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FIEBRE CURATIVA Y FIEBRE DESTRUCTIVA

Para la medicina que se guía por el termómetro no hay “dos fiebres”. Sin
embargo, aunque el calor
animal es un fenómeno único, su distribución en el cuerpo puede ser
uniforme o desequilibrada.
En el primer caso tenemos salud y en el segundo enfermedad, vale
decir, desarreglo funcional del
organismo. Insistamos un poco sobre el tema de la fiebre dada su gran
importancia.
Según mi Doctrina Térmica existen tres clases de fiebre: la externa, que
puede verificarse con el
termómetro aplicado bajo el brazo; la interna, que domina el interior del
vientre y está unida a la
falta de calor normal en la piel y las extremidades, descubriéndose por el
pulso y el iris de los ojos;
por último, fiebre local, que afecta de manera específica a una zona u
órgano del cuerpo y se
manifiesta por latidos, punzadas, cansancio localizado o escozores.
La fiebre externa revela actividad de las defensas del organismo
mientras que la interna acusa
incapacidad defensiva. Por su parte, la fiebre local, que constituye
irritación, inflamación y
congestión por accidentes o por presencia de materias morbosas,
también es perjudicial, porque
altera y dificulta la libre circulación de la sangre.
La fiebre externa caracteriza a las crisis agudas y es curativa porque
purifica la sangre a través
de los poros de la piel. La fiebre interna caracteriza a los procedimientos
crónicos y es destructiva
porque altera la composición y la circulación de la sangre. Esta fiebre no
sólo altera la nutrición y
la eliminación intestinal, sino también los mismos procesos en los
pulmones y la piel.
Se comprende, pues, la necesidad de sacar la fiebre interna a la
superficie del cuerpo
produciendo fiebre artificial sobre la piel, a fin de normalizar la
circulación de la sangre y favorecer
su purificación por exhalación cutánea o por transpiración.
Cómo producir fiebre curativa
Atacando la piel con frío la obligamos a desarrollar calor por reacción
nerviosa y circulatoria.
Exponiendo la piel al conflicto con el frío del aire o del agua, obligamos al
organismo a desarrollar
calor externo para defenderse. Este calor lo lleva la sangre, que de este
modo es desalojada de
las entrañas. Cuanto más activa y prolongada es esta reacción del calor
que sigue a la aplicación
fría, más intenso y duradero será el beneficio obtenido. La reacción será
optima cuando el cuerpo
esté sudando y el agua lo más fría posible, cuidando la reacción por
medio de ejercicios o abrigo
adecuados.
También es posible combatir la perjudicial fiebre interna mediante el
calor del sol o del vapor. E
este caso se debe alternar el calor con frotaciones de agua fría, tal como
se explica más adelante
al hablar de mi Lavado de Sangre.
La acción del sol o del vapor sobre la piel debidamente protegida la
congestiona descargando la
congestión interior. El sol y el vapor no sólo producen fiebre benéfica
sobre la piel, sino que atraen
hacia ella las materias malsanas del interior del cuerpo para expulsarlas
por los poros.
Es erróneo creer que basta con sudar para eliminar eficazmente las
impurezas orgánicas. Puede
existir abundante transpiración con escasas eliminación de lo perjudicial
para el organismo. Esto
es lo que le sucede al tísico, cuyo sudor no le permite mejorar su sangre
porque ésta circula
débilmente por su piel a causa de la congestión interior. Para
obtener una buena eliminación cutánea es preciso congestionar la piel
para que la sangre lleve
sus impurezas a los poros.
Según mi Doctrina Térmica, debemos distinguir entre transpiración y
reacción de calor. Por regla
general el sudor es perjudicial al individuo porque enfría su piel, alejando
la sangre de la superficie
de su cuerpo y congestionando su interior, lo cual desequilibra su
temperatura y debilita la
eliminación por los poros que necesitan de un activo riego sanguíneo
para realizar sus salvadoras
funciones de nutrición y eliminación.
En cambio, la reacción térmica resultado de la mayor actividad nerviosa
y circulatoria que
despierta en la piel el conflicto con el frío del agua, atrae a la piel la
congestión malsana del
interior del cuerpo, permitiendo a los poros la expulsión de los venenos
de la sangre por simple
exhalación, aunque no se sude.
Por último, en casos de pulmonías, asmas y parálisis, cuando la piel del
enfermo está fría y
cadavérica, restregar el cuerpo con ortigas frescas despierta en el
cuerpo una enérgica reacción
nerviosa y circulatoria, es decir, fiebre artificial. Esta reacción es análoga
al efecto que antes la
medicina procuraba obtener con las ventosas y cataplasmas. Las
congestiones pulmonares,
renales o hepáticas se conducían hacia la piel mediante la acción de
ventosas que, al
congestionar la superficie del cuerpo correspondiente al órgano
afectado, producían la
descongestión interior. Las cataplasmas de mostazas aplicadas a las
piernas o los pies de una
víctima de congestión cerebral atraen fuertemente la sangre
descargando la cabeza.
Todo lo expuesto nos lleva a la conclusión de que las dolencias sólo
pueden curarse mediante
fiebre o calentura externa, porque solamente ella es capaz de activar la
expulsión de las materias
dañinas al organismo a través de los poros y, al mismo tiempo,
descongestionar los órganos
internos para combatir la fiebre destructiva de las entrañas.
En lo que se refiere a la fiebre local es preciso actuar sobre la parte o el
órgano afectado
refrescando localmente y derivando las impurezas acumuladas que
causan la inflamación a través
de los poros.
También en aplicaciones frías y calientes tenemos los desinflamantes
adecuados para tratar la
fiebre o calentura localizada en tumores, congestiones, irritaciones,
heridas o úlceras, ya sean
originadas por depósitos de materias extrañas, por golpes o por otros
accidentes.
En los casos crónicos con la piel fría están indicadas las aplicaciones
calientes y en las
inflamaciones agudas calientes es preferible la aplicación fría local.
Los saquitos calientes de semillas de pasto miel o flores de heno
hervidos durante 15 minutos y
estrujados, se aplican en los tumores fríos, haciendo antes una frotación
local fría. Esta última,
despierta la reacción de los tejidos y el calor del vapor de las semillas
atrae a la superficie la
congestión interna, abriendo los poros, por donde saldrán las materias
morbosas que
ocasionaban la inflamación local. Esta combinación de calor y frío es el
mejor calmante de dolores
localizados. La cataplasma de linaza caliente produce un efecto similar.
Las compresas frías de quitar y poner cada 10 minutos por espacio de
una o dos horas también
combaten eficazmente las fiebres e inflamaciones locales y, por tanto,
alejan los dolores. La
cataplasma de cuajada de leche o panela produce el rápido
refrescamiento de los tejidos
afiebrados. Además, el lodo es el mejor calmante de todo dolor agudo y
caliente. Más adelante
hablaremos de cómo se preparan los elementos indicados.
Termino llamando la atención del lector sobre lo errado que significa el
empleo de bolsas de hielo
para combatir la fiebre y las inflamaciones locales. En lugar de
descongestionar, el hielo paraliza la
circulación de la sangre en la zona donde se aplica, dificultando la
normalización de la sangre.

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