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Centro de Estudios Educativos ‘Rigans Montes’

1º Jornada de Educación “Principios de Educación Realista”


San Luis, Argentina

ALGUNAS NOTAS SOBRE EDUCACIÓN


A LA LUZ DEL PRINCIPIUM “RIGANS MONTES”
DE SANTO TOMÁS DE AQUINO

Esp. José C. Celi Quiroga

“Rigans montes de superioribus suis


de fructu operum tuorum,
stiabitur terra”
Ps. 103, 13

I. Fray Tomás de Aquino: Magister in Sacra Pagina

‘Rigans montes’ se constituye en la lección inaugural que Santo Tomás de Aquino impartiera
en la Universidad de París hacia mediados de abril del año 1256 y con la que comenzaría su
labor como Magister in Sacra Pagina1 en su primer periodo de magisterio parisino.

Como afirma Mario Caponnetto (2014.a), el ambiente de la Universidad de París por esos
años distaba de ser sereno y pacíficos como a veces suele atribuirse a las universidades del
medioevo. Ya desde el año 1252, cuando Tomás ingresa a la universidad como Bachiller
Sentenciario2, la relación entre los doctores seculares y las órdenes mendicantes3 se hacía cada
vez más tensa. Esta tensión se originaba no solamente porque los seglares no querían ceder
espacios de enseñanza a los maestros dominicos y franciscanos sino también porque allí, donde
la filosofía dominante era agustiniana y neoplatónica, se suscitaba una división entre los
académicos en relación a la aceptación o no de las obras de Aristóteles que circulaban por la
Europa del siglo XIII producto de la recuperación y traducción realizada por árabes y judíos.

1
Magister in Sacra Pagina o Maestro en Teología: Grado académico superior que se confería con la primera lección inaugural o
principium con que el licenciado quedaba incorporado a la corporación de maestros. Para llegar a ese grado en la Facultad de
Teología de la Universidad de París, el candidato debía tener treinta y cinco años de edad, haber pasado ocho años de estudio,
cinco de bachiller y tres más para obtener la licentia docendi. (Fraile, 1960).-
2
Docente encargado de comentar el texto obligatorio en todas las universidades de la época: ‘Las Sentencias de Pedro
Lombardo’ en que se recopilaba de forma sistemática los textos de los Padres de la Iglesia sobre diversos temas de la Sagrada
Teología. El bachiller ejercía su labor bajo la dirección de un maestro. (Caponnetto, 2014.a).-
3
Para un tratamiento detenido del tema se sugiere acudir a la obra de Guillermo Fraile O.P. (1960): Historia de la filosofía II: El
judaísmo y la filosofía. El cristianismo y la filosofía. El islam y la filosofía. Parte VII- Capítulo 4: Las universidades; punto 6:
Las órdenes mendicantes y la universidad.-

[1]
En ese contexto, Fray Tomás no pasó desapercibido. Por un lado este joven de menos de
treinta años compuso el Contra Impugnantes, uno de sus textos de esa época que refleja la
defensa de las órdenes mendicantes y de la vida religiosa. Por otro lado, la novedad de su
ejercicio como Bachiller Sentenciario le había permitido ganar prestigio en poco tiempo; pues,
no solamente introducía categorías aristotélicas al comentar las Sentencias de Pedro Lombardo
eminentemente agustinianas y neoplatónicas, sino que también asombraba la sencillez,
profundidad y sistematicidad con que trataba los temas.

Terminada, en 1255, su labor como Bachiller Sentenciario, fruto de la cual es su primer obra
teológica -Comentario de las Sentencias-, le correspondía ascender en la vida académica y pasar
a desempeñarse como Magister in Sacra Pagina pero dado el enfrentamiento entre seglares y
dominicos además de que con treinta y un años de edad no cumplía con la edad mínima estimada
en el estatuto, su nombramiento se pospuso hasta mediados de abril de 1256, pasada la
Solemnidad de Pascua de Resurrección.

Será el Papa Alejandro IV quien en enero de ese año le ordenará al canciller de la


Universidad, Aymerico de Veise, que le expidiese a Fray Tomás la licentia docendi. La misma lo
facultaba no solamente para enseñar y predicar en público sino también presidir actos
magisteriales como las disputas solemnes y determinar o dirimir cuestiones (Gómez, 2002).
Asimismo, le encargó que comunicase al fraile que comenzara inmediatamente con la
preparación para recibir el título de Maestro en Teología. Los requisitos que debía cumplir eran:
exponer solemnemente una Lección Inaugural o Principium ante el claustro magisterial y los
alumnos; y jurar los Estatutos de la corporación de maestros.

No sabiendo qué tema escoger, acudió a la oración frente al Santísimo Sacramento y


arrodillado pidió al Señor que se dignase infundirle ciencia y gracia para cumplir el oficio de
maestro.4 (Gómez, 2002, p.2)

El Padre Pedro E. Gómez OSB (2002) expresa en su texto que los biógrafos del Angélico no
acuerdan en su narración sobre la manera cómo Santo Tomás llega a elegir el tema de su lección
inaugural. Algunos, afirman que mientras estaba en oración ante Jesús Sacramentado, se le
aparece un anciano dominico -que sería Santo Domingo de Guzmán- y le dice que su lección
inaugural debía versar en torno al Salmo 103. Otras versiones difundidas sostienen que estando
en sueño Tomás oye decir: Fray Tomás ¿por qué estas oraciones y estas lágrimas? Respondió:
Porque estoy obligado a asumir la tarea de maestro y me falta el necesario conocimiento. Incluso

4
Entre las oraciones que repetía estaba constantemente el Salmo 12 [11]: Sálvame Tú, oh Yahvé, porque se acaban los justos; la
fidelidad ha desaparecido de entre los hijos de los hombres. (Sag. Escritura. Traducción Mons. Straubinger).-

[2]
no sé qué tema desarrollar para mi recepción. – Acepta en paz el cargo de maestro, Dios está
contigo. Y para tu conferencia inaugural, desarrolla sólo estas palabras ‘Rigans montes…’.

Más allá de esas diferencias circunstanciales, ambos relatos plasman la actitud que caracterizó
la vida y obra del Santo Doctor: la búsqueda prioritaria del Dios Vivo a través de la
contemplación y el estudio; un amante de Cristo-Eucaristía en quien buscó conformar su vida
sacerdotal y fuente en la que estudió, investigó, meditó, contempló, transmitió lo contemplado,
oró y al final de su vida calló ante lo inefable.

A pesar de haber sido felicitado con aplausos por su elocuente exposición y de haber
cumplido con los pasos requeridos, fue rechazado por los doctores seculares en lo referente a la
admisión dentro de la corporación de maestros. En igual situación se encontraba Buenaventura
desde el año 1248. Al enterarse el Papa de esta actitud en octubre de 1256, manda una orden
determinante para que ambos fueran recibidos como maestros con la plenitud de todos los
honores y derechos. La ceremonia de admisión se realizó finalmente en el convento de los
franciscanos el 15 de agosto de 1257 en presencia del delegado del Arzobispo de París,
Reginaldo Mignon y presidida por el maestro Cristián de Verdún.

Su labor se resumía en tres infinitivos latinos: legere, disputare, predicare. […] ¿Por dónde
comienza su enseñanza el maestro en Teología? Por la lectura, lectio, de las Sagradas
Escrituras; pero después de la lectura viene la disputa, la disputatio, verdadera tarea de
investigación científica y, como último paso, viene la predicación, tarea eminentemente
pastoral que se nutre de la lectio y la disputatio. (Caponnetto, 2014.a, p. 7)

La labor del Doctor Angélico traspasó su tiempo y espacio porque no solamente supo dar
respuestas a las demandas de su siglo sino que también, como faro que ilumina y guía en todo
momento, fue capaz de dar respuestas válidas a las inquietudes actuales. Con justa razón Fr.
Abelardo Lobato O.P. atribuye a Santo Tomás los títulos de Doctor Hodierno y Maestro Perenne.

En distintos momentos y de distintas maneras, la Iglesia ha propuesto a Santo Tomás de


Aquino como maestro de pensamiento y auténtico modelo para cuantos buscan la Verdad.
(Mons. Aguer, 2008). Así, por ejemplo, en una alocución en la Universidad Gregoriana el 12 de
marzo de 1964, Pablo VI indica que:

Escuchen con reverencia la voz de los doctores de la Iglesia entre los que destaca Santo
Tomás de Aquino, pues es tanta la penetración del ingenio del Doctor Angélico, tanto su
amor sincero de la verdad, y tanta la sabiduría en la investigación, explicación y reducción a
la unidad de las verdades profundas, que su doctrina es un instrumento eficacísimo no sólo

[3]
para salvaguardar los fundamentos de la fe, sino también para lograr útil y seguramente los
frutos de un sano progreso. (cfr. Forment, 2005, p.6)

También el Concilio Vaticano II se ocupa de citar al Doctor Humanitatis (Juan Pablo II, 1980)
como el maestro que necesita la humanidad y muy especialmente la actualidad. En lo que
respecta al ámbito educativo, la Declaración sobre la educación cristiana de la juventud expresa
“que los estudios se cultiven siguiendo las huellas de los doctores de la Iglesia, sobre todo de
Santo Tomás de Aquino”. (Gravissimum educationis n° 10)

Haciéndonos eco de este pronunciamiento, se presentan estas notas sobre educación


iluminadas por la doctrina del Santo Doctor.

II. Pensar la educación a la luz del Principium ‘Rigans montes’

Poder reflexionar sobre la educación a la luz de las líneas esenciales que presentara hace
setecientos sesenta años Santo Tomás de Aquino cuando pronunció su lección inaugural como
Magister in Sacra Pagina permite no solamente recuperar aspectos centrales de su pensamiento
sino también poder esquematizar una cosmovisión sobre la educación que escapa a cualquier
planteo pedagógico moderno y que se sustenta en el realismo tomista que, al decir de Étienne
Gilson (1965), por su filosofía es irreductible a cualquiera de los sistemas del pasado y, por sus
principios, permanece perpetuamente abierto al futuro.

Si bien el marco de desarrollo original es la esencia de lo que debe ser un doctor cristiano y su
relación con la Sagrada Doctrina, no deja de brindar aspectos que pueden ser aplicables a toda
persona que de alguna manera ejerce la vocación docente; especialmente los padres y los
maestros.

¿Estuvo acompañada esta fecunda actividad docente del maestro Tomás de Aquino por una
doctrina acerca de la educación a la que nos podamos acercar? Cierto es que quien la
busque por vez primera se encontrará ante una grave dificultad, capaz de desanimarlo ya en
sus primeros pasos, y es que no hay en su obra ningún tratado sistemático dedicado a dicha
temática. Esto podría llevarle a pensar que no es posible adentrarse en el saber pedagógico
desde el pensamiento del Ángel de las Escuelas, y nada más lejos de la verdad. Santo Tomás
afirmó los principios fundamentales de la Pedagogía, tanto desde el dato revelado –Teología
de la educación-, como por medio de la luz natural de la razón humana –Filosofía de la
educación-, pero lo hizo con ocasión de estudiar otras cuestiones. (Martínez, 2004, p.27)

En este escrito, las notas que se encontrarán a continuación están enfocadas en una reflexión
sobre la realidad educativa que se gesta en la relación educador-educando con los elementos

[4]
esenciales que en ella se presentan. Para su desarrollo se ha mantenido la estructura originaria
que le diera el Doctor Angélico a su lección inaugural; es decir, un prólogo y cuatro partes. En
cada una de ellas se incorporan temas centrales y sustanciales que hacen a la pedagogía perenne5.

a. Prólogo:

Comienza Santo Tomás su lección apelando a un pasaje del capítulo V de De ecclesiastica


hierarchia del Pesudo-Dionisio que sostiene que Dios, Señor y Rey de los cielos, estableció
desde la eternidad esta ley: “que los dones de su Divina Providencia desciendan de lo más alto a
lo más bajo de un modo escalonado, por medio de grados intermedios, y ello, tanto en los
espirituales como en los corporales”.

Será este principio el eje organizador que sostendrá las cuatro partes en que se divide la
lección del maestro Tomás de Aquino. A lo largo de su desarrollo recurrirá a la metáfora como
recurso exegético6 y al sentido alegórico-espiritual7 del versículo 13 del salmo 103; pues, así
como la lluvia riega los montes y durante su recorrido generan los ríos que fecundan la tierra, la
Sabiduría divina riega las mentes de los maestros hasta llegar a los discípulos que la oyen
atentamente y con humildad la recepcionan.

Lo interesante es cierto carácter dual que Tomás atribuye a este modo metafórico de la
Escritura pues, si por un lado, es manifestación, velada sí, pero manifestación al fin, del rayo
de la divina verdad, por otro tiene por misión resaltar la naturaleza misteriosa y arcana de la
verdad revelada de modo que sea estímulo para los estudiosos y defensa contra la burla de
los infieles. (Caponnetto, 2014.c, pp. 41-42)

Ya desde el comienzo el Doctor Angélico pone en primer plano el proceder de la Pedagogía


Divina en la economía de la salvación y el orden de la creación que participa de ese acto:

5
‘Paedagogia perennis’. Denominación acuñada por el dominico polaco Jacek Woroniecki (1878-1949) a principios del Siglo
XX para referirse a la doctrina acerca de la educación en Santo Tomás de Aquino (Martínez, 2004).-
6
Summa Theologiae I, q 1, a 9, resp.: “Es conveniente que la Sagrada Escritura transmita lo divino y espiritual a través de
imágenes tomadas de lo material. Pues Dios acude a todos a través del modo que les es propio. Es propio de lo humano que
llegue a lo inteligible por lo sensible, puesto que nuestro conocer empieza por los sentidos. De ahí que fuera conveniente qu e lo
espiritual se nos transmitiera en la Sagrada Escritura a través de lo material”.-
7
Summa Theologiae I, q 1, a 10, corpus: En el texto sagrado hay un primer significado que es el directo e inmediato, expresado
en el contenido de la palabra (sentido literal); pero el significado del significado corresponde al sentido espiritual que supone al
primero y en él se apoya. Dentro de este último se distingue tres clases o tipos a saber: el alegórico (lo prefigurado en el Antiguo
Testamento y que se cumple en el Nuevo); el moral o tropológico (lo hecho en Cristo o aquello en lo que Cristo ha sido
prefigurado) y el místico o anagógico (lo que prefigura la gloria futura).-

[5]
Al desplegarse por grado, la iluminación divina engendra una jerarquía. Esto significa dos
cosas: primero, un estado en el sentido de que todo ser se define en lo que es por el lugar que
ocupa en esa jerarquía; segundo, una función, en el sentido de que cada miembro de la
jerarquía universal recibe de ella, desde arriba, la influencia para transmitirla, a su vez,
debajo de él. (Gómez, 2002, p.4)

El prólogo de Rigans montes es una demostración clara de que tanto doctores como oyentes
son discípulos de la Divina Sabiduría pero que entre aquellos y éstos no hay igualdad de
condiciones; pues los maestros están representados por las alturas de los montes mientras que los
oyentes en la tierra que ha de ser fecunda. En clave pedagógica se podría traducir como una
relación asimétrica entre educador y educando dada por la misma naturaleza y fin de la acción
educativa.

b. Elevación de la doctrina:

[ “Desde tus altas moradas…” ]

Santo Tomás de Aquino sostiene la elevación de la doctrina sagrada en razón de tres aspectos:
por su origen divino, por la sutileza de su objeto y por la sublimidad de su fin.

En cuanto al origen, la epístola de Santiago 3,17 dice: “Más la sabiduría de lo alto es ante
todo pura, luego pacífica, indulgente, dócil, llena de misericordia y de buenos frutos, sin
parcialidad, sin hipocresía”; también el Eclesiástico 1,5 ilumina al decir: “El Verbo de Dios en
las alturas es la fuente de la sabiduría, y sus caminos son los mandamientos eternos”.

La sutileza del objeto se debe al orden de verdades conocidas por el hombre. Santo Tomás
sostiene que todas son elevadas por cuanto se refieren al conocimiento divino y su origen es el
mismo Dios. Entre ellas, hay algunas verdades a las que todos llegan, aunque imperfectamente,
ya que el conocimiento de Dios está inscripto en la naturaleza humana. Existen otras más
elevadas destinadas a la inteligencia de los más sabios con la sola guía de la razón. Las últimas
son elevadísimas porque trascienden la luz de la razón y son conocidas por revelación. (Gómez,
2002, p.5)

El fin sublime se asienta en la participación de la comunión trinitaria, es decir, la vida eterna.


“Ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien
Tú has enviado” (Jn 17, 3).

En este sentido, por su origen, objeto y fin, la Doctrina Sagrada es necesaria (S Th I, q.1, a.1)
para el hombre. El Doctor Angélico sostiene que el hombre debe poder conocer sin error el fin al
que tiende para que hacia él pueda dirigir su pensar y obrar.

[6]
La trascendencia de esta cuestión es de primer orden: la realidad de Dios es tal que su
presencia o ausencia cambia todo. Nada es lo mismo, nada permanece igual –en la
economía, en la moral, en las instituciones– si Dios desaparece de nuestra vida cultural y de
nuestro pensamiento. No es indiferente para el hombre concreto el que conozca o no al Dios
vivo y verdadero. (Morado, s.f, p.4)

En este sentido, todo saber teórico y práctico que el hombre logra a lo largo de su vida
terrenal tiene que estar orientado hacia su fin último e iluminado por la Sacra Doctrina, juzgada
por el Doctor Angélico como la más digna de todas las ciencias8. Consecuentemente, una
educación verdadera e íntegra no puede dejar de pensarse dentro de este marco; los fines que
persiga deben orientarse al logro del fin último del hombre que no es otro que la vida eterna.

La educación es definida por Santo Tomás de Aquino en el Comentario al Libro IV de las


Sentencias de Pedro Lombardo como “la conducción y promoción de la prole al estado de
perfección en tanto hombre, es decir al estado de virtud” (IV Sent. Dist. 26, q. 1, a. 1 in c)

Comentando esta breve pero profunda definición del santo, Francisco Ruiz Sánchez (1981)
sostiene que la educación se constituye en un auxilio del hombre puesto que, al reconocerse
como indigente y falible, necesita de medios que lo ayuden a alcanzar el status virtutis o plenitud
dinámica9.

Este estado de virtud marca de alguna manera no solamente el fin de la educación sino
también su fundamento. En cuanto al fin porque toda acción educativa debe tender hacia el logro
de la perfección del hombre en cuanto hombre. “No a cualquier estado del hombre, sino al que
le corresponde en tanto que hombre. En expresión de Píndaro, se trata de ‘llegar a ser lo que
somos’; y en expresión de Tomás: ‘Ser tal como Dios nos hizo’.” (Martínez, 2004, p.78). No
obstante, cabe aclarar, que este estado de perfección del que se habla se refiere siempre en el
orden de las operaciones (que orientadas al bien, engendran en el hombre una segunda
naturaleza) y no en el orden de lo esencial, cuya perfección le viene al ser engendrado.

La acción educativa recae entonces en el plano de lo accidental y no de lo sustancial, aunque a


éste lo supone como fundamento; puesto que es la naturaleza humana la que especifica el

8
“En cuanto es ciencia especulativa supera a cualquier otra porque sus principios, si bien no son propios, proceden de la
ciencia divina que es más cierta que la luz de la razón humana; su mayor dignidad, además, se funda en la dignidad de su
materia ya que en ella se tratan de cosas tan altas que trascienden a la razón. Por otra parte, si se la considera entre las
ciencias prácticas también sobrepuja en dignidad a cualquier otra ciencia pues apunta al más alto y noble de los fines, la
bienaventuranza eterna” (Caponnetto, 2014.c, p.22).-
9
“Capacidad estable para ordenarse libre y rectamente en su dinamismo interior y en su autoconducción hacia los bienes
individuales y comunes, naturales y sobrenaturales que plenifican su naturaleza” (Ruiz Sánchez, 1981, p. 21).-

[7]
contenido de la labor educativa. La educación debe partir del conocimiento de lo que la persona
humana es, para luego buscar los medios adecuados que perfeccionen su obrar como tal. En
definitiva, no es otra cosa que comprender la educación como una prolongación de la
procreación; idea fundante de la pedagogía de Santo Tomás (Martínez, 2004).

De lo expuesto surge que la crisis educativa actual tiene sus raíces en la crisis antropológica
que caracteriza a la humanidad moderna; partir de una idea errada de lo que es el hombre deriva
indefectiblemente en decisiones y acciones educativas siempre parcializadas, incompletas y, en
la mayoría de los casos, incorrectas.

En estos tiempos pareciera que la educación se rige por grandes familias de vicios: los
devenidos del pragmatismo educativo; del materialismo en educación y los de las pedagogías
críticas. (Reynoso, 2016, p.28)

Con el pragmatismo encontramos una educación que forma especialistas en medios a través
de los cuales la persona experimenta, se adapta y transforma el medio social. Medios que se
transforman en fines que no pueden ser sino relativos, instrumentales y efímeros centrados en lo
técnico y cuantificable casi de manera exclusiva. Con el materialismo, la acción educativa se
reduce al análisis biológico y fisiológico del hombre ubicando todo lo inmaterial en el ámbito de
la opinión, creencia y utopía. Finalmente, las pedagogías críticas pugnan por una educación que
sea fuente de transformación social a través de un proceso político de toma de conciencia
histórica y crítica de la lucha de clases analizadas desde el materialismo histórico y el idealismo
absoluto.

Por todo esto, “podemos con seguridad afirmar dos cosas: que la educación está en crisis; y
que lo que hoy es llamado educación, no lo es formalmente” (Reynoso, 2016, p.52). Para llegar a
serlo, hace falta, como exigencia insoslayable, que renazca una auténtica filosofía de la
educación enraizada en la metafísica del ser y su perfección que permita reubicar a la naturaleza
humana como punto de partida de cualquier reflexión pedagógica porque no sólo es su norma
sino también el criterio de juicio y determinación de objetivos, contenidos y metodologías.
(Vázquez, 2012)

‘La educación, es la promoción y conducción de la prole al estado de virtud’. Es la


conjunción de dos acciones, o quizás sería mejor decir de dos actitudes, el acompañamiento y
la dirección. Si se da prevalencia a una actitud frente a la otra, o peor aún, se escoge una con
exclusividad, es indudable que se traiciona el sentido primigenio de la educación, cayendo
fatídicamente en algún grave error. Si se escoge el acompañamiento en detrimento de la
dirección se cae en un facilismo, que corta las posibilidades de crecimiento del educando. Si

[8]
se escoge la dirección en detrimento del acompañamiento se cae en un rigorismo, que no
atiende a las necesidades integrales del educando, endureciendo su carácter de forma
excesiva. (Reynoso, 2016, pp.3-4)

c. La dignidad de los profesores que la enseñan:

[ “Riegas los montes…” ]

Dice Eudaldo Forment (2005) que la dignidad de los profesores no está dada por mérito
propio sino que es una cualidad otorgada gracias a la perfección de la Sagrada Doctrina. Es en
referencia a ella que los maestros pueden compararse con las montañas que se señalan en el
Salmo, regadas desde lo alto.

Tal comparación obedece a tres causas. Primera, por la elevación de las montañas sobre la
tierra, pues así deben ser los profesores, que han de estar por encima de lo terrenal.
Segunda, porque las montañas son las primeras en ser iluminadas por los rayos del sol, e
igualmente los doctores son los primeros en recibir la participación de la sabiduría divina.
Tercera, porque las montañas protegen a los valles, y los maestros deben defender a la fe de
los errores. (Forment, 2005, p.12)

Los profesores, por consiguiente, tiene tres exigencias y ocupaciones: iluminar, enseñar y
defender la verdad refutando los errores no a título y mérito personal sino en nombre de la
Sabiduría que tiene su morada en lo alto.

En De Magistro, el Aquinate plantea que el hombre puede adquirir la virtud por sí mismo
puesto que la misma preexiste en potencia no puramente pasiva sino activa; de otro modo, el
hombre no podría por sí mismo adquirir ciencia (De Veritate q. 11). No obstante, la ausencia de
la perfección de la virtud hace que necesite de ayuda externa que lo guíe hasta la adquisición de
la misma. Por lo tanto…

…aunque la autoformación sea más perfecta que la enseñanza, en cuanto que el que aprende
por sí mismo “se muestra más hábil”, sin embargo, en la enseñanza el educador posee de tal
modo la virtud que se pretende en el educando que “puede guiarle más fácilmente hacia ella
que lo que puede hacer por cuenta propia”. Esta inferioridad del educando es lo que conduce
a la clara afirmación de la necesidad del educador. (Martínez, 2004, p.184)

Pese a eso, el educando sigue siendo la causa principal de su formación y el maestro (como
causa eficiente extrínseca) no obra sino ayudando al primero, causándole la ciencia por la
operación de la razón natural del educando.

[9]
Esto es así excepto en el caso de la educación sobrenatural, pues, si en la vida natural son las
propias potencias del alma las que causan el acto y el hábito, en la vida sobrenatural la
única causa eficiente de los actos y hábitos sobrenaturales es Dios, agente principal de dicha
educación y, por lo mismo, mucho más necesario que cualquier otro. (Martínez, 2004, p.185)

Ante la afirmación de la necesidad de un educador se presenta, subyaciendo a la misma, el


interrogante por el lugar de la familia en la educación de la prole. De hecho, la misma definición
sostenida por el Santo Doctor, hecha en el marco del desarrollo del sacramento del matrimonio,
lleva a que el tema tenga que ser abordado aunque sea brevemente. La conducción y promoción
del estado virtuoso debe darse en el seno de la familia puesto que la crianza sigue naturalmente
al proceso de procreación y la educación sigue a la crianza para completarla. Consecuentemente,
los padres son los principales educadores. Como señala Antonio Caponnetto (2000) es tarea de la
familia la formación de hábitos éticos, la del carácter y la disciplina, la de la responsabilidad y la
perseverancia, la de la obediencia y el respeto, entre otras. Una educación que no guarda relación
necesaria con la capacidad racional y la especulación teórica sino que con la moral y lo práctico:
de ver el bien, aprobarlo y obrar en consecuencia (p.112). Ahora,

Sólo podríamos decir que el educador principal del hombre es otro distinto del progenitor si
la indigencia de virtud que se da en la prole -y no sólo de crecimiento físico- no fueran sus
padres capaces por naturaleza de satisfacerla; más la esencial racionalidad de los padres y
la exigencia de virtud que se deriva de su responsabilidad familiar, presuponen la natural
capacidad de los mismos para conseguir en sus hijos la suficiente madurez intelectual y
moral para encauzarse hacia la felicidad. (…) Es verdad que en los padres se da cierta
limitación educativa que es completada por aquellos que vienen después de ellos, maestros y
gobernantes; y también es verdad que éstos tratan al hombre no ya como prole, sino como
alumno o como súbdito, estados en los que se da una particular necesidad de educación.
Pero aunque por la educación escolar y política se alcancen virtudes que, seguramente, no
podrían ser promovidas por los padres, dichas virtudes no dejan de ser secundarias en el
orden de la vida racional, ordenada en última instancia a la felicidad. (Martínez, 2004,
pp.198-199)

Retomando la figura del maestro-educador, continuador de la misión educadora de los padres,


cabe decir que su accionar es llevar a los educandos al conocimiento de lo ignorado. Esta
responsabilidad conlleva que él mismo haya recorrido primero el camino al menos una vez de
manera inventiva, aunque haya sido guiado por un maestro anterior, y ahora sepa dirigir y
promover a sus alumnos por ese camino respetando su propia personalidad, sus cualidades y
dones recibidos. (Nosengo, 1978)

[ 10 ]
En este punto, cobra relevancia el paralelismo de los montes utilizado por el maestro Tomás
para representar al educador. Así como los montes se elevan por sobre la tierra y son los
primeros en recibir los rayos del sol y el agua de la lluvia, también son los encargados de
proteger los valles y encausar esa agua para que fecunde la tierra. La misma naturaleza de esta
tarea encomendada exige al docente contemplación y acción unificadas en la llamada ‘vida
mixta’. Es un contemplativo que, al mismo tiempo que contempla la Verdad, ejerce la acción de
enseñar a otros a encaminarse hacia Ella; acción docente que representa el elemento activo de la
vida activa.

Si el maestro primero no contempla, ¿qué va a enseñar?. ¿Cómo un maestro será verdadera


causa de una perfección en sus alumnos si él mismo no la posee?. La acción magisterial se nutre
y sostiene en una contemplación continua. El educador, mediante su magisterio, lleva a los otros
a la verdad previamente contemplada. (Caponnetto, 2014)

El verdadero maestro por lo tanto no busca que el alumno lo comprenda a él, sino a la
verdad. La meditación del maestro y la ciencia que de ella se deriva, es solo la ocasión para
lanzar al alumno en búsqueda de aquello que en definitiva está causando el movimiento de
ambos y en donde ambos comulgan, la verdad. Por esto se puede afirmar sin contradicción
que la vida contemplativa es el principio de la enseñanza y que la vida activa dispone a la
contemplación. (Gómez, 2002, p.7)

Finalmente, modelo excelentísimo de maestro es Nuestro Señor, Eterna Sabiduría que, como
bellamente lo expresara Mons. Fulton Sheen, “no pudo permanecer en el interior de la Trinidad,
sino que salió de ella para ser un Maestro ambulante, un Educador sin límite” (2015, p.128). Es
el principal y más perfecto mediador entre Dios y los hombres, no por su divinidad, por la que es
agente principal, sino por su perfecta humanidad a través de la cual se convierte en instrumento.
Toda la vida de Cristo fue mediadora de la acción educadora de Dios: sus enseñanzas, sus
milagros y su pasión y resurrección; mediación que se continúa desde el seno de la Trinidad y a
través de los Sacramentos en la Iglesia.

d. La condición de los oyentes:

[ “Se saciará la tierra” ]

Así como los profesores son las montañas, los educandos se representan en el salmo bajo la
figura de la tierra regada por el agua. En este sentido, se le exige al oyente tres cualidades:
humildad, firmeza y fecundidad.

[ 11 ]
Humildad como condición sine qua non para recibir la Sagrada Doctrina que viene del mismo
seno de la Trinidad y llega hasta él a través del camino descendente planteado por el Pseudo-
Dionisio en De ecclesiastica hierarchia.

Además, firmeza para no dejarse seducir por la moda y novedad que muchas veces llevan al
yerro; firmeza que deriva del sentido de rectitud como dice Efesios: “para que ya no seamos
niños fluctuantes y llevados a la deriva por todo viento de doctrina, al antojo de la humana
malicia, de la astucia que conduce engañosamente al error” (4:14).

Finalmente, fecundidad, multiplicando la sabiduría que ha oído para que redunde en bien de
los demás a semejanza del sembrador de la parábola (Lc. 7,15).

La figura del educando en la pedagogía realista es de total centralidad. Muchos escritos se han
realizado al respecto a lo largo del tiempo por lo que aquí solamente se abordarán algunos
aspectos esenciales de la cuestión sin ánimo de agotar su desarrollo y profundización. Siguiendo
con el análisis educativo a partir de las causas aristotélicas, hay que afirmar que el educando se
constituye a la vez en causa material y causa eficiente principal de todo el proceso educativo
(Vázquez, 2012). Por un lado, es causa material debido a que son sus potencias las que resultan
perfeccionadas; por el otro, es causa eficiente porque esas potencias son principios activos. De
allí, que la educación “no puede reducirse a un proceso técnico porque el sujeto no es receptor
pasivo sino conciente y libre, y por eso el mismo proceso no tiene siempre idéntico resultado”
(Vázquez, 2012, p.57).

Empero, la centralidad en el sujeto de la educación no es algo exclusivo de la pedagogía


realista; de hecho la historia de la educación demuestra que desde la antigüedad greco-romana
hasta nuestros días existen teorías pedagógicas en las que el hombre se constituye en punto de
partida de su propuesta educativa. La diferencia entre cada una está dada en la forma de pensar al
sujeto de la educación.

El realismo de base tomista concibe que el sujeto de la educación es el hombre entendido


como persona10. No hay que perder de vista que Santo Tomás piensa al hombre en el orden de la
creación y con una mirada descendente propia del teólogo. Así, parte de Dios hacia su creación;
en ella ve a las creaturas en su multiplicidad y distinción: las creaturas espirituales; dentro de
ellas se detiene en el alma humana y del alma humana llega, por último, al cuerpo. Por esto, el
hombre para el Aquinate es un ser fronterizo (Caponnetto, 2014.b), es decir, ha sido ubicado en
el confín entre el universo visible (creaturas corporales) y el invisible (creaturas espirituales). En

10
De aquí surge que muchas veces, en la bibliografía específica, se identifique al realismo tomista con la pedagogía personalista
o personalismo pedagógico.-

[ 12 ]
ese sentido, el hombre, reuniendo en sí aspectos de ambos universos, es definido como una
unidad substancial de espíritu y materia; o al decir de los antiguos filósofos, como un
microcosmos cuyas partes no se disponen a la manera de una yuxtaposición de elementos sino
que por el contrario se presentan como una unidad de materia y forma. El alma se une al cuerpo
como una forma a su materia dando como resultado la individualidad del hombre.

Es esta individualidad formal el presupuesto tomista de la noción de persona. Al respecto, el


Santo Doctor adoptó la definición boeciana -substancia individual de naturaleza racional- y
sobre ella elaboró toda su doctrina antropológica.

Así, si decimos hombre no nos estamos refiriendo a un hombre concreto, singular, y


determinado sino, más bien, a una noción universal, a algo que identificamos como una
naturaleza, esto es, un modo de ser, a lo que puedo definir como animal racional. (…) Pero
esto que acabamos de decir no se refiere a ningún hombre determinado sino a todos los
hombres, viva donde viva, sea del lugar o de la época que se quiera. En cambio, cuando digo
persona, no me estoy refiriendo solamente al hombre universalmente considerado, a esa
naturaleza encerrada en la perenne definición que acabamos de estampar, sino a un hombre
individual, a este o a aquel hombre, concreto, determinado, aquí y ahora. (Caponnetto,
2014.b, pp. 61-62)

De esta definición de persona, se derivan algunas notas esenciales que deben ser atendidas:
unidad y totalidad, dignidad e incomunicabilidad. La unidad y totalidad están dadas por la unión
substancial del alma y el cuerpo; y la presencia del compuesto en las diferentes operaciones
humanas. Su dignidad le viene proporcionada por su ser que indica la más perfecta y plena
participación del ser de las creaturas. Finalmente, la incomunicabilidad porque el ser personal es
propio, singular y único que no puede transmitirse metafísicamente hablando; se transmite la
naturaleza humana mas no el ser personal.

Consecuentemente, se puede decir que el sujeto de la educación es la persona humana en su


totalidad. Y como tal, no se puede dejar de lado la realidad de su libertad, el pecado original y la
gracia porque allí encuentran explicación aquellas realidades cotidianas del hombre como son el
error, la ignorancia, la afectividad desordenada, el perdón, la dinámica espiritual, y otras tantas.
El mismo Santo Doctor advierte que esto no puede ser insoslayable si se quiere lograr una
concepción antropológica recta porque no hay naturaleza humana en estado puro sino que hay
naturaleza caída y redimida.

Es toda esta realidad, que brevemente se ha tratado de sintetizar, la que cimenta la posibilidad
intrínseca de la educabilidad de la persona humana. Ella necesita ser guiada y acompañada

[ 13 ]
gradualmente para que, mediante la realización de sus propias operaciones llegue al
perfeccionamiento y autodeterminación de sus facultades. Es necesario el auxilio de la educación
para que la intelección del fin sea firme y verdadera, la elección de los medios sea la
proporcionada a ellos y las potencias ejecutoras estén suficientemente ejercitadas para que
puedan lograr lo decidido. (Hernández de Lamas, 2016)

Entra en juego en este planteo, la educación de las virtudes como tarea innegociable de una
educación que busca ser integral. Hablando de la educación en el ámbito familiar, Gallo y
Mendez (2011) sostienen que a los padres les cabe sólo dos opciones: tener intenciones de
cultivar los buenos hábitos en sus hijos o no tenerlas. La misma sentencia puede aplicarse al
resto de los agentes educativos.

Las virtudes son, en Santo Tomás, hábitos operativos buenos diferenciándose de los hábitos
operativos malos o vicios. Tanto unos como otros, al ser cualidades estables, disponen bien o
mal al sujeto en el ser y en el actuar, pues determinan y modifican todo lo que en el hombre esté,
en mayor o menor medida, indeterminado. El hábito llega a su plenitud cuando puede ser usado
de manera permanente como una ‘segunda naturaleza’.

La gran fuerza de un hombre son sus virtudes, aunque quizás su constitución física sea débil.
Sólo quien tiene virtudes puede guiar su vida de acuerdo con sus principios, sin estar
cediendo, a cada instante, ante la más pequeña dificultad o ante las solicitudes contrarias.
(…) La perfección de la persona humana no es una opción, sino un deber al que estamos
todos llamados por ser personas creadas a imagen y semejanza de Dios. (Arrechea de
Olivero, 2007, pp. 33-35)

Sin entrar en divisiones y disquisiciones de los tipos de hábitos, solo cabe decir que en el ser
humano es necesaria la formación de hábitos buenos porque permiten orientar con seguridad y
economía de esfuerzos su inteligencia hacia la Verdad y su voluntad hacia el Bien. Además de
disponer de la mejor manera posible su naturaleza humana para la acción de la gracia divina en
orden al desarrollo de la vida sobrenatural que, en sí misma, no es educable. Lo que sí es
educable es el hombre en relación con la Vida Divina, puesto que se necesita una disposición,
conocida, querida libremente y lograda por el hombre, para recibir la vida de la gracia.

Desde este punto de vista, todos los otros fines de la educación están atravesados por la
intención de lograr aquella disposición de tal modo que el educando, conociendo la
Revelación por la Fe, prendida su vida de Dios con la Esperanza y amando a Dios por lo que
Él es y a todo lo demás por Él y en cuanto participación de Él, por la Caridad, viva, no ya su

[ 14 ]
imperfecta y falible vida natural pura y simplemente, sino su vida injertada a la de Dios por
la Gracia. (Ruiz Sánchez, 1981, p.360)

Éste, se podría decir, es el itinerario que propone Santo Tomás de Aquino para adquirir esa
firmeza y fecundidad que se exige a los oyentes del salmo. Por un lado, la firmeza lograda a
partir de dos movimientos complementarios: la autoconducción en el desarrollo y cultivo de la
Verdad y el Bien y la docilidad del discípulo ante el auxilio de su maestro. Por otro lado, la
fecundidad como tarea y misión para que a partir de lo poco que haya oído pueda anunciar
mucho más (Prov 9,9).

Pero nada de esto se logra verdadera y profundamente si no se halla en el educando una


actitud humilde a la manera del publicano de la parábola (Lc 18, 9-14). Es justamente la
humildad la virtud que nos refrena y sujeta en nuestros deseos desordenados de grandeza,
permitiéndonos reconocer nuestra pequeñez y miseria principalmente con relación a Dios. Una
actitud que nace a partir del reconocimiento de nuestra condición de creaturas y que se nutre de
los dones otorgados por la redención.

Humildad es andar en verdad decía Santa Teresa. De aquí que la humildad sea la virtud por
la cual adquirimos el sentido de la realidad y del juicio objetivo de la inteligencia. Lo
paradójico de la humildad es que nos permite vernos como quienes realmente somos: seres
mortales con un alma inmortal, elevados por la gracia santificante y destinados a llamar al
propio Dios… Padre… en contar siempre con Su ayuda y a vivir eternamente con Él en el
cielo… lo cual no es poco… sólo que todo esto, gracias a Él… (Arrechea de Olivero, 2007,
p.200)

e. El orden y modo de comunicar la doctrina:

[ “Del fruto de tus obras” ]

El Doctor Angélico compara el orden y modo de comunicar la doctrina con el proceso de


generación. Generación de lo que es imperfecto a partir de lo más perfecto (Gómez, 2002).
Comienza fundamentando la limitación del maestro a la luz de 2 Cor 12,4; luego aborda el modo
de posesión de los conocimientos diferenciando el modo de conocer de Dios del modo de
conocer del maestro que es por participación. Finalmente se detiene a diferenciar el poder de
comunicación de Dios que es dado por su propio ser y el poder de comunicación de los doctores
caracterizado por ser un servicio en virtud del ministerio otorgado por Dios.

Hay que enfocarlo teniendo en cuenta tres principios. Primero, no es necesario comunicar a
los oyentes todo lo que se sabe, el mismo maestro no ha podido aprehender toda la sabiduría

[ 15 ]
divina. Segundo, en relación a los oyentes debe tenerse en cuenta que sólo Dios tiene la
sabiduría por naturaleza, los profesores la comparten, aunque no por completo, y los oyentes
participan en la medida suficiente para hacerla fructificar como la tierra. Tercero, el poder
de comunicar pertenece a Dios, y los profesores lo tienen como ministros y servidores de la
sabiduría divina. (Forment, 2005, pp.12-13)

El P. Pedro Gómez O.S.B. (2002) analizando este apartado del principium tomista comenta
que el Doctor Angélico, superando lo que es una mirada puramente mundana, plasmó claramente
que la función de doctor no es ni un privilegio ni un honor; por el contrario, es una carga que se
recibe: la posibilidad de comunicar la ciencia que posee a los demás. “La enseñanza es
comunicar a otros por amor a Dios y en Dios, a los hermanos, la verdad descubierta en la
propia contemplación interior” (p.8). De este modo, la lección inaugural adquiere un nuevo
matiz; no solamente se presenta como un planteo pedagógico sino que también metodológico en
el que el docente se convierte en un artista y su enseñanza en un arte.

Santo Tomás de Aquino en el Libro II de la Suma Contra Gentiles (cap.75) desarrolla lo que
es el arte, sus clases y los modos de realizar la operación artística. Aspectos que retoma y amplía
luego en el capítulo X de De Veritate donde trata sobre el maestro. Siguiendo la tradición
aristotélica sostiene que el arte es la acción que el hombre ejerce sobre una materia determinada
a fin de producir algo. Según sea la materia que se trate, se reconocen distintos tipos o géneros
de arte; uno tiene que ver con la generación de un artefacto a partir de una materia que es
puramente pasiva y se deja moldear por el artista; en ella, el efecto logrado nunca es producido
por la naturaleza sino que siempre depende de la operación artística (por ej.: la construcción de
una casa). El otro tipo de arte tiene que ver con la acción sobre una materia en la que se
encuentra un principio activo que se mueve para producir un efecto. En este segundo género, la
materia ya no es mera pasividad receptiva de la acción artística sino que hay en ella una
virtualidad activa que interactúa con el arte y de ese modo el efecto es resultado de una
combinación de ambos elementos (por ej.: la recuperación de la salud de un hombre enfermo).

Teniendo en cuenta la distinción precedente, se puede decir que la enseñanza se ubica en el


segundo género de arte porque su materia no es pasiva sino activa. Así lo afirma el Santo Doctor:

En quien es enseñado hay un principio activo para la ciencia, o sea, el entendimiento, y


además, aquella cosa que se entiende naturalmente, como son los primeros principios. Por
tanto, la ciencia se adquiere de dos maneras: bien sin enseñanza, por propia invención, o
bien por la enseñanza. (Contra Gentiles II, c.75)

[ 16 ]
Queda claro aquí que la enseñanza es un auxilio para el educando y que éste no es una materia
pasiva y puramente receptiva a la manera de un ‘recipiente vacío’, sino que hay un principio
activo y natural de adquisición de la ciencia que se hace por vía de descubrimiento e invención
en el que la enseñanza no tiene lugar.

Este acontecer es sumamente importante a la hora de abordar el arte de enseñar –ars docendi–
porque permite al educador saber el modo de proceder en su enseñar concreto. El maestro,
imitando el proceso natural de adquisición de la ciencia, ha de comenzar su enseñanza por el
descubrimiento…

…presentando a la consideración del discípulo los principios que éste conoce, porque ‘toda
disciplina parte de un conocimiento previo’, y sacando de ellos las conclusiones y
proponiéndole ejemplos sensibles, por cuyo medio se formen en el alma del discípulo los
fantasmas necesarios para entender. Y como la operación exterior del que enseña nada
produciría si no existiese en nosotros un principio intrínseco de ciencia, que divinamente nos
ha sido infundido, por eso dicen los teólogos que el hombre enseña prestando su ayuda, y
Dios, sin embargo, obrando interiormente. (Contra Gentiles II, c.75)

De este modo, concluye el Aquinate, el maestro causa la ciencia en el discípulo no en virtud


de una acción natural sino por un medio artificial que imita el proceso natural del conocimiento
del alma. De aquí el sentido de educación en términos de educir, es decir, sacar de dentro,
conducir al educando en su propio proceso inventivo. En definitiva, la enseñanza es un arte sutil,
finísimo, de exquisita orfebrería, que exige una mirada atenta, detenida y amorosa del alma que
ha de ser educada. (Caponnetto, 2008)

En ese sentido, le cabe al educador como exigencia no solamente tener en acto la virtud que
quiere enseñar al discípulo sino también requiere saber enseñarla usando los medios adecuados.
De este modo, la metodología de enseñanza se convierte en una de las piezas importantes de la
didaxis11 docente.

Entiéndase como metodología la vía a través de la cual el docente, imitando la naturaleza,


auxilia a los educandos en su desarrollo y perfeccionamiento personal. Nosengo (1978) la define
como “via et ratio docendi”, es decir, el camino y la medida del enseñar.

11
Término empleado por Guesualdo Nosengo (1978) para representar el obrar del maestro en el momento concreto de su
ejercicio docente. A diferencia de la pedagogía, la metodología y la didáctica, que son ciencias del obrar, la didaxis es el obrar
mismo del docente; un arte que hunde sus raíces en los valores personales del educador. “Toda la ciencia pedagógica,
metodológica y didáctica no serviría de nada en la práctica si no hubiese hombres vivientes para encarnarla” (p. 196).-

[ 17 ]
Como camino, la metodología es la dirección que sigue la mente del educando en la
adquisición de una ciencia; para ello solamente hay dos métodos de aprendizaje. Por un lado, el
que sube de las cosas y los hechos a los conceptos y leyes universales (vía inductiva); por el otro,
a la inversa, sale de las leyes universales hacia los casos particulares (vía deductiva). Serán estas
direcciones las normas que establezcan aquellos principios del aprendizaje que se tendrán como
pilares en el desarrollo del acto educativo.12

Ahora bien, en un segundo sentido, el referido a la intervención del docente, la metodología


adquiere un sinfín de posibilidades imposibles de cuantificar. Ésta dependerá de la concepción
filosófico-pedagógica del educador, de la naturaleza y estructura particular de la ciencia que se
enseña, de los medios que emplea, de las actividades programadas, de la organización en la que
lleva a cabo su acción educativa, etc. Dicho lo cual, y teniendo en cuenta los fines y fundamentos
de la pedagogía perenne, no se debe perder de vista que la metodología de enseñanza que el
educador promueva en su aula tendrá que “reconocer, en sí misma, la naturaleza propia de los
procesos de aprendizaje, de adelanto moral y de perfeccionamiento personal en general (…), de
modo que imiten y sirvan a la naturaleza de estos procesos y los ayuden a alcanzar su
maduración dentro del marco de la perfección humana integral”. (Nosengo, 1978, p.160)

A pesar de que mucho más se pueda decir sobre los temas abordados, sirvan las líneas
precedentes para demostrar que la enseñanza es, en suma, un acto de generación por el cual el
educando logra pasar de un estado imperfecto a otro perfecto aunque éste sea relativo ya que el
hombre en estado viador no es capaz de alcanzar la plenitud de la ciencia –sentencia que se
aplica tanto para el educando como para el educador–. Respecto a este último, es un punto
crucial no solo porque define un estilo especial del ejercicio de la docencia sino que también
imprime un sentido único en la configuración de su identidad ya que le permite reconocer su
condición de ministro y servidor de la Sabiduría divina. Habría que repetir aquí lo que ya se
mencionó al principio del apartado: sólo Dios tiene la sabiduría por naturaleza, los profesores la
comparten aunque no por completo, y los oyentes participan en la medida suficiente para hacerla
fructificar como la tierra. En este contexto, cobra verdadero significado la prohibición hecha por
Cristo a los discípulos de llamar maestro a un hombre atribuyéndole la principalidad del
magisterio que sólo pertenece a Dios.

En la vida natural la educación tiene como fin conseguir que el hombre llegue a tal estado de
madurez que no requiera ya la ayuda educativa, de modo que la propia virtud baste para
seguir adelante, pudiendo entonces prescindir de la acción de sus educadores, agentes

12
Para profundizar sobre el tema se sugiere la lectura de Hernández de Lamas, Graciela (2000): Capítulo III: Principios para
una metodología del aprendizaje. En Los desafíos del aprendizaje. Págs. 167 a 207.-

[ 18 ]
siempre secundarios en tanto que subsidiarios. Ahora bien, siendo Dios la causa eficiente de
la vida sobrenatural en todas sus operaciones, no podremos decir que haya que educar los
hábitos infusos hasta que ya no se necesite a Dios para seguir infundiéndolos en el alma,
pues eso supondría la pérdida de la misma vida de la gracia; si acaso, habrá que decir que la
educación sobrenatural culminará cuando los agentes mediadores -hombres y ángeles-
pierdan toda iniciativa, siendo Dios el único maestro que guía al alma. (Martínez, 2003,
p.64)

– Oremos. Nos lo conceda Cristo. Amén –

San Luis, 04 de Noviembre de 2016.


-Memoria de San Carlos Borromeo-

[ 19 ]
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