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APUNTE DE CLASE N°2: “LA IMAGINACIÓN SOCIOLÓGICA”.

En el marco de nuestras vidas cotidianas, las personas experimentamos una multitud de inquietudes y
dificultades de diferente tipo: desde laborales a familiares, desde escolares a problemas de salud, desde
económicas hasta morales y religiosas. Y la manera en que definimos y afrontamos estas problemáticas suele
depender de aquello que sabemos y conocemos a partir de nuestra experiencia directa: esto es, nuestras
acciones se encuentran guiadas por las experiencias que vivimos en nuestra órbita privada (sea el habitual
escenario del trabajo, de la familia, del barrio, etc.). Muy raras veces, nos tomamos el trabajo de pensar y
definir nuestras problemáticas en relación a los cambios históricos que se suceden actualmente, o con las
características contradictorias de las instituciones que constituyen a la sociedad. Lo que es más,
generalmente, las personas no imputan o asocian el bienestar – o malestar – del que gozan en sus vidas
cotidianas a los grandes vaivenes de la sociedad en que viven, así como no suelen ser conscientes de la
intricada conexión entre las características de sus propias vidas y el curso de la historia del mundo. Por
ejemplo, es común que ante el despido de un/a empleado/a en una empresa, se defina el problema en
términos individuales, como el buen o mal rendimiento del/a mismo/a, la buena o mala relación que
presentaba con los/as jefes/as, el correcto cumplimiento de las normas del establecimiento, etc. Pero son muy
pocas las personas que se toman el trabajo de reflexionar y poner en contexto dicha situación, con las
características generales de la sociedad en que se produce dicho despido: por ejemplo, el carácter expansivo
o recesivo de la economía (lo cual puede alimentar la reducción de costos de la empresa a partir del recorte
de personal, en pos de mantener el mismo nivel de ganancia), la existencia o no de derechos laborales que
protejan al trabajador y su cumplimiento efectivo o no, la tendencia a la automatización del trabajo en ciertas
ocupaciones (principalmente, aquellas de menor calificación), la tendencia global a desplazar la contratación
de ciertos trabajos y servicios a países en los cuales la mano de obra sea más barata, entre muchos otros
aspectos sociales e históricos que pueden haber influido en el despido de dicho/a trabajador/a, por fuera de la
situación individual y particular en la que se produjo.
Según el sociólogo estadounidense Charles Wright Mills (1916-1962), la razón por la cual la mayor parte de
las personas en su cotidianeidad no logran establecer esa interrelación entre el hombre y la sociedad, entre la
biografía personal y la historia, entre el yo y el mundo, es que carecen de una cualidad o destreza mental
esencial. Aquella que les permite hacer frente a sus problemas personales de modo que puedan identificar y
comprender la transformaciones generales y estructurales que suelen estar por detrás de ellas. No se trataría
únicamente de una falta de información, en especial teniendo en cuenta que, según el autor, nos encontramos
en la Edad del Dato, en la cual la información domina con frecuencia nuestra atención, encontrándose
disponible para la gran mayoría de la población (incluso rebasando nuestra capacidad de asimilarla). Lo que
necesitarían las personas para poder llevar a cabo ese tipo de reflexión y razonamiento, es una cualidad
mental o de pensamiento que les ayude a usar la información y a desarrollar la razón para obtener una mejor
comprensión de lo que ocurre en el mundo y de lo que quizás está ocurriendo dentro de ellos/as. A esta
cualidad mental, la denomina imaginación sociológica.
La imaginación sociológica permite a su poseedor/a comprender el escenario histórico más amplio en el cual
se inscribe y desarrolla la vida personal de los individuos. Así como el significado e importancia que cobra el
contexto histórico y social para poder reflexionar y explicar las trayectorias y experiencias de las personas en
su vida más particular y personal. A su vez, permite poner en evidencia la posición social que ocupan las
personas en el marco de la sociedad, la cual con frecuencia es falsa o erróneamente concebida.
El primer fruto o ventaja de esta imaginación – y la primera lección de la ciencia social que la encarna – es la
idea de que el individuo sólo puede comprender su propia experiencia y evaluar su propio destino
localizándose a sí mismo en su época. Sólo reconociendo el contexto histórico en el que vive, las
características y dinámica del mismo, podrá conocer sus propias posibilidades en la vida (así como las de
todos los individuos que se encuentran en las mismas circunstancias). La imaginación sociológica nos
permite captar la historia y la biografía, y la relación entre ambas dentro de la sociedad. Ésa es su tarea y su
promesa. Y reconocer esa tarea y esa promesa es la señal del analista social clásico.
A su vez, la imaginación sociológica expresa la capacidad de pasar de una perspectiva del pensamiento a
otra, en pos de realizar la tarea antes mencionada: de la política a la psicológica, del examen de una sola
familia a la estimación comparativa de los presupuestos nacionales del mundo, de la escuela al
establecimiento militar, del estudio de la industria del petróleo al de la poesía contemporánea. La
imaginación sociológica refleja la capacidad de pasar de las transformaciones más impersonales y remotas
(como cuando se habla de variables macroeconómicas mundiales) a las características más íntimas del yo
humano, y de ver las relaciones entre ambas. Detrás de su empleo, está siempre el anhelo y la necesidad de
saber el significado social e histórico del individuo en la sociedad, de desentrañar el lugar y función que
ocupa en la misma y el modo en que se relaciona con los demás y con las diferentes instituciones que
componen a la primera.
La imaginación sociológica, para el autor, es la forma más fértil de la conciencia que tiene el sujeto de sí
mismo. Una conciencia que presenta el hombre contemporáneo y que le permite verse a sí mismo como un
extraño o extranjero permanente, habilitándolo a comprender la relatividad social y el poder transformador
de la historia a la hora de definir el lugar, rol y destino del sujeto en la sociedad.
Finalmente, la imaginación sociológica, según Wright Mills, ofrece una distinción relevante que facilita el
desarrollo de este tipo de razonamiento: la diferencia entre las “inquietudes personales del medio” y los
“problemas públicos de la estructura social”. Por un lado, las inquietudes se presentan en el carácter de un
individuo y en el ámbito de sus relaciones inmediatas con otros sujetos. Se relaciona con su yo y con las
áreas limitadas de la vida social que conoce directa y personalmente. En consecuencia, el enunciado y la
resolución de las inquietudes que aquejan al sujeto, corresponden propiamente al individuo como una entidad
biográfica y dentro del ámbito de su ambiente inmediato. Por lo tanto, la inquietud es un asunto privado en el
cual los valores amados por un individuo particular le parecen a éste que están siendo amenazados. Mientras
que, por el otro lado, los problemas se relacionan con materias y aspectos que trascienden y superan el
ambiente local del individuo y el ámbito de su vida privada. Los problemas se vinculan con la organización
de muchos ámbitos dentro de las instituciones de una sociedad histórica en su conjunto, con las maneras en
que diferentes medios se imbrican e interpenetran para formar la estructura más amplia de la vida social e
histórica. Esto es, el modo en que se relacionan diferentes procesos, organizaciones e instituciones,
constituyendo las bases de la sociedad en la que vivimos. Por lo tanto, los problemas consisten en asuntos
públicos – y ya no privados –, en los cuales aquello que se encuentra amenazado son valores amados por la
gente o la población en general.
Analicemos un par de ejemplos para ilustrar esta idea, como ser el caso del desempleo. Cuando en una
ciudad de 100.000 habitantes sólo carece de trabajo un hombre o mujer, eso constituye su inquietud personal,
y para aliviarla atendemos al carácter de aquel hombre o mujer, a sus capacidades y a sus oportunidades
inmediatas. Pero cuando en una nación de 50 millones de trabajadores/as, 15 millones carecen de trabajo, eso
constituye un problema, y no podemos esperar encontrarle solución dentro del margen de las oportunidades
abiertas a un sólo individuo en particular. Tanto el enunciado correcto del problema como el margen de
soluciones posibles nos obliga a considerar las instituciones económicas y políticas de la sociedad, y no
meramente la situación y el carácter personales de individuos sueltos.
Veamos otro caso: la guerra. La inquietud personal de la guerra, cuando se presenta, puede estar en cómo
sobrevivir o cómo morir con honor, cómo enriquecerse con ella, cómo trepar a lo más alto del aparato militar
de seguridad, o cómo contribuir a ponerle término. En suma, encontrar, de acuerdo con los valores que uno
reconoce, una serie de ambientes y dentro de ella sobrevivir a la guerra o hacer significativa la muerte de uno
en la misma. Pero los problemas estructurales de la guerra se refieren a sus causas, a los tipos de hombres y
mujeres que lleva al mando, a sus efectos sobre la economía y la política, sobre la familia y las instituciones
religiosas, a la irresponsabilidad desorganizada de un mundo de Estados-naciones.
Veamos el matrimonio. En el matrimonio, los cónyuges pueden experimentar inquietudes personales pero
cuando la proporción de divorcios durante los cuatro primeros años de matrimonio es del 25%, esto es
prueba de un problema estructural que tiene que ver con las instituciones del matrimonio y de la familia y
con otras relacionadas con ellas.
Mientras una economía esté organizada de manera que haya crisis, el problema del desempleo no admite una
solución personal. Mientras la guerra sea inherente al sistema de Estados-naciones y a la desigual
industrialización del mundo, el individuo corriente en su medio restringido será impotente para resolver las
inquietudes que este sistema o falta de sistema le impone. Mientras la familia como institución convierta a
las mujeres en esclavas queridas y a los hombres en sus jefes proveedores, el problema de un matrimonio
satisfactorio no puede tener una solución puramente privada.
Lo que experimentamos en medios diversos y específicos es, como hemos observado, efecto de cambios
estructurales. En consecuencia, para comprender los cambios de muchos medios personales, nos vemos
obligados a mirar más allá de ellos. Y el número y variedad de tales cambios estructurales aumentan a
medida que las instituciones dentro de las cuales vivimos se extienden y se relacionan más intrincadamente
entre sí. Darse cuenta de la idea de estructura social y usarla con sensatez es ser capaz de descubrir esos
vínculos entre una gran diversidad de medios; y ser capaz de eso es poseer imaginación sociológica.

Fuente bibliográfica.

Adaptación de:
➢ Wright Mills, Charles (1961). La imaginación sociológica. México D.F., Fondo de Cultura Económica.

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