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Sinopsis
«Mi vida es un asco» Es lo que piensa Andrea al ser ingresada en
un Centro de rehabilitación por alcoholismo, ese primer día
conoce a Patricia otra interna. La primera impresión que tiene
Andrea de Patricia es que es una desquiciada pegada de si misma,
a su vez Patricia piensa que Andrea es una maleducada y
mimada niña rica que necesita que alguien le ponga un alto a su
mal genio. A veces las primeras impresiones no son lo que parecen
o tal vez si…
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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab
Correo: gioconda91@hotmail.com
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ELLA y YO
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—¿Tu qué has hecho? —Escuché una voz justo sobre mí. Abrí los
ojos algo asustada y me encontré con la mirada interrogativa de
una chica. Me reincorporé y la miré a los ojos sin poder disimular
la curiosidad. Era joven, tendría unos 13 años y sonreía con
inocencia. Tenía el pelo castaño y los ojos de un marrón claro.
—Yo estoy aquí porque mi padre es del FBI, ¿sabes? —Me quedé
mirándola intrigada.
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—¿Qué coño tiene que ver el que tu padre sea del FBI con el que
estés aquí? —Le pregunté con voz áspera. La chica dejó de sonreír,
luego se tapó la cara y empezó a sollozar. Por un momento sentí
pena, había sido demasiado cruel, luego la chica salió corriendo.
—¿Puto psiquiátrico, eh? —Una voz sonó esta vez desde la puerta.
Me volví rauda y observé apoyada en el quicio a una mujer, debía
tener unos 25 años. Era morena de largos cabellos aterciopelados
y unos ojos increíblemente azules, tal parecía que fuera ciega. Salí
de mi ensimismamiento y la miré con desagrado.
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—He dicho que te larges. —Le grité esta vez, histérica. Ella pareció
sorprendida, pero luego se relajó.
Corrí sin mirar hacia atrás, tan rápido como me lo permitieron mis
piernas y me adentré en el amplio bosque que se encontraba cerca
del centro. Solo recuerdo que paré para descansar y entonces más
que ningún momento en mi vida desee tener una cerveza en mis
manos, la sed era tan fuerte. Miré a todos lados, buscando sin
éxito un bar, un motel, cualquier sitio en donde pudiera existir
una nevera que contuviera una fría y amarga cerveza.
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—¿Tú por qué estás aquí? —Sin darme cuenta había hecho la
misma pregunta que la chica castaña me había hecho a mí
cuando llegué. La morena siguió leyendo lo que fuera que estaba
leyendo y sin desviar la vista me contestó:
—¿Y entonces por qué coño estás aquí? —Le pregunté con sorna.
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asesina, joder, coño, se había comido los dedos de sus padres, que
clase de... animal haría eso. Salí con disimulo de la habitación y
con paso veloz me dirigí a la sala de reclamaciones. Allí estaba
sentada la gorda mujer que me había llevado hasta mi habitación.
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—Tenéis media hora para daros una ducha y hacer lo que sea que
tengáis que hacer. Luego os quiero ver en la sala 2, tenéis vuestra
charla de grupo. Ohh, por cierto, Andrea, tú debes hablar primero
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—¿Por qué coño hay pestillos fuera del baño, joder? —Pregunté
más para mí misma que para ella.
—Yo que coño sé, supongo que el jodido tío que planeo este sitio
pensó en una cárcel en vez de un centro de rehabilitación. —Me
contestó tan furiosa como yo.
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—Estoy aquí, venga, vamos, zorra, ven a cogerme. —Le dije con
una voz que me recordó la voz seductora de una línea telefónica
caliente.
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—Solo quiero que sepas que solo se te permite ver a tus padres y
si te pillo con drogas o alcohol vas directa a la cárcel. ¿Está claro?
—La pelirroja se rió con ironía y yo le respondí de igual forma.
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—Al menos tienes buen humor. —Oí que decía antes de que
cerrara la puerta.
Anduve por los pasillos, mirando las caras de todos aquellos con
los que me cruzaba. Algunos podían pasar totalmente
desapercibidos, pero otros tenían un aspecto totalmente ridículo.
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—Yo era un hombre muy feliz, estaba casado con una espléndida
mujer a la que amaba más que a nada y tenía un hijo maravilloso.
Pero los problemas comenzaron a llegar cuando comencé a beber,
pensaba que bebiendo se me pasarían los problemas que tenía en
el trabajo, pero era todo lo contrario. Siempre había sido un buen
médico, pero empecé a fallar, a llegar tarde, perdí algunos
pacientes por mi ineptitud y finalmente conseguí que me
despidieran. Me enfurecí tanto que me fui a beber solo al bar,
estaba muy borracho y llegué a mi casa pegando gritos y
despertando a todos mis vecinos. Mi mujer horrorizada se echó a
llorar y mi hijo pequeño no ha dejado de odiarme desde entonces.
Quiero hacer algo por recuperarle, pero sobre todo hago esto por
mí. —Parpadeé varias veces, pensando en lo triste de la historia de
aquel tipo. Si hubiera escuchado la historia en boca de otro
pensaría que era un jodido capullo irresponsable, pero en aquellas
circunstancias no dejaba de pensar en lo mal que lo estaría
pasando.
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pensé que valía la pena empezar a ser buena chica tan solo por
verla sonreírme de aquella manera. Se acercó a mí de forma algo
tímida.
—Me gusta más esta Andrea. —Me dijo y escondió su sonrisa tras
la mata de pelo liso y negro.
Aquel día fue uno de los mejores que recordara de toda mi vida.
Estuve charlando con Patricia hasta toda la tarde y supe que le
estaba cogiendo un cariño desorbitado. Me encantaba su forma de
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—Gracias.
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—No, yo, dejé que ocurriera... —Parpadeé sin dar crédito a mis
oídos.
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—Fue una mujer. —Se limitó a decirme. Yo arquee las cejas con
sorpresa.
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Después de entrar con David, tan solo con la ropa interior, nos
reímos y divertimos mucho todos. Pero al buscar a Patricia no vi
rastro de ella ni de Lucia, salí del agua cuando no me prestaban
atención y anduve por los alrededores solo con una camiseta de
David puesta buscando a las chicas. El motivo de mi preocupación
no era otro que los celos. Quería saber a toda costa qué estaban
haciendo ambas y cuando las vi, tendidas sobre la mojada hierba,
besándose y acariciándose en sitios que nunca hubiera creído que
podrían ser acariciados, corrí asustada de vuelta al centro. Mi
respiración estaba agitada y mi corazón tamborileaba
juguetonamente. Estaba rabiosa por lo que Patricia había hecho, y
no porque odiara a Lidia, sino porque me gustaba Patricia. Fue
entonces, esa noche en la soledad de mi habitación cuando me di
cuenta de que, quizás estaba enamorada de la morena. De esta
forma, no logré conciliar el sueño en toda la noche, hasta que casi
al amanecer, la puerta se abrió con suavidad. Yo estaba vuelta de
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El hecho de no ver a Patricia nada más que alguna que otra vez,
quizás contribuyó a desentenderme de ella. Fue así que, sin darme
cuenta comencé a salir a escondidas con David y estábamos hasta
altas horas de la noche charlando en el bosque o en algún lugar
con algo de intimidad. No había sexo, si es lo que pensáis, pero de
vez en cuando nos desfogábamos un poco. Tanto tiempo
encerrada allí y sin tener ninguna relación no era bueno para
nadie, me defendía yo. Llevaba ya casi dos meses, cuando una de
tantas noches me encontré con un panorama desolador. Patricia
estaba acongojada llorando en su cama y escondiendo el rostro
tras una almohada.
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Pensé que quería que saliera pronto para así poder entrar, así que
me apuré un poco y aunque solía vestirme en el baño cogí la ropa
y salí por la puerta con una toalla que cubría lo justo. No reparé
en que Patricia se pudiera sentir incomoda, pero esa fue la
impresión que me dio al ver como un tono rosado inundaba sus
mejillas. No es que no recordara que a Patricia le gustaban las
chicas, pero había descartado totalmente que yo pudiera gustarle
o despertar sus instintos.
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—No sé, estaba pensando que... en todo este tiempo que he estado
con ella... bueno... no hemos hablado mucho... y... de pronto sentí
una repentina ira en mi interior.
—No tienes nada que sentir, eres libre de hacer lo que te plazca,
pero no esperes que la gente esté aquí para ti cuando tú ni si
quiera te acuerdas de que las tienes por compañeras de
habitación. —Le sermoneé.
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—No creo que eso sea verdad. —Le contesté a David, que se
levantaba ya con la intención de marchar al grupo. Yo le seguí.
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—Esa misma pregunta tendría que hacerte yo. —Le contesté con
igual furia.
—Lo bastante para saber que eres una rata inmunda. —Contesté
iracunda. Ella pareció sentirse dolida.
—Venga ya, creo que tienes razón, eres un ser insensible. —Le
encaré.
—No hay nada que explicar, maldita... zorra... espero que llegues
muy lejos, bien lejos de nosotros. —Terminé de decir saliendo por
la puerta y dejándola atrás, hecha un mar de lágrimas.
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—¿La doctora Bleis? —Mary asintió—. Tengo que hablar con ella.
—reflexioné.
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—No supe que pensar en aquel entonces... era todo tan confuso.
—Por alguna extraña razón, supe que podía confiar en la mujer.
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—No le comprendo...
—Pero...
—Estupendo.
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Lo miré un rato pensando qué podía hacer con él. Tenía casi
media melena ya, no me iban los moños, ni los rebuscamientos,
así que me decidí por alisármelo. Perfecta, no quería pecar de
parecer creída, pero me miré al espejo y estaba muy bien, me
hubiera hecho el amor a mí misma si eso hubiera sido posible.
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Luego conocí a las esposas de cada uno de ellos y a sus hijos. Luis
tenía dos retoños, mellizos, niña y niño. La niña era clavada a
Patricia, mientras que el niño se parecía más a su padre. Teo tenía
un solo hijo, aquel con el que me encontré el día que vine a ver a
Patricia. Nos sentamos un rato a charlar, mientras me contaban
cosas de la familia, como que eran de origen argentino y que el
abuelo de ellos emigró a Norteamérica en busca de fortuna. No
encontró un filón de oro y acabó en las filas del ejército. De hecho,
la familia de Patricia trabajaba casi al completo en el ejército. Luis
era piloto, bastante bueno, según su madre. Teo era capitán de
campo y su mujer alférez. El padre de Patricia también había sido
piloto, pero murió de un ataque al corazón hacía ya 10 largos
años.
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Así fue como, guiada por Tom, llegué a la habitación que parecía
estar acondicionada para tres renacuajos. Había juguetes
esparcidos por todos lados y miles de cachivaches que no logré
identificar. Los acosté a cada uno en una pequeña cama y luego
les empecé a contar una vieja historia que me contaba Macumba,
una criada negra que mi madre había elegido para que fuera mi
niñera. No se llamaba así, su nombre era María, pero ella decía
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—Hola. ¿Qué...?
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—¿Tienes pareja?
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—¿Y David?
—Te traje un regalo. —Explicó con una cara impasible y sacó una
cajita pequeña.
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—Sí. —Saqué una cajita, casi del mismo tamaño que la de ella y
se la puse de la misma forma en que ella lo había hecho, encima
de su mano—. Es mi forma de decirte que no te guardo ningún
rencor y que entiendo los motivos que te llevaron a engañarnos.
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—No sé...
—Sí, será buena idea. —Dijo Lucia, con la que yo había hecho
muy buenas migas.
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—Desde las 8, casi 5 horas, ¿te parece poco? —Le increpé, pero
sin dejar de sonreír.
—No, claro que no. A veces puedo ser muy egoísta, ya me conoces.
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lo miré más de cerca, pudiendo ver que había una inscripción por
dentro, era la fecha en que nos conocimos y nuestros nombres
grabados. Realmente se acordaba de mí, o al menos se había
acordado de mí, yo no le era totalmente indiferente, pero quién
sería aquel del que ella estaba enamorada. Pensando en esto me
dormí.
Tres días después de Navidad, recibí la llamada de Patricia. Solo
llamaba para saber si quería ir con ella a comprar ropa para fin de
año y algunos tiestos que su madre le había encargado. Contenta,
accedí y me preparé para cuando llegara, a las 12 de la mañana.
—Ey, hola, buenos días. —Le dije aun con la taza de cereales en la
mano.
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—Una pasta...
—Perdón...
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Corrí hacia la cocina y con un gesto de alivio dejé las bolsas sobre
la encimera. Patricia me remedó y suspiró cuando dejó las dos
bolsas al lado de las otras.
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—¿Y tú como puedes ser tan grande, comiendo tan poco? —Le
contesté mientras empezaba a meter los congelados.
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—Oh, es verdad, lo había olvidado. —Patricia reía más aún que los
demás.
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—¿En serio?
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—Sí, pero a veces me siento tan frustrada. Hay niños a los que por
más que lo intento no consigo sacarlos de su mundo. Están
inmersos en un mundo que no es el nuestro, carecen de
sentimientos, pero luego demuestran tener una gran creatividad o
grandes dotes para las matemáticas y ciencias, es tan extraño. —
La miré realmente interesada.
—No, lo que quiero decir es que quizás son así por algún motivo,
quizás debamos ver las cosas buenas, como por ejemplo su rara
creatividad o esos dotes matemáticos. No sé si me entiendes. —
Dije un poco ofuscada por no poder explicárselo bien.
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—¿Yo? Ninguna chica se fijaba en mí, puede que les asuste, ¿tú
que crees? —Me miró sonriente y pícara.
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—Ya veo, ¿creí que la habías olvidado? —Le dije volviendo también
la mirada al horizonte.
—De todas formas, sabía que era imposible, lo dejaste claro desde
un principio. —Dijo un poco dolida.
—Lo sé, es solo que pensé que era un capricho, tú... me dijiste que
eras incapaz de amar...
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—Solo tienes que dejarte llevar, haz como harías con un hombre,
primero sedúcela hasta que caiga rendida, luego todo será más
fácil. A mí me funcionó con Luis. —Dijo orgullosa.
—Ahora hay que ponerse mano a la obra, hay que trazar un plan.
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—Op, voy a matarla. —Dije entre dientes—. Pasa. —El chico dudó
un momento y luego entró.
—Oh, pues me dijo que si no venía le diría a mamá que soy gay. —
Me sonrió nervioso.
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marina que hacía brillar aún más sus ojos. Le sonreí un poco
avergonzada al darme cuenta de que había estado mirándole
demasiado tiempo.
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Una vez dentro nos encontramos con Lucia y toda la plebe, que se
merecieron el Óscar a las mejores actrices, supieron disimular de
lo lindo, e incluso el hermano de Patricia supo disimular cuando
su esposa se acordó de pellizcarle en cierto lugar doloroso «no
penséis mal». Virgil y yo nos divertimos mucho durante el
tentempié, pero de Patricia ni rastro, de vez en cuando la veía
pasar con una falsa sonrisa y cargando una bandeja.
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—De algo que había dicho Virgil, es muy chistoso. —Le contesté.
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—Lo sé. Ahora sí. —Dijo y sus labios rozaron los míos, con
delicadeza, sin profundizar, pero con intensidad, con pasión en
ese pequeño roce. Suspiré sintiéndome como en una nube, feliz y
completa.
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Así fue como terminó aquel fin de año. Bueno, he omitido ciertas
imágenes porque hasta a mí me resulta vergonzoso contarlas,
además es mi intimidad jolines. Bueno os contaré que aquel final
feliz, sigue siéndolo todavía. Aun me acuesto y me levanto entre
aquellos brazos, y soy la mujer más feliz del mundo, tengo lo
único que necesito. No sé qué haría sin ella. Y mirad, estoy aquí
desesperada, contándole esto a unos... unos ancianos que no
saben ni quien soy, ni quienes son ellos mismos. Debo estar loca,
y todo porque Patricia, mi niña se ha roto un brazo, menuda he
armado. Después de esto puede que hasta deseéis de verdad
perder la memoria. Siento si os he dado la lata mucho.
FIN
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