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toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió
en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha
delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos
suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para
alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado”.
Al acercarnos al estudio de estos versículos hay dos palabras claves que debemos
notar. En el vers. 4 Pablo dice que Dios nos escogió, y en el vers. 5 que Dios nos
predestinó. Fuimos escogidos, fuimos predestinados. Ambos términos son muy
similares en significado.
“Escoger” significa “hacer una selección”. Esta palabra se usa en Lc. 6:13 para hablar
de la selección que hace Cristo de los doce apóstoles. Ellos no decidieron ser
apóstoles de Cristo; Cristo los seleccionó soberanamente de entre la multitud que lo
seguía para ser Sus apóstoles. Pues lo mismo tenemos aquí. Dios nos escogió para
salvación. Como dice nuestro Señor en Jn. 15:16: “No me elegisteis vosotros a mí,
sino que yo os elegí a vosotros”.
En primer lugar, Pablo establece la base de esa elección. “Según nos escogió en Él”.
Cuando Dios nos incluyó en Su plan soberano Él sabía que no merecíamos ser
incluidos. Pero Cristo se comprometió de antemano a pagar completamente nuestra
deuda. Es en ese sentido que fuimos elegidos en Él. De no haber sido por la segunda
Persona de la Trinidad nunca habríamos sido parte del plan redentor de Dios.
Ese propósito divino en la elección debe repercutir en nuestras vidas como cristianos.
Positivamente debemos tener la ambición de ser santos, de conformarnos cada vez
más al carácter santo de Dios. Negativamente debemos tener la ambición de ser sin
mancha, irreprensibles. Amparados en la gracia de Dios debemos apartarnos de toda
apariencia de mal, dice Pablo en 1Ts. 5:22. Para eso fuimos escogidos.
El propósito de Dios al elegirnos de ninguna manera será frustrado. Algún día nos
presentaremos delante de Él y seremos perfectos. Pero no solo eso. En el vers. 5.
Pablo nos dice también que fuimos escogidos, predestinados en amor, “para ser
adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo”.
Pero también vemos en el texto, en cuarto lugar, la razón por la cual Dios nos
escogió: “… según el puro afecto de Su voluntad” (vers. 5). La elección de Dios
no fue arbitraria o caprichosa. Una decisión arbitraria es aquella que se toma sin
razón alguna. Pero en el caso de Dios, Él sí tenía una razón para escogernos, solo
que esa razón se encuentra en Él, no en nosotros. Él nos escogió conforme a Su
benevolente soberanía, por Su bondad que es santa y que no posee motivos impuros
en ella. Eso es todo lo que nos ha sido revelado al respecto y, por lo tanto, es todo
lo que debemos decir. Dios se deleitó en amarnos desde antes de la fundación del
mundo, y conforme a ese amor soberano nos eligió. Por eso dice en el vers. 5 que
fuimos predestinados en amor.
Y una vez más, Pablo conecta todo esto con la persona de Cristo: “Para alabanza
de la gloria de Su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado”; literalmente
el texto dice que esa gracia nos fue bondadosamente conferida, gratuitamente
impartida sobre nosotros “en el Amado”. Dios el Padre ama a Su Hijo, con un amor
eterno e inalterable, y nosotros estamos en Él. En virtud de esa unión, nosotros
somos ahora el objeto del amor del Padre, y beneficiarios de todas Sus bendiciones.
Y a la luz de todo esto yo me pregunto, ¿acaso existe un privilegio más grande que
ser cristiano? Nuestro Dios nos ha bendecido “con toda bendición espiritual”;
nosotros somos ahora los beneficiarios de las riquezas de Su gracia, somos
coherederos de Dios juntamente con Cristo, y algún día entraremos en el disfrute
pleno y eterno de esa herencia. Y todo eso, porque Dios de pura gracia nos amó
cuando no había nada digno en nosotros que nos hiciera merecedores de ese amor.
¿Acaso no deberían nuestros corazones llenarse de sobrecogimiento, de gozo y
gratitud, y nuestras bocas de alabanza, ante un cuadro como el que Pablo nos
presenta en este pasaje?
Oh, que Dios nos conceda vivir a la altura de nuestros privilegios, que podamos
mostrar al mundo la gloria de Dios a través de una vida santa y gozosa,
independientemente de las circunstancias adversas en que nos encontremos en
estos momentos. Que al igual que Pablo seamos movidos a levantar nuestros
corazones y nuestras voces para bendecir a Aquel que nos ha bendecido con toda
bendición espiritual en los lugares celestiales, en Cristo.