticomunista Argentina creada desde el
ministerio de bienestar social por José López Rega).

Pero para los poderosos todo eso no alcanzaba. Era necesario ir más a fondo para que
esta refundación estructural no pudiera revertirse en el futuro. Para eso se requería una
política que destruyera los pilares de una sociedad que con todas sus limitaciones era un
ejemplo en América Latina y el mundo, por los bajos índices de desigualdades sociales,
por la casi ausencia de desempleo y pobreza, por la cohesión social y la movilidad
ascendente generalizada, por los avances culturales y científicos, y por la imposibilidad
de gobernar eternamente de manera autoritaria en beneficio de los grupos
empresariales más concentrados y en perjuicio del pueblo (el famoso ‘empate social’).

Era necesario para los fines del proyecto dominante generar una profunda crisis, que
permita realizar las reformas estructurales que arrasaran con las conquistas
económicas, laborales, previsionales y sociales de más de medio siglo. Y eso sólo se podía
lograr con una sangrienta dictadura encabezada por las fuerzas armadas genocidas, que
con el golpe de estado del 24 de marzo de 1976 iniciaron el autodenominado “Proceso de
reorganización nacional”. Lo decían claramente: vinieron para refundar la nación.

Las hechos más dolorosos de los muchos miles y miles de secuestrados, encarcelados,
torturados y asesinados, fueron después investigados durante la vigencia de la
democracia, y varios de los genocidas responsables juzgados y castigados. Aunque
todavía el capítulo de la justicia contra todos los represores no se ha cerrado y muchos
crímenes siguen impunes, se dieron avances significativos gracias a la lucha popular.
Pero donde se observa un rotundo éxito en los objetivos planeados por la dictadura a
partir del 24 de marzo de 1976, a pesar del retorno a la democracia en diciembre de
1983 y de la sucesión posterior de distintos gobiernos, fue en la ruptura definitiva del
modelo vigente hasta entonces, que terminó luego a fines del siglo XX de una larga crisis,
y en el esbozo y el despliegue de un nuevo modelo económico-social a lo largo de este
siglo XXI.

Ese nuevo modelo de economía y sociedad, modelo neocolonial impuesto por las grandes
corporaciones, el capital financiero internacional y sus aliados nativos, se basa en un
extractivismo depredador y saqueador de nuestros bienes comunes, una concentración
feroz del ingreso y la riqueza, una exclusión social que generaliza desempleo, trabajo
precario, pobreza masiva e indigencia para millones.

Para lograr esta sociedad desigual, concentrada y extranjerizada, se contó con una
herramienta clave: la deuda fraudulenta y odiosa que generó la dictadura, y que la han
aceptado sumisamente todos los gobiernos posteriores. La deuda posibilitó desde el
retorno a la democracia, que las políticas estuvieran condicionadas por los sectores
dominantes, y a la vez generó una transferencia de ingresos permanente hacia los
usureros internacionales. Una deuda que creció de manera fraudulenta e ilícita casi 40
mil millones de dólares durante la dictadura; que no debió pagarse, pero se pagó más de
diez veces, y hoy se deben más de 350 mil millones (más pagamos, más debemos).
Además de mostrarse como el principal obstáculo para quienes aspiran a mejorar las
condiciones de vida de todos los argentinos.

Por estas razones, el 24 de marzo de 1976 es una fecha para que los argentinos no
olvidemos jamás, y para insistir en nuestros reclamos de justicia y castigo a los
culpables.

Pero a la vez también es un claro motivo para repudiar la deuda fraudulenta que hoy
quieren imponernos los usureros y parásitos, a costa de aplicar políticas de ajuste sobre
las mayorías. Y para luchar por lo que lucharon las miles de víctimas de la represión, que
buscaban y defendían una sociedad mejor para todos, más equitativa, solidaria y
sustentable.

Ese compromiso de lucha es nuestra mejor manera de mantener fresca en la memoria el


ejemplo heroico de los luchadores sociales y de homenajearlos con nuestro apoyo a los
millones de argentinos que reclaman y merecen un presente y un futuro mejor.

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