Sei sulla pagina 1di 133

1

2da. Parte

PRUEBA DE CONOCIMIENTO

RELIGIÓN BÁSICA Y MEDIA

2017 TEMARIO DESARROLLADO POR METODOLOGÍA MAD


USO RESTRINGIDO Y PERSONAL PARA PROFESOR DE RELIGIÓN
www.metodologiamad.cl
Prof. Rodolfo Mendoza

Sistema de Desarrollo Profesional Docente Evaluación de


Conocimientos Disciplinarios y Pedagógicos
www.cpeip.cl/wp-content/uploads/2016/10/TEMARIO-2016-RELIGI%C3%93N-CAT%C3%93LICA.pdf

Religión Católica Segundo


Ciclo Enseñanza Básica y Enseñanza Media
TEMARIO DESARROLLADO
PROCESO EVALUACIÓN AÑO 2017
2

TEOLOGÍA FUNDAMENTAL
Dios se revela a la humanidad, como Padre y Creador en una Historia de salvación.
La creación.

Doctrina de la creación, fundamentos teológicos y su relación con explicaciones científicas sobre el origen del
universo.

Noción Teológica de Creación El

acto creador:

La idea cristiana de creación es una idea precisa y bien determinada. Se refiere al acto creador por el que Dios produce la
totalidad de lo que existe. No hablamos ahora por tanto de Creación como efecto o producto de ese acto creativo divino
(lo haremos en 16.4). Nos ocupamos en este momento del acto creador, o creación activa.
Noción: la Creación se puede definir como la producción del ser entero de las cosas o la producción de las cosas según
toda su sustancia. En el acto creativo, Dios produce lo que existe en cuanto que existe. Dado que lo que existe es tal en
virtud del acto de ser, que es perfección de toda perfección en todo individuo existente, producir lo que existe en tanto que
existe significa producirlo totalmente.

La creación activa puede definirse también como la emanación de todo el ser, realizada por Dios. Emanación equivale
aquí sencillamente a producción u originación. Lo que emana en virtud del acto creador e toso el se, es decir, no este ser
concreto. Si fuera así, estaríamos en presencia de una generación.

El acto de Creación encierra tres aspectos básicos: www.metodologiamad.cl

a) El Creador no sufre cambio o modificación alguna por el hecho de crear, es decir, no pierde ni adquiere ninguna
perfección.

b) Lo creado es real y completamente distinto del Creador. La Creación implica que aunque el Creador y la criatura
pueden considerarse ambos bajo la noción común de ser, dado que la criatura posee un ser participado, no tiene sin
embargo comunidad de ser con Dios.

La Teología de Santo Tomás se apoya en la idea de participación para formular el concepto de creación. Participar significa
aquí el poseer de modo limitado e imperfecto algo que se hala en otro de modo total, ilimitado y perfecto. La participación de
la criatura respecto del creador es la llamada participación trascendental. (ver Morales, op. cit. pag 123).

Ser creatura significa poseer el esse participado, limitado por la esencia que lo recibe. Dios, en cambio, no "posee" el esse, el
ES el ESSE subsistente.

c) Lo creado es totalmente creado. El creador no parte de una materia informe preexistente, sino que crea "ex nihilo".

La Causa eficiente de la creación


3

a) Dios solo es el Creador:

Cfr Gen. Al principio Dios crea:

S. Agustín: No puede haber una criatura creadora, ni los ángeles, ni las demás criaturas.

S. Tomás dice que entre el efecto y la causa debe haber una proporción, por lo tanto, si el efecto es universal la causa debe
ser universal. Es necesario que la creación sea producida por Dios porque sólo Dios es el Ser total que existe por sí mismo,
el Ser absoluto. Dios no puede crear a través de un ser finito porque crear es pasar del no-ser al ser, lo cual requiere una
potencia infinita. www.metodologiamad.cl

b) Creación obra de la Trinidad:

Como toda actividad de Dios hacia afuera (ad extra) la creación es un acto libre de Dios, y común por lo tanto a las tres
Personas divinas.

El concilio II de Constantinopla (a. 553) afirma:"Un solo es Dios y Padre, de quien todo procede; y un solo Señor
Jesucristo, por quien todas las cosas han sido hechas; y un solo Espíritu Santo, en quien todas las cosas existen".

El conc. Lateranense (649) habla de la "Trinidad, creadora y protectora de todas las cosas". La misma verdad expresa el
Lateranense IV (1215): "Padre, Hijo y Espíritu Santo constituyen un solo principio de todo el universo, Creador de todo lo
existente".

Testimonio de la Sagrada Escritura:


Jn. 1, 1ss, Todo fue creado por El y sin El nada sería hecho. Se refiere al Hijo. 1
Co,8,6 atribuye al creación tanto al Padre como al Hijo.
Gen. Y el Espíritu de Dios soplaba sobre las aguas, Espíritu Santo agente de la creación. (JP II, en Dominum et
vivificantem se refiere repetidas veces al "ES Creador").

Argumento teológico: así razona Santo Tomás: "Crear, es decir, producir el ser de las cosas, conviene a Dios por razón de
su ser, que es su misma esencia, la cual es idéntica en las tres divinas Personas. Por consiguiente, crear no es principio de
alguna Persona, sino algo común a toda la Trinidad" (S.Th.1,45,6.).

En la mayoría de los símbolos de fe antiguos, la creación suele atribuirse al Padre, que es fuente y origen de la Trinidad.
No se dice, sin embargo, que la creación sea propia o exclusiva del Padre. Sencillamente, se le atribuye como una
apropiación justificada por el hecho de que el Padre no tiene ni recibe el poder de otro. Pero no se excluye con ello la
afirmación del poder creativo de las otras dos Personas.

Es el mismo proceder teológico por el que se atribuye la redención al Hijo y la santificación al Espíritu Santo.

Creación y Redención: es importante no separar ambos misterios. Ambas verdades reveladas constituye como dos centros
de una misma concepción dogmática.

Fin de la creación: "Dios creó el mundo para manifestar y comunicar su gloria. La gloria para la que Dios creó a sus
criaturas consiste en que tengan parte en su verdad, su bondad y su belleza" (Cat de la Igl Cat n.319; cf también 293 y 294).
4

Las Criaturas: Ángeles, Hombres, Seres Materiales.

LOS ÁNGELES:

La existencia de seres espirituales, no corporales, que la S.E. llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El
testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición.

Sagrada Escritura: a)AT: Los ángeles aparecen a lo largo de toda la historia salvifica, y no solo después del destierro: se
les designa en grupo (Gn. 28,12; 32,2-3;Jb 1,6), se habla del "ángel de Yahvé (Gen 16,57, 22,11). Otros textos: Dn 10,13
(Miguel); Dn 8,16 (Gabriel); Tob 12,15 (Rafael); Gn 3,24 (querubines); Is 6,2 (serafines). En el N.T. se llega al máximo de
la revelación angélica: forman la corte de Dios, están presentes en la tierra con mayor frecuencia (Anunciación, Zacarías,
San José, etc.), se ve claramente su subordinación a Cristo y su función de mediadores, así como la distinción entre los
ángeles buenos y los demonios, la limitación de su ciencia (desconocen la fecha del juicio final), su posesión de la visión
beatífica, etc.
La Tradición, en general, deja claro que no son "diosecillos", sino criaturas, y que hay ángeles buenos y malos. Más
confuso es el tema de su perfecta espiritualidad. Fue Santo Tomás el gran constructor de la teología angélica.

Quiénes son los ángeles: San Agustín dice respecto de ellos: "El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si
preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu, si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel". Con todo su
ser, los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Porque contemplan "constantemente el rostro de mi Padre que está en
los cielos (Mt 18,10), son "agentes de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra".

En tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales e inmortales. Superan
en perfección a todas las criaturas visibles. El resplandor de su gloria es testimonio de ello.

Toda la vida de la Iglesia se beneficia de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles. En la liturgia, la Iglesia se une a
los ángeles para adorar a Dios, invoca su asistencia y celebra la memoria de ciertos ángeles. En cuanto a la vida del
cristiano, durante todo su transcurso está rodeado de su particular custodia (Sal 34,8; 91,10).

D. José Morales resume así "la doctrina definida solemnemente por la Iglesia en torno a los ángeles". "Abarca cinco
afirmaciones principales: a) los ángeles existen; b) son de naturaleza espiritual; c) fueron creados por Dios;
d) fueron creados al comienzo del tiempo; e) los ángeles malos o demonios fueron creados buenos, pero se pervirtieron
por su propia acción". (" El misterio de la creación", EUNSA,1994, pag 202).

HOMBRES www.metodologiamad.cl

El hombre aparece como coronación y centro de la obra divina creadora. Su aparición no constituye una simple
prolongación del proceso creativo, sino resultado de una especial iniciativa divina. Los relatos de Gen 1,26-28 y Gen 2,4b-
25 son centrales en este tema.

Las verdades reveladas acerca de la naturaleza y origen del hombre podemos resumirlas en las siguientes: 1- El

hombre es creatura.
2- Tiene una especial dignidad, es "imagen y semejanza" de Dios, lo cual lo constituye en rey de la creación. Esa dignidad
radica en estar dotado de inteligencia y voluntad.
3- es un ser a la vez corporal y espiritual, como totalidad ontológica querida por Dios. El alma y el cuerpo se unen de tal
manera que resulta una nueva naturaleza que es persona.
5

4 - Nuestros primeros padres, en cuanto al alma, fueron hechos por Dios de la nada; en cuanto al cuerpo, fueron hechos
con una intervención especial de Dios. El alma de cada hombre es creada inmediatamente por Dios cuando es infundida en
el cuerpo.
4- Es sociable por naturaleza
5- Todo el género humano procede de una sola pareja.
6- La diferenciación de sexos es querida por Dios. Existe igualdad esencial entre varón y mujer, y diferencia funcional.
7- Ha sido creado con la vocación de trabajar el mundo.

SERES MATERIALES

La condición fundamental de las cosas es que éstas no son naturaleza entendida como algo último y supremo, sino
creación, es decir, obra divina.

El mundo lleva necesariamente un sello creatural que afecta a su naturaleza un composición íntimas, y que entraña una serie
de consecuencias:

1º.) Las cosas creadas, por proceder de Dios según el conocimiento e intelección divinos, poseen una naturaleza específica
e inteligibilidad. Dado que Dios crea de acuerdo a un designio divino inteligente, podemos hablar de la realidad como
susceptible de penetración intelectual.

2º.) Pero hay que afirmar a la vez que la mente humana es incapaz de penetrar completamente la realidad, porque esta ha
sido ideada y producida por un intelecto mayor que el nuestro y posee entonces un carácter misterioso e inabarcable.

3º.) La contingencia de las creaturas nos habla de una voluntad libre creadora. Esa voluntad divina origina en las cosas la
bondad como aspecto esencial de su ser. Ahondaremos en este tema en el próximo apartado.

La Bondad Del Mundo Creado

"Salida de la bondad divina, la creación participa de esa bondad (y vio Dios que era bueno...muy bueno": Gn
1,4.10.12.18.21.31). Porque la creación es querida por Dios como un don dirigido al hombre, como una herencia que le es
destinada y confiada, la Iglesia ha debido, en repetidas ocasiones, defender la bondad de la creación, comprendida la del
mundo material (cf DS 286;455-463;800;1333; 3002)." (Cat. de la Igl. Cat. n¼ 300).

El catecismo cita las siguientes declaraciones magisteriales: DS

286: Ep. Quam Laudabiliter, de León I "de natura diaboli"

DS 455-463 (Dz 235-243): Conc. de Braga I (año 561): anatematismos contra el priscinialismo (que afirmaba que el diablo
es el creador de la materia y el principio del mal. El alma es de naturaleza divina, ha existido antes que el cuerpo y en
castigo e pecados precedentes ha sido encerrada en éste.)

DS 800 (Dz 428): Conc.Lateranense IV (de 1215), contra albigenses y cátaros (afirmaban que existe junto al Dios de la luz
un Dios de las tinieblas, siendo éste la causa del reino de la materia y del mal).

DS 1333 (Dz 706): Conc. de Florencia, Decr. por jacobitis (1442).


6

La teología cristiana afirma sin ambages que el mundo creado es bueno, porque procede del querer divino. Pero la
afirmación neotestamentaria no menos importante es que, a causa del pecado, el mundo se encuentra como en poder del
Maligno (Jn 5,19). Esto explica que las muchas implicaciones y consecuencias contenidas en la primera idea hayan sido
desarrolladas con gran lentitud por los teólogos de la Iglesia. (Se puede consultar la evolución de tales explicitaciones en el
libro de José Morales "El Misterio de la creación", pag 299-302).

Los problemas que plantean estas discusiones podrían ser reelaborados en función de las siguientes preguntas:

1. ¿Religión y ciencia son dos órdenes distintos? Conforme a lo que hemos visto, es evidente que todos los pensadores
implicados, de una u otra posición, incluso contrapuestas, coinciden en que religión y ciencia son dos órdenes al menos
parcialmente distintos. En otros términos, a lo largo de la historia del pensamiento, la cuestión se plantea en términos
claros y fuertes cuando se percibe la distinción. Mientras esta distinción no se visualiza en forma central, no parece
plantearse mayor problema.

2. ¿Son dos órdenes autónomos con o sin relaciones? Entiendo que salvo para el período griego, todas las demás
cuestiones se plantearon siempre en un contexto de omnipresencia religiosa en el cual la ciencia emergía con pretensiones
de autonomía más o menos absoluta. Precisamente parece que las divergencias (teóricas o reales) se dan en la medida en
que las teorías científicas pretendan autonomía veritativa y funcional aun cuando no pretendan a la vez eliminar las
creencias opuestas. La percepción del peligro surge más bien de los sistemas religiosos, que ven amenazada su autoridad
omniabarcante. Salvo en los dos últimos siglos (yparcilmente), los defensores de la autonomía de la ciencia no pretendían
la desaparición de la religión.
Que ambos órdenes tienen necesariamente relaciones (sean buenas o malas) es una percepción generalizada. Esto es obvio,
porque los sujetos implicados son los mismos, y aun cuando no lo sean (caso delcientífico no creyente, espécimen que en
forma explícita y notable sólo existe a partir del s. XIX) el mundo cultural en que conviven es el mismo.

3. ¿Las relaciones son de subordinación o de coordinación? Yo diría que éste es el problema central. Me parece que la
divergencia fundamental entre los modelos propuestos radica precisamente en que uno de los dos órdenes (o los dos a la
vez) reivindican su supremacía y por tanto la subordinación del otro. En la medida en que esta pretensión no sea acogida
se producirá el conflicto. Ahora bien, las relaciones de subordinación implican siempre postular un sistema veritativo
universal y piramidal. Esta ha sido siempre la pretensión de las teologías monoteístas occidentales, naturalmente cada una
de ellas considerando que su propio sistema es el verdadero. Por eso no sólo han luchado con (contra) la pretensión de
autonomía de la ciencia, sino y sobre todo contra las pretensiones de la otras religiones. La intolerancia entre las religiones
ha sido más importante, me parece, como modelo de comportamiento y como búsqueda de fundamentos teóricos de la
violencia contra el otro, que la intolerancia con la ciencia. Y desde luego, ha causado muchas más víctimas. Pero no es
fácil para una religión universalista abandonar la pretensión de ser la verdad absoluta. De hecho no podrían hacerlo sin
despojarse de un atributo esencial: una religión que no pretenda dar a sus fieles una seguridad absoluta, no tiene tampoco
interés para ellos. El problema de las grandes religiones ha sido pues, encontrar una fórmula que les permita sobrevivir a
todas en relaciones más o menos aceptables, sin renunciar a su pretensión de verdad absoluta. Este es un problema distinto
al que plantea este trabajo, pero creo que hay que aludirlo. Porque cuando hablamos de relaciones de subordinación o de
coordinación entre ciencia y religión, está claro a qué ciencia nos referimos, pero no está claro con cuál religión podemos
concordar o a cual subordinarnos, e incluso no parece que, con el mejor de los espíritus, le sea posible a un científico
subordinarse a todas. Más bien parece que él, en cuanto científico, debería subordinarse a -o coordinarse con- la propia.
¿Qué pasa si no la tiene? ¿Qué pasa si su colega de equipo científico tiene otra? Los científicos resolvieron
pragmáticamente esta cuestión evitándola: los
7

programas científicos, las asociaciones científicas etc. dejan bien en claro que no son religiosas, que no hacen opciones
religiosas, aunque "respeten" a todas.
¿Qué significa "respetar"? Me parece que también ésta ha sido y es una cuestión controvertida. Los científicos y los
religiosos suelen tener ideas diferentes sobre qué sea el respeto. En general, para un religioso el "respeto", aunque no
signifique necesariamente "adhesión" significa al menos "no adhesión a la tesis contraria". Esto es lo que, en general, los
científicos independientes no aceptan, y los científicos creyentes deben no aceptar al menos metodológicamente, aun
cuando busquen concordancias, como el caso paradigmático de los judíos de Tel Aviv que mencioné.
www.metodologiamad.cl

4. ¿Qué modelos de coordinación se han propuesto? Observemos en primer lugar que ninguno de los casos analizados
propone el anarquismo metodológico, ni postula una imposibilidad de coordinación. Me parece que las dos grandes
posturas para las coordinaciones (o sea, las relaciones de convivencia) pasan por dos opciones: 1. posibilidad de
concordancia; 2. imposibilidad de concordancia.
También me parece que la historia nos muestra que la mayoría de los casos número 2 son resultado de uno de estos
factores (o los dos): a. La intransigencia del método teológico; b. La epistemología científica unilateralista. A su turno, los
concordismos han provenido casi siempre de espíritus a vez muy religiosos y muy científicos, es decir, interesados en
salvaguardar ambos campos como tales.
En cambio, casi nunca, en la cultura occidental que hemos historiado, las relaciones han sido propuestas a partir de una
teoría cultural pluralista. En ese sentido, el pluralismo cultural, el respeto por la diferencia, y otros elementos ideológicos
que hoy son estandar y que ninguna ciencia ni religión pueden ignorar, son factores desconocidos o muy secundarios hasta
bien entrado el s. XIX, tanto en el ámbito religioso como en el científico. Por lo tanto, hoy estamos ante un marco cultural
muy distinto, y eso debe tenerse en cuenta a la hora de pretender reproducir argumentos esgrimidos en otras épocas.

Reflexión:

A lo largo de esta exposición he procurado ceñirme a las posiciones analizadas, sin referirme a mi propia posición personal.
Pero me permito ahora finalizar con un pensamiento propio.
No sé si la buscada conciliación entre ciencia y religión es necesaria, ni siquiera estoy segura de que sea posible o
conveniente. Tal vez se logre una conciliación permanente y ella conduzca a un mayor crecimiento de ambas, quizás
unidas. Tal vez no se logre, y siempre permanezcan distintas y hasta opuestas, en una tensión que les ayude a sobrevivir con
sus respectivas identidades y profundizar sus perfiles específicos. Me resulta difícil imaginar un mundo muy diferente al
que conozco y con el cual me siento identificada, un mundo en que las oposiciones y las concordancias, las identidades y
las homogeneidades son equilibrios inestables, a los que siempre hay que aportar nuevas fuerzas y en eso, me parece, ha
consistido hasta ahora nuestra historia humana.

Pero sí estoy convencido de que ambos órdenes, ciencia y religión, deben continuar existiendo. Me parece que la
destrucción o la enajenación de cualquiera de ellos sería una pérdida irremisible de una parte esencial de nuestra
humanidad. El debate por la supremacía se agudiza ahora, en un tiempo en que la ciencia reina omnipotente, pero que
conoce también un resurgimiento espectacular de la esfera religiosa, con una avalancha de creencias nuevas, impensables
en Occidente hace unas décadas, la mayoría de las cuales, sin embargo, se sitúan fuera de la tradición teológica de los
grandes monoteísmos occidentales que aquí se han tomado como referencia. Es todo un desafío que parece hacer
retroceder la historia a una situación lejana en unos cuantos siglos. Tal vez de nuevo la ciencia inicie lo que considere su
cruzada en pro de la auténtica racionalidad contra el oscurantismo. Si fuera así, quisiera aportar la reflexión que concluye la
magnífica obra de Alexandre Koiré, sobre el paso del mundo cerrado al universo infinito, al culminar la historia de la
física clásica con la célebre afirmación laplaciana: "prescindo de esa hipótesis [Dios]": "El universo infinito de la nueva
cosmología, infinito en duración y en extensión, en el cual la materia eterna, según leyes eternas y necesarias se mueve
sin fin y sin designio en el espacio eterno, había
8

heredado todos los atributos ontológicos de la Divinidad. Pero estos solamente: en cuanto a los otros, Dios, alejándose el
mundo, los llevó con Él". www.metodologiamad.cl

30.- Ideas fundamentales de la visión antropológica cristiana. Referencias magisteriales.

De la antropología del Catecismo

Antropología y cristología
La luz final que nos ha arrojado la escatología nos permite destacar un gran tema teológico “transversal”, que está
presente en todo el Catecismo: Cristo es imagen y plenitud del hombre. Cristo es quien revela el hombre (GS 22): quien
revela a lo que está llamado, porque se manifiesta en él y él es el camino (y la verdad del camino y la vida del camino)
(cfr Jn 14,6). La antropología cristiana se resume en Cristo. La relación de la cristología con la antropología es el tema
central teológico de la antropología cristiana, una clave de la teología patrística (y ortodoxa) renovada en la teología del
siglo XX. www.metodologiamad.cl
Está presente en todo el Catecismo. Nos lo hemos encontrado en la exposición del Credo, cuando se define al hombre
como imagen de Dios. Lo hemos visto en la exposición de la moral. Y en la escatología. Además, lo podríamos encontrar
cuando el Catecismo explica los misterios de la vida de Cristo y saca las consecuencias antropológicas; es decir detalla lo
que los misterios de Cristo revelan sobre la condición humana y lo que realizan en nosotros (504, 518, 519-521, 524, 526,
533, 537, 539-540). Y, por supuesto, está presente en toda la economía sacramental, basada en el misterio pascual, que
permite al cristiano identificarse con Cristo. Como resume el punto conclusivo del Catecismo: “Jesucristo mismo es el
‘Amén’ Es el ‘Amén’ definitivo del amor del Padre hacia nosotros; asume y completa nuestro ‘Amén’ al Padre” (1065).
En su vida queda asumida la nuestra. Es el modelo y la definición de la nuestra.

Las ideas de persona y de amor www.metodologiamad.cl


Hay un segundo tema “transversal”, esta vez de naturaleza más filosófica. Es el tema de la persona. Tema de origen
cristiano, pero que ha encontrado una formidable expansión en la reflexión personalista del siglo XX. Con varias fuentes:
los filósofos del diálogo (Buber, especialmente); los filósofos de la persona franceses o francófonos (Maritain, Marcel,
Mounier, Nédoncelle, Thibon, Guitton); y los representantes de la fenomenología realista o primera fenomenología
(Scheler, Von Hildebrand, E.Stein); sin olvidar una veta existencialista creyente deudora de Kierkegaard y un
espiritualismo inspirado en San Agustín y Pascal. A través de la reflexión de muchos teólogos del siglo XX, ha repercutido
en todos los grandes temas de la teología (Guardini, Mouroux, De Lubac, Von Balthasar). Y está presente y desarrollado
en la antropología de Concilio Vaticano II y de Juan Pablo II.
La reflexión sobre la idea cristiana de persona ha renovado muchos temas antropológicos con repercusión teológica. E
influye en muchos temas del Catecismo, como testimonia la breve exposición que hemos hecho y la simple consulta de los
índices.
a) Refuerza la intuición cristiana de que el hombre es un ser esencialmente abierto a la verdad y a la belleza, a la
relación y al amor, a la responsabilidad moral, y en definitiva, a Dios. Esto consolida la idea teológica de la vocación del
hombre a la unión con Dios. Hemos visto ya la importancia que esta idea tiene en el Catecismo.
b) La intuición de que persona significa apertura a la relación, es reforzada por nuestra idea teológica de las Personas
divinas. Desde allí, induce a redefinir la idea cristiana del amor; y a formular que la plenitud humana consiste en la
entrega generosa de sí mismo (idea cristiana del amor) (GS, 24). A su vez, esto permite entender y
9

subrayar el valor ejemplar de la donación de Cristo, como amor-entrega-obediencia, y se refuerza el sentido antropológico
del doble mandamiento de la caridad, que es la cumbre de la moral cristiana.
c) La idea de persona conlleva una intuición de su dignidad y del respeto que merece. Esto se manifiesta en los
derechos humanos. Estas nociones enriquecidas permiten fundamentar mejor una gran parte de la moral
cristiana (la segunda tabla); todos los preceptos de la justicia; y rejuvenece también la doctrina sobre el matrimonio y la
sexualidad; al poner de manifiesto el valor de la vida humana. Al mismo tiempo, permite desarrollar y fundamentar gran
parte de la doctrina social de la Iglesia. En ella se basa, especialmente, la parte moral del Catecismo.

Las ideas de comunión y de Iglesia


El aspecto relacional de la persona nos conduce al concepto de comunión, al nexo espiritual que puede vincular a los
hombres. Es un nuevo hito de la antropología cristiana, un tema que tiene dos vertientes, teológica y filosófica, que se han
enriquecido mutuamente en la teología del siglo XX. También se refleja en el Catecismo.
a) Este concepto ilumina la idea de sociedad en todas sus realizaciones y aspectos. En el ámbito teológico, ilumina en
primer lugar, el misterio de la Trinidad como comunión de personas, modelo cristiano y referencia última de cualquier
verdadera sociedad. Después, la Iglesia, como comunión de personas en Cristo. Es el misterio teológico más renovado del
siglo XX, y, en parte, se debe a esa nueva conciencia de la noción de comunión, aunque también deba mucho a la
recuperación de la idea de misterio y del sentido de la liturgia.
b) La Iglesia es el reflejo y la participación de una comunión divina en la tierra; un anticipo y fermento de la
comunión de personas que será plena en el Cielo; es el nexo donde los hombres se unen con Dios y entre ellos, siendo al
mismo tiempo, signo y principio eficaz de unidad, como señala felizmente Lumen Gentium, 1. Es el lugar de convergencia
del género humano y realización de sus aspiraciones de unidad. Estas ideas están muy presentes en todo el Catecismo
(772-776, 780, 820,1024, 1045). www.metodologiamad.cl

Una idea del pecado y una forma de expresar la salvación


Si destacamos que la perfección humana y social (el Cielo) tienen que ver con las ideas de amor-entrega y de
comunión con Dios y entre hombres, por simetría resulta que el pecado y la situación de pecado pueden ser también
entendidos y destacados como fracturas y divisiones. Si la Iglesia está llamada a reconstruir la unión con Dios y entre los
hombres (cfr Lumen gentium1), es precisamente porque el pecado produce esas rupturas: la ruptura con Dios, la ruptura
entre los hombres, la ruptura dentro del hombre, la ruptura entre alma y cuerpo, la ruptura con la naturaleza (400). Esta
reflexión enriquece, sin duda, nuestra idea de la salvación; y el papel de Jesucristo dentro de la historia del universo. Y
completa con otra perspectiva la soteriología de San Anselmo, basada principalmente en el concepto de culpa y deuda. La
salvación de Cristo no sólo salda una deuda de amor, también reconstruye la comunión personal y la armonía del universo.
Este tema, aunque ocupa el argumento de la Exhortación apostólica Reconciliatio et paenitentia, de Juan Pablo II, es, de
entre los que acabamos de ver, el menos acogido en el Catecismo (cfr 1469).

Consideraciones finales
Nuestro itinerario ha sido largo y ha puesto de manifiesto muchas ideas de la antropología cristiana presentes en el
Catecismo. Recorriéndolas, podemos alcanzar una idea de conjunto bastante completa. Después de exponerla con detalle,
ahora nos interesa sólo revisar los puntos que se consideran más importantes y también aquellos en los que cabe esperar
un desarrollo en el futuro.
10

1) Al repasar la escatología del Catecismo, se nos ha manifestado con toda su fuerza la idea de que el hombre está
llamado a ser recapitulado en Cristo. En Cristo se revela la imagen del hombre tal como Dios la quiere. Es un acento de la
antropología cristiana del siglo XX, expresado emblemáticamente en el famoso punto 22 de Gaudium et spes y
conscientemente asumido por el Catecismo en cada una de sus cuatro partes. Cristo es el modelo a quien tiende el
cristiano mediante la transformación que se confiesa en la fe (Misterio pascual), se celebra en los sacramentos y se
expresa en la moral o vida cristiana. Como detalle de su importancia, hemos señalado el esfuerzo que hace el Catecismo
por ilustrar el sentido antropológico de todos los misterios de la vida humana de Cristo. Pero esa perspectiva está presente
en todos los temas.
2) Desde el principio, hemos percibido la fuerte presencia de algunos temas de carácter personalista: la idea de
persona (de relación, de amor y de entrega) con la conciencia de su dignidad (respeto, derechos humanos); y la idea de
comunión personal. Hemos visto que estas nociones, que cobran un nuevo relieve en el pensamiento cristiano del siglo
XX, han proporcionado perspectivas nuevas a los misterios de la Trinidad, la Iglesia y la salvación, y a toda la moral
cristiana. Y les han conferido una mayor unidad. Les llamábamos ideas “transversales” porque están presentes en todo el
Catecismo. Quizá el último aspecto (la nueva perspectiva sobre el misterio de la salvación) está menos acogido y
pendiente de un ulterior desarrollo teológico.
3) Hemos visto la fuerza que tiene dentro del Catecismo la idea de la vocación del hombre a la unión con Dios. Es
una idea clave para entender al ser humano y puede ser considerada como el atrio del Catecismo. Sitúa toda la economía
de la salvación. La Iglesia anuncia su mensaje con la convicción de que tiene la respuesta de Dios a los anhelos más
profundos del ser humano. En este sentido, la antropología cristiana resulta ser un terreno privilegiado de diálogo
evangelizador.
4) Llama la atención el esfuerzo del Catecismo para insertar la moral cristiana en una idea cristiana del hombre (el obrar
que sigue al ser). Es el área de mayor densidad de temas antropológicos. Detrás está la reflexión personalista del siglo XX
(con amplio eco del pensamiento de Juan Pablo II). Y también el esfuerzo que ha hecho la Iglesia en los últimos decenios
por desarrollar su doctrina sobre los derechos humanos, el matrimonio, la sexualidad y, en general, la bioética. De sus
resultados se nutre el Catecismo.
5) Hemos visto que la exposición sobre la naturaleza del hombre, dentro del Credo, recoge sintéticamente los temas
tradicionales de la antropología cristiana, con riqueza de perspectivas. El Catecismo no puede ir por delante de la teología.
Pero, al representar el estado de lo que es comúnmente recibido, ofrece pistas para proseguir la reflexión. En la idea de
alma, se expresa la singularidad del ser humano desde el punto de vista ontológico: su espiritualidad (que es el
fundamento de su apertura universal a la verdad y a la relación) y su pervivencia eterna ante Dios. Este aspecto, que
conecta con la filosofía clásica, está sólidamente adquirido en la doctrina cristiana (y en el Catecismo), pero parece
necesario relacionarlo mejor con una visión científica del ser humano. La noción tomista del alma como forma del cuerpo
ofrece posibilidades en este sentido. En el siglo XX, hemos enriquecido nuestra idea de persona, pero quizá se ha
empobrecido nuestra idea de alma. Hay una interesante tarea pendiente.
6) Al comparar los tres capítulos de la introducción a la moral (sección 1) con la primera parte de Gaudium et spes,
hemos notado en el Catecismo una relativa ausencia y fraccionamiento de lo que sería la teología de la acción humana; es
decir la teología de las realidades temporales o del trabajo humano con sus productos (arte, cultura y progreso). Se trata de
juzgar el progreso humano, desde una perspectiva cristiana; y también de orientar la acción cristiana en el mundo, en
cuanto creadora de cultura. El tema es más difícil de lo que parece, como ha puesto de manifiesto la crisis de las teologías
de la liberación. Por otro lado, padecemos un notable retroceso cultural del cristianismo en los países de antigua tradición
cristiana, que también plantea interrogantes sobre el sentido y objetivos de una acción cristiana en el mundo (política,
sociedad, derecho, cultura, arte). Sigue siento importante la observación del punto 43 de Gaudium et spes (uno de los
pocos párrafos que no es citado textualmente): “a la conciencia bien formada del seglar toca lograr que la ley divina quede
grabada en la ciudad terrena”. Es una respuesta clara y práctica. Pero también cabe una reflexión actualizada sobre el
papel de la fe cristiana en la ciudad humana pluralista y poscristiana. Sobre todo, si estamos convencidos de que el
cristianismo
11

es la respuesta de Dios a los anhelos humanos, que Cristo es la atractiva plenitud del ser humano, y que la Iglesia está
llamada a reunir en comunión —con Dios y entre sí— a todos los hombres. www.metodologiamad.cl

31.- Sentido teológico y antropológico presente en los relatos del Génesis.

La Creación en la Sagrada Escritura.

Antiguo Testamento

En Gen. 1, 1ss, se destaca claramente la idea de que Dios es el Creador del mundo y que crea en el tiempo (en el sentido
de que las creaturas no son eternas: tuvieron un principio en el tiempo). La creación tuvo un comienzo absoluto In
principio creavit Deus ceolum et terram . Ninguna criatura es colaboradora de Dios en el acto creador. La creación es un
acto libre de Dios. Dios crea de la nada (ex nihilo) es decir, es Dios quien por su palabra, por un acto libre y espontáneo de
su voluntad, atrae (tira, saca) de la nada el universo entero. La aparición del hombre culmina el acto creador. Después de la
creación del hombre Dios vio que era muy bueno: este adjetivo muestra la excelencia del hombre. La creación no es un
acto generativo. Dios creó el mundo por su palabra, Dijo Dios y lo hizo. El acto creador es un acto personal, es Dios
mismo quien opera en la creación.

División de la obra de la creación: www.metodologiamad.cl

Hay dos fases:

Fase de separación: Tres primeros días.

Fase de decoración: Tres últimos días.

1) Fase de separación:

1º. día: Dios separa la luz de las tinieblas, es la creación del día y la noche. Desde este momento, comienza el tiempo, antes
existía sólo Dios en su eternidad.

2º. día: Dios separa las aguas superiores de las aguas inferiores, es la creación del agua encima del firmamento y del agua
de bajo del firmamento.

3º. día: Dios separa agua y tierra, es la creación de los océanos y el suelo. Surge pues el aire, el agua y la tierra. Empiezan a
crecer las hierbas y las plantas.

2) Fase de decoración:

4º. día: Dios crea los astros: sol, luna y las estrellas.
(A diferencia de las religiones paganas en las cuales Dios y los astros se confunden se enumeran los cuerpos celestiales.
Hay un único Dios Creador, las demás cosas son criaturas.)

5º. día: Dios crea los animales, adorna los mares de peces y los aires de aves.
12

6º. día: Dios puebla la tierra, crea los animales domésticos y el hombre a su imagen, le pone encima de todas las criaturas.

7º. día: Dios descansa. www.metodologiamad.cl

B- Relato Yahvista
(Gen. 2, 4b-25), este relato empieza con la creación del hombre y lo presenta en dos estados diferentes:

estado de inocencia, de alegría y de paz estado de


pecado y promesa de salvación.

Gen. 2, 7, Dios crea el hombre con polvo, sopla en sus narices para darle el soplo de vida, así el hombre deviene un ser
vivo. El hombre no ha sido creado por la palabra de Dios según este relato, sino que fue modelado con barro del suelo. La
creación del hombre y de la mujer es el inicio de la creación. La creación del hombre es una participación del ser de Dios.

El amor de Dios.

32.- Cualidades del hombre nuevo, que nace del amor de Dios.

El nacimiento de un nuevo hombre

8. Pablo sabe por experiencia que el que se ha encontrado con Cristo es como si hubiera vuelto a nacer, una criatura
nueva, un hombre nuevo (2 Co 5, 17). El confiesa que ha encontrado el verdadero y definitivo sentido de su vida gracias al
amor de Dios manifestado en Cristo Jesús; ya nadie ni nada podrá separarle de ese amor (Rm 8, 35-39): en un sentido
profundamente cierto en el encuentro con Cristo ha sido recreado. La pro, fundidad de la relación interpersonal de Pablo
con Cristo queda expresada de forma difícilmente superable en la siguiente fórmula: "Vivo, pero no soy yo, es Cristo
quien vive en mí" (Ga 2, 20).

Pablo, un hombre nuevo

El descubrimiento de este acontecimiento saca a Pablo "fuera de sí", derriba sus viejos centros die interés, invierte su
jerarquía de valores, quebranta los cimientos de su mundo: "Todo eso que para mí era ganancia, lo consideré pérdida
comparado con Cristo, más aún, todo lo estimo pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi
Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía —la de
la ley— sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe" (Flp 3, 7-9). Pablo es un
hombre nuevo, radicalmente transformado, está poseído totalmente por Jesús, con el que se ha encontrado ya para siempre
y de cuyo mensaje será el pregonero más fiel. Proclamará no su palabra, sino la Palabra de Dios viva y operante en los
creyentes (1 Ts 2, 13).

Cristo sigue creando hombres nuevos: en la cruz ha quebrantado la fuerza de la carne

Cristo, que transformó a Pablo y a los Apóstoles, continúa hoy transformando y renovando a todos aquellos que se
convierten y se unen a El por la fe y por el bautismo. Cristo renueva y vivifica constantemente a la Iglesia que es su
cuerpo.
13

Cristo, con su muerte redentora, venció el pecado y nos hizo capaces de vivir, no según la carne, sino según el espíritu,
opuesto a la carne; "Lo que no pudo hacer la ley, reducida a la impotencia por la carne, lo ha hecho Dios: envió a su Hijo
encamado en una carne pecadora como la nuestra, haciéndolo víctima por el pecado, y en su carne condenó el pecado. Así,
la justicia que proponía la ley puede realizarse en nosotros, que ya no procedemos dirigidos por la carne, sino por el
Espíritu" (Rm 8, 3-4). San Pablo usa con frecuencia el término carne o la expresión vivir según la carne no en el sentido
de pecados de lujuria, sino en un sentido más amplio: la carne, sede de las pasiones y pecados, destina a la corrupción y a
la muerte, hasta el punto de ser como una personificación del Mal, enemiga de Dios y hostil al Espíritu de Dios. Cristo,
asumiendo la condición humana, menos en el pecado, ha dado muerte en la cruz al mismo pecado.
www.metodologiamad.cl
"El que es de Cristo ha sido hecho nueva criatura." El bautizado, un ser creado en Cristo-Jesús

La obra que se ha realizado en la muerte y resurrección de Cristo no es sólo la victoria sobre el pecado; es una nueva
creación, es el comienzo de puna humanidad nueva. El hombre nuevo por excelencia es Cristo. Si Adán fué el jefe de la
primera creación, Cristo es el primer hombre de la nueva humanidad (Cfr. Rm 5, 12-21; 1 Co 15). Si el hombre ha sido
creado a imagen de Dios, Cristo-Jesús es la imagen de Dios en un sentido pleno (Cfr. 1 Co 15, 49; Rm 8, 29; Col 1, 15-
20).

Por la fe y el bautismo los cristianos participan de la muerte y resurrección de Cristo (Rm 6), se unen a su victoria sobre el
pecado y se incorporan a la nueva humanidad que se inicia en Cristo: "De suerte que el que es de Cristo ha sido hecho
nueva criatura" (2 Co 5, 17). Un bautizado es un ser creado en Cristo Jesús (Ef 2, 10).

Por el bautismo somos de Cristo. El cristiano debe seguir a Cristo

12. El bautismo nos vincula a Cristo de modo especial: hemos sido hechos una cosa con El (Cfr. Rm 6,5), hemos quedado
injertados en El. El es la vid y nosotros los sarmientos (Jn 15, 5). Somos miembros suyos (1 Co 12, 12ss.). Somos de
Cristo ,para siempre.

Por razón de esta especial incorporación del bautizado a Cristo, el cristiano ha de llevar una conducta propia de un
miembro de Cristo (Cfr. 1 Co 6, 15-19; 12 y 13): "Los que son de Cristo Jesús han crucificado, su carne con sus pasiones
y sus deseos" (Ga 5, 24). El cristiano debe seguir a Cristo, participar de sus sentimientos (Flp 2, 5), imitarle. Por el
bautismo nacemos del agua y del Espíritu, nacemos de lo alto, nacemos de nuevo (Cfr. Jn 3, 3.5.7ss.). Cristo nos hace
partícipes de la vida divina, nos concede el don de la gracia santificante. Esta vida de gracia se realiza y manifiesta como
vida de fe, de esperanza y de caridad.

El encuentro con Cristo en el bautismo, fundamento de una moral de hombre nuevo, raíz de una moral de gracia

Este pertenecer a Cristo definitivamente y haber sido asociados a su muerte y resurrección en virtud del bautismo, es para el
cristiano fundamento de una moral propia de hombres nuevos, contraria al hombre viejo dominado por el pecado, una
moral de gracia. La muerte y resurrección de Cristo ha de traslucirse permanentemente en la conducta moral del cristiano.

El Espíritu Santo suscita en nosotros tendencias contrarias a las de la "carne"

El Espíritu Santo suscita en nosotros tendencias contrarias a las de la carne: "Porque los que se dejan dirigir por la carne,
tienden a lo carnal; en cambio, los que se dejan dirigir por el Espíritu, tienden a lo espiritual. Nuestra carne tiende a la
muerte; el Espíritu, a la vida y a la paz. Porque la tendencia de la carne es rebelarse contra Dios; no sólo no se somete a la
ley de Dios, ni siquiera lo puede. Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis
sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El
14

que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo" (Rm 8, 5-9). "Las obras de la carne están patentes: fornicaciones,
impurezas, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, envidias, rencores, rivalidades, partidismo,
sectarismo, discordias, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os prevengo, como ya os previne, que los que así obran
no heredarán el Reino de Dios. En cambio, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, compren, Sión, servicialidad, bondad,
lealtad, amabilidad, dominio de sí. Contra esto no va la Ley" (Ga 5, 19-23). www.metodologiamad.cl

El Espíritu Santo nos transforma realmente en hijos de Dios y coherederos con Cristo

El Espíritu Santo nos transforma realmente en hijos de Dios. El nos guía para que vivamos como miembros del Cuerpo de
Cristo (Cfr. 1 Co 12, 4) y como hijos de Dios. En efecto, "todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de
Dios. Pues no recibísteis un espíritu de esclavitud para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos
adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abba! (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos
hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él,
para ser también con él glorificados" (Rm 8, 14-17).

Disponibilidad ante la acción del Espíritu Santo: deseo de hacer, como Jesús, la voluntad del Padre

El Espíritu Santo es maestro interior y principio de una vida propiamente divina en nosotros (Cfr. Jn 3, 5). El discípulo de
Cristo, para configurarse plenamente con Cristo, ha de ser fiel al Espíritu Santo. Ha de estar abierto a la acción del
Espíritu, aunque a veces no sepa claramente a donde le lleva: "El viento sopla donde quiere, y oyes su ruido, pero no sabes
de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu" .(Jn 3, 8). Esta es la experiencia de Pablo, cuando
se dirige a Jerusalén sin saber lo que allí sucederá (Hch 20, 22); o la de Felipe, cuando toma el camino de Jerusalén a Gaza
(Hch 8, 26ss.).

Esta actitud de disponibilidad presupone el deseo firme de querer ante todo, como Jesús, hacer la voluntad del Padre (Mt
26, 42; Lc 22, 42; Jn 4, 34; 6, 38). El hombre nuevo tiene por religión y por ética el cumplimiento de la voluntad de Dios
(Cfr. Hb 10, 7). Este es el deseo que expresamos cada día en la oración que nos enseñó Jesús: "Hágase tu voluntad en la
tierra como en el cielo" (Mt 6, 10). Es también el deseo entonado en este salmo: "Indícame el camino a seguir, pues levanto
mi alma a ti" (Sal 142, 8). Para conocer la voluntad de Dios, el cristiano necesita que el Padre le dé la "gran cosa", el don del
Espíritu (Cfr. Lc 11, 12; Hch 1, 14).

La fidelidad al Espíritu, inseparable de la fidelidad a la Palabra de Dios. Cristo, "camino, verdad y vida"

La fidelidad al Espíritu es inseparable de la fidelidad a la Palabra de Dios, tal como la interpreta y proclama¡ la Iglesia
vivificada por el mismo Espíritu de Dios (Cfr. Lc 10, 16; Jn 16, 13). El hombre necesita la palabra de Dios como necesita el
alimento (Cfr. Mt 4, 4). Pero Dios nos ha hablado de muchas maneras y por último nos ha hablado por medio de su Hijo
(Hb 1, 1). Jesucristo es, en persona, la Palabra misma del Padre (Jn 1, 14). El es para nosotros "camino, verdad y vida" (Jn
14, 6). Para vivir como hijos de Dios, como hombres renovados por el Espíritu, debemos seguir a Jesús (Mt 16, 24; Jn 12,
26), escucharle (Mt 17, 5), cumplir los mandamientos de Dios (Le 18, 20ss.), practicar las enseñanzas y mandatos de Jesús
(Jn 15, 1-14); en especial, vivir según el espíritu de las bienaventuranzas (Mt 5-7) y el mandamiento nuevo del amor
fraterno (Jn 13, 34), reproducir en nosotros la imagen de Cristo (Rm 6 y 8, 29), dejándonos guiar por la sabiduría de Cristo
crucificado (Cfr. 1 Co 1, 17-30; 2, 2ss.), apoyándonos en la cruz victoriosa de Cristo, en quien encontramos la resurrección
y la vida (Cfr. Jn 11, 25).

Situación y conducta del hombre nuevo. Las bienaventuranzas, una llamada y una exhortación

Entre las enseñanzas de Jesús sobre la situación y la conducta del hombre nuevo, del hombre que pertenece ya al Reino de
Dios, destaca el mensaje de las bienaventuranzas (Mt 5-7; Lc 6, 20ss.). En la literatura judía y griega
15

hay una profusión de "bienaventuranzas", pero casi siempre en forma de máximas de sabiduría humana. Proclaman
bienaventurados a los hombres privilegiados que tienen una mujer virtuosa, hijos ejemplares, éxitos, buena suerte, o bien,
en inscripciones funerarias, a los que terminaron felizmente su camino aquí abajo. Los sabios israelitas del Antiguo
Testamento afirman además que el camino para alcanzar esta felicidad está en Dios: "Dichosos los que esperan en El" (Is
30, 18). "Dichoso el hombre que confía en ti" (Sal 83, 13).

Las bienaventuranzas de Jesús no son máximas de sabiduría, sino —como la enseñanza de los profetas— una llamada y
una exhortación. Jesús, en el sermón de la montaña habla de los pobres y afligidos que no tienen nada que esperar de este
mundo, pero que lo esperan todo de Dios; los que en su ser y en su conducta son mendigos ante Dios; los misericordiosos
que abren su corazón a los otros; los artífices de paz que triunfan de la fuerza y die la violencia con la reconciliación, los
que no se encuentran a gusto en un mundo lleno de astucias, etc. Desde ahora, los dichosos de este mundo no son ya los
ricos, los satisfechos, aquellos que son alabados por los hombres, sino los que tienen hambre, los que lloran, los pobres, los
perseguidos (Cfr. 1 P 3, 14; 4, 14). El mensaje de las bienaventuranzas se dirige a todos los hombres. Se les invita a tomar
las actitudes de mansedúmbre, paciencia y humildad, a renunciar a la violencia y a no oponerse al mal con el mal.
www.metodologiamad.cl

El anuncio de un don y la proclamación de una exigencia: "El Reino de Dios está cerca; convertíos." (Mc 1, 15)

La palabra de Jesús, prometiendo la bienaventuranza, no es sólo el anuncio de un consuelo para la otra vida; significa
también que el reino de Dios viene a nosotros. Todas las bienaventuranzas se orientan al reino inminente de Dios: Dios
quiere estar presente y estará presente en todos los que tienen necesidad de El, para cada uno en particular; Dios les
consolará, les saciará, tendrá misericordia de ellos, les llamará hijos suyos; les dará la tierra como heredad, les manifestará
su rostro. Va a establecer su reino en favor de ellos. Y este reino está cerca. Las bienaventuranzas evangélicas no son sólo
la proclamación de una exigencia, sino ante todo el anuncio de un don. La auténtica felicidad humana no se encuentra en la
satisfacción de los propios egoísmos o en las posesiones y bienes de este mundo, sino en el camino de la generosidad, del
amor, de la entrega total en las manos de Dios. Dios se entrega al hombre como un don. Jesús nos llama a vivir ya en
conformidad con esta situación de salvación que El nos ofrece de parte de Dios. La gracia precede a la exigencia.

Jesús vivió personalmente el espíritu de las bienaventuranzas. Jesús está en el centro de las bienaventuranzas evangélicas

23. Jesús quiso encarnar las bienaventuranzas viviéndolas personalmente, mostrándose manso y humilde de corazón (Mt
11, 29). Cuando el Evangelio le llama a alguien bienaventurado, lo hace siempre en referencia a Jesús (Cfr. Le 1, 48; 11,
27). Jesús llama bienaventurados a los que escuchan la palabra de Dios (Le 11, 28), a los que creen sin haber visto (Jn 20,
29), a Simón, a quien el Padre reveló que Jesús es el Hijo de Dios vivo (Mt 16, 17), a los que han visto a Jesús (Mt 13,
16), a los discípulos que, esperando el retorno del Señor, serán fieles, permanecerán vigilantes (Mt 24, 46) y perseverarán
dedicados por completo los unos a los otros (Jn 13, 17; cfr. Ap 1, 3; 22, 7; 16, 15; 19, 9; 20, 6).

La alegría del tesoro escondido www.metodologiamad.cl

Un aspecto importante del sermón de la montaña es la alegría. La alegría es una característica esencial del Evangelio. La
expresión bienaventurados (dichosas), no sólo contiene una promesa, sino también una felicitación. Jesús anuncia la llegada
del Reino de Dios en medio de felicitaciones, de congratulaciones, de bienaventuranzas (Mt 5, 3-12). Sería una
contradicción anunciar la Buena Noticia en medio de la tristeza: "El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido
en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el
campo" (Mt 13, 44). El "ir", el "vender", el "comprar" se debe a la alegría de haber descubierto en la propia vida la acción
de Dios. Esa alegría subyace a todas las decisiones y, también, a
16

todas las renuncias. Brota en medio de los insultos y de las persecuciones (Mt 5, 11-12) y se hace incontenible cuando el
discípulo experimenta el poder de la Buena Nueva que anuncia (Le 10, 17). Por encima de todo, el verdadero motivo de la
alegría evangélica es éste: "Vuestros nombres están inscritos en el cielo" (Le 10, 20).

Por la fe, el hombre se confía libre y totalmente a Dios

La fe cristiana es respuesta a la palabra de Dios, conocimiento de la verdad revelada, adhesión libre de nuestra voluntad,
confianza en Dios, entrega de toda nuestra persona a Dios, por medio de Jesucristo. El Concilio Vaticano II describe así la
actitud de fe: "Cuando Dios revela hay que prestarle la obediencia de la fe (Rm 16, 26; cfr. Rm 1, 5; 2 Co 10, 5-6), por la
que el hombre se entrega libre y totalmente a Dios, prestando a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la
voluntad y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por El. Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios
que previene y ayuda, y los uxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los
ojos de la mente y da a todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad" (DV 5).

Fidelidad a la Palabra de Dios, proclamada por la Iglesia www.metodologiamad.cl

La certeza del creyente descansa en Dios. Creemos lo que Dios nos ha revelado. Creemos a Dios. Creemos lo que Dios nos
ha manifestado por medio de su Hijo Unigénito. Creemos lo que los Apóstoles, guiados por el Espíritu Santo, nos
transmiten en la Iglesia como revelado por Dios. La fe implica ser fieles a lo que Dios nos ha dicho, con una fidelidad que
no se reduzca sólo a la aceptación intelectual de la doctrina sino que sea sobre todo plena adhesión de toda nuestra
persona a Dios en Cristo Jesús. Este deseo de absoluta fidelidad a la palabra de Dios, como exigencia radical de la fe,
aparece en el Nuevo Testamento con singular relieve. Se denuncia con especial energía el error y el peligro de error (Cfr.
Rm 16, 17; Ef 4, 14; 1 Tm 1, 3; 6, 3; Ap 2, 14.24). La comunidad cristiana debe estar en guardia contra los falsos doctores
(Cfr. 2 Tm 4, 3; 2 P 2, 1). El Apóstol San Pablo llega a decir: "Pues bien, si alguien os predica un Evangelio distinto del
que os hemos predicado, seamos nosotros mismos o un ángel del cielo, ¡sea maldito!" (Ga 1, 8). La fidelidad a la palabra
de Dios implica unidad ene la fe y en la caridad (Ef 4, 4ss.; 1 Co 1, 13ss.). La Iglesia una, santa, católica, y apostólica
contiene íntegra esta revelación de Dios. Es "columna y base de la verdad" (1 Tm 3, 15).

La esperanza cristiana: confianza sin límites en la promesa de Dios cumplida en Cristo

29. En el Nuevo Testamento la fe cristiana va con frecuencia unida a la esperanza. San Pablo propone como ejemplar la fe
de Abraham: Abraham creyó a Dios, se apoyó en Dios, puso en El su confianza (Rm 4, 3; Ga 3, 6). La fe y la esperanza se
entrecruzan (Cfr. Rm 4, 17.24-25). La) esperanza, inseparablemente vinculada a la fe, es un aspecto fundamental de la
vida cristiana (Rm 12, 12; Ef 1, 12). Los que no creen en Cristo se caracterizan por la falta de esperanza (1 Ts 4, 13; Ef 2,
12). La esperanza cristiana es confianza sin límites eu la promesa de Dios cumplida en la resurrección de Cristo; es esperar
la salvación como participación en la gloria de Cristo; es aguante paciente y perseverante que se mantiene firme en medio
de los sufrimientos; es ayuda apoyada en la certeza del amor y del poder salvador de Dios presente en Cristo-Jesús (Rm 5,
2.5; 8, 15.23-25; 12, 12; 15, 5.17; 1 Co 1, 7- 8; 15, 19; 2 Co 1, 6; 3, 4.12; Ga 5, 5; Ef 3, 12; Flp 1, 20; 3, 3.20-21; Col 1, 27;
1 Ts 3, 13). "Nuestra esperanza es Cristo" (1 Tm 1, 1; Col 1, 27; 2 Tm 1, 12).

El cristiano vive la esperanza en relación personal con Cristo, el Hijo de Dios que se hizo hombre por nosotros, y por
nosotros murió y resucitó como primogénito de la humanidad, primicia die los que mueren, el cual intercede ahora por
nosotros ante el Padre (Rm 4, 25; 5, 15-17; 6, 10-11; 8, 3.10.29.32).

La esperanza cristiana surge de la presencia del Espíritu en el corazón del creyente (Rm 15, 13; 8, 23; Ga 5, 5). El don del
Espíritu no es solamente prenda y comienzo de la salvación venidera, sino también principio vital de
17

la misma: el cristiano recibe desde ahora la comunión de vida con Cristo como participación anticipada en su gloria (Rm
6, 11; 8, 11.14-17. 23-24; Ga 2, 20; 4, 6; 6, 8). La esperanza cristiana anticipa ya desde ahora la
plenitud de vida que el creyente recibirá en la resurrección (Col 2, 12; 3, 1; Ef 2, 6).

La actitud de caridad: el amor a Dios

Fe y esperanza cristiana se relacionan íntimamente con la caridad, con el amor a Dios y al prójimo. Sin amor, la fe y la
esperanza están muertas (St 2, 17.26). La caridad es el más excelente de todos los dones de Dios (1 Co 13).

En el Nuevo Testamento aparece con especial relieve el amor con que Dios nos ama (Rm 5, 8; 8, 31-39; Ef 1, 3- 6; 2, 4-5).
A este amor de Dios debe corresponder nuestro amor filial a Dios (Cfr. Rm 8, 28; 1 Co 2, 9; 8, 3): "El que no quiera al
Señor, fuera con él" (1 Co 16, 22). El amor de Cristo hacia nosotros nos apremia; por eso el cristiano debe vivir para
Cristo (2 Co 5, 14-15; Ga 2, 20; Ef 5, 1-2).

El Padre ama a Cristo, su Hijo Unigénito, y en Cristo ama a los hombres. Cristo corresponde al amor dél Padre con la
entrega de su vida por la salvación de la humanidad (Jn 3, 16; 5, 20; 10, 15.17.30; 13, 1). El Padre expresa su amor a los
hombres dándonos a su Hijo unigénito que se entrega por nosotros a la muerte. Nosotros debemos corresponder al amor
de Dios amándole con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente, con todo nuestro ser, por encima dé todas las cosas.
Hemos de amar a Dios como verdaderos hijos de Dios, y por tanto con un amor semejante al amor con que le ama
Jesucristo. Jesús nos ha enseñado cómo hemos de amar a Dios. Nuestro amor a Dios es participación del amor con que
Cristo ama al Padre. El amor cristiano a Dios toma forma concreta en el amor a Jesús, ya que El es el Hijo de Dios igual al
Padre (Jn 17, 21-23).

Dios nos amó primero. Llamados a la comunión de amor y de vida con el Padre y con el Hijo

Es Dios quien ha tomado la iniciativa del amor supremo en el don de su Hijo (1 Jn 3, 16; 4, 8-16; cfr Jn 3, 16). "Dios es
amor" (1 Jn 4, 8.16). Nuestro amor a Dios es también gracia de Dios, don que Dios nos concede por medio de su Hijo y
del Espíritu Santo. La comunión de amor y de vida que hay entre Cristo y el cristiano que ama a Dios, es participación en la
comunión de amor y de vida que hay entre Cristo y el Padre en el Espíritu Santo. Dice San Juan: "Eso que hemos visto y
oído os lo' anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo
Jesucristo" (1 Jn 1, 3).

La actitud de caridad: el amor al prójimo

El amor hacia el prójimo se funda en la paternidad universal de Dios (Mt 5, 45-48; 7, 7-11; 6, 30). La actitud cristiana de
amor fraterno se inspira en este amor universal y desinteresado de Dios (Mt 5, 38-47; 6, 12-15; 7, 2- 12). Quien ama a
Dios, ama a quienes Dios ama y como Dios ama. Pero la motivación específicamente cristiana es que todo hombre es
hermano de Cristo; lo que se hace en favor de los hombres se hace a Cristo mismo (Mt 25, 40.45). El amor de Cristo a los
hombres es el fundamento y el ejemplar supremo del amor cristiano al prójimo (2 Co 8, 9.14; Flp 2, 1-9; Ef 4, 32; 5, 1-2;
Col 3, 12-14). El amor y servicio a Cristo ha de expresarse y concretarse en el amor y servicio al prójimo. En la persona
de Cristo se centra y unifica la actitud del cristiano para con Dios para con los hombres.

El amor a Dios, inseparable del amor al prójimo

33. En la respuesta del hombre al Dios que es amor, la primacía corresponde a Dios mismo (1 Jn 4, 21; 5, 1), pero de tal
modo que el amor a Dios y al prójimo constituyen una unidad indivisible: "Todo el que ama (a los hermanos), ha nacido
de Dios y conoce (ama) a Dios. Quien no (los) ama, no conoce a Dios" (1 Jn 4, 7-8). "Quien no ama a su hermano a quien
ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (1 Jn 4, 20; cfr. 3, 17). El amor al prójimo
18

se funda en el amor del Padre al damos su propio Hijo, Cristo (1 Jn 4, 11.19); es el amor que viene de Dios (1 Jn 4, 7.16;
3, 17). Si amamos a Dios de verdad, amamos a quienes Dios ama, a nuestros prójimos.

Al responder al amor de Dios con el amor del prójimo, el hombre participa en la vida misma del Dios-amor. Quien ama al
prójimo "ha nacido de Dios", "conoce a Dios", "Dios está en él y él en Dios" (1 Jn 1, 3.6-7); "Si nos amamos unos a otros,
Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud" (1 Jn 4, 12); "Dios es amor y quien
permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (1' Jn 4, 16). La caridad es el fruto más excelente de la acción del
Espíritu Santo en el corazón de los discípulos de Jesucristo: con la práctica concreta del amor cristiano a Dios y al prójimo
se inicia la comunión de amor y de vida con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que va a constituir nuestra patria
definitiva con todos los bienaventurados.

La fe, esperanza y caridad, actitudes permanentes de la existencia cristiana. El cristiano fiel vive por Cristo, como Cristo
vive por el Padre www.metodologiamad.cl

La vida de fe, esperanza y caridad del cristiano es la respuesta al Dios-amor que se ha revelado en Jesucristo. Es entrega
del hombre a Dios por medio de Jesucristo, con la fuerza del Espíritu Santo. Es comunión d'e vida y de amor del hombre
con Dios Padre y con Jesucristo en el Espíritu Santo. Es participación misteriosa del hombre en la vida que Jesús, el Hijo
de Dios tiene en común con el Padre y con el Espíritu. El cristiano que es fiel vive poe Cristo, como Cristo vive por el
Padre (Cfr. Jn 6, 57; 5, 26; 3, 15; 10, 10; 6, 35-58). Cristo es vida del cristiano (Cfr. Jn 1, 4; 11, 25; 14, 6). El Nuevd
Testamento no reduce la existencia del cristiano a los actos de fe, de esperanza, de amor a Dios, sino que presenta la fe, la
esperanza y la caridad como actitudes permanentes de la persona (Cfr. Rm 4, 5.11.24; 8, 23-39). Cristo vive en el creyente
por la fe (Ga 2, 20; 3, 26; Ef 3, 17), una fe que no es sólo conocimiento, sino entrega personal a Cristo. La presencia
permanente del Espíritu de Cristo en el creyente crea en él una actitud de amor filial para con Dios (Rm 5, 5; 8, 11.14-16;
Ga 4, 6; Ef 3, 16-19). La fe operante en la caridad pertenece a la nueva creación, es decir, al hombre nuevo creado en
Cristo, vivificado y guiado permanentemente por su Espíritu (Ga 5, 5.16.22; 6, 15; Ef 2, 10. 21-22; 4, 24; 2 Co 5, 17; Col
3, 9-11; 1
Co 3, 16; 6, 19). El verdadero discípulo de Cristo permanece fiel a su palabra y a su amor (Jn 8, 31; 15. 4-7.9- 10). La
adhesión a Dios por medio de una fe viva implica el ser y permanecer en Dios y en Cristo, el nacer de Dios (1 Jn 2, 4-
6.23.24.29; 3, 6.9.10.24; 4, 6.7.12.13.15.16; 5, 1).

La gracia santificante: vida nueva en Cristo-Jesús. Quien peca gravemente, pierde la vida de gracia

San Pablo expresa así esta realidad de nuestra comunión con Cristo: "Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy
yo, es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 19-20). Esta vida en Cristo tiene que ser para nosotros una vida en Dios (Ga 2, 19; 2
Co 5, 15; Rm 6, 11.13). El don del Espíritu Santo suscita en el corazón del hombre una vida nueva de comunión con
Cristo en la fe, en la esperanza y en la caridad. Esta vida nueva, permanente, interior, real, del hombre en Cristo es lo que
se denomina gracia santificante o gracia habitual. Es unan participación en la naturaleza divina (2 P 1, 4). Esta vida divina
en nosotros es incompatible con el pecado grave. Quien peca gravemente, pierde la vida de la gracia. El pecado es muerte
para el pecador. El pecador que se convierte de sus pecados y se vuelve a Dios, no sólo recibe el perdón de Dios, sino
además el don de la gracia.

Por la gracia el hombre se convierte de injusto en justo, de enemigo en amigo de Dios

Por la comunicación de la vida de gracia, el pecador queda verdaderamente justificado, transformado realmente en justo
delante de Dios, mediante la acción del Espíritu Santo: "Según su propia misericordia nos ha salvado: con el baño del
segundo nacimiento y con la renovación por el Espíritu Santo; Dios lo derramó copiosamente sobre nosotros por medio de
Jesucristo nuestro Salvador. Así, justificados por su gracia, somos, en esperanza, herederos de la vida eterna" (Tt 3, 5-7).
El Concilio de Trento enseña expresamente: "La justificación no es sólo remisión de los pecados, sino también
santificación y renovación del hombre interior, por la voluntaria recepción
19

de la gracia y los dones, de donde el hombre se convierte de injusto en justo, y de enemigo en amigo, para ser heredero
según la esperanza de la vida eterna" (DS 1528). Esta vida divina en nosotros es un don gratuito de Dios; es el comienzo de
la comunión de vida y de amor que tendremos con Cristo glorioso más allá de la muerte.

Unidos a Cristo, hijos de Dios y coherederos con Cristo

La vida de gracia es un revestirse de Cristo (Ga 3, 27; Col 3, 9ss; Ef 4, 22ss; Rm 8, 29). Por su inserción en Cristo, como el
sarmiento en la vid, el cristiano vive la vida de Cristo, la vida de la gracia, la vida de fe, esperanza y caridad (Jrt 15, 1-8;
17, 23-26; Ga 3, 26). A su vez, el cristiano, por la vida de fe, esperanza y caridad, se enraizará más en Cristo, en su gracia
vivificante. En esta comunión con Cristo alcanzamos la verdadera filiación divina. Cristo es, al mismo tiempo, el Hijo
unigénito del Padre (Jn 1, 14; 3, 16) y el primogénito entre muchos hermanos (Rm 8, 29). En Cristo nuestro hermano
somos hijos del Padre que está en los cielos. Cristo nos da su Espíritu que nos transforma realmente en hijos de Dios (Rm 8,
15; Ga 4, 6; 1 P 1, 23). Esta filiación divina nos hace partícipes del mismo destino de Cristo: "Y si somos hijos, también
herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo" (Rm 8, 17; Ga 4, 7; Ef 1, 13-14. 17-18; Col 3, 24; 1 P 1, 3-4).

El Espíritu Santo habita en nosotros

Si vivimos unidos a Cristo por la vida de fe, esperanza y caridad, el Espíritu Santo habita en nosotros (Ga 4, 4-6; Rm 8, 12-
16; cfr. Tema 19). "Así, unos y otros podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu. Por él (Cristo) también vosotros
os vais integrando en ia construcción para ser morada de Dios, por el Espíritu" (Ef 2, 18.22; 1 Co 3, 16-17; 6, 19-20).

Dios nos ama de manera singular

39. En virtud de esta participación en la vida divina, Dios nos ama de manera singular. "El amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm: 5, 5). El Padre nos ama en unión del
Hijo en el Espíritu Santo (Cfr. Jrx 14, 26; 15, 26; 16, 7). San Juan dice: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para
llamamos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos
de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando ,se manifieste, seremos semejantes a él, porque
le veremos tal cual es" (1 Jn 3, 1-2).

La efusión del Espíritu en nuestros corazones nos permite tener parte en el amor con que se aman el Padre y el Hijo en el
Espíritu Santo (1 Jn 3, 24; 4, 13.16). Somos amados por el Padre y vivimos en comunión con el Padre y con el Hijo: "El
Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios" (Jn 16, 27). "Yo en ellos y tú en mí." (Jn
17, 23), dice Jesús en la oración al Padre. Y también: "Les he dado a conocer y les daré a conocer tu Nombre, para que el
amor que me tenías esté en ellos, como también yo estoy en ellos" (Jn 17, 26; cfr. Jn 17, 6-8.19.22.24).

La vida de gracia: participamos en la vida del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

40. La justificación por la vida de gracia es una participación en la vida misma de Dios: "El que me ama guardará mi
palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14, 23; cfr. Rm 5, 5). Las especiales relaciones
del hombre que vive en gracia con Cristo y con el Padre son relaciones de verdadera amistad: "Vosotros sois mis amigos, si
hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo
amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15, 14- 15). San Pablo se expresa así: "Ya no
sois extranjeros ni forasteros, sino que sois conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios" (Ef 2, 19); "La
gracia del Señor Jesucristo y el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sea en todos vosotros" (2 Co 13, 13).
www.metodologiamad.cl
20

Las obras buenas que realiza el hombre que vive en gracia tienen carácter meritorio

La conducta del hombre que vive en gracia de Dios es una conducta que debe estar informada ,por la fe, la esperanza y la
caridad. La vida de gracia es un don gratuito de Dios que se nos concede por medio de Jesucristo y en unión con el
Espíritu Santo. Nos la comunica Jesucristo principalmente por medio de los ,sacramentos, y a través de toda la vida de la
Iglesia. Esta vida de gracia es germen y anticipación de la vida eterna; crece y se desarrolla en nosotros aquí en la tierra
por la acción gratuita del Espíritu Santo y por nuestra libre cooperación al don de Dios. Las obras buenas que realiza el
hombre que vive en gracia de Dios tienen carácter meritorio. Si por una parte son fruto de la gracia de Cristo, en nosotros,
por otra parte son obras verdaderamente nuestras. Nuestra vida de fe, esperanza y caridad, siendo un don de Dios, es al
mismo tiempo una verdadera realización de nuestro ser personal. Para expresar la relación entre nuestra conducta recta y
la vida eterna, Jesús emplea con frecuencia el término recompensa (Cfr. Mt 6, 4.18; Mc 10, 21; Mt 24, 47; 25, 21.23; 19, 28-
29). En la parábola de los obreros de la viña aparece claro que esta recompensa sigue siendo siempre un don de la bondad
y del amor de Dios (Mt 20, 8.14; 16, 27).

33.- Relación entre pecado personal y gracia divina.

Para comprender mejor la relación entre pecado personal y la gracia divina, hay que estudiar el Pecado Original y a
Gracia:

EL PECADO ORIGINAL

"Sin embargo, el hombre constituido por Dios en estado de inocencia, ya en el comienzo de la historia abusó de su
libertad, inducido por el Maligno, alzándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su fin fuera de Dios...Lo que nos enseña
la Revelación divina coincide con la misma experiencia. Pues el hombre al observar su corazón hecha de ver que también
está inclinado hacia el mal y sumergido en una multitud de maldades que no pueden venir de su Creador, que es bueno"
(Concilio Vaticano II).

EL PRECEPTO Y LA DESOBEDIENCIA

Dios colocó a nuestros primeros padres en un delicioso jardín, llamado el paraíso terrenal, donde gozaban de tranquila
felicidad (Génesis 1,26). Los elevó, además, a un orden sobrenatural con el cual eran capaces de lograr el fin sobrenatural
de la visión beatífica. Sin embargo, por ser infinitamente justo, dispuso que ese fin lo obtuvieran por méritos propios, de
acuerdo a la naturaleza libre de su ser.

Para ello, les impuso un precepto, a saber, el no comer de una fruta que se encontraba en medio del paraíso,
amenazándolos de muerte si desobedecían (Génesis 2,17).

Adán y Eva no obedecieron al Señor. Eva se dejó seducir por el demonio, quien le dijo que si comían serían como
dioses, sabedores del bien y del mal. Comió, pues, del fruto, y luego se lo presentó a Adán, quien por complacerla también
comió (Génesis 3).

EL PECADO

El pecado de nuestros primeros padres no fue un simple pecado de gula, sino un gravísimo pecado de soberbia, al
pretender ser iguales al Altísimo.
21

En virtud del don de integridad, el pecado no podía ser de pasión (rebelándose al dictado de la razón), pues le estaban
perfectamente sujetas. Tenía que venir la ruptura por la rebeldía de la razón, no sujetándose ésta al designio divino.

Además, hizo más grave su pecado la circunstancia de que el mandato era fácil de guardar, y de que ellos no tenían ni
ignorancia que cegara su mente, ni concupiscencia que los arrastrara al mal.

EL CASTIGO

Nuestros primeros padres, no solamente fueron arrojados del paraíso en castigo de su pecado, sino que:

1.-Fueron privados de los dones sobrenaturales, a saber: de la gracia y del derecho a la gloria; y quedaron esclavos del
demonio y condenados a eterna perdición, si Dios no los perdonaba.

2.-Fueron privados de los dones preternaturales, y así:

a) En vez de la ciencia se vieron sometidos a la ignorancia.


b) En vez de la integridad, sintieron el desorden en su naturaleza, a saber, la concupiscencia, o rebelión de la carne contra el
espíritu, y la inclinación al mal por parte de la voluntad.
c) En vez de la inmunidad se vieron sometidos a toda clase de privaciones y sufrimientos.
d) Y en vez de la inmortalidad, se vieron castigados con la muerte.

DOGMA Y MISTERIO www.metodologiamad.cl

El pecado original es dogma de fe, definido por el Concilio de Trento, y expresado claramente en la Escritura.

Así dice San Pablo: "Como el pecado entró en el mundo por un solo hombre, y la muerte por el pecado, así la muerte ha
pasado a todos los hombres, habiendo pecado todos en uno solo" (Romanos 5,12). Consta, pues, que tanto el pecado como
la muerte son efecto del pecado de uno solo.

Más el pecado original también es un misterio. Hay en él cosas que no podemos comprender, aunque tampoco enseña
nada que contradiga de lleno la razón.

Por ejemplo, de Adán no recibimos sino el cuerpo; ¿Cómo es posible que se nos transmita el pecado, que reside en el
alma?. Contestan los autores que tal cosa no es imposible, como lo vemos en la ley de la herencia, pues con frecuencia los
hijos heredan no sólo las cualidades físicas, sino también las intelectuales y morales de sus padres. Hay esta otra
explicación, más fundamental, en razón del pecado de Adán, Dios crea para cada uno de sus descendientes el alma sin
adornarla de la justicia original.

Por otra parte, el dogma del pecado original ayuda mucho a explicar la debilidad y malas inclinaciones del hombre, que
de otra suerte quedan sin explicación satisfactoria.

EXCEPCION DEL PECADO ORIGINAL

Todos los hombres contraen el pecado original, con excepción de Nuestro Señor Jesucristo y de la Santísima Vírgen
María.

1.-Cristo no incurrió en él por derecho de naturaleza, ya que por su concepción milagrosa no estaba sometido a la triste
herencia de Adán.
22

2.-La Vírgen María tampoco lo contrajo, aunque ya no por derecho, sino por especial privilegio de Dios, que se llama su
Inmaculada Concepción.

La Inmaculada Concepción de María consiste en que María por especial privilegio de Dios, y en previsión de los méritos
de Cristo, desde el primer instante de su ser se vio adornada con la gracia. Se dice:

a) Por especial privilegio, porque María, como descendiente de Adán, hubiera debido contraer el pecado original; y, si no
lo contrajo, fue por especial gracia o privilegio de Dios.

b) En previsión de los méritos de Cristo, porque María necesitó ser redimida, como los demás hijos de Adán. Sólo que en
Ella la redención fue más admirable: a nosotros nos levanta después de caídos en el pecado; a María no le permitió caer.

c) Desde el primer instante de su ser se vio adornada con la gracia, es decir, desde que su alma se juntó con su cuerpo,
estuvo Aquélla revestida de la gracia santificante.

LA GRACIA:

La gracia es Dios mismo en cuanto se autocomunica a nosotros por Jesucristo en el Espíritu Santo y nos renueva
interiormente. No se puede hablar, por tanto, de la gracia como una realidad a se stante, sino en relación con el misterio de
Dios, que se revela y comunica al hombre. Este es uno de los datos fundamentales de la revelación, que polariza la
reflexión teológica actual sobre la gracia.

Bíblica y teológicamente, la gracia dice relación a los misterios esenciales de la fe cristiana, que son: el misterio de Dios,
el misterio del hombre, el misterio de Cristo, el don del Espíritu, el misterio de la Iglesia. La gracia es esencialmente
teocéntrica, cristológica, pneumatológica y eclesial. Se expresa en la vida nueva en el Espíritu, que es principio de la nueva
creación, y tiende a la consumación escatológica. Este es el marco de la reflexión teológica sobre la gracia. Aparece, por
tanto, como derivación y como síntesis, al mismo tiempo, de los temas soteriológicos, trinitarios, cristológicos,
pneumatológicos, eclesiológicos, antropológicos y escatológicos. Más aún, la gracia es el núcleo central de todos ellos, su
dimensión más profunda, la que les confiere una perspectiva específicamente cristiana.

Presentar la gracia en relación con estos temas, como la expresión de los misterios divinos en la vida cristiana, es centrar la
catequesis en las fuentes mismas de la revelación y en el misterio de la fe cristiana. Es también uno de los criterios básicos
de su articulación.

Este planteamiento permite estudiar no sólo lo que es la gracia en sí misma, sino también lo que esta representa en el
conjunto de la fe cristiana y de la historia de salvación, como la realidad central de la revelación. Esta se va desvelando
progresivamente en el Antiguo y Nuevo Testamento, como acción salvadora de Dios, que interpela la realidad humana
llamándola a la comunión divina (I-II). Y todo ello, por la participación en el nuevo ser de Cristo (justificación) y por la
comunión en su misterio, que nos hace partícipes de su filiación, por el don del Espíritu, Señor y dador de vida (11-I11).

Si bien la gracia es la relación única y personal del individuo con Dios, hay que evitar desde el principio el peligro de
concebirla y vivirla en sentido individualista. La acción salvífica de Dios en Jesucristo se dirige a la comunidad, que a su vez,
es para el mundo sacramento de salvación. De ahí su dimensión esencialmente comunitaria y eclesial.

I. Dios nos salva en Cristo por el don de su Espíritu


23

1. EL Dios DE LA REVELACIÓN (ANTIGUO TESTAMENTO). La doctrina de la gracia en el Antiguo Testamento se


halla en relación inmediata con la revelación de Dios y, más concretamente, con su actividad salvadora, que en el Nuevo
Testamento se manifiesta en Cristo Jesús y se actúa en el creyente por el Espíritu Santo. En este contexto, la gracia de
Dios es ante todo el acontecimiento salvífico; más especialmente, el acontecimiento Cristo; y, a la luz del Espíritu Santo,
el acontecimiento pneumatológico. Así aparece, de hecho, en la Sagrada Escritura. Este es también el marco teológico y
catequético de su verdadera interpretación.

La gracia no es primordialmente una realidad del hombre, sino una realidad de Dios: su realidad personal, su modo de ser
y de actuar (Dios gracioso), su actitud de benevolencia para con el hombre, su fidelidad inquebrantable a las promesas de
salvación.

Los términos con que se expresa esta actitud personal de Dios para con el hombre, en el marco de la alianza, son: hanan
(apiadarse), hen (favor, benevolencia; favorable, gracioso: «hallar gracia a los ojos de Dios»), hesed (bondad, amistad,
amor de Dios en virtud de la alianza), emet (fidelidad divina a las promesas de salvación).

Los textos bíblicos son innumerables. He aquí uno que describe la actitud fundamental de Yavé con los términos
indicados: «Dios de ternura (rahanim) y de gracia (hen), lento a la ira, rico en bondad (hesed) y en virtud (emet), que
mantiene su bondad (hesed) por mil generaciones» (Éx 34,6-7).

El término más próximo a la palabra gracia es hen. Se halla en los libros históricos y designa el favor y la benevolencia
divina para con el hombre. Etimológicamente significa inclinarse, en sentido físico, sobre alguien; en sentido moral,
encierra la idea de inclinarse con favor, afecto, benevolencia, protección, como cuando la madre se inclina sobre la cuna de
su pequeño. Es el amor y la protección que el pequeño, pobre y desvalido, encuentra en su protector; o el favor que el
inferior halla o espera hallar a los ojos de su superior, Yavé. En este sentido se dice que Abrahán halló gracia ante Dios
(Gén 18,3); e igualmente Moisés (Ex 33,12). Es decir, Dios les concedió su favor; se mostró bueno y benevolente con
ellos. Esta actitud personal de favor y benevolencia divina es constante en la historia de Israel. Puede decirse que los libros
del Antiguo Testamento son la historia de la hen de Dios: de la gracia, el favor, la benevolencia de Yavé hacia su pueblo.
Tiene un matiz particular de gratuidad. Es un amor soberano y libre, que radica en el modo de ser de Dios, no en la
bondad o méritos humanos (Dt 7,7).

Sin embargo, el término principal, que mejor expresa el contenido de la gracia en el Antiguo Testamento es hesed. Se halla
principalmente en los libros proféticos y en los salmos. Designa la bondad, el amor, la misericordia de Yavé para con su
pueblo elegido en virtud del pacto de la alianza. Tiene un carácter particular de firmeza y fidelidad inquebrantables. Yavé
es «el Dios fiel que guarda la alianza y el amor por mil generaciones con quienes le aman y observan sus mandamientos»
(Dt 7,9; Sal 89,29; Is 55,3). «Yavé es Yavé, Dios clemente y misericordioso, paciente y muy bondadoso y leal, que observa
la piedad hasta la milésima generación» (Ex 34,6). Aparte su carácter irrevocable, el hesed divino expresa una idea más
profunda de unión entre el pueblo elegido y Yavé. Es el comportamiento de comunión de Dios con los suyos. En el hesed
despliega Dios su poder en favor de los suyos y les ofrece ayuda y salvación. Finalmente, el hesed, el amor fiel e inmutable
de Dios, es la causa de que perdone al pecador, a pesar de su infidelidad, dándole un corazón nuevo y haciéndolo justo,
introduciéndolo otra vez dentro del amor divino.

Según esto, la realidad de la gracia en el Antiguo Testamento aparece primariamente como una acción dinámicamente
salvadora. La primera oferta salvífica de Dios al hombre como gracia es la acción creadora. Pero el verdadero leitmotiv de
la actividad histórico-salvífica se encuentra en la vocación de Abrahán, con la que comienza una historia especial de
revelación y comunicación, que se traduce en el pacto de la alianza. Este culmina en las promesas de renovación interior
para los tiempos mesiánicos o la promesa de una nueva alianza. Todo este proceso de salvación constituye el trasfondo de
la realidad de la gracia en el Antiguo Testamento;
24

incluso se le puede denominar como gracia de Dios, según la concepción veterotestamentaria del hen y del hesed divinos.

En los LXX el término hen ha sido traducido por charis, y el término hesed lo ha sido por éleos. Este último es el más
cercano al concepto neotestamentario de la gracia.

2. LA SALVACIÓN DE JESUCRISTO: LA BUENA NUEVA DEL REINO (NUEVO TESTAMENTO). Jesús de


Nazaret es el punto focal de la revelación del Dios de la gracia; es la benevolencia divina personificada, la gracia de Dios
por excelencia. En él «se ha manifestado la gracia salvadora de Dios para todos los hombres» (Tit 2,11). El Dios de la
gracia es el Dios con nosotros y para nosotros, que se ha revelado tal en Cristo Jesús, en quien
«Dios ha cumplido las promesas hechas a Abrahán y a su descendencia» (CCE 422).

Jesús viene para «salvar del pecado a su pueblo» (Mt 1,21). No solamente anuncia, sino que realiza este acontecimiento de
gracia. Cura las enfermedades y dolencias; va en busca de los pecadores, les acoge y come con ellos (Mc 2,13-17);
proclama el amor misericordioso de Dios para con los publicanos y pecadores, a través de las parábolas de la dracma
perdida, de la oveja descarriada, del hijo pródigo, de los trabajadores de la viña, del buen samaritano, etc. (Lc 7,36-50;
15,1ss). Es la buena nueva del Reino: una nueva de gracia, de perdón de los pecados, de salvación. www.metodologiamad.cl

Pero el núcleo central de la buena nueva del Reino es la revelación de Dios como Padre, el reconocimiento del hombre
como hijo y la proclamación de los hombres como hermanos, en cuanto hijos de un mismo Padre. El Reino predicado e
implantado por Jesús es, en definitiva, la revelación de la paternidad de Dios, de nuestra filiación divina y de la
fraternidad humana, que implica, además, una profunda renovación de los corazones (Mt 23,9; Mc 11,25; Lc 12,32).

En este contexto aparece la gracia como llamada a la filiación, por la participación de la naturaleza divina: «La gracia es el
favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios (cf Jn 1,12-18), hijos
adoptivos (cf Rom 8,14-17), partícipes de la naturaleza divina (cf 2Pe 1,3-4), de la vida eterna (cf Jn 17,3)» (CCE 1996).

Las parábolas del reino destacan dos características fundamentales. Por una parte, la absoluta gratuidad del Reino: el
labrador paciente (Mc 4,26-29), el grano de mostaza y la levadura (Mt 13,31-53); por otra, la urgencia de una decisión
ineludible: la higuera estéril (Lc 13,6-9), las diez vírgenes (Mt 25,1-12), el mayordomo sagaz (Lc 16,1- 8).

La gracia de Cristo nos llega a través de su humanidad, haciéndonos partícipes de su vida, de su muerte y de su
resurrección, de su propia glorificación y del don de su Espíritu, por el que clamamos «Abba, Padre». La gracia de Cristo
se convierte así en vida en el Espíritu, que es la vida propia de los hijos de Dios, llamada a desarrollarse en este mundo
como principio de la nueva creación.

Aquí radica la dignidad del cristiano (san León Magno) y el fundamento de la moral cristiana o de la vida nueva en Cristo.
Se caracteriza como vida filial y de gracia, bajo la moción del Espíritu Santo, según las bienaventuranzas evangélicas, y se
manifiesta como vida de fe, de esperanza y de caridad (cf CCE 1697). Esta es la catequesis de la vida nueva en Cristo,
como la denomina el Catecismo.

3. TRANSFORMADOS POR EL ESPÍRITU. a) Justificados por su gracia (san Pablo). Siguiendo la revelación
neotestamentaria, la palabra charis en san Pablo designa fundamentalmente la actitud personal de Dios para con el
hombre, una actitud de amor y de benevolencia, que se manifiesta en una nueva economía de salvación realizada en Cristo
(Rom 4,16; Ef 1,7; 2Tim 1,9), de la que el hombre participa por el don de la justicia interior (Rom 5,15- 17.21; 3,24) y que
experimenta en su vida como fuerza de Dios (lCor 15,10; 2Cor 12,9).
25

A la luz de estos textos, y en relación progresiva con los datos de la revelación expuestos hasta aquí, en el Nuevo
Testamento la gracia es, en primer lugar, una realidad personal: el amor inmenso de Dios que busca la comunión con el
hombre (Rom 4,16; 5,2; Gál 5,4); en segundo lugar, un acontecimiento salvífico: la salvación del hombre en el misterio
redentor de Cristo Jesús (Rom 3,21-26; 5,17-21); en tercer lugar, una realidad objetiva: el don sobrenatural, interior, por el
que el hombre se hace justo y se transforma en una nueva criatura, capaz de realizar las obras del amor y alcanzar la vida
eterna (2Cor 5,17; Gál 6,15). Es, en fin, absolutamente gratuita: se debe a la libre iniciativa divina, no es merecimiento de
las obras del hombre, sino que la da Dios graciosamente (Rom 3,21- 24; Ef 2,1-10; Tit 3,4-7).

El conjunto de estas realidades es lo que caracteriza el nuevo régimen o la nueva economía instaurada por Jesucristo, y
que san Pablo define precisamente como régimen de gracia, en contraposición al antiguo régimen de ley: «No estáis bajo
la ley, sino bajo la gracia» (Rom 6,14). Esta gracia es la participación de la filiación de Jesús por el don de su Espíritu.
Los que tienen el Espíritu de Jesús, «no están en la carne, sino en el espíritu», pues el Espíritu de Dios habita en ellos
(Rom 8,9). Y «los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios» (Rom 8,14).

El Apóstol experimenta la gracia como el encuentro con Cristo, que transforma su vida y hace de él un hombre nuevo
(2Cor 5,17). Gracias al amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, descubre el verdadero sentido de su vida: nada ni nadie
podrá separarle de ese amor (Rom 8,35-39). Esta experiencia la describe admirablemente con estas palabras: «Vivo yo,
pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20). Este descubrimiento invierte su jerarquía de valores: «Todo eso que
para mí era ganancia, lo considero pérdida comparado con Cristo» (Flp 3,7ss). La salvación por gracia consiste en ser
vivificado y resucitado con Cristo (Ef 2,4-6).

Cristo, que transformó a Pablo y a los apóstoles, continúa hoy transformando y renovando a los que creen en él y se hacen
partícipes de su misterio pascual, por el poder del Espíritu: «Por el poder del Espíritu Santo participamos en la pasión de
Cristo, muriendo al pecado, y en su resurrección, naciendo a una vida nueva» (CCE 1988). Esta transformación tiene lugar
en el bautismo (Rom 6,3-4): «Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él... Su muerte fue un
morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida, es un vivir para Dios. Así también vosotros, consideraos como
muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús» (Rom 6,8-11).

b) El nuevo nacimiento en el Espíritu (san Juan). La revelación de la gracia, en san Juan, está en íntima relación con el
tema de la vida (Jn 1,1-14; 3,16; 6,30-33.57; lJn 4,9-10) (cf V. M. Capdevila). Esta vida (la vida eterna) procede de la
iniciativa amorosa del Padre, se comunica por la misión del Hijo en la encarnación redentora y se accede a ella por la fe:
es la vida creyente en el Espíritu.

Mientras san Pablo, para elaborar su teología de la gracia, partía de la muerte-resurrección de Jesucristo, san Juan se
remonta al hecho mismo de la encarnación. El Logos encarnado está lleno de «gracia y de verdad» (Jn 1,14) para que los
hombres recibamos de su plenitud (Jn 1,16), de modo que por él tengamos también nosotros «la gracia y la verdad» (Jn
1,17), esto es, la vida eterna (Jn 3,3-7.15.16.36; 5,24; 6,40-47).

La vida es fruto de un nuevo nacimiento, obra del Espíritu (Jn 3,1-8). A partir de este nuevo nacimiento, el renacido es
capaz de realizar las obras del amor. Pues, si «Dios es amor» (Un 4,8), la recepción de la vida y del ser de Dios ha de
manifestarse en la praxis de la caridad: «Si alguno dice: "amo a Dios" y aborrece a su hermano, es un mentiroso...; quien
ama a Dios, ame también a su hermano» (1Jn 4,20s). La caridad fraterna es, esencialmente, la autodonación del cristiano,
que prolonga la entrega de Jesús: «El dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos»
(lJn 3,16).
26

Tanto san Pablo como san Juan contemplan la gracia como categoría clave de la historia de salvación (2Cor 3,3- 6; Jn
1,17). Esta se caracteriza por el paso de una economía basada en la ley de Moisés, a una economía basada en la gracia de
Cristo. Es el paso de la ley antigua a la ley nueva, centro de la economía cristiana (cf CCE 1965ss).

Esta ley nueva o ley evangélica, que lleva a plenitud los mandamientos de la ley antigua (cf CCE 1968), «es llamada ley
del amor, porque hace obrar por el amor que infunde el Espíritu Santo más que por el temor; y ley de gracia, porque
confiere la fuerza de la gracia para obrar mediante la fe y los sacramentos» (CCE 1972).

Sentido y finalidad básica de la sexualidad.

34.- La sexualidad como dimensión ontológica humana.

La persona, principio y término de amor

La sexualidad humana, única e incomparable

Si no yerro, y a tenor de lo apuntado hasta ahora, para establecer unas bases sólidas sobre las que apoyar las disquisiciones
que siguen, conviene empezar sentando una tesis fundamental, una suerte de horizonte sobre el que se recorten las
afirmaciones más concretas.

Esa convicción de fondo podría enunciarse así: a pesar de las apariencias y de los planteamientos vigentes en nuestro
entorno (que a menudo nos llevan a hacernos una idea muy chata y depauperada de las realidades que nos rodean y nos
incumben… y de nosotros mismos), la sexualidad humana es única, inigualable; no admite parangón con el simple sexo de
los animales, precisamente por ser humana o personal.

· Eso me lleva a acuñar una terminología propia, pero que estimo conveniente —en absoluto obligatoria—, y distinguir
entre sexo y sexualidad.

+ En relación a los animales, resulta preferible hablar de «sexo».

+ Para los seres humanos, sin embargo, y justo con el fin de dejar constancia de su superioridad casi infinita, reservo el
vocablo «sexualidad».

· La derivación inmediata es que, si queremos conocer algo de la sexualidad en su sentido más estricto, es preciso al menos
esbozar una visión global del hombre, donde esta manifieste sus diferencias respecto al mero «sexo» y muestre la función
y el «lugar» que le corresponde en el conjunto de la existencia humana.

Y, para lograrlo —como ya advertí—, no bastan las perspectivas parciales, propias de las ciencias particulares. Esos
enfoques, en sí mismos válidos, se tornan o insuficientes o reduccionistas… cuando aspiran a dar razón completa bien sea
de la persona humana, bien de su sexualidad: no muestran, precisamente, la gran divergencia y la enorme distancia que
eleva a esta segunda por encima del sexo… justo porque ignoran que la sexualidad, en su estricto sentido, es personal.
www.metodologiamad.cl

Por ejemplo, la biología, la fisiología, la neurología… tienen mucho que decirnos en relación con la sexualidad; pero si su
visión pretende ser total y definitiva no es difícil que acaben por reducir la maravilla de la atracción entre varón y mujer, y
cuanto ello lleva consigo, a una suerte de «mecanismos» de distinto corte o, por emplear una de las expresiones más
habituales, a «mera química».
27

En la misma línea, los estudios sociológicos sobre este extremo tienden a poner de relieve lo que hacen todos o la gran
mayoría, que acaba por considerarse normal (con el matiz de legitimación que acompaña a este vocablo), mientras que a
veces solo estamos ante lo común o habitual… que puede incluso ser opuesto a la condición humana.

La psicología, por su parte, suele atender predominantemente a «lo psíquico» —instintos, pulsiones, satisfacción de las
mismas…— dejando en sordina las dimensiones espiritual-personales.

E incluso la medicina y la psiquiatría, cuyas aportaciones no dejan de ser valiosas e imprescindibles, corren el peligro de
centrar su interés en lo patológico, en lugar de indagar y poner de manifiesto la grandeza y el gozo de una sexualidad
vivida en plenitud.

Todas estas perspectivas, y bastantes otras que no he mencionado, deben sin duda tenerse muy en cuenta al estudiar la
sexualidad, y englobarlas en lo posible dentro de ese análisis y sus conclusiones, pero en ningún caso habrán de
considerarse exclusivas y excluyentes.

Concluyendo: para entender la sexualidad resulta imprescindible determinar previa y simultáneamente lo que es el
hombre, de modo que pueda comprenderse con mayor hondura el significado de su vida y de su misión en el mundo.

Y esto, en el ámbito natural, corresponde a una antropología filosófica (no meramente cultural, aunque también haga uso
de ella), que toma en cuenta la experiencia ordinaria y el conjunto de las ciencias y artes, y que se abre a la metafísica
estrictamente dicha (capaz de conocer la realidad tal como es) y a la visión superior proporcionada por la teología (apta
para dárnosla a conocer «como la ve Dios», aunque, obviamente, de forma imperfecta).

La condición del ser humano

En la Introducción a la antropología: La persona, al abordar el estudio del hombre —mujer y varón—, vimos que de él se
han ofrecido muchas descripciones, en buena parte equivalentes. Teniendo todo ello en cuenta, y según advertí hace unos
momentos, me interesa ahora subrayar la que pone en estrecha dependencia la condición personal y el amor.

Lo cual, como leeremos de inmediato en la pluma de distintos autores, equivale a sostener que el amor razonable y
razonado —¡inteligente!— es lo único definitiva y terminalmente humano. Que, en fin de cuentas, cuanto el hombre
realiza obtiene su categoría radical en proporción al amor con que se haga. Que un varón o una mujer vale lo que valen
sus amores… y mil consecuencias por el estilo, cristalizadas en modos de decir a su vez muy distintos.

Carlos Cardona lo expone con decisión, tomando como Modelo de las personas humanas la máxima expresión de lo
Personal: «Dios obra por amor, pone el amor, y quiere solo amor, correspondencia, reciprocidad, amistad. Así, al Deus
caritas est [al Dios es amor] del Evangelista San Juan, hay que añadir: el hombre, terminativa y perfectamente hombre, es
amor. Y si no es amor, no es hombre, es hombre frustrado, autorreducido a cosa».

Afirmación que no es del todo ajena al conocido refrán castellano: «amor con amor se paga», (¡y con nada más, agrego
por mi cuenta!: el amor no es sustituible); o tal vez más aún a la antigua tonada que insistía en que «el cariño verdadero
[como la propia persona] ni se compra ni se vende».

En un contexto similar, Rafael Caldera sostiene que «la verdadera grandeza del hombre, su perfección, por tanto, su misión
o cometido, es el amor. Todo lo otro —capacidad profesional, prestigio, riqueza, vida más o menos larga, desarrollo
intelectual— tiene que confluir en el amor o carece en definitiva de sentido»… e incluso puede
28

resultar perjudicial, no para determinados aspectos de la vida, sino para su dimensión estrictamente personal y, por lo
mismo, decisiva para la felicidad de cualquier hombre o mujer.

Las citas podrían sin duda multiplicarse. Acudo a algunas de ellas, sobre todo, porque se sitúan en contextos doctrinales
muy distintos de los vistos hasta ahora.

Y, así, Feuerbach, antecesor inmediato del marxismo ateo, no dudó en proclamar: «Donde no hay amor, no hay verdad: y
solo aquel es algo que algo ama. No ser nada y no amar nada es lo mismo».

Y Plauto, con una independencia relativa de cualquier cosmovisión religiosa, afirmaba a su vez: «nada vale quien nada
ama».

Dicho con palabras sencillas, pero preñadas de consecuencias prácticas:

Si un ser humano no llega a amar, a «transformar en amor» todo cuanto realiza, lo demás resulta insignificante, vano o,
mejor, dañino (como una batidora en que funcionaran a la perfección todos los elementos internos aislados… pero que de
hecho no batiera, o un coche o un ordenador primorosos, pero que no anduvieran o no procesaran textos).

Ser humano, amor, sexualidad

Para entrever el sentido en que cabe sostener que el ser humano se identifica con el amor o está destinado a transformarse
en él, basta advertir lo que he desarrollado otras veces.

A saber, que todo su «contexto» es de amor:

+ Nace del amor, del Amor divino infinito que lo crea en cooperación estrechísima con el amor humano de sus padres.

+ Está destinado al amor: a amar a Dios y a las personas creadas, ya en esta tierra, tornándose cada vez más feliz; y, con
semejante preparación, a amar definitivamente al Amor de los amores durante la eternidad sin término y plena de dicha.

+ Y, por lo mismo, crece, se perfecciona como hombre, como persona, gracias al amor…

Por todo lo cual, puede afirmarse sin reparos que la persona humana es, participadamente, amor.

Con el adverbio participadamente quiero insinuar, entre otras cosas, que, considerado en sí y por sí, no todo lo que el
hombre realiza es, en su sentido más propio, un acto de amor: no lo es el comer, el pasear, el ver la televisión o leer un
libro…

Sin embargo, todas y cada una de esas acciones pueden —¡y deben!— convertirse en amor. ¿Cómo?: en cuanto, al
hacerlas buscando el bien de los otros, el amor las in-forma y, como consecuencia, las transforma: cuando como, paseo,
trabajo o descanso movido por el amor —para consolar a un hijo mientras charlamos, preparar mejor las clases pensando en
mis alumnos, reponer fuerzas para volver a la tarea con más bríos, recuperarme de un enfado con el fin de no «aguar el
ambiente» al volver a casa…—, tales actividades llegan a ser, en sentido real, aunque derivado, actos de amor.
29

(No solo por «rizar el rizo», sino para hacerlo más comprensible, el que in-formar equivalga a transformar puede verse
bien, por ejemplo, en la asimilación de la comida: lo que era, pongo por caso, pulpa de mango o de naranja, cuando lo come
y asimila un chico o una chica, se transforma en carne, músculos, tendones… humanos.

Algo similar, no idéntico, sucede con las actividades que realizamos. Por ejemplo, al levantarnos de un asiento en un
autobús por deferencia hacia una señora o una persona de edad —y no simplemente porque hemos llegado a la parada—,
el gesto físico se trans-forma en un acto de delicadeza respecto a esa otra persona; por el contrario, si uno —¿una?— se
pone en pie para ver mejor el escaparate de la tienda de modas, ese movimiento se transforma en un acto de… [ponga cada
cual lo que le evoque y parezca más conveniente], pero no propiamente de amor).

· Asimismo, la sexualidad comienza a percibirse en todo su esplendor y maravilla cuando desvelamos y ponemos en primer
término su íntima y natural conexión con el amor. Y es que, para unos ojos que sepan mirarla con limpieza, superando los
estereotipos degradados que circulan en el ambiente, la sexualidad se revela de entrada como el medio más específico,
como el instrumento privilegiado, para introducir, manifestar y hacer crecer el amor entre un varón y una mujer
precisamente en cuanto tales, en cuanto personas sexuadas.

De ahí, justamente, su importancia y relevancia en el conjunto de la existencia humana. Y también de ahí la tristeza del
proceso de trivialización que ha experimentado en los últimos tiempos. Banalización que, al alejarla de su profundo
significado y de su excelencia, constituye tal vez uno de los principales problemas —teoréticos y vitales— que «la
cuestión del sexo» plantea a nuestros contemporáneos.

Pues, al no advertir apenas la sublimidad de que esa sexualidad goza, algunos tienden a tratarla como un objeto más de
bienestar y consumo.

Muy a menudo me veo obligado a explicar, con profunda pena, que, para bastantes de los que hacen del fin de semana
nocturno el ámbito primordial de su diversión —que a la par es el objetivo por excelencia de su vida: vivir para
divertirse—, las relaciones sexuales, excesivamente frecuentes a lo largo de esas veladas, son un simple producto del
aburrimiento y del correspondiente afán de distracción. Que un buen número de jóvenes, con los matices que serían del
caso para los chicos y las chicas, sin ignorar del todo la profunda lesión que generan en su ser al utilizar de ese modo la
propia sexualidad, la sitúan sin embargo en la misma línea de los demás instrumentos de recreo o entretenimiento, como una
especie de «añadido» a su persona, del que podrían disponer a placer, y no como algo que la configura intrínsecamente y
en su totalidad.

Lo que suelo exponer de una manera una tanto burda y desgarrada, pero gráfica y significativa: para ellos es como un
refresco más o como un helado… «solo que a lo bestia»: cumple una misión parecida —el pasatiempo, la huida del tedio,
un cierto disfrute—, pero, al menos en su imaginación e inicialmente, con mucha mayor eficacia e intensidad que esos
otros «productos».

Lo expresa con singular acierto C. S. Lewis en El diablo propone un brindis. En mitad del discurso, el diablo mayor se
queja de la pobreza de las motivaciones que llevan al hombre actual a hacer el mal. Y apunta especialmente al uso
«mediocremente malvado» del sexo:

«Sería vano, empero, negar que las almas humanas con cuya congoja nos hemos regalado esta noche eran de bastante
mala calidad […]

Después ha habido una tibia cacerola de adúlteros. ¿Han podido encontrar en ella la menor huella de lujuria realmente
inflamada, provocadora, rebelde e insaciable? Yo no. A mí me supieron todos a imbéciles hambrientos de sexo caídos o
introducidos en camas ajenas como respuesta automática a anuncios incitantes, o para sentirse modernos y liberados,
reafirmar su virilidad o "normalidad", o simplemente porque no tenían nada mejor que hacer. A mí, que he saboreado a
Mesalina y Casandra, me resultaban francamente nauseabundos».
30

Todo lo cual, como sugería, no puede sino ir en detrimento de la posibilidad de apreciar y valorar la sexualidad humana,
pues los títulos de su grandeza derivan de su cercanía a lo que es el hombre en cuanto persona (a saber, amor participado)
y a al origen de cada ser humano (una relación exquisita de amor mutuo… vigorizada por el Amor creador de todo un
Dios, con el que cooperan los padres en la procreación o co-creación de cada hijo).

La sexualidad: ser y obrar www.metodologiamad.cl

En los párrafos que preceden, al apuntar sobre todo al ejercicio de la sexualidad humana y su nexo con el amor, he dejado
de lado algo tanto o más importante y en cierto modo previo: la condición sexuada de todo sujeto humano, su índole de
varón o mujer.

Me gustaría exponer un par de ideas al respecto.

· El estudio sobre la persona que realizamos al hilo del libro antes citado, nos permitió extraer una doble conclusión:

+ antes que nada, que el obrar sigue al ser, y el modo de obrar al modo de ser;

- o, con otras palabras, que, para actuar de determinado modo, cualquier realidad debe estar conformada o
«confeccionada» de una manera muy particular, tener un ser que permite y, en su caso, provoca o «sugiere», ese tipo de
actividades;

+ además, aunque esto no fue tratado con tanto detenimiento, que ese modo de ser se encuentra básicamente ordenado a la
operación u operaciones que le son más propias —«esse est propter operationem», que dirían los latinos: «el ser se orienta
(u ordena) al obrar»—;

- por poner ejemplos sencillos y no excesivamente profundos, las aves tienen alas para volar, y los peces aletas para
nadar;

- de manera análoga y más propia, refiriéndonos a la persona humana y hablando con rigor, todo su ser, con los elementos
en los que se concreta, está encaminado hacia el amor inteligente.

Bajo este prisma, y como acabo de sugerir, el ejercicio de la sexualidad se orienta a suscitar, instaurar y poner de relieve el
amor entre los hombres, y los torna partícipes del Amor creador de todo un Dios.

· Pero, si miramos más allá de la operación, hasta su mismo fundamento, la sexualidad constituiría una determinación
intimísima mediante la cual se modula en su totalidad el ser del hombre, gracias a una particular participación en el Ser
Personal de Dios (y, más en concreto, en la Santísima Trinidad), haciendo que cada sujeto humano posea un ser masculino
(varón) o un ser femenino (mujer)… dirigidos a su vez al amor mutuo.

Esa «modulación» o modo-de-ser-persona, masculina o femenina, alcanza desde el ámbito fisiológico, en todas y cada una
de sus células, hasta el propiamente espiritual, pasando por el psíquico; y hace de cada hombre, como acabo de sostener,
una persona masculina o una persona femenina, con el sinfín de características que le son propias.

Debido a su enorme riqueza, no es un tema que quepa abordar por extenso en el presente escrito, máxime cuando ya ha sido
estudiado en otros lugares.

+ Sin embargo, sí me parece imprescindible realizar ahora un conjunto de reflexiones en torno


31

- al carácter personal de la sexualidad humana,

- así como a la índole necesariamente sexuada de toda persona… también humana.

+ Y, asimismo, dejar sentada la distinción entre

- lo sexual: las manifestaciones más externas y corporales de la sexualidad, de la que lo estrictamente genital es un
conjunto de elementos que hacen inmediatamente posible la relación íntima entre varón y mujer;

- y lo sexuado, que impregna a la persona entera del varón y la mujer, dotándolos de lo que llamamos masculinidad y
feminidad, muchísimo más amplias y ricas que sus meras expresiones corpóreas.

Manifestaciones de Dios Padre.

35.- Atributos divinos básicos: Creador, Misericordioso y Providente, presentes en la Biblia.

«CREO EN DIOS, PADRE TODOPODEROSO, CREADOR


DEL CIELO Y DE LA TIERRA»

CREADOR - TODOPODEROSO

De todos los atributos divinos, sólo la omnipotencia de Dios es nombrada en el Símbolo: confesarla tiene un gran alcance
para nuestra vida. Creemos que esa omnipotencia es universal, porque Dios, que ha creado todo (cf. Gn 1,1; Jn 1,3), rige
todo y lo puede todo; es amorosa, porque Dios es nuestro Padre (cf. Mt 6,9); es misteriosa, porque sólo la fe puede
descubrirla cuando "se manifiesta en la debilidad" (2 Co 12,9; cf. 1 Co 1,18).

"Todo cuanto le place, lo realiza" (Sal 115, 3)

Las sagradas Escrituras confiesan con frecuencia el poder universal de Dios. Es llamado "el Poderoso de Jacob" (Gn
49,24; Is 1,24, etc.), "el Señor de los ejércitos", "el Fuerte, el Valeroso" (Sal 24,8-10). Si Dios es Todopoderoso "en el
cielo y en la tierra" (Sal 135,6), es porque Él los ha hecho. Por tanto, nada le es imposible (cf. Jr 32,17; Lc 1,37) y dispone
de su obra según su voluntad (cf. Jr 27,5); es el Señor del universo, cuyo orden ha establecido, que le permanece
enteramente sometido y disponible; es el Señor de la historia: gobierna los corazones y los acontecimientos según su
voluntad (cf. Est 4,17c; Pr 21,1; Tb 13,2): "El actuar con inmenso poder siempre está en tu mano. ¿Quién podrá resistir la
fuerza de tu brazo?" (Sb 11,21).

"Te compadeces de todos porque lo puedes todo" (Sb 11, 23)

Dios es el Padre todopoderoso. Su paternidad y su poder se esclarecen mutuamente. Muestra, en efecto, su omnipotencia
paternal por la manera como cuida de nuestras necesidades (cf. Mt 6,32); por la adopción filial que nos da ("Yo seré para
vosotros padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso": 2 Co 6,18); finalmente, por su
misericordia infinita, pues muestra su poder en el más alto grado perdonando libremente los pecados.
32

La omnipotencia divina no es en modo alguno arbitraria: "En Dios el poder y la esencia, la voluntad y la inteligencia, la
sabiduría y la justicia son una sola cosa, de suerte que nada puede haber en el poder divino que no pueda estar en la justa
voluntad de Dios o en su sabia inteligencia" (Santo Tomás de Aquino, S.Th., I, q. 25, a.5, ad 1).

El misterio de la aparente impotencia de Dios www.metodologiamad.cl

La fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal y del sufrimiento. A veces Dios
puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal. Ahora bien, Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera más
misteriosa en el anonadamiento voluntario y en la Resurrección de su Hijo, por los cuales ha vencido el mal. Así, Cristo
crucificado es "poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y
la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres" (1 Co 2, 24-25). En la Resurrección y en la exaltación de Cristo
es donde el Padre "desplegó el vigor de su fuerza" y manifestó "la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los
creyentes" (Ef 1,19-22).

Sólo la fe puede adherir a las vías misteriosas de la omnipotencia de Dios. Esta fe se gloría de sus debilidades con el fin de
atraer sobre sí el poder de Cristo (cf. 2 Co 12,9; Flp 4,13). De esta fe, la Virgen María es el modelo supremo: ella creyó
que "nada es imposible para Dios" (Lc 1,37) y pudo proclamar las grandezas del Señor: "el Poderoso ha hecho obras
grandes por mí; su nombre es Santo" (Lc 1,49).

"Nada es, pues, más propio para afianzar nuestra fe y nuestra esperanza que la convicción profundamente arraigada en
nuestras almas de que nada es imposible para Dios. Porque todo lo que (el Credo) propondrá luego a nuestra fe, las cosas
más grandes, las más incomprensibles, así como las más elevadas por encima de las leyes ordinarias de la naturaleza, en la
medida en que nuestra razón tenga la idea de la omnipotencia divina, las admitirá fácilmente y sin vacilación alguna"
(Catecismo Romano, 1,2,13).

LA PROVIDENCIA DE DIOS

Es fácil identificar la Sabiduría de Dios con su maravillosa Providencia. La Providencia de Dios dispone y dirige todo para
su propio Honor y Gloria y para la felicidad y bien de mi alma.

Toda su creación contribuye de alguna manera a mi bien. Miro el sol y descubro que contribuye a mi bienestar cuando
pinta las flores de varios colores para mi placer, seca el barro para hacer platos, derrite la nieve para que los ríos tengan
agua, evapora el agua a las nubes para que llueva sobre los campos y praderas. Su Providencia no sólo guía el camino de
las galaxias sino que también determina la vida y la muerte de una bacteria en una gota de agua.

Lo ha creado todo y a todos por una razón, desde los ángeles hasta las gotas de rocío. Todo sin excepción lo ha visto y lo
regula hasta el más mínimo detalle.

Cada situación en mi vida, incluso la más dolorosa, es ordenada por Su Providencia para mi bien.

Su Providencia es tan inmensa y tan poderosa que, aunque se encarga de toda la creación, abarca cada pequeño detalle de
mi vida, hasta los cabellos sobre mi cabeza.

Su Providencia me cubre totalmente y no puedo moverme o vivir sin ella.


33

Dios mantiene el universo entero en perfecto orden para mi beneficio y placer y sin embargo Él busca descanso y placer
en mi alma.

Se hace cargo de todo lo mío como si fuera la única criatura creada por Él. Cada faceta de mi vida es importante para Él.
Nada es demasiado pequeño para Su interés o demasiado grande para Su Poder.

Nada escapa a Su Providencia porque sostiene toda la creación, animada e inanimada, en Sus manos, trabajando y
arreglándolo todo para el bien de mi alma.

Su Providencia se extiende a los sufrimientos en mi vida, incluso los más dolorosos, pues Él pesa cada dolor en la balanza
de Su Misericordia, acomodando a mis hombros la cruz que mejor puedo llevar.

La acción providencial de Dios está presente en cada evento humano, en mi vida, en mi país, en todo el mundo.

Todo lo que pasa es un mensaje de su cuidado providencial e interés. Su Providencia me protege de la libertad de Sus
criaturas al permitir el mal y transforma ese mal en algún bien para aquellos que Lo aman.

Su cuidado providencial alcanza a las situaciones dolorosas y difíciles de mi vida, y por más incomprensible que parezca,
las transforma para mi bien.

Su Providencia me da la oportunidad de levantarme luego de cada caída, con humildad y con mayor confianza en Su
fortaleza.

Me ayuda a escoger lo correcto en el momento correcto, pero se queda a mi lado por si tomo la decisión equivocada.

Un Dios todo providente me ama

Consideración:

El Padre dispone y dirige todo para Su propio honor y Gloria y para mi bien. Su Providencia arregla el orden con el que Lo
debo glorificar, la imagen de Jesús se vuelve más brillante en mi alma y la debo reflejar al Padre de vuelta.

El Padre ve a Jesús y mi alma comparte más y más la vida de Dios. Jesús me recordó esto cuando dijo: "Es para glorificar
a Mi Padre que ustedes deben dar mucho fruto" (Jn. 15:8). "Todo lo mío es Tuyo (Padre), y todo lo que tienes es mío, y en
ello Me glorificas" (Jn.17:10).

Todo lo que pasa en mi vida está ordenado o permitido por su Providencia para mi bien. Tal vez no entienda por qué
algunas cosas ocurren, pero mi contemplación de Su Providencia me asegura que puedo confiar en Él en la oscuridad y
saber que se encarga de mí como una madre cuida de su hijo.

Conoce mis necesidades, dificultades y deseos. Escucha cada uno de mis lamentos y ve cada una de mis lágrimas. Su
Providencia me rodea completamente y, aunque no vea el final del camino, no debo temer porque "Su Providencia
amanece antes del atardecer".
34

Oración: Sabio y Misericordioso Padre, tu Providencia me rodea y me dirige con cariñosa preocupación. Me das la
humildad necesaria para ponerme completamente en tus manos.

Escritura

Señor, eres bueno y tu tierna misericordia está sobre todo lo que haces. Permítenos alabarte ¡Oh Señor! Abres la mano y
llenas de bendiciones a toda criatura viviente, ejecutas tu juicio para los que sufren injustamente, y das de comer al
hambriento. Le das paz a los afligidos y luz a los ciegos, levantas a los perdidos, amas a los justos,
¡Oh Señor!, curas a los que tienen el corazón roto y sanas sus heridas. Cubres el cielo con nubes y preparas la lluvia para
los suelos. Haces que el pasto crezca en las montañas. Alimentas a las bestias. ¡Oh, Señor! Al reconocer tu Bondad todas las
criaturas alaban y aclaman tu liberalidad (Salmo 144-145-146).

LA MISERICORDIA DE DIOS

El Padre me mostró Su Misericordia cuando envió a Su Hijo para construir el Puente entre Su Santidad y mi miseria.

Su Amor acoge mis debilidades y me perdona. Modela mi alma con amor y ternura cuando peco al darme una conciencia
para discernir mi ofensa.

Perdona y cancela todas mis deudas cuando ve mi pena y escucha los quejidos de mi amor arrepentido.

No es suficiente para Él perdonar mis pecados cuando me arrepiento: Cubre mis heridas con la Preciosa Sangre de Su
propio Hijo y hace de mi alma algo hermoso.

Quiere enterrar mis pecados y la carga de mis debilidades en el océano de Su Misericordia para que no quede rastro de
ellos.

Miro el universo -vasto e inmenso- y aún así, con respecto a Su misericordia veo que es infinita.

Sólo tengo que decir "lo siento" con sinceridad para que Él dirija hacia mí todo Su perdón y compasión. Su

misericordia es atraída a mi miseria como un imán y envuelve mi alma como un escudo protector.

Su misericordia llega al grado de olvidarlo todo respecto a mis ofensas. Cuando

estoy arrepentido, Su Misericordia lo glorifica y el Cielo se alegra.

Sin importar lo horrendo que pueda ser el pecado, Su Misericordia alcanza tiernamente como un acto de pena y contrición.

Su Misericordia es tan grande que nunca podré comprender su alcance ni su tamaño. Su

Misericordia está limitada sólo por mi falta de confianza.


35

Me ha revelado su propia vida íntima al crearme a Su imagen y semejanza y luego ha elevado esa semejanza al compartir
su propia naturaleza en el Bautismo.

Un Dios Misericordioso me ama

Consideración:

Soy el receptor de la Misericordia de Dios, y la mejor manera de mostrarle mi gratitud por eso es siendo misericordioso
con mi hermano.

Encuentro difícil perdonar y olvidar, así que absorbo algo de Su misericordia al recordar que Dios es el primero en llegar a
mí cuando Lo he ofendido. No me recuerda mi pecado, tampoco mis ofensas, Su Misericordia es vasta e infinita

Se coloca ante mí con gran compasión y sana todas mis imperfecciones con Sus perfecciones, mis debilidades con Su
fuerza, mi frialdad con Su amor, mis frustraciones con Su paz y mi oscuridad con Su luz.

Al darme cuenta de mis propias debilidades y al contemplar Su Misericordia entiendo la miseria y las imperfecciones de
los otros. No hay otro atributo en el que pueda participar, que imprima la imagen de Jesús en mi alma tan rápidamente
como la Misericordia.

Cuando soy misericordioso, me parezco a Jesús, la perfecta imagen de la Misericordia y el Padre llena mi alma con
gracias y devuelve misericordia por misericordia.

Oración: Padre Misericordioso, deja que tu Misericordia me envuelva y mantenme humilde a tus ojos.

Escritura

Oh Señor, eres compasivo y misericordioso, sufrido y abundante en Misericordia. No siempre estás molesto ni amenazas.
No has tratado conmigo de acuerdo a mis pecados ni a mis iniquidades. De acuerdo a la altura del Cielo sobre la tierra, tu
Misericordia sobrepasa mis méritos. Como un padre se compadece de sus hijos, así te compadeces de quienes te temen.
Porque eres nuestro marco, nos recuerdas que somos polvo, pero tu Misericordia, Señor, dura de eternidad en eternidad
para los que te temen. (Salmo 102:8-17).

DIOS ES AMOR www.metodologiamad.cl

San Juan no afirma que Dios tiene amor sino que es Amor (1 Jn. 4:16). Puedo amar en varios grados, pero con Dios es
diferente. Pensar en Dios es pensar en amor, llenarse de amor es llenarse de Dios.

Es difícil para mi mente finita comprender que lo que poseo es a Él.

Cuando amo a alguien le deseo todo lo bueno, agradable, placentero, duradero y hermoso. La cantidad de estas cosas
buenas que le desee dependerá del grado de amor que inspira estos deseos. Una cosa es segura, al margen del grado, el
amor desea difundirse al buscar y procurar el bien de los otros.
36

El Amor de Dios, como Él mismo, es Infinito y el bien que desea para mí es infinito -más allá de mis sueños más locos- es
personal y totalmente mío.

Fue un acto del Amor de Dios lo que me dio la existencia y Su infinito Amor fue el que le dio a nuestra naturaleza, en nuestra
alma, parte de Sí en el bautismo, de manera que puedo llamarlo Padre.

Atisbo el Amor Infinito cuando me doy cuenta de que el Padre entregó a Su único Hijo para llevar sobre Sí la humillación
de asumir mi naturaleza humana, viviendo una vida laboriosa y muriendo una ignominiosa muerte - sólo para que pudiera
estar con Él en el Reino.

Su Amor no se contenta con llamarme de la nada a la vida natural. Su Amor me eleva a una vida sobrenatural, una
profunda unión con la Trinidad en mi alma.

El amor humano es hermoso y profundo, pero sé que nadie me ama como mi Dios, que fue capaz de sacrificar a su único
hijo por el bien de un enemigo.

El Padre mostró Su Amor al crearme y al enviar a Su Hijo, el Hijo mostró su amor con su vida y con su muerte de amor
por mi amor, y el Espíritu mostró Su amor al venir a la tierra como maestro y guía haciendo morada en mi alma.

El amor requiere igualdad, pero puesto que yo nunca podría alcanzarle, Él bajó a mi nivel para dejarme experimentar la
satisfacción de ser el único objeto de Su Amor.

El ardiente amor de Jesús por mí ocultó Su divinidad, majestad y esplendor para darme el coraje de acercarme a Él y
retornarle amor por Amor.

El amor de Jesús le hizo dejar la perfección, la dicha inigualable, y su majestuoso esplendor por pobreza, privación y
oscuridad, por el Amor que me tiene.

Dios se ama sí mismo como la única fuente de bien, y me ama, no porque sea bueno sino porque Su Amor me hace bueno.
El Amor de Dios es gratuito y sin cargo. Su amor es benevolente porque desea todo lo que es para mi bien.

El Amor de Dios por mí es beneficioso porque Él dirige, cumple y me da todo lo que es para mi bien.

Su Amor por mí no comenzó cuando fui creado. Me amó antes de que empezara el tiempo. A través de todas las etapas de
la historia -antes de crear una estrella o algo de pasto- me conocía y me amaba.

Nunca se cansa de mostrarme su Amor al colocar las innumerables y pequeñas alegrías que cruzan por mi camino.

Mediante Su Revelación a los profetas y a los Apóstoles me reasegura incesantemente su Amor y su Misericordia.

Trata de colocar en mi mente, con las imágenes del Buen Pastor y del Padre del hijo pródigo, Su tierno Amor y
compasión.

Un Dios de amor, me ama


37

Consideración:

Todos los atributos de Dios llenan mi alma con asombro y admiración pero ninguno la llena hasta rebasar como Su infinito
Amor.

Si el amor se prueba con el sacrificio, entonces Él no me puede amar más allá de la entrega de Su único Hijo para que viviese
y muriese por mí.

Su amor me da cada alegría y me permite todas las penas. Su Amor me lleva al consuelo y luego retira su Presencia sensible
para purificar mi alma de toda búsqueda de mí mismo.

Su Amor me guía en cada situación difícil para asegurarme que todo está bien.

Debo devolver amor por Amor, y darle a mi prójimo aquellas cosas que no puedo devolverle a Dios como el perdón
amoroso, la tolerancia amorosa y el amor cuando no soy amado.

Su Amor por mí siempre es infinito, nunca cambia, siempre entiende, constantemente busca el retorno del amor, y brilla
cuando estoy arrepentido para asegurarme su perdón. Debo esforzarme por amar a mi prójimo como Él me ama, para de
esta forma compartir más y más de este divino atributo.

Oración; Oh Señor, antes de que el mundo comenzara, me conocías y me amabas. Cuando el tiempo de mi creación llegó,
me viste con todas mis faltas y pecados y aún así me amaste. Permíteme perderme en tu infinito Amor como una pequeña
gota de agua en el océano, permite que pueda ser eternamente rodeado de tu Amor misericordioso.

Escritura

Permite que nos amemos uno al otro, ya que el amor viene de Dios porque Dios es Amor. El Amor de Dios por nosotros
quedó revelado cuando envió al mundo a Su único Hijo.

Dios es Amor y todo el que vive en el amor, vive en Dios y Dios vive en él. (1 Jn. 4:9,10,16).

OMNIPOTENCIA (Poder) www.metodologiamad.cl

El Poder de Dios está más allá de toda comprensión. Sólo necesita desear cumplirlo.

Su Poder es tan grande que Él puede hacer todo lo que desee, cuando lo desee, como lo desee, sin límite.

Sólo necesita desear que algo exista para que exista y no necesita esforzarse. Su Voluntad es suficiente para que algo sea.

Su Poder puede crear el más pequeño átomo o la más grandiosa galaxia, sin tiempo, esfuerzo, fatiga o materiales, basta su
Voluntad para hacerlo.

La Palabra de Dios es siempre efectiva y produce lo que sea que exprese. Mis palabras, al contrario, no pueden crear nada;
sólo puedo cambiar lo que ya es en algo más.
38

No hay nada imposible para Dios. Su Poder puede cambiar a un pecador en un santo, y obtener bien del mal, sin interferir
en lo más mínimo en la voluntad del hombre.

Su Poder siempre es magnífico e infinito. Con ese Poder creó a los ángeles: Aquellas inteligencias supremas; y también
creó los insectos más pequeños sin inteligencia, y ambas creaciones son una maravilla para atestiguar, cada una necesitó
de su infinito Poder porque ambas fueron creadas de la nada.

Su Poder mantiene toda la creación existiendo sin dificultades y confusiones. Mantiene su curso sin esforzarse y sin
fatiga.

Su Poder alcanzó y tocó la nada y generó toda la creación.

Dios por sí solo es omnipotente, por sí solo puede ver en la nada y hacer algo. Su Poder va más allá de eso, sostiene todo
lo que crea mientras así lo desee.

Su Poder nunca llega a un máximo de perfección y luego decrece, siempre es completo. No importa que tanto se difunda
en la creación, nunca decrece lo más mínimo, siempre es el mismo, ayer, hoy y siempre.

Fue un acto de la omnipotencia de Dios la que creó mi alma. Mis padres no tuvieron ni la más pequeña parte en su
creación, ya que mi alma no tiene partes, no fue hecha en etapas. Fue creada instantáneamente por el Poder de Dios y nada
más que por su Voluntad.

Fue necesario un gran Poder para crear una pequeña imagen de tan grandioso Dios, ya que mi alma muestra a la Trinidad.
Mi memoria muestra al Padre porque, como Él, me conozco; mi intelecto muestra al Hijo porque, como Él, entiendo lo que
sé; mi voluntad muestra al Espíritu Santo porque, como Él, mi alma puede escoger y cumplir. Poseo entonces tres
facultades, cada una distinta pero perfectamente una. En mí, una creación finita, cada facultad trabaja con las otras para
hacer una sola alma. En Dios, Divina Omnipotencia - cada una es una Persona: Padre, Hijo y Espíritu Santo: Un Dios.

Toda la creación muestra de alguna manera a las tres Personas cuyo poder la pone en movimiento.

Hay tres clases de vida: La vida vegetal disfrutada por los árboles, los arbustos, las flores y los frutos; la vida sensitiva que
poseen los insectos y los animales; y la vida intelectual que comparten los ángeles, que son espíritus puros y el alma del
hombre.

La Omnipotencia de Dios parece haberme creado como una composición de toda Su creación. Disfruto la vida en común
con el mundo vegetal, comparto la vida animal porque poseo sentidos y tengo vida racional como la de los ángeles.
Realmente soy el signo de admiración que Dios colocó al final de Su creación.

¡Un Dios Omnipotente me ama!

Consideración:

Este atributo me da confianza y seguridad. Me doy cuenta de que el Padre es tan poderoso que nada puede oponerse a Su
voluntad, nada es tan difícil.
39

Con una palabra ha creado y es magnífico en todo lo que hace. Absolutamente nada es imposible para Él. Todos y todo lo
que conozco tiene sus limitaciones. Sólo Él es ilimitado.

No sólo creó todo de la nada sino que sin su voluntad las cosas volverían a la nada de donde provienen.

Al darme cuenta de eso siento seguridad y estabilidad. Todos y todo estamos en sus manos, porque sin Él el sol no me
calentaría al mediodía y la luna no me daría su luz en la noche, los frutos no crecerían de los árboles ni las flores brotarían,
el agua nunca calmaría mi sed o la comida deleitaría mi paladar, la sonrisa de un niño no me emocionaría ni el apretón de
manos de un hermano me confortaría el alma. Verdaderamente, Su Poder constantemente obra mi bien y me da alegría y
felicidad, porque todas las cosas me vienen de Él.

Esta consideración será de gran ayuda si caigo en la tentación porque sabré que todo lo que logro lo consigo sólo porque
me permite compartir su Poder. Jesús me recordó esto cuando le respondió a Pilatos luego de que éste le preguntara
"¿Acaso no quieres hablarme? Seguramente sabes que tengo poder para liberarte y también para crucificarte". Le
respondió Jesús: "No tendrías poder sobre mí si no se te hubiera concedido de lo alto".

Ya que la Escritura me recuerda que mis cualidades y mi autoridad viene de Dios, las usaré con humildad, amabilidad,
gratitud, sabiendo que debo dar cuenta de mi manejo.

Oración: Oh Dios y Padre, Tú creaste todas las cosas de la nada, Tú las sostienes sin esfuerzo, las gobiernas sin fatiga,
provees todo con tu abundancia que nunca disminuye. Descanso en tu Poder sabiendo que me has creado por Amor.

Escritura

Al principio, Dios creó los cielos y la tierra. Dios dijo "Hágase la luz y se hizo la luz". "Que haya una división en las aguas
y que éstas se dividan en dos". "Que las aguas bajo el cielo se unan en el continente y que éste aparezca". "Que la tierra
produzca vegetación: que germinen las plantas y que den fruto los árboles con sus semillas dentro". "Que hayan luces en el
cielo que dividan el día y la noche". "Que las aguas bullan con criaturas vivientes y que las aves vuelen sobre la tierra".
"Que la tierra produzca toda clase de ser viviente, ganado, reptiles y toda bestia salvaje". "Hagamos al hombre a imagen y
semejanza nuestra". (Gen. 1:1-27).

BONDAD

Dios es Bueno. Es El sólo Bueno y no porque posea la Bondad sino porque su ser infinito es bondad infinita.

Dios me comunica a mí y a mi hermano algo de Bondad. Debo recordar esto siempre y nunca envidiar a mi hermano,
porque todas las cosas buenas que poseemos vienen de Dios.

Obtengo de esta fuente de Bondad todas las cosas buenas que deseo al unir mi voluntad a la Suya. Su

Bondad recompensa los deseos que mis esfuerzos no han logrado.

La Bondad pertenece a Dios y no puede ser disminuida ya que se difunde a todas Sus criaturas. Siempre es infinitamente
Bueno.
40

Todo el mal en el mundo y en el infierno nunca disminuye su Bondad. Aunque rechace su Amor, su Bondad me sigue
buscando hasta que me muera.

Su Bondad me elevó a mí, una criatura finita, a las Alturas de la Adopción Divina. Su Bondad me recompensa con lo que
su Gracia logra a través de mí.

Todo lo creado por Él es bueno y Su Bondad está tan difundida que las cantidades, cualidades y dimensiones de Su
creación sorprenden a la mente. La variedad de frutos, cada uno de los cuales tiene su propio sabor, tamaño y color; la
variedad de flores, rocas, piedras preciosas -todo lo que ha creado sobreabunda.

Su Bondad vio mi miseria y por eso envió a su Hijo para redimirme, a su Espíritu Santo a santificarme y su Eucaristía
para estar contigo hasta el fin de los tiempos.

Su Bondad me da música, amistad, amor, alegría, felicidad, éxito y todas las demás cosas buenas que cruzan mi camino
para maravillar mi alma.

Su Bondad me hace reflexionar sobre Él en el intelecto del hombre, la inmensidad del universo, la variedad de criaturas y
la belleza de la tierra.

Su Bondad es tan magnífica que logra cosas buenas del mal. Un

Dios bueno me ama

Consideración:

Con frecuencia es difícil para mí ser bueno porque encuentro que es difícil amar y la bondad emerge del amor. Es el fruto
del amor y el efecto del amor. Amar es desearle el bien al otro, la causa de ese deseo es el amor y el fruto es la Bondad.

El amor es una disposición interior y se manifiesta en la Bondad. El amor de Dios no es pasivo sino activo.
Constantemente me muestra que me ama de muchas formas, y mi amor debe responder con una conciencia de estas
manifestaciones y con humilde gratitud.

Mi amor por el hermano, como el amor de Dios por mí, debe manifestarse haciendo todo lo que esté a mi alcance para
lograr el bien de él.

Mi amor debe expresarse no solo alimentando a los pobres y visitando a los enfermos sino con el espíritu de amabilidad
en el trato con los demás, con una actitud alegre, cortés con los jóvenes y con los ancianos, y siendo preocupado y
reverente con las necesidades de los demás.

Oración: Dios Bueno, penetra mi alma con tu Bondad, que pueda irradiar tu Amor y tu preocupación por mi hermano.
Dame la fuerza y el empuje que necesita para ser hermano de todos, y para que pueda hacer todo de manera que obtenga
el bien que mi amor desea para ellos.

Escritura
41

Les digo: amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen. De esta forma serán hijos del Padre Celestial, porque Él
hace que el solo se levante sobre los hombres Buenos y malos y que llueva sobre los honestos y los deshonestos. Porque si
aman a los que los aman, ¿Qué derecho tienen a reclamar crédito alguno? Incluso los cobradores de impuestos hacen lo
mismo? O no? Y si guardas tus saludos para tus hermanos, ¿Estás haciendo algo excepcional? Incluso los paganos hacen
eso? O no? Entonces deben ser perfectos (buenos) como vuestro Padre Celestial es perfecto (bueno) (Mt 5:43-48). No se
equivoquen en esto, queridos hermanos, todo lo que es bueno y todo lo que es perfecto se nos ha dado de lo alto (Jas
1:17).

36.- Manifestaciones de la presencia de Dios en la cultura humana y cristiana.

Cuando Jesucristo, en la encarnación, asume y expresa todo lo humano, excepto el pecado, entonces el Verbo de Dios
entra en la cultura. Así, Jesucristo es la medida de todo lo humano y por tanto también de la cultura. él, que se encarnó en
la cultura de su pueblo, trae para cada cultura histórica el don de la purificación y de la plenitud. Todos los valores y
expresiones culturales que puedan dirigirse a Cristo promueven lo auténtico humano. Lo que no pasa por Cristo no podrá
quedar redimido.

(Santo Domingo, Conclusiones 228)

Por nuestra adhesión radical a Cristo en el bautismo nos hemos comprometido a procurar que la fe, plenamente anunciada,
pensada y vivida, llegue a hacerse cultura. Así, podemos hablar de una cultura cristiana cuando el sentir común de la vida
de un pueblo ha sido penetrado interiormente, hasta «situar el mensaje evangélico en la base de su pensar, en sus
principios fundamentales de vida, en sus criterios de juicio, en sus normas de acción» (Juan Pablo II, Discurso inaugural,
24) y de allí «se proyecta en el ethos del pueblo... en sus instituciones y en todas sus estructuras» (ib., 20).

Esta evangelización de la cultura, que la invade hasta su núcleo dinámico, se manifiesta en el proceso de inculturación, al
que Juan Pablo II ha llamado «centro, medio y objetivo de la Nueva Evangelización» (Juan Pablo II, Discurso al Consejo
Internacional de Catequesis, 26. 9. 92): Los auténticos valores culturales, discernidos y asumidos por la fe, son necesarios
para encarnar en esa misma cultura el mensaje evangélico y la reflexión y praxis de la Iglesia.

La Virgen María acompaña a los apóstoles cuando el Espíritu de Jesús resucitado penetra y transforma los pueblos de las
diversas culturas. María, que es modelo de la Iglesia, también es modelo de la evangelización de la cultura. Es la mujer
judía que representa al pueblo de la Antigua Alianza con toda su realidad cultural. Pero se abre a la novedad del Evangelio
y está presente en nuestras tierras como Madre común tanto de los aborígenes como de los que han llegado, propiciando
desde el principio la nueva síntesis cultural que es América Latina y el Caribe.

(Santo Domingo, Conclusiones 229)

Inculturación del Evangelio / Fe y Cultura

Puesto que estamos ante «una crisis cultural de proporciones insospechadas» (Juan Pablo II, Discurso inaugural,
21) en la cual van desapareciendo valores evangélicos y aun humanos fundamentales, se presenta a la Iglesia un desafío
gigantesco para una nueva Evangelización, al cual se propone responder con el esfuerzo de la inculturación del Evangelio.
Es necesario inculturar el Evangelio a la luz de los tres grandes misterios de la salvación: la Navidad, que muestra el
camino de la Encarnación y mueve al evangelizador a compartir su vida con el evangelizado; la Pascua, que conduce a
través del sufrimiento a la purificación de los pecados, para que sean redimidos; y Pentecostés, que por la fuerza del
Espíritu posibilita a todos entender en su propia lengua las maravillas de Dios.
42

La inculturación del Evangelio es un proceso que supone reconocimiento de los valores evangélicos que se han mantenido
más o menos puros en la actual cultura; y el reconocimiento de nuevos valores que coinciden con el mensaje de Cristo.
Mediante la inculturación se busca que la sociedad descubra el carácter cristiano de estos valores, los aprecie y los
mantenga como tales. Además, intenta la incorporación de valores evangélicos que están ausentes de la cultura, o porque se
han oscurecido o porque han llegado a desaparecer. «Por medio de la inculturación, la Iglesia encarna el Evangelio en las
diversas culturas y, al mismo tiempo, introduce a los pueblos con sus culturas en su misma comunidad; transmite a las
mismas sus propios valores, asumiendo lo que hay de bueno en ellas y renovándolas desde dentro» (Rmi 52). La fe, al
encarnarse en esas culturas, debe corregir sus errores y evitar sincretismos. La tarea de inculturación de la fe es propia de
las Iglesias particulares bajo la dirección de sus pastores, con la participación de todo el Pueblo de Dios. «Los criterios
fundamentales en este proceso son la sintonía con las exigencias objetivas de la fe y la apertura a la comunión con la
Iglesia universal» (Rmi 54).

(Santo Domingo, Conclusiones 230)

Valores culturales: Cristo, medida de nuestra conducta moral www.metodologiamad.cl

- Creados a imagen de Dios, tenemos la medida de nuestra conducta moral en Cristo, Verbo encarnado, plenitud del
hombre. Ya el quehacer ético natural, esencialmente ligado a la dignidad humana y sus derechos, constituye la base para
un diálogo con los no creyentes.

Por el bautismo nacemos a una nueva vida y recibimos la capacidad de acercarnos al modelo que es Cristo. Caminar hacia
él es la moral cristiana; es la forma de vida propia del creyente, que con la ayuda de la gracia sacramental sigue a
Jesucristo, vive la alegría de la salvación y abunda en frutos de caridad para la vida del mundo (cf. Jn 15; OT 16).

- Consciente de la necesidad de seguir este camino, el cristiano se empeña en la formación de la propia conciencia. De esta
formación, tanto individual como colectiva, de la madurez de mentalidad, de su sentido de responsabilidad y de la pureza de
las costumbres depende el desarrollo y la riqueza de los pueblos (cf. Juan Pablo II, Discurso inaugural, 19). La moral
cristiana sólo se entiende dentro de la Iglesia y se plenifica en la Eucaristía. Todo lo que en ella podemos ofrecer es vida;
lo que no puede ofrecerse es el pecado.

(Santo Domingo, Conclusiones 231)

Desafios pastorales

- Gracias a Dios, en América Latina y el Caribe hay mucha gente que sigue con fidelidad a Jesucristo, aun en
circunstancias adversas. Sin embargo, se observa en nuestra realidad social el creciente desajuste ético -moral, en especial
la deformación de la conciencia, la ética permisiva y una sensible baja del sentido de pecado. Decrece el influjo de la fe, se
pierde el valor religioso, se desconoce a Dios como sumo bien y último juez. Disminuye la práctica del sacramento de la
reconciliación. Es deficiente la presentación del magisterio moral de la Iglesia. (Santo Domingo, Conclusiones 232)

- La corrupción se ha generalizado. Hay un mal manejo de los recursos económicos públicos; progresan la demagogia, el
populismo, la «mentira política» en las promesas electorales; se burla la justicia, se generaliza la impunidad y la
comunidad se siente impotente e indefensa frente al delito. Con ello se fomenta la insensibilidad social y el escepticismo
ante la falta de aplicación de la justicia, se emiten leyes contrarias a los valores humanos y cristianos fundamentales. No
hay una equitativa distribución de los bienes de la tierra, se abusa de la naturaleza y se daña el ecosistema. (Santo
Domingo, Conclusiones 233)
43

- Se fomentan la mentalidad y las acciones contra la vida mediante campañas antinatalistas, de manipulación genética, del
abominable crimen del aborto y de la eutanasia. Se cambia el sentido de la vida como conquista del fuerte sobre el débil,
que propicia acciones de odio y destrucción, e impide la realización y crecimiento del hombre. (Santo Domingo,
Conclusiones 234)

- Se asiste así a un deterioro creciente de la dignidad de la persona humana. Crecen la cultura de la muerte, la violencia y
el terrorismo, la drogadicción y el narcotráfico. Se desnaturaliza la dimensión integral de la sexualidad humana, se hace de
hombres y mujeres, aun de niños, una industria de pornografía y prostitución; en el ámbito de la permisividad y
promiscuidad sexual crece el terrible mal del sida y aumentan las enfermedades venéreas. (Santo Domingo, Conclusiones
235)

- Se introduce como norma de moralidad la llamada «ética civil o ciudadana», sobre la base de un consenso mínimo de
todos con la cultura reinante, sin necesidad de respetar la moral natural y las normas cristianas. Se observa una «moral de
situación» según la cual algo de por sí malo dejaría de serlo de acuerdo a las personas, circunstancias e intereses que estén
en juego. Frecuentemente los medios de comunicación social se hacen eco de todos estos criterios y los difunden. (Santo
Domingo, Conclusiones 236)

Líneas pastorales

- Trabajar en la formación cristiana de las conciencias y rescatar los valores perdidos de la moral cristiana. Volver a tomar
conciencia del pecado (del pecado original y de los pecados personales) y de la gracia de Dios como fuerza para poder
seguir nuestra conciencia cristiana. Despertar en todos la experiencia del amor que el Espíritu Santo derrama en los
corazones, como fuerza de toda Moral cristiana. (Santo Domingo, Conclusiones 237)

- Vigilar para que los medios de comunicación social ni manipulen ni sean manipulados al transmitir, bajo pretexto de
pluralismo, lo que destruye al pueblo latinoamericano. Fortalecer la unidad de la familia y su influjo en la formación de la
conciencia moral. (Santo Domingo, Conclusiones 238)

- Presentar la vida moral como un seguimiento de Cristo, acentuando la vivencia de las Bienaventuranzas y la frecuente
práctica de los Sacramentos. Difundir las virtudes morales y sociales, que nos conviertan en hombres nuevos, creadores de
una nueva humanidad. Este anuncio tiene que ser vital y kerigmático, especialmente donde más se ha introducido el
secularismo, presentando en la catequesis la conducta cristiana como el auténtico seguimiento de Cristo. Cuidar que, en el
campo moral, la justa aplicación de criterios de gradualidad no mengüe las exigencias perentorias de la conversión. (Santo
Domingo, Conclusiones 239)

- Favorecer la formación permanente de los Obispos y presbíteros, de los diáconos, de los religiosos, religiosas y laicos,
especialmente de los agentes de pastoral, conforme a la enseñanza del Magisterio. La liturgia debe expresar más claramente
los compromisos morales que conlleva. La Religiosidad popular, especialmente en los Santuarios, debe dirigirse a la
conversión. Hay que fomentar y facilitar el acceso al sacramento de la reconciliación. (Santo Domingo, Conclusiones 240)

- En cuanto al problema de la droga, impulsar acciones de prevención en la sociedad y de atención y curación a los
drogadictos; denunciar con valentía los daños que producen en nuestros pueblos la adicción y el tráfico de la droga, y el
gravísimo pecado que significa su producción, su comercialización y su consumo. Hacer notar, en especial, la
responsabilidad de los poderosos mercados consumidores. Promover la solidaridad y la cooperación nacional e
internacional en el combate a este flagelo. (Santo Domingo, Conclusiones 241)

- Orientar y acompañar pastoralmente a los constructores de la sociedad en la formación de una conciencia moral en sus
tareas y en la actuación política.
44

- Estar siempre abiertos al diálogo con quienes guían sus vidas por caminos diferentes de la ética cristiana.
Comprometernos efectivamente en la consecución de la justicia y la paz de nuestros pueblos. (Santo Domingo,
Conclusiones 242)

La salvación y redención de Jesucristo.

37.- Verdades de fe contenidas en el credo apostólico y su relación con textos bíblicos.


Creo en Dios. "Nuestro Dios es el único Señor" (Deuteronomio 6,4;Mc 12,29)

Padre Todo Poderoso. "Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios" (Lucas 18,27). Creador del

Cielo y la Tierra. "En el comienzo de todo, Dios creó el cielo y la tierra"(Génesis 1,1).

Creo en Jesucristo. "El es el resplandor glorioso de Dios, la imagen misma de lo que Dios es" (Hebreos 1,3).

Su único Hijo. "Pues Dios amo tanto al mundo, que dio a su Hijo Unico, para que todo aquel que crea en él no muera, sino
que tenga vida eterna" (Juan 3,16).

Nuestro Señor. "Dios lo ha hecho Señor y Mesías" (Hechos 2,36).

Que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Dios altísimo
descansará sobre ti como una nube. Por eso, el niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios" (Lucas 1,35).

Nació de Santa Maria Virgen. "Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del
profeta: ‘la Virgen quedará encinta y tendrá un hijo, al que pondrá por nombre Emmanuel´ (que significa "Dios con
nosotros")" (Mateo 1,22-23).

Padeció bajo el poder de Poncio Pilato. "Pilato tomó entonces a Jesús y mandó azotarlo. Los soldados trenzaron una
corona de espinas, la pusieron en la cabeza de Jesús, y lo vistieron con una capa de color rojo oscuro" (Juan 19,1-2).

Fue crucificado. "Jesús salió llevando su cruz, para ir al llamado ‘lugar de la Calavera´ (o que en hebreo se llama Gólgota).
Allí lo Crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado. Pilato mandó poner sobre la cruz un letrero, que decía: ‘Jesús
de Nazaret, Rey de los judíos" (Juan 19,17-19).

Muerto y sepultado. "Jesús gritó con fuerza y dijo: -¡Padre en tus manos encomiendo mi espíritu! Y al decir esto, murió
(Lucas 23,46). Después de bajarlo de la cruz, lo envolvieron en una sábana de lino y lo pusieron en un sepulcro abierto en
una peña, donde todavía no habían sepultado a nadie (Lucas 23,53).

Descendió a los infiernos. "Como hombre, murió; pero como ser espiritual que era, volvió a la vida. Y como ser espiritual,
fue y predicó a los espíritus que estaban presos" (1Pedro 3,18-19).

Al tercer día resucito de entre los muertos. "Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras, que lo
sepultaron y que resucitó al tercer día" (1Corintios 15, 3-4).
45

Subió a los cielos, y esta sentado a la derecha del Padre Todopoderoso. "El Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la
derecha de Dios" (Marcos 16,19).

Desde ahí ha de venir a juzgar a vivos y muertos. "El nos envió a anunciarle al pueblo que Dios lo ha puesto como juez de
los vivos y de los muertos" (Hechos 10,42).

Creo en el Espíritu Santo. "Porque Dios ha llenado con su amor nuestro corazón por medio del Espíritu Santo que nos ha
dado" (Romanos 5,5).

Creo en la iglesia que es una. "Para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en
nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado".(Jn 17,21; Jn 10,14; Ef 4,4-5)

Santa. "La fe confiesa que la Iglesia... no puede dejar de ser santa (Ef 1,1). En efecto, Cristo, el Hijo de Dios, a quien con
el Padre y con el Espíritu se proclama ´el solo santo´, amó a su Iglesia como a su esposa (Ef 5,25). Él se entregó por ella
para santificarla, la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la llenó del don del Espíritu Santo para gloria de Dios" (Ef
5,26-27). La Iglesia es, pues, "el Pueblo santo de Dios" (1 Pe 2,9), y sus miembros son llamados "santos" (Hch 9, 13; 1 Co
6, 1; 16, 1).

Católica. "Y yo te digo que tu eres Pedro, y sobre esta piedra voy a construir mi iglesia; y ni siquiera el poder de la muerte
podrá vencerla" (Mateo 16,18). Posee la plenitud que Cristo le da(Ef 1,22-23).Es católica porque ha sido enviada por
Cristo en misión a la totalidad del género humano (cf Mt 28, 19)

Y Apostólica. El Señor Jesús dotó a su comunidad de una estructura que permanecerá hasta la plena consumación del
Reino. Ante todo está la elección de los Doce con Pedro como su Cabeza (cf. Mc 3, 14-15); puesto que representan a las
doce tribus de Israel (cf. Mt 19, 28; Lc 22, 30), ellos son los cimientos de la nueva Jerusalén (cf. Ap 21, 12-14). Los Doce
(cf. Mc6, 7) y los otros discípulos (cf. Lc 10,1-2) participan en la misión de Cristo, en su poder, y también en su suerte (cf.
Mt 10, 25; Jn 15, 20). Con todos estos actos, Cristo prepara y edifica su Iglesia.2 Tim 2,2 www.metodologiamad.cl

Creo en la comunión de los Santos. "Después de esto, miré y vi una gran multitud de todas las naciones, razas, lenguas y
pueblos. Estaban en pie delante del trono y delante del Cordero, y eran tantos que nadie podía contarlos" (Apocalipsis 7,9).

El perdón de los pecados. "A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados" (Juan 20,23). La

resurrección. "Cristo dará nueva vida a sus cuerpos mortales" (Romanos 8,11).

Y la vida eterna. "Allí no habrá noche, y los que allí vivan no necesitarán luz de lámpara ni luz del sol, porque Dios el
Señor les dará su luz, y ellos reinarán por todos los siglos" (Apocalipsis 22,5).

AMEN. "Así sea. ¡Ven, Señor Jesús!" (Apocalipsis 22,20).

Conceptos fundamentales de la esperanza escatológica cristiana: sentido de trascendencia, el envío del Mesías, creación a
imagen y semejanza de Dios, entre otros.

38.- Relación entre creación y escatología en el contexto de la historia de la salvación.

El hombre llamado a la resurrección


46

El Concilio Vaticano II enseña: «El hombre, uno en cuerpo y alma, por su misma condición corporal reúne en sí los
elementos del mundo material, de modo que por él llegan a su culmen y elevan al Creador su voz en una alabanza libre.
[...] No se equivoca el hombre, cuando se reconoce superior a las cosas corporales y no sólo como una partícula de la
naturaleza o un elemento anónimo de la ciudad humana. Por su interioridad supera al universo: retorna a esta profunda
interioridad cuando se vuelve al corazón, donde le espera Dios que escruta los corazones, y donde él mismo decide sobre
su propia suerte ante los ojos de Dios. Por tanto, reconociendo en sí mismo un alma espiritual e inmortal, no se engaña con
una ilusión falaz, que fluya sólo de las condiciones físicas y sociales, sino que, por el contrario, alcanza la misma verdad
profunda de la realidad». Con estas palabras, el Concilio reconoce el valor de la experiencia espontánea y elemental, por
la que el hombre se percibe a sí mismo como superior a todas las demás creaturas terrenas y, por cierto, porque es capaz
de poseer a Dios por el conocimiento y el amor. La diferencia fundamental entre hombres y aquellas otras creaturas se
manifiesta en el apetito innato de felicidad, que hace que el hombre rechace y deteste la idea de una total destrucción de su
persona; el alma o sea «la semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia, se subleva contra la
muerte». Porque este alma inmortal es espiritual, la Iglesia mantiene que Dios es su Creador en cada hombre.

Esta antropología hace posible la escatología, ya citada, de doble fase. Porque esta antropología cristiana incluye una
dualidad de elementos (el esquema «cuerpo-alma») que se pueden separar de modo que uno de ellos («el alma espiritual e
inmortal») subsista y perviva separado, ha sido acusada, a veces, de dualismo platónico. La palabra «dualismo» se puede
entender de muchas maneras. Por ello, cuando se habla de la antropología cristiana, es mejor emplear la palabra
«dualidad». Por otra parte, porque en la tradición cristiana el estado de pervivencia del alma después de la muerte no es
definitivo ni ontológicamente supremo, sino «intermedio» y transitorio, y ordenado, en último término, a la resurrección,
la antropología cristiana tiene características completamente propias y es diversa de la conocida antropología de los
platónicos.

Además, no se puede confundir la antropología cristiana con el dualismo platónico, ya que en ella el hombre no es
meramente el alma, de modo que el cuerpo sea una cárcel detestable. El cristiano no se avergüenza del cuerpo como
Plotino. La esperanza de la resurrección parecería absurda a los platónicos, porque no se puede colocar la esperanza en
una vuelta a la cárcel. Sin embargo, esta esperanza de la resurrección es central en el Nuevo Testamento.
Consecuentemente con esta esperanza, la teología cristiana primitiva consideraba al alma separada,
«medio hombre», y deducía de ello que era conveniente que siguiera después la resurrección: «o qué indigno sería de Dios
llevar medio hombre a la salvación». San Agustín expresa bien la mente común de los Padres, cuando escribe sobre el
alma separada: «le es inherente un cierto apetito natural de administrar el cuerpo: [...] mientras no está el cuerpo con cuya
administración se aquiete aquel apetito».

La antropología de dualidad se encuentra en Mt 10, 28: «No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el
alma; temed más bien a aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehena». Este logion, entendido a la luz
de la antropología y la escatología coetáneas, nos enseña que es un hecho querido por Dios que el alma perviva después de
la muerte terrestre hasta que en la resurrección se una, de nuevo, al cuerpo. No hay que admirarse de que el Señor haya
pronunciado estas palabras con ocasión de dar doctrina sobre el martirio. La historia bíblica muestra que el martirio por la
verdad constituye también el momento privilegiado en que se iluminan con la luz de la fe tanto la creación hecha por Dios,
como la futura resurrección escatológica y la promesa de la vida eterna (cf. 2 Mac 7, 9. 11. 14. 22-23. 28 y 36).

También en el libro de la Sabiduría la revelación de la escatología de almas está en un contexto en el que se habla de
aquellos que «a juicio de los hombres, han sufrido castigos» (Sab 3, 4); aunque «a los ojos de los insensatos pareció que
habían muerto, y se tuvo por quebranto su partida» (Sab 3, 2), «las almas de los justos están en las manos de Dios» (Sab 3,
1). Esta escatología de almas está unida en el mismo libro con la clara afirmación del poder de Dios para realizar la
resurrección de los hombres (cf. Sab 16, 13-14).
47

Aceptando fielmente las palabras del Señor en Mt 10, 28, «la Iglesia afirma la continuidad y la subsistencia, después de la
muerte, de un elemento espiritual que está dotado de conciencia y de voluntad, de manera que subsiste el mismo "yo"
humano, carente mientras tanto del complemento de su cuerpo». Esta afirmación se funda en la dualidad característica de
la antropología cristiana.

Sin embargo, a esta afirmación se oponen, a veces, unas palabras de Santo Tomás que sostiene: «mi alma no es el "yo"».
Pero el contexto de esta afirmación está constituido por las palabras inmediatamente precedentes, en las que se subraya que
el alma es una parte del hombre. Esta doctrina es constante en la Suma teológica de Santo Tomas: cuando se objeta que
«el alma separada es una substancia individual de una naturaleza racional; pero no es persona», responde: «el alma es una
parte de la especie humana: y, por ello, aunque esté separada, porque, sin embargo, sigue teniendo la posibilidad de unión,
no puede llamarse naturaleza individual, que es una hipóstasis, o substancia primera; de la misma manera que ni la mano
ni cualquier otra de las partes del hombre. Y así no le corresponde ni la definición de persona ni el nombre». En este
sentido, en cuanto que el alma humana no es todo el hombre, se puede decir que no es el «yo». Más aún, hay que
mantenerlo para permanezca la línea tradicional de la antropología cristiana. Por ello, de aquí deduce Santo Tomás que en
el alma separada se da un apetito del cuerpo o sea de la resurrección. Esta posición de Santo Tomás manifiesta el sentido
tradicional de la antropología cristiana, como ya lo expresaba San Agustín. www.metodologiamad.cl

Sin embargo, en otro sentido se puede y se debe decir que en el alma separada subsiste «el mismo "yo" humano», en cuanto
que al ser el elemento consciente y subsistente del hombre, podemos sostener, gracias a ella, una verdadera continuidad
entre el hombre que vivió en la tierra y el hombre que resucitará. Sin tal continuidad de un elemento humano subsistente, el
hombre que vivió en la tierra y el que resucitará, no serían el mismo «yo». Por ella permanecen después de la muerte los
actos de entendimiento y de voluntad hechos en la tierra. Ella, también en cuanto separada, realiza actos personales de
entendimiento y voluntad. Además, la subsistencia del alma separada es clara por la praxis de la Iglesia, la cual dirige
oraciones a las almas de los bienaventurados.

De estas consideraciones aparece que, por una parte, el alma separada es una realidad ontológicamente incompleta, y, por
otra, es consciente; más aún, según la definición de Benedicto XII, las almas de los santos plenamente purificadas
«inmediatamente después de la muerte» y, por cierto, ya en cuanto separadas («antes de la reasunción de sus cuerpos»),
tienen la felicidad plena de la visión intuitiva de Dios. Tal felicidad en sí es perfecta y no puede darse nada que sea
específicamente superior. La misma transformación gloriosa del cuerpo en la resurrección es efecto de esta visión con
respecto al cuerpo; en este sentido, Pablo habla de un cuerpo espiritual (cf. 1 Cor 15, 44), es decir, configurado por influjo
del «espíritu», y ya no solamente del alma («cuerpo psíquico»).

La resurrección final, si se la compara con la felicidad del alma individual, implica también el aspecto eclesial, en cuanto
que entonces todos los hermanos que son de Cristo, llegarán a la plenitud (cf. Ap 6, 11). Entonces toda la creación será
sometida a Cristo (cf. 1 Cor 15, 27-28) y así también ella «será liberada de la servidumbre de la corrupción» (Rom 8, 21).

La muerte cristiana y la escatoligía

La concepción antropológica característicamente cristiana ofrece una concreta manera de entender el sentido de la muerte.
Como en la antropología cristiana el cuerpo no es una cárcel, de la que el encarcelado desea huir, ni un vestido, que se
puede quitar fácilmente, la muerte considerada naturalmente no es algo deseable para ningún hombre ni un
acontecimiento que el hombre pueda abrazar con ánimo tranquilo sin superar previamente la repugnancia natural. Nadie
debe avergonzarse de los sentimientos de natural repulsa que experimenta ante la muerte, ya que el mismo Señor quiso
padecerlos antes de su muerte y Pablo testifica haberlos tenido: «no queremos desvestirnos, sino revestirnos» (2 Cor 5,
4). La muerte escinde al hombre intrínsecamente. Más aún,
48

porque la persona humana no es solamente el alma, sino el alma y el cuerpo esencialmente unidos, la muerte afecta a la
persona.

Lo absurdo de la muerte aparece más claro si consideramos que en el orden histórico existe contra la voluntad de Dios (cf.
Sab 1, 13-14; 2, 23-24): pues «el hombre si no hubiera pecado, habría sido sustraído» de la muerte corporal[66]. La
muerte tiene que ser aceptada con un cierto sentido de penitencia por el cristiano que tiene ante los ojos las palabras de
Pablo: «el salario del pecado es la muerte» (Rom 6, 23).

También es natural que el cristiano sufra con la muerte de las personas que ama. «Jesús se echó a llorar» (Jn 11,
35) por su amigo Lázaro muerto. También nosotros podemos y debemos llorar a nuestros amigos muertos.

La repugnancia que el hombre experimenta ante la muerte, y la posibilidad de superar esa repugnancia constituyen una
actitud característicamente humana, completamente diversa de la de cualquier animal. De este modo, la muerte es una
ocasión en la que el hombre puede y debe manifestarse como hombre. El cristiano puede además superar el temor de la
muerte, apoyado en otros motivos.

La fe y la esperanza nos enseñan otro rostro de la muerte. Jesús asumió el temor de la muerte a la luz de la voluntad del
Padre (cf. Mc 14, 36). Él murió para «libertar a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a
esclavitud» (Heb 2, 15). Consecuentemente puede ya Pablo tener deseo de partir para estar con Cristo; esa comunión con
Cristo después de la muerte es considerada por Pablo en comparación con el estado de la vida presente como algo que
«es con mucho lo mejor» (cf. Flp 1, 23). La ventaja de esta vida consiste en que
«habitamos en el cuerpo» y así tenemos nuestra plena realidad existencial; pero con respecto a la plena comunión
posmortal «vivimos lejos del Señor» (cf. 2 Cor 5, 6). Aunque por la muerte salimos de este cuerpo y nos vemos así
privados de nuestra plenitud existencial, la aceptamos con buen ánimo, más aún podemos desear, cuando ella llegue,
«vivir con el Señor» (2 Cor 5, 8). Este deseo místico de comunión posmortal con Cristo que puede coexistir con el temor
natural de la muerte, aparece una y otra vez en la tradición espiritual de la Iglesia, sobre todo en los santos, y debe ser
entendido en su verdadero sentido. Cuando este deseo lleva a alabar a Dios por la muerte, esta alabanza no se funda, en
modo alguno, en una valoración positiva del estado mismo en que el alma carece del cuerpo, sino en la esperanza de
poseer al Señor por la muerte. La muerte se considera entonces como puerta que conduce a la comunión posmortal con
Cristo, y no como liberadora del alma con respecto a un cuerpo que le fuera una carga.

En la tradición oriental es frecuente el pensamiento de la bondad de la muerte en cuanto que es condición y camino para la
futura resurrección gloriosa. «Si, por tanto, no es posible sin la resurrección que la naturaleza llegue a mejor forma y
estado: y si la resurrección no puede hacerse sin que preceda la muerte: la muerte es algo bueno en cuanto que es para
nosotros comienzo y camino de un cambio para mejor». Cristo con su muerte y su resurrección dio a la muerte esta
bondad: «Como extendiendo la mano al que yacía, y mirando por ello a nuestro cadáver, se acercó tanto a la muerte,
cuanto es haber tomado la mortalidad, y con su cuerpo dio a la naturaleza el comienzo de la resurrección». En este sentido,
Cristo «cambió el ocaso en oriente».

También el dolor y la enfermedad que son un comienzo de la muerte, deben asumirse por los cristianos de una manera
nueva. Ya en sí mismo se llevan con molestia, pero todavía más en cuanto que son signos del progreso de la disolución del
cuerpo. Ahora bien, por la aceptación del dolor y de la enfermedad permitidos por Dios, nos hacemos partícipes de la
pasión de Cristo, y por el ofrecimiento de ellos nos unimos al acto con que el Señor ofreció su propia vida al Padre por la
salvación del mundo. Cada uno de nosotros debe afirmar, como en otro tiempo Pablo: «completo en mi carne lo que falta
de las tribulaciones de Cristo por el bien de su cuerpo que es la Iglesia» (Col 1, 24). Por la asociación a la pasión del Señor
somos también conducidos a poseer la gloria de Cristo resucitado: «siempre llevando en el cuerpo, de acá para allá, la
situación de muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Cor 4, 10).
49

De modo semejante no nos es lícito entristecernos por la muerte de los amigos «como los demás, que no tienen
esperanza» (1 Tes 4, 13). Por parte de éstos, «con lamentaciones lacrimosas y con gemidos» «se suele deplorar una cierta
miseria de los que mueren o su extinción casi total»; a nosotros, como a Agustín en la muerte de su madre, nos consuela
este pensamiento: «ella [Mónica] ni moría miserablemente ni moría del todo».

6.3. Este aspecto positivo de la muerte sólo se alcanza por un modo de morir que el Nuevo Testamento llama
«muerte en el Señor»: «Dichosos los muertos que mueren en el Señor» (Ap 14, 13). Esta «muerte en el Señor» es deseable
en cuanto que lleva a la bienaventuranza, y se prepara con la vida santa: «Desde ahora, sí —dice el Espíritu—, que
descansen de sus fatigas, porque sus obras los acompañan» (Ap 14, 13). De este modo, la vida terrena se ordena a la
comunión con Cristo después de la muerte, que se obtiene ya en el estado de alma separada[74], que es, sin duda,
ontológicamente imperfecto e incompleto. Porque la comunión con Cristo es un valor superior a la plenitud existencial, la
vida terrena no puede considerarse el valor supremo. Esto justifica en los santos el deseo místico de la muerte, que, como
hemos dicho, es frecuente.

Por la vida santa, a la que la gracia de Dios nos llama y para la que nos ayuda con su auxilio, la conexión original entre la
muerte y el pecado como que se rompe, no porque la muerte se suprima físicamente, sino en cuanto que comienza a
conducir a la vida eterna. Este modo de morir es una participación en el misterio pascual de Cristo. Los sacramentos nos
disponen a esa muerte. El bautismo, en el que morimos místicamente al pecado, nos consagra para la participación en la
resurrección del Señor (cf. Rom 6, 3-7). Por la recepción de la Eucaristía, que es
«medicina de inmortalidad», el cristiano recibe garantía de participar de la resurrección de Cristo.

La muerte en el Señor implica la posibilidad de otro modo de morir, a saber, la muerte fuera del Señor que conduce a la
muerte segunda (cf. Ap 20, 14). En esta muerte, la fuerza del pecado por el que la muerte entró en el mundo (cf. Rom 5,
12), manifiesta, en grado sumo, su capacidad de separar de Dios.

Pronto se formaron, y por cierto bajo el influjo de la fe en la resurrección de los muertos, costumbres cristianas para
sepultar los cadáveres de los fieles. El modo de hablar expresado en las palabras «cementerio» (en griego, koimeterion =
«dormitorio») o «deposición» (en latín, depositio; derecho de Cristo a recuperar el cuerpo del cristiano, en oposición a
«donación») presupone esa fe. En el cuidado que se tiene con el cadáver, se veía «una obligación de humanidad», pero «si
los que no creen en la resurrección de la carne, hacen estas cosas», han de prestarlas especialmente aquellos «que creen
que esta obligación que se cumple con el cuerpo muerto, pero que ha de resucitar y permanecer en la eternidad, es
también, de alguna manera, un testimonio de esta misma fe».

Durante mucho tiempo estuvo prohibida la cremación de los cadáveres, porque se la percibía históricamente en conexión
con una mentalidad neoplatónica que mediante ella pretendía la destrucción del cuerpo para que así el alma se liberara
totalmente de la cárcel (en tiempos más recientes implicaba una actitud materialista o agnóstica). La Iglesia ya no la
prohíbe, «a no ser que haya sido elegida por razones contrarias a la doctrina cristiana». Hay que procurar que la actual
difusión de la cremación también entre los católicos no oscurezca, de alguna manera, su mentalidad correcta sobre la
resurrección de la carne. www.metodologiamad.cl

«El consorcio vital» de todos los miembros de la Iglesia en Cristo: Escatoligía

La eclesiología de comunión que es muy característica del Concilio Vaticano II, cree que la comunión de los santos, o sea,
la unión en Cristo, de los hermanos, la cual consiste en vínculos de caridad, no se interrumpe por la muerte, «antes bien,
según la perenne fe de la Iglesia, se fortalece con la comunicación de bienes espirituales». La fe da a los cristianos que
viven en la tierra, «la posibilidad de comunicar con los queridos hermanos ya arrebatados por la muerte». Esta
comunicación se hace por las diversas formas de oración.
50

Un tema muy importante en el Apocalipsis de Juan está constituido por la liturgia celeste. Las almas de los
bienaventurados participan en ella. En la liturgia terrena, sobre todo «al celebrar [...] el Sacrificio Eucarístico, nos unimos
sumamente al culto de la Iglesia celeste, comunicando y venerando la memoria, en primer lugar, de la gloriosa siempre
Virgen María, pero también del bienaventurado José y de los bienaventurados Apóstoles y Mártires y todos los Santos».
Realmente cuando se celebra la liturgia terrena, se manifiesta la voluntad de unirla con la celeste. Así en la anáfora
romana, esta voluntad aparece, no sólo en la oración «Reunidos en comunión» (al menos en su forma actual), sino
también en el paso del prefacio al canon y en la oración «Te rogamos humildemente», donde se pide que la oblación
terrena sea llevada al sublime altar del cielo.

Pero esta liturgia celeste no consiste sólo en la alabanza. Su centro es el Cordero que está en pie como degollado (cf. Ap 5,
6), es decir, «Cristo Jesús, el que murió; más aún el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, y que intercede por
nosotros» (Rom 8, 34; cf. Heb 7, 25). Porque las almas de los bienaventurados participan de esta liturgia de intercesión,
tienen también en ella cuidado de nosotros y de nuestra peregrinación, «como quiera que interceden por nosotros y con su
fraterna solicitud ayudan grandemente nuestra flaqueza»[84]. Porque en esta unión de la liturgia celeste y terrena nos
hacemos conscientes de que los bienaventurados oran por nosotros,
«conviene [...] sumamente que amemos a estos amigos y coherederos de Jesucristo, hermanos también y eximios
bienhechores nuestros, [y] que demos a Dios las debidas gracias por ellos».

Ulteriormente la Iglesia nos exhorta con empeño a «invocarlos con nuestras súplicas y recurrir a sus oraciones, ayuda y
auxilio para impetrar beneficios de Dios por medio de su Hijo Jesucristo Señor nuestro, que es el único Redentor y
Salvador»[86]. Esta invocación de los santos es un acto por el que el fiel se entrega confiadamente a la caridad de ellos.
Por ser Dios la fuente de la que toda caridad se difunde (cf. Rom 5, 5), toda invocación de los santos es reconocimiento de
Dios, como fundamento supremo de la caridad de ellos y tiende, en último término, a él.

III CRISTOLOGÍA
Jesús, Hijo de Dios, anuncia el Reino.

La persona de Jesús

39.- El misterio de la encarnación. “Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre”.

El Concilio Vaticano II en la Constitución sobre la Divina Revelación Dei Verbum, afirma que la verdad íntima de toda la
revelación de Dios brilla para nosotros “en Cristo, que es al mismo tiempo el mediador y la plenitud de toda la Revelación”
(n. 2). El Antiguo Testamento nos narra cómo Dios, después de la creación, a pesar del pecado original y de la arrogancia del
hombre de querer ponerse en el lugar de su Creador, ofrece de nuevo la posibilidad de su amistad, especialmente a través
de la alianza con Abraham y el camino de un pequeño pueblo, el de Israel, que Él elige no con los criterios del poder
terrenal, sino simplemente por amor. Es una elección que sigue siendo un misterio y revela el estilo de Dios que llama a
algunos, no por excluir a los demás, sino para que hagan de puente que conduzca hasta Él: la elección es siempre elección
para los demás.

En la historia del pueblo de Israel podemos seguir los pasos de un largo camino en el que Dios se da a conocer, se revela,
entra en la historia con palabras y con acciones. Para este trabajo, Él se sirve de mediadores, como Moisés, los profetas,
los jueces, personas que comunican al pueblo su voluntad, recordando la necesidad de ser fieles a la alianza y de mantener
viva la esperanza de la plena y definitiva realización de las promesas divinas.
51

Y es la realización de estas promesas las que hemos contemplado en Navidad: es la revelación de Dios que llega a su
punto máximo, a su plenitud. En Jesús de Nazaret, Dios realmente visita a su pueblo, visita a la humanidad de una manera
que va más allá de todas las expectativas: envía a su Hijo unigénito; Dios mismo se hizo hombre. Jesús no nos dice
cualquier cosa de Dios, no habla simplemente del Padre, sino que es la revelación de Dios, porque es Dios, y nos revela así
el rostro de Dios. En el prólogo de su evangelio, san Juan escribe: “A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo Unigénito, que
está en el seno del Padre, él lo ha contado” (Jn. 1,18).

Quiero centrarme en este “revelar el rostro de Dios”. En este sentido, san Juan, en su evangelio, nos relata un hecho
significativo que hemos escuchado hoy. Al acercarse a la pasión, Jesús reafirma a sus discípulos, exhortándoles a no tener
miedo y a tener fe; después establece un diálogo con ellos en el que habla Dios Padre (cf. Jn. 14,2-9). A un cierto punto, el
apóstol Felipe le pide a Jesús: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta” (Jn. 14,8). Felipe es muy práctico y concreto, dice
lo que nosotros también quisiéramos decir: “queremos ver, muéstranos al Padre”; pide “ver” al Padre, ver su rostro. La
respuesta de Jesús es una respuesta no solo para Felipe, sino también para nosotros y nos lleva al corazón de la fe
cristológica; el Señor le dice: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn. 14,9). Esta expresión contiene de modo
sintético la novedad del Nuevo Testamento, aquella novedad que se apareció en la gruta de Belén: Dios se puede ver, Dios
ha mostrado su rostro, es visible en Jesucristo.

A lo largo del Antiguo Testamento es recurrente el tema de la “búsqueda del rostro de Dios”, el deseo de conocer este
rostro, el deseo de ver a Dios como Él es, tanto así que el término hebreo pānîm, que significa “rostro”, se menciona no
menos de 400 veces, y 100 de ellas se refiere a Dios: 100 veces se refiere a Dios, por si queremos ver el rostro de Dios.
Sin embargo, la religión judía prohíbe todas las imágenes, porque Dios no puede ser representado, como lo hacían los
pueblos vecinos con el culto a los ídolos; por lo tanto, con esta prohibición de las imágenes, el Antiguo Testamento parece
excluir totalmente el “ver” del culto y de la devoción. ¿Qué significa entonces, para el israelita piadoso, buscar el rostro de
Dios, a sabiendas de que no puede haber una imagen?

La pregunta es importante: por un lado quiere decir que Dios no puede ser reducido a un objeto, como una imagen que se
agarra con la mano, ni tampoco se puede poner algo en el lugar de Dios; y por otro lado, sin embargo, se afirma que Dios
tiene un rostro, es decir, que es un “Tú” que puede entrar en una relación, que no está cerrado en su Cielo para mirar desde
lo alto a la humanidad. Sin duda Dios está por encima de todo, pero se dirige hacia nosotros, nos escucha, nos ve, habla,
establece pactos, es capaz de amar. La historia de la salvación es la historia de Dios con la humanidad, es la historia de
esta relación de Dios que se revela progresivamente al hombre, que hace conocerse a sí mismo, su rostro.

Al comienzo del año, el 1 de enero, hemos escuchado, en la liturgia, la hermosa oración de bendición sobre el pueblo: “El
Señor te bendiga y te guarde; que ilumine el Señor su rostro sobre ti y te sea propicio; que el Señor te muestre su rostro y
te conceda la paz” (Nm. 6,24-26). El esplendor del rostro divino es la fuente de la vida, es aquello que nos permite ver la
realidad; la luz de su rostro es la guía de la vida.

En el Antiguo Testamento hay una figura a la que está conectado de una manera muy especial el tema del “rostro de Dios”;
se trata de Moisés, a quien Dios escogió para liberar al pueblo de la esclavitud de Egipto, para que le diera la Ley de la
alianza y guiarlos hacia la Tierra Prometida. Pues bien, en el capítulo 33 del libro del Éxodo, se dice que Moisés tenía una
relación cercana y confidencial con Dios: “El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo”
(v. 11). En virtud de esta confianza, Moisés le pregunta a Dios: “Déjame ver tu gloria”, y la respuesta de Dios es clara:
“Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el nombre del Señor … Pero mi rostro no podrás
verlo, porque nadie puede verme y seguir con vida … Aquí hay un sitio junto a mí… verás mi espalda; pero mi rostro no lo
verás” (vv. 18-23). Por un lado, hay un diálogo cara a cara, como amigos, pero por el otro, está la imposibilidad, en esta
vida, de ver el rostro de Dios, que permanece oculto; la visión es limitada. Los Padres dicen que estas palabras: “tu solo
puedes ver mis espaldas”,
52

quiere decir: tú solamente puedes seguir a Cristo y siguiéndolo ver por detrás de su espalda el misterio de Dios; a Dios se
le puede seguir viendo sus espaldas.

Sin embargo, algo nuevo sucede con la Encarnación. La búsqueda del rostro de Dios recibe un cambio inimaginable,
porque ahora se puede ver este rostro: el de Jesús, del Hijo de Dios que se hizo hombre. En Él, se cumple el camino de la
revelación de Dios iniciado con la llamada de Abraham, Él es la plenitud de esta revelación, porque él es el Hijo de Dios,
y es a la vez “mediador y plenitud de toda la revelación” (Const. Dogm. Dei Verbum, 2), en Él el contenido de la
Revelación y el Revelador coinciden. Jesús nos muestra el rostro de Dios y nos hace conocer el nombre de Dios. En la
oración sacerdotal de la Última Cena, Él le dice al Padre: “He manifestado tu Nombre a los hombres… Yo les he dado a
conocer tu nombre” (cf. Jn. 17,6.26).

El término “nombre de Dios” se refiere a Dios como Aquel que está presente entre los hombres. A Moisés, frente en la
zarza ardiente, Dios había revelado su nombre, es decir, se había vuelto invocable, había dado una señal concreta de su
“ser” entre los hombres. Todo esto encuentra su realización y plenitud en Jesús: Él inaugura de un modo nuevo la
presencia de Dios en la historia, porque el que le ve a Él, ve al Padre, como le dice a Felipe (cf. Jn. 14,9). El cristianismo –
dice san Bernardo–, es la “religión de la Palabra de Dios”; pero no, “una palabra escrita y muda, sino del Verbo encarnado y
vivo” (Hom. super missus est, IV, 11: PL 183, 86B). En la tradición patrística y medieval se usa una fórmula particular para
expresar esta realidad: se dice que Jesús es el Verbum abbreviatum (cf. Rm. 9,28, en referencia a Is. 10,23), la Palabra
corta, abreviada y sustancial del Padre, quien nos ha dicho todo acerca de Él. En Jesús toda la Palabra está presente.

En Jesús la mediación entre Dios y el hombre también encuentra su plenitud. En el Antiguo Testamento hay una gran
cantidad de figuras que han desarrollado esta función, sobre todo Moisés, el libertador, el guía, el “mediador” de la alianza,
como lo define también el Nuevo Testamento (cf. Ga. 3,19; Hch. 7 , 35; Jn. 1,17). Jesús, verdadero Dios y verdadero
hombre, no es simplemente uno de los mediadores entre Dios y el hombre, sino que es “el mediador” de la nueva y eterna
alianza (cf. Hb. 8,6; 9.15, 12.24), “porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo
Jesús, hombre” (1 Tm. 2,5, Ga. 3,19-20). En Él podemos ver y conocer al Padre; en Él podemos invocar a Dios con el
nombre de “Abbà, Padre”; en Él se nos da la salvación.

El deseo de conocer a Dios verdaderamente, que es ver el rostro de Dios, está presente en todos los hombres, incluso en
los ateos. Y tenemos, tal vez sin saberlo, este deseo de ver quién es Él, lo que es, quién es para nosotros. Pero este deseo se
realiza en el seguimiento de Cristo, así vemos las espaldas y finalmente también vemos a Dios como un amigo, su rostro en
el rostro de Cristo. Lo importante es que sigamos a Cristo no solo en el momento en el que tenemos necesidad, y cuando
encontramos un lugar en nuestras tareas diarias, sino con nuestra vida como tal. Toda nuestra existencia se debe dirigir
hacia el encuentro con Jesucristo, a amarlo; y, en ella, debe tener un lugar central el amor al prójimo, aquel amor que, a la
luz del Crucifijo, nos hace reconocer el rostro de Jesús en los pobres, en los débiles, en los que sufren. Esto solo es posible
si el verdadero rostro de Jesús se ha hecho familiar en la escucha de su Palabra, hablando interiormente; porque en el entrar
en esta Palabra, es que de verdad lo encontramos, y por supuesto en el misterio de la Eucaristía. www.metodologiamad.cl

En el evangelio de san Lucas es significativo el pasaje de los dos discípulos de Emaús, que reconocen a Jesús al partir el
pan, pero preparados durante el camino por Él; dispuestos gracias a la invitación que le hicieron para que se quedara con
ellos, preparados por el diálogo que hizo arder sus corazones; es así que al final, vieron a Jesús. También para nosotros, la
Eucaristía es la gran escuela en la que aprendemos a ver el rostro de Dios, entramos en una relación íntima con Él; y
aprendemos al mismo tiempo a dirigir la mirada hacia el momento final de la historia, cuando Él nos llenará con la luz de su
rostro. En la tierra caminamos hacia esa plenitud, a la espera gozosa que se cumpla realmente el Reino de Dios.
53

La Encarnación

Volviendo a tomar la frase de san Juan ("El Verbo se encarnó": Jn 1, 14), la Iglesia llama "Encarnación" al hecho de que el
Hijo de Dios haya asumido una naturaleza humana para llevar a cabo por ella nuestra salvación. En un himno citado por
san Pablo, la Iglesia canta el misterio de la Encarnación:

«Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo: el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente
el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y
apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2, 5-
8; cf. Liturgia de las Horas, Cántico de las Primeras Vísperas de Domingos).

La carta a los Hebreos habla del mismo misterio:

«Por eso, al entrar en este mundo, [Cristo] dice: No quisiste sacrificio y oblación; pero me has formado un cuerpo.
Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo [...] a hacer, oh Dios, tu
voluntad!» (Hb 10, 5-7; Sal 40, 7-9 [LXX]).

La fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana: "Podréis conocer en esto el
Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios" (1 Jn 4, 2). Esa es la alegre
convicción de la Iglesia desde sus comienzos cuando canta "el gran misterio de la piedad": "Él ha sido manifestado en la
carne" (1 Tm 3, 16).

Verdadero Dios y verdadero hombre www.metodologiamad.cl

El acontecimiento único y totalmente singular de la Encarnación del Hijo de Dios no significa que Jesucristo sea en parte
Dios y en parte hombre, ni que sea el resultado de una mezcla confusa entre lo divino y lo humano. Él se hizo
verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. La
Iglesia debió defender y aclarar esta verdad de fe durante los primeros siglos frente a unas herejías que la falseaban.

Las primeras herejías negaron menos la divinidad de Jesucristo que su humanidad verdadera (docetismo gnóstico). Desde
la época apostólica la fe cristiana insistió en la verdadera encarnación del Hijo de Dios, "venido en la carne" (cf. 1 Jn 4, 2-3;
2 Jn 7). Pero desde el siglo III, la Iglesia tuvo que afirmar frente a Pablo de Samosata, en un Concilio reunido en Antioquía,
que Jesucristo es Hijo de Dios por naturaleza y no por adopción. El primer Concilio Ecuménico de Nicea, en el año 325,
confesó en su Credo que el Hijo de Dios es «engendrado, no creado, "de la misma substancia" [en griego homousion] que
el Padre» y condenó a Arrio que afirmaba que "el Hijo de Dios salió de la nada" (Concilio de Nicea I: DS 130) y que sería
"de una substancia distinta de la del Padre".

40.- Manifestaciones de la naturaleza humana y divina de Jesús presente en los evangelios.

Los milagros, signos y manifestación divina

'Signos' de la omnipotencia divina y del poder salvífico del Hijo del hombre, los milagros de Cristo, narrados en los
Evangelios, son también la revelación del amor de Dios hacia el hombre, particularmente hacia el hombre que sufre, que
tiene necesidad, que implora la curación, el perdón, la piedad. Son, pues, 'signos' del amor misericordioso proclamado en
el Antiguo y Nuevo Testamento (Cfr. Encíclica Dives in misericordia).
54

Especialmente, la lectura del Evangelio nos hace comprender y casi 'sentir' que los milagros de Jesús tienen su fuente en el
corazón amoroso y misericordioso de Dios que vive y vibra en su mismo corazón humano. Jesús los realiza para superar
toda clase de mal existente en el mundo: el mal físico, el mal moral, es decir, el pecado, y, finalmente, a aquél que es
'padre del pecado' en la historia del hombre: a Satanás.

Los milagros, por tanto, son 'para el hombre'. Son obras de Jesús que, en armonía con la finalidad redentora de su misión,
restablecen el bien allí donde se anida el mal, causa de desorden y desconcierto. Quienes los reciben, quienes los
presencian se dan cuenta de este hecho, de tal modo que, según Marcos, 'sobremanera se admiraban, diciendo: 'Todo lo ha
hecho bien; a los sordos hace oír y a los mudos hablar!' (Mc 7, 37)

Un estudio atento de los textos evangélicos nos revela que ningún otro motivo, a no ser el amor hacia el hombre, el amor
misericordioso, puede explicar los 'milagros y señales' del Hijo del hombre. En el Antiguo Testamento, Elías se sirve del
'fuego del cielo' para confirmar su poder de Profeta y castigar la incredulidad (Cfr. 2 Re 1, 10). Cuando los Apóstoles
Santiago y Juan intentan inducir a Jesús a que castigue con 'fuego del cielo' a una aldea samaritana que les había negado
hospitalidad, El les prohibió decididamente que hicieran semejante petición. Precisa el Evangelista que, 'volviéndose
Jesús, los reprendió' (Lc 9, 55). (Muchos códices y la Vulgata añaden: 'Vosotros no sabéis de qué espíritu sois. Porque el
Hijo del hombre no ha venido a perder las almas de los hombres, sino a salvarlas'). Ningún milagro ha sido realizado por
Jesús para castigar a nadie, ni siquiera los que eran culpables.

Significativo a este respecto es el detalle relacionado con el arresto de Jesús en el huerto de Getsemaní. Pedro se había
prestado a defender al Maestro con la espada, e incluso 'hirió a un siervo del pontífice, cortándole la oreja derecha. Este
siervo se llamaba Malco' (Jn 18, 10). Pero Jesús le prohibió empuñar la espada. Es más, 'tocando la oreja, lo curó' (Lc 22,
51).Es esto una confirmación de que Jesús no se sirve de la facultad de obrar milagros para su propia defensa. Y confía a
los suyos que no pide al Padre que le mande 'más de doce legiones de ángeles' (Cfr. Mt 26, 53) para que lo salven de las
insidias de sus enemigos. Todo lo que El hace, también en la realización de los milagros, lo hace en estrecha unión con el
Padre. Lo hace con motivo del reino de Dios y de la salvación del hombre. Lo hace por amor.

Por esto, y al comienzo de su misión mesiánica, rechaza todas las 'propuestas' de milagros que el Tentador le presenta,
comenzando por la del trueque de las piedras en pan (Cfr. Mt 4, 31). El poder de Mesías se le ha dado no para fines que
busquen sólo el asombro o al servicio de la vanagloria. El que ha venido 'para dar testimonio de la verdad' (Jn 18, 37), es
más, el que es 'la verdad' (Cfr. Jn 14, 6), obra siempre en conformidad absoluta con su misión salvífica. Todos sus
'milagros y señales' expresan esta conformidad en el cuadro del 'misterio mesiánico' del Dios que casi se ha escondido en
la naturaleza de un Hijo del hombre, como muestran los Evangelios, especialmente el de Marcos. Si en los milagros hay
casi siempre un relampagueo del poder divino, que los discípulos y la gente a veces logran aferrar, hasta el punto de
reconocer y exaltar en Cristo al Hijo de Dios, de la misma manera se descubre en ellos la bondad, la sobriedad y la
sencillez, que son las dotes más visibles del 'Hijo del hombre'.

El mismo modo de realizar los milagros hace notar la gran sencillez, y se podría decir humildad, talante, delicadeza de
trato de Jesús. Desde este punto de vista pensemos, por ejemplo, en las palabras que acompañan a la resurrección de la
hija de Jairo: 'La niña no ha muerto, duerme' (Mc 5 39)como si quisiera 'quitar importancia' al significado de lo que iba a
realizar. Y, a continuación, añade: 'Les recomendó mucho que nadie supiera aquello' (Mc 5, 43). Así hizo también en otros
casos, por ejemplo, después de la curación de un sordomudo (Mc 7, 36), y tras la confesión de fe de Pedro (Mc 8, 29-30)
55

Para curar al sordomudo es significativo el hecho de que Jesús lo tomó 'aparte, lejos de la turba'. Allí, 'mirando al cielo,
suspiró'. Este 'suspiro' parece ser un signo de compasión y, al mismo tiempo, una oración. La palabra 'efeta' ('¡abrete!') hace
que se abran los oídos y se suelte 'la lengua' del sordomudo (Cfr. 7, 33)35).

Si Jesús realiza en sábado algunos de sus milagros, lo hace no para violar el carácter sagrado del día dedicado a Dios sino
para demostrar que este día santo está marcado de modo particular por a acción salvífica de Dios. 'Mi Padre sigue obrando
todavía, y por eso obro yo también' (Jn 5, 17). Y este obrar es para el bien del hombre; por consiguiente, no es contrario a
la santidad del sábado, sino que más bien la pone de relieve: 'El sábado fue hecho a causa del hombre, y no el hombre por
el sábado. Y el dueño el sábado es el Hijo del hombre' (Mc 2, 27-28).

Si se acepta la narración evangélica de los milagros de Jesús (y no hay motivos para no aceptarla, salvo el prejuicio contra lo
sobrenatural) no se puede poner en duda una lógica única, que une todos estos 'signos' y los hace emanar de su amor hacia
nosotros de ese amor misericordioso que con el bien vence al mal, cómo demuestra la misma presencia y acción de
Jesucristo en el mundo. En cuanto que están insertos en esta economía, los 'milagros y señales' son objeto de nuestra fe en
el plan de salvación de Dios y en el misterio de la redención realizada por Cristo.

Como hecho, pertenecen a la historia evangélica, cuyos relatos son creíbles en la misma y aún en mayor medida que los
contenidos en otras obras históricas. Está claro que el verdadero obstáculo para aceptarlos como datos ya de historia ya de
fe, radica en el prejuicio antisobrenatural al que nos hemos referido antes. Es el prejuicio de quien quisiera limitar el poder
de Dios o restringirlo al orden natural de las cosas, casi como una autoobligación de Dios a ceñirse a sus propias leyes.
Pero esta concepción choca contra la más elemental idea filosófica y teológica de Dios, Ser infinito, subsistente y
omnipotente, que no tiene límites, si no en el no-ser y, por tanto, en el absurdo.

Como conclusión de esta catequesis resulta espontáneo notar que esta infinitud en el ser y en el poder es también infinitud
en el amor, como demuestran los milagros encuadrados en la economía de la Encarnación y en la Redención. 'signos' del
amor misericordioso por el que Dios ha enviado al mundo a su Hijo para que todo el que crea en El no perezca, generoso
con nosotros hasta la muerte. 'Sic dilexit!' (Jn 3, 16)

Que a un amor tan grande no falte la respuesta generosa de nuestra gratitud, traducida en testimonio coherente de los
hechos.

El milagro, llamada a la fe www.metodologiamad.cl

Los 'milagros y los signos' que Jesús realizaba para confirmar su misión mesiánica y la venida del reino de Dios, están
ordenados y estrechamente ligados a la llamada a la fe. Esta llamada con relación al milagro tiene dos formas: la fe
precede al milagro, más aún, es condición para que se realice; la fe constituye un efecto del milagro, bien porque el milagro
mismo la provoca en el alma de quienes lo han recibido, bien porque han sido testigos de él.

Es sabido que la fe es una respuesta del hombre a la palabra de la revelación divina. El milagro acontece en unión orgánica
con esta Palabra de Dios que se revela. Es una 'señal' de su presencia y de su obra, un signo, se puede decir,
particularmente intenso. Todo esto explica de modo suficiente el vínculo particular que existe entre los 'milagros-signos'
de Cristo y la fe: vínculo tan claramente delineado en los Evangelios.

Efectivamente, encontramos en los Evangelios una larga serie de textos en los que la llamada a la fe aparece como un
coeficiente indispensable y sistemático de los milagros de Cristo.
56

Al comienzo de esta serie es necesario nombrar las páginas concernientes a la Madre de Cristo con su comportamiento en
Caná de Galilea, y aún antes )y sobre todo) en el momento de a anunciación. Se podría decir que precisamente aquí se
encuentra el punto culminante de su adhesión a la fe, que hallará su confirmación en las palabras de Isabel durante la
Visitación: 'Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se te he dicho de parte del Señor' (Lc 1, 45). Sí, María ha
creído como ninguna otra persona, porque estaba convencida de que 'para Dios nada hay imposible' (Cfr. Lc 1, 37).

Y en Caná de Galilea su fe anticipó, en cierto sentido, la hora de la revelación de Cristo. Por su intercesión, se cumplió
aquel primer milagro-signo, gracias al cual los discípulos de Jesús 'creyeron en él' (Jn 2, 11). Si el Concilio Vaticano II
enseña que María precede constantemente al Pueblo de Dios por los caminos de la fe (Cfr. Lumen Gentium, 58 y 63;
Redemptoris Mater, 5-6), podemos decir que el fundamento primero de dicha afirmación se encuentra en el Evangelio que
refiere los 'milagros-signos' en María y por María en orden a la llamada a la fe.

Esta llamada se repite muchas veces. Al jefe de la sinagoga, Jairo, que había venido a suplicar que su hija volviese a la vida,
Jesús le dice: 'No temas, ten sólo fe'. (Dice 'no temas', porque algunos desaconsejaban a Jairo ir a Jesús) (Mc 5, 36).

Cuando el padre del epiléptico pide la curación de su hijo, diciendo: 'Pero si algo puedes, ayúdanos...', Jesús le responde:
'Si puedes! Todo es posible al que cree'. Tiene lugar entonces el hermoso acto de fe en Cristo de aquel hombre probado:
'¡Creo! Ayuda a mi incredulidad' (Cfr. Mc 9, 22-24).

Recordemos, finalmente, el coloquio bien conocido de Jesús con Marta antes de la resurrección de Lázaro: 'Yo soy la
resurrección y la vida... ¿Crees esto? Si, Señor, creo...' (Cfr. Jn 11, 25-27).

El mismo vínculo entre el 'milagro-signo' y la fe se confirma por oposición con otros hechos de signo negativo.
Recordemos algunos de ellos. En el Evangelio de Marcos leemos que Jesús de Nazaret 'no pudo hacer...ningún milagro,
fuera de que a algunos pocos dolientes les impuso las manos y los curó. El se admiraba de su incredulidad' (Mc 6, 5)6).

Conocemos las delicadas palabras con que Jesús reprendió una vez a Pedro: 'Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?'.
Esto sucedió cuando Pedro, que al principio caminaba valientemente sobre las olas hacia Jesús, al ser zarandeado por la
violencia del viento, se asustó y comenzó a hundirse (Cfr. Mt 14, 29-31).

Jesús subraya más de una vez que los milagros que El realiza están vinculados a la fe. 'Tu fe te ha curado', dice a la mujer
que padecía hemorragias desde hacia doce años y que, acercándose por detrás le había tocado el borde de su manto,
quedando sana (Cfr. Mt 9, 20-22; y también Lc 8, 48; Mc 5, 34).

Palabras semejantes pronuncia Jesús mientras cura al ciego Bartimeo, que, a la salida de Jericó, pedía con insistencia su
ayuda gritando: '¡Hijo de David, Jesús, ten piedad de mi!' (Cfr. Mc 10, 46-52). Según Marcos: 'Anda, tu fe te ha salvado' le
responde Jesús. Y Lucas precisa la respuesta: 'Ve, tu fe te ha hecho salvo' (Lc 18,42).

Una declaración idéntica hace al Samaritano curado de la lepra (Lc 17, 19). Mientras a los otros dos ciegos que invocan a
volver a ver, Jesús les pregunta: '¿Creéis que puedo yo hacer esto?'. 'Sí, Señor'... 'Hágase en vosotros, según vuestra fe'
(Mt 9, 28-29).

La Humanidad de Jesucristo
57

«En la Encarnación ‘la naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida’ (GS 22, 2)» ( Catecismo , 470). Por eso la
Iglesia ha enseñado «la plena realidad del alma humana, con sus operaciones de inteligencia y de voluntad, y del cuerpo
humano de Cristo. Pero paralelamente, ha tenido que recordar en cada ocasión que la naturaleza humana de Cristo
pertenece propiamente a la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido. Todo lo que es y hace en ella pertenece a
“uno de la Trinidad”. El Hijo de Dios comunica, pues, a su humanidad su propio modo de existir en la Trinidad. Así, en su
alma como en su cuerpo, Cristo expresa humanamente las costumbres divinas de la Trinidad (cfr. Jn 14, 9-10» ( Catecismo
, 470).

El alma humana de Cristo está dotada de un verdadero conocimiento humano. La doctrina católica ha enseñado
tradicionalmente que Cristo en cuanto hombre poseía un conocimiento adquirido, una ciencia infusa y la ciencia beata
propia de los bienaventurados en el cielo. La ciencia adquirida de Cristo no podía ser de por sí ilimitada:
«por eso el Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso progresar “en sabiduría, en estatura y en gracia” ( Lc 2, 52) e
igualmente adquirir aquello que en la condición humana se adquiere de manera experimental (cfr. Mc 6, 38; 8, 27; Jn 11,
34)» ( Catecismo , 472). Cristo, en quien reposa la plenitud del Espíritu Santo con sus dones (cfr. Is 11, 1-3), poseyó
también la ciencia infusa, es decir, aquel conocimiento que no se adquiere directamente por el trabajo de la razón, sino que
es infundido directamente por Dios en la inteligencia humana. En efecto, «El Hijo, en su conocimiento humano,
demostraba también la penetración que tenía de los pensamientos secretos del corazón de los hombres (cfr. Mc 2, 8; Jn 2,
25; 6, 61» ( Catecismo , 473). Cristo poseía también la ciencia propia de los beatos: «Debido a su unión con la Sabiduría
divina en la persona del Verbo encarnado, el conocimiento humano de Cristo gozaba en plenitud de la ciencia de los
designios eternos que había venido a revelar (cfr. Mc 8, 31; 9, 31; 10, 33-34; 14, 18-20.26-30» ( Catecismo , 474). Por
todo esto debe afirmarse que Cristo en cuanto hombre es infalible: admitir el error en Él sería admitirlo en el Verbo, única
persona existente en Cristo. Por lo que se refiere a una eventual ignorancia propiamente dicha, hay que tener presente que
«lo que reconoce ignorar en este campo (cfr. Mc 13, 32), declara en otro lugar no tener misión de revelarlo (cfr. Hch 1, 7)» (
Catecismo , 474). Se entiende que Cristo fuera humanamente consciente de ser el Verbo y de su misión salvífica . Por otra
parte, la teología católica, al pensar que Cristo poseía ya en la tierra la visión inmediata de Dios, ha siempre negado la
existencia en Cristo de la virtud de la fe.

Frente a las herejías monoenergeta y monotelita que, en lógica continuidad con el monofisismo precedente, afirmaban que
en Cristo hay una sola operación o una sola voluntad, la Iglesia confesó en el III Concilio ecuménico de Constantinopla,
del año 681, que «Cristo posee dos voluntades y dos operaciones naturales, divinas y humanas, no opuestas, sino
cooperantes, de forma que el Verbo hecho carne, en su obediencia al Padre, ha querido humanamente todo lo que ha
decidido divinamente con el Padre y el Espíritu Santo para nuestra salvación (cfr. DS 556-559). La voluntad humana de
Cristo “sigue a su voluntad divina sin hacerle resistencia ni oposición, sino todo lo contrario estando subordinada a esta
voluntad omnipotente” (DS 556)» ( Catecismo , 475). Se trata de una cuestión fundamental pues está directamente
relacionada con el ser de Cristo y con nuestra salvación. San Máximo el Confesor se distinguió en este esfuerzo doctrinal
de clarificación y se sirvió con gran eficacia del conocido pasaje de la oración de Jesús en el Huerto, en el que aparece el
acuerdo de la voluntad humana de Cristo con la voluntad del Padre (cfr. Mt 26, 39).

Consecuencia de la dualidad de naturalezas es también la dualidad de operaciones. En Cristo hay dos operaciones, las
divinas, procedentes de su naturaleza divina, y las humanas, que proceden de la naturaleza humana. Se habla también de
operaciones teándricas para referirse a aquéllas en las que la operación humana actúa como instrumento de la divina: es el
caso de los milagros realizados por Cristo.

El realismo de la Encarnación del Verbo se manifestó también en la última gran controversia cristológica de la época
patrística: la disputa sobre las imágenes. La costumbre de representar a Cristo, en frescos, iconos, bajorrelieves, etc., es
antiquísima y existen testimonios que se remontan al menos al siglo segundo. La crisis iconoclasta se produjo en
Constantinopla a comienzos del siglo VIII y tuvo su origen en una decisión del
58

Emperador. Ya antes había habido teólogos que se habían mostrado a lo largo de los siglos partidarios o contrarios al uso de
las imágenes, pero ambas tendencias habían coexistido pacíficamente. Quienes se oponían solían aducir que Dios no tiene
límites y no puede por tanto encerrarse dentro de unas líneas, de unos trazos, no se puede circunscribir. Sin embargo,
como señaló San Juan Damasceno es la misma Encarnación la que ha circunscrito al Verbo incircunscribible. «Como el
Verbo se hizo carne asumiendo una verdadera humanidad, el cuerpo de Cristo era limitado (…) Por eso se puede “pintar” la
faz humana de Jesús ( Ga 3, 2)» ( Catecismo , 476). En el II Concilio ecuménico de Nicea, del año 787, «la Iglesia reconoció
que es legítima su representación en imágenes sagradas» (Catecismo , 476). En efecto, «las particularidades individuales
del cuerpo de Cristo expresan la persona divina del Hijo de Dios. El ha hecho suyos los rasgos de su propio cuerpo
humano hasta el punto de que, pintados en una imagen sagrada, pueden ser venerados porque el creyente que venera su
imagen, venera a la persona representada en ella».

41.- Historicidad de los evangelios.

En primer lugar, los cuatro evangelios están llenos de semitismos, que sólo pueden ser explicados si tras ellos existe un
original arameo escrito, o una tradición oral ya perfectamente fijada. Huellas de este original semítico han quedado en el
griego de todos los estratos de la tradición evangélica: Me, la fuente de los dichos de Jesús conservada en los evangelios
de Mt y Lc (Q), la materia propia de Mt y la materia propia de Lc y Jn. Muchas de las anomalías, de las afirmaciones
absolutamente incomprensibles y disparatadas con que hoy nos tropezamos en el texto griego, que en ocasiones los
estudiosos catalogan como «griego de traducción», de la tradición evangélica no pueden ser explicadas más que
recurriendo al original semítico subyacente, a la luz del cual se hacen completamente diáfanas. El hecho de que la tradición
sobre Jesús, no fuera sólo oral sino escrita en arameo, indica que tuvo lugar en fecha muy temprana. Esto muestra, pues, que
inicialmente la tradición sobre Jesús no se escribió en una lengua desconocida para los judíos en una fecha ya lejana de los
acontecimientos, sino en una lengua perfectamente conocida por ellos y en una fecha muy cercana a los hechos que
narran, y de los que muchos de ellos eran testigos. Si a esto se une que muchos de los dichos de Jesús sólo son explicables
históricamente en un marco palestinense y durante el ministerio terreno de Jesús, no es extraño que uno de los mejores
especialistas de la lengua de los evangelios, J. Fitzmyer, haya podido decir que «la discusión sobre Jesús y los comienzos
de la cristología tarde o temprano se topa con el llamado sustrato arameo de sus dichos en el Nuevo Testamento».

Pero es que además es igualmente insostenible que en la Palestina del siglo I no se conociera el griego. Como ha mostrado
con toda evidencia M. Hengel el bilingüismo (o trilingüismo, si incluimos el uso del hebreo en la liturgia) tenía carta de
ciudadanía en la Palestina del siglo I. Hoy sabemos que era posible adquirir un buen nivel de conocimiento del griego. No
hay que olvidar que Palestina llevaba ya tres siglos bajo dominio griego. Esto estimuló en no pocos el deseo de aprender
el griego para poder aspirar a introducirse en los mecanismos de la administración. El griego era indispensable para poder
participar en la vida social, política y económica. Por estos y otros motivos que no podemos exponer aquí, el biligüismo era
una realidad en Judea, Samaria y Galilea. Hay muchos signos que confirman esta afirmación. El hecho, por ejemplo, de
que la tercera parte de las inscripciones encontradas en Jerusalén estuvieran escritas en griego, muestra el gran número de
sus habitantes que hablaban griego en una población de 80.000 habitantes. www.metodologiamad.cl

«Dada esta gran proporción de grecoparlantes en la población, tenemos que asumir una cultura independiente judeohele-
nística en Jerusalén y sus alrededores, que era diferente de la de Alejandría o Antioquía». [17] Esto explica la necesidad
de la creación de sinagogas para grecoparlantes, que no entendían ya el hebreo, y donde la versión griega del AT,
conocida por la LXX, debió ejercer un influjo considerable. No hay ninguna obra comparable en la diáspora judía, cuya
familiaridad con el griego está fuera de duda, a la que escribió un judío de Palestina llamado Flavio Josefo. Este conjunto
de datos permite afirmar a M. Hengel que «la traducción de parte de la tradición de Jesús al griego y el desarrollo de una
terminología teológica peculiar deben haber comenzado muy temprano, posiblemente como consecuencia inmediata de la
actividad de Jesús, que atrajo a judíos de la
59

Diáspora, en Jerusalén, y no —como se suele decir— décadas después fuera de Palestina en Antioquía u otros lugares».
[18] Es decir, hasta la traducción de la tradición sobre Jesús al griego hay que situarla en fecha muy temprana. Y no fuera
de Palestina, donde habría sido embellecida en contacto con las religiones mistéricas, sino en Palestina, en la comunidad
cristiana de habla griega de Jerusalén.

A esto hay que añadir que el conocimiento que los autores de los evangelios suponen de la situación de Palestina, su
geografía, costumbres, formas de construcción, tipo de terreno para el cultivo, historia, etc. muestra que sólo pueden haber
sido escritos por gente muy familiarizados con ella y dirigida a destinatarios que no necesitan que se les explique. Basta
pensar en la cantidad de datos geográficos, históricos, literarios y de costumbres que suponen las parábolas para
convencerse de ello.

Hay además detalles en el texto evangélico que no son explicables más que si el texto estaba escrito antes de la
destrucción de Jerusalén. Veamos un ejemplo del evangelio de san Juan, que aunque su redacción final haya que situarla
más tarde contiene elementos que sólo son explicables antes de la destrucción de Jerusalén. En el relato de la curación del
enfermo que esperaba la agitación de las aguas para ser curado en la piscina contenido en el evangelio de san Juan se dice:
«Hay (έστιν) en Jerusalén, junto a la puerta Probática, una piscina llamada en hebreo Betzata, que tiene cinco pórticos»
(Jn 5,2). El presente de indicativo en que está dada la noticia de la existencia de la piscina (έστιν), mientras que el relato
está todo él en aoristo (en pasado) como refiriéndose a un hecho pasado, muestra que en el tiempo en que este relato se
compuso todavía existía tal piscina. Esto sólo podía afirmarse antes de la destrucción de Jerusalén en el año 70.

Pero en algunos casos podemos decir más todavía. Tras una comparación de las cuatro versiones en que se nos ha
conservado la institución de la eucaristía, J. Jeremias afirma que este relato existía ya dentro de los diez primeros años
después de la muerte de Jesús. No a los diez, sino dentro de los diez años después de la muerte de Jesús. O sea que pudo
ser a los dos o a los cuatro años después de su muerte. Y añade J. Jeremías que esta pieza, compuesta originalmente en
una lengua semítica (hebreo o arameo), no es una pieza tomada de un ritual, sino de un relato más amplio, es decir, de un
evangelio. A nuestro juicio, algo muy semejante podemos decir del evangelio de Me y la fuente de dichos de Jesús
conservada en los evangelios de Mt y Lc. Esto hace que resulte perfectamente comprensible que el papiro 7Q5 encontrado
en Qumrán, y del que hasta ahora no se ha ofrecido ninguna otra explicación que invalide la hipótesis del P. O'Callaghan,
pueda contener un texto del evangelio de Marcos, del cual ya circulaban copias en la década de los 40.

Hemos puesto sólo algunos ejemplos de los muchos que se podían citar. Esto muestra que el supuesto lapso de tiempo
entre el acontecimiento original y los documentos que nos lo narran es mucho más corto que lo que cierta historia nos ha
querido hacer creer. Hoy podemos afirmar que la antigüedad de los documentos es absolutamente indiscutible, lo que no
excluye retoques redaccionales posteriores de escasa importancia.

Hasta aquí sólo hemos mostrado la antigüedad de los documentos que contienen la tradición evangélica, el marco
palestinense de su origen y la lengua en la que fueron originalmente escritos. Sólo estos hechos constituyen ya una
objeción difícilmente superable para quienes atribuyen a los primeros cristianos una mitificación de la persona de Jesús. El
lapso de tiempo entre los acontecimientos y los documentos es tan corto que difícilmente permite una maniobra de esta
envergadura.

Creer todavía en ella desde el punto de vista histórico exige más fe que la que se requiere para aceptar la versión de los
hechos que el cristianismo ha transmitido.

Los orígenes del hecho cristiano


60

Es un hecho innegable que los cristianos de la primera generación creían en la divinidad de Jesús. Como ha puesto de
manifiesto M. Hengel, «el tiempo entre la muerte de Jesús y la cristología completamente desarrollada que encontramos
en los documentos cristianos más primitivos (las cartas paulinas) es tan corto que el desarrollo que tuvo lugar en él sólo
puede ser considerado como asombroso». [21] Pero un examen más minucioso permite acortar aún este espacio de
tiempo. Entre la primera carta de Pablo, 1 Tes, escrita a principios del año 50 d. C. al comienzo de su actividad misionera
en Corinto, y la última, la carta a los Romanos, escrita presumiblemente en el invierno del 56/57 d. C., de nuevo desde
Corinto, no se puede detectar ninguna evolución en lo que Pablo piensa de Cristo. El hecho de que en sus cartas Pablo
utilice títulos, fórmulas y concepciones cristológicas conocidas por las comunidades a las que las dirige, como lo pone de
manifiesto el hecho de que no necesite explicárselas, muestra que ya eran conocidas por los destinatarios por la actividad
misionera llevada a cabo anteriormente por el apóstol en esas comunidades. Esto implica que todas las características
esenciales de la cristología de Pablo estaban ya totalmente desarrolladas hacia fines de la década de los cuarenta, antes del
comienzo de los grandes viajes misioneros. Esto significa que disponemos únicamente de un espacio de tiempo de veinte
años para el desarrollo de la cristología primitiva. Pero este lapso de tiempo se reduce, si sobre la base de Ga 1-2,
retrocedemos 14 o 16 años, hasta la conversión de Pablo. En Ga 1,18, Pablo dice que subió a Jerusalén tres años después de
su conversión para estar con Cefas, y en Ga 2,1 dice que catorce años después volvió a subir a Jerusalén. Teniendo en
cuenta la fecha de composición de Ga, estos datos cronológicos permiten situar la conversión de Pablo entre el 32 y el 34
d. C., con lo que «ahora sólo nos separan dos o cuatro años de la muerte y resurrección de Jesús, los acontecimientos que
hicieron nacer la comunidad cristiana». No es extraño que ante unos datos tan apabullantes como estos, M. Hengel haya
afirmado: «Si hojeamos algunas obras sobre la historia del más primitivo cristianismo, podríamos sacar la impresión de
que en ellas se había declarado la guerra a la cronología». Estamos en las antípodas de la afirmación de Strauss. Para él,
bastaba contar la historia para poner en evidencia la falsedad del dogma. Ahora, nosotros podemos afirmar justamente lo
contrario: la mejor defensa del dogma, es decir de lo que la Iglesia ha confesado siempre de Cristo, es contar su historia.

42.- Principales nombres atribuidos a la divinidad de Jesús presente en los evangelios.

A lo largo de los Evangelios podemos descubrir diversos títulos de Jesús. Todos nos demuestran que ha sido el hombre
más grande de la historia. Muchos hombres han sido admirados, pero no siempre amados. Jesucristo es el único hombre
que ha sido amado más allá de su tumba.

Aún resuena en nuestros oídos la pregunta que el mismo Cristo formuló hace dos mil años: "¿Quién decís que soy Yo?"
(Mateo 16, 16-17).

A esta pregunta respondió su mismo Padre celestial, respondió la gente que le vio y le escuchó y respondió el mismo
Jesús.

Todos los títulos que se le dan nos demuestran la riqueza escondida en Jesús, el Hijo de Dios. Es la riqueza que Dios
Padre quiso compartir con la humanidad. Cada uno de nosotros va haciendo a lo largo de la vida diversas experiencias de
Jesucristo. Lo importante es estar abierto a este Pozo insondable y acercarnos cada día a sorber aunque sólo sea una gota
de su agua saciativa y refrescante.

Ojalá terminemos nuestra vida con el nombre de Jesús en nuestros labios y en nuestro corazón. Con solo escuchar este
nombre el alma se pacifica, el corazón se enardece y se ensancha. ¿Cómo no predicarlo por todos los rincones del mundo?
En Él está la salvación.
61

Jesús

San Mateo nos dice así, de parte del ángel: Le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados
(Mt 1,21). Son palabras del ángel a José. Este nombre expresa la misión del Hijo de Dios al encarnarse. Revela el motivo
de la encarnación. Jesús en lengua hebrea se dice Yehoshuah y quiere decir Yahvéh salva, Dios salva; quiere decir, pues,
Salud-dador.

Este el nombre que resume todos los demás que enunció Fray Luis de León. Es el nombre más suave. Así lo dirá san
Bernardo: Nada más suave de cantar, nada más grato de oír, nada tan dulce de pensar, como Jesús, Hijo de Dios.

¡Jesús! No existe bajo el cielo otro nombre, dado a los hombres, en el cual hayamos de salvarnos (Act 4,12).

Manuel de Iribarne cuenta la muerte trágica de Francisco Pizarro diciendo: Pizarro quedó solo en medio de sus enemigos,
que arremetieron contra él sin compasión. Atacado por todas partes, el viejo soldado se mantuvo en pie defendiéndose
durante algún tiempo, hasta que su nervudo brazo se rindió a la fatiga, incapaz de sostener la espada.

Martín Bilbao le asestó entonces una furiosa cuchillada en el cuello, que dio con él de bruces sobre las losas. Un surtidor
de sangre caliente brotó de su garganta. Al caer, el conquistador del Perú pidió confesión a voces. Dícese que antes de
lanzar su postres aliento, como español y como cristiano, trazó una cruz con su propia sangre en el suelo -única firma que
usó en vida- y luego la besó devotamente. Un tenue y suspirado ¡Jesús! Se escapó de sus labios"

Un nombre, pues, que trae consuelo y confianza incluso en el mismo trance de la muerte trágica.

Cordero de Dios www.metodologiamad.cl

Así lo nombró Juan Bautista a orillas del Jordán (cf Jn 1, 29). ¿Qué quiso significar Juan? Tal vez estaba indicándolo
como el verdadero Cordero Pascual (cf Ex 12,6), o tenía en mente el cordero del sacrificio cotidiano en el templo (cf Ex
29,38); o tal vez al Siervo de Yahvéh, de Isaías, llevado al matadero como corderito mudo (cf Is 53, 6,7); podía también
querer resaltar su cualidad de inocencia o su disposición al sufrimiento.

Es Cordero que quita el pecado del mundo, no sólo que lo lleva. Y san Juan dice que quita y no que quitará, para indicar y
significar la virtud natural de Cristo de quitar los pecados.

Profeta

Este es el profeta Jesús, de Nazaret en Galilea (Mt 21, 9-11). Jesús fue el Profeta esperado. ¿Qué es una profecía? Es un
conocimiento impreso en la mente del profeta mediante una revelación divina; es una señal de la divina presciencia.

¿Qué clase de profeta: taumaturgo (que obra milagros), reformador, mesiánico?

Jesús no rechaza el intento popular de colocar su obra y su personalidad dentro del marco de profetismo, pero la supera
porque no sólo anuncia la venida del Reino, sino que la realiza en Él mismo. Es profeta, también, porque es rechazado y
perseguido; así supera la imagen del profeta mesiánico nacionalista, apocalíptico y espectacular.
62

Como Profeta Jesús tuvo conocimiento del corazón del hombre. Conocía lo que había en el corazón de Natanael (cf Jn 1,
43). Conocía los pecados de la samaritana (cf Jn 4, 17-18). Conocía las murmuraciones internas de los escribas cuando
sana al paralítico (cf Lc 9, 46). Conocía los juicios del fariseo cuando la pecadora lava sus pies con lágrimas (cf Lc 7, 36-
50). Conocía la traición de Judas (cf Jn 13, 27). ¡Él conocía lo que hay en el corazón del hombre!

Pero Jesús fue más que un Profeta. Y con sus profecías demostró que era enviado de Dios y además demostró que era Dios.
Todo cuanto Él decía lo sabía como Dios y también como Hombre.

Mesías

Elegido y ungido por Dios y enviado con una misión. Jesús no sólo no usa el término de Mesías, sino que positivamente
tiene una actitud de ocultamiento y reserva en este sentido. Impone silencio a los demonios para que no lo descubran
como Mesías (Cf Mc 1, 33; 3, 12; Lc 4, 41).

Pero ocurre también que a Jesús le preguntan si es Él el Mesías y responde diciendo: Sí, pero...; sí, pero no del modo
como vosotros pensáis.. Su mesianismo va a escandalizar, va a defraudar a muchos, va a ser signo de contradicción, una
piedra de escándalo para los judíos.

Cristo había sido reacio a confesar públicamente su identidad mesiánica. Tenía el peligro de que le entendieran en sentido
político-nacional, cuando su misión era otra muy distinta. Y cuando lo confesó públicamente en la Pasión, ante el sumo
sacerdote, fue tratado de blasfemo.

Hijo de David

Jesús no se lo aplica nunca espontáneamente, aunque tampoco lo niega cuando se lo atribuyen (Mt 21, 9-15). La
muchedumbre lo considera como hijo de David (Mt 12, 23-27; Mc 10, 47-48; Lc 18, 38-39); pero Jesús no reivindica
dicho título, como si tuviese miedo a la exaltación política que ello traería consigo. Era en tiempos de Jesús uno de los
títulos de más acusado trasfondo político.

Hijo del hombre

Tiene estos sentidos:

Primero: Hijo del hombre en clara referencia al texto de Daniel (7, 9-14). Con ellos viene a indicar que su mesianismo es
divino. En efecto, el hijo del hombre es preexistente, proviene del cielo y aparece junto al anciano sobre la nube, lugar de
las manifestaciones de Dios.

Segundo: Jesús, al usar el título de hijo del hombre, lo hace en conexión con la función del siervo de Yavé, en cuanto que
su mesianismo de origen divino y trascendente se realiza con la misión de redimir a la humanidad (Mateo 20, 28),
perdonar los pecados, juzgar, consolar a los pecadores. Jesucristo emplea este título ochenta y dos veces.

Tercero: Hijo del hombre por ser verdadero hombre. Es el hijo de hombre más extraordinario de todos. Hijo de hombre
porque sufrirá todo tipo de humillaciones, porque no tendrá donde reclinar la cabeza. Une la función del Hijo del Hombre
con la del siervo de Yavé humillado, servidor y sufrido.
63

Maestro

Es curioso ver que de un total de cincuenta y ocho veces en que aparece la palabra maestro en el Nuevo Testamento,
cuarenta y ocho se encuentran en los evangelios, y cuarenta y uno referido a Jesús. En muchas ocasiones se dice en el
evangelio que Jesús enseña a los discípulos y a la gente. La actividad pública de Jesús se caracteriza por su enseñanza, por
lo que parece justificado hablar respecta a Él designándolo como Maestro.

Jesús enseña en los lugares públicos de carácter religioso, dirigiéndose a la gente que allí se reúne: en la sinagoga los días
de sábado y en el área del templo.
Ocasionalmente los evangelios mencionan la actividad de enseñanza al aire libre, o en las plazas de la aldea.

La instrucción de Jesús se dirige a la gente sin distinción alguna o a los discípulos por separado.
La forma de enseñanza de Jesús corresponde a la de la tradición bíblica, sapiencial y de las escuelas judías: sentencias
proverbiales, semejanzas, parábolas, etc.

Este título de Jesús Maestro será objeto de todo un capítulo más adelante.

Señor

Superior a todos, de condición divina. El título Señor se refiere más directamente a las relaciones de Cristo con nosotros.
La función magisterial de Jesús, según el primer evangelista, tiende a coincidir con la de Señor de los discípulos, hasta el
punto de que ninguno de ellos puede arrogarse el título de maestro.

En concomitancia con esta acentuación del papel autorizado de Jesús en el evangelio de Mateo, los discípulos se dirigen a
Jesús dándole el título de Señor, mientras que son los demás, los de fuera, los que llaman a Jesús maestro. También el
evangelio de Lucas revela esta tendencia a reservar el uso del título maestro para los que son extraños al grupo de los
discípulos, mientras que estos últimos llaman a Jesús Señor

Hijo de Dios

Jesús al presentar al Padre, indirectamente se está revelando a sí mismo como el Hijo en un sentido único y trascendente.
No es que busque su gloria al revelarse como el Hijo; es que al revelar la gloria del Padre, inevitablemente revela la suya
propia.

Es en el evangelio de san Juan donde Jesús se presenta como el Hijo en un sentido único y trascendente. La relación única
entre ambos la presenta mediante un conocimiento mutuo único (Jn 1, 18: 10, 15; 17, 25), un amor recíproco también
exclusivo (Jn 5, 20; 14, 31; 17, 24.26), mediante la unidad de ambos en la acción (Jn 5, 17.19.20.30), que hace que los dos
sean una misma cosa (Jn 14, 10; 17, 21-22). De este modo, quien honra al Padre honra al Hijo (Jn 5, 22-27), y quien ve al
Hijo ve igualmente al Padre.

Este es el secreto de la vida íntima de Jesús: su filiación divina. Hay en él, junto a su condición divina, una atracción
continua del Padre, un deseo de estar a solas con Él; deseo que a veces sólo puede cumplir quedándose toda la noche de
oración tras una jornada agotadora de actividad. Parece como si la esencia misma de la personalidad de Jesús fuese su
relación con el Padre. Era algo obsesivo en Él. Incluso le llamaba Abbá, papá, expresando así la conciencia de su filiación
divina.

Jesús nos ha introducido por adopción en la relación única filial que él mantiene con el Padre. Ser cristiano es ser hijo en el
Hijo.
64

Mesías, el Hijo de Dios vivo

Jesús no se autodesigna nunca como el mesías. Son los otros, los discípulos o la gente quienes lo llaman mesías, christós,
o con fórmulas equivalentes como hijo de David.

No sólo Jesús no se presenta nunca como mesías, sino que se muestra reticente y en algunos casos contrario frente a
semejante reconocimiento por parte de los demás. Incluso cuando Pedro le confesó como Mesías, les impuso a todos los
apóstoles severamente que no hablasen de él a nadie (cf. Mc 8, 30).

Se trata del famoso secreto mesiánico. ¿Por qué? Porque había tendencia de entender el término mesías desde el punto de
vista demasiado político y social. Y Jesús quería evitar a toda costa ese significado. No es un mesías político ni social,
sino un mesías espiritual, un ungido de Dios, que nos salvó del pecado a través de su pasión y muerte en la cruz. No vino a
instaurar un mesianismo nacionalista judío. Incluso la fuerte acentuación religiosa de su proyecto, que incluye una nueva
imagen de Dios-Padre que acoge a los pobres, a los pequeños y desamparados, a los pecadores y a los extranjeros, choca
abiertamente con la visión de un mesianismo político.

Además, la propuesta de una síntesis ética que se caracteriza por el amor gratuito y universal que abraza incluso a los
enemigos no se presta a la realización de un programa mesiánico de tipo revolucionario y socializante.

De hecho, Jesús con sus opciones y sus tomas de posición defraudó las esperanzas mesiánico-nacionalistas.

Salvador

Jesucristo vino a salvar al hombre, no tanto a las circunstancias molestas. Por eso, aún con la venida de Cristo Salvador,
perdura el mal en el mundo, sobre todo el mal físico (cf. Mt 19, 12-13; Mc 1, 14-15).Vino a salvar a todo el hombre: sea en
el alma, sea el cuerpo. Y vino a salvar a todos los hombres (cf. Mt 28, 19-20). Esa salvación supuso un cambio interior del
hombre. La salvación de Cristo nos hace hombres nuevos.

¿Cómo nos salvó? Encarnándose, muriendo por nosotros, satisfaciendo y reparando nuestro pecado.

Nosotros recibimos la salvación reconociéndonos pecadores, abriéndonos a esa salvación en los sacramentos. Estamos
llamados a ser co-salvadores con Cristo, mediante nuestro sacrificio, nuestro apostolado directo.

Siervo de Yavé www.metodologiamad.cl

Este calificativo hace referencia al hecho de que está íntimamente unido a Dios y que sufrirá por nosotros.

Sumo sacerdote

Sumo Sacerdote, pues es el puente más directo para unirnos a Dios.

Mediador

Ya que es el intermediario ante Dios de nuestras necesidades.

Juez
65

Porque juzgará en el último día.

Santo de Dios

Se le denomina Santo de Dios dado que es Hijo de Dios.

43.- Visiones particulares de Jesucristo en cada evangelio.

Evangelio: La palabra significa “Buenas nuevas.”

Evangelios Sinópticos: Los tres primeros Evangelios, Mateo, Marcos, y Lucas son conocidos como los Evangelios
Sinópticos. Estos, dan un registro igual o relatos paralelos de la vida y obra de Cristo. Juan es completamente distinto. Los
Evangelios Sinópticos acentúan las obras de Jesús, mientras que el cuarto Evangelio enfatiza las palabras de Cristo.

Mateo - Cristo el Rey - “He aquí tu Rey” (Zac. 9:9) Marcos -

Cristo el Siervo - “He aquí mi Siervo” (lsa. 421) Lucas - Cristo

el Varón - “He aquí el Varón” (Zac. 6:12)

Juan - Cristo el Hijo de Dios - “Ved aquí al Dios Vuestro” (lsa. 40:9) - Benson

B. EL EVANGELIO DE MATEO:

Autor: El autor fue Mateo, quien era uno de los doce discípulos. Se le llama también Leví. El es mencionado solamente
ocho veces en las escrituras, y en tres de ellas es llamado Leví.

El era un judío cuyo hogar estaba en Cafarrnaum. Cuando fue llamado por Jesús, él abandonó todo y siguió al Señor El era
un publicano que recaudaba impuestos para el gobierno romano. Como resultado de esto, era odiado por sus compatriotas y
considerado como un gran pecador El, sin duda, era un hombre rico, lo que queda demostrado por la gran fiesta que tenía
en su propia casa.

Como publicano, él estaba acostumbrado a llevar cuentas y escribía desde el punto de vista de un hombre de negocios. Su
lenguaje era claro, sencillo y directo.

REFERENCIAS: Mateo 10:3; Marcos 2:14; Lucas 5:27-29.

A Quien Fue Dirigido: Este evangelio fue dirigido a los judíos.

Esto se puede ver por el hecho de que hay 60 referencias a las profecías judías, y hay 40 citas bíblicas del Antiguo
Testamento. Mateo acentuó la misión de Cristo a la nación judía:

Mateo 10:6 “Sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel.”


66

Mateo 15:24 “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.”

Fecha: La fecha se ubica entre los años 60 D.C. y 70 D.C.

4. Propósito: El propósito de este Evangelio era demostrar que Jesús de Nazaret era el Mesías real de la profecía del
Antiguo Testamento.

La figura de Jesús que se da en este Evangelio era la de un Rey

Palabras Claves:
Cumplido - Esta palabra fue repetida para indicar que la profecía del Antiguo Testamento fue cumplida en Cristo.
Reino - La palabra “reino” se encuentra cincuenta veces en el Evangelio y la expresión “Reino del Cielo” se encuen• tra
treinta veces.

Mateo se simbolizó con un ángel (un hombre con alas) porque su evangelio comienza con la lista de los antepasados de
Jesús, el Mesías: Mt 1,1-16. Esta lista es de gran valor para este evangelio porque presenta a Jesús como hijo de David (el
más importante de los reyes) e hijo de Abrahán (el padre del pueblo de Dios). Mateo quiere afirmar que Jesús lleva a su
perfección la historia del pueblo. Esta lista de mensajes tiene tres períodos de generaciones (3=número perfecto), y cada
uno de los períodos se compone de catorce generaciones (14=7+7, número perfecto). Las mujeres también juegan un
papel importante en esta genealogía; se trata de Tamar, Rajab, la mujer de Urías (Betsabé) y María. Son mujeres
comprometidas con la justicia. Por eso Mateo las incluye en la lista.

C. EL EVANGELIO DE MARCOS:

Autor: El autor fue Juan Marcos, el hijo de María de Jerusalén. Su nombre judío era Juan, pero su nombre romano era
Marcos. El fue pariente de Bernabé, (Colosenses 4:10). Su madre aparentemente fue una mujer próspera, y la iglesia
muchas veces se reunía en su hogar (Hechos 12:12).

Marcos es considerado como un converso de Pedro, quien hablaba de él como “Marcos mi hijo.” La tradición antigua
certifica de que Marcos era un compañero de Pedro. El libro es llamado “El Evangelio de Pedro” por algunos escritores
antiguos. Se piensa que Pedro fue el que suministró la mayor parte del material. Escribió, “Marcos, el discípulo e
intérprete de Pedro, nos entregó a nosotros las cosas que habían sido predicadas por Pedro.”

Marcos había acompañado a Bernabé y a Saulo en su primer viaje misionero. Debido a que Marcos regresó cuando llegó a
Perga, se convirtió en la razón de que se separaran los apóstoles en su segundo viaje. Bernabé tenía la determinación de
darle una segunda oportunidad, y Marcos hizo bien. El apóstol Pablo reconoció esto, y habló de él como muy útil para el
ministerio, (11 Timoteo 4:11).

Juan Marcos pasó sus últimos años en Alejandría, Egipto, donde fundó una iglesia, y sirvió en ella como su obispo hasta que
murió como un mártir

A Quien Fue Dirigido: Este evangelio fue dirigido a los cristianos romanos. La explicación de palabras y costumbres
judías indicarían que el autor escribió a extranjeros.
67

Fecha: La fecha se ubica entre 50 D.C. y 60 D. C. Fue el primero de los cuatro evangelios que fue escrito y ambos Mateo y
Lucas usaban el Evangelio de Marcos como referencia para escribir sus evangelios.

Tema: Este evangelio describe a Jesús como Cristo, el Siervo.

Palabras Claves: Luego e inmediatamente.

Estilo: El estilo es vívido y pintoresco, y pleno de acción. Se registran diecinueve milagros: Ocho, que muestran poder
sobre la enfermedad; Cinco, poder sobre la naturaleza; Cuatro, poder sobre demonios; y Dos, poder sobre la muerte.

Marcos se simboliza con un león porque su evangelio comienza con la predicación del Bautista en el desierto, donde había
animales salvajes. Su evangelio fue el primero en escribirse (en la década de los años 60 después de Cristo) y sirvió como
texto de catequesis para los que se preparaban para recibir el bautismo. Es el evangelio más corto y el hecho de que
comience presentando a Juan Bautista en el desierto es muy importante. Para el pueblo de la Biblia, el desierto
representaba, entre otras cosas, el lugar donde se fraguan los nuevos proyectos. Esto es lo que hizo el pueblo de Dios
cuando salió de la esclavitud de Egipto. Juan Bautista se da a conocer en el desierto, lo que pone de manifiesto que está
preparando al pueblo para la gran novedad que supone la vida y las prácticas de liberación de Jesús. Partiendo de Am 3,8,
podemos afirmar que la voz del león simboliza la voz de los profetas que denuncian la violación de los planes de Dios Ap
10,3. Por tanto, Juan Bautista es el profeta que denuncia la injusticia y que apunta a la novedad que aportará Jesús.

D. EL EVANGELIO DE LUCAS:

Autor: Este evangelio fue escrito por Lucas, el médico amado, (Colosenses 4:14). Lucas era griego, natural de Antioquía.
Fue compañero muy íntimo de Pablo durante 17 años, desde su ministerio en Macedonia hasta su muerte. Los estudiantes
ven la estampa de la doctrina de Pablo. Sin duda Lucas recibió mucha información de Pablo. www.metodologiamad.cl

A Quien Fue Dirigido: Este evangelio fue dirigido a Teófilo, un griego de alto rango, (Lucas 1:3). Encontramos que las
costumbres judías son explicadas y los nombres griegos son substituidos por hebreos.

Fecha: La fecha se ubica entre 60 D.C. y 70 D.C.

Propósito: El propósito de este Evangelio es dar una narración ordenada de la vida de Cristo. El tema era hacer aparecer a
Jesús corno el “HIJO DEL HOMBRE.”

Versículo Clave: Lucas 1:4 “Para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido.”

Lucas se ha simbolizado mediante un buey o un toro porque su evangelio comienza con la visión de Zacarías en el
Templo, donde se sacrificaban animales como bueyes, terneros y ovejas. El evangelio de Lucas comienza y termina en el
Templo; los Hechos de los apóstoles constituyen la segunda parte del evangelio de Lucas. Si en el evangelio encontramos
el camino de Jesús, en los Hechos tenemos el camino de las comunidades que siguieron a Jesús. El libro de los Hechos
termina llegando Pablo a Roma, ciudad que, para Lucas, representa "los confines del mundo".
68

E. EL EVANGELIO DE JUAN:

Autor: Este evangelio fue escrito por Juan, el discípulo amado. Era hijo de Zebedeo y Salomé, quien parece haber sido una
hermana de María, la madre de Jesús. Aunque Juan era llamado el discípulo amado, a causa de su naturaleza afectuosa, de
ninguna manera fue afeminado. Por el contrario, era un hombre de coraje, energía, y entusiasmo. Fue un discípulo de Juan
el Bautista antes de llegar a ser un discípulo del Señor. El estaba presente en la resurrección de la hija de Jairo, la
transfiguración, y la agonía en Getsemaní.

Juan hizo de Jerusalén su centro de operaciones durante muchos años y cuidó a María, la madre de Jesús, hasta su muerte.
Más tarde, su centro de operaciones estaba en Efeso. Durante el reinado de Domiciano fue exilado a la isla de Patmos. Fue
librado y se le permitió regresar a Efeso alrededor de 96 D.C. Se estima que superó los 100 años de edad.

A Quien Fue Dirigido: Este Evangelio fue escrito a la iglesia.

Fecha: Fue escrito alrededor de 97 D.C., treinta años después de que fueron escritos los Evangelios Sinópticos. Propósito:

El propósito y el tema de este Evangelio eran demostrar la Deidad de Jesús.

Versículo Clave: Juan 20:31, “Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que
creyendo, tengáis vida en su nombre.”

Juan es representado por un águila, la mirada dirigida al sol, porque su evangelio se abre con la contemplación del Jesús-
Dios: Jn 1,1. El evangelio de Juan fue el último en aparecer, y no se escribió en pocos días. Lo escribieron los discípulos
de Juan. Una de las características del Jesús del evangelio de Juan es esta: el Maestro nos conoce a cada uno de nosotros
mejor de lo que nos conocemos nosotros mismos: Jn 1,48. Poco más adelante dice que Jesús "no necesitaba que le
informasen de nadie, pues él conocía muy bien el interior del hombre." (Jn 2,25). Los símbolos de cuatro evangelistas
surgieron a partir de Ez 1,10. En Ap 4,6-10 hay cuatro vivientes con ese aspecto, pero no se refieren a los evangelistas.
www.metodologiamad.cl

44.- El misterio pascual de Jesucristo y su relación con la salvación regalada por Dios.

La carta a los Hebreos, desarrollando la imagen del sacrificio, precisa que Jesús se ofreció «con un Espíritu eterno» (Hb 9,
14). En la encíclica Dominum et vivificantem expliqué que en ese pasaje «Espíritu eterno» se refiere precisamente al
Espíritu Santo: como el fuego consumaba las víctimas de los antiguos sacrificios rituales, así también «el Espíritu Santo
actuó de manera especial en esta autodonación absoluta del Hijo del hombre, para transformar el sufrimiento en amor
redentor» (n. 40). «El Espíritu Santo, como amor y don, desciende, en cierto modo, al centro mismo del sacrificio, que se
ofrece en la cruz. Refiriéndonos a la tradición bíblica, podemos decir: él consuma este sacrificio con el fuego del amor, que
une al Hijo con el Padre en la comunión trinitaria. Y, dado que el sacrificio de la cruz es un acto propio de Cristo, también
en este sacrificio él “recibe” el Espíritu Santo» (ib., 41).

Con razón, en la liturgia romana, el sacerdote, antes de la comunión, ora con estas significativas palabras: «Señor
Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que, por voluntad del Padre, cooperando el Espíritu Santo, diste con tu muerte la vida al
mundo...».
69

La historia de Jesús no acaba con la muerte, sino que se abre a la vida gloriosa de la Pascua. «Por su resurrección de entre
los muertos, Jesucristo, nuestro Señor fue constituido Hijo de Dios con poder según el Espíritu de santidad» (cf. Rm 1, 4).

La Resurrección es la culminación de la Encarnación, y también ella, como la generación del Hijo en el mundo, se realiza
«por obra del Espíritu Santo». «Nosotros —afirma san Pablo en Antioquía de Pisidia— os anunciamos la buena nueva de
que la promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús, como está escrito en los
salmos: “Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy”» (Hch 13, 32-33).

El don del Espíritu que el Hijo recibe en plenitud la mañana de Pascua es derramado por él en gran abundancia sobre la
Iglesia. A sus discípulos, reunidos en el cenáculo, Jesús les dice: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20, 22) y lo da «a través
de las heridas de su crucifixión: “Les mostró las manos y el costado”» (Dominum et vivificantem, 24). La misión salvífica
de Jesús se resume y se cumple en la donación del Espíritu Santo a los hombres, para llevarlos nuevamente al Padre.

Si la gran obra del Espíritu Santo es la Pascua del Señor Jesús, misterio de sufrimiento y de gloria, también los discípulos
de Cristo, por el don del Espíritu, pueden sufrir con amor y convertir la cruz en el camino a la luz: «per crucem ad lucem».
El Espíritu del Hijo nos da la gracia de tener los mismos sentimientos de Cristo y amar como él amó, hasta dar la vida por
los hermanos: «Él dio su vida por nosotros, y también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos» (1 Jn 3, 16).

Al darnos su Espíritu, Cristo entra en nuestra vida, para que cada uno de nosotros pueda decir, como san Pablo:
«Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20). Toda la vida se transforma así en una continua Pascua,
un paso incesante de la muerte a la vida, hasta la última Pascua, cuando pasaremos también nosotros con Jesús y como
Jesús «de este mundo al Padre» (Jn 13, 1). En efecto, como afirma san Ireneo de Lyon, «los que han recibido y tienen el
Espíritu de Dios son llevados al Verbo, es decir, al Hijo, y el Hijo los acoge y los presenta al Padre, y el Padre les da la
incorruptibilidad» (Demonstr. Ap., 7).

EL MISTERIO PASCUAL EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA

El Padre, fuente y fin de la liturgia

"Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales,
en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en
su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el
beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado" (Ef 1,3-6).

Bendecir es una acción divina que da la vida y cuya fuente es el Padre. Su bendición es a la vez palabra y don ("bene-
dictio", "eu-logia"). Aplicado al hombre, este término significa la adoración y la entrega a su Creador en la acción de
gracias.

Desde el comienzo y hasta la consumación de los tiempos, toda la obra de Dios es bendición. Desde el poema litúrgico de
la primera creación hasta los cánticos de la Jerusalén celestial, los autores inspirados anuncian el designio de salvación
como una inmensa bendición divina.
70

Desde el comienzo, Dios bendice a los seres vivos, especialmente al hombre y la mujer. La alianza con Noé y con todos los
seres animados renueva esta bendición de fecundidad, a pesar del pecado del hombre por el cual la tierra queda "maldita".
Pero es a partir de Abraham cuando la bendición divina penetra en la historia humana, que se encaminaba hacia la muerte,
para hacerla volver a la vida, a su fuente: por la fe del "padre de los creyentes" que acoge la bendición se inaugura la
historia de la salvación. www.metodologiamad.cl

Las bendiciones divinas se manifiestan en acontecimientos maravillosos y salvadores: el nacimiento de Isaac, la salida de
Egipto (Pascua y Éxodo), el don de la Tierra prometida, la elección de David, la presencia de Dios en el templo, el exilio
purificador y el retorno de un "pequeño resto". La Ley, los Profetas y los Salmos que tejen la liturgia del Pueblo elegido
recuerdan a la vez estas bendiciones divinas y responden a ellas con las bendiciones de alabanza y de acción de gracias.

En la liturgia de la Iglesia, la bendición divina es plenamente revelada y comunicada: el Padre es reconocido y adorado
como la fuente y el fin de todas las bendiciones de la creación y de la salvación; en su Verbo, encarnado, muerto y
resucitado por nosotros, nos colma de sus bendiciones y por él derrama en nuestros corazones el don que contiene todos
los dones: el Espíritu Santo.

Se comprende, por tanto, que en cuanto respuesta de fe y de amor a las "bendiciones espirituales" con que el Padre nos
enriquece, la liturgia cristiana tiene una doble dimensión. Por una parte, la Iglesia, unida a su Señor y "bajo la acción el
Espíritu Santo" (Lc 10,21), bendice al Padre "por su don inefable" (2 Co 9,15) mediante la adoración, la alabanza y la
acción de gracias. Por otra parte, y hasta la consumación del designio de Dios, la Iglesia no cesa de presentar al Padre "la
ofrenda de sus propios dones" y de implorar que el Espíritu Santo venga sobre esta ofrenda, sobre ella misma, sobre los
fieles y sobre el mundo entero, a fin de que por la comunión en la muerte y en la resurrección de Cristo-Sacerdote y por el
poder del Espíritu estas bendiciones divinas den frutos de vida "para alabanza de la gloria de su gracia" (Ef 1,6).

La obra de Cristo en la liturgia de la Pascua Cristo

glorificado...

"Sentado a la derecha del Padre" y derramando el Espíritu Santo sobre su Cuerpo que es la Iglesia, Cristo actúa ahora por
medio de los sacramentos, instituidos por Él para comunicar su gracia. Los sacramentos son signos sensibles (palabras y
acciones), accesibles a nuestra humanidad actual. Realizan eficazmente la gracia que significan en virtud de la acción de
Cristo y por el poder del Espíritu Santo.

En la liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente su misterio pascual. Durante su vida terrestre Jesús
anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio pascual. Cuando llegó su hora (cf Jn 13,1; 17,1), vivió
el único acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a la
derecha del Padre "una vez por todas" (Rm 6,10; Hb 7,27; 9,12). Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia,
pero absolutamente singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son absorbidos por el
pasado. El misterio pascual de Cristo, por el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte
destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina
y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz y de la
Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida.
71

...desde la Iglesia de los Apóstoles...

"Por esta razón, como Cristo fue enviado por el Padre, Él mismo envió también a los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, no
sólo para que, al predicar el Evangelio a toda criatura, anunciaran que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos
ha liberado del poder de Satanás y de la muerte y nos ha conducido al reino del Padre, sino también para que realizaran la
obra de salvación que anunciaban mediante el sacrificio y los sacramentos en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica"
(SC 6).

Así, Cristo resucitado, dando el Espíritu Santo a los Apóstoles, les confía su poder de santificación (cf Jn 20,21- 23); se
convierten en signos sacramentales de Cristo. Por el poder del mismo Espíritu Santo confían este poder a sus sucesores.
Esta "sucesión apostólica" estructura toda la vida litúrgica de la Iglesia. Ella misma es sacramental, transmitida por el
sacramento del Orden.

...está presente en la liturgia terrena...

"Para llevar a cabo una obra tan grande" —la dispensación o comunicación de su obra de salvación— «Cristo está siempre
presente en su Iglesia, principalmente en los actos litúrgicos. Está presente en el sacrificio de la misa, no sólo en la persona
del ministro, "ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz", sino
también, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando
alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su Palabra, pues es Él mismo el que habla cuando se lee en la
Iglesia la Sagrada Escritura. Está presente, finalmente, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió:
"Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20)» (SC 7).

"Realmente, en una obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia
siempre consigo a la Iglesia, su esposa amadísima, que invoca a su Señor y por Él rinde culto al Padre Eterno" (SC 7).

...la cual participa en la liturgia celestial

"En la liturgia terrena pregustamos y participamos en aquella liturgia celestial que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén,
hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre, como ministro del
santuario y del tabernáculo verdadero; cantamos un himno de gloria al Señor con todo el ejército celestial; venerando la
memoria de los santos, esperamos participar con ellos y acompañarlos; aguardamos al Salvador, nuestro Señor Jesucristo,
hasta que se manifieste Él, nuestra vida, y nosotros nos manifestemos con Él en la gloria" (SC 8; cf. LG 50).
www.metodologiamad.cl

45.- Relación de la Pascua de Jesús con: la Pascua Judía, la Eucaristía y la liturgia.

La pascua judía

Originalmente la pascua (pésaj) en el antiguo Israel era una fiesta agrícola (o pastoril) que ya existía en época cananea,
celebrada el día 14 del primer mes del año (‘Abib antes del destierro babilónico y Nisán después del destierro) y que pone
fin al tiempo del desierto al comer los frutos de la tierra y ya no el maná bajado del cielo. Así lo narra el libro de Josué (Jos
5,10-11). Posteriormente, se vincula esta fiesta con la cena del cordero y con la comida de los panes ázimos,
estableciéndose -estas dos fiestas juntas- como conmemoración del acontecimiento salvífico del paso por el mar rojo,
cuando Dios libera al pueblo de Israel de la esclavitud egipcia y lo conduce al
72

desierto del Sinaí. En los libros del Éxodo, Números y Deuteronomio tenemos las primeras alusiones a la fiesta (Ex 12;
Nm 9; Dt 16,1-8). En la época de la monarquía hay registros de la celebración de la fiesta realizada por Salomón (1R 9,25;
2Cr 8,13) y en tiempo de la reforma de Josías se comienza a transformar en fiesta de peregrinación en Jerusalén (2R
23,21-23).

El judaísmo rabínico llegó a establecer normas muy precisas para la celebración de la pascua en el templo de Jerusalén,
enfatizando el sacrificio. Así lo expresa un texto llamado la Misná:

“El cordero pascual era sacrificado por tres grupos, como está escrito: lo inmolará toda asamblea de la congregación de
Israel: asamblea, congregación, Israel. Cuando entraba el primer grupo, se llenaba el atrio. Cuando se cerraban las puertas
del atrio, tocaban el sofar, luego la trompeta clamorosamente y luego de nuevo el sofar. Los sacerdotes estaban en pie
formando dos filas y teniendo en sus manos vasos de plata y de oro. Una fila tenía todos los vasos de plata y la otra todos
de oro. No estaban mezclados. Los vasos no disponían de base a fin de que no los pudieran posar y se coagulara la sangre.
Un israelita lo inmolaba, el sacerdote recibía (la sangre) y la entregaba a su compañero y éste al suyo, recibía el (vaso)
lleno y devolvía el vacío. El sacerdote que estaba más cercano al altar la vertía de una vez sobre las brasas (del
altar)”(Misná Pesahim 5,5-6).

Todo este rito de sangre era parte del sacrificio del cordero realizado por la familia en el templo junto a los sacerdotes. La
segunda parte de la celebración se realizaba en las casas mediante una cena íntima en la que se comía el cordero
sacrificado, los panes ázimos, las hierbas amargas y cuatro copas de vino. Cada elemento de la cena tenía un significado
específico que hacía memoria del gran acontecimiento liberador del éxodo. Este significado salvífico de la pascua estará
siempre presente en el judaísmo, como bien lo indica otro texto rabínico llamado el Tárgum:

“Esta es la noche de la pascua para el nombre de YHWH, noche reservada y fijada para la liberación de todo Israel a lo
largo de sus generaciones” (Targum de Éxodo 12, 41-42)

La pascua cristiana

La fiesta principal de los cristianos es la pascua en la que se celebra el gran acontecimiento de la resurrección de Jesús, el
Señor. Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas (Mt 26,26-29; Mc 14,22-25; Lc 22,19-20) nos relatan la “última cena”
celebrada por Jesús junto a sus discípulos como una cena de pascua. Está presente el pan ázimo, dos copas de vino (en Lc)
y unas bendiciones pero el significado nuevo dado por Jesús a la comida es el anuncio de su propia muerte, ya no se
conmemorará la salida de Egipto, sino la muerte del Señor como sacrificio pascual. La idea del sacrificio pascual la
desarrollará más el evangelio de Juan al mostrar a Jesús como “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn
1,29). El cuarto evangelio hace coincidir la muerte de Jesús con el sacrificio de los corderos pascuales. Así en Jn 19,14 al
momento de su sentencia a muerte y luego en Jn 19,36 aplicando a Jesús lo prescrito sobre los corderos en las leyes de Ex
12,46 y Nm 9,12. Es decir, Jesús muere al mismo tiempo en que las familias judías acudían al templo a sacrificar a los
corderos para celebrar la pascua. Esta teología del cordero pascual del cuarto evangelio marcará profundamente el
cristianismo primitivo y san Pablo en su primera carta a los Corintios la desarrollará diciendo: “eliminad la levadura vieja,
para que seáis masa nueva ya que sois ázimos, porque nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido sacrificado. De manera que
celebramos la Pascua no con levadura vieja, ni con levadura de perversidad y maldad, sino con ázimos de pureza y
verdad” (1Co 5,7-8). Así mismo la primera carta de Pedro exhorta diciendo: “Sabiendo que habéis sido liberados de la
conducta estéril heredada por tradición, no con cosas corruptibles -oro o plata- sino con la sangre preciosa de Cristo, como
cordero sin defecto ni mancha” (1P 1,18-19). Tanto la carta primera a los Corintios como la primera carta de Pedro insisten
en la importancia del sacrificio redentor de Jesús. Su muerte dada gratuitamente para todo el mundo tiene un valor expiatorio
superior a todos los sacrificios y leyes del antiguo Israel. www.metodologiamad.cl
73

El anuncio del Reino.

46.- Valores y características del Reino presentes en el evangelio, especialmente en las bienaventuranzas.

Las bienaventuranzas

Las bienaventuranzas están en el centro de la predicación de Jesús. Con ellas Jesús recoge las promesas hechas al pueblo
elegido desde Abraham; pero las perfecciona ordenándolas no sólo a la posesión de una tierra, sino al Reino de los
cielos:

«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.


Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los
que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Bienaventurados
seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos. (Mt 5,3-

12)

Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados
a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son
promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las
recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos.

El deseo de felicidad www.metodologiamad.cl

Las bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el
corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer:

«Ciertamente todos nosotros queremos vivir felices, y en el género humano no hay nadie que no dé su asentimiento a esta
proposición incluso antes de que sea plenamente enunciada» (San Agustín, De moribus Ecclesiae catholicae, 1, 3, 4).

«¿Cómo es, Señor, que yo te busco? Porque al buscarte, Dios mío, busco la vida feliz, haz que te busque para que viva mi
alma, porque mi cuerpo vive de mi alma y mi alma vive de ti» (San Agustín, Confessiones, 10, 20, 29).

«Sólo Dios sacia» (Santo Tomás de Aquino, In Symbolum Apostolorum scilicet «Credo in Deum» expositio, c. 15).
74

Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia humana, el fin último de los actos humanos: Dios nos llama a su
propia bienaventuranza. Esta vocación se dirige a cada uno personalmente, pero también al conjunto de la Iglesia, pueblo
nuevo de los que han acogido la promesa y viven de ella en la fe.

La bienaventuranza cristiana

El Nuevo Testamento utiliza varias expresiones para caracterizar la bienaventuranza a la que Dios llama al hombre: la
llegada del Reino de Dios (cf Mt 4, 17); la visión de Dios: “Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”
(Mt 5,8; cf 1 Jn 3, 2; 1 Co 13, 12); la entrada en el gozo del Señor (cf Mt 25, 21. 23); la entrada en el descanso de Dios
(Hb 4, 7-11):

«Allí descansaremos y veremos; veremos y nos amaremos; amaremos y alabaremos. He aquí lo que acontecerá al fin sin
fin. ¿Y qué otro fin tenemos, sino llegar al Reino que no tendrá fin? (San Agustín, De civitate Dei, 22, 30).

Porque Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle, servirle y amarle, y así ir al cielo. La bienaventuranza nos hace
participar de la naturaleza divina (2 P 1, 4) y de la Vida eterna (cf Jn 17, 3). Con ella, el hombre entra en la gloria de
Cristo (cf Rm 8, 18) y en el gozo de la vida trinitaria. www.metodologiamad.cl

Semejante bienaventuranza supera la inteligencia y las solas fuerzas humanas. Es fruto del don gratuito de Dios. Por eso la
llamamos sobrenatural, así como también llamamos sobrenatural la gracia que dispone al hombre a entrar en el gozo
divino.

«“Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”. Ciertamente, según su grandeza y su inexpresable
gloria, “nadie verá a Dios y seguirá viviendo”, porque el Padre es inasequible; pero su amor, su bondad hacia los hombres y
su omnipotencia llegan hasta conceder a los que lo aman el privilegio de ver a Dios [...] “porque lo que es imposible para
los hombres es posible para Dios”» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 20, 5).

La bienaventuranza prometida nos coloca ante opciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus
malvados instintos y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la
riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias,
las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor:

«El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje instintivo la multitud, la masa de los hombres. Estos miden
la dicha según la fortuna, y, según la fortuna también, miden la honorabilidad [...] Todo esto se debe a la convicción [...]
de que con la riqueza se puede todo. La riqueza, por tanto, es uno de los ídolos de nuestros días, y la notoriedad es otro
[...] La notoriedad, el hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse una fama de prensa),
ha llegado a ser considerada como un bien en sí mismo, un bien soberano, un objeto de verdadera veneración» (Juan
Enrique Newman, Discourses addresed to Mixed Congregations, 5 [Saintliness the Standard of Christian Principle]).

El Decálogo, el Sermón de la Montaña y la catequesis apostólica nos describen los caminos que conducen al Reino de los
cielos. Por ellos avanzamos paso a paso mediante los actos de cada día, sostenidos por la gracia del Espíritu Santo.
Fecundados por la Palabra de Cristo, damos lentamente frutos en la Iglesia para la gloria de Dios (cf la parábola del
sembrador: Mt 13, 3-23).
75

Valores humanos para la nueva sociedad

Convencido de esto, cuando en las Conversaciones de Ávila del año 1997 me propusieron que estableciese un “decálogo
de valores cristianos” terminé escribiendo un artículo titulado “Valores humanos para una comunidad cristiana”.

En este artículo proponía cuatro valores humanos, que destacan en el evangelio, sobre los que debe basarse no sólo la
construcción de la comunidad cristiana, sino también la de la nueva sociedad. Estos valores son la libertad, la igualdad, la
apertura al otro y el amor solidario; estos cuatro los quiero hacer preceder de otro: la austeridad solidaria.
www.metodologiamad.cl

En una sociedad consumista como la nuestra, la práctica de un estilo de vida basado en la austeridad solidaria se presenta
hoy como la vía de salida para poner remedio a los grandes desequilibrios entre países ricos y pobres; por otro lado, la
práctica de la austeridad solidaria por parte del individuo y de la comunidad humana abre el paso a los otros valores, pues
posibilita la verdadera libertad e igualdad entre los hombres y es prueba fehaciente de apertura y amor hacia los otros,
especialmente hacia los más desfavorecidos. Valores como la libertad y la igualdad, tan connaturales al Evangelio, -hasta
el punto de coincidir los historiadores en que la abolición de la esclavitud se debió a la implantación del cristianismo-, no
han sido especialmente promovidos por la Iglesia a lo largo de los siglos, sino más bien negados, aunque, paradójicamente
afirmados por los estados democráticos que los han incluido en sus respectivas constituciones desde la Revolución Francesa
con su famoso lema de “Libertad, Igualdad, Fraternidad” que pasó a formar parte del preámbulo de la Constitución
Francesa denominado “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano”. Respecto al cuarto, la apertura al otro o
universalismo, la Iglesia lo ha entendido más para implantar el cristianismo por doquier que para abrirse al diálogo con las
otras culturas e incardinarse en ellas; el último o el primero, según se quiera, el amor, se ha convertido, con frecuencia, a lo
largo del tiempo en la práctica de una “caridad” de viejo cuño, que cerraba el paso al ejercicio de una justicia reivindicativa
contra el desorden injusto establecido. En síntesis, que estos valores evangélicos, que son tan profundamente humanos, no
han sido valores prioritarios para la praxis de la Iglesia, que apelaba, un día sí y otro también, a su origen o procedencia
divina. Paradojas de la historia.

Luchar por la implantación y defensa de estos valores en la sociedad es la tarea principal del cristiano que ha heredado de
Jesús la misión de ser sal y levadura que haga habitable el planeta. Al mismo tiempo, la implantación de estos valores debe
convertirse en el punto de encuentro del cristianismo con las otras religiones y culturas para promover la plena
humanización de la persona humana que, sin ellos, no puede adquirir su plena maduración.

No voy a repetir ahora todo lo dicho en el artículo citado en nota 13 al que remito; solamente subrayaré de cada uno de
estos valores algún punto de los allí no tratados, que pueda servir de complemento.

A la felicidad por la “austeridad solidaria”.

Ante una sociedad con grandes desigualdades entre ricos y pobres, como era la de tiempos de Jesús, y en mayor medida la
nuestra, Jesús proclamó la primera bienaventuranza: “Dichosos los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los
cielos”, bienaventuranza que la NBE, en traducción de Juan Mateos, dice así: “Dichosos los que eligen ser pobres (esto
significa pobre de espíritu o pobre en cuanto al espíritu, dichosos los pobres por opción o decisión propia), porque éstos
tienen a Dios por rey”.

Jesús no duda en unir en esta primera bienaventuranza tres conceptos básicos -“felicidad, pobreza y reino” que, tal vez,
ninguno de nosotros se hubiese atrevido a emparejar y declara que solamente aquellos que sean capaces de hacerse pobres
hasta el extremo de la mendicidad, si fuese necesario, pueden formar parte del grupo cristiano.
76

El texto griego utiliza la palabra ptôkhós (mendigo) en lugar de pénês (pobre). Estos pobres voluntarios se verán libres de
toda atadura para denunciar la miseria en la que anda sumida gran parte de la humanidad y que no es, en modo alguno, un
estado deseable ni causante de felicidad. La miseria degrada al ser humano, lo lleva a perder su autonomía, acaba con todo
proyecto de comunidad y fraternidad, y hace nacer en el interior del corazón la envidia, el resentimiento y la desesperación.

A la felicidad o bienaventuranza se llega, según Jesús, liberándose voluntariamente de la esclavitud del dinero, ese dios
que exige idolatría y que cierra el corazón humano al amor solidario y, al mismo tiempo, luchando -con la libertad que
genera la pobreza voluntaria- contra la pobreza material, que impide al hombre su desarrollo humano.

Esta generación de pobres voluntarios, que ha sido capaz de renunciar al dinero –verdadero dios para la inmensa mayoría
de la gente de nuestro mundo-, no lo ha hecho para engrosar la ingente multitud de los pobres de la tierra, sino para sacar de
la pobreza a los que andan sumidos en ella.

Es evidente que las palabras de Jesús en la primera bienaventuranza son una formulación extrema –como tantas otras que
hay en los evangelios- con la que Jesús indica hasta dónde hay que estar dispuestos a llegar para acabar con este orden
injusto. No proclama Jesús dichosos solamente a los que ya se han hecho pobres, sino a todos aquellos que han iniciado
este camino para acabar con la injusticia en el mundo, a cuantos, en la medida de sus posibilidades y capacidades,
marchan para conseguir esa meta. Podemos decir que Jesús invita a sus seguidores a hacerse voluntariamente pobres para
que ninguno lo sea realmente.

Es una trágica realidad que, en la actualidad, más de 800 millones de personas de nuestro mundo no tienen recursos
suficientes para comer, viéndose imposibilitado no sólo su pleno desarrollo humano, sino su desarrollo físico, con niveles
de malnutrición que debieran cubrir nuestros rostros de vergüenza y de dolor.

Leí hace unos días en el Diario El País (27-08-03) que uno de cada cinco latinoamericanos sigue siendo pobre. Lo que
quiere decir que 220 millones de personas de ese continente se mantuvieron durante los últimos cinco años bajo la línea
de la pobreza, de los cuales 95 millones son indigentes. Esto representa el 43,4% de pobres y el 18% de indigentes de la
población de América Latina, según el último informe sobre panorama social de la Comisión Económica para América
Latina y el Caribe (CEPAL), organismo dependiente de Naciones Unidas.

Las clasificaciones internacionales consideran que una persona se encuentra “bajo la línea de la pobreza” cuando sus
ingresos no superan un euro con setenta y seis céntimos diarios y, por tanto, no pueden comprar la cesta de alimentos
básicos; se considera “indigente” cuando vive con menos de 88 céntimos de euro al día. Por eso es urgente, a mi juicio,
como primer requisito para la alternacionalización, implantar cuanto antes a nivel planetario, un estilo de vida ciudadano
basado en la práctica de la austeridad solidaria, expresión que me parece una magnífica actualización de la primera
bienaventuranza; un estilo de vida que “excluya la elevación continua e insaciable del nivel de vida, el deseo de lo
superfluo y el consumismo frívolo que están acabando no sólo con la vida de los hombres, sino con los recursos del
planeta”.

El evangelio invita a practicar la austeridad solidaria, no por voluntarismo ascético, sino como expresión de nuestra
solidaridad hacia los desposeídos de la tierra, pues en la medida en que los bienes -que pertenecen a todos- se han
acumulado en manos de unos pocos -basta con decir que el capital de las siete personas más ricas del mundo daría lo
suficiente para dotar de servicios básicos a todos los habitantes del planeta-, en esta misma medida queda vetada a la
mayoría de la humanidad el acceso a ellos y, consiguientemente, su desarrollo humano.

Ignacio Ellacuría proclamaba en su testamento espiritual en el Ayuntamiento de Barcelona, cuando le otorgaron el premio
de la Fundación Alfonso Comín el año 1989, pocos días antes de que el ejército salvadoreño lo matase,
77

que los cristianos deberíamos “oponernos al neoliberalismo imperante empezando desde dentro, con una cultura de la
moderación e incluso de la pobreza”. Había entendido bien el mensaje evangélico. Tarea utópica, ciertamente, y a largo
plazo, pero por la que no sólo los cristianos, sino los creyentes de todo el mundo, junto con las personas de buena voluntad,
deberían comenzar unidas a luchar desde ahora.

Es urgente, por tanto, “poner freno a este consumismo desmesurado que pone en peligro el medio ambiente y el sistema
ecológico mundial; hay que parar este estilo de vida actual, insostenible a largo plazo, que genera el calentamiento de los
casquetes polares, el agujero de las capas de ozono, la deforestación y los incendios, los movimientos de la corriente del
Niño, el deterioro y el ensuciamiento de los océanos, en definitiva, la supervivencia de la civilización humana en el
planeta”.

¡Ah!, y por supuesto, esta austeridad solidaria debería ser una de las notas de la Iglesia, una, santa, católica, apostólica y
austera, que no ha pasado en conjunto a la historia por poner en práctica precisamente esta primera bienaventuranza o
valor evangélico, tan profundamente humano.

Obligados los monjes a hacer voto de pobreza, las órdenes religiosas acumularon a lo largo del tiempo inmensas fortunas
y patrimonio, aunque sus miembros viviesen en estricta austeridad. A veces me da la impresión de que necesita tanto
dinero la Iglesia oficial para mantener sus estructuras que parece más interesada por que se ponga la cruz en el casillero de
la declaración de la renta que por mostrarnos al crucificado en el calvario, desnudo y empobrecido y a tantos crucificados
como existen en la humanidad actual, hombres, mujeres y pueblos enteros crucificados.

A “la libertad” por la verdad y el servicio.

El segundo de los valores que propugna el evangelio -y que debe contribuir a la creación de la nueva sociedad- es la
libertad, valor que está en la base de las constituciones de los países democráticos del mundo.

La palabra “libertad” (en griego, eleuthêría) no aparece en los evangelios, aunque sí el verbo liberar (eleutheroô) y el
adjetivo libre (eleútheros), aplicados a la persona y acción de Jesús.

El Diccionario de María Moliner define esta palabra como “la facultad que tiene el hombre para elegir su propia línea de
conducta de la que, por tanto, es responsable”.

Un texto del evangelio de Juan precisa cuál es el camino por el que se llega a la libertad. Dice así: Dijo entonces Jesús a
los judíos que le habían dado crédito: -Vosotros, para ser de verdad mis discípulos, tenéis que ateneros a ese mensaje mío;
conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8,31-32)[24].

Según este texto, los seguidores de Jesús llegarán a ser libres cuando se atengan a su mensaje, que se define como “la
verdad”. Lo que significa que, para ser libres, hay que conocer "la verdad".

El problema está, por tanto, en precisar qué entiende el evangelista Juan por “verdad” (en griego, alétheia).

En nuestro Diccionario Griego-Español del Nuevo Testamento[25] una de las acepciones de la palabra “verdad” se define
como “la realidad de Dios y de su proyecto sobre el hombre, que, al ser conocida, lleva a obrar en beneficio de los seres
humanos” y éste es el sentido con el que la usa el evangelista Juan en este texto. La verdad que nos hará libres no consiste
en un principio o formulación teórica, sino en el descubrimiento del amor universal de Dios, como fuente de vida, que
comunica al hombre su Espíritu de amor y en la puesta en práctica por parte
78

del cristiano de este amor hacia los demás. De ahí que Jesús mismo, expresión sublime del amor de Dios a los hombres, se
defina a sí mismo como “el camino, la verdad y la vida”. www.metodologiamad.cl

A través de la práctica del amor a los demás, el cristiano percibe a Dios como Padre y se percibe a sí mismo como hijo y,
amando a los demás, se experimenta como ser libre, pues la vivencia del amor es incompatible con todo tipo de
sometimiento a instituciones o usos sociales opresores. El amor ni se impone ni acepta imposiciones.

La libertad cristiana no es la “autarquía” de los griegos (=palabra que se traduce por “suficiencia”, “independencia”,
“estado del que se basta a sí mismo”), sino la puesta en práctica de la capacidad de amor y de servicio a los demás. Así lo
entendió San Agustín cuando dijo: "Ama y haz lo que quieras; si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si
corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Como esté dentro de ti la raíz del amor, ninguna cosa
sino el bien podrá salir de tal raíz...” Solamente se es verdaderamente libre, cuando se ama plenamente.

La libertad, según el evangelio, no se identifica, por tanto, con el deseo de independencia o de suficiencia, sino que,
adaptando la definición de María Moliner, es “la facultad que tiene el hombre para elegir su propia línea de conducta –que
no puede ser otra, sino la del amor al otro-, de la que, por tanto, es responsable”. Es esta voluntad de servicio al otro por
amor la que acaba con todo tipo de dominación y ayuda a crear un mundo de personas libres, o lo que es igual, una
sociedad nueva de personas voluntariamente dependientes unas de otras por amor. “La libertad cristiana, como ha escrito
Jon Sobrino, es libertad para amar. Es la libertad de Jesús cuando afirma:
«La vida nadie me la quita, sino que la doy» (Jn 10, 18). Es la libertad de Pablo cuando escribe: «Siendo del todo libre, me
hice esclavo de todos» (1 Cor 9,19). La libertad que expresa el triunfo del Resucitado nada tiene que ver con salirse de la
historia, sino que consiste justamente en no estar atado a la historia en lo que ésta tiene de esclavizante -miedo, prudencia
paralizante-, consiste en la máxima libertad del amor para servir, sin que nada ponga límites a ese amor”.

Quien ha hecho esta opción tiene ya “el Espíritu de la verdad” (Jn 14,16; 15,26) que lo hace plenamente libre.

La libertad es un valor tan genuinamente evangélico que no es casual que Hegel proclamase que la libertad efectiva para
todos, es decir, para todo individuo humano en cuanto persona, haya entrado en la historia de manos del cristianismo: “los
orientales sólo han sabido que uno es libre, y el mundo griego y romano que algunos son libres, y nosotros que todos los
hombres son en sí libres, que el hombre es libre como hombre”.

Jesús es el prototipo de hombre libre, dada su estrecha relación de amor con el Padre que le lleva a dar la vida por la
humanidad.

A pesar de ser uno de los grandes valores que propugna el evangelio, la libertad –y muy en especial la libertad de
expresión- no ha sido –ni es hoy- un valor especialmente inculcado por la Iglesia a los cristianos; pues ésta, desconfiando
de la mayoría de edad del hombre, ha insistido mucho más en la obediencia[29] y la sumisión del cristiano a la autoridad
que en la práctica de la libertad, que ha exigido hacia fuera, pero no ha practicado hacia dentro. ¿No es prueba de ello el
afán actual del Vaticano de coartar la libertad de expresión de los teólogos, demonizando toda crítica especialmente
cuando éstos abordan con libertad, sinceridad y responsabilidad la organización y el poder eclesiásticos?.

A “la igualdad” por la generosidad.

Nuestro mundo está inmerso en una gran paradoja. “La globalización de la economía, la caída de las fronteras entre los
países, los nuevos procesos tecnológicos, la velocidad fantástica de la comunicación en el ciberespacio y el progresivo
esclarecimiento de la estructura genética, entre otros factores, sugieren la llegada de una nueva
79

época para la humanidad. Estos cambios deberían posibilitar una mayor interacción y fomentar la solidaridad entre los
pueblos, la utilización racional de los recursos naturales y la vida cotidiana en condiciones de bienestar. Sin embargo, en
lugar de dar mayor racionalidad al proceso productivo en el mundo, estas transformaciones han acentuado las
desigualdades entre países pobres y ricos, contrariando frontalmente la meta de búsqueda de la equidad.

La globalización neoliberal, en contra de lo que se podría esperar de ella, desarrolla y refuerza las desigualdades; el abismo
es cada vez mayor entre los "pobres" y los "ricos", entre poseedores y desposeídos, y eso en todos los aspectos: desde la
salud a la información, desde el marco vital al acceso a los servicios. De este modo, en nuestro mundo globalizado, la
igualdad entre hombre y mujer, entre los ciudadanos de un mismo país, entre los países de un mismo continente o entre los
distintos continentes se ha convertido en una de las grandes utopías.

Sin embargo, sin una verdadera igualdad entre los seres humanos, no es posible construir la nueva sociedad.

Son muchos los textos que hablan de igualdad en los evangelios. Pero hay una parábola que me llama la atención, porque
indica el camino que hay que recorrer para acceder a una sociedad más igualitaria. Es la parábola de los jornaleros
contratados a la viña (Mt 19,30-20,16), en la que, tras la imagen del dueño, se deja ver el rostro de un Dios con un
comportamiento sorprendente y aparentemente injusto. Habiendo sido contratado cada uno de los jornaleros a una hora
diferente del día, cuando llega la hora de pagarles el salario, el dueño da la siguiente orden a su encargado: -"Llama a los
jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. Llegaron los de la última hora y
cobraron cada uno el jornal entero. Al llegar los primeros pensaban que les daría más, pero también ellos cobraron el
mismo jornal por cabeza” (Mt 20,9-10).

El jornal estipulado con los primeros (un denario) era en aquel tiempo la cantidad que necesitaba una familia para vivir un
día. Los jornaleros, que se fueron incorporando al trabajo a distintas horas, todos percibieron el mismo salario, pues todos
necesitaban de ese dinero para vivir. Pero los contratados a primera hora se sintieron defraudados, al ver que percibían lo
mismo que los últimos. No aceptan un mundo igualitario, ni que se les trate como a los otros; exigen, sin razón, un
tratamiento diferenciado. Por eso el dueño de la viña, ante la protesta de los primeros, que se creen con derecho a percibir
más, le dice a uno de ellos: "-Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en ese jornal? Toma lo tuyo
y vete. Quiero darle a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera con lo mío?, ¿o ves
tú con malos ojos que yo sea generoso? (Mt 20,13-15) .

Y aquí está la clave de la parábola. Con la aplicación de la estricta justicia no se puede construir un mundo de iguales.
Para que todos lleguen a ser iguales, hoy como ayer, no bastará con cumplir la estricta legalidad, sino que habrá que dotarse
de una buena dosis de generosidad, como la que muestra el dueño de la viña y como debieran mostrar los países
desarrollados hacia los no desarrollados, los ricos hacia las pobres, los privilegiados hacia los excluidos[33]. Se necesita
tan poco para esto: solamente el 1% del P.I.B. bastaría para cubrir las necesidades básicas de la humanidad.

Otro tanto sucede en la parábola de los talentos (Mt 25,14-30), donde el protagonista da a cada uno según sus capacidades
(cinco, dos o un talento) y premia no la cuantía lograda, sino el esfuerzo realizado. Quienes han trabajado con los talentos,
reciben la misma alabanza y reconocimiento de su señor, a pesar de que cada uno presenta una cuenta de resultados
diferente.

La igualdad cristiana está basada en el presupuesto de que todos somos hijos del mismo Dios y, por tanto, hermanos e
iguales, aunque diferentes entre sí.
80

Tampoco la igualdad ha sido un valor especialmente vivido en el interior de una Iglesia tan poco democrática y tan
fuertemente jerarquizada como la nuestra[34]. La frase de J. A. Moler es bastante representativa a este respecto: “Dios
creó la jerarquía y, desde entonces hasta el fin del mundo, la Iglesia está provista sobradamente”.

Habría que suprimir cuanto antes del argot eclesiástico la palabra “jerarquía”, que significa etimológicamente “poder
sagrado”, pues en el Nuevo Testamento, no prima el poder, sino el servicio; y cuando se habla de “poder”, aplicado a Jesús,
esta palabra no designa “la fuerza para dominar a otros”, sino “la capacidad que Jesús tiene para hacer curaciones y
exorcismos”, o lo que es igual, su fuerza liberadora. De donde se deduce que cualquier poder, cualquier autoridad,
cualquier jerarquía que no sea liberadora no es tal según el Evangelio. El poder crea desigualdades; solamente el servicio,
la diakonía, hace a los hombres iguales. Jesús lo entendió bien cuando, con ocasión del primer intento de conquistar el
poder por parte de Santiago y Juan, los hijos del trueno, esto es, "los autoritarios", avisó a sus discípulos: “Sabéis que los
que figuran como jefes de las naciones las dominan, y que sus grandes les imponen su autoridad. No ha de ser así entre
vosotros; al contrario, el que quiera hacerse grande ha de ser servidor vuestro, y el que quiera ser primero, ha de ser siervo
de todos; porque tampoco el hijo del Hombre ha venido para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate
por todos.” (Mc 10,42-45).

¿Por qué no reconoce la Iglesia en la práctica la igualdad de hombre y mujer y no estudia el acceso al sacerdocio de la
mujer siendo así que ésta desempeña un papel tan importante en el conjunto de la pastoral de la Iglesia?

¿Por qué sigue cayendo la Iglesia en la tentación de usar de su poder para conservar sus privilegios y mantener una
situación de cristiandad más propia del pasado que de los tiempos presentes?

La nueva sociedad no se construirá con privilegios o con el uso del poder, que discrimina y domina.

Para Jesús, no hay otro camino que el servicio para crear una sociedad de iguales, de la que esté excluido todo
autoritarismo o dominio de unos sobre otros. www.metodologiamad.cl

Al otro por el camino de la “apertura” indiscriminada.

En una sociedad como la nuestra en la que las fronteras se diluyen y el mundo se presenta cada vez más interrelacionado,
con grandes flujos migratorios, la apertura al otro –aceptando del otro su derecho a la diferencia de sexo, de raza, de
lengua, de país, de cultura o de religión- se muestra como el presupuesto básico para la convivencia.

Este valor tan evangélico y tan humano es especialmente necesario para la construcción de la nueva sociedad, que hoy se
debe distinguir sobre todo por su talante abierto a la interculturalidad.

La actitud de apertura y acogida de Jesús hacia el otro, sea cual sea su procedencia, es una de las notas más características
de su estilo de vida. Como prueba de su talante acogedor y universalista[37], Jesús se sienta a la mesa con publicanos y
pecadores, excluidos de Israel y equiparados a los paganos por los judíos observantes (Mc 2,15), y no sólo come con
aquellos, sino que admite a uno de ellos, Mateo, en el círculo de sus seguidores (Lc 5,27-32; cf. Mt 9,9-13; Mc 2,14-17);
frente a la sociedad judía que excluía del pueblo a muchos judíos (leprosos, pecadores, recaudadores, gente con impureza
ritual, etc.), Jesús propone un modelo de comunidad abierta e integradora en la que todos son admitidos en principio,
mostrando incluso hacia los paganos una especial deferencia: libera del demonio a la hija de la mujer cananea (Mc 7,24-
31; cf. Mt 15,21-28), y entra en la casa de un centurión romano (Mt 8,5-13), que, por ser pagano, era considerado por los
judíos impuro desde el punto de vista religioso.
81

Hay dos parábolas que describen especialmente este carácter acogedor de Jesús y de su comunidad: la del grano de
mostaza que se convierte en un modesto árbol de huerto y acoge en sus ramas a los pájaros del cielo, símbolo de los
paganos (Mc 5,32) y la de los invitados al banquete del reino (Lc 14,7-23) en la que, al negarse los primeros invitados a
participar en el banquete, el dueño de la casa manda llenar de gente la sala, de modo que todos, indiscriminadamente, se
puedan sentar a la mesa, preconizando de este modo una sociedad en la que no haya primeros ni últimos, en la que no
haya excluidos del pueblo ni pueblos excluídos.

No se ha distinguido tampoco la Iglesia ni el cristianismo por su talante acogedor; más bien cayó a lo largo del tiempo en
la tentación de separarse de los demás, en la tentación del fariseísmo.

El prurito de ser diferentes impedía a los cristianos trabajar en el mismo tajo que el resto de los humanos a la hora de
transformar la sociedad o, de hacerlo aquéllos, se veían obligados a enarbolar la bandera del evangelio para que se notase
el por qué de su actuación. Exactamente lo contrario de la recomendación de Jesús a sus discípulos de ser sal que se
disuelve en el guiso para sazonarlo o levadura, que fermenta la masa para hacerla comestible. Como la sal o la levadura,
los cristianos deben estar en el mundo sin que se note su presencia; únicamente cuando no estén, debe notarse su ausencia.

El cristiano, de este modo, cayó en el fariseísmo, se separó del mundo, al que consideraba esencialmente malo y peligroso,
para ir a refugiarse en Dios, en el templo y en el culto, perdiendo su talante abierto y acogedor.

La oración del fariseo en la parábola del fariseo y el publicano describe esta actitud tan poco cristiana, pero tan practicada
por los cristianos a lo largo de la historia de la Iglesia: “Dios mío, te doy gracias de no ser como los demás: ladrón, injusto
o adúltero; ni tampoco como ese recaudador. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que gano” (Lc 18,
11-12).

Curiosamente el fariseo no pide nada a Dios, como si no necesitase nada para sí. Está plenamente satisfecho de su
condición presente. Su acción de gracias es sólo aparente; es más bien un monólogo de complacencia en sí mismo. Dios
debería estarle agradecido por su fidelidad. Estas convicciones le llevan a formar una clase aparte de seres privilegiados
que le hace sentirse diferente; de los demás, destaca sus vicios: “ladrón, injusto o adúltero”; no se parece en nada a ese
recaudador, al que se refiere despectivamente; de sí mismo resalta sus méritos: “ayuno dos veces por semana y pago el
diezmo de todo lo que gano”. Su religión mira sólo a Dios: ayuno y pago del diezmo para el mantenimiento del templo y
del culto. Nada de amor al prójimo, que no cuenta en el catálogo de valores de su práctica religiosa. Centrado en sí mismo,
en el culto y en el templo, el fariseo se olvida del prójimo al que desprecia para refugiarse en el templo.

Entendida la vida cristiana al modo fariseo, los cristianos pasaron a segundo término la práctica de los valores que
defendía el evangelio y terminaron por separarse del mundo para no contaminarse, como los fariseos, centrando su
atención en cumplir los innumerables preceptos de la Iglesia, considerando a Dios como un banquero que apuntaba en su
libro de cuentas las acciones buenas y malas de los hombres. Si uno salía debiendo algo, podía compensarlo con sacrificios
en el templo o con obras de misericordia. El objetivo era en todo caso “ser diferentes de los demás”, “ser mejores que los
demás”, “ser más fieles que los demás” y, de este modo, hacer méritos ante Dios a la espera de un más allá en el que Dios
diese a cada uno según su merecido.

La parábola del rico epulón y el pobre Lázaro, dirigida a los fariseos, representa en su primera parte este ideario religioso
fariseo centrado en un más allá en el que Dios pondrá los puntos sobre las íes, castigando al rico y premiando al pobre; sin
embargo, con frecuencia se olvida que el centro de atención de esta parábola no es el estado del rico y del pobre en el más
allá, sino la invitación al cambio de comportamiento en este mundo dirigida a los cinco hermanos del rico, para que eviten
ir a parar al mismo lugar en el que había terminado su hermano.
82

Concebido al modo fariseo, el centro de interés del cristianismo pasó a ser Dios y no el hombre; la espera del más allá y no
la transformación del más acá; la observancia de los preceptos y no el amor al prójimo; el templo y el culto más que la
vida; como resultado el cristianismo se convirtió en una religión con sacerdotes, templos y dogmas; más aún, a juicio de la
Iglesia, en la única religión verdadera.

Como ha afirmado Juan Luis Herrero del Pozo, como toda religión, también el cristianismo se impregnó de magia. “En todos
los moldes del pensamiento religioso universal –y digo en todos porque es algo que hace cuerpo con la misma condición
humana- la relación con lo numinoso (Dios o lo “más allá” de nuestro ser) está contaminada por el virus de la magia. El
mito es positivo, si se lo toma como tal; la magia, en cambio es a extirpar de raíz porque pervierte la religión al pensar y
tratar a Dios a nuestra imagen y semejanza... A poco que se analice, toda la institución eclesial es un constructo trufado de
sobrenaturalismo mágico. Nos podríamos interrogar en qué medida es, no sólo escasamente razonable sino objetivamente
inmoral invitar a los hombres y mujeres de la modernidad a dar su adhesión a la institución eclesial, salvo para superarla
como Jesús superó toda religión. Jesús no “inventó” ninguna nueva religión y si la Iglesia pretende fundarse en él, debería
hacerlo “en espíritu y en verdad”. Como toda experiencia viva que el Espíritu creador suscita en la historia, su misión es la
de converger con todas las demás al servicio de la humanidad”.

¡Qué lejos queda todo esto del evangelio y de los valores que propugna! El cristianismo, que nació rompiendo con el
judaísmo y separándose de él, volvió al redil del judaísmo y se convirtió de nuevo en una religión, en cuyo centro de
atención estaba Dios y la consecución de la salvación en el más allá. Los valores del evangelio -con los que los cristianos
deberían haber colaborado a lo largo de la historia a la humanización de la sociedad- pasaron a un segundo lugar para ser
sustituidos por la puesta en práctica de unos mandamientos antiguos y unas prácticas religiosas con frecuencia desgajadas
de la vida y repletas de ritos sin sentido.

Es necesario recuperar el carácter laico del cristianismo primitivo, para que éste abra su brazos a nuestro mundo laico
también, aunque necesitado de trascendencia. Para Bonhoeffer, Jesús no llama a una nueva religión, sino a la vida. Es
decir, que sólo cuando se afirma plenamente la vida humana puede ser posible vivir la fe cristiana.

A la plenitud por el “amor”.

Ni la austeridad solidaria, ni la libertad, ni la apertura al otro ni la igualdad adquieren pleno sentido, si no están adobadas
de amor. El amor es el más grande de los valores humanos, el único mandamiento evangélico, -si es que el amor se puede
mandar-, y el que da razón a toda nuestra existencia y a todos nuestros comportamientos. Querer y ser queridos es lo único
que hace feliz al ser humano.

Sin amor no adquieren pleno sentido ni el ser ni el pensar ni el actuar del hombre. Sin amor -que es sinónimo de entrega
de sí mismo al otro para procurarle vida- el ser humano no llega a la plenitud. El amor, por tanto, es el valor supremo
entre todos los valores humanos y la meta necesaria para alcanzar la plenitud humana, que no es otra, sino llegar a ser
hijos de Dios. Así lo afirma Jesús en el evangelio de Mateo: “Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen,
para ser hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e
injustos”. (Mt 5,45). Para ser llegar a ser “hijos de Dios” no hay otro camino que el amor incluso a los enemigos, si fuese
necesario.

Hay dos parábolas del evangelio que describen la dimensión divina y humana del amor.

La parábola del hijo pródigo o mejor del padre pródigo –de ese padre que se prodiga en amor- representa la dimensión
divina de este amor que perdona al hijo que lo ha abandonado malgastando su herencia y lo acoge, teniendo que encararse
a la protesta del hermano mayor que no se alegra de la vuelta de su hermano.
83

La parábola del samaritano representa la dimensión humana de un amor que no tiene fronteras, encarnado en la práctica de
un heterodoxo, un samaritano, que lleva a cabo sorprendentemente siete acciones con el malherido: al verlo (no olvidemos
que el sacerdote y el levita habían dado un rodeo y pasado de largo), 1) se conmovió, 2) se acercó 3) y le vendó las
heridas, 4) echándoles aceite y vino; 5) luego lo montó en su propia cabalgadura, 6) lo llevó a una posada y 7) lo cuidó.
Llama la atención la minuciosidad con que el evangelista describe la actitud de amor del samaritano hacia aquel malherido.
Para los judíos el número siete indica la serie completa; el evangelista, sin embargo, añade una acción más, la de ocho,
cuando dice que “al día siguiente sacó dos denarios de plata y, dándoselos al posadero, le dijo: “Cuida de él y lo que
gastes de más te lo pagaré a la vuelta”, preocupado no sólo por el presente del malherido, sino por su futuro. El ocho es el
número cristiano por excelencia. El primer día después del sábado, el día octavo es el día de la resurrección y el de la vida
plena. El samaritano sabe que un amor que se limita al presente no es perfecto y, por eso, se preocupa no sólo del presente
del malherido, sino de su total recuperación en el futuro. www.metodologiamad.cl

Confrontados con el amor, todos los valores humanos son secundarios. Pablo en la primera carta a los Corintios (13,1-13)
lo dice claro. Sin amor no se puede construir una nueva humanidad. La nueva sociedad, al igual que la comunidad
cristiana, no debe tener por centro la ley, sino la práctica de un amor sin límites ni fronteras hacia todos los malheridos en
el camino, que deben convertirse en el centro de atención de los oficialmente sanos.

47.- Procesos de conversión de algunos personajes presentes en el Nuevo Testamento.

LA CONVERSIÓN EN EL NUEVO TESTAMENTO: DE PROMESA A REALIDAD

La historia del triunfo de Dios sobre la serpiente, prometida en el Antiguo Testamento (Gn. 3:15) se hace una realidad en
el Nuevo Testamento. El Antiguo Testamento prometió un nuevo pacto, una nueva creación, un nuevo éxodo, y nuevos
corazones para el pueblo de Dios. Hay un cumplimiento inaugurado de todas estas promesas en la vida, muerte, y
resurrección de Jesucristo, el cual es proclamado en el Nuevo Testamento.

La conversión en los sinópticos

En los evangelios sinópticos —Mateo, Marcos y Lucas—, la obra salvadora de Dios prometida en el Antiguo Testamento
es encapsulada por el término “Reino de Dios”. El Reino de Dios tiene un papel central en los sinópticos, pero también
debemos entender que el Reino llama a una conversión. Los dos elementos de la conversión también pueden ser descritos
en términos de arrepentimiento y fe. Como leemos en Marcos 1:14-15: “Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del
reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio”
(cf. Mt. 4:17). La buena noticia del retorno del exilio anunciada por Isaías, la buena noticia del cumplimiento de las
promesas salvadoras de Dios, será disfrutada solamente por aquellos que se arrepientan de sus pecados y crean en el
evangelio.

El evangelio en los sinópticos se centra en la muerte y resurrección de Jesús, ya que la pasión y resurrección de Jesús
dominan la historia en los tres libros. ¡Es el clímax de la historia! No hay Reino sin la cruz. Jesús vino “a salvar a su
pueblo de sus pecados” (Mt. 1:21), y su salvación se realiza solamente mediante su muerte en su lugar en la que él dio “su
vida en rescate por muchos” (Mt. 20:28; cf. Mr. 10:45). Algunos de los que hablan sobre el Reino dicen poco sobre la
conversión, pero incluso una rápida mirada a los evangelios sinópticos indica que la conversión es fundamental. Uno no
puede entrar en el Reino sin ella (cf. Mr. 10:17-31).
84

La conversión en Juan

La centralidad de la conversión también es evidente en el Evangelio de Juan. De hecho, Juan escribió su evangelio para que
la gente “creyera que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida eterna en su nombre”. (Jn.
20:31). Juan usa el verbo “creer” 98 veces en el Evangelio, subrayando la importancia de este tema en su Evangelio.
Tampoco es creer algo pasivo en Juan. Juan usa ciertos términos para expresar la profundidad y la actividad de la fe: creer
es como comer, beber, ver, escuchar, soportar, venir, entrar, recibir, y obedecer. La naturaleza radical de la conversión es
expresada a través de los varios verbos que Juan usa para describir lo que significa creer que Jesús es el Cristo. La
conversión, por tanto, se sitúa en el corazón del mensaje del evangelio de Juan. La vida eterna —vida en la era por
venir— pertenece solamente a aquellos que creen en Jesús como “el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn.
1:29). En otras palabras, solo aquellos que son convertidos disfrutan la vida eterna.

La conversión y el Reino en Hechos

Parece claro por lo anterior que la conversión juega un papel central en los Evangelios, y podemos sacar la misma
conclusión del libro de Hechos. En Hechos encontramos varios sermones en los que el evangelio es explicado a los
oyentes (Hch. 2:14-41; 3:11-26; 13:16-41). Los que escuchan son a menudo llamados a arrepentirse (Hch. 2:38; 3:19;
8:22; 17:30; 26:20), lo cual también es definido como “volverse” a Dios (Hch. 3:19; 9:35, 40; 11:21; 14:15; 15:19; 26:18,
20; 28:27). El mensaje del evangelio implica un llamado urgente para dejar el pecado y la antigua vida. Al mismo tiempo,
aquellos que escuchan la buena noticia son llamados a creer y ejercitar la fe (Hch. 16:31; 26:18). De hecho, la palabra
“creer” se usa alrededor de treinta veces en Hechos para describir a los cristianos, indicando que la fe caracteriza a
aquellos que pertenecen a Cristo.

Es apenas sorprendente que la conversión juegue un papel principal en Hechos dado que relata la extensión del evangelio
de Jerusalén a Roma (Hch. 1:8; cf. también 1:6; 14:22). Pero también se debería observar que el Reino de Dios es un tema
central en Hechos. Enmarca el libro al principio (Hch. 1:3) y al final (Hch. 28:31). Pablo predicó el Reino en Roma (Hch.
20:35; 28:23, 31) y Felipe “anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo” (Hch. 8:12), demostrando
que el Reino se centra en el evangelio. El evangelio que fue proclamado llamaba a los oyentes, como vimos arriba, a
arrepentirse y creer. Por tanto, tenemos otra muestra de evidencia en cuanto a que la conversión es fundacional en toda
proclamación del Reino. La restauración del mundo al gobierno de Dios es la gloriosa esperanza de los creyentes, pero solo
aquellos que se han arrepentido y creído disfrutarán el nuevo mundo que viene. Aquellos que rechazan creer, tal y como
Hechos enfatiza frecuentemente, serán juzgados.

La conversión en Pablo

Pablo no usa el término Reino de Dios a menudo, pero su visión escatológica del mundo es bien conocida, y está en
armonía con el carácter escatológico del Reino. Como los Evangelios, proclama una escatología “ya pero no todavía”. La
mayoría de eruditos estarían de acuerdo con que la fe y el arrepentimiento son temas cruciales en las Epístolas paulinas.
Pablo a menudo enseña que la justificación y la salvación son obtenidas solamente por fe (cf. Ro. 3:21-4:25; 9:30-10:17; 1
Co. 15:1-4; Gá. 2:16-4:7; Ef. 2:8-9; Fil. 3:2-11). No usa la palabra arrepentimiento
tan frecuentemente, pero no está completamente ausente (Ro. 2:4; 2 Co. 3:16; 1 Ts. 1:9; 2 Ti. 2:25). Pablo usa muchos
términos para la obra salvadora de Dios en Cristo, incluyendo salvación, justificación, redención, reconciliación,
adopción, propiciación, y demás. No se puede disputar que la obra salvadora de Dios en Cristo juega un papel vital en la
teología paulina, pero tal salvación solamente se concede a los que creen, a aquellos que son convertidos.
85

Según Pablo, los creyentes esperan con ganas el regreso de Jesucristo y la restauración de la creación (Ro. 8:18- 25; 1 Ts.
4:13-5:11; 2 Ts. 1:10), y solamente aquellos que sean convertidos pertenecerán a la nueva creación que está por venir. Por
tanto, Pablo trabaja intensamente para extender el evangelio a los gentiles (Col. 1:24-2:5), luchando para traer el evangelio
a aquellos que nunca han escuchado (Ro. 15:22-29), para que puedan estar entre los que se salvan.

La conversión en Apocalipsis

El libro de Apocalipsis culmina la historia, asegurando a los creyentes que el Reino de Dios, el cual ya ha venido en
Jesucristo, se consumará. Aquellos que practican el mal y siguen a la Bestia serán juzgados para siempre, pero aquellos que
perseveran hasta el fin entrarán en la ciudad celestial, que es la nueva Jerusalén. Apocalipsis subraya que solamente
aquellos que se arrepienten (Ap. 2:5, 16, 21, 22; 3:3, 19; 9:20, 21; 16:9, 11) encontrarán la vida.

48.- Las Parábolas y los milagros como anuncio y signos del Reino. Las parábolas

Jesús anunció su mensaje por medio de parábolas. Muchas reflejan el ambiente que vivió Jesús. Su originalidad no está en
que Jesús utilizara estas narraciones para impartir sus enseñanzas. También lo hacían y lo habían hecho otros rabinos en
Israel. Sin embargo, estas narraciones que llamamos parábolas nos conservan lo más nuclear y original de la enseñanza de
Jesús sobre el Reino. Muchas de ellas comienzan así: <<El Reino de los Cielos se parece a...>> Es decir, <<Dios, cuando
actúa con los hombres, se parece a...>> Por otra parte, las parábolas revelan la personalidad, la cultura y la sensibilidad de
Jesús. Nos habla de la siembra y de la pesca, de viñadores y pastores, de mujeres y amasan el pan, de banquetes y de bodas,
de hijos que se van de casa.

Podríamos, pues, clasificar las parábolas en varios grupos:

Parábolas de la vida diaria

Las que parten de la vida diaria de los hombres para ilustrar el modo de actuar de Dios. Así, las de la levadura y el grano
de mostaza (Lc 13,18-21), las de la dracma y de la oveja perdida (Lc 15,1-10). Dios, cuando actúa con los seres humanos,
es como un pastor que busca la oveja perdida o como la mujer que barre para hallar la moneda extraviada. Con el Reino de
Dios ocurre como con la levadura o el grano de mostaza: su vida es en principio silenciosa y oculta, hasta que, al final, se
revela en todo su esplendor.

Parábolas inventadas por Jesús

Otras de estas narraciones son inventadas por Jesús. También éstas nos descubren la actuación de Dios con los hombres.
Así, la parábola de los trabajadores enviados a la viña (Mt 20,1-16), la de los invitados al banquete (Lc 14,15-24), la del
trigo y la cizaña (Mt 13,36-43), la del hijo pródigo, también llamada la parábola del padre (Lc 15,11-32).
www.metodologiamad.cl

× Parábolas que enseñan cuál debe ser nuestro comportamiento

Vienen a ser como parábolas-respuesta al modo de actuar de Dios, en respuesta al anuncio de la llegada del Reino de Dios.
Así, la parábola de las diez vírgenes (Mt 25,1-13), o la del administrador astuto (Lc 16,1-13) o la del fariseo y el
publicano (Lc 18,9-14) o la del buen samaritano (Lc 10,25-27). En ellas se nos enseña,
86

respectivamente: la vigilancia ante la llegada del Reino, una cierta astucia necesaria para alcanzar lo realmente importante,
la insuficiencia del hombre ante Dios, el amor incondicional al hermano que sufre.

Parábolas sobre el reinado de Dios

Generalmente, comienzan con una fórmula como ésta:

EL REINO DE LOS CIELOS (DE DIOS) ES SEMEJANTE A...

Mc 4,26-29 × Una semilla y, como la semilla, el reino crecerá poco a poco, sin estrépito, pero con seguridad.

Mt 13,31-33 × Un grano de mostaza o la levadura en la masa: el origen del reino es humilde, pero llegará a hacerse grande y
manifestarse al exterior.

Mt 22,1-13 × Un banquete de bodas al que todos están invitados a participar como hermanos.

Mt 12,44-46 × Un tesoro escondido, una perla de gran valor; a fin de conseguirlos, vale la pena dejar todo lo demás.

Mt 1 3,24-30 y36-43 × Un hombre que sembró buena semilla en el campo, pero su enemigo fue detrás de él y sembró
cizaña encima.

Mt 13,47-50 × Una red que recoge toda clase de peces; al final se recogen los buenos y se tiran los malos. Mt

18,23-35 × Un rey que quiso ajustar cuentas con sus súbditos y les perdonó lo que debían.

Mt 20,1-16 × Un propietario que salió a contratar jornaleros para trabajar en su viña.

Mt 25,1-12 × Unas doncellas que, por la noche, tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo.

Los milagros

Toda la crítica admite que Jesús realizó en vida acciones que sus contemporáneos entendieron como milagrosas. Esto no
indica que Jesús haya querido manifestarse como Hijo de Dios rompiendo las leyes de la naturaleza. No. Los milagros de
Jesús son signos de la presencia del Reino. La palabra milagro no es frecuente en el Nuevo Testamento. A veces, cuando
se usa, se hace en sentido crítico: <<Si no veis signos y milagros, no creéis>> (Jn 4,48). Las actuaciones maravillosas de
Jesús son, sencillamente, signos de que el Reino de Dios está llegando, de que la actuación de Dios es inminente. Cuando
Jesús cura, multiplica los panes, lo que hace es mostrar lo que el Reino de Dios significa: que la salvación ha llegado a los
enfermos, a los pobres, a los hambrientos.

Palabras de Jesús sobre los milagros

Muchas de las expresiones adoptan, en primer lugar, una línea exorcista y liberadora del espíritu del mal: <<Si por el
Espíritu de Dios expulso los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios>> (Mt 12,28; Lc 1,20). Cuando los
apóstoles vuelven de su misión, se dirigen a Jesús, llenos de alegría, exclamando: <<¡Señor, hasta los demonios se nos
someten en tu nombre!>> Y Jesús les contesta: <<Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo>> (Lc 10,18). Y, ante los
emisarios de Herodes, dice: <<Yo expulso demonios y llevo a cabo
87

curaciones hoy y mañana>> (Lc 13,32). La fuerza de Dios prevalece sobre el espíritu del mal que impedía la
manifestación del Reino de Dios.

Otras palabras de Jesús referidas a los milagros son signo de la presencia del Mesías de Dios entre los más pobres y
necesitados. Así, cuando los enviados de Juan preguntan a Jesús: <<¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a
otro?>> Jesús les responde: <<Id y contad a Juan lo que veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan
limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la buena nueva; ¡y dichoso el que no se
escandaliza de mí!>> (Mt 11,3-6; Lc 7,20-23). Sus palabras reflejan un anuncio liberador. Dios se hace causa de los más
débiles.

Un tercer grupo de sentencias de Jesús presentan los milagros como una invitación a la conversión. Tal es el caso de las
ciudades de Corozain, Betsaida y Cafarnaúm. Si Tiro y Sidón o la misma Sodoma hubieran presenciado semejantes signos
se habrían convertido; y, en el caso de Sodoma, aún subsistiría el día de hoy (Mt 11,20-24; Lc 10,13-15). Y, en sus
polémicas con los responsables judíos, afirma: <<No se les dará otro milagro que el de Jonás>> (Mt 12,38).

Los relatos de milagros

Los relatos de los milagros siguen modelos literarios reconocidos por la tradición religiosa del ambiente. Los de curación
presentan, más o menos, este esquema:

- Introducción. Se presenta el caso del enfermo, como el de una persona sin esperanza de curación por los medios normales
y habituales.

- Encuentro con Jesús. Este corresponde con gestos y palabras eficaces a la petición del enfermo.

- Conclusión-despedida. Se registra la curación realizada y se expresa la reacción del curado y de los testigos.

Además del esquema de los relatos hay que tener en cuenta su función dentro de la estructura y finalidad del evangelio
donde son contados. Marcos ve en los milagros una manifestación del poder salvador de Dios por medio de Jesús. Mateo,
una llamada a la fe perseverante y activa en Jesús. Lucas presenta los milagros como signos de salvación que se realizan en
Jesús. Juan escoge algunos para fundamentar la fe de los destinatarios de su evangelio.

Según esto, se puede hablar de tres aspectos en los relatos de los milagros de Jesús:

- Una relación personal de fe entre Jesús y el destinatario del milagro. Por eso, el gesto milagroso es inseparable de la
persona de Jesús y de su mensaje salvador.

- Los milagros revelan el poder de Jesús. Este interviene con su fuerza liberadora en situaciones humanas de extrema
miseria y alienación.

- Manifiestan la autoridad-potencia de Jesús en favor de los necesitados. A pesar de este poder y autoridad, sigue intacta la
libertad de adhesión o rechazo por parte de quien tiene experiencia de los milagros. El fracaso popular de Jesús y la crisis
final de los discípulos pueden ser buena prueba de ello.
88

El significado de los milagros de Jesús

Los gestos milagrosos de Jesús se sitúan en un ambiente cargado de esperanza religiosa que alentó los anhelos de una
intervención liberadora de Dios en la historia de su pueblo. Serían, en este sentido, la actualización de los prodigios del
Éxodo. El pacto y la alianza no están rotos; Dios sigue siendo fiel. El milagro, la intervención de Dios en favor del pueblo,
lo justifican plena y concretamente. Dios sigue con su pueblo.

Los hechos prodigiosos son buscados y esperados por la gente como signos de la intervención de Dios. Pero la mayoría de
ellos acontecen en Galilea, donde encontraron terreno fecundo en los grupos populares que llevaban en su carne el peso de
la esclavitud romana. Debido a esto, las acciones de Jesús suscitaron una noble reacción: favorable y entusiástica en el
pueblo y recelosa y hostil en los representantes oficiales del judaísmo. Y aquí radicó la ambivalencia de los milagros.
Cuando el signo pueda ser interpretado ambiguamente, Jesús lo aclarará oportunamente como en el caso de la
multiplicación de los panes (cf. Jn 6,15).

Por eso, los milagros no tendrán valor en sí mismos, sino como revelación de la presencia y acción salvadora de Dios, es
decir, como signos de la presencia del Reino de Dios.

Los milagros de Jesús www.metodologiamad.cl

Cura a enfermos: a la suegra de Pedro, a leprosos, a un paralítico, varios ciegos, a un sordomudo, a un epiléptico, etc. (Mt
8,2-15; 9,27-31; 20,29-34).

Cura a posesos o endemoniados (Mc 1,23-28; Lc 11,14-15).

Domina la naturaleza: cambia el agua en vino, realiza la pesca milagrosa, camina sobre el lago, calma la tempestad, seca
una higuera, multiplica los panes. (Jn 2,1-11; Mc 8,22-25; Jn 6,3-15).

Devuelve la vida a los muertos: al hijo de una viuda, a la hija de Jairo, a su amigo Lázaro. (Lc 7,11-17; 80,40-42; 49-56; Jn
11,1-45).

La experiencia de Dios como Padre: el padrenuestro

Jesús tuvo, al estilo de los grandes maestros orientales, un grupo de seguidores. De entre ellos escogió doce discípulos
como signo del nuevo Israel que surgiría de la irrupción del Reino. Este grupo, liderado por Pedro, fue el que, tras su
muerte, recogió la herencia de Jesús con la conciencia de ser los testigos de la proeza liberadora que Dios había realizado
por medio de él.

49.- Las manifestaciones del amor cristiano.

El amor cristiano, del que habla San Juan en su Evangelio, es un amor concreto, explicó el Papa Francisco esta mañana en
la homilía de la Misa que presidió en la capilla de la Casa Santa Marta. Sobre este tema, precisó que este amor “¡no es el
amor de las telenovelas!

El Papa comentó que el amor no es solo algo bonito que sentir y clamó: "¡Miren que el amor del que habla Juan no es el
amor de las telenovelas! No, es otra cosa. El amor cristiano tiene siempre una cualidad: la concreción. El amor cristiano es
concreto”.
89

A partir de las palabras de la primera Carta de Juan, en la que el Apóstol insiste en repetir: “Si nos amamos unos a otros,
Dios permanece en nosotros y su amor es perfecto en nosotros”, el Santo Padre observó que la experiencia de la fe está
precisamente en este "doble permanecer".

"Nosotros en Dios y Dios en nosotros: esta es la vida cristiana. No permanecer en el espíritu del mundo, no permanecer en
la superficialidad, no permanecer en la idolatría, no permanecer en la vanidad. No, no: permanecer en el Señor. Y Él
retribuye esto: Él permanece en nosotros. Pero, primero, permanece Él en nosotros. Muchas veces lo echamos y nosotros
no podemos permanecer en Él. Es el Espíritu el que permanece".

“El mismo Jesús, cuando habla del amor, nos habla de cosas concretas: dar de comer a los hambrientos, visitar a los
enfermos y tantas cosas concretas. El amor es concreto. La concreción cristiana. Y cuando no hay esta concreción, se
puede vivir un cristianismo de ilusiones, porque no se entiende bien donde está el centro del mensaje de Jesús. Esta amor
no llega a ser concreto: es un amor de ilusiones, como estas ilusiones que tenían los discípulos cuando, mirando a Jesús,
creían que era un fantasma".

El "fantasma" es el que precisamente -en el pasaje del Evangelio de hoy- los discípulos ven asombrados y temerosos venir
hacia ellos caminando sobre el mar. Pero su estupor nace de una dureza de corazón, porque -dice el mismo Evangelio- "no
habían entendido" la multiplicación de los panes sucedida poco antes.

Francisco insistió luego: "si tú tienes el corazón endurecido tu no puedes amar y piensas que el amor es eso de imaginarse
cosas. No, el amor es concreto". Y esta concreción, añade, se funda sobre dos criterios: ‘"Primer criterio: amar con las
obras, no con las palabras. ¡Las palabras se las llevó el viento!’. Hoy están, mañana no están”.

“Segundo criterio de concreción es: en el amor es más importante el dar que el recibir. El que ama da, da... Da cosas, da
vida, da sí mismo a Dios y a los demás. Sin embargo, quien no ama, quien es egoísta, siempre busca recibir, siempre
buscar tener cosas, tener ventajas. Permanecer con el corazón abierto, no como estaba el de los discípulos, cerrado, que no
entendían nada: permanecer en Dios y Dios en nosotros; permanecer en el amor".

IV ECLESIOLOGÍA

La Iglesia fundada por Jesucristo y animada por el Espíritu Santo.

Fundamentación bíblica y magisterial de la Iglesia como sacramento de Jesucristo y de la salvación.

50.- Relación lógica de la misión de la Iglesia con la misión de Jesús.

FUNDAMENTO ECLESIOLOGICO DE LA MISIÓN

Buscamos comprender mejor cuál es la misión de la Iglesia y cuál nuestra propia misión en la Iglesia. Comprender
cómo realizarla en y desde la Iglesia. Como referencias, tomaremos lo que Jesús mismo nos ha dicho
90

sobre la Iglesia y sobre nuestra misión; lo que la Iglesia misma ha dicho sobre su misión en el mundo; y lo que nosotros
mismos sentimos respecto de nuestra propia misión ( cf. misión y respuesta del apóstol: Mt 28, 19).

LA IGLESIA DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPIRITU SANTO

La comunión trinitaria es la fuente, el motor, el fin de la vida y de la misión de la Iglesia. ·

Ella vive y obra en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; nos conduce al Padre por el Hijo en el Espíritu; da
gloria al Padre por Cristo en el Espíritu. ·

Todo su ser y misión depende del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

LA IGLESIA DE JESUCRISTO

Jesucristo es: enviado - mediador; revelador - guía; Dios hecho hombre - salvador ·

El vive en la Iglesia, es su esposo, la hace crecer por el Espíritu Santo y a través de ella cumple su misión. ·

La Iglesia responde a la misión de Jesucristo mediante la "comunión y participación" en su plan de salvación. (RM 9b, 5c,
6a) ·

La Iglesia ha sido convocada y congregada por Jesucristo, en el Espíritu, para el Padre (LG. 1- 3; )

La Iglesia es:

Cuerpo de Cristo ·
pueblo de Dios ·
familia de Dios ·
templo de Dios ·
sacramento universal de salvación · Iglesia (RM 9a, 9b y 11c) La

misión de la Iglesia: comunión y participación Comunión:

llevar hacia el Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo; ·


unir a los hombres con Dios, para vivir su vida, su amor y su verdad; · transformarse
y transformar en El (ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí...)

Participación:

recibir la vida nueva y los demás dones de Dios;


unirse a su acción salvadora: dar lo recibido y ser signo e instrumento suyo.

SACRAMENTO UNIVERSAL DE SALVACIÓN

Iglesia - misterio: Signo e instrumento de Jesucristo. Signo de su presencia y de su acción salvadora:


91

El vive en ella, ella es la primera que ha participado en la salvación y la que muestra la presencia y la obra del Salvador; ·
Instrumento de Jesucristo mediante el cual El sigue realizando su misión salvadora;
Jesucristo realiza la voluntad del Padre, por el Espíritu Santo, mediante la Iglesia para el mundo entero. Iglesia -

comunión:

ella vive la comunión con su Salvador y congrega a la humanidad para que entre en comunión con el Dios Salvador; ·
ante todo con la vida y el testimonio, anuncia la vida nueva que se recibe en la comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu
Santo; ·
ella congrega en torno a Jesucristo para que se viva en "comunidades", con un solo corazón y una sola alma; ·

La Iglesia da impulso a la evangelización se da a través de la vivencia concreta de "comunidades eclesiales vivas, dinámicas
y misioneras" (RM 26; Santo Domingo 54).

Iglesia - misión: Iglesia "misionera":

ella ha recibido la misión de ir a evangelizar y, así, está puesta para colaborar a Jesucristo en este servicio salvador al mundo
entero; ·
en el envío a los Apóstoles, fuimos enviados todos a evangelizar; ·
la misión de la Iglesia es universal: hacia todas las gentes, en todos los tiempos, hasta las raíces, para todos y con todo el
poder de Dios.

LAS TAREAS QUE COMPRENDE ESTA MISION SON:

1. el anuncio de Jesucristo y su Evangelio (RM 12a y 20a);


2. la formación y maduración de comunidades eclesiales (RM 26b y 20c).
3. la promoción humana y la encarnación de los valores evangélicos (RM 43 b y 20d

NUESTRA MISION EN LA IGLESIA: www.metodologiamad.cl

Para la Iglesia y para cada uno es un derecho-deber de la Iglesia evangelizar (RM 86)

Todos y cada uno estamos enviados a evangelizar, a todas las gentes y siempre. Estamos llamados a vivir la comunión y
participación en diversos niveles eclesiales (RM 48 y ss):

la Iglesia Particular ·
la parroquia ·
las comunidades eclesiales locales: la familia, la comunidad eclesial de base, otras comunidades eclesiales.

Dentro de la misión única y universal de la Iglesia (RM 39a), todos y cada uno tenemos nuestra propia misión:

Dentro del cuerpo somos partes; dentro del pueblo de Dios somos miembros; dentro del Templo de Dios somos piedras
vivas; dentro de la Familia Eclesial somos hijos; dentro de la Iglesia tenemos el derecho-deber de evangelizar a todas las
gentes.
92

Somos signo de la presencia y de la acción del Salvador.

Vivimos en comunidades eclesiales vivas, dinámicas y misioneras.


Somos instrumentos, misioneros, de Jesucristo para comunicar su verdad, amor y vida nueva.
Dentro de los diversos ministerios y servicios eclesiales, somos evangelizadores y animadores misioneros. Estamos
llamados a dar un especial impulso a la misión Ad gentes y a la nueva evangelización

Hemos de vivir y promover intensamente la comunión y participación en comunidades eclesiales vivas, dinámicas y
misioneras. Nos comprometernos en la evangelización universal dando prioridad a la evangelización de los no cristianos,
tanto de nuestro ambiente como del mundo entero.

MARÍA

Madre de Dios
nuestra madre en la Iglesia
nuestra modelo, pedagoga y compañera en nuestra misión.

CONCLUSION

La misión de la Iglesia y nuestra propia misión se fundamentan en la comunión y participación de la Verdad, el Amor y la
Vida de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. ·

Recibimos nuestra misión en la Iglesia, la cumplimos en comunión y participación de Iglesia y desde ella vamos como
enviados a evangelizar a todas las gentes en el mundo entero. ·

La misión es la que renueva nuestra identidad cristiana, nos devuelve nuestro entusiasmo, nos ayuda a superar las
dificultades en nuestra comunidad y nos hace participar en la salvación de Jesucristo.

51.- Características de unidad, catolicidad, apostolicidad y santidad de la Iglesia

“Catolicidad no expresa solo una dimensión horizontal; expresa también una dimensión vertical: solo dirigiendo la mirada
a Dios, solo abriéndonos a Él podemos llegar a ser verdaderamente una sola cosa”. “Catolicidad significa universalidad-
multiplicidad que se convierte en unidad; unidad que permanece no obstante como multiplicada”.

Recordando al apóstol de gentes “de la palabra de Pablo sobre la universalidad de la Iglesia hemos visto que hace parte de
esta unidad la capacidad de los pueblos de superarse a sí mismos, para mirar hacia el único Dios. La unidad de los
hombres en su multiplicidad se ha vuelto posible porque Dios, este único Dios del cielo y de la tierra, se ha mostrado a
nosotros; porque la verdad esencial sobre nuestra vida, sobre nuestro “¿de dónde?” y “¿hacia dónde?”, se ha vuelto visible
cuando Él se ha mostrado a nosotros y en Jesucristo nos ha hecho ver su rostro, a sí mismo. Esta verdad sobre la esencia
de nuestro ser, sobre nuestro vivir y sobre nuestro morir, verdad que por Dios se ha vuelto visible, nos une y nos hace ser
hermanos”.
93

“Catolicidad y unidad van juntos. Y la unidad tienen un contenido: la fe que los Apóstoles nos han transmitido de parte de
Cristo… El hecho que catolicidad y unidad se hagan visibles a nosotros en las figuras de los santos Apóstoles nos indica
ya la característica sucesiva de la Iglesia: esta es apostólica”.

“La Iglesia- continuó- es apostólica porque confiesa la fe de los Apóstoles y busca vivirla. Los Apóstoles y sus sucesores
deberían estar siempre con su Señor y así, donde vayan, estar siempre en comunión con Él y vivir de esta comunión”.

Finalmente, sobre la santidad de la Iglesia. “no es santa por sí misma; consiste de pecadores, lo sabemos y lo vemos todos.
Sin embargo, esta es siempre santificada nuevamente por el amor purificador de Cristo. Dios no solo ha hablado: nos ha
amado muy realmente, amado hasta la muerte del propio Hijo”. Característica: Acción del Espíritu Santo en la Iglesia.

52.- Los dones del Espíritu Santo y su alcance en la vida del cristiano.

El Propósito de los Dones del Espíritu es la utilidad

El propósito de los diferentes dones del Espíritu es la utilidad. Pablo les dice que no les ha escondido nada de lo que podía
serles útil, ventajoso (Hch.20:20).

En la epístola de Corintios, utiliza varias veces este dicho: “Todo me es lícito, pero no todo es útil” (1Co.6:12; 10:23);
“esto lo digo para vuestro provecho...para lo que os será útil” (1Co.7:35), “no procurando mi propio beneficio”
(1Co.10:33).

Tomando estas enseñanzas vemos que el creyente que ejercita su don, por pequeño que éste sea, participa en la obra de
construcción y nueva creación del mundo que tiene que venir y que está prefigurado por la iglesia.

La utilidad de un don es el criterio de su realidad. En 1Co.14:12, el apóstol repite el mismo pensamiento sustituyendo el
concepto de utilidad por el de edificación (Ef.4:12). Por gracia, Dios nos da a cada uno la prioridad de desempañar una
función en nuestra comunidad. Se puede decir entonces que el don es algo que se recibe personalmente y que está a la
disposición de la comunidad.

Dios reparte los dones soberanamente

La soberanía de Dios en la elección del don y del beneficiario se ve varias veces a lo largo del capítulo 11 de 1ra. Corintios:
“Repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (v.11), “Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de
ellos en el cuerpo, como él quiso” (v.18), “Dios ordenó el cuerpo...”(v.24). “Y a unos puso Dios en la iglesia ... (v.28,
Ef.4:7,11).

Pablo cambia completamente la perspectiva y las ambiciones religiosas de los corintios. Ellos quieren “poseer” ese o
aquel don. No obstante es sólo Dios quien dispone de todos los dones y quien “cumple todo en todos”...

Podemos aspirar a tener dones, pero es Dios quien decide si quiere dárnoslo o no. Esta soberanía de Dios nos descarga de
cualquier tentación de orgullo y al mismo tiempo del sentimiento de frustración, también nos libera de la búsqueda
desenfrenada de ciertos dones, podemos orar al Señor y luego pensar: “Si he orado a Dios para que ÉL me dé los dones
que ha reservado para mí, si estoy dispuesto a recibir cualquier don que Dios quiera
94

concederme, para que contribuya a su gloria, a la edificación de los demás y sea útil a la comunidad, mi corazón está
tranquilo, Dios lo hará a su debido momento.

La diversidad de dones está organizada

En el cuerpo humano, la diversidad de funciones y la unidad están asociadas. A través de esta imagen el apóstol introduce
la noción de organización: los distintos dones no se ejercen de forma anárquica, están coordinados los unos con los otros y
son interdependientes. La importancia de un don no se mide por sus resultados visibles. (¡Cuantos órganos invisibles
tienen una función primordial en nuestro cuerpo!).

Los complejos de inferioridad y de superioridad son los que dañan la armonía del crecimiento de la iglesia no permitiendo
la ejecución de los mismos, y dañando a aquellas personas con su desprecio. En cambio, la armonía se consigue cuando se
da más honor a los que no tienen (v.24) y cuando se comparten las penas y las alegrías de cada uno de los miembros.

¿Son permanentes los dones en la iglesia? www.metodologiamad.cl

Los dones recibidos, cualquiera sean estos son permanentes en la vida de cada cristiano. En Ro.12:4 Pablo establece la
analogía entre el cuerpo físico como clave hermenéutica para entender los dones del Espíritu. Si los dones espirituales son
al Cuerpo de Cristo lo que las manos al cuerpo físico, no hay duda alguna que una vez que se tiene un don, este se
conserva. Podemos contar con ellos ya que nos ayudan a realizar planes en nuestro diario vivir.

Los Beneficios de los Dones Espirituales

Los cristianos que conocen sus dones encuentran su lugar en la iglesia con más facilidad y desarrollan una autoestima
sana. Aprenden que sea cual sea su don, son importantes para Dios y para el Cuerpo. Los complejos de inferioridad
desaparecen al comenzar a pensar de manera más sobria sobre ellos mismos.

Las personas que conocen sus dones espirituales aman a Dios y aman a sus hermanos, se aman a sí mismos por lo que
Dios les ha hecho ser. No están orgullosos de sus dones sino agradecidos. Trabajan junto con sus hermanos en el Cuerpo en
armonía y de modo eficiente.

El conocer los dones espirituales no sólo ayuda a los cristianos individualmente, sino ayuda a la iglesia en su conjunto.
Efesios 4 nos dice que cuando los dones espirituales están operando, todo el cuerpo madura. Ayudan al cuerpo a “ser un
varón perfecto” no ya “niños fluctuantes.” (Ef.4:13-14.)

Cuando el Cuerpo funciona bien, concertado y unido...recibe su crecimiento para ir edificándose en amor (Ef.4:16).

Lo más importante es que conociendo los dones espirituales glorificamos a Dios. 1ra.de Pe.4:8-11 advierte a los cristianos
que usen los dones espirituales de la siguiente forma:

* Menciona estos dones en el marco de una exhortación al amor (v.8) que se manifiesta concretamente en la práctica de la
hospitalidad (v.9).
* Relaciona los carismas a la multiforme gracia de Dios.
* Cada uno ha recibido un don.
95

* El don recibido es recibido para servir a los demás.


* Las gracias de Dios son diversas.

Además también menciona:


* Que somos administradores, gerentes de las gracias recibidas esto nos recuerda las parábolas de los talentos y de las
minas, y otras palabras de Jesús (Lc.12:48b).
* Que Dios nos da las fuerzas necesarias para poder realizar el ministerio que nos confía.
* El objetivo final al usar estos dones es “que en todas las cosas Dios sea glorificado por Jesucristo”.

LO QUE NO SON DONES

No son talentos naturales

Cada ser humano, por haber sido hecho a la imagen de Dios, posee ciertos dones espirituales y hay una evidente
diferencia en los grados y variaciones de los talentos naturales.

Los talentos son las características que identifican a cada persona en su personalidad. El tener talentos naturales no tiene
nada que ver con ser cristiano o miembro del cuerpo de Cristo. Muchos ateos tienen talentos naturales y son soberbios
porque lo poseen, y los utilizan para fines propios y egoístas.

Los dones espirituales están reservados únicamente a los cristianos y no deben ser considerados como talentos naturales
consagrados. Dios puede tomar un talento natural de un no creyente y cuando éste entra en el Cuerpo de Cristo, lo
transforma en un don espiritual. Pero incluso en un caso así el don espiritual es algo más que un talento natural
sobrealimentado, porque siendo dado por Dios, un don espiritual no puede ser la duplicación de algo.

No son el Fruto del Espíritu

El fruto del Espíritu es el resultado natural, esperado del crecimiento del cristiano, su madurez, su asemejarse a Cristo, su
plenitud en el Espíritu Santo. Todos los cristianos tienen la responsabilidad de crecer en la fe, y en desarrollar el fruto del
Espíritu.

El fruto no se descubre como los dones, sino que se desarrolla por medio del andar con Dios y cediendo al Espíritu Santo.
Mientras que los dones espirituales definen lo que el cristiano hace, los frutos del Espíritu ayudan a definir lo que el
cristiano es.

El fruto del Espíritu es un requisito para el ejercicio efectivo de los dones espirituales. Los dones sin el fruto no valen
nada, son como un neumático sin aire. Mientras los dones son orientados a una tarea, el fruto es orientado hacia Dios.

No son los Deberes o Papeles Cristianos

Es primordial saber distinguir a los dones del Espíritu y los deberes cristianos. Los deberes son ligeramente distintos del
fruto del Espíritu, lo cual implica el “hacer” mas que “el ser”. Ejemplificando puedo decir que el principal papel del
cristianismo es la fe (Ef.3:17-19), y que sin ella es imposible agradar a Dios (Heb.1l:6). En otras palabras, el estilo de vida
de cristiano sin excepción debe ser caracterizado, día tras día, por la fe. Pero por
96

encima de esto, la fe es un don especial dado por Dios. Es decir, el don de la fe es mucho más que el fruto de la fe que
vemos en los cristianos corrientes.

Existe el don de la hospitalidad, sin embargo todos tenemos “el deber” de hospedar a alguien en diferentes oportunidades.

La oración es un deber y un privilegio de cada cristiano. Este es otro de un deber cristiano. Uno no necesita el don de la
intercesión para hablar con Dios. De la misma manera, otros tienen el don de servir, pero todos los cristianos deben servir
los unos a los otros (Ga.5:13).

Ahora bien, el hecho de no tener un don específico no es excusa para cometer permanentes pecados, ya que cada cristiano
necesita estar preparado para ejercer cualquier deber en el caso de necesidad o urgencia.

53.- La diversidad de carismas y espiritualidades como riqueza para el pueblo de Dios.

Los carismas en la Iglesia

Los movimientos y asociaciones eclesiales testimonian ante el mundo la riqueza de los dones que el Espíritu derrama para
el enriquecimiento del Pueblo de Dios. «Cristo ha dotado a la Iglesia, su Cuerpo, de la plenitud de los bienes y medios de
salvación; el Espíritu Santo mora en ella, la vivifica con sus dones y carismas, la santifica, la guía y la renueva sin cesar».

La palabra carisma -que viene del griego charis y se traduce por gracia- expresa la realidad de un don gratuito que nos es
dado por obra del Espíritu Santo en orden a la edificación de la Iglesia. «Sean extraordinarios, sean simples y sencillos, los
carismas -señala el Papa Juan Pablo II- son siempre gracias del Espíritu Santo que tienen, directa o indirectamente, una
utilidad eclesial, ya que están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del
mundo». Estos dones o carismas «son la fuente de toda genuina experiencia asociativa».

Los carismas pueden ser muchos y muy distintos, aunque todos tienen el mismo origen. Como dice San Pablo:
«Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo» (1 Cor 12,4). No existe un número determinado de ellos;
surgen siempre en función de las necesidades del Pueblo de Dios. Por esta razón San Pablo ofrece diversas listas de
carismas (cf. Rm 12,6-8ss; 1 Cor 12,8-10.28-30).

En el Concilio Vaticano II se explicitó y desarrolló el sentido e importancia de los carismas para el Pueblo de Dios. En sus
documentos se señala con toda claridad que el Espíritu Santo no sólo santifica y edifica a su Iglesia mediante los
sacramentos y los ministros, sino que «también reparte gracias especiales entre los fieles de cualquier estado o condición»
(108). Se trata de edificar el Cuerpo de Cristo en un proceso de distribución de dones que se da dentro de una armonía en
medio de la pluralidad y complementariedad de funciones y estados de vida. Todo carisma, explica San Pablo, debe
vivirse en unidad y armonía con los restantes carismas (cf. 1 Tes 5,12.19-21; 1 Cor 3,8). En la Apostolicam actuositatem
se dice: «Para ejercer este apostolado, el Espíritu Santo opera la santificación del Pueblo de Dios por el ministerio y los
sacramentos, concede también dones peculiares a los fieles (cf. 1 Cor 12,7), "distribuyéndolos a cada uno según quiere"
(1Cor 12,11), para que todos, "poniendo cada uno la gracia recibida al servicio de los demás", sean "buenos
administradores de la multiforme gracia de Dios" (1 Pe 4,10), en orden a la edificación de todo el cuerpo en el amor (cf.
Ef 4,16)».

La pluralidad y la diversidad de miembros y estilos de vida en la Iglesia es expresión del único Cuerpo de Cristo. Y esta
pluralidad es posible y legítima solamente a partir de la unidad del Cuerpo y en cuanto tiende a su unidad,
97

de modo que todas las particularidades existan en función de las otras y para la totalidad del Cuerpo. Así pues, la variedad
de los carismas no pone en peligro la unidad, antes bien la fortalece.
El Espíritu Santo no sólo es principio de permanente renovación en orden a la santidad, sino que es también fundamento
de unidad y comunión.

La Iglesia, sabemos bien, es una, santa, católica y apostólica. Al interior de ella se da una rica variedad que contribuye al
fortalecimiento de la comunión en la unidad de la fe. Desde la singularidad de cada carisma se construye y fortalece la
comunión. «La comunión en la Iglesia no es pues uniformidad -señala el Papa Juan Pablo II-, sino don del Espíritu que
pasa también a través de la variedad de los carismas y de los estados de vida. Éstos serán tanto más útiles a la Iglesia y a
su misión, cuanto mayor sea el respeto de su identidad. En efecto, todo don del Espíritu es concedido con objeto de que
fructifique para el Señor en el crecimiento de la fraternidad y de la misión». Los carismas se fundamentan en la caridad y
tienen a ésta como regla suprema (cf. 1 Cor 13,2; Ga 5,22). En ese sentido es útil tener siempre presente aquel axioma
agustiniano: «En lo necesario unidad, en la duda libertad, en todo caridad».

Aunque los carismas se otorgan a personas concretas, pueden ser participados y vividos por otros. De ahí que se pueda
hablar del carisma de una determinada asociación . La vida asociada se inicia cuando el Espíritu inspira a unas personas la
formación de una comunidad que asume características propias en respuesta a los signos de los tiempos. Estas personas
que el Paráclito convoca son los fundadores y fundadoras. Todas las comunidades y asociaciones eclesiales a lo largo de
la historia han tenido su comienzo en la respuesta de personas concretas a la gracia que el Espíritu derramó en ellos. «El
carisma mismo de los fundadores se revela como una experiencia del Espíritu (cf. S.S. Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 11),
transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en
sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne». Los carismas, una vez que han sido reconocidos por la
autoridad eclesial, encuentran una forma de institucionalización jurídica y dan origen a servicios y formas de vida estable.

Por otro lado, los carismas no se refieren únicamente a la vida privada de los fieles; tienen siempre una resonancia
comunitaria. «A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común» (1 Cor 12,7). A lo largo de la
historia de la Iglesia se han suscitado movimientos y fermentos colectivos que han puesto de manifiesto la presencia del
Espíritu Santo guiando y renovando a la Iglesia. Los carismas infundidos han generado en las comunidades una singular
capacidad de lectura de los signos de los tiempos a la vez que un impulso a dar respuesta a los desafíos de cada momento y
circunstancia. El florecimiento de nuevas formas de vida asociada en los tiempos actuales claramente evidencia la presencia
dinamizadora del Espíritu en la Iglesia. Los movimientos y asociaciones eclesiales son una de las significativas
expresiones de esta presencia carismática en la vida del Pueblo de Dios que peregrina en nuestro tiempo.

El discernimiento de los carismas www.metodologiamad.cl

En la porción del Pueblo de Dios encomendada a su cuidado pastoral, el Obispo es principio y fundamento visible de
comunión y unidad en la fe, en la caridad y en el apostolado, por virtud del don del Espíritu Santo que ha recibido. Para
ello es dotado de una potestad de gobierno ordinaria, propia e inmediata, que ejerce directamente sobre todos los fieles de
la Iglesia particular, individual o asociadamente, ya sean clérigos, consagrados -en sus diversas expresiones- o laicos.

Corresponde a los Obispos discernir la autenticidad de los diversos carismas. Como se indica en la Lumen gentium, «el
juicio acerca de su autenticidad y la regulación de su ejercicio pertenece a los que dirigen la Iglesia. A ellos compete sobre
todo no apagar el Espíritu, sino examinarlo todo y quedarse con lo bueno (cf. 1 Tes 5,12 y 19-21)» (117). A los Obispos les
compete el ministerio de discernir los carismas, así como confirmarlos según la fe de la Iglesia. Este discernimiento
siempre es un paso necesario, tanto para comprobar que sean dones del
98

Espíritu Santo, como para velar por que sean ejercidos en fidelidad a la fe de la Iglesia, pues precisamente la vida asociada
está ordenada a la misión de la Iglesia .

No siempre, sin embargo, es fácil realizar este discernimiento. Es necesario tener en cuenta que el Espíritu Santo sopla
donde quiere y como quiere (cf. Jn 3,8 y 1 Cor 12,7), y que lo hace además en relación a circunstancias históricas
concretas. La acción del Espíritu no puede ser encuadrada en un determinado patrón, ni reducida a un determinado estilo.
De allí precisamente la legítima pluralidad de espiritualidades y estilos que existen en la unidad de la Iglesia.

La novedad del carisma trae también en ocasiones dificultades para su comprensión y discernimiento. «Todo carisma
auténtico lleva consigo una carga de genuina novedad en la vida espiritual de la Iglesia, así como de peculiar efectividad,
que puede resultar tal vez incómoda e incluso crear situaciones difíciles, dado que no siempre es fácil e inmediato el
reconocimiento de su proveniencia del Espíritu».

Las diversas dificultades que en algunos casos se pueden presentar hacen tanto más importante y delicado el proceso de
discernimiento, exigiendo por su misma naturaleza que se ponga en él una especial atención y reverencia. Sólo una
auténtica apertura a la acción del Espíritu, en una actitud y un clima de oración, permiten las condiciones para un recto y
fructuoso discernimiento. Se ha de cultivar también la sensibilidad para percibir los signos de los tiempos en atención a
las cambiantes circunstancias en medio de las que peregrina la Iglesia y se manifiesta el divino Plan. La presencia de los
frutos que confirman el origen de una obra en el Espíritu Santo es, asimismo, característica fundamental del
discernimiento y confirmación del mismo: «Por sus frutos los conoceréis» (Mt 7,16).

Este servicio de discernimiento de la eclesialidad de las manifestaciones de apostolado y vida cristiana asociada es una
responsabilidad irrenunciable de la Jerarquía. «Los Pastores en la Iglesia no pueden renunciar al servicio de su autoridad,
incluso ante posibles y comprensibles dificultades de algunas formas asociativas y ante el afianzamiento de otras nuevas,
no sólo por el bien de la Iglesia, sino además por el bien de las mismas asociaciones laicales».

Junto con el proceso de discernimiento de los carismas también les corresponde a los Obispos el servicio de fomentar y
promover el apostolado asociado en sus diversas expresiones, pues la Iglesia aprecia «todas las formas de apostolado». En
esta tarea al Pastor le compete una atención especial a las asociaciones cuyo carisma ha sido reconocido y aprobado.
Forma parte de su ministerio protegerlas y acompañarlas con su autoridad y cuidado pastoral alentándolas a la fidelidad al
propio carisma. El Obispo, en virtud de su propio ministerio, es responsable del crecimiento en la santidad de todos los
fieles, en cuanto que es el principal dispensador de los misterios de Dios y perfeccionador de su grey según la vocación de
cada uno. Es claro, por lo demás, que al Obispo le ha sido confiado el cuidado de los diversos carismas. Así pues, el
discernimiento debe estar acompañado de la acogida, el aliento, la guía y la orientación pastoral, así como del estímulo a
un crecimiento de las asociaciones y movimientos eclesiales, según su estilo propio, en la comunión y misión de la Iglesia.

La Iglesia cuida que no sea obstaculizada la acción del Espíritu Santo. Igualmente expresa su respeto por la dignidad de
las personas convocadas por el Paráclito para recibir un carisma y para llevar una determinada forma de vida asociada en la
comunidad eclesial. Los Pastores sagrados se preocupan, igualmente, de comunicar los bienes espirituales de la Iglesia,
principalmente la Palabra de Dios y los sacramentos. Para todo ello los Pastores reciben una abundancia de especiales
dones del Espíritu Santo para poder obrar según el designio divino.

Los movimientos y asociaciones, por su parte, dan muestras de autenticidad eclesial sometiéndose con docilidad al
discernimiento de los Pastores, acogiendo con humildad sus orientaciones pastorales y dejándose guiar en la comunión de
la Iglesia y con su Pastor universal. De ahí que cuando se habla en el Magisterio de los movimientos
99

y asociaciones se explicite, como una señal inequívoca de su eclesialidad, la fidelidad a la comunión en la Iglesia bajo los
legítimos Pastores y el Magisterio universal.

Son aplicables a la realidad de las asociaciones y movimientos eclesiales no pocas de las orientaciones del documento
sobre la vida consagrada Mutuae relationis, dada la analogía de las diversas formas de vida asociada en la Iglesia. «La
caracterización carismática propia de cada instituto requiere, tanto por parte del fundador cuanto por parte de sus discípulos,
el verificar constantemente la propia fidelidad al Señor, la docilidad al Espíritu, la atención a las circunstancias y la visión
cauta de los signos de los tiempos, la voluntad de inserción en la Iglesia, la conciencia de la propia subordinación a la
sagrada Jerarquía, la audacia en las iniciativas, la constancia en la entrega, la humildad en sobrellevar los contratiempos».

Para que se lleve debidamente a cabo el proceso de discernimiento, las asociaciones y movimientos eclesiales deben hacer
conocer a la autoridad competente de manera precisa su existencia y su experiencia de vida cristiana asociada de modo que
ésta pueda examinar su naturaleza y la finalidad de los mismos, confirmar su autenticidad eclesial y valorar la oportunidad
de su reconocimiento jurídico. Es muy importante para ello el conocimiento de los Estatutos. Por reconocimiento jurídico
se debe entender una aprobación explícita de la autoridad eclesial competente.

Algunas asociaciones han solicitado y obtenido reconocimiento formal por parte de la Iglesia. Las autoridades
competentes para este reconocimiento jurídico en la Iglesia son: la Santa Sede para asociaciones internacionales; las
Conferencias Episcopales para las que operan a nivel nacional; el Obispo diocesano -o quien se le equipara en derecho-
para las que operan en su territorio. En el proceso de inserción en una Iglesia particular el Pastor debe tener presente tanto
el discernimiento de la Sede Apostólica, como el realizado por sus hermanos en el Episcopado. El reconocimiento de la
Santa Sede se extiende a toda la Iglesia universal.

Los Obispos cumplen un servicio sumamente importante discerniendo el carisma y animando a las asociaciones en su
desarrollo e inserción en la Iglesia particular. El gobierno pastoral del Obispo en la porción del Pueblo de Dios a él
encomendada cuida que sea respetada la justa autonomía de vida y de gobierno de las asociaciones y movimientos.
Asimismo procura que sean apreciadas y reconocidas las características propias y los diferentes modos de obrar, buscando
crear en todos la conciencia de que de esa rica pluralidad de dones se han venido produciendo abundantes frutos para el
Reino de Cristo.

Corresponde a los moderadores de cada comunidad determinar no sólo los aspectos de la vida interna sino también las
obras y proyectos que pueden asumir en fidelidad a su carisma e identidad. Esto vale también para los moderadores que
son laicos, a los que se les reconoce la capacidad general de ejercer el gobierno de la asociación a la que pertenecen .

La capacidad de gobierno y autonomía de vida que se reconoce a las asociaciones y movimientos eclesiales no resta en lo
más mínimo el debido reconocimiento de las orientaciones pastorales que el Obispo da para el gobierno de la Iglesia
particular a su cuidado, especialmente en lo referente al ejercicio del culto divino, la enseñanza de la fe y lo que se conoce
como la cura pastoral.

Por lo demás es claro, según el derecho de la Iglesia, que el consentimiento de un Obispo para constituir una asociación o
movimiento implica el derecho de los integrantes de estas instituciones a ejercitar sus obras propias, y a hacerlo según sus
métodos, espiritualidad, modo de proceder y disciplina propios. De ahí que no sea correcto pedirle a una asociación o
movimiento que asuma proyectos que no corresponden a su carisma, estilo y fines particulares. Como tampoco parece
correcto solicitarle a algún miembro de estas asociaciones eclesiales que asuma obras que lo aparten del vínculo que tiene
con su comunidad. Es oportuno, por ello, fijar siempre de común acuerdo -entre los Obispos y las asociaciones- los
términos del servicio y presencia en cada Iglesia particular. Este reconocimiento de una justa autonomía de vida y acción
de las asociaciones y movimientos eclesiales debe
100

integrarse adecuadamente con las exigencias de una comunión orgánica, según la naturaleza de la Iglesia, requerida por una
sana vida eclesial. www.metodologiamad.cl

La autonomía de vida a la que tienen derecho las asociaciones debidamente reconocidas está protegida y normada por su
derecho propio -es decir sus Estatutos y normas propias-. Este derecho interno brota de la experiencia eclesial de la
asociación o movimiento confirmada por la Iglesia. Una vez reconocido este derecho le corresponde al Obispo tutelar el
nuevo carisma. Para ello la autoridad competente aprueba unas normas o Estatutos que deben regir la vida de la asociación
tanto interna -gobierno, forma de vida, etc.- como externamente -su proyección y servicio apostólico-. La aprobación de
estos Estatutos es una garantía de eclesialidad y una forma de tutelar los derechos de la nueva asociación y de sus
miembros.

La presencia de María en el Misterio de Cristo.

54.- La importancia de María en la historia de la salvación y en la vida de la Iglesia.

El papel de María en el plan de salvación

Dios mismo quiso que María estuviera presente en la historia de la salvación. Cuando decidió enviar a su Hijo al mundo,
quiso que llegara a nosotros naciendo de una mujer (cf. Gálatas 4,4). De este modo, quiso que esta mujer, la primera que
acogió a su Hijo, lo comunicara a toda la humanidad.

Por tanto, María se encuentra en el camino que va desde el Padre a la humanidad como madre que nos da a todos al Hijo
Salvador. Al mismo tiempo, se encuentra en el camino que tienen que recorrer los hombres para ir al Padre, por medio de
Cristo en el Espíritu (cf. Efesios 2,18).

Cristo en María

Para comprender la presencia de María en el itinerario hacia el Padre, tenemos que reconocer con todas las Iglesias que
Cristo es «el camino, la verdad y la vida» (Juan 14, 6) y el único mediador entre Dios y los hombres (cf. 1Timoteo 2,5).
María está presente en la única mediación de Cristo y está totalmente a su servicio. De modo que, así como el Concilio
subrayó en la «Lumen gentium», «la misión maternal de María hacia los hombres, de ninguna manera obscurece ni
disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia» (n. 60). No estamos afirmando ni mucho
menos que el papel de María en la vida de la Iglesia está fuera de la mediación de Cristo o junto a ella, como si se tratara
de una mediación paralela o en competencia.

Como dije expresamente en la encíclica «Redemptoris Mater», la mediación materna de María «es mediación en Cristo»
(n. 38). El Concilio explica: «todo el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen en favor de los hombres no es exigido por
ninguna ley, sino que nace del Divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su
mediación, de ella depende totalmente y de la misma saca toda su virtud; y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata
de los creyentes con Cristo» («Lumen gentium», 60).

Es más, María, quien también fue redimida por Cristo, es la primera de los creyentes, pues la gracia que le concedió Dios
Padre al inicio de su existencia se debe a los «méritos de Jesucristo, Salvador del género humano», como afirma la bula
«Ineffabilis Deus» de Pío IX (DS, 2803). Toda la cooperación de María en la salvación está fundada en la mediación de
Cristo y está orientada esencialmente a hacer nuestro encuentro con Él más íntimo y profundo; «La Iglesia no duda en
reconocer abiertamente esta función subordinada de María, la experimenta
101

continuamente y la recomienda al amor de los fieles, para que, apoyados por esta ayuda materna, se unan más
íntimamente al Mediador y Salvador» (íbidem).

María en Cristo

María, en realidad, no quiere atraer la atención sobre su persona. Vivió en la tierra con la mirada puesta en Jesús y en el
Padre celeste. Su deseo más fuerte fue el de hacer que las miradas de todos convergieran en esta dirección. Quiere promover
una mirada de fe y de esperanza en el Salvador que el Padre nos envió.

Fue modelo de una mirada de fe y de esperanza sobre todo cuando, en la tempestad de la pasión del Hijo, conservó en el
corazón una fe total en Él y en el Padre. Mientras los discípulos turbados por los acontecimientos sintieron cómo su fe
quedaba profundamente sacudida, María, a pesar de sufrir por el dolor, mantuvo la certeza de que se realizaría la
predicción Jesús: «El Hijo del hombre... resucitará al tercer día» (Mateo 17, 22-23). Una certeza que no la abandonó ni
siquiera cuando acogió entre sus brazos el cuerpo sin vida del hijo crucificado.

Con esta mirada de fe y de esperanza, María alienta a la Iglesia y a los creyentes a cumplir siempre la voluntad del Padre,
que Cristo nos ha manifestado.

Cada generación de cristianos sigue escuchando el eco de las palabras dirigidas a los servidores durante el milagro de Caná:
«Haced lo que él os diga» (Juan, 2, 5).

Su consejo fue seguido cuando los servidores llenaron las tinajas hasta los topes. La misma invitación nos la dirige hoy a
nosotros María. Es una exhortación a entrar en el nuevo período de la historia con la decisión de hacer todo lo que Cristo
dijo en el Evangelio en nombre del Padre y que nos es sugerida actualmente por el Espíritu que habita en nosotros.

Si hacemos lo que nos dice Cristo, el milenio que comienza podrá asumir un nuevo rostro, más evangélico y más
auténticamente cristiano, y responder así a la aspiración más profunda de María.

Las palabras: «Haced lo que él os diga», mostrándonos a Cristo, nos recuerdan también al Padre hacia el que estamos en
camino. Coinciden con la voz del Padre que resonó en el monte de la Transfiguración: «Este es mi hijo predilecto...
Escuchadlo» (Mateo 17, 5). Este mismo Padre con la palabra de Cristo y la luz del Espíritu Santo nos llama, nos guía, nos
espera.

Nuestra santidad consiste en hacer todo aquello que nos dice el Padre. Aquí está el valor de la vida de María: el
cumplimiento de la voluntad divina. Acompañados y sostenidos por María recibimos con gratitud el nuevo milenio de las
manos del Padre y nos comprometemos a corresponder a su gracia con humilde y generosa entrega.

55.- Virtudes y actitudes que hacen de María un modelo de creyente.

Humildad de María.

La humildad es anonadarnos y confesar nuestra pequeñez en la presencia de Dios.


Que un pecador arrepentido se humille es un acto de justicia, pero que María lo haga, sin pensar en su alta dignidad, es un
prodigio de humildad. (San Bernardo)
Ella siempre tuvo presente que el Hijo, al cual había llevado en su seno, había sido reducido por este hecho al último
grado de abatimiento.
102

Tampoco olvidó las humillaciones que padeció este Dios salvador, el ejemplo del Hijo perfeccionó la humildad de la
madre.

El primer carácter de humildad de María era formar un concepto verdadero de sí misma; sin embargo al hallarse llena de
gracia, jamás pensó sobreponerse a ninguna criatura; pues la humildad es la verdad.
La Virgen estaba segura de no haber ofendido a Dios, pues en previsión de los méritos de Cristo, había sido preservada
del pecado original; del mismo modo conocía que ella había recibido más gracias que todas las criaturas juntas, porque un
corazón humilde considera los favores especiales. Al paso que la luz le descubría la infinita grandeza de Dios, la hacía
conocer más su propia bajeza.
Nunca hubo criatura más elevada y perfecta que María, porque nunca hubo una que fuese más humilde.
Es acto de humildad tener ocultas las gracias del cielo, María quiso ser tan humilde que hasta a San José quiso ocultarle la
gracia de ser la madre de Dios. www.metodologiamad.cl

Es acto de humildad no presumir de las gracias dadas por Dios. María quiso ser tan humilde que no le dijo a San José,
inmediatamente, que sería la madre de Dios.
Los que son humildes sirven a otros, María sirvió a Isabel por tres meses.
Los humildes no buscan ser ensalzados. Nunca se lee en el Evangelio que María se presentase en público, cuando Jesús era
recibido en triunfo, mas sí lo acompañó, incluso en el calvario.
Dada la corrupción de nuestra naturaleza, no hay virtud más difícil de practicar que la humildad. Por lo cual no podemos
ser hijos de María, si no somos humildes.

Fe y aceptación de la palabra de Dios.

Fe es un don de Dios que el Espíritu Santo nos comunica para iluminar nuestro entendimiento y animar nuestro corazón.
Es necesaria para la salvación del hombre la obediencia de la fe a las cosas sobrenaturales:
Para la gloria de Dios; porque es un medio de glorificarle y adorarle el creer los misterios que sobrepasan a la inteligencia.

Por razón de la misma naturaleza humana, pues es una ventaja ser conducido por la luz de la fe, pues donde la razón no
alcanza ahí comienza la fe.
Porque el fin para que el hombre ha sido creado es sobrenatural, el trascender hacia Dios.

Ella creyó el misterio de la Trinidad; el ángel le dijo que el niño que concebiría en su ceno, por gracia del Espíritu Santo,
sería Hijo del Altísimo y ella abriendo su corazón dijo: “He aquí la esclava del Señor…”; estas palabras unen al cielo con
la tierra, se da un paso más hacia nuestra salvación, pues Jesucristo toma entonces nuestra débil naturaleza.

María fue perpetua en su fe y constante en confesarla.


Llena de fortaleza no se apartó su Hijo durante la pasión y postrada ante la cruz le reconoció con la esperanza de la
resurrección. Por eso le decimos: “Oh, mujer, que grande es tu fe”. (Mt. 15,28)
Esta fe de María, firme en sus principios y constante en todas las pruebas, sea modelo en nuestra fe cuando sea
tambaleada por las tentaciones y dudas que nos presenta el enemigo para alejarnos del camino del Hijo de María. Con el
auxilio de la fe el hombre descubre el camino que Dios tiene para su salvación y este lo puede tomar libremente; si el
hombre es infeliz es porque no ha sabido hacer lo que Jesús nos dice en su Evangelio.
María propicia con su fe el primer milagro de Jesús, María sigue repitiendo hoy: “Hagan lo que Él les diga”. (Jn. 2,5)
103

Obediencia generosa de María.

María al conocer el plan de Dios, solo responde: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra” (Lc. 1,38)
Por orgullo decidimos no obedecer a otros, la obediencia a los hombres por respeto a Dios, es prueba de un corazón sumiso
a la voluntad Divina.
María desde su infancia se mostró obediente a la voluntad de sus padres, al desposarse con José, aunque ella era la reina
del cielo y la madre de Dios, decidió obedecer a un sencillo artesano.
Con resignación obedeció el edicto de Augusto, dejo su habitación y aunque estaba en vísperas de dar a luz, partió a Belén.
La ley exceptuaba a María de labores comunes a las mujeres, por ser la madre de Dios, pero ella las realizaba como un
deber para enseñarnos a respetar la ley.
La virtud de la obediencia es más sublime cuando obedecemos a alguien inferior a nosotros.
La obediencia impide los malos efectos del egoísmo y los errores a los que nos llevan los lazos del demonio. “La
obediencia es de gran mérito a los ojos de Dios, es cierta manera iguala los méritos de los mártires”. (Tomás de Kempis)
www.metodologiamad.cl

Caridad solícita de María.

María pronta a servir va a visitar a su prima Isabel. El


amor de María es el amor de Jesús.
El amor que Dios infunde a fin de que le amemos es el mismo que nos impulsa a amar a nuestro prójimo. “El que
ama al prójimo cumple toda la ley” (San Pablo)
¿No nos dio la prueba más grande de su amor al consentir ser la madre de nuestro Dios redentor?
Algunos creen amar a su prójimo porque no les desean algo malo, ¡Qué amor tan defectuoso!, el amor perfecto es
hacerles el bien, incluso a los que nos aborrecen y persiguen.
Una madre no tiene mayores enemigos que los que atormentan y dan muerte a su Hijo, María al pie de la cruz ruega a
Dios por los verdugos de su Hijo e implora la conversión, el perdón y la gracia de Dios para ellos.
Y a nosotros nos cuesta tanto perdonar la ofensa más ligera.
Jesucristo nos regaló como madre a la Virgen. Si una madre se interesa tanto por sus hijos, que no hará la Santísima
Virgen por nuestro bien.

Sabiduría reflexiva.

Hoy se ha perdido el amor al silencio y a la reflexión profunda, así el hombre no puede encontrarse con Dios ni consigo
mismo; María en la anunciación “se inquietó por estas palabras y pensaba que significaría aquel saludo” (Lc. 1,29) y ella
“guardaba todas estas cosas en su corazón”. (Lc. 2, 19); Así nos invita a no dejarnos llevar por los sentimientos sin antes
tener una reflexión profunda.
Cuando el ángel fue a anunciarle la encarnación, la encontró en oración.
Para que en corazón se a puro, los ojos deben de ser reservados, apartándonos de todo aquello que sabemos puede poner en
peligro nuestra pureza.
La gracia de Dios la podemos dejar actuar más fácilmente si voluntariamente evitamos caer en el riesgo de perderla.
Como María procuremos el silencio para poder así escuchar la voz de Dios en vez de la voz del mundo.
104

Piedad de María.

La piedad es tener la voluntad pronta y fervorosa por todo aquello que nos encamina al servicio de Dios. Después de que
el ángel le dio el anuncio a la Virgen, ella profundizó más en su recogimiento e hizo más fervorosa su oración.
Si no hubiera sido por la fuerza que le daba la oración que hacía, ella también hubiera muerto al estar al pié de la cruz.
María es modelo en todos los estados; enseña a las vírgenes el amor que deben tener a la virginidad y el cuidado con que
deben conservar este precioso tesoro, a las casadas, la obediencia y respeto a su santo esposo y a las viudas el espíritu de
recogimiento, retiro y oración.
La verdadera devoción no consiste solamente en sentir consuelo, gusto y atractivo por las cosas espirituales, sino una
voluntad dispuesta a entregarse a Dios haciendo el bien en la práctica de las virtudes en cada momento de nuestra vida
ordinaria; así también lograremos mantener, conservar y aumentar nuestra piedad.

Paciencia y fortaleza en el destierro y en el dolor:

María con fortaleza afronta las penalidades, no duda en huir a Egipto por su hijo, permanece firme en el dolor. Ejemplo de
paciencia y serenidad.
La paciencia nos hace soportar con resignación y calma los males de esta vida, persecuciones, injurias, pérdida de bienes,
enfermedades y hasta la muerte (San Agustín).
Siendo las penas el patrimonio de las almas amadas por Dios, no es regular que hubiese dejado sin ellas a ala que
escogió por madre.
Sus trabajos sobrepasaron a los de todos los mártires.
¡Qué dolor cuando San José quiso abandonar a María!
¡Qué dolor cuando vio nacer a su hijo en un establo!
¡Que dolor cuando vio derramarse la sangre de su hijo en la circuncisión, anuncio de su sangre que iba a derramar en
la Cruz!
¡Qué fatiga al buscar asilo en Egipto, entre pueblos desconocidos e idólatras!
¡Cuál su desasosiego cuando tuvo noticias de la crueldad de Herodes!
¡Cuantas las aflicciones en los años de vida pública de su hijo!
¡Qué sentimiento al oír las imprecaciones y blasfemias contra su hijo, las trabas para perderle!
¡Qué situación al ver próximo el sacrificio de su hijo, al verlo abandonado al poder de las tinieblas, rodeado de gente
armada, atado como un malhechor, golpeado, burlado, lleno de escarnio, de tribunal en tribunal, con oprobios,
maldiciones y blasfemias!
¡Inundada de dolor al ver moribundo al hijo, al escuchar “he ahí a tu hijo”, si no por una gracia especial en ese instante
hubiera expirado! www.metodologiamad.cl

Sufrió un tormento superior al dolor de todos los mártires juntos, siempre grabó en sus ojos y su corazón el recuerdo
de la Pasión de su hijo.
Y nosotros nos quejamos de sufrimientos inferiores cuando bien los merecemos

Pobreza llevada con dignidad y confianza en el Señor

María entendió el “si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes y sígueme” (Lc. 19,21).
Ella se entrega sin reservas a plan de Dios, su corazón es del Señor, por ello es sagrario de la Trinidad. María es rica en su
pobreza, ella lo manifiesta en el Magnificat. Su pobreza fue voluntaria, tomó por esposo a un descendiente de David pero
que se sostenía con el trabajo de sus manos, dio a luz en un establo por obedecer una
105

orden injusta, su hijo es envuelto en pañales entre animales. A los cuarenta días de su alumbramiento ofrece en el Templo
lo que los pobres: palomas.
Ciertamente el oro regalado por os magos pudieron enriquecerla, pero dice San Buenaventura que éste ya había pasado a
manos de los pobres por la sensibilidad de María ante la miseria.
En Egipto se halló falta de recursos, en país extranjero, desconocidos, igual a su retorno.
Después de la Ascensión de Cristo vivió en casa de San Juan. Ella nació pobre, vivió pobre y exhaló pobre, había dejado
todo como los Apóstoles para seguir el camino de la Cruz.
A sus seguidores, Dios les recomienda la pobreza para librarlos de los lazos terrenos y el afecto a las cosas para ser libres
en la entrega a Dios, para apartaros del abuso de las riquezas, para que amen con pureza a Dios..
Los que tienen bienes poseerlos como si no los tuvieran, desprenderse de todo afecto, usarlo conforme a las máximas del
Evangelio, derramarlos entre los pobres, y nunca adquirir un bien ilícitamente, cuando algo perdemos conformarnos con
la Voluntad de Dios. Hacer de los bienes medios y no impedimentos para llegar a Dios.

Esperanza de María:

“Yo soy la madre de la Santa Esperanza” (Eclo. 24,24)


María vive en Jesús hasta las últimas consecuencias. Se esmera en el servicio de su hijo.
Esperanza es: virtud sobrenatural que Dios infunde en el alma cristiana para confiar en el auxilio del cielo y mediante las
buenas obas alcanzar la vida eterna.
Debe ser firme y constante para que sea virtud cristiana, no excluye el temor o incertidumbre de nuestra salvación, pero
cuanto mayor la virtud, menor el temor. Produce confianza.
María se entregó en manos de Dios cuando José quiso dejarla por ignorar lo de su embarazo, no dudó que esto fuera para
mayor gloria de Dios.
Ella esperó que su hijo salvaría al linaje humano y reinaría en cielo y tierra aún viéndolo en manos de los verdugos y la
muerte, nunca dudó que su hijo resucitaría.
-Ella nunca sintió que Dios se alejaba de ella en la tribulación.
-Nunca abandonó la oración y la penitencia y adhesión a la voluntad divina.

Amor ardiente de María a Dios:

El amor a Dios fue incomparable del amor de María a otras personas, conoció la bondad, hermosura y perfección de Dios,
cuanto más las conocía más las amaba, no hubo criatura que hubiese conocido más perfectamente a Dios que María, nadie
recibió tantas gracias como María y nadie es tan agradecido con Dios como Ella, el amor era sin límites ni medida de
ambas partes.

Prueba de su amor a Dios que la consumía es las alabanzas del Magnificat. Su amor se reflejaba en la exacta observancia
de los preceptos y consejos, jamás cometió la falta mas leve, siempre con la intención de agradar y servir a Dios, de allí su
paciencia ante tantas dificultades. El que ama sufre siempre voluntariamente y con gusto por el objeto de su amor, ni su
sueño interrumpía su amor a Dios, sus ocupaciones lejos de apartarla de ese amor, la acercaban. Hizo solo lo que más
agradable había para Dios. El amor es o mismo que la caridad, es la virtud más excelente que de ella debemos aprender.
No hay que desear nada que se oponga a la Divina Voluntad, el amor ha de ser nuestro motor de conducta, observando os
mandamientos, viviendo una entrega total al Señor.
106

Modestia de María:

Modestia: Virtud que arregla el exterior el hombre y emana de un interior bien arreglado. El vestido, el reír, el andar, dice
la S.E. anuncian lo que hay en el interior del hombre, así como la sabiduría que reina en su corazón. Los actos exteriores
son muestra de os interiores y si éstos están arreglados, son prueba del orden que tiene el hombre en su interior.
La Virgen María fue un perfecto modelo de modestia; sus sentidos los guiaba por la razón, los modales de su cuerpo
eran serios y decentes, San Epitafio dice: “su modestia parecía ante los hombres un prodigio que hacía decir que no se
había visto otro semejante”.
Todo parecía en Ella algo sobrehumano y celestial dando a entender que el Creador la preparaba para grandes cosas
haciéndola la más perfecta de todas las criaturas.
¿Quién podrá ser tan modesto, pudoroso y decente como María en sus discursos y acciones? Todas éstas virtudes
concurrían a darle un imperio sobre sí misma, felices nosotros si adquirimos las virtudes que le dieron la perfección a
María.
La falta de modestia debilita las demás virtudes así que nos pide dominar nuestra lengua mediante la prudencia. La
cordura exige buscar la oportunidad adecuada para hablar. La prudencia trata de evitar palabras vanas, la caridad prohíbe
herir al prójimo pues la palabra puede causar daños irreparables, si éstas virtudes las aunamos a la modestia les aumentará
su mérito y brillo. Por el contrario sin modestia se doblarán las virtudes y se puede caer en vicio.
Ésta virtud resplandeció en María, sobre todo en su amor al silencio, a fin de entregarse solo a Dios; sin embargo,
algunas veces interrumpía este silencio para glorificar a Dios en el prójimo.

Pureza virginal de María:

María desde pequeña se consagró enteramente al Señor mediante la virginidad. Pues sabía que Dios es la misma pureza
por esencia.
Este sacrifico resalta su generosidad, pues las mujeres estériles estaban marcadas por la ignominia, a María no le
importaba el que dirán, solo le interesa la aprobación de Dios, pues Él es superior a todos los hombres.
Por esto al anunciarle el ángel que sería madre del Hijo de Dios, aceptó luego de saber que su maternidad no
menoscabaría su voto de virginidad.
“María será virgen y madre a un mismo tiempo; será bendita entre todas las mujeres y bendito el Fruto de sus castas
entrañas” (San Bernardo).
Dos cosas propuso Dios a María en su voto de virginidad; quiso que María le sirviera con toda perfección dando así a
LA Iglesia el mejor modelo de una pureza sin mancha; así mismo quiso que María fuera la primera en presentar a los
hombres este hermoso ejemplo de virginidad.

La Iglesia vio pronto la belleza de las virtudes de continencia y virginidad profesadas por muchas personas que vivían el
la tierra a imagen de la pureza de las ángeles.
Dios nos manda ser santos como Él es Santo por eso hemos de trabajar para adquirir la pureza con ayuda de la divina
gracia.
Para imitar a María hemos de evitar todo lo que puede manchar LA PUREZA, lo cual podremos lograr mediante la
mortificación de nuestros sentidos y pasiones, entregándonos constantemente a la oración, huyendo de ocasiones y
peligros que pueden menoscabar esta virtud, así como desconfiar e nosotros mismos y confiar plenamente en la gracia de
Dios.
107

El Concilio Vaticano II

56.- Relevancia del Concilio Vaticano II.

Orientaciones fundamentales para la acción de la Iglesia de las constituciones del Concilio Vaticano II: Gaudium
et Spes, Lumen Gentium, Dei Verbum, Sacrosanctum Concilium y encíclicas sociales.
Ministerios en la Iglesia

En el año 1959, siendo Sumo Pontífice de la Iglesia católica Juan XXIII y al finalizar el Octavario por la unidad de los
cristianos el día de la conversión del apóstol san Pablo, el Papa comunicaba a los allí presentes la convocatoria de un
concilio ecuménico para toda la Iglesia católica para restaurar algunas formas antiguas de afirmación doctrinal y de
prudente ordenamiento de la disciplina eclesiástica que en otro tiempo dieron frutos de extraordinaria eficacia.
www.metodologiamad.cl

Apertura del Concilio Vaticano II 21


de octubre de 1962

Afirmamos categóricamente que aquel 25 de enero de 1959, el Pontífice acababa de consumar un paso de increíble
trascendencia para la Iglesia y el mundo. El concilio Vaticano II había sido arrojado a la tierra de la cosecha, como una
pequeña semilla por el sembrador evangélico, destinada a convertirse en grandioso árbol de frutos permanentes.

Casi tres años después de este hecho, el Papa escribía tras anunciar la celebración del nuevo concilio nos pareció que
arrojábamos una pequeña semilla de ánimo…desde entonces casi han pasado tres años, en cuyo transcurso hemos visto
crecer aquella pequeña semilla, con la gracia divina, hasta convertirse en magnífico árbol. (2)

El concilio Vaticano II fue un tiempo providencial durante el cual se realizaron las condiciones fundamentales para la
participación de la Iglesia católica en el diálogo ecuménico. Declaración con respecto al Muro de Separación.

Un hecho significativo y de gran importancia, es cómo se le ocurrió al Santo Padre la magna idea de convocar un concilio
ecuménico. A los ojos de muchos, pasará desapercibido, a otros le parecerá algo sin importancia, pero viendo este hecho
como algo providencial para la Iglesia y el mundo, toma enormes dimensiones.

La idea del concilio fue concebida por el Papa Juan XXIII según su propio testimonio, no después de una prolongada
meditación sobre ella, sino repentinamente, como flor de inesperada primavera. Repetidas veces, y en solemnes
documentos, indicó el Pontífice su personal convicción de haberla recibido de una inspiración del Espíritu en su alma. Sus
testimonios sobre el hecho señalan dos matices particulares: la absoluta espontaneidad de la idea y la intervención divina
en ella, así en su diario escribía el primero en quedar sorprendido con mi propuesta fui yo mismo, sin que nadie me diese
indicaciones.

Sin embargo el 24 de enero de 1960 en la sesión inaugural del sínodo romano explica más claramente estando Nos
entregado a humildes oraciones, oímos en nuestro sencillo e íntimo corazón la moción a reunir el concilio ecuménico.

¿Por qué hemos dicho “viendo este hecho como algo providencial para la Iglesia y el mundo, toma enormes
dimensiones”?
108

Porque no puede cabernos duda de que Juan XXIII juzgó que había recibido de lo alto una moción, cuya inspiración sintió
como un toque misterioso en su alma. Es decir Dios mismo le inspiró a él la enorme idea de convocar un concilio.

¿Cuál era el fin buscado en este Concilio?

Con mayor afinación y precisión de matices en la bula de convocatoria al concilio propone tres fines al mismo: Primero el

rejuvenecimiento de la Iglesia.

Segundo iluminar los capítulos de su doctrina que preparen el camino de la unidad.

Tercero una ocasión a los pueblos todos de paz universal.

Por eso, cuando el concilio Vaticano II se hace una realidad ya directa, el Papa en la alocución inaugural, se extiende
ampliamente sobre los fines del mismo concilio.

Primero, proteger y promover la doctrina católica; segundo, la unidad de los que llevan el nombre de cristianos y aun de
toda la gran familia humana.

Importancia y novedad del concepto “signo de los tiempos” en la Gaudium et Spes para la teología moderna.

Primeramente, para hablar de la expresión “signos de los tiempos”, como novedad aportada en el estudio de la teología, es
preciso plantear primero la novedad que representa también el documento de la Gaudium et Spes para la teología, el
Concilio Vaticano II y la historia de los documentos conciliares en la Iglesia.
La Constitución pastoral Gaudium et Spes es el más extenso de todos los documentos conciliares y uno de los más
importantes. Al Concilio, sin este documento, le haría falta una pieza importante y fundamental para la acción pastoral de la
Iglesia.

La Constitución pastoral Gaudium et Spes representa una absoluta novedad en la historia de los concilios ecuménicos,
desde varios puntos de vista. Comenzando porque es la primera vez que un documento conciliar se dirige “no sólo a los
hijos de la Iglesia y a cuantos invocan el nombre de Cristo, sino a todos los hombres” (GS 2). En todas sus enseñanzas los
concilios tenían siempre presentes a los miembros de la Iglesia católica. Por eso, el tomar como destinatarios también a
los cristianos no católicos habría sido un paso inesperadamente nuevo.
Este diálogo con el mundo no estaba previsto en los esquemas elaborados por las comisiones en el proceso de elaboración
del documento conciliar. Esta omisión resulta sorprendente ya que Juan XXIII en otros documentos que se refieren a la
preparación del Concilio manifiesta sus intuiciones en esta dirección. Pero, obviamente, estos atisbos de apertura universal
no fueron operativos durante esta fase.

Gaudium et Speses una gran novedad en la historia de la Iglesia, nuevo es su propósito, nuevo es su tema, su nombre
también es nuevo, original en su estructura, que se divide en dos partes: doctrinal y pastoral. En la primera parte, expone la
doctrina del ser humano, del mundo y de su propia actitud entre ambos. En la segunda parte, presenta diversos aspectos de
la vida y de la sociedad actual sobre todo cuestiones y problemas que son más urgentes.
109

La novedad más fuerte del documento es que Gaudium et Spes quiere anunciar a todos de qué manera el Concilio entiende
la presencia y la acción de la Iglesia en el mundo actual. Es decir, la novedad consiste en la toma de posición ante el
momento de rechazar el pecado de la cultura nueva. Aquí y ahora es el momento de valorar positivamente y de dialogar
con lo bueno del mundo actual.

La Iglesiareconoce cuánto de bueno se encuentra en el actual dinamismo social: sobre todo la evolución hacia la unidad.
Adopta e invita a todos sus miembros a adoptar la actitud de recibir todos los aportes buenos y valiosos del mundo
moderno, la ciencia, la tecnología, etc.

De esta manera, la temática expuesta por la Gaudium et Spes (los “signos de los tiempos”) y abordada a lo largo de esta
investigación representa también novedad. Anteriormente, los concilios se centraban en el dogma, la moral o la disciplina de
la Iglesia, en cambio Gaudium et Spes, pone al ser humano en el centro de las consideraciones. La temática expuesta por la
GS se puede resumir en el papel que debe desempeñar la Iglesia en el contexto de un mundo moderno que se caracteriza
por un sinnúmero de signos y manifestaciones que anuncian y reclaman con urgencia pastoral cambios en el interior de la
Iglesia y progresos en la cultura universal humana.

Importancia de la Lumen Gentium www.metodologiamad.cl

El papel que la Lumen Gentium atribuye a María, de una intervención real, eficaz y universal en el plano salvífico de Dios,
no debe ser solo objeto de veneración sino que representa una actividad, una fuerza bajo la cual vivimos. Una realidad sin la
cual no se vive ni se actúa en el orden sobrenatural. No podemos prescindir de Ella, pues nos opondríamos al plano divino
de salvación. Es una devoción, como nos subraya el Concilio, «eclesial», inserida en el misterio de la Iglesia, en calidad
de miembros de la Iglesia y que nos mueve a una mayor comprensión y entrega a Cristo y a profundizar en su «economía
de la salvación».

El Concilio en la Lumen Gentium considera la Iglesia más que bajo el aspecto jurídico u organizativo bajo el aspecto total
de Pueblo de Dios dentro de la vocación universal a la santidad. Así, el Concilio profundizará más sobre la conciencia de
ser Cuerpo Místico de Cristo, entrando en contacto con el mundo contemporáneo y con los diversos pueblos de la tierra,
con una conciencia más orientada a la evangelización y a la salvación que Cristo le ha dado.

En este contexto, el Concilio muestra como los laicos son miembros del Pueblo de Dios y que tienen una presencia propia e
insustituible, en la comunidad eclesial. La misión de la Iglesia se refleja y se expresa, también, en el estado laical.
Teniendo la importancia que la constitución nos muestra, el laico está llamado a una colaboración de enorme alcance con
la jerarquía, de la que no puede sustraerse. Sacramentalmente destinado, por el bautismo, a participar también él de los
poderes de Cristo y de los carismas concedidos a toda la Iglesia, participa a su vez, por lo tanto, en la triple misión de
Cristo, sacerdotal, profética y real.

El Concilio termina recordando que el seglar tiene la obligación de estar y de trabajar en el mundo, como el alma en el
cuerpo. Siendo la Iglesia el Pueblo de Dios, escogido y llamado en medio del mundo por obra de Cristo, introduce en la
realidad eclesial algo de dinámico. Este Pueblo tiene una vida en continua evolución. Es un camino fijado por Dios que va
desarrollándose. Elegido y formado por Dios, por la revelación y los sacramentos, el Pueblo de Dios es, en medio del
mundo, señal del Salvador; es como el sacramento de la salvación ofrecido a todos los hombres. Junto con el clero y los
religiosos, los laicos entran a formar parte del Pueblo de Dios. Los laicos constituyen el Pueblo de Dios en aspectos y
modalidades propias. Ellos se encajan dentro de la «economía de la salvación» de una manera clara y definida,
inequívoca. Su misión como miembro del Pueblo de Dios, su colaboración en el plan salvífico de Cristo él las ejerce en la
vida profana, en el siglo. Su eclesialidad el laico la vive en el mundo, no «ad extra» de la Iglesia, sino que ellos son la
Iglesia en el mundo y actuando como tales.
110

Importancia y significado de la Dei Verbum

Este documento ha representa la mano amorosa de Nuestra Madre la Iglesia Católica que quiere darles a sus hijos el mejor
alimento y que los lleva de la mano para que puedan nutrirse al máximo de él. Y este alimento es la Palabra de Dios, es
Dios mismo que sale a nuestro encuentro a través de su Palabra.

Su importancia es que uno aprende a amar cada día más a su Iglesia y a vivir las palabras de Santa Teresa de Ávila,
cuando estaba cerca de la muerte: SOY HIJA DE LA IGLESIA. Uno de los elementos más interesantes del documento es
esa unidad entre Sagrada Escritura y Tradición, dos expresiones de una misma Revelación y ambas unidas al Magisterio
de la Iglesia, gracias al cual podemos alcanzar la dimensión y la profundidad de la Revelación

La importancia del Sacrosantum Concilium

La promulgación de la constitución Sacrosanctum Concilium ha marcado, en la vida de la Iglesia, una etapa de


fundamental importancia para la promoción y el desarrollo de la liturgia. La Iglesia, que, animada por el soplo del Espíritu
Santo, vive su misión de "sacramento, o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género
humano" (Lumen gentium, 1), encuentra en la liturgia la expresión más alta de su realidad mistérica.

En el Señor Jesús y en su Espíritu, toda la existencia cristiana se transforma en "sacrificio vivo, santo y agradable a Dios",
auténtico "culto espiritual" (Rm 12, 1). Es realmente grande el misterio que se realiza en la liturgia. En él se abre en la
tierra un resquicio de cielo, y de la comunidad de los creyentes se eleva, en sintonía con el canto de la Jerusalén celestial,
el himno perenne de alabanza: "Sanctus, sanctus, sanctus, Dominus Deus Sabaoth. Pleni sunt caeli et terra gloria tua.
Hosanna in excelsis!".

Es preciso que en este inicio de milenio se desarrolle una "espiritualidad litúrgica", que lleve a tomar conciencia de Cristo
como primer "liturgo", el cual actúa sin cesar en la Iglesia y en el mundo en virtud del misterio pascual continuamente
celebrado, y asocia a sí a la Iglesia, para alabanza del Padre, en la unidad del Espíritu Santo.

57.- Rol del Magisterio de la Iglesia y sus distintos ámbitos de intervención (en lo doctrinal y en las conductas del
cristiano).

El depósito de la fe confiado a la totalidad de la Iglesia: Magisterio

«El depósito sagrado» (cf. 1 Tm 6, 20; 2 Tm 1, 12-14) de la fe (depositum fidei), contenido en la Sagrada Tradición y en la
Sagrada Escritura fue confiado por los apóstoles al conjunto de la Iglesia. «Fiel a dicho depósito, el pueblo cristiano entero,
unido a sus pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica y en la unión, en la eucaristía y la oración, y así se realiza
una maravillosa concordia de pastores y fieles en conservar, practicar y profesar la fe recibida» (DV 10).

El Magisterio de la Iglesia

«El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escritura, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo
de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo» (DV 10), es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de
Pedro, el obispo de Roma.
111

«El Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por
mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica
fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído» (DV 10).

Los fieles, recordando la palabra de Cristo a sus Apóstoles: «El que a vosotros escucha a mí me escucha» (Lc 10, 16; cf.
LG 20), reciben con docilidad las enseñanzas y directrices que sus pastores les dan de diferentes formas.

Los dogmas de la fe www.metodologiamad.cl

El Magisterio de la Iglesia ejerce plenamente la autoridad que tiene de Cristo cuando define dogmas, es decir, cuando
propone, de una forma que obliga al pueblo cristiano a una adhesión irrevocable de fe, verdades contenidas en la Revelación
divina o también cuando propone de manera definitiva verdades que tienen con ellas un vínculo necesario.

Existe un vínculo orgánico entre nuestra vida espiritual y los dogmas. Los dogmas son luces en el camino de nuestra fe, lo
iluminan y lo hacen seguro. De modo inverso, si nuestra vida es recta, nuestra inteligencia y nuestro corazón estarán
abiertos para acoger la luz de los dogmas de la fe (cf. Jn 8, 31-32).

Los vínculos mutuos y la coherencia de los dogmas pueden ser hallados en el conjunto de la Revelación del Misterio de
Cristo (cf. Cc. Vaticano I: DS 3016: «nexus mysteriorum»; LG 25). «Existe un orden o "jerarquía" de las verdades de la
doctrina católica, puesto que es diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana» (UR 11).

El sentido sobrenatural de la fe

Todos los fieles tienen parte en la comprensión y en la transmisión de la verdad revelada. Han recibido la unción del
Espíritu Santo que los instruye (cf. 1 Jn 2, 20.27) y los conduce a la verdad completa (cf. Jn 16, 13).

«La totalidad de los fieles (...) no puede equivocarse en la fe. Se manifiesta esta propiedad suya, tan peculiar, en el sentido
sobrenatural de la fe de todo el pueblo: cuando "desde los obispos hasta el último de los laicos cristianos" muestran estar
totalmente de acuerdo en cuestiones de fe y de moral» (LG 12).

«El Espíritu de la verdad suscita y sostiene este sentido de la fe. Con él, el Pueblo de Dios, bajo la dirección del
magisterio (...) se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a los santos de una vez para siempre, la profundiza con un
juicio recto y la aplica cada día más plenamente en la vida» (LG 12).

El crecimiento en la inteligencia de la fe

Gracias a la asistencia del Espíritu Santo, la inteligencia tanto de las realidades como de las palabras del depósito de la fe
puede crecer en la vida de la Iglesia:

«Cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón" (DV 8); es en particular la investigación teológica
quien debe " profundizar en el conocimiento de la verdad revelada» (GS 62, 7; cfr. 44, 2; DV 23 y 24; UR 4).
Cuando los fieles «comprenden internamente los misterios que viven» (DV 8); «Divina eloquia cum legente crescunt»
(S.Gregorio Magno, Homilía sobre Ezequiel 1, 7, 8: PL 76, 843 D).
«Cuando las proclaman los obispos, sucesores de los apóstoles en el carisma de la verdad» (DV 8).
112

«La Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados, de modo
que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo,
contribuyen eficazmente a la salvación de las almas» (DV 10,3).

Iglesia comunidad, en misión evangelizadora.


Misión evangelizadora de la Iglesia.

58.- Sacerdocio bautismal laical y sacerdocio ministerial.

Principios teológicos

El sacerdocio común y el sacerdocio ministerial

Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, ha deseado que su único e indivisible sacerdocio fuese participado a su Iglesia. Esta
es el pueblo de la nueva alianza, en el cual, por la « regeneración y la acción del Espíritu Santo, los bautizados son
consagrados para formar un templo espiritual y un sacerdocio santo, para ofrecer, mediante todas las actividades del
cristiano, sacrificios espirituales y hacer conocer los prodigios de Aquel que de las tinieblas le llamó a su admirable luz
(cfr. 1 Pe 2, 4-10).« Un sólo Señor, una sola fe, un solo bautismo (Ef 4, 5); común es la dignidad de los miembros que
deriva de su regeneración en Cristo, común la gracia de la filiación; común la llamada a la perfección ». Vigente entre
todos « una auténtica igualdad en cuanto a la dignidad y a la acción común a todos los fieles en orden a la edificación del
Cuerpo de Cristo », algunos son constituidos, por voluntad de Cristo, « doctores, dispensadores de los misterios y pastores
para los demás ». Sea el sacerdocio común de los fieles, sea el sacerdocio ministerial o jerárquico, « aunque diferentes
esencialmente y no sólo de grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único
sacerdocio de Cristo ». Entre ellos se tiene una eficaz unidad porque el Espíritu Santo unifica la Iglesia en la comunión y
en el servicio y la provee de diversos dones jerárquicos y carismáticos. www.metodologiamad.cl

La diferencia esencial entre el sacerdocio común y el sacerdocio ministerial no se encuentra, por tanto, en el sacerdocio de
Cristo, el cual permanece siempre único e indivisible, ni tampoco en la santidad a la cual todos los fieles son llamados: «
En efecto, el sacerdocio ministerial no significa de por sí un mayor grado de santidad respecto al sacerdocio común de los
fieles; pero, por medio de él, los presbíteros reciben de Cristo en el Espiritu un don particular, para que puedan ayudar al
Pueblo de Dios a ejercitar con fidelidad y plenitud el sacerdocio común que les ha sido conferido ». En la edificación de la
Iglesia, Cuerpo de Cristo, está vigente la diversidad de miembros y de funciones, pero uno solo es el Espíritu, que
distribuye sus variados dones para el bien de la Iglesia según su riqueza y la necesidad de servicios (cfr. 1 Cor 12, 1-11).

La diversidad está en relación con el modo de participación al sacerdocio de Cristo y es esencial en el sentido que
« mientras el sacerdocio común de los fieles se realiza en el desarrollo de la gracia bautismal —vida de fe, de esperanza y
de caridad, vida según el Espíritu— el sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio común, en orden al desarrollo
de la gracia bautismal de todos los cristianos ». En consecuencia, el sacerdocio ministerial
« difiere esencialmente del sacerdocio común de los fieles porque confiere un poder sagrado para el servicio de los fieles
». Con este fin se exhorta el sacerdote « a crecer en la conciencia de la profunda comunión que lo víncula al Pueblo de Dios »
para « suscitar y desarrollar la corresponsabilidad en la común y única misión de salvación, con la diligente y cordial
valoración de todos los carismas y tareas que el Espíritu otorga a los creyentes para la edificación de la Iglesia ».
113

Las características que diferencian el sacerdocio ministerial de los Obispos y de los presbíteros de aquel común de los
fieles, y delinean en consecuencia los confines de las colaboración de estos en el sagrado ministerio, se pueden sintetizar
así:

a) el sacerdocio ministerial tiene su raíz en la sucesión apostólica y esta dotado de una potestad sacra, la cual consiste en
la facultad y responsabilidad de obrar en persona de Cristo Cabeza y Pastor;

b) esto es lo que hace de los sagrados ministros servidores de Cristo y de la Iglesia, por medio de la proclamación
autorizada de la Palabra de Dios, de la celebración de los Sacramentos y de la guía pastoral de los fieles.

Poner el fundamento del ministerio ordenado en la sucesión apostólica, en cuanto tal ministerio continúa la misión recibida
de los Apóstoles de parte de Cristo, es punto esencial de la doctrina eclesiólogica católica.

El ministerio ordenado, por tanto, es constituido sobre el fundamento de los Apóstoles para la edificación de la Iglesia:«
está totalmente al servicio de la Iglesia misma ».« A la naturaleza sacramental del ministerio eclesial está intrinsicamente
ligado el carácter de servicio. Los ministros en efecto, en cuanto dependen totalmente de Cristo, quien les confiere la
misión y autoridad, son verdaderamente 'esclavos de Cristo' (cfr. Rm 11), a imagen de El que, libremente ha tomado por
nosotros 'la forma de siervo' (Flp 2, 7). Como la palabra y la gracia de la cual son ministros no son de ellos, sino de Cristo
que se las ha confiado para los otros, ellos se harán libremente esclavos de todos».

Unidad y diversidad en las funciones ministeriales

Las funciones del ministerio ordenado, tomadas en su conjunto, constituyen, en razón de su único fundamento, una
indivisible unidad. Una y única, en efecto, como en Cristo, es la raíz de acción salvífica, significada y realizada por el
ministro en el desarrollo de las funciones de enseñar, santificar y gobernar a los fieles. Esta unidad cualifica esencialmente el
ejercicio de las funciones del sagrado ministerio, que son siempre ejercicio, bajo diversas prospectivas, de la función de
Cristo, Cabeza de la Iglesia.

Si, por tanto, el ejercicio de parte del ministro ordenado del munus docendi, sanctificandi et regendi constituye la sustancia
del ministerio pastoral, las diferentes funciones de los sagrados ministros, formando una indivisible unidad, no se pueden
entender separadamente las unas de las otras, al contrario, se deben considerar en su mutua correspondencia y
complementariedad. Sólo en algunas de esas, y en cierta medida, pueden colaborar con los pastores otros fieles no
ordenados, si son llamados a dicha colaboración por la legítima Autoridad y en los debidos modos. « En efecto, El mismo
conforta constantemente su cuerpo, que es la Iglesia, con los dones de los ministerios, por los cuales, con la virtud derivada
de El, nos prestamos mutuamente los servicios para la salvación
». «El ejercio de estas tareas no hace del fiel laico un pastor: en realidad no es la tarea la que constituye un ministro, sino
la ordenación sacramental. Solo el Sacramento del Orden atribuye al ministerio ordenado de los Obispos y presbíteros una
peculiar participación al oficio de Cristo Cabeza y Pastor y a su sacerdocio eterno. La función que se ejerce en calidad de
suplente, adquiere su legitimación, inmediatamente y formalmente, de la delegación oficial dada por los pastores, y en su
concreta actuación es dirigido por la autoridad eclesiástica ».

Es necesario reafirmar esta doctrina porque algunas prácticas tendientes a suplir a las carencias numéricas de ministros
ordenados en el seno de la comunidad, en algunos casos, han podido influir sobre una idea de sacerdocio común de los fieles
que tergiversa la índole y el significado específico, favorenciendo, entre otras cosas, la disminución de los candidatos al
sacerdocio y oscureciendo la especificidad del seminario como lugar tipico para la formación del ministro ordenado. Se
trata de fenómenos intimanente relacionados, sobre cuya interdependencia se deberá oportunamente reflexionar para llegar
a sabias conclusiones operativas. www.metodologiamad.cl
114

Insustituibilidad del ministerio ordenado

Una comunidad de fieles para ser llamada Iglesia y para serlo verdaderamente, no puede derivar su guía de criterios
organizativos de naturaleza asociativa o política. Cada Iglesia particular debe a Cristo su guía, porque es El
fundamentalmente quien ha concedido a la misma Iglesia el ministerio apostólico, por lo que ninguna comunidad tiene el
poder de darlo a sí misma, o de establecerlo por medio de una delegación. El ejercicio del munus de magisterio y de
gobierno, exige, en efecto, la canónica o jurídica determinación de parte de la autoridad jerárquica.

El sacerdocio ministerial, por tanto, es necesario a la existencia misma de la comunidad como Iglesia: « no se debe pensar
en el sacerdocio ordenado (...) como si fuera posterior a la comunidad eclesial, como si ésta pudiera concebirse como
constituida ya sin este sacerdocio ». En efecto, si en la comunidad llega a faltar el sacerdote, ella se encuentra privada de
la presencia y de la función sacramental de Cristo Cabeza y Pastor, esencial para la vida misma de la comunidad eclesial.

El sacerdocio ministerial es por tanto absolutamente insostituible. Se llega a la conclusión inmediatamente de la necesidad
de una pastoral vocacional que sea diligente, bien organizada y permanente para dar a la Iglesia los necesarios ministros
como también a la necesidad de reservar una cuidadosa formación a cuantos, en los seminarios, se preparan para recibir el
presbiterado. Otra solución para enfrentar los problemas que se derivan de la carencia de sagrados ministros resultaría
precaria.

« El deber de fomentar las vocaciones afecta a toda la comunidad cristiana, la cual ha de procurarlo ante todo con una vida
plenamente cristiana ». Todos los fieles son corresponsables en el contribuir a fortalecer las respuestas positivas a la
vocación sacerdotal, con una siempre mayor fidelidad en el seguimiento de Cristo superando la indiferencia del ambiente,
sobre todo en las sociedades fuertemente marcadas por el materialismo.

La colaboración de fieles no ordenados en el ministerio pastoral

En los documentos conciliares, entre los varios aspectos de la participación de fieles no marcados por el carácter del
Orden a la misión de la Iglesia, se considera su directa colaboración en las tareas específicas de los pastores. En efecto, «
cuando la necesidad o la utilidad de la Iglesia lo exige, los pastores pueden confiar a los fieles no ordenados, según las
normas establecidas por el derecho universal, algunas tareas que están relacionadas con su propio ministerio de pastores
pero que no exigen el carácter del Orden ». Tal colaboración ha sido sucesivamente regulada por la legislación post-
conciliar y, en modo particular, por el nuevo Código de Derecho Canónico.

Este, después de haberse referido a las obligaciones y los derechos de todos los fieles, en el título sucesivo, dedicado a las
obligaciones y derechos de los fieles laicos, trata no solo de aquello que especificamente les compete, teniendo presente su
condición secular, sino también de tareas o funciones que en realidad no son exclusivamente de ellos. De estas, algunas
corresponderían a cualquier fiel sea o no ordenado, otras, al contrario se colocan en la línea de directo servicio en el
sagrado ministerio de los fieles ordenados. Respecto a estas últimas tareas o funciones, los fieles no ordenados no son
detentores de un derecho a ejercerlas, pero son « hábiles para ser llamados por los sagrados pastores en aquellos oficios
eclesiásticos y en aquellas tareas que están en grado de ejercitar según las prescripciones del derecho », o también « donde
no haya ministros (...) pueden suplirles en algunas de sus funciones (...) según las prescripciones del derecho ».

Al fin que una tal colaboración se pueda inserir armonicamente en la pastoral ministerial, es necesario que, para evitar
desviaciones pastorales y abusos disciplinares, los principios doctrinales sean claros y que, de consecuencia, con coherente
determinación, se promueva en toda la Iglesia una atenta y leal aplicación de las disposiciones
115

vigentes, no alargando, abusivamente, los límites de excepcionalidad a aquellos casos que no pueden ser juzgados como «
excepcionales ». www.metodologiamad.cl

Cuando, en algún lugar, se verifiquen abusos o prácticas trasgresivas, los Pastores adopten todos los medios necesarios y
oportunos para impedir a tiempo su difusión y para evitar que se altere la correcta comprensión de la naturaleza misma de
la Iglesia. En particular, aplicarán aquellas normas disciplinares establecidas, las cuales enseñan a conocer y respetar
realmente la distinción y complementariedad de funciones que son vitales para la comunión eclesial. En donde tales
prácticas abusivas están ya difundidas, es absolutamente indispensable la intervención responsable de quien tiene la
autoridad de hacerlo, haciéndose así verdadero artífice de comunión, la cual puede ser constituída exclusivamente en torno
a la verdad. Comunión, verdad, justicia, paz y caridad son términos interdependientes.

A la luz de los principios apenas recordados se señalan a continuación los oportunos remedios para enfrentar los abusos
señalados a nuestros Dicasterios. Las disposiciones que siguen son tomadas de la normativa de la Iglesia.

59.- La pobreza como categoría teológica con fundamentos en la Sagrada Escritura y en el magisterio de la Iglesia.

Los pobres y la justicia social

Las leyes apodícticas del Código de la Alianza, del Código Deuteronómico y de la Ley de Santidad concuerdan en
establecer medidas destinadas a evitar la esclavitud de los más pobres tomando en consideración todavía la remisión
periódica de sus deudas. Estas disposiciones tienen a veces una dimensión utópica, como la ley sobre el año sabático (Ex
23,10-11), o la del año jubilar (Lev 25,8-17). Sin embargo, al asignar a la sociedad israelita el objetivo de combatir y de
vencer la pobreza, se mantienen realistas en cuanto a la dificultad de esta lucha (cf. Dt 15,4 y 15,11). La lucha contra la
pobreza presupone la realización de una justicia honesta e imparcial (cf. Ex 23,1- 8; Dt 16,18-20). Ella se ejerce en nombre
de Dios mismo. Se utilizan diversas líneas teológicas para fundarla: las leyes apodícticas del Código de la Alianza retoman
la intuición profética de la proximidad de Dios con respecto a los más pobres. El Deuteronomio por su parte insiste sobre
el estatuto particular de la tierra confiada por Dios a los israelitas: Israel, beneficiario de la bendición divina, no es el
propietario absoluto de la tierra, sino que es el usufructuario (cf. Dt 6,10-11). Por ello, la actuación de la justicia social
aparece como la respuesta creyente de Israel al don de Dios (cf. Dt 15,1-11): la ley regula el uso del don y recuerda la
soberanía de Dios sobre la tierra.

Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica.
Dios les otorga “su primera misericordia”. Esta preferencia divina tiene consecuencias en la vida de fe de todos los
cristianos, llamados a tener “los mismos sentimientos de Jesucristo” (Flp 2,5). Inspirada en ella, la Iglesia hizo una opción
por los pobres entendida como una “forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da
testimonio toda la tradición de la Iglesia”. Esta opción —enseñaba Benedicto XVI— “está implícita en la fe cristológica
en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza”. Por eso una Iglesia pobre para los
pobres. Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente.

Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por los pobres de la Iglesia. La nueva evangelización es una invitación a
reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir
a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a
116

escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos.
(Exhortación apostólica Evangelii gaudium, n. 198)

Con los pobres del mundo: involucrarse, acompañar, fructificar y festejar

La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que
fructifican y festejan. «Primerear»: sepan disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el
Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa
sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un
deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza
difusiva. ¡Atrevámonos un poco
20 JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici (30 diciembre 1988), 32: AAS 81 (1989), 451.

más a primerear! Como consecuencia, la Iglesia sabe «involucrarse». Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se
involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos:
«Seréis felices si hacéis esto» (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de
los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne
sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz. Luego, la
comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y
prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y
evita maltratar límites. Fiel al don del Señor, también sabe
«fructificar». La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el
trigo y no pierde la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones
quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida
nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados. El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio
como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su
potencia liberadora y renovadora. Por último, la comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe «festejar». Celebra y
festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la
liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza
de la liturgia, la cual también es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo.

Leer más en: www.metodologiamad.cl/NuevaEvangelizacion.htm

La Iglesia como comunidad.

60.- Características similares entre primeras comunidades y comunidades cristianas actuales.

Lo que e escribe en Hechos de los Apóstoles de las Primeras Comunidades:

Hechos 2:42-47
Las primeras comunidades cristianas tiene como características ser muy unidas, como por ejemplo: se
juntaban en casas para alabar a dios ,compartían bienes y comida, eran solidarios,
no faltan un día al templo, se mantenían firme en la enseñanzas de los apóstoles.
117

Hechos 4:32-35
Los creyentes no hacían de posesiones suyas,sino que vendían todos sus bienes a favor de la comunidad y se los entregaban
a los apóstoles para que ellos los distribuyeran según sus necesidades. www.metodologiamad.cl

Hechos 5:12-16
Los apóstoles que provenían de las comunidades cristianas tenían el don de salvar a la gente que lo necesitaban y se
reunían en las plazas donde los apóstoles sanaban a los enfermos.
Y a medida que se hacían conocidos por sus obras seguía aumentando el número de los que creían y aceptaban al Señor.

Primeras comunidades de la Iglesia

La expansión del Cristianismo en el mundo antiguo se acomodó a las estructuras y modos de vida propios de la sociedad
romana. Examinadas ya la progresiva realización del principio de universalidad cristiana y las relaciones entre la Iglesia y el
Imperio pagano, procede ahora exponer los principales aspectos de la vida interna de las cristiandades: su composición
social y jerárquica, el gobierno pastoral, la doctrina, la disciplina, el culto litúrgico, etc.

La Roma clásica promovió por doquier, con deliberado propósito, la difusión de la vida urbana: municipios y colonias
surgieron en gran número por todas las provincias de un Imperio para el cual urbanización era sinónimo de romanización.
El Cristianismo nació en este contexto histórico y las ciudades fueron sede de las primeras comunidades, que
constituyeron en ellas iglesias locales. Las comunidades cristianas estaban rodeadas de un entorno pagano hostil, que
favorecía su cohesión interna y la solidaridad entre sus miembros. Pero esas iglesias no fueron núcleos perdidos y
aislados: la comunión y la comunicación entre ellas era real y todas tenían un vivo sentido de hallarse integradas en una
misma Iglesia universal, la única Iglesia fundada por Jesucristo.

Unidad de la Iglesia Primitiva

La clave de la unidad de las iglesias dispersas por el orbe, que las integraba en una sola Iglesia universal, fue la institución
del Primado romano. Cristo, Fundador de la Iglesia —tal como se recordó en otro lugar—, escogió al Apóstol Pedro como
la roca firme sobre la que habría de asentarse la Iglesia. Pero el Primado conferido por Cristo a Pedro no era, de nin•gún
modo, una institución efímera y circunstancial, destinada a extinguirse con la vida del Apóstol. Era una institución
permanente, prenda de la perennidad de la Iglesia y válida hasta el fin de los tiempos.

Pedro fue el primer obispo de Roma, y sus sucesores en la Cátedra romana fueron también sucesores en la prerrogativa del
Primado, que confirió a la Iglesia la constitución jerárquica, querida para siempre por Jesucristo. La Iglesia romana fue,
por tanto —y para todos los tiempos—, centro de unidad de la Iglesia universal.

El ejercicio del Primado

El ejercicio del Primado romano ha estado lógicamente condicionado, a lo largo de los siglos, por las circunstancias
históricas. En épocas de persecución o de difíciles comunicaciones entre los pueblos, aquel ejercicio fue menos fácil e
intenso que en otros momentos más propicios. Pero la historia permite documentar, desde la primera hora, tanto el
reconocimiento por las demás iglesias de la preeminencia que correspondía a la Iglesia romana, como la conciencia que
los obispos de Roma tenían de su Primacía sobre la Iglesia universal.

A principios del siglo II, San Ignacio, obispo de Antioquía, escribía que la Iglesia romana es la Iglesia «puesta a la cabeza
de la caridad», atribuyéndole así un derecho de supremacía eclesiástica universal. Para San Ireneo de Lyon, en su tratado
«Contra las herejías» (a. 185), la Iglesia de Roma gozaba de una singular preeminencia y era criterio seguro para el
cono•cimiento de la verdadera doctrina de la fe.
118

De la conciencia que tenían los obispos de Roma de poseer el Primado sobre la Iglesia universal ha quedado un testimonio
insigne, que se remonta al siglo I. A raíz de un grave problema interno, surgido en el seno de la comunidad cristiana de
Corinto, el papa Clemente I intervino de modo autoritario. La carta escrita por el Papa, prescribiendo aquello que procedía
hacer y exigiendo obediencia a sus mandatos, constituye una clara prueba de la conciencia que tenía de su potestad
primacial; y no es menos significativa la respetuosa y dócil acogida dispensada por la iglesia de Corinto a la intervención
pontificia. www.metodologiamad.cl

Proceso de conversión

«Los cristianos no nacen, se hacen», escribió Tertuliano a finales del siglo II. Estas palabras pudieron significar, entre
otras cosas, que, en su tiempo, la gran mayoría de los fieles no eran —como serían a partir del siglo IV— hijos de padres
cristianos, sino personas nacidas en la gentilidad, venidas a la Iglesia en virtud de una conversión a la fe de Jesucristo. El
bautismo —sacramento de incorporación a la Iglesia— constituía entonces el coronamiento de un dilatado proceso de
iniciación cristiana.

Este proceso, comenzado por la conversión, proseguía a lo largo del «catecumenado», un tiempo de prueba y de
instrucción catequética, instituido de modo regular desde finales del siglo II. La vida litúrgica de los cristianos tenía su
centro en el Sacrificio Eucarístico, que se ofrecía por lo menos el día del domingo, bien en una vivienda cristiana —sede
de alguna «iglesia doméstica»—, o bien en los lugares destinados al culto, que comenzaron a existir desde el siglo III.

La diversidad cultural entre los cristianos

Las antiguas comunidades cristianas estaban constituidas por toda suerte de personas, sin distinción de clase o condición.
Desde los tiempos apostólicos, la Iglesia estuvo abierta a judíos y gentiles, pobres y ricos, libres y esclavos. Es cierto que
la mayoría de los cristianos de los primeros siglos fueron gentes de humilde condición, y un intelectual pagano hostil al
Cristianismo, Celso, se mofaba con desprecio de los tejedores, zapateros, lavanderas y otras gentes sin cultura,
propagadores del Evangelio en todos los ambientes.

Pero es un hecho indudable que, desde el siglo I, personalidades de la aristocracia romana abrazaron el Cristianismo. Este
hecho, dos siglos más tarde, revestía tal amplitud que uno de los edictos persecutorios del emperador Valeriano estuvo
dirigido especialmente contra los senadores, caballeros y funcionarios imperiales que fueran cristianos.

Estructura de las primeras comunidades

La estructura interna de las comunidades cristianas era jerárquica. El obispo —jefe de la iglesia local— estaba asistido por
el clero, cuyos grados superiores —los órdenes de los presbíteros y los diáconos— eran, como el episcopado, de
institución divina. Clérigos menores, asignados a determinadas funciones eclesiásticas, aparecieron en el curso de estos
siglos. Los fieles que integraban el Pueblo de Dios eran en su inmensa mayoría cristianos corrientes, pero los había
también que se distinguían por una u otra razón.

En la edad apostólica hubo numerosos carismáticos, cristianos que para servicio de la Iglesia recibieron dones
extraordinarios del Espíritu Santo. Los carismáticos cumplieron una importante función en la Iglesia primitiva, pero
constituían un fenómeno transitorio que se extinguió prácticamente en el primer siglo de la Era cristiana. Mientras duró la
época de las persecuciones, gozaron de un especial prestigio los «confesores de la fe», llamados así porque habían
«confesado» su fe como los mártires, aunque sobrevivieran a sus prisiones y tormentos.
119

Todavía procede señalar otros fieles cristianos, cuya vida o ministerios les conferían una particular condición en el seno de
las iglesias: las viudas, que desde los tiempos apostólicos formaban un «orden» y atendían a ministerios con mujeres; y los
ascetas y las vírgenes, que abrazaban el celibato «por amor del Reino de los Cielos» y constituían —en palabras de San
Cipriano— «la porción más gloriosa del rebaño de Cristo».

Apología del cristianismo primitivo

Los primeros cristianos sufrieron la dura prueba externa de las persecuciones; internamente, la Iglesia hubo de afrontar
otra prueba no menos importante: la defensa de la verdad frente a corrientes ideológicas que trataron de desvirtuar los
dogmas fundamentales de la fe cristiana. Las antiguas herejías —que así se llamó a esas corrientes de ideas— pueden
dividirse en tres distintos grupos. De una parte, existió un Judeo-cristianismo herético, negador de la divinidad de Jesucristo
y de la eficacia redentora de su Muerte, para el cual la misión mesiánica de Jesús habría sido la de llevar el Judaismo a su
perfección, por la plena observancia de la Ley.

Un segundo grupo de herejías —de más tardía aparición— se caracterizó por su fanático rigorismo moral, estimulado por
la creencia en un inminente fin de los tiempos. En el siglo II, la más conocida de estas herejías fue el Montanismo, aunque
en el África latina, de principios del siglo IV, el extremismo rigorista sería todavía uno de los componentes del
Donatísmo. www.metodologiamad.cl

Pero la mayor amenaza que hubo de afrontar la Iglesia cristiana durante la edad de los mártires fue, sin duda, la herejía
gnóstica. El Gnosticismo era una gran corriente ideológica tendente al sincretismo religioso, muy de moda en los siglos
finales de la Antigüedad. El Gnosticismo —que constituía una verdadera escuela intelectual— se presentaba como una
sabiduría superior, al alcance sólo de una minoría de «iniciados». Ante el Cristianismo su propósito fue desvirtuar las
verdades de la fe, presentando las doctrinas gnósticas como la expresión de la tradición cristiana más sublime, que Cristo
habría reservado para sus discípulos más íntimos. El representante más notable del Gnosticismo cristiano fue Marción. La
Iglesia reaccionó con entereza y los Padres Apostólicos demostraron la absoluta incompatibilidad existente entre
Cristianismo y Gnosticismo.

Inducción reflexión para la relación entre comunidades primitivas y comunidades actuales:


Relacionar personalmente con la comunidad en la que participa o conoce hoy,
¿Qué hace similar? ¿Qué le falta por imitar? ¿Cuál es la diferencia?

Estructura de la Iglesia.

Diversas instancias de organización en la Iglesia.

61.- Organización pastoral, carismas y ministerios al servicio de la misión.

Las congregaciones religiosas tienen sus carismas ya fundamentados y clarificados, franciscanos, jesuitas, domínicos,
shoensttatianos, benedictinos, clarisas, hijas de la caridad, etc.

Sin embargo hay que seguir fundamentando los carismas y misión de servicio de los laicos.

Los ministerios laicales en el nuevo Código de Derecho Canónico3

¿Cuáles son las novedades más sobresalientes del nuevo Código de Derecho Canónico?
120

Al menos tres: el intentar una nueva fundamentación constitucional al hilo de la eclesiología del Vaticano II; el introducir
un nuevo criterio epistemológico en materia legislativa (ya no se trata de la razón filosófica y jurídica, sino de la fe y la
teología); y la individualización de un nuevo protagonista en el ordenamiento jurídico: al clero le ha sustituido el fiel
cristiano. La figura teológica y jurídica del fiel cristiano transciende y engloba la figura del laico, del clero o del religioso,
e impide el erigir alguno de los tres estados como sujeto hegemónico del sistema legislativo.

La categoría de fiel (christifidelis) es la categoría fundamental del Código actual, en cuanto que el Bautismo es el
fundamento. Todos los fieles sin distinción, en virtud de la consagración bautismal, son constituídos pueblo de Dios porque
participan de la misma misión (munus) sacerdotal, profética y real de Cristo (c. 204,1). Este es el estado fundamental
común a todos los bautizados que los distingue de los que no son. Hay, pues, una vocación común a todos, que es la de
cooperar en la edificación de la Iglesia y la de actuar la misión que tiene que cumplir por mandato de Cristo en el mundo.
Cada uno la cumple según sus funciones y su propia condición jurídica.

Supuesto lo anterior se puede afirmar, en síntesis:

El Código ha valorado plenamente la posición eclesial del laico en la Iglesia siguiendo el esquema eclesiológico del
Vaticano II, pero desarrollándolo desde una perspectiva del “fiel cristianos”. Mientras que en 1917 aparecía el laico
después de los religiosos y sacerdotes, al final del libro II, casi como un apéndice, ahora aparece en primer lugar, dentro del
esquema del Pueblo de Dios (Libro II) inmediatamente después de los cánones sobre el fiel cristiano. En el Vaticano II,
primero se colocó la jerarquía.

Como queriendo hacer referencia al modelo constitucional civil se ha querido señalar un catálogo específico de derechos
y deberes de los laicos apoyados en la doctrina conciliar del Vaticano II (cc. 224-231).

En cuanto a “derechos y deberes seculares”, se señalan: trabajar en la transformación de la realidad y gozar de la necesaria
libertad (c. 225-227); derecho de asociarse para lograr lo anterior (c. 327-329); derecho y deber de la familia en el sector
de la educación de los hijos (cc. 226; 793; 796-799).

En cuanto a los derechos y deberes radicados en la participación sacramental en los tres oficios de Cristo se señalan:
enseñar, santificar y gobernar (LG 31,1). Aquí hay una doble distinción: los derivados del Bautismo y Confirmación, y los
derivados de un oficio o ministerios que tradicionalmente se atribuían a los ministerios sagrados. www.metodologiamad.cl

En el munus docendi se especifican: el anuncio del evangelio con la palabra y el ejemplo (c. 759,1); la catequesis en
general (c. 225; 774; 776; 785; 528; ) , la catequesis matrimonial (c.1063) y familiar (c. 774,2; 851); la evangelización
como minionero (c. 784).

En el munus santificandi se concretan: la participación en los sacramentos (835•899) y en los ministerios litúrgicos dentro y
fuera de la Eucaristía (c. 230). Así, ministerio extraordinario de la Palabra; acolitado y lectorado estables o temporales;
ministro extraordinario del Bautismo (861), de la comunión (c. 910), de la exposición del Santísimo (c. 943) y de la
celebración de ciertos sacramentales (c. 1168).

En el munus regendi se expresan: las funciones de carácter consultivo (nombramiento de obispos y párrocos) (cc. 377,3;
524); participación en concilios particulares y sínodos diocesanos (cc. 443; 463) y en los consejos
pastorales

(diocesanos y parroquiales) (cc. 512, 519, 536). Funciones de dirigentes o técnicos: moderador en asociaciones laicas
públicas (c. 317,3); administración de bienes eclesiásticos (c. 956; c. 1282); oficios en los tribunales: asesor (c. 1424),
auditor (c.1428), promotor de justicia y defensor del vínculo (c.1435), notario (c.1436, c.438),
121

procurador y abogado (c.1482), perito (c.1574), ayudante en los interrogatorios (c.1528 y c.1717), peritos en los procesos
administrativos (c.1718), mediador (c.1733), encargado de encontrar solución en las controversias administrativas
(c.1733); delegado y observador de la Santa Sede en Congresos Internacionales (c. 363).

Se señalan además algunos Oficios especiales: predicar en una iglesia u oratorio (c.766); juez eclesiástico (c.1421 y c.
1426); superior general de los Institutos de Vida Consagrada y de Sociedades de Vida Apostólica laical. En estos tres
oficios especiales colaboran en el ejercicio de la Palabra o del poder de jurisdicción jerárquico. Colaborar no significa
participar en la naturaleza de un poder u oficio, como es el caso de los ministros ordenados.

Expuesto lo anterior, se hacen las siguientes observaciones:

La doctrina canónica sobre los laicos se ha enmarcado perfectamente en una eclesiología conciliar, pero es muy genérica.
El documento de 1997, como veremos en el apartado siguiente, afinará aún más; el munus de gobernar es contemplado
sólo como “cooperación en el ejercicio del poder ministerial”, es decir, en términos de suplencia (c. 129,2). Y ello porque
falta un libro sobre el oficio de gobierno y, con ello, el resaltar más el sacerdocio común, que en el actual Código sigue
pareciendo integrarse en el sacerdocio ministerial. En este sentido, el Código diferencia: Potestad de régimen en una
Iglesia que es “sociedad visible”, y que se puede participar por el sacramento del Bautismo (ejem: un laico como juez
diocesano (c. 1421) o administrador de bienes (c. 494) o que gestiona el Patrimonio o las funciones auxiliares en curias y
tribunales.

Importancia y sentido del movimiento ecuménico y del diálogo interreligioso.

62.- Aspectos fundamentales de las religiones monoteístas, puntos de coincidencia y diferenciación con la
fe cristiana.

Las tres grandes religiones monoteístas.

Las tres religiones monoteístas, judaísmo, cristianismo e islam, tienen cerca de 2.500 millones de creyentes, es decir, la
mitad del género humano.

Existe entre las tres un claro nexo histórico y una limpia línea de continuidad doctrinal.

En el orden cronológico, el primer pueblo en profesar una religión monoteísta ha sido Israel. En un primer momento, con
Abraham (hacia el siglo XIX a.C.), tal vez sólo tuvo la forma de monolatría. En la época de Moisés (hacia el siglo XIII
a.C.), era ya un claro monoteísmo, cada vez más acentuado, acrisolado y purificado de contaminaciones politeístas gracias
a las enseñanzas de los profetas (a partir del siglo IX a.C.). El mensaje cristiano de Jesús se declara heredero directo de
esta fe monoteísta. En cuanto al islam, el Corán manifiesta en repetidas ocasiones que su doctrina sobre la divinidad es
simple continuación de las doctrinas monoteístas de los judíos y cristianos.

La idea central común a estas tres grandes religiones es la afirmación de que hay un solo Dios, un solo Ser supremo,
expresada en la declaración solemne: "No hay dios fuera de Dios"; "No hay otro Dios sino Alá".

De esta fe en un solo Dios se deriva el principio básico: hay un solo Creador. No existen dos principios creadores, el Bueno,
origen de la luz y de las realidades positivas, y el Malo, del que procederían las tinieblas y las cualidades negativas.
122

Este Dios bueno es el Creador del género humano. Esta fe implica consecuencias de radical trascendencia para el código
ético y las pautas de conducta de los creyentes: en cuanto creados por el único Dios, todos los hombres son esencialmente
iguales. Las religiones monoteístas rechazan el racismo. No hay razas superiores, no hay hombres inferiores, todos son
hermanos. La vida de cada hombre es sagrada en su misma raíz, porque todos proceden del único Dios creador.
www.metodologiamad.cl

Las grandes líneas doctrinales del magisterio de Juan Pablo II sobre las otras religiones

¿Cuáles son las características fundamentales desde el punto de vista teológico de toda la enseñanza de Juan Pablo II sobre
otras religiones?

Como antes es necesario decir que no es fácil deducir los trazos esenciales del magisterio petrino sobre otras religiones.

En esta problemática se entremezclan múltiples aspectos teológicos. En esto 25 años el Santo Padre ha tratado estos
argumentos con diversos contextos, bajo diversos puntos de vista. Por ello no es fácil sintetizar un riqueza tal.

Los puntos doctrinales que nos parecen fundamentales en el magisterio de Juan Pablo II son los siguientes: 1.- La

presencia universal y operante del Espíritu Santo sin límites de tiempo o espacio
2.- El Espíritu Santo que actúa por medio de la semilla de la palabra
3.- El Espíritu Santo que actúa en el corazón dándole luz y fuerza para responder a su vocación.
4.- La acción del Espíritu Santo que toca también la “dimensión social” del hombre y por ello, también las Religiones.
5.- La actuación completa de la Iglesia hacia esta presencia univeral del Espíritu y en parti cular hacia las otras
tradiciones religiosas.

Sobre la visión del actual Papa Francisco, que mejor esta noticia para comprender su posición frente al diálogo con
otras religiones:

VATICANO 14/ene/2016.- Este mes, el Vaticano ha lanzado oficialmente en su canal de YouTube un video que forma
parte de la “Red Mundial de Oración del Papa – Apostolado de la Oración”.

El material tiene un minuto y medio, fue grabado por el Centro Televisivo Vaticano y subtitulado para 12 idiomas
diferentes. Está siendo divulgado principalmente a través de las redes sociales. Oficialmente, se aborda a lo se llama
“intenciones mensuales de oración del Papa Francisco sobre los desafíos de la humanidad”.

El polémico video cubre lo que el Vaticano llama “diálogo inter-religioso”, aunque muchos analistas ven esto sólo como
un gran paso hacia una única religión en el mundo.
“La mayoría de la población mundial se declara cristiana. Esto debería ser motivo para el diálogo entre las religiones”,
dijo el Pontífice en el video originalmente hablado en español. “No debemos dejar de orar y colaborar con los que piensan
diferente”.

Pero lo que viene después es muy claro. Una monja budista, un rabino judío, un sacerdote católico y un líder musulmán
declaran: “Yo confío en Buda. Yo creo en Dios. Creo en Jesucristo. Yo creo en Dios, Alá”.

Francisco, en tono pastoral, decreta: “Muchos piensan de manera diferente, se sienten diferentes, procuran a Dios o
encuentran a Dios de muchas maneras. En esta multitud, esta variedad de religiones, sólo hay una certeza que
123

tenemos para todos: Somos todos hijos de Dios”. Así que antes que las diferentes creencias religiosas finalicen, “Creo en el
amor”.

Ver link en YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=OlElPFJPmeY

63.- Posición cristiana ante el ateísmo, agnosticismo, sincretismo e indiferencia.

Posición cristiana católica: www.metodologiamad.cl

Siguiendo la reflexión que Henri Boulad compartió a través de su carta al Santo Padre Benedicto XVI, nos planteamos a
continuación, ¿qué hacer como Iglesia frente a esta situación casi dramática? Probablemente nos sintamos dispuestos a
reaccionar en una doble perspectiva: Minimizando la gravedad de la situación y consolándose con la esperanza que hay un
cierto repunte en este continente de la esperanza o, tal vez, apelando a la confianza en el Señor, que la ha sostenido
durante veinte siglos y la seguirá sosteniendo en esta nueva crisis.

Es preciso «transformar la cotidianidad» pero desde prácticas donde se valoren las relaciones horizontales de colaboración
participativa como las que se dan en innumerables organizaciones intermedias que hoy van conformando más y más el
tejido social, oponiéndose con ella a la exclusión y a la discriminación. No se debe sólo mejorar la relación interpersonal,
sino también los modos de integración grupal marcados por la libertad y la diferencia. Y esto en la familia, en el trabajo, en
la escuela, en la política, en las instituciones estatales, también en la comunidad eclesial y en general en las restantes
organizaciones de la sociedad civil.

¿La comunidad eclesial hará suya esta demanda de los tiempos postmodernos?

Frente a esta situación dolorosa y real, sin olvidar la promesa consoladora de la esperanza, se ha de tener en cuenta que:

No es sólo apoyándose en el pasado ni recogiendo sus experiencias como se resolverán los problemas de hoy y de
mañana, sino sólo mirando decididamente hacia delante, la Iglesia cumplirá su misión de ser «luz del mundo, sal de la
tierra y levadura en la masa».

Si en el mundo, toda operación comercial que constata un déficit o disfunción se reconsidera inmediatamente, se reúne a
expertos, intenta recuperarse, se movilizan todas sus energías para superar la crisis. ¿Por qué la Iglesia no hace otro tanto?
¿Por qué no moviliza a todas sus fuerzas vivas para un aggiornamento radical? ¿Tal vez, la pereza, dejadez, orgullo, falta
de imaginación, de creatividad, quietismo culpable, en la esperanza de que el Señor se las arreglará y que la Iglesia ha
conocido otras crisis en el pasado.

Cristo, en el Evangelio, nos pone en guardia: «Los hijos de las tinieblas gestionan mucho mejor sus asuntos que los hijos
de la luz» (cf. Lc 16,8).

La Iglesia tiene hoy una necesidad imperiosa y urgente de una triple reforma:

1. Una reforma teológica y catequética para repensar la fe y reformularla de modo coherente para nuestros
contemporáneos. Una fe que va desfigurándose, que no da sentido a la existencia, no es más que un adorno, una
superestructura inútil que cae por sí misma.

2. Una reforma pastoral para repensar el espíritu de la fraternidad y la oración, para profundizar procesos de formación en
la fe y para fortalecer el exigente compromiso de ser apóstoles en la sociedad de hoy.
124

3. Una reforma espiritual para revitalizar la mística y repensar los sacramentos con vistas a darles una dimensión
existencial y articularlos con la vida. www.metodologiamad.cl

La Iglesia de hoy se muestra demasiado formalista. Se tiene la impresión de que la institución asfixia el carisma y que lo
que finalmente cuenta es una estabilidad exterior, una honestidad superficial. ¿No corremos el riesgo de que un día Jesús
nos trate de sepulcros blanqueados?

Esto implica una verdadera evangelización, según la estimulante prospectiva de la exhortación Evangelii nuntiandi, que es
fundamentalmente el anuncio explícito de Jesucristo Redentor del hombre y de su Buena Noticia de salvación. Es, por
consiguiente, la comunicación gozosa y plena de esperanza de la revelación de la paternidad de Dios, de su designio de
amor, de su reino, que comienza en este mundo y tiene su plenitud en la eternidad. Es también la proclamación de que en
Cristo y por Cristo nace un hombre renovado en la justicia y en la santidad y que, con hombres nuevos, deben hacer una
sociedad nueva, regida por las normas de las bienaventuranzas e inspirada por la caridad, que genera fraternidad y
solidaridad.

Benedicto XVI nos anima en este camino y dice: «Este es el momento de abrirse con confianza a la Providencia de Dios,
que nunca abandona a su pueblo y que, con la potencia del Espíritu Santo, le guía hacia el cumplimiento de su designio
eterno de salvación». Así, alentados por el Señor rememos mar adentro: confiados en su fuerza, animados por su Palabra,
fortalecidos por su gracia y unidos como hermanos, consientes de la grandeza de nuestra vocación cristiana.

Propuestas frente a ateísmo, agnosticismo, sincretismo e indiferencia:

La experiencia de Aparecida no es sólo un documento coyuntural. Es una gracia, una efusión del Espíritu, una
convocatoria a recomenzar desde Cristo. Es una nueva manifestación del amor misericordioso del Padre, para que nuestros
pueblos en Cristo tengan vida plena. Es una invitación, un reto, un impulso para ser lo que todos debemos ser: discípulos y
misioneros de Jesucristo. De allí, hemos de aprovechar y crear oportunidades para ponernos a la escucha de lo que el
Espíritu quiere decir a nuestras Iglesias. Asumiendo el documento con espíritu de fe, con apertura de mente y de corazón,
es una palabra profética, una buena nueva, un dinamismo evangelizador.

Asumir el proyecto de la Misión Continental propuesto por la Conferencia de Aparecida es una tarea ambiciosa, significa
poner la Iglesia Latinoamericana y Caribeña en estado de misión. Esto exige una inversión del sistema eclesiástico, pues
todo debe orientarse hacia la misión[46]. Solamente una auténtica conversión a nivel personal, comunitario y pastoral, un
cambio de mentalidad y comportamiento, movida por el Espíritu Santo, puede tornar exitosa esta iniciativa de la Iglesia. El
camino más seguro es volver a las fuentes del cristianismo, a Jesucristo, su enseñanza, su manera de ser, de vivir, de
relacionarse con el Padre, con las personas, su actuar, asumir su pedagogía; tomar como modelos e inspiración a los
grandes santos y santas, mártires y testigos de la fe.

En la dinámica del Documento de Aparecida, nos identificamos con las propuestas del Cardenal Poupard, quien desde
Aparecida compartía la alegría de ser discípulos y el privilegio de ser misioneros de Jesucristo, proponiendo cinco puntos
de orientación de una pastoral de la cultura en clave transversal, para una auténtica evangelización inculturada:

Frente a la difusión mediatizada de imágenes deformes sobre Dios, el hombre, la mujer, la familia, la vida, se propone la
antropología cristiana, nacida de una experiencia de nueva iniciación en la fe. La fuerza del kerygma, la catequesis, la
liturgia, la homilía dominical y la comunión son el cimiento sólido para reformular una cultura cristiana que dé nueva
savia a las familias y a las comunidades de fe.
125

Frente a los alejados por ignorancia religiosa, relativismo y secularismo, que alimentan las diferentes formas de sectas,
sincretismo e indiferentismo, se propone la experiencia existencial de la “proximidad” y el acompañamiento en pequeñas
comunidades de fe que generen una cultura de comunión y arraigo compartida con alegría. www.metodologiamad.cl

Frente a la erosión de la vida cristiana, se propone la presentación atrayente del Misterio de Cristo, Hijo de Dios e Hijo de
María. Tanto la devoción popular, como la «via pulchritudinis», son un excelente instrumento pastoral para tocar
efectivamente y expresar culturalmente la dimensión de lo inefable en la vida cotidiana de una fe, plenamente acogida,
totalmente pensada y fielmente vivida.
Frente a las situaciones aplastantes de miseria y desamparo, desigualdad social y pobreza, frente al desempleo y migración
de los jóvenes, a la violencia, ha de promoverse una cultura de la solidaridad fraterna a todos los niveles de la vida social:
familiar, local, de instituciones gubernamentales, públicas y organismos privados. Una cultura de la solidaridad fraterna
que afirma que su amor preferencial por los pobres implica: «promover a todos los hombres y a todo el hombre», como lo
subraya la encíclica Populorum Progressio[48].
Frente a la avalancha de información mediática y mentalidad virtual que generan confusión, desorientación y uniformidad
cultural, se propone una adecuada educación humana y cristiana, que abarque de la familia a la parroquia, así como, de la
escuela a la universidad, los centros culturales católicos, como lugar privilegiado, para identificar y proponer nuevos
horizontes y lenguajes que toquen la fibra existencial de los latinoamericanos y caribeños en una nueva cultura
audiovisual.

La Iglesia como sacramento de salvación celebra su esperanza.

Relación de los sacramentos con la vida humana.

64.- Fundamentos antropológicos y teológicos de sacramentos.

LOS SACRAMENTOS DE LA IGLESIA

Toda la vida litúrgica de la Iglesia gira en torno al Sacrificio Eucarístico y los sacramentos (cf SC 6). Hay en la Iglesia
siete sacramentos: Bautismo, Confirmación o Crismación, Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos, Orden sacerdotal
y Matrimonio (cf DS 860; 1310; 1601). En este artículo se trata de lo que es común a los siete sacramentos de la Iglesia
desde el punto de vista doctrinal. Lo que les es común bajo el aspecto de la celebración se expondrá en el capítulo
segundo, y lo que es propio de cada uno de ellos será objeto de la segunda sección.

Sacramentos de Cristo

"Adheridos a la doctrina de las Santas Escrituras, a las tradiciones apostólicas [...] y al parecer unánime de los Padres",
profesamos que "los sacramentos de la nueva Ley [...] fueron todos instituidos por nuestro Señor Jesucristo" (DS 1600-
1601).

Las palabras y las acciones de Jesús durante su vida oculta y su ministerio público eran ya salvíficas. Anticipaban la fuerza
de su misterio pascual. Anunciaban y preparaban aquello que Él daría a la Iglesia cuando todo tuviese su cumplimiento.
Los misterios de la vida de Cristo son los fundamentos de lo que en adelante, por los ministros de su Iglesia, Cristo
dispensa en los sacramentos, porque "lo [...] que era visible en nuestro Salvador ha pasado a sus misterios" (San León
Magno, Sermo 74, 2).
126

Los sacramentos, como "fuerzas que brotan" del Cuerpo de Cristo (cf Lc 5,17; 6,19; 8,46) siempre vivo y vivificante, y
como acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, son "las obras maestras de Dios" en la nueva y
eterna Alianza. www.metodologiamad.cl

Sacramentos de la Iglesia

Por el Espíritu que la conduce "a la verdad completa" (Jn 16,13), la Iglesia reconoció poco a poco este tesoro recibido de
Cristo y precisó su "dispensación", tal como lo hizo con el canon de las Sagradas Escrituras y con la doctrina de la fe,
como fiel dispensadora de los misterios de Dios (cf Mt 13,52; 1 Co 4,1). Así, la Iglesia ha precisado a lo largo de los
siglos, que, entre sus celebraciones litúrgicas, hay siete que son, en el sentido propio del término, sacramentos instituidos
por el Señor.

Los sacramentos son "de la Iglesia" en el doble sentido de que existen "por ella" y "para ella". Existen "por la Iglesia"
porque ella es el sacramento de la acción de Cristo que actúa en ella gracias a la misión del Espíritu Santo. Y existen "para la
Iglesia", porque ellos son "sacramentos [...] que constituyen la Iglesia" (San Agustín, De civitate Dei 22, 17; Santo Tomás de
Aquino, Summa theologiae 3, q.64, a. 2 ad 3), ya que manifiestan y comunican a los hombres, sobre todo en la Eucaristía,
el misterio de la Cocmunión del Dios Amor, uno en tres Personas.

Formando con Cristo-Cabeza "como una única [...] persona mística" (Pío XII, enc. Mystici Corporis), la Iglesia actúa en
los sacramentos como "comunidad sacerdotal" "orgánicamente estructurada" (LG 11): gracias al Bautismo y la
Confirmación, el pueblo sacerdotal se hace apto para celebrar la liturgia; por otra parte, algunos fieles "que han recibido el
sacramento del Orden están instituidos en nombre de Cristo para ser los pastores de la Iglesia con la palabra y la gracia de
Dios" (LG 11).

El ministerio ordenado o sacerdocio ministerial (LG 10) está al servicio del sacerdocio bautismal. Garantiza que, en los
sacramentos, sea Cristo quien actúa por el Espíritu Santo en favor de la Iglesia. La misión de salvación confiada por el
Padre a su Hijo encarnado es confiada a los Apóstoles y por ellos a sus sucesores: reciben el Espíritu de Jesús para actuar
en su nombre y en su persona (cf Jn 20,21-23; Lc 24,47; Mt 28,18-20). Así, el ministro ordenado es el vínculo sacramental
que une la acción litúrgica a lo que dijeron y realizaron los Apóstoles, y por ellos a lo que dijo y realizó Cristo, fuente y
fundamento de los sacramentos.

Los tres sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden sacerdotal confieren, además de la gracia, un carácter
sacramental o "sello" por el cual el cristiano participa del sacerdocio de Cristo y forma parte de la Iglesia según estados y
funciones diversos. Esta configuración con Cristo y con la Iglesia, realizada por el Espíritu, es indeleble (Concilio de
Trento: DS 1609); permanece para siempre en el cristiano como disposición positiva para la gracia, como promesa y
garantía de la protección divina y como vocación al culto divino y al servicio de la Iglesia. Por tanto, estos sacramentos no
pueden ser reiterados.

Sacramentos de la fe

Cristo envió a sus Apóstoles para que, "en su Nombre, proclamasen a todas las naciones la conversión para el perdón de
los pecados" (Lc 24,47). "Haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo" (Mt 28,19). La misión de bautizar, por tanto la misión sacramental, está implicada en la misión de
evangelizar, porque el sacramento es preparado por la Palabra de Dios y por la fe que es consentimiento a esta Palabra:

«El pueblo de Dios se reúne, sobre todo, por la palabra de Dios vivo [...] Necesita la predicación de la palabra para el
ministerio mismo de los sacramentos. En efecto, son sacramentos de la fe que nace y se alimenta de la palabra» (PO 4).
127

"Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva,
a dar culto a Dios, pero, como signos, también tienen un fin instructivo. No sólo suponen la fe, también la fortalecen, la
alimentan y la expresan con palabras y acciones; por se llaman sacramentos de la fe" (SC 59).

La fe de la Iglesia es anterior a la fe del fiel, el cual es invitado a adherirse a ella. Cuando la Iglesia celebra los
sacramentos confiesa la fe recibida de los apóstoles, de ahí el antiguo adagio: Lex orandi, lex credendi (o: Legem credendi
lex statuat supplicandi). "La ley de la oración determine la ley de la fe" (Indiculus, c. 8: DS 246), según Próspero de
Aquitania, (siglo V). La ley de la oración es la ley de la fe. La Iglesia cree como ora. La liturgia es un elemento
constitutivo de la Tradición santa y viva (cf. DV 8).

Por eso ningún rito sacramental puede ser modificado o manipulado a voluntad del ministro o de la comunidad. Incluso la
suprema autoridad de la Iglesia no puede cambiar la liturgia a su arbitrio, sino solamente en virtud del servicio de la fe y
en el respeto religioso al misterio de la liturgia.

Por otra parte, puesto que los sacramentos expresan y desarrollan la comunión de fe en la Iglesia, la lex orandi es uno de
los criterios esenciales del diálogo que intenta restaurar la unidad de los cristianos (cf UR 2 y 15).

Sacramentos de la salvación

Celebrados dignamente en la fe, los sacramentos confieren la gracia que significan (cf Concilio de Trento: DS 1605 y
1606). Son eficaces porque en ellos actúa Cristo mismo; Él es quien bautiza, Él quien actúa en sus sacramentos con el fin
de comunicar la gracia que el sacramento significa. El Padre escucha siempre la oración de la Iglesia de su Hijo que, en la
epíclesis de cada sacramento, expresa su fe en el poder del Espíritu. Como el fuego transforma en sí todo lo que toca, así
el Espíritu Santo transforma en vida divina lo que se somete a su poder.

Tal es el sentido de la siguiente afirmación de la Iglesia (cf Concilio de Trento: DS 1608): los sacramentos obran ex opere
operato (según las palabras mismas del Concilio: "por el hecho mismo de que la acción es realizada"), es decir, en virtud
de la obra salvífica de Cristo, realizada de una vez por todas. De ahí se sigue que "el sacramento no actúa en virtud de la
justicia del hombre que lo da o que lo recibe, sino por el poder de Dios" (Santo Tomás de Aquino, S. Th., 3, q. 68, a.8, c).
En consecuencia, siempre que un sacramento es celebrado conforme a la intención de la Iglesia, el poder de Cristo y de su
Espíritu actúa en él y por él, independientemente de la santidad personal del ministro. Sin embargo, los frutos de los
sacramentos dependen también de las disposiciones del que los recibe.

1129 La Iglesia afirma que para los creyentes los sacramentos de la Nueva Alianza son necesarios para la salvación (cf
Concilio de Trento: DS 1604). La "gracia sacramental" es la gracia del Espíritu Santo dada por Cristo y propia de cada
sacramento. El Espíritu cura y transforma a los que lo reciben conformándolos con el Hijo de Dios. El fruto de la vida
sacramental consiste en que el Espíritu de adopción deifica (cf 2 P 1,4) a los fieles uniéndolos vitalmente al Hijo único, el
Salvador.

Sacramentos de la vida eterna

La Iglesia celebra el Misterio de su Señor "hasta que él venga" y "Dios sea todo en todos" (1 Co 11, 26; 15, 28). Desde la
era apostólica, la liturgia es atraída hacia su término por el gemido del Espíritu en la Iglesia: ¡Marana tha! (1 Co 16,22).
La liturgia participa así en el deseo de Jesús: "Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros [...] hasta que halle su
cumplimiento en el Reino de Dios" (Lc 22,15-16). En los sacramentos de Cristo, la Iglesia recibe ya las arras de su
herencia, participa ya en la vida eterna, aunque "aguardando la feliz esperanza
128

y la manifestación de la gloria del Gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo" (Tt 2,13). "El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven!
[...] ¡Ven, Señor Jesús!" (Ap 22,17.20). www.metodologiamad.cl

Santo Tomás resume así las diferentes dimensiones del signo sacramental: «Unde sacramentum est signum
rememorativum eius quod praecessit, scilicet passionis Christi; et desmonstrativum eius quod in nobis efficitur per Christi
passionem, scilicet gratiae; et prognosticum, id est, praenuntiativum futurae gloriae» («Por eso el sacramento es un signo
que rememora lo que sucedió, es decir, la pasión de Cristo; es un signo que demuestra lo que se realiza en nosotros en
virtud de la pasión de Cristo, es decir, la gracia; y es un signo que anticipa, es decir, que preanuncia la gloria venidera»)
(Summa theologiae 3, q. 60, a. 3, c.)

65.- Materia, forma, ministros, sujetos y efectos de los sacramentos.

Definición:

Signos sensibles y eficaces de la gracia instituidos por Cristo y administrados por la Iglesia.

El número de los sacramentos son siete, no porque sea un número simbólico o sagrado, sino porque Cristo no
instituyó ni más ni menos.

Todos tienen una materia y una forma, pues en todos hay algún objeto-gesto exterior y en todos hay
unas palabras. En todo sacramento hay un ministro que lo confiere, debe ser el ministro legítimo
para que Cristo actúe por él. www.metodologiamad.cl

SACRAMENTO MATERIA FORM MINISTRO SUJETO


A
Agua Natural “Yo te bautizo en el La Persona que La persona Bautizada
nombre del
Padre y del Hijo y del bautiza.
BAUTISMO Espíritu Santo’. Obispo, Niño, Niña, Adulto
Sacerdote
Diácono
La unción con el “Recibe por esta señal el El ministro Es todo bautizado
Santo crisma, don ordinario de la que no
del Espíritu Santo”. haya sido
confirmado.
Confirmación es
CONFIRMACI La imposición el
ÓN de Obispo o el
manos. sacerdote
(presbítero)
www.metodologiamad.cl
Pecados “Yo te absuelvo de tus El sacerdote o Es todo bautizado
veniales y pecados en el nombre del en caso que haya cometido
mortales Padre y del extraordinario algún
Hijo y del Espíritu Santo’. el Obispo o el pecado mortal o
venial.
PENITENCIA Papa.
RECONCILIAC
IÓN
129

El pan de trigo y el “Esto es mi Cuerpo que será


Sacerdote Todo bautizado
vino de la vid, entregado por ustedes” debidamente
preparado, “Esta es mi Sangre, sangre de la es sujeto capaz de
Aiianza nueva y eterna que será recibirla.
EUCARISTÍA derramada por ustedes
y por muchos para el
perdón de los pecados.”
www.metodologiamad.cl
UNCIÓN DE La materia es el “Por esta Santa unción y Todo Se puede administrar
LOS aceite de oliva por su sacerdote. la
ENFERMOS bondadosa misericordia te unción de los
enfermos al
bendecido por el ayude el Señor con la fiel bautizado que,
gracia del
Obispo en la Espíritu Santo, para que habiendo llegado al
Misa libre uso
Crismal del de tus pecados, te conceda de razón, comienza a
Jueves la
Santo. salvación y te conforte en estar en peligro de
tu muerte
La materia enfermedad.” por enfermedad o
próxima vejez.
es la unción con
el
óleo santo,
La imposición Oración consagratoria. El ministro es Sólo el varón
de el bautizado y
las manos “Te pedimos. Padre Obispo confirmado que tome
esta
Todopoderoso, que opción de vida
confieras a
ORDEN éstos siervos tuyos la
SACERDOT dignidad del presbiterado;
AL renueva en sus
corazones el Espíritu de
santidad; reciban de Ti el
sacerdocio y sean con su
conducta, ejemplo de
vida.”

Los contrayentes. Esposo: Yo N. te recibo a ti N. Los mismos


Todo bautizado con uso como
esposa, y prometo serte contrayentes son de razón que no
tenga fiel en lo favorable y en lo los ministros del
impedimento
adverso, con salud o
sacrament
o. enfermedad, y así amarte y
MATRIMONIO respetarte todos los días
de mi vida.
Esposa: Yo N. te recibo a
ti N. como esposo, y
prometo serte fiel en lo
favorable y en lo adverso,
con salud o enfermedad, y
así amarte y respetarte
todos los días de mi vida.
130

www.metodologiam
ad.cl

66.- El sentido de la oración personal y comunitaria.

ORACIÓN PERSONAL

LA ORACIÓN VOCAL
130

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica (#2704): "La oración vocal es la oración por excelencia de las multitudes
... se hace interior en la medida que tomamos conciencia de Aquél "a Quien hablamos" (Sta. Teresa de Jesús).

Dicha en adoración, la oración vocal puede a la larga convertirse –si Dios así lo desea- en contemplación. De allí que
pueda decirse que la oración vocal es una vía hacia la oración contemplativa.

Cuando los discípulos le piden a Jesús que les enseñe a orar, El les enseña una oración vocal: el Padre Nuestro. Y, si bien
los Evangelios nos muestran a Jesús orando en soledad y en silencio, también nos lo muestran elevando su voz al Padre, es
decir, haciendo oración vocal (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica #2701).

TIPOS de ORACION VOCAL:

Petición:
Como la oración de petición suele ser causada por un anhelo que deseamos se cumpla o por un plan que deseamos se realice,
o por una necesidad que deseamos sea satisfecha, a veces parece que no fuera escuchada.

Y, realmente, la oración de petición puede tener tres respuestas de parte de Dios: Sí, No o más tarde.

Sucede que a veces pedimos cosas que no nos convienen y que no coinciden con lo que Dios desea para nosotros. "Pedís y
no recibís, porque pedís mal", nos advierte el Apóstol Santiago (St. 2,3). Y San Pablo también insiste en esta idea:
"Nosotros no sabemos pedir como conviene" (Rom.8,26).

Casi siempre pasamos por alto las palabras tan importantes del Padre Nuestro: “Hágase tu Voluntad así en la tierra como
en el Cielo”. Es por ello que el Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que es necesario orar para poder conocer la
Voluntad de Dios (#2736). "El Evangelio nos invita a conformar nuestra oración con el deseo del Espíritu" (#2756).

Por eso dice San Juan: "Estamos plenamente seguros: si le pedimos algo conforme a Su Voluntad, El nos escuchará" (1ª
Jn.5,9). Y el mismo Señor nos dice: "Pedid y se os dará ... vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que
se las pidan" (Mt.7,7-11). Pero para pedir "cosas buenas" es menester conocer la Voluntad de Dios. Es cierto que Jesús
nos ha dicho: "Pedid y se os dará" (Mt.7,7 - Lc.11,9), pero también nos dijo: "Vuestro Padre sabe lo que necesitáis"
(Lc.12,30). En todo caso, nuestra oración de petición debe siempre estar sujeta a la Voluntad de Dios: "No se haga mi
voluntad, sino la Tuya" (Lc.22,42 - Mc.14,26).

ORACIÓN DE MEDITACIÓN

La meditación moviliza nuestra inteligencia para ponerla al servicio de la Palabra de Dios. Pero, no sólo Santa Teresa,
sino otros Directores Espirituales ponen límite a la oración de meditación.

La meditación es útil. Consiste en preparar la tierra y quitar las piedras, para hacernos más abiertos a Dios, a confiar en El,
a amarle mejor. Pero la contemplación y la oración de silencio son mejores aún, pues nos llevan inmediatamente a un
contacto directo personal con el Señor. (cf. Padre Marie Dominique Philippe en Seguir al Cordero)

ORACIÓN CONTEMPLATIVA

En este tipo de oración el orante no razona, sino que trata de silenciar su cuerpo y su mente para estarse en silencio con Dios.
131

La oración de silencio o contemplativa ha sido descrita detalladamente en las obras de dos Doctores de la Iglesia: Santa
Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.

La búsqueda en nuestro interior o interiorización se fundamenta en un dato de fe: Dios nos inhabita, somos "templos del
Espíritu Santo" (cf. 1 Cor 3, 16).

“Entra", dice Santa Teresa, porque tienes "al Emperador del cielo y de la tierra en tu casa ... no ha menester alas para ir a
buscarle, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí ... Llámase recogimiento porque recoge el alma todas las
potencias (voluntad, entendimiento, memoria) y se entra dentro de sí con su Dios".

La oración de silencio es un movimiento de interiorización, en la que el orante se entrega a Dios que habita en su interior.
Ya no razona acerca de Dios, sino que se queda a solas con Dios en el silencio, y Dios va haciendo en el alma su trabajo
de Alfarero para ir moldeándola de acuerdo a Su Voluntad.

La contemplación consiste en ser atraído por el Señor, quedarse con El y dejarle que El actúe en el alma.

La contemplación, según Santo Tomás, es una anticipación de la Visión Beatífica. Es vivir de manera incompleta y sólo por
un instante lo que Dios vive eternamente.

Sea la contemplación o sean gracias místicas que pueden darse en este tipo de oración, son don de Dios. Por ello, no
pueden lograrse a base de técnicas. Ni siquiera son fruto del esfuerzo que se ponga en la oración, sino que como don de
Dios que son, El da a quién quiere, cómo quiere, cuándo quiere y dónde quiere.

ORACION COMUNITARIA

Se llama oración comunitaria o compartida, al hecho de reunirse un grupo de personas para orar con las siguientes
características:
a) Espontáneamente.
b) En voz alta.
c) Ante los demás.
d) No simultáneamente, sino alternadamente.
Para que esta oración sea verdaderamente eficaz y conveniente debe cumplir las siguientes condiciones:
Se supone que los que oramos hemos cultivado la oración personal. De otra manera se convierte en una actividad artificial
y vacía.
Debemos evitar, de ser posible, frases estereotipadas, formales, dichas de memoria. Al contrario, deberíamos orar en forma
espontánea, con gran naturalidad e intimidad.
Para esto, debemos tener la certeza y recordarnos a nosotros mismos que somos portadores de grandes riquezas interiores
y que el Espíritu Santo habita en nosotros, y se expresa a través de nuestra boca; por eso debemos hablar con gran soltura y
libertad. www.metodologiamad.cl

Es de desear que no haya entre los que oramos cortocircuitos emocionales, porque esto bloquea la espontaneidad del
grupo. Los muros que separan a un hermano de otro hermano, separan también al hermano de Dios.
Es necesario que seamos sinceros; es decir que cuando oremos, nuestro hablar, no sea motivado por sentimientos de
vanidad, de decir cosas originales o brillantes.
Pero la condición esencial es que sea una oración verdaderamente compartida: cuando un integrante del grupo esta
hablando con el Señor, yo tengo que asumir sus palabras como mías, y con esas mismas palabras dirigirme a Dios. Y
cuando yo esté hablando, se supone que mis hermanos toman mis palabras, y con esas mismas palabras se dirigen a Dios.
Y así todo el tiempo oran todos con todos. Y aquí esta el secreto de la grandeza y riqueza de la
132

oración comunitaria: que el Espíritu Santo se derrama a través de personalidades e historias tan variadas y diversas; y por
eso resulta una oración tan enriquecedora.

IMPORTANCIA DE LA ORACIÓN COMUNITARIA.

Junto con la adoración, la sana doctrina, la comunión y el compañerismo, la oración comunitaria es una parte importante
de la vida de la iglesia. La iglesia, inmediatamente después de la resurrección de Jesucristo (Hechos 1:14) y continuando
hasta nuestros días, se reúne regularmente para aprender la doctrina de los apóstoles, partir el pan y orar juntos (Hechos
2:42). Cuando oramos junto con otros creyentes, los efectos pueden ser muy positivos. La oración comunitaria nos edifica
y unifica mientras compartimos nuestra fe común. El mismo Espíritu Santo que habita dentro de cada creyente provoca que
nuestros corazones se regocijen mientras oímos las alabanzas a nuestro Señor y Salvador, entrelazándolos juntos en un
lazo único de compañerismo que no encontramos en ningún otro lugar en la vida.
Para aquellos que pudieran estar solos y luchando con las cargas de la vida, el oír a otros llevar esas cargas hasta el trono
de gracia, puede ser muy alentador. También nos edifica en el amor y cuidado por otros mientras intercedemos por ellos.
La oración comunitaria también enseña a los creyentes jóvenes cómo orar y los trae a un compañerismo íntimo con el
cuerpo de Cristo. Al mismo tiempo, la oración comunitaria sólo será el reflejo de los corazones de los individuos que
participan en ella. Venimos a Dios en humildad (Santiago 4:10), verdad (Salmo 145:18), y obediencia (1 Juan 3:21-22),
con agradecimiento (Filipenses 4:6) y confianza (Hebreos 4:16). Desgraciadamente, la oración comunitaria también puede
convertirse en una plataforma para aquellos que dirigen las palabras no a Dios, sino a sus oyentes. Jesús nos advirtió contra
este comportamiento en Mateo 6:5-8, exhortándonos a no ser protagonistas hipócritas y verborrágicos en nuestras
oraciones, sino orar secretamente en nuestras propias habitaciones para evitar la tentación.

Profesor:
Rodolfo Mendoza

Email:

metodologiamad@gmail.c
om

Web:

www.metodologiamad.cl

Potrebbero piacerti anche