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Fernando

SAN FRANCI LIBRARY

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DATE DUE

Printed
in USA
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Freud,
un arqueólogo del alma

por Fernando Mateo

longseller
Freud, un arqueólogo del alma

© Longseller, 2002

Biografías & Ideas®


es una colección de Longseller

Colección dirigida por Juan Carlos Kreimer y Nerio Tello


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150.195 92 Mateo, Fernando


MAT Freud, un arqueólogo del alma.- Ia ed.-
Buenos Aires: Longseller, 2001.
176 p.; 20x13cm.- (Biografías & ideas)

ISBN 987-550-055-0

I. Título - 1. Biografía-Freud

Queda hecho el depósito


que marca la ley 11.723
Impreso y hecho en la Argentina
Printed in Argentina

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño


de la tapa, puede ser reproducida, almacenada o
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ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación
o de fotocopia, sin permiso previo del editor.

Esta edición de 3.000 ejemplares se terminó de imprimir


en los talleres de Longseller, en Buenos Aires,
República Argentina, en enero de 2002.

3 1223 06283 8132


Prólogo

Sigmund Freud\
un arqueólogo del alma

A partir de la observación de algunos pacientes


que lo consultaban por sus trastornos nerviosos,
el doctor Sigmund Freud comenzó a elaborar una se¬
rie de hipótesis cada vez más refinadas y audaces que
lo llevarían a construir una disciplina, el psicoanálisis
—palabra que utilizó por primera vez en 1896—, que
no sólo revolucionaría la comprensión del funciona¬
miento de la mente humana sino también los métodos
destinados a curar sus perturbaciones.

Freud descubrió que ciertos síntomas físicos que


presentaban algunos de sus pacientes —una parálisis en
un brazo, por ejemplo, o una ceguera temporal— no te¬
nían una causa orgánica. Y advirtió, además, que cuan¬
do estos pacientes podían relacionar estos síntomas con
6 Sígmund Freud
-

determinados acontecimientos traumáticos, o penosos,


que los habían afectado en su propio pasado —recien¬
te o remoto, según los casos— los síntomas se alivia¬
ban o, incluso, desaparecían. Al principio, Freud trata¬
ba a sus pacientes mediante la sugestión hipnótica, que
había aprendido en París con el doctor Jean Martin
Charcot (1825-1893), el neurólogo más célebre y res¬
petado de Francia.

Más adelante sustituyó la sugestión hipnótica por


una experiencia de su creación, el de la asociación li¬
bre, que consistía en pedir al paciente que dejara fluir
libremente sus pensamientos y ocurrencias aunque le
parecieran sin sentido. Esta sugerencia se debía a un
descubrimiento fundamental: había advertido que to¬
das las representaciones que aparecen en la conciencia
están relacionadas con la vida psíquica del sujeto y,
además, están determinadas por un plano más profun¬
do y difícilmente accesible de aquélla, que él llamó el
inconsciente. La novedad de la asociación libre residía
en el hecho de que el protagonista principal del trata¬
miento era el propio paciente, quien con la ayuda de las
interpretaciones del psicoanalista y actuando como una
suerte de arqueólogo de sí mismo, analizaba su historia
para poder así encontrar las claves de su padecimiento,
“enterradas” en su pasado.

Freud realizó una primera sistematización de sus


hallazgos en el libro La interpretación de los sueños,
que publicó en el año 1900, cuando ya tenía cuarenta
y cuatro años y una rica experiencia clínica. A partir
Freud, un arqueólogo del alma - 7

de entonces comenzó a desarrollar cada vez con más


convicción todo el andamiaje teórico y técnico del
psicoanálisis. Sus nuevos y audaces conceptos —en¬
tre ellos la importancia determinante de la sexualidad
desde el comienzo de la vida, que teorizaría en el de¬
sarrollo del complejo de Edipo— provocaron no poco
escándalo y, durante muchos años, la más enconada
oposición y el más cerrado rechazo de parte de la co¬
munidad científica.

Freud no se inmutó. Pensaba que esas resistencias


no hacían sino confirmar parte de su teoría: aquella
según la cual el inconsciente se resiste a sus propios
contenidos. Ignoró, pues, las resistencias que oponía
la sociedad a sus ideas y, siempre a partir de sus ob¬
servaciones clínicas, siguió investigando y publican¬
do periódicamente sus conclusiones en libros y ar¬
tículos científicos hasta el fin de su vida.

En esa vasta obra analizó con minuciosidad e in¬


sobornable rigor científico una enorme variedad de
cuestiones vinculadas con la vida psíquica, como el
ya mencionado complejo de Edipo y la sexualidad in¬
fantil, pero también otras como la dinámica de los
conflictos entre el ello, el yo y el superyó, el narcisis¬
mo, la neurosis obsesiva o la histeria, para nombrar
sólo algunas a las que dedicó su fecunda y laboriosa
existencia.

Freud había nacido el 6 de mayo de 1856 en


Freiberg, una pequeña ciudad de Moravia situada
8 - Sígmund Freud

240 kilómetros al nordeste de Viena, en ese entonces


la capital del Imperio austrohúngaro. Los Freud eran
parte de la pequeña comunidad judía de Freiberg (hoy
Pribor, en la República Checa), pero en 1859 una agu¬
da crisis económica —que en esa región estuvo acom¬
pañada por una ola de creciente y amenazante antise¬
mitismo protagonizada por los nacionalistas checos—
los empujó a abandonar la ciudad.

En 1860 se instalaron en Viena. Freud vivió allí


setenta y nueve años, hasta que en 1938, cuando los
ejércitos de la Alemania nazi invadieron Austria, ami¬
gos y discípulos lo convencieron, no sin dificultades,
de que su vida y la de su familia corrían serio peligro.
Así, el 4 de junio de 1938, acompañado por su espo¬
sa y una de sus hijas, Anna, partió hacia Londres,
donde habría de morir el 23 de septiembre de 1939.

En 1873, a los diecisiete años, comenzó a estudiar


medicina en la Universidad de Viena. Ocho años des¬
pués se recibió de médico y durante un tiempo dedicó
todos sus esfuerzos a la investigación en un terreno
científico por entonces en pleno desarrollo: la anatomía
y fisiología del cerebro. Sin embargo, a esa altura ya no
podía contar con la ayuda de su familia —su padre ha¬
bía quedado prácticamente en la ruina tras la crisis
económica de 1873, que había afectado a toda Euro¬
pa—, y pronto descubrió que la carrera de investiga¬
dor no le permitiría ganarse la vida y mantener una fa¬
milia propia. Esto era algo que estaba en sus planes
desde junio de 1882, cuando se comprometió con
Freud, un arqueólogo del alma 9 -

Martha Bemays, con quien finalmente se casaría, tras


un noviazgo de cuatro años y tres meses, en 1886. De
modo que ese año de su compromiso Freud comenzó
a trabajar como médico en el Hospital General de
Viena. Más adelante, pondría su consultorio particu¬
lar y ya no dejaría nunca de atender pacientes.

Entre los títulos más destacados de su producción


se pueden mencionar: Estudios sobre la histeria
(1893, en colaboración con Josef Breuer), Psicopato-
logía de la vida cotidiana (1904), Una teoría sexual
(1905), El chiste y su relación con lo inconsciente
(1905), Tres ensayos sobre psicología de la vida eró¬
tica (1910-1912), Tótem y tabú (1913), Introducción
al narcisismo (1914), Introducción al psicoanálisis
(1916-1918), Más allá del principio de placer
(1920), Psicología de las masas y Análisis del yo
(1920), El yo y el ello (1923), Inhibición, síntoma y
angustia (1926), El análisis profano (1926), El por¬
venir de una ilusión (1927), El malestar en la cultu¬
ra (1929) y Moisés y el monoteísmo (1938), entre
muchos otros que fueron reunidos en diversas edicio¬
nes de sus Obras Completas, traducidas a una dece¬
na de idiomas.

A pesar del rechazo y las resistencias que suscita¬


ban en principio sus ideas, llegó el momento en que
ya no estuvo solo en su tarea de investigar a fondo los
secretos de la vida psíquica. Tras la publicación de La
interpretación de los sueños pronto comenzó a en¬
contrar adeptos y seguidores que lo ayudarían a salir
io - Sígmund Freud

de su aislamiento. Así fue como en el otoño de 1902


un grupo de médicos interesados en el psicoanálisis
comenzó a reunirse todas las semanas en su casa, en
lo que llamarían “las reuniones de los miércoles”.

Estos encuentros darían lugar a la fundación de la


primera sociedad psicoanalítica, a la que seguirían
más adelante otras en el resto de Europa y en los Es¬
tados Unidos.

En la actualidad, la validez científica del psicoa¬


nálisis ya no se discute, como tampoco se pone en du¬
da su eficacia para comprender y tratar las perturba¬
ciones de la vida psíquica, y sus teorías y experiencias
se enseñan y se enriquecen permanentemente en las
universidades de todo el mundo. El esfuerzo por com¬
probar la validez de sus descubrimientos e hipótesis y
por imponer sus resultados marcó la vida de Sigmund
Freud hasta el fin. Las páginas que siguen intentan na¬
rrar las vicisitudes de esa empresa.
Capítulo 1

La novela familiar
(1856-1873)

“Cuando un hombre ha sido el favorito


indiscutido de su madre
logra conservar durante toda la vida un
sentimiento de vencedor,
esa confianza en el éxito que a menudo conduce
realmente al éxito.”
Sigmund Freud

J akob Freud y Amalie Nathansohn se casaron en ju¬


lio de 1855. Él era ya un hombre de cuarenta años,
había enviudado en 1852, y tenía dos hijos varones:
Emmanuel de veinte y Philipp de diecinueve. Amalie,
por su parte, tenía la misma edad que el hijo mayor
de su marido. Ese mismo año hubo otra novedad en
la familia: el nacimiento de Hans, el primer hijo de
Emmanuel.

Unos meses después, exactamente el 6 de mayo de


1856, nacía Sigmund, el primero de los seis hijos que
Jakob y Amalie habrían de tener en los siguientes diez
años. El pequeño Sigmund no tardaría demasiado en
comprender que Hans, el compañero de juegos de su
infancia, apenas un año mayor que él, era su sobrino.
12 - Sigmund Freud

Por muy extraña que haya sido esta situación, no tu¬


vo sin embargo el dramatismo de otros acontecimien¬
tos que signaron su infancia.

Sigmund era un bebé que aún no había cumplido


un año cuando en abril de 1857 nació Julius, su primer
competidor por el amor de los padres. Pero el aconte¬
cimiento verdaderamente traumático fue la prematura
muerte de este primer hermano cuando tenía escasa¬
mente nueve meses. El siguiente episodio importante
en su infancia fue el nacimiento de su hermana Anna,
en diciembre de 1858. Años después, en 1882, Anna
jugaría un papel muy importante en su vida, cuando se
puso de novia con Eli Bemays y, a raíz de esta rela¬
ción, Freud conoció a la que sería su esposa, Martha
Bernays. Es decir, que Sigmund habría de casarse, en
definitiva, con la hermana de su cuñado.

Cuando tenía tres años, a aquella repentina “desa¬


parición” de su hermano Julius —así es, según el psi¬
coanálisis, como los niños interpretan la muerte—, se
sumaron las ausencias de su padre y sus hermanos ma¬
yores que se dedicaban al comercio de la lana, y ha¬
bían visto afectada su fuente de ingresos por la crisis
económica que acompañó a la guerra ítalo-austríaca, y
que fue desastrosa para la pequeña ciudad de Freiberg.

A estas dificultades se añadía el hecho de que


en aquella región del Imperio austrohúngaro, es decir Bo¬
hemia y Moravia, el nacionalismo checo se había con¬
vertido en una fuerza política poderosa. Sus activistas
La novela familiar (1856-1873) -13

no veían con buenos ojos a la minoría judía (que ha¬


blaba alemán e yiddish en lugar del idioma del país),
y, en consecuencia, los ataques contra los judíos co¬
menzaron a ser cada vez más frecuentes y violentos.
En vista de la situación, en junio de 1859 Jakob y sus
hijos mayores decidieron buscar nuevos horizontes y
partieron hacia Sajonia, con la intención de instalar¬
se en alguna de las ciudades de esa región alemana.
En octubre. Amalie, Sigmund y Anna viajaron a
Leipzig y unos meses más tarde toda la familia se
instaló en Viena donde, además, en marzo de 1860,
nació Rosa, la segunda de las tres hermanas
de Freud.

Esta mudanza desde la pequeña ciudad de


Freiberg, cuya población no superaba entonces los
cinco mil habitantes, hacia la gran capital del imperio
fue un acontecimiento importante en la vida del pe¬
queño Sigmund quien, en esos desplazamientos, hubo
de ver por primera vez el medio de transporte más
formidable de la época, el ferrocarril, y también el
alumbrado a gas. Según cuenta Ernest Jones —discí¬
pulo y amigo que escribió la biografía más completa
y documentada de Freud—, la luz de gas le hizo pen¬
sar en “almas de difuntos ardiendo en el infierno”.
(Vida y obra de Sigmund Freud)

La última pérdida importante que experimentó


en su primera infancia fue la ausencia de sus medio
hermanos Emmanuel y Philipp, y de su sobrino
Hans, quienes unos meses después se fueron a vivir
14 Sigmund Freud
-

a Manchester, Inglaterra. Volvería a verlos dieciséis


años después, en 1875, cuando fue a pasar con ellos
un breve período de vacaciones.

Otra sombra ominosa, menos visible pero más insi¬


diosa y permanente, que oscureció la infancia de Freud,
fue el fantasma de la pobreza, que no dejaría de aco¬
sarlo a lo largo de toda su vida. A los cuarenta y tres
años, en 1899, le escribió a su amigo Wilhelm Fliess
(1858-1928), un médico especialista en nariz y gargan¬
ta que residía en Berlín, a quien había conocido en 1887
y con quien mantuvo una nutrida correspondencia:

“Mi estado de ánimo también depende, en gran par¬


te, de mis ingresos. (...) Recuerdo haber oído en mi in¬
fancia que los caballos salvajes de las pampas, una vez
que han sido enlazados, conservan cierto nerviosismo
durante toda su vida. Del mismo modo, también yo he
conocido la más irremediable pobreza y he conservado
un temor constante hacia ella”. (M. Schur, Sigmund
Freud. Enfermedad y muerte en su vida y su obra)

La escuela
En 1865, a sus nueve años, el pequeño Sigmund in¬
gresó en el Gymnasium, la escuela en la que se impar¬
tían la enseñanza media y secundaria. Durante siete
cursos consecutivos fue el primero de su clase. Entre
tanto, la familia Freud seguía creciendo: después de
Rosa nacieron Marie, Adolfme y, en 1866, Alexander,
La escuda -15

que en su edad adulta compartiría numerosos viajes


con su hermano Sigmund, diez años mayor que él.

A los dieciséis años, uno antes de terminar el


Gymnasium, Freud volvió a visitar Freiberg, la ciu¬
dad en la que había nacido. Se alojó en casa de unos
amigos de sus padres, la familia Fluss, y allí vivió la
primera experiencia amorosa de su vida: se enamoró
de una de las hijas de los Fluss, Gisela, una mucha¬
cha de trece años. Pero no se atrevió a confesarle sus
sentimientos y, al parecer, ni siquiera a dirigirle la pa¬
labra. Antes de que pudiera tomar coraje para hacer¬
lo la muchacha había abandonado Freiberg para con¬
tinuar sus estudios. “El desconsolado joven —cuenta
Ernest Jones— tuvo que contentarse con vagar por
los bosques, con la fantasía de cuán placentera habría
sido su vida si sus padres no hubieran abandonado
ese rincón feliz, donde habría llegado a ser un robus¬
to mozalbete y podría haberse casado con la mucha¬
cha. Todo era, pues, culpa de su padre.”

A comienzos del año siguiente, 1873, rindió la


Matura, el examen final, oral y escrito, que todos los
estudiantes debían aprobar para concluir la escuela
secundaria. En junio le escribió a su amigo Emil
Fluss: “... obtuve en los cinco ejercicios las califica¬
ciones respectivas de sobresaliente, notable, notable,
notable y aprobado. (...) En latín, me dieron un pasa¬
je de Virgilio que había leído por casualidad, siguien¬
do mi propia iniciativa, hace algún tiempo, y ello me
indujo a entregar el ejercicio en la mitad del tiempo
i6 - Sígmund Freud

previsto. El sobresaliente se lo llevó otro, quedando yo


calificado en segundo lugar con un notable. La traduc¬
ción del alemán al latín parecía muy fácil, y en su sen¬
cillez estribaba precisamente la dificultad. La hicimos
en la tercera parte del tiempo previsto, y fue un fracaso
rotundo. Resultado: aprobado. (...) El ejercicio de grie¬
go, que consistía en un pasaje de treinta y tres versos
extraído de Oedipus Rex, me salió mejor y obtuve el
único notable. También lo había leído anteriormente
por mi cuenta, y no lo oculté. El ejercicio de matemá¬
ticas, al que acudimos temblando y muertos de miedo,
resultó un gran éxito, y he escrito que me dieron nota¬
ble porque aún no estoy seguro de la calificación. Por
último, obtuve un sobresaliente en alemán. Nos tocó un
tema ético, que versaba sobre las ‘Consideraciones que
pesan en la elección de una profesión’, y repetí más o
menos lo que te había escrito hace un par de semanas,
aunque tú no me dieras sobresaliente”. (Epistolario)

A esa altura, pues, había llegado el momento de


decidir acerca del futuro, tema en el que había obte¬
nido un sobresaliente en el examen de alemán. En ese
entonces, los súbditos judíos del emperador Francis¬
co José I no tenían demasiadas alternativas a la hora
de insertarse en la vida económica, en especial los
que pertenecían a la pequeña burguesía.

Un hecho que da una idea de la segregación a que


estaban sujetos los judíos en el imperio era la ley de
familia (Familiengesetz) que, hasta 1848, considera¬
ba ilegales sus matrimonios. En 1860, mediante el
La escuela -17

Decreto de Octubre, el emperador los autorizó a cam¬


biar libremente de residencia, algo que hasta entonces
les estaba prohibido. Sólo después de 1867 se autorizó
a los judíos a ser propietarios de inmuebles en Viena.

Desde luego, las familias ricas —los Rotschild,


para mencionar una— siempre habían podido mante¬
nerse al margen de estas leyes. Lo cierto es que los ju¬
díos pobres debían dedicarse al comercio —como
vendedores ambulantes de ropas o cacharros, por
ejemplo—, y, en el mejor de los casos, sus hijos po¬
dían incursionar en el comercio o las finanzas o en las
profesiones liberales como la abogacía o la medicina.

Durante un cierto tiempo, Freud jugó con la idea


de estudiar leyes, lo que le habría posibilitado tal vez
hacer una carrera en la política. Sin embargo, a último
momento optó por la medicina. En la Autobiografía,
que escribió a los sesenta y nueve años, cuando ya era
una figura científica de renombre mundial, cuenta:
“Aunque nuestra posición económica no era desaho¬
gada, mi padre quería que para escoger carrera aten¬
diese únicamente a mis inclinaciones. En aquellos
años juveniles no sentía predilección ninguna por la
actividad médica, ni tampoco la he sentido después.
Lo que me dominaba era una curiosidad relativa más
bien a las circunstancias humanas que a los objetos na¬
turales, y que no había reconocido aún la observación
como el medio principal de satisfacerse. La teoría de
Darwin, muy en boga por entonces, me atraía extraor¬
dinariamente porque prometía un gran progreso hacia
18 - Sigmund Freud

la comprensión del mundo. La lectura del ensayo de


Goethe, La naturaleza, que escuché en una conferencia
de vulgarización científica, me decidió por último a
inscribirme en la Facultad de Medicina”.

En este párrafo se encuentran al menos dos de las


claves que explican la fecunda vida de Freud. Por una
parte, el fantasma de la pobreza, contra el cual com¬
batió con todas sus fuerzas, que no eran pocas. Por
otra, es muy significativa la referencia a dos figuras
de la cultura europea, Darwin y Goethe, que tuvieron
destinos históricos igualmente gloriosos pero vicisitu¬
des y reconocimientos muy opuestos. En efecto,
Charles Darwin (1809-1882), el naturalista inglés,
planteó en su libro El origen de las especies, de 1859,
una teoría que, por más que con el tiempo demostra¬
ría ser correcta, provocó enconadas e incesantes polé¬
micas en una cultura como la occidental y cristiana de
fines del siglo XIX y comienzos del XX que se resis¬
tía, con todos los argumentos a su alcance, a la idea
de que el hombre no fuera el centro de la creación.
(Una resistencia semejante había despertado algunos
siglos antes Copérnico cuando demostró que la Tierra
no era el centro del universo.)

También los descubrimientos del psicoanálisis re¬


sultaron intolerables para la visión antropocéntrica de
las ideologías que dominaban el mundo burgués, a pe¬
sar de lo cual Freud nunca se apartó de la búsqueda de
la verdad mediante la investigación, que fundó siem¬
pre en los principios exigentes de la ciencia.
La escuela -19

La referencia a Johann Wolfgang Goethe (1749-


1832), autor entre otras obras de Los años de apren¬
dizaje de Wilhelm Meister y Fausto, y que fue reco¬
nocido en vida como el poeta nacional de Alemania,
remite en cambio a otro interés perdurable en la vida
y la obra de Freud: el que lo llevó a bucear en las zo¬
nas más recónditas del alma humana, las mismas que
han explorado desde siempre los poetas.

En este marco y con estos antecedentes, la vida de


Sigmund Freud en los ocho años que siguieron esta¬
ría dominada por una dedicación excluyente al estu¬
dio de la medicina.
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Capítulo 2

Años de estudio
(1873-1881)

“Durante estas vacaciones me he mudado a otro


laboratorio,
en el que me preparo para mi verdadera profesión:
‘desollar animales o torturar seres humanos
y cada vez me inclino más por lo primero
Sigmund Freud

C uando escribió esta carta hacía ya cuatro años que


Freud estudiaba medicina en la Universidad de
Viena, y sus esfuerzos estaban decididamente orienta¬
dos hacia el terreno de la investigación. Los dos prime¬
ros años cursó materias regulares de su carrera pero, en
1875, asistió además a clases de zoología, tomó dos
cursos de física (uno más que el que exigía el progra¬
ma), y distintos seminarios de filosofía, entre ellos uno
con Brentano acerca de la lógica de Aristóteles.

Además, cursó fisiología con Emest Wilhelm von


Brücke (1819-1892), entonces un científico de gran
prestigio en Europa y director del Instituto Fisiológico
de Viena. que sería su primer maestro importante, y cu¬
ya influencia Freud siempre reconoció abiertamente.
22 - Sígmund Freud

En 1876 dio un paso más en dirección a la biolo¬


gía. Por su dedicación a las tareas de zoología prácti¬
ca en el laboratorio, el profesor Cari Claus lo destinó
a trabajar en la Estación Zoológica Experimental de
Trieste que estaba bajo su dirección; el presupuesto
asignado para enviar estudiantes a este lugar era exi¬
guo, lo que da una idea del aprecio que el profesor
sentía por su alumno.

En Trieste, estudió una cuestión que de antiguo


constituía un misterio para los biólogos: la estructura
gonádica de las anguilas. Así, disecó y examinó bajo
el microscopio alrededor de cuatrocientas anguilas. El
informe que elaboró acerca de este trabajo fue el pri¬
mero de su vasta obra escrita.

Pero el acontecimiento más significativo de este


período universitario fue su incorporación, ese mis¬
mo año de 1876, como famulus, una suerte de alum¬
no investigador, en el Instituto Fisiológico que dirigía
Briicke, en el que trabajó intensamente durante seis
fructíferos años. Allí, trabó amistad con uno de los
ayudantes de Brücke, Ernst von Fleischl-Marxow
(1846-1891).

Apenas ingresó en el Instituto, Brücke le enco¬


mendó una serie de observaciones sobre las células
nerviosas de distintos géneros de peces que, de acuer¬
do con las premisas de la teoría de la evolución, po¬
drían ayudar a comprender y explicar la anatomía y la
fisiología del sistema nervioso en los seres humanos.
Años de estudio (1873-1881) - 23

A estas observaciones siguieron otras, fruto de una in¬


vestigación propuesta por el propio Freud acerca de las
células nerviosas del cangrejo de río. Esta práctica de
la observación científica se revelaría sumamente útil
más adelante, cuando desarrollara la asociación libre,
como parte de la teoría psicoanalítica.

Las conclusiones de todos estos trabajos suma¬


mente especializados que realizó mientras continuaba
sus estudios de medicina, se publicaron en el boletín
del Instituto y constituyen, según Jones, “su contribu¬
ción personal a las investigaciones que condujeron a
la teoría de la neurona”.

Por estos años fue convocado para el servicio mili¬


tar, misión para nada penosa, ya que los estudiantes de
medicina podían seguir viviendo en sus casas con la
obligación de estar cerca de los hospitales. Freud apro¬
vechó este lapso de relativa inactividad para traducir al
alemán —por encargo del filósofo e historiador vienés
Theodor Gomperz, quien había llegado a él por la re¬
comendación de un amigo común—, un libro del pen¬
sador liberal inglés John Stuart Mili (1806-1873).

A partir de junio de 1880 comenzó a rendir los


exámenes finales que le permitirían obtener el título
de médico. Para esa época comenzó a fumar, primero
cigarrillos y luego cigarros. Es probable que la adic¬
ción a la nicotina que desarrolló con el paso del tiem¬
po haya sido la causa del cáncer que le afectó el ma¬
xilar superior, cuyo tratamiento lo llevaría a sufrir
24' Sígmund Freud

veintitrés operaciones a partir de 1923 y a vivir ator¬


mentado por el dolor hasta el día de su muerte.

Muchos años después, en 1929, en respuesta a una


encuesta organizada por una sociedad antitabaco de los
Estados Unidos entre distintas celebridades que tenían
el hábito de fumar, escribió: “Comencé a fumar a la
edad de veinticuatro años. (...) Todavía sigo fumando (a
los setenta y dos años y medio) y me resisto fuerte¬
mente a reducir este placer. Entre los treinta y los cua¬
renta años tuve que abandonar el hábito durante un año
y medio a causa de problemas cardíacos que podrían
haberse debido al efecto de la nicotina pero que, pro¬
bablemente, fueron una secuela de la influenza. Desde
entonces le he sido fiel a mi hábito o vicio y creo que
debo a los cigarros una gran intensificación de mi ca¬
pacidad de trabajo y una facilitación de mi autocontrol.
En este sentido, mi modelo ha sido mi padre, que era
un fumador empedernido y siguió siéndolo hasta los
ochenta y un años”. (M. Schur)

Los primeros exámenes que rindió fueron los de


química, botánica, zoología y medicina general.
Diez meses más tarde, el 30 de marzo de 1881, mien¬
tras seguía trabajando en el laboratorio de Brücke,
rindió las especialidades médicas y obtuvo la califi¬
cación de “excelente”. Su diploma tiene la fecha del
31 de marzo de 1881, y lo recibió en una ceremonia
de graduación a la que asistió su familia; también es¬
taban Richard Fluss, el hermano de aquella mucha¬
cha, Gisela, de la que se había enamorado a primera
Años de estudio (1873-1881) - 25

vista a los diecisiete años, en Freiberg, y los padres


de éstos.

El joven Freud trabajaba en el laboratorio de fi¬


siología de Brücke, con la esperanza de dedicarse ple¬
namente a la investigación, antes que a la atención de
pacientes. Sin embargo, un año más tarde, en abril de
1882, ocurriría un episodio que habría de inaugurar
uno de los períodos más dramáticos de la vida del fla¬
mante médico. Un tiempo en el que se vería obligado
a apartarse para siempre del microscopio, en el que
debería enfrentarse por primera vez solo al fantasma
de la pobreza y en el que, al mismo tiempo, comen¬
zaría a vislumbrar, todavía oscuramente, los funda¬
mentos de la teoría y la práctica del psicoanálisis.
*
Capítulo 3

Un médico enamorado
(1882-1886)

“Frente a mí, en el aparato, burbujean las pompas de


gas que tengo que filtrar.
El conjunto sugiere, una vez más, resignación y espera.
Las dos terceras partes de la química consisten en esperar,
y sucede probablemente lo mismo con la vida.”
Sigmund Freud, carta a su novia,
Martha Bernays

M ark Twain, uno de los escritores estadouniden¬


ses preferidos de Freud, escribió que “la ver¬
dad es más extraña que la ficción”, porque a diferen¬
cia de ésta, no tiene que atenerse a ninguna conven¬
ción. Así pues, es probable que ningún escritor de no¬
velas de amor del siglo XIX, que fue pródigo en el gé¬
nero, hubiera podido imaginar circunstancias tan cu¬
riosas como las que rodearon el noviazgo de Freud y
Martha Bernays.

Un día de abril de 1882, por la tarde, Freud llegó a


su casa y se encontró con las hermanas de Eli —Martha
y Mina— que habían ido a visitar a su familia. Martha,
hermana de Eli Bernays —novio de Anna Freud— esta¬
ba pelando una manzana. Sigmund quedó prendado de
28' Sigmund Freud

ella apenas la vio y, contrariando su costumbre de ir a


encerrarse de inmediato en su habitación para conti¬
nuar trabajando, se incorporó a la reunión familiar.
Después hubo varios encuentros, pasearon juntos,
unas veces solos y otras acompañados, y el 13 de ju¬
nio ocurrió algo especial. “Ella estaba comiendo con
la familia de él y él se apropió de su tarjeta de visita
para conservarla como un recuerdo. Agradecida por
este gesto, ella estrechó su mano por debajo de la me¬
sa.” (Jones) Sigmund ya no tuvo más dudas, y el 17 de
junio se comprometieron. Él tenía veintiséis años y
Martha veintiuno.

Dos días después Martha viajó a Wandsbeck con


su familia a visitar a unos parientes y a pasar allí las
vacaciones del verano boreal. En realidad no fue más
que una estratagema de la madre de la muchacha,
asustada por el compromiso de su hija con ese médi¬
co pobre y cuya situación económica parecía irremon-
table. La relación de la pareja se prolongaría por cua¬
tro años y tres meses durante la mayor parte de los
cuales los novios vivieron separados por los ocho¬
cientos kilómetros que median en Viena y Wandsbeck.

Tuvieron que idear un complicado sistema para


que ella pudiera recibir las cartas diarias de Sigmund
sin que la suspicaz señora Bernays se enterara. El
mismo día de la partida, Freud le escribía: “Mi pre¬
ciosa y amada niña: sabía que hasta que te fueras no
alcanzaría a darme cuenta cabal de toda mi felicidad
pasada y también, ¡ay!, de mi pérdida actual. No he
Un médico enamorado (1882-1886) - 29

logrado hacerme del todo a la idea de lo nuestro, y si


no estuvieran frente a mí esa elegante cajita y tu dul¬
ce retrato, imaginaría que todo había sido un mero
sueño encantador y temería despertar”.

Y unas líneas más adelante agregaba: “Cuando


vuelvas, querida niña, habré logrado superar la timi¬
dez y torpeza que me cohibían en tu presencia. Nos
sentaremos nuevamente a solas en aquella pequeña y
encantadora habitación, y mi niña escogerá el sillón
marrón (en el que nos dieron tan gran susto ayer). Yo
me sentaré a sus pies, sobre el taburete redondo, y
hablaremos del porvenir, cuando no haya transición
entre el día y la noche, y cuando ni las intrusiones ex¬
teriores, ni los adioses, ni las despedidas, puedan se¬
pararnos”. (Epistolario) Una manera muy gráfica y
vivida de expresarle su deseo de casarse con ella
cuanto antes.

Sigmund fue a visitarla a Wandsbeck un mes des¬


pués y se quedó allí diez días. Fue uno de los pocos
períodos en que estuvieron juntos durante todo el
noviazgo. Aunque Martha regresó a Viena después
del verano, en junio de 1883 la señora Bernays deci¬
dió enviarla a vivir a Wandsbeck hasta que su novio
se labrara una posición sólida y respetable. En una
época en que el medio de transporte más rápido pa¬
ra las grandes distancias era el ferrocarril, y no exis¬
tía el teléfono, la obligada separación dio lugar a que
Martha y Sigmund sólo pudieran verse ocasional¬
mente y que el único contacto regular que pudieran
30 - Sígmund Freud

mantener fuese el epistolar, de modo que se escri¬


bían prácticamente todos los días.

Martha conservó las más de novecientas cartas


que él le enviara, y este precioso material constituye
un testimonio de primera mano acerca de esos años
de la vida de Freud. Entre tanto, a partir del com¬
promiso con Martha, él se encontró ante una encru¬
cijada: debía reunir una suma de dinero suficiente
para casarse, y encontrar un medio de vida que le
permitiera mantener una familia. En 1882, ya con el
título de médico, seguía trabajando en el Instituto
Fisiológico a las órdenes de Briicke quien, a media¬
dos de ese año, tuvo una seria charla con él y lo con¬
venció de que si quería lograr esos objetivos, y en
vista de que carecía de recursos propios como para
financiarse él mismo su carrera de investigador, de¬
bía abandonar aquella idea y optar por practicar la
medicina.

Lo primero que consiguió, en octubre de 1882, fue


un puesto de médico interno en el Hospital General de
Viena. Fue en esa época cuando oyó describir el caso
de Anna O., de Josef Breuer, un médico vienés cuya
amistad Freud comenzó a cultivar a medida que defi¬
nía su especialización en el campo de la neurología.
Breuer, además, fue uno de los varios amigos que lo
ayudaron prestándole dinero en sus momentos de ma¬
yor aprieto económico, ya que lo que Freud ganaba en
el hospital era muy poco.
Dos pobres criatura que se quieren... -31

Dos pobres criaturas


que se quieren...
La preocupación por el futuro era tan intensa para
Sigmund entonces como sus ilusiones, y pasaba rápi¬
damente del más negro pesimismo a la más absoluta
exaltación. En agosto, poco antes de comenzar a tra¬
bajar como médico interno, le había escrito a Martha:
“¡Oh. mi querida Marty, qué pobres somos! Imagina
que anunciásemos al mundo entero nuestro proyecto
de compartir la existencia y que el mundo nos pre¬
guntara: ¿Cuál es vuestra dote? Nada, aparte de nues¬
tro mutuo amor. ¿Nada más?”. En seguida, se expla¬
yaba con morosidad en una tierna descripción del fu¬
turo hogar: “Se me ocurre que necesitaríamos dos o
tres pequeñas habitaciones para vivir, en las que pu¬
diéramos comer y recibir a un huésped, y una estufa
donde el fuego para nuestras comidas nunca se extin¬
guiese. ¡Y la cantidad de cosas que caben en una ha¬
bitación! Mesas y sillas, camas y espejos, un reloj pa¬
ra recordar a la feliz pareja el transcurso del tiempo,
un sillón en el que soñar felizmente despierto durante
media hora, alfombras para ayudar al ama de casa a
mantener limpios los suelos, ropa blanca atada con
bellos lazos en el armario, y vestidos a la última mo¬
da, y sombreros con flores artificiales, cuadros en la
pared, vasos de diario y otros para el vino, y para las
fechas señaladas, platos y fuentes, y una pequeña ala¬
cena por si nos viéramos súbitamente atacados por el
hambre o por una visita, y un enorme manojo de lla¬
ves con ruido tintineante”.
32 - Sígmund Freud

Unas líneas más adelante, la carta adquiría un to¬


no melancólico: “Y todo este pequeño mundo de feli¬
cidad, de amigos intangibles y de creaciones de los
más elevados valores humanos, pertenece todavía al
futuro. Ni siquiera se han puesto los cimientos de la
casa y no existen hoy sino dos pobres criaturas huma¬
nas que se quieren con delirio”. Sobre el final, justo
antes de despedirse, recuperaba el optimismo: “Sin
embargo, tienes que traerme suerte, pues para mí tú
eres la suerte misma. Sin ti, me hundiría en una apa¬
tía sin fondo, pues carecería de todo deseo de vivir.
Contigo, por ti, sabré hacer buen uso de mí mismo pa¬
ra asegurarme esta participación en las cosas buenas
de la existencia y compartirlas contigo”.

Los esfuerzos que hizo en estos años por ganarse


un lugar entre los profesionales de la medicina de Vie-
na fueron infatigables. Así, por ejemplo, comenzó a
trabajar en la clínica psiquiátrica que dirigía el doctor
Theodor Meynert (1833-1892), un anatomista cerebral
que lo nombró ayudante suyo en mayo de 1883. Los
dos años siguientes realizó investigaciones sobre el
bulbo raquídeo y siguió colaborando con reseñas bi¬
bliográficas en distintas revistas científicas, pero su si¬
tuación económica no mejoraba.

En junio de 1884 escribió un ensayo sobre la cocaí¬


na, una nueva y muy costosa droga derivada de la plan¬
ta de coca, que los laboratorios Merck habían comen¬
zado a comercializar y de la que no se sabía exacta¬
mente qué efectos podía producir a largo plazo. Freud
Dos pobres criatura que se quieren... -33

la probó en sí mismo y descubrió, entre otras cosas,


que lo ayudaba a mejorar su rendimiento intelectual,
que su mal humor se trocaba en alegría, y que después
de consumirla no sentía el mismo apetito que de cos¬
tumbre. En consecuencia, comenzó a pensar en las po¬
sibilidades de aplicación de la cocaína en el campo de
la medicina, mientras publicaba el ensayo menciona¬
do. Pero pronto abandonó la idea de llevar a cabo ex¬
perimentos concretos ante la posibilidad de viajar por
unos días a Wandsbeck a visitar a Martha. Antes de
marcharse, le sugirió a un oftalmólogo amigo suyo, el
doctor Konigstein, que estudiara las propiedades anes¬
tésicas de la droga y su posible uso en las operaciones
de los ojos. Pero quien sí realizó experimentos —sobre
ojos de animales— y publicó sus resultados positivos
fue otro conocido de ambos, el doctor Cari Koller,
quien finalmente se llevaría las palmas por el descu¬
brimiento. Curiosamente, en su autobiografía, Freud
culpa a Martha de lo sucedido, lo que da una idea bas¬
tante acabada de hasta qué punto su deseo de triunfar
como investigador seguía incólume.

“Por cierto que, siendo aún novia mía, me hizo


perder una ocasión de adquirir fama ya en aquellos
años juveniles”, se lamenta. Sin embargo, después de
referir el éxito de Koller en el Congreso de Oftalmo¬
logía de Heidelberg, agrega: “Por mi parte, no guardo
a mi mujer rencor alguno por la ocasión perdida”.

El entusiasmo con que Freud veía los efectos “sa¬


ludables” de la cocaína era enorme. El 2 de junio,
34' Sígmund Freud

poco antes de viajar a encontrarse con Martha, y des¬


pués de enterarse de que ella se sentía desganada y sin
apetito, le escribía: “¡Ay de ti, mi princesa, cuando yo
llegue! Te besaré hasta ponerte toda colorada y te voy
a alimentar hasta que te pongas bien gordita. Y si te
muestras díscola, verás quién es más fuerte, si una
gentil niñita que no come bastante o un salvaje hom-
brón que tiene cocaína en el cuerpo. Cuando mi última
depresión tomé cocaína otra vez, y una pequeña dosis
me elevó a las alturas de una manera admirable. Pre¬
cisamente me estoy ocupando de reunir la bibliografía
para una canción de loa a esta mágica sustancia”.

El no de la cocaína
Pero un episodio que tendría un desenlace trágico lo
convenció definitivamente de que el uso indiscriminado
de la cocaína no sólo no era recomendable sino, por el
contrario, decididamente dañino para el organismo.
Freud se había hecho amigo de uno de los ayudantes de
Briicke, Max von Fleischl, por quien sentía una mezcla
de admiración y envidia por sus dotes intelectuales y
porque era un hombre que disfmtaba de una posición
social y económica más que acomodada y no tenía la
menor necesidad de luchar, como él, por su subsisten¬
cia. A causa de un accidente en una mano, Fleischl su¬
fría de intensos dolores neurálgicos que mitigaba con
morfina, y había desarrollado una dependencia tan
abrumadora respecto de esta droga que su vida se había
visto alterada por completo debido a esta adicción.
El no de la cocaína - 35

En su afán de ayudarlo, Freud le sugirió que recu¬


rriera a la cocaína, convencido de que sus efectos be¬
néficos le permitirían superar su adicción a la morfina.
Al principio, el tratamiento dio buenos resultados, pe¬
ro con el tiempo Fleischl pasó a depender agudamente
de la cocaína hasta llegar a un estado de intoxicación
crítico. Finalmente, murió en medio de horribles sufri¬
mientos en 1891, a los cuarenta y cinco años. Profun¬
damente consternado por la situación de la que se sen¬
tía en parte responsable, Freud lo asistió hasta último
momento. Después de este episodio, nunca más volvió
a defender las virtudes “maravillosas” de la cocaína.

En junio de 1885, y gracias a una recomendación


de Brücke, Freud obtuvo una beca de seis meses pa¬
ra estudiar en el extranjero, que decidió utilizar yen¬
do a París en octubre. Un mes antes de viajar fue
nombrado Privat Dozent, un cargo de docente uni¬
versitario libre, sin obligaciones académicas, cuyos
titulares gozaban de gran prestigio en las casas de al¬
tos estudios de lengua alemana. “Es un cargo no re¬
munerado —le explicaba a Martha— pero tiene ven¬
tajas de dos categorías, pues, en primer lugar, confie¬
re el derecho (que es al mismo tiempo el único deber
que implica) de dar clases con las cuales, si la asis¬
tencia fuera numerosa —todo depende de esto—, po¬
dría ganarme la vida, y así aliviaría a mi pobre y fati¬
gado amigo Breuer. En segundo lugar, se eleva uno a
un nivel superior en el mundo médico y ante los ojos
del público, incrementándose la perspectiva no sólo
de obtener clientes sino de lograrlos más adinerados.
36 - Sígmund Freud

Todo esto supone, en resumen, que le ayuda a uno a


forjarse cierta reputación.”

A renglón seguido, en una muestra más de la mez¬


cla de realismo escéptico y entusiasmo optimista que
solía animarlo, reconoce que muchos docentes no tie¬
nen pacientes, y agrega que a pesar del éxito no
desdeñable de mis trabajos, nuestro futuro sigue sien¬
do algo sombrío”, pero, dice, hará todo lo posible pa¬
ra que “todo nos salga bien”.

Antes de ir a París, pasó seis semanas en Wandsbeck,


un verdadero lujo, pues su situación económica se¬
guía siendo precaria. El 12 de agosto, en otra de sus
cartas a Martha hacía un balance de sus recursos y
gastos, entre los que contaba el dinero que destinaba
a ayudar a sus padres y hermanas, y que no resultaba
nada halagüeño: “Si me fuera posible ahorrar treinta
florines, que bastarían para pagar el viaje, llegaría a
Wandsbeck con doscientos, lo que sería muy de de¬
sear. Recuerda que no tenemos probabilidades de ob¬
tener ni un céntimo más antes del 1 de octubre. Así
que no quedará nada para ti, mi vida”.

En París, donde llegó el 13 de octubre de 1885, lo¬


gró ser admitido como alumno por Charcot, en el gru¬
po que lo acompañaba en sus rondas por las salas del
hospital de la Salpétriére y en los consultorios exter¬
nos, y pudo apreciar la aplicación que hacía el maes¬
tro de la sugestión hipnótica para tratar los casos agu¬
dos de histeria.
El no de la cocaína - 37

Este aprendizaje se revelaría fundamental más


adelante, cuando comenzara a tratar pacientes “ner¬
viosos5' en Viena. Por otra parte, la personalidad de
Charcot lo impresionó vivamente, al punto de que le
escribió a Martha que es uno de los médicos más
grandes que han existido...55, y que estaba “... sencilla¬
mente. destruyendo todos mis objetivos y opiniones.
A veces salgo de sus clases (...) con una idea total¬
mente nueva de lo que es la perfección; pero me deja
exhausto”. (Epistolario)

Aunque consideraba que hablaba bastante mal el


francés, Freud sabía que lo comprendía perfectamen¬
te, en especial cuando podía leerlo, así que le pidió a
Charcot la autorización —y la consiguió— para tra¬
ducir sus escritos al alemán. Algunas de estas leccio¬
nes ya habían sido publicadas pero otras estaban iné¬
ditas en Francia. Pronto consiguió él mismo un editor
en Alemania y la traducción se publicó en 1886. En ei
prefacio. Freud se congratulaba de que apareciera va¬
rios meses antes que la edición francesa.

A finales de febrero de 1886, abandonó París.


Estuvo unos días en Wandsbeck con Martha y des¬
pués partió a Berlín, donde se quedó tres semanas
estudiando enfermedades de la infancia. Fue una ex¬
periencia útil, pues a fines de ese año, ya en Viena,
comenzaría a trabajar como director del Departa¬
mento de Neurología del Instituto público para en¬
fermedades de los niños que dirigía el pediatra Max
Kassowitz (1842-1913).
38 - Sígmund Freud

En abril de ese mismo año comenzó también a


ejercer la práctica privada. Su situación económica no
había mejorado demasiado pero sí sus perspectivas, y
gracias a la ayuda de varios de sus amigos y a una mo¬
desta suma que Martha recibió como herencia de una
tía, una semana antes del comienzo del otoño boreal,
el 14 de septiembre, Sigmund y Martha se casaron.
Comenzaba así una nueva etapa en su vida: en su
mente empezarían a incubarse las ideas que revolu¬
cionarían el campo de la psicología en el siglo XX.
Capítulo 4

Realizaciones de deseos
(1886-1900)

“En mi primera juventud, mi único anhelo era la


erudición filosófica, y ahora,
que estoy pasándome del terreno de la
medicina al de la psicología,
me encuentro a punto de realizar tal deseo.
Me especialicé en terapia, contradiciendo mi vocación.
Estoy convencido de que si concurren ciertas
circunstancias en la persona
y el caso, soy capaz, con toda seguridad, de curar la
histeria y la neurosis obsesiva.”
Sigmund Freud, en carta a su amigo Wilhelm Fliess

U n año y un mes después del casamiento, el 16 de


octubre de 1887, nacía Mathilde, la primera de
los seis hijos de Sigmund y Martha. A Mathilde le
seguirían en años sucesivos Sophie, Ernst, Martin,
Oliver y Anna (1895-1892). Esta última, tras las hue¬
llas de su padre, llegaría a ser una célebre psicoana¬
lista especializada en niños.

La situación económica de los recién casados se¬


guía siendo precaria, pero el matrimonio y la paterni¬
dad parecen haber infundido un renovado optimismo
40 - Sígmund Freud

en el espíritu siempre ansioso y proclive al escepticis¬


mo de Freud. Así se desprende de la carta que envió a
su suegra y a su cuñada cuando Mathilde tenía apenas
una semana, en la que cuenta que la pequeña muestra
un gran apetito y cada vez que tiene hambre “grita sin
la menor vergüenza”. Y enseguida se explaya acerca
de las novedades en su trabajo: “Casi simultáneamen¬
te con su nacimiento, mi trabajo experimentó una
evolución que no pudo ser más radical. Las seis se¬
manas anteriores habían sido las más tranquilas de to¬
do el año; mas, precisamente cuando Martha empeza¬
ba con sus dolores, me llamaron para que el lunes
acudiera a casa de Frau L. a celebrar allí consulta mé¬
dica sobre su estado, con Chrobak. Ayer, por la tarde,
tuve también una consulta conjunta con Kassowitz;
hace pocos días puse a Frau doctor Z. un tratamiento
para hacerla engordar; en una palabra, me ha salido
un montón de actividades, y mi consulta se llena
de caras nuevas. En los últimos dos días he visto
más pacientes inéditos de lo que suele ser habitual en
dos meses”.

Reconoce sin embargo, que toda esta actividad to¬


davía no ha rendido los frutos que él esperaba por el
momento, pero se siente esperanzado por esta repen¬
tina acumulación, “como si el nacimiento de una hija
constituyese la corroboración de que me había cuali¬
ficado para el ejercicio de la profesión médica”. Tam¬
poco le faltaron, en esta época, alumnos que lo solici¬
taban como Privat Dozent.
Realizaciones de deseos (1186-1900) - 41

Lo cierto es que su situación económica fue mejo¬


rando, sin llegar nunca a ser desahogada. Después del
nacimiento del tercero de sus hijos, Oliver, en 1891, la
familia se mudó a un departamento más grande, en un
edificio situado en la calle Berggasse 19, en el que vivi¬
rían cuarenta y siete años, y que hoy, acondicionado co¬
mo museo, forma parte de las atracciones turísticas de
Viena. Al año siguiente Freud alquiló tres habitaciones
más en la planta baja, que utilizó como lugar de estudio,
sala de espera y consultorio. En 1896, al matrimonio y
los seis niños se sumó la hermana de Martha, Mina
Bemays, que desde entonces vivió con ellos hasta su
muerte, en 1941. Llevaban una vida modesta, y el úni¬
co gasto importante que hacían en esa época era trasla¬
darse a pasar las vacaciones en un lugar de veraneo, el
Semmeringgebiet, a veces en la locaüdad de Maria-
Schutz y otras veces en Reichenau. Durante esas esta¬
días de uno o dos meses Sigmund solía regresar perió¬
dicamente a Viena a atender pacientes. Más adelante,
cuando pudo darse el lujo de viajar —ese pasatiempo lo
apasionaba, e Italia era uno de los lugares a los que más
le gustaba regresar y que más a fondo conoció—, nun¬
ca dejó de destinar algún dinero a lo que sería su único
hobby: comprar y coleccionar antigüedades.

De todos modos, sólo en 1898 estuvo en condi¬


ciones de saldar su deuda con Breuer, el hombre que
tanto lo había ayudado econ 5micamente en los mo¬
mentos más difíciles de su vida. Al parecer, Breuer
no abrigaba la expectativa de que aquel dinero le
fuese devuelto, pero Freud insistió en restituírselo.
42 - Sígmund Freud

El 7 de enero de 1898, después de haberle girado


trescientos florines, le escribió explicándole por qué
lo hacía. La carta tiene una significación especial,
porque muestra acabadamente la integridad moral de
Freud, sobre todo si se tiene en cuenta que su amis¬
tad con Breuer se había roto en 1893 por motivos
profesionales.

“En lo que respecta a mi deuda con usted —es¬


cribió Freud— no cabe duda de que existe. No la he
olvidado y siempre he tenido la intención de pagar¬
la, sin que por un momento se me haya ocurrido que
sus deseos pudieran ser distintos.” Explica luego las
razones de la demora diciendo, entre otras cosas,
que “... la dificultad constante de obtener el dinero
necesario para la vida cotidiana (...) me había impe¬
dido comenzar a pagarle hasta ahora. Sólo durante
este último año, el más lucrativo en el ejercicio de
mi profesión, han sido mis ingresos en efectivo su¬
ficientes para permitirme renunciar a una suma de¬
terminada”. Y para aclarar perfectamente que la rup¬
tura de su amistad no había tenido nada que ver con
el tiempo transcurrido sin pagar, agregaba: “Puede
usted estar seguro de que si he empezado a pagar mi
deuda precisamente este año y no antes, ello no se
debe a ninguna otra modificación de las circunstan¬
cias acaecida mientras tanto. Al menos en un aspec¬
to, pensamos igual: para ninguno de nosotros son
los contactos financieros lo más importante de esta
existencia ni nos parecen incompatibles con otro ti¬
po de relaciones”.
Hipnosis y catarsis - 43

Hipnosis y catarsis

En noviembre de 1887 Freud conoció a Wilhelm


Fliess, con quien cultivaría una amistad que se pro¬
longaría hasta fines de 1900. Fliess vivía en Berlín, y
a ambos les resultaba difícil encontrarse personal¬
mente, de modo que durante esos doce años mantu¬
vieron una correspondencia regular. A pesar de que
luego se distanciaron, Fliess conservó —a diferencia
de Freud, que era muy celoso de su privacidad y, en
distintos momentos de su vida, destruyó enormes can¬
tidades de cartas y papeles personales— las más de
dos mil cuatrocientas cartas que recibió de su amigo.
Tras su muerte, ocurrida en 1928, la viuda las vendió
a un coleccionista.

Pocos años después, la princesa Marie Bonaparte


—una mujer acaudalada perteneciente a la casa real
de Grecia y que había sido paciente y luego discípula
de Freud y para entonces se dedicaba ya al psicoaná¬
lisis, que ejercería con no poco éxito—, ofreció una
suma tentadora al coleccionista y las rescató para la
historia del movimiento psicoanalítico. Estas cartas
son una fuente irreemplazable para comprender el día
a día del proceso intelectual que llevó a Freud a ela¬
borar las primeras nociones de lo que después sería la
teoría psicoanalítica: los fundamentos y la teoría de la
interpretación de los sueños.

En muchas de ellas, además, le cuenta a Fliess con


lujo de detalles las alternativas de su autoanálisis, un
44' Sígmund Freud

proceso muy complejo, difícil y doloroso que había


iniciado en agosto de 1897.

Lo cierto es que la decisión de especializarse en


neurología, su experiencia con Charcot en París, el pos¬
terior trabajo en el Hospital General de Viena y en la
clínica psiquiátrica dirigida por Meynert y, sobre todo,
su amistad con Josef Breuer. fueron circunstancias que
determinaron que Freud recibiera en su consultorio
particular cada vez más casos de pacientes “nerviosos'’.

A fines de 1887, comenzó a utilizar con ellos la


sugestión hipnótica y, en 1890. el método catártico.
“Esto suponía —cuenta Freud— la renuncia al trata¬
miento de las enfermedades nerviosas orgánicas, pero
tal renuncia no significaba gran cosa, pues en primer
lugar la terapia de tales estados no ofrecía porvenir
ninguno, y en segundo, el número de enfermos de es¬
te género resultaba pequeñísimo, comparado con el
de los nerviosos.” (Autobiografía)

Con respecto al hipnotismo, comenta que decidió


utilizarlo “para hacer que el enfermo me revelase la
historia de la génesis de sus síntomas, sobre la cual no
podía muchas veces proporcionarme dato alguno en
estado normal”.

Freud aprovechó un descubrimiento casual que había


hecho Breuer mientras trataba a una paciente histérica. La
muchacha presentaba síntomas de parálisis, contraccio¬
nes, inhibiciones y estados de perturbación psíquica que
Hipnosis y catarsis - 45

habían comenzado a aparecer durante un período en que


había cuidado a su padre, gravemente enfermo. Breuer
descubrió que cuando la muchacha ponía en palabras la
fantasía afectiva que la dominaba, los síntomas cedían.
“Así pues —dice Freud refiriéndose a Breuer— sumien¬
do a la sujeto en un profundo sueño hipnótico, la hacía re¬
latar lo que en aquellos instantes oprimía su ánimo. Do¬
minados así los accesos de perturbación depresiva, em¬
pleó el mismo procedimiento para provocar la desapari¬
ción de las inhibiciones y de los trastornos somáticos.”

Freud decidió servirse de este método con sus pa¬


cientes para verificar si obtenía resultados semejantes.
Registró minuciosamente las conclusiones de sus dis¬
tintos casos clínicos y, por fin, en 1895, publicó en co¬
laboración con Breuer, su primer trabajo en el terreno
de la psicología: Estudios sobre la histeria. Según él
mismo, es un trabajo poco ambicioso, que no se pro¬
pone definir la naturaleza de la histeria y se limita más
bien a “esclarecer la génesis de sus síntomas”.

Tras su publicación, el libro recibió críticas muy


negativas en los círculos médicos, algo que no amila¬
nó a Freud pero afectó sobremanera a Breuer. Las re¬
laciones entre ellos se enfriaron. Breuer consideraba
que las afirmaciones de Freud según las cuales la cau¬
sa específica de la histeria era siempre de carácter se¬
xual, no eran correctas.

Pero la novedad realmente importante que intro¬


dujo Freud en el tratamiento de sus pacientes fue de
46 - Sígmund Freud

la experiencia de la asociación libre, que describió así:


“En lugar de llevar al paciente a manifestar algo rela¬
cionado con un tema determinado le invitamos a (...)
manifestar todo aquello que acuda a su pensamiento,
absteniéndose de toda representación final consciente.
Ahora bien, el paciente tiene que obligarse a comunicar
realmente todo lo que su autopercepción le ofrezca (...).
Esta absoluta sinceridad del paciente es condición in¬
dispensable de la cura analítica”. (.Autobiografía)

Desde luego, señala Freud, esto no impide que el


paciente desarrolle cierta resistencia, pero las ventajas
del método son más que sus desventajas: “Impone al
analizado una violencia mínima, no pierde jamás el
contacto con la realidad presente y ofrece amplias ga¬
rantías de que en ningún momento puede el médico
perder de vista la estructura de la neurosis o integrar
en ella algo que no le pertenece”.

Otra de las certezas que comenzó a abrirse paso en


su mente a medida que estudiaba a sus pacientes fue
la del proceso de represión, es decir el proceso por el
cual el sujeto que no puede admitir una determinada
idea penosa, la sustituye por una respuesta somática,
de modo que la causa de la perturbación psíquica de¬
saparece de su conciencia.

En estos años escribió una gran cantidad de artícu¬


los, entre ellos cuatro en francés, que fueron publica¬
dos en la Revue Neurologique. En 1896, por ejemplo,
presentó un trabajo titulado Etiología de la histeria, en
Fantasías inconscientes 47
-

el que desarrollaba la cuestión de las causas sexuales


de esta afección, ante la Sociedad de Psiquiatría y
Neurología de Viena, y que se publicó, con agregados,
ese mismo año.

Fantasías inconscientes
También en esta época llegó a otra conclusión im¬
portante, tanto más porque modificaría radicalmente
los términos de la teoría de la histeria que había man¬
tenido hasta entonces. En todos los casos de histeria
que había tratado, había un elemento que se repetía: el
relato de una escena de la infancia del sujeto en la que
éste había sido víctima de una seducción por parte de
un adulto.

Al principio, Freud pensó que no había motivos


para dudar de la realidad de estos traumas sexuales de
la infancia. Sin embargo, después de un tiempo co¬
menzó a pensar en la posibilidad de que la escena de
seducción que referían los pacientes no fuese sino una
fantasía, y que tal vez no hubiese ocurrido realmente.
Una de las razones que lo llevaron a pensar de este
modo fue la perplejidad, ya que de ser ciertos los trau¬
mas relatados por sus pacientes, debía deducir que los
padres de todos ellos tenían una inclinación inequívo¬
ca hacia las perversiones sexuales.

Otra razón igualmente importante era que a esta


altura Freud ya tenía en claro que en el inconsciente
48 - Sígmund Freud

no existe la posibilidad de distinguir la verdad de la


ficción afectiva. La nueva conclusión lo llevaba en¬
tonces a pensar que, si los síntomas de los histéricos
provenían de traumas ficticios, es decir, que los epi¬
sodios eran creados en su fantasía, se imponía la ne¬
cesidad de tomar en cuenta la existencia de una reali¬
dad psíquica con la misma seriedad con que se consi¬
deraba la verdadera realidad. En palabras de Freud:
“... para la neurosis era más importante la realidad
psíquica que la material”.

El sueño y los sueños


Este viraje conceptual le permitiría profundizar en
adelante dos cuestiones que serían fundamentales para el
desarrollo del psicoanálisis: la de la sexualidad infantil y
la teoría de los sueños. En 1896, Freud había sido gol¬
peado por lo que él consideraba el hecho más trascen¬
dental en la vida de un hombre: la muerte de su padre.
Aunque el primer análisis de un sueño —el que llamó
“de la inyección de Irma”, en referencia a uno de sus ca¬
sos clínicos— lo realizó el 24 de julio de 1895, como él
mismo registró en su diario, en una carta a Fliess, anali¬
zó un sueño propio relacionado con la muerte de su pa¬
dre, que ilustra el procedimiento que ideó para interpre¬
tar los contenidos de esta enigmática realidad de la vida
humana que resulta tan reveladora del funcionamiento
del aparato psíquico. Sigmund tuvo el sueño la noche si¬
guiente al funeral de su padre. “Estaba en cierto estable¬
cimiento —cuenta en la carta— y allí, sobre un tablero,
El sueño y los sueños 49-

leí lo siguiente: ‘Se te pide / que cierres los ojos’. En el


acto reconocí el comercio como la peluquería a la que
diariamente acudo. El día del funeral tardaron en aten¬
derme, haciéndome llegar tarde a la casa del duelo. Mi
familia estaba disgustada conmigo, porque yo había dis¬
puesto que el funeral fuera sencillo y en la mayor inti¬
midad (aunque luego reconocieron que mi idea estaba
justificada), y también se enfadó porque llegué tarde. En
consecuencia, lo que leí en el tablero tiene un doble sig¬
nificado y quiere decir que uno debe cumplir su deber
hacia los difuntos en dos modos: a) disculpa, como si no
se hubiera cumplido un deber y se necesitara que perdo¬
naran la propia conducta; b) obligación en sentido lite¬
ral. Por tanto, el sueño fue una válvula de escape para
esa tendencia al autorreproche que deja la muerte, inva¬
riablemente, entre los supervivientes...” (Epistolario)

Las múltiples observaciones que había ido realizan¬


do en su trabajo clínico, sus progresos teóricos con res¬
pecto a la importancia del inconsciente en la vida psí¬
quica, el autoanálisis y las reflexiones surgidas de todo
ello tuvieron como coronación la primera obra de largo
aliento que escribió en el marco de lo que ya desde 1896
había dado en llamar psicoanálisis: La interpretación de
los sueños, que se publicó a fines de 1899, aunque el
editor, tal vez presa de alguna superstición acerca de los
números redondos, la fechó en 1900.

Freud abrigaba grandes esperanzas con respecto a


este libro, no tanto por la repercusión que podía llegar
a tener en el mundo médico —tenía buenas razones
50 - Sígmund Freud

para esperar que no se lo entendiera— sino por la


confianza en sí mismo que le daba el haber podido
sistematizar la multitud de ideas que había estado ela¬
borando durante esos años de práctica y estudio.

Según Ernest Jones, esto fue posible además gra¬


cias a la convicción que había adquirido de su propia
neurosis y al comienzo del análisis de su propio in¬
consciente, en agosto de 1897.

Pocos meses después de la publicación del libro,


en junio de 1900, en una carta que envió a Fliess, de¬
cía, con esa mezcla de ironía e ilusión que lo caracte¬
rizaba: “Quizás algún día —¿no te parece?—, habrá
en esta casa [la suya, de Berggasse 19] una placa de
mármol con la siguiente inscripción: ‘En esta casa, el
24 de julio de 1895, el secreto de los sueños fue reve¬
lado al doctor Sigmund Freud’”. Como si supiera que
había completado un ciclo y necesitara una señal ex¬
terior de ello, en agosto rompió su amistad con Fliess,
de cuya correspondencia tan neuróticamente había
dependido durante los últimos doce años.

Si bien es difícil resumir la riqueza de los plan¬


teos que Freud hace en ese libro, el núcleo de su ori¬
ginalidad reside en la valorización de la importancia
psíquica de los sueños, considerados hasta entonces
como un fenómeno puramente físico. Afirma que es
posible analizar el contenido manifiesto de un sueño
—el relato que hacemos de él— para llegar a despe¬
jar las ideas latentes, ocultas a la conciencia, pero que
El sueño y los sueños- 51

están irremisible y coherentemente ligadas a los ava-


tares de la vida psíquica del sujeto que lo ha soñado.

Así, en los sucesivos capítulos, pasa revista con ex¬


trema minuciosidad a la literatura científica acerca del te¬
ma, describe los distintos tipos de sueños, explica los pro¬
cedimientos de elaboración del material aportado por el
sueño a la conciencia, y echa las bases de la experiencia
psicoanalítica de interpretación de esos contenidos laten¬
tes que pueden iluminar la estructura psíquica del sujeto,
pues, dice, cada uno de ellos se revela como “un produc¬
to psíquico pleno de sentido, al que puede asignarse un
lugar perfectamente determinado en la actividad anímica
de la vida despierta”. (Obras Completas, vol. II.)

Para ello además, ilustra la experiencia y las des¬


cripciones sirviéndose de numerosos sueños personales
y de otros que toma de sus pacientes; es importante te¬
ner en cuenta estas fuentes de interpretación que utiliza
porque muestran muy claramente que Freud no se pro¬
puso en ningún momento ofrecer claves simbólicas ge¬
nerales o universales que explicarían automáticamente,
como en una suerte de diccionario, el sentido de las
imágenes que aparecen en los distintos sueños, sino su¬
brayar la necesidad de analizarlos en forma individual.

En 1901, al comenzar el siglo XX, Freud tenía


cuarenta y cinco años y comenzaba a transitar la eta¬
pa más productiva de su vida científica. Pasarían to¬
davía muchos años antes de que lograra el reconoci¬
miento de sus contemporáneos.
-
Capítulo 5

En busca de lo desconocido
(1901-1914)

"El sentirse deprimido da tan poco fruto como el


hacer economías.”
Sigmund Freud

E n Viena, la holgazana y frívola capital del cada


vez más decadente Imperio austrohúngaro, a la
hora de conseguir un nombramiento oficial pesaba
mucho menos el talento que la cuna, el dinero o la po¬
sición social adquirida. Freud había sido reconocido
con el cargo de docente privado ya en 1884, y a fina¬
les de la década de 1890 presentó varias veces la so¬
licitud que la complicada burocracia imperial exigía
para aspirar a una cátedra universitaria. Sus antece¬
dentes eran impecables, había hecho numerosas pu¬
blicaciones de excelente nivel académico, y sus suce¬
sivas solicitudes habían sido acompañadas, como era
de rigor, por cartas de recomendación de científicos
de gran prestigio que daban fe de su capacidad para el
ejercicio del cargo.
54 - Sígmund Freud

Pero, año tras año, el expediente quedaba olvida¬


do en algún cajón del escritorio del ministro de Cul¬
tura, que era quien debía gestionar la firma del empe¬
rador. Las únicas virtudes que Freud podía exhibir
eran su talento y su contracción al trabajo científico,
y eso, para la burocracia imperial, no era suficiente.
Por otra parte, a Freud le disgustaba sobremanera el
tráfico de influencias. Era un hombre recto y respe¬
tuoso de la verdad y la ley. Por esa razón, nunca ha¬
bía intentado conseguir aquella cátedra en la que tan
esperanzado estaba para afianzar su futuro profesio¬
nal de otro modo que no fuese cumpliendo con todos
los requisitos legales, como si no supiera que con ello
no bastaba.

Su estado de ánimo pasaba en 1901 por un momen¬


to muy peculiar. Con respecto a su trabajo y sus descu¬
brimientos, oscilaba entre el desaliento debido a la fal¬
ta de reconocimiento oficial y el entusiasmo que le pro¬
vocaba la creciente confianza que iba adquiriendo a
medida que profundizaba sus certezas. Así, aunque el
libro que acababa de publicar, La interpretación de los
sueños, no había sido valorado por el mundo científico,
él no dudaba de que era el resultado de una práctica que
lo había llevado a emprender el camino correcto en la
tarea que se había propuesto, y estaba convencido de
que debía continuar trabajando en la misma dirección.
Según cuenta en la Autobiografía, se hallaba totalmen¬
te aislado: en Viena se lo evitaba y en el extranjero no
se lo conocía. El libro, dice, apenas fue mencionado en
las revistas técnicas. Y agrega: “En mi ensayo sobre ‘La
En busca de lo desconocido (1901-1914) - 55

historia del movimiento psicoanalítico’, he incluido


como ejemplo de la actitud de los círculos psiquiátricos
de Viena una conversación que tuve con un médico, au¬
tor de un libro contra mis teorías, que me confió no ha¬
ber leído mi Interpretación de los sueños. Le habían di¬
cho en la clínica que no merecía la pena. Este indivi¬
duo, que ha llegado después al puesto de profesor ex¬
traordinario, se ha permitido negar el contenido de
aquella conversación y, en general, la fidelidad de mi
recuerdo de ella”.

Por añadidura, y gracias a su autoanálisis, Freud


había experimentado también profundos cambios
personales. En ese sentido, en septiembre de 1901
ocurrió un episodio que él mismo reconoció como
crucial en su vida, un juicio que comparten todos
aquellos que se han ocupado de estudiar en detalle a
Freud y los orígenes del psicoanálisis. Hasta ese mo¬
mento, había viajado varias veces a Italia, un país por
el que sentía una enorme atracción, alimentada ade¬
más por el interés que desde su infancia había experi¬
mentado por el arte, la literatura, la historia y los mi¬
tos de la antigüedad clásica. Sin embargo, aunque
desde siempre había soñado con viajar a Roma, en
varias de sus cartas a Fliess reconoció que padecía
una suerte de fobia que, cada vez que llegaba a Ita¬
lia, le impedía decidirse a llegar hasta la capital. Pe¬
ro en septiembre de 1901, logró por fin superar esos
temores irracionales que lo acosaban y viajó, con su
hermano Alexander, a la que con reverencia él lla¬
maba “madre de ciudades”. Este logro lo llenó de
56 - Sígmund Freud

satisfacción, y según le escribió a Fliess, al volver


de Roma su “afán de vivir y trabajar se había incre¬
mentado” y su “capacidad para el martirologio” se
había reducido sensiblemente.

Búsqueda de influencias
En esa misma carta, escrita en marzo de 1902, en
la que explica el nuevo estado de ánimo que le permi¬
tió renovar, y sobre todo modificar, sus esfuerzos por
alcanzar la condición de catedrático, comentó: “Lle¬
gué a la conclusión de que, muy posiblemente, ten¬
dría que esperar la mayor parte de mi vida para que se
reconocieran mis méritos y que, mientras tanto, nin¬
guno de mis contemporáneos sería capaz de alzar un
dedo siquiera para defenderme. Deseaba también vi¬
vamente volver de nuevo a Roma, ayudar a mis pa¬
cientes y complacer a mis hijos, por lo que decidí
abandonar mis estrictos principios y tomar algunas
medidas prácticas de las que suelen adoptar los demás
seres humanos”.

Las “medidas prácticas”, como veremos, dieron


buenos resultados. En primer lugar, fue a ver a un an¬
tiguo maestro, el doctor Sigmund Ritter von Exner
(1846-1926), que era director general en el ministerio
de Educación. Al parecer, Exner se mostró bastante
poco dispuesto a hablar de la solicitud, pero finalmen¬
te le dio a entender que probablemente había personas
que estaban ejerciendo su influencia sobre el ministro
Búsqueda de influencias - 57

para boicotear el nombramiento, y le sugirió que tratara


de contrarrestarlas mediante alguna “contrainfluencia”.

Freud acudió entonces a la señora Elise Gomperz,


que había sido su paciente. Frau Gomperz estaba ca¬
sada con el profesor Theodor Gomperz (1832-1912),
catedrático de lenguas clásicas en la Universidad de
Viena, el mismo que años atrás le había encargado la
traducción al alemán de un libro del filósofo y econo¬
mista inglés John Stuart Mili.

La señora Gomperz se entrevistó con el ministro


de Educación, quien no dio señales de estar enterado
de quién era el aspirante a catedrático. En consecuen¬
cia, Freud tuvo que volver a ser propuesto como can¬
didato, para lo cual logró que el doctor Hermann
Nothnagel (1841-1905), director de la Segunda Clíni¬
ca Médica de Viena, y el doctor Richard von Krafft-
Ebing (1840-1902), catedrático de psiquiatría en la
Universidad de Viena, lo propusieran una vez más. El
ministro, de todos modos, ya no volvió a recibir a la
señora Gomperz, con la clara intención de evitar cual¬
quier posible aceleración del trámite.

Cuando todo indicaba que su nombramiento co¬


mo catedrático se encaminaba otra vez hacia un ca¬
llejón sin salida, entró en escena otro personaje. Se
trataba de una paciente, la señora Marie Ferstel, una
viuda que tenía vinculaciones con el cuerpo diplo¬
mático. Enterada del asunto, se puso de inmediato
en campaña y logró entrevistarse con el ministro. La
58 - Sígmund Freud

señora Ferstel supo que el ministro deseaba incorpo¬


rar al patrimonio de la Galería Moderna, que estaba
bajo su dependencia y acababa de inaugurarse, el cua¬
dro Die Burgruine (Castillo en ruinas), del pintor y
escultor suizo Arnold Bocklin (1827-1901), por quien
el funcionario sentía una particular admiración.

Ahora bien, la dueña del cuadro en cuestión era la


tía de la señora Ferstel. En su afán por lograr el nom¬
bramiento de Freud, la mujer prometió al ministro
que le conseguiría la pintura si él se ocupaba de que
el emperador firmara la demorada designación. Aun¬
que no pudo conseguir el cuadro de Bocklin, tres me¬
ses más tarde donó al ministro otra obra, más moder¬
na pero no menos valiosa, del artista austríaco Emil
Orlick (1870-1922).

Una noche, en una reunión social ofrecida por la


señora Ferstel en su casa, el ministro dijo a su anfi-
triona, al pasar, que acababa de cumplir su parte del
trato. “Y un buen día —cuenta Freud— vino a su se¬
sión radiante, blandiendo una carta del ministro. ¡Al
fin! El Wiener Zeitung aún no ha publicado la desig¬
nación, pero la noticia ha corrido como un reguero de
pólvora.” A pesar de la satisfacción con que recibió
la novedad, Freud sentía que había actuado “como un
asno”. “Si me hubiera ocupado hace tres años de la
cuestión, me habrían nombrado catedrático entonces,
ahorrándome un sinfín de contratiempos. Hay otras
personas que saben actuar en beneficio propio sin ne¬
cesidad de ir antes a Roma.”
Búsqueda de influencias - 59

Al mismo tiempo, es evidente que se sentía aver¬


gonzado por la forma en que había llegado al soñado
cargo de catedrático, porque antes de despedirse le
pidió a Fliess, el destinatario de las buenas nuevas:
no digas por ahí lo que en ésta te cuento”.

Lo cierto es que a partir de 1902, y más allá del


reconocimiento oficial que significó su nombramien¬
to como catedrático, comenzó a sentirse cada vez
más seguro de la solidez de su trabajo científico. A
ello contribuyó, sin duda, el hecho de que por prime¬
ra vez algunos miembros de la profesión médica se
interesaran seriamente en el psicoanálisis. Éste fue el
caso de Rudolf Reitler, por ejemplo, el primero que
ejerció el psicoanálisis después de Freud. En 1903
también comenzó a practicarlo Wilhelm Stekel, un
neurólogo que había sido previamente tratado por
Freud. Otros dos médicos que asistían regularmente
a las conferencias que dictaba en la universidad fue¬
ron Max Kahane y Alfred Adler.

Haciéndose eco de una sugerencia de Stekel, en el


otoño de 1902 invitó a estos cuatro profesionales a reu¬
nirse con él a fin de discutir su obra escrita. Así comen¬
zó una serie de reuniones de trabajo que se llevaban a ca¬
bo en su casa los miércoles por la noche, razón por la
cual sus miembros decidieron llamar al grupo “Sociedad
Psicológica de los Miércoles”. Con el paso del tiempo se
incorporarían a esta actividad nuevos miembros: Max
Graf, Hugo Heller, Alfred Meisl, Paul Fedem, Eduard
Hitschmann y Otto Rank, entre otros.
6o - Sígmund Freud

En 1908 se agregó Sandor Ferenczi, un médico


húngaro que sería uno de sus principales discípulos y
amigos, con quien compartiría además muchos viajes.
Después de 1907, participaron de sus sesiones, en dis¬
tintos momentos, diversos invitados provenientes del
extranjero, entre otros: Max Eitingon, Cari Gustav
Jung, Karl Abraham, A. A. Brill y Ernest Jones, mu¬
chos de ellos luego distinguidos psicoanalistas. Por
fin, el 15 de abril de 1908, el grupo adquirió un tinte
más institucional y menos informal, y pasó a llamar¬
se Sociedad Psicoanalítíca de Viena.

Psicópatalogia de la vida cotidiana


Al mismo tiempo que salía de su prolongado ais-
lamie-nto, Freud seguía profundizando en el terreno de
la técnica y la teoría psicoanalítica, lo que se traducía,
como era su costumbre, en nuevos artículos y libros.

En 1904, por ejemplo, publicó Psicopatología de la


vida cotidiana, un libro en el que muestra con infinidad
de ejemplos tomados de su práctica clínica, y sirvién¬
dose de la experiencia psicoanalítica, la existencia de
“un sentido y una intención detrás de las pequeñas per¬
turbaciones funcionales de la vida cotidiana de los indi¬
viduos sanos’’. (Psicopatología de la vida cotidiana)

En esta obra se percibe un cambio en el estilo de


presentación del tema. Freud parece no sentirse obli¬
gado ya a prologar el tratamiento de la cuestión con
Psícopatología de la vida cotidiana - 61

una dificultosa justificación teórica, como en traba¬


jos anteriores, y entra en materia sin rodeos, desde la
primera página.

Así, analiza minuciosamente los mecanismos que


subyacen al olvido de nombres propios y de palabras
extranjeras, las equivocaciones orales o en la lectura y
la escritura, los olvidos de impresiones y propósitos,
las torpezas, los actos sintomáticos y casuales, los
errores y los actos fallidos. Tanto los casos benignos
como los graves de cualquiera de estas perturbaciones,
incluidos los actos fallidos y casuales, afirma Freud,
exhiben un carácter común: yace en ellos “la posibili¬
dad de referir los fenómenos a un material psíquico in¬
completamente reprimido, que es rechazado por la
conciencia, pero al que no se ha despojado de toda ca¬
pacidad de exteriorizarse”. Ello sería así porque lo in¬
consciente, sentencia, “es rencoroso”.

Al año siguiente, 1905, publica otros dos libros: El


chiste y su relación con lo inconsciente y Tres ensayos
sobre teoría sexual. La enorme productividad que
mostró en este período queda evidenciada por el hecho
—que comenta no sin asombro Ernest Jones— de que
Freud tenía los manuscritos de estas dos obras en sen¬
das mesas y escribía alternativamente una y otra sin
que la simultaneidad del trabajo le impidiera en lo más
mínimo desarrollar dos temáticas tan dispares.

En El chiste y su relación con lo inconsciente, Freud


pone a prueba una vez más la experiencia psicoanalítica
6i - Sígmund Freud

creada por él, aplicándola a un dominio poco estudiado


por los psicólogos de su tiempo, como había hecho an¬
teriormente con otros aspectos descuidados de la vida
psíquica, como los sueños, los olvidos y equivocacio¬
nes, y los actos fallidos.

Esta vez se interna en el campo de la comicidad,


la risa y el humor, y su forma socialmente más popu¬
lar: el chiste. El objetivo es el mismo que en sus obras
anteriores: demostrar, entre otras cosas, que todos los
fenómenos de la vida psíquica tienen un sentido go¬
bernado por una instancia organizadora que opera con
independencia de la intencionalidad consciente del
sujeto: lo inconsciente.

Con la rigurosidad que caracteriza todas sus inves¬


tigaciones, desmenuza el tema desde sus elementos
más simples y obvios hasta los más complejos, pasan¬
do revista críticamente a toda la literatura accesible en
su tiempo. Bien podríamos decir que en este libro de¬
cide que es necesario tomarse en serio al chiste, y de¬
muestra que puede hacerlo. La obra contiene tres par¬
tes: una analítica, una sintética y una teórica. En esta
última trata, entre otras cosas, de despejar las diferen¬
cias entre el humor, la comicidad y el chiste. ¿Cuáles
son, se pregunta, las razones por las que los chistes nos
provocan cierto placer, que se manifiesta en esa parti¬
cular descarga física que es la risa?

Una de las conclusiones a las que llega, después de


analizar una infinidad de ejemplos, es que el placer
Aberraciones sexuales y sexualidad infantil- 63

del chiste surge de un “gasto de inhibición”, es decir


de la posibilidad de expresar —aunque no del todo
abiertamente— un pensamiento que las convenciones
sociales indican que se debería inhibir. El placer de la
comicidad, en cambio, tendría que ver con un “gasto
de representación ahorrado”, y el del humor con un
“gasto de sentimiento ahorrado”.

Por lo tanto, sostiene, “en los tres mecanismos de


nuestro aparato anímico el placer proviene, pues, de
un ahorro, y los tres coinciden en constituir métodos
de reconquistar, extrayéndolo de la actividad anímica,
un placer que se había perdido precisamente a causa
del desarrollo de esta actividad, pues la euforia que
tendemos a alcanzar por estos caminos no es otra co¬
sa que el estado de ánimo de una época de nuestra vi¬
da en la que podíamos llevar a cabo nuestra actividad
psíquica con muy escaso gasto; esto es, el estado de
ánimo de nuestra infancia, en la que no conocíamos lo
cómico, no éramos capaces del chiste y no necesitá¬
bamos del humor para sentirnos felices en la vida”.
(El chiste y su relación con lo inconsciente)

Aberraciones sexuales
y sexualidad infantil
En Tres ensayos sobre teoría sexual no sólo hay una
aportación original al desarrollo de la teoría psicoanalí-
tica, sino que además se sostienen los principios a los
que Freud había llegado a partir de su práctica —si
64 - Sígmund Freud

bien con agregados periódicos en las sucesivas edicio¬


nes—, hasta 1923, cuando la revisión de determinados
conceptos lo llevó a reformularlos, tal como había he¬
cho en relación con la realidad de las escenas traumá¬
ticas en sus trabajos sobre la histeria.

En esta obra organiza el tema estudiando primero


las aberraciones sexuales y luego la sexualidad infan¬
til, para terminar con una teoría acerca de lo que lla¬
mó “la metamorfosis de la pubertad”.

Comienza explicando que, así como existe una


pulsión de nutrición que permite explicar el hambre,
en el lenguaje científico se apela al término “libido”
para referirse a la pulsión sexual. (En las traduccio¬
nes más recientes se utiliza el término “pulsión” en
lugar de “instinto”, sobre la base de que lo que evo¬
ca la palabra utilizada por Freud en alemán, trieb, es
un movimiento dirigido a un objeto que sería carac¬
terístico del ser humano y, en ese sentido, sustancial¬
mente diferente del movimiento que implica el ins¬
tinto animal.)

A fin de facilitar el estudio de esta cuestión, acla¬


ra después que “a la persona de la cual parte la atrac¬
ción sexual la denominaremos objeto sexual, y el ac¬
to hacia el cual impulsa la pulsión, fin sexual. La ex¬
periencia científica nos muestra que tanto respecto al
objeto como al fin existen múltiples desviaciones, y
que es necesaria una penetrante investigación para es¬
tablecer las relaciones que dichas anormalidades
Aberraciones sexuales y sexualidad infantil - 65

guardan con lo considerado como normal”. (Tres en¬


sayos sobre teoría sexual)

A continuación, pasa revista a las desviaciones


respecto del objeto sexual (la inversión, y los anima¬
les e impúberes como objetos sexuales), a las desvia¬
ciones relativas al fin sexual (entre las que se encuen¬
tran las transgresiones anatómicas y la fijación de los
fines sexuales preliminares), las pulsiones parciales y
las zonas erógenas, y desarrolla una explicación del
aparente predominio de la sexualidad perversa en los
psiconeuró ticos.

El segundo ensayo, acerca de la sexualidad in¬


fantil, subraya la falta de interés que han mostrado
hasta ese momento los científicos con respecto a es¬
ta cuestión, y viene precedido por lo que Freud lla¬
ma una fórmula: “... los neuróticos conservan su se¬
xualidad en estado infantil o han retrocedido hasta
él. Por tanto, nuestro interés se dirigirá hacia la vida
sexual de los niños, y perseguiremos en ellos el fun¬
cionamiento de las influencias que rigen el proceso
evolutivo de la sexualidad infantil hasta su desembo¬
cadura en la perversión, en las neurosis o en la vida
sexual normal”.

Así pues, señala: “Un penetrante estudio de las


manifestaciones sexuales infantiles nos revelaría pro¬
bablemente los rasgos esenciales de la pulsión sexual,
descubriéndonos su desarrollo y su composición de
elementos procedentes de distintas fuentes”.
66 - Sígmund Freud

En este ensayo estudia en detalle el período de la-


tencia sexual de la infancia y sus interrupciones.
Sostiene que la vida sexual de los niños se manifies¬
ta en una forma observable hacia los tres y cuatro
años de edad. Y afirma que “durante este período de
latencia total o simplemente parcial, se constituyen
los poderes anímicos que luego se oponen a la pul¬
sión sexual y la canalizan, marcándole un curso a
manera de dique”.

Entre las manifestaciones de la sexualidad infan¬


til, menciona en primer lugar el chupeteo, o succión,
al que caracteriza como una práctica de autoerotismo,
en la que la pulsión no se orienta hacia otras personas,
sino que “encuentra su satisfacción en el propio cuer¬
po”. De ello deduce que “el fin sexual de la pulsión
infantil consiste en hacer surgir la satisfacción por el
estímulo apropiado de una zona erógena elegida de
una u otra manera”.

Estudia después las manifestaciones sexuales


masturbatorias. En este sentido, señala que el niño
“considera los excrementos como una parte de su
cuerpo y les da la significación de un ‘primer regalo’
con el cual puede mostrar su docilidad a las personas
que lo rodean o su negativa a complacerlas. Desde es¬
ta significación de ‘regalo’ pasan los excrementos a la
significación de ‘niño’; esto es, que según las teorías
sexuales infantiles, representan un niño concebido
por el acto de la alimentación y parido por el recto”.
Aberraciones sexuales y sexualidad infantil- 67

Luego desarrolla un modelo de las tres fases de la


masturbación infantil, y dedica un apartado a la in¬
vestigación sexual infantil, vinculada con la pulsión
de saber, cuyo tema central es el primer problema que
preocupa al niño, que no es otro que: el enigma de
la procedencia de los niños”, el cual da lugar a diver¬
sas teorías en la mente infantil.

En este ensayo postula la existencia de una serie


de fases evolutivas de la organización sexual. La pri¬
mera sería la organización pregenital, en la que las zo¬
nas genitales no han llegado todavía a su papel pre¬
dominante. Aquí distingue una fase oral, en la que la
actividad sexual no está separada de la absorción de
alimentos, a la que seguiría la organización sádico-
anal, representada por la pulsión de aprehensión, y en
la que como “órgano con fin sexual pasivo aparece
principalmente la mucosa intestinal erógena”.

En el tercer ensayo, se refiere a la “metamorfosis


de la pubertad”. Es éste el momento en que la pulsión
sexual, que hasta entonces era autoerótica, “encuentra
por fin el objeto sexual”. En consecuencia, las zonas
erógenas “se subordinan a la primacía de la zona ge¬
nital”. A continuación, discute una serie de cuestiones
que derivan de esta nueva configuración de la sexua¬
lidad: la primacía de las zonas genitales y el placer
preliminar, el problema de la excitación sexual, la teo¬
ría de la libido, las diferenciaciones de los sexos y el
hallazgo de objeto.
68 - Sígmund Freud

En síntesis, se trata de una perspectiva que pone el


acento en una suerte de evolución de la sexualidad
desde una genitalidad indiferenciada hasta el mo¬
mento en que, durante la pubertad, se adquiere una
genitalidad plena que permite definir claramente el
objeto sexual hacia el cual se dirige la libido del su¬
jeto. No obstante, aunque puso el acento en el tema
del hallazgo de objeto, eso no fue lo que en realidad
rescató después, ya que ese tema no le parecía espe¬
cífico de la pubertad; lo que sí subrayó de esa edad
fue el intento de independencia con respecto a los pa¬
dres de la infancia.

Más allá del principio de placer


Una obra publicada por Freud en 1920 provocó un
giro fundamental en la teoría psicoanalítica. Se trata de
Más allá del principio de placer. Allí comienza plan¬
teando que la significación de las sensaciones de pla¬
cer y displacer no ha sido hasta ese momento adecua¬
damente explicada por ninguna de las teorías psicoló¬
gicas o filosóficas en circulación, y reclama para el in¬
vestigador la libertad de construir las hipótesis que la
experiencia le presente como más probables. “Hemos
resuelto —declara en consecuencia— relacionar el
placer y el displacer con la cantidad de excitación exis¬
tente en la vida anímica, excitación no ligada a factor
alguno determinado, correspondiendo el displacer a
una elevación y el placer a una disminución de tal can¬
tidad." (Más allá del principio de placer)
Más allá del principio de placer- 69

A partir de esta hipótesis, sostiene que la experien¬


cia general muestra claramente que es inexacto ha¬
blar de un dominio del principio del placer sobre el cur¬
so de los procesos psíquicos”. En ese sentido, señala
que el principio de placer es sustituido por el “principio
de realidad” por obra del instinto de conservación del
yo. “El principio de realidad, sin embargo, aunque no
abandona su propósito de alcanzar el placer (...) exige y
logra el aplazamiento de la satisfacción y el renuncia¬
miento a algunas de las posibilidades de alcanzarla, y
nos fuerza a aceptar pacientemente el displacer durante
el largo rodeo necesario para llegar al placer.”

Más adelante analiza las “neurosis traumáticas”


que suelen aparecer después de episodios tales como
accidentes con peligro de muerte o como consecuen¬
cia de haber pasado por la experiencia de la guerra. A
propósito de esta cuestión, señala dos rasgos: el susto
o sobresalto, y el hecho de que una herida o contusión
recibidas en el episodio traumático conspiran contra
la formación de la neurosis.

Para explicar esta idea, plantea que se debe distin¬


guir entre la angustia, el miedo y el susto. Dice enton¬
ces que “la angustia constituye un estado semejante a
la expectación del peligro y preparación para el mis¬
mo, aunque nos sea desconocido. El miedo reclama un
objeto determinado que nos lo inspire. En cambio, el
susto constituye aquel estado que nos invade brusca¬
mente cuando se nos presenta un peligro que no espe¬
ramos y para el que no estamos preparados”.
70 Sígmund Freud
-

Agrega, además, que no cree que la angustia


pueda ser el origen de una neurosis traumática, pues
"... en ella hay algo que protege contra el susto y,
por tanto, también contra la neurosis de sobresalto”.

Relata a continuación sus observaciones acerca


del juego en un niño de dos años. El pequeño parece
extraer un gran placer de un carrete unido a un hilo
que no utiliza como se podría esperar, para arrastrar¬
lo y llevarlo de paseo como si fuera una mascota, si¬
no para hacerlo desaparecer y reaparecer. Esta acti¬
vidad estaría relacionada con un suceso penoso, la
ausencia de la madre, que el niño sufre pasivamente.
Mediante el juego, sugiere Freud, el niño disminuye
el displacer que le provoca aquella ausencia, repi¬
tiendo el suceso ”... a pesar de ser penoso para él co¬
mo juego”. “Este impulso podría atribuirse a una
pulsión de dominio, que se hace independiente de
que el recuerdo fuera o no penoso en sí. Puede in¬
tentarse también otra interpretación diferente. El
arrojar el objeto de modo que desapareciese o que¬
dase fuera podría ser asimismo la satisfacción de un
reprimido impulso vengativo contra la madre por ha¬
berse separado del niño, y significar el enfado de és¬
te: Te puedes ir, no te necesito. Soy yo mismo el que
te echa’.”

A esta altura del desarrollo del psicoanálisis —


este trabajo fue publicado en 1920—, y en busca de
una explicación a la misteriosa relación entre el pla¬
cer y el displacer, pone el acento en la importancia
Más allá del principio de placer - 71

que adquiere la resistencia en el tratamiento psicoa-


nalítico que, dice, da lugar a una obsesión de repeti¬
ción, en la medida en que el paciente repite con su
analista, transformadas, las situaciones penosas de su
historia personal.

La obsesión de repetición, plantea, parece ser


más primitiva, elemental y pulsional que el principio
del placer al que sustituye”. Lo que se propone averi¬
guar entonces es “... a qué función corresponde, bajo
qué condiciones puede surgir y en qué relación se ha¬
lla con el principio del placer” esa obsesión de repeti¬
ción, y cuál es su conexión con lo pulsional.

En ese sentido, cree haber descubierto algo no ob¬


servado hasta entonces: que la pulsión es “... una ten¬
dencia propia de lo orgánico vivo a la reconstrucción de
un estado anterior, que lo animado tuvo que abandonar
bajo el influjo de fuerzas exteriores perturbadoras, una
especie de elasticidad orgánica, o, si se quiere, la mani¬
festación de la inercia en la vida orgánica”.

Tras un largo desarrollo en el que examina los dis¬


tintos rasgos generales y específicos de los instintos
animales y las pulsiones humanas en la lucha por la
continuidad de la vida, plantea su tesis diciendo que
“... hemos llegado a distinguir dos especies de pulsio¬
nes: aquellas que quieren llevar la vida hacia la muer¬
te, y otras, las pulsiones sexuales, que aspiran de con¬
tinuo a la renovación de la vida y la imponen siempre
de nuevo”.
72 - Sígmund Freud

Entonces llama Eros a las pulsiones sexuales, y


Tánatos, a la pulsión de muerte. Para que no queden
dudas, aclara que “nuestra concepción era dualista
desde un principio y lo es ahora aún más desde que
denominamos las antítesis, no ya pulsiones del yo y
pulsiones sexuales, sino pulsiones de vida y pulsiones
de muerte”.

Esta es una tesis tan central de la teoría psicoana-


lítica que fue precisamente el desacuerdo en torno a
ella el que provocó la ruptura entre Freud y Cari G.
Jung, y el alejamiento de este último de la Sociedad
Psicoanalítica.

Avanzar, aunque sea cojeando


Después de haber revisado con lógica implacable
sus concepciones anteriores y haber reformulado sus
hipótesis con respecto a una cuestión tan difícil de
abordar, concluye Más allá del principio de placer
con una conmovedora profesión de fe en la necesidad
imperiosa de considerar siempre provisorios todos los
resultados provenientes del trabajo científico.

Este párrafo explícita los cambios que introdujo


poco tiempo después en su concepción de la sexuali¬
dad infantil. “El principio de placer —escribió en la
conclusión del libro— parece hallarse al servicio de
las pulsiones de muerte, aunque también vigile a las
excitaciones exteriores, que son consideradas como
Avanzar, aunque sea cojeando - 73

un peligro por las dos especies de pulsiones, pero


especialmente a las elevaciones de excitación proce¬
dentes del interior, que tienden a dificultar la labor
vital. Con este punto se enlazan otros numerosos
problemas cuya solución no es por ahora posible.
Debemos ser pacientes y esperar la aparición de nue¬
vos medios y motivos de investigación, pero perma¬
neciendo siempre dispuestos a abandonar, en el mo¬
mento en que veamos que no conduce a nada útil, el
camino seguido durante algún tiempo. Tan sólo
aquellos crédulos que piden a la ciencia un sustituti-
vo del abandonado catecismo podrán reprochar al in¬
vestigador el desarrollo o modificación de sus opi¬
niones. Por lo demás, dejemos que un poeta nos con¬
suele de los lentos progresos de nuestro conocimien¬
to científico: ‘Si no se puede avanzar volando, bueno
es progresar cojeando, / pues está escrito que no es
pecado cojear’.” (Se trata de dos versos del poema
Die Mekamen des Hariri, de Rückert.)

Cabe decir que Freud mantuvo con firmeza esta


posición de humildad frente a las posibilidades del
conocimiento científico hasta el fin de su vida. Des¬
pués de haber recorrido estas rectificaciones y refor¬
mulaciones de la teoría, estamos en condiciones aho¬
ra de comprender mejor los cambios que introdujo en
lo atinente a la sexualidad infantil, que se encuentran
planteados en un agregado que incluyó en la edición
de 1923 de La organización genital infantil. Se trata
del capítulo 6, al que llamó escuetamente, “Adición a
la teoría sexual”.
74 - Sígmund Freud

En este breve texto de no más de tres páginas,


afirma que ya no está enteramente satisfecho con sus
hipótesis anteriores, según las cuales en el primer pe¬
ríodo de la infancia no aparece establecida la prima¬
cía de los genitales. La vida sexual del niño y la del
adulto, sostiene, exhiben una afinidad que va más
allá de la aparición de una elección de objeto.

Pero la diferencia más importante que es posible ob¬


servar en la organización genital infantil cuando se la
compara con la organización genital definitiva del adulto
consistiría, según Freud, “... en que el sujeto infantil no
admite sino un órgano genital, el masculino, para ambos
sexos. No existe, pues, una primacía genital, sino una pri¬
macía del falo”. (La organización genital infantil)

Subraya luego la importancia de la investigación


sexual que emprende el niño en su búsqueda de expli¬
caciones de las diferencias que observa entre quienes
lo rodean. Freud se refiere entonces a los niños varo¬
nes y señala que el caso más evidente es el que se pre¬
senta cuando descubren la falta de pene de las niñas:
niegan que les falte el miembro, creen verlo, y supo¬
nen que tal vez todavía sea muy pequeño, pero que
con el tiempo habrá de crecer, para llegar finalmente a
la conclusión de que la niña lo poseía pero fue despo¬
jada de él. Es decir que esta carencia de pene “es in¬
terpretada como el resultado de una castración”, de
modo que surge entonces en el niño “el temor a la po¬
sibilidad de una mutilación análoga”. Para compren¬
der la importancia del complejo de castración, indica
Avanzar; aunque sea cojeando - 75

Freud, se debe tener en cuenta su aparición en la fase


de la primacía del falo.

La conclusión que extrae al final de esta impor¬


tante Adición a la teoría sexual, es que “en el estadio
siguiente al de la organización genital infantil hay ya
un masculino, pero no un femenino, la antítesis es
aquí genital masculino o castrado. Sólo con el térmi¬
no de la evolución en la pubertad llega a coincidir la
polaridad sexual con masculino y femenino. Lo mas¬
culino comprende el sujeto, la actividad y la posesión
del pene. Lo femenino integra el objeto y la pasivi¬
dad. La vagina es reconocida ya entonces como al¬
bergue del pene y viene a heredar el seno materno”.

En Tres ensayos sobre una teoría sexual, publica¬


do por primera vez en 1905, se puede rastrear la evo¬
lución de la teoría psicoanalítica de Freud.

A esa altura, había logrado consolidar un enfoque


metodológico para el estudio de la vida anímica del
que ya no se apartaría, por más modificaciones que
hiciera a la teoría cuando descubrió que había equi¬
vocado el rumbo en algún aspecto fundamental. Fue¬
se cual fuese el plano del psiquismo que abordara,
partía siempre de sus observaciones acerca de los
cuadros patológicos, para llegar indefectiblemente a
una comprensión de la normalidad, que era el verda¬
dero objetivo de sus investigaciones. Con el tiempo,
esta modalidad de trabajo lo llevaría también a pro¬
ducir obras de síntesis en las que intentaría situar el
76 - Sígmund Freud

psicoanálisis en un marco filosófico y teórico más ge¬


neral y abarcador, como es el caso, por ejemplo, de
Tótem y tabú, que publicó en 1912.

Pero después de Tres ensayos... su producción es¬


crita, siempre profusa, se concentró en cuestiones
más específicas. Así, en 1906 publicó, entre otros tra¬
bajos, La sexualidad en la etiología de las neurosis.
En 1907 dio a la imprenta El delirio y los sueños en
la “Gradiva” de Jensen —un intento de aplicar el
psicoanálisis a la comprensión de una obra litera¬
ria—. Los actos obsesivos y los ritos religiosos, y es¬
cribió la historia clínica original del caso que llamó
“El hombre de las ratas”, que se publicaría pór pri¬
mera vez en 1909.

En 1908 aparecieron Las fantasías histéricas y su


relación con la bisexualidad, El carácter y el erotismo
anal, Teorías sexuales infantiles. La moral sexual cul¬
tural y la nerviosidad moderna y La creación poética v
la fantasía. En 1909, Generalidades sobre el ataque
histérico. Análisis de lafobia de un niño de cinco años
(conocido como “el caso Juanito”), La novela familiar
del neurótico y Un caso ele neurosis obsesiva (el ya
mencionado “caso del hombre de las ratas”).

Hacia la institucionalización
Entre tanto, y a pesar de las resistencias de la comu¬
nidad científica, la institucionalización del movimiento
Hacía la ínstítucíonalízacíón - 77

psicoanalítico seguía su curso. Freud mantenía una co¬


rrespondencia regular con todos aquellos discípulos que
no vivían en Viena y, entre todos ellos, sentía una ino¬
cultable predilección por el psiquiatra suizo Cari Gustav
Jung (1875-1961), un hombre casi veinte años menor
que él, que residía habitualmente en Zurich, y en el que
había depositado grandes esperanzas a la hora de pen¬
sar en un sucesor. Entre otras razones, apreciaba parti¬
cularmente a Jung porque se trataba del primer no judío
que se había incorporado al movimiento psicoanalítico,
y estaba convencido de que su juventud y energía eran
invalorables para la difusión y el éxito definitivo del psi¬
coanálisis en Europa.

La Sociedad Psicoanalítica de Viena designó en


1907 a Jung, a instancias de Freud, como su repre¬
sentante en el Congreso Internacional de Psiquiatría y
Neurología de Amsterdam. Unos meses antes del
acontecimiento, en mayo de ese año, Freud le asegu¬
raba en una carta, con toda la intención de alentarlo,
que las cosas “saldrán como es debido”. Y agregaba:
“No somos los primeros que hemos tenido que espe¬
rar que el mundo comprenda una lengua nueva. Siem¬
pre pienso que tenemos más seguidores secretos de lo
que suponemos, y estoy seguro de que no estará usted
solo en el Congreso de Amsterdam. Cada vez que
provocamos una nueva risotada me convenzo más de
que nuestro empeño es algo verdaderamente grande”.

En agosto redobló sus esfuerzos de aliento y escribió:


“No se desespere. (...) El hecho de que los representantes
78 - Sígmund Freud

del mundo oficial le comprendan o no a uno de mo¬


mento es indiferente”. Y, más adelante en la misma
carta agregaba su infaltable cuota de escepticismo y
sarcasmo, como si quisiera asegurarse de que Jung no
fuera a ilusionarse demasiado:

“Alemania no querrá reconocer probablemente que


el psicoanálisis existe hasta que un alto personaje se dig¬
ne reconocerlo oficialmente. Quizás el modo más rápido
de sacarlo adelante fuera atraer el interés del káiser Wil-
helm, que según se dice, posee una mente universal.
¿Tiene usted amistades que lleguen tan alto? Yo no”.

Una vez concluido el Congreso, Jung le rindió,


también por carta, un informe pormenorizado y nada
alentador. Freud respondió, con su inquebrantable fe en
el futuro del psicoanálisis, que los acontecimientos de
Amsterdam no habían conseguido deprimirlo. Además,
intentó convencer a Jung, que no se mostraba en abso¬
luto paciente, de que la mejor táctica era la que él ha¬
bía empleado hasta entonces: ignorar lisa y llanamente
a los detractores. “La gente no quiere aprender —le es¬
cribió Freud—, y por ello está incapacitada por ahora
para la comprensión de las cosas más sencillas. Cuan¬
do llegue el momento, ya verá cómo son capaces de en¬
tender las ideas más complejas. Hasta entonces no po¬
demos hacer otra cosa que seguir trabajando y caer lo
menos posible en vanas discusiones.”

El vínculo que unió en esos años a Freud y Jung fue


extraordinariamente fuerte y productivo para ambos.
Hacía la ínstítucíonalízacíón - 79

Según Emest Jones, Jung admiraba a Freud y sentía un


entusiasmo ilimitado por su obra. Freud, por su parte,
solía llamarlo “hijo y heredero”. No es extraño, enton¬
ces, que cuando se creó la Asociación Internacional de
Psicoanálisis, en 1910, propusiera que fuera Jung quien
ocupara la presidencia de la institución.

Varios nuevos discípulos, que habrían de mantenerse


fieles al psicoanálisis y a la teoría freudiana por el resto
de su vida, trabaron relación con Freud por esa época.

Karl Abraham (1877-1925) había comenzado a fa¬


miliarizarse con el psicoanálisis ya en 1904, en Suiza,
pero, como no era ciudadano de aquel país, no tenía
posibilidades de prosperar, por lo que en 1907 decidió
establecerse en Berlín. Abraham conoció personal¬
mente a Freud en diciembre de ese año, en Viena, y
desde entonces se convirtió en uno de sus amigos más
cercanos y uno de sus más asiduos corresponsales.

Sandor Ferenczi (1873-1933) era un médico clíni¬


co de Budapest que había experimentado con el hip¬
notismo. En 1907 se puso en contacto epistolar con
Freud, quien lo invitó a pasar unos días con su fami¬
lia durante sus vacaciones en Berchstengaden. Con el
tiempo, Ferenczi haría valiosas contribuciones al psi¬
coanálisis y, según Emest Jones, entre 1908 y 1933,
intercambió con Freud más de un millar de cartas.

En cuanto al biógrafo Jones, conoció a Freud


en 1908. Desde entonces ya no abandonó nunca el
8o - Sígmund Freud

psicoanálisis, fue su principal difusor en Inglaterra y


los Estados Unidos, y mantuvo con Sigmund y su fa¬
milia una estrecha amistad. Jones fue quien logró sa¬
car a los Freud de Viena y les consiguió una casa en
Londres cuando los nazis invadieron Austria, en 1938.

Un acontecimiento importante en lo que atañe al re¬


conocimiento público del psicoanálisis, fue la primera
reunión internacional dedicada específicamente a esta
disciplina, que se llevó a cabo en Salzburgo el 26 de
abril de 1908 e inauguró la tradición de los congresos
psicoanalíticos posteriores. Se presentaron allí cuatro
ponencias provenientes de Austria, dos de Suiza, una
de Inglaterra, una de Alemania y otra de Hungría. De
los cuarenta y dos asistentes, cuenta Emest Jones, la
mitad era o habría de hacerse psicoanalista.

Los títulos de las ponencias dan una idea bastante


acabada de hasta qué punto la obra y las enseñanzas de
Freud habían calado hondo en sus seguidores y, lo que
no es menos importante, cuán estimulantes les habían
resultado. El trabajo presentado por Freud —Historia
clínica— era una relación acerca del ya mencionado
“caso del hombre de las ratas”. A éste le siguieron las
otras ocho ponencias, en este orden: Emest Jones, La
racionalización en la vida cotidiana; Riklin, Algunos
problemas de la interpretación de los mitos; Karl
Abraham, Las diferencias psicosexuales entre histeria
y demencia precoz; Sadger, La etiología de la homo¬
sexualidad', Wilhelm Stekel, Sobre la histeria de an¬
gustia', C. G. Jung, Sobre la demencia precoz', Alfred
Golpeando ¡as puertas de América - 81

Adler, El sadismo en la vida y la neurosis; y Sandor


Ferenczi, Psicoanálisis y pedagogía.

Golpeando las puertas de América


En diciembre de 1908, el rector de la Clark
University de Worcester, Massachusetts, de los Esta¬
dos Unidos, invitó a Freud a dar un ciclo de conferen¬
cias con motivo del vigésimo aniversario de la funda¬
ción de esa casa de altos estudios. Sigmund, por su par¬
te, invitó a Ferenczi a acompañarlo, y a mediados de
junio de 1909 se enteró, con alborozo, de que también
Jung había sido invitado. De modo que el 21 de agosto
de 1909 los tres viajeros partieron rumbo a Nueva
York, ciudad a la que llegaron el 27 del mismo mes.

Los esperaba A. A. Brill, un hombre que se había


mostrado tan interesado por el psicoanálisis que había
logrado la autorización de Freud para traducir sus obras
al inglés. Al día siguiente se les unió Emest Jones, y el
4 de septiembre el grupo viajó a Worcester.

Freud dio cinco clases introductorias en alemán


acerca del psicoanálisis, luego publicadas con el títu¬
lo de El psicoanálisis. Según Jones, “resultó espe¬
cialmente emocionante el momento en que Freud se
puso de pie para agradecer a la universidad el título
de doctor que le había sido otorgado al término de la
ceremonia. El recibir honores después de tantos años
de ostracismo y desprecio parecía un sueño, y estaba
82 - Sígmund Freud

visiblemente conmovido al pronunciar las primeras


palabras de su breve discurso: ‘Esto constituye el pri¬
mer reconocimiento oficial de nuestros esfuerzos’”.

En términos generales, el saldo del viaje fue muy


favorable, ya que Freud pudo relacionarse con un nú¬
mero considerable de intelectuales estadounidenses
que serían luego los principales difusores del psicoa¬
nálisis en ese país. Sin embargo, no se había sentido
totalmente a gusto en los Estados Unidos. En una oca¬
sión, le dijo a Jones: “Estados Unidos es un error. Un
error gigantesco, pero de todos modos un error”.

En 1926, cuando ya terna setenta años, concedió una


entrevista al periodista estadounidense George Sylvester
Viereck. Cuando éste le señaló la enorme influencia que
ejercía el psicoanálisis sobre la cultura de su país y sobre
todo sobre su literatura, Freud le respondió que terna mie¬
do de su propia popularidad en los Estados Unidos. “El
interés norteamericano por el psicoanálisis no es muy pro¬
fundo —siguió diciendo—. La tendencia a la vulgariza¬
ción conduce a una aceptación superficial sin una investi¬
gación seria. La gente meramente repite las frases que
aprende en el teatro o la prensa. ¡Imaginan que compren¬
den el psicoanálisis porque parlotean como cotorras!”

Si bien Freud admite que Estados Unidos fue el


primer país que lo reconoció oficialmente, también
dijo de éste que “ha hecho pocas contribuciones ori¬
ginales al estudio del psicoanálisis”. (Sigmund Freud,
entrevistado por George Sylvester Viereck.)
Fíeles y rebeldes - 83

Fieles y rebeldes
Lo cierto es que a, medida que crecía el número de
adeptos, el movimiento psicoanalítico se enfrentaba a
nuevos problemas: los que derivaban de las diferencias
de opiniones con respecto a distintos aspectos de la teo¬
ría. Tres figuras importantes de la época fundadora fue¬
ron apartándose sucesivamente del movimiento por di¬
ferencias teóricas que Freud y quienes pensaban como
él consideraban irreconciliables: Alfred Adler, primero,
Wilhelm Stekel después, y por fin, Cari G. Jung.

Esta última pérdida fue particularmente doloros-a


para Freud, pero la insistencia de Jung en negar la pri¬
macía de la sexualidad en el origen de las perturba¬
ciones psíquicas significaba vulnerar las bases mis¬
mas de la teoría. Durante dos largos años Freud ex¬
tremó los esfuerzos por evitar la ruptura, pero no lo¬
gró convencer a Jung de que revisara sus puntos de
vista divergentes respecto de esta cuestión central.

Hasta qué punto llegó la decepción de Freud por


la pérdida de Jung se puede vislumbrar en el párrafo
final de la carta que envió a Ferenczi en julio de 1913
para felicitarlo por su cuadragésimo cumpleaños:
“Esperaba de Jung la seguridad de que alguien cuida¬
ra de mis ‘hijos’ después de mi fallecimiento [es de¬
cir, sus seguidores en el campo del psicoanálisis], lo
que para un padre judío es cuestión de vida o muerte.
Tal como están las cosas, deseo que sean ustedes y
nuestros amigos quienes me den tal seguridad”.
84 - Sígmund Frcud

Freud se refería al pequeño grupo de allegados


que, en 1912, y por iniciativa de Ernest Jones, se ha¬
bía constituido con el nombre de “El Comité”, que “le
procuraría una seguridad que sólo podía darle un gru¬
po estable de amigos firmes y le ofrecería una tran¬
quilidad en el caso de nuevas disensiones”, según el
inspirador de la propuesta.

El Comité, escribió Jones, estaría en condiciones


“de ofrecerle una ayuda práctica, ya sea contestando
a las críticas, reuniendo para él la bibliografía necesa¬
ria” o aportando los casos de su experiencia que pu¬
dieran resultarle ilustrativos. Los primeros cinco
miembros de El Comité fueron: Ferenczi, Jones,
Rank, Abraham y Sachs. En 1919, por sugerencia de
Freud. se incorporó Max Eitingon.

Tótem y tabú
En ese mismo año escribió varios artículos para
distintas revistas e incursionó otra vez en el mundo
de la creación artística con un trabajo sobre Leonar¬
do, Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci. En
1911, había publicado una docena de trabajos breves,
entre ellos las Observaciones psic o analíticas sobre
un caso de paranoia autobiográficamente descripto,
conocido como “el caso Schreber”, al que agregó un
apéndice en 1912. Pero fue en este último año cuan¬
do produjo una de sus obras más originales, Tótem y
tabú, a la que él adjudicaría tanta importancia como
Tótem y tabú - 85

a La interpretación de los sueños, por el alcance teó¬


rico de las afirmaciones en ella vertidas.

Para escribir Tótem y tabú, consultó numerosas


obras de antropología y etnología. Su propósito apa¬
rente era estudiar las costumbres y la mentalidad del
hombre prehistórico, con el fin de comprender las
fuentes más arcaicas del sentimiento religioso en el
ser humano y desentrañar el misterio del pasaje de la
naturaleza a la cultura. De ahí que comenzara exa¬
minando la cuestión del horror hacia el incesto, el
tabú o prohibición contra esta práctica tal como se
presenta en las distintas sociedades humanas, y el
modo en que ese tabú promueve la exogamia, es de¬
cir la elección de cónyuge fuera del grupo familiar
inmediato, que en las culturas así llamadas “primiti¬
vas” se identifica con la adoración de un tótem, o
animal sagrado, origen del clan o familia al que per¬
tenece el sujeto.

Sin embargo, el sentido profundo de su investiga¬


ción seguía siendo, como siempre, comprender de qué
manera estos procesos se manifestaban en las distin¬
tas formas de perturbación que afectan la vida aními¬
ca en general. Señala, por ejemplo, que la noción de
tabú puede encontrarse claramente expresada en la
ambivalencia que es característica de las neurosis ob¬
sesivas, porque “mientras que la prohibición es clara¬
mente consciente, la tendencia prohibida, que perdu¬
ra insatisfecha, es por completo inconsciente y el su¬
jeto la desconoce en absoluto”. (Tótem y tabú)
86 - Sígmund Freud

La conclusión a la que llega en este punto es que


la ambivalencia es más importante en el hombre pri¬
mitivo que en el civilizado, que ello se debe a una de¬
saparición progresiva del tabú, y que lo que ocurre en
el caso de los neuróticos es que han nacido con
una constitución arcaica, representativa de un resto
atávico cuya compensación, impuesta por las conve¬
niencias de la vida civilizada, los fuerza a un enorme
gasto de energía psíquica”.

La obra, desde luego, es de una complejidad ex¬


traordinaria en su intento de alcanzar una explicación
abarcadora de cómo funciona el psiquismo humano
desde el principio de los tiempos.

En su Autobiografía se refiere a un tema clásico


del psicoanálisis, desarrollado en Tótem y tabú. Se
trata del “complejo de Edipo”, una construcción teó¬
rica mediante la cual Freud —sirviéndose de la histo¬
ria narrada por Sófocles en su tragedia Edipo Rey, cu¬
yo tema está tomado, a su vez, de la mitología grie¬
ga—, ilustra los dos contenidos que él considera esen¬
ciales en la constitución del sujeto humano, y que sin¬
tetiza diciendo que el niño desea “... la supresión del
padre y la unión sexual con la madre”.

Así, en Tótem y tabú, partió de "... la singular


coincidencia de los dos principios tabú del totemis¬
mo, el de no matar al tótem y evitar todo contacto se¬
xual con las mujeres del mismo clan totémico”, con
los dos contenidos del complejo de Edipo. Esto lo
Tótcmy tabú - 87

llevó a equiparar al animal totémico con el padre, y


de ahí no había más que un paso hasta el recono¬
cimiento del asesinato del padre como nodulo del to¬
temismo y punto de partida de la formación de las re¬
ligiones”. (.Autobiografía)

En este texto recuerda que. al escribir Tótem y tabú,


relacionó la descripción de una ceremonia, la comida to-
témica, cuyo relato encontró en el libro La religión de
los semitas, de Robertson Smith, con la hipótesis de
Darwin acerca de la “horda primitiva” como primera or¬
ganización social humana, y llegó a la visión del si¬
guiente proceso. El padre de la horda primitiva habría
monopolizado despóticamente a todas las mujeres, ex¬
pulsando o matando a sus hijos, peligrosos como rivales.
Pero un día se reunieron estos hijos, asesinaron al padre,
que había sido su enemigo, pero también su ideal, y se
comieron el cadáver. Después de este hecho no pudie¬
ron, sin embargo, apoderarse de su herencia, pero surgió
entre ellos la rivalidad. Bajo la influencia de este fracaso
y del remordimiento, aprendieron a soportarse unos a
otros, uniéndose en un clan fraternal, regido por los prin¬
cipios del totemismo, que tendían a excluir la repetición
del crimen, y renunciaron todos a la posesión de las mu¬
jeres, motivo del asesinato del padre. De este modo sur¬
gió la exogamia, íntimamente enlazada con el totemis¬
mo. La comida totémica sería la fiesta conmemorativa
del monstruoso asesinato, del cual procedería la con¬
ciencia humana de la culpabilidad (pecado original),
punto de partida de la organización social, la religión y
la restricción moral”.
88 - Sígmund Freud

Los dos años que siguieron a la publicación de Tó¬


tem y tabú fueron parejamente productivos para Freud.
En 1913 dio a conocer trece trabajos en distintas pu¬
blicaciones —para entonces existía ya más de una re¬
vista científica dedicada exclusivamente al psicoaná¬
lisis—, y en 1914 otros siete, entre ellos un análisis
de la célebre estatua de Moisés del escultor italiano
Miguel Ángel Buonarroti. El afianzamiento de la di¬
fusión del psicoanálisis y su aceptación en diversas
partes del mundo lo indujo, en febrero de ese año, a
escribir una primera Historia del movimiento psicoa-
nalítico. La obra es importante como síntesis de los
descubrimientos y conceptos fundamentales de la nue¬
va disciplina, pero también porque Freud analiza en
sus páginas, por primera vez en forma pública, las de¬
fecciones de Adler y Jung.

Con respecto a este último, explica por qué con¬


sidera que su nueva teoría intentaba en realidad sus¬
tituir el psicoanálisis más que enriquecerlo, y resul¬
taba por lo tanto “un abandono total del análisis”.
Freud aseguraba que no temía que esta deserción pu¬
diera ser más perjudicial que otras —recordemos que
Jung había sido durante varios años Presidente de la
Asociación Psicoanalítica Internacional—, porque,
“los hombres son fuertes mientras representan una
idea fuerte, impotentes cuando se oponen a ella. El
psicoanálisis resistirá esta pérdida y la compensará
con la conquista de otros partidarios. Séame permiti¬
do terminar con el deseo de que el Destino otorgue
una cómoda ascensión a todos aquellos a quienes se
Tótem y tabú - 89

ha hecho desagradable la permanencia en el infierno


del psicoanálisis. Y puedan los demás continuar tran¬
quilamente su labor en las profundidades”. (Historia
del movimiento psicoanalítico)

En el marco de la creciente inestabilidad política y


social que resquebrajaba desde hacía años el Imperio
austrohúngaro, el 28 de junio de 1914, en Sarajevo, un
terrorista bosnio asesinó al archiduque Francisco Fer¬
nando, heredero del trono imperial, y a su esposa. Es¬
te acontecimiento fue la chispa que desencadenó uno
de los conflictos bélicos más crueles de la historia de
la humanidad, la Primera Guerra Mundial, que se pro¬
longaría durante cuatro años y tras la cual el mundo ya
no sería el mismo.

Capítulo 6

Años de madurez
(1915-1923)

“Por ahora el psicoanálisis es compatible


con diversas Weltanschauungen [visiones del mundo].
Mas, ¿acaso ha dicho su última palabra?
Por mi parte, nunca me he ocupado de las síntesis
y sí sólo invariablemente de la certidumbre.
Vale la pena sacrificarlo todo a esta última.”
Sigmund Freud, carta al filósofo estadounidense
James J. Putnam

C uando estalló la Primera Guerra Mundial, en ju¬


lio de 1914, Freud contaba con cincuenta y ocho
años. El psicoanálisis ya tenía adeptos en la mayoría
de los países importantes del hemisferio occidental, y
la interrupción de los congresos internacionales anua¬
les que los acontecimientos bélicos forzaron —y las
consiguientes dificultades para la comunicación entre
quienes vivían en países entonces enfrentados en el
campo de batalla— no hicieron mella en su capacidad
para seguir creciendo.

Amigos, colegas y allegados no pudieron dejar de


sorprenderse ante su primera reacción con respecto a
92 - Sígmund Freud

la guerra. Como muchos de sus contemporáneos —in¬


cluso algunos prominentes políticos—, Freud supuso
que el conflicto sería breve y que el Imperio austro-
húngaro derrotaría en cuestión de semanas a los dísco¬
los serbios que habían tenido la audacia de desafiar su
autoridad omnímoda, y se entregó a una entusiasta de¬
fensa de la causa austríaca. Llegó a decir a quien qui¬
siera escucharlo que por primera vez se sentía verdade¬
ramente austríaco, y exaltó con fervor juvenil los senti¬
mientos patrióticos que compartía con no pocos de sus
conciudadanos, aun a despecho de que dos de sus hijos
varones debieron enrolarse en el ejército.

Sin embargo, después de que hubo transcurrido


unos meses, la ineficiencia del ejército imperial y la
prolongación de la guerra lo hicieron reflexionar, y
comprendió cabalmente la tragedia en la que se esta¬
ba viendo irracionalmente envuelta la humanidad.

Así, en 1915 escribió un ensayo inequívocamente


antibélico. Consideraciones de actualidad sobre la
guerra y la muerte, en el que fijó su posición personal
y la del psicoanálisis al respecto. “La guerra, en la que
no queríamos creer, estalló y trajo consigo una terri¬
ble decepción. No es tan sólo más sangrienta y más
mortífera que ninguna de las pasadas, a causa del per¬
feccionamiento de las armas de ataque y defensa, si¬
no también tan cruel, tan enconada y tan sin cuartel,
por lo menos, como cualquiera de ellas. (...) Derriba,
con ciega cólera, cuanto le sale al paso, como si des¬
pués de ella no hubiera de existir ya futuro alguno ni
Años de madurez (1915-1923) - 93

paz entre los hombres. Desgarra todos los lazos de so¬


lidaridad entre los pueblos combatientes y amenaza
dejar tras de sí un encono que hará imposible, duran¬
te mucho tiempo, su reanudación.”

Hacia el final de este ensayo, reflexiona sobre la


guerra con la impronta que ha dejado en su pensa¬
miento el ejercicio continuado del psicoanálisis y la
comprensión de las verdaderas metas que hacen de la
vida humana una experiencia digna de ser vivida pe¬
se a todas las dificultades:

“Recordamos la antigua sentencia: Si vis pacem,


para bellum. Si quieres conservar la paz, prepárate
para la guerra. Sería de actualidad modificarla así: Si
vis vitam, para mortem. Si quieres soportar la vida,
prepárate para la muerte.”

Ese año escribió también otros trabajos técnicos


sobre las pulsiones y sus vicisitudes, el amor de trans¬
ferencia, la represión y lo inconsciente: la Adición
metapsicológica a la teoría de los sueños y Duelo y
melancolía, que se encuentran, según Jones y otros de
sus biógrafos, entre los más profundos e importantes
de toda su obra. Las penurias de la guerra se hicieron
patentes también en su trabajo profesional: en ese lap¬
so tuvo sólo dos pacientes.

Las dificultades que la guerra imponía a la comu¬


nicación epistolar también se hicieron sentir en su vi¬
da cotidiana y lo afectaron mucho anímicamente, a
94' Sígmund Freud

pesar de que no era de dejarse arredrar por los obs¬


táculos. El 30 de julio de 1915 le decía en una carta a
Lou Andreas Salomé, una de sus más recientes y lú¬
cidas discípulas: “Le escribo interrumpiendo por unos
momentos el idilio que mi mujer y yo nos hemos em¬
peñado en anudar contra viento y marea, pero que es¬
tá siendo interrumpido a cada momento por exigen¬
cias de los tiempos que corren”.

Después le cuenta las peripecias de sus dos hijos


mayores, que se encuentran combatiendo en el frente
ruso, y desliza un comentario propio de la angustia
que los embargaba: “Como no nos atrevemos a mirar
hacia el futuro, vivimos al día y tratamos de sacar a la
existencia lo más que podemos”.

El cuerpo ataca
Freud padecía especialmente el racionamiento de
la carne vacuna, que era uno de sus alimentos preferi¬
dos. Además, su cuarto de trabajo no tenía calefac¬
ción, lo que dificultaba aún más la vida cotidiana en
los rigurosos inviernos vieneses. Por otra parte, co¬
menzó a sufrir algunas molestias prostáticas y le apa¬
recieron dolores reumáticos.

Nunca había sufrido enfermedades graves, ni en la


infancia ni en la adolescencia, ni en su edad adulta. Es
cierto que siempre padeció fuertes jaquecas y algunos
problemas digestivos, pero estas dolencias nunca le
El cuerpo ataca - 95

impidieron llevar una vida normal. Entre 1893 y 1896


había sufrido una serie de trastornos cardíacos, pero
al parecer se trató de cuestiones episódicas, ya que no
volvieron a repetirse. Jones los ha considerado “as¬
pectos específicos de su psiconeurosis”.

Sin embargo, el doctor M. Schur, que fue médi¬


co personal de Freud desde 1922 —y además se ha¬
bía formado como psicoanalista con él— disiente
con estas especulaciones de Jones. “Me inclino a
pensar —ha dicho Schur— que entre fines de 1893
y 1896, Freud sufrió ataques de taquicardia paroxís-
tica, con dolores anginales y signos de fallo ventri-
cular izquierdo; que esos ataques alcanzaron su pun¬
to culminante durante abril de 1894, momento en
que sufrió una lesión orgánica del miocardio, muy
probablemente una trombosis coronaria en una arte¬
ria menor, o, tal vez, una miocarditis postinfecciosa,
con sensibilidad a la nicotina temporalmente inten¬
sificada.” (M. Schur)

En ese período, justamente, y a instancias de


Fliess, Freud hizo varios intentos infructuosos por de¬
jar de fumar. El placer que le procuraban sus cigarros
era demasiado intenso como para que abandonara el
hábito. En una alusión al origen americano de la plan¬
ta, decía con sarcasmo que el tabaco era la única dis¬
culpa para la fechoría cometida por Colón.

En la carta a Lou Andreas Salomé, escrita, como


se dijo, en 1915, Freud le da a su discípula, además,
pó - Sígmund Freud

detalles del aislamiento en que vive con respecto a sus


colaboradores más cercanos. De todos ellos, sólo
veía a Ferenczi, “... que resiste la influencia militar y
sigue fiel al grupo. A a veces me siento tan aislado co¬
mo durante los primeros diez años, cuando estaba
abandonado en medio del desierto”. Con la agravante
de que entonces era más joven y todavía poseía “una
infinita capacidad de resistencia”. Tampoco deja de
expresar su preocupación por el futuro del movimien¬
to psicoanalítico: “Me pregunto cuándo podremos
volver a reunirnos todos nosotros, componentes de
una comunidad apolítica, y si el día que ello suceda
resultará que la política nos ha corrompido. No puedo
ser optimista, pero difiero de los pesimistas en que las
cosas malvadas, estúpidas e insensatas, no me irritan,
porque las he aceptado desde el primer momento co¬
mo muestra de lo que podemos esperar del mundo”.

A pesar de todo, siguió trabajando con vistas al fu¬


turo. Entre 1916 y 1917 se entregó a sistematizar los
conceptos fundamentales de su teoría, aprovechando
para ello el contenido de una serie de conferencias
que pronunció en esos años en cursos destinados a
médicos y “profanos”, como se había dado en llamar
a quienes se acercaban al psicoanálisis desde otras
disciplinas. Veía con entusiasmo la incorporación de
este tipo de profesionales no médicos, y se refirió al
tema en varias ocasiones durante los años siguientes.

En la entrevista que concedió a Viereck, declaró


enfáticamente que "... el trust médico, tanto en los
Sigmund Freud
Sigmund Freud junto a su padre, con quien
tuvo una relación conflictiva.
Un Freud adolescente junto a su madre. Una relación
que lo marcó profundamente.
El joven médico junto a su madre y sus hermanas
En 1886 se
casó con
Martha
Bernays, con
quien había
sostenido un
largo y
accidentado
noviazgo.

Martha Bernays, la
joven que conquistó a
Freucl, tenía cinco años
menos que él.
La casa natal de Freud, en Freiberg, Moravia.

Freud en 1891,
cuando había
cumplido treinta y
cinco años.
El “Comité” fue creado luego de la ruptura de Jung
(que seguiría a la de Adler) con la finalidad de cuidar
la ortodoxia freudiana.
De pie, de izq. a der.: E. Jones, M. Eitingon,
K. Abraham y O. Rank. Sentados, de izq. a der.:
H. Sachs, S. Ferenczi y S. Freud.
MASSENPSYCHOLOGIE
UND
ICH-ANALYSE

VON

PROF. SIGM. FREUD

INTERNATIONALER
PSYCHOANALYTISCHER VERLAG G. M. B. H.
LEIPZIG WIEN ZÜRICH
1921

Tapa de la primera edición de


Psicología de las masas y análisis del yo, 1921.
Freud en su plenitud productiva
El padre del psicoanálisis posando junto a sus hijos Ernst y
Jean Martin, combatientes de la Primera Guerra Mundial.

Ernst, el menor de los


tres hijos de Freud,
condecorado por su
valor en la guerra.

Jean Martin llevaba


el nombre del célebre
médico Charcot.
El pintor John Philipp lo retrató en 1913,
cuando tenía 57 años.
En 1898, Freud escribió La interpretación de los sueños.
En 1922, en Berlín, Freud con su nieto Esteban Gabriel.
“Los sueños son tanto una realización de deseos como
lo son las ensoñaciones diurnas ”, afirmó Freud.
Entrevista grabada
para la BBC de
Londres, en 1938.

Freud en su madurez,
cuando ya había concretado
su importantísimo aporte al
conocimiento de la psiquis.
Freud en Viena, poco antes de su exilio.
El cuerpo ataca -113

Estados Unidos como en Austria, intenta apoderarse


del campo. Pero dejar el psicoanálisis sólo en manos
de los médicos podría ser fatal para su desarrollo. Una
educación médica puede ser tanto una desventaja co¬
mo una ventaja para un psicoanalista. Es una desven¬
taja si algunas convenciones científicas aceptadas se
incrustan muy profundamente en la mente del estu¬
diante”. La cuestión del “análisis profano” seguiría
siendo tema de controversia en las instituciones psico-
analíticas hasta mucho después de la muerte de Freud.

En 1918, cuando la guerra se aproximaba a su fin,


se produjo en medio del desastre reinante un hecho
auspicioso que le levantó el ánimo: la convocatoria a
un nuevo Congreso Psicoanalítico Internacional, el
quinto, a realizarse durante las vacaciones de verano,
que finalmente tuvo lugar apenas comenzado el otoño
boreal, el 28 y 29 de septiembre, en el Hall de la Aca¬
demia de Ciencias de Hungría.

“Cuarenta y dos miembros, entre analistas y sim¬


patizantes, tomaron parte en este Congreso, cuenta
Emest Jones, que fue uno de los asistentes. Freud le¬
yó un trabajo sobre Los caminos de la terapia psico-
analítica. Por alguna curiosa razón, esta vez realmen¬
te leyó, apartándose de su invariable costumbre de dar
sus conferencias o exponer sus comunicaciones cien¬
tíficas sin la ayuda de anotación alguna.
Mereció por ello la censura calurosa de los miembros
de su familia allí presentes. Sostenían que los había
deshonrado, rompiendo con una tradición familiar.”
U4' Sígmund Freud

El fin de la guerra, que todos esperaban con impa¬


ciencia, no mejoró las cosas ni en Viena ni en el resto
de Europa. Los austrohúngaros capitularon el 4 de no¬
viembre, el Imperio se derrumbó tras la derrota, y las
penurias económicas y sociales se agudizaron para
los países vencidos. El trabajo de Freud en su consul¬
torio volvió a florecer, pero la continua devaluación
de la moneda —el kronen austríaco— hacía estériles
todos sus esfuerzos por mejorar su situación econó¬
mica y la de los muchos familiares a quienes sostenía
a esa altura de su vida.

Una visión profética


Por esa época le escribió a Ferenczi con ánimo som¬
brío y profético: “En Alemania creo que ocurrirán cosas
terribles, mucho peores de las que pueden venir en su
país [Hungría] o en el mío. Basta recordar la tremenda
tensión de estos cuatro años y medio y el amargo de¬
sengaño que sobrevendrá, ahora que esa tensión cede
bruscamente. Allí habrá resistencia, una sangrienta re¬
sistencia. (...) No se preocupe demasiado por el destino
de Hungría: quizás todo esto lleve a un renacimiento de
esa nación tan dotada y tan viril. En cuanto a la caída de
la vieja Austria, lo único que yo puedo sentir es una
honda satisfacción. Desdichadamente no me considero
ni germanoaustríaco, ni pangermano”.

Entre tanto, no dejaba de escribir. En ese año de


1918 publicó, con el título Historia de una neurosis
Una visión profética -115

infantil, uno de sus historiales clínicos más famosos,


el del llamado “hombre de los lobos”, que había re¬
gistrado en 1914. En 1919, los artículos fueron once,
entre ellos la Introducción al Simposio sobre las neu¬
rosis de guerra. Lo siniestro y Pegan a un niño.

A mediados de ese año se fundó en Viena la


Intemationaler Psychoanalytischer Verlag, es decir la
Editorial Psicoanalítica Internacional, cuya dirección
Freud compartió con Otto Rank, Antón von Freund y
Sandor Ferenczi. Sigmund, a quien fastidiaban enor¬
memente las condiciones que solían imponer los edi¬
tores, consideró que éste era un paso adelante muy
importante para la difusión sin trabas del psicoanáli¬
sis en todo el mundo.

Sin embargo, por ese entonces le escribió a Jones,


quien le había enviado varios pacientes desde distin¬
tas partes del mundo: “No recuerdo época alguna de
mi vida en que mi horizonte se mostrara tan negro, o
en todo caso si lo hubo yo era más joven y no me sen¬
tía oprimido por los achaques del comienzo de la ve¬
jez. Yo sé que también ustedes [se refiere a los ingle¬
ses] lo pasaron mal y tuvieron amargas experiencias,
y siento mucho no tener nada mejor que informarle ni
nada que ofrecer como consuelo”. Dice luego que es¬
pera encontrarse con él ese mismo año, y asegura que
en esa ocasión “... usted verá que me siento inconmo¬
vible aún y listo para cualquier emergencia, pero esto
sólo en el plano del sentimiento, porque mi razona¬
miento se inclina más bien al pesimismo”.
n6 ' Sígmund Freud

Cuando todo parecía volver a encarrilarse, una


desgracia inesperada vino a enlutar a los Freud. Su se¬
gunda hija, Sophie, que se había casado en 1913 y vi¬
vía con su marido y sus dos hijos —el más pequeño
sólo tenía meses—, contrajo una neumonía gripal y
murió pocos días después. Tenía apenas 26 años. El 4
de febrero de 1920 Freud le escribió a Ferenczi agra¬
deciendo la carta en que le había transmitido sus con¬
dolencias: “Le ruego que no se preocupe por mí.
Aparte de sentirme más cansado, sigo siendo el mis¬
mo. La muerte, aunque dolorosa, no afecta mi actitud
hacia la vida. He estado durante años preparado para
aceptar la pérdida de nuestros hijos, mas ahora le ha
tocado a nuestra hija. Como ateo confirmado, no pue¬
do acusar a nadie y me doy cuenta de que no existe si¬
tio alguno a donde acudir con mis quejas. (...) En el
fondo de mi ser siento, no obstante, una herida amar¬
ga, irreparable y narcisista. Mi mujer y Anna están
profundamente afectadas de un modo más humano”.

En ese año de 1920 publicó seis nuevos artículos,


al año siguiente otros cuatro, y el libro Psicología de
las masas y análisis del yo, y en 1922 seis artículos
más, entre ellos uno sumamente específico: Sobre al¬
gunos mecanismos neuróticos en los celos, la para¬
noia y la homosexualidad.

En septiembre de 1920 había participado en el


sexto Congreso Psicoanalítico Internacional, que tuvo
lugar en La Haya, Holanda, con un trabajo titulado
Complementos a la teoría onírica. En noviembre de
Una visión profétíca -117

ese año su situación económica había comenzado a


mejorar sensiblemente, sus ingresos se acercaban bas¬
tante a los que percibía antes de la guerra, y atendía
pacientes nueve horas al día. Pero sin duda la obra
más importante que publicó en 1920. por el giro que
imprimió a la teoría, fue Más allá del principio de
placer, en la que postula la existencia de la pulsión de
muerte como constitutiva de la vida humana.

Aunque se sentía envejecer, y no perdía oportuni¬


dad de quejarse por ello, no dejaba de alegrarse por
las satisfacciones que le procuraba la creciente acep¬
tación del psicoanálisis en los ámbitos más diversos,
desde el mundo científico hasta el público en general.

El 20 de diciembre de 1921 escribió a su hijo Em-


y a su nuera Lucie. que estaban ocurriendo “... multitud
de acontecimientos. Nunca me había dado cuenta de
que cuanto más viejo es uno más cosas tiene que hacer”.
Más adelante agrega que “... parece que la gente se ha
puesto de acuerdo por doquier para someterse a mis
análisis (...)”. Luego les informa acerca de los “éxitos
más importantes”: las traducciones francesa e italiana
de sus conferencias, y su nombramiento como Miem¬
bro Honorario de la Sociedad Holandesa de Psiquiatría.
Y para que no queden dudas añade una información
más: “La popularidad actual de que goza el psicoanáli¬
sis puede deducirse del hecho de que hemos recibido en
el plazo de una semana dos solicitudes para la forma¬
ción de nuevas filiales locales de la Asociación Interna¬
cional. Una venía de Calcuta y la otra ¡de Moscú!”.
u8 - Sígmund Freud

En septiembre de 1922, asistió al congreso que se


realizó en Berlín, sin saber que sería el último en el
que participaría en su vida. Su ponencia se titulaba
Algunas observaciones sobre lo inconsciente; los
conceptos integrarían el libro El yo y el ello, que se
publicaría en abril de 1923.

Pero los “importantes éxitos” de los que había ha¬


blado a su hijo a fines de 1921 se vieron ensombreci¬
dos por la aparición, en febrero de 1923, de las pri¬
meras manifestaciones de un cáncer en la mandíbula,
una enfermedad contra la cual habría de luchar con
estoicismo hasta el fin de su vida, casi dieciséis años
más tarde.

Sigmund era sumamente reservado y celoso de su


vida privada y jamás hacía comentarios acerca de su
salud a sus amigos y conocidos. De modo que Ernest
Jones se sintió alarmado, dos meses más tarde, cuan¬
do recibió una carta en la que Freud le contaba que
había descubierto “... una formación leucoplásica en
el carrillo y el paladar del lado derecho, que me hice
extirpar el día 20 [de abril]. Todavía no estoy en con¬
diciones de trabajar y no puedo tragar alimentos”.
Aunque decía que le habían dado seguridades acerca
de la benignidad del proceso, no se mostraba muy
convencido de que aquel diagnóstico fuera certero.

Lo cierto es que Jones no se equivocó, y su alar¬


ma por la carta inusualmente explícita de Freud con
respecto a su enfermedad estaba más que justificada.
Una visión profética -119

A partir de entonces, y hasta el fin de sus días, el pa¬


dre del psicoanálisis habría de llevar una existencia
signada por el dolor y el padecimiento físico que, de
todos modos, no le impedirían seguir haciendo con¬
tribuciones a la comprensión del alma humana.
■ '•
Capítulo 7

Un largo adiós
(1923-1938)

“Opino que el mundo no tiene derecho alguno


sobre mi persona
y que no sabrá prácticamente nada de mí
mientras mi caso
(por múltiples razones) no pueda ser presentado
con la claridad del cristal.”
Sigmund Freud, carta a Franz Wittels

lo largo de estos últimos quince años de su vida,


1\. signados por el padecimiento físico al que lo so¬
metió el cáncer y las treinta y tres operaciones que se
le practicaron para evitar su propagación, Freud no de¬
jó de perfeccionar su teoría, y sus esfuerzos por difun¬
dirla, cada vez que su estado de salud se lo permitía.

Un mes después de la primera operación, es decir,


en mayo de 1923, le escribió a Lou Andreas Salomé:
“Puedo informarte que soy nuevamente capaz de ha¬
blar, masticar y trabajar, y hasta me permiten fumar,
dentro de límites moderados, cautos y burgueses”.
Con la ironía que lo había c aracterizado siempre, y
que parecía haberse agudizado con los años, agre¬
gaba: “El mismo médico de cabecera me regaló la
ni - Sígmund Freud

boquilla para mi cumpleaños, celebrado como si yo


fuera el astro de un music-hall o cual si hubiera de ser
mi último cumpleaños sobre la Tierra”.

Había cumplido sesenta y siete años, y no oculta¬


ba su preocupación por las consecuencias de la enfer¬
medad: “Ya te darás cuenta de que esto es sólo una le¬
ve tregua en la incertidumbre que nos amenazará du¬
rante los años venideros. Mi esposa y mi hija [Anna]
me han cuidado con gran ternura”. (Epistolario)

Un mes después recibiría otro duro golpe afectivo:


la muerte de su nieto de cuatro años y medio Heinz, el
hijo de Sophie quien, tras el fallecimiento de su madre,
había sido prácticamente adoptado por Mathilde, la hi¬
ja mayor de Freud. En carta a sus amigos Katá y La-
jos Levy, decía: “Encuentro esta pérdida muy difícil
de soportar. No creo haber experimentado jamás una
pena tan grande. Quizá mi propia enfermedad contri¬
buya al disgusto. Trabajo por pura necesidad, pues,
fundamentalmente, todo ha perdido su significación
para mí”.

En ese año de 1923, se publicó El yo y el ello, obra


en la que continuó desarrollando las ideas que había
comenzado a plantear en Más allá del principio de pla¬
cer. Conforme a este nuevo enfoque, sostiene que “un
individuo es ahora, para nosotros, un ello psíquico des¬
conocido e inconsciente, en cuya superficie aparece el
yo, que se ha desarrollado partiendo del sistema per¬
ceptivo, su nodulo. El yo no vuelve por completo al
Un largo adiós (1923-1938) -123

ello, sino que se limita a ocupar una parte de su super¬


ficie, esto es la constituida por el sistema perceptivo, y
tampoco se halla precisamente separado de él, pues
confluye con él en su parte inferior”. {El yo y el ello)

A esta nueva descripción del aparato psíquico le


agrega un nuevo elemento, que había comenzado a
caracterizar en Psicología de las masas y análisis del
yo, una diferenciación dentro del mismo yo, a la que
llama superyó, o ideal del yo, que cumpliría una fun¬
ción equivalente a lo que se denomina la “conciencia
moral”, y que él rastrea en la identificación con el pa¬
dre que tiene lugar en la infancia del sujeto.

Entre el 4 y el 11 de octubre de 1923 fue someti¬


do a una nueva operación en dos etapas —Jones la lla¬
ma “la operación radical”— en la mandíbula superior.
En la primera etapa, el cirujano a cargo de la inter¬
vención, el doctor Pichler, “... ligó la arteria carótida
externa y extirpó las glándulas submaxilares, algunas
de las cuales habían aumentado sospechosamente de
tamaño. En la segunda etapa, luego de practicar una
considerable incisión del labio y el carrillo (...) extir¬
pó todo el maxilar superior y el paladar del lado afec¬
tado, operación ésta que por su extensión, natural¬
mente, dejó unidas la cavidad nasal y la oral”. {Vida y
obra de Sigmund Freud)

Después de esta segunda etapa no pudo hablar


por varios días y debió ser alimentado mediante un
tubo nasal.
124 ~ Sígmund Freud

A pesar de que ya sospechaba que se trataba de


un cáncer, una semana después le escribió a su an¬
ciana madre en un tono en el que se advertía su de¬
seo de no alarmarla. Así, le contaba que la operación
debido a la pericia del cirujano y a la excelencia
de los cuidados que me prodigan, ha sido altamente
satisfactoria'’.

Lo cierto es que los padecimientos recién comen¬


zaban. Tras la intervención se le colocó una enorme
prótesis para separar la boca de la cavidad nasal, apa¬
rato que resultaba muy difícil de sacar o volver a ins¬
talar. Según el relato de Jones, “... para que la próte¬
sis llenara el objetivo de taponar bien el orificio supe¬
rior y hacer posible comer y hablar, tenía que estar
bien ajustada. Pero esto producía una constante irrita¬
ción. que daba origen a la formación de puntos dolo¬
rosos, con lo que llegaba un momento en que resulta¬
ba imposible usarla”.

El 2 de noviembre hubo una tercera operación en


la que se le extirpó gran parte del paladar blando, y el
17 una cuarta, para ligar los conductos deferentes de
ambos lados, con la expectativa de que ello retardara
la recidiva del cáncer. Las visitas de Freud al consul¬
torio de Pichler. motivadas sobre todo por los cambios
constantes que se debía realizar en la prótesis, eran
casi cotidianas.

Como consecuencia de todos estos inconvenientes,


su estado de ánimo y sus esperanzas de recuperarse
Un debate profano -125

fueron decayendo sensiblemente. Seis meses después


de la "operación radical”, en mayo de 1924, le escri¬
bió una dolida carta a Lou Andreas Salomé, en la que
expresa con la mayor crudeza su sufrimiento: “Aunque
he soportado las terribles realidades bastante bien, en¬
cuentro difícil sobrellevar las posibilidades. No puedo
acostumbrarme a vivir como un sentenciado”.

La actitud de su médico, que incluso le había per¬


mitido emprender un viaje en el verano, según el pro¬
pio Freud, debería darle cierta confianza, pero no es
así "... quizás en parte porque la prótesis sólo ha res¬
taurado las funciones de la boca en un grado muy mo¬
desto. Al principio, parecía que iba a dar resultados
más eficaces, pero tal promesa no se cumplió”. Y
agrega que sólo ha retenido seis horas de su capacidad
de trabajo, que dedica al psicoanálisis.

A pesar de todo, en 1924 publicó entre otros tra¬


bajos, un texto que, aun siendo breve, se tornaría im¬
portante para el desarrollo de su teoría: El final del
complejo de Edipo. En él propone una descripción de
los mecanismos que llevan al yo del niño a apartarse
de este complejo.

Un debate profano
La Autobiografía fue escrita en 1925, a pedido de
una editorial estadounidense mientras que en 1926
aparecerían Inhibición, síntoma y angustia, escrito el
n6 - Sígmund Freud

año anterior, y El análisis profano. En esta última


analiza una cuestión que siempre le había preocupado
y a la que dedicaría aún más atención desde entonces:
si les está permitido a los “individuos ajenos a la pro¬
fesión médica” ejercer el psicoanálisis. El hecho que
lo decidió a escribir en detalle acerca de este tema fue
una disposición del Ayuntamiento de Viena del 24 de
enero de 1925, por la cual se había prohibido practi¬
car el psicoanálisis a uno de sus discípulos, Theodor
Reik, que no era médico.

Freud salió inmediatamente en defensa de Reik.


Para ello, le escribió al profesor Julius Tandler, fun¬
cionario del Ayuntamiento, diciéndole que considera¬
ba injustificada la medida y pidiéndole que diera a
Reik la oportunidad de exponerle su caso. El argu¬
mento de Freud era que “las razones que aporta el do¬
cumento del Ayuntamiento de Viena dan base, en mi
opinión, a serias objeciones, pues se ignoran, sobre
todo, dos hechos innegables. Primero, que el psicoa¬
nálisis no es materia puramente médica, ni como
ciencia ni como sistema; segundo, que no se les ense¬
ña en la universidad a los estudiantes de medicina”.

Lo que Freud plantea en El análisis profano, me¬


diante un minucioso desarrollo, es, en síntesis, que
“... en el psicoanálisis ha de considerarse profano a
todo aquel que no pueda demostrar un adiestramiento
satisfactorio en su teoría y práctica, prescindiendo de
que tal persona posea o no un título que lo acredite
como médico”.
Un debate profano -127

Entre tanto, en el plano institucional, a la defec¬


ción de Otto Rank, producida en agosto de 1924, se
sumaría en diciembre de 1925 otra pérdida importan¬
te para el movimiento psicoanalítico, ésta irreparable,
con la muerte de Karl Abraham. A pesar del profundo
dolor que lo embargaba, Freud no dejaba de pensar
ante todo en el futuro del psicoanálisis.

En la carta que le envió de inmediato a Emest Jones


no sólo elogiaba sin reservas a Abraham y se lamentaba
de que hubiese sido él .. el primero en dejar esta po¬
co razonable existencia”, sino que además instaba a su
corresponsal a no dejarse ganar por la desgracia. “De¬
bemos continuar trabajando y mantenemos unidos. Co¬
mo ser humano, nadie puede reemplazar esta pérdida;
pero en lo que al psicoanálisis respecta, no hemos de
permitir la posibilidad de que nadie sea irreemplazable.
Yo moriré pronto, y espero que los demás tarden mucho
en seguirme, pero nuestra obra, comparada con la cual
somos todos insignificantes, debe continuar.”

Seis meses más tarde, el 6 de mayo de 1926, cum¬


plió setenta años. Aunque recibió muchas cartas y te¬
legramas de felicitación, la única institución que lo
agasajó públicamente fue la sociedad judía Bnai
Brith, de la que era miembro desde hacía veintinueve
años. Freud no asistió a la fiesta en su homenaje, pe¬
ro envió una carta que fue leída después de la alocu¬
ción que presentó acerca del psicoanálisis y su crea¬
dor, el profesor Ludwig Braun, que además era uno
de sus médicos personales.
n8 - Sígmund Freud

En esa carta admitía, entre otras cosas, que si se


sentía judío no era porque compartiera la fe, ni el or¬
gullo nacional, sino por la conciencia clara de
una identidad interior y lo familiar de una estructura
psicológica similar”. Y afirmaba que debía a su na¬
turaleza judía las dos cualidades que le habían sido
indispensables a lo largo de su difícil existencia:
“Por ser judío me hallé libre de muchos prejuicios
que restringen a otros en el empleo del intelecto; co¬
mo judío me sentía preparado para formar parte de la
oposición y renunciar al acuerdo con ‘la mayoría
compacta’”, expresión ésta que había popularizado
el autor teatral Henrik Ibsen en su obra Un enemigo
del pueblo.

La sociedad le hizo entrega en su casa de una do¬


nación de 30.000 marcos reunidos por sus miembros.
A pesar de que su situación económica había empeo¬
rado sensiblemente a causa del dinero gastado en las
operaciones y por la disminución de su capacidad de
trabajo, destinó las cuatro quintas partes del dinero a
la Verlag, la editorial psicoanalítica internacional, y
el resto a la Clínica de Viena, una institución que ha¬
bía sido fundada en 1922 y en la que el movimiento
psicoanalítico depositaba grandes esperanzas.

Con respecto al acto de homenaje, le contó a Marie


Bonaparte: “Yo había disculpado mi asistencia, que me
habría perturbado, y que además me parecía de mal gus¬
to. Por lo general, sé defenderme cuando me atacan, pe¬
ro estoy perdido si me alaban”.
Un debate profano -129

El trabajo más ambicioso que publicó en 1927 fue


El porvenir de una ilusión. Se trata de una obra que
intenta una visión general de los mecanismos que po¬
sibilitan la existencia de la cultura, entre ellos la for¬
mación de las religiones, cuya evolución sigue desde
el politeísmo al monoteísmo. Se pregunta, entonces,
cuál es la significación psicológica de las representa¬
ciones religiosas y cómo clasificarlas. Y llega, entre
otras conclusiones, a la afirmación de que las ideas re¬
ligiosas "... son ilusiones, realizaciones de los deseos
más antiguos, intensos y apremiantes de la humani¬
dad”, y sostiene: “El secreto de su fuerza está en la
fuerza de estos deseos”.

A estas ideas ilusorias, opone las que surgen de


la labor científica que “... es, a nuestro juicio, el úni¬
co camino que puede llevarnos al conocimiento de la
realidad exterior a nosotros”. (El porvenir de una
ilusión)

Dos años después, en 1929, publicó El malestar


en la cultura, una obra con una impronta filosófica y
antropológica. Según Stefan Zweig, en un ensayo
biográfico que dedicó a Freud en 1936 —al cumplir
éste ochenta años— estas obras, producidas en el cre¬
púsculo de su vida, “contienen menos ciencia demos¬
trable, pero más sabiduría. En lugar del disector im¬
placable se revela, por fin, el pensador que sintetiza
ampliamente; en lugar del cultor de una ciencia natu¬
ral exacta, el artista largamente presentido. Es como
si por primera vez detrás de la mirada escrutadora
130 - Sígmund Freud

surgiera el ser humano disimulado durante tanto


tiempo que es Sigmund Freud”. (Stefan Zweig, Sig-
mund Freud en sus ochenta años).

Premio literario
para el psicoanalista
Tal vez en sintonía con el espíritu de estas dos úl¬
timas obras, aunque obviamente no sólo por ello, en
agosto de 1930 recibió la distinción literaria más im¬
portante del mundo cultural de lengua alemana: el
Premio Goethe, que consistía en la suma de diez mil
marcos alemanes. Con respecto a este galardón, le es¬
cribió a Alfons Paquet —el funcionario que le había
anunciado que se le daría el premio—, que los hono¬
res públicos no habían llovido precisamente sobre él,
y que por lo tanto se había acostumbrado a sobrevivir
sin ellos. Sin embargo —agregaba— no puedo ne¬
garle que la concesión del Premio Goethe de la ciudad
de Francfort me ha proporcionado gran placer. Hay
algo en esta distinción que reconforta particularmen¬
te la imaginación, y una de sus condiciones elimina la
humillación que normalmente se asocia con este tipo
de galardón.”

Muy poco después de la ceremonia de entrega del


premio —que se realizó el 28 de agosto, y a la que
asistió en su representación su hija Anna—, el 12 de
septiembre de 1930, a los 95 años, fallecía Amalie
Nathansohn, la madre de Freud.
Premio literario para el psicoanalista -131

El 16 de septiembre le respondía así a Ferenczi su


carta de condolencias: “No siento ni dolor, ni pena, lo
que probablemente puede explicarse por las circuns¬
tancias especiales que concurrían en el caso, como,
por ejemplo, su avanzada edad, la pena que me inspi¬
raba su postración final y al mismo tiempo un senti¬
miento de veneración que me parece también com¬
prender. No me sentía libre para morir mientras ella
viviera, y ahora sí”.

Aun así, no puede evitar referirse a su pasión por


el trabajo, que ahora le resulta difícil satisfacer. “Me
alegro de que esté trabajando, le dice a Ferenczi. En¬
tre las felicitaciones por la concesión del premio, las
cartas que se interesan por mi propia enfermedad fa¬
tal y las que expresan últimamente condolencias con
ocasión de la muerte de mi madre —sin mencionar las
molestias que me produce mi continuada abstinencia
[del tabaco] respecto al trabajo—, no tengo tiempo
para nada.”

En los años que siguieron hubo de ser operado va¬


rias veces, y eran pocos los días en los que se encon¬
traba relativamente bien, pero lo cierto es que soporta¬
ba sus padecimientos con gran entereza. Es evidente
que, a pesar de lo que le había dicho a Ferenczi después
de la muerte de su madre —que ahora se sentía libre
para morir—, se aferraba desesperadamente a la vida.

Hubo consultas con especialistas de distintos países,


búsquedas de tratamientos alternativos y controles
íyi - Sígmund Freud

permanentes para prevenir la recidiva del cáncer, pero


las perspectivas no eran alentadoras. “Durante ocho
años se había tenido la esperanza de que la pnmera
operación radical de la mandíbula hubiese conducido a
una curación definitiva. Ahora se desvanecía esa espe¬
ranza y lo único que podía esperar Freud era una cons¬
tante vigilancia ante posibles recurrencias del mal y la
disposición a combatirlas, en tal caso, con la mayor ra¬
pidez. Este futuro que ahora debía encarar se prolongó
por ocho años”. (Vida y obra de Sígmund Freud)

Un acontecimiento afectiva y profesionalmente do¬


loroso lo golpeó en 1931: el apartamiento de Ferenczi
del movimiento psicoanalítico por diferencias relativas
a la aplicación de la técnica en los tratamientos. En es¬
te episodio se puede ver hasta qué punto de inflexibili¬
dad defendió Freud los fundamentos del psicoanálisis,
que él consideraba inamovibles, hasta que la experien¬
cia demostrara lo contrario.

Según cuenta su biógrafo, Ferenczi había introdu¬


cido cambios en su técnica, que consistían en presen¬
tarse ante sus pacientes como un padre amante, para
compensar en ellos el trauma supuestamente provoca¬
do por la falta de afecto de los padres. Para evidenciar
esta actitud, Ferenczi besaba a sus pacientes y permi¬
tía que éstos lo besaran. Freud le escribió para criticar
esta extraña innovación técnica.

En primer lugar, le sugirió que debía “... exponer


ampliamente su técnica y los resultados de la misma”,
Premio literario para el psicoanalista -133

porque de lo contrario su actitud sería “poco honora¬


ble”. “Todo lo que uno hace, en cuanto a técnica se
debe defender abiertamente. (...) Por supuesto yo no
soy de esas personas que por mojigatería o llevados
por convencionalismos burgueses, habría de condenar
alguna que otra gratificación de esta índole. Y estoy
seguro también de que en eí tiempo de los Nibelungos
un beso era un inofensivo saludo ofrecido a cualquier
huésped.” Pero, aclara. “... entre nosotros, un beso re¬
presenta cierto grado de intimidad erótica. Hasta el
presente nos hemos mantenido, en nuestra técnica,
fieles al principio de que a los pacientes se les debe
negar toda gratificación erótica”.

A continuación, le pide que reflexione acerca de


las consecuencias que puede tener la exposición pu¬
blica de su innovación técnica, que piense que todo
revolucionario es siempre desalojado de su lugar por
otro más radical que él. y que serían muchos los fran¬
cotiradores en materia de técnica que ”... se dirían a sí
mismos: ¿por qué vamos a detenernos en el beso?”.

El resto de la crítica es demoledor, y concluye con


una declaración de escepticismo anticipado que no
evita: “No me asiste la esperanza de hacer en usted
impresión alguna. En nuestras relaciones falta la base
necesaria para ello. Me parece que su necesidad de
absoluta independencia es más fuerte en usted que lo
que usted mismo podría reconocer. Pero por mi parte,
al menos, he hecho todo lo que pude en mi rol pater¬
no. Ahora le toca a usted seguir adelante”.
134 Sígmund Freud
-

La ruptura con Ferenczi —que habría sido el can¬


didato natural a ejercer la presidencia de la Asocia¬
ción Internacional en reemplazo de Max Eitingon,
que debió resignar el cargo por razones de salud—,
se produjo en 1932 y erigió como nuevo presidente a
Ernest Jones, que ejercería el cargo ininterrumpida¬
mente durante casi veintitrés años, es decir entre ese
año y 1955.

Ferenczi enfermó gravemente en 1933, y murió


sumido en la psicosis, con violentos accesos pa¬
ranoicos e incluso homicidas”. Jones le escribió a
Freud para expresarle su pesar por la pérdida de aquel
amigo, y éste le respondió: “Sí, tenemos todas las ra¬
zones para expresarnos mutuamente nuestra condo¬
lencia. Nuestra pérdida es grande y dolorosa; es una
parte del constante proceso que va derribando todo lo
que existe y haciendo lugar, de este modo, a los nue¬
vos. Ferenczi se lleva consigo una parte de los viejos
tiempos; más adelante, cuando me toque partir a mí,
comenzará una época que usted todavía alcanzará a
ver. Fatalidad. Resignación. Eso es todo”.

Ese año de 1933 fue particularmente amargo para


Freud. El ascenso del nazismo en Alemania tras la lle¬
gada de Hitler al poder, incluyó, en su escalada de
violencia, la quema de sus libros en Berlín. Freud co¬
mentó irónicamente: “¡Cuánto progresamos! En la
Edad Media me hubieran quemado a mí; ahora se
conforman con quemar mis libros”.
Reafírmacíón del judaismo -135

Reafirmación del judaismo


En 1934 comenzó a esbozar lo que sería su último
libro, que se publicaría en agosto de 1938, un mes an¬
tes de su muerte: Moisés y la religión monoteísta. La
persecución al psicoanálisis en la Alemania nazi fue
tan despiadada como la que se emprendió contra los
judíos y otras minorías étnicas y políticas.

Respecto de esto y de su obra, escribió: “Desde en¬


tonces [cuando escribiera Tótem y tabú, en 1912] mi
certidumbre no ha cesado de aumentar. Jamás he vuel¬
to a dudar de que los fenómenos religiosos sólo pueden
ser concebidos de acuerdo con la pauta que nos ofrecen
los ya conocidos síntomas neuróticos individuales; que
son reproducciones de trascendentes, pero hace tiempo
olvidados, sucesos prehistóricos de la familia humana;
que su carácter obsesivo obedece precisamente a ese
origen; que, por consiguiente, actúan sobre los seres
humanos gracias a la verdad histórica que contienen.
Mis vacilaciones sólo comienzan al preguntarme si he
logrado demostrar esta tesis en el ejemplo aquí elegido
del monoteísmo judío. Este trabajo, originado en un es¬
tudio del hombre Moisés, se presenta a mi sentido crí¬
tico cual una bailarina que se balancea sobre la punta de
un pie. Si no hubiera podido apoyarme en la interpreta¬
ción analítica del mito del abandono en las aguas y, par¬
tiendo de ésta, en la hipótesis de Sellin sobre la muerte
de Moisés, todo el estudio debería haber quedado iné¬
dito. Como quiera que sea, correré una vez más el albur
de proseguirlo.” (Moisés y la religión monoteísta)
136 - Sígmund Freud

En 1936, año en que cumplió los ochenta, Freud


fue designado Miembro Correspondiente de la “Royal
Society” británica, institución dedicada a la investiga¬
ción en Ciencias Naturales. Con respecto a los planes
de celebrar este cumpleaños, le escribió a Emest Jones,
uno de los principales impulsores de la idea: “¿Cuál es
el significado secreto de esto de celebrar las cifras re¬
dondas de la edad avanzada? Es seguramente una me¬
dición del triunfo sobre lo transitorio de la vida, que,
como nunca olvidamos, está dispuesta a devoramos a
todos. Uno se regocija entonces con una especie de
sentimiento común de que no estamos hechos de un
material tan frágil como para impedir que uno de no¬
sotros resista victoriosamente los efectos hostiles de la
vida por sesenta, setenta o incluso ochenta años”.

Todo este razonamiento continúa en el mismo tono


con la única finalidad de confesarle a Jones que preferi¬
ría “... que mi octogésimo cumpleaños fuera considera¬
do como asunto privado mío..., por mis amigos”.

Dos días después del cumpleaños, el 8 de mayo de


1936, el escritor Thomas Mann pronunció un discur¬
so alusivo en la Sociedad Académica de Psicología
Médica. El autor de La montaña mágica, que tiempo
después sería expulsado de Alemania por los nazis a
causa de lo que ellos consideraban su “estilo deca¬
dente” y —no menos importante para el ideario na¬
zi— porque estaba casado con una mujer judía, dijo
entre otras cosas: “La revelación analítica es una re¬
velación revolucionaria. Con ella, ha aparecido en el
Reafírmacíón del judaismo -137

mundo un alegre escepticismo, una desconfianza que


desenmascara todos los ardides y subterfugios de
nuestra alma, que una vez despierta y en guardia, no
puede volver a dormirse nuevamente’5. (Thomas
Mann, Freud, Goethe, Wagner, Tolstoi, Poseidón)

Stefan Zweig lo describe así: a los ochenta


años, la intensidad de su interés universal se mantie¬
ne íntegra. Desde su retiro solitario sigue todas las
manifestaciones del mundo cultural; lee todos los li¬
bros importantes y se halla en correspondencia con
los principales investigadores, sin que jamás escriba
una carta por mano ajena. No se puede imaginar hom¬
bre más reconcentrado, y al mismo tiempo, de quien
emane tanta calma y paz. La mirada clara, enérgica,
de sus ojos negros, penetra profundamente, y yo creo
que nadie se ha atrevido a mentir en su presencia, por¬
que todos han sentido la aguda penetración de esa mi¬
rada, y porque las gentes saben también que este
hombre, con su maravillosa humanidad, también
comprende con bondad los mayores misterios de una
vida humana. Imposible no ser sincero delante de es¬
te hombre, que ha aumentado la sinceridad que había
en el mundo, y ha hecho que la tarea de cada cual sea
conocerse más hondamente a sí mismo”. (Sigmund
Freud en sus ochenta años)

Poco más de un año más tarde, en noviembre de


1937, Freud le escribió a Zweig profundamente preo¬
cupado por los ominosos acontecimientos que dos
años más tarde desembocarían en la Segunda Guerra
138 - Sígmund Freud

Mundial: “Sufro, igual que usted, los tiempos estos


que estamos viviendo. El único consuelo que tengo es
el de la estrecha unión con algunos pocos, en la segu¬
ridad de que las mismas cosas siguen siendo de alto
valor para nosotros y los mismos valores siguen sien¬
do incuestionables. (...) El futuro inmediato parece
sombrío, aun para mi creación, mi psicoanálisis. De
todos modos, ya no experimentaré nada agradable en
las semanas o meses que me quedan de vida’.

A pesar de la insistencia de familiares, amigos y


simples conocidos que lo apreciaban lo suficiente co¬
mo para preocuparse por su situación, él se resistía a
abandonar Viena. Decía que, patéticamente, la mejor
y más inesperada defensa con que contaban los ju¬
díos en Austria era la administración liberal de dere¬
cha que gobernaba en ese momento. Incluso cuando
los ejércitos de la Alemania nazi invadieron y anexa¬
ron Austria al Tercer Reich, proceso que comenzó el
11 de marzo de 1938, fue difícil convencerlo de que
lo mejor era tomar el camino del exilio. Consideraba
que irse de Viena era actuar como un desertor.

Finalmente, Ernest Jones logró convencerlo. Él


fue también quien se ocupó de conseguir la autoriza¬
ción para el ingreso de Freud y su familia en Inglate¬
rra, lo que incluía un permiso de trabajo. Más difícil
fue lograr que los nazis lo autorizaran a salir de Aus¬
tria. Pero Jones también lo consiguió, ya que la situa¬
ción política internacional aún lo permitía. Los nazis,
por su parte, se quedaron con su biblioteca y con los
Reafírmacíón del judaismo -139

bienes de la Verlag, la editorial psicoanalítica interna¬


cional, y confiscaron su cuenta bancaria.

Freud, su esposa y su hija Anna salieron de Viena


el 4 de junio de 1938. Primero recalaron en París,
donde los recibió Marie Bonaparte, y esa misma no¬
che abordaron un ferry-boat que los llevó a Inglate¬
rra. “Jones nos esperaba en la Victoria Station —dice
Freud al referirse a la llegada a Inglaterra—, y nos lle¬
vó en coche, atravesando la bella ciudad de Londres,
hasta nuestra nueva casa, enclavada en el 39 de
Elsworthy Road. (...) La atmósfera emocional de es¬
tos días es difícil de captar, por no decir indescripti¬
ble. Al sentimiento de triunfo que experimento al ver-
nos en libertad se suma un porcentaje excesivo de
tristeza, pues, a pesar de todo, yo amaba grandemen¬
te la prisión de la que me han liberado.”

En agosto los médicos que lo atendían decidieron


que era necesario volver a operarlo, y convocaron de
urgencia al doctor Pichler, que finalmente viajó en
avión a Londres y lo operó una vez más el 8 de sep¬
tiembre. Pero él nunca se recuperó del todo de los
efectos de esta intervención y fue debilitándose pau¬
latinamente. “Esta operación ha sido la peor desde
1923 y me ha dejado muy abatido —le escribió a
Marie Bonaparte—. Tengo un cansancio horroroso y
me siento débil cada vez que me muevo.”

Las únicas satisfacciones realmente importantes


que disfrutó en sus últimos meses fueron la publicación
140 r Sigmuná Freud

de Moisés y la religión monoteísta —que por la tesis


que planteaba provocó una activa oposición en los cír¬
culos judíos—. y la recuperación de su colección de
antigüedades, la única riqueza material que había lo¬
grado acumular en toda su vida.

El 19 de septiembre de 1939 le escribió al poeta


Albrecht Schaefter para felicitarlo por su casamiento.
Antes de despedirse le decía: “No todo lo que pueda
decirle de mí coincidiría con sus deseos, pero tengo
más de ochenta y tres años, debiera haber muerto ya
y sólo me queda seguir el consejo de su poema: 'Es¬
pera, espera'”.

Ese mismo día, el cáncer se había abierto camino


a través de la mejilla y su estado había empeorado
sensiblemente. No tuvo que esperar mucho. Poco an¬
tes de la medianoche del 23 de septiembre de 1939,
cuando el otoño se adueñaba de Londres, Sigmund
Freud abandonó este mundo.
Ideario
•• . ' . -
ideario -143

La desaparición de los síntomas histéricos


“Hemos hallado, en efecto, y para sorpresa nues¬
tra, al principio, que los distintos síntomas histéricos
desaparecían inmediata y definitivamente en cuanto
se conseguía despertar con toda claridad el recuerdo
del proceso provocador, y con él el afecto concomi¬
tante, y describía el paciente con el mayor detalle po¬
sible dicho proceso, dando expresión verbal al afecto.
El recuerdo desprovisto de afecto carece casi siempre
de eficacia.”

En colaboración con Breuer, La histeria


En: Obras completas, vol. I, pág. 11.

Símbolos en los sueños


“Existen símbolos que pueden interpretarse casi
siempre del mismo modo. Así, el emperador y la em¬
peratriz (rey y reina) representan a los padres; las ha¬
bitaciones son símbolo de la mujer y sus accesos sig¬
nifican las aberturas del cuerpo humano. La mayoría
de los símbolos oníricos sirve para la representación
de personas, partes del cuerpo y actos que poseen in¬
terés erótico. Particularmente, los genitales pueden
ser representados por una gran cantidad de símbolos,
con frecuencia sorprendentes en extremo. (...) Cuan¬
do agudas armas y objetos alargados y rígidos tales
como troncos de árbol o bastones, representan los ge¬
nitales masculinos, y armarios, cajas, coches o estu¬
fas los femeninos, el tertium comparationis, lo común
144' Sígmund Freud

de tales sustituciones nos es inmediatamente com¬


prensible; mas no en todos los símbolos nos es tan fá¬
cil la aprehensión de las relaciones de enlace. Símbo¬
los como el de la escalera o del subir, para el comer¬
cio sexual, el de la corbata para el miembro sexual
masculino y el de la madera para el órgano femenino
excitan nuestra duda en tanto que no llegamos por
otros caminos al conocimiento de las relaciones sim¬
bólicas. Además, muchos de los símbolos del sueño
son bisexuales y pueden referirse a los genitales mas¬
culinos o a los femeninos, según el contexto en el que
se hallen incluidos.”

La interpretación de los sueños


En: Obras completas, vol. I, pág. 255.

Las equivocaciones orales y su significación


“El teniente Henrik Haiman escribe desde el cam¬
po de batalla: ‘Estaba leyendo un libro de apasionante
interés y tuve que abandonar la lectura para sustituir
por un momento al encargado del teléfono de campaña.
Al efectuar la prueba de la línea telefónica de una ba¬
tería contesté diciendo: Línea corriente. Silencio, en lu¬
gar de las palabras reglamentarias: Línea corriente.
Final. Mi equivocación se explica por el enfado que me
produjo el verme arrancado de la lectura.’”

Psicopatología de la vida cotidiana


En: Obras completas, vol. I, pág. 664.
ideario -145

La libertad sexual
"... al limitar la actividad sexual de un pueblo, se
incrementa en general el temor a la vida y el miedo a la
muerte, factores que perturban la capacidad individual
de goce, suprimen la disposición individual a arrostrar
la muerte por la consecuencia de un fin, disminuyen el
deseo de engendrar descendencia y excluyen, en fin, al
pueblo o al grupo de que se trate de toda participación
en el porvenir. Ante estos resultados habremos de pre¬
guntamos si nuestra moral sexual cultural vale la pena
del sacrificio que nos impone, sobre todo si no nos he¬
mos libertado aún suficientemente del hedonismo para
no integrar en los fines de nuestra evolución cultural
cierta dosis de felicidad individual.”

La moral sexual “cultural” y la nerviosidad moderna


En: Obras completas, vol. I, pág.954.

Ciencia y placer
“El poeta se encuentra ligado a la condición de
provocar un placer estético e intelectual, a más de cier¬
tos efectos sentimentales, y, en consecuencia, no puede
presentar la realidad tal y como se le ofrece, sino que se
ve obligado a aislar algunos de sus fragmentos, a ex¬
cluir de la totalidad los elementos indeseables, a intro¬
ducir otros que completan el conjunto y a mitigar y sua¬
vizar las asperezas del mismo. (...) Resulta, pues, inevi¬
table que la ciencia entre también a manejar—con ma¬
no más torpe y menor consecución de placer— aquellas
146 - Sígmund Freud

mismas materias cuya elaboración poética viene com¬


placiendo a los hombres desde hace milenios enteros.
Todas estas observaciones habrán de justificar nuestra
tentativa de someter también a una elaboración estric¬
tamente científica la vida erótica humana. La ciencia
constituye, precisamente, la más completa liberación
del placer de que es capaz nuestra actividad psíquica

Aportaciones a la psicología de la vida erótica


En: Obras completas, vol. I, pág. 963.

La identificación y el complejo de Edipo


“La identificación es conocida en el psicoanálisis
como la manifestación más temprana de un enlace
afectivo a otra persona, y desempeña un importante
papel en la prehistoria del complejo de Edipo. El ni¬
ño manifiesta un especial interés por su padre; qui¬
siera ser como él y reemplazarlo en todo. (...)

Simultáneamente a esta identificación con el pa¬


dre, o algo más tarde, comienza el niño a tomar a su
madre como objeto de sus instintos libidinosos.
Muestra pues dos órdenes de enlaces psicológica¬
mente diferentes. Uno, francamente sexual, a la ma¬
dre, y una identificación con el padre, al que conside¬
ra como modelo a imitar.”

Psicología de las masas


En: Obras completas, vol. I, pág. 1.145.
ideario -147

Complejo de Edipo y neurosis


"... el complejo de Edipo es el verdadero nodulo
de la neurosis; y la sexualidad infantil que en él cul¬
mina, la verdadera condición de la misma, y afirma¬
rnos que los residuos subsistentes de él en lo incons¬
ciente representan la disposición a una adquisición
ulterior por el adulto de la enfermedad neurótica.”

La organización genital infantil


En: Obras completas, vol. I, pág. 1.188.

Inconsciente y represión
“... lo inconsciente no coincide con lo reprimido.
Todo lo reprimido es inconsciente, pero no todo lo in¬
consciente es reprimido. También una parte del yo,
cuya amplitud nos es imposible fijar, puede ser in¬
consciente, y lo es seguramente.”

El yo y el ello
En: Obras completas, vol. II, pág. 11.

Inhibición y síntoma
“La inhibición presenta una relación especial con
la función y no significa necesariamente algo patoló¬
gico. Así podemos dar el nombre de inhibición de una
función a una restricción normal de la misma. En
cambio, síntoma vale tanto como signo de un proceso
148 - Sígmund Freud

patológico. De todos modos, también una inhibición


puede constituir un síntoma, y siendo así, acostum¬
bramos hablar de inhibición cuando se trata de una
simple disminución de la función, y de síntoma, cuan¬
do de una modificación extraordinaria de la misma o
de una función nueva."

Inhibición, síntoma y angustia


En: Obras completas, vol. II, pág. 31.

La ciencia y los enigmas de este mundo


“Sabemos muy bien cuán poca luz ha podido
arrojar hasta ahora la ciencia sobre los enigmas de
este mundo. Todos los esfuerzos de los filósofos con¬
tinuarán siendo vanos. Sólo una paciente perseveran¬
cia en una labor que todo lo subordine a una aspira¬
ción a la inmutable y segura certeza puede lentamen¬
te lograr algo. El viajero que camina en la oscuridad
rompe a cantar para engañar sus temores, mas no por
ello ve más claro.”

Inhibición, síntoma y angustia


En: Obras completas, vol. II, pág. 35.

Religión y neurosis obsesiva


"La religión sería la neurosis obsesiva de la co¬
lectividad humana, y lo mismo que la del niño.
ideario -149

provendría del complejo de Edipo, en la relación con


el padre. (...) De acuerdo con ello está que los cre¬
yentes parecen gozar de una segura protección con¬
tra ciertas enfermedades neuróticas, como si la acep¬
tación de la neurosis general les relevase de la labor
de construir una neurosis personal.”

El porvenir de una ilusión


En: Obras completas, vol. II, pág. 93.

La inseguridad de la ciencia, opuesta


A LA CERTEZA DE LA RELIGIÓN
“Se reprocha a la ciencia su inseguridad, alegan¬
do que lo que hoy proclama como ley es rechazadn
como error por la generación siguiente y sustituido
por una nueva ley, de tan corta vida como la primera.
Pero semejante acusación es injusta, y en parte, falsa.
Las mudanzas de las opiniones científicas son evolu¬
ción y progreso, nunca contradicción.”

El porvenir de una ilusión


En: Obras completas, vol. II, pág. 98.

La transferencia
"... toda una serie de sucesos psíquicos anteriores
cobran de nuevo vida, pero no ya como pasado, sino
como relación actual con la persona del médico. (...)
ISO - Sígmund Freud

El tratamiento psicoanalítico no crea la transferen¬


cia: se limita a descubrirla como descubre otras tan¬
tas cosas ocultas de la vida psíquica. (...) La transfe¬
rencia, destinada a ser el mayor obstáculo del psicoa¬
nálisis, se convierte en su más poderoso auxiliar
cuando el médico consigue adivinarla y traducírsela
al enfermo.”

Historiales clínicos
En: Obras completas, vol. II, pág. 655.

El juego
“El juego de los niños es regido por sus deseos, o,
más rigurosamente, por aquel deseo que tanto coad¬
yuva a su educación: el deseo de ser adulto.”

Psicoanálisis aplicado
En: Obras completas, vol. II, pág. 1.058.

Poesía y fantasía
“... la poesía, como el sueño diurno, es la conti¬
nuación y el sustitutivo de los juegos infantiles. (...) El
poeta mitiga el carácter egoísta del sueño diurno por
medio de modificaciones y ocultaciones, y nos sobor¬
na con el placer puramente formal, o sea estético, que
nos ofrece la exposición de sus fantasías. (...)... todo
el placer estético que el poeta nos procura entraña
ideario -151

este carácter de placer preliminar, y el verdadero go¬


ce de la obra poética procede de la descarga de ten¬
siones dadas en nuestra alma. el poeta nos po¬
ne en situación de gozar en adelante, sin avergonzar¬
nos ni hacemos reproche alguno, de nuestras propias
fantasías.”

Psicoanálisis aplicado
En: Obras completas, vol. II, pág. 1.061.

Negación y represión
“Una representación o un pensamiento reprimi¬
dos pueden, pues, abrirse paso hasta la conciencia,
bajo la condición de ser negados. La negación es una
forma de percatarse de lo reprimido; en realidad, su¬
pone ya un alzamiento de la represión, aunque no,
desde luego, una aceptación de lo reprimido.”

La negación
En: Obras completas, vol. n, pág. 1.134.

En la vida psíquica nada se pierde


“Habiendo superado la concepción errónea de
que el olvido, tan corriente para nosotros, significa
la destrucción o aniquilación del resto mnemónico,
nos inclinamos a la concepción contraria de que en
la vida psíquica nada de lo una vez formado puede
352 - Sígmund Freud

desaparecer jamás; todo se conserva de alguna ma¬


nera y puede volver a surgir en circunstancias favo¬
rables, como, por ejemplo, mediante una regresión
de suficiente profundidad.”

El malestar en la cultura
En: Obras completas, vol. III, pág. 5.

Formas de soportar la vida


“Tal como nos ha sido impuesta, la vida nos re¬
sulta demasiado pesada, nos depara excesivos sufri¬
mientos, decepciones, empresas imposibles. Para
soportarla, no podemos pasarnos sin lenitivos (‘No
se puede prescindir de las muletas’, nos ha dicho
Theodor Fontane). Los hay quizás de tres especies:
distracciones poderosas que nos hacen parecer pe¬
queña nuestra miseria; satisfacciones sustitutivas
que la reducen; narcóticos que nos tornan insensi¬
bles a ella. Alguno cualquiera de estos remedios nos
es indispensable.”

El malestar en la cultura
En: Obras completas, vol. III, pág. 9.

La felicidad y la desgracia
“Lo que en el sentido más estricto se llama felici¬
dad, surge de la satisfacción, casi siempre instantánea.
ideario -153

de necesidades acumuladas que han alcanzado eleva¬


da tensión, y de acuerdo con esta índole sólo puede
darse como fenómeno episódico. Toda persistencia de
una situación anhelada por el principio del placer só¬
lo proporciona una sensación de tibio bienestar, pues
nuestra disposición no nos permite gozar intensamen¬
te sino el contraste, pero sólo en muy escasa medida lo
estable. Así, nuestras facultades de felicidad están ya
limitadas en principio por nuestra propia constitución.
En cambio, nos es mucho menos difícil experimentar la
desgracia.”

El malestar en la cultura
En: Obras completas, vol. III, pág. 11.

El amor: una técnica del arte de vivir


me refiero a aquella orientación de la vida
que hace del amor el centro de todas las cosas, que
deriva toda satisfacción del amar y ser amado. Se¬
mejante actitud psíquica nos es familiar a todos;
una de las formas en que el amor se manifiesta —el
amor sexual— nos proporciona la experiencia pla¬
centera más poderosa y subyugante, estableciendo
así el prototipo de nuestras aspiraciones de felici¬
dad. Nada más natural que sigamos buscándola por
el mismo camino que nos permitió encontrarla por
vez primera El punto débil de esta técnica de vida
es demasiado evidente, y si no fuera así, a nadie se
le habría ocurrido abandonar por otro tal camino
154 Sígmund Freud
'

hacia la felicidad. En efecto: jamás nos hallamos


tan a merced del sufrimiento como cuando amamos;
jamás somos tan desamparadamente infelices como
cuando hemos perdido el objeto amado o su amor.”

El malestar en la cultura
En: Obras completas, vol. III, pág. 15.

Resistencias al psicoanálisis y antisemitismo


"... el autor puede plantear con toda modestia la
pregunta de si su propia personalidad de judío, que
jamás intentó ocultar tal carácter, no habría partici¬
pado en la antipatía que el mundo ofreció al psicoa¬
nálisis. Sólo raramente fue expresado un argumento
de esta clase, pero por desgracia nos hemos tornado
tan suspicaces que no podemos menos de sospechar
que esta circunstancia debe de haber ejercido algún
efecto. Quizá tampoco sea simple casualidad el hecho
de que el primer representante del psicoanálisis fue¬
se un judío. Para profesar esta ciencia era preciso es¬
tar muy dispuesto a soportar el destino del aisla¬
miento en la oposición, destino más familiar al judío
que a cualquier otro hombre.”

Las resistencias contra el psicoanálisis


En: Obras completas, vol. III, pág. 80.
ideario -155

JUDAÍSMO Y RELIGIOSIDAD
“Puedo declarar que estoy tan alejado de la reli¬
gión judía como de todas las demás; en otras palabras:
las considero sumamente importantes como objetos del
interés científico, pero no me atañen sentimentalmente
en lo más mínimo. En cambio, siempre tuve un podero¬
so sentimiento de comunidad con mi pueblo, senti¬
miento que también he nutrido en mis hijos. Todos se¬
guimos perteneciendo a la confesión judía.”

Carta sobre la posición frente al judaismo, enviada al


periódico Jüdische Pressenzentrale Zürich,
que la publicó el 26 de febrero de 1925.
En: Obras completas, vol. III, pág. 175.

Carta de Albert Einstein a Freud


sobre Moisés y la religión monoteísta
“Le agradezco mucho que me haya enviado su
nuevo trabajo, que naturalmente despertó en mí gran
interés. (...) Se puede decir mucho a favor de su idea
de que Moisés fue un egipcio, distinguido miembro de
la casta sacerdotal; también a favor de lo que usted
dice sobre el ritual de la circuncisión.

Como en todos sus escritos, admiro muy especial¬


mente la perfección lograda, desde el punto de vista lite¬
rario. No sé de ningún contemporáneo que haya presen¬
tado un tema en idioma alemán de un modo tan magis¬
tral. He lamentado siempre el hecho de que es casi im-
156 - Sígmund Freud

posible que un profano, que no tiene experiencia clínica,


pueda juzgar si las conclusiones de sus libros son de¬
finitivas. Pero, después de todo, esto ocurre con todas
las conclusiones científicas. Uno tiene que sentirse
satisfecho si logra captar la estructura de los pensa¬
mientos expresados.”
Carta del 4 de mayo de 1939.
En: Emest Jones, Vida y obra de Sigmund Freud,
vol. III, pág. 263.

Freud, lector de Goethe


En junio de 1882, Freud le escribió a su novia,
Martha Bernays, refiriéndose al retrato de ella.

"Me complacería mucho buscar al retrato un lu¬


gar entre los dioses familiares que cuelga?i sobre mi
mesa, y encuentro extraño que, pudiendo exhibir li¬
bremente los rostros severos de los hombres a quienes
admiro, tenga que esconder y guardar bajo llave, en
cambio, tu delicada faz. Reposa tu imagen en la caji-
ta que me diste, y casi no me atrevo a confesarte cuán¬
tas veces durante las últimas veinticuatro horas he ce¬
rrado mi puerta y he sacado tu foto de su escondrijo
para refrescar mi memoria. Tenía la impresión de que,
en algún sitio, había leído algo acerca de un hombre
que llevaba consigo a su amada encerrada en una ca-
jita, y habiendo escrutado durante mucho tiempo en
las tinieblas de mi cerebro, me cercioré a medias de
que tal sucede en "La nueva Melusina ”, el cuento de
ideario -157

hadas de la obra de Goethe Años de andanzas de


Wilhelm Meister, que recordaba sólo vagamente. Por
primera vez en muchos años, saqué el libro de su es¬
tante y hallé en él la confirmación de mis sospechas.
Pero no quedó la cosa aquí, pues encontré mucho
más de lo que buscaba. Aquí y allá aparecían en el
libro alusiones amables y leves, y tras todos los ras¬
gos de la trama parecía esconderse una referencia a
nosotros. Cuando recordé los escándalos que arma
mi niña porque yo soy más alto que ella, tuve que de¬
jar el libro a un lado, medio divertido, medio irrita¬
do, y consolarme pensando que mi Martha no es una
sirena, sino un delicioso ser humano. Y, a pesar de
todo, no encontramos el humor en las mismas cosas.
Por ello, quizás te sientas alo descorazonada cuando
leas esta pequeña anécdota, Además, casi prefiero no
hacerte partícipe de todos los ora alocados y ora se¬
rios pensamientos que cruzaron mi mente mientras la
leía.”

Carta a Martha Bernays del 19 de junio de 1882.


En: Epistolario, vol. I, pág. 14.

Freud se disculpa con su novia por leer


El Quijote, y por habérselo recomendado
“Esta misma racha de alegría (tal es la mejor
definición que se me ocurre) me lleva también a ha¬
cer mal uso de mi tiempo: leo mucho y pierdo una
gran parte del día. Por ejemplo, tengo actualmente
Don Quijote, con grandes ilustraciones realizadas
158 - Sígmund Freud

por Doré, y me concentro más en este libro que en la


anatomía del cerebro. Tenías razón, princesita. No es
una lectura apropiada para las muchachas, y cuan¬
do te lo envié había olvidado los muchos pasajes
crudos y hasta repugnantes que contiene. Sin duda
cubre sus objetivos con notable eficacia, pero aun es¬
ta faceta es demasiado remota para mi princesa. No
obstante, las anécdotas incidentales son muy buenas,
y debes leerlas. Hoy, hojeando las páginas centrales
del libro, casi me parto de risa. Hacía mucho tiempo
que no me reía tanto, y no cabe duda de que está ma¬
ravillosamente escrito.”

Carta a Martha Bernays del 22 de agosto de 1883.


En: Epistolario, vol. I, pág. 42.

La perplejidad por el suicidio de su amigo


Nathan Weiss
“El día 13, a las dos, se ahorcó en una casa de
baños públicos de la Landstrasse. Se había casado
hace apenas un mes y regresado de su luna de miel
hacía diez días. (...)

¿Por qué lo hizo? Estaba a punto de lograr todo


aquello por lo que había luchado, le habían nombra¬
do Dozent, gozaba de una reputación considerable en
su especialidad, había conseguido una clientela nume¬
rosa por dirigir un departamento del hospital y aca¬
baba de casarse. Ahí está el móvil. Se desconocen los
ideario -159

detalles que le impulsaron al suicidio, mas no cabe du¬


da de que éste guarda relación con su matrimonio. (...)
...su muerte no se debió en absoluto al azar sino que
fue más bien consecuencia lógica de su temperamen¬
to. Sus buenas y malas cualidades se aunaron para
destruirle; su vida parecía haber sido pergeñada por
un novelista, y esta catástrofe fue su fin inevitable

Carta a Martha Bemays del 16 de septiembre de 1883.


En: Epistolario, vol. I, pág. 58.

El patinaje y los celos


A Martha Bernays, en 1883.

“... a la pregunta de si te dejo patinar te contesto


rotundamente que no. Soy demasiado celoso para per¬
mitir una cosa así. Yo no sé patinar y, aunque supiera,
no tendría tiempo para acompañarte, y alguien habría
de hacerlo, de modo que quítatelo de la cabeza.”

Carta a Martha Bemays del 21 de enero de 1885.


En: Epistolario, vol. I, pág. 125.

El gusto por la docencia


“Hoy puse punto final al curso. Llegó una señora
a inscribirse para las próximas clases, y le tuve que
decir que ya no las habría.
i6o - Sígmund Freud

La jornada de hoy marca una clara línea diviso¬


ria en mi existencia. Todo lo pasado acabó, y me en¬
cuentro en una situación completamente nueva. Sin
embargo, la temporada pasada no fue mala del todo.
Las clases sólo me han dejado buenos recuerdos y no
únicamente por el dinero, sino por la posibilidad que
me daban de enseñar y aprender.”

Carta a Martha Bemays del 10 de marzo de 1885.


En: Epistolario, vol. I, pág. 127.

La monarquía es un sistema absurdo


“Si tú estás bien, mi vida, me alegro mucho de no
ser el rey de España. Es el primer soberano de mi ge¬
neración al que sobrevivo, y su muerte ha causado
gran impresión en mí. Lo absurdo del sistema heredi¬
tario se demostrará, una vez más, cuando, bajo el go¬
bierno de una reina de cinco años, apenas muera de¬
terminado personaje, el país se alce en armas.”

Carta a Martha Bemays del 26 de noviembre de 1885.


En: Epistolario, vol. I, pág. 170

El trabajo de médico es
ECONÓMICAMENTE INGRATO
“Me doy cuenta de que para un médico el trabajo
y los ingresos son dos cosas muy distintas. A veces
ideario -161

hace uno dinero sin mover un dedo; otras, se mata a


trabajar sin ninguna remuneración. (...)

Y se supone que un médico tiene que economizar.


Aquí me tienes, contando mis Gulden, y hete aquí
que de pronto me llaman para que vaya a
visitar a un remoto conocido en la Stadtgutgasse,
sin remuneración, desde luego, y con dos horas del
día perdidas, pues no puedo costearme un coche de
alquiler.”

Carta a Martha Bemays del 13 de mayo de 1886.


En: Epistolario, vol. I, pág. 198.

Vacaciones en Italia: pereza y placer


“No tengo ganas de hacer nada. El sol celestial y
el divino mar —Apolo y Poseidón— son enemigos de
toda actividad mental. Me doy cuenta de que lo úni¬
co que nos había impulsado en otras ocasiones a se¬
guir caminando había sido ese vestigio de sentido del
deber, que nos hacía identificar —Baedeker en ma¬
no— nuevas regiones, museos, palacios y ruinas. Da¬
do que tal obligación no existe aquí, me limito a hun¬
dirme en una vida placentera.”

Carta a su hermano Alexander desde Rapallo,


el 17 de septiembre de 1905.
En: Epistolario, vol. II, pág. 25.
ió2 - Sígmund Freud

El psicoanálisis no tiene
NADA QUE VER CON EL OCULTISMO
En 1921, Freud escribió a Hereward Carrington,
un investigador del ocultismo, para disuadirlo de que
relacionara esa disciplina con el psicoanálisis.

“No soy de aquellos que menosprecian a priori el


estudio de los llamados fenómenos psíquicos esotéri¬
cos, considerándolos anticientíficos, poco serios o in¬
cluso peligrosos, y si estuviera comenzando y no aca¬
bando mi carrera científica, quizás hasta hubiera lle¬
gado a elegir ese terreno de investigación, desdeñan¬
do todas las dificultades.

Debo pedirle, sin embargo, que no mencione mi


nombre en relación con la rama que usted ha adopta¬
do, y ello por varias razones.

En primer lugar, porque en la esfera de lo oculto


soy un completo profano y absolutamente 'novato’,
por lo que no tendría derecho a recabar ni siquiera
una pizca de autoridad en el tema. En segundo, por¬
que tengo buenas razones para anhelar una nítida lí¬
nea de demarcación entre el psicoanálisis (que no tie¬
ne nada de ocultismo) y esta aún inexplorada esfera
de conocimiento, sin que desee en absoluto ofrecer la
menor ocasión para que se creen equívocos.

Finalmente, porque no puedo librarme de ciertos


prejuicios escéptico-materialistas que llevaría con¬
migo al estudio de lo oculto. Me siento totalmente
ideario -163

incapaz de admitir la ‘supervivencia de la persona¬


lidad’ después de la muerte ni aun como
posibilidad científica, y mi opinión respecto al ‘hi-
droplasma’ no difiere de la que sustento sobre el pri¬
mer punto.

En consecuencia, creo que será mejor que conti¬


núe limitándome al psicoanálisis.”

Carta a Hereward Carrington del 24 de julio de 1921.


En: Epistolario, vol. II, pág. 99.

Balance, escepticismo y gratitud


a los 70 AÑOS
Al novelista Romain Rolland.

“A diferencia de usted, yo no puedo contar con el


afecto de mucha gente. No les he complacido ni ali¬
viado, ni les he dicho cosas edificantes. Tampoco fue
ésa mi intención. Yo sólo quería explorar, resolver in¬
cógnitas, descubrir una parte de la verdad. Ello pue¬
de haber causado dolor a muchos y beneficiado a
unos cuantos, sin que ni una cosa ni otra me parez¬
can achacables a culpas o méritos por mi parte.
Siempre es para mí como un accidente sorprendente
el que parte de mis doctrinas y mi propia persona lo¬
gren atraer una pizca de atención. Mas cuando hom¬
bres como usted, a los que he estimado desde lejos,
expresan su amistad hacia mí, una ambición mía se
ió4 - Sígmund Freud

cumple. Disfruto con estas cosas sin preguntarme si


¡as merezco o no, y las acojo como un don inespera¬
do. Usted pertenece a la categoría de las personas
que saben hacer regalos."

Carta a Romain Rolland del 13 de mayo de 1926.


En: Epistolario, vol. II, pág. 127.

Agradecimiento a su médico personal,


el doctor Max Schur
“No estaré en Viena para su boda, por lo que le es¬
cribo hoy, varios días antes del acontecimiento, para
desearle toda la felicidad que se merece en su vida de
casado. Dada la nada corriente dedicación y escrú¬
pulo que ha puesto usted en el cuidado de estos vesti¬
gios de mi yo físico, me gustaría dar a mis deseos la
facultad de asegurar su realización. No es ésta oca¬
sión para molestarle con noticias de mi estado de sa¬
lud. Sólo quiero decirle que nunca olvidaré con cuán¬
ta frecuencia han sido correctas sus diagnosis en mi
caso, y que por esta razón soy un paciente dócil, aun¬
que no me sea fácil.”

Caita al doctor Max Schur del 28 de junio de 1930.


En: Epistolario, vol. II, pág. 150.
ideario -165

¿El psicoanálisis puede


ESTERILIZAR A UN ARTISTA?
“Querida señorita X***:

No puede descartarse la posibilidad de que un


tratamiento analítico resulte en incapacidad para
continuar adelante con la creación artística. Si tal
sucede, no hay que echarle la culpa al análisis, pues
se hubiera llegado a esto en cualquier caso, y consti¬
tuye una ventaja el enterarse a tiempo. De todas ma¬
neras, si el impulso creador fuera más fuerte que las
resistencias interiores, la productividad sería aumen¬
tada y no disminuida por el análisis.”

Carta a destinatario anónimo del 27 de junio de 1934.


En: Epistolario, vol. II, pág. 168.

La homosexualidad no es un delito
Freud respondió así a una mujer que le escribía
consultándolo por su hijo homosexual:

(...) “Sin duda, no representa el homosexualismo una


ventaja, pero tampoco existen razones para avergonzar¬
se de él, ya que no supone vicio ni degradación alguna.
No puede clasificarse como enfermedad, y considera¬
mos que es una variante de la función sexual producida
por cierto desarreglo en el desarrollo sexual. Muchos in¬
dividuos altamente respetables de la antigüedad y de
nuestros tiempos han sido homosexuales, y entre ellos,
i66 - Sígmund Freud

varios de los más destacados de la Historia (como


Platón, Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci, etcétera).
Es una gran injusticia, y también una crueldad, perse¬
guir el homosexualismo como si fuera un delito.”

Carta a destinatario desconocido del 9 de abril de 1935.


En: Epistolario, vol. n, pág. 170.

Contra las biografías


En 1936, poco después de haber cumplido los
ochenta años, Freud respondió a Amold Zweig “... es¬
timulado por la amenaza de que desea usted convertir¬
se en mi biógrafo

“Todo el que se mete a biógrafo adquiere un tácito


compromiso de decir mentiras, ocultar cosas, ser hipó¬
crita y adulador e incluso esconder su propia falta de
comprensión, pues la verdad biográfica jamás puede
desvelarse del todo, y aunque esto se lograra, no habría
posibilidad de emplear la infonnación obtenida.

La verdad es inalcanzable. La Humanidad no se


la merece, y, entre paréntesis, ¿no estuvo en lo cierto
nuestro príncipe Hamlet al preguntarse si podría ha¬
ber alguien que escapara a la flagelación en el caso
de que todos recibiéramos lo que nos merecemos ?”

Carta a Amold Zweig del 31 de mayo de 1936.


En: Epistolario, vol. n, págs. 176-177.
ideario -167

La inmortalidad del escritor


“Para el escritor, la inmortalidad significa, evi¬
dentemente, el hecho de ser querido por cierto núme¬
ro de personas anónimas. Yo sé que no tendré que llo¬
rar tu muerte, pues me sobrevivirás durante muchos
años, y en cuanto a la mía, espero que te consueles
rápidamente y me permitas vivir en un amigable re¬
cuerdo, única forma de inmortalidad limitada que re¬
conozco.”

Carta a Mane Bonaparte del 13 de agosto de 1937.


En: Epistolario, vol. II, pág. 183.

En defensa de Moisés y el monoteísmo


Tras la publicación de este libro, en 1939, la co¬
munidad judía criticó duramente a Freud por las con-

clusiones a las que llegaba. El se anticipó a las críti¬


cas en una carta a Charles Singer en la que decía, en¬
tre otras cosas:

“No preciso aclararle que tampoco me gusta


ofender a mi propio pueblo. Mas, ¿qué puedo hacer?
Me he pasado toda la vida defendiendo lo que consi¬
deraba como verdad científica, aun cuando resultara
poco cómodo y desagradable para mis congéneres. Y
no vov ahora a terminar mi vida con una deserción.
Su carta contiene la afirmación, que ratifica una inte¬
ligencia superior, de que cualquier cosa que yo escri¬
ba está destinada a provocar falsas interpretaciones y
i68' Sígmund Freud

—esto lo añado yo— indignación. Se nos ha repro¬


chado a los judíos que el transcurso de los siglos nos
ha hecho cobardes. (En tiempos fuimos un pueblo va¬
liente.) En tal transformación no tuve yo arte ni par¬
te. Por ello debo arriesgarme.”

Carta a Charles Singer del 31 de octubre de 1938.


En: Epistolario, vol. H, págs. 196-197.
Indice
• • " *
índice -171

Prólogo

Freud, un arqueólogo del alma.5

Capítulo 1
La novela familiar (1856-1873). 11
La escuela.14

Capítulo 2
Años de estudio (1873-1881). 21

Capítulo 3
Un médico enamorado (1882-1886). 27
Dos pobres criaturas que se quieren.31
El no de la cocaína.34

Capítulo 4
Realizaciones de deseos (1886-1900). 39
Hipnosis y catarsis.43
Fantasías inconscientes.47
El sueño y los sueños.48

Capítulo 5
En busca de lo desconocido (1901-1914).53
Búsqueda de influencias.56
Psicopatología de la vida cotidiana.60
Aberraciones sexuales
y sexualidad infantil.63
172' Sígmund Freud

Más allá del principio de placer.68


Avanzar, aunque sea cojeando.72
Hacia la institucionalización.76
Golpeando las puertas de América.81
Fieles y rebeldes. 83
Tótem y tabú.- 84

Capítulo 6
Años de madurez (1915-1923). 90
El cuerpo ataca.94
Una visión profética.98

Capítulo 7
Un largo adiós (1923-1938). 105
Un debate profano.109
Premio literario
para el psicoanalista.114
Reafirmación del judaismo.119

Ideario
La desaparición de los
síntomas histéricos.127
Símbolos en los sueños.127
Las equivocaciones orales
y su significación.128
La libertad sexual.129
Ciencia y placer.129
La identificación y el complejo de Edipo... 130
Complejo de Edipo y neurosis.131
Inconsciente y represión.131
índice -173

Inhibición y síntoma.131
La ciencia
y los enigmas de este mundo.132
Religión y neurosis obsesiva.132
La inseguridad de la ciencia,
opuesta a la certeza de la religión..133
La transferencia.133
El juego.134
Poesía y fantasía.134
Negación y represión.135
En la vida psíquica
nada se pierde.135
Formas de soportar la vida.136
La felicidad y la desgracia.136
El amor: una técnica
del arte de vivir.137
Resistencias al psicoanálisis
y antisemitismo.138
Judaismo y religiosidad.138
Carta de Albert Einstein
a Freud sobre Moisés
y la religión monoteísta.139
Freud, lector de Goethe.140
Freud se disculpa con su novia por leer
El Quijote y por haberlo recomendado. . 141
La perplejidad por el suicidio
de su amigo Nathan Weiss.142
El patinaje y los celos.143
El gusto por la docencia.143
La monarquía
es un sistema absurdo.144
El trabajo de médico
es económicamente ingrato.144
174' Sígmund Freud

Vacaciones en Italia:
pereza y placer.145
El psicoanálisis no tiene nada
que ver con el ocultismo.146
Balance, escepticismo
y gratitud a los 70 años.147
Agradecimiento a su médico
personal, el doctor Max Schur.148
¿El psicoanálisis puede
esterilizar a un artista?.149
La homosexualidad
no es un delito.149
Contra las biografías.150
La inmortalidad del escritor.151
En defensa de Moisés y el monoteísmo. . . 151
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.
Freud, un arqueólogo
del alma
Los aportes teóricos y tera¬
péuticos de Sigmund Freud,
considerado el fundador del
psicoanálisis, crearon una
disciplina revolucionaria, y
sus conceptualizaciones in¬
fluyeron prácticamente en
todos los campos del conoci¬
miento humanístico.
Sus descubrimientos sobre la
sexualidad infantil —teoría
del Edipo— provocaron, du¬
rante años, el más cerrado
rechazo de parte de la comu¬
nidad científica.
Su vasta obra analizó con
minuciosidad y rigor cientí¬
fico una gran variedad de
cuestiones vinculadas con la
vida psíquica: los conflictos
entre el ello, el yo y el super-
yó, el narcisismo, la neurosis
obsesiva, la histeria, entre
muchas otras.

Código interno: 1749


ISBN 987-550-055-0

LQv longseller
I | UN COMPROMISO CON EL LECTOR

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