Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
DEPARTAMENTO DE HUMANIDADES.
LICENCIATURA EN FILOSOFIA.
SANTIAGO – CHILE.
Enero 2018.
A Blass Riveros González, quien siempre ha estado en mi pensamiento.
Creo que una de las tareas de la existencia humana, uno de sus sentidos —y en
esto consiste la libertad del hombre— es no aceptar nunca nada como definitivo,
intocable, evidente, inmóvil. Nada de lo real debe imponérsenos como una ley
definitiva e inhumana.
Michel Foucault.
[2]
AGRADECIMIENTOS.
Muchas han sido las personas que han marcado mi intermitente paso por la
universidad, a ellos quisiera agradecerles.
Quiero agradecer, en primer lugar, a mis padres: Isabel Carrasco y Juan
Sepúlveda, quienes siempre me brindaron su apoyo incondicional, si no fuera por
ustedes no podría haber vuelto a retomar mis estudios. Gracias por su sacrificio y
por su fe en mí, sin ustedes, indudablemente no habría sido posible llegar hasta
aquí.
A mi hermana Makarena Valdubinos, mi enanita hermosa, gracias por ser
siempre quien ha iluminado mi vida con tu alegría, con tu inagotable energía, pero
por sobre todo por darme ánimos para continuar.
A Paula Durán, cuya amistad ha sido de gran apoyo fuera de la universidad,
eres fundamental en mi vida, tú sabes mejor que nadie lo difícil que fue el camino
para llegar a esta instancia, te agradezco por haberme acompañado, espero de todo
corazón acompañarte en el tuyo. A Claudia Ramírez y Francisco Durán, por
acogerme como una hija, por siempre preocuparse por mí, por su apoyo y cariño. A
todos ustedes les agradezco por haber hecho de su casa mi hogar.
A mis queridos amigos de la universidad: Ninoska Pedreros y Víctor Reyes,
con quienes viví muchos momentos, tantas anécdotas, tantas tardes de estudio.
Junto a ustedes aprendí mucho, crecí tanto en lo personal como en lo académico.
Gracias por siempre estar dispuestos a ayudar, por alentarme, por su amistad.
También quiero agradecer a Israel Estelle, por ser una de las personas que me
incentivaron a volver a estudiar, ahora puedo decir con propiedad que pude
“convertir el infortunio en buena suerte”.
Quiero agradecer también, a los profesores que marcaron mi paso por la
universidad. Al profesor Gustavo Cataldo, Dr. Javier Echeñique, profesor Nicolás
Alarcón y profesor Javier Fuentes.
Quisiera agradecer especialmente a la profesora Dr. Ruth Espinosa, por
siempre haber tenido buena disposición para ayudar, aun cuando tuviera poco
[3]
tiempo, por sus consejos y palabras de aliento, por haber fomentado la confianza
en mí, sus palabras fueron de gran apoyo.
Y por último, a mi profesor guía, el Dr. Enoc Muñoz, me quedo corta al
expresar mi gratitud hacia usted, por haber aceptado dirigir esta tesis, a pesar de
todas las dificultades que se presentaron en el camino, por su inmensa paciencia,
ante mis a veces lentos avances. Por su amabilidad, comprensión y dedicación para
hacer que esto fuese posible.
[4]
ÍNDICE DE CONTENIDO.
RESUMEN............................................................................................................. 6
INTRODUCCIÓN. .................................................................................................. 7
1. Vigilar y Castigar y el trabajo de problematización ..................................... 6
2. Una problematización del cuerpo……………………………………………..14
3. Itinerario .................................................................................................... 18
PRIMER CAPÍTULO: Algunas notas sobre el análisis genealógico .................... 20
1. Una herencia de Nietzsche…………………………………………………….20
2. De la efectividad de las tecnologías de poder............................................24
3. Una genealogía de la normalización del alma............................................29
SEGUNDOCAPÍTULO. Desplazamientos tácticos: del suplicio al castigo .......... 34
1. La tecnología del suplicio. . ....................................................................... 34
2. La tecnología del castigo……………………………………………………….38
3. Del análisis de los desplazamientos. ......................................................... 41
TERCERCAPÍTULO. La tecnología de la disciplina. ........................................... 45
1. Del surgimiento del poder disciplinario. ..................................................... 45
2. Los instrumentos de utilización disciplinaria .............................................. 49
3. La herramienta panóptica . ....................................................................... 55
CONCLUSIÓN..................................................................................................... 61
BIBLIOGRAFÍA…………………………………………………………………………..64
[5]
RESUMEN.
[6]
INTRODUCCIÓN.
"La noción que sirve de forma común a los estudios que he emprendido tras la
Historia de la locura es la de problematización, pese a que aún no había aislado
suficientemente esta noción. Pero siempre se va hacia lo esencial para atrás, como
los cangrejos, y las cosas más generales aparecen en último lugar. Es el precio y
la recompensa de cualquier trabajo en el que las apuestas teóricas se elaboran a
partir de cierto dominio empírico. En la Historia de la locura la cuestión era saber
cómo y por qué la locura, en un momento dado, fue problematizada a través de una
determinada práctica institucional y de cierto aparato de conocimiento. Del mismo
modo, en Vigilar y castigar se trataba de analizar los cambios en la
[7]
problematización de las relaciones entre delincuencia y castigo a través de las
prácticas penales y las instituciones penitenciarias a finales del siglo XVIII y
comienzos del siglo XIX. Ahora la cuestión es: ¿cómo se problematiza la actividad
sexual?" (Foucault, 1999a, p. 371) 1.
1 Recordemos que el contexto de esta entrevista es la publicación reciente, en 1984, de los tomos
[8]
Este conjunto de afirmaciones nos dicen, por lo tanto, que la noción de
"problematización" designaría el objeto mismo de las diversas investigaciones
foucaultianas. Como comenta Fabrice de Salies: lo que trata de poner en evidencia
esta práctica filosófica se declinaría como la exhibición de problematizaciones,
"como la exhibición de 'lo que se hace, el movimiento mediante el cual nos
desprendemos de ello, lo constituimos como objeto y lo reflejamos como problema'2
en función de épocas y dominios" (de Salies, 2013, p. 237)3.
Si en este primer recorrido el término "problematización" nos permite resaltar
el "trabajo de historiador" presente en el modo de practicar la filosofía en Foucault
como un trabajo centrado en recoger o exhibir problematizaciones del pasado, es
necesario notar, como también lo advierte de Salies, que el uso que hace nuestro
autor de este término es polivalente. Este decir, si Foucault intenta sintetizar su
modo de concebir y practicar la filosofía mediante el término "problematización",
este término no se agotaría en designar un trabajo de exhibición de objetos
constituidos en algún pasado. Y es que, por otro lado, Foucault afirma también
haber realizado "empresas de problematización". Citemos a de Salies para
comenzar a examinar este segundo sentido del término en cuestión:
2 El texto intercalado en esta cita corresponde también a una de las últimas entrevista concedidas
por Foucault (mayo de 1984): "Polémica, política y problematizaciones" (Foucault, 1999b, p. 359).
3Las traducciones de los textos en francés han sido revisadas y corregidas por el profesor guía de
nuestra investigación.
4 El texto aquí intercalado corresponde a otra entrevista tardía de Foucault (abril de 1984): Interview
[9]
objetos o materiales históricos que estas investigaciones se habrían dado como
tarea exhibir, como si se tratara de una práctica filosófica limitada al trabajo de
exposición o descripción; esta noción designaría también, por otro lado, el objetivo
de la operación tematizante que se desea llevar a cabo: hacer obra de intervención
"en el corazón de nuestra actualidad". Es decir, Foucault concebiría su propio
procedimiento tematizante como un ejercicio de problematización en relación con
su presente, "en función de una situación actual" (Foucault, 1999a, p. 376). De ahí
que, interrogado en la entrevista "El cuidado de la verdad" sobre por qué habría que
dirigirse a períodos históricos "tan lejanos", como es el caso de los tomos segundo
y tercero de La historia de la sexualidad, Foucault responda:
"Que los castigos en general y que la prisión en particular surgen de una tecnología
política del cuerpo, es quizás menos la historia la que me lo ha enseñado que la
[10]
época presente. En el transcurso de estos últimos años, se han producido acá y
allá en el mundo rebeliones de presos [...] Se trataba realmente de una revuelta, al
nivel de los cuerpos, contra el cuerpo mismo de la prisión. Lo que estaba en juego
no era el marco demasiado carcomido o demasiado aséptico, demasiado
rudimentario o demasiado perfeccionado de la prisión; era su materialidad en la
medida en que es instrumento y vector de poder; era toda esa tecnología del poder
sobre el cuerpo, que la tecnología del 'alma' -la de los educadores, de los
psicólogos y de los psiquiatras- no consigue ni enmascarar ni compensar, por la
razón de que no es sino uno de sus instrumentos [...]" (VC, p. 36-37).
"De esta prisión, con todos los asedios políticos del cuerpo que en su arquitectura
cerrada reúne, es de la que quisiera hacer la historia. ¿Por puro anacronismo? No,
si se entiende por ello hacer la historia del pasado en los términos del presente. Sí,
si se entiende por ello hacer la historia del presente"(Foucault, 1976, p. 37).
Es preciso aquí prestar atención al uso que hace Foucault del término
"anacronismo". Ciertamente, una explicación más rigurosa de este uso requiere la
incorporación de lo que Foucault desarrolla como "análisis genealógico" en esta
fase de su pensamiento. Pero de esto nos ocuparemos en el cuerpo de nuestra
[11]
tesis. Por el momento, nos interesa destacar que este uso de la noción
"anacronismo" nos permite retomar los dos sentidos del término "problematización"
que hemos destacado más arriba.
En primer lugar, habitualmente señalar que una investigación ha cometido
un "anacronismo" significa descalificarla. Y esta descalificación, en términos
generales, puede apoyarse, por una parte, en un juicio que dice que hay ciertos
eventos del pasado que resultan insignificantes para nuestra actualidad y, por otra,
en esa "regla de oro" para el historiador a la que podemos aludir con los términos
de Georges Didi-Huberman: "sobre todo no proyectar, como suele decirse, nuestras
propias realidades - nuestro conceptos, nuestros gustos, nuestros valores - sobre
las realidades del pasado, objetos de nuestra búsqueda histórica" (Didi-Hubernan,
2005, p. 16). Ahora bien, son ambos sentidos del término anacronismo los que
Foucault rechaza como impertinentes para referirse a esa historia de la prisión que
desarrollaría Vigilar y castigar. Pues no solo no se intenta aquí hacer la historia del
pasado en términos del presente, sino que ni siquiera hacer una historia que quiere
decirnos la verdad del pasado. Si hay un interés historiador, un esfuerzo de afanarse
con documentos y archivos, prácticamente olvidados e incluso a veces felizmente
olvidados por tratarse de materiales "poco nobles", este interés no obedece ni a un
ejercicio de erudición ni a un culto al pasado; pero tampoco consiste esta práctica
histórico-filosófica en proyectar categorías culturales propias sobre ese pasado. "El
compromiso de la investigación consiste en no ser cómplice del presente en la
traición al pasado" (Castro, 2008, p. 219). ¿Qué sentido tiene entonces esta
atención al pasado, este trabajo de exhibición de problematizaciones del pasado?
Antes de responder esta pregunta, es necesario percatarse que, en segundo lugar,
Foucault sí reconoce una pertinencia a la calificación de "anacronismo": sería
acertado calificar de "anacronismo" la historia de la prisión que desarrolla Vigilar y
castigar "si se entiende por ello hacer la historia del presente". Lo que parece querer
decir esta afirmación es que el presente mismo al que se pertenece, lo que
llamamos "nuestra actualidad o contemporaneidad", está atravesado de
anacronismos en el sentido de extrañezas, pero que habitualmente se nos dan
como naturales o verdades ya validadas. Por el contrario, ocuparse del pasado de
[12]
nuestras verdades es, para esta práctica histórico-filosófica, "conservar el carácter
accidental del que procede lo actual" (Castro, 2008, p. 207).
Como veremos más adelante a propósito del análisis genealógico, esta
atención al pasado, a las problematizaciones del pasado no tiene como objetivo
construir una identidad anunciada por un significado ideal o un "origen" que se
situaría fuera de la historia, así como tampoco articular la continuidad lineal de
causas y efectos de acontecimientos orientados teleológicamente; esta atención al
pasado tiene como su objeto las problematizaciones para mostrar precisamente que
estas mismas ya responden a inquietudes coyunturales configuradas en un "plexo
de luchas e intereses", en un "juego azaroso de las dominaciones" (Cf. Foucault,
1992). Y es en este sentido que lo desenterrado por esta atención al pasado viene
a cruzarse, en una utilización táctica, con la actualidad, a inquietar nuestro presente
como construido sobre la base de una procedencia ella misma coyuntural. Esta
atención al pasado, a las problematizaciones del pasado, pues, va de la mano de
una atención al presente al que se pertenece y a un interés por realizar operaciones
de problematización dirigidas a las verdades que éste mismo nos impone. En otros
términos, es en vistas de una posible transformación que esta atención al pasado
viene a cruzarse con nuestro presente. Al mostrarnos nuestro presente como
afectado de cierto anacronismo, como extraño a nosotros mismos, al denunciar su
procedencia azarosa, esta práctica histórico-filosófica puede abrir zonas de acción.
Como resume Castro:
[13]
su distanciamiento. La historia no quiere consolar, sino inquietar, minar el lenguaje,
romper los nombres comunes. Como, por ejemplo, la historia de la prisión, que
fractura la evidencia de una humanización de las penas y de la imposibilidad de
una sociedad sin cárceles." (Castro, 2008, pp. 213 y 222).
[14]
La indicación sobre esta inversión del frente atacado por el análisis es una
señal que importa resaltar. Pues a través de esta respuesta Foucault reconoce que
en su itinerario ha efectuado análisis de un problema determinado en tanto que éste
"se les planteaba a los demás", es decir, en lo concerniente a las formación de los
saberes que a ella se refieren o a los sistemas de poder que se proponen regularla;
y ahora, en el hilo de una historia de la sexualidad, analiza el problema que la
conducta sexual plantea "a los propios individuos", es decir, al menos en el contexto
de la Antigüedad, en tanto ella que concierne a una ética "cuidado de sí" en tanto
que arte de vivir. En el primer caso, lo que se ha intentado analizar son las prácticas
discursivas que organizan los saberes (cf. Las palabras y las cosas, La arqueología
del saber) y las relaciones de poder (cf. Vigilar y castigar, La voluntad de saber) en
tanto que instancias heterónomos que intervienen en los procesos de constitución
de sujetos; en el segundo caso, lo que se ha intentado analizar son las modalidades
de los procesos de subjetivación en virtud de los cuales un sujeto se constituye él
mismo en tanto que sujeto, es de decir, "cómo 'se gobierna' uno a sí mismo" (cf. El
uso de los placeres, La inquietud de sí).
Importa resaltar esta indicación sobre los distintos frentes de los que Foucault
se ha ocupado en sus estudios, pues el conjunto de estos "frentes" viene a coincidir
con el concepto de "experiencia" reivindicado también por el Foucault más tardío:
"Entendemos por experiencia la correlación, dentro de una cultura, entre campos
de saber, tipos de normatividad y formas de subjetividad" (Foucault, 1984, p. 8). Si
las experiencias se conforman de acuerdo con el entramado saber, poder y
subjetividad, esto permite comprender que los estudios publicados por Foucault
hasta entonces se focalizaron en uno u otro de estos ejes de la experiencia. Pero si
esos estudios privilegiaron, en cada caso, uno de entre aquellos ejes, ello no
significa desconocer que los otros permanecen como elementos constitutivos de la
experiencia analizada. Quizás por lo mismo es que Foucault destaca, en la
entrevista, el ejemplo del dominio de "la locura", estudiado en Historia de la locura
en la época clásica y publicado en 1961, ya que considera que en este estudio
[15]
procuró analizar esos tres aspectos o ejes de la experiencia para mostrarlos en su
correlación (cf. Foucault, 1999a, pp. 371-372).
Finalmente, nos interesaba resaltar esta indicación sobre los "frentes" o los
ejes de la experiencia, entramado que constituye, como ha señalado Gilles Deleuze,
"la tripe raíz de la problematización del pensamiento en Foucault" (Deleuze, 1987,
p. 151), porque ello nos permite comenzar a circunscribir el marco de la pregunta
directriz de nuestra investigación.
Foucault mismo, también desde una evaluación retrospectiva, señala que
aquello de lo que se ocupó en Vigilar y castigar se trataba de una "problematización
del crimen y del comportamiento criminal a partir de ciertas prácticas punitivas que
obedecen a un modelo 'disciplinario'" (Foucault, 1984, p. 15). Conviene detenerse
en los términos articulados en esta afirmación.
En primer lugar, que se nos indique que de lo que se trataba en Vigilar y
castigar era de poner de manifiesto una "problematización del crimen y del
comportamiento criminal", con ello se nos señala ya una conducción de los análisis
allí realizados, cuya apuesta es importante: aquello que plantea problemas en y al
derecho, contra lo que creyeron los reformadores (juristas y teóricos) modernos del
sistema jurídico, no es tanto la ley y su fundación como el crimen. Y por ello, es a
partir de lo que se considera como crimen en tal o cual momento que es preciso
interrogar la penalidad y el poder de castigar. Esta conducción de los análisis
moviliza una apuesta importante, pues permite poner de manifiesto cómo
históricamente, de acuerdo a su propia problematicidad, una carta de ilegalidades
ha tenido que redefinirse y, por consiguiente, las "prácticas punitivas". Por ejemplo,
va a ser importante preguntarse por la justicia criminal moderna en determinado
momento ya no va a castigar o juzgar tanto el acto criminal o hecho cometido como
al "alma criminal", esto es, a una individualidad psicológica con la virtualidad de sus
comportamientos, instintos, anomalías, peligrosidades.
En segundo lugar, que se nos advierta que esas "prácticas punitivas"
obedecen a un "modelo disciplinario", esto nos permite comprender que la "historia
de la prisión" que se propone contar Vigilar y castigar es, más particularmente, la
historia de una mutación que se ha producido en las instituciones penitenciarias en
[16]
el paso del siglo XVIII al XIX: el paso de la punición a la vigilancia, y, más
estrictamente, una genealogía del poder disciplinario. Es decir, si este análisis de
"las relaciones entre delincuencia y castigo a través de las prácticas penales y las
instituciones penitenciarias" resulta interesante a la vez que incómoda, es porque
da asidero a una suerte de mirador de la sociedad moderna en su conjunto: es de
la construcción heterónoma de la subjetividad o "alma moderna" (cf. Foucault, 1976,
p. 29) mediante un conjunto de estrategias dirigidas al cuerpo lo que Vigilar y
castigar pondrá de manifiesto.
Si el Foucault más tardío, de acuerdo a lo que señalábamos más arriba a
propósito de su concepto de "experiencia", se focalizará en el aspecto o eje de la
auto-constitución del sujeto en el contexto de las éticas del cuidado sí como "artes
de vivir" de la Antigüedad, el Foucault de la fase que nos ocupamos, al examinar la
relación de los individuos con el poder, se centra sobre todo en la constitución
heterónoma de la subjetividad, en la producción de la subjetividad en las relaciones
de sujeción. Esto queda claramente expresado en un curso contemporáneo a la
publicación de Vigilar y castigar, Defender la sociedad:
"En vez de deducir los poderes de la soberanía, se trataría más bien de extraer
histórica y empíricamente los operadores de dominación de las relaciones de
poder. Teoría de la dominación, de las dominaciones, más que teoría de la
soberanía, lo cual quiere decir: en vez de partir del sujeto (e incluso de los sujetos)
y de los elementos que serían previos a la relación y que podríamos localizar, se
trataría de partir de la relación misma de poder, de la relación de dominación en lo
que tiene de fáctico, de efectivo, y ver cómo es ella misma la que determina los
elementos sobre los que recae. En consecuencia, no preguntar a los sujetos cómo,
por qué y en nombre de qué derechos pueden aceptar dejarse someter, sino
mostrar cómo los fabrican las relaciones de sujeción efectivas" (Foucault, 2000, p.
50).
Pues bien, este conjunto de indicaciones nos permite diseñar la tarea que nos
proponemos desarrollar en nuestra investigación, cuya hipótesis ya introducíamos
a través de la formulación de la pregunta: ¿en qué sentido la "historia de la prisión"
[17]
desarrollada en Vigilar y castigar establece un vínculo entre los "cuerpos" y el
"poder" como trabajo de problematización?
Sobre la base de lo señalado queda de manifiesto que tal vínculo no solo se
establece en tanto que constitución heterónoma de la subjetividad, sino que también
es una clave de esta "historia de la prisión" o, de acuerdo a lo que veníamos
precisando, de esta historia del "alma moderna", el poner de relieve precisamente
el encuentro del poder y los cuerpos. Es decir, se traza con ello el programa de
exploración de una "historia política de los cuerpos" atento al análisis de este
encuentro. Es en esta dirección que se podrá captar la "fabricación" de individuos
como efecto de cierta apropiación política de los cuerpos y cómo ciertos
mecanismos y tácticas atraviesan la sociedad moderna. Para mostrar cómo el
cuerpo ha sido un objeto privilegiado de utilización política dentro de la sociedad
moderna, Foucault identificará tres tecnologías de poder que mostrado su
efectividad en el proceso histórico moderno: las tecnologías de poder del suplicio,
del castigo y de la disciplina. Seguir el análisis de los desplazamientos de estas
tecnologías de poder, con el objetivo de poner de relieve, finalmente, el nacimiento
de la disciplina como técnica de normalización de los individuos, tal será la vía que
tomaremos para responder a nuestra pregunta directriz. Nuestra investigación
quisiera mostrar que los análisis de estos desplazamientos no solo exhiben
problematizaciones del pasado sino que también conminan al ejercicio mismo de
nuestra investigación, que se quiere un ejercicio filosófico, a reconocerse como una
operación de intervención. Y esto, porque dichos análisis nos entregan
herramientas conceptuales para percibir nuestra propia actualidad; nos permiten
extrañarnos y, de esta manera, una distancia crítica para percibir y afrontar el hecho
de que nuestro presente continúa siendo modulado como una "sociedad
disciplinaria".
3. Itinerario.
[18]
metodológicas a propósito del ejercicio analítico desplegado en Vigilar y castigar.
Ello significará ocuparnos de los alcances que otorga Foucault, en esta fase de su
pensamiento, al "análisis genealógico" y de porqué al enfoque introducido por este
análisis no le es nada accidental el centrarse en la problemática del cuerpo inscrito
en la relaciones de poder. Además, estas indicaciones de carácter metodológico
resultarán claves para trazar la fase del itinerario intelectual de Foucault en la que
se inscribe nuestro material de estudio. Recordemos que Foucault reformuló varias
veces, a medida que avanzaba en sus investigaciones, el rol estratégico de este
modo de análisis 5. Para los objetivos de nuestra lectura de Vigilar y castigar, nos
resultará instructivo retomar una monografía que consagra a Nietzsche en 1971:
"Nietzsche, la genealogía, la historia" (Foucault, 1992, pp. 5-29). En el segundo
capítulo de nuestra investigación, retomaremos los análisis de las tecnologías de
poder del suplicio y del castigo, con el objetivo de mostrar en qué sentido éstas se
aplican a los cuerpos y en qué sentido lo que venimos designando, con Foucault,
"historia de la prisión", puede devenir un mirador de la sociedad moderna.
Finalmente, en el tercer capítulo, nos centramos en la tecnología del poder
disciplinario. Nos interesará mostrar aquí, que esta nueva forma de poder toma
directamente por objeto el cuerpo en su individualidad. Lo importante es destacar
entonces que el poder ejerce una función "individualizante" asociándose a las
disciplinas y, en su dimensión de problematización, cómo el ideal del panoptismo,
situación en la que el individuo es aislado y visible, mientras que el poder se vuelve
indiscernible e invisible, opera por todas partes.
5Y lo mismo sucede con eso otro modo analítico que Foucault designó con el término "arqueología".
Para un acercamiento de las mutaciones que sufrieron ambas estrategias analíticas en las
exploraciones siempre arriesgadas de Foucault, y por lo cual estas estrategias soportan difícilmente
la calificación de "métodos", es decir, si se entiende por "método" como algo con lo que se cuenta
de antemano, como un instrumento ya desde siempre conformado y dispuesto para ser aplicado: cf.
Castro, 2008, pp. 195-233.
[19]
Primer Capítulo: Algunas notas sobre el análisis genealógico
[20]
presentados ante la Asamblea Constituyente; y en el momento de tematizar la
tecnología de la disciplina (cf. capítulos 5 y 6), cuya interferencia en la sociedad
sería de hondo calado, se interesa especialmente en los reglamentos y archivos
cotidianos de las escuelas, de las fábricas, de los cuarteles. A todos estos discursos,
hay que sumar las referencias a las ciencias humanas en el camino de su
constitución y encarnación institucional.
Esta nota sobre el materialismo documentalista es importante para Foucault,
pues con ello se quiere subrayar el "sentido histórico" que caracteriza al análisis
genealógico. Ya Nietzsche advertía que, en el caso de una "genealogía de la moral",
se trata de ir "hacia la efectiva historia de la moral", "de la moral que realmente ha
existido, de la moral realmente vivida" (Nietzsche, 1994, p. 24); por esto, se dice,
que el color ajustado a la genealogía es "el gris": ir en esta dirección es acudir a "lo
fundado en documentos, lo realmente comprobable, lo efectivamente existido"
(Ibid.). Es decir, la genealogía va tras lo históricamente atestiguado, de los discursos
y prácticas que hay que descifrar en su enmarañamiento. Si esto, por un lado,
significa la exigencia de un "saber minucioso [...] un cierto encarnizamiento en la
erudición" (Foucault, 1992, p. 6), por otra, diferencia a la genealogía de las
investigaciones que la organizan la historia a partir de proyecciones ideales y
teleológicas. La genealogía, dice Foucault, se opone "al despliegue meta-histórico
de las significaciones ideales y de los indefinidos teleológicos" (Foucault, 1992, p.
6).
Esta oposición a las concepciones de la historia que postulan una fundación
"meta-histórica" de ésta, se deja reconocer, de acuerdo a Foucault, en la crítica de
la noción de "origen" (Ursprung) llevada a cabo por Nietzsche. Con esta noción se
ha buscado asentar un supuesto fundamento de la historia que correspondería
descubrir, a un secreto esencial que se encontraría perdido o suspendido en el
torbellino de los accidentes y de los acontecimientos, pero que sería rescatable por
encima de la historia. "El origen - escribe Foucault - está siempre antes de la caída,
antes del cuerpo, antes del mundo y del tiempo; está del lado de los dioses, y al
narrarlo se canta siempre una teogonía" (Ibid., pp. 8-9). Por el contrario, la
genealogía muestra que eso que se presenta como sustrato último fue ello mismo
[21]
construido, en una determinada coyuntura, con materiales extraños a la idea de
fundamento:
"El genealogista necesita la historia para conjurar la quimera del origen [...]. Es
preciso saber reconocer los sucesos de la historia, sus sacudidas, sus sorpresas,
las victorias afortunadas, las derrotas mal digeridas, que dan cuenta de los
comienzos, de los atavismos y de las herencias" (Foucault, 1992, p. 10).
[22]
de historiador que no omite el carácter accidental del que procede lo actual, lo que
se ha logrado instaurar y proponer como verdad que ha de dominar.
[23]
enredada en historias, en la "emergencia" de acontecimientos, lo que Nietzsche
designa Entstehung (cf. Foucault, 1992, pp. 13-17), que la remiten a una
confrontación o enfrentamientos de fuerzas, al espacio coyuntural donde "saber" y
"poder" tejen la trama de un surgimiento 7.
¿En qué sentido estas indicaciones sobre el análisis genealógico nos
permiten una entrada a Vigilar y castigar?
7 El siguiente párrafo resume lo que se busca indicar con el término "emergencia": "La emergencia
es pues, la entrada en escena de las fuerzas; es su irrupción, el movimiento de golpe por el que
saltan de las bambalinas a la escena, cada una con el vigor y la juventud que le es propia. Lo que
Nietzsche llama Entstehungsherd del concepto de bueno no es exactamente ni la energía de los
fuertes, ni la reacción de los débiles; es más bien esta escena en la que se distribuyen los unos
frente a los otros, los unos por encima de los otros; es el espacio que los reparte y se abre entre
ellos, el vacío a través del cual intercambian sus amenazas y sus palabras. Mientras que la
procedencia designa la cualidad de un instinto, su grado o su debilidad, y la marca que éste deja en
un cuerpo, la emergencia designa un lugar de enfrentamiento" (Foucault, 1992, p. 15).
[24]
correspondencia con la conformación de una sociedad cada vez más humanista y
racional.
El primero de esos documentos, corresponde a un informe que relata cómo
se aplicó la pena capital a Robert François Damiens, en 1757. Se trata de la
"tecnología del suplicio", caso en el que el poder del castigo es entendido como la
aplicación del arte de hacer sufrir, de causar dolor al infractor ostensiblemente. Es
decir, se trata también de que la aplicación del castigo sea un espectáculo. Como
se considera que toda falta es una falta contra el soberano, se escenifica allí un
combate desigual, una relación fuerzas disimétricas entre el súbdito y el soberado:
esas fuerzas se enfrentan en el cuerpo del supliciado; un poder sin contrapeso
captura y somete a un cuerpo.
Que el suplicio haya tenido carácter de espectáculo tenía que ver con que su
finalidad apuntaba a que el pueblo presenciara ese combate desigual, es decir, que
este funcionara como advertencia para cualquiera que quisiera atreverse a poner
en peligro el poder del soberano. El espectáculo del suplicio, aparentemente, tenía
una función pedagógica, una función aleccionadora para la población.
El segundo documento, aquel del reglamento de las prisiones francesas de
1831 para reconocer que ha tenido lugar una transformación en lo que tiene que ver
con la administración penal del castigo. En consecuencia, el autor se cuestiona qué
es lo que ha pasado entre una aplicación de la pena, que es la práctica del suplicio,
y el segundo documento que tiene que ver con el manejo del tiempo de jóvenes
delincuentes, con un establecimiento de reglas de una prisión. Y entre las
modificaciones que ha percibido Foucault está el siguiente hecho: "ha desaparecido
el cuerpo supliciado [...] ofrecido en espectáculo" (Foucault, 1976, p. 16).
Primeramente, se detiene en la desaparición del espectáculo punitivo: “El castigo
ha dejado poco a poco de ser teatro. Y todo lo que podía tener de espectáculo se
encontrará en adelante marcado con un índice negativo” (Ibid.).
Y es que a los espectadores se les hizo difícil distinguir entre la crueldad o
salvajismo del criminal y del poder jurídico. Incluso habrá casos en que el supliciado
se vuelva objeto de compasión o de admiración. Con ello, señala Foucault citando
a Cesare Beccaria, la ejecución pública comienza a ser vista como un foco que,
[25]
lejos de funcionar contra la violencia, la reanima (Ibid., p. 17). Más aún, estas
reacciones dan cuenta de que, a través del horror que enlazaba al verdugo y al
condenado, la imagen del aparato administrativo de justicia representante del
soberano ha sido mancillada. Efecto no deseado que, por ejemplo, llevará a
fundamentar el reconocimiento de las faltas, de los delitos, de los crímenes no ya
en tanto que faltas contra el monarca o soberano, sino que, en la proliferación de
los "contratos sociales", se argumentará ahora que las faltas han sido cometidas
contra la sociedad. Se seguía trabajando, por así decirlo, la valoración que podrían
tener las personas ante los hechos del castigo, por lo que, resulta ser contra cada
uno de los integrantes del cuerpo social, contra los que habría actuado el
condenado.
Más aún, "el castigo tenderá a convertirse en la parte más oculta del proceso
penal" (Ibid.). La justicia ya no desea tomar sobre sí públicamente la parte de
violencia vinculada al ejercicio del castigo. "Es feo ser digno de castigo, pero poco
glorioso castigar". Incluso ello parecerá como una "vergüenza suplementaria" a la
sentencia. De manera que se establecerán mecanismos administrativos mediante
los cuales se descargará a la justicia de la ejecución de la pena. Y junto con ello, se
llevará a cabo una nueva investidura o "denegación teórica" de la misión de castigar:
lo esencial de la pena, dirán los juristas, no está en castigar, sino en "corregir,
reformar, 'curar'". Pero, como mostrará Foucault, esta vergüenza del castigar no
excluirá el celo. Por el contrario, éste "crece sin cesar" (Ibid., p. 18).
Y conviene tener presente las formas que tomará es "celo" pues, como
venimos de decir, si la desaparición de los suplicios es, por una parte, la borradura
del espectáculo punitivo, ella es también, por otra parte, "el relajamiento de la acción
sobre el cuerpo del delincuente" (Ibid.). ¿Cómo hemos de entender este
"relajamiento"? ¿Cómo se relaciona este "relajamiento" con aquel "celo" que, nos
dice Foucault, no dejará de crecer?
Si bien con aceleraciones y retrocesos desiguales en distintos países
europeos, pese a esta evolución irregular, se puede constatar que en las primeras
décadas del siglo XIX las prácticas punitivas avanzan hacia una transformación. La
relación castigo-cuerpo ya no es idéntica a lo que era en los suplicios. Ya no se trata
[26]
de una operación que se dirige directamente al cuerpo con el objeto producir
sufrimiento, de prolongar el dolor. La instauración misma de la guillotina como
mecanismo para la aplicación de la pena de muerte es concebida bajo la lógica de
tocar lo menos posible el cuerpo. Se conseguiría con ella una muerte instantánea,
una reducción al máximo del sufrimiento corporal. Y es que la pena ha tomado como
objeto principal la pérdida de un bien o de un derecho. La guillotina, casi sin tocar el
cuerpo, suprime la vida o el derecho a existir, "del mismo modo que la prisión quita
la libertad, o una multa descuenta bienes" (Ibid., p. 21). Incluso si la prisión, la
reclusión, los trabajos forzados, la deportación, etc, son penas físicas y recaen
sobre el cuerpo, se entiende que aquí el cuerpo se encuentra en situación de
instrumento o de intermediario; si se interviene sobre él.
"es para privar al individuo de una libertad considerada a la vez como un derecho
y un bien. El cuerpo, según esta penalidad, queda prendido en un sistema de
coacción y de privación, de obligaciones y de prohibiciones. El sufrimiento físico, el
dolor del cuerpo mismo, no son ya los elementos constitutivos de la pena. El castigo
ha pasado de un arte de las sensaciones insoportables a una economía de los
derechos suspendidos" (Ibid.).
Que el cuerpo y el dolor no son los objetivos últimos de la acción punitiva, que, por
el contrario, ésta apunta a fines "más elevados" (Ibid., p. 19), es este "celo",
precisamente, lo que importa analizar. Pues, se pregunta Foucault, "¿Qué sería un
castigo no corporal?" (Ibid., p. 23).
Lo que se evidencia es que ha tenido lugar una ruptura, una "nueva era" en
la justicia penal (Ibid., p. 15), que Foucault intenta reconstruir prestando atención a
las transformaciones del castigo. Y es que el castigo cambia, se adjudica otro punto
de aplicación. Su objetivo principal ya no es el cuerpo del condenado, sino que de
lo que se trata ahora es de intervenir el alma del condenado, de maniobrar una
normalización de las "almas":
[27]
sobre el corazón, el pensamiento, la voluntad, las disposiciones. Mably 8 ha
formulado el principio de una vez para siempre: 'Que el castigo, si se me permite
hablar así, caiga sobre el alma más que sobre el cuerpo'” (Ibid., p. 24).
[28]
científico-jurídico" (Ibid., p. 27)9. Lo que interesa subrayar a Foucault en relación
con la introducción de estos tipos de estimación en el mecanismo judicial es que
estos se encuentran adscritos a un conjunto de dominios de clasificaciones
científicas que hace la sanción que condena o absuelve sea algo más una decisión
legal que sanciona, pues ella "lleva en sí una apreciación de normalidad y una
prescripción técnica para una normalización posible" (Ibid., p. 28).
Pero con la irrupción del nuevo sistema penal los jueces no solo juzgan otra
cosa que los delitos y sus sentencias hacen otra que juzgar en tanto que decisión
legal, sino que además, en tercer lugar, el juez no es el único que juzga. La
operación penal en sus distintas fases se ha cargado de distintos elementos y
personajes o especialistas extrajurídicos. Médicos, psicólogos, educadores vendrán
a habitar los engranajes del poder legal de castigar para darle una nueva
legitimación: sí, se castiga, pero lo que se quiere obtener es una "curación", ver si
es posible y hasta donde se puede corregir las almas. De manera que la justicia
penal moderna en su práctica tiende a una "recalificación por el saber", al mismo
tiempo que "un saber, unas técnicas, unos discurso 'científicos' se forman y se
entrelazan con la práctica del poder de castigar" (Ibid., p. 29).
Pues bien, ¿cuáles son los alcances que podemos extraer de este primer recorrido?
9Sobre la base de ese interés por intervenir a los individuos, donde ya comienza a interesar la historia
del individuo, es decir, las razones que lo llevaron a cometer un delito, y ya no la simple aplicación
de la ley al hecho sin más. Entorno a esas nuevas exigencias es que el código penal va a dejarse
auxiliar por otro tipo de discursos que van a ser los discursos del saber. Conviene subrayar que esta
institución, la institución del derecho, tiene su propio código y pese a que hasta ese momento parecía
bastarle con ello, sin embargo, va a dejar que otro tipo de discursos que son del orden del saber
empiezan a “pulular” alrededor de la ley y dichos discursos son los de la psicología, los de la
psiquiatría, de los magistrados de la aplicación de penas, educadores, etc. Los que hacen que,
precisamente, se pueda prestar mayor atención a los individuos. Además, podría decirse que esto
sería una señal según Foucault de que se daría el vínculo entre las relaciones de poder y el saber.
[29]
reglamento para uso del tiempo y el espacio de los condenados, de ejecuciones
ahora sin ostentación o espectáculo, sobre el que volveremos en el capítulo final de
nuestra tesis. Ahora bien, digamos por ahora que en ambos casos se trata de
aplicación de castigos, pero que en el segundo caso se anuncia que la tecnología
del suplicio, del arte de hacer sufrir los cuerpos ha desaparecido, que se ha
establecido una discontinuidad por la que se ha instaurado la penalidad moderna
con una nueva política del derecho a castigar, y cuyo principal objetivo es la
normalización del "alma". El blanco del castigo ya no sería el cuerpo del condenado,
sino su "alma". Se quiere intervenirla, corregirla. Más exactamente, las referencias
a aquel reglamento de 1838 corresponden a un nuevo tratamiento político del
cuerpo, que ya se hacía camino: la tecnología de la disciplina, donde las relaciones
de saber y poder, esto es, el complejo científico-jurídico en el que se ha convertido
el proceso penal, mostrarán toda su eficacia.
Se trata, en efecto, de un nuevo "celo". Pues el paso de la tecnología del
suplicio a la tecnología del castigo como cambio de punto de aplicación no es
simplemente un simple dejar en paz el cuerpo. Ciertamente, ya no se trata de la
venganza del poder del soberano sobre los cuerpos, pero ahora, bajo la figura de
los derechos suspendidos, las nuevas prácticas del castigo vienen a atravesar el
cuerpo con el objetivo de lograr una corrección del "alma", una intervención en las
disposiciones del individuo. Y para ello se capturará el cuerpo como intermediario
de una táctica coercitiva que logrará asirlo mediante mecanismos perfeccionados.
Más aún, la tecnología de la disciplina, una vez que irrumpa y venga a encabalgarse
al modelo de la tecnología del castigo, se revelará como un poder cuya función ya
no consiste en reprimir, sino en fabricar a los individuos. Y por esto, nos dice
Foucault, ella será un mecanismo productivo de la "anatomía política" que, más allá
de la institución de la prisión, llevará a cabo controles minuciosos de las operaciones
del cuerpo para imponerles "una relación de docilidad-utilidad" (Ibid., p. 141; cf.
Castro, 2008, p.149).
Si bien estas afirmaciones deben todavía ser respaldadas por un trabajo de
análisis, éstas ya no permiten comprender por qué Foucault señala en el capítulo
introductorio de Vigilar y castigar que una historia del "alma" moderna obliga a
[30]
invertir la sentencia de Platón que nos decía que el cuerpo es la prisión del alma:
"El alma, efecto e instrumento de una anatomía política: el alma, prisión del cuerpo"
(Ibid., p. 36).
En segundo lugar, el recorrido efectuado nos permite retomar las
observaciones que hacíamos al comienzo sobre las tareas del "análisis
genealógico". Esto nos permitirá, además, por qué esta "historia de la prisión" da
asidero, como decíamos en la introducción, a un mirador de la sociedad moderna
en su conjunto, de la construcción heterónoma de las "almas". Foucault, en efecto,
formula el objetivo de su libro en los siguientes términos: "una historia correlativa
del alma moderna y de un nuevo poder de juzgar; una genealogía del actual
complejo científico-judicial en el que el poder de castigar toma su apoyo, recibe sus
justificaciones y sus reglas, extiende sus efectos y disimula su exorbitante
singularidad" (Ibid., p. 30).
A la luz de lo desarrollado en el primer capítulo de su libro, Foucault puede extraer
ciertas consecuencias que reconoce como instancias que regularán y le darán
cauce a su investigación:
La primera de éstas nos dice que se tratará aquí de "considerar el castigo
como una función social compleja" (p. 30). Es decir, no se le estudiará los
mecanismos punitivos como si se agotara en la "sanción" y en producir efectos
"represivos", sino asociándolos a ciertos efectos que, aunque pueden parecer
marginales, los muestras en su positividad y su utilidad. Es por esta misma vía que
el rodeo por la historia de la prisión podrá mostrarse asociada a la producción del
individuo de la sociedad moderna.
La segunda regla nos dice lo siguiente: “Analizar los métodos punitivos no
como simples consecuencias de reglas del derecho, o como indicadores de
estructuras sociales, sino como técnicas específicas del campo más general de los
demás procedimientos de poder. Adoptar, en cuanto a los castigos, la perspectiva
de la táctica política” (Ibid.).
Al poner a distancia aquellos análisis que presentan los métodos punitivos
como consecuencias de reglas del derecho o como indicadores de estructuras
sociales generales, y, en cambio, al proponer un análisis de tales métodos como
[31]
"tácticas políticas" que se llevan a cabo mediante técnicas específicas de
procedimientos de poder, señala Foucault un desplazamiento propio del análisis
genealógico. Esto es, no tomar como causa o fundamento aquello que es
consecuencia de las relaciones de poder, aquello cuya procedencia y emergencia
no tiene por comienzo sino las coyunturas, los enfrentamientos siempre singulares
y que cristalizan en una instauración de las fuerzas dominantes. Es desplazamiento
respecto a aquéllas perspectivas, evita, pues, tomar apoyo en las "significaciones
ideales" que éstas podrían argüir.
En el tercer punto se señala: "En lugar de tratar la historia del derecho penal
y la de las ciencias humanas como dos series separadas cuyo cruce tendría sobre
la una o sobre la otra, sobre las dos quizá, un efecto, según se quiera, perturbador
o útil, buscar si no existe una matriz común y si no dependen ambas de un proceso
de formación "epístemológico-jurídico"; en suma, situar la tecnología del poder en
el principio tanto de la humanización de la penalidad como del conocimiento del
hombre" (Ibid.).
Esta nota nos recuerda, en primer lugar, el materialismo documental del
análisis genealógico. Pero además, el traspasamiento de lugares delimitados
respecto a las producciones discursivas o del saber cuyo surgimiento no se separa
del juego de las relaciones de poder. Mostrar analíticamente la "tecnología del poder
en el principio tanto de la humanización de la penalidad como del conocimiento del
hombre" va a significar, en el despliegue de los análisis de Vigilar y castigar, un
cuestionamiento a la tesis del supuesto progreso teleológico de la historia de la
penalidad, a la creencia que el derecho penal avanza de la mano de una sociedad
cada vez más humana y racional; así como también va a significar que estos análisis
no suponen como punto de base a un sujeto de conocimiento susceptible de ser
aislado en su neutralidad e identidad más acá o más allá de las vicisitudes que lo
tiene cogido en las redes de las relaciones de poder 10.
10 Escribe luego Foucault: "Quizás haya que renunciar también a toda una tradición que deja imaginar
que no puede existir un saber sino allí donde se hallan suspendidas las relaciones de poder, y que
el saber no puede desarrollarse sino al margen de sus conminaciones, de sus exigencias y de sus
intereses. Quizás haya que renunciar a creer que el poder vuelve loco, y que, en cambio, la
renunciación al poder es una de las condiciones con las cuales se puede llegar a sabio. Hay que
admitir más bien que el poder produce saber (y no simplemente favoreciéndolo porque lo sirva o
[32]
Finalmente, como cuarta nota, leemos: "Examinar si esta entrada del alma
en la escena de la justicia penal, y con ella la inserción en la práctica judicial de todo
un saber "científico", no será el efecto de una trasformación en la manera en que el
cuerpo mismo está investido por las relaciones de poder" (ibid.).
Esta última no es particularmente relevante para los propósitos de nuestra
investigación. Recordemos que "la genealogía", de acuerdo a la monografía de
1971 que Foucault consagra a Nietzsche, "se encuentra por tanto en la articulación
del cuerpo y de la historia". Es esta puesta de relieve del cuerpo como lugar de
inscripción de los sucesos, lo que, precisamente, trabajará con detalle Vigilar y
castigar. En suma, se tratará aquí de estudiar las transformaciones "de los métodos
punitivos a partir de una tecnología política del cuerpo donde pudiera leerse una
historia común de las relaciones de poder y de las relaciones de objeto" (Ibid.). Es
así, pues, que el análisis genealógico encontrará arraigo en la "historia efectiva", la
historia de los cuerpos y sus fuerzas, de los cuerpos modulados en relaciones de
saber-poder.
aplicándolo porque sea útil); que poder y saber se implican directamente el uno al otro; que no existe
relación de poder sin constitución correlativa de un campo de saber, ni de saber que no suponga y
no constituya al mismo tiempo unas relaciones de poder. Estas relaciones de "poder-saber" no se
pueden analizar a partir de un sujeto de conocimiento que sería libre o no en relación con el sistema
del poder; sino que hay que considerar, por lo contrario, que el sujeto que conoce, los objetos que
conocer y las modalidades de conocimiento son otros tantos efectos de esas implicaciones
fundamentales del poder-saber y de sus trasformaciones históricas. En suma, no es la actividad del
sujeto de conocimiento lo que produciría un saber, útil o reacio al poder, sino que el poder-saber, los
procesos y las luchas que lo atraviesan y que lo constituyen, son los que determinan las formas, así
como también los dominios posibles del conocimiento" (Ibid., p. 34-35).
[33]
Capítulo II
Desplazamientos tácticos: del suplicio al castigo.
[34]
En consecuencia, nos interesará en este segundo capítulo seguir esta
genealogía de las técnicas de poder orientadas a los individuos, esta "genealogía
de las tendencias de objetivación" (Dreyfus y Rabinow, 2001, p. 149), prestando
atención, de acuerdo a la secuencia de las partes de nuestro libro, a las dos
primeras "tecnologías de poder". Retomar estos análisis nos permitirá también
explicitar, luego, algunas de las herramientas conceptuales del procedimiento
genealógico que por el momento permanecen en nuestra exposición a nivel
operatorio.
Detengámonos, entonces, en la tecnología de poder del suplicio. En el
capítulo anterior ya realizamos algunas referencias a la práctica de la tecnología del
suplicio a propósito de la relación de su aplicación al regicida Damiens, en 1757.
Resumamos aquellas referencias y recojamos algunos de los desarrollos que
Foucault explora en el segundo capítulo de su libro.
Como señalábamos, uno de los rasgos centrales de esta tecnología es el de
escenificar de manera ostentosa un enfrentamiento desigual entre el súbdito
infractor y el soberano representado por el aparato judicial. Más allá de los perjuicios
a particulares, se considera que toda falta es una falta contra el soberano, por ende,
el espectáculo que se presencia allí corresponde a un modo de entender el poder
de castigar como un arte de hacer sufrir, de causar dolor prolongada y
calculadamente al criminal y a una restauración del orden. En tal manifestación del
poder del soberano, un poder sin contrapeso captura y somete a un cuerpo.
una historia de los castigos que tenga por fondo las ideas morales o las estructuras jurídicas. Pero
¿es posible hacerla sobre el fondo de una historia de los cuerpos, desde el momento en que
pretenden no tener ya como objetivo sino el alma secreta de los delincuentes?" (Foucault, 1976, p.
32).
[35]
y aquel que la transgredía debía responder a la cólera del rey. Si hasta la "sentencia"
el procedimiento criminal se mantenía "secreto", es decir, opaco para el público y el
acusado, ya que en el orden de la justicia penal el "saber" era privilegio absoluto de
la instrucción del proceso (cf. Ibid., pp. 41-43), a esta opacidad se contrapone la
espectacularidad del castigo que se expresa públicamente. Este ritual de violencia
física, en el que se exhibe excesivamente el poder subyacente a la ley, es también
una "demostración simbólica del poder del soberano" (Dreyfus y Rabinow, 2001, p.
175). El cuerpo del supliciado se transforma en un significante, no solo porque es el
lugar donde el rey puede inscribir su potestad en una ceremonia triunfante entre
otras en que se celebra la figura del rey, o porque el público asistente esperaba ver
allí, en el patíbulo como lugar de expresión del "juicio final", cruzarse la "soberanía
divina" y la "soberanía terrestre" (Foucault, 1976, pp. 51-52), sino en especial por el
papel ambiguo que juega el pueblo en este teatro para "el ejemplo y el terror" (Ibid.,
p. 63). Precisemos este último punto.
Si la multitudes constituyen un componente clave en las ceremonias del
suplicio, si se le convoca para que sean testigos de la venganza del soberano y
responden muchas veces convirtiendo el evento en una suerte de fiesta popular12,
por otro lado, en la espectacularidad del cuerpo supliciado se abrirá un espacio de
incertidumbre que a la larga conducirá a un desplazamiento en lo que se refiere a
la aplicación y la significación de la tecnología del suplicio (Ibid., pp. 64-74). Y es
que, por una parte, si instituir la sumisión era, para esta pedagogía del ejemplo y
del horror, un resultado esperado, esta misma demostración pública del poder
soberano no pocos veces terminó convirtiéndose en una incitación a la protesta y la
revuelta (cf. Dreyfus y Rabinow, 2001, p. 176).
El autor va a explicar que, si bien es cierto, el castigo era presentado como
un espectáculo, el problema radicaba en que al ser tan cruel la aplicación de los
suplicios, aquello que en un principio tenía como rol aleccionar a la gente, por el
contrario desembocó en que poco a poco las personas comenzaron a "confundirse",
pues comenzaron a identificarse con el sufrimiento de los supliciados. Ya no sabían
12 "El soberano llamaba a la multitud a la manifestación de su poder y toleraba por un instante sus
violencias, que hacía pasar por muestras de júbilo pero a las cuales oponía en seguida los límites
de sus propios privilegios" (Ibid., p. 64).
[36]
quién era más cruel, si el juez que dictaminaba el castigo, aquel que era considerado
criminal, o el verdugo, quien, como el último eslabón de representación del poder
soberano, aplicaba la pena. O, como resume Castro:
"[...] el pueblo agudiza el oído para escuchar a aquel que ya no tiene nada que
perder; cuya voz, en el desgarro de la tortura, hace ingresar dentro de la ceremonia
de la soberanía la fisura molesta de lo excluido. De tal suerte, emergen según
Foucault, "las emociones del patíbulo" que se traducen en el murmullo y la protesta
airada del pueblo frente a un castigo injusto o ante un verdugo inmisericorde"
(Castro, 2008, p. 145).
[37]
toleraba esta práctica que, por el riesgo que implicaba para la glorificación buscada
allí, pudieron haber suprimido.
En todo caso, esos efectos no deseados, el hecho de que la tecnología del
suplicio produzca esta oscilación entre el que merece la gloria y el que merece la
abominación; que, contra el esperado fortalecimiento del poder soberano, conduzca
a un enlace solidario entre el pueblo y los acusados (cf. Foucault, 1976, p. 68;
Castro, 2008, p. 145), que el cuerpo del supliciado, por tanto, ponga en juego estos
equívocos, todo esto va a empujar a un desplazamiento táctico en la política de
apropiación del cuerpo. Es decir, se comenzará a abandonar la tecnología de poder
del suplicio, para hacer lugar a la emergencia de una nueva.
[38]
soberano, sino en la sociedad misma. La sociedad es concebida por estas teorías
como conformadas por el conjunto de individuos que se han agrupado mediante un
acuerdo contractual. El crimen, por tanto, es visto ahora como un ataque a la
sociedad, como un quebrantamiento del contrato vinculante. Y la sociedad en su
conjunto debe desde entonces defenderse en nombre de la "humanidad" que
comparten sus integrantes; tiene derecho de y es su obligación de enmendar las
torsiones (cf. Foucault, 1976, pp. 94-95):
"Se supone que el ciudadano ha aceptado de una vez para siempre, junto con las
leyes de la sociedad, aquella misma que puede castigarlo. El criminal aparece
entonces como un ser jurídicamente paradójico. Ha roto el pacto, con lo que se
vuelve enemigo de la sociedad entera; pero participa en el castigo que se ejerce
sobre él. El menor delito ataca a la sociedad entera, y la sociedad entera —incluido
el delincuente— se halla presente en el menor castigo. El castigo penal es, por lo
tanto, una función generalizada, co-extensiva al cuerpo social y a cada uno de sus
elementos. Se plantea entonces el problema de la "medida", y de la economía del
poder de castigar” (ibid., p. 94).
"el escándalo que suscita, el ejemplo que da, la incitación a repetirlo si no ha sido
castigado, la posibilidad de generalización que lleva en sí. Para ser útil, el castigo
debe tener como objetivo las consecuencias del delito, entendidas como la serie de
desórdenes que es capaz de iniciar [...]. Ahora bien, esta influencia de un delito no
se halla forzosamente en proporción directa de su atrocidad [...]. [Se debe
entonces] calcular una pena en función no del crimen, sino de su repetición posible.
No atender a la ofensa pasada sino al desorden futuro. Hacer de modo que el
malhechor no pueda tener ni el deseo de repetir, ni la posibilidad de contar con
imitadores Castigar será, por lo tanto, un arte de los efectos; más que oponer la
enormidad de la pena a la enormidad de la falta, es preciso adecuar una a otra las
[39]
dos series que siguen al crimen: sus efectos propios y los de la pena" (Ibid., pp. 97-
98).
Que una de las funciones mayores del castigo sea prevenir, que no le interesa
tanto el crimen como intervenir para impedir su repetición posible mediante, para
ello requerirá conocer al delincuente como individuo. Operación que requerirá, eso
sí, de un conocimiento distinto que aquel saber de la anatomía del ritual de los
suplicios. Se puede decir de que en esta nueva tecnología política el cuerpo vuelve
a decir la verdad, pero lo hace a través del control de las ideas y de las
representaciones (cf. Ibid., p. 107; Castro, 2008, p. 146).
El "celo" de esta segunda tecnología política, pues, se ha desplazado hacia el
alma del condenado, y esto mediante "toda una tecnología de la representación".
Del trabajo de manipulación de la representaciones se espera conseguir una
tecnología para la corregir el error y recuperar el orden de la vida social (cf. Dreyfus
y Rabinow, 2001, p. 178-179). El castigo representacional, idealmente, "será
transparente, trasparente al crimen que sanciona; así, para el que lo contempla,
será infaliblemente el signo del delito que castiga; y para aquel que piensa en el
crimen, la sola idea del acto punible despertará el signo punitivo" (Foucault, 1976,
p. 108). Pero además, desde la perspectiva de los reformadores, esta tecnología
de la apropiación de representaciones tendría como efecto la disminución de la
repetición del crimen, un poder disuasivo de la sociedad, a la par que operar una
recalificación del criminal como un sujeto jurídico que puede ser recuperado por la
sociedad. (Foucault, 1976, pp. 110-112).
Se puede decir que el análisis de la tecnología del castigo ocupa el momento
intermediario entre las figuras de los poderes punitivos representadas por aquellas
citas preliminares del relato del suplicio aplicado a Damiens y del calmo reglamento
de Faucher para "la Casa de jóvenes delincuentes de París". Las referencias a los
reformistas permiten a Foucault describir la constitución de una nueva economía del
poder punitivo que se quiere más útil y humano por medio de una tecnología de la
representación que no reconoce más que la positividad de la ley, y donde cada
crimen tiene su ley y cada criminal su pena. Si bien en el siglo XVIII estas
proposiciones coexistirán con la formación de algunos modelos de institución
[40]
carcelaria, es preciso recordar que la forma prisión no era considerada en aquellas
teorías penales.
Ahora bien, lo que resulta determinante de esta tecnología de la representación
para nuestra pregunta directriz, es que ella moviliza la necesidad de un
conocimiento muy preciso en relación a los puntos sobre los que el poder de castigar
tiene que aplicarse. De ahí que no solo se propusieran cuadros compresivos de
cada crimen sino también clasificaciones de criminales. Solo así los códigos legales
podrían acoger las tareas de corrección. Esta exigencia de un conocimiento de gran
detalle va a conducir a que la individuación aparezca como el objetivo último de los
códigos, pero también que el acto de juzgar se encuentre cada vez más vinculado
al desarrollo de las ciencias humanas y de las disciplinas. O, en otros términos, para
expandir el control de los individuos por todo el "cuerpo social", el sistema punitivo
tendrá que recurrir cada vez más a instituciones psiquiátricas, psicológicas,
criminológicas, médicas, pedagógicas (cf. Castro, 2008, pp. 148-149). Es decir, es
el poder disciplinario el que va a irrumpir como nueva tecnología de poder, como
nueva manera de capturar el cuerpo. Como ya señalábamos, para la tecnología
política del castigo, el cuerpo actúa como intermediario para asir y corregir las
almas. Y en este sentido la teoría de la representación y sus posibilidades de
manipulación, asociada con la perspectiva del contrato social, irá mostrando bajo
las exigencias de efectividad o utilidad que se proponía que las almas no son sino
el resultado de procedimientos de castigo, vigilancia y coacción.
[41]
que aseguraría su continuidad o sentido. La genealogía permanece más bien atenta
a las discontinuidades, al surgimiento de los cambios en su singularidad y detalles.
Sin embargo, esto no significa simplemente que se acoja a estructuras que,
digamos, tras el abandono de las finalidades metafísicas ponen de manifiesto el
merecido himno al progreso de la sociedad moderna. Y es que es la idea misma de
"progreso" y su construcción moderna la que aquí se encuentra puesta en cuestión
como justificado de tales transformaciones. Esto explica, por ejemplo, que en el
capítulo introductorio de su libro, Foucault, con la intención de caracterizar su propio
intento, marque sus distancias con un análisis sociológico como el de Émile
Durkheim:
"Pero ¿desde dónde se puede hacer esta historia del alma moderna en el juicio?
Si nos atenemos a la evolución de las reglas de derecho o de los procedimientos
penales, corremos el peligro de destacar como hecho masivo, externo, inerte y
primordial, un cambio en la sensibilidad colectiva, un progreso del humanismo, o el
desarrollo de las ciencias humanas. Limitándose, como lo ha hecho Durkheim, a
estudiar las formas sociales generales, se corre el riesgo de fijar como comienzo
del suavizamiento punitivo los procesos de individualización, que son más bien uno
de los efectos de las nuevas tácticas de poder y entre ellas de los nuevos
mecanismos penales" (Ibid., p. 30).
[42]
transformaciones "en términos de estrategia" antes que atendiendo al "proyecto que
ha presidido" (Foucault, 1992b, p. 112), es hubo miedo de parte del poder político
ante los efectos de tales rituales, la ambigüedad ingobernable con la que se
manifestaban: que fueran la ocasión de desórdenes por parte de los convocados,
pues el pueblo llamado a asistir a la demostración del poder del rey podía también
volver su violencia contra él.
Sin duda, Foucault no decreta ilegítimo intentar comprender los cambios en
el poder punitivo a partir la evolución de las ideas morales y de las estructuras
jurídicas, pero lo que le parece más esencial es "una historia de los cuerpos", una
"cierta economía política del cuerpo" (cf. Merlin, 2009, pp. 52-53). El cuerpo y, más
explícitamente, lo que es apuntado en él: sus fuerzas, su utilidad y su docilidad, su
división y su sumisión (Foucault, 1976, pp. 32-33). Y es esta atención al cuerpo,
situado siempre en un juego de relación de poder, de luchas y estrategias, lo que le
permitirá le permitirá tramar una historia del "alma moderna" como investida por
alguna mitificación que, precisamente, encubre o simula las operaciones
coyunturales, los combates que permitieron alguna instauración. La genealogía, por
lo tanto, sin caer en ninguna irracionalidad, trabaja a partir de la diversidad y
contingencia de los comienzos, busca restituir minuciosamente los acontecimientos
en su singularidad. Seguramente, un buen ejemplo, entre otros posibles, de un
trabajo desmitificador contra las historiografías que organizan los eventos a partir
de un fundamento-origen es el análisis que presenta Vigilar y castigar del
funcionamiento de los sistemas penales y policiales como modos de gestionar
"ilegalismos" (Ibid., 261-299).
Por otro lado, es necesario subrayar el concepto de "poder" o de "relaciones
de poder" que propone Foucault en Vigilar y castigar. Si en 1970, en el programa
de investigación presentado El orden del discurso(cf. Foucault, 1992c), aún define
el ejercicio del poder en términos negativos: reprimir, prohibir, excluir, anular,
silenciar, precisamente a partir de la monografía dedicada a Nietzsche, en 1971,
esta imagen negativa se encontrará resquebrajada. Así, precisamente cuando se
refiere al "poder disciplinario" en Vigilar y castigar, Foucault dirá:
[43]
"Hay que cesar de describir siempre los efectos de poder en términos negativos:
'excluye', 'reprime', 'rechaza', 'censura', 'abstrae', 'disimula', 'oculta'. De hecho, el
poder produce; produce realidad; produce ámbitos de objetos y rituales de verdad.
El individuo y el conocimiento que de él se puede obtener corresponden a esta
producción" (Foucault, 1976, p. 198).
Pues bien, será este carácter positivo del poder, que se hará evidente en el
análisis de la tecnología de poder de la disciplina lo que abordaremos en nuestro
capítulo final.
[44]
Capítulo III
La tecnología de la disciplina.
[45]
peligrosidad del individuo en las virtualidades de su comportamiento (cf. Castro,
2008, p.117).
Sucede que la disciplina siempre está respaldada por una red de instituciones
como lo son por ejemplo: la prisión, la escuela, el taller y el cuartel militar. Hay que
mencionar, además que el autor no considera a la disciplina solo como una
institución, sino que más bien le interesa resaltarla como una técnica. Una técnica
que, ciertamente, puede operar masivamente, como es el caso de las casas de
detención del ejército o del aparato judicial policial; sin embargo, también es una
técnica que puede ser usada con fines específicos, como resulta ser el modo de
operar en las escuelas y hospitales.
“El momento histórico de las disciplinas es el momento en el que nace el arte del
cuerpo humano que no tiende únicamente al aumento de sus habilidades, ni
tampoco a hacer más pesada su sujeción, sino a la formación de un vínculo que,
en el mismo mecanismo, lo hace tanto más obediente cuanto más útil y viceversa”
(Foucault, 1976, p. 160).
Pareciera que lo relevante que va a ocurrir en el siglo XVIII, tiene que ver con
que se descubre el cuerpo como blanco de estudio y de poder. Por una parte, el
cuerpo se ha revelado como objeto de estudio, que corresponde al saber, en el
sentido de una “anatomo-metafísica”; por otra, como de blanco de poder, esto como
instrumento “técnico-político”. Foucault señala precisamente al libro de La Mettrie,
El hombre máquina, como el lugar de cruce donde se presentan estos dos aspectos
de manera muy desarrollada. Y es desde aquí también que va a extraer la noción,
clave para el análisis, de "docilidad".
Es preciso indicar desde ya que la noción de docilidad no hace referencia
simplemente a un debilitamiento del cuerpo, sino que, por el contrario, se trata de
fortalecerlo. La docilidad se revela más bien en el sentido de utilidad: en la medida
que los cuerpos sean dóciles, lo serán para algo. Es aquí donde aparece, además,
la idea de producción, del "sujeto productor". Ahora bien, demarcándose de la
tradición marxistas de la época, para Foucault, como lo señala ya en el capítulo
introductorio, el sujeto productor solo puede constituirse a partir de un "sistema de
[46]
sujeción", bajo el supuesto de haber sido ya un "cuerpo sometido", dúctil para ello
(Ibid., p. 33). Y es en este sentido que la tecnología disciplinaria se acoplará a
aquella del castigo, analizada en el capítulo anterior, para devenir una fuerza de
intervención que se aplica a los cuerpos individuales (cf. Ibid., 158):
[47]
según su rango, sus fuerzas, su función, etc.; a la vez que se trata de una técnica
inculcada de control y organización de la actividad o comportamientos a través del
cuerpo; así como también de la composición de fuerzas. Lo que espera a través de
esta "microfísica" de los cuerpos es fabricar pequeñas individualidades funcionales
y adaptadas. Pues bien, para comenzar a avanzar en esta exploración, nos advierte
que:
[48]
también en la escuela, en los talleres de las fábricas. Y seguramente, como
destacará Foucault, el ejercicio de repetición será instaurar en los sujetos
determinados efectos. Así, por ejemplo, recordando ciertos análisis de Marx,
destacará los automatismos logrados con la relación con las máquinas en las
fábricas. En especial, esto alcanzará su efectividad con la aplicación de la "división
del trabajo" y el pobre y fragmentado desenvolvimiento que, con la incorporación de
las máquinas, los obreros desempeñaran en las fábricas. Y es que, en efecto, con
esta división y tecnificación, el trabajador ya no sabe para qué ejecuta lo que
ejecuta, ha perdido de vista el todo de su obrar. Solo debe repetir determinado
movimiento, sin que el sentido habite su hacer. A diferencia de lo que sucedía con
el trabajo del artesano, quien sigue lo que produce de principio a fin y al conocer y
seguir, de esta manera, todo el proceso de lo que hace, sabe la razón de lo que
está haciendo.
[49]
procedimiento de la vigilancia es el campamento militar. Lo que le interesa al autor
es la disposición arquitectónica del campamento y esa es la razón por la cual lo va
a utilizar a modo de ejemplo, pues funciona como “el diagrama de un poder que
actúa por el efecto de una visibilidad general”. (Ibid., p 201)
La arquitectura va a incidir de manera tal que va a trazar un campo de
visibilidad general. Y este ideal de visibilidad va a verse reflejado en construcciones
de ciudades obreras, hospitales, asilos, prisiones y casas de educación. Todas
estas edificaciones, encarnadas en diversas instituciones, van a ser modelos de un
encaje especial de las vigilancias jerarquizadas. Ahora bien, todos estas
edificaciones con modelos arquitectónicos van a traer como consecuencia una
problemática, que tiene que ver con el hecho de que no están hechas para ser
vistas, en el sentido de que van a permitir “un control interior articulado y detallado”
desde la vigilancia. Y de esta manera será posible propulsar una transformación en
los individuos. Una transformación que está principalmente enfocada en operar
sobre quienes acoge, lo que trae como consecuencia que sea permisible “apresar
su conducta”. Todo esto desemboca en una conducción de los efectos del poder
que alcanza al individuo, con el fin de darse a conocer y de esta manera lograr
modificarlo.
Algo de similares características ocurre con la disposición arquitectónica del
edificio-escolar, en las escuelas militares. “Educar cuerpos vigorosos, imperativo de
salud; prevenir el libertinaje y la homosexualidad, imperativo moral; obtener oficiales
competentes, imperativo de calidad; formar militares obedientes; imperativo político”
(Ibid., p. 202). De esta manera a lo que apuntan estas disposiciones es finalmente
a encauzar conductas, por lo tanto, el edificio mismo de la escuela debe ser un
aparato, en cuyo mecanismo se introduzca para este fin la táctica de la vigilancia.
Conviene subrayar que es en el siglo XVIII el momento en el cual surge la
invención de la vigilancia jerarquizada, cuyo despliegue adquiere su impulso por
consecuencia de las “nuevas mecánicas del poder” que en ella se inscriben. De esta
manera, el poder disciplinario se transforma en un sistema integrado del cual se
desprende un “poder múltiple, automático y autónomo”. Si bien es cierto, que este
dispositivo de vigilancia se instala primordialmente en los individuos, resulta
[50]
relevante destacar que funciona de manera tal que el sistema de relaciones se da
tanto de arriba hacia abajo, como de abajo hacia arriba, esto significa que se
despliega en su totalidad; o, dicho de otra manera, es atravesado en su conjunto
por “efectos de poder que se apoyan unos sobre otros” (Ibid., p. 207).
Resulta relevante destacar la manera en que la disciplina funciona como
impulsor para que el poder relacional se sostenga de manera "recta". Foucault va a
decir que:
“Gracias a las técnicas de vigilancia, la física del poder y el dominio sobre el cuerpo
se efectúan de acuerdo con las leyes de la óptica y de la mecánica, de acuerdo con
todo un juego de espacios, de líneas, de pantallas, de haces, de grados, y sin
recurrir, al menos en principio, al exceso, a la fuerza, a la violencia. Poder que es
en apariencia tanto menos corporal, cuanto que es sabiamente físico” (Ibid., p. 207).
[51]
Sucede en espacios institucionales tales como el taller, la escuela y el
ejército; lugares donde se ejerce una especie de micro-penalidad, en donde son, a
la vez, calificadas y administradas ciertas conductas en los individuos que es preciso
moderar, allí:
[52]
encarga de clasificar a los individuos, de producir jerarquizaciones para ello, de
otorgar valoraciones. Si bien la disciplina contiene un principio sancionador que
recae sobre los individuos, también se encarga de medir los niveles de “verdad”
contenidos en ellos. Y a partir de esta medición consigue reunir un conocimiento
integral, que es utilizado para establecer criterios de diferenciación entre los
individuos.
Es así, por ejemplo, que el éxito de la penalidad radica en que opere de
manera correcta al apoyarse en criterios que tienen que ver con comparar,
jerarquizar, homogenizar y excluir. Es a partir de este esquema, por medio del cual
puede incorporarse a los intersticios de las instituciones disciplinarias y controlarlas.
Las disciplinas, según nuestro autor, han fabricado sobre la base de una serie de
procedimientos un nuevo funcionamiento punitivo. Y es a través de la historia de la
penalidad que, precisamente, se deja comprender cómo se han conformado nuevos
mecanismos de sanción que van a penetrar el tejido social en toda su extensión.
El siglo XVIII ha sido testigo de las transformaciones que se han suscitado a
través de las disciplinas y que han confluido finalmente en lo que Foucault ha
denominado “el poder de la norma”. Donde, por lo tanto, lo normal se establece
como principio de la coerción, así como también de la estandarización, pues se
establecen normas generales por medio de las cuales el individuo debe regirse.
Se trama a partir de las disciplinas, “el poder de la norma”, en la normalización se
va a ver reflejada una diferenciación entre lo normal y anormal y es lo anómalo lo
que es preciso corregir. Por lo tanto, en la disciplina se despliega un poder de
normalización de manera tal que obliga a la homogenización de los individuos,
donde, finalmente, se separa lo que está fuera de la norma. Por otra parte, al
detectarse lo anormal, se produce un proceso individualización en donde se detecta
la diferencia para tenerla marginada y así conseguir una nivelación entre individuos.
Como lo expresan Dreyfus y Rabinow:
“El efecto del juicio normalizador es complejo. Procede de una premisa inicial de
igualdad formal entre los individuos. Ello lleva a una homogeneidad inicial a partir
de la cual se diseña la norma de conformidad. Pero de inmediato, apenas se pone
en funcionamiento el aparato, hay una diferenciación cada vez más fina, que separa
[53]
objetivamente y establece los rangos individuales” (Dreyfus y Rabinow, 2001,
p.188).
[54]
conforman una modalidad de poder para el que la diferencia individual es
permanente” (Foucault, 1976, p. 223).
3. La herramienta panóptica
.
El modo mediante el cual el ejercicio del poder se hace patente en la
tecnología política de la disciplina, en el que se manifiesta en todo su esplendor, es
en el dispositivo al que Foucault va a identificar con el nombre de "panóptico".
Quisiéramos, finalmente, detenernos en él, por cuanto nos permitirá ahondar en
ciertos argumentos con los cuales hemos procurado responder a nuestra pregunta
directriz, a saber, la pregunta por el modo en que se plantea el problema de la
relación entre "cuerpo" y poder" en Vigilar y castigar. Dicha herramienta apunta,
principalmente, como proyecto de sociedad, a un poder que resulta ser
individualizante, el cual por medio del procedimiento en el que incurre al examinar
a los sujetos, recoge como producto de ello, la fabricación de un cierto saber sobre
los individuos para conseguir nutrir, de este modo, a los códigos penales y a las
instituciones que los representan.
Si bien el panóptico fue un proyecto elaborado inicialmente con el objetivo de
ser utilizado como una herramienta de aplicación carcelaria, se pone de manifiesto
luego, que este instrumento de vigilancia se va a aplicar, ya no solo a las cárceles,
sino que va a ser útil también como mecanismo que se emplea en un espectro de
mayor amplitud, en diversas instituciones y de la sociedad en general.
Foucault va a citar un documento del siglo XVIII, en el que se especifican las
reglas a seguir para enfrentar la peste en una ciudad. Va a decir, que cuando se
produce un brote de peste, esto lleva consigo una serie de esquemas disciplinarios
para controlar y mantener aislada a la población contagiada, pues se pretende con
ello proteger a la población que aún permanecía sana. Así mismo, los vestigios de
la lepra produjeron el exilio del leproso. Con ello se configura el “sueño político de
una sociedad disciplinada”, apartando al individuo anómalo o insano. En esta
instancia, se puede observar de qué modo el poder se lleva a cabo sobre los
individuos, y lo hace en la medida de que controla sus relaciones y desenlaza sus
[55]
“peligrosos contubernios”. Una ciudad asolada por la peste es el perfecto ejemplo,
según nuestro autor, de cómo se consuma toda una jerarquía de vigilancia y de
inspección. “La ciudad inmovilizada en el funcionamiento de un poder extensivo
que ejerce de manera distinta sobre los cuerpos individuales es la utopía de la
ciudad perfectamente gobernada” (Ibid., p. 230). La enfermedad de la peste, es el
ejemplo de cómo se concreta el ejercicio del poder disciplinario.
Cuando se instauran instancias de control individual se establece una
analítica del poder queobra de tal manera que, en el proceso, se individualiza a los
excluidosy, manteniendo estas exclusiones, se plasma el poder disciplinario. Es a
través de instituciones tales como el asilo psiquiátrico, la penitenciaría, el
correccional, el establecimiento educacional vigilado y hasta el hospital, donde se
refleja la manera en la que se abarca cada instante, cada parte del control individual.
Un control que consta de una visión binaria: loco-no loco, peligroso-inofensivo,
normal-anormal. También se manifiesta la asignación coercitiva, pues se necesita
un saber del individuo que describa quién es; dónde debe estar; por qué
caracterizarlo; cómo recocerlo; cómo ejercer sobre él, de manera individual, una
vigilancia constante. Por lo tanto, es la labor de la táctica de control disciplinario
mantener a los sujetos identificados e individualizados.
Existe una necesidad permanente de realizar una división constate entre
individuos, entre el que es normal y el que es anormal. El individuo es
constantemente sometido e intervenido por un conjunto de técnicas disciplinarias e
instituciones, que tienen como tarea medir, controlar, y corregir a los sujetos que se
alejan de la frontera de lo normal. Es decir, se anuncia así, por tanto, la necesidad
de marcar a los sujetos anormales para así conseguir expulsarlos o, en caso de ser
posible, modificarlos.
“Una vez que se haya transferido exitosamente el temor por la peste al temor por
lo anormal y se hayan desarrollado las técnicas para el aislamiento de los
anormales, habrá triunfado entonces el paradigma disciplinario” (Dreyfus y
Rabinow, 2001, p. 222).
[56]
El panóptico, ideado por Jeremy Bentham, representa la figura arquitectónica
de esta composición, cuya estructura funciona de la siguiente manera:
“En la periferia, una construcción en forma de anillo; en el cetro, una torre con
anchas ventanas que se abren en la cara interior del anillo. La construcción
periférica está dividida en celdas, cada una de las cuales atraviesa todo el ancho
de la construcción. Tienen dos ventanas, una hacia el interior, correspondiente a
las ventanas de la torre, y otra hacia el exterior, que permite que la luz atraviese la
celda de lado a lado. Basta entonces situar un vigilante en la torre central y encerrar
en cada celda a un loco, un enfermo, un condenado, un obrero o un escolar”
(Foucault, 1976, p. 232).
[57]
donde sería sujeto de observación ineludible. Inverificable, porque no puede saber
de manera exacta en que momento sería realmente objeto de observación.
El panóptico es, por tanto, una máquina de disociar la pareja ver-ser visto. Es
un dispositivo que adquiere relevancia pues, por una parte, automatiza el poder y,
por otra, lo des-individualiza. Para hacer funcionar la maquinaria no es tan
importante quien ejerce el poder, es más, puede ser ejercido por un sujeto
cualquiera. Lo relevante finalmente es que, cualquiera sea el observador, este va a
contribuir a que el detenido se mantenga siempre alerta ante la inquietud que le
produce el ser sorprendido, por la consciencia plena de saberse observado todo el
tiempo.
Para Foucault la maquinaria panóptica contribuye a fabricar “efectos de poder
homogéneo”. No es necesario, por tanto, echar mano a la fuerza para que el
detenido mantenga su buena conducta, ni que el loco mantenga su tranquilidad, el
obrero un buen desempeño en el trabajo, ni el escolar un buen desempeño en sus
deberes, ya que:
“Él que está sometido a un campo de visibilidad, y sabe que lo está, reproduce por
su cuenta las coacciones del poder; los pone en juego espontáneamente sobre sí
mismo; inscribe en sí la relación de poder en el cual juega simultáneamente los dos
papeles; se convierte en el principio de su propio sometimiento” (Ibid., p. 235).
[58]
Foucault, en una de sus denominaciones, llama al panóptico el “laboratorio del
poder”. Es por medio de la utilización de sus mecanismos de vigilancia donde
consigue su eficacia, la capacidad de penetrar en el comportamiento de los
individuos y el saber que se puede adquirir de ellos.
La “ciudad apestada” y el establecimiento del aparato panóptico, contienen
diferencias que son relevantes. Si bien hay un siglo que separa estos
acontecimientos, las transformaciones al interior del “programa disciplinario” son
significativas. En el caso de la ciudad apestada, se da una situación inusual, pues
la lucha es contra “un mal extraordinario”. El poder se eleva entonces de tal manera,
que es necesario crear una serie de tácticas disciplinarias para mantener apartada
la “epidemia-enfermedad”. Pero finalmente todo el conflicto se reduce al “mal
especifico” y local, que es el combate contra el “dualismo vida-muerte”.
El panóptico, por su parte, se comprende como una herramienta de utilización
táctica a nivel general, pues en su forma de proceder se puede observar “una
manera de definir la relaciones de poder con la vida cotidiana de los hombres” (Ibid.,
p. 237). Es también una tecnología que se debe comprender como un sistema
arquitectónico y óptico que se aleja de ser una aplicación particular. Y esto se debe
precisamente a que su aplicación es polivalente. Puede variar en su utilidad, e ir
desde “enmendar a los presos”, pero igualmente se utiliza para instruir a los
escolares, para contribuir a curar enfermos, para vigilar obreros, guardar a los locos
y hacer trabajar a mendigos y ociosos (cf. Ibid., p. 238).
“El panóptico es un tipo de implantación de los cuerpos en el espacio”,
aunque de todas formas siempre que el procedimiento se ocupe de una multiplicidad
de individuos a los que se les requiere imponer tareas o conductas, es,
precisamente, el momento donde el que el esquema panóptico puede ser aplicado.
Proporciona un control integral y también un saber del cuerpo en el espacio, que se
ven unificados en la tecnología de la disciplina. Es una herramienta que contribuye
a localizar a los cuerpos en el espacio, se establece una distribución de los
individuos en relación con otros, una organización jerárquica, es el mecanismo por
medio del cual se genera una expansión del poder, tiene la función de aumentar el
control.
[59]
En la mecánica del poder, en su forma capilar de su existencia, el poder se
halla inserto en el núcleo mismo de los individuos, de manera que alcanza su
cuerpo, se inserta en los gestos, sus actitudes y su vida cotidiana. Foucault va a
apuntar con el panóptico a una “intervención tecnológica en el orden del poder” se
introduce, en principio, a niveles locales: escuelas, cuarteles, hospitales, etc., donde
se va experimentando la vigilancia integral. Es una figura de la que puede contener
descripciones acerca de las instituciones en términos de arquitectura y de figuras
espaciales. El aparato de vigilancia que se desprende del panóptico contiene varias
aristas. Entre ellas, se puede integrar al aparato policial, que funciona como uno de
los principales vectores de la extensión panóptica: a partir de su incesante vigilancia
controla desordenes, previene peligros de criminalidad y sanciona todas las
desviaciones.
Las razones por las cuales Foucault ha tomado como recurso el ejemplo del
panóptico, tiene que ver con que quiere apoyarse en él para explicar, por qué el
poder se ejerce y no solo se mantiene. Es por esta razón que se ocupa de los
distintos rincones en que el dispositivo panóptico se ha vuelto operativo, cada
institución que “inviste” por medio de su mecanismo de vigilancia y de distribución
del espacio. Por ello su preocupación por exponer cómo se va articulando, cómo va
inundando de manera silenciosa y casi imperceptible cada una de las dimensiones
de la vida del individuo; de qué manera se va atravesando a través del panóptico
todo un proyecto de sociedad, en el cual los individuos mismos son dominados por
sus efectos de poder, ya que son ellos mismos sus propios engranajes.
[60]
Conclusión.
[61]
ocultaba esta justificación del modo de castigar, era la excusa perfecta para,
finalmente, poder efectuar todo un control sobre la virtualidad del comportamiento
del individuo.
Pudimos notar en qué medida el desplazamiento táctico emprendido por el
poder disciplinario incurre en una economía que, en cuanto a su proceder, resulta
ser relevante. El ejercicio del poder disciplinario, apoya gran parte de su estrategia
en la herramienta panóptica, dicho aparato
Vimos de qué manera el poder disciplinario tiene la facultad de individualizar
a los sujetos, así como también los moldea para insertarlos en la norma, de ese
modo se hace efectiva la fabricación, depuración y transformación de los sujetos.
Muy por el contrario de lo que sucede con el “poder soberano del Rey”, como ya
vimos en el suplicio, ya que no resultaba necesario individualizar al sujeto, en
absoluto. El poder disciplinario opera de tal manera que logra apropiarse ya no solo
del cuerpo mismo del individuo, sino que además se apropia de su tiempo. Las
herramientas de utilización disciplinaria resultaron ser útiles a la hora de establecer
la configuración que se da entre las tecnologías políticas del cuerpo y el impacto
que tienen sobre la vida del individuo. Pudimos observar que no inciden únicamente
sobre un sujeto encarcelado, sino que también, generan un impacto en el sujeto
común, en su vida cotidiana, quien se ve entramado en un sin fin de tácticas y
estrategias para la apropiación de su cuerpo; de manera que lo examinan y lo
convierten en objeto de saber, aunque dichas tácticas operan de modo casi
imperceptible. Como vimos, en la última etapa de la disciplina, se puede atisbar
como se va apropiando de cada aspecto de su vida.
Se puede apreciar que el ejercicio analítico practicado en Vigilar y castigar,
pone de manifiesto que las transformaciones que históricamente se fueron
produciendo en las tecnologías de poder no se explican sobre la base de progresos
humanitarios o morales. Se trata más bien de estrategias que velan por un
determinado funcionamiento de la sociedad, de aplicaciones tecnológicas de la
política que busca producir determinado sujeto. Y para lograr esto, la intervención
de lo disciplinar en diversas instituciones se ha convertido en el modo más efectivo.
[62]
Finalmente, en lo que concierne a este acercamiento al problema de la
relación entre el cuerpo y el poder, ello ha arrojado que Foucault se ocupa en este
libro con especial intensidad de la constitución heterónoma de subjetividad. Esta
línea de investigación, ciertamente, ya venía siendo desarrollada por nuestro autor,
si bien con otras características, en su trabajos anteriores. Pero lo que nos interesa
resaltar es que esta misma intensidad de los análisis nos abre hacia la pregunta por
la posibilidad de una constitución autónoma de la subjetividad. Cuestión que el
propio Foucault desarrollará en su fase más tardía. Nos interesaría seguir
investigando la obra de este autor, para afrontar cómo se podría llevar a cabo una
reflexión que procurase articular con tal intensidad ambos caminos de la
subjetividad o, en los términos de nuestro autor, de los “acontecimientos de
subjetivación”.
[63]
BIBLIOGRAFÍA.
[64]
NIETZSCHE F. (1995), La genealogía de la moral, Alianza Ed., Madrid.
[65]