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Y la Cuaresma… ¿qué es?

Con el Miércoles de Ceniza comienza un nuevo tiempo litúrgico: la Cuaresma, tiempo que se
caracteriza por acentuar el arrepentimiento de los propios pecados y en el que se invita a hacer
penitencia. El eje central de este camino de 40 días, que termina hasta la tarde del Jueves Santo,
antes de la celebración del “Lavatorio de los pies”, es la conversión del corazón.

La celebración del Miércoles de Ceniza tiene un trasfondo bíblico, pues imponerse la ceniza en la
cabeza era un signo de humillación ante los demás. Esta práctica se llevó a cabo en los primeros
siglos del cristianismo, en donde una persona exteriormente mostraba a los demás que llevaba a
cabo una penitencia.

Superficialmente se puede pensar que este tiempo (en donde algunos días obliga el ayuno, como
el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, y, además, los viernes se practica la abstinencia de
comer carne) se caracteriza por el cumplimiento de prácticas externas que nada tienen que ver
con nuestra salvación. Muchos discursos en la actualidad han enfatizado que el ayuno que
verdaderamente agrada a Dios es el ayuno de criticar, el ayuno de hacer el mal, el ayuno de hacer
injusticias, etc. Estas recomendaciones sustentadas en el célebre texto de Isaías 58, 1-12 sacadas
de contexto pueden llevar a una malinterpretación de la penitencia exterior. De hecho, estos
ayunos como bautizados los debemos hacer todo el año, no sólo en Cuaresma. El ayuno debe
estar unido inexorablemente a la penitencia interior, la que mueve al corazón al verdadero
arrepentimiento. El ayuno y la abstinencia, con la gracia de Dios, son meritorios para nuestra
salvación, ayudan al hombre a reconocer su pequeñez y elevan al alma a un clima de meditación y
oración. No obstante, si se desvinculan de su verdadero sentido de nada servirán.

En la Cuaresma se pide explícitamente que se hagan tres cosas: ayuno, oración y limosna, como
medios para vivir mejor dicho tiempo. Cada una de ellas apunta a la reparación de las relaciones
naturales del hombre, que han sido heridas por el pecado. El ayuno mira a la relación del hombre
consigo mismo. La oración se enfoca a la relación con Dios. La limosna a la relación con el otro.
Ésta última no solo se debe entender como el hecho de dar dinero a quien lo necesite, sino que
apunta más en la dimensión de darse a los demás. Por limosna se entiende como todo bien que es
dado como ayuda a alguien, esto implica desde cosas materiales hasta inmateriales, como nuestro
tiempo, compañía, etc.

La Cuaresma es un tiempo que insiste en la austeridad litúrgica. El canto del “Aleluya” se omite
hasta la Vigilia Pascual. El color morado propio de estos días invita al fiel al espíritu de conversión.
La Cuaresma en sí misma no es nada sin la Pascua, por ello, que estos 40 días nos ayuden a todos a
contemplar de mejor manera el misterio de nuestra salvación en Cristo.

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