Sei sulla pagina 1di 43

 Los interesantes experimentos de Marian Diamond sobre plasticidad cerebral

 Ceguera por falta de atención, un interesante fenómeno


 El sorprendente efecto de un espejo sobre el cerebro
A John B. Watson se le conoce como uno de los padres del conductismo. Su principal
referente intelectual fue Pavlov, el fisiólogo ruso que hizo los primeros descubrimientos acerca
del “condicionamiento”. Watson, por su parte, realizó un famoso estudio, conocido como el
experimento del pequeño Albert.
Vayamos por partes. Iván Pavlov realizó un famosísimo experimento con perros. Se podría decir
que fue una de los párrafos más importantes del capítulo introductorio de lo que después sería la
psicología como ciencia. Descubrió los aspectos básicos del funcionamiento del estímulo-
respuesta y estableció los principios de lo que se llamó “el condicionamiento clásico”.
Lo que Pavlov hizo con los perros, Watson intentó replicarlo en el experimento del pequeño
Albert. En otras palabras, experimentó con seres humanos. En este caso, con un bebé al que
manipuló para probar sus tesis.
“La ciencia nunca resuelve un problema sin crear otros 10 más”.

-George Bernard Shaw-


Los experimentos de Pavlov
Iván Pavlov fue un gran investigador de la naturaleza. Después de estudiar varias disciplinas, se
interesó por la fisiología. Y fue precisamente un elemento fisiológico el que le permitió
descubrir el condicionamiento a partir del esquema estímulo-respuesta.
Pavlov notó que los perros salivaban antes de que se les diera el alimento. En otras palabras,
descubrió que estos animales se «preparaban» para comer cuando llegaba el momento.
Reaccionaban al estímulo. Esa observación le dio pie para comenzar a experimentar. Fue así
como introdujo diferentes estímulos antes de servirles el alimento, en forma de anuncio.
El gran descubrimiento de Pavlov fue la capacidad de que una campana pudiera predecir la
presencia de comida. A pesar de que parezca simple, nadie había tomado nota de este hecho. Pero,
¿cuál es la explicación científica? La campana de por sí no tiene valor de predicción, por lo que en
términos psicológicos, en este caso, se le considera un estímulo neutro. La comida provoca una
respuesta innata de salivación en el perro. La comida se considera estímulo incondicionado
(provoca una respuesta natural) y la salivación es una respuesta incondicionada.
Cuando se presenta la comida (estímulo incondicionado) junto con el sonido de la campana
(estímulo neutro), el perro asocia el sonido de la campana con la presencia de comida. Así
pues, cuando el perro saliva ante el sonido de la campana se considera que este sonido ha
pasado a ser un estímulo condicionado, es decir, se ha producido un condicionamiento. La
respuesta de salivación del perro a la campana se trata de una respuesta condicionada.
Los antecedentes del experimento del pequeño Albert
John B. Watson era un positivista radical. Pensaba que la conducta humana debía estudiarse
exclusivamente con base en los comportamientos aprendidos. Para él no tenía sentido alguno
hablar de elementos genéticos, inconsciente o instintos. Lo suyo era estudiar únicamente el
comportamiento observable.
Watson era un investigador de la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore (Estados
Unidos). Partió de la idea de que en el ser humano todo, o la mayor parte de nuestro
comportamiento, se puede explicar por nuestra historia de aprendizaje basada en
el condicionamiento. Así, le pareció que era una buena idea intentar demostrar que las
conclusiones a las que había llegado Pavlov también se podían aplicar al ser humano.
Fue así como junto con su ayudante, Rosalie Rayner, fue a un orfanato y eligió a un bebé de
tan solo 8 meses. Él era hijo de una de las nodrizas del orfanato. Vivía básicamente ignorado, en
un entorno donde primaba la frialdad. Se mostraba excesivamente tranquilo. Se decía que apenas
si había llorado en su corta vida. Así nació el experimento del pequeño Albert.
Un experimento polémico
En la primera fase del experimento del pequeño Albert se le presentaron diferentes
estímulos. El objetivo era observar cuáles de ellos le generaban miedo. Se comprobó que solo
manifestaba temor cuando escuchaba ruidos fuertes. Era algo común a todos los pequeños. Por lo
demás, no mostró ningún signo de miedo frente a los animales o el fuego.
La prueba continuó induciendo un temor por condicionamiento. Al bebé se le presentó una rata
blanca y él quiso jugar con ella. Sin embargo, al tratar de hacerlo, se hacía sonar un ruido
muy fuerte que lo asustaba. Después de repetir varias veces el mismo ciclo, el bebé terminó
sintiendo miedo por la rata. Después se introdujeron otros animales como conejos, perros e
incluso abrigos de piel. En todos los casos, el pequeño terminó condicionado. Sentía miedo al ver
esos elementos.
El bebé estuvo mucho tiempo sometido a las pruebas. El experimento del pequeño Albert duró
casi un año. Al final, el bebé había pasado de ser muy tranquilo a estar prácticamente en un
estado de continua ansiedad. Llegó a sentir temor por una máscara de Santa Clauss. Le
obligaron a tocarla y el niño presentó un llanto incontenible. Finalmente, la universidad expulsó a
Watson por lo polémico de su experimento. También por haber iniciado un romance con su
asistente.
La segunda parte del experimento consistía en revertir el condicionamiento; es decir, en
«descondicionar» los miedos previamente condicionados. Sin embargo, esto nunca se realizó. No
se sabe qué pasó con el bebé después del famoso experimento del pequeño Albert. Sin embargo,
una publicación aseguró que el niño murió a los 6 años de una hidrocefalia congénita. De ser así,
los resultados de tal macabro experimento podrían cuestionarse.
En cualquier caso, el experimento del pequeño Albert es uno de los más famosos de la
historia de la psicología. Por lo alto de sus pretensiones, por sus conclusiones y violar muchas de
las normas que hoy tiene que respetar cualquier investigador que quiera llevar a cabo un
experimento

2.-

Cuántas veces hemos oído decir que alguien no tiene personalidad porque termina
haciendo exactamente lo mismo que su grupo de amigos. La psicología, acérrima
enemiga de las explicaciones simples y perezosas, examinó durante el siglo pasado
cuál es la influencia del grupo sobre el individuo.
Los estudios más populares e influyentes al respecto sean probablemente los que se
realizaron durante las investigaciones de Solomon Asch.

Este psicólogo social estudió el fenómeno de la conformidad, que es la tendencia del


individuo a modificar su respuesta respecto a un objeto acercándola a
aquella expresada por una mayoría de individuos dentro de un grupo, mediante
una situación experimental. ¿Crees que podrías haberte resistido a la presión grupal en
esa misma situación?

 Artículo relacionado: "¿Qué es la Psicología Social?"

Antecedentes previos a Asch

Asch no es el primero en investigar la conformidad social dentro de un grupo.


Hubo otros como Sheriff que veinte años antes la estudió utilizando estímulos
ambiguos. Formó grupos de tres personas en una habitación oscura con un solo punto
de luz proyectado en una pared. Este punto parece moverse debido a los movimientos
del cuerpo, pero al no tener puntos de referencia se crea la ilusión de que el punto se
desplaza por si solo. Estos tres participantes deben dar una estimación de cuánto se
mueve el punto.

Dos de los participantes son colocados porque dan estimaciones parecidas en solitario,
mientras que el tercero estima diferente. El resultado es que este último acerca sus
estimaciones a las de sus otros dos compañeros, dado que el estímulo es ambiguo.
Así, ante la incertidumbre el individuo tiende a servirse de la opinión de la mayoría.
En este sentido, Asch toma este estudio como punto de partida y va más allá utilizando
un estímulo no ambiguo.

Otro precursor de los experimentos de Asch es la teoría de Leon Festinger. Según


Festinger, los juicios deben tener una base sobre la que reposa su validez. Cuando se
trata de juicios acerca de la realidad física, para dar una respuesta válida basta con
examinar el objeto. Esto quiere decir que el individuo no necesita conocer la respuesta
de los demás para saber si su propia respuesta es válida, a no ser que se trate de
juicios sociales.

Los experimentos de Asch

Asch, que piensa que el fenómeno de la conformidad también ocurre ante estímulos
físicos objetivos, y que Sheriff no aborda estos estímulos porque el de sus
experimentos es ambiguo, diseña su propia investigación en esta línea.

Primer experimento

En el experimento original, Asch forma un grupo compuesto por un estudiante y


varios colaboradores del investigador que se hacen pasar por sujetos. La tarea
consiste en que el investigador presenta una hoja en la que hay imprimidas tres barras
horizontales de diferentes tamaños, y cada sujeto debe decir en voz alta cuál de ellas
es la más alta. Los colaboradores están preparados para responder de forma correcta
en los primeros ensayos, pero a medida que progresa la situación empiezan a
equivocarse y a indicar una barra que claramente no es la más alta.

El sujeto que no sabe qué está ocurriendo comienza respondiendo correctamente, tal
como él piensa, pero a medida que los demás insisten en indicar la barra equivocada,
sus respuestas comienzan a ser iguales que las de los demás. Así, se concluye que el
fenómeno de la conformidad sí es observable en situaciones en las que el estímulo
sobre el que hay que emitir un juicio es objetivo.

Al entrevistar a los sujetos que habían pasado por el experimento, explicaron que a
pesar de saber con certeza cuál era la respuesta correcta, se amoldaron a las
expectativas de los demás por temor a ser ridiculizados de alguna manera. Algunos de
ellos incluso afirmaron pensar que las respuestas eran realmente correctas.
 Artículo relacionado: "Espiral del silencio: ¿qué es y cuáles son sus causas?"

Experimientos siguientes

No contento con este resultado, Asch llevó a cabo experimentos parecidos con
pequeñas modificaciones para ver de qué forma era posible romper con la conformidad
en las respuestas. Bajo el mismo paradigma, introdujo una serie de variaciones que
mostraron unos resultados muy interesantes.

En una de las condiciones, introdujo dentro del grupo a un “aliado”. Aparte del sujeto
que no sabe nada, se introduce otro sujeto o un investigador que debe dar las
respuestas correctas independientemente de los demás. Se observa que cuando el
sujeto ve que no es el único que piensa diferente al resto, la conformidad disminuye
drásticamente. De alguna forma, la presencia de otra opinión minoritaria valida la
propia.

Sin embargo, cuando este aliado se retira a mitad del experimento, el sujeto vuelve a
sufrir los efectos de la conformidad. Aunque durante la primera mitad del experimento
haya conseguido resistir a la presión social, cuando pierde su fuente de validación
vuelve a tomar la opinión mayoritaria como guía.

Además, observó que cuanto mayor el número de gente que componga el grupo, más
poderosa es la conformidad. En los grupos pequeños, la opinión minoritaria no sufre
tanta presión al cambio como cuando se añaden tres o cuatro personas más. Otros
factores como escribir la respuesta en lugar de decirla en voz alta y exponerse a la
crítica o burla, explícita o no, favorece la resistencia a la conformidad.

¿Por qué ocurre la conformidad?

Las primeras explicaciones consideraban que la influencia social se producía a través


de una imitación de la conducta de los otros, que a su vez se basaba en procesos de
sugestión y contagio que ocurren en contextos de grupo. Se considera que este tipo de
contextos facilitan el contagio y la difusión de ideas, y la imitación permite que lo
individual se transforme en social.

Sin embargo, a partir de los experimentos de Asch, la conformidad pasa a explicarse


por la asimetría entre el blanco y la fuente de influencia. El sujeto o blanco reconoce el
poder de una fuente (una mayoría, por ejemplo) y depende de ella para obtener la
información correcta en situaciones ambiguas y saber cuáles son las normas que debe
seguir para mantener una relación positiva con los otros.

Cuando hablamos de que el sujeto se fija en la opinión de la mayoría para mantener


una respuesta adaptada a la realidad porque la situación es ambigua, hablamos de
dependencia informativa. Por otro lado, cuando decimos que el sujeto se fija en la
opinión de la mayoría para saber cuál es el comportamiento que debe seguir para
conseguir la aprobación de los otros, hablamos de dependencia normativa.

De esta forma, mientras que en los experimentos de Sheriff tiene una mayor presencia
la dependencia informativa porque los estímulos son ambiguos, en los experimentos de
Asch la influencia es más de tipo normativo. Aunque el sujeto conoce con certeza la
información correcta, obtiene del resto del grupo información sobre qué respuesta es la
aprobada por el grupo y actúa de forma coherente con esto.

3.-

¿Qué es el efecto espectador?

El efecto espectador o difusión de la responsabilidad es un fenómeno estudiado por


la psicología social. Hace referencia a aquellos casos en los que los individuos que son
testigos de un crimen no ofrecen ninguna forma de ayuda a víctimas cuando hay otras
personas presentes. De hecho, este efecto sostiene que a mayor número de
espectadores observando a alguien en peligro, es menor la probabilidad de que alguien
se responsabilice y ayude a la víctima.
En 1968, después de que el caso de Kitty Genovese sacudiera la opinión pública, John
Darley y Bib Latane publican en el Journal of Personality and Social Psychology una
investigación titulada "La intervención de los espectadores en emergencias: la difusión
de la responsabilidad". Para hacer esta investigación, contactaron a varios universitarios
y les comunicaron que participarían en una discusión con cinco personas sobre
problemas personales. Cada participante estaría aislado en una habitación, sin poder
observar a sus interlocutores, pero se escucharían unos a otros alternativamente;
apagando los micrófonos de quienes no tuviesen el turno de hablar.

pictoline

✔@pictoline

La próxima vez que necesiten ayuda rueguen que haya una persona cerca, pero no 4
339
2:51 PM - Sep 4, 2015
Twitter Ads info and privacy
390 people are talking about this

Cada estudiante conversaría con uno o varios "participantes", que en realidad eran sólo
voces grabadas. En algún punto de la conversación, una de las voces grabadas
correspondería a un estudiante teniendo una crisis epiléptica. El objetivo era medir
cuánto tiempo tomaba al participante real reaccionar y pedir ayuda.

Los resultados fueron alarmantes. Cuando en la "conversación" sólo estuvo presente el


sujeto estudiado y la víctima de convulsiones, el 85% de los participantes respondió
antes de que terminara la grabación. Cuando estaban involucradas 2 personas y la
víctima, el 62% respondió con celeridad; mientras que cuando el experimento
involucraba a 6 individuos sólo el 31% de los individuos buscó ayuda para atender la
emergencia.

El caso de Kitty no es el único. En 2011, una niña de dos años llamada Wang Yue fue
arrollada en China y 18 personas pasaron por su lado sin prestarle ayuda. Hugo Tale
Yax se deangró durante una hora en la calle, mientras más de veinte personas le
ignoraron durante una hora.

¿De quién es la culpa?

Decir que una persona que es parte de una muchedumbre no reacciona frente a una
emergencia es indiferente es una forma de simplificar el proceso cognitivo tan complejo
que vive el espectador. Hay muchos factores involucrados en estos procesos, que
pueden ser la cultura y leyes (en algunos países si llevas a un herido por arma de fuego
al hospital, puedes terminar en la cárcel por investigación), el entorno y variables
personales.

De hecho, Stanley Milgram (el mismo del controvertido experimento de obediencia a la


autoridad) afirma que el efecto espectador puede ser causado por la sobrecarga de
información, que confunde y paraliza al individuo; mientras que para Darley y Latané
este efecto está relacionado con la responsabilidad que pueda sentir la persona frente
a la situación de emergencia. Mientras más gente observa el accidente, la
responsabilidad individual disminuye pues la persona cree que alguna otra persona
intervendrá.

Los grados de responsabilidad también están determinados por la percepción que el


espectador tiene de la víctima: juicios morales (si la víctima merece o no la ayuda), la
competencia personal (si no se nada de primeros auxilios, no puedo ayudar en una
emergencia médica, por ejemplo) y la relación del espectador con la víctima (es más
probable que ayude de inmediato si la víctima es conocida).

mimohe / Shutterstock.com

Asimismo, el efecto espectador puede estar relacionado con la teoría del homus
económicus, es decir, que cada persona evalúa el nivel de costo-beneficio antes de
involucrarse en una situación de emergencia. Por ejemplo, antes de ayudar a una
persona herida en la calle, pensará en si el beneficio (ayudar a alguien) será mayor a las
consecuencias que traerá (verse envuelto en una investigación policial, hacerse
responsable de la víctima en el hospital).
Otra explicación puede residir en la conformidad social, que según Serge
Moscovici ocurre cuando un individuo modifica su comportamiento para armonizar con
el del grupo. Este fenómeno se explica con facilidad en una situación cotidiana: cuando
hay dos cajeros automáticos y sólo uno de ellos tiene una fila de personas, es más
probable que las personas se formen frente al cajero ocupado en vez de probar el otro.
Si una persona herida es ignorada por una muchedumbre, es muy probable que el resto
de los individuos haga lo mismo.

¿Es posible derrotar el efecto espectador?

Cada vez que presenciamos algún hecho que a nuestros ojos es una injusticia y no
hacemos nada, por miedo o por cualquier otra causa, estamos cayendo ante el efecto
espectador.
El efecto espectador no afecta sólo a las víctimas de robos o emergencias médicas en
lugares públicos, también es posible vivirlo en situaciones sociales. Por ejemplo, cuando
alguien es atacado verbalmente o acosado en algún grupo y, a pesar de no estar de
acuerdo con el ataque, nadie hace o dice nada para defender al otro. Cada vez que
presenciamos algún hecho que a nuestros ojos es una injusticia y no hacemos nada, por
miedo o por cualquier otra causa, estamos cayendo en el efecto espectador. Es secillo
decir que no permitiremos que eso ocurra, pero cuando te enfrentas a la situación es
muy probable que no reacciones como desearías. ¿Acaso esto quiere decir que es
imposible sobreponerse al efecto espectador? La respuesta es negativa. El cambio es
posible.

Al enfrentarnos al efecto espectador es necesario hacer cambios a nivel personal.


Debemos ser capaces de notar lo que ocurre a nuestro alrededor e identificarlo como
una situación irregular o emergencia. Del mismo modo, la empatía juega un rol crucial,
entender que todos los seres humanos son dignos de ayuda y que esa persona en
problemas podrías ser tú mismo. La parte más complicada es sobreponerse al miedo y
la confusión. Lo imprescindible es saber que puedes ayudar. Es probable que no tengas
conocimientos médicos para atender a un herido o que no puedas enfrentarte a un
ladrón o convertirte en un vigilante como Rorschard, pero puedes llamar a una
ambulancia o a la policía. La mejor parte es que apenas una persona hace algo, los
demás responden de la misma forma. Lo único que hace falta es que una persona haga
la diferencia.

4.-

¿Puede cualquier ser humano cometer los más atroces crímenes contra la
humanidad solo por obediencia a la autoridad? Es una pregunta que muchos
académicos se han preguntado a lo largo del siglo XX, sobre todo después de
presenciar crímenes masivos contra la humanidad como los campos de exterminio
del III Reich o las guerras entre potencias económicas. Circunstancias límite en que la
violencia y la muerte eran percibidas con indiferencia por una parte importante de la
población.

De hecho, han sido un buen puñado los investigadores que han dado un paso más allá
y han tratado de encontrar las claves psicológicas que explican por qué, en
determinadas circunstancias, los seres humanos somos capaces de transgredir
nuestros valores morales.

Stanley Milgram: un psicólogo norteamericano

Stanley Milgram fue un psicólogo de la Universidad de Yale llevó en el año de 1961


una serie de experimentos cuya finalidad era medir la disposición de un participante
para obedecer las órdenes de una autoridad, incluso cuando estas órdenes pudieran
ocasionar un conflicto con su sistema de valores y su conciencia.

¿Hasta qué punto somos totalmente conscientes de las consecuencias de nuestros


actos cuando tomamos una decisión dura por obedecer a la autoridad? ¿Qué
complejos mecanismos intervienen en la obediencia actos que van en contra de
nuestra ética?
La preparación del experimento de Milgram

Milgram reclutó a un total de 40 participantes por correo y por anuncio en el


periódico en el cual se les invitaba a formar parte de un experimento sobre “memoria y
el aprendizaje” por lo que además, por el simple hecho de participar se les pagaría una
cifra de cuatro dólares (equivalente a unos 28 actuales) asegurándole que conservarían
el pago “independientemente de lo que pasará después de su llegada”.

Se les hizo saber que para el experimento hacían falta tres personas: el investigador
(que portaba una bata blanca y fungía como autoridad) el maestro y el alumno. A los
voluntarios siempre se les asignaba mediante un falso sorteo el papel de maestro,
mientras que el papel del alumno siempre sería asignado a un cómplice de Milgram.
Tanto maestro como alumno serían asignados en habitaciones diferentes pero
conjuntas, el maestro observaba siempre con el alumno (que en realidad siempre era el
cómplice) era atado a una silla para “evitar movimientos involuntarios” y se le
colocaban electrodos, mientras el maestro era asignado en la otra habitación frente a
un generador de descarga eléctrica con treinta interruptores que regulaban la
intensidad de la descarga en incrementos de 15 voltios, oscilando entre 15 y 450 voltios
y que, según el investigador, proporcionaría la descarga indicada al alumno.

Milgram también se aseguró de colocar etiquetas que indicaran la intensidad de la


descarga (moderado, fuerte, peligro: descarga grave y XXX). La realidad era que
dicho generador era falso, pues no proporcionaba ninguna descarga al alumno y sólo
producía sonido al pulsar los interruptores.

La mecánica del experimento

El sujeto reclutado o maestro fue instruido para enseñar pares de palabras al aprendiz
y de que, en caso de que cometiera algún error, el alumno debía ser castigado
aplicándole una descarga eléctrica, que sería 15 voltios más potente tras cada
error.
Evidentemente, el alumno nunca recibió descargas. Sin embargo, para dotar de
realismo la situación de cara al participante, tras pulsar el interruptor, se activaba un
audio grabado anteriormente con lamentos y gritos que con cada interruptor
incrementaba y se hacían más quejumbrosos. Si el maestro se negaba o llamaba al
investigador (que se hallaba cerca de él en la misma habitación) éste respondía con
una respuesta predefinida y un tanto persuasiva: “continúe por favor”, “siga por favor”,
“el experimento necesita que usted siga”, “es absolutamente esencial que continúe”,
“usted no tiene otra opción, debe continuar”. Y en caso de que el sujeto preguntara
quién era responsable si algo le pasaba al alumno, el experimentador se limitaba a
contestar que él era el responsable.

Resultados

Durante la mayor parte del experimento, muchos sujetos mostraron signos de


tensión y angustia cuando escuchaban los alaridos en la habitación
contigua que, aparentemente, eran provocados por las descargas eléctricas. Tres
sujetos tuvieron “ataques largos e incontrolables” y si bien, la mayoría de los sujetos se
sentían incómodos haciéndolo, los cuarenta sujetos obedecieron hasta los 300 voltios
mientras que 25 de los 40 sujetos siguieron aplicando descargas hasta el nivel máximo
de 450 voltios.

Esto revela que el 65% de los sujetos llegó hasta el final, inclusive cuando en
algunas grabaciones el sujeto se quejaba de tener problemas cardíacos. El
experimento concluyó por el experimentador tras tres descargas de 450 voltios.

Conclusiones extraídas por Stanley Milgram

Las conclusiones del experimento a las que llegó Milgram pueden resumirse en los
siguientes puntos:
A) Cuando el sujeto obedece los dictados de la autoridad, su conciencia deja de
funcionar y se produce una abdicación de la responsabilidad.

B) Los sujetos son más obedientes cuanto menos han contactado con la víctima y
cuanto más lejos se hallan físicamente de ésta.

C) Los sujetos con personalidad autoritaria son más obedientes que los no autoritarios
(clasificados así, tras una evaluación de tendencias fascistas) .

D) A mayor proximidad con la autoridad, mayor obediencia.

E) A mayor formación académica, menor intimidación produce la autoridad, por lo que


hay disminución de la obediencia.

F) Personas que han recibido instrucción de tipo militar o con severa disciplina son más
propensos a obedecer.

G) Hombres y mujeres jóvenes obedecen por igual.

H) El sujeto siempre tiende a justificarse a sus actos inexplicables.

Relevancia criminológica del experimento

Tras la Segunda Guerra Mundial, se llevaron juicios posteriores a los criminales de


guerra (entre ellos Adolf Eichmann) por el holocausto judío. La defensa de
Eichmann y de los alemanes cuando declaraban en juicio por crímenes contra la
humanidad fue que ellos sencillamente se remitían a cumplir y seguir órdenes, lo
que posteriormente llevó a Milgram a plantearse las siguientes preguntas ¿Los nazis
fueron realmente malvados y desalmados o se trató de un fenómeno grupal que podría
ocurrirle a cualquiera en las mismas condiciones? ¿Podría ser que Eichmann y su
millón de cómplices en el holocausto solo siguieran órdenes de Hitler y Himmler?
La obediencia a la autoridad, un principio que explicaría la violencia institucionalizada

El principio de obediencia a la autoridad ha sido defendido en nuestras civilizaciones


como uno de los pilares en los que se sostiene la sociedad. En un plano general, es la
obediencia a la autoridad la que permite la protección del sujeto, sin embargo la
exacerbada obediencia puede resultar un arma de doble filo cuando el socorrido
discurso de “solo obedecía órdenes” exime de responsabilidades y disfraza de deber
los impulsos sádicos.

Antes del experimento, algunos expertos hipotetizaban que sólo un 1% al 3% de los


individuos activaría el interruptor de 450 voltios (y que dichos sujetos además
experimentarían alguna patología, psicopatía o impulsos sádicos) Pese a ello, se
descartó que alguno de los voluntarios tuvieran patología alguna, así como
también se descartó la agresividad como motivación tras una serie de diversos
exámenes a los voluntarios. Vistos los datos, Milgram postuló dos teorías para intentar
explicar los fenómenos.

Primera teoría: la conformidad con el grupo

La primera basada en los trabajos de conformidad de Asch, plantea que un sujeto


que no tiene la habilidad ni el conocimiento para tomar decisiones,
(particularmente ante una crisis) transferirá las decisiones al grupo.

Segunda teoría: la cosificación

La segunda teoría, más ampliamente aceptada es conocida como cosificación, y hace


referencia a que la esencia de la obediencia consiste en que la persona se percibe
únicamente como un instrumento para la realización de los deseos de la otra
persona y por ende, no se considera como responsable de sus actos. Así ocurrida esta
“transformación” de la autopercepción, todas las características esenciales de la
obediencia ocurren.
Un experimento que supuso un antes y un después en la Psicología social

El experimento de Milgram representa uno de los experimentos de la Psicología


social de mayor interés a la criminología a la hora de demostrar la fragilidad de los
valores humanos ante la obediencia ciega a la autoridad.

Sus resultados demostraron que personas ordinarias, ante la orden de una figura con
apenas un poco de autoridad, son capaces de actuar con crueldad. De esta manera la
criminología ha logrado entender cómo algunos criminales que han cometido salvajes
genocidios y ataques terroristas han desarrollado un nivel muy alto de obediencia a lo
que ellos consideran autoridad.

5.-

Cuando se habla acerca de psicología, es posible que muchas personas piensen


en rasgos de personalidad, trastornos mentales o sesgos cognitivos. En
definitiva, elementos que podemos relacionar con una sola persona: cada uno tiene su
nivel de inteligencia, la presencia o ausencia de un trastorno diagnosticado, o una
propensión a caer en ciertos engaños de la mente. Sin embargo, hay un tema que
también es muy abordado por la psicología: el modo en el que las relaciones
interpersonales nos cambian.

Los paradigmas imperantes en la primera mitad del siglo XX en psicología, que eran la
psicodinámica nacida con Sigmund Freud y el conductismo defendido por B. F.
Skinner, sostenían la idea de que el fundamento del afecto entre las madres y sus
hijos e hijas de corta edad es la alimentación y, más concretamente, la lactancia. A su
modo, cada una de estas dos corrientes psicológicas tan distintas entre sí en la
mayoría de sus planteamientos proponían la misma idea: que bebés y madres
empezaban a involucrarse en conductas afectivas gracias a la necesidad de los
primeros de ser alimentados. Justo después del nacimiento, el principal papel de las
madres consistía en proveer de alimento a su descendencia.
Sin embargo, los psicólogos John Bowlby y, más adelante, Harry Harlow, asestaron un
duro golpe contra esta teoría. Es gracias a ellos que hoy sabemos que el afecto en su
sentido más puro y literal es una necesidad fundamental de los niños y niñas. En
concreto, el experimento con monos de Harry Harlow sobre la privación materna es un
ejemplo de esto.

El precedente: Bowlby y la teoría del apego

A mediados del siglo XX, un psiquiatra y psicólogo inglés llamado John Bowlby realizó
una serie de investigaciones enmarcadas en lo que se conoce como teoría del apego.
Esta es un marco de debate en el que se exploran los fenómenos psicológicos que
están detrás de nuestra manera de establecer lazos afectivos con otros seres, y en él
tiene una especial importancia la manera en la que los padres y madres se relacionan
con sus bebés durante los primeros meses de vida de este último.

El motivo de este interés por las primeras etapas de formación de vínculos es


simple: se asume que el modo en el que los pequeños estrechan relaciones
continuadas, próximas y con muestras de afecto con otros influirá en su desarrollo
hacia la adultez y tendrá un impacto, posiblemente de por vida, en varias de sus
características psicológicas.

Las investigaciones de Bowlby

A través de varios estudios, John Bowlby concluyó que el hecho de que cada bebé
disponga de manera regular del cariño materno es una de las necesidades más
importantes de cara a su correcto crecimiento.

En parte, esto se basaba en sus creencias: Bowlby adoptó un enfoque evolucionista,


y defendía la idea de que tanto en las madres como en los recién nacidos se expresan
unos genes especialmente seleccionados para hacer que ambos formen un fuerte
vínculo emocional. Es decir, creía que el establecimiento del apego maternal estaba
programado genéticamente, o al menos una parte de este. Además, sostuvo que el
vínculo más fuerte que toda persona puede llegar a establecer es el que se basa en la
relación que tuvo con su madre durante los primeros años de vida.

Este fenómeno, al que dio a llamar monotropía, no se llegaba a consolidar si este


intercambio de gestos afectuosos acompañado de contacto físico (clásicamente,
durante la alimentación en la lactancia) se daba una vez cumplido el segundo año de
vida del bebé, y no antes. Es decir, que la privación materna, la ausencia de un
contacto regular con una madre que proporcionase afecto durante los primeros meses
de vida, resultaba muy perjudicial por ir en contra de aquello para lo que nuestra
genética nos habría programado.

¿En qué consistieron estos estudios?

Bowlby también se apoyó en datos empíricos. En este sentido, encontró algunos


datos que reforzaban su teoría. Por ejemplo, a través de una investigación encargada
por la Organización Mundial de la Salud acerca de los niños y niñas separados de sus
familias a causa de la Segunda Guerra Mundial, Bowlby encontró indicios significativos
de que los jóvenes que habían experimentado privación materna por vivir en orfanatos
tendían a presentar retraso intelectual y problemas para gestionar exitosamente tanto
sus emociones como las situaciones en las que debían relacionarse con otras
personas.

En una investigación similar, observó que entre los niños que habían estado recluidos
durante varios meses en un sanatorio para tratar su tuberculosis antes de cumplir los 4
años, tenían una actitud marcadamente pasiva y montaban en cólera con mucha
más facilidad que el resto de jóvenes.

A partir de ese punto, Bowlby siguió encontrando datos que reforzaban su teoría. Llegó
a la conclusión de que la privación materna tendía a generar en los jóvenes un cuadro
clínico caracterizado por el desapego emocional hacia las otras personas. Las
personas que no habían podido formar un lazo de apego íntimo con sus madres
durante sus primeros años eran incapaces de empatizar con los demás, porque no
habían tenido la oportunidad de conectar emocionalmente con alguien durante la
etapa en la que habían sido sensibles a este tipo de aprendizaje.

Harry Harlow y el experimento con monos Rhesus

Harry Harlow fue un psicólogo estadounidense que durante los años 60 se propuso
estudiar en el laboratorio la teoría del apego y de la privación maternal de Bowlby. Para
ello, realizó un experimento con monos Rhesus que bajo los estándares éticos
actuales sería irrealizable por la crueldad que involucraba.

Lo que Harlow hizo fue, básicamente, separar a algunas crías de macaco de sus
madres y observar de qué manera se expresaba su privación maternal. Pero no se
limitó a observar pasivamente, sino que introdujo en esta investigación un elemento
con el que sería más fácil saber lo que sentían las crías de macaco. Este elemento era
el dilema de elegir entre algo parecido al contacto físico relacionado con el afecto y la
calidez, o la comida.

Sustituyendo a la madre

Harlow introdujo a estas crías dentro de jaulas, espacio que debían compartir con dos
artefactos. Uno de ellos era una estructura de alambre con un biberón lleno
incorporado, y la otra era una figura similar a un macaco adulto, recubierto con felpa
suave, pero sin biberón. Ambos objetos, a su manera, simulaban ser una madre,
aunque la naturaleza de lo que le podían ofrecer a la cría era muy diferente.
De este modo, Harlow quería poner a prueba no solo las ideas de Bowlby, sino también
una hipótesis diferente: la del amor condicional. Según esta última, las crías se
relacionan con sus madres básicamente por el alimento que les proporcionan, que
objetivamente es el recurso con mayor utilidad a corto plazo desde una óptica racional
y "economicista".

Lo que se descubrió

El resultado le dio la razón a Bowlby. Las crías mostraban una clara tendencia a
estar aferrados al muñeco de felpa, a pesar de no proporcionar comida. El apego
hacia este objeto era mucho más notorio que el que profesaban hacia la estructura con
el biberón, lo cual iba a favor de la idea de que es el vínculo íntimo entre madres y crías
lo realmente importante, y no el simple alimento.

De hecho, esta relación se notaba incluso en el modo en el que las crías exploraban el
entorno. El muñeco con felpa parecía proporcionar una sensación de seguridad que
resultaba determinante para que los pequeños macacos se decidiesen a emprender
ciertas tareas por propia iniciativa e incluso se abrazaban con mayor fuerza a este
cuando tenían miedo. En los momentos en los que se introducía algún cambio en el
entorno que generaba estrés, las crías corrían a abrazar el muñeco suave. Y, cuando
se separaba a los animales de este artefacto de felpa, mostraban signos de
desesperación y miedo, gritando y buscando todo el rato a la figura protectora. Cuando
se volvía a poner al muñeco de felpa a su alcance, se recuperaban, aunque
permanecían a la defensiva por si volvían a perder de vista a esta madre artificial.
Provocando el aislamiento en los monos

El experimento del muñeco de felpa y el biberón era de una moralidad dudosa, pero,
Harlow fue más allá al empeorar las condiciones de vida de algunos macacos. Lo hizo
recluyendo a crías de esta especie animal en espacios cerrados, manteniéndolas
aisladas de cualquier tipo de estímulo social o, en general, sensorial.

En estas jaulas de aislamiento solo había un bebedero, un comedero, que era una
deconstrucción total del concepto de "madre" según conductistas y
freudianos. Además, en este espacio se había incorporado un espejo gracias al cual se
podía ver lo que hacía el macaco pero el macaco no podía ver a sus
observadores. Algunos de estos monos permanecieron en este aislamiento sensorial
durante un mes, mientras que otros se quedaron en su jaula durante varios meses;
algunos, hasta un año.

Los monos expuestos a este tipo de experiencias ya presentaban evidentes


alteraciones en su manera de comportarse después de haber pasado 30 días en la
jaula, pero los que permanecieron un año completo quedaban en un estado de
pasividad total (relacionada con la catatonia) e indiferencia hacia los demás del que no
se recuperaban. La gran mayoría terminaron desarrollando problemas de sociabilidad y
apego al llegar a la etapa adulta, no se interesaban en encontrar pareja o tener
descendencia, algunos ni siquiera comían y terminaron muriendo.

Madres negligentes... o peor aún

Cuando Harry Harlow decidió estudiar el comportamiento maternal de los macacos a


los que se había sometido a aislamiento, se encontró con el problema de que estos
monos hembra no llegaban a quedar embarazadas. Para ello utilizó una estructura ("el
potro de las violaciones") en las que las hembras quedaban fijadas con correas,
obligándolas a ser fecundadas.
Las observaciones posteriores mostraron que estas hembras no solo no realizaban las
tareas típicas de una madre de su especie, ignorando a sus crías durante la mayor
parte del tiempo, sino que en ocasiones llegaban a mutilar a sus crías. Todo esto, en
principio, a causa de la privación maternal, pero también por el aislamiento social,
durante los primeros meses de vida.

Conclusiones: la importancia del apego

Tanto las investigaciones de John Bowlby como los experimentos de Harry Harlow son
muy tenidos en cuenta actualmente, a pesar de que los segundos son, también, un
caso de clara tortura hacia animales, y por sus implicaciones éticas han recibido
fuertes críticas.

Ambas experiencias condujeron a ideas similares: los efectos de la ausencia de


interacciones sociales que vayan más allá de las necesidades biológicas más
inmediatas y que estén vinculadas a la conducta afectiva durante las primeras etapas
de la vida acostumbran a dejar una huella muy seria y difícil de borrar en la vida adulta.

6.-

Seligman estudió los efectos que producían en animales una serie de choques
eléctricos inescapables. Desarrollaban un patrón de conductas y de cambios
neuroquímicos semejantes a los de la depresión, fenómeno que nombró como
desamparo o indefensión aprendida.
También te puede interesar: Teorías biológicas de la ansiedad
Teoría de la indefensión aprendida de Seligman
Dice que estas conductas se desarrollan sólo cuando el animal no tiene esperanza de
poder controlar nunca la situación aversiva. Aplicó este modelo a la conducta humana y
postuló la pérdida percibida de control del ambiente o expectativa de incontrolabilidad.
Esta expectativa de incontrolabilidad es fruto de una historia de fracasos en el manejo
de las situaciones y una historia de reforzamientos sobre una base no contingente que
no ha permitido que el sujeto aprenda las complejas aptitudes necesarias para
controlar el ambiente. La teoría podría considerarse un buen modelo de síntomas
depresivos, pero no del síndrome de la depresión humana. La teoría reformulada de la
indefensión aprendida ABRAMSON, Seligman y Teasdale señalaron 4 problemas de la
teoría de 1975:
1. no explicaba la baja autoestima de la depresión
2. no explicaba la autoinculpación de los depresivos
3. no explicaba la cronicidad y generalidad de los síntomas
4. no daba una explicación válida del estado de ánimo deprimido como síntoma de la
depresión.
Postularon que la exposición a situaciones incontrolables no basta por sí misma para
desencadenar reacciones depresivas. Al experimentar una situación incontrolable las
personas intentan darse una explicación sobre la causa de la incontrolabilidad. Si la
explicación se atribuye a factores internos se produce un descenso de la autoestima. Si
se atribuye a factores estables provocaría expectativa de incontrolabilidad en
situaciones futuras, y en consecuencia los déficit depresivos se extenderían en el
tiempo. Si se atribuye a factores globales provocaría la expectativa de incontrolabilidad
en otras situaciones y la generalización a otras situaciones. La internalidad, estabilidad
y globalidad explicarían los 3 primeros problemas, pero no el cuarto. Postularon un
factor motivacional: la depresión sólo ocurriría si la expectativa de incontrolabilidad se
refería a la pérdida de control de un suceso altamente deseable o a la ocurrencia de un
hecho altamente aversivo. Señalaron la presencia de una factor de vulnerabilidad
cognitiva a la depresión: el estilo atribucional depresógeno (tendencia atribuir los
sucesos incontrolables y aversivos a factores internos, estables y globales).
La teoría de la desesperanza ABRAMSON y colbs llevaron a cabo una revisión de la
teoría de 1978 para resolver sus 3 principales deficiencias:
1. no presenta una teoría explícitamente articulada de la depresión
2. no incorpora los hallazgos de la psicopatología descriptiva acerca de la
heterogeneidad de la depresión
3. no incorpora los descubrimientos obtenidos por la psicología social, de la personalidad
y cognitiva.
Para resolver la segunda deficiencia, la teoría de la desesperanza postula una nueva
categoría nosológica: la depresión por desesperanza. La causa para que aparezca este
tipo de depresión es la desesperanza: expectativa negativa acerca de la ocurrencia de
un suceso valorado como importante unida a un sentimiento de indefensión sobre la
posibilidad de cambiar la probabilidad de ocurrencia de ese suceso.
Para resolver la primera deficiencia, la teoría se explicita como un modelo de diátesis-
estrés y especifica causas distantes y próximas que incrementan la probabilidad de
depresión y que culminan en la desesperanza. Aquí no se habla de "sucesos
incontrolables" sino de "sucesos vitales negativos". Cuando los sucesos vitales
negativos se atribuyen a factores estables y globales y se ven como importantes, la
posibilidad de depresión por desesperanza es mayor. Si además interviene la
internalidad, la desesperanza puede acompañarse de baja autoestima. La globalidad y
estabilidad determinarían el alcance de la desesperanza. Una atribución más estable
pero específica llevaría a un "pesimismo circunscrito". Para solventar la tercera
deficiencia rescataron de la psicología social la información situacional a la hora de
determinar el tipo de atribuciones que las personas hacen.
La información situacional que sugiere que un suceso negativo es de bajo
consenso/alto en consistencia/bajo en distintividad, favorece una explicación
atribucional que conduce a la desesperanza. Además de la información situacional, el
poseer o no un estilo atribucional depresógeno, contribuye como un factor de
vulnerabilidad.
En la teoría de la desesperanza no se requiere que ninguno de los elementos distantes
del modelo (estrés, estilo atribucional), esté presente para desencadenar la cadena
causal depresiva. Esta puede activarse por unos elementos o por otros. La
desesperanza es el único elemento que se requiere para la aparición de los síntomas
de la depresión por desesperanza. Una adición a la teoría de 1978 es que las
conclusiones a las que una persona llegue sobre las consecuencias de un suceso
bastan para provocar una situación de desesperanza a pesar de que se hiciese una
atribución externa, inestable y específica. Ej: suspender la última convocatoria de una
asignatura debido a la existencia de ruidos y distracciones en el aula.
La teoría no incluye síntomas del tipo de los errores de Beck: se ha descubierto que los
depresivos pudieran ser más precisos en su visión de la realidad que los no
deprimidos, lo que se conoce como realismo depresivo. El punto más diferenciador
entre la teoría de Beck y la de la desesperanza es el énfasis de la última en los
procesos atribucionales. Se plantean posibles mecanismos de "inmunización" (poseer
un estilo atribucional específico e inestable). Los procesos atribucionales negativos
son procesos sesgados pero no necesariamente distorsionados. En la teoría de Beck la
desesperanza no es un elemento causal central, sino simplemente uno de los síntomas
de la tríada cognitiva negativa. La teoría de los estilos de respuesta Nolen Hoehsema
propone que aquellas personas que presentan respuestas rumiativas sufrirán durante
más tiempo y con mayor intensidad los síntomas depresivos que las que sean capaces
de distraerse de los mismos.
Este artículo es meramente informativo, en Psicología-Online no tenemos facultad para
hacer un diagnóstico ni recomendar un tratamiento. Te invitamos a acudir a un
psicólogo para que trate tu caso en particular.
Si deseas leer más artículos parecidos a Teoría de la indefensión aprendida de
Seligman, te recomendamos que entres en nuestra categoría de Psicología clínica y
de la salud.

7.-
 

 


Explorable.com13.1K visitas
El experimento de psicología social clásico de Sherif denominado Experimento
de la Cueva de los Ladrones (Robbers Cave Experiment) analizó las relaciones de
pertenencia a un grupo, las relaciones de no pertenencia a un grupo y las
relaciones intergrupales.
El experimento se centró en gran medida en el concepto de un "grupo" y lo que puede
hacer una percepción de pertenencia a un grupo en las relaciones entre los miembros
del grupo y con personas fuera de él.
El experimento también intentó observar los conflictos o la "fricción" entre los dos
grupos y el proceso de cooperación o "integración" de dos grupos que anteriormente se
encontraban en conflicto.

Antecedentes del Experimento

Tanto en los campos de la Sociología y la Psicología, los investigadores han estado


fascinados con el concepto de "grupo". Este concepto particular se puede definir como
una de las unidades sociales básicas que una persona puede tener. Puede consistir en
un número de individuos que posee un nivel definido o una relación de roles con otros
miembros del grupo. Otra característica clave de un grupo es que los miembros
comparten un conjunto de normas o valores que regulan el comportamiento y las
actitudes de sus miembros. Ésta puede ser la razón por la que solemos escuchar la
frase:
"Dime con quién andas y te diré quién eres".
Junto con este concepto de pertenencia a un grupo existen otros conceptos que son
clave para la comprensión de este experimento. Todas las actitudes, aspiraciones,
esperanzas y metas comunes que comparten todos los miembros de un grupo son
unidades sociales que se pueden denominar de pertenencia (in-group), mientras que
todas las unidades sociales que no forman parte del grupo y todas las unidades
sociales con las que no pueden relacionarse se denominan de no pertenencia (out-
group). En consecuencia, la relación entre dos o más pertenencias junto con sus
miembros puede denominarse relaciones intergrupales.
Tres Fases del Experimento

1. La Formación de Pertenencia: esta fase consiste en la creación experimental de la


pertenencia por medio de actividades que promuevan la identificación de grupo.
2. Fase de Fricción: esta fase incluye la generación de conflicto entre dos grupos
formados experimentalmente o la creación de tensión intergrupal.
3. Fase de Integración: esta fase incluye reunir a los dos grupos anteriormente en
conflicto para cooperar por el logro de objetivos superordinados.

Fase 1 (Formación de Pertenencia)

Los sujetos del experimento eran veintidós niños de once años, de nivel
socioeconómico medio, que no habían experimentado ningún grado inusual de
frustración en sus casas, que no eran fracasados escolares o sociales y que tenían un
nivel similar de educación. Estos niños fueron llevados a un campamento de verano en
el Parque Estatal Cueva de los Ladrones en Oklahoma. Antes del inicio del
experimento, los niños fueron divididos al azar en dos grupos de once cada uno.

Los dos grupos fueron transportados por separado y se alojaron en cabañas dentro del
mismo parque. Por último, los grupos no debían saber de la existencia del otro grupo
durante la primera fase del experimento. De lo contrario, cualquier contacto funcional
entre los dos grupos podría tener consecuencias definitivamente no deseadas, tanto
para la formación de pertenencia como para las fases posteriores del experimento.
Estos dos grupos constituyeron la base de la interacción de grupo, que constituye el
foco del Experimento de la Cueva de los Ladrones.
Durante la primera semana del experimento, los grupos no supieron de la existencia del
otro grupo. Básicamente, pasaron tiempo estrechando lazos por medio de caminatas
por el parque o nadando en la piscina. Cada grupo tuvo la tarea de acuñar un nombre
de grupo que fue estampado en sus banderas y camisetas. El nombre del grupo es un
buen paso para permitir que los miembros de cada grupo se identifiquen con sus
respectivos grupos. Brinda a los miembros una sensación de pertenencia y de espíritu
de grupo. Uno de los grupos eligió Águilas como su nombre de grupo, mientras que el
otro grupo eligió Serpientes de Cascabel. El objetivo principal de la primera fase es
producir pertenencia por medio de la interacción de los miembros dentro de los dos
grupos por separado.

Fase 2 (Fase de Fricción)

En esta fase, se les permitió a los dos grupos averiguar sobre la existencia del otro
grupo. El objetivo principal de esta fase es la producción de conflicto entre los dos
grupos, que puede lograrse por medio de actividades competitivas en la forma de un
campeonato de eventos en donde habrá puntajes acumulativos y los miembros del
grupo ganador tendrán una recompensa.
En este paso, los experimentadores aumentaron considerablemente el antagonismo
entre los dos grupos. Esto fue significativamente evidente durante el recuento de las
puntuaciones en donde las Serpientes de Cascabel ganaron el trofeo final. Las
Serpientes de Cascabel plantaron su bandera en el campo de juego como un
recordatorio de su éxito. Más tarde, comenzaron los insultos y las canciones ofensivas.

Asimismo, luego de estos incidentes, los grupos se negaron a comer juntos en el


mismo comedor. Los experimentadores tuvieron tanto éxito en la generación de fricción
que llegaron a la conclusión de que ya no era seguro llevar a cabo más actividades que
produjeran fricción y la fase dos fue interrumpida repentinamente. Así comenzó la
tercera fase.

Fase 3 (Fase de Integración)

Esta etapa constituye el aspecto más importante y esencial del estudio. En esta fase,
los experimentadores intentarían lograr, a propósito, la cooperación entre los dos
grupos después de una etapa de fricción o conflicto. Esta fase tiene como objetivo
estudiar el proceso de reducción de las tensiones de grupo.

La primera actividad de esta fase fue un problema en el que ambos grupos debían
cooperar para resolverlo debido a que los recursos y esfuerzos de un solo grupo no
serían suficientes para solucionar el problema. Los dos grupos fueron llevados a un
lugar nuevo y se les dijo que había escasez de agua potable. Los dos grupos tuvieron
que reparar el daño que causaron unos vándalos al suministro de agua potable.
Durante la reparación exitosa de los problemas de agua, se observó la cooperación
entre los miembros de los dos grupos. Esta actividad fue pensada por los
experimentadores para crear un estado de interdependencia real y tangible entre los
miembros de los dos grupos.

La segunda actividad consistió en que el grupo necesitaba interactuar entre sí ya que


tenían que decidir qué película querían ver y pagar por ella. Los grupos acordaron
exitosamente qué película ver y durante la cena después de esta actividad, todos los
chicos estaban comiendo juntos de nuevo.

Observaciones

 Se formarán estructuras y dinámicas de grupo definidas que consisten en niveles y


roles individuales cuando un número de personas interactúa entre sí en un contexto y
situación similar sin haber establecido previamente relaciones interpersonales.

 Durante la Fase de Fricción, los conflictos incómodos producen estereotipos


desfavorables en relación con la no pertenencia y sus miembros ubican la no
pertenencia a una determinada distancia social.

 Cuando una cantidad de grupos en conflicto es reunida por un objetivo común


superordinado y dicho objetivo no puede ser logrado mediante los esfuerzos de un
solo grupo, los grupos tenderán a cooperar para lograr el objetivo superordinado.

8.-

¿Qué es el Estudio Monstruo?

El Estudio Monstruo (Monster Study) es una investigación sobre el trastorno de la


fluencia del lenguaje (tartamudeo), que dirigió el psicólogo norteamericano Wendell
Johnson en 1939. Fue realizado bajo la supervisión de Johnson, pero directamente
conducido por una de sus estudiantes graduadas, María Tudor.

La investigación se desarrolló en la Universidad de Iowa y participaron veintidós niños


huérfanos del orfanato de veteranos también de Iowa. El principal objetivo del estudio
era analizar si el tartamudeo podría ser inducido y si podría disminuir con una terapia
basada en refuerzos positivos.

En contraposición con la teorías cerebrales que ganaban surge en su època, Wendell


creía que la tartamudez es una conducta aprendida, y que como tal, podía ser
desaprendida y además inducida.

De acuerdo con el psicólogo, la tartamudez ocurre cuando la persona que escucha a


alguien con habla poco fluida, evalúa esto como algo indeseable; cuestión que es
percibida por la persona que habla y le causa tensión y preocupación.

La consecuencia de esta tensión y preocupación es que el hablante empeora la


fluidez de su discurso; lo cual genera más angustia y nuevamente ocasiona el
tartamudeo. En otras palabras, para Wedell la tartamudez es consecuencia del
esfuerzo por evitar tartamudear, lo que se origina por la presión que ejerce la persona
que escucha.

 Quizás te interese: "Tartamudez (disfemia): síntomas, tipos, causas y tratamiento"

Diseño del estudio

El Estudio Monstruo inició seleccionando los 22 niños que participaron. De eso 22


niños seleccionados, había 10 que tenían un tartamudeo previamente detectado por
sus maestros y cuidadoras.

Después, Tudor y su equipo de investigación evaluaron personalmente el habla de los


niños. Generaron así una escala 1 a 5 donde el el 1 hacía referencia a la fluidez más
baja; y el 5 hacía referencia a la fluidez más alta. Así, dividieron el grupo de niños: 5 de
ellos fueron asignados a un grupo experimental y los otros 5 a un grupo control.

Los otros 12 niños que participaron no tenían ningún trastorno del lenguaje o la
comunicación y fueron elegidos al azar también dentro del orfanato. Seis de estos
12 niños fueron asignados también a un grupo control y los otros 6 a un grupo
experimental. Tenían entre 5 y 15 años de edad.

Ninguno de los niños sabía que estaban participando en una investigación; creían que
en verdad estaban recibiendo una terapia que duraría 4 meses, de enero a mayo de
1939 (el tiempo que duró el estudio).

María Tudor tenía preparado un guión de terapia para cada grupo. A la mitad de los
niños les diría algunas frases en positivo, tratando de que los niños dejaran de prestar
atención a los comentarios negativos que los demás realizan sobre su habla; y a la otra
mitad les diría esos mismos comentarios negativos y pondría énfasis en cada error
de su discurso.

Principales resultados

Los 22 niños fueron divididos según si tenían un trastorno de lenguaje o no, en un


grupo control y un grupo experimental. Los niños del grupo experimental del recibieron
una terapia de lenguaje basada en refuerzos positivos. Esto incluía, por ejemplo, alabar
la fluidez de su discurso y sus palabras. Esto aplicaba tanto para los niños que tenía
tartamudeo, como para los que no tenían o tenían muy poco.

A la otra mitad de niños, los de grupo control, Tudor les dio una terapia basada en lo
contrario: refuerzos negativos. Por ejemplo, exaltaba cada imperfección del
lenguaje, menospreciaba el habla, hacía énfasis que eran “niños tartamudos”; y si
los niños no presentaban ningún trastorno, les decía que no estaban hablando bien y
que estaban presentando los primeros síntomas del tartamudeo.

El único resultado concluyente fue que los participantes de este último grupo
presentaron rapidamente síntomas de ansiedad, especialmente por la vergüenza que
les provocaba hablar, razón por la cual empezaron a corregir cada discurso de manera
obsesiva, e incluso evitar la comunicación. A sí mismo sus tareas escolares decayeron
y su conducta se modificó hacia el retraimiento.

¿Por qué se conoce como un estudio “monstruo”?

Este estudio se conoce como “monstruo” por los dilemas éticos que ha generado.
El grupo de niños que recibió la terapia basada en refuerzos negativos, presentó
efectos psicológicos también negativos a largo plazo, además de que quienes ya tenían
trastornos del lenguaje, los conservaron durante toda su vida.

Una vez terminado el estudio, Tudor regresó al orfanato voluntariamente para ofrecer
ayuda a quienes habían desarrollado ansiedad y para quienes habían empeorado la
fluidez de su habla. Incluso probó con la terapia basada en refuerzos positivos.

Así mismo, Johnson se disculpó un año después diciendo que los niños seguramente
se recuperarían con el tiempo, aunque estaba claro que su estudio había dejado una
huella en ellos.

Compañeros y colegas de Johnson apodaron esta investigación el “Estudio Monstruo”,


calificando como inadmisible que se utilizaran niños huérfanos para comprobar una
hipótesis. Actualmente, y luego de varios casos similares a éste, las normas éticas de
la investigación en psicología se han reformulado de manera importante.

Después de haber permanecido oculta, esta investigación salió a la luz y provocó que
la Universidad de Iowa se disculpara públicamente en el año 2001. Esta misma
universidad enfrentó una demanda de miles de dólares de parte de varios de los niños
(ahora adultos) que habían sido afectados a largo plazo por la investigación.

Referencias bibliográficas:

 Goldfarb, R. (2006). Ethics. A Case Study from Fluency. Plural Publishing: USA
 Polti, I. (2013). Ética en la investigación: análisis desde una perspectiva actual sobre
casos paradigmáticos de investigación en psicología. Ponencia presentada en V
Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología. Facultad
de Psicología, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires. [En línea] Disponible en
https://www.aacademica.org/000-054/51
 Rodríguez, P. (2002). La tartamudez desde la perspectiva de los tartamudos.
Universidad Central de Venezuela. Recuperado 12 de mayo de 2018. Disponible en
http://www.pedrorodriguez.info/documentos/Tesis_Doctoral.pdf.

9._
OJOS AZULES, OJOS MARRONES. UN EXPERIMENTO SOBRE LOS
PREJUICIOS.
Publicado por Ruth Tena | 17 mayo, 2018 | Miscelánea
En 1968, el día después del asesinato de Martin Luther King una profesora estadounidense, Jane
Elliott, hizo un experimento con sus alumnos para mostrarles qué eran los prejuicios, pues no
estaba muy convencida de que supieran lo que era ser juzgado por el color de la piel. «Ojos
azules y ojos marrones» fue su experimento.
___________________________________________________________________________

Cuando leí la referencia a este hecho en un libro de neurociencia, (El cerebro, Nuestra Historia.
Autor: David Eagleman), la verdad es que me pareció cuanto menos, arriesgado, no sólo porque
dudaba de que en tan poco tiempo la profesora tuviera la autorización de los padres para
realizarlo, (aunque eso sería mirar al pasado con los ojos del presente), sino porque ya sobre el
papel, el «método» me recordó a un capítulo muy reciente de nuestra historia que
todos desearíamos no hubiera ocurrido y que hoy día, pese a lo acaecido, tiene sus réplicas en
lugares como Siria, por ejemplo. También llamó mi atención la actitud tan reactiva de esta
profesora que ante la atrocidad del asesinato, decidió dar a sus alumnos, de manera casi
inmediata, una lección de vida, con este controvertido «juego», la discriminación por el color
de los ojos.
El primer día de experimento, Jane dio a los niños de clase de ojos azules, una serie
de privilegios sobre los niños de ojos marrones. Decía que los niños de ojos azules, sólo y
exclusivamente por ello, eran más listos, menos problemáticos y mejores personas que los de
ojos castaños. Además, suprimió a los niños de ojos marrones el derecho a realizar algunas de
sus rutinas diarias como jugar en el patio, estar con los niños de ojos azules o beber de la fuente.
Incluso, les hizo llevar al cuello un pañuelo azul para que desde la distancia se les distinguiera
como «los de ojos marrones», los inferiores. Los niños de ojos azules enseguida adoptaron un
comportamiento de abuso, autoridad e injusticia. Se sentían superiores y despreciaban a
sus compañeros de ojos oscuros hasta tal punto, que la expresión «ojos marrones» se
convirtió en un insulto.
Al día siguiente, la cosa cambió. Jane pidió a sus alumnos de ojos marrones que pusieran
sus pañuelos en el cuello de sus compañeros de ojos azules. Esta vez serían ellos, los «ojos
marrones», los mejores.
No por haber estado antes en una situación de desventaja, los niños de ojos marrones se
comportaron mejor. Fueron tan injustos, segregarios y dominantes como lo fueron con
ellos. Hoy eran «los buenos» y esa etiqueta les influyó tanto, que repercutió positivamente,
incluso, en las tareas escolares, realizándolas de forma más efectiva y rápida que el día anterior
cuando estaban desprestigiados por el color de sus ojos y ese pañuelo azul les recordaba
constantemente que daba igual lo que hicieran, nunca serían buenos.
Podemos estar, o no, de acuerdo con el experimento y con cómo se realizó. En propias palabras
de Jane, «…fue aterrador ver, como, en cuestión de quince minutos, niños colaborativos y
maravillosos se convirtieron en personas perversas…», pero una vez terminado el
experimento, todos aprendieron el mensaje.
Con el paso de los años y habiendo entrevistado a esos niños en la edad adulta, además de
contar cómo, efectivamente, sufrieron estando en la situación de desventaja y de confirmar
que sabían que su comportamiento en la situación de dominancia, era injusta, todos
mencionaron que el experimento les hizo ser personas más respetuosas, más sensibles antes
los comentarios discriminatorios que otros hacían y sobre todo, a ser más críticos con las
ideas que otros les intentaban imponer.
Hay que educar a los niños en verdades relativas. Hay que educarles en que el mundo
cambia. Hay que educarles para que lo cuestionen todo, aunque nos cansemos de contestar a
todas y cada una de sus preguntas. Hay que educarles en ser curiosos. Hay que educarles
PARA QUE SEAN ADULTOS CRÍTICOS Y NO SUMISOS U OBEDIENTES. Hay que
educarles para que den el valor a las personas por lo que son, no por ninguna otra
característica ya sea social, religiosa, política o por el aspecto que tengan…Aunque esta
última frase nos lleva otra dolorosa realidad, la presión social por el «físico perfecto», pero esa,
es otra historia.

10.-

Philip Zimbardo, el psicólogo que desafió a la bondad humana

El lema del experimento de la cárcel de Stanford ideado por el psicólogo Philip


Zimbardo podría ser el siguiente: ¿Te consideras una buena persona? Es una
pregunta simple, pero responderla exige pensar un poco. Si crees que eres un ser
humano como muchas otras personas, probablemente pienses también que no te
caracterizas por estar incumpliendo normas las veinticuatro horas del día.

Con nuestras virtudes y con nuestros defectos, la mayoría de nosotros parecemos


conservar cierto equilibrio ético al entrar en contacto con el resto de la humanidad.
En parte gracias a este cumplimiento de las normas de convivencia, hemos conseguido
crear entornos relativamente estables en los que todos podemos convivir relativamente
bien.

Quizás porque nuestra civilización ofrece un maco de estabilidad, también es fácil leer
el comportamiento ético de los demás como si fuese algo muy predecible: cuando nos
referimos a la moralidad de las personas, resulta difícil no resultar muy
categórico. Creemos en la existencia de personas buenas y personas malas, y las
que no son ni muy buenas ni muy malas (aquí probablemente entre la imagen que
tenemos de nosotros mismos) se definen por tender automáticamente hacia la
moderación, el punto en el que ni uno sale muy perjudicado ni se perjudica gravemente
al resto. Etiquetarnos a nosotros mismos y a los demás es cómodo, fácil de entender y,
además, nos permite diferenciarnos del resto.

Sin embargo, hoy sabemos que el contexto tiene un papel importante a la hora de
orientar moralmente nuestra conducta hacia los demás: para comprobarlo sólo hay que
romper el cascarón de la "normalidad" en el que hemos edificado nuestros usos y
costumbres. Una de las muestras más claras de este principio la encontramos en esta
famosa investigación, conducida por Philip Zimbardo en 1971 dentro del sótano de su
facultad. Lo que allí ocurrió se conoce como el experimento de la cárcel de Stanford, un
controvertido estudio cuya fama está parcialmente basada en los nefastos resultados
que tuvo para todos sus participantes.

La cárcel de Stanford
Philip Zimbardo diseñó un experimento para ver de qué manera personas que no
habían tenido relación con el entorno carcelario se adaptaban a una situación de
vulnerabilidad frente a otros. Para ello, 24 hombres jóvenes sanos y de clase media
fueron reclutados como participantes a cambio de una paga.

La experiencia se desarrollaría en uno de los sótanos de la Stanford University, que


había sido acondicionado para parecerse a una cárcel. Los voluntarios fueron
asignados a dos grupos por sorteo: los guardias, que ostentarían el poder, y los
prisioneros, que tendrían que permanecer recluidos en el sótano mientras durase el
periodo de experimentación, es decir, durante varios días. Como quería simularse una
prisión de la manera más realista posible, los reclusos pasaron por algo parecido a un
proceso de detención, identificación y encarcelamiento, y el vestuario de todos los
voluntarios incluía elementos de anonimato: uniformes y gafas oscuras en el caso de
los guardias, y trajes de recluso con números bordados para el resto de participantes.

De esta manera se introducía un elemento de despersonalización en el experimento:


los voluntarios no eran personas específicas con identidad única, sino que formalmente
pasaban a ser simples carceleros o presos.

Lo subjetivo

Desde un punto de vista racional, claro, todas estas medidas estéticas no importaban.
Seguía siendo estrictamente cierto que entre los guardias y los reclusos no existían
diferencias relevantes de estatura y constitución, y todos ellos estaban sujetos por igual
al marco legal. Además, los guardias tenían prohibido hacer daño a los reclusos y
su función se reducía a controlar su comportamiento, hacer que se sintieran
incómodos, desprovistos de su privacidad y sujetos al comportamiento errático de sus
vigilantes. En definitiva, todo se basaba en lo subjetivo, aquello que es difícil de ser
descrito con palabras pero que igualmente afecta a nuestro comportamiento y a
nuestra toma de decisiones.
¿Serían suficientes estos cambios para modificar significativamente el comportamiento
moral de los participantes?

Primer día en la cárcel: calma aparente

Al final del primer día nada hacía pensar que fuera a ocurrir nada destacable. Tanto los
reclusos como los guardias se sentían desplazados del papel que se suponía que
tenían que cumplir, de alguna forma rechazaban los roles que se les habían asignado.
Sin embargo, al poco tiempo empezaron las complicaciones. Durante el segundo día,
los guardias ya habían empezado a ver cómo se difuminaba la línea que separaba su
propia identidad y del rol que debían cumplir.

Los presos, en su condición de personas en desventaja, tardaron un poco más en


aceptar su papel, y en el segundo día estalló una rebelión: colocaron sus camas contra
la puerta para evitar que entrasen los guardias a quitarles los colchones. Estos, como
fuerzas de represión, utilizaron el gas de los extintores para terminar con esta pequeña
revolución. A partir de ese momento, todos los voluntarios del experimento dejaron de
ser simples estudiantes para pasar a ser otra cosa.

Segundo día: los guardias se vuelven violentos

Lo que sucedió durante el segundo día desencadenó todo tipo de comportamientos


sádicos por parte de los guardias. El estallido de la rebelión supuso el primer síntoma
de que la relación entre guardias y reclusos se había vuelto totalmente
asimétrica: los guardias se sabían con el poder de dominar al resto y actuaban en
consecuencia, y los reclusos correspondieron a sus captores llegando a reconocer de
manera implícita su situación de inferioridad tal y como lo haría un preso que se sabe
encerrado entre cuatro paredes. Se generó así una dinámica de dominio y sumisión
basada únicamente en la ficción de la "cárcel de Stanford".
Objetivamente, en el experimento sólo había una habitación, una serie de voluntarios y
un equipo de observadores y ninguna de las personas involucradas estaba en una
situación más desventajosa que las demás ante el poder judicial de verdad y ante los
policías formados y equipados para serlo. Sin embargo, la cárcel imaginaria se fue
abriendo camino poco a poco hasta brotar en el mundo de lo real.

Las vejaciones se convierten en el pan de cada día

Llegado un punto, las vejaciones sufridas por los reclusos pasaron a ser totalmente
reales, como también era real la sensación de superioridad de los falsos guardias y el
rol de carcelero adoptado por Philip Zimbardo, que tuvo que desprenderse del disfraz
de investigador y hacer de la oficina que tenía asignada su dormitorio, para estar cerca
de la fuente de problemas que él tenía que gestionar. Se negaba la comida a ciertos
reclusos, se les obligaba a permanecer desnudos o a ponerse en ridículo y no se les
permitía dormir bien. Del mismo modo, los empujones, las zancadillas y los
zarandeos eran frecuentes.

La ficción de la cárcel de Stanford ganó tanto poder que, durante muchos días, ni los
voluntarios ni los investigadores fueron capaces de reconocer que el experimento debía
detenerse. Todos asumían que lo que ocurría era, en cierto modo, natural. Al sexto día,
la situación estaba tan fuera de control que un equipo de investigación notablemente
conmocionado tuvo que ponerle fin de manera abrupta.

Consecuencias

La huella psicológica que dejó esta experiencia es muy importante. Supuso una
experiencia traumática para gran parte de los voluntarios, y muchos de ellos
encuentran complicado aún hoy explicar su comportamiento durante esos días: es
difícil hacer compatibles la imagen del guardia o el recluso que se fue durante el
experimento de la cárcel de Stanford y una autoimagen positiva.

Para Philip Zimbardo también supuso un desafío emocional. El efecto espectador hizo
que durante muchos días los observadores externos aceptaran lo que estaba pasando
a su alrededor y que, de alguna forma, lo consintieran. La transformación en
torturadores y delincuentes por parte de un grupo de jóvenes "normales" se había
producido de manera tan natural que nadie había reparado en el aspecto moral de la
situación, a pesar de que los problemas se presentaron prácticamente de golpe.

La información relativa a este caso también fue un shock para la sociedad


estadounidense. Primero, porque esta especie de simulacro aludía directamente a la
propia arquitectura del sistema penal, uno de los fundamentos de la vida en sociedad
de ese país. Pero más importante aún es lo que nos dice este experimento acerca de la
naturaleza humana. Mientras duró, la cárcel de Stanford fue un lugar en el que
cualquier representante de la clase media occidental podía entrar y corromperse. Unos
cambios superficiales en el marco de relaciones y ciertas dosis de despersonalización y
anonimato fueron capaces de derribar el modelo de convivencia que impregna todos
los ámbitos de nuestra vida como seres civilizados.

De entre los escombros de lo que antes había sido la etiqueta y la costumbre no


surgieron seres humanos capaces de generar por ellos mismos un marco de relaciones
igualmente válido y sano, sino personas que interpretaban normas extrañas y
ambiguas de manera sádica.

El autómata razonable visto por Philip Zimbardo

Resulta reconfortante pensar que la mentira, la crueldad y el robo existen sólo en


"malas personas", gente a la que etiquetamos de esta manera para crear
una distinción moral entre ellos y el resto de la humanidad. Sin embargo, esta
creencia tiene sus puntos débiles. A nadie le resultan desconocidas las historias acerca
de personas honradas que terminan corrompiéndose al poco tiempo de llegar a una
posición de poder. También abundan las caracterizaciones de "antihéroes" en series,
libros y películas, personas de moralidad ambigua que precisamente por su
complejidad resultan realistas y, por qué no decirlo, más interesantes y cercanas a
nosotros: compárese Walter White con Gandalf el Blanco.

Además, ante ejemplos de mala práctica o corrupción es frecuente oír opiniones del
estilo "tú habrías hecho lo mismo estando en su lugar". Esta última es una afirmación
sin fundamento, pero refleja un aspecto interesante de las normas morales: su
aplicación depende del contexto. La maldad no es algo atribuible en exclusiva a una
serie de personas de naturaleza mezquina sino que viene explicada en gran parte por
el contexto que percibimos. Cada persona tiene el potencial para ser un ángel o un
demonio.

«El sueño de la razón produce monstruos»

Decía el pintor Francisco de Goya que el sueño de la razón produce monstruos. Sin
embargo, durante el experimento de Stanford surgieron monstruos mediante la
aplicación de medidas razonables: la ejecución de un experimento utilizando una serie
de voluntarios.

Además, los voluntarios se ciñeron tan bien a las instrucciones dadas que muchos de
ellos se lamentan aún hoy de su participación en el estudio. El gran defecto de la
investigación de Philip Zimbardo no fue debido a errores técnicos, pues todas las
medidas de despersonalización y escenificación de una cárcel se demostraron eficaces
y todos parecieron seguir las normas en un principio. Su fallo fue que partía de la
sobrevaloración de la razón humana a la hora de decidir de manera autónoma lo que
es correcto y lo que no en cualquier contexto.

A partir de esta sencilla prueba exploratoria, Zimbardo mostró de manera involuntaria


que nuestra relación con la moralidad incluye ciertas cuotas de incertidumbre, y esto
no es algo que seamos capaces de gestionar bien siempre. Es nuestra vertiente más
subjetiva y emocional la que cae en las trampas de la despersonalización y el sadismo,
pero también es la única vía a la hora de detectar estas trampas y conectar
emocionalmente con el prójimo. Como seres sociales y empáticos, debemos ir más allá
de la razón a la hora de decidir qué normas son aplicables a cada situación y de qué
manera tienen que ser interpretadas.

El experimento de la cárcel de Stanford de Philip Zimbardo nos enseña que es cuando


renunciamos a la posibilidad de cuestionar los mandatos cuando nos convertimos en
dictadores o esclavos voluntarios.

Potrebbero piacerti anche