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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

Sinopsis
«Mi vida es un asco» Es lo que piensa Andrea al ser ingresada en
un Centro de rehabilitación por alcoholismo, ese primer día
conoce a Patricia otra interna. La primera impresión que tiene
Andrea de Patricia es que es una desquiciada pegada de si misma,
a su vez Patricia piensa que Andrea es una maleducada y
mimada niña rica que necesita que alguien le ponga un alto a su
mal genio. A veces las primeras impresiones no son lo que parecen
o tal vez si…

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

Categoría: Uber XWP

Disclaimer: Los personajes que aparecen en esta historia están


basados en los caracteres de Xena Warrior Princess. No pretendo
infringir ninguna ley escribiendo esta pequeña historia, solo
espero que os guste.

Correo: gioconda91@hotmail.com

Avisos: En esta historia se narran sentimientos de amor entre dos


chicas, quien no esté de acuerdo con esta clase de tramas que no
las lea, él/ella se lo pierde. Por cierto, pido perdón por tardar tanto
en escribir las segundas partes que tengo pendientes de mis otros
relatos. Pero es que sentí la necesidad imperiosa de escribir esta
historia, solo espero que la disfrutéis.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

ELLA y YO

de

Elora Dana Xenagab

Yo no tenía que estar allí, no, pero mis padres se habían

empeñado. Todo fue un error, un maldito error y de pronto me


encontraba a las puertas de la que sería mi casa durante tres
meses, un maldito centro de rehabilitación. Sentí unas ganas
tremendas de salir corriendo a través del bosque, de huir de aquel
apestoso lugar. Mi madre me había dicho que no me preocupara,
que aquello sería como estar en un campamento de verano. Y una
mierda, aquello era de todo menos un campamento de verano.
Nunca en mi vida había visto tantos pirados de mierda juntos.
Uno parecía tener la necesidad estúpida de rascarse la oreja, otro
de andar a la pata coja, otro de revolear las sillas del patio de un
lado para otro. Me habían mandado a un puto psiquiátrico, lleno
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de locos y tontos del culo. Solo tenía la esperanza de salir pronto


de allí. Arrastré mis maletas hasta la puerta. Pensé en aquel
momento que el lugar no podía ser más horrible. Parecía un
colegio, pero estaba pintado con un color verde pastel y las
puertas de un amarillo espantoso. Sentí aún más ganas de huir,
pero me envalentoné y seguí adelante. Cuando entré, la tía de
turno me recibió con una estúpida sonrisa de oreja a oreja.

—Bien, ya llegaste. Tú debes de ser Andrea, ¿me equivoco? —Me


preguntó sin borrar su sonrisa de dentrífico.

—No. —Me limité a contestar ásperamente.

—Sígueme Andrea, te llevaré a tu habitación.

La seguí por los angostos pasillos, cruzándome con toda clase de


majaretas retardados. Y la mierda es que no había jóvenes como
yo, todos viejos o de mediana edad. La tía gorda de la sonrisa,
meneaba su gran culo de un lado para otro, me imagine su
asquerosa grasa y sentí unas ganas tremendas de potar. Subimos
unas escaleras y me di cuenta de que habíamos subido al
pabellón juvenil. Me quedé al principio algo sorprendida al
observar que a mi alrededor había jóvenes como yo, o incluso más
pequeños, ¿qué coño habrían hecho ellos? Suspiré un poco más
esperanzada. Tenía unas ganas tremendas de tomar una cerveza,
solo una me dije a mí misma. Luego suspiré de nuevo, sabiendo
que eso era imposible, al menos mientras estuviera en aquel
maldito infierno.

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—Esta es tu habitación. —La gorda y fea mujer se paró ante una


de las puertas del largo pasillo. Miré hacia dentro y puse mi mejor
cara de asco, luego simplemente entré y luego cerré la puerta en
un sonoro portazo.

Solté las maletas con un simple gesto y luego eché un vistazo al


lugar. Era una habitación horrible. Pequeña, dos camas con feas
mantas donde en grandes letras estaba escrito: «La vida es una
lucha constante». Sonreí con ironía y luego me senté en una de
las camas. Me dejé caer hacia atrás y de nuevo suspiré recordando
el tiempo que debía estar allí. Cerré los ojos con fuerza, deseando
poder estar en mi casa de nuevo, en mi gran y confortable
habitación, pero esta era la puta realidad, yo era una niñata de 18
años alcohólica que se había metido en una pocilga.

—¿Tu qué has hecho? —Escuché una voz justo sobre mí. Abrí los
ojos algo asustada y me encontré con la mirada interrogativa de
una chica. Me reincorporé y la miré a los ojos sin poder disimular
la curiosidad. Era joven, tendría unos 13 años y sonreía con
inocencia. Tenía el pelo castaño y los ojos de un marrón claro.

—Que te importa. —Contesté furiosa. Estaba dispuesta a ser lo


más cruel posible. La chica dejó de sonreír. Luego me miró seria y
de pronto volvió a sonreír como si ya hubiera recuperado la
alegría.

—Yo estoy aquí porque mi padre es del FBI, ¿sabes? —Me quedé
mirándola intrigada.

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—¿Qué coño tiene que ver el que tu padre sea del FBI con el que
estés aquí? —Le pregunté con voz áspera. La chica dejó de sonreír,
luego se tapó la cara y empezó a sollozar. Por un momento sentí
pena, había sido demasiado cruel, luego la chica salió corriendo.

—Ya lo decía yo, esto es un maldito y puto psiquiátrico. —Dije


para mí, poniendo los ojos en blanco.

—¿Puto psiquiátrico, eh? —Una voz sonó esta vez desde la puerta.
Me volví rauda y observé apoyada en el quicio a una mujer, debía
tener unos 25 años. Era morena de largos cabellos aterciopelados
y unos ojos increíblemente azules, tal parecía que fuera ciega. Salí
de mi ensimismamiento y la miré con desagrado.

—¿Qué coño quieres? —Le pregunté exasperada.

—Nada. —Me contestó con indiferencia, luego entró y se sentó en


la otra cama, sin dejar de mirarme.

—¿Quieres dejar de mirarme? —Le pregunté con sarcasmo.

—Claro. —Luego se tendió en la cama y empezó a leer una revista


que estaba sobre la mesilla. La miré sorprendida, quería estar sola
y la mujer no parecía querer irse de mi habitación.

—Largo de mi habitación. —Le dije agriamente amenazante. La


chica bajó la revista y me miró burlona.

—¿Tu habitación? —Luego sonrió y se puso a leer de nuevo.

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—He dicho que te larges. —Le grité esta vez, histérica. Ella pareció
sorprendida, pero luego se relajó.

—No puedo. —Me contestó con indiferencia.

—¿Por qué no? —Le pregunté con impaciencia.

—Porque esta también es mi habitación. —Creo que no pude


disimular la rabia que sentí al escuchar sus palabras burlonas.
Intenté relajarme, pero mi humor era terrible cuando no podía
beber.

«Joder, puta mierda, me cago en to lo que...» Me moví furiosa de


un lado para otro y luego salí de la habitación corriendo,
necesitaba aire, necesitaba salir de aquel sitio.

Corrí sin mirar hacia atrás, tan rápido como me lo permitieron mis
piernas y me adentré en el amplio bosque que se encontraba cerca
del centro. Solo recuerdo que paré para descansar y entonces más
que ningún momento en mi vida desee tener una cerveza en mis
manos, la sed era tan fuerte. Miré a todos lados, buscando sin
éxito un bar, un motel, cualquier sitio en donde pudiera existir
una nevera que contuviera una fría y amarga cerveza.

—¿Quieres un pitillo? —Una voz sonó cercana a mí. Me acerqué


despacio a la única figura que se encontraba allí. Un pitillo, al
menos eso me calmaría.

—Claro. —Contesté, intentando parecer agradable. En este caso


me convenía serlo.

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La figura en cuestión era la de una mujer de unos 35 años, alta,


ojos verdes oliva, pelo rojizo. Fue la primera persona que me dio la
impresión de ser normal en aquel lugar. Su mirada trasmitía
tranquilidad y dulzura.

—¿Llevas mucho tiempo aquí? —Miré a la mujer con curiosidad,


mientras le daba una calada a mi cigarro.

—Mucho, sí, unos 12 años. —La pelirroja debió darse cuenta de


mi asombro y me sonrió de forma conciliadora.

—¿12 años? Vaya. —Contesté sin borrar mi asombro y mi


angustia—. ¿Cómo es que lleva tanto tiempo aquí? —Le pregunté,
pues solo imaginar que yo podía estar allí todo ese tiempo me
entraban unas ganas tremendas de echarme a llorar. La mujer
debía haber hecho algo bastante grave.

—Trabajo aquí, soy la psicóloga. —Su sonrisa fue ahora más


amplia que antes. Pero me dio la impresión de que se burlaba de
mí. En cierto modo sentí furia de que la única persona cuerda de
allí tuviera que ser un loquero. La miré con soberbia, le di una
última calada a mi cigarrillo y lo tiré con desgana a los pies de la
pelirroja. Luego me di media vuelta y me dispuse a regresar.

—Oye, no te sirve de nada ser tan negativa, porque no intentas


llevarte bien con la gente, te darás cuenta de que el tiempo se
pasa más rápido. —Me volteé hacia ella de nuevo, escupí al suelo
con descaro.

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—¿Por qué no me hace un favor? Deje de psicoanalizarme, yo no


estoy loca. —Luego salí de nuevo huyendo de allí y de los ojos
escrutadores de aquella mujer. Una voz sonó algo más lejana.

—Yo no he dicho que lo estés. —Alzó la voz la psicóloga. Fruncí el


ceño enfadada y sin mirar atrás me encaminé de nuevo a aquel
estercolero que sería mi habitación y mi hogar.

Hasta que no llegué a la puerta del centro no recordé a mi


compañera de habitación. Su aparente indiferencia me había
descompuesto. Había logrado sacarme de mis casillas en dos
minutos. Solo esperaba que al menos me dejara en paz. Ahora
solo quería estar sola. Entré en el centro y rápidamente una mujer
se acercó a mí, era de mediana edad y se rascaba la cabeza de una
forma nada saludable. Me sonrió de una forma extraña y luego
comenzó a tirarme de la oreja y a cantarme feliz cumpleaños. No
supe cómo actuar, pero pronto me deshice de su agarre y de
nuevo corrí escaleras arriba a encerrarme en mi cuarto. Cuando
llegué cerré la puerta tras de mí. Mi respiración era ansiosa, como
si estuviera huyendo de algo que temía. Quizás de la locura que
me rodeaba. Escuche una ahogada risita y supe que era mi
compañera, la de los ojos azules intensos. La ignoré y me dejé caer
en mi cama como un saco de papas. Cerré los ojos e intenté
conciliar el sueño, pero la respiración sosegada a mi lado no me
dejaba pegar ojo. Rendida, decidí que sería mejor entablar una
conversación con la estúpida que estaba sentada frente a mí. La
miré directamente, y me asombré de lo hermosa que era, antes no
había caído en la cuenta, quizás por la furia. Pero ahora pude

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observar su correcto perfil, liso y mortecino. Sus labios carnosos y


sonrosados. Entonces creí que admiraba su belleza, no presentí
que aquello fuera atracción por una chica. A decir verdad yo era
una chica promiscua, pero nunca había tenido ni por asomo una
relación seria con ningún chico y menos aún con una chica. Me
pregunté a qué venía pensar en esas cosas y decidí finalmente
romper con el tedioso silencio y despejar mi mente de ridículas
ideas.

—¿Tú por qué estás aquí? —Sin darme cuenta había hecho la
misma pregunta que la chica castaña me había hecho a mí
cuando llegué. La morena siguió leyendo lo que fuera que estaba
leyendo y sin desviar la vista me contestó:

—Sobredosis. —Se limitó a decir de una forma seca.

—¿Eres drogata? —Le pregunté asombrada, pues no lo parecía.

—Ya no. —Volvió a contestar de manera seca y fría, sin desviar la


vista de aquel libro.

—¿Y entonces por qué coño estás aquí? —Le pregunté con sorna.

—Locura mental transitoria, mate a mis padres y luego me comí


sus dedos asados.

—¿Algún problema con eso? —Me miró de una forma que


congelaría hasta al tío más salido. No pude cerrar la boca, creo
que durante las restantes horas hasta la cena. Estaba
jodidamente asustada y no pensaba permanecer allí con esa

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asesina, joder, coño, se había comido los dedos de sus padres, que
clase de... animal haría eso. Salí con disimulo de la habitación y
con paso veloz me dirigí a la sala de reclamaciones. Allí estaba
sentada la gorda mujer que me había llevado hasta mi habitación.

—¿Qué te ocurre hija?, tal pareciera que te acababan de dar una


mala noticia.

—No pienso dormir con esa... esa... parricida. —Le contesté


furiosa, alzando la voz sin poder evitarlo.

—¿Con qué asesina hija? —Me preguntó sin dejar de sonreír


bobamente.

—Con la zorra carnívora esa que está en mi habitación. Juro que


si no me cambian de habitación me la cargo antes de que me...

—Señorita, cuide su lenguaje. —La mujer alzó la voz de forma tan


imperiosa que me dejó muda—. Bien, ahora, tranquilícese. ¿Se
refiere a Patricia? —Me preguntó resueltamente tranquila.

—¿Y yo que cojones sé? Yo no le puse el nombre, joder. —Seguí


contestando de forma vulgar.

—Señorita, no quiero volver a llamarle la atención sobre los tacos,


entendido. —Me dijo la mujer calmada.

—¿Qué? ¿Me meten en una habitación con una jodida loca y


pretende que no me cague en to lo que se menea? —La mujer miró
hacia la puerta de mi habitación y luego se tapó la boca

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disimulando una sonrisa. Aquel gesto me enfureció aún más—.


¿Se puede saber qué es lo que tiene tanta puñetera gracia? —le
inquirí a la mujer sin dejar de mirarla.

—Sabes hija, Patricia no está loca, ni es carnívora, ni parricida...


es... una simple estudiante que está aquí por... una sobredosis.
Sus padres están vivos, hija, es solo que a Patricia le gusta
tomarle el pelo a las novatas como tu. —Me contestó la mujer, de
nuevo sin dejar de sonreír.

La miré despectivamente y luego furiosa por haber caído en el


engaño pegué una patada al mostrador. Miré a mi habitación, me
di cuenta de que Patricia se reía asomada a la puerta con su
talante soberbio y no pude contener las ganas de partirle la cara,
por más hermosa que esta fuera. Decidida me fui hacia ella y le
pegué un puñetazo en la cara, ella calló hacia atrás, en su rostro
vi una expresión de asombro. Pero no pude seguir mirándola
porque pronto ella se levantó para devolverme el puñetazo y de
esta forma acabamos revolcándonos por los suelos, estirando de
pelos, uñas, pegando fieramente, mientras un barullo se
arremolinaba a nuestro alrededor. Gracias a Dios que nos
separaron, porque de no haber sido así ahora estaríamos sin pelo
ni uñas y con más moretones que un traje de feria.

De esta forma fue como acabamos las dos en la celda de castigo,


un lugar más podrido aun que el resto de las habitaciones de
aquel asqueroso centro de puta rehabilitación. En aquel cuadrado
metálico solo había una pequeña y minúscula cama y un váter,

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eso era todo. Pero lo gracioso es que no nos pusieron separadas,


no. A doña culo gordo se le ocurrió que era mejor encerrarnos
juntas para que limáramos asperezas, que jodia. Nos tuvieron que
llevar a rastras, eso sí, luego pensé que el espectáculo debió haber
sido bochornoso, pero ya no había marcha atrás. Y allí estaba yo,
con la tipeja de ojos azules inexpresivos y su flamante sonrisa
perversa. La miré de reojo y rápidamente corrí hacia la única
cama del lugar, pero ella se me adelantó, supongo que ya había
estado en este sitio antes. Tragué saliva, e intenté calmar mi ira al
ver que asomaba a su boca una sonrisa burlona y soberbia.

—Ohhh, rubita, te quedaste sin cama, ¿ehh? —Me preguntó con


sarcasmo y su sonrisa de superioridad.

—Cállate zorra. —Dije en un susurro mientras me sentaba en la


esquina de la celda, en el suelo.

La mujer morena se tendió en la cama con aire de suficiencia, sin


que su sonrisilla desesperante desapareciera aun. No hizo ningún
comentario más durante las siguientes horas. Yo estaba bien, al
menos al principio estaba cómoda, un poco dolorida por los
golpes. Pero cuando pasó de la media noche oí como mis dientes
castañeaban con fuerza, el frio me estaba aturdiendo y juro que
más que nunca desee tener una calentita manta con la que
taparme. Estaba pensando en una cálida manta cuando me di
cuenta de que la chica me observaba divertida, tendida de lado,
con la cabeza apoyada en su mano.

—¿Tienes frio? —Me preguntó con tono divertido.


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—Jodete. —Le respondí furiosa.

—No, perdona, la que se está jodiendo eres tú. —Me dijo


mirándome de forma tan seria que pensé estaba considerando la
posibilidad de volver a golpearme.

—Vete a la mierda. —Le contesté sin amedrentarme.

—Mira, lo siento, vale, solo pretendía gastarte una broma. —Me


contestó con la expresión seria por la que empezaba a sentir
curiosidad.

—Disculpas aceptadas, ahora déjame en paz, ¿vale? —Le dije, aun


enfurecida.

—Bien. —Se limitó a contestarme. Luego se colocó boca arriba y


cerro sus ojos para conciliar el sueño, mientras yo luchaba en mi
interior por no rebajarme a pedirle una manta o algo para
taparme.

No sé cuánto tiempo pasó hasta que logré conciliar el sueño yo


también. Hasta entonces me distraje en observarla y me di cuenta
de que su figura me era más familiar de lo habitual. Su expresión
tranquila me daba cierta seguridad, no supe cómo explicarlo
entonces, ni aun ahora, pero me sentí tranquila allí con ella.
Observé sus dulces labios entreabiertos y tuve unas ganas
tremendas de rozarlos con los míos. Pensé que era uno de esos
ridículos y alocados pensamientos que se te pasan por la cabeza
cuando estás con el mono. Pero había algo en ella que me atraía,
algo muy primitivo, mi corazón me decía que ella era mía. Sonreí,
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estaba volviéndome loca y todo por no tener una manta


confortable. Desvié mi atención de ella, pero no pude hacerlo por
mucho tiempo, su figura era tan misteriosa para mí. Miré
embelesada el sosegado ritmo de su respiración, el ir y venir de su
pecho. Y así logre caer en los brazos de Morfeo. El frío dejó paso a
una tranquilidad nunca experimentada por mí, no sé cómo ni por
qué, pero en un momento de mi sueño me sentí entre grandes
almohadones, bien arropada por los brazos fuerte y bronceados de
alguien, mientras me acariciaba el rostro con la palma de su mano
y se sentía tan dulce, sentí un calor en mis labios y luego una
suave brisa húmeda.

Me desperté asustada por el terrible ruido de la puerta y su


chirriar, me costó un momento habituarme al sitio donde me
encontraba. Observé que ya no tenía frío, estaba tapada con una
manta. Fruncí el ceño extrañada y luego miré a la chica morena
que estaba de pié en medio de la habitación con una cara... que
parecía tal como si la hubieran pillado haciendo algo vergonzoso.
Pronto me di cuenta de que ella me estaba observando dormir,
pero me pregunté por qué. La mujer del culo gordo y el guarda nos
indicaron que podíamos salir de allí. Sin más me dirigí a mi
habitación, pero la monótona voz de la mujer de recepción me
distrajo.

—Tenéis media hora para daros una ducha y hacer lo que sea que
tengáis que hacer. Luego os quiero ver en la sala 2, tenéis vuestra
charla de grupo. Ohh, por cierto, Andrea, tú debes hablar primero

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con la Doctora Bleis, primera planta, despacho 5. —Y tal como


apareció se marchó por el angosto pasillo.

Sin abrir la boca tan solo para respirar me dirigí a mi habitación,


pero claro, me di cuenta de que solo había una ducha así que
corrí rápida, antes de que Patricia pudiera llegar. Esta vez
conseguí llegar antes y le sonreí con autosuficiencia, pero ella
pasó por mi lado sin ni siquiera mirarme y se recostó sobre su
cama, luego cerró los ojos. Me sentí un poco frustrada, esperaba
que ella, no sé, se enfadara conmigo o algo, pero solo me ignoro,
de tal forma que me sentí miserable.

—¿No vas a ducharte? —Le pregunté casi en un susurro.

—Mmmm... sip. —Tardó un tiempo en contestar.

—Pues tendrás que hacerlo después de mí. Le dije intentando


pincharla.

—Mmmm... bien. —Contestó indiferente. Enfadada me fuí hacia


ella y de brazos cruzado la observé.

—¿Tu de qué vas? ¿No vas a pelearte por ser la primera en


ducharte? —Le pregunté entre asombrada, enfadada y furiosa.

—¿Debería?, ¿es eso lo que quieres? —Abrió sus ojos de par en


par y me miró fijamente. Pude observar que yo no le era
totalmente indiferente.

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—Vete a la mierda. —Le contesté furiosa y cuando me di la vuelta


para dirigirme de nuevo al baño, ella saltó por encima de su cama
y la mía y se colocó frente a la puerta del baño. La miré
sorprendida.

—¿Es esto lo que quieres? —Me preguntó dibujando una sonrisa


perversa. Intenté pasar, pero a cada intento que yo hacía ella me
impedía el paso. Desesperada le empuje y ella entró en el baño.
Rápidamente entré tras ella, pero en ese momento la puerta se
cerró y alguien, echó el pestillo. La miré con pánico en los ojos y
supe que ella también estaba asustada. Luego la luz del baño se
apagó y quedamos envueltas en sombras. Ella corrió hacia la
puerta y la aporreó con fuerza.

—¡¡¡Lisa, te he dicho que esto no tiene gracia, deja de joderme!!! —


Gritó con fuerza. Yo fruncí el ceño sin comprender nada.

—¿Quién es Lisa? —Pregunté confusa.

—Lisa, ¿estás ahí? Abre por favor, no hay extraterrestres, ya te lo


dije y tu padre no es del FBI. —Sonreí al darme cuenta quién era
la tal Lisa. Pero mi sonrisa se fue al darme cuenta de la situación
en la que nos encontrábamos. Patricia aporreaba la puerta con
fuerza, pero todo parecía en vano, al parecer era la hora del
desayuno y luego vendrían las clases y al menos hasta las 4 o las
5 no subirían al pabellón. Esto era magnifico, yo estaba destinada
a quedarme encerrada con esta tía en toda clase de sitios, como si
fuera cosa del hado.

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—¿Por qué coño hay pestillos fuera del baño, joder? —Pregunté
más para mí misma que para ella.

—Yo que coño sé, supongo que el jodido tío que planeo este sitio
pensó en una cárcel en vez de un centro de rehabilitación. —Me
contestó tan furiosa como yo.

La escuché respirar ansiosamente, como si tuviera miedo de algo y


me asombré, lo primero que pensé es que quizás era
claustrofóbica. Decidí pincharla un poco, no sabiendo las
consecuencias que ello podría acarrearme.

—¿Eres claustrofóbica? —Le pregunté con burla.

—Que te folle un pez. —Me respondió obviamente enfadada.

—Lo eres, lo sabía, cobarde, te da miedo la oscuridad. —Me metí


con ella.

—Que te calles rubita o te vas a arrepentir. —Yo sonreí ante su


amenaza, empezaba a gustarme hacerla rabiar.

—Uhhh, que oscuro, las sombras parecen surcar el aire y


aplastarse sobre nosotras, que calor... —Empecé a quejarme.

—Tú lo has querido. —Me dijo desafiante. La escuché moverse con


temor, buscándome por la pequeña habitación, pero sus
movimientos eran lentos, como los de una tortuga acobardada.

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—Estoy aquí, venga, vamos, zorra, ven a cogerme. —Le dije con
una voz que me recordó la voz seductora de una línea telefónica
caliente.

—Como te coja, rata callejera. —Me metí en la bañera con


cuidado, intentado que ella no escuchase nada, pero pareció oírme
porque dio unos pasos muy seguros hacia mí. Asustada golpeé el
grifo justo cuando ella entraba también en la bañera y me
agarraba por las muñecas para sostenerme, con la intención de no
dejarme escapar. Al momento escuché un ruido sordo y el agua
fría empezó a caer sobre nosotras. Noté que ella se había asustado
y en un acto reflejo pegó un saltó que nos hizo tambalearnos a las
dos hasta caer con un sordo ruido sobre la plataforma de la
bañera. La postura era algo incomoda, por no decir bastante. Ella
sobre mí, bastante cerca, pues noté sus erectos pechos rozando
los míos y su aliento caliente sobre mis labios, su rodilla
descansaba en mi entrepierna, de tal forma que estaba sintiendo
un calor poco común en mí, me estaba excitando de una manera
sofocante y con una chica. A juzgar por el trote de su corazón,
supuse que ella estaba sintiendo algo parecido y tuve un gran
deseo de acercarme más a ella. Sus manos se habían posado
sobre mis caderas, mientras las mías se agarraban a su ancha
espalda como a un ancla. En toda aquella oscuridad solo pude
observar el refulgente tono azulado de sus ojos y cuando estaba a
punto de rozar sus labios con los míos, las luces se encendieron.
Rápidamente ella se incorporó sin dejar de agarrarme, por lo que
yo también me levanté. El agua seguía cayendo y entonces pude
mirarla a los ojos frente a frente. Estaba sonrojada, con los labios
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más rojos de lo habitual y su cuerpo me enviaba olas de calor que


contrastaban con el frío del agua. Antes de que la puerta se
abriese ella se acercó a mí de forma brusca y me besó, me besó
como si hubiera estado deseándolo toda su vida y así respondí yo
también. El beso duró solo breves segundos, pero me empapé de
su sabor, aun cuando ni siquiera pude adentrarme en el universo
de su boca como me hubiera gustado, a la manera francesa.

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Solo esa era la verdad, que yo estaba con la chica de nuevo


encerrada en aquel horrible y apestoso rincón. Ella, para mi
sorpresa me cedió la cama. Quizás yo le caía mejor desde... bueno,
joder, ella me besó, yo le gustaba a ella, no ella a mí. Al menos eso
creía, pero me equivoqué. De todas formas, sigamos con mi
historia. Como ya os he dicho, la recepcionista creyó que
estábamos peleándonos de nuevo. Y yo pensé en aquel momento:
«¿Pero esta tía es tonta o se lo hace?», joder si casi nos estábamos
desnudando, yo no sé dónde vio ella la conducta violenta. Pero
bueno, dejémoslo así. Para mí fue mejor y menos vergonzoso que
pensara en mi como una chica peleona que como tortillera, bollera
o como sea que sea. Bueno, el hecho es que yo no era tortillera, al
menos hasta entonces me habían gustado los tíos y nunca me
había dado por fijarme en una tía, no por nada, soy liberal y todo
eso, pero ninguna me llamaba la atención, supongo que ella sí lo
logró. Dejo de divagar y sigo con lo que estaba. El caso, es que
estábamos las dos allí encerradas, ella mirándome sin pestañear y
yo disimulando que no la miraba. Aquello me resultaba muy
incómodo por no decir tormentoso. Sus ojos, para que os lo
imaginéis eran de una azul tan transparente que daba la
impresión de que podrías ver sus pensamientos reflejados en ellos.
Daban miedo, pero a la vez era calmoso, al menos para mí. Harta
de su mirada penetrante la enfrenté cara a cara y ella me sonrió,

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sí, como escucháis, me sonrió como si esperara aquel momento


durante todo el tiempo que me había estado observando.
—¿Qué? —Le pregunté algo histérica.
—Nada. —Fue su escueta respuesta, demasiado escueta para mí.
—¿Entonces qué miras? —La chica, o en su caso, Patricia, como
decía llamarse, me miró de nuevo con arrogancia.
—Eres guapa. Se limitó a contestar sin borrar su sonrisa. Yo
levanté las cejas tanto como pude, sorprendida de sus palabras.
—Oye, que te quede claro, yo no soy bollera, ¿vale? —Le dije en
tono amenazante, quería dejar claro esa cuestión cuanto antes,
sin embargo no pude negar que sus palabras me había seducido
de alguna forma.
—Me besaste. —Increpó seria. De nuevo elevé las cejas,
doblemente asombrada.
—Perdona, pero fuiste tú la que me besó. —Le dije obviamente
algo enfadada.
—Me metiste la lengua. —Me dice sonriendo de nuevo con
arrogancia. Por un momento no sé qué decir, ella tenía razón, y
qué coño podía argumentar en mi favor.
—Yo... yo me dejé llevar, fue algo instintivo, la costumbre. —
Contesté indiferente, dejé de mirarla, incomodada, y me tendí en
la cama de nuevo. Luego cerré los ojos, intentado dar por
concluida nuestra conversación, pero ella volvió a hablar.
—A mí no me pareció eso. —Su voz sonó seductora. No le
contesté, intentaba ignorarla, pero cuando quise darme cuenta,
noté un suave y delirantemente dulce roce sobre mis labios. Era
un sabor tan familiar. Sin darme cuenta mis labios se

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entreabrieron y permitieron que su lengua se adentrase en lo


recóndito de mi boca, sin darme tiempo a pensar en lo que estaba
haciendo. Ella se empezó a separar y sin querer mi cuerpo se elevó
con la necesidad de alargar aquel beso. Entonces noté como se
reía sobre mis labios y me separé, consciente por vez primera de lo
que estaba ocurriendo. Ella se levantó de encima de mí y se
marchó a su esquina, sin borrar un ápice de su sonrisa
maquiavélica.
—¿Así que no te gustó? —Preguntó con ironía. Incorporada sobre
la cama, la miré indignada y al mismo tiempo avergonzada.
Entonces decidí ser de nuevo la zorra malcriada y me busqué la
respuesta más hiriente que pude encontrar.
—¿Sabes por qué estoy aquí? —Le pregunté sin borrar una
sonrisa diabólica de mi rostro. Ella se sorprendió de mi aparente
cambio de humor.
—No, me gustaría saberlo. —Dijo ella curiosa y sorprendida.
—Soy promiscua. —Ella abrió los ojos como platos. Noté que mi
revelación le había golpeado—. Sí, mis padres me encerraron aquí
porque me lo hice con mi profesor particular, con el jardinero, con
casi todo el equipo de futbol de la universidad... —La miré, estaba
ciertamente pensativa, vi cierta expresión de desilusión en su
rostro—. No es que me gusten tus besos, es que me gustan todos
los besos... aunque, a decir verdad, tu beso no es uno de los
mejores, en un ranking del uno al 10 quedarías en el puesto 10. —
Y así finalicé mi largo monólogo y ella permaneció callada y seria,
con la cabeza gacha durante cerca de tres horas, hasta que nos
trajeron la comida.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—¿No comes? —Le pregunté al verla aun seria y callada, y tan


estática como una estatua. Elevó la mirada, herida y desafiante y
chasqueó la lengua en señal de disgusto.
—NO. —Contestó fríamente.
—¿No tienes hambre? —Le pregunté con diversión.
—NO. —Volvió a contestar.
—¿Entonces, te importa que me coma tu plato? —Le pregunte con
indiferencia. Ella me miró, parecía aún más herida.
—Haz lo que te dé la gana. —Sonreí satisfecha y me llevé a la boca
un trozo de su filete. Ella me miró extasiada comer y de nuevo
sentí esa incomodidad.
—Ahora tengo hambre. —Me miró fijamente, como si yo fuera su
almuerzo y no el suculento filete, porque debía decirlo, la comida
de allí no estaba nada mal. La miré sin comprender, y ella siguió
mirándome seria. Un poco retraída le alargué su plato, ella lo
cogió. La observé mirar durante unos instantes la comida y se
llevó una cucharada de gelatina de fresa a la boca. Luego abrió su
boca, con la gelatina aun en su interior y con una mirada
seductora me preguntó.
—¿Te apetece? —Miré sus labios y me parecieron el manjar más
sabroso que podía haber comido nunca. Qué demonios me
pasaba. Su beso de antes no me había sido indiferente, en
absoluto, deseaba que me besara más que nada, más incluso que
una cerveza. La gelatina se asemejaba a su color de labios y ella
saboreaba el trozo, rozándolo en ocasiones con sus labios. Noté
como empezaba a excitarme con aquella simple visión. Baje la
cara al notar como la sangre subía a mis mejillas con fuerza.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—Deja de hacer eso. —Le dije sin mirarla.


—¿El qué? Esto. —Se había acercado a mí y ahora estaba a
apenas diez centímetro de mis labios. Suspiré sin dejar de
observar sus labios moverse de una lado a otro—. ¿Te gusta ehh?
—Preguntó tragándose de una vez el trozo de gelatina. ¿Y qué le
podía decir yo?, ¿qué no?
—Déjame en paz, quieres. —Le dije mosqueada.
—Está bien, te propongo algo, si eres capaz de quitarme este trozo
de gelatina. —Paró y se llevó a la boca otro pequeño trozo de
gelatina—. Te dejaré en paz. —Terminó de decir dificultosamente.
La idea no me parecía mala, entre otras cosas porque sentía unas
ganas tremendas de volver a besarla, pero no iba a caer tan bajo,
así que me fui acercando a ella cautelosamente, ante la mirada
asombrada de la morena. Ella entreabrió los labios, enseñando
algo más el trozo de gelatina, y en esas estábamos, cuando de un
manotazo le arrebate el trozo de la boca y ella me miró
desilusionada. Yo reí a carcajadas.
—Un trato es un trato. —Le dije y ella me miró con sorpresa.
—Está bien, te dejare en paz. —Se fue a la esquina de la
habitación y se sentó silenciosa.

Aquel día no cruzamos más palabras, ella ni siquiera me miró


más. Empezaba a arrepentirme de decirle que me dejara en paz.
Desee que me hablara, aunque fuera para soltarme una bordería.
Pero ella se acostó y cerró los ojos sin dirigirme la palabra. Me
levanté a la mañana siguiente, ella ya no estaba, se habría ido a
desayunar.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

Así que la mañana transcurrió más tranquila que los días

anteriores. Hice caso de la recepcionista y fui a ver a la


maravillosa doctora Bleis, es decir, a la loquera de turno. Me senté
en una cómoda silla y la miré aburrida e indiferente.

—Me alegro de volver a verte, Andrea. —Dijo la pelirroja con una


gran sonrisa sincera.

—Yo no. —Contesté secamente sin dejar de mirarla a los ojos.

—Veo que no has dejado de ser tu misma. —Ella sonrió y se


levantó para mirar por las grandes ventanas de su despacho.

—Vaya al grano, quiere. —Contesté mientras jugaba con un


pequeño artefacto que había sobre la mesa.

—¿Sabes por qué estás aquí, verdad? —Preguntó la mujer


mirándome seriamente.

—Sí, por colgar de los huevos a mi anterior loquero. —Luego


sonreí con ironía. La pelirroja se rió de mis palabras y luego volvió
a tomar asiento.

—Solo quiero que sepas que solo se te permite ver a tus padres y
si te pillo con drogas o alcohol vas directa a la cárcel. ¿Está claro?
—La pelirroja se rió con ironía y yo le respondí de igual forma.
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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—Cristalino. —Contesté—. ¿Ya está, eso es todo? —Pregunté con


sarcasmo. La pelirroja asintió y volvió la vista a sus papeles—.
¿Cuánto te pagan por esto? —Pregunté de forma retórica mientras
salía por la puerta.

—Al menos tienes buen humor. —Oí que decía antes de que
cerrara la puerta.

Anduve por los pasillos, mirando las caras de todos aquellos con
los que me cruzaba. Algunos podían pasar totalmente
desapercibidos, pero otros tenían un aspecto totalmente ridículo.

Subí a la segunda planta, y aunque sabía que tenía una reunión


con mi grupo, caminé despacio, no queriendo llegar nunca. Si
caminabas por los pasillos de la planta en la que yo estaba podías
imaginar que estabas en un colegio mayor, de hecho, también
había colegio en aquel apestoso sitio. Joder, y pensé que me había
salvado de la universidad. Algunos grupos de chicos y chicas
hablaban felices en una sala y daba la impresión de que eran muy
buenos amigos. Sentí celos y envidia, pues nunca en mi
relativamente corta vida había tenido amigos de verdad. Nunca me
duraban mucho, yo era muy egocéntrica y nunca me interesaba
por nadie, más que por mí misma. Poco a poco se fueron
cansando uno por uno de mí y yo dejé de buscar amistad o amor,
me limitaba a pasar por la vida sin más, sin esperar nada de nadie
y sin dar nada a nadie. Pero lo cierto es que deseaba saber que era
tener un buen amigo que te escuchara y comprendiera o alguien
que te abrazara cuando sintieras que estabas sola en este mundo.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

Pensando en estas jilipolleces, llegué hasta la sala donde mi grupo


se reunía. Todos me miraron intensamente y los miré a todos de
forma despectiva. A un lado, algo apartada del grupo estaba
Patricia. Estaba escribiendo distraídamente en un cuaderno. Un
hombre estaba de pie y había dejado de hablar cuando yo entré.

—Pasa, Andrea. —De forma desdeñosa entré y no esperé a que


me invitara a sentarme—. Yo soy el doctor Morris, pero puedes
llamarme Bud. —Le miré con el ceño fruncido.

—¿Qué clase de nombre es ese? Budmorritos, es horroroso. —Dije


riéndome de mi gracia, pero nadie más se rió.

—Bueno, es el nombre que me pusieron, pero si no te gusta no es


mi problema. Ahora cállate y escucha respetuosamente a tus
compañeros de grupo. —El doctor Morris se recompuso algo
incómodo en su asiento. Patricia sonreía divertida en la otra punta
de la habitación. El tío que estaba de pie volvió a hablar.

—Como ya dije mi vida es una mierda. —Dijo el hombre


melancólico.

—Desde que estoy aquí, la mía también. —Dije yo con sarcasmo,


algunos me miraron serios. Yo solo sonreía irónica.

—¿Por qué no le explicas a Andrea por qué tu vida es una mierda?


—Le indicó Budmorritos. El hombre me miró con una expresión
de suma tristeza en su rostro y por primera vez quise escuchar lo
que él tenía que decirme.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—Yo era un hombre muy feliz, estaba casado con una espléndida
mujer a la que amaba más que a nada y tenía un hijo maravilloso.
Pero los problemas comenzaron a llegar cuando comencé a beber,
pensaba que bebiendo se me pasarían los problemas que tenía en
el trabajo, pero era todo lo contrario. Siempre había sido un buen
médico, pero empecé a fallar, a llegar tarde, perdí algunos
pacientes por mi ineptitud y finalmente conseguí que me
despidieran. Me enfurecí tanto que me fui a beber solo al bar,
estaba muy borracho y llegué a mi casa pegando gritos y
despertando a todos mis vecinos. Mi mujer horrorizada se echó a
llorar y mi hijo pequeño no ha dejado de odiarme desde entonces.
Quiero hacer algo por recuperarle, pero sobre todo hago esto por
mí. —Parpadeé varias veces, pensando en lo triste de la historia de
aquel tipo. Si hubiera escuchado la historia en boca de otro
pensaría que era un jodido capullo irresponsable, pero en aquellas
circunstancias no dejaba de pensar en lo mal que lo estaría
pasando.

—Lo siento. —Alcancé a decir y todos me miraron con


complacientes sonrisas. Por primera vez me sentí aceptada, me
sentí integrada en un lugar, en un grupo, y sonreí entusiasmada.
Quizás aquello era una jodida mierda, pero me hacía sentir bien.

—Bien, por hoy hemos terminado. —Habló el doctor Morris con


una sonrisa en su rostro—. Espero que mañana seas puntual,
Andrea. —Me indicó serio, yo solo asentí aturdida por haber
perdido mi caparazón. Me acordé de Patricia y la vi sonriéndome
dulcemente, me encantó aquella sonrisa inocente y traviesa y

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

pensé que valía la pena empezar a ser buena chica tan solo por
verla sonreírme de aquella manera. Se acercó a mí de forma algo
tímida.

—Sabía que no eras una bruja. —Sonreí estúpidamente sin poder


dejar de mirar su sonrisa.

—No. —Contesté medio hipnotizada por su mirada y sus labios.

—Me gusta más esta Andrea. —Me dijo y escondió su sonrisa tras
la mata de pelo liso y negro.

—A mí... también me gusta más esta Patricia. —Contesté


intentando verle la mirada, ya que ella la había escondido
avergonzada.

—Estupendo, ¿almorzamos juntas? —Preguntó contenta y


mirándome de nuevo pícaramente.

—Claro. —Le contesté y caminamos juntas hacia la cafetería.

—En realidad, esto no es tan malo, solo intenta no estar mucho


tiempo en la primera planta, podrías volverte loca. —Me explicó
mirándome todavía avergonzada. Me reí a carcajadas.

—Puede que ya lo esté. —Contesté y nos reímos las dos. Por


primera vez pensé que empezaba a tener una amiga.

Aquel día fue uno de los mejores que recordara de toda mi vida.
Estuve charlando con Patricia hasta toda la tarde y supe que le
estaba cogiendo un cariño desorbitado. Me encantaba su forma de

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

sonreírme, su manera de mirarme, como si yo fuera su ídolo. Creí


que solo me estaba encariñando, nunca me paré a pensar en la
magnitud de mis sentimientos. Patricia llevaba tiempo allí, casi un
año. Había entrado después de tener una grave sobredosis que
casi la deja en coma. Pero consiguió sobrevivir y luego sus padres
la trajeron al reformatorio. Al principio era igual de arisca que yo,
pero me contó que luego se fue encariñando con todos y a veces se
apenaba cuando alguien se marchaba del reformatorio,
habiéndose recuperado. La tarde se nos hizo corta y el tiempo
pasó volando. Ambas nos fuimos a acostar, pero no pudimos
evitar seguir hablando. Me sentí como si asumiera que ella debía
conocer toda mi vida.

—¿De qué parte de Texas eres?

—De San Antonio, ¿Y tú? —Me preguntó Patricia.

—De Houston. Vivimos cerquita. —Le dije sonriendo. Ella asintió


contenta.

—Cuando salgamos de aquí, ¿podré ir a visitarte? —Yo asentí


expresando mi alegría de tener una amiga.

—Me encantaría. —Patricia, tendida en su cama, dejó de mirarme


y miró el techo pensativa—. ¿Qué ocurre? —Le pregunté
extrañada por el cambio de humor.

—Es solo que... siento, siento lo de... todo lo de antes. Yo solo


pretendía intimidarte un poco... creí que eras una típica

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

ricachona... ya sabes, olvídalo. —Asentí sin dejar de sonreírle


sinceramente.

—La verdad, es que soy una típica ricachona. —Contesté


riéndome, ella también se reía. Luego me miró seria, pero
intensamente.

—Pero tú eres especial. —Contestó y me miró tan seductoramente


que pensé que estaba coqueteando conmigo. Y a pesar de que me
gustaba me sentía incomoda. Y luego me puse a pensar en que
quizás ella se estaba haciendo una idea equivocada de nuestra
relación—. Yo... lo siento, no he pretendido incomodarte. Ya sé
que no te gustan las chicas... es solo que... de verdad creo que
eres especial, al margen de que me gustes o no.

—Gracias. Tú también eres especial, eres una buena amiga. —Y


recalqué estas últimas palabras más de lo normal. Ella asintió y
me miró con una media sonrisa.

—Gracias.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —Atraje toda su atención—. ¿De


veras eres lesbiana o solo te estás quedando conmigo? —Le
pregunté algo avergonzada.

—La verdad es que me gusta la persona, nunca me fijo en el físico,


bueno, casi nunca. —Me sonrió divertida.

—¿Quieres decir que te puede gustar tanto una chica como un


chico? —Ella asintió bajando la cabeza algo avergonzada.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—Vaya con la niña, y parecía tonta. —Dije burlona y ella me


respondió tirándome un cojín a la cara. Tras lo cual vino la
campal batalla de almohadas, a los gritos acudieron el guardia y
la gorda, pero al vernos reír a carcajadas, se quedaron
mirándonos extrañados.

—Jóvenes, nunca sabes por donde te van a salir. —Dijo la


recepcionista y encogió sus hombros mirando al guardia. Éste
indiferente, volvió a su lugar y ella fue tras él con una sonrisa,
pensando en las dos chicas y en lo felices que parecían ahora.

Desde aquel día todo fue mejor. No solo disfrutaba de mi estancia


en aquella residencia, sino también de la compañía. A pesar de
que todos tenían sus rarezas había hecho algunas amistades. Del
grupo me llevaba muy bien con Carmen, también alcohólica. Era
una chica sudamericana de mediana edad casada y con tres hijos,
su marido era un bastardo que la maltrataba día a día sin
descanso. Luego también hice buenas migas con David, un chico
apuesto y muy elocuente que desde un principio me calló bien. Su
problema era que estaba obsesionado con los extraterrestres y
todo esos temas en los que yo nunca me paré a pensar, ésta fue la
causa por la que empezó a tomar alucinógenos y todo esa mierda.

También conocí a gente a través de Patricia. Tenía una amiga que


desde la primera vez que la vi me calló simpática, Mary, rubia y de
ojos marrones miel. Luego estaba Lucia, también simpática, pero
que pasaba mucho más desapercibida que Mary. A decir verdad,
todas las amistades de Patricia me caían bien. Tenía amigos y

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

bastantes amigas, pero había una chica a la que no soportaba,


Lidia. Tan solo acordarme de ella me molesta. Era muy guapa y
muy atractiva, eso no lo pude negar, pero en más de una ocasión
la escuché hablar mal de la gente de allí, incluso de Patricia. Me
calló peor aun cuando Patricia me confesó que le atraía y le
parecía una mujer misteriosa. Recuerdo aquel día perfectamente.
Yo estaba sentada en la cafetería, hablando con Mary. Patricia se
sentó distraída al lado de nosotras, pero sin hacer caso a nuestra
conversación. Entonces la noté rara, pero no le di la mayor
importancia. Me despedí de Mary y Patricia se vino conmigo a la
habitación. Por el camino no dijo nada, solo se limitó a evitar mi
mirada interrogante. Entré en la habitación y ella detrás de mí. Se
echó en la cama con un saco de papas y cerró los ojos dando un
bufido.

—¿Me vas a contar que ocurre? —Le pregunté desesperada por su


mutismo. Ella abrió los ojos y me miró intensamente.

—Me ha pasada algo... curioso. —Dijo entre dientes.

—¿Qué? —Le volví a preguntar deseosa de que siguiera. Ella se


levantó de la cama y se echó el pelo hacia atrás, dejando
descubierto su terso cuello y un gran chupetón. Abrí los ojos con
sorpresa, pero algo en mí se removió de una manera que me
resultó incomoda y dolorosa—. ¿Quién te hizo eso? —Pregunté de
manera protectora, pensando que ella no lo había deseado.

—No, yo, dejé que ocurriera... —Parpadeé sin dar crédito a mis
oídos.
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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—¿Dejaste que alguien te hiciera eso? —Le pregunté acercándome


a ella para ver el chupetón mejor y luego puse cara de
repugnancia, ella lo notó y bajó la cara avergonzada.

—Me gustó. —Me confesó, aun sin atreverse a mirarme.

—¿No te dolió? —Pregunté extrañada. Ella negó y volvió a


mirarme.

—Pero, ¿quién fue? —Le pregunté curiosa.

—Fue una mujer. —Se limitó a decirme. Yo arquee las cejas con
sorpresa.

—¿Quién? —Casi grité, invadida por algo que no supe explicar en


aquel entonces, pero que ahora tengo claro que fueron celos. Ella
se sobresaltó.

—Lidia. —Yo fruncí el ceño y con disgusto salí por la puerta de la


habitación dando un portazo. Sé que ella se preguntó muchas
veces el porqué de mi reacción, pero acabó creyendo que mi
enfado se debía a que yo odiaba a Lidia.

Luego me disculpé por mi reacción y le dije que era libre de estar


con quien quisiera y que yo no debí juzgarla. Lo solucionamos
todo, pero yo entonces empecé a sospechar sobre mis
sentimientos hacia ella. Recuerdo un día en el que algunos
jóvenes nos escapamos al bosque a mitad de la noche, para
hablar, disfrutar un poco de libertad y quizás algunos con el
pensamiento de tener contacto íntimo. Yo andaba junto a Mary y

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

Lucia y hablábamos del grupo, del problema de aquel, de que al


otro le quedaba poco para marcharse y demás cosas. Patricia
venía más atrás hablando con Lidia. Yo no estaba atendiendo a la
conversación de Mary y Lucia, solo asentía cuando creía que debía
hacerlo. Intentaba escuchar algo de lo que hablaban ellas dos,
pero no lo conseguía y me sentí impotente.

—Ehh, Andrea, vamos a bañarnos. —David me arrastró al lago,


donde ya había algunos chicos y chicas en el agua. Algunos
incluso iban desnudos. Me lo pensé un instante, preguntándome
cuales serían los intereses de David, pero finalmente accedí.

Después de entrar con David, tan solo con la ropa interior, nos
reímos y divertimos mucho todos. Pero al buscar a Patricia no vi
rastro de ella ni de Lucia, salí del agua cuando no me prestaban
atención y anduve por los alrededores solo con una camiseta de
David puesta buscando a las chicas. El motivo de mi preocupación
no era otro que los celos. Quería saber a toda costa qué estaban
haciendo ambas y cuando las vi, tendidas sobre la mojada hierba,
besándose y acariciándose en sitios que nunca hubiera creído que
podrían ser acariciados, corrí asustada de vuelta al centro. Mi
respiración estaba agitada y mi corazón tamborileaba
juguetonamente. Estaba rabiosa por lo que Patricia había hecho, y
no porque odiara a Lidia, sino porque me gustaba Patricia. Fue
entonces, esa noche en la soledad de mi habitación cuando me di
cuenta de que, quizás estaba enamorada de la morena. De esta
forma, no logré conciliar el sueño en toda la noche, hasta que casi
al amanecer, la puerta se abrió con suavidad. Yo estaba vuelta de

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

espaldas a la cama de Patricia. Ella ni si quiera entró en la cama.


Directamente fue a la ducha y yo pude respirar tranquila. Me
acomodé en la cama, escuchando el goteo de la ducha y me
tranquilicé. Sin darme cuenta empecé a imaginarme a Patricia
desnuda bajo el agua, con su morena y suave piel salpicada de
gotitas de agua y sin querer me excité, como una colegiala con su
guapo profesor.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

Los rayos del sol alumbraron la estancia de forma insistente


y me encontré de mal humor nada más abrir los ojos. Patricia no
estaba en su cama; lo primero que pensé es que estaba con Lidia y
pude comprobar que no me equivocaba cuando al bajar al
comedor las vi a ambas sentadas juntas y hablando
animadamente. Desdeñosa volví la vista y vi a David y Lucia
sentados en una de las mesas, me hacían gestos para que me
uniera a ellos. Para mi sorpresa ni siquiera tenía hambre, con lo
mucho que me gustaba a mí un buen desayuno, pero, como ya he
dicho, ese día no estaba del humor que cabría esperar. Rechacé la
invitación de David de dar un paseo, pero cuando observé a
Patricia y a Lidia marcharse del comedor juntas, me levanté
irritada y forcé a David a que me acompañara. Supongo que él
debió de pensar que mi comportamiento era extraño, pero no
parecía sorprendido, sino más bien encantado con que yo le
prestara más atención de lo normal. Sin embargo, fui incapaz de
encontrarlas, pese a que estuvimos dando vueltas por todo el
edificio, incluso por la primera planta. Pero no había rastro de
aquellas dos. Miré a David y percibí que ya no parecía tan
encantado, más bien estaba harto.

Se despidió de mí con una excusa estúpida, que me puso aun de


más mal humor, y luego se marchó con uno de sus amigos,

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

refunfuñando algo. Supongo que ya no le caía también.


Desde ese día a penas si veía a Patricia y me dolía la idea de que
nuestra grata amistad se viera rota de aquella forma y por culpa
de aquella estúpida niña engreída. Intenté olvidarla y en mis ratos
libres pasaba las horas muertas en la biblioteca. Había adquirido
un gusto exacerbado por la lectura y la soledad, pero solo quería
olvidarme de todo. Poco después, dejé de pensar en Patricia y eso
me contentó, volví a ser la chica que antes era y me hice más
popular de lo que había pretendido.

El hecho de no ver a Patricia nada más que alguna que otra vez,
quizás contribuyó a desentenderme de ella. Fue así que, sin darme
cuenta comencé a salir a escondidas con David y estábamos hasta
altas horas de la noche charlando en el bosque o en algún lugar
con algo de intimidad. No había sexo, si es lo que pensáis, pero de
vez en cuando nos desfogábamos un poco. Tanto tiempo
encerrada allí y sin tener ninguna relación no era bueno para
nadie, me defendía yo. Llevaba ya casi dos meses, cuando una de
tantas noches me encontré con un panorama desolador. Patricia
estaba acongojada llorando en su cama y escondiendo el rostro
tras una almohada.

—¿Estás bien? —Le pregunté, aunque no pude evitar que mi voz


sonara distante.

No hubo respuesta alguna. Así que no le di la mayor importancia y


me metí en la ducha. Dejé que el agua me golpeara con fuerza
sobre los hombros y el rostro y me relajé bajo aquella lluvia cálida.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

Mi calma fue interrumpida por unos sonoros golpes en la puerta.

Cerré la ducha sorprendida.

—¿Quién es? —Pregunté.

—¿Qué haces? —Escuché la trémula voz de Patricia al otro lado.

—Me estoy duchando. —Contesté un poco aturdida.

—¿Tardarás mucho? —Preguntó de nuevo.

—No, ya casi estoy. —Le informé. Al otro lado escuché un


resoplido de impaciencia.

Pensé que quería que saliera pronto para así poder entrar, así que
me apuré un poco y aunque solía vestirme en el baño cogí la ropa
y salí por la puerta con una toalla que cubría lo justo. No reparé
en que Patricia se pudiera sentir incomoda, pero esa fue la
impresión que me dio al ver como un tono rosado inundaba sus
mejillas. No es que no recordara que a Patricia le gustaban las
chicas, pero había descartado totalmente que yo pudiera gustarle
o despertar sus instintos.

—Ya puedes entrar. —Le informé extrañada al ver que no se


movía.

—No quiero entrar. —Se explicó, dejando de mirarme y


tendiéndose en la cama. Parpadeé sorprendida.

—¿Entonces qué querías? —le pregunté algo molesta.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—Hablar, ¿podemos hablar? —me preguntó con cierto temor.

—Claro. —Respondí desconcertada—. Pero primero deja que me


ponga el pijama. —Ella solo asintió y esperó pacientemente
sentada. Al rato salí con unos pantalones de algodón muy
cómodos y una camiseta de tirantes blanca de algodón. Hubiera
jurado que Patricia se me quedó mirando embelesada durante un
buen rato, pero deseché esa idea—. Tú dirás. —La insté a que
comenzara a hablar.

—Lidia me ha dejado. —Me confesó dolida. Tragué con fuerza al


darme cuenta de que rápidamente había pensado en burlarme de
ella, pero negué con la cabeza, reprochándome a mí misma.

—¿Y por qué querías hablar conmigo? —Le pregunté algo


incomoda.

—No sé, estaba pensando que... en todo este tiempo que he estado
con ella... bueno... no hemos hablado mucho... y... de pronto sentí
una repentina ira en mi interior.

—Claro, ahora sí te acuerdas, cuando ella te ha dejado...

—Lo siento. —Se disculpó realmente arrepentida a mis ojos.

—No tienes nada que sentir, eres libre de hacer lo que te plazca,
pero no esperes que la gente esté aquí para ti cuando tú ni si
quiera te acuerdas de que las tienes por compañeras de
habitación. —Le sermoneé.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—Ya te he dicho que lo siento. —Refunfuñó dolida y casi a punto


de llorar. Su semblante me enterneció y mirándola compresiva me
senté sobre mi cama.

—Está bien, ¿por eso lloras? —Le pregunté.

—¿Qué? —Preguntó distraída.

—Te he preguntado que si llorabas porque Lidia te ha dejado. —


Volví a repetir.

—No, cuando me lo dijo, no sentí ganas de llorar, como hubiese


sido lo normal. —Me explicó.

—Quizás es que no estabas enamorada de ella, ¿lo estabas? —


pregunté, queriendo saber la respuesta más por interés personal
que por curiosidad.

—Mmmm... —reflexionó durante unos minutos en silencio—. Creo


que no.

—¿No? ¿Entonces por qué llorabas? —Pregunté sorprendida.

Patricia arrugó la frente con desconfianza.

—Lloraba porque me di cuenta de que solo... solo había una


relación basada en... —Sus mejillas se volvieron a enrojecer—. Ya
sabes...

—Puedes decirlo, no es una palabra prohibida ni nada. —Dije con


sarcasmo.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—En atracción sexual. —Soltó en un veloz chasquido de su


lengua.

—¿No estabas enamorada de ella? —Pregunté algo incómoda y


sorprendida.

—No, y sabes, eso es lo malo de mí, nunca me enamoro. Creo que


en mi vida nunca he querido a nadie. —Recapacito con voz
apenada.

—Puede... puede que no hayas encontrado a la persona


adecuada...

—No, tú no lo entiendes, intento decirte que nunca he querido a


nadie, ni he sentido cariño o amistad. —Ella bajo la cabeza
avergonzada.

—Eso es una tontería, claro que sientes cariño, sino ¿cómo


explicarías que tienes amigos? —Le pregunte intentando animarla.
Para mi sorpresa no contesto, miro fuera de la ventana donde
unas grandes gotas de aguas golpeaban el cristal con fuerza y
suspiro, me dio la impresión de que estaba intentando recordar
algo.

—Cuando era pequeña vi como mi mejor amiga, Elena, se ahogaba


y yo no hice nada por ella. Ni siquiera llore, ¿puedes creerlo? —
Parpadee asustada.

—¿Pero sentirías pena? —Pregunte sorprendida.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—No, de hecho en lo único que pensé fue en que tendría que


buscar una nueva amiga. —Patricia se abrazó las piernas y
escondió los ojos tras las rodillas.

—Pero... quizás no estuviste el tiempo suficiente con ella para...

—La conocía desde que empecé a andar. —Explicó cortante—. Yo


me quedé allí parada, sin saber qué decir o qué hacer.

—Quizás eras demasiado pequeña para saber lo que ocurr...

—Cuando tenía quince años murió mi madre, tampoco lloré. —


Dijo fríamente—. Me quedé largo rato observándola, allí silenciosa
y con ese aire de misterio que siempre le había envuelto.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

Como podéis imaginar, Patricia y Lidia empezaron a odiarse


a muerte, más de una vez estuvieron a punto de llegar a las
manos. Lidia resultó ser una persona demasiado impulsiva; yo la
había calado desde el principio. Por otro lado, David y yo
seguíamos con nuestras habituales escapadas, aunque desde que
volví a juntarme con Patricia, estas salidas eran cada vez menores.
Todo iba medianamente bien, y ya solo me quedaba una semana
para salir del reformatorio. Era increíble lo rápido que me pareció
el tiempo allí. Supuestamente ya no era alcohólica, o mejor, era ex
alcohólica, pero, aunque confiaba en mí, no pude dejar de
deprimirme cuando veía que algunos de los que se marchaban
resueltamente recuperados, volvían a los dos o tres días habiendo
recaído de nuevo en su vicio.

Resultó que uno de esos días hablando con David, me di cuenta


de algo en lo que antes no había parado a pensar. Estábamos en
la cafetería, tomando un desayuno rápido para luego ir al grupo.
Hablábamos sobre quien sería la siguiente persona en marcharse,
ante que yo.

—¿Cuánto te queda? —Preguntó David y pude observar que


realmente estaba interesado en saberlo, quizás me echaría de
menos.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—Esperemos que para la semana que viene. —Le contesté


contenta.

—Es estupendo, me alegro por ti. —Asentí, dándole las gracias—.


Tienes suerte, hay gente, como Mary o Patricia que llevan aquí,
por lo que he oído, casi un año. —Fruncí el ceño, recapacitando.

—Es verdad, supongo que serán casos graves. —Reflexioné.

—En el caso de Mary puedo entenderlo, porque ella ha recaído


varias veces en lo que va de año, pero el caso de Patricia, no lo
entiendo. —Hizo un gesto de pensar o recordar.

—¿Por qué lo dices? —Pregunté, sin que se notara demasiado mi


interés.

—No sé, ingresó después de haber sufrido una sobredosis, por


voluntad propia. Pero, uno de los conserjes, Luigi, dice que eso es
mentira, que Patricia es una estudiante que prepara una tesis
aquí. Parece ser que trabaja bajo la supervisión de la doctora
Bleis, pero quiso integrarse, para así estar más cerca de nosotros,
las cobayas de su estudio. —Para mí era un poco difícil creer en
aquella historia, puesto que me parecía que Patricia se había
involucrado demasiado con la gente, y normalmente los
estudiantes de doctorado evitaban esos extremos. Sin embargo
nació en mí una especie de duda existencial. Si era verdad, nos
había estado engañando vilmente y eso sería difícil de perdonar.

—No creo que eso sea verdad. —Le contesté a David, que se
levantaba ya con la intención de marchar al grupo. Yo le seguí.
47
Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—Pero de todas formas, encaja, lleva demasiado tiempo, no parece


una drogadicta y además no ha recaído, por qué permanecer
entonces tanto tiempo. —Sus palabras me dejaron reflexionando
el resto de la tarde.

Estaba meditabunda, retozando por los pasillos, cuando recordé


aquel cuaderno del que Patricia no se separaba nunca. Tuve la
brillante, aunque malvada idea de echarle una ojeada por si había
allí algo interesante que pudiera corroborar lo que David me había
contado. De esta manera, aprovechando que Patricia estaba en
sus clases de manualidades, entré en la habitación y rebusqué
entre sus objetos personales. Para mi sorpresa, allí estaba el
dichoso cuaderno, pero no solo había uno, había tres y dos de
ellos estaban completamente escritos y aprovechados. Por
curiosidad, saqué el que estaba más abajo del baúl. En el
principio tenía la fecha apuntada, más o menos cuando ella
ingresó. Entonces comencé a leer y decía algo así:

«Acabo de integrarme en el grupo, me presenté un poco hostil al


principio, con la esperanza de no despertar sospecha alguna, pero
luego he ido entrando poco a poco. Me han aceptado bien y tengo
como objetivo primordial a un chico alcohólico y una mujer casada
con drogodependencia, a los cuales he observado con
detenimiento y he podido descubrir que tienen unas
personalidades muy complejas y que por tanto, pueden ser
objetivos útiles de mi tesis.»

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

Yo parpadeé varias veces incrédula, sin poder creer lo que leía.


Entonces, de forma alocada comencé a buscar la fecha de mi
ingreso. Mi nombre aparecía a finales del segundo
cuaderno. Ávida de curiosidad leí lo que decía de mí:

«Ha ingresado una nueva chica. Su talante, bastante hostil, me ha


llamado mucho la atención. Un primer examen me ha llevado a la
conclusión de que es un objeto antisocial, no demuestra
sentimiento o respeto alguno y no parece querer integrarse.»

Unos apartados más abajo, decía:

«La chica nueva, por primera vez ha demostrado tener


sentimientos y parece, al fin, querer integrarse en el grupo. He
estado pensando y no encuentro cuál ha sido su problema. Es una
chica que tiene madera de líder, simpática, ahora que ha logrado
la amistad de los compañeros, y en general inteligente y
agradable. Parece, según ella me ha confesado, que su problema
es que vivía a un ritmo diferente al del mundo, y pasaba de todo a
su alrededor.»

Pasó a las últimas hojas y leyó con más curiosidad:

«Al margen del estudio, y aunque dudo que esto conste en mi


tesis, debo confesar que me he enamorado de la señorita A. Y soy
consciente de que uno de los objetivos de una estudiante de
doctorado que realiza una tesis es no involucrarse personalmente
con sus objetos de estudio, pero resulta muy difícil convivir y no
sentir nada por las personas a las que les dedicas un año de tu

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

vida. La señorita A me ha enseñado a superar mi problema, el


cual ya expuse en la prólogo de mi tesis. Está pensado que salga
en una semana, lo cual me deprime, pues nunca me involucré
hasta tal punto con nadie. Este es un problema que creo debo
concretar con la doctora Bleis, para que ella resuelva o me
aconseje acerca de mi error.»

A estas alturas, estaba que me tiraba de los pelos. La ira me había


inundado, tenía unas ganas tremendas de zarandear a Patricia
incluso de pegarle algún que otro azote. Era más cruel de lo que
en principio había creído. ¿Cómo podía referirse a las personas
como «objetos»?. Era odioso, y nunca lo habría pensado de ella. Y
lo que era más mortificante, ¿quién era esa señorita A de la que se
había enamorado la muy pérfida? Sí, estaba celosa, muy celosa.
Estuve pensando mucho tiempo, aun con el cuaderno en mi
regazo, quién podía ser esta tal señorita A. Me resultaba extraño
que se hubiera enamorado, puesto que Patricia últimamente
estaba casi todo el día conmigo. A estas cosas le estaba yo dando
vuelta tras vuelta, cuando me di cuenta de que Patricia estaba en
la puerta y con una cara que no presagiaba nada bueno.

—¿Se puede saber qué haces? —Casi gritó arrancándome los


cuadernos de la mano.

—Esa misma pregunta tendría que hacerte yo. —Le contesté con
igual furia.

—¿Sabes lo que es la intimidad? —Contestó ella, devolviendo los


cuadernos a su lugar de origen con gesto hosco. Luego se volvió
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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

hacia mí bruscamente—. ¿Qué has leído? —Preguntó ofuscada,


mientras tomaba una posición en jarra, con las manos en las
caderas y con una mirada inquisitiva.

—Lo bastante para saber que eres una rata inmunda. —Contesté
iracunda. Ella pareció sentirse dolida.

—Tú no lo comprendes, este es mi trabajo, mi trabajo de todo un


año...

—¿Hablas de las personas como objetos? —le increpé.

—Solo es una manera de hablar técnica, adecuada a la tesis...

—Venga ya, creo que tienes razón, eres un ser insensible. —Le
encaré.

—No digas eso...

—Es la verdad, nos has estado utilizando como a ratas de


laboratorio, aprovechándote de nuestra confianza, ¿crees que eso
está bien? —Le pregunté avanzando hacia ella y empujándola con
el dedo índice en el hombro.

—Por favor, déjame que te lo explique...

—No hay nada que explicar, maldita... zorra... espero que llegues
muy lejos, bien lejos de nosotros. —Terminé de decir saliendo por
la puerta y dejándola atrás, hecha un mar de lágrimas.

—No soy un ser insensible... —Oí que susurraba.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

Impotente y sobre todo decepcionada, corrí hacia el bosque.


Reflexioné sobre el motivo de mi gran enfado, y me di cuenta de
que la principal razón por la que estaba así no era otra que los
malditos y quisquillosos celos por la señorita A. La tarde pasó,
más lenta que de costumbre y yo seguía allí, tirada en el frío suelo
de aquel bosque, que se hacía cada vez más lúgubre. Cuando
decidí volver, más que nada por la intensidad del frío, tenía la
intención de pedir a la doctora Bleis que me cambiara de
habitación. Estaba dispuesta a revelar la verdad sobre Patricia a
los demás y a hacerle la vida imposible durante el tiempo que me
quedaba por estar allí. Pero cuando llegué me di cuenta de que
algo no andaba bien, la gente me miraba apenada yo tartamudeé
varias veces antes de preguntar nada.

—¿Qué... que ha ocurrido? —Pregunté temerosa a Mary. Mi


primer pensamiento fue que alguien había muerto. Por los rostros
de todos y esa melancólica mirada en cada uno de ellos me
imaginé que debía ser algo fuerte.

—Es Patricia. —Dijo y bajó la cabeza, reprimiendo un llanto.


Tragué saliva con fuerza.

—¿Ella... ella está...?. —No era capaz de razonar, debido al tropel


de emociones, no sabía qué sentía en aquel momento.

—Ha desaparecido... no sabemos dónde está, la doctora Bleis está


muy preocupada, teme que vuelva a recaer...

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—¿La doctora Bleis? —Mary asintió—. Tengo que hablar con ella.
—reflexioné.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

Patricia ya no estaba, nadie había podido dar con ella, ni

siquiera la doctora Bleis y yo me sentía impotente, la quería, me di


cuenta de que quizás había sido demasiado dura con ella. Había
estado hablando con la doctora Bleis y me contó que Patricia sí
había sufrido una sobredosis y que ingresó allí por propia
voluntad, pero también era cierto que poco después de su estancia
allí, decidió que era lo que quería hacer, quería ayudar a los
jóvenes con sus mismo problemas, por eso decidió realizar su tesis
sobre este tema. Así que al fin y al cabo no era una arpía como yo
pensé en un primer momento, lo hacía por ayudar. ¿Y si le ocurría
algo por mi culpa?, pensaba asustada. La echaba muchísimo de
menos. A partir de entonces me resultó incómodo que David me
tocara, soñaba con que fuera Patricia quien lo hiciera, pero luego
volvía a abrir los ojos y a darme cuenta de que ella ya no estaba.
No es que estuviera muerta, pero para mí era casi como si fuera
así, tan lejana.

El día de mi vuelta no pude evitar llorar, no solo por el hecho de


salir de allí, sino porque estaba recuperada, según los profesores y
psicólogos, y sobre todo lloré porque sabía que mi vida había
cambiado muchísimo en el tiempo que había estado allí y había
conocido a gente maravillosa, gente que probablemente no volvería
a ver, gente como Patricia, a la que pensé que amaría siempre.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

El tiempo pasó y yo no pude evitar pensar en Patricia cada día.


Antes de marcharme del reformatorio decidí pedirle el domicilio de
Patricia a la doctora Bleis, se mostró un poco reacia, pero
finalmente me lo dio. Y ahora allí estaba yo, frente a la puerta de
la casa de la única persona de la que me había enamorado. Golpeé
la puerta suavemente, casi con un roce, pero alguien abrió la
puerta con demasiada rapidez. Era un niño moreno, como de unos
6 ó 7 años, tenía el mismo color de ojos que Patricia.

—Hola. —Dijo sonriente.

—Hola. —Le contesté risueña—. ¿Está Patricia? —El niño frunció


el ceño pensativo.

—Patricia ya no vive aquí... —Antes de que el niño pudiera acabar


lo que iba a decir salió a la puerta una mujer de mediana edad, de
un parecido asombroso con Patricia.

—Hola, ¿desea algo? —Me preguntó la mujer amablemente.

—Sí, estaba buscando a Patricia. —La mujer me miró un poco


extrañada.

—Patricia está trabajando en Canadá, en Quebec. ¿Es usted


amiga suya o la busca para otra cosa? —Preguntó interesada.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—Soy amiga suya, estuvimos compartiendo habitación en el


reformatorio. —La mujer asintió con comprensión. El niño hacía
tiempo que había desaparecido de mi vista.

—Debes de ser Andrea. Ella me avisó que vendrías. Pasa. —Yo me


quedé pasmada, sin saber que hacer—. Dejó algunas cosas para
ti. —Me explicó. Yo asentí aun sin saber muy bien que hacer.

La habitación de Patricia, era de todas las formas menos de la


forma en la que había pensado. Estaba decorada de una forma
informal, pero resueltamente elegante y todo estaba ordenado. Era
una habitación de un color celeste, con lunas y estrellas de un
tono más oscuras repartidas por doquier. En el techo colgaba una
lámpara de papel china y que llenaba la habitación de un
nacarado tono. Había velas y algún quemador de incienso que otro
y muchas figurillas de duendes, hadas y brujas. Era una
habitación con magia y no pegaba para nada con la imagen mía de
Patricia.

—Lo siento, Patricia tiene muchos tiestos. —Se disculpó la mujer


al ver mi cara de asombro.

—No se preocupe, es una habitación preciosa. —Le contesté


sonriente.

—Ella misma la decoró, se llevó un verano entero decorándola,


cuando se le mete algo en esa cabecilla... —Me dijo la mujer con la
típica sonrisa de madre orgullosa. Yo le sonreí divertida.

—Valió la pena. —Respondí y ella asintió dándome la razón.


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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—Cuando regresó del reformatorio estaba muy apenada. —La alta


mujer, que supuse era la madre de Patricia se sentó en la cama.
—Oh, perdona, creo que no me he presentado, soy Sara Gellar, la
madre de Patricia. —Me sonrió un poco avergonzada.

—Andrea Darford. —Contesté tranquilizándola con la mirada y


sentándome a su lado.

—¿Dadford? —Me miró frunciendo el ceño.

—Sí, el mismo Dadford que tiene una gran cadena de


multinacionales. —Le expliqué un poco sarcástica. Ella no reparó
en mi incomodidad.

—Como te iba diciendo, Andrea, Patricia estaba muy mal cuando


regresó. —La mujer bajó la cabeza apenada—. Más de una vez
pensé que había vuelto a recaer, luego ella me explicó lo que había
ocurrido y la regañé, aunque en cierto modo comprendí que lo
hacía con buenos sentimientos. Eso era lo que quería que
entendieras Andrea... Lo que más le dolió fue haberte hecho daño
a ti. —La mujer me miró intensamente a los ojos y pensé que por
su mirada de tanta complicidad, sabía parte de lo que había
ocurrido entre Patricia y yo.

—No supe que pensar en aquel entonces... era todo tan confuso.
—Por alguna extraña razón, supe que podía confiar en la mujer.

—Te comprendo hija. A Patricia le encantará que vayas a visitarla.


—Miré un poco dudosa a la mujer.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—Quizás ella ya tenga su vida y ni siquiera se acuerde de mí. —La


mujer me sonrió con dulzura.

—Me llama todos los días preguntando si has venido a buscarla.


¿Todavía sigues creyendo que no se acuerda de ti? Estaba muy
enamorada de ti y aun lo está. Lo que ella siente por ti, parece ir
más allá del amor. —Parpadeé sorprendida y al mismo tiempo
nerviosa—. Ahora, la pregunta que debes hacerte es si tú la amas
de igual manera.

—No lo sé, todo ocurrió tan rápido que ni siquiera me paré a


pensar sobre mis sentimientos acerca de ella. Yo...

—Pero ahora tienes todo el tiempo que quieras, porque sé que


Patri te esperará. Yo soy su madre y la conozco mejor que nadie.
Aunque quizás algún día, tu acabes conociéndola más que yo. —
Le sonreí con complicidad y ella me correspondió de igual forma—.
Mi hija no tiene mal gusto, eres mucho más que hermosa. —Me
volvió a sonreír al ver que me ruborizaba.

—Gracias. Será mejor que me marche, no quiero entretenerla más.


—La mujer me miró sería un rato largo, mientras yo aguantaba su
inquietante mirada.

—Tengo una idea. —La miré sorprendida por el cambio de tema


repentino.

—¿Qué? —Pregunté aturdida.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—Dentro de dos semanas celebraremos Navidad y Patricia no tiene


más remedio que venir, será perfecto, ella no se lo esperará...

—No le comprendo...

—¿Por qué no viene a celebrar la Navidad con nosotros?, en mi


familia serás muy bien recibida. —La miré un poco asustada por
la perspectiva de volver a ver a Patricia.

—No lo dudo, pero...

—No hay más que hablar, el día 25 te quiero aquí a las 8 de la


tarde.

—Pero...

—No hay peros que valga. —La madre de Patricia me sonrió


contenta y se levantó—. Te acompañaré. —La miré sin poder
articular palabra alguna.

—Está bien. —Accedí finalmente, aunque la decisión ya la había


tomado ella por mí.

—Estupendo.

Me acompañó a la puerta y me dio dos sonoros besos que me


recordaron la época de mi infancia en la que odiaba besar y que
me besaran. Le sonreí como mejor pude, evitando que se me
notara el nerviosismo y la incomodidad. Me fui andando hasta
donde había aparcado mi coche y pensando en lo ocurrido. No
podía evitar preguntarme qué era lo que yo sentía realmente por

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

Patricia. ¿Era amor? Seguía dudándolo; le echaba de menos, sí,


muchísimo, nunca hasta ahora me había dado cuenta de lo
mucho que la echaba de menos, de lo mucho que ansiaba volver a
hablar con ella, de cualquier cosa, aunque solo fueran
banalidades. ¿Era eso amor? Luego pensaba en aquel primer beso
y me excitaba con el simple recuerdo de sus labios rozando los
míos, de sus manos tocándome, de su boca degustando un trozo
de gelatina de fresa... No podía evitarlo, quizás me gustaba, de
hecho, me gustaba, pero no sabía si era amor y no lo sabría hasta
que no la volviera a ver. Eso ocurrió por supuesto dos semanas
más tarde.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

Así, dos semanas más tarde, me levanté con la angustia

reflejada en mi cara. Llevaba 14 días esperando aquel momento,


aquella fiesta en la que la volvería a ver. Sentí al mismo tiempo
unas ganas incontrolables de verla y al mismo tiempo un terror
angustioso, miedo a mirarla de nuevo, a mirar de nuevo aquellos
ojos celestes que traspasaban almas. Cuando llegó la tarde, a eso
de las 5, me empecé a arreglar. No me preguntéis por qué empecé
a prepararme tan temprano, porque es obvio, quería estar guapa,
quería estar sexy, quería estar perfecta, pero nada me parecía
propio. Todos los trajes que me compré ahora me parecía que cada
uno de ellos tenía algo que no me gustaba. Uno me hacía parecer
demasiado rellena, el otro demasiado delgada, el otro no me iba el
color, aquel era demasiado llamativo... Miré desolada el último
traje sobre la cama. Era un conjunto informal, nada del otro
mundo. Unos vaqueros muy elegantes, un cinturón marrón y
ancho de estilo hippy y una camisa verde esmeralda que hacía un
juego maravilloso con el color de mis ojos. Con aquel conjunto, no
parecía ni muy baja, ni muy alta, ni muy rellena ni muy delgada,
ni el color iba mal y tampoco era demasiado elegante. Me sentí
cómoda entre aquella ropa y finalmente me la dejé puesta, un
poco más esperanzada. Ahora llegaba el turno de mi rebelde pelo.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

Lo miré un rato pensando qué podía hacer con él. Tenía casi
media melena ya, no me iban los moños, ni los rebuscamientos,
así que me decidí por alisármelo. Perfecta, no quería pecar de
parecer creída, pero me miré al espejo y estaba muy bien, me
hubiera hecho el amor a mí misma si eso hubiera sido posible.

Ahora en serio, había conseguido cambiar de imagen y estar sexy


y perfecta para la ocasión, solo esperaba que la gente no fuera
demasiado arreglada a la fiesta. Cogí mi regalo de Navidad para
Patricia y el ramo de flores para la madre, que tan bien me había
comprendido. Después de la visita a su casa me llamó dos veces y
hablamos un poco de todo, de mí, de su hija, de su familia, de la
mía y un largo etc. Era una mujer realmente amable y simpática y
ya tenía la impresión de que éramos viejas amigas.

De camino a la casa de Patricia me entró el pánico, como de


costumbre ocurre cuando estás a punto de dar un paso que puede
llegar a cambiar tu vida. No obstante no cambié de rumbo y
preferí dejar mi mente en blanco o al menos lo intenté. Ahora
mismo no recuerdo la de millares de cosas que en realidad se me
pasaron por la cabeza aquella noche, pero sí recuerdo como se
desarrollaron los acontecimientos. Recuerdo que aparqué el coche
cerca, pero observé que había muchos coches ya alrededor de la
casa. Supuse que la familia de Patricia debía ser grande y me puse
aún más nerviosa con la sola visión de miles de ojos fijos en mi
persona. Pero ocurrió todo lo contrario. Pasé desapercibida entre
tanta multitud. Podía haber unas 30 personas en la holgada, pero
aun así pequeña casa, y aun así unos a otros se conocían de toda

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

la vida. La madre de Patricia, que fue, gracias a Dios, quien me


abrió la puerta me dio dos sonoros besos y agarró con una efusiva
fuerza su ramo de rosas, volviéndome a besar con igual ímpetu
con que lo hacen a veces los niños pequeños, casi haciendo que
tocara con mi espalda el suelo.

—Me alegro de verte. Patri aún no ha llegado, pero estará a punto


de hacerlo, es muy tardona, muy impuntual. Ven. —Me arrastró
por medio de la gente y a través de una larga sala llena de
invitados como yo, que brindaban y festejaban indiferentes a lo
que acontecía a su alrededor. Entramos en lo que parecía una
gran cocina, donde dos muchachas y dos fuertes y robustos
chicos preparaban canapés y alimentos y tapas variadas.

—¡¡¡Mirad!!! Esta es Andrea... la futura novia de Patricia. —Abrí


los ojos con horror al escuchar las palabras alegres de la mujer,
creo que el color rojo invadió por entero mi cara y quise esconder
la cabeza bajo tierra como lo hacen las avestruces. Sin embargo
todos empezaron a reír y yo sonreí también, sin esconder mi
vergüenza, había sido una broma.

—Me alegro de conocerte, yo soy Luis, el hermano pequeño de


Patricia. —Se explicó el más apuesto de los dos y el que parecía
más robusto. Tenía unos dorados rizos y una mirada celestona
muy parecida a la de Patricia, pero quizás no tan misteriosa.

—Encantada. —Me limité a decir, estrechándole la mano.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—Yo soy Teo, el hermano mayor de Patricia, y por tanto el que


lleva los pantalones aquí. —Dijo medio en broma medio en serio.
Éste tenía un parecido mayor con Patricia, tenía el pelo negro,
pero sus ojos eran de un verde oliva apagado.

—Encantada también. —Repuse estrechándole igualmente la


mano.

Luego conocí a las esposas de cada uno de ellos y a sus hijos. Luis
tenía dos retoños, mellizos, niña y niño. La niña era clavada a
Patricia, mientras que el niño se parecía más a su padre. Teo tenía
un solo hijo, aquel con el que me encontré el día que vine a ver a
Patricia. Nos sentamos un rato a charlar, mientras me contaban
cosas de la familia, como que eran de origen argentino y que el
abuelo de ellos emigró a Norteamérica en busca de fortuna. No
encontró un filón de oro y acabó en las filas del ejército. De hecho,
la familia de Patricia trabajaba casi al completo en el ejército. Luis
era piloto, bastante bueno, según su madre. Teo era capitán de
campo y su mujer alférez. El padre de Patricia también había sido
piloto, pero murió de un ataque al corazón hacía ya 10 largos
años.

—Patricia era más macho que nosotros. —Decía divertido Teo.

—Y que lo digas, siempre era ella la que nos defendía de todos,


desde siempre había sido alta y hasta los 13 ó 14 años hacía por
dos de nosotros. —Explicó con burla Luis.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—¿Era gorda? —Pregunté divertida y sorprendida al mismo


tiempo—. No seas tonto Luis. Era un poco anchota, pero nada
más. —Explicó su madre queriendo suavizar las cosas.

Poco a poco la gente se fue marchando. Los gritos y las voces se


fueron aplacando y Patricia seguía sin aparecer. No estaba
incómoda, se había ido creando una atmósfera de intimidad y
acogida muy cálida, que yo nunca había experimentado en mi fría
familia. Lo que yo conocía por cena familiar, hasta entonces, era
una cena con mucha comida en total silencio con gente ricachona
y engreída y guardando en todo momento la compostura. Y ahora
sin embargo, tenía en mis brazos a una mofletuda y graciosa niña
de unos 3 años, haciéndome carantoñas, mientras yo demostraba
tener una mente igual de infantil que la de ella. Pensé que era una
estampa bastante navideña.

A eso de las 12, solo quedaban en la casa la madre y los hermanos


de Patricia, con sus respectivas familias, y yo, por supuesto. Nos
habíamos sentado en el salón, frente al calor de la chimenea. Yo
estaba sentada en el suelo, por expresa petición de los renacuajos
de la familia, a los que complacida y divertida les contaba la
historia de caperucita roja, una historia que viraba un poco de la
verdadera, donde el lobo y caperucita se hacía amigos y formaban
un negocio juntos. Los demás se reían del destripado cuento.

—Bueno, es hora de ir a dormir. —Dijo Lucia, la mujer de Luis—.


Solo si Andrea nos cuenta un cuento para dormir. —Rogaron con
voz melosa ambos retoños. Yo sonreí orgullosa—.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

Andrea está muy cansada. —Explicó Beth, la mujer de Teo—.


No importa, de verdad. —Dije sonriente, mientras cogía en brazos
a la pequeña Carolina y agarraba de la mano al pequeño Carlos—.
¿Dónde está la habitación? —Pregunté.

—Tom, acompaña a Andrea y te acuestas también, que es muy


tarde ya.

—Pero yo quiero ver a la tata Patri. Se quejó el niño.

—Vamos, Tom eres el mayor, da un buen ejemplo a tus hermanos


y haz caso a tu madre. —Le dijo con voz cariñosa Teo.

—Está bien. Sígueme Andrea. —Dijo el niño con voz


desilusionada. Yo sonreí a todos.

—Ahora os llevaré un chocolate calentito y galletitas para Papa


Noel. A ver si este año podéis verlo. —Dijo seriamente Sarah, la
madre de Patri.

—¡¡¡Vamos patrulla!!! Síganme los buenos. —Dije teatralmente.

Así fue como, guiada por Tom, llegué a la habitación que parecía
estar acondicionada para tres renacuajos. Había juguetes
esparcidos por todos lados y miles de cachivaches que no logré
identificar. Los acosté a cada uno en una pequeña cama y luego
les empecé a contar una vieja historia que me contaba Macumba,
una criada negra que mi madre había elegido para que fuera mi
niñera. No se llamaba así, su nombre era María, pero ella decía

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

que realmente se llamaba Macumba y a mí me encantaba


pronunciar su nombre. Era como decir las palabras mágicas.

Macumba solía contarme historias sobre su país, historias de


dioses y diosas, algunos malvados y otros bondadosos. A los niños
les conté la historia del mono Tutun, que se mofaba de las alas del
búho Tuba. Sus risas me recordaban a las mías propias y sin
quererlo, con aquella melodía, yo misma acabé sucumbiendo a los
brazos de Morfeo.

Según me contó Lucia, Patricia llegó poco después de que yo


subiera a la habitación. Vino cargada con un montón de bártulos
y regalos para la familiar y apenada se disculpó por no haber
podido llegar antes. Estuvieron hablando un rato, explicando los
pormenores de la fiesta, como que el padre Salmón había
empinado demasiado el codo, o que la prima Flora se había puesto
a demostrar su habilidad con la fregona, poniéndolo todo
embarrado. Patricia escuchaba todo con un inusitado interés, pero
según Lucia, se le notaba triste. Evitaron decirle que yo estaba allí
y esperaron el momento en que yo bajara para darle la sorpresa,
pero viendo que tardaba más de lo que eran capaces de soportar,
la mandaron con el chocolate y las galletas a la habitación de los
chicos. Al parecer la familia al completo subió a hurtadillas las
escaleras tras Patricia, para ver en vivo la reacción de ella.

Según me contó Patricia, más tarde, abrió la puerta con suavidad


y me vio sentada en la moqueta del suelo, con la cabeza recostada
en la cama de la pequeña Caroline, que también dormía

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

apaciblemente. Sin embargo, Tom, que aun vagaba despierto por


ensoñaciones, esperando la llegada de Papa Noel gritó a viva voz.

—¡¡¡¡Tía Patri!!!! —Patricia incapaz de reaccionar se descompuso


intentando que el niño guardara silencio, pero para entonces yo ya
estaba de pie, asustada y nerviosa mirando al fondo de sus ojos.
—Hola. —Dije, sin poder apartar mi mirada de su elegante figura.
Estaba realmente hermosa. Su pelo estaba recortado a media
melena, un poco más larga que la mía e iba vestida con un
elegante traje pantalón azul marino con rayan blancas. Estaba
encantadora y mis ojos no pudieron evitar fijarse un momento en
el gran escote que dejaba al descubierto. Tosí nerviosa.

—Hola. ¿Qué...?

—Tu madre me invitó. —Le expliqué. Ella miró hacia atrás y


comprobó que su familia al completo espiaba desde las escaleras.
Escuché un pequeño gruñido que salió de su garganta. Luego
escuché un tropel de pasos nerviosos bajando las escaleras. No
pude evitar sonreír.

—Me alegro de verte. —Dijo tras una larga pausa observándome.


Tom saltó de la cama y se aferró a las piernas de Patricia—. Ehh,
renacuajo. —Se agachó a darle un beso y mandó a que se acostara
de nuevo.

—Yo también me alegro. —Dije un poco divertida al verla con


Tom—. Será mejor que hablemos en el estudio. —Me informó
tornándose seria. Yo asentí siguiéndola cabizbaja.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

Llegamos a un pequeño estudio, estaba sobriamente decorado.


Patricia se sentó en un cómodo sillón y me indicó que me sentara
en el otro que estaba frente a la mesa. Me sentí incomoda porque
parecía que estábamos haciendo negocios y no que éramos viejas
amigas reencontrndose.

—¿Cómo estás? —Preguntó y me tranquilicé al notar que su voz


era suave y dulce.

—Bien, bastante bien. Acabé independizándome. —Le expliqué


sonriente.

—Me alegro. ¿Sigues estudiando? —me preguntó realmente


interesada.

—Sí, estoy estudiando Pedagogía. —Me sonrió con cierta mirada


orgullosa.

—Veo que el estar en el reformatorio te cambió un poco. —Dijo un


poco irónica.

—¿Un poco? Incluso cambié de bando. —Ella sonrió un poco


incomoda.

—¿Tienes pareja?

—No. —Negué efusivamente.

—¿Por qué no? —Le miré como si preguntara algo extraño.

—No lo sé, no encontré a la persona adecuada.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—¿Y David?

—Hace mucho que no lo veo. ¿Y tú, tienes pareja? —Se acomodó


en el sofá de cuero y me miró inquisidoramente.

—No, por desgracia, la persona de la que estoy enamorada no me


hace ni puñetero caso. —Se explicó y yo sentí que mi corazón se
retorcía de celos.

—¿Le has dicho lo que sientes por ella? —Pregunté un poco


malhumorada.

—No, ¿qué te hace pensar que es ella y no él? —Preguntó seria.


Aquello me calló como un jarro de agua fría. No solo estaba
enamorada, sino que encima el afortunado era un hombre—. La
verdad es que no me importa, solo quería saber si estabas bien. —
Le dije, levantándome un poco malhumorada. Ella me miró
espantada—. Es muy tarde, creo que debo irme.

—¿No llevamos hablando ni diez minutos y ya te quieres marchar?


—Preguntó un poco apenada.

—Es tarde y tú deberías dormir. —Le dije.

—Te traje un regalo. —Explicó con una cara impasible y sacó una
cajita pequeña.

—¿Sabías que iba a venir? —Ella negó efusivamente—. No, no


tenía ni idea; pero, el otro día, cuando fui de compras, lo vi y
pensé en ti y no pude evitar comprarlo, aunque creía que nunca

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

me atrevería a dártelo. —Explicó con media sonrisa forzada. Se


levantó y se puso frente a mí, luego me agarró la mano derecha y
colocó en mi palma la cajita—. No tienes por qué abrirlo ahora. —
La miré dudosa y decidí guardarlo en el bolsillo de mi chaqueta.

—Yo... yo también te traje algo. —Le dije un poco tímida.

—¿En serio? —Preguntó incrédula.

—Sí. —Saqué una cajita, casi del mismo tamaño que la de ella y
se la puse de la misma forma en que ella lo había hecho, encima
de su mano—. Es mi forma de decirte que no te guardo ningún
rencor y que entiendo los motivos que te llevaron a engañarnos.

—Gracias, me alegra saber que he sido absuelta de mi pecado. —


Dijo burlona y sonreí con ella.

—Te he echado de menos. —Le dije, sin poder dar crédito a mi


atrevimiento.

—Anda que yo a ti. —Me dijo abrazándome fuertemente. Yo


respondí al abrazo y nos dejamos embargar por la calidez de aquel
gesto. Noté su acalorado aliento sobre mi nuca y cuello, el calor de
sus manos en mi espalda, la fragancia de rosas que la envolvía,
todo era tan excitante y tan turbador para mí, tan nuevo. Me
separé un poco acalorada.

—Tengo que marcharme. —Le dije y ella me miró con tristeza.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—Está bien, pero prométeme que vendrás a visitarme más de vez


en cuando. —Asentí amablemente, aunque sabía que si me
marchaba de allí, me costaría mucho volver de nuevo.

Bajamos en total silencio las escaleras. Sarah y los demás


tomaban chocolate en el salón. Me acerqué a ellos sonriente y me
despedí de cada uno de ellos. Todos guardaron un silencio
bastante incómodo.

—¿Vendrás en fin de año? —Preguntó Sarah.

—No sé...

—Sí, será buena idea. —Dijo Lucia, con la que yo había hecho
muy buenas migas.

—Bueno, si a Patricia le parece bien...

—Me encantaría. —Dijo Patricia mirándome de una forma muy


intensa.

—Entonces o me quedo en casa, tomando el champagne sola o lo


paso con esta divertida familia. Creo que lo segundo será mucho
mejor. —Todos aplaudieron.

—Estupendo. Patricia irá a recogerte. —Patricia cabeceó, dándole


la razón a su madre.

Luego todos nos acompañaron hasta la puerta y se despidieron de


nuevo de mí. Sarah no se olvidó de darme esos maravillosos dos
besos que tanto me empezaban a gustar. De repente, todos se

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

pararon serios, mientras Teo miraba al techo. Patricia y yo


habíamos acabado bajo el marco de la puerta, justo debajo del
muérdago.

—La tradición es la tradición. —Dijo Sarah seriamente, mientras


escondía apenas duras la risa.

—Todo sea por la tradición. —Dije yo, disimulando estar


malhumorada. Fue Patricia quien se acercó a mí y me besó. Fue
un beso casto, pero más intenso de lo que podía parecer y más
largo de lo normal.

—Ejem, la tradición no pone límite de tiempo, pero empieza a


hacer frío. —Dijo burlonamente Luis. Ante el comentario de su
hermano, Patricia gruñó, separándose costosamente. Bajé la
cabeza algo avergonzada.

—Me lo he pasado muy bien, gracias por la magnífica velada. —


Dije educadamente.

Patricia me acompañó hasta donde había dejado mi coche. Ambas


estábamos calladas. Yo, después de aquel beso no dudaba que
deseaba besarla de nuevo, aunque no supiera aun qué sentía por
ella, deseaba tenerla en mis brazos, a ser posible como Dios la
trajo al mundo. Además, pensaba yo, ella me había respondido
con igual énfasis. ¿Estaría realmente enamorada de aquel hombre
o habría alguna posibilidad para mí?

La noche estaba clara y las estrellas brillaban en el gran


firmamento, ajenas a todo lo demás, preocupándose tan solo de
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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

alumbrar con fuerza, como si lucharan por ver quien irradiaba


más luz. Nos paramos al lado de mi coche. No habíamos cruzado
palabra en el corto trayecto, pero Patricia se atrevió a romper el
silencio.

—Me ha encantado verte, aunque solo fuera por diez minutos. —


Dijo burlona.

—A mí también, si hubieras llegado antes...

—¿Llevabas mucho tiempo esperando? —Me preguntó con voz


quejumbrosa.

—Desde las 8, casi 5 horas, ¿te parece poco? —Le increpé, pero
sin dejar de sonreír.

—No, claro que no. A veces puedo ser muy egoísta, ya me conoces.

—Asentí dándole la razón, pero mirándole con ternura.

—Y yo muy testaruda. —Dije con una amplia sonrisa. Ella


agradeció el gesto y se relajó.

—Ojalá fueran todos los días Navidad. —Reflexionó casi en voz


baja Patricia.

—Es una época preciosa. —Contesté.

—No lo digo por eso. —Dicho lo cual se marchó y me quedé


plantada con una cara confusa. Había dado unos 10 pasos

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

cuando se volvió—. Te veo en fin de año. —Dijo feliz. Solo asentí,


aun pensando en el sentido de sus palabras.

Llegué a mi casa bastante cansada. El día con la familia de


Patricia había sido bastante ajetreado pero tenía esa sensación
cálida que te nace cuando empiezas a sentir cariño por alguien,
esa sensación de felicidad y plenitud. Después de tanta soledad,
aquello era una manta dulce y protectora. Comencé a pensar en lo
que Patricia había dicho sobre la Navidad. ¿A qué había venido
aquello? ¿Lo dijo porque le había gustado verme o porque le había
gustado que nos besáramos? Fantaseaba con las posibilidades,
pese a estar un poco descorazonada. Recordé la cajita con el
regalo de Patricia y me levanté de la cama para cogerla. No pesaba
mucho, la sostuve un rato en mi mano, preguntándome por qué
Patricia me había dado elegir si quería abrirlo delante de ella o no.

Luego sin poder aguantar más, la abrí. Dentro había un precioso


anillo de oro con una pequeña pero brillante esmeralda.

Sorprendida lo miré como si fuera un chiquillo que se ha


encontrado una moneda de oro y es incapaz de creérselo. Me lo
probé y observé que me quedaba perfecto, además era muy
hermoso. Dentro de la cajita había un pequeño papel, doblado
cuidadosamente. Lo abrí y leí ansiosa: «Espero que este anillo
selle nuestra gran amistad». Sonreí complacida, era demasiado,
pero no pude evitar pensar que me había encantado. Era mucho
mejor que mi llavero en forma de corazón. Me recosté en la cama
sin dejar de mirar mi nueva adquisición embelesada. Me lo quité y

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

lo miré más de cerca, pudiendo ver que había una inscripción por
dentro, era la fecha en que nos conocimos y nuestros nombres
grabados. Realmente se acordaba de mí, o al menos se había
acordado de mí, yo no le era totalmente indiferente, pero quién
sería aquel del que ella estaba enamorada. Pensando en esto me
dormí.
Tres días después de Navidad, recibí la llamada de Patricia. Solo
llamaba para saber si quería ir con ella a comprar ropa para fin de
año y algunos tiestos que su madre le había encargado. Contenta,
accedí y me preparé para cuando llegara, a las 12 de la mañana.

Me puse unos vaqueros y una simple camiseta de mi universidad,


unos tenis y me maquillé un poco. No quería parecer demasiado
preocupada por la imagen. El timbre de la puerta me sacó de mi
ensimismamiento. Estaba apurando un tazón de cereales,
mientras miraba con interés un capítulo de la serie "Los viajes de
Ulises".

—Ey, hola, buenos días. —Le dije aun con la taza de cereales en la
mano.

—Buenas tardes, ¿aun desayunando? —me corrigió burlona.

—Pasa anda. —Ella entró un poco tímida.

—Una casa bonita. —Dijo mirando a su alrededor.

—Gracias, siéntate, dejó esto y nos vamos. —Le expliqué un poco


avergonzada por el desastre que era mi casa a esas horas—. No
hay prisa. —Contestó, sentándose seguidamente y mirando con
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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

curiosidad la televisión—. ¿Los viajes de Ulises? —La escuché


preguntar incrédula desde el salón. Sonreí un poco avergonzada y
divertida.

—No lo puedo evitar, me encanta. —Dije con una inocente mirada,


saliendo de la cocina.

—A mí también. —Contestó ella mirándome con media sonrisa—.


Anda ven aquí. —De pronto se acercó a mí y me abrazó, me quedé
un poco estupefacta, pero respondí amablemente al abrazo.
Cuando se separó la miré estrechando los ojos, ella se limitó a
sonreír con inocencia.

—A veces puedes ser muy rara. —Le dije, saliendo ya por la


puerta.

—O muy obvia. —Susurró con una enigmática sonrisa.

No había estado en aquel supermercado, ni siquiera sabía que


existía. La verdad es que últimamente iba de casa a la universidad
y de la universidad a casa. Solo muy de vez en cuando me pasaba
por el pequeño supermercado que había junto a mi apartamento,
aunque la mayoría de las veces comía fuera, en alguna cafetería o
en algún restaurante. Miré a todos lados maravillada. Hacía
tiempo que no me compraba nada personal, si dejamos a un lado
los trajes para Navidad. Y no es que no tuviera dinero, mi querido
padre se encargaba de engrosar mi cuenta cada mes, pero a mí me
resultaba humillante gastar su dinero, no era mío. A veces no
tenía más remedio, no tenía tiempo para trabajar, así que cogía su

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

dinero prestado, pero únicamente para los gastos de la


universidad. Algunas veces trabajaba en algún bar, otras veces de
repartidora, según me conviniera.

Patricia estiró de mí hacia la parte de los comestibles. Durante


todo el camino había tenido una extraña sonrisilla traviesa en sus
labios y aún seguía ahí. Miré a mi alrededor y observé que la gente
me miraba como con burla, parpadeé incrédula y miré por si me
había puesto la camiseta del revés o un zapato de cada clase, pero
nada, y en la cara tampoco tenía nada.

—¿Qué estás haciendo? —Me preguntó Patricia mirándome con


extrañeza.

—Es solo que... tengo la impresión de que la gente se burla de mí.


—Dije pensativa.

—¿En serio? No, serán imaginaciones tuyas. —Dijo, dándose la


vuelta y escondiendo otra sonrisilla. Eso ya fue el colmo, sabía que
algo pasaba, así que un poco enfurecida la encaré—. Llevas toda
la mañana riéndote por lo bajo, ¿se puede saber que te hace tanta
gracia? —Le pregunté con el ceño fruncido mientras cruzaba los
brazos a la altura del pecho. Ella me miró inocentemente.

—Nada, de veras, solo pensaba.

—¿Y en qué piensas? —Le dije, empezando a andar de nuevo—.


En las Navidades pasadas, mi madre me contó parte de lo que
hiciste con mis pobres sobrinos. ¿Les contaste un cuento donde

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

caperucita y el lobo se hacían amigos? —Me preguntó con una


mirada entre el reproche y la incredulidad.

—¿Qué tiene de malo? Solo pretendía explicarles que los malos no


son tan malos como parecen y que pueden tener amigos, de vez en
cuando. —Sonreí orgullosa por mi explicación.

—Menos mal que no se te ocurrió enrollarlos, conociéndote me


extraña que no lo hicieras. —Recapacitó, mientras empujaba un
carro de compra.

—Ja ja ja. Que graciosa. No se me ocurrió, pero no hubiera estado


mal, ahora que lo pienso. —Le contesté con una sonrisilla
traviesa.

—Ves cómo te conozco. —Patricia cogió una lata de algo que no


supe muy bien qué era y siguió impasible empujando el carro—.
¿En la vida real, quién sería el lobo y quien sería caperucita? —Me
preguntó, sin pararse a mirarme.

—Pues... ¿por qué piensas que deben tener su equivalente en el


mundo real? —Dije un poco extrañada.

—No lo sé, casi todas las historias tienen su base real. —


Reflexionó, mientras ponía cara de asco al pasar por la zona de los
mariscos.

—Pues esta no. —Contesté con una dulce sonrisa.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—Bien. Vamos para allá, tengo que coger aceite. —Dijo,


cambiando de tema.

Le seguí mirando algunas cosas, pero sin perderla de vista. La


gente seguía mirándome, pero yo, cansada de tantas miraditas
ajenas, les ignoraba. Miré a Patricia que estaba embobada
comparando los precios del aceite. Tenía una expresión que me
resultó divertida, entre la incredulidad, la rabia y la tontura. Era
lindo de ver. Estaba realmente bella, era increíble como cualquier
cosa que se pusiera le quedaba como anillo al guante. Y hablando
de anillos, recapacité, aun no le había dado las gracias por su
regalo.

—Patricia. —La llamé quedamente. Ella se volteó.

—¿Puedes creerlo? ¿Cómo puede variar tanto el precio? —


Preguntó ofuscada.

—Creo que no te di las gracias...

—No me lo puedo creer, pero si son iguales...

—Es muy bonito, en serio, pero me parece demasiado, debe de


haberte costado...

—Una pasta...

—Perdón...

—¿Qué? —Se volvió a mirarme confusa.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—¿Has escuchado lo que te he dicho? —Le dije un poco enfurecida


por su indiferencia hacia mí.

—¿Qué? —Volvió a preguntar.

—Da igual. Solo quería agradecerte el regalo. —Alcé la mano para


enseñarle el anillo.

—Ohh, eso, sí. ¿Te gustó? —Bajó la cara un poco avergonzada.

—Me encanta. Es precioso. —Le dije.

—Creo que tampoco te di las gracias por tu llavero. —Alzó un


manojo de llaves con mi llavero incluido. Sonreí satisfecha.

—De nada. —Contesté.

—Ahora dime, ¿qué aceite compro? —Suspiré con desilusión, creí


que me daría una explicación, que diría algo más y de nuevo al
tema del aceite.

Patricia me ayudó a subir algunas bolsas con comida y ropa. El


ascensor estaba estropeado y aunque yo vivía en un segundo, se
quejaba burlonamente a cada escalón que subía.

—¿Quieres dejar de quejarte? Ya solo quedan 200 escalones. —


Dije burlona.

—Claro, claro, como tú aun estás en la juventud. —Dijo con voz


quejumbrosa tras el puñado de bolsas.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—Yo no tengo la culpa de que hayas entrado en el grupo de la


tercera edad. —Le contesté burlona.

—Sí, ríe, ríe. —Uso un tono entre la burla y la ironía.

—Ya estamos. —Le informé, parada frente a la puerta, mientras


con gran esfuerzo intentaba sacar las llaves del bolsillo de mi
pantalón, cosa que me resultó imposible.

—Te importa coger las llaves del bolsillo de mi pantalón. —Hubo


un silencio un tanto prolongado.

—¿De cuál de los dos? —Preguntó.

—Del derecho. —Le contesté mientras intentaba esconder los


nervios.

—Allá voy. —Ella puso una de las bolsas en la mano izquierda y


utilizó la derecha para sacar las llaves. Noté el calor de su mano
en mi ingle y pegué un leve respingo—. ¿No tendrás cosquillas? —
Preguntó burlonamente. La miré y un tono rosado había invadido
sus mejillas.

—Qué graciosa, date prisa, quieres. —Le dije simulando estar


enfadada. Sacó finalmente la mano y con una triunfal sonrisa se
dispuso a abrir la puerta ella misma.

Corrí hacia la cocina y con un gesto de alivio dejé las bolsas sobre
la encimera. Patricia me remedó y suspiró cuando dejó las dos
bolsas al lado de las otras.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—¿Cómo puedes comer tanto siendo tan pequeñaja? —Dijo


burlona.

—¿Y tú como puedes ser tan grande, comiendo tan poco? —Le
contesté mientras empezaba a meter los congelados.

—Bueno, creo que es hora de que me vaya. —Dijo en voz alta.

—¿Por qué no te quedas a comer? —Le pregunté algo


esperanzada.

—También he comprado congelados y...

—Bueno, está bien. —Me adelanté, pues sabía que vendría un no


por respuesta.

—Pero, podemos hacer una cosa, ¿por qué no te vienes a comer a


casa y así me ayudas a cargar las bolsas? —Me sonrió con
picardía.

—No sé, tu madre no espera invitados. —Contesté un poco


retraída.

—Hay una barbacoa y ella misma me dijo que te invitara. —Se


explicó.

—Bueno, si me das diez minutos para guardar esto...

—Claro. Te ayudaré. —Dijo y empezó a meter cosas en el


congelador.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

Llegamos a la hora del almuerzo, no recuerdo muy bien lo que


estuvimos hablando en el trayecto desde mi casa a la suya, pero si
no lo recuerdo es porque seguramente no fue relevante. Sarah me
recibió como de costumbre, con sus dos sonoros besos, ante la
risita de Patricia.

—Me alegro de que vinieras. —Me dijo Lucia, asomándose tras su


suegra.

—¿Qué celebráis? —Pregunté al ver algunos globos por la casa.

—Hola. —Tom apareció por la puerta con la más grande de las


sonrisas, sin dar tiempo a los demás a contestar a mi pregunta.

—Ey, renacuajo, ¿qué tal? —Le dije divertida. Tom me alargó la


mano para que se la estrechara y no tuve que esperar mucho para
recibir la descarga de 12 voltios.

—Ay, bicho, ¿qué tienes ahí? —Pregunté mientras los demás se


reían a moco tendido.

—Inocente. —Gritó el niño, riéndose con los demás.

—Oh, es verdad, lo había olvidado. —Patricia reía más aún que los
demás.

—Ese es el mayor pecado que alguien puede cometer el día de los


inocentes, olvidar el día que es. —Dijo burlona Patricia, mientras
me quitaba algo adherido a mi espalda.

—¿Qué es eso? —Pregunté, aunque me imaginaba lo que era.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—Es un monigote. —Respondió Patricia, perdiéndose de pronto en


las profundidades de la casa y riendo aun.

—Ven aquí, te vas a enterar. —Corrí tras ella, ante la mirada


divertida de todos. Recapacité, claro, por eso la gente me miraba
así durante toda la mañana.

Recorrí la casa con la mirada, pero no había ni rastro de Patricia.


Salí al porche, donde algunos invitados charlaban amistosamente.
A algunos los conocía de Navidad y me saludaron simpáticamente,
pero a otros era la primera vez que los veía. Patricia apareció
detrás de mí.

—Eh, quieta, no me mates. —Dijo levantando los brazos. Puse


cara de mohín.

—Eres muy graciosa, no es justo, he quedado en ridículo delante


de millares de personas. —Me quejé.

—Exagerada. Solo ha sido una broma. —Dijo ella, restándole


importancia al asunto.

—Claro, como no has sido tú el objeto de la broma. —Le


recriminé.

—Toma, fumemos la pipa de la paz, jefe indio. —Dijo de forma


divertida y me pasó un vaso de ponche. Estaba a punto de beber
cuando miré con desconfianza el líquido. Ella puso cara de
desesperación.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—No está envenenado. —Dijo con media sonrisa sospechosa.

—Si lo está caerá sobre tu conciencia. —Contesté con una sonrisa


traviesa, ella se removió incomoda.

—¿Tienes hambre? —Me preguntó, señalando las hamburguesas y


las salchichas dorándose en la barbacoa.

—No mucha. —Me miró con incredulidad fingida.

—¿En serio?

—Ja, ja, ja. Estás últimamente muy graciosa. —Contesté irónica y


ella rió divertida—. Hay mucha gente. —Observé—. Sí, son amigos
de mis hermanos y de mi madre. —Explicó con una mueca.

—Parece que no te agradan. —Reflexioné mirándola


detenidamente.

—No me gusta el ejército. —Contestó secamente.

—¿No hay ningún amigo tuyo? —Pregunté un poco extrañada.

—Estás tú. —Dijo con una ladeada sonrisa.

—A parte de mí. —Ella me miró durante un largo momento, luego


volvió la mirada y siguió callada. Su seriedad pasó a una gran
sonrisa.

—¿Quieres conocer a un amigo mío? —Alzó la mano, llamando a


alguien que no supe determinan quien era, hasta que un hombre

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

de unos 30 años se abrió camino entre la multitud, con una


sonrisa triunfal.

—Ehh, ¿me llamabas princesa? —Dijo el hombre con arrogancia—


. Patricia le abrazó y le dio dos cálidos besos. Empecé a
preguntarme si no sería aquel el tipo del que Patricia andaba
enamorada.

—Hola Carlos, quiero presentarte a una buena amiga mía. Carlos,


esta es Andrea. —Carlos me estudio lujuriosamente de la cabeza a
los pies.

—¿Todas tus amigas son igual de bellas? —Dijo en un acento un


poco extraño, luego me besó la mano de un modo galante—. Un
placer, princesa.

—¿No puedes dejar de ser italiano por un momento? —Preguntó


Patricia disimulando una mueca de disgusto.

—Viene de una larga tradición, está en nuestra sangre. —Explicó


el moreno y forzudo italiano—. No puedo evitarlo. —Dijo con una
sonrisa enigmática mirándome intensamente—. Y menos cuando
me presentan a mujeres tan hermosas.

—Corta el rollo Carlos. —Dijo Patricia un poco incómoda.

—Vale, no te pongas celosilla, que tú también eres mi princesa.

Carlos pasó un brazo por encima de Patricia y le besó en la


mejilla. Pude comprobar que había mucha complicidad entre ellos.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—Bueno, damas, me encantaría quedarme a charlar un rato más,


pero el deber me llama, le dije a Sarah que me encargaría de la
barbacoa. —Explicó y luego volvió a mirarme intensamente. Me
limité a sonreírle un poco incomoda.

—Hasta luego. —Dije. Patricia me pasó un brazo por el hombro y


estiró de mí hacia el balanceador del porche.

—¿Todos tus amigos son así de plastas? —Pregunté un poco


malhumorada y celosa.

—Es el único amigo que tengo. —Luego sonrió traviesa.

—Ya veo. —Contesté secamente, bajando la mirada—.


Sentémonos. —Se sentó en el balanceador y me indicó que le
hiciera compañía.

—¿Estas bien? —Le pregunté al ver que guardaba un inusitado


silencio.

—Sí. ¿Por qué lo preguntas? —Encogí los hombros en señal de


indiferencia—. Estoy bien, tan solo pensaba en el trabajo.

—¿En qué trabajas? Tu madre me dijo que estabas en Quebec. —


Le pregunté interesada, pues hasta ahora no habíamos hablado
sobre ello.

—Trabajo en un centro para niños con problemas, autistas la


mayor parte. —Explicó.

—Oh. ¿Es un buen trabajo? —Pregunté.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—Sí, pero a veces me siento tan frustrada. Hay niños a los que por
más que lo intento no consigo sacarlos de su mundo. Están
inmersos en un mundo que no es el nuestro, carecen de
sentimientos, pero luego demuestran tener una gran creatividad o
grandes dotes para las matemáticas y ciencias, es tan extraño. —
La miré realmente interesada.

—A veces hay cosas que es mejor no preguntarse, cosas que


tienen un fin, un destino...

—¿Quieres decir que el que esos niños sean así es porque el


destino decidió que debía ser así y no podemos remediarlo? —Me
miró con cierta expresión de incredulidad.

—No, lo que quiero decir es que quizás son así por algún motivo,
quizás debamos ver las cosas buenas, como por ejemplo su rara
creatividad o esos dotes matemáticos. No sé si me entiendes. —
Dije un poco ofuscada por no poder explicárselo bien.

—Sí, te sigo, pero tienes una rara filosofía, demasiado exotérica. —


Me contestó sonriendo—. Cambiando de tema, ¿qué ha sido de tu
vida todo este tiempo? —Me preguntó sentándose de lado en el
balanceador para mirarme.

—Pues, como te dije, después de salir de reformatorio, me vine


aquí a estudiar en la universidad, me independicé de mis
adinerados padres y aquí estoy, libre y ociosa como un pajarillo. —
Ella sonrió divertida.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—¿No has salido con nadie en todo este tiempo? —Preguntó


alzando una ceja.

—No he tenido mucho tiempo, la verdad es que me tomé la


universidad muy en serio, era una forma de mantenerme... sobria.

Hice una pequeña mueca, casi convertida en sonrisa. —¿Qué me


dices de ti?

—¿Yo? Ninguna chica se fijaba en mí, puede que les asuste, ¿tú
que crees? —Me miró sonriente y pícara.

—Me cuesta creerlo. —Dije con sarcasmo.

—¿Me acusas de mentirosa? La verdad es que no estuve muy por


la labor de buscar a nadie. —Explicó, volviéndose a sentar recta
en el balanceador.

—¿Y eso? —le pregunté intentando disimular el interés.

—La única persona que me interesaba me odiaba, o al menos eso


pensaba yo. —Patricia miró al horizonte, donde empezaba a
ocultarse el sol—. Bonito atardecer, ¿no crees? —Me pareció que
intentaba cambiar de tema.

—¿Conozco yo a esa persona? —Pregunté, sin poder aguantar la


curiosidad.

—Oh, sí. —Fue su escueta contestación.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—Ya veo, ¿creí que la habías olvidado? —Le dije volviendo también
la mirada al horizonte.

—¿Olvidarte?, no podría, cierro los ojos y veo tu sonrisa, tus


brillantes ojos verdes, es tan embriagador. —Casi me caigo del
balanceador al escuchar aquellas palabras. En cambio me sostuve
agarrando fuertemente uno de los hierros de la estructura
mientras mi corazón latía más allá del posible control. La miré con
incredulidad incapaz de articular palabra. Ella notó mi escéptica
mirada y me observó confusa—. ¿No me dirás que no lo sabías? —
Preguntó.

—Para serte sincera... no. —Fue ella la que me miró con


incredulidad.

—¿En serio? —preguntó sin dejar de mirarme.

—En serio, nunca me lo dijiste. —Contesté recriminándola un


poco.

—De todas formas, sabía que era imposible, lo dejaste claro desde
un principio. —Dijo un poco dolida.

—Lo sé, es solo que pensé que era un capricho, tú... me dijiste que
eras incapaz de amar...

—Pero tú me ayudaste a combatir eso, no sé cómo, pero lo


hiciste...

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—Estáis aquí. —Lucia apareció de la nada con dos vasos de


limonada y dos perritos calientes—. Tomad, charlatanas. —Nos
sonrió con ternura.

—Gracias Lucia, pero no me apetece. —Patricia de repente se


levantó y me dejó sola con la joven chica.

—Oh, vaya, ¿dije algo malo? —Preguntó Lucia apesadumbrada.

—No, creo que se ha enfadado conmigo. —Dije apenada.

—¿Quieres contármelo? —Preguntó comprensiva.

—No sé si lo comprenderás... es tan lioso.

—No te preocupes, comprendo todos los idiomas y soy buena


traductora. —La miré sonriente y me aparté para dejar que se
sentara a mi lado.

Le conté a Lucia todo lo que os acabo de contar a vosotros, desde


el principio, todo lo que ocurrió desde el día que llegué al
reformatorio, y ella escuchaba embelesada mi historia. Evité
contarle algunas escenas para evitarme un momento de
incomodidad y evitárselo a ella también. Me comprendió bastante
bien, era una chica bondadosa y simple.

—¿Pero tú estás enamorada de ella? —Preguntó mirándome


intensamente.

—Pues eso es lo que no sé, me gusta, pero no estoy segura de lo


que siento...

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—Por qué no lo intentas, si no lo haces nunca lo sabrás. Míralo de


este modo, y si ella es tu alma gemela, si no lo intentas quizás no
habrá otra oportunidad.

—Pero, yo soy nueva en esto, ni si quiera sé que hacer... es tan


raro...

—Solo tienes que dejarte llevar, haz como harías con un hombre,
primero sedúcela hasta que caiga rendida, luego todo será más
fácil. A mí me funcionó con Luis. —Dijo orgullosa.

—No sé... no tengo ni la menor idea...

—Yo te ayudaré. Seré tu cómplice. —Me sonrió tranquilizándome.

—¿Trato hecho? —alargó su mano para que se la estrechara. Miré


un momento su bondadosa e inocente sonrisa.

—Trato hecho. —Nos dimos la mano.

—Ahora hay que ponerse mano a la obra, hay que trazar un plan.

Suspiré, pensando que quizás aquello no había sido tan buena


idea.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

No os podéis ni imaginar la que me armó Lucia. Llamó al

cuartel de sus queridas amigas, todas eran sabías en estética y


belleza.

Me encontraba como Jesús entre los doctores. En realidad me lo


pasé bien.

Pero antes que nada, os diré que el día de la barbacoa no volví a


ver a Patricia, entre otras cosas porque estuve muy ocupada
poniendo atención al plan de Lucia y además porque la propia
Patricia no volvió a dar la cara en todo lo que quedaba de tarde.

Me marché un poco depresiva, pero esperanzada de que el plan de


Lucia saliera bien. Al día siguiente quedé con ella y sus queridas
amigas para ir de compras. Me gasté tanto dinero en trajes y
adornos que tuve que coger prestado dinero de mi padre, además
allí todo se pagaba con tarjetas de crédito. Cuando llegué a mi
casa me lancé sobre el sofá dejando que todas las bolsas se
desparramaran por el suelo. Suspiré aliviada, pero nerviosa. Solo
quedaban dos días para fin de año, pero no tenía la menor idea de
qué hacer durante esos dos días. El plan ya estaba estudiado,
todo iba viento en popa. Bueno, no todo, quedaba buscar al infeliz
que tendría que hacerme compañía. Esta era la parte del plan que
menos me gustaba, tener que dar celos a Patricia, solo pensar en

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

su reacción me ponía nerviosa. ¿No era esa una medida un poco


frívola y cruel, además de desesperada? Según Lucia en ningún
caso debía decir que era mi novio, solo acompañante, para que
Patricia no perdiera del todo la esperanza. Luego debía
comportarme cariñosa con el tipo, pero yo no era, y en mi vida he
sido buena actriz. A la mañana siguiente el timbre de la puerta me
despertó. Aturdida me vestí rápidamente y me dispuse a abrir la
puerta. Ante mí apareció un chico de unos 25 años muy bien
formado. Era castaño, casi rubio y tenía unos ojos verdes muy
bonitos, le sonreí amablemente.

—Hola. ¿Qué desea? —Pregunté, pensando que sería un nuevo


vecino o algo así.

—¿Es usted quien busca acompañante? —Preguntó el chico


mirando avergonzado al suelo. Me quedé un poco perpleja,
incapaz de reaccionar—. Lucia me obligó a venir. —Levantó la
vista y me sonrió encantador.

—Op, voy a matarla. —Dije entre dientes—. Pasa. —El chico dudó
un momento y luego entró.

—¿Qué te ha dicho exactamente Lucia? —Pregunté invitándole a


que se sentara en el sofá.

—Oh, pues me dijo que si no venía le diría a mamá que soy gay. —
Me sonrió nervioso.

—Jajaja, ¿en serio? ¿Sois hermanos? —El chico asintió—. Vaya


cuanto lo siento. —Conseguí sacarle una gran carcajada—.
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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

Al menos tienes buen humor. —Dijo mirándome sonriente—.


Gracias. Bueno, en serio, te agradezco mucho el gesto, pero no
quiero obligarte a hacer nada que no quieras. —El chico se tensó
un poco.

—No, ante todo soy un caballero y le prometí a mi hermana que te


ayudaría, además me has caído muy bien. —Contestó serio.

—Gracias. Empecemos por el principio, ¿Cómo te llamas? —le


pregunté.

—Oh, Virgil. Contestó. ¿Y usted? —Sonreí al verme llamada de


usted.

—No me llames de usted, me hace sentir mayor y debo tener tu


misma edad. Me llamo Andrea. ¿Virgil, de dónde viene? —Bajó la
cabeza suspirando apesadumbrado.

—De Virgilio, mi madre sufrió durante el embarazo un empacho


de literatura clásica griega. —Me sonrió inocentemente.

—Tengo una duda, ¿Patricia no te conoce? —Pregunté un poco


extrañada.

—No, la verdad es que como estuve estudiando fuera no pude


venir a la boda, y aun no he tenido ocasión de conocer a la familia
de Luis. —Me explicó.

—Bien, bueno, entonces, el plan es que tu... bueno, yo... vamos


juntos a fin de año... yo diré que eres mi acompañante...

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—Lucia me lo explicó. No debo decir que soy tu novio bajo ningún


concepto. —Dijo y me sonrió con complicidad.

—Bien, entonces todo está claro. —Virgil bajo la cabeza


dubitativo—. ¿Eres homosexual, no? —Preguntó curioso. Era la
primera vez que me lo preguntaba así que no supe que responder.

—No lo sé, cuando veo a Patricia no tengo dudas. —Fue lo más


estúpido que pude decir, pero no quería incomodar al chico
diciéndole que también había estado con chicos.

—Ahora sí, todo está claro. —Dijo el chico levantándose—. Bueno,


tengo que irme, ha sido un placer. —Extendió la mano y yo se la
estreché.

—Lo mimo digo. —Contesté un poco más relajada.

—Vengo a recogerte a eso de las 9. —Asentí.

—Sí, es buena hora. —Y se marchó.

Ya estaba todo resuelto, ahora solo quedaba esperar el día del


holocausto final. Ya, ya sé que soy un poco exagerada, pero no
pensareis lo mismo cuando os cuente lo que pasó, oh, eso sí que
no se me ha olvidado, recuerdo cada palabra, cada imagen de
aquella inolvidable noche. No os voy a dejar con la miel en la boca,
seguiré con la historia, tranquilos.

Lo que paso fue lo siguiente. Estuve medio día rodeada de las


amigas de Lucia y de ella misma, mientras me probaban

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

maquillajes y ropa tras ropa. Pareciera que estaba a punto de


casarme. Yo suspiraba cansina cada dos por tres, pero soportaba
estoicamente aquella tortura. En algún momento de la tarde, las
chicas dieron su visto bueno a uno de los modelos y al fin pude
suspirar aliviada. Luego cada una se fue marchando, pues tenían
su propia fiesta para la cual debían arreglarse. Eras las 6 de la
tarde y no había comido nada en todo el día, tan solo un zumo en
la mañana. Con lo golosa que yo era, ahora estaba totalmente
desganada.

Me parecía gracioso ponerme guapa para gustarle a una mujer,


debía estar volviéndome loca u homosexual, supongo. Bueno, el
hecho es que salí de mi casa con el modelito elegido por las chicas
y oí castañear a mis dientes. Hacía mucho frío, como debía ser en
Navidad. El traje era de tirantes, con diferentes tonos de rosa y
pardo, con un gran escote que dejaba ver más de la cuenta y con
un recatado volante por encima de las rodillas. Debo decir que
incluso Virgil se quedó embobado mirándome. La verdad es que
también a mí me había gustado el traje, pero de ahí a ponérmelo...

En fin, pensé, todo sea por la causa. Me puse el abrigo de ante


negro y entré en el polo azul de Virgil. Cerré los ojos y me
tranquilicé, o al menos lo intenté.

—¿Estás bien? —Preguntó Virgil divertido. Le miré un poco


confusa. Hasta ahora no había cruzado palabra con él, tan solo
«hola». Realmente estaba guapo. No se había puesto smoking,
sino un pantalón gris de pinza muy elegante y una camisa azul

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

marina que hacía brillar aún más sus ojos. Le sonreí un poco
avergonzada al darme cuenta de que había estado mirándole
demasiado tiempo.

—Sí, lo siento. —Virgil me sonrió quitándole importancia a mi


anterior escrutinio—. Estás muy elegante, los hombres de la fiesta
se volverán gays por tu culpa.

—Es el mejor piropo que me han hecho en mi vida. —Dijo y


seguidamente arrancó el coche con una media sonrisa liviana.

La manzana estaba a rebosar de coches. Nunca imaginé que


Patricia tuviera una familia tan extensa, ¡¡si incluso había un
camión de mudanza y uno de helados más allá!! Nos costó un
poco aparcar, al final lo tuvimos que hacer en la otra manzana.
Andamos en silencio y ateridos por el frío hasta la casa. Virgil
llamó a la puerta y me sonrió cortado.

—¿Preparada? —Dijo nervioso.

—Nunca estaría preparada para esto. —Contesté asustada. Virgil


se echó a reír y yo hice lo propio. En ese momento se abrió la
puerta, ¿y a que no sabéis quien fue a abrir? Pues quien iba a ser,
Patricia, ni más ni menos. Su mirada pasó de la alegría al
mirarme, a la confusión al ver a Virgil.

—Hola. Pasad. —Dijo amablemente.

—Hola. —Le dije una vez dentro de la casa y le di los


acostumbrados dos besos. Ella se quedó mirando a Virgil

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

seriamente—. Oh, este es Virgil, mi acompañante. —Señalé a


Virgil y le miré con media sonrisa de complicidad, gesto que no
pasó desapercibido para Patricia.

—Mucho gusto. —Virgil estrechó la mano de Patricia con


delicadeza y le sonrió. Patricia se limitó a hacer una mueca que
casi fue de desprecio.

—¿Os conocéis de mucho tiempo? —Preguntó Patricia con cierto


tono de desconfianza, puesto que yo le había dicho que no tenía
ninguna relación.

—Sí, somos muy buenos amigos y nos compenetramos muy bien.

Las palabras de Virgil no sonaron demasiado bien para Patricia


porque frunció el ceño.

—Dejadme vuestros abrigos. —Dijo amablemente, dejando a un


lado la conversación.

—Claro. —Contesté y me deshice de la prenda gustosa—. Toma. —


Le alargué el abrigo pero Patricia no atinaba a cogerlo, estaba
absorta en alguna parte de mi anatomía o en todas las partes, me
pareció a mí. Sonreí con la idea y Virgil rió también divertido.

—Toma el mío también. —Dijo Virgil sacando de su


ensimismamiento a Patricia, que se ruborizó por completo.

—Entrad y poneos cómodos. —Dijo y desapareció por el pasillo.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

Virgil y yo nos miramos con complicidad. No pude evitar soltar un


suspiro de alivio.

Una vez dentro nos encontramos con Lucia y toda la plebe, que se
merecieron el Óscar a las mejores actrices, supieron disimular de
lo lindo, e incluso el hermano de Patricia supo disimular cuando
su esposa se acordó de pellizcarle en cierto lugar doloroso «no
penséis mal». Virgil y yo nos divertimos mucho durante el
tentempié, pero de Patricia ni rastro, de vez en cuando la veía
pasar con una falsa sonrisa y cargando una bandeja.

La madre de Patricia invitó a la gente a tomar asiento en las


mesas que habían dispuesto para los invitados. Nos sentamos los
jóvenes juntos. Todos tomaron asiento, pero extrañamente nadie
se sentaba a mi lado, supuse que esta era otra estratagema de
Lucia. Cuando estábamos todos a la mesa, Patricia y Sarah
sirvieron la cena y luego fueron a sentarse. A Patricia se le puso
cara de sorpresa cuando observó que el único sitio libre estaba
junto a mí. Me miró a lo lejos un poco azorada y yo le sonreí con
dulzura y seducción.

—¿Me pregunto por qué se te ve tan feliz? —Susurro Virgil


chistosamente.

—Que gracioso. No hables, no has dejado de mirar con descaro al


capitán de la marina aquel. Dije sarcásticamente. —Ambos nos
echamos a reír y a Patricia se le puso una cara de consternación.

Un poco con pesadumbre se sentó a mi lado y me sonrió.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—¿De qué os reíais? —Preguntó curiosa. Virgil charlaba con una


de las amigas de Lucia sobre moda.

—De algo que había dicho Virgil, es muy chistoso. —Le contesté.

Ella volvió la cara un poco malhumorada.

—Se os ve muy felices. —Dijo secamente.

—Es muy divertido...

—¿Yo no? —Preguntó mirándome un poco dolida.

—Yo no he dicho que no lo seas, ¿a qué viene esa pregunta? —Dije


confusa, aunque preveía que el plan de Lucia funcionaba, Patricia
estaba celosa.

—Olvídalo, solo pensé... solo...

—¿Qué? —Pregunté curiosa sin dejar de mirarla.

—Nada, da igual. —Dijo y se puso a comer en silencio. Me quedé


mirándola un rato y sentí unas ganas enormes de abrazarla y
decirle que solo la quería a ella, pero no era el momento, no allí
delante de todos.

—¿Qué pensaste? —Le susurré al oído de modo que los demás


pensaran que solo estábamos cuchicheando y que aquello no era
un método de seducción. Como no pareció reaccionar, puse mi
mano sobre su muslo y pegó un respingo que le hizo mandar la
cuchara llena de sopa dos metros atrás. La gente se quedó

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

mirando a Patricia con curiosidad, esperando una explicación,


pero ella, roja como un tomate, se limitó a levantarse, recoger el
desastre y sentarse de nuevo. Carraspee, disimulando una
sonrisilla traviesa—. ¿Estás bien? —Asintió nerviosa con la
cabeza, pero sin atreverse si quiera a mirarme. De nuevo coloqué
mi mano sobre su muslo y empecé a acariciarle con suavidad.
Esta vez ella solo se agitó un poco, pero se mantuvo comiendo en
silencio.

—Ehh, Andrea... —Virgil me susurró al oído que el capitán le


estaba mirando con interés y sonreí con su comentario.

—Eres un seductor. —Le dije con complicidad. En ese momento,


Patricia apartó mi mano con brusquedad. Supuse que la razón
había sido mi cuchicheo con Virgil. Quizás se pensaba que yo
jugaba a dos bandas. Volví mi vista hacia ella y me la devolvió con
desprecio. Luego se acercó a mí.

—Deja de jugar. —Me susurró. Su aliento me hizo cosquillas y me


excitó sobremanera.

—No juego. —Le dije mirándole seriamente. Entonces fue ella la


que puso su mano sobre mi muslo. Pegué tal brinco que tire la
copa de vino—. Mierda. —Dije levantándome al ver que se
manchaba el traje. Patricia escondió una sonrisa de burla y un
poco mosqueada la miré.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—El baño está al final de la escalera, a la izquierda. —Me dijo sin


poder contener la risa. Molesta me marché por el pasillo,
refunfuñando cosas ininteligibles.

Estaba enfadada, ella me había tratado con burla y yo odiaba que


se burlaran de mí. La noche no estaba saliendo como esperaba,
Patricia era un hueso duro de roer. Reflexioné un poco. Aquello no
era más que un juego, Patricia tenía razón, ninguna ponía la
carne en el asador, porque ninguna sabía lo que realmente sentía
la otra. Me miré al espejo y suspiré. Mi aliento lo empañó por
completo. Me eché un poco de agua sobre el cuello, me sentía
completamente estresada.

—¿No te han enseñado a cerrar con pestillo? —La voz de Patricia


me hizo dar un brinco por el susto. Había cerrado la puerta con
pestillo y se apoyaba sobre ella, mirándome con algo que estaba
segura era deseo.

—¿No te han enseñado a llamar antes de entrar? —Contesté


malhumorada por su intromisión.

—Me encanta cuando te enfadas. —La miré enfadada, pero por


dentro estaba muy halagada.

—Ya me marcho. —Dije y me acerqué a la puerta, pero ella se


colocó delante de mí impidiéndome el paso.

—¿Recuerdas el día que nos conocimos? —Me miró rememorando


viejos tiempos.

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—Sí, como olvidarlo. —Contesté sin saber a donde quería llegar.

—Me besaste en el baño. —Dijo sentenciosa.

—De eso nada, fuiste tú quien me besó. —Dije a la defensiva.

—¿Ah sí? No lo recuerdo, pero si fue así, supongo que ahora es tu


turno, ¿no? —Dijo en tono divertido.

—¿Qué? —Pregunté confusa.

—Ahora te toca a ti besarme. —Explicó acercándose a mí.

—¡¡Quieta!! —Patricia se detuvo mirándome con sorpresa.

—¿No quieres besarme? —Preguntó con un tono de voz seductor.

—No es eso... es que...

—¿Qué? —Preguntó y siguió acercándose a mí. A escasos


centímetros se detuvo, esperando que yo la besara, pero me entró
el miedo, deseaba besarla, pero me sentía un poco humillada.
Tenía los ojos cerrados y los labios entreabiertos, pero contuve mi
tentación y en silencio me escurrí hasta la puerta, dejándola allí.
De camino al salón me reí por lo que había hecho.

La mesa estaba siendo recogida y la gente estaba en el salón


bailando y charlando. Observé que Virgil hablaba con el capitán
distendidamente y no quise inmiscuirme, parecía que se gustaban
realmente. Vi a Patricia acercarse a mí con una sonrisa orgullosa y
vanidosa.

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

—Cobarde. —Me susurró al oído. Te doy otra oportunidad. Estoy


en mi habitación. —La vi marcharse escaleras arriba y tragué
saliva. Era ahora o nunca. Dejé que pasara unos 5 minutos desde
que se había marchado, para no parecer demasiado desesperada y
fui tras ella.

La puerta de su cuarto estaba entreabierta. Suspiré varias veces


intentando tranquilizarme y finalmente entré, pero allí no había
nadie. Miré en el baño y escuché un ruido seco, como de una
puerta cerrándose. Salí asustada a ver y observé que estaba
cerrando la puerta con pestillo. Luego me miró de forma inocente.

—5 minutos, yo no hubiera tenido tanta paciencia. —Me sonrió y


le respondí un poco avergonzada.

—Quería decirte que Virgil...

—Ah, ah... lo sé, me di cuenta cuando fuiste al baño, es


homosexual, no dejaba de tirarle los tejos al amigo de mi
hermano, al capitán. —Sonreí divertida.

—No sabe disimular. —Dije en su defensa.

—Ya me di cuenta. Sin embargo tú lo haces bastante bien. —Dijo


acercándose a mí despacio.

—No sé de qué hablas. —Dije en tono indiferente. Ella me empujó


y caí sobre la cama. La miré un poco asustada.

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—¿No sabes de qué hablo? Se te da muy bien seducir, veamos qué


tal se te da ser seducida. —Dijo poniéndose a horcajadas sobre
mí. Tragué aire con fuerza y sentí una punzada en mi interior.

—Yo lo hago mejor. —Contesté orgullosa, pero sin poder disimular


mí deseo.

—Aja, veamos. —Se agachó y besó mi escote con delicadeza,


dejando un surco húmedo entre mis pechos. Gemí débilmente.

—No está mal, pero yo puedo hacerlo mejor. —Tras un pequeño


forcejeo, conseguí ponerme encima de ella. Me agaché para
besarla, pero ella volvió la cabeza a un lado. Entonces besé su
cuello y lo lamí, sabía a melocotón. Patricia se estremeció, pero
contuvo un gemido.

—¿Eso es todo lo que sabes hacer? —Preguntó con desprecio. Le


sonreí y aproveché que me miraba para besarle en los labios.
Tardó un tiempo en reaccionar, pero pronto el beso se convirtió en
una lucha por ver quien llegaba más lejos. Sus manos acariciaron
mis muslos con suavidad subieron hasta mis caderas, por debajo
del traje. Me separé y me deshice de la prenda sin más
contemplaciones—. Umm, no está mal. —Le calle con otro largo
beso y me estremecí al notar sus manos sobre mi espalda. Me
quitó el sujetador y consiguió ponerse encima de mí de nuevo. Se
separó de mí y bajó con ansias a mis pechos. Besando cada uno
de ellos. Suspiré y gemí con fuerza. Tiré de su cabello para
atraerla a mi otra vez y la besé con fuerza y fiereza. Ella aprovechó

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la posición para deshacerse de su vestido, rompiendo por un


momento nuestro intenso y salvaje beso.

—Tampoco estás nada mal. —Dije mirándola con intensidad. Algo


le hizo gracia y empezó a reír a carcajadas.

—Lo sé. —Contestó.

La noche se alargó más de lo común, eran las 3 cuando agotadas,


nos permitimos descansar un poco. Me eché sobre el cuerpo
desnudo de Patricia y observé que encajábamos a las mil
maravillas, como dos cuerpos rotos por la mitad. La sensación de
sentir el calor de su piel viva bajo la mía era indescriptible, nunca
había sentido nada parecido. Aproveché para acariciar y
memorizar el contorno de sus pechos, de sus caderas, de su
rostro. Patricia sonreía con cada caricia y se estremecía. Me besó
la frente y me miró como si fuera un objeto de veneración.

—Te quiero. —Aunque lo había susurrado en varias ocasiones en


mi oído, ahora me lo decía cara a cara, mirándome a los ojos.

—Lo sé. ¿Sabes que yo también te quiero? —Pregunté divertida.

—Lo sé. Ahora sí. —Dijo y sus labios rozaron los míos, con
delicadeza, sin profundizar, pero con intensidad, con pasión en
ese pequeño roce. Suspiré sintiéndome como en una nube, feliz y
completa.

—¿Quién ha ganado? —Pregunté cuando nos separamos.

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—Yo, por supuesto. —Dijo orgullosa.

—Ja, eso no te lo crees ni tu. —Contesté siguiendo el juego—. Por


supuesto, gané yo. —Dije con el mismo tono de orgullo.

—Sabes, creo que ganamos ambas. —Dijo mirándome con


dulzura.

—Ganaste mi alma, ¿ese es un buen trofeo? —Pregunté mirándola


con un poco de timidez.

—El mejor del mundo. —Contestó. Me abrazó con fuerza y me dejé


mecer por aquellos brazos reconfortantes.

Así fue como terminó aquel fin de año. Bueno, he omitido ciertas
imágenes porque hasta a mí me resulta vergonzoso contarlas,
además es mi intimidad jolines. Bueno os contaré que aquel final
feliz, sigue siéndolo todavía. Aun me acuesto y me levanto entre
aquellos brazos, y soy la mujer más feliz del mundo, tengo lo
único que necesito. No sé qué haría sin ella. Y mirad, estoy aquí
desesperada, contándole esto a unos... unos ancianos que no
saben ni quien soy, ni quienes son ellos mismos. Debo estar loca,
y todo porque Patricia, mi niña se ha roto un brazo, menuda he
armado. Después de esto puede que hasta deseéis de verdad
perder la memoria. Siento si os he dado la lata mucho.

Una rubia de pelo corto salió de la sala de entretenimiento con


una sonrisa divertida, echó una última mirada a la entrada de la
sala y entró luego en una habitación, donde una mujer morena le
dio una grata bienvenida. La puerta se cerró tras ella.
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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

Mientras, en la sala de entretenimiento, unos viejos debatían


sobre la intensa y entretenida historia que una rubia loca les
había contado. Uno de ellos se quejaba a viva voz porque la rubia
había omitido ciertos detalles...

FIN

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Ella y Yo - Elora Dana Xenagab

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