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“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con

toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió
en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha
delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos
suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para
alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado”.

Al acercarnos al estudio de estos versículos hay dos palabras claves que debemos
notar. En el vers. 4 Pablo dice que Dios nos escogió, y en el vers. 5 que Dios nos
predestinó. Fuimos escogidos, fuimos predestinados. Ambos términos son muy
similares en significado.

“Escoger” significa “hacer una selección”. Esta palabra se usa en Lc. 6:13 para hablar
de la selección que hace Cristo de los doce apóstoles. Ellos no decidieron ser
apóstoles de Cristo; Cristo los seleccionó soberanamente de entre la multitud que lo
seguía para ser Sus apóstoles. Pues lo mismo tenemos aquí. Dios nos escogió para
salvación. Como dice nuestro Señor en Jn. 15:16: “No me elegisteis vosotros a mí,
sino que yo os elegí a vosotros”.

La segunda palabra que aparece en nuestro texto de Ef. 1 es “predestinación”. Esta


es la traducción de la palabra griega “proorizo”, palabra compuesta de “pro” que
significa “de antemano”, y “orizo” de donde proviene nuestra palabra “horizonte”. El
horizonte es la línea que divide el cielo de la tierra. La idea de esta palabra es,
entonces, trazar un límite de antemano. Dios soberanamente trazó una línea, y a
algunos los destinó de antemano para ir al cielo. Podemos revelarnos contra esta
verdad de las Escrituras, pero es imposible evadir el hecho de que eso es lo que la
Biblia enseña (comp. Rom. 8:28-30; 9:16; 11:32-36). Veamos lo que Pablo nos enseña
en este texto con respecto a la elección.

En primer lugar, Pablo establece la base de esa elección. “Según nos escogió en Él”.
Cuando Dios nos incluyó en Su plan soberano Él sabía que no merecíamos ser
incluidos. Pero Cristo se comprometió de antemano a pagar completamente nuestra
deuda. Es en ese sentido que fuimos elegidos en Él. De no haber sido por la segunda
Persona de la Trinidad nunca habríamos sido parte del plan redentor de Dios.

En segundo lugar, Pablo establece claramente el momento de la elección: Fuimos


escogidos “desde antes de la fundación del mundo”. En otras palabras, esta
selección se hizo en la eternidad. Antes del inicio del tiempo, antes de la creación de
todas las cosas, Dios nos incluyó soberanamente en Su plan de redención.
En tercer lugar, vemos el propósito de la elección. ¿Para qué nos escogió Dios? Pablo
responde dos cosas: por un lado nos dice que Dios nos escogió “para ser santos y
sin mancha delante de Él”. No fue que Él vio algo bueno en nosotros y por eso nos
escogió, no. Él nos vio más bien en nuestro pecado, en nuestra impiedad, y nos
escogió para hacernos santos (comp. Ef. 2:1-3). La santidad es un fruto de la elección,
no su causa.

El mejor comentario de este texto es el que encontramos en la carta de Pablo a Tito


(2:11-14). Dios el Padre nos escogió, y Dios el Hijo murió en una cruz, para que
nosotros fuésemos un pueblo santo, un pueblo de hombres y mujeres apartados
para Dios, viviendo bajo los principios de Su voluntad revelada.

Ese propósito divino en la elección debe repercutir en nuestras vidas como cristianos.
Positivamente debemos tener la ambición de ser santos, de conformarnos cada vez
más al carácter santo de Dios. Negativamente debemos tener la ambición de ser sin
mancha, irreprensibles. Amparados en la gracia de Dios debemos apartarnos de toda
apariencia de mal, dice Pablo en 1Ts. 5:22. Para eso fuimos escogidos.

Esa obra de santificación se inicia en nosotros en el momento mismo de la


conversión, cuando nuestros corazones son purificados y librados de la esclavitud
del pecado; continúa desarrollándose en nuestra vida práctica en la medida en que
hacemos uso de los medios de gracia que Dios ha provisto; y será finalmente
perfeccionada cuando seamos glorificados, totalmente perfeccionados, luego de la
venida en gloria de nuestro Señor Jesucristo.

El propósito de Dios al elegirnos de ninguna manera será frustrado. Algún día nos
presentaremos delante de Él y seremos perfectos. Pero no solo eso. En el vers. 5.
Pablo nos dice también que fuimos escogidos, predestinados en amor, “para ser
adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo”.

Hoy día, cuando hablamos de adopción pensamos de inmediato en niños pequeños,


pero en el tiempo de Pablo no se solían adoptar bebés, sino personas adultas. Si un
hombre rico no tenía herederos, buscaba una persona que fuese digna a quien
dejarle toda su herencia, y lo adoptaba como su hijo. De inmediato esa persona tenía
derecho sobre todos los bienes del hombre rico. Y eso es lo que Pablo tiene en mente
cuando habla aquí de adopción. Nosotros somos ahora hijos de Dios, con todos los
derechos filiares de un hijo, porque Dios nos adoptó. Solo que cuando Dios decidió
hacer eso nosotros no éramos dignos herederos Suyos. Por eso primero nos justificó,
poniendo en nuestra cuenta la justicia perfecta de Cristo, y luego nos adoptó ahora
que hemos sido perdonados.
Por eso dice Pablo una vez más que todo eso ocurrió en Jesucristo. En virtud de la
obra redentora de Su Hijo que nos es aplicada por la fe, el Juez de toda la tierra nos
declara “sin culpa”, y luego nos recibe como hijos en Su familia, y pone sobre
nosotros Su nombre, y nos concede liberalmente un sinnúmero de beneficios porque
ahora Él es nuestro Padre y nosotros somos Sus hijos. Así que Dios nos escogió para
ser santos y para ser adoptados como hijos Suyos.

Pero también vemos en el texto, en cuarto lugar, la razón por la cual Dios nos
escogió: “… según el puro afecto de Su voluntad” (vers. 5). La elección de Dios
no fue arbitraria o caprichosa. Una decisión arbitraria es aquella que se toma sin
razón alguna. Pero en el caso de Dios, Él sí tenía una razón para escogernos, solo
que esa razón se encuentra en Él, no en nosotros. Él nos escogió conforme a Su
benevolente soberanía, por Su bondad que es santa y que no posee motivos impuros
en ella. Eso es todo lo que nos ha sido revelado al respecto y, por lo tanto, es todo
lo que debemos decir. Dios se deleitó en amarnos desde antes de la fundación del
mundo, y conforme a ese amor soberano nos eligió. Por eso dice en el vers. 5 que
fuimos predestinados en amor.

En quinto lugar, y finalmente, Pablo nos muestra en el texto el propósito ulterior de


Dios en hacer todo esto: “Para alabanza de la gloria de Su gracia” (vers. 6). La
meta final hacia la cual se mueve todo lo antes dicho es el reconocimiento en
adoración (eso es alabanza) de la excelencia divina (eso es gloria) manifestada en
favor de los indignos (eso es gracia).

Y una vez más, Pablo conecta todo esto con la persona de Cristo: “Para alabanza
de la gloria de Su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado”; literalmente
el texto dice que esa gracia nos fue bondadosamente conferida, gratuitamente
impartida sobre nosotros “en el Amado”. Dios el Padre ama a Su Hijo, con un amor
eterno e inalterable, y nosotros estamos en Él. En virtud de esa unión, nosotros
somos ahora el objeto del amor del Padre, y beneficiarios de todas Sus bendiciones.

Y a la luz de todo esto yo me pregunto, ¿acaso existe un privilegio más grande que
ser cristiano? Nuestro Dios nos ha bendecido “con toda bendición espiritual”;
nosotros somos ahora los beneficiarios de las riquezas de Su gracia, somos
coherederos de Dios juntamente con Cristo, y algún día entraremos en el disfrute
pleno y eterno de esa herencia. Y todo eso, porque Dios de pura gracia nos amó
cuando no había nada digno en nosotros que nos hiciera merecedores de ese amor.
¿Acaso no deberían nuestros corazones llenarse de sobrecogimiento, de gozo y
gratitud, y nuestras bocas de alabanza, ante un cuadro como el que Pablo nos
presenta en este pasaje?
Oh, que Dios nos conceda vivir a la altura de nuestros privilegios, que podamos
mostrar al mundo la gloria de Dios a través de una vida santa y gozosa,
independientemente de las circunstancias adversas en que nos encontremos en
estos momentos. Que al igual que Pablo seamos movidos a levantar nuestros
corazones y nuestras voces para bendecir a Aquel que nos ha bendecido con toda
bendición espiritual en los lugares celestiales, en Cristo.

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