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Antología de ensayo feminista

Edición de Liliana Colanzi

Fabiola Morales Franco


Magela Baudoin
Fabiola Gutiérrez
Paola R. Senseve T.
Valeria Canelas
Liliana Colanzi
Lucía Carvalho
Christian Daniel Egüez
Virginia Ayllón
Alison Spedding Pallet
María Galindo

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La desobediencia. Antología de ensayo feminista
Colanzi, Liliana (Ed.)
Santa Cruz: Dum Dum editora, 2019.
236 páginas; 21x14 cm.

ISBN: 978-99974-999-7-4
Depósito Legal:8-1-1119-19

© Dum Dum editora, 2019


© Fabiola Morales Franco
© Magela Baudoin
© Fabiola Gutiérrez
© Paola R. Senseve T.
© Valeria Canelas
© Liliana Colanzi
© Lucía Carvalho
© Christian Daniel Egüez
© Virginia Ayllón
© Alison Spedding Pallet
© María Galindo

Diseño y diagramación: Aimara Barrero Chávez


Email: dumdumeditora@gmail.com

dumdumeditora

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Santa Cruz de la Sierra, Bolivia

Impreso en Bolivia
Prohibida la reproducción parcial o total de este libro sin autorización previa
de la editorial.

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La desobediencia
Antología de ensayo feminista

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Edición de Liliana Colanzi

Fabiola Morales Franco · Magela Baudoin · Fabiola


Gutiérrez · Paola R. Senseve T. · Valeria Canelas · Liliana
Colanzi · Lucía Carvalho · Christian Daniel Egüez ·
Virginia Ayllón · Alison Spedding Pallet · María Galindo

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Índice

Prólogo 11
La imaginación radical
Liliana Colanzi

Una madre estupenda 17


Fabiola Morales Franco

Huevos de serpiente. Reflexiones sobre feminismo 33


en cinco movimientos
Magela Baudoin

Ciudadana XXL 51
Fabiola Gutiérrez

Sine qua non 63


Paola R. Senseve T.

Feminismo migrante: la vida que camina 79


Valeria Canelas

Escribir la rabia 91
Liliana Colanzi

9
Memoria inflamable 111
Lucía Carvalho

Corporalidades maricas, una trascendencia 119


feminista
Christian Daniel Egüez

Una habitación pintarrajeada 135


Virginia Ayllón

Chachawarmi a lo yungueño: experiencias en el 161


sindicalismo paralelo de mujeres campesinas
Alison Spedding Pallet

Manifiesto de Sedición Feminista o Manifiesto 207


Feminista de Sedición
13 horas de rebelión 229
María Galindo

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Prólogo

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La imaginación radical

Toda revolución nace con un acto de desobediencia. Una mujer


negra se niega a sentarse en la parte de atrás del autobús y su
gesto desafiante prende la chispa de la lucha por los derechos ci-
viles en Estados Unidos. Cuatro mujeres aymaras, acompañadas
de sus hijos, empiezan una huelga de hambre que se extiende
por toda Bolivia y que acaba con la dictadura de Banzer. Una
escritora cochabambina del siglo XIX se pelea públicamente con
un representante de la Iglesia católica; en una época en que esto
parece impensable, exige que las mujeres puedan votar, educarse
y conseguir el divorcio.
La historia de las mujeres está hecha de gestos de disiden-
cia, públicos y anónimos. Desde la mujer que vence el miedo y
la vergüenza para señalar públicamente a su agresor hasta la que
decide rehuir el mandato social del matrimonio y tener tiempo
para leer, pensar, crear. Las que se organizan en defensa de un
río, de un bosque, de una reserva natural. Las que leen la historia
a contrapelo, buscando las huellas de esas otras mujeres silencia-
das y olvidadas.
Desobedecer es negarse a ser cómplice de un sistema, pero
también imaginar que la realidad podría ser de otra manera, que
la historia podría haber tomado otro rumbo. “Imaginar ha sido
siempre la primera transgresión del feminismo. Y la historia del
feminismo es una historia de transgresión”, dice la escritora chi-
lena Alia Trabucco. Por eso el feminismo es un ejercicio de la
desobediencia pero también de la imaginación desbocada: las

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feministas que nos precedieron tuvieron que plantearse aquello
que hasta entonces resultaba inconcebible, un mundo en el que
las mujeres iban a la universidad, se divorciaban, se integraban
a la fuerza laboral en los mismos oficios que un varón. Tuvieron
que verse ocupando espacios que les estaban vetados, haciendo
cosas que resultaban inauditas y risibles para una mujer.
Los feminismos de hoy se proponen reinventar el mundo a
partir del cuestionamiento y la imaginación radicales: se meten
con lo privado y con lo público; de su escrutinio y de su rees-
critura no escapan el poder ni la subjetividad ni el lenguaje. Y
a partir de la insubordinación y del deseo de otro mundo están
cambiando, de forma intensa y a menudo conflictiva, el sentido
común de nuestro tiempo.
Sabemos que estamos en un momento vital, de ruptura y
salto al vacío, en el que el feminismo es una fuerza que interpela
y transforma. En Bolivia, la marea feminista ha surgido del har-
tazgo, el dolor, la ira y la náusea ante la acumulación de casos de
violencia física y sexual extrema que quedan en la impunidad.
El espectáculo horroroso de los cuerpos de mujeres torturadas,
mutiladas y violadas, y la impotencia ante un sistema que encu-
bre a los perpetradores y retrasa —o directamente niega— la jus-
ticia a las víctimas, han empujado a cientos de mujeres a tomar
las calles, a organizarse para defenderse y a establecer alianzas
con otros grupos (como los de las mujeres trans). Se han con-
vocado en juzgados, plazas y universidades, en las puertas de
las iglesias, las alcaldías, la Casa Grande y el Palacio de Justicia
para dejar en claro que no nos callamos más, porque —como
dice Cristina Rivera Garza— todos hemos perdido mucho con
el silencio de las mujeres.
Y como cada vez que la voz de las mujeres se ha articulado
colectivamente, no ha tardado en llegar la arremetida de discursos

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conservadores que buscan minimizar sus demandas, que quieren
empujarlas de regreso al espacio doméstico y negarles la autono-
mía sobre sus cuerpos, que intentan destruir lo ganado por déca-
das de lucha de grupos feministas y colectivos LGBTI. Por eso, al
llamar a esta antología, era evidente entre nosotras la sensación
de urgencia y de euforia, pero también de duda. “Se necesita mu-
cha inteligencia en este momento en que hay tanto dicho, tanto
en discusión”, me escribió una de las autoras a las que contacté.
“Este es el texto que más me ha costado escribir”, me dijo otra. Y
es que aquí se juntan nuestras vulnerabilidades, nuestros miedos,
nuestra fuerza, nuestra rabia, nuestro voraz anhelo de cambio y
nuestra lectura de un presente al que no podemos ver con claridad
por estar inmersas en él; más que dar respuestas, estamos tratando
de plantearnos preguntas que amplíen el campo de lo que se pue-
de pensar, decir y sentir. Siempre ha sido difícil para las mujeres
articular una voz colectiva y lo hacemos aquí reconociendo las
numerosas experiencias y los puntos de vista compartidos, pero
sin borrar las diferencias entre nosotras, los distintos lugares de
enunciación, las perspectivas opuestas y la historia de cada una.
Los textos de este libro cuestionan no solo la situación de la
mujer, sino las bases mismas de un sistema capitalista, patriar-
cal, racista, extractivista y colonial que conducen a la depreda-
ción, el sometimiento y la muerte. Hay ensayos que hablan de
la necesidad de pensar ya no en derechos, sino en vanguardias y
utopías, en la revolución permanente. Otros critican a un Esta-
do boliviano que controla los cuerpos de las mujeres, negándo-
les la soberanía para decidir si desean o no ser madres, y que in-
cluso hoy en día exige la firma del esposo para procedimientos
como la ligadura de trompas. Hay autoras que se rebelan contra
la imposición de la maternidad como destino inescapable y que
escriben desde las posibilidades felices que ofrece el desvío de

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ese mandato. Hay voces críticas con respecto a un feminismo
blanco y eurocéntrico que no problematiza su propio confort,
posibilitado por el trabajo de mujeres migrantes, muchas de
ellas con arreglos precarios a partir de su condición de ilegales.
Algunas escritoras hablan de lo que significa ser mujer y sentir-
se en peligro solo por el hecho de caminar en la calle. Muchas
exploran la relación problemática con nuestros propios cuer-
pos.
También encontrarán en esta antología reflexiones sobre
las disidencias sexuales, esas que socavan las gramáticas de lo
que es ser hombre o mujer y que albergan a “las raras, los margi-
nados, las periféricas y las inadaptadas”. Hay críticas a una mas-
culinidad que produce hombres violentos, homofóbicos, racis-
tas, femicidas y travesticidas. Hay miradas a la representación de
la mujer en el arte y en la poesía. Hay experiencias de mujeres
ejerciendo el liderazgo sindical en el área rural, de las dificulta-
des que encuentran al momento de afirmar su autoridad frente a
sus pares masculinos, a quienes les cuesta aceptar que una mujer
tome decisiones por toda la comunidad. Y está la pregunta so-
bre la voz de las mujeres, por su ausencia, por la doble jornada
invisible que impide o desacelera el ingreso pleno a la esfera pú-
blica.
Si algo ha caracterizado a las luchas feministas ha sido su
capacidad para asumir las dimensiones enormes del desafío de
replantearse todo. Estos textos se atreven a proponer nuevos y
provocadores caminos, nuevas e inquietantes preguntas, y a so-
ñar con alternativas osadas por donde se vaya filtrando la ima-
gen de otra realidad posible.

Liliana Colanzi

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Una madre estupenda

Fabiola Morales Franco

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Fabiola Morales Franco (Cochabamba, 1978)
Realizó la maestría en Escritura Creativa en la Universidad Pompeu Fabra
de Barcelona, ciudad en la que reside actualmente. Ha publicado el libro de
relatos La región prohibida (2012) y la novela El día de todos tus santos (2017).
Relatos suyos han sido publicados en antologías como: Calles, Kafkaville, Vér-
tigos, Carne de mi carne, 11 escritores del Wilstermann, Mar fantasma y otras.

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Una madre estupenda

Dime, ¿qué pretendes hacer


con esa vida tuya, única, salvaje y preciosa?
Mary Oliver, “El día de verano”

“Aunque había estado rodeada de ellos toda su vida, no fue hasta


que cumplió treinta y cinco años que sostener un bebé comenzó
a ponerla nerviosa, tener en brazos a un bebé ya no era natural
—ella ya no era natural”. De esta manera Lorrie Moore nos in-
troduce en el mundo de Adrienne, el personaje de un relato cuya
protagonista pude haber sido yo, o pudiste haber sido tú, o ella,
si no fuera porque la mayoría de las mujeres ya han sido madres
a los treinta y cinco años.
Adrienne, pues, había entrado en lo que la propia Moore
califica como “la década puritana, el momento demográfico de-
cisivo cuando el mejor cumplido que una mujer puede recibir es:
Tú serías una madre estupenda”. La misma frase que una tera-
peuta me había dicho cinco años atrás cuando, exacto, yo tenía la
misma edad de Adrienne.
Tú serías una muy buena madre, dijo la psicóloga. Yo me
quedé helada, había estado hablando sobre mi relación con mi
última mascota, un cachorrito blanco que mis tíos habían recogi-
do de casa del vecino hacía 20 años atrás. En el fondo no entendía
por qué seguía sorprendiéndome ante afirmaciones como esta;
no era la primera vez que me lo decían, no sería la última tam-
poco. Me habían dicho lo mismo años antes cuando mis amigas
comenzaron a tener hijos y yo salía sosteniendo a alguno de ellos
en fotos mal enfocadas que luego terminaban olvidadas en un ál-
bum familiar. Y luego, años después, ya en Vietnam, cuando me

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Fabiola Morales Franco

empeñé en tener en brazos al niño de una campesina que ama-


blemente nos había dejado dormir en su casa. La mujer cocinaba
en un fogón de leñas y le enseñaba a cortar la verdura a mi pareja
mientras yo jugaba con el bebé en mi regazo. A ella le preocu-
paba que el niño, que apenas si llevaba puesta una camiseta raí-
da, me ensuciara; a mí no me importaba en absoluto. Sujetar al
niño me proporcionaba una sensación bonita, no maravillosa,
no indefinible, solo bonita; sujetar al niño era en algún modo la
excusa perfecta para la evasión, me relevaba de la conversación
con los otros. También estaba segura de que de haber pasado un
gato o un perro por allí me habría dado modos de tener al niño
y al animalito cogidos ambos contra mi pecho y la sensación de
placer habría subido en un dos mil por ciento, pero lo cierto es
que estábamos el pequeño niño, yo y su madre que nos miraba
mientras le decía al hombre que me acompañaba: “Ella sería una
madre estupenda, ¿por qué no le das hijos?”.
Hace un tiempo una amiga mía acudió a una clínica de
reproducción asistida. Por entonces ella tenía cuarenta años y
había estado intentando quedarse embarazada durante el últi-
mo semestre. La doctora le tomó los datos y, mientras pregun-
taba por cosas como la periodicidad de la regla, enfermedades
previas y menarquia, le soltó: “Es que las parejas de hoy vivís
como si el tiempo no pasara y os esperáis siempre hasta el últi-
mo momento para intentar tener niños, ¿qué estáis esperando
que os pase?”. Mi amiga y su pareja se miraron sin saber muy
bien qué contestar. Se habían conocido apenas un año y medio
antes, ninguno había estado casado ni verdaderamente enamo-
rado hasta que no había conocido al otro. De haberse conocido
en otra época seguramente habrían intentado tener niños años
atrás. Afortunadamente para ellos, un poco de ayuda tecnológi-
ca solventó el problema de haberse conocido a destiempo y hoy
son un par de felices padres.

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Una madre estupenda

Elisabeth Badinter afirma en La mujer y la madre que el


mensaje es claro: la buena madre amamanta, tiene treinta años
cumplidos (en España treinta y dos para ser exactos1), pertenece
a una categoría socioprofesional elevada, ejerce una profesión,
no fuma, acude a los cursos de preparación al parto y se bene-
ficia de un permiso parental largo. Badinter está evidentemen-
te hablando de mujeres que viven en países desarrollados. No
olvidemos además que, en los últimos tiempos, casualmente a
partir de la última crisis económica de 2008, se ha desarrollado
un fanatismo por el parto natural; los gobiernos han recortado
el presupuesto de sanidad, minimizando los gastos en material,
infraestructura y profesionales, provocando un giro romántico
hacia el parto vaginal y sin anestesia. En Europa miles de muje-
res embarazadas son asesoradas por matronas y enfermeras —
la presencia del ginecólogo es casi inexistente— sobre las ven-
tajas que el neonato adquiere en un parto natural, mientras que
los riesgos y consecuencias de este para la madre, sobre todo
cuando esta sobrepasa los treinta años (que, recordemos, es la
media en Europa), son minimizados, cuando no directamente
anulados.
En el país del que yo vengo, la buena madre amamanta,
tiene entre quince y veinte años, es soltera o está casada con un
irresponsable, llamaba bendición a su hijo, no tiene profesión y
si la tiene su familia y allegados se encargan de recordarle que la
prioridad es estar en casa y, por lo tanto, es donde se queda. El
informe 2014-2017 sobre el “Estado de la población mundial”,
del Fondo de las Naciones Unidas para la Población (UNFPA,
según sus siglas en inglés), señala que la tasa de natalidad en

1 Datos del 2018 según el Instituto Nacional de Estadística. La media de edad en España ha pasado
de los 28 años en la década de los noventa a los 32 según el último censo. Uno de los factores más
relevantes para este incremento en la edad es la inestabilidad laboral, los sueldos precarios y el miedo
de las gestantes a ser despedidas al quedarse embarazadas.

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Fabiola Morales Franco

mujeres entre 15 y 19 años en Bolivia es de 116 por cada 1.000,


convirtiéndolo en uno de los países con mayor maternidad en-
tre adolescentes. A esto se añade que, según datos de 2015, es el
segundo país en Latinoamérica (solo por debajo de Haití) con
mayor porcentaje de mortalidad materna2.
Mi historia es esta: yo no soy una buena madre, ni en el
país desarrollado en el que vivo, ni en el país chiquito y ensimis-
mado en el que nací, básicamente porque no me he reproduci-
do. No he sido madre nunca, y de serlo ahora, que ya no tengo
treinta años, me tildarían de irresponsable. La edad no perdona,
una se hace vieja. Pero viene aquí el ente diferenciador, la causa
primera, aquella que no me redime: nunca he querido serlo, no
soy una buena madre, ni seguramente seré una madre, aunque
sea a secas, olvidémonos del “buena”, porque no quiero. Lo que
me lleva a conformar parte activa del siguiente estrato: la mujer
egoísta.
En la novela Un feliz acontecimiento, de Éliette Abécassis
(2005), tras una larga reflexión la protagonista llega a la conclu-
sión de que engendramos hijos basados en tres razones funda-
mentales: por amor, por aburrimiento y por miedo a la muerte.
En mis cuarenta años de vida he amado unas cuantas ve-
ces (¡Viva el amor romántico!); me he aburrido en innumerables
ocasiones, incluso durante periodos relativamente largos; y al-
gunas pocas veces, sobre todo en los últimos tiempos, le he teni-
do miedo a la muerte (juventud, divino tesoro, que no le temes a
nada, vuelve por favor, vuelve). Pero si soy sincera, verdadera e
intensamente sincera, nunca he deseado tener un hijo.
He deseado desear. Quiero decir, he deseado sentir ese im-
pulso, la fuerza de la naturaleza que te impele a reproducirte.
Tenía cuatro o cinco años, mi hermana menor jugaba a cuidar
2 La tasa de mortalidad materna en Bolivia es de 206 por cada 100.000 nacidos vivos, mientras que en
América Latina el promedio es de 92 en cada 100.000.

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Una madre estupenda

a sus muñecas y yo la miraba como desde un universo paralelo.


Mi yo de cuatro años sabía mejor que mi yo de quince lo que
quería en esta vida. No la entendía. Una vez en navidad pedí una
muñeca para saber lo que se sentía, pero yo no sentía nada. Me
forcé durante años a jugar sus juegos, a interiorizar sus historias.
Un juego clásico de niña incluía un bebé, la madre (niña)
que lo cuida, el bebé duerme, la madre lo mira, el bebé llora, la
madre lo acuna, le cambia de ropa, se le queda mirando durante
horas, la pasividad de los actos, mientras fuera espera el sol que
quema, el barro secándose antes de que yo pudiera construir una
carretera, en la mesa el rompecabezas sin hacer, los libros sin ser
leídos, el microscopio en el que no se veía mucha cosa, el telesco-
pio que nunca me regalaron y mi perro, casi más grande que yo,
ladrando a mi alrededor mientras me esforzaba en comprender
qué era aquello que me estaba perdiendo. El ciclo maravilloso
de la vida, el deber, la responsabilidad, el fin primero y último
de una mujer: la maternidad. ¿Cómo podía ser una muñeca algo
más inspirador que todo lo que dejaba de lado? Al final me di
por vencida, mejor el perro, al menos él tenía vida propia.
La no procreación es un desvío de la norma, decía Pascale
Donati, un desvío que tiene un coste, agrega Badinter, la desa-
probación social.

“Si una mujer deseaba vivir en paz y tranquila y tener su casa


limpia, sin nadie que la llenara de barro, quería hacer conservas
y mezclas aromáticas de pétalos secos de rosa y sentarse junto a la
ventana para coser una labor delicada, ¿por qué no iba a hacerlo?
Siempre habría suficientes mujeres deseosas de casarse y perpetuar
la especie… Si a una mujer le gustaba jugar con las palabras y
formar con ellas patrones y dibujos, se mantenía a sí misma, no
molestaba a nadie y disfrutaba de la vida sin un montón de niños

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Fabiola Morales Franco

berreando a su alrededor, ¿por qué no iba a hacerlo?”. Neith Boyce,


columna de la revista Vogue, 1895.

Lee Chambers-Schiller explica que entre 1780 y 1840 surgie-


ron en Nueva Inglaterra pequeños grupos de mujeres que con-
formaron el llamado “culto a la doncellez”: mujeres no casadas
que eligieron su estado y vivían encantadas de sí, mujeres que
al “rechazar la autoabnegación inherente a la domesticidad” se
dedicaron a “cultivar su yo” defendiendo su soltería y dando
forma con estas acciones al valor de la independencia femenina.
Entre estas mujeres se encontraban Margaret Fuller, la sufragis-
ta Susan B. Anthony y la escritora Louisa May Alcott, conocida
mundialmente por su novela Mujercitas, quien en una entrada
de su diario escribía un catorce de febrero: “Añado a mi lista a
todas las solteronas ocupadas, útiles e independientes que co-
nozco, porque para muchas de nosotras la libertad es un mari-
do mucho mejor que el amor”.
Doscientos años después de esta primera generación de
mujeres liberadas de las cargas conyugales, la sociedad occiden-
tal se empeña en promover el eslogan de la paridad de derechos
y obligaciones entre hombres y mujeres, proliferan los libros
antiprincesas y los programas de inclusión en el deporte para
las niñas, los gobiernos financian también políticas de género y
hay una creciente ola de información sobre la desigualdad y las
políticas destinadas a rebajar dicha brecha. Sin embargo, tras
esta cortina de humo, la presión social por ser madre, infligida
a las mujeres que traspasan la veintena, sigue campando a sus
anchas con el beneplácito de las propias mujeres. Una puede
ser liberal, haber estudiado en las mejores universidades, tener
un puesto directivo en una gran empresa e incluso ganar más
que un hombre, pero la razón de ser última de una mujer, y

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Una madre estupenda

de momento la única universalmente aprobada, sigue siendo la


maternidad.
Orna Donath comienza su libro #madres arrepentidas con
las siguientes frases:

“¡Te arrepentirás!
¡Te
arrepentirás
de no tener niños!”

Para cuando cumplí veintiocho años, la mayor parte de mis ami-


gas hacía tiempo que se habían casado y sus hijos ya iban al co-
legio. Las pocas que quedaban rezagadas estaban en proceso de
casarse o tenían hijos recién nacidos. Entonces se inauguró la era
del reloj. El famoso reloj biológico fue la tónica de los siguientes
años. Comenzaba a rozar la treintena, si la traspasaba había que
apurarme, no fuera a arrepentirme. Olvídate del matrimonio, ol-
vídate del hombre, ten un hijo. Sálvate, al menos en eso, sálvate.
Qué será de ti si no tienes hijos, una madre vieja no cría hijos
buenos porque no tiene la misma energía que una veinteañera.
Luego tendrás tiempo para disfrutar de la vida, decían, quién
cuidará de ti cuando te hagas vieja, decían.
Hace un par de años un compañero muy querido del cole-
gio me contactó por Facebook y su primera pregunta fue cuán-
tos hijos tenía; la segunda, antes de que yo pudiera dar contes-
tación a la primera, fue si me había casado, aunque él asumía
que por mis fotos en Facebook así era. En contraposición, mi
primera pregunta para él había sido referida a su vida profesio-
nal, ¿a qué se dedicaba?, ¿qué había estudiado?, ¿cómo le iba en
la vida? Cosas que a él no parecían importarle en absoluto sobre
mí. Cuando le dije que no tenía hijos, la contestación, que aún

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Fabiola Morales Franco

hoy entiendo como sincera y amorosa, fue que no me preocu-


para porque seguro Dios pronto me daría muchos niños. Una
historia similar sucedió meses después cuando una compañera
añadió a otra al grupo de chat que tenemos en WhatsApp. La
amiga en cuestión, a la que no veíamos desde los catorce años,
dijo que le hacía mucha ilusión saber de nosotras, agregó que
ahora vivía en una ciudad del oriente boliviano con sus dos hijas
de X y Z años, y tras un punto seguido añadió “Mi marido es
médico” como corolario final de su mensaje, ni una palabra so-
bre ella misma que no fuera su ubicación geográfica. Como me
temí un aluvión de mensajes de presentación parecidos al suyo,
ciudad en la que vivía cada una, número de hijos y profesión (del
marido), dejé inmediatamente de leer.
La felicidad —escribe Rebecca Solnit en La madre de todas
las preguntas— a menudo es descrita como el resultado de tener
un magnífico conjunto de patos en fila —una mujer, criaturas,
propiedad privada, experiencias eróticas—, aunque un milise-
gundo de reflexión nos traerá a la cabeza una infinidad de per-
sonas que tienen todas estas cosas y son, todo y eso, infelices.
Continuamente se nos dan fórmulas de talla única, aun cuando
estas fórmulas fallen a menudo y de mala manera. A pesar de
esto se nos vuelven a dar. Una vez y otra. Se convierten entonces
en prisiones y castigos. Y con esto no estoy diciendo que mis
dos amigos del ejemplo anterior sean infelices o que deban serlo
por seguir la norma, simplemente son ejemplos de esa “fórmula
estándar” que asume sin reparos que no existe ningún otro tipo
de felicidad “plena” en la vida y que claramente necesita reafir-
marse bajo la prueba fehaciente (un matrimonio, los hijos) del
cumplimiento de la norma.
En 1986 Hazel Markus y Paula Nurius escribieron en la re-
vista American Psychologist un artículo titulado “Possible Selfs”

26
Una madre estupenda

en el que estudiaban cómo las personas conciben o imaginan


posibles futuros de sí mismas —llamémosles posibles “yoes”—
en función de las dinámicas personales de autoconcepto, moti-
vaciones o distorsión de cada individuo. Estas representaciones
derivan, dicen los autores, de lo que se ha sido en el pasado y de
lo que cada persona imagina que pueda ser en el futuro. Dichas
posibilidades de “llegar a ser” en el futuro, advierte el estudio,
son el resultado de comparaciones que el individuo hace de sí
mismo y la sociedad que lo rodea, comparaciones en las que los
propios pensamientos, así como los sentimientos, las caracterís-
ticas y los comportamientos se han contrastado con los de los
demás. Si somos consecuentes con el estudio de Markus y Nu-
rius, aunque las mujeres somos capaces de crear cualquier posi-
ble “yo”, el conjunto primordial de posibilidades con las que nos
imaginamos en un futuro se deriva directamente de categorías
determinadas por el contexto sociocultural e histórico particu-
lar de cada mujer y de los modelos, imágenes y símbolos pro-
porcionados por nuestro entorno (familia, amistades, medios de
comunicación, estado, religión, etc.). Todas estas experiencias
definen el potencial al que puede llegar a aspirar una mujer, pero
también, y pongo el foco en este punto, reflejan los límites a los
que cada mujer está socialmente restringida. Una sociedad que
sobrevalora la maternidad y la idealiza como un campo de felici-
dad y realización sin parangón impedirá que una mujer visualice
un posible futuro feliz en el que la maternidad no tenga cabida,
y si lo hace quedará claro que ejerce esa felicidad fuera del están-
dar con todas las consecuencias sociales que eso implique.
Kate Bolik ha escrito un libro precioso, cuyo título interpe-
la desde el inicio mismo los paradigmas que tenemos las mujeres
con respecto a nuestro futuro imaginado. El libro al que hago
mención se titula Solterona. Estoy segura de que casi ninguna

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Fabiola Morales Franco

mujer puede pronunciar esta palabra sin estremecerse. La sol-


terona está definida en el imaginario colectivo como una mujer
fracasada y sola. Una solterona no tiene hijos (que la rediman),
ni hombre que se le conozca (y la salve de la frigidez). ¿Quién
de nosotras quiere ser una solterona? ¿No es la solterona una
especie de bruja? ¿Quién de nosotras no ha interiorizado el de
la solterona como un futuro distópico? ¿Cuánto tienen que ver
nuestras madres (y nuestros padres) en ello? ¿Cuánto tienen que
ver nuestras amigas en ello? ¿Cuánto tienen que ver nuestras pa-
rejas con ello? ¿Cuánto tiene que ver nuestra sociedad en ello?
Bolik, pues, se propone redimir a la solterona como un futuro de
liberación y felicidad perfectamente posible.
La Loca de los gatos o la Vagabunda con la que medio en
serio y medio en broma hemos designado un futuro adverso,
esos “yoes temidos” de Markus y Nurius, se develan a ojos de
Bolik no como la imagen de mujeres arrojadas por las circuns-
tancias a mendigar en las calles, pasando frío y hambre, sino más
bien como la prueba viviente de lo que significa no ser amada.
Su aparición, añade la autora, perdurará mientras las mujeres
consideren que el amor de un hombre es la forma suprema de
validarse ante una sociedad.
Las mujeres no somos dueñas de nuestro cuerpo, nuestro
cuerpo no nos pertenece desde el instante mismo en que nos
hacemos fértiles. En la mayoría de los países la única manera
que una mujer tiene de ser dueña de sí misma es desde la inferti-
lidad, y aún allí, la sociedad se da modos de ofrecernos caminos
para volver al ganado. Una mujer no es oficialmente estéril hasta
que no ha pasado por todos los tratamientos de fertilidad que
el dinero y la tecnología puedan ofrecerle. El abanico de posibi-
lidades con la que se nos bombardea va desde la inseminación
artificial, pasando por la fecundación in vitro, hasta la donación

28
Una madre estupenda

de óvulos, eso ya sin contar con la ultimísima y más polémica


gestación subrogada.

“Sarai mujer de Abram no le daba hijos; y ella tenía una sierva


egipcia, que se llamaba Agar.
Dijo entonces Sarai a Abram: Ya ves que Jehová me ha hecho esté-
ril; te ruego, pues, que te llegues a mi sierva; quizá tendré hijos de
ella. Y atendió Abram al ruego de Sarai”. Génesis 16:1.

Tras milenios de evolución, al parecer en los últimos años hemos


vuelto a los tiempos bíblicos. A diario parejas estériles buscan
mujeres fértiles que los ayuden a ser padres, incurriendo en una
forma más de objetivación de la mujer, que en estos casos se ve
frecuentemente agravado por la situación socioeconómica de la
gestante, quien en la mayoría de los casos se presta a este tipo de
“solidaridad” porque necesita el dinero; no es casualidad que los
estados que gozan de un bienestar mayor tengan prohibida esta
práctica a sus ciudadanas, mientras que los países de economías
débiles hagan oídos sordos —cuando no promuevan— este tipo
de contratos.
Una de las razones por las cuales la gente se aferra a la ma-
ternidad, afirma Solnit, es la creencia de que los hijos son la úni-
ca manera de satisfacer la capacidad de amar de una mujer. En el
mundo individualista en el que vivimos se nos olvida demasiado
a menudo que hay muchas más cosas que el amor a la descen-
dencia. Curiosamente un hombre tiene la idea del amor mucho
más ampliada que la de la mujer. En vez de focalizar la mayor
parte, cuando no la mejor parte de su energía, en los hijos y la
familia (entendida como conjuntos de personas a las que cuidar:
llámense hermanos, suegros, abuelos, padres, etc.), los hombres
destinan sus energías a un variopinto conjunto de actividades:

29
Fabiola Morales Franco

trabajo, ocio, negocios, deportes, intereses personales, etc., sin


que por ello nadie les atice un “te estás perdiendo la mejor parte
de la vida de tus hijos”, o “los hijos sin su madre no salen buenos”,
o “para qué tienes hijos si no los vas a disfrutar”. ¿Se debe esto a
que las mujeres tienden por naturaleza al cuidado de los demás?
O se trata más bien de que las mujeres viven bajo una constante
ala de culpabilización cuando sus actividades no se restringen al
cuidado de la familia. Quién puede verdaderamente disfrutar de
una actividad o talento si el principal mensaje que recibe siem-
pre es: lo haces mal, tu felicidad es estar al lado de tus hijos, tu
marido, tus padres…
Los hijos se disfrutan, este quizá es uno de los eslóganes
más exitosos de la campaña secular en pro de la maternidad.
Como si se tratara de un bien de consumo más, a los hijos hay
que disfrutarlos (que no sufrirlos) y además de vivir este incom-
parable disfrute en lo privado es imperativo hacerlo público
mediante las herramientas sociales que mejor nos convengan,
llámense Facebook o Instagram, de lo contrario se corre el riesgo
de ser llamada mala madre.
Nuestros hijos no son nuestros hijos. Las mujeres paren
tanto si quieren como si no quieren. En el continente americano
solo seis países tienen una ley de aborto sin restricciones con
respecto a la razón del mismo, aunque con una fecha de caduci-
dad, pues no sobrepasa las catorce semanas de embarazo; otros
siete países permiten el aborto solo en circunstancias especiales:
malformación del feto, riesgo de muerte para la madre y vio-
lación; y en el resto existe una prohibición absoluta sobre él. A
todo lo anterior se añade el componente social que niega a los
niños y adolescentes una educación sexual adecuada en nombre
de una moral y religiosidad mal entendida.

30
Una madre estupenda

A su vez Europa, que goza de una trayectoria más larga en cuan-


to a políticas de educación sexual y de género, vive un auge de la
extrema derecha, que tiene entre otros muchos objetivos devol-
ver a la mujer al lugar de donde salió en los años cincuenta y al
que al menos en esa parte del mundo no ha vuelto a entrar: las
cuatro paredes de una casa. Así pues, en esta parte del mundo, a
menudo me encuentro con hombres concienciados sobre temas
como el aborto o la igualdad de oportunidades entre hombres y
mujeres; sin embargo, basta llegar al escabroso punto en el que
estos hombres ven la posibilidad de que su nombre y el de sus
ancestros (todos varones como él) sea relegado en el registro de
un nuevo vástago para que el discurso de igualdad sea guarda-
do en un cajón con llave. La importancia de apropiarse del hijo
y hacerlo suyo, relegando al olvido a la madre, nunca está me-
jor reflejada que en la proporción de seres humanos que llevan
como primer apellido el de su padre.
Hace casi diecisiete años, mientras vivía en México, una
mañana desperté con la absoluta seguridad de que hasta enton-
ces no había sentido el instinto materno y que, además, era po-
sible que nunca lo sintiera. Por entonces no había interiorizado
ninguna de las razones que he descrito en este artículo, era un
sentimiento puro, sin más argumentos que el autoconocimien-
to y la aceptación propia, había tardado veinte años en llegar a
esa conclusión, pero lo había hecho. Seguramente esta certeza
hubiera sido más dolorosa de haber tenido unos padres obceca-
dos en colgarme la carga de la maternidad como una obligación
imposible de rechazar. Ignoro si ellos fueron conscientes de la
libertad con la que me criaron y de la ligereza con la que me
han dejado en paz hasta el día de hoy. Yo tengo luchas con mis
amigas, con tíos, primos y primas, con allegados y conocidos,
pero nunca he tenido una lucha sobre este tema con mis padres.

31
Fabiola Morales Franco

Si ellos han ansiado ser abuelos se han guardado mucho de de-


círmelo, tampoco me han hablado nunca de las desventajas de
quedarme sola. Supongo que en parte por eso y también en parte
por todas las razones que aquí he expuesto, no encuentro moti-
vos para ser una madre estupenda y tampoco de sufrir por no
serlo.

32
Huevos de serpiente
Reflexiones sobre feminismo en cinco movimientos

Magela Baudoin

33
Magela Baudoin (1973)
Escritora y periodista boliviana. Máster en escritura creativa de la Universidad
de Salamanca. Autora del libro de entrevistas Mujeres de Costado (Plural 2010);
de la novela El sonido de la H, con la que recibió el Premio Nacional de Novela
2014 (Santillana-Bolivia); y del libro de cuentos La composición de la sal (Plural
2014), que ganó el Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Már-
quez (2015) y ha sido traducido al inglés y al portugués y editado en Colombia,
México, Bolivia, Argentina, Perú, Chile, Ecuador, España, Brasil y Estados Uni-
dos. Actualmente, se prepara la traducción al árabe, con la editorial Al Arabi.
Sus cuentos y reseñas han sido recopilados en antologías y en revistas impresas
y digitales como El malpensante (Colombia), Escritores del mundo (Argentina),
The Short Story Project (España), Revista Ñ y Círculo de Poesía (México). Ejerció
el periodismo en distintos medios de prensa bolivianos. Es directora de la re-
vista anual de literatura boliviana El Ansia y dirige junto a la escritora Giovanna
Rivero la colección editorial Mantis, que difunde el trabajo literario de escrito-
ras de Hispanoamérica. Es fundadora y coordinadora del Programa de Escritu-
ra Creativa de la Universidad Privada de Santa Cruz de la Sierra (UPSA), donde
también enseña.

34
Huevos de serpiente

He tenido anuncios de cáncer tres veces: en el útero, en la piel y


en la teta. La palabra “teta” me recuerda a un compañero que de-
letreaba el nombre de un cliente a un importante periodista por
teléfono. Importante es poco. Era el director nacional de prensa
del canal más grande del país, que por casualidad le había res-
pondido el teléfono que de ordinario debía atender su secreta-
ria. Mi compañero trataba de concertar una entrevista y se puso
tan nervioso al escuchar aquella voz sacramental que comenzó a
tartamudear. Quería decir sin errores el nombre del cliente bra-
sileño, hoy remoto, que llegaba a Bolivia para el lanzamiento de
la línea aérea que gerentaba. Se llamaba Tarsisio Gargioni. Y mi
amigo vacilaba, traspiraba y finalmente triunfaba. El director de
prensa le concedía un espacio. Entonces él aclaraba su pronun-
ciación —que había ensayado bastante: No, no, no, le repito, se
llama “Tar-si-sio”, Tarsisio Gargioni. Yo miraba asombrada esa
naciente seguridad. Sí, dijo, le deletreo exactamente para que no
haya errores, se escribe con “T”, de teta… ¡Plop!, del otro lado
del teléfono.
Teta, claro, no es una palabra que se pronuncie impune-
mente. Se enreda en la concupiscencia, en la lactancia, en la
enfermedad y no sale indemne de la lengua y toda su potencia
cultural. Teta, culo, vagina, digo, y las resonancias simbólicas
son femeninas y, por tanto, conflictivas. Teta, vuelvo a decir, y
recuerdo las mías, duras como una piedra, deformes, rotas, su-
fridas de leche. Me había propuesto ser una madre vaca, una ma-
dre de ubres orgullosas (y el deseo se cumplió). Me exprimía de
madrugada, antes de salir a trabajar al periódico; en la noche,
al tiempo que amamantaba (era una experta ordeñándome una

35
Magela Baudoin

teta, mientras mi hija chupaba de la otra); y, cuando me daba


tiempo, al mediodía (normalmente en vez de almorzar). A pesar
de toda la disciplina que yo incorporaba al oficio, muchas veces
(demasiadas veces), la calle hacía trizas mi voluntad militar y en-
tonces el caos y los ríos de leche me traicionaban. Los pezones
comenzaban a dispararse a chorros, saturando los protectores
de maternidad, mojándome las camisas e, incluso, chorreando
hasta mis pantalones. Ahí estaba yo en el baño, lavando las man-
chas, aplastándome las tetas, sudando, desesperada de dolor y de
ansiedad porque debía volver a trabajar.
En la noche tampoco descansaba pues, como se me había
metido esto de la maternidad “natural”, mi hija no tomaba leche
de fórmula y yo era un dispensador 24/7. La verdad es que, pese
a los esfuerzos de mi marido por compartir las cargas y pasarme
la wawa, yo me encontraba sola muy a menudo, en el duerme-
vela que ocurre entre una teta y la otra y la sacada de chanchos,
exhaustos e indispensables para exorcizar gases y cólicos. ¿Para
qué iba a despertarlo, si —total— las tetas eran mías y qué podía
él hacer? Mi madre es médico. Ella estudió medicina con cinco
hijos, ¡cinco! Y nunca perdió un año en la facultad ni tampoco
dio de mamar. Cuando me tocó, ninguna de las dos hizo una
correlación de las variables científicas y prácticas sino que nos
concentramos en la teoría afectiva de la lactancia. Por suerte,
el cuerpo no perdona e hizo las cuentas por mí, tras el segun-
do y tercer parto. Rodrigo mamó seis meses porque no saciaba
su hambre y chillaba como saben hacer los varones desde que
llegan a este mundo; y lo digo con total admiración —y no sin
envidia—, porque si saben hacer algo bien los hombres es decir
“quiero”. Así que el chico lactaba para dormirse y calmarse, luego
de un mamaderazo contundente, haciendo realidad aquello de
barriga llena y corazón contento. Fernanda, en cambio, mamó

36
Huevos de serpiente

solo un mes. Por esos días yo tenía una depresión y un acné ani-
males y el médico me dijo: ¡Basta! De esa manera, me atiborré de
pastillas y me entregué, llena de culpa, a la gloria de la leche en
polvo.
Gloriosa conquista femenina: ¡la leche en polvo! Cómo po-
demos las mujeres despreciar tan rápidamente lo que nos ha cos-
tado tanto (estudiar, trabajar, votar, vestir como nos da la gana,
opinar…). La culpa y las miradas acusadoras (de mis propias
mujeres amadas) me reprochaban por los anticuerpos biológicos
y emocionales que estaba dejando de inocularle a mi hija des-
de la teta (como si no existieran vacunas, como si mi amor no
fuera un cañonazo de anticuerpos, como si la responsabilidad
de la crianza fuera solo mía). Yo me disculpaba, explicando las
razones médicas, que no dejaban —eso sentía entonces— de ser
superfluas. Al fin y al cabo, se trataba de recuperar mi autoesti-
ma. ¡Vaya insignificancia! No sé. No sé si fueron las heridas del
acné, que comenzaron a sanar; no sé si fueron las horas de sueño
recuperadas (porque Sergio cumplía su parte); no sé si el tiem-
po ocioso que volvía a ser mío (en pequeñas dosis pero volvía)
para leer, para ir al cine, para tomar café, para hacer nada… No
lo sé, pero recuerdo la no-lactancia de Fernanda como la época
post-parto más plena (y más justa) de mi maternidad. Y no por-
que no hubiera disfrutado de amamantar a mis otros hijos —que
lo hice y mucho— sino porque, contrario a lo que pueda creerse,
con Fernanda estuve más presente, más entera, menos exhausta.
Hay momentos en la vida que una quisiera rebobinar. Por
ejemplo este: a mi cuñada, recién llegada a Bolivia, huérfana de
patria y madre (la suya estaba lejos), le tocaba dar de mamar.
La vi (la vimos) bajar a la cocina hecha una tromba, enfureci-
da de dolor y llanto, con el cargamento de mamaderas para ser
hervidas, porque en ese preciso momento (a los días de haber

37
Magela Baudoin

parido y con los pezones destrozados) estaba dándose de baja de


la “maternidad natural”. Mi madre y yo la miramos en silencio,
sin saber bien qué hacer, tímidas (tal vez inquisidoras). Siempre
he pensado que si tuviera una máquina del tiempo, uno de los
días que me gustaría cambiar sería ese. Entonces le recibiría las
mamaderas, la ayudaría a cargar la olla con agua, a encender la
cocina y estrenar sus mamaderas liberadoras. ¡Pare de sufrir!, la
consolaría y reiríamos, ligeras de culpa. Sí, porque la culpa es
aquí el principal problema, ese ácido que perfora el ímpetu, que
nos quema por dentro y nos modera y nos vuelve otra vez esas
niñas asustadizas, tan adiestradas para portarse bien y perseguir,
hasta el infinito, la recompensa de que las quieran.

En la ducha me toco la teta derecha, breve y caída, como un higo


que comienza a pasarse. Por momentos me arrepiento de no ha-
berme puesto silicona. Para qué hacerlo si podría volver a en-
fermar. Para qué, me dije entonces, si anidan en mí huevos de
serpientes. De cascabeles poseídas de furor, envenenadas, como
las del cuento de Capote (esas que histéricas de anfetaminas, ase-
sinan a una pareja que entra desprevenida a su auto, por la ma-
ñana, luego de desayunar).
La inminencia de la muerte puede desfigurar la realidad y
modificarla definitivamente. Esos huevos de serpiente me lleva-
ron a la escritura. Me lanzaron a ella con la violencia urgente
de la vida. Mientras esperaba los resultados médicos, sentía que
se me escurría el tiempo. El tiempo con mis hijos, con Sergio,
con mis padres y hermanos, con mis amigos, pero sobre todo: el
tiempo conmigo misma. Me faltaba (qué horror) responder por
mí. Así que elaboré un conjuro. Dije, me prometí antes de entrar

38
Huevos de serpiente

al quirófano que si salía ilesa de esa, dejaría mi cómodo y bien


pagado empleo para arrojarme a ese abismo incierto que era es-
cribir.
Al mes de salir de la clínica estaba en Argentina, en una
escuela de escritura. Sola. Con el dinero de la liquidación laboral
me fui y Sergio se quedó con los chicos. Y es esto lo que quiero
contar. No únicamente mi lado de la historia —porque sin duda
hubo quienes me apoyaron—, sino la suya. La de algunos miem-
bros de la familia compadeciéndolo, la de los amigos burlándose:
“boludo”, “dominado”, “huevón”… La de las advertencias que me
llegaban: “luego no te quejes si aparece otra”. Todo entre dientes
y bien filtrado de “buenas intenciones”. Ya sabes, nena: “¡guerra
avisada no mata soldado y la culpa será toda tuya!”.
Qué difícil es aceptar que las mujeres deseen. Que mues-
tren sus pensamientos. Que sean consecuentes y firmes con sus
ansias. Lo contrario es lo natural, ¿cierto? Acompañar al hombre,
poner la casa en silencio para que pueda trabajar, ir con él hasta
el fin del mundo si es necesario. Esperarlo eternamente. La vo-
luntad inquebrantable de Penélope nos constituye. Los hombres
que emprenden son conquistadores, son fundadores, son aven-
tureros, son héroes. Las mujeres no: ellas son locas, son egoístas,
son irresponsables… La cultura ha entrenado a los hombres para
escucharse, para cumplir consigo mismos, para hablar en voz
alta. Y, en cambio, para las mujeres “decir(se)” nunca ha dejado
de tener un tufo a miedo, a vergüenza, a (auto)censura… a culpa.
Justo estoy leyendo a la escritora mexicana Margo Glantz,
en sus estudios sobre sor Juana Inés de la Cruz (“La conquista de
la escritura”, en Obra reunida I. Ensayos sobre la literatura colo-
nial), donde explica que a la mujer de la sociedad barroca no le
era dada la escritura para expresarse. Escribir, como una exten-
sión del pensamiento y la voluntad, era una prerrogativa exclusi-

39
Magela Baudoin

vamente masculina. Para nosotras (podemos extender esta tesis


hasta gran parte del siglo XX sin problema) la escritura era una
ampliación del campo doméstico, una labor manual, maquinal,
equiparable a cocinar, bordar, coser, hilar; no un instrumento de
creación, no un espacio lúdico, menos aún un ejercicio intelec-
tual.
Las monjas que escribían, como la misma sor Juana, lo ha-
cían por mandato religioso y cumpliendo expresamente con el
voto de obediencia. La escritura era una actividad sospechosa,
vigilada, inconfesable y fueron muchas las monjas plagiadas y
despojadas de sus ideas, que luego eran publicadas como pro-
pias por sus confesores. Pero amén del robo intelectual (que no
ha ocurrido pocas veces en la historia: ahí están, por ejemplo,
Colette o María Lejárraga), quiero detenerme en la idea de pe-
cado, en los ejercicios de autoflagelación que ocurrían como
consecuencia de esta escritura en la sombra. Por esta razón,
pareciera —según cuenta Margo— que la literatura femenina
novohispana hubiera sido escrita, salvo excepciones, por muje-
res que sentían remordimientos y declaraban que no deseaban
escribir. Sus escritos se recluían en los conventos, destinados a la
edificación silenciosa; a los “cuadernos de mano” (diarios), que
no serían impresos nunca; y al plagio.
Hablar y escribir (que podríamos plantear aquí como si-
nónimos de pensar en voz alta) son verbos que nos han costado
mucho apropiar y ejercer en el ámbito público. Nos han sido
privados en la historia y aún hoy (ya nuestros) nos ponen a la
defensiva, híper nerviosas, alertas. Cada vez que una columnis-
ta larga una idea medianamente contra natura, saltan los disi-
dentes no a confrontar el pensamiento diferente sino a callar, a
someter, a fulminar a las autoras. El ataque, furibundo (de ordi-
nario), no es al argumento sino a la persona, a su cuerpo (femi-

40
Huevos de serpiente

nazi, mal cogida, histérica, y un largo etcétera de insultos). A las


mujeres nos cuesta “decir” porque sigue siendo un ejercicio de
desobediencia, un trabajo que requiere esfuerzo, penalizado si
se sale de lo tolerable por el canon cultural y político, tanto en el
espacio público como en el privado. Debo decir también que la
intolerancia es una gimnasia cada vez más violenta y extendida,
que obra no solo contra las mujeres, pero que sin duda empren-
de con saña cuando se trata de “ellas”.
No quiero cerrar este segmento sin plantear la enorme con-
ciencia que sobre “la palabra” tenemos las mujeres (especialmen-
te, en el espacio público). Es algo que me pasa y que he conver-
sado con muchas, no solo escritoras. Pensamos mil veces antes
de hablar, tal vez porque defendemos nuestras ideas e implíci-
tamente, el derecho a tomar la palabra. Tal vez, porque —igual
que ocurría con la caligrafía de las monjas— la palabra es una
proyección no solo de la mente sino del cuerpo: una sinécdo-
que, como diría Margo Glantz. Y, entonces, no es un vehículo
frío sino un signo polivalente que trasluce una sexualidad, una
identidad, una ideología.
Me gradué de bachiller con setenta hombres. Yo era la única
mujer. Y he tenido ocasión de observar esto que voy a contar mu-
chas veces: en el salón de clases, en ferias y eventos literarios, en el
periodismo, en la academia y en el mundo corporativo también.
Las mujeres se preparan más para hablar, trazan con cuidado sus
ideas y, seguras de su artillería, entonces disparan. Los hombres,
obviamente hay excepciones, hablan más sueltos de cuerpo, im-
provisan sin sonrojarse. No estoy refiriéndome a la inteligencia.
Tampoco del peso de los argumentos. Lo que para mí es claro es
que ellos no tienen miedo de equivocarse (o lo sienten menos);
nosotras sí. Ellos están bastante inmunizados y, además, gozan
de la familiaridad con el poder: ¿Y si me equivoco qué?, parecen

41
Magela Baudoin

pensar; lo cual muestra no solo lo reciente de este derecho para


nosotras, sino cuánto nos falta y cuánto tenemos que seguir ejer-
citándonos: escribiendo, produciendo, vociferando. Entrenando
a nuestras niñas para que sepan decir lo que sienten y quieren.
Hacerlo hasta formar un callo en la autoestima, hasta que no nos
importe más ni el escrutinio ni el ataque ni el ridículo ni, por
supuesto, la culpa.

La relación entre la palabra y el cuerpo me interesa, porque es


capaz de retratar muchas cosas que nos pasan a las mujeres y de
reflejar el sistema sin eufemismos. Un par de ejemplos, del ám-
bito médico, para ilustrar. Sergio se trituró la rodilla, este último
31 de diciembre por la tarde. Pasamos el año nuevo en la emer-
gencia, mientras el traumatólogo estudiaba el caso y daba con el
diagnóstico, que era grave, por supuesto. Había que reconstruir
la articulación, poner dos injertos de hueso, dos planchas, ocho
clavos y un bombazo de morfina, mientras tanto. Sergio moría
de dolor, estaba medio drogado, pero el médico solo se dirigía a
él y, en consecuencia, a pesar de todo el caos, mi marido estaba
decidiendo sobre su cuerpo. Ninguna ley se lo impedía. “¿Quie-
re usted que hagamos un injerto de su propia cadera o que le
implantemos un hueso sintético?”. Lo segundo, doctor, dijo, se-
guro, firme. El médico anotó en la historia y ni me miró. Yo,
pintada en la pared, casi levantando la mano para hablar: pero
doctor… Él, nada. Mas como yo insistía, el hombre, fastidiadí-
simo, dio una explicación genérica, muy elemental, for idiots,
sobre los riesgos. Eso sí, sin mirarme, porque el contacto visual
era únicamente con Sergio.

42
Huevos de serpiente

Lo contrario pasó cuando nació Fernanda. Ya durante los


chequeos prenatales le había manifestado a la doctora que quería
una ligadura de trompas pues no iba a reproducirme más. De
modo que para mí era obvio que la haríamos. Pero algo insólito
ocurrió. Cuando mi hija estaba afuera de la panza, la doctora
me volvió a preguntar si estaba segura. Imaginen la escena. Yo,
alerta luego del grito impetuoso y vivo de mi recién nacida cria-
tura, respondiendo de nuevo que sí, que estaba absolutamente
segura. Entonces ella mandó a la enfermera afuera del quirófano
a buscar a mi marido para que firmara la autorización de ley.
Sí, porque no era suficiente mi deseo ni mi palabra ni que yo
estuviera en mi sano juicio, menos aún que el cuerpo fuera mío.
Debía decidir él, como si fuera mi dueño, pero no porque Sergio
lo hubiera pedido, sino por mandato de un Estado vigilante, ubi-
cuo, amansador.
El cuerpo, como dice Judith Butler, retomando a Foucault,
es el espacio en el que el poder se materializa. Una envoltura da-
ñable, vulnerable, poseíble, dominable en cuya carne lo simbó-
lico, lo metafórico, lo mitológico, lo metonímico de la cultura
tiene bien encarnados los ganchos de seguridad del sistema. En
consecuencia no es un territorio estéril, sin valor, sino un campo
de batalla a conquistar. El lugar donde el poder se consuma y se
perpetúa. De ahí que no haya nada más político que él, en tanto
puede ser tierra fértil para la insurrección, para el rompimien-
to, para la transformación y para el ejercicio del poder. No es,
por eso, casual que violenten tanto las versiones esperpénticas
del cuerpo femenino, la hibridez, la transmutación, lo mama-
rracho, lo marimacho, lo grotesco. Es que rompen por el eje los
patrones estéticos, el sistema de creencias, el “deber ser” de las
cosas. La mejor parábola que leído sobre este tema es “Las cosas
que perdimos en el fuego”, ese violento y poético cuento Mariana

43
Magela Baudoin

Enríquez, en el que llega el día en que las mujeres acaban con la


supremacía masculina, hiriendo de muerte —trastocando com-
pletamente— el canon de dominación estético. Lo interesante
es que lo hacen echando sus cuerpos a piras de fuego que las
desfiguran, que las vuelven pavorosas y que las hacen finalmente
libres.
A estas alturas es una obviedad repetir que hay una rela-
ción palabra-cuerpo que sigue siendo inflamable y reproductora
de patrones de dominación. La Real Academia de la Lengua es
obtusamente purista en este tema; pero diga lo que diga, la reali-
dad es que nuestra lengua es sexista porque nuestra sociedad lo
es también. La lengua es probablemente el artefacto cultural que
mejor describe las sociedades, su sistema de creencias, visiones
éticas y estéticas, pero también sus taras. Cuando la lengua nom-
bra, la realidad aparece, es visibilizada y, claro, no pocas veces,
denunciada. En Bolivia, el país con mayor población indígena
de Sudamérica, se puede encontrar en el lenguaje coloquial, por
ejemplo, todo un repertorio de términos para definir a la mujer
según vestimenta y origen: “india”, “chola”, “birlocha”, “chota”,
“cunumi”, “cambita”, “cambola”... Y todas estas expresiones tie-
nen en la piel un resto de desprecio, de racismo, de clasismo y de
machismo.
No estoy muy segura de que el “todes” sea realmente el ca-
mino de la inclusión. Pero lo que sí sé es que la lengua nunca ha
sido virgen. Su riqueza y su pulso laten en la contaminación. Y
por eso confío en que, en este devenir complejo y tropezado de
la igualdad, encontraremos la manera de nombrar de otro modo
los cuerpos y las relaciones. Una no violenta, más humana y res-
petuosa.

44
Huevos de serpiente

¿Por qué los hombres siguen ocupando un lugar exageradamente


desproporcionado en el debate público?, ¿por qué hay tan pocas
columnistas mujeres en los periódicos?, se preguntaba la escrito-
ra Liliana Colanzi en una mesa sobre feminismo que comparti-
mos. Yo, que venía de un día-mes-año oscurísimo, dije casi sin
pensar: ¡porque estamos exhaustas! La respuesta me salió del
puto cansancio que llevaba encima y de la tela de araña en que
me siento atrapada tantas veces, porque lo cierto es que las mu-
jeres, madres especialmente (y me parece que esto es transversal
a las clases sociales), trabajamos doble, triple, cuádruple jorna-
da y lo único que nos queda cuando terminamos de hacerlo es
desmayarnos en la cama. ¿Tiempo para escribir columnas, para
polemizar, para problematizar la realidad, para pensar? Pareciera
no quedar demasiado. Pero no nos confundamos, no es que no
lo hagamos, no es que no metabolicemos las circunstancias, no.
Al contrario, nuestros cuerpos hablan: vamos despachando pen-
samientos, intuiciones, declaraciones de guerra, en cada portazo,
en cada acto de liberación… pero también en cada cocacho, en
cada chinelazo que damos a nuestros hijos y que va a dar a ese
charco putrefacto que es la frustración y el arrepentimiento. Sí,
las mujeres también podemos ser violentas. Me parece que es
justo reconocerlo. Sobre todo con los hijos. No somos perfec-
tas, no decimos siempre la verdad, no tenemos siempre la razón.
Pero no me desviaré.
Por ahora, me concentraré en terminar de estructurar esta
idea sobre el cansancio y regresaré al debate propuesto por Lilia-
na, que me dejó pensando en el estado de alienación de las muje-
res, por agotamiento. Es una verdad incontrovertible que nuestra
participación y manifestación ciudadanas ha crecido pero es in-

45
Magela Baudoin

suficiente, lo mismo que nuestra incidencia política (muchas ve-


ces lamentable). Hay que preguntarnos, entonces, por qué esta-
mos tan agotadas. Incluso cuando tenemos buenos compañeros
(o compañeras), que comparten el trabajo doméstico, quedamos
liquidadas de días larguísimos, que cada vez amanecen más tem-
prano y terminan más tarde, en donde todo es correr y despachar
trabajo y emociones en la vida concreta y por celular, tan rápi-
do como se pueda, para seguir corriendo porque siempre habrá
algo pendiente. Para mí existe una fuerte contradicción entre las
reivindicaciones formales del feminismo (lo supuestamente lo-
grado) y lo que se está jugando cotidianamente en la conquista
individual de cada una. Me da la impresión de que en esa ecua-
ción compleja que es la igualdad, visibilizamos e impugnamos
muy claramente la supremacía masculina, pero no el sistema que
le da origen y que, por otra parte, abrazamos con devoción. Por-
que, seamos sinceras, es imposible hablar de igualdad y no poner
en cuestión mínimamente los términos del juego del capitalismo
rampante (y salvaje) en el que vivimos.
En este sentido, me parece muy interesante lo que plantea
el filósofo coreano-alemán, Byung-Chul Han (también lo hace
Chomsky), para quien el individuo contemporáneo es un sujeto
de “rendimiento” que se autoexplota, seducido por las bondades
del capitalismo; un sujeto que se violenta a sí mismo para ser
cada vez más productivo, para ser más exitoso, para engranar
en un sistema que lo alienta a poseer cada vez más y en el que el
cansancio se vuelve sumisión y se retroalimenta mansamente en
el consumo. Si el hombre se autoexplota en este sistema (es triste
decirlo, chicas), las mujeres lo hacemos el doble.
Y no porque nos guste ponernos la cruz en la espalda y que-
jarnos eternamente, sino porque todo está calibrado para que así
sea. Como dice la escritora chilena Lina Meruane en su diatriba

46
Huevos de serpiente

Contra los hijos, el sistema de producción capitalista de las de-


mocracias liberales “requiere del mal pagado trabajo femenino
y de su sacrificio materno para funcionar. El sistema capitalista
de hecho cuenta con la explotación de las mujeres para su sostén,
cuenta con una importante producción gratuita”.
Cada vez le pedimos menos cuentas al Estado y asumimos
como natural algo que no debiera serlo y que (hay que recordar-
lo) fue un beneficio de nuestros padres. Por ejemplo, la educa-
ción pública de calidad (este es un gran tema de discusión en Ar-
gentina y Chile, actualmente). Hoy los colegios privados cuestan
como universidades y los chicos requieren, además, clases extras
de matemáticas, de idiomas, de lo que sea, con lo cual también
están sobreexigidos. Y este es solo un ejemplo. También están los
déficit en salud, en seguridad social, en cultura, en los sistemas
de jubilación y un largo etcétera que no hace sino acentuar la
descarnada explotación de la que venimos reflexionando.
El capitalismo ha modificado sustancialmente el lugar de
los hijos y la idea de futuro. La promesa ilusionada de la moder-
nidad que proponía que “todo futuro sería mejor” no existe más,
entre otras cosas, por el acelerado deterioro del planeta. Creo que
esto es esencial para entender el estado de ansiedad que embarga
a los padres y el gran trabajo que recae sobre las madres. Los hi-
jos no son solo bocas que alimentar, como antes, sino futuros que
procurar. Y ese cometido, en términos económicos puros, no se
acaba nunca porque la rueda no para.
Por eso, es profundamente provocador lo que dice el pensa-
dor francés David Le Breton, cuando propone que guardar silen-
cio y caminar son hoy en día dos formas de resistencia política.
Caminar (literalmente) para tomar conciencia de uno mismo,
para reparar el cuerpo. Caminar para no hacer nada útil e ir con-
tra el sistema. Caminar y no correr. ¡Quién pudiera!, suspirarán

47
Magela Baudoin

muchas madres. Las mujeres hacemos mil cosas al mismo tiem-


po, somos distraídas (la mente tiene que cobrarnos lo que le hace-
mos), prácticas (no porque nos divierta que todo calce sino por-
que es un mecanismo de supervivencia), proveedoras materiales
y afectivas… Literalmente máquinas de trabajo o, mejor dicho,
cuerpos de trabajo autoexplotados, que además cobran bastante
menos que los hombres (en todos los ámbitos).
Tengo una amiga que me dijo el otro día que ella se inventa
pequeñas trampas contra el sistema y que esta es la forma más
efectiva que ha encontrado de feminismo. “Cosas simples para
no deshumanizarme”, me dijo. Caminar, leer por placer, tomar
una siesta, conversar, no hacer nada útil, ¡no consumir! Ella for-
mula así su receta contra la frustración y el cansancio. Tiempo no
solo para ella, en silencio. Ojo con esto: ¡Tiempo para compartir!
Porque la enajenación tiene que ver con eso, también. Con estar
solas, como también dice Meruane. Y yo siento que las muje-
res, a pesar de todo lo que hacemos y de los lazos de solidaridad
que somos capaces de desarrollar entre nosotras, nos sentimos
terriblemente solas. Esa soledad peligrosa de la extenuación es la
que hay que combatir, me parece, porque nos mantiene quietas,
atareadas, domesticadas.

Soy feminista. Aunque es obvio, me parece importante decla-


rarlo a estas alturas. Para mí el feminismo es tan importante e
imprescindible en términos humanistas como la lucha por los
derechos civiles y raciales, como ser sensible hacia los débiles,
como ser justo. Lo soy porque estoy en contra de la discrimina-
ción, de la dominación y de la matanza de las mujeres. Creo en el
aborto legal, seguro y gratuito y en la libertad de decidir sobre mi
cuerpo, lo cual significa —también— optar por la maternidad.

48
Huevos de serpiente

Soy feminista, primero por mí y también por mis hijos, por-


que el machismo lo sufren hombres y mujeres; y porque el femi-
nismo es un modo de concebir un mundo mejor, un espacio de
igualdad. Antes pensaba que debía concentrarme sobre todo en
Rodrigo y que las chicas lo serían porque sí, porque son mujeres.
Luego me di cuenta de que no era necesariamente así. Que con
ellas debía seguir trabajando porque las mujeres somos más vul-
nerables; porque no estamos educadas para defendernos; y por-
que estamos tan llenas de culpa que liberarnos implica desactivar
mecanismos de control tan profundamente arraigados que nos
herimos cuando lo hacemos.
Soy feminista porque estoy contra la supremacía masculina,
pero no contra los hombres. Creo, como Rita Segato, que el femi-
nismo no puede y no debe convertir a los hombres en sus “ene-
migos naturales”. Somos bastante responsables del machismo
porque lo reproducimos, lo enseñamos, lo transmitimos desde la
teta. De modo que en esta lucha, en la que estamos plenamente
jugadas, nos toca también hacernos cargo. Asumir nuestras res-
ponsabilidades. Este es un proceso largo y no indoloro de apren-
dizaje colectivo.
Soy feminista porque la solidaridad es uno de los sistemas
de apego a la vida y de supervivencia más hermosos y efectivos de
nuestra especie. Me gusta la palabra sororidad, por lo que tiene
de hermandad. Me repelen, sin embargo, las mareas bravas y cie-
gas que pierden la ecuanimidad (es decir los matices) y dibujan
el mundo en términos de buenos y malos, de puros e impuros.
Hay mujeres abyectas y ruines, así como hombre honorables; y al
revés. Me parece importante no extraviar el sentido de justicia,
en medio de esta revolución (sí, porque esto que está ocurriendo
es una revolución). “Que la mujer del futuro, no sea el hombre
que estamos dejando atrás”, dice Segato, tan sabia y limpia en su
razonamiento. Yo también lo espero.

49
Magela Baudoin

Me gradué de bachiller con setenta hombres, ya lo dije.


Cuando un profesor me preguntaba en la clase, ellos gritaban:
“¡Que hable como un hombre!”. Yo enrojecía de bronca, pero
aprendí a hablar en voz alta, lo cual les agradezco hasta el día de
hoy. Estoy segura de que algo habrán aprendido ellos de hablar
como una mujer: que es hablar desde otro lugar, que no es el del
poder; que tiene que ver con el cuerpo y la mente y el alma; y so-
bre todo con el valor que se requiere para hacerlo. Tengo solo dos
amigos de ese curso. Dos. Sé que ellos aprendieron de mí como
yo de ellos. Sé que nos transformamos profunda y mutuamente.
De eso se trata esta lucha, creo: de pequeños pero trascendenta-
les cambios. Nunca ha sido fácil, ni lo va a ser ahora. Pero eso no
tiene por qué desanimarnos.

50
Ciudadana XXL
Fabiola Gutiérrez

51
Fabiola Gutiérrez (Cochabamba/Santa Cruz, 1989)
Cree en #todosloscuerpos y #todaslasbellezas. Fronteriza de la investigación y
la comunicación feminista en internet. Coautora de libros y papers sobre tec-
nología y sociedad. Desde Trapiche Lab y SembraMedia, participa de acciones
nacionales e internacionales para promover la diversidad de voces en internet.

52
Ciudadana XXL

ANTES
Estatura: 1,53 metros
Peso: 99,200 kilos
Medidas: 114 - 93 - 132

Tú y yo estamos frente a frente. Sí, tú, quien me lee. Acabas de co-


nocer el veredicto de la balanza y la cinta métrica sobre mi cuer-
po. Por ahí suelen empezar las presentaciones de las mujeres hoy
en día. Aunque no te los hubiera dado, de todas maneras hubiera
sido lo primero que habrías visto en mí. Supongamos que nos
cruzamos y tuvieras que señalarme ante los demás. Entonces yo
no sería la morocha de lunar en la mejilla, pelo corto, lentes, o
piercing en las orejas. No. Antes que todo sería “la gorda”, o “la
gordita” si te da penita.
Te miro a los ojos y sonrío. Este es un tour y yo seré tu
guía en el mapamundi que tengo calcado en mi cuerpo. Elevo las
manos al techo y notas algo en la parte posterior de mis brazos.
Llevo ríos como calados y pintados con tinta blanca. Al tocar-
los puedes sentir cuál es más caudaloso. Bajo los brazos. Giro un
poco mi pierna izquierda y debajo de mis rodillas hacia atrás ves
los ríos de nuevo. Como cauces que alimentan un mar abierto, te
encuentras con las ondas de mis piernas. Esta vez no me tocas.
Me reincorporo.
Ríos en mis caderas, debajo del ombligo. Ríos al sur
monte adentro y ríos al norte senos adentro. Si llevo mi quijada
hacia mi cuello se profundiza mi gruesa papada. Me devuelvo.
Te muestro mis dientes y notas cómo la altura de mis mejillas
pareciera esconder mis ojos y mis labios. Sin embargo, te aseguro

53
Fabiola Gutiérrez

que no esconden mi alma y tampoco callará mi discurso contra la


gordofobia. Trago saliva, controlo mi respiración y me repito que
asumiré dignamente este recorrido programado.
La actividad número uno será que me acompañes a bus-
car trabajo. Pero para eso primero debo vestirme. Reviso mis pan-
talones uno a uno. Turco oscuro, turco claro, turco estampado,
turco… ¿Qué son los turcos? Son pantalones anchos que tienen
el fundillo hasta las rodillas. Son extremadamente cómodos. Pero
no es el tipo del pantalón con el que se busca trabajo, quizás en la
India pero en Santa Cruz no. Sigamos. Turco, vestido, falda larga,
pantalón jean negro, ¡voilà! Le doy vueltas y veo que los tiros que
sostienen el cinturón están arrancados. Seguramente fue porque
ayudé a mis glúteos en la lucha por entrar en ese pantalón. O qui-
zás porque alguna raya intrusa se quiso asomar al sentarme. Eso
no pasaría con los turcos. El defectito —del pantalón; no el mío,
¡cuidado!—, podría ser escondido por una camisa larga. Pero los
hilos de la entrepierna podrían romperse bajando gradas. Des-
cartado. Debo comprarme un pantalón.
¿Cómo es comprar un pantalón cuándo necesitas talla 50
de la retaguardia y 48 de la cintura? Pero antes, ¿cómo es comprar
pantalones cuando tu talla no existe en las tiendas? Lo primero es
decidir que enfrentarás dignamente pasillos vacíos de ropa para
ti, pero llenos de ojos y bocas dicharacheras de las venteras. No
importa si es en una boutique, un mercado o “los cachis”1. Una
vez fui a una boutique a preguntar por una blusa casual. “¿Para
usted?”, me dijo la ventera con su voz nasal mientras arqueó las
cejas, bajó el mentón y sus ojos subieron y bajaron por mi cuerpo.
Yo iba sola, pero era obvio, le preguntaba por una blusa para mi
amiga imaginaria. “Sí, para mí”, le dije sonriendo. “Solo tenemos
tallas únicas”, dijo. ¿Única? Para un solo cuerpo, una sola talla,

1 Lugares populares de venta de ropa usada.

54
Ciudadana XXL

una sola forma, un solo cuerpo de mujer que es común única-


mente en… ¡los maniquíes! Bueno, descarté las boutiques de mi
lista de opciones.
En otra ocasión fui al mercado Los Pozos y entre varias
voces, una me dijo: “Venga por aquí, mamita, tengo tallas espe-
ciales”. Más de la mitad de las mujeres no somos talla 36-38, ni
S, pero resulta que la especial soy yo, ¿qué tal? Luego entré a una
tienda donde no me sentenciaron. Elegí un par, y ella puso la im-
provisada cortina de rigor para que me los probara. El pantalón,
como es de costumbre, me subió hasta la mitad de las nalgas. En-
tonces ella, una tez canela que ha debido ser la mitad de gorda
que yo —no, no le alcanzaba para ser “alabada” como flaca—, se
puso detrás de mí y me dijo: “Párese fuerte”. Me asusté y le hice
caso. Entonces prendió el ventilador “para que no se le prenda el
pantalón”, me dijo. Luego me lo jaló con fuerza hacia arriba de
un solo tirón. No quiero pensar qué habría pasado si yo hubiera
nacido con testículos. “Cuando esté sola, se hecha talco primero
para que resbale”, me dijo. Ahí deduje dos cosas: las gordas anda-
mos solas y la clave es el talco. ¡Eureka! No se trata de que se ne-
cesite estudios antropométricos para responder a los imposibles
cuerpos de las clientas; tampoco se trata de que haya una ley que
garantice la producción de tallas para todo tipo de ciudadanas.
No, lejos del tiesto. Aquí el asunto se soluciona con talco en las
nalgas, la entrepierna y ¡porción extra en la frustración, por fa-
vor!
Luego intenté en la Feria Barriolindo. Varios pasillos,
nada de ropa para mí —de nuevo—, hasta que vi algo raro: una
maniquí gorda. Mejor dicho, una maniquí con las medidas de
una gorda. Este era el final del arcoíris entre la luz de la tienda y
mi llanto interno. No lo podía creer. Me doy la vuelta y era real:
había ropa grande. Pero eran faldas tubo de colores enteros y que

55
Fabiola Gutiérrez

llegaban debajo de las rodillas. Iban combinadas con sacos manga


larga de seda y con hombreras. Esta era ropa que le habría intere-
sado a mi abuela. Así que las gordas no existimos, y si acaso exis-
timos, ya recibimos Bonosol2. Me rendí. Mientras caminaba para
irme, alguien me dice: “Pase, pruébese, tengo pantalones hasta la
talla 56”. Alivio. Al fin una.
Si bien en Bolivia tenemos la Ley contra el Racismo y
Toda Forma de Discriminación, esta no nombra ni reglamenta
algo específico para las personas gordas. A diferencia de lo que
sucede en Argentina, por ejemplo, donde existe la Ley de Ta-
lles. Misma que exige que los comercios tengan todas las tallas
en stock como una medida para luchar contra el estereotipo del
“cuerpo perfecto”.
Buscar zapatos es otra historia. Calzo 37, mi empeine
entra en uno de talla 39, pero el 41 es el que menos aprieta mi
planta. Pero no trabajo como en la industria del entretenimiento
como payaso, entonces no son una opción. Recuerdo que en un
reality show llevaron a una mujer japonesa a una tienda que tenía
zapatos para pies de plantas anchas. Quedé anonadada. ¿Así que
eso en realidad existe? ¡Hasta antes pensaba que mi pie era defor-
me! Así que entendí que además de hacer ropa para Barbie, acá
hacen zapatos para Barbie y yo no supe en qué momento firmé
para vivir en Barbielandia. La Ley de Talles podría también alcan-
zar a las proporciones de zapatos ya que la mayoría de nuestros
pies no son barbilandeses ni europeos, si acaso.
Pero la tragicomedia no solo la pasamos las gordas. Una
vez fui a comprar ropa con una amiga flaca. Pensé que iríamos
a la primera tienda y que no necesitaría ni probarse el pantalón
porque seguro cualquier 36 le tallaría perfecto. Pero increíble-
mente —para mí al menos— no fue así. Uno le deformaba las

2 Bono para las personas mayores de 60 años.

56
Ciudadana XXL

nalgas, otro le sacaba rollos, otro le aplanaba las piernas, en fin.


De hecho, Marie Southard Ospina, activista de talla grande que
hace experimentos sociales de moda y belleza, decidió probarse
10 marcas de pantalones talla 16 en Estado Unidos. Ninguno le
quedó como el otro y su conclusión fue: “Nuestra obsesión con
ser de la talla correcta no tienen ningún sentido. Tratar de definir
una talla es equivalente a tratar de definir un color. Hay cosas
que requieren un mayor y mejor uso de nuestra energía men-
tal”. Mientras que Fatema Mernissi, una feminista árabe, fue más
radical. Ella y su velo se fueron por las calles de Estados Unidos
a buscar ropa y no entendió a qué se referían cuando le pregun-
taron por su talla. Entonces dijo que: “A diferencia del hombre
musulmán que considera a la mujer según el uso que haga del
velo, en Occidente son sus caderas orondas las que la señalan y
marginan. El poder del hombre occidental reside en dictar cómo
debe vestirse la mujer y qué aspecto debe tener”. Muchas otras
feministas habrían asentido ya que reconocen la dieta y la belleza
como formas de oprimir y adormecer a la mujer.
¿Te das cuenta? No se trata de hacer dieta o ir a una fábri-
ca de zapatos para hacerse hacer un par a la medida de una (que
lo hice). Tampoco se trata de ir a la costurera que sepa dónde po-
ner las costuras de acuerdo a cada cuerpo (que también lo hice).
Se trata más bien de un sistema que nos inocula por todas partes
un único modelo de belleza. La consecuencia es que uno se aver-
güenza de que le sobren piernas, le falte cuello, le sobre abdomen,
le falten senos. Es decir, uno se avergüenza de no tener el peso
ideal, el cuerpo modelo.
Un ideal que por cierto es arbitrario y subjetivo. Los úl-
timos veinte años la talla de las modelos redujo de 42-46 a 36-38,
según el estudio realizado por la fotógrafa Katya Zharkova. Que
también es posible apreciarlo en varios videos colgados en You-

57
Fabiola Gutiérrez

Tube que muestran cómo el modelo de belleza único ha ido cam-


biando con el tiempo. Otro video que muestra crudamente cómo
a través de la historia han aumentado la cantidad de intervencio-
nes para alcanzar el ideal: se requiere de liposucciones, extracción
de costillas, implantes, botox y otros para ser flaca, joven y blanca
por siempre. Este ideal es imposible. Varios estudios indican que
si la Barbie fuera real, tendría que andar a gatas, porque su ab-
domen no podría sostenerse y no habría espacio en su cintura
para que entren todas sus vísceras. Esto ha impulsado a Nicollay
Lamm a hacer Lammily: un prototipo de una Barbie con el cuer-
po real de la mujer promedio. Hace unos años se estableció la ley
para que las modelos no sean anoréxicas, aunque las medidas que
les piden rayan hasta ahora en la anorexia, según Katya Zharkova.
Recuerdo cuando era preadolescente y recibía mis ideales de mu-
jer desde la televisión y las publicaciones escritas de farándula.
Veía que las modelos posaban con las manos en la cintura, y sus
dedos casi se acariciaban cerca de su ombligo. Me fui frente al
espejo, puse mis manos en mi cintura, pero para que mis dedos
se acaricien, tenían que cruzar un mar rojo dividido por Moisés
mientras los israelitas lo cruzaban. Luego llegó internet a mi vida
y con él el feminismo. Dejé de enterrarme la cabeza mirando el
Miss Bolivia en la televisión y siguiendo a las Magníficas en los
periódicos y revistas. Empecé más bien a expandir mis horizontes
y cultivarme al leer espacios feministas y sus discusiones sobre
acoso callejero, maternidad, aborto, domesticación, una belleza
versus las bellezas, entre otros. Pasó mucho tiempo hasta que me
topé en Facebook con “Stop Gordofobia”, una FanPage latinoa-
mericana. Ahí me sentí en el edén.
Si bien la gordofobia es un concepto en construcción, a
grandes rasgos “alude al miedo o desagrado exagerado a la gor-
dura propia o la de otros”, dice Wikipedia. Navegando sin rumbo

58
Ciudadana XXL

encontré un video donde muestran una pizza que empieza a ser


“photoshopeada” hasta ser convertida en una mujer ideal. Es de-
cir, los medios y la publicidad nos venden un modelo inalcanza-
ble que no existe fuera de los programas de edición de imágenes.
Desde entonces, cada que veo alguna publicidad con modelos,
deseo pizza. Otra intervención notable fue la de ¿cómo se verían
las princesas de Disney si tuvieran cinturas reales? La Sirenita ya
no necesitaba prescindir de sus órganos, y Bella ya no necesitaba
un corsé que la ahogara, entre otras. Junto a “Stop Gordofobia”
hay otras iniciativas cuya bandera es: “todos los cuerpos, todas las
bellezas”.
Bueno, me pondré el pantalón de tela y una camisa. Pero
antes, te propongo que almorcemos. Te advierto que hoy vienen
algunos tíos y tías a comer, y su tema favorito es qué comer, qué
no comer, qué alimentos engordan, el último jugo mágico o la
última dieta comprobada en una importante universidad de Es-
tados Unidos. Sucede que cuando se es gorda, la gente te da con-
sejos sin que uno se los pida. Creen que leen la mente pero en
realidad la leen mal. “Cualquiera se siente con derecho a invadir
tu vida personal y te dicen que tienes que hacer dieta o te juzga
por los estereotipos como sexualizada, perezosa o descuidada”,
dice Haywood de adiosbarbie.com.
Además, resulta que se preocupan por la salud de uno
nada y más y nada menos que ellos: los sanos y perfectos. Eso es
muy recurrente, dan opiniones de uno sin que les sea solicitado,
y esa agresividad la esconden bajo el disfraz de “me preocupo por
tu salud, tu bienestar”. En el mundo mueren al año un millón y
medio de niños por diarrea y otro millón y medio por falta de
agua. O incluso ellos mismos tienen gastritis, algún dolor mus-
cular, alguna vértebra apretada, alguna muela “chía” y seguro ne-
cesitan ir a terapia para no dejarse manipular por la matrix. Pero

59
Fabiola Gutiérrez

resulta que están preocupados por nosotros los gordos. Ellos, us-
tedes, aparentemente tan abnegados, están —como dice un gra-
ffiti— “incómodos con la belleza que no es para consumo”, que
no consume ni adormece. A propósito de la millonaria industria
primaria, secundaria y terciaria que mueve millones a costa de
quitarnos la libertad de elegir qué cuerpo queremos tener.
En un almuerzo familiar, un tío me dijo una vez: “Te de-
berías ir a Jordania. Vi en la televisión que allá a los hombres les
gustan las mujeres gorditas”. No, no era un chiste, lo dijo en serio.
Así que de nuevo resulta que las mujeres gordas estamos solas, no
tenemos pretendientes, no tenemos vida sexual y estamos des-
esperadas por un hombre —no por una mujer, porque gorda y
lesbiana sería “el colmo”. “¿Cómo es, tenés cortejo o no tenés?”,
era la pregunta infaltable de mi abuelo. Hasta que un día le confe-
sé: “Cortejo no. Como a la carta y me gusta internacional, papá”.
Nunca más me preguntó y ahora recuerda la anécdota entre risas.
Sorprende que una gorda se defienda, ¿no? Nuestra cul-
tura no solo promueve una feminidad flaca y con cara de niña,
sino además una feminidad sumisa y que solo puede ser musa, no
creadora. Mucho más si se es gorda: hay que sonreír, callar, mirar
para abajo. Básicamente andar con vergüenza todo el tiempo: sin-
tiéndose horrible e inútil.
Mejor busquemos algo de comer al paso. Una vez como
esta, iba caminando a casa. Un taxi se detuvo y el conductor
me miró de frente y me gritó: GOOOOOOORDAAAA. Casi le
dije: “HOMBREEEE, ALTOOOOO, MOREEEEENO, CANO-
SOOOOO”, pero no estábamos jugando a describirnos. Él estaba
tratando de insultarme. Gorda es la palabra que describe mi cuer-
po. No debería darte pena usarla, porque seguro no te daría si me
tuvieras que decir flaca. Aunque en realidad ambas son igual de
ofensivas: son descripciones de mi cuerpo que no te he pregun-

60
Ciudadana XXL

tado. Por ende, por respeto, no tienes derecho a decirme ninguna


de ellas, por reales o falsas que fueran.
Si el taxista me hubiera dicho “INDIAAAAAAAAAAAAA”,
quizás si habría alcanzada para que lo demandara con la Ley 045.
Esta ley, aunque no nombra nada sobre gordos, gordas o tallas, en
su artículo 5 nombra “apariencia física” como una de las causas de
discriminación junto a sexo, origen, religión, discapacidad, entre
otras. En su artículo 6 nombra “contrarrestar el sexismo, prejuicios,
estereotipos y toda práctica de racismo y/o discriminación”. Este
artículo está en sintonía con la violencia mediática, una de las 16
formas de violencia. Es concebida como la “publicación y difusión
de mensajes e imágenes estereotipadas que promuevan la sumisión
de las mujeres o hagan uso sexista de su imagen como parte de la
violencia mediática, simbólica y/o encubierta” establecida en la Ley
Integral para Garantizar a las Mujeres una Vida Libre de Violencia
(348).
Llamativamente, los delitos racistas reciben de tres a siete
años, mientras que los delitos de discriminación reciben de uno a
cinco años. Que te llamen india entonces es más grave en compa-
ración a que te digan gorda con saña.
De todas maneras, el Parágrafo III del Artículo 14 de la
Carga Magna dispone que “el Estado garantiza a todas las per-
sonas y colectividades, sin discriminación alguna, el libre y eficaz
ejercicio de los derechos establecidos en esta Constitución, las le-
yes y los tratados internacionales de derechos humanos. Entonces
¿qué hay de mi derecho a ser gorda?
El artículo 20 del Reglamento de La ley 045 aclara que no
constituye racismo ni discriminación: “la exigencia de requisitos
relativos a la integridad física y la salud corporal en las escuelas
de formación de ciertas profesiones, artes, deportes u oficios que
por su naturaleza los demanden”. Aunque los policías son gordos,

61
Fabiola Gutiérrez

y nadie va por la calle gritándoles que son gordos. Quizás se sal-


van porque son hombres.
En los anexos del reglamento de la Ley 045 se habla de
los jóvenes y la migración, pero no de los jóvenes y los estereoti-
pos. Y dicen “talla” solo como parte de la palabra detallado.
Llegué a mi entrevista de trabajo. En el anuncio decía que
había que tener buena presencia. Supongo que no se refieren a
que sea gorda, después de todo mis kilos no me restan eficiencia,
¿no?

DESPUÉS
Estatura: 1,53 centímetros
Peso: 99,200 kilogramos
Medidas: 114 - 93 - 132
CUERPO LIBRE

*Este texto recibió la Mención de Honor en el II Premio Nacional de Crónica


Periodística “Pedro Rivero Mercado”, organizado por el diario El Deber, 2015.

62
Sine qua non
Paola R. Senseve T.

63
Paola R. Senseve T. (Cochabamba/Santa Cruz, 1987)
Es autora de los libros Vaginario (La Hoguera, 2008), Soy dios (La Hoguera,
2011) y Ego (Ediciones Liliputienses, España, 2014).

64
Sine qua non

The thing you are most


afraid to write
write that
Nayyirah Waheed

A principios de este 2019, entre varias noticias de violación co-


lectiva, de feminicidios y abusos contra las mujeres en Bolivia,
llamó mi atención la denuncia de una menor de 15 años que fue
violada por un farmacéutico y por su primo, un médico. La me-
nor recurrió al farmacéutico para que le vendiera pastillas abor-
tivas. Él respondió drogándola y violándola. Luego, la menor se
sintió mal y regresó a la farmacia a informar su indisposición. El
farmacéutico la derivó al médico, quien la recibió, fingió aten-
derla, la drogó y la violó también. La única diferencia fue que en
esa segunda oportunidad la menor tuvo una sospecha y consi-
guió grabar el acto. Así se destapó una red familiar de violadores
que tiene más de veinte denuncias en su haber.
Este caso es especial no porque sea una excepción, al con-
trario; porque es muy frecuente que los médicos que lucran con
los abortos clandestinos e ilegales violen a sus pacientes antes o
después de realizar las prácticas. En Bolivia el aborto está lega-
lizado en tres causales, y una de ellas es la violación; sin embar-

Conditio sine qua non es una locución latina originalmente utilizada como término legal para decir
“condición sin la cual no”. Se refiere a una acción, condición o ingrediente necesario y esencial —de
carácter más bien obligatorio— para que algo sea posible y funcione correctamente.

65
Paola R. Senseve T.

go, no siempre se otorga este derecho a las mujeres o niñas que


lo solicitan y todo esto da paso a un círculo perverso de abusos
sobre los cuerpos de las mujeres.
Creo que ahí radica el sine qua non del feminismo, del ur-
gente, del que no puede esperar más: en el cuerpo.
Joan Didion escribió un ensayo sobre la importancia de
mantener cuadernos de notas y guardarlos para poder recordar
a la persona que fuimos en el pasado y sostener una relación
cordial con ella. Ella argumentaba que de no tenerla presente,
podría volver cualquier rato y reclamarte cosas: “De otra ma-
nera, esa persona aparece sin avisar y por sorpresa, se pone a
aporrear la puerta de la mente a las cuatro de la madrugada de
una mala noche y exige saber quién la abandonó, quién la trai-
cionó y quién va a reparar el daño causado”. Didion afirma que
tendemos a olvidar con gran facilidad cosas que pensábamos
que éramos incapaces de olvidar.

1
Recuerdo, desde que tengo uso de razón, nunca haber pensa-
do lo siguiente: soy bonita. Y nunca lo hice porque siempre me
consideré gorda y por lo tanto fea. Es decir, hay una Paola que
no ha cambiado tanto. Tuve conciencia de muchas cosas hace
un par de años cuando encontré la falda que usaba cuando salí
bachiller del colegio. Es una falda mínima, realmente pequeña
y yo entraba ahí. Lo irónico y lo cruel es que cuando entraba en
esa falda ya hacía dietas todo el tiempo, ya me pensaba gorda.
Insatisfecha conmigo misma. Insuficiente. Todas las mujeres al-
rededor mío, incluso las que consideraba más lindas, estaban in-
conformes con sus cuerpos, tratando de modificar sus piernas,
sus cabellos, sus tetas. Mi mamá, mi hermana, mis compañeras
de colegio. Ninguna de las mujeres de mi vida, ninguna, ni la

66
Sine qua non

más flaca, ni la más joven, ni la más rubia, ni la más feminista,


ni la más rebelde. Me llevó mucho tiempo entender que también
las modelos del Sociales, las reinas del carnaval, las misses, todas
esas mujeres que te ponen como ejemplo del mandato, también
ellas perfectas, delgadas, blancas, con piel de porcelana, también
ellas se sentían insatisfechas, insuficientes con respecto a sus
cuerpos. Recuerdo que una vez un reconocido poeta, en lo que
él consideraba un acto de amistad, le dijo a esa Paola que lo que
debería hacer era bajar de peso para que algún hombre la qui-
siera alguna vez y así dejara de estar tan triste. Se lo dijo como
haciéndole un favor. Porque hay gente que piensa que tiene de-
recho a emitir opiniones (mandatos) sobre los cuerpos de las
mujeres, en especial si son hombres. Esa Paola y la de hoy siguen
sintiendo el hueco de toda esa tiranía estética que no alcanzaré
jamás. Esa crueldad, que nos hacen creer que es autoimpuesta,
no se quita con nada. Es parte de la programación. Y esa es mi
historia desde el privilegio.
Nos está empujando sistemáticamente hacia la desapari-
ción. Nos venden productos para ser más blancas, para no tener
color, manchas ni cicatrices, para aparentar tener menos edad,
para ocupar menos espacio en el mundo y ser más delgadas.
Magdalena López bien apuntó en el texto Mi amiga tuerta y el
feminismo de “las bellas” en LatFem que el mandato de la tiranía
estética no es un problema individual que se soluciona apren-
diendo a amarnos a nosotras mismas (como hemos estado in-
tentando hacer), es un problema social de carácter pedagógico
que se debe buscar resolver de esa manera.
¿De qué otra forma se puede ejercer tanto control si no es
por medio de la inseguridad? ¿De qué otra forma vendernos tan-
tos productos para modificar nuestra realidad? Estamos cons-
tantemente tratando de cambiar algo, nunca conformes, nunca
en paz. Vivimos obsesionadas con editar nuestros cuerpos.

67
Paola R. Senseve T.

Y ¿para qué?
Las feministas en todo el mundo protestan usando sus
cuerpos. Salen a la calle con sus tetas al aire. La gente se escan-
daliza, inmediatamente se descalifican las manifestaciones, la
Iglesia se queja, ¡pobres niños!, ya no hay valores. Sin embargo,
en todo el mundo las tetas al aire libre están socialmente valida-
das en la pornografía, los videos de reguetón y las publicidades.
El problema se suscita cuando mostramos nuestros cuerpos no
estandarizados para nosotras y no para ellos, y no para el consu-
mo y no para mantener el statu quo del sistema. Se hace capital
con el cuerpo de las mujeres.
Virginie Despentes abre uno de los libros más lindos y
emocionantes del feminismo, Teoría King Kong, dándole la bien-
venida a las feas, a las viejas, a las gordas y a toda la variedad de
mujeres y a sus cuerpos no hegemónicos. Lo hace para hablar de
su vida, de su cuerpo y el deseo sexual, entre otras cosas.
Pedro Almodóvar hizo en el 2009 un corto algo demen-
te que titula La concejala antropófaga, en el que la protagonista
tiene una frase que siempre anhelé fuera real: “…no hay nada
más democrático que el placer”. Pues no estamos ni cerca de esa
afirmación porque el deseo sexual también es una construcción
social machista que debe ser desmantelada para que las mujeres
podamos alcanzar alguna especie de libertad que nos permita
pertenecernos a nosotras mismas, disfrutarnos a nosotras mis-
mas, y principalmente no estar siempre al servicio y consumo de
otros.
El mandato tirano de la estética y de la belleza que acae-
ce sobre los cuerpos de las mujeres tiene estricta relación con
la construcción social del deseo. Nos quieren moldear para la
aprobación, mirada, consumo y control de los hombres; y la for-

68
Sine qua non

ma de sostener el círculo perverso es domesticar a los hombres


en ciertos hábitos de consumo. El sistema te dice qué te tiene
que gustar y cómo. Es la trampa perfecta.
“Yo siempre digo que el cuerpo de la mujer es la última
frontera del capitalismo. Quieren conquistar el cuerpo de la mu-
jer porque el capitalismo depende de él”. Silvia Federici.

Quiero escribir que nunca me violaron, pero no es tan cierto.


Lo cierto es que mi historia desde el privilegio no tiene drogas,
inconciencia, golpes, fuerza bruta, botellas u otros objetos, ni
mucho menos. Lo que me pasó, pasó varias veces. Y también
me tomó mucho tiempo asimilarlo porque la cultura de la vio-
lación está tan naturalizada en nuestros razonamientos que es
muy difícil desmontarla. Muchas Paolas estuvieron en situacio-
nes íntimas con hombres que insistieron y manipularon tanto
para tener relaciones sexuales que ellas terminaron accediendo.
Lo hicieron pese a no querer, porque ellos no entendieron el pri-
mer no o porque no les dio la gana de aceptarlo. Y luego, siem-
pre al terminar, se inundaban de una sensación horrible, sí, una
sensación de destierro. De estar en un lugar (en un cuerpo) que
no les pertenecía realmente. Esas situaciones también son una
forma de violar. Recuerdo que una vez, en un carnaval de hace
muchos años, el primo de una amiga me invitó a pasarlo con él.
Me recogió, fuimos a la previa y antes de llegar al corso, la pri-
mera actividad del carnaval, se me tiró encima en el taxi. Si algo
recuerdo con claridad es el miedo. Cuando te encuentras en esas
circunstancias sabes que cualquier movimiento extremo puede
despertar a la bestia. De manera que solo atiné a sonreír con cor-
tesía diplomática mientras me estampillaba cada vez más contra

69
Paola R. Senseve T.

la ventana del móvil. Cuando llegamos al lugar, mientras él iba


al baño le pedí a un amigo suyo que me acompañara a tomar
un taxi para escapar. Recuerdo el miedo. Accedió, caminamos
hasta una avenida infestada de gente. Recuerdo también las lu-
ces, la cantidad de taxis que pasaban. Escogí uno, cualquiera.
Antes de entrar al auto, el amigo me dijo que tenía que pagarle
el favor. Que con sexo, amiga, ¿no ves que es carnaval y es lo que
todos queremos? No recuerdo cómo me libré de esa “propuesta”,
el cuaderno de notas no dice nada de esa Paola con miedo, pero
no es necesario, porque ella sí está presente cada día. Hasta el
taxista que me llevó a casa pudo violarme. Recuerdo también
que la primera vez que viví sola en un monoambiente, donde mi
cama daba a la puerta y la puerta prácticamente a la calle, tenía
sueños recurrentes donde me sabía despierta sintiendo la cara
del violador respirándome de cerca. Pánico.
Probablemente no haya cosa que temamos más las mujeres
que una violación.
Todas. Porque a todas nos enseñan que puede pasar y cual-
quier rato. Nos enseñan a cuidarnos, a vestirnos de cierta forma
para evitarlo, a hablar de cierta forma para evitarlo. Y esas cier-
tas formas, ¡oh, casualidad!, también tienen que ver con desa-
parecer, con ocupar menos espacio, con no hacer mucho ruido
ni destacar. Pero la verdad es que nada de lo que nos enseñan
funciona. Control. Poder.
¿Cómo es la violación un método de control y por lo tanto
de poder? Podríamos pensar que con la violación lo que hacen
es despojarte solo de tu cuerpo, pero en realidad te quitan el
lenguaje y la voluntad también. Así, las violaciones se constitu-
yen en una política de dominación que usa el sistema patriarcal
para vaciar a los cuerpos del poder del lenguaje. “Esto no es una
violación. Esto no fue violento. Esto no pasó. Ellos no son los

70
Sine qua non

culpables”. La violación sí está penalizada, pero eso apenas sirve


cuando la justicia es patriarcal. Lo hemos comprobado. Los vio-
ladores quedan impunes, las mujeres violadas son culpabiliza-
das y revictimizadas. Los casos denunciados son muy pocos en
comparación con los reales, porque los procesos son tan difíciles
y largos y las medidas de protección nulas, que el porcentaje de
deserción es alto. Quitarles el discurso a las mujeres es también
negarles la potestad de actuar. El lenguaje configura la realidad
gracias a la enunciación.
Creo que es necesario repetir hasta el cansancio que las
violaciones no tienen nada que ver con el deseo sexual ni con
la equivocada idea de que los hombres tienen una libido voraz
e incontrolable, un hecho biológico y por lo tanto inamovible.
Una de las tesis más importantes de Rita Segato es la de la vio-
lencia como patrimonio masculino, como moneda de cambio y
pertenencia en la fratría del poder, que es la de la masculinidad.
A los hombres los socializan para violar y eso es lo que llama-
mos cultura de la violación. Un sistema donde absolutamente
todos los dispositivos comunicativos y pedagógicos dan permi-
so para violar mujeres. Un ejemplo claro son las violaciones gru-
pales, las violaciones grabadas y difundidas. Los suplementos
socialeros de los periódicos, las publicidades, los programas de
radio o de televisión, las películas y más difunden masivamente
contenidos que presentan a las mujeres como meros objetos y
refuerzan razonamientos machistas de poder, comportamien-
to y utilización. Las violaciones han sido usadas históricamen-
te como un método de conquista de territorio, donde poseer y
consumir los cuerpos de las mujeres es otra forma máxima de
ejercer poder y someter.
Toda violación tiene un carácter “educativo”, aleccionador
y regulador dentro del sistema patriarcal.

71
Paola R. Senseve T.

Silvia Federici analiza el tratamiento del cuerpo de las mu-


jeres como lo que sostiene el sistema patriarcal y capitalista por
medio de la reproducción y las tareas del cuidado que no son ni
siquiera consideras como trabajo. Ahí donde el cuerpo es el ele-
mento básico de la propiedad privada, la violación es una forma
de expropiación y uso como un objeto destinado al consumo.
Así que sí, la sociedad protege al violador, lo cuida, lo arru-
lla, porque es su espejo y porque sabemos que los violadores no
son enfermos, no son pervertidos, son hombres normales, salu-
dables, que cualquier día abren el periódico y ven reforzadas sus
ideas de poder y dilapidación sobre el cuerpo de las mujeres. Los
actos primero son ideas, y mientras no queramos aceptar cuáles
son las ideas donde se origina la violencia y las violaciones, no
vamos a poder detenerlas ni combatirlas.
Yo les puedo señalar una idea donde se gesta la violencia
contra la mujer, como una semilla bien anidada, abrigada y ali-
mentada: la penalización del aborto.

3
Hay una Paola de la que estoy inevitable e irrevocablemente or-
gullosa. De la Paola que en el año 2012 se embarazó y no que-
ría ser mamá. De la Paola que pudo abortar. Esa Paola tomó la
mejor y más importante decisión de toda mi vida. No hay un
solo día que no le agradezca. Esa Paola fue responsable y, pese
a su historia privilegiada, la pasó muy mal. Nos cuidamos, pero
no funcionó. Me embaracé en una relación fea, manipuladora y
dañina. Él me dijo que me apoyaría en lo que decidiera, pero des-
pués del procedimiento también me dijo que si hubiera optado
por tenerlo, planeaba hacer lo necesario para convencerme de lo

72
Sine qua non

contrario. Pero yo sabía lo que quería. Una amiga me contactó


con un médico de una clínica privada, él lo haría. Recuerdo que
el médico no me miró ni una sola vez a la cara. Apenas me revisó
y me dijo que tenía una pequeña infección, que tenía que tratarla
antes del aborto. De manera que estuve diez días embarazada,
odiando todo y a todos. La Paola de hoy sabe que eso era innece-
sario. Volvimos al médico, me dio las pastillas de misoprostol y
me pidió volver al día siguiente para revisar si había salido bien.
Tuve una noche larga, llena de nervios y dolor. Al día siguiente
me dirigí sola a la clínica, total, era solo un control. Llegué y el
médico me anunció que no podría salir sola o caminando de ahí,
que llamara a mi pareja. En menos de diez minutos entré al qui-
rófano. Nadie me explicó lo que pasaría, nadie me habló, nadie
dijo mi nombre. Eran las nueve de la mañana, comencé a llorar,
me durmió la anestesia y cuando desperté continué llorando. Re-
cuerdo que nadie me miró, nadie me explicó nada, salvo que no
podría irme si no pagaba alrededor de mil dólares. Dejé de llorar
a las cinco de la tarde cuando tuve que llamar a mi mamá, porque
ella tenía guardado el dinero que había ganado recientemente en
un concurso literario. Pagué. Nos fuimos.
Mi experiencia. Mi experiencia privilegiada. La que no tuvo
la menor de quince que acudió al farmacéutico y al médico y fue
violada. La que no tienen las miles y miles de mujeres pobres que
mueren en cuartos sucios de aborto clandestino.
El feminismo reconoce que el aborto no es solamente uno
de los temas de la agenda, es un punto neurálgico en el cual con-
verge todo lo demás.
La discusión de la legalización del aborto siempre deja en
evidencia la falta de conciencia social. Pareciera que hay una in-
capacidad para entender que la educación sexual y el acceso a
anticonceptivos son privilegios de clase. Pareciera que hay una
incapacidad para entender que la paternidad es también asunto

73
Paola R. Senseve T.

y responsabilidad de los hombres.


Sí, Federici tiene razón cuando dice que nuestros úteros
son fábricas de fuerza de trabajo que mantienen al capitalismo;
pero también son dispositivos de lucro directo. Los abortos ile-
gales son practicados por miles de médicos en clínicas privadas,
en hospitales públicos, en cuartos abandonados de barrios po-
bres, y cobran por ello. La penalización del aborto y, en última
instancia, la objeción de conciencia, son claves para poder man-
tener un rico negocio que se alimenta de la desesperación de las
mujeres.
Las mujeres controlan sus cuerpos desde tiempos inme-
morables, el aborto no es un invento de estos tiempos; su pe-
nalización sí. Habría que preguntarse qué hace que ahora las
mujeres se enfrenten a la posibilidad de ir a la cárcel o incluso
de morir, intentando tomar una decisión sobre el destino de sus
vidas. Qué querrá decir en este universo simbólico de valoriza-
ción de la vida que para las mujeres haya peores consecuencias
que la muerte y una de esas es la maternidad obligada.
A lo largo de mis años como feminista he visto a mis com-
pañeras defender el derecho al aborto con datos reales y alar-
mantes, como las muertes de las mujeres por abortos clandes-
tinos, la cantidad de niños abandonados en situación de calle,
y he sido yo también parte de esta etapa desesperada, sin ser
capaces de decir que poder decidir si quieres o no quieres tener
hijos, cuándo y cómo, es un derecho fundamental que es negado
a las mujeres no solo simbólicamente, sino legalmente. Sin po-
der decir que decidir es poder.
¿Qué involucra la legalización del aborto? ¿Por qué en los
países donde el aborto es legal los índices de aborto han bajado
drásticamente? Legalizar el aborto y abordarlo como un pro-
blema de salud pública implica que una mujer embarazada en

74
Sine qua non

contra de su voluntad se pueda presentar a un centro de salud


cualquiera para que le realicen el procedimiento en condiciones
de supervisión y salubridad, que salga de ahí viva y con infor-
mación adecuada sobre métodos anticonceptivos para que no
tenga que volver a abortar.
En Bolivia se estima que se realizan 200 abortos al día; el
aborto mal practicado es la tercera causa de muerte materna.
Si el motivo de penalizar el aborto es que las mujeres dejen de
hacerlo, y si las cifras indican que eso no sucede y que la pena-
lización solo aporta muertes, ¿por qué mantenemos una ley que
no sirve para nada?
Pensemos. ¿Qué pasaría si las mujeres de repente deciden
que no quieren ser madres? ¿Si deciden que no quieren llevar a
cabo la maternidad de la manera en que la sociedad ha determi-
nado? La maternidad o la muerte. Lina Meruane publicó un en-
sayo titulado Contra los hijos acerca de lo que conlleva ser madre
y cómo los hijos se convierten en dispositivos sociales creados
para consumir y exigir satisfacción. El sistema nos adoctrina
para que nada sea más importante que nuestros hijos, para que
nuestra mayor aspiración sea la maternidad y para que tenga-
mos que cargar solas con todo el peso de la crianza, pese a que
los hijos son utilitarios a los Estados y a las sociedades.
Al feminismo le toca derribar las construcciones sociales
que nos mantienen esclavas. ¿Qué tan libre y feliz es una mujer
que no quiere tener hijos? ¿La sociedad debe proteger el derecho
a no querer hijos? ¿Hasta cuándo y hasta dónde la maternidad
será el gran grillete de las mujeres?
Pedimos que se legalice el aborto porque la maternidad es
también un mandato social de carácter patriarcal y si es que nos
atrevemos a desafiar ese mandato, el más grande de todos, la
sociedad va a tener que replantearse todo, la administración, las
economías, la educación. Es una verdadera revolución. Si la pro-

75
Paola R. Senseve T.

blemática machista es transversal a todo, el derecho al aborto


también lo es. Sin todo el aparataje del cuidado y de la economía
del hogar se cae el modelo social sostenido por las mujeres.

Mientras voy escribiendo este texto con mi cuerpo, con mis dedos,
mis ojos, mi cerebro, me doy cuenta que el sine qua non del patriar-
cado es el miedo. A las mujeres nos enseñan el miedo, es un requi-
sito. Miedo a no gustarle a un hombre, a quedarte sola. Miedo a que
atraviesen tu cuerpo para poseerlo y dejarlo sin valor. Miedo a no
tener el control de tu vida, porque tu cuerpo le pertenece a todos
menos a ti.
Legalizar el aborto es proteger la vida, es garantizar a las muje-
res la soberanía política sobre sus cuerpos; porque si las mujeres no
tienen el poder de decidir sobre sus propios territorios soberanos,
¿el poder de qué tienen?
Exacto. El poder de nada.
El mayor movimiento político de nuestros tiempos es el femi-
nismo, su sujeto son las mujeres y todo el universo de lo designado
como femenino. El feminismo se instala desde la transversalidad,
la inclusión, la voracidad de lo personal que es político, la perse-
verancia de siglos de lucha. Hannah Arendt dice que el poder no
está en una sola persona ni en el Estado; está en la legitimidad que
le otorgan los otros. El poder pertenece al grupo. Y el feminismo
es un grupo gigante, heterogéneo y diverso que tiene la capacidad
de moverse y mutar. Estamos hablando de una potentísima fuerza
política que apunta a tener directa incidencia en los gobiernos, en la
realidad. Y es que el poder también tiene esa capacidad de —gracias
al lenguaje— instalar discursos políticos orientados a la acción.
¿Por qué el feminismo debe probarse? ¿Por qué debe insta-

76
Sine qua non

larse en nuestros Estados, escuelas, hogares? Porque el origen de


todas las opresiones es aquello contra lo que el feminismo lucha.
Porque es hora de ver qué sucede cuando las mujeres piensan el
mundo, cosa que sistemática e históricamente nos ha sido negada.
La experiencia particular del feminismo en las mujeres tie-
ne que ver con sus cuerpos, de manera íntima y desgarradora.
Pero es un devenir que conlleva un proceso, porque al princi-
pio estamos anestesiadas. Estamos bien adoctrinadas. Al sistema
le conviene. En mi generación solo algunas excepciones fueron
criadas en hogares feministas. Las demás necesitamos de otras
para darnos cuenta.
Estética tirana, violación y aborto son cosas intrínsecamen-
te ligadas. Es en nuestros cuerpos que se libra esta guerra.
Y a la Paola que está terminando este texto le quiero dejar
en el cuaderno de notas una seña que me remita a la sensación de
haber superado el miedo a escribir lo que más miedo a escribir
me daba.

77
78
Feminismo migrante:
la vida que camina
Valeria Canelas

79
Valeria Canelas (La Paz, 1984)
Licenciada en Historia. Máster en Literatura Hispanoamericana y en Estudios
Ibéricos y Latinoamericanos. Actualmente se encuentra realizando una tesis
doctoral sobre la relación entre lo animal y lo humano en la literatura latinoa-
mericana contemporánea. Ha colaborado en distintas publicaciones digitales e
impresas, como Cuadernos Hispanoamericanos o la revista Iberoamericana, con
ensayos sobre cine, literatura y sociedad. Como poeta, textos suyos han apare-
cido en antologías y revistas, tanto en España como en Bolivia. Su primer libro,
Maquinería (Ravenswood Books, 2016) fue finalista del premio Gerardo Diego
de poesía para autores nóveles de la Diputación de Soria y ha sido recientemen-
te reeditado en Bolivia en la editorial 3600.

80
Feminismo migrante: la vida que camina

El feminismo pone la vida en el centro.


Las fronteras de los Estados, violentas e infranqueables, son
mecanismos de muerte.
Por lo tanto, el feminismo está radicalmente en contra de
las fronteras de los Estados.

Por debajo de esta reflexión, aparentemente lógica, hay muchas


tensiones y potencias políticas operando. Como suele pasar,
cuando aterrizamos los conceptos en la cotidianidad, estos se
vuelven resbaladizos y porosos, algo que sucede con las propias
fronteras. Detrás de afirmaciones generales, como las que abren
este texto, palpita una constelación de demandas irresueltas que
muchas veces compiten, tanto por lograr la preminencia en el
debate público como por ser la prioridad en toda estrategia polí-
tica. Así, se hace necesario, cada vez más, hablar de feminismos
múltiples —en ocasiones, contradictorios— en lugar de un único
feminismo universal e inapelable.
El feminismo migrante, en su apuesta radical por la vida,
es probablemente la corriente política, vital y también de pen-
samiento, más arrolladora a nivel global ahora mismo. Y, sin
embargo, poco se habla de ella. El feminismo migrante es vida
que irrumpe en todos los relatos, una demanda urgente que nos
confronta con la muerte de la que los cuerpos que migran vienen
huyendo. Muerte engendrada por un sistema económico que ne-
cesita de la violencia de las fronteras para seguir funcionando.
El feminismo migrante es práctica encarnada, es la urgencia por
preservar la vida ante las situaciones más adversas: guerras, ham-
bre, tierras arrasadas por el extractivismo con el que los grandes

81
Valeria Canelas

capitales financieros se alimentan. Todas estas violencias tienen


consecuencias específicas en las vidas, en los territorios y en los
cuerpos de las mujeres de los países del Sur global.
Hablo de feminismo migrante porque, aunque nunca se
diga suficiente, son las mujeres migrando las que sostienen la
vida, no solo por la decisión, vital en muchos casos, de iniciar
el viaje, sino también porque una vez llegadas a sus destinos son
sus cuerpos, constantemente invisibilizados, los que mantienen
el funcionamiento del sistema socioeconómico global. Como
apunta Sandro Mezzadra en su libro La frontera como método,
en las últimas décadas muchos estudios hablan de una femini-
zación de la migración. Este hecho se ha correspondido también
con la transformación de los mercados laborales de destino y la
constitución de lo que se ha llamado cadenas globales de cuida-
dos. Por cuidados se entiende todos esos aspectos de la vida que
tienen que ver con la alimentación de las familias, la limpieza
de las casas, la atención a personas mayores, enfermas o a niñas
y niños, pero también a múltiples aspectos emocionales y afec-
tivos. Es decir, un ámbito de la vida relegado a lo doméstico
y tradicionalmente asignado al género femenino. Como seña-
la Silvia L. Gil en su estudio sobre los nuevos feminismos en el
Estado español, a medida que las luchas feministas lograron la
incorporación de las mujeres a cada vez más espacios laborales
y públicos, se desencadenó una crisis de cuidados. Crisis que,
en los países del Norte, se ha solventado con la contratación, la
mayoría de las veces en condiciones totalmente injustas, de mu-
jeres migrantes de países del Sur global. Si pensamos en Bolivia,
podemos encontrar, a pesar de las particularidades, bastantes
resonancias. La migración rural de mujeres indígenas a núcleos
urbanos ha sido la que tradicionalmente ha cubierto la demanda
del trabajo doméstico y de los cuidados, la mayoría de las veces

82
Feminismo migrante: la vida que camina

en condiciones laborales ínfimas, como relata detalladamente


Casimira Rodríguez Moreno en su artículo “Bolivia: la lucha de
las trabajadoras del hogar”, en el que analiza la doble discrimina-
ción que han sufrido por ser mujeres indígenas y las estrategias
de lucha colectiva que han seguido.
De esta forma, es en el espacio de los cuidados donde po-
demos ver claramente cómo se entrecruzan las opresiones de
género, de raza y de clase. Es lo que la académica Kimberlé Wi-
lliams Crenshaw ha llamado interseccionalidad, término que
cada vez con mayor frecuencia aparece tanto en debates como
en manifiestos feministas. Sin embargo, como cualquier término
frecuentemente usado, corre el riesgo de vaciarse al no corres-
ponderse con unas prácticas concretas que busquen combatir la
realidad que denuncia.
En el estallido feminista internacional que estamos vivien-
do, una de las principales demandas de los feminismos globales
es la de revalorizar los espacios domésticos y la labor de los cui-
dados, entendiendo que su invisibilización es fundamental para
el funcionamiento del sistema capitalista en su conjunto. No es
casual, de igual forma, que en los países de destino, las trabajado-
ras del hogar permanezcan muchas veces en situaciones de clan-
destinidad forzada al carecer de documentación. De esta forma,
vemos cómo las legislaciones en materia de extranjería potencian
esta doble invisibilización a la que son sometidas las trabajadoras
migrantes, ya que esto favorece a los intereses de los empleadores
y del sistema capitalista en su conjunto, devaluando el trabajo
doméstico y obstaculizando la capacidad de acción colectiva de
las trabajadoras. Como apunta Adriana Guzmán en su texto “Un
feminismo donde quepan muchos feminismos”, se trata de ca-
denas globales de explotación, fortalecidas por unas instituciones
que se encargan de implantar dinámicas de exclusión y muerte

83
Valeria Canelas

hacia los cuerpos que migran. Sucede en España pero también en


Chile o en Argentina, como denuncia el Bloque de Trabajadorxs
Migrantes que este 8 de marzo del 2019 pararon al grito de “Ni
una migrante menos”.
Actualmente, en los distintos manifiestos de los colectivos
feministas alrededor del mundo se recoge la afirmación de que
los trabajos de los cuidados son necesarios para la reproducción
y el mantenimiento de la vida y que, por lo tanto, si las mujeres
dejaran de realizarlos el mundo en su totalidad se pararía. Sin
embargo, el feminismo migrante muestra que no puede revalo-
rizarse la esfera de los cuidados si no se emplea una perspec-
tiva antirracista que impugne las legislaciones antiinmigración
de los Estados, porque de lo contrario se estaría operando en el
mismo marco de invisibilidad que supuestamente se combate.
Es por esto que la lucha feminista, en los términos en los que
actualmente se está planteando internacionalmente, solo puede
ser antirracista, porque es la cadena global de cuidados, y la ex-
plotación laboral que de ella se desprende, la que apuntala un
sistema económico frente al cual los feminismos, poniendo en
el centro la vida, quieren rebelarse. Un feminismo que no tiene
en cuenta en sus demandas centrales los cuerpos de las mujeres
que migran está, por lo tanto, reforzando la misma estructura
que pretende derrumbar. Sin embargo, si analizamos los relatos
del feminismo hegemónico, vemos que no es esta la lógica que
opera ni en la construcción de discurso ni, mucho menos, en las
prácticas organizativas, donde se despliegan constelaciones de
demandas que, en realidad, no siempre confluyen. Si, a nivel glo-
bal, podemos decir que hay ciertas gramáticas de la protesta que
se han internacionalizado —pensemos en los pañuelos verdes de
las argentinas pero también en lemas y pancartas de las protestas
que se repiten en todos los territorios, desde Kenia hasta Japón,

84
Feminismo migrante: la vida que camina

pasando por Bolivia, Letonia o Tailandia— también es necesario


resaltar que las tensiones en las demandas se han experimentado
en múltiples territorios y en similares términos. Esto es también
un síntoma de la internacionalización de la movilización femi-
nista, de sus fortalezas pero también de sus obstáculos, muchos
de ellos resultado de unas dinámicas de poder enraizadas incluso
en los propios espacios feministas.

“Este no es lugar para hablar de racismo”: una


mirada al feminismo migrante en España

En los últimos años, las manifestaciones por el 8 de marzo se han


vuelto masivas. No es arriesgado afirmar que la capacidad de mo-
vilización que tiene el feminismo a nivel internacional no la tiene
ningún otro movimiento social en la actualidad. En España, des-
de donde escribo, los dos últimos años se han convocado huel-
gas feministas que han sido, sin lugar a dudas, un éxito absoluto.
Sin embargo, esto no puede nublar un necesario análisis crítico.
Como es obvio, los medios de comunicación han domesticado
frecuentemente las demandas del movimiento feminista, despoli-
tizando un discurso que perturba al sentido común conservador,
para el cual un manifiesto que lleva desde el principio el término
anticapitalista resulta ciertamente incómodo. De esta forma, el
2018, año en el que el llamamiento a la Huelga Feminista alcanzó
su dimensión masiva, los medios de comunicación no tomaron
prácticamente en cuenta las partes del manifiesto que hablaban
de una lucha antirracista y que recogían las demandas del femi-
nismo migrante. Así, demandas básicas como la derogación de la
ley de extranjería, el cierre de los CIEs (Centros de Internamiento
de Extranjeros), el cese de los vuelos de deportación o el fin de
las redadas racistas, quedaron totalmente invisibilizadas, pese a

85
Valeria Canelas

haber sido puestas de manifiesto incluso en la rueda de prensa


oficial que convocaba a la Huelga. Muchos fueron los colectivos
de mujeres migrantes que decidieron no sumarse, ya que sus rea-
lidades no se veían reflejadas en las demandas a las que los medios
de comunicación dieron mayor visibilidad: equidad en la contra-
tación laboral entre hombres y mujeres, medidas de protección
para las mujeres víctimas de violencia machista, equiparación de
salarios entre hombres y mujeres, la ruptura del “techo de cristal”,
es decir, de las barreras invisibles que frenan el ascenso laboral de
las mujeres a posiciones de dirección en las empresas, etc.
Si analizamos estas demandas, vemos que prácticamente
ninguna se corresponde con la realidad de las mujeres migran-
tes en situación irregular, para las cuales es imposible siquiera
tener un contrato laboral. De igual forma, la violencia machista
que sufren es prácticamente invisible ya que, por no tener pa-
peles, no pueden realizar una denuncia sin correr el riesgo de
la deportación o el internamiento en un CIE. Para las mujeres
migrantes, el Estado y toda su institucionalidad son la principal
fuente de violencia patriarcal. Esta afirmación conlleva, nece-
sariamente, un cuestionamiento íntegro, tanto histórico como
político, de los Estados-nación, de sus fronteras y de las prerro-
gativas que este otorga a sus ciudadanas. Es por esto que, inevi-
tablemente, el feminismo migrante incomoda a otros feminis-
mos, ya que obliga a cuestionar las demandas propias porque
impugna el marco de sentido a partir del cual se enuncian. En
este sentido, desde el feminismo descolonial —concepto pro-
puesto por la investigadora María Lugones y estudiado por teó-
ricas y activistas como Ochy Curiel y Yuderkys Espinosa, entre
otras— se ha llevado a cabo una labor teórica y práctica que se
posiciona frente a un feminismo blanco y eurocéntrico que no
cuestiona las coordenadas geográficas e históricas a partir de

86
Feminismo migrante: la vida que camina

las cuales se construye tanto la categoría mujer como mucha de


la teoría feminista hegemónica.
Este año 2019, en el marco de las movilizaciones del 8M,
la Comisión Migración, Descolonial y Antirracista de Cataluña,
articulada a nivel estatal con distintos colectivos y comisiones
migrantes y antirracistas, elaboró un manifiesto titulado “Porque
la historia lo exige: descolonicemos el poder, el saber y el ser”, el
cual se inicia diciendo lo siguiente: “Somos migrantas, racializa-
das, gitanas, transmigradas y refugiadas que nos manifestamos
frente a los discursos del miedo, del odio y la barbarie impulsa-
dos por ideologías fascistas, racistas, misóginas y heteropatriar-
cales; frente a la acción voraz del capitalismo; frente a la vileza
del clasismo y la depredación antropocéntrica, frente al atenta-
do contra las autonomías, libertades y autodeterminación de los
pueblos; frente al eurocentrismo y racismo del feminismo blan-
co que no cuestiona sus privilegios, pretende hablar en nuestro
nombre y desvaloriza los saberes y acciones de las mujeres que
venimos de otros orígenes o que estamos racializadas”. Vemos,
por lo tanto, que el feminismo migrante desestabiliza por com-
pleto las categorías respecto a las cuales se define la existencia y
obliga a repensar los códigos de representación y las gramáticas
de la protesta. Sin embargo, este llamado de atención no siempre
ha sido bien recibido en todos los espacios feministas del Estado
español. En muchas marchas de las distintas ciudades, se orga-
nizaron bloques migrantes críticos, similares a los de Argentina
o México, en los que las consignas que se coreaban señalaban de
manera muy precisa la raíz de estas tensiones entre feminismos:
“Cuando una blanca rompe el techo de cristal, ¡la que lo limpia
es migrante ilegal!”, “Somas las hijas de las empleadas domésticas
que no dejaste venir”, “El feminismo será antirracista o no será”,
“Trabajo de interna, esclavitud moderna” o “No somos cuotas

87
Valeria Canelas

de color para tranquilizar tu conciencia”. Las demandas explíci-


tamente antirracistas de los colectivos migrantes no fueron bien
recibidas por todas las asistentes a las marchas masivas, e incluso
se vivieron momentos de tensión en muchas de ellas. “Este no es
lugar para hablar de racismo”, se llegó a decir en una de las mar-
chas. Sin embargo, si analizamos con detenimiento cómo opera el
racismo en el funcionamiento del sistema capitalista y patriarcal,
nos resultaría totalmente erróneo decir que una manifestación fe-
minista no es el lugar para hablar de aquello que pone en marcha
ese sistema que los feminismos impugnan. La manera en la que
los Estados modernos se han construido a partir del racismo, que
se puso en funcionamiento con el colonialismo, ha sido estudia-
da desde múltiples perspectivas. El racismo es el mecanismo que
produce constantemente la separación entre vidas que son des-
echables y vidas que han de ser preservadas, como señaló Michel
Foucault en varios de sus escritos. Silvia Federici, cuestionando el
sujeto universal a partir del cual el filósofo francés escribió, ahon-
dó aún más en los mecanismos específicos mediante los cuales
el capitalismo, en su fase de acumulación originaria, se cimentó
tanto sobre el cuerpo de las mujeres como sobre el de las y los
habitantes de las tierras colonizadas. Por lo tanto, un feminismo
que excluye la denuncia del racismo de sus demandas fundamen-
tales, no está impugnado el sistema en su totalidad. Por el contra-
rio, cabría pensar que sus directrices se originan en los cómodos
marcos estatales que les aseguran las fronteras. En este sentido,
María Galindo señaló recientemente que dentro de los feminis-
mos en la actualidad existe “la necesidad de hacer esa ruptura
con el feminismo como nacido en el Estado moderno burgués
europeo y transferido como proyecto civilizatorio a las mujeres
de las periferias del mundo”. El feminismo migrante, por lo tan-
to, potencia esa ruptura con un feminismo que no es capaz de

88
Feminismo migrante: la vida que camina

comprender el papel fundamental que las fronteras y sus distintos


funcionamientos cumplen en el mantenimiento de las relaciones
patriarcales de poder, y también en la pervivencia de una norma-
tividad social y epistemológica fundada en la exclusión. Entonces,
si afirmamos que los mecanismos de exclusión que constituyen
las fronteras ponen en funcionamiento el sistema patriarcal que
los feminismos impugnan, resulta necesario reafirmar que la lu-
cha antirracista no es una demanda agregada dentro de los mo-
vimientos feministas. El antirracismo y la defensa del derecho a
migrar deben ser, por el contrario, las demandas vertebradoras.

Un mapa de desafíos
El feminismo migrante es vida en movimiento que lleva consigo
la clave para la supervivencia de la especie y del planeta en su
conjunto. Si analizamos los mapas migratorios podemos ver en su
reverso la historia del capitalismo penetrando en distintos terri-
torios, expoliando, arrasando la vida que encuentra a su paso. La
historia del capitalismo extractivista y sus violencias está inscrita
en el relato de las mujeres que migran. Su migración es un desafío
no solo a las fronteras sino al sistema económico en su conjunto.
Los cuerpos de las mujeres que migran son ejemplos de la lucha
por la vida frente a las políticas de muerte. Esta batalla no pue-
de seguir viéndose como algo ajeno a las sociedades del Norte
global. En los testimonios migrantes se ven muy claramente las
consecuencias de un modelo productivo que tiene que terminar.
En una entrevista reciente, la activista maya k’iche’ Lolita Chávez,
que tuvo que migrar a causa de haber sufrido amenazas de muer-
te, afirma que “los pueblos estamos en movimiento para resigni-
ficar las políticas y los sistemas”, y también para trasladarles a las
sociedades de destino algo fundamental: “una relación diferente
con la vida”.

89
Valeria Canelas

Cuando las mujeres migran hablan de la penetración del


capital y las violencias ejercidas sobre sus cuerpos y sobre sus
territorios. En las sociedades de destino, generalmente, se intenta
que las consecuencias del sistema económico global no sean vi-
sibles. La propia deslocalización de las empresas multinacionales
permite que se abaraten los costes destinados a la mano de obra,
precisamente por la propia opacidad que la distancia de los cen-
tros de poder financiero posibilita. Esta deslocalización facilita
que se incumplan los derechos laborales más básicos y que se
ignoren las estrategias de preservación de los ecosistemas, ante
la permisividad de muchos gobiernos locales. A los países del
Norte y a las firmas multinacionales no les interesa que los con-
sumidores sepan realmente cuál es el precio humano y ecológico
de lo que están consumiendo. El desafío del feminismo migrante
es, entonces, evidente porque porta las memorias de los pueblos
y de sus resistencias. No es casual que las llamadas defensoras de
la tierra, muchas de ellas asesinadas, otras amenazadas, se hayan
convertido en el símbolo de los feminismos globales: Berta Cá-
ceres, Máxima Acuña, Lolita Chávez, etc. Frente al mapa plagado
de fronteras de muerte que es el resultado del capitalismo y sus
violencias, el feminismo migrante traza un mapa de desafíos y
resistencias colectivas que es la única esperanza de supervivencia
para nuestra especie y para un planeta que se agota con el rit-
mo frenético y mortal de la acumulación desbocada. Las mujeres
migrando son también memoria y relato de otras formas de exis-
tencia en las cuales la vida, y no el consumo, siempre ha estado
en el centro. Por lo tanto, hay que afirmar que el feminismo será
migrante o no será, la lucha por la vida pasa, necesariamente,
por posicionarse en contra de las fronteras de los Estados y su
régimen de muerte.

90
Escribir la rabia
Liliana Colanzi

91
Liliana Colanzi (Santa Cruz, 1981)
Autora de los libros de cuentos Vacaciones permanentes (2010) y Nuestro mundo
muerto (2016). En 2015 ganó el premio de literatura Aura Estrada. En 2017
integró la lista Bogotá 39, que elige a los 39 escritores más destacados de Lati-
noamérica menores de 40 años. Es profesora de literatura latinoamericana en
la Universidad de Cornell.

92
Escribir la rabia

La primera vez que me manosearon tenía nueve años. Esa maña-


na había ido a la biblioteca del colegio: estaba obsesionada con
la serie de niños detectives de Enid Blyton y había descubierto
cinco o seis libros de esa colección. Caminaba rápido hacia la
biblioteca mientras iba pensando en la nueva historia de detecti-
ves que iba a leer, cuando me interceptó un profesor en el pasillo
(¡hola profe!). El “profe” tenía cuarenta o cincuenta años y yo lo
conocía apenas de vista porque enseñaba en los cursos de secun-
daria. Me miró de una forma que me hizo sentir en falta y me
ordenó que lo siguiera hasta una de las aulas donde estaba dando
clases. De pronto sentí sobre mí los ojos de cincuenta alumnos
mucho mayores que yo.
—¿A ustedes les parece bien que una mujercita venga al co-
legio vestida de esta manera?, preguntó a los estudiantes, que a
mis ojos también eran unos adultos.
Yo no me había dado cuenta hasta ese momento de que era
una “mujercita” ni de que estaba vestida de una manera fuera de
lo común. Esa mañana me había puesto mi conjunto favorito:
una blusa con flecos y unos shorts con estampados color pastel.
El profesor me colocó de espaldas a la clase y dijo:
—¿Saben lo que le pasa a una mujercita que se viste así?
¡Esto es lo que le pasa!
Y procedió a meterme mano debajo de la blusa y a acari-
ciarme la espalda delante de toda la clase, que permanecía en
silencio. Después, para que la lección quedara bien grabada y no
me olvidara de cuáles eran las consecuencias de andar vestida así
en el colegio a mis nueve años, me levantó la blusa hasta la altura
de la nuca y dejó a la vista toda mi espalda desnuda (en esa época

93
Liliana Colanzi

todavía no usaba sostén). Ese día llegué a mi casa sintiéndome


sucia, humillada y culpable, aunque no sabía por qué. Pero si un
profesor del colegio me había manoseado, y además delante de
toda la clase, entonces con seguridad me lo merecía. Mi madre
quiso ir a quejarse al colegio pero yo le rogué que no lo hiciera:
me vencieron la vergüenza y la culpa, la sensación de haberme
ganado el manoseo. Nunca más pude tocar el conjunto color pas-
tel sin que me abrumara la impresión de estar sucia. Nunca lo
volví a usar.
Tres años después ese hombre fue mi profesor. Para enton-
ces yo tenía doce años y me parecía extraño que el profesor se
dirigiera a mí o a mis compañeras diciéndonos que éramos sus
novias y preguntándonos si nos queríamos casar con él. El profe-
sor lo formulaba a manera de chiste, y como él se reía, el resto de
la clase —incluyendo a las estudiantes mujeres— teníamos que
reírnos también y pretender que era la cosa más cómica que un
profesor de colegio de cuarenta o cincuenta años estuviera ha-
blándonos a chicas de doce y trece años como si fuéramos sus
novias y mirándonos el culo con detenimiento cuando nos hacía
pasar al frente para responder una pregunta. Porque si todos se
reían, entonces no pasaba nada. Si todos se reían, y sobre todo si
las mujeres participábamos de la risa, es que debía estar bien.
Un día el profesor me llamó delante de toda la clase y me
preguntó si quería ser su novia. Y en esa ocasión exploté. Le dije
con la voz temblando por la rabia y el miedo que un profesor no
tenía derecho a hablarle así a una alumna y que me iba a quejar
con mis padres y con la dirección del colegio. El profesor se que-
dó sorprendido e hizo un chiste, burlándose de mí.
Me acuerdo que toda la clase estalló en una risotada. Y esa
risotada sirvió para asegurarle al profesor que todo estaba igual
que siempre. Pero al final de ese día me quejé, y no sé qué le ha-

94
Escribir la rabia

brán dicho al profesor pero nunca más volvió a dirigirse a mí de


esa manera (eso sí, siguió enseñando allí).
Si cuento esta historia en particular es porque ese profesor
me hizo descubrir, a los nueve años, que mi cuerpo era culpable
de atraer la violencia de los hombres. Me gustaría decir que nun-
ca más pasé por una situación similar, que nunca más un hombre
me manoseó a la fuerza o intentó hacerlo, que nunca más me
acosaron sexualmente en la calle o en la universidad o en el tra-
bajo o en la casa de algún familiar. Pero me ha sucedido muchas
veces a lo largo de los años. Muchísimas. Desde muy tempra-
no las mujeres aprendemos que este tipo de violencia es parte
de nuestra vida cotidiana, y lo que hacemos es tratar de surfear
la situación de manera que no dañe nuestras carreras o nuestra
imagen pública o nuestro círculo familiar, o incluso nuestra au-
toimagen (no queremos asumir lo que pasó porque eso nos pone
en el papel de víctimas, y ser víctima equivale a estar en el lugar
poco atractivo de la lástima; si la víctima es una mujer, también
es sospechosa de haber provocado la situación). Hablamos entre
nosotras de estas experiencias, en voz baja, pero rara vez de ma-
nera pública.
A pesar de que el acoso sexual y la violencia sexual son tan
antiguos como las religiones, es terrible que las mujeres no ha-
yamos podido transmitirnos información útil sobre estos temas
unas a otras, a lo largo de las generaciones: si acaso, nos ense-
ñan que vestirnos o movernos de cierta manera, caminar o viajar
solas, o incluso acceder a espacios masculinos, pueden atraer la
violencia sexual sobre nosotras a manera de castigo. La lección
es que si nos acosan o nos violan es porque algo debemos haber
hecho. La ley no está de nuestra parte; a pesar de que casi todas
las mujeres cercanas a mí han pasado por una situación parecida,
hasta ahora ninguno de sus agresores ha sido castigado. Y cuan-

95
Liliana Colanzi

do nos atrevemos a llamar la violencia sexual por su nombre, a


decirlo en voz alta y en público, nos hacen creer que no sucedió,
que todo está en nuestra cabeza, que no es más que un chiste de
doble sentido sin mayores consecuencias, y miren cómo todos
se ríen, hombres y mujeres, tan fuerte que no se escucha lo que
estamos diciendo.
Cuando nos atrevemos a nombrarlo, familiares y amigos,
hombres y mujeres, nos dicen que estamos locas, que por qué no
lo hablamos personalmente con el agresor sin que nadie más se
entere del impasse, que por qué no lo decimos con buenos mo-
dales, de forma “constructiva”, o por qué mejor no nos callamos y
nos dedicamos a pensar en problemas que de verdad le importan
a la gente, porque como mujeres somos ciudadanas de segunda
clase y nuestra integridad y nuestra vida no importan. Necesitan
de nuestro silencio porque nombrar la violencia es desestabili-
zador, porque nuestra palabra los obliga a ver una imagen re-
pulsiva de sí mismos que no están dispuestos a enfrentar, y que
es el primer paso para que las cosas empiecen a cambiar. Por eso
necesitan de nuestra complicidad y de nuestro miedo. Y por eso
precisamente es que debemos hablar.

¿Dónde están las columnistas?

A veces olvido que hace menos de 70 años las mujeres bolivianas


no podían votar y tenían una participación casi nula en la vida
pública del país. En la época de mi madre fueron escasísimas
las mujeres profesionales (de las cuatro hermanas, solo una de
ellas estudió para maestra, a diferencia de los cinco hermanos
que sí estudiaron todos una profesión). En las décadas siguien-
tes el mundo cambió y las mujeres fueron a la universidad y se
integraron a la fuerza laboral remunerada y a la política (eso sí,

96
Escribir la rabia

ganando menos que los hombres y sin liberarse del trabajo do-
méstico). Pero cuando despertaron —cuando despertamos—, el
dinosaurio todavía estaba allí. Las leyes cambiaron, pero la ideo-
logía machista que invisibilizó a las mujeres durante siglos sigue
actuando para mantener esa invisibilización.
En 2017 monitoreé durante una semana la sección de co-
lumnistas del periódico para el que escribo. Me encontré con que
en ese periodo, de 30 columnas de opinión, 26 habían sido escri-
tas por hombres y solo 4 por mujeres. Si bien el periódico recibe
contribuciones espontáneas, los columnistas fijos son elegidos e
invitados por el periódico. ¿Será que solo el 13% de las mujeres
somos capaces de decir algo relevante, a diferencia del 87% de
los hombres? En una sociedad donde hay mujeres sociólogas,
economistas, abogadas, escritoras, historiadoras, psicólogas, ac-
tivistas, ¿por qué los hombres siguen ocupando un lugar exage-
radamente desproporcionado en el debate público?
Por esos días, cuarenta escritoras colombianas publicaron
un comunicado en el que protestaban por la ausencia de mujeres
en el evento principal del “año Colombia-Francia” que se llevó
a cabo en París, organizado por el Ministerio de Cultura y la Bi-
blioteca Nacional de Colombia. A esa mesa fueron invitados diez
escritores y ninguna escritora, a pesar de que Colombia tiene va-
rias autoras reconocidas dentro y fuera del país. Una de ellas,
Carolina Sanín, escribió: “Es inaceptable que haya un panel de
100% hombres si se va a hablar de un oficio que practican hom-
bres y mujeres. Es inaceptable también que en ese panel haya 10%
de mujeres, o 20% de mujeres, o cualquier porcentaje inferior al
50%”. Tres de los escritores invitados a esa mesa decidieron no
asistir en solidaridad con sus colegas escritoras, aunque cabría
esperar mayor solidaridad de parte de gente que trabaja con el
significado de las palabras y de los símbolos: ¿qué dice del campo

97
Liliana Colanzi

literario colombiano un panel en el que no hay mujeres, en pleno


siglo XXI?
Semanas antes de ese incidente, la escritora peruana Ga-
briela Wiener había rechazado participar de la mesa “Tenden-
cias contemporáneas de la literatura peruana” que se realizó en
Casa América en Madrid, organizada por la embajada de su país,
porque no aceptaron incluir a otra mujer en un panel en el que
había ya cuatro escritores varones. Wiener pidió a sus colegas
—para colmo amigos suyos— que no participaran de la mesa en
solidaridad, pero solo uno de ellos accedió, y el evento se man-
tuvo con la presencia de los otros escritores. Poco antes, Wiener
había estado en el stand de Perú de la feria del libro de Bogo-
tá y allí se encontró con las gigantografías de los autores —del
Inca Garcilaso a Santiago Roncagliolo— que representaban a la
literatura peruana: “De repente lo supe. No había una sola foto
de Blanca Varela. Ni de Carmen Ollé. Ni de Clorinda Matto de
Turner. Ni mucho menos de Pilar Dughi o Giovanna Pollarolo,
Laura Riesco, Magdalena Chocano [...] Ni una sola escritora es-
taba retratada en esa panorámica de nuestra literatura. No solo
era incompleta, parcial, era injusta y discriminadora”.
Recuerdo con bochorno las veces que me preguntaron so-
bre mis lecturas favoritas y di una amplia lista de escritores en la
que casi no figuraba ninguna mujer. Yo también fui educada en
“esa pedagogía muy extensa que excluye a la mujer” a la que se
refirió la escritora chilena Diamela Eltit en una entrevista. Eltit
habla de la necesidad de “nombrar a las antiguas”, porque si no
lo hacemos estamos “des-nombrándonos” a nosotras mismas,
perpetuando un sistema de exclusión que nos afecta a todas. Me
reconozco en este des-nombramiento, porque me tomó mucho
tiempo percatarme de este sistema de exclusión y empezar a bus-
car a esas mujeres que escribieron y que fueron invisibilizadas
por el hecho de ser mujeres.
98
Escribir la rabia

En una época me creía afortunada por ser una de las po-


cas escritoras tomadas en cuenta en Bolivia. Ya no considero un
privilegio ser aquella a la que dejaron entrar a un club predomi-
nantemente masculino, porque mientras esa dinámica siga ope-
rando la palabra de una mujer seguirá valiendo menos que la de
un hombre y se seguirá naturalizando la invisibilización de las
mujeres en la esfera pública. Necesitamos las voces de las escrito-
ras, las académicas, las pensadoras, las activistas. Es imperativo
hacer un esfuerzo genuino por incorporarlas a la discusión pú-
blica. Por eso pregunto: ¿dónde están las columnistas?

Los jueves de “frater”

Hace muchos años, un periodista me preguntó en una entre-


vista si el machismo me afectaba y respondí sin inmutarme que
no, que las mujeres teníamos las mismas oportunidades que los
hombres. Al fin y al cabo, en ese momento yo era la primera mu-
jer en mi familia que se había graduado de una carrera, y me
había creído la historia de que la sociedad se rige bajo el princi-
pio de la meritocracia: lo único que se premia es el talento y el
trabajo duro, sin importar de quién venga.
Quería probarme que podía conseguir lo mismo que cual-
quier hombre, sin ayuda, porque en esa época las mujeres ne-
cesitábamos demostrarles a los hombres que nadie nos estaba
regalando nada, aunque en realidad era una reacción culposa
por ocupar lugares que antes les pertenecían únicamente a ellos.
Años atrás había visto a mis compañeras embarazadas obligadas
a abandonar el colegio católico (un colegio en el que no nos da-
ban educación sexual), y más tarde vi a muchas amigas renunciar
a sus carreras para dedicarse a la maternidad. Yo quería una ca-
rrera, el espacio de lo público. No me identificaba con ningún rol

99
Liliana Colanzi

femenino tradicional: no me interesaba el sacrificio de la madre


ni la sumisión de la esposa ni el silencio de la mujer que cuida
de los demás. Y como me era imposible desear ese espacio do-
méstico y subalterno, desprecié lo femenino, me identifiqué con
los valores masculinos y quise que los hombres me vieran como
un hombre más. Aceptar mi condición de mujer era asumir mi
inherente vulnerabilidad y el desbalance de poder entre hombres
y mujeres, y eso me colocaba en una situación de impotencia ante
una estructura que yo no podía cambiar. Entonces quise ser una
de los chicos.
Los hombres están socializados para unirse entre sí y para
crear desde temprano redes efectivas de poder y de solidaridad.
No pasa lo mismo con las mujeres, a quienes nos socializan para
competir entre nosotras por la atención y la aprobación mascu-
linas. Muchas veces fui la única mujer en los círculos de chicos
y me sentí halagada de que me aceptaran en el clan. Y por eso
no les contaba de las veces que había sido manoseada al pasar
por desconocidos en lugares públicos, ni del miedo que sentía de
ser violada al volver sola a mi casa por la noche, después de estar
con ellos. Me tocaba lidiar a solas con esas circunstancias para no
abrumar a los amigos con problemas de mujeres. Poco después de
graduarnos del colegio crearon una fraternidad para verse todos
los jueves y me dijeron que las amigas no estaban aceptadas por-
que podía generar en el futuro celos con las novias. Las novias,
por supuesto, tampoco estaban aceptadas. Entendí que el espacio
de la fraternidad era un lugar de reafirmación y celebración de lo
masculino. Una institución incuestionable en la que se van afian-
zando los vínculos del patrimonio a través de la amistad entre los
hombres, un circuito del que están excluidas las mujeres.
El patriarcado siempre busca formas de actualizarse. En
Santa Cruz, en la generación de mis padres el viernes de soltero

100
Escribir la rabia

fue un derecho inalienable de los hombres: el día a la semana


en que se desentendían de toda obligación familiar y de pareja
para darse el gusto de salir a divertirse sin ninguna restricción o
consecuencia. Décadas después, el viernes de soltero se revistió
de una bien ganada reputación de costumbre cavernícola y fue
reemplazado por el jueves de “frater”, que viene a ser lo mismo
pero realizado un día antes y con una denominación más res-
petable (aunque no es nada infrecuente que los hombres se be-
neficien de los dos). La “frater” es una cita sagrada e ineludible
que reafirma el pacto masculino y su derecho a un espacio para
hablar y hacer “cosas de hombres”, y en la que una mujer no tie-
ne acceso si no es, ocasionalmente, en calidad de esposa. Es tan
impostergable el llamado de la “frater” que las mujeres saben que
no pueden planear ninguna actividad con los varones los jueves
por la noche. Después de todo, con quien se miden muchos hom-
bres, su objeto de deseo, no es una mujer sino otro hombre: entre
ellos se admiran, entre ellos compiten, entre ellos encuentran a
sus verdaderos interlocutores.
Las mujeres también tienen sus reuniones: el miércoles de
“pasanaku”, que nació como un sistema de ahorro femenino en el
que cada una de las asistentes aporta cada mes una suma de dine-
ro. Pero hay diferencias entre el jueves de “frater” y el miércoles
de “pasanaku”: mientras las reuniones de la “frater” se llevan a
cabo una vez a la semana en una sede que es propiedad conjun-
ta de los participantes, y a la que no tiene acceso nadie más, la
reunión del pasanaku se realiza una vez al mes en los hogares
de las mujeres, a la vista de los hijos, y generalmente estas citas
acaban más temprano. La institución de la “frater” hace hincapié
en que la vida social del hombre está desligada de su rol familiar,
y en que el tiempo de esparcimiento lejos de las mujeres es una
prerrogativa suya; él no necesita siquiera negociar estas salidas.

101
Liliana Colanzi

Los jueves de “frater” son la manera explícita en que se arti-


cula socialmente el capital en Santa Cruz, el motor económico de
Bolivia, en medio de una estructura patriarcal. No es casualidad
tampoco que la costumbre del jueves de “frater” esté sobre todo
arraigada en Santa Cruz, la ciudad donde hay más concursos
de belleza y representación sexista del cuerpo de la mujer. Pre-
gúntenle a un empresario con quiénes se reúne los jueves por la
noche y sabrán de sus negocios. Las fraternidades son parientes
de las comparsas, las logias y otras agrupaciones exclusivamente
masculinas que a su vez controlan las instituciones privadas y
públicas más poderosas. Bastiones del conservadurismo como el
Comité Pro Santa Cruz, la institución que defiende los intereses
de la elite dominante, han sido históricamente instituciones que
han vetado el acceso a la mujer. Las asociaciones de mujeres es-
tán tan supeditadas a los intereses patriarcales que los grupos de
mujeres se conforman a partir del hecho de que sus asociadas
sean esposas de los fraternos; grupos como el Comité Cívico Fe-
menino, la contraparte femenina del Comité Pro Santa Cruz, se
dedican a manifestarse contra la comunidad LGBTI y contra los
derechos de la mujer a decidir sobre su cuerpo, y perpetúan el
papel sumiso de la mujer que solo sale a la calle en defensa de los
intereses del Padre (sea este la Iglesia, el capital, el Estado, la elite,
el empresariado, el marido o el mismo padre).
Tardé años en asumir las múltiples maneras en que el ma-
chismo me afecta a mí y a millones de mujeres. Este descubri-
miento es doloroso, pues implica reconocer el lugar subordinado
de la mujer en la estructura social; reconocer este estado de cosas
provoca bronca, pero el costo de ignorar la realidad es mucho
más devastador, porque significa ser cómplice de la reproduc-
ción de un sistema. El momento en que una mujer se da cuenta
de que vive en una sociedad patriarcal y se plantea, desde el lugar

102
Escribir la rabia

que le toque, dejar de ser funcional a ese sistema, es el momento


en que nace como feminista. Un paso en esa dirección es dejar
de identificarse con los valores del amo, esto es, dejar de desear
ser uno de los chicos, y también renunciar a complacer al Padre
(lo repito: sea este la Iglesia, el capital, el Estado, la elite, el em-
presariado, el marido o el padre). No es querer que haya un día a
la semana dedicado exclusivamente a las reuniones de mujeres,
ni que exista una presidenta en una institución patriarcal, homo-
fóbica y racista como el Comité Pro Santa Cruz, ni que acepten
mujeres en grupos de poder elitista como las logias, sino cuestio-
nar los mismos principios sobre los que se sustentan esas insti-
tuciones para imaginar alternativas más justas, menos opresoras.
Y construir formas de organización y redes de solidaridad que
desmientan una de las tantas patrañas del patriarcado: que no
existe la amistad entre mujeres.

Mujeres y poder

A Lidia Gueiler Tejada, la segunda mujer presidente en Latinoa-


mérica, le tocó gobernar entre dos golpes de estado durante uno
de los periodos más convulsos y sangrientos de Bolivia, rodea-
da de militares que la amenazaban. Entre los ataques que sufrió
esta mujer que llevaba ya tres décadas en la política está la sor-
prendente —además de falsa— acusación de que gastaba mucho
tiempo en la peluquería y que usaba pestañas postizas. “Un hom-
bre no tiene este problema”, dijo ella en una entrevista.
Pienso en Lidia Gueiler mientras leo Mujeres y poder, el
ensayo de Mary Beard, feminista e historiadora británica espe-
cializada en el mundo grecorromano, que analiza las formas en
que se ha neutralizado la voz pública de las mujeres desde la An-
tigüedad hasta el presente. Y la misma Beard tiene mucho qué

103
Liliana Colanzi

compartir sobre su propia experiencia: su presencia en la prensa


y en Twitter le garantiza los insultos de muchos hombres furi-
bundos que quieren silenciarla a través de amenazas de violación
y decapitación, o de injurias como “Cállate, puta”. “No importa
mucho qué camino sigas como mujer: si te atreves a meterte en
un territorio tradicionalmente masculino, el maltrato llega de to-
das formas. No es lo que dices lo que lo provoca, es simplemente
el hecho de que lo estés diciendo […]. En su manera cruda y
agresiva, se trata de mantener a la mujer alejada o de expulsarla
de la discusión masculina”, afirma.
Hay ejemplos de un hombre que manda a callar a una mujer
incluso en un texto escrito hace 3.000 años como La Odisea. En
La Odisea, el joven Telémaco se molesta porque su madre, Pe-
nélope, abandona su habitación y se presenta en el gran salón del
palacio para pedir, delante de todo el mundo, que el bardo cante
algo más alegre. Telémaco la envía de regreso a su habitación,
advirtiéndole que “la palabra es cosa de hombres, y mía antes que
nada, porque mío es el poder de esta casa”. Aquel es el momen-
to en que Telémaco se hace hombre, y este hacerse hombre está
conectado con su capacidad para cerrarle el pico a su propia ma-
dre. “Es una buena demostración de que allí donde comienza la
cultura occidental, la voz de las mujeres es ignorada en la esfera
pública”, dice Beard.
A las mujeres que han intentado integrarse a la discusión
pública, el sistema patriarcal les ha devuelto el eco de su voz in-
fantilizada, ridiculizada e incluso animalizada. Beard cita un en-
sayo de Henry James en el que el escritor argumenta que, bajo la
influencia de las mujeres americanas, el lenguaje corría el peligro
de convertirse en “un generalizado balbuceo o revoltijo, un ba-
beo sin lengua o un gruñido o un quejido” que sonaría como “el
mugido de la vaca, el rebuzno del asno y el ladrido del perro”.

104
Escribir la rabia

Para Beard, la manera en que se describe hoy en día la voz públi-


ca de las mujeres no es muy diferente: ellas son percibidas como
estridentes y quejosas (y yo me atrevo a añadir otro adjetivo muy
común por estos lados: “histéricas”).
A las mujeres se les permite hablar para abogar por su fami-
lia o por otras mujeres. Pero no pueden hablar por los hombres
o por la comunidad entera. Y cuando lo hacen, se convierten en
sospechosas de haber tomado un poder de forma ilegítima. Aquí
Beard se refiere a mujeres poderosas como Angela Merkel, The-
resa May o Hillary Clinton, que son representadas habitualmente
como maléficas medusas que lucen melenas hechas de serpien-
tes. No olvidemos que quien le corta la cabeza a Medusa es un
varón: el libro de Beard incluye una imagen que circuló en 2016
de una estatua de un Trump-Perseo triunfante sosteniendo la ca-
beza cercenada de una Hillary-Medusa.
Mientras más sube una mujer en la escalera del poder, se
enfrenta a un grado cada vez mayor de violencia por parte de un
sistema que la ve como usurpadora y espera constantemente que
se equivoque para señalarla y aplaudir su caída (se ha discutido
mucho el papel que jugó el machismo en el proceso de destitu-
ción de Dilma Rousseff; a Cristina Kirchner sus detractores la
llamaban “la yegua” y la juzgaban por su forma de vestir, y Mi-
chelle Bachelet se enfrentó a acusaciones de que era débil y toma-
ba medicamentos). Y la manera que tienen las mujeres poderosas
de enfrentar la misoginia es adoptar las reglas del juego mascu-
lino, convirtiéndose ellas mismas en hombres: basta pensar en el
“look” severo y desexualizado de Merkel, Hillary Clinton o Ba-
chelet. “Para ponerlo de otro modo, no tenemos ningún modelo
de cómo se ve una mujer poderosa, excepto que se ve como un
hombre”, sostiene Beard. Esto me hace pensar en una declaración
de Lidia Gueiler en 1980: “En mi vida política siempre he actua-

105
Liliana Colanzi

do como un hombre”, y en aquello que pone en evidencia esta


frase: que ser mujer es estar intrínsecamente separada del poder,
y que para ejercerlo hay que convertirse en hombre. No por nada
no ha vuelto a existir otra presidenta en Bolivia en casi 40 años,
y ninguna mujer se perfila como candidata para las elecciones
presidenciales de 2019.
Una de las sugerencias más interesantes de Mary Beard está
relacionada con la forma en que las mujeres en la política tie-
nen la posibilidad de transformar la noción de poder. No se trata
solamente de ejercerlo de acuerdo con parámetros masculinos,
sino de convertirlo en una estructura que no esté basada en el
prestigio personal, en el carisma individual o incluso en la cele-
bridad, conceptos muchas veces asociados al carácter masculi-
no; en otras palabras, de cuestionar los valores se asocian con el
liderazgo: “No es tan fácil situar a una mujer en una estructura
creada de antemano para los hombres; tienes que cambiar esa
estructura. Esto significa pensar en el poder de manera diferente.
Esto significa separarlo del prestigio público. Esto significa pen-
sar colaborativamente, acerca del poder de los seguidores y no
solo de los líderes”.

La rabia de las mujeres

Han pasado más de 130 años desde que Adela Zamudio escribió
“Nacer hombre”, y la rabia de sus versos sigue resultando elec-
trizante: “Una mujer superior/ en elecciones no vota/ y vota el
pillo peor./ (Permitidme que me asombre)./ Con tal que aprenda
a firmar/ puede votar un idiota/ porque es hombre”.

Hoy recordamos a Zamudio como una especie de tía bené-


vola que luchó por los derechos de las mujeres a votar, a recibir

106
Escribir la rabia

educación y a conseguir el divorcio. Sin embargo, si viviera en


nuestros tiempos con toda seguridad sería tachada de feminazi,
resentida y radical: Zamudio se negó a enseñar religión en el li-
ceo de señoritas que dirigía en Cochabamba y tuvo una célebre
pelea en los periódicos con Fray Francisco Pierini, el cura al que
apoyaban las mujeres encopetadas de la época. La potencia de
su poema “Nacer hombre” sin duda emana de la rabia que sentía
por el trato injusto hacia las mujeres en la sociedad boliviana.
La rabia de las mujeres puede ser una extraordinaria fuerza
revolucionaria; por eso mismo tiende a ser suprimida y silencia-
da a través de la cultura, que la entiende como desagradable, an-
tinatural y monstruosa. La feminista afroamericana Audre Lorde
fue una de las primeras en abordar este potencial en su extraordi-
nario ensayo de 1981 “Los usos de la ira: las mujeres responden
al racismo”, en el que habla del racismo, el sexismo y la homofo-
bia como los soportes de la sociedad norteamericana, y de la ira
como una herramienta de transformación: “Toda mujer posee
un nutrido arsenal de ira potencialmente útil en la lucha contra
la opresión, personal e institucional, que está en la raíz de esa ira.
Bien canalizada, la ira puede convertirse en una poderosa fuente
de energía al servicio del progreso y del cambio. Y cuando hablo
de cambio … [m]e refiero a la modificación profunda y radical
de los supuestos en que se basa nuestra vida”.
En Buenas y enojadas. El poder revolucionario de la rabia de
las mujeres, Rebecca Traister reivindica la ira femenina como el
motor de varias revoluciones que han transformado la cara de los
Estados Unidos: en las huelgas de las obreras textiles que consi-
guieron cambiar las condiciones de trabajo en las fábricas en el
siglo XIX, en la negativa de la activista negra Rosa Parks a sen-
tarse en la parte trasera del autobús —hecho que inspiró la lucha
por los derechos civiles de los negros—, y en la batalla de Susan

107
Liliana Colanzi

B. Anthony y Elizabeth Cady Stanton por conseguir el sufragio


femenino, la ira ha sido un factor fundamental de progreso y de
cambio. Un día estas mujeres decidieron que no podían seguir
soportando la situación de desigualdad en que vivían, y enfure-
cieron. Y entonces empezaron a organizarse y a actuar.
Traister señala que la misma rabia que en los hombres se
ve como justificada y patriótica, en las mujeres es condenada
como exagerada, ridícula o falsa, y pone como ejemplo las elec-
ciones presidenciales de 2016, en las que el discurso agresivo de
Donald Trump no hizo más que ganarle adeptos, mientras que
Hillary Clinton era percibida como gritona y amargada (Clinton
llegó a tomar clases de modulación de la voz para no sonar “eno-
jada”). En Bolivia, María Galindo recibe todo tipo de insultos y
llamados a la compostura por ser una mujer capaz de increpar
al Estado de frente y con furia; sin embargo, la misma actitud
rabiosa fue aplaudida como justa y necesaria en el político cru-
ceño Rubén Costas durante las protestas contra el centralismo,
cuando gritaba “¡Autonomía, carajo!”, y la gente celebra cuando
el alcalde Percy Fernández agrede verbalmente a mujeres perio-
distas o gremiales.
No estamos acostumbrados a reconocer la ira de las muje-
res porque la sociedad pone mucho empeño en contenerla, pero
cuando se manifiesta tiene un gran potencial desestabilizador.
Traister recuerda por ejemplo a Flo Kennedy, la abogada y ac-
tivista negra que en 1969 organizó la protesta feminista contra
la prohibición del aborto en Nueva York —anulada en 1970—;
Kennedy era descrita por la prensa como “la boca más grande,
ruidosa e indisputablemente insolente” entre las feministas, ca-
paz de desatar la furia e inspirar a los demás a la acción. “De-
bemos reconocer […] que la rabia es a menudo una expresión
exuberante”, dice Traister. “Es la fuerza que inyecta energía, in-

108
Escribir la rabia

tensidad y urgencia en batallas que deben ser intensas y urgentes


si quieren ser ganadas. De manera más amplia, debemos llegar
a identificar nuestra propia rabia como válida y racional, y no
como se nos dice que es: fea, histérica, marginal, risible”.
Algunos de los movimientos que analiza Buenas y enojadas
son Black Lives Matter, que hace campaña contra la violencia
policial hacia la comunidad negra en Estados Unidos, y #MeToo,
ambos creados por mujeres afroamericanas; de hecho, Traister
señala que el activismo de las mujeres de color ha transformado
políticamente a los Estados Unidos. Para Traister, el #MeToo,
que cambió las nociones culturales sobre acoso sexual, y que
fue en parte una respuesta a la elección de un misógino como
Trump, ha sido revolucionario porque logró suspender durante
un tiempo la posición de privilegio e impunidad de los hombres
que abusaron de su poder con las mujeres en el campo laboral.
Varios hombres llamaron al #MeToo una “cacería de brujas” en
un intento por neutralizar el movimiento, cuando en realidad
casi ninguno de los acusados ha ido siquiera a la cárcel. “Fue
una instancia en la que algunos hombres perdieron sus empleos
o vieron dañada su reputación, y aparentemente eso se sintió
para muchos hombres como si los estuvieran masacrando. El
lenguaje hiperbólico [usado por ellos] ofreció pistas acerca de
cuán instintivamente los hombres entendieron el potencial re-
volucionario de la rabia de las mujeres, y ayudó a comprender
lo que los ha llevado a trabajar para suprimirla a través de va-
rias estrategias a lo largo de muchos años. Porque en apariencia,
cuando las mujeres alzaron la voz con ira —o incluso con críti-
ca— por el comportamiento de estos hombres, ellos quedaron
aterrorizados”.
Así como la rabia y la protesta sirven para visibilizar la si-
tuación de desigualdad de las mujeres, a Traister no se le escapa

109
Liliana Colanzi

que la raza y la clase social son fundamentales para mapear a


qué mujeres se les presta atención: el #MeToo fue creado sobre
todo para que mujeres afroamericanas pudieran contar sus ex-
periencias de acoso, pero fueron las historias de las actrices de
Hollywood (por lo general blancas) las que acapararon la aten-
ción de los medios. Traister también examina la dinámica por la
que muchas mujeres blancas deciden apoyar a líderes machistas
y abusivos (entre ellas las votantes de Trump): estas mujeres se
benefician por su cercanía con el centro del poder —el hombre
blanco— y obtienen privilegios que no están al alcance de muje-
res que no son blancas.
Buenas y enojadas llega en un momento político especial-
mente fértil para la furia de las mujeres: en Estados Unidos, el
senado confirmó al juez Brett Kavanaugh en la Corte Suprema
a pesar de una denuncia por intento de violación; en Argentina,
el movimiento #NiUnaMenos consiguió movilizar 150.000 per-
sonas exigiendo al estado aborto legal, seguro y gratuito, a pesar
de lo cual la ley no fue aprobada; Jair Bolsonaro, el político de
ultraderecha que considera que las mujeres no deberían ganar lo
mismo que los hombres, es el nuevo presidente de Brasil, ante las
protestas de más de un millón y medio de mujeres que usaron
el hashtag #EleNão y de miles que salieron a manifestarse contra
su candidatura. Buenas y enojadas propone a las mujeres dejar
de rechazar su ira y convertirla en una fuente de acción política
para luchar contra la opresión. ¿Qué puede pasar si las mujeres
se salen de control? “Ahí es cuando cambiamos el mundo”, dice
Traister.

*Versiones de estos textos fueron publicadas originalmente como columnas en


el diario El Deber entre 2017 y 2018.

110
Memoria inflamable
Lucía Carvalho

111
Lucía Carvalho (Santa Cruz de la Sierra, 1993)
Violinista, millennial y escritora en proceso. El 2017 publicó su primer poema-
rio, Fiesta Equivocada. Desde el 2018 colabora en Liberoamérica, plataforma li-
teraria. El 2018 fue residente de la poesía en el marco del Festival Internacional
de Poesía de Rosario, Argentina. Sus poemas están en la antología Autor Libro
Nro. 6 de la editorial española Hago Cosas y también en la edición española de
Liberoamericanas +100 poetas contemporáneas.

112
Memoria inflamable

Sumerjo este vestido en el río detrás de mi casa. Hundo mis ma-


nos en el agua fría, estrujo esta tela contra las rocas, los bichos
del agua se pegan a mi piel arrugada por tanta humedad. El agua
del río cambia de temperatura en mis manos, mientras más frie-
go, más tibia se hace y refriego, exprimo, sacudo estas ropas que
no son mías. Las dejo flotar mientras acaricio mis manos, una
con la otra. Extiendo el vestido, la blusa, la falda sobre el pasto,
hago una montaña muy pequeña y me acuesto apoyando mi es-
palda sobre la ropa.
Miro arriba, me pregunto qué hay de nuevo bajo este cielo,
quizás los astros ya habían escrito esta historia circular que solo
cambia de protagonista, otro nombre, mismo apellido, otra cara,
misma nariz, otras nalgas, mismos dedos de los pies, otra esta-
tura, mismo aliento, mismo sexo y aquí es donde me detengo a
pensar en mi sexo, este aparato reproductivo que no es solo un
aparato, es mi contexto. Pienso que podría pasar horas y ho-
ras estrujando mis manos contra las rocas del río y tener la piel
arrugada siempre, y no darme cuenta de que estoy vieja. Esta
ropa, de tanto lavarla y cuidarla, ya es mía. No la encontré, la
heredé, la saqué hace muchos días de una cacha oscura que es-
taba desdeñada en el cuarto de mi madre. Creo que la tengo que
usar. Faldas, blusas, vestidos, faldas, blusas, telas, pañuelos que
usaron mi abuela y su mamá y la mamá de su mamá y mi mamá,
mamá. Estas piezas separadas, rotas, descosidas y arrugadas,
vuelven a tener sentido cuando me las pruebo y me miro en el
espejo, estoy esperando el sermón de mi abuela, párate derecha,
mentón hacia arriba pero no tanto, piernas cruzadas, busca un

113
Lucía Carvalho

novio con pelo corto y barba. Me miro en el espejo y estas ropas


se quedan conmigo, como este nombre y este sexo.
Abro la puerta de esta casa y paseo, saludo, conozco gente,
paseo acompañada de esta herencia que cargo en mi piel, esta
ropa. Aprendo, descubro, huelo, saboreo, me empiezan a gustar y
disgustar cosas, personas, momentos y los atesoro entre los bol-
sillos de mi ropa.
Me miro en el reflejo de las vitrinas de la ciudad y este ves-
tido que llevo puesto se adapta a mi cuerpo, yo no sé si es la tela
que se adapta a mi cuerpo o es mi cuerpo que toma la forma
del vestido. Yo sigo saliendo de mi casa, cada que puedo, cada
que hay suficiente luz porque de noche da miedo y esta ropa no
me protege. Quisiera que esta blusa fuera a prueba de miradas
y esta falda a prueba de balas, pero son antiguas, casi delicadas.
En la misma cacha donde estaban estas ropas, encontré fotos de
mis madres usándolas y las pude ver a todas ellas. Carmen, así se
llamó quien usaba esta blusa blanca de puntos negros, costurada
por ella misma y que trató de vender pero no pudo, así que de-
cidió usarla para que todos vieran lo hermosa que era. Carmen
se llamó quien usaba esta falda azul marino, su color favorito
desde que conoció el mar cuando pudo salir del país y volver
para trabajar en una guerra que ella no entendía pero que para
todos tenía sentido. Carmen se llama quien vistió estos zapatos
cuando huyó de una vida que no era suya, corrió desde la sel-
va hasta la ciudad para ser maestra. Carmen se llama quien usó
esta cartera mientras protegía a sus hijos de bestias uniformadas,
rugió dispuesta a desgarrar a quien fuera necesario para estar a
salvo. Carmen se llama quien llevó este cinturón negro de cuero
falso a su primera entrevista de trabajo, construyendo su propio
lugar en un edificio lleno de muebles viejos. Pero estas ropas no
las protegieron y a mí tampoco, hija con cuidado, hija, me decían

114
Memoria inflamable

todas a través de cada prenda. A través de ellas yo aprendí a no


confiar en los hombres que te toman por el brazo sin preguntar-
te. Aprendí que para algunas personas es muy sencillo invadir
tu cuerpo, hablar de él, tocarlo, mutilarlo, porque puede ser que
estemos aquí para complacer a otros cuerpos menos al nuestro.
Aprendí que a veces tus sueños se confunden con los de otras y
que por eso siempre es bueno volver a esta casa. Ellas me conta-
ron cómo las asustaron y esos espantos se quedaron en nuestra
sangre.
Suelto algunas prendas ya muy delicadas, un vestido y dos
faldas. Cada día suelto algunas de sus fotos y blusas que no dejan
que me mueva.
Comienzo a salir de noche a divertirme, empiezo a conocer
el placer, como cuando sumergía los pies calientes y cansados en
el agua fría y fugaz. Empiezan a gustarme más la noche, las fies-
tas, la gente, la música, esta música primitiva, mensajes de texto y
música primitiva, movimientos de apareamiento. Quiero bailar,
solo mover este cuerpo es, para mí, libertad.
En la tele veo mensajes de libertad, me dicen que debo sen-
tirme empoderada, esa palabra se repite mucho en las pantallas
de mi vida y veo imágenes de colores brillantes, chicas diverti-
das que viajan solas, salen solas, usan pantalones blancos cuan-
do menstrúan porque están empoderadas, otra vez esa palabra
que no entiendo pero igual uso en mis publicaciones de internet.
¿Soy como esas chicas divertidas? Quiero salir sola, viajar sola,
caminar sola, pero en las mismas pantallas veo a mis amigas cas-
tigadas por hacerlo, por atreverse a salir solas, no vuelven a sus
casas.
Las ropas que no solté ahora están bien pegadas a mi piel.
Converso con amigas, nos juntamos a hablar y escuchar cosas
que nos pasan, tan distintas, tan iguales, ellas vienen de otras

115
Lucía Carvalho

madres y esas madres, a su vez, de otras, pero nuestros recuer-


dos son los mismos, estamos conectadas por conversaciones pa-
sadas con mujeres que ni siquiera conocemos en lugares que ya
ni siquiera existen y mientras esta conversación avanza, yo em-
piezo a reconocer un ardor en mi pecho, que sube por mi gar-
ganta, calienta mi lengua y aunque a veces este ardor se apaga,
vivo en constante fiebre, infección congénita. Algunas amistades
se alejan porque no soportan este calor que desprende mi cuer-
po. El ardor se intensifica cuando descubro mis propios errores,
esos que yo prometí no cometer porque mis madres me habían
advertido, el amor puede ser oscuro, el cariño puede ser control,
los abrazos y canciones pueden ser una capa mágica que cubre
la violencia. Un amor violento me fulminó. El vestido celeste
que usó Carmen cuando su marido soltó toda su ira sobre su
cara, no me salvó de que la ira de un hombre recaiga de nuevo,
de nuevo, de nuevo en mí. Quisiera ser como Carmen, que visitó
estos zapatos negros que me llevan por lugares de riesgo, que me
llevan a explorar las selvas modernas, como lo hizo ella cuando
corrió de la selva a la ciudad, cambiando árboles enormes por
montañas infinitas, la humedad de los insectos por el frío hostil
y acogedor del altiplano, frío que te abraza y golpea. Allí se cam-
bió de nombre, esta vez sin ninguna preposición posesiva, se
convirtió en maestra, se enamoró de un militar, aprendió a jugar
loba, aprendió a buscar nuevas rutas a pesar de ver las calles to-
das iguales. Tengo estos zapatos y escucho, ella quiere bailar, ella
quiere gozar, ella soy yo. Tengo sus zapatos pero también tengo
sus espantos corriendo por la sangre.
Quisiera ser como esas chicas de las pantallas, empodera-
das, como mis madres en sus retratos de dos colores, pero el río
del que vine cambió de corriente, mi camino es seguir la lava
imaginaria que sale de la puerta trasera de mi casa.

116
Memoria inflamable

Todos los días, este ardor se hace más intenso, hay días que
no puedo abrir la boca porque si lo hago sale fuego y quemo todo,
tremenda acidez, no hay digestivo que la solucione. Yo observo
el río mientras bebo de él, trato de estar hidratada pero no basta
porque siempre tengo sed y los bichos del agua ya no se acercan
a mi piel.
Mis dedos tratan de comunicar esto que siento pero solo
escriben poemas de amor. Mis ojos ya no tienen el enfoque de
antes pero uso gafas con marco de plástico transparente y siento
que no podría renunciar jamás a esta nueva claridad. Me quedo
en la calle, donde no debería estar, buscando el peligro, dibujan-
do mensajes en paredes hasta que me persigan.
Vuelvo a casa, me quito esta ropa pero no me puedo quitar
esta piel, este nombre, este sexo, este sexo. En mi habitación veo
a una nueva Carmen, no la reconozco, no me acuerdo de ella,
es nueva pero no joven. Carmen, mi sexo no es el mismo que
el tuyo, naciste hombre, le dije. También soy Carmen, dijo, y mi
madre, las otras madres, la recibieron con amor cuando se colo-
có la ropa que quedaba en la cacha. Carmen toma nota de todo
lo que debería cambiar, la nariz, el mentón tan masculino, esos
hombros, esos brazos masculinos. No te pintes de rojo puta las
uñas, no tan largas, las uñas. Carmen, en esta casa te van a revisar
cada rastro hasta que seas la mujer que ellas esperan. Carmen,
esta ropa no te va a proteger. Ella busca nuevas formas de usar la
ropa, nuevas formas de protegerse. Quiero quedarme con ella y
caminar, ver nuestros reflejos en las vitrinas de las tiendas pero
tiene que irse, este pueblo, esta casa es muy pequeña para ella,
ella soy yo. Para ella ser Carmen no es solo biología, yo escucho
los sonidos de su origen mujer y aprendo que aunque su contexto
es distinto al mío y al de nuestras madres, nuestra ropa y nombre
le quedan tan bien.

117
Lucía Carvalho

No soporto el ardor, no hay agua que calme mi carne in-


flamada. Busco el río afuera de mi casa, busco agua, frío, calma,
solo encuentro fuego y me duermo en esta fogata.
Todo es negro. Todo es rojo. Me elevo junto a mis madres,
tomadas de las manos. Sin nuestras ropas, solo esta rabia antigua
que quema desde adentro, desde la parte sin carne, la memoria.
Esta ropa, este nombre, esta piel, es nuestra rabia que quiere ex-
pandirse y desbordar la tierra plana. No podría existir sin esta
carga, con otro nombre, otra piel, otro sexo. Podría apagar el ar-
dor con cremas orgánicas cruelty free. Podría dejar de escribir
poemas y dejarles a los que saben de fondo y forma. Podría soltar
esta ropa, tirarla a un pozo y dejar que se apague.
Despierto acostada sobre la pequeña montaña de ropa hú-
meda que construí, me levanto, vuelvo a la casa, me lavo la cara y
me veo en el espejo y veo a mis madres, mis amigas, desconoci-
das de las pantallas y juntas somos hermosas. En mi cuarto, tomo
todos los materiales que tengo y transformo estas ropas en arma-
duras que cubran mi rabia antigua. En las pantallas de los dis-
positivos móviles está otra batalla, muchas veces más cruel que
la de a pie y tengo miedo a la inmensidad del internet, terrible
y fascinante. En esta batalla tan real como virtual, la ropa vieja
no me protege pero la rabia antigua sí. En esta virtual intimidad
costuro ropa nueva ciberpunk para incendiarla con estilo. Por-
que este cuerpo de carne y sustancia que es mi piel, es mi sexo, es
mi memoria, es tan solo un botón de una herencia más antigua.
Ahora entiendo que nunca voy a calmar mi sed, no se puede apa-
gar una memoria inflamable.

118
Corporalidades maricas, una
trascendencia feminista
Christian Daniel Egüez

119
Christian Daniel Egüez (1995)
Activista de la disidencia sexual, nací en Santa Cruz de la Sierra y actualmente
llevo adelante una propuesta de activismo llamada Marica y Marginal. Un pro-
yecto de vida con el que intento impulsar acciones de provocación social desde
la intervención callejera, las artes travestis, la escritura y la comunicación disi-
dente. Integrante de la colectiva transfeminista La Pesada Subversiva.

120
Corporalidades maricas, una trascendencia feminista

Escrituras permanentes para un conjunto de sensibilidades con-


temporáneas y sexuales, extraviadas en una fauna heterosexual,
violenta y patriarcal. Dinámicas para detonar cuerpos despojados
de paraíso y arrojarlos a la lucha, tejiendo circuitos por fuera de
la legalidad identitaria.

Me permito contar a grandes rasgos la historia de Katia Carmesí,


la primera persona trans dedicada a las artes visuales de nues-
tro país. Katia no es la mujer trans convencional, no percibe la
transgeneridad como el traspaso de un determinado sexo y un
género a otro contrario, en cambio, la percibe en la vacilación
de un conjunto múltiple de identidades. Katia comprende que la
radicalidad de ser trans está en la puesta en crisis de un aparato
cultural que busca definirla como mujer mediante mecanismos
médicos, hormonales y legislativos de normalización corporal e
identitaria.
En la primera etapa de adolescente, Katia era un chico, en
el colegio vestía uniforme de hombre, su cabello era corto y res-
pondía al nombre impuesto por la potestad familiar. Hasta ahí
nada parecía distinto ni raro y mucho menos extranjero a lo que
consideramos un “niño normal”, pero cuando nos toca hablar de
la parte neurálgica de su cuerpo en esa época, hace ya más de
diez años, podemos advertir que Katia era un niño con senos,
un nene con tetas, un chico con bubis. El bullying que recibía
era imperdonable, cruento para cualquiera. Sus compañeros de
clases lo sometían a castigos en que llegaban incluso a tocarle
o pincharle aquella parte de su anatomía que desobedecía a los

121
Christian Daniel Egüez

reglamentos del curso de biología. La situación desbordó la auto-


estima de Katia y la preocupación de su familia, y además afectó
la tranquilidad del establecimiento educativo.
Dos de las instituciones más disciplinarias de la historia
como son la familia patriarcal y el colegio como centro de dis-
ciplinamiento, decidieron que Katia fuera sometida a una in-
tervención-operación-mutilación quirúrgica. Sus senos fueron
extirpados, como si ese cuerpo con protuberancias mamarias
no mereciera un relato propio de existencia, encumbrado en las
mazmorras de lo insano y lo inapropiado. Su rareza era tan po-
tente que desestabilizaba los cimientos de la escuela, por eso la
corrigieron a ella y no a sus compañeros y compañeras que la
burlaban y maltrataban. Pero nadie tuvo en cuenta que, a pesar
de todo, Katia crecería consciente del despojo y el saqueo que
sufrió su cuerpo. Hoy es una artista con dimensiones creativas
inauditas para nuestro país, su talento no está colgado en la pa-
red de ninguna galería de arte, ni más o menos conocida, porque
seguramente, al igual que en el colegio o la escuela militar, los
muros serían incapaces de soportarla. Si bien ha accedido a la ley
de identidad de género vigente en nuestro país y a la automedi-
cación hormonal, lo hace sin definir rígidamente a lo que quiere
llegar, transmitir o transformar en su apariencia, su estética y su
imagen.
A eso le llamamos disidencia sexual, a esas formas de exis-
tencia que no entran en las definiciones sociales, identitarias y
culturales vigentes en nuestro cotidiano. Las disidentes sexuales
somos una narración imperfecta de una historia que aún no co-
mienza, y que no busca encajar en moldes, y nos reivindicamos
como diferentes porque la diferencia es la única democracia que
consideramos válida para poder habitar este mundo.

122
Corporalidades maricas, una trascendencia feminista

Muchas veces las activistas del sexo y la sexualidad, de los


feminismos y las reivindicaciones identitarias, y quienes venimos
produciendo y reproduciendo ideas y discursos de resistencia co-
lectiva, hemos planteado que el primer territorio de lucha y des-
obediencia es el entorno social más cercano, la familia. El desaca-
to al padre, al hermano, los primos, el suegro y toda figura que
represente a la autoridad y la disciplina masculina, suelen ser el
primer muro contra el que es inevitable estrellarse políticamente.
Sin embargo, aquellos individuos que viven por fuera de las nor-
mas de la identidad y los reglamentos del género, es decir, personas
no binarias, asexuales, travestis, andróginas, disidentes sexuales y
toda la amplitud que incluyen las nociones trans, a lo primero que
debemos enfrentarnos es a nuestros propios cuerpos, a sus dimen-
siones de existencia social, y por lo tanto a nosotros y nosotras
mismas.
Someternos a metodologías de amoldamiento heterosocial
puede resultar en vivencias tenazmente extenuantes. Las formas
de mirar el cuerpo que rigen esta humanidad reducida y limitada
en los binarismos biologicistas hombre-mujer y masculino-fe-
menino hacen que aquellos y aquellas que quedamos fuera de
ese sistema sigamos siendo vulnerables al maltrato, la exclusión y
la violencia. Por su estética normalizada y su función de producir
de vida para el sistema, el único cuerpo válido para este régimen
de violencia sigue siendo el cuerpo sano, blanco y heterosexual.
Cuántas veces me sentí perdida en la oferta y demanda de
la identidad, tratando de acudir a los más diversos espacios de
confraternización homosexual organizados principalmente por
agrupaciones gay-lésbicas, entre ONGs, discotecas de ambien-
te y la clandestinidad paupérrima de los internet pornográficos
del mercado Los Pozos, las cabinas de sexo a oscuras o las citas
sexuales en las que muchas anduvimos buscando a otro igual.

123
Christian Daniel Egüez

Tanto ha sido el recorrido que los pies quedan cansados. El ago-


tamiento y la frustración por no sentirse reconocida en ningún
momento te hacen buscar en los lugares de los que nadie te habla.
Caer en cuenta que la identidad no es más que un corral so-
cial y que lo que en realidad somos está en la deriva de lo desco-
nocido, me hizo pensar en que mi búsqueda por encajar era una
guerra perdida y que más bien debía preocuparme por inaugurar
un proceso de desidentificación crítica con los espacios en los
que me sentía desconocido/desconocida. No me cabía en la cabe-
za habitar lugares de gays en los que la masculinidad se convierte
en una especie de opio, de droga adormecedora a la que todos
intentan acceder de manera neurótica y desesperada; tampoco
podía concebir que los roles sexuales binarios y clasificatorios
del deseo no fueran más allá del típico pasivo y activo, y que esa
fuera la rutina sexual a la que debieran obedecer los orificios y
las protuberancias de mi cuerpo. Pero lo que verdaderamente
traspasó mi desencanto fue el grado de violencia machista y la
misoginia que me transmitían muchos de los gays a los que iba
conociendo. Muchachos que sin pensarlo dos veces realizaban
juicios de valor sobre otros gays, rechazándolos por el nivel de
afeminamiento en sus expresiones corporales, o teniendo actitu-
des de repulsión hacia las personas trans.
¿Por qué tantos años de activismo de las organizaciones
LGBTI no han podido tener un impacto de transformación en la
propia población a la que dicen representar? ¿Les compete cam-
biar la mentalidad cavernaria que todavía gobierna en la pobla-
ción homosexual? No lo sé. No tardé mucho en entrar en crisis
con este tipo de preguntas, me las vengo haciendo hace varios
años y todavía no encuentro las respuestas que necesito.
Es posible que la agenda LGBTI se haya convertido en una
mera mercancía de derechos que se compra y vende a la política

124
Corporalidades maricas, una trascendencia feminista

de inclusión del Estado, y que hayamos dejado de ser un movi-


miento transgresor y amenazante para las bases del sistema pa-
triarcal, violento y heterosexual. Y, sin embargo, renunciar a esa
agenda sería todavía peor.
Constituirme como marica y dejar atrás la nomenclatura
higienizada y normalizadora de lo gay fue el primer paso para
devolverle a mi existencia un sentido crítico con la heteronor-
ma. Seguramente a muchos hombres (sin necesidad de que sean
homosexuales) les han dicho maricón en algún momento de sus
vidas, y lo han hecho cuando se vieron infringiendo el manda-
to de la hombría que los construye como machos en la socie-
dad: cuando se niegan a realizar el servicio militar obligatorio,
cuando no acosan a las mujeres en la calle, cuando se niegan a
participar en deportes dominados por hombres como el fútbol,
cuando se muestran reacios al consumo de pornografía y de
prostitución, etc. Desde esa perspectiva, tomar lo marica como
una herramienta de desacato a la hombría y como una manera
de politización de una palabra que por mucho tiempo ha perma-
necido como un insulto tatuado en la piel, no deja de ser un acto
de revitalización de los nuevos lenguajes de lucha en el campo de
la afectividad y la sexualidad disidente.
Pero eso no es suficiente, las disidencias sexuales no pueden
solamente desidentificarse críticamente con el machismo y la he-
teronorma sin sentar las bases ideológicas que a futuro se con-
viertan en la fuente movilizadora de los sujetos políticos disiden-
tes. Y aquí aparece el feminismo como trinchera colectiva en la
que maricas, putos, travestis, trans y otras identidades más com-
plejas vamos a empezar a resistir colectivamente, acompañando
en militancia absoluta a los movimientos de mujeres. ¿Pero por
qué con los movimientos de mujeres? La respuesta es sencilla.
En Bolivia, como en otros países del mundo, estamos viendo que

125
Christian Daniel Egüez

una serie de coaliciones y movimientos conservadores de carác-


ter fascista y violento se van extendiendo en la política, y sus dis-
cursos toman los espacios de representación estatal, educativos,
religiosos, comunitarios, culturales y sociales. Se trata de una
renovación de los discursos de odio y patologización hacia las
personas lesbianas, gays, bisexuales, trans, y el menosprecio y la
manipulación de los pocos logros que las políticas feministas han
conseguido respecto a la soberanía corporal de las mujeres.
¿Qué pasaría con este mundo si seguimos permitiendo que
una niña violada sea obligada a ser madre, o que los feminici-
dios, transfeminicidios y ataques homofóbicos queden en el re-
cuerdo de una portada de periódico sensacionalista, y que siga-
mos enterrando a nuestras muertas en ataúdes que no terminan
de cerrarse por el afán de suplicar justicia? ¿Cómo es posible que
a un derecho fundamental para la población trans como la ley de
identidad de género se le haya extirpado su artículo más impor-
tante, en el que el Estado garantizaba los derechos más básicos
para mujeres y hombres trans, dejando como resultado un docu-
mento vacío, ambiguo y que para nada soluciona los problemas
más graves de esta población? ¿Por qué permitimos que en nues-
tro país se sigan postergando las oportunidades de salir adelante
para las poblaciones marginales? Niños y niñas sin acceso a la
educación, mujeres pobres muriendo en tétricos quirófanos im-
provisados para realizar abortos clandestinos, madres esperando
horas en salas de urgencia para ser asistidas por un parto… ¿qué
es esto, la Edad Media?
¿Cuánto odio es capaz de soportar un cuerpo? Segura-
mente no mucho. Un cuerpo en condiciones de subalternidad,
subordinación y vulnerabilidad no puede llegar a ser autosufi-
ciente para resistir en contextos de violencia. Por eso la colectivi-
dad empieza a cobrar una importancia en la que nos hemos dado

126
Corporalidades maricas, una trascendencia feminista

cuenta de que no podemos hacer eco de un puñado de reivindi-


caciones sin hacer eco de las reivindicaciones de la compañera
que está a mi lado, resistiendo y sufriendo escenarios tanto o más
violentos que los míos.
Ya son varias las iniciativas activistas que van sembrando
acciones de interseccionalidad política y que nos están demos-
trando que no hay otra decisión más valiosa que sembrar los fe-
minismos en los movimientos contemporáneos:

• El Colectivo Rebeldía, una organización feminista que


tiene más de 24 años de trabajo en Santa Cruz de la
Sierra. Entre sus acciones más destacadas está el acer-
camiento a organizaciones de jóvenes, integradas por
hombres y mujeres, y colectivos LGBTI, para llevar
adelante proyectos de incidencia política, campañas de
prevención de la violencia machista, procesos de inves-
tigación participativa y la creación de espacios de de-
bate colectivo. Estas acciones muchas veces sirven para
fortalecer a organizaciones más pequeñas y autogestio-
nadas de activismo sexual y juvenil.

• La Red de Mujeres Lesbianas y Bisexuales de Santa


Cruz, con más de diez años de trabajo. Como lo indi-
ca su nombre, es un espacio para mujeres lesbianas y
bisexuales y se trata de uno de los colectivos más di-
versos y plurales del país. Varias de sus integrantes de-
jaron de considerarse mujeres y pasaron a ser hombres
trans, un proceso de trans-identidad que puede llevar
a cualquier organización a entrar en crisis. En 2018 or-
ganizaron las primeras jornadas de rebeldías lésbicas
en Bolivia. Contaron con una numerosa participación

127
Christian Daniel Egüez

de personas e instalaron de manera pública el debate


sobre el lesbofeminismo y disidencias marimachas,
machorras y camioneras.

• El colectivo Mujeres Creando es el mayor referente de


feminismo de nuestro país y seguramente uno de los
mayores de la región. La creatividad discursiva de este
movimiento de mujeres en constante rebelión, la deter-
minación que posee en sus posturas anarcofeministas y
la insaciabilidad por luchar de la mano de aquellas que
resisten a la violencia machista, la justicia patriarcal y
demás, son mecanismos de transformación y desesta-
bilización del poder. En 2017, en alianza con colectivos
LGBTs y luego de numerosas audiencias públicas, con-
siguieron la primera condena para un caso de femini-
cidio a una mujer trans en la historia de Bolivia: treinta
años de cárcel sin derecho a indulto para Alex Villca
Valdivieso, asesino de la comadre Dayana Kenia.

Relatos como estos no son casualidad, tampoco una suerte de


hechos aislados que vienen pasando por simple configuración
del destino, sino todo lo contrario: son el resultado de una larga
lucha de colectivos y organizaciones feministas que van dejando
memoria en nuestro país y que impulsan a otras mujeres y po-
blaciones disidentes a seguir rebelándose contra la violencia y el
machismo imperantes.
Por mi parte, desde la disidencia sexual y en constante
complicidad e inquietud con otras compañeras de trinchera que
sienten empatía y amistad con la propuesta de Marica y Margi-
nal, hemos fundado este 2019 la primera colectiva transfeminista
de Bolivia, La Pesada Subversiva. Lo que queremos es soñar con

128
Corporalidades maricas, una trascendencia feminista

una pequeña revolución donde tengan cabida aquellas personas


que se sienten inadaptadas en la fauna heterosocial y que están
dispuestas a inventar una realidad alternativa desde las artes vi-
suales, estéticas y corporales. Un mercado popular en crisis don-
de no existan verdades anatómicas rígidas y absolutas, donde la
identidad no sea una cosa dada una vez para siempre, e incluso
el cuerpo (como materia de carne y huesos y como subjetividad
política) no sea lo único que nos defina por completo. Quere-
mos una liga travesti y marica que intervenga el espacio público
y genere conocimientos disidentes, revolucionarios y explosivos
para la moral y las buenas costumbres. Queremos demostrar que
desde la sexualidad todavía se puede incomodar al sistema.

Surgimiento de feminismos cruceños: MARZO


FEMINISTA
La oleada antiderechos ya tiene presencia en Bolivia, cuenta con
grandes financiamientos y pactos de poder con instituciones del
Estado. Se ha instalado el término “ideología de género”, con
impulso mediático y popular, para referirse a los derechos de
las personas LGBTI como estrategia maligna que busca acabar
con el modelo de familia hegemónico e introducir la educación
sexual en las escuelas para pervertir a los niños y las niñas, ho-
mosexualizándolos e influyendo en sus formas de identificación
de género. Es decir, nos acusan de promover la transgeneridad
como imposición y la pedofilia, atacando de esta manera los po-
cos derechos y libertades conquistadas para mantener un régi-
men de violencia que privilegia el poderío masculino, los odios
irracionales, la ignorancia colectiva, las hegemonías de clase y la
impunidad heterosexual.

129
Christian Daniel Egüez

Hemos visto acciones entre anecdóticas e increíbles de parte


del Comité Cívico Pro Santa Cruz y el Comité Cívico Femenino,
dos instituciones de la elite cruceña más rancia de nuestra época
que se adjudican el título de “gobierno moral de los cruceños”.
Han participado en la “Marcha por la familia natural” de 2016
y la “Marcha por la defensa de la vida” de 2017: la primera fue
una reacción contra la ley de identidad de género, que permite el
cambio de nombre y de sexo en el documento de identidad; la
segunda fue una protesta contra la despenalización del aborto.
Por si eso fuera poco, la Alcaldía cruceña está encabezada por
Percy Fernández, el acalde más machista de la historia contem-
poránea, que ha sido filmado varias veces acosando sexualmente
a mujeres en actos públicos, seguido de la presidenta del Conse-
jo Municipal, Angélica Sosa, quien en 2018 se negó a escuchar
las demandas y exigencias de las organizaciones LGBTI alegan-
do que la institución que preside defiende los valores católicos
y mostrando sin ningún pudor su alianza con los movimientos
antiderechos.
A todo esto, han empezado a surgir colectivos, colectivas,
frentes y coaliciones feministas y de las diversidades sexuales que
van tomando presencia en las manifestaciones callejeras, con in-
teresante contundencia y pasión cuando se ha tratado de vigilias
en tribunales en casos de violaciones sexuales grupales y asesina-
tos de mujeres trans.
El #8M (8 de marzo de 2019) diversos movimientos se con-
vocaron a una gran marcha feminista desde la Plaza del Estu-
diante hasta la plaza 24 de Septiembre para reivindicar y recor-
dar las consignas más tradicionales del movimiento: el aporte de
las mujeres en el campo laboral, el reconocimiento del trabajo
doméstico, el respeto a las diversidades trans y lésbicas, el cese
del extractivismo, la despenalización del aborto y el valor de los

130
Corporalidades maricas, una trascendencia feminista

pueblos indígenas. El repudio a la violencia machista y la impu-


nidad en casos de feminicidio siguen siendo —por obvias razo-
nes— lo que más voces y desborde concentran.
Los movimientos antiderechos cuentan con un gran apara-
to mediático que los valida y difunde, la presencia de gente “fa-
mosa” en sus filas no son más que la mercantilización del odio y
la ignorancia. Por eso, ojalá que las marchas y protestas feminis-
tas sigan creciendo y convocando a más sectores de la sociedad, y
que esa “voluntad de vivir manifestándose”, como decía el poeta
homosexual Reinaldo Arenas, no abandone nunca al activismo y
el horizonte de los feminismos urgentes.

Estrategias feministas para desacatar la realidad.


Lenguajes inclusivos

Puede que sea una de las estrategias colectivas más populari-


zadas por los movimientos feministas y disidentes sexuales, el
llamado lenguaje inclusivo, que no es otra cosa que una forma
de desmoronamiento de los conceptos, significados y lenguajes
que sustentan la violencia, el sexismo y todo tipo de formas de
discriminación e invisibilidad de les otres. Es una invención
de nuevas configuraciones gramaticales y verbales que no pro-
duzcan ni reproduzcan la violencia. Es una provocación a la
tradición oral y escrita como herramienta de comunicación y
transmisión de saberes, es el empoderamiento de subjetividades
sexuales que por tanto tiempo fueron excluidas del marco de
compresión lingüístico y académico.
Cuando hablamos de lenguaje inclusivo estamos hablando
de lenguajes de lucha y resistencia, y entendemos que nuestras
formas de expresión de la palabra no están alejadas de la cons-

131
Christian Daniel Egüez

trucción y compresión de la realidad, las tecnologías y la con-


ciencia crítica. El término “feminicidio”, que hoy es usado de
manera formal y está reconocido en un gran número de países,
es un logro de los movimientos feministas y disidentes.
Cuando hablamos de lenguaje inclusivo también podría-
mos hacerlo en términos de lenguajes maricas, fonéticas traves-
tis, gramáticas afeminadas y terminar en un palabrerío inmenso
que nos pueda hacer repensar las formas de compresión de la
vida.

¿Quiénes somos? La pregunta detonante. Una


catarsis urgente

Reconocerse como transidentitaria y disidente tiene una venta-


ja: podemos ser muchas cosas. Por eso nos presentamos así, por-
que nos resistimos a cualquier imposición, y vamos contagiando
nuestra postura a quien le interese y se sienta cómoda con y en
ella, queremos seguir una utopía donde tengan lugar las raras,
los marginados, las periféricas y las inadaptadas.
Somos las que rompemos las normas y reglas del género
que pretende imponernos un rol y una función que beneficie a
este sistema violento y machista. No queremos que nada defina
nuestro sexo, nuestro género y nuestra sexualidad. No somos
hombres y evidentemente tampoco podemos decir que somos
mujeres. No somos lo suficientemente masculinas para ser hom-
bres, ni suficientemente femeninas para ser mujeres, y eso gene-
ra conflicto.
Nosotras también luchamos contra un tipo de masculini-
dad. Esa que produce hombres golpeadores, homofóbicos, vio-
ladores, travesticidas y racistas.
Somos militantes de la diversidad y de las diferencias, de

132
Corporalidades maricas, una trascendencia feminista

lo gay, lo marica, lo trans, lo no binario y todo lo que confun-


da y asuste al patriarcado. No nos reconocemos en la “minoría”
porque nos sumamos a las putas, las travestis, las VIH positivas,
las negras, las indias, las feas, las inmorales, las indígenas, las
gordas y las pobres.
No le tememos al debate y a la crítica profunda y ácida.
Este devenir en construcción es al mismo tiempo un decons-
truir de nunca acabar y eso merece ser discutido.
Somos anticlericales, claro que sí, porque la Iglesia sigue
lustrando sus sotanas con la negación de nuestros derechos y li-
bertades. Renegamos de nuestro bautizo y visitamos los templos
solamente para ejercer el placer de la blasfemia.
Somos anticapitalistas, porque ese sistema es el que man-
tiene la opresión de las más débiles y les otorga el poder a los
patrones del mundo y a sus clases dominantes, blancas y hetero-
sexuales.
Somos las que no encajamos en los roles binarios, las her-
manes que escribimos y hablamos como nos da la gana, somos
unas resentidas sin remedio, las muertas de hambre que se
acompañan en la soledad y la miseria, somos las que amamos
a nuestras madres y repudiamos la figura del padre, somos mu-
chas cosas y nada a la vez, pero sobre todo somos rabiosamente
feministas.

133
134
Una habitación pintarrajeada
Virginia Ayllón

135
Virginia Ayllón (La Paz, 1958)
Poeta, narradora y crítica literaria boliviana. Autora de Búsquedas: cuatro re-
latos y algunos versos (1996), Búsquedas: las discapacidades (2004) y Liberalia:
diez fragmentos sobre la lectura (2006). Ha formado parte de los colectivos edi-
toriales de varias revistas literarias. Entre otros, ha editado y prologado la obra
de Lindaura Anzoátegui, Hilda Mundy, Yolanda Bedregal y Adela Zamudio.
Dirige la editorial independiente Pirotecnia.

136
Una habitación pintajarreada

Echen el cerrojo al talento de una mujer,


y saltará por la ventana; cierren esta,
y se saldrá por el agujero de la llave;
tapen este
y se escapará por la chimenea
con el humo.
Shakespeare, Como gusten

Solemos hacer de Una habitación propia (Virginia Woolf, 1929)


una piedra, una señal de la escritura femenina, aunque pocas ve-
ces advertimos que estamos frente a un planteamiento espacial,
territorial, geográfico. Porque la habitación de Woolf no es una
metáfora; en verdad, se trata de un recinto, un aposento. Se trata
de darles a las mujeres una habitación, con llave, para que rea-
licen sus labores con el lenguaje. De ahí que la propiedad de la
habitación no es jurídica; es una habitación en la que ella hace,
deshace, o no hace; es su territorio.
Precisamente por las funciones que cumple, la habitación
de Woolf no es un hecho fisiográfico sino cultural y su represen-
tación es la mujer escribiendo. No es neutro este territorio, es un
lugar “por hacer” porque, tal como afirmaba Alfred Korzybski,
“el mapa no es el territorio”. Así, la relación de este lugar con los
actores y sus procesos configuran un territorio aislado y a la vez
incorporado en la casa; es decir, es también un lugar de inter-
cambio y poder. Poseer la llave es el significado de esta habita-
ción, la representa. En ese sentido, es un espacio de inteligencia
territorial, acudiendo a un lindo concepto de la geografía crítica.

137
Virginia Ayllón

Es más claro el reclamo de una habitación propia para las


escritoras si retomamos el ejemplo de la propia Woolf, referi-
do a cómo Jane Austen escribía en la sala de estar de su casa,
ocultando permanentemente sus manuscritos por la vergüenza
de exponer “tan irrelevante” oficio. Sumemos también los casos
de Katherine Mansfield o Clarice Lispector, cuyos biógrafos nos
han informado de las constantes interrupciones domésticas en
su quehacer escritural, precisamente porque carecían de una ha-
bitación propia, con llave.
Entonces la demanda de una habitación propia, con llave,
para las escritoras, es un reclamo territorial, político y estético.
Pero si no contrastamos esta exigencia con los territorios habi-
tados por las mujeres, o más bien con la representación de estos
territorios, la demanda queda poco clara y puede fácilmente pa-
sar por un capricho, bagatela o fruslería.
Todo indica que hubo necesidad de reclamar una habita-
ción propia porque lo que se nos legó fue una ventana. Y la ven-
tana es un espacio que solo existe por el vacío y la nada. Digo
que lo que se nos legó fue una ventana porque eso es lo que veo
en un rápido recorrido por mujeres retratadas en frescos, óleos,
acuarelas o dibujos. Veamos.
Desde la Anunciación de Gabriel a María (en el fresco de
Fra Angélico, c. 1450, o incluso el de Sandro Botticelli, de 1481),
la iconografía nos ha puesto junto a ventanas. Ciertamente, en
el fresco de Fra Angélico, el ángel Gabriel anuncia a María su
maternidad en un espacio abovedado que es parte de una casa de
estilo florentino, dominada por los arcos que comunican con el
exterior.
A contrapelo de los frescos de la Anunciación, también en
el Renacimiento, pero ya en el primer barroco, otra forma de re-
presentar a la mujer viene de la paleta de la pintora italiana Lavi-

138
Una habitación pintajarreada

nia Fontana. En su “Autorretrato ante el teclado” (1577), la artista


está tocando una espineta, acompañada por una criada, en una
oscura habitación apenas alumbrada por la escasa luz que pro-
viene de una pequeña ventana, cuyos vidrios están tapados por
pintura. Sorprendentemente, años después, entre 1612 y 1613,
pinta su “Minerva vistiéndose”, con signos más bien manieristas,
en el que la diosa, desnuda (y esto sorprende, en un momento en
que las pintoras estaban vetadas de pintar desnudos, sean mas-
culinos o femeninos), está a punto de tomar su atuendo, mien-
tras Cupido juega con su yelmo, ambos en una habitación con la
ventana o puerta abierta hacia un balcón. Lo que veo en Fontana
es que las mujeres desarrollan sus quehaceres cotidianos en ha-
bitaciones con ventanas. Estas mujeres están generalmente abs-
traídas en sus faenas y la ventana parece no decirles nada. Así, el
mandato divino y los cotidianos quehaceres femeninos son dos
formas de representar a las mujeres pintadas cerca de las venta-
nas.
Poco después refulge la pintura del neerlandés Johannes
Vermeer. “La lectora en la ventana” (c. 1657) y “La lechera” (1658-
1660) son hermosas pinturas en las que las retratadas aparecen
en habitaciones con ventanas que, si bien le sirven al pintor para
su trabajo sobre la luz, parecen, otra vez, no representar nada
para estas mujeres concentradas en sus oficios.
En este rápido paseo, cuya bitácora apenas relaciona las
obras por las fechas de la pintura, me doy cuenta que la repre-
sentación divina o laboriosa de las mujeres se rompe con la obra
de la austriaca Angélica Kauffmann quien, con una regia pintura
neoclásica prerrafaelita, se pinta así misma como “La musa de la
pintura” (1787), ante lo que parece ser una ventana (los marcos,
las cortinas), lo mismo que en su “Retrato de una mujer” (1795)
o, finalmente su “Alegoría femenina” (1780). En las pinturas de

139
Virginia Ayllón

Kauffmann, las mujeres no solo ejercen sus oficios cerca de las


ventanas; lo hacen con evidente actitud celebratoria. Tal vez por
eso la artista norteamericana contemporánea Miriam Schapiro
expresó alguna vez que, así como Angélica Kaufmann, ella “haría
una gran pintura para anunciar el confort que una mujer tiene
con un ‘territorio’”. Sin duda, la pintura de Kauffmann crea un
territorio femenino pictórico, con impacto hasta nuestros días,
totalmente diferente de las representaciones de las mujeres toca-
das por la divinidad o cumpliendo sus tareas al interior de habi-
taciones.

“Autorretrato como la musa de la pintura”, Angélica Kauffmann, 1787

Por eso, “Mujer mirando por la ventana de su estudio” (1822) del


alemán Caspar David Friedrich, es a la vez extraño como extraor-

140
Una habitación pintajarreada

dinario porque da la vuelta a las mujeres y las pone a mirar por la


ventana. Friedrich crea, además, cierta línea simbólica seguida,
por ejemplo en “La lavandera” (1909) de Toulouse-Lautrec, “Fi-
gura en una ventana” (1925) de Dalí y “Eleven a.m.” (1926) de
Edward Hopper.

“Germaine Utter frente a su ventana”, Suzanne Valadon, 1926

Los cuadros de Friedrich, Lautrec, Dalí o Hopper son hermo-


sos pero a la vez perturbadores y cierta luz (que evidentemente
provenía de la que se filtraba por esas cuatro ventanas) empezó a
alumbrar mi turbación porque advertí, con tardanza, que estaba
ante miradas masculinas, digamos, de mujeres mirando a través
de la ventana. No rechazo la mirada masculina, claro que no, si
“Mujeres hablando” y “Niñas a la orilla del mar” del impresionista

141
Virginia Ayllón

francés Renoir, son dos de mis pinturas favoritas: ¿de qué hablan
esas dos mujeres que el pintor retrata en ese estado de complici-
dad e intimidad, la apacibilidad del paisaje, tan a tono con esos
corazones tan cercanos?
Bien, volviendo a mi recorrido a tumbos por las representa-
ciones de mujeres ante las ventanas, es claro que Friedrich, consi-
derado el artista alemán más importante de su generación, pintó
el emblema femenino del romanticismo. Caroline Bommer, es-
posa del pintor, es la modelo de “Mujer asomada a la ventana”
y con ella la mujer ya no es la que realiza sus labores en habita-
ciones cerradas o con ventanas que nada dicen de ella, sino que
establece un juego espacial interior-exterior interpuesto por la
ventana; más aún, pareciera que el nuevo espacio se compone
de exterior, ventana y mujer; es decir, la zona interior de la casa
ya no sobresale (como en Vermeer, por ejemplo) y hay quienes
indican que este engranaje espacial crea el interior femenino,
consideración esta última que me permito al menos relativizar
porque nuestro interior sería creado y calificado desde la mirada
masculina.
Evidentemente, Friedrich plasma en su pintura las tan ca-
ras y románticas insatisfacción, anhelo de lo infinito, deseo de la
huida, nostalgia y, por supuesto, el misterio femenino; claves del
romanticismo que se extienden hasta nuestros días.
Por ejemplo, el aire nostálgico de “La lavandera” (1884) de
Henri de Toulouse-Lautrec, que se desarrolla ya en el impresio-
nismo, o mejor en el post impresionismo francés del que Lautrec
es uno de sus máximos representantes. Nostalgia y tristeza refleja
también el rostro de “La bebedora”, a veces también conocido
como “La resaca”, en el que Lautrec retrata a la impresionista
Suzanne Valadon, quien pocas veces aparece entre los pintores
impresionistas, salvo como modelo —que también lo fue, de sus

142
Una habitación pintajarreada

colegas Renoir, Degas y otros—, a pesar que en 1894 fue la pri-


mera mujer en ser incorporada a la Sociedad Nacional de Bellas
Artes. Esta injusticia oculta tres cuadros de Valadon en que ubica
a mujeres junto a una ventana: “Mujer con contrabajo” (1908),
“Germaine Utter frente a su ventana” (1926) y “Joven frente a
ventana” (1930). En estas tres pinturas, la expresión de la retra-
tada es casi neutra, ni melancólica, ni triste, ni alegre; o los tres
gestos juntos y superpuestos.
Mas, siguiendo la advertencia de John Berger: “los hombres
miran a las mujeres. Las mujeres se miran a sí mismas siendo vis-
tas”, me detengo en el impresionismo francés, en el que se ubica
la pintura de muchas otras artistas, cuya obra debe ser siempre
rescatada. Tal el caso de Berthe Morisot, cuyo óleo “En el come-
dor” (1886) es un magnífico trabajo de luz y sombra en el que
una criada, con rostro servicial, cumple su función. Es claro que
al igual que cualquier artista, las pintoras trabajaron los efectos
de la luz y la sombra siempre que optaron por el uso de la ven-
tana, pero no dejan de llamar la atención las diferencias de las
expresiones que toman las retratadas si las plasma el pincel de
un pintor o una pintora. Lo mismo sucede con “Madre cosiendo”
(1902) de la impresionista norteamericana Mary Cassatt, en el
que sobresale la madre abstraída en su labor, casi a pesar de la luz
que entra por la ventana. O “La lectora” (1891) de la también im-
presionista alemana suiza Louise Breslau, en el que nada obstru-
ye la placidez de esta lectora. Finalmente, de la misma Breslau, su
“Autorretrato” (c. 18816) en el que esta hermosa pintora se ubica
de perfil junto a una ventana por lo que podemos observar que
su mirada hacia el exterior es más bien serena, aunque con cierto
toque de audacia; no hay nostalgia, no hay tristeza.

143
Virginia Ayllón

“La lectora”, Louise Breslau, 1891

En el óleo de Dalí —sin duda anterior a su pintura surrealista,


pero mostrando ya los evidentes rasgos oníricos de su trabajo
posterior— la ventana se abre de par en par y el paisaje ingre-
sa a la escena, el exterior es el protagonista y su impacto marca
la delicada sensualidad de Ana; pero la nostalgia y el misterio
persisten, esta vez bañados de cierto aire de placidez y sereni-
dad, lo que se amplifica con la paleta azul. Mas, siguiendo con los
contrastes, me ubico frente a “El pasaje” (1956) de la surrealista
norteamericana Kay Sage, quien formó parte del grupo de André
Bretón en París. En este óleo, considerado por varios como la
obra cumbre de esta pintora, la protagonista no está junto o tras
una ventana, pero la impresión que da es que la Ana de Dalí salió
a ese exterior entrevisto por su ventana. En Sage la paleta se torna
hacia los grises oscuros y el paisaje es un desierto de estructura
geométrica, cubista. Pero lo que a mi vista hermana este cuadro
con el de Dalí es la modelo que está de espaldas, semi desnuda

144
Una habitación pintajarreada

precisamente de la cintura para arriba y aunque no podemos ver


su rostro, su cabellera despliega luminosidad. Más aún, en esta
obra de tono tridimensional, a la breve placidez de la actitud de
la figura se sobreponen los sentimientos de melancolía y soledad.
Y si el exultante paisaje que observa Ana se convierte aquí en un
desierto árido, la pregunta sobre el sentido de la vida y el misterio
del futuro parecen permanecer en ambos cuadros.
Pero ya que de soledad hablamos, debemos referirnos a Ed-
ward Hopper, quien hizo de la figura femenina ante la ventana el
símbolo de la soledad de la sociedad de consumo. Son varios los
cuadros que el estadounidense dedicó a este tema, sea de muje-
res en habitaciones de hotel o departamentos, mujeres sentadas
junto a la ventana de un café o un bar, ante ventanas de oficina o
del metro.
En general, las mujeres de Hopper no hacen nada, no dicen
nada, el silencio y cierta sensación de destierro reinan en esas
pinturas. Así, en “Eleven a.m.” (1926) una joven desnuda, salvo
por los zapatos, con las manos juntas observa el exterior desde
la ventana de un departamento. Hay observación, hay melanco-
lía, hay soledad y este cuadro, particularmente, retrotrae cierta
percepción de resguardo o cerco de la mujer en el interior de la
habitación, de la casa.
Pero siguiendo la alerta de Berger, veo que, en la misma línea
del realismo americano de Hopper, pero en un signo totalmente
diferente, la norteamericana del Sur, Dale Kennington también
desarrolla en su pintura la soledad de la sociedad de consumo. En
“Comenzando el día”, por ejemplo, una joven afroamericana, ele-
gantemente vestida, desayuna mientras lee el periódico junto a la
ventana, tema que repite en varias de sus pinturas. Es decir, al igual
que las de Hopper, estas mujeres están junto a ventanas de depar-
tamentos u hoteles, pero, a diferencia de aquellas, estas realizan

145
Virginia Ayllón

con tranquilidad y elegancia sus actividades previas a salir al traba-


jo. Por lo tanto, su gesto no es de soledad y se acercan a las mujeres
de Kauffmann, porque en ambas no hay el peso del encierro, como
tampoco el de los mandatos divinos o masculinos.

“Eleven a.m.”, Edward Hopper, 1926

Cierro este recorrido con otra realista, la polaca Anna Bilins-


ka-Bohdanowicz, y su “Bretona en la puerta” (1889) en el que
una niña ingresa a la casa con un cesto de flores. Más que salir,
ella regresa y con flores, como cerrando un círculo que comenzó
con mujeres encerradas en habitaciones con ventanas, recibien-
do el mandato divino o haciendo sus quehaceres, para luego ser

146
Una habitación pintajarreada

volteadas hacia una ventana, cumpliendo, parece, otro mandato,


el de representar la nostalgia y la soledad.
Pero independientemente de las miradas, si masculinas o
femeninas, una privilegiada representación en la pintura es la
mujer en la habitación y corresponde a que, encerradas en las
casas, si algo conocemos son las habitaciones.
En su ensayo, Woolf, también “da la vuelta” este hecho y
con una encantadora percepción indica que nuestra presencia
ha dotado de significado a la habitación y, a la vez, ha educado
la sensibilidad de las escritoras. Esta inteligencia territorial de la
habitación —que influye y es influida—, por tal efecto, guarda
y conserva, para decirlo con palabras de la propia Woolf, una
“fuerza sumamente compleja de la feminidad”, tan desconocida
por la literatura, tan inasible, que el mismo lenguaje podría re-
sultar insuficiente para contenerla.
De tanto estar encerradas en las casas, las habitaciones, las
paredes, los ladrillos y la argamasa están impregnados de este
poder creador. Woolf precisa que si nunca fue suficientemente
importante la imagen de una mujer bordando, tocando el cla-
vecín, vistiéndose o rezando al interior de una habitación, ese
poder creador femenino debe dar cuenta de esas mujeres y de las
relaciones entre ellas. La literatura habría ya agotado la mirada
masculina de la mujer, así como sus relaciones sobrecargadas en
las de amor con el otro sexo; la literatura no conocía a esa mu-
jer que borda en una habitación como tampoco la amistad entre
mujeres. Como se advierte, pareciera que la “fórmula” de Woolf
apunta a la literatura de Jane Austen sobre la que Tackeray dijo
alguna vez que hizo del chisme un arte.
Claro que Woolf abunda en detalles siempre que describe la
habitación de la escritora, la que debe ser propia; es decir no des-
tinada a ningún otro fin que no sea el establecido por su “propie-

147
Virginia Ayllón

taria”; además, debería ser una habitación tranquila y a prueba


de sonido, no debe brillar fuerte la luz, ni tampoco chirriar algún
gozne y las cortinas deben estar corridas; y, muy importante, na-
die debería mirar o preguntar qué está sucediendo allá adentro;
es un espacio de paz y libertad. ¿Para qué? Virginia dice para
que la mujer entre en la habitación, con espíritu de camaradería,
para “captar estos gestos jamás plasmados, estas palabras jamás
dichas o dichas a medias, que se forman, no más palpables que
las sombras de las polillas en el techo, cuando las mujeres están
solas y no las ilumina la luz caprichosa y colorada del otro sexo”.
Para Woolf, todo comienza cuando la mujer entra a esa ha-
bitación y empieza a escribir, porque ahí ocurre, sucede, la aven-
tura, el conocimiento, el arte. Quién sabe si, desde los resultados,
el epítome de este espacio sea el de Emily Dickinson.
En cualquier caso, la “camaradería” con esos espíritus fe-
meninos que han quedado en las paredes de habitaciones tanto
tiempo ocupadas por mujeres, creo que también reclama el es-
pacio interior, o la casa más íntima de la escritora. No solo se
trataría de recuperar la tradición no dicha sino también la de
cada una. La memoria a redimir es la que mira hacia atrás pero
también hacia adentro. Y de eso solo sabe la poesía, de eso solo
saben las poetas (“porque la poesía sigue siendo la salida prohi-
bida”, Woolf dixit).
No se trata de la identidad —palabra marchitada con el
tiempo—, ni del autoconocimiento —palabra que ha sufrido los
embates del abuso. Más bien se parece a un plano de viaje, una
bitácora que da cuenta de los cuadrantes, círculos concéntricos o
líneas que no concluyen, no fundan, ni establecen, simplemente
se suceden, a veces rodando, a veces tropezando, a veces escu-
rriéndose, o saltando; las más sangrando.

148
Una habitación pintajarreada

Nuestra habitación se erige cada día, palabra a palabra, si-


lencio a silencio. ¿Hay un conjuro para no equivocar el plano y
construir otras casas?

decidí amarlo/ y pensé/ seré yo su casa// juro que nunca/


me había sentido/ tan ordenada tan rígida tan/ sola
Claudia Peña

Quiero salir de este exilio/ llamado hombre,/ de este cielo y


de este horizonte,/ de este ciclo/ de nacer/ crecer,/ multipli-
carse,/ sufrir,/ y morir,/ de estas ansias de querer ser fruto/
sin haber sido tormenta.
Martha Gantier

Este cuarto,/ gris de humo,/ y, mi desesperación,/ arañando


muros.
Rosario Aquim

Las casas son pequeñas,/ a ras del suelo/ para que el hom-
bre/ se sienta grande/ al traspasar la puerta.
Mary Monje Landívar

En el cuarto de la sirvienta/ hay una pila/ de palabras sin


hacer.
Jessica Freudenthal

¿Y existe otro para deshacernos de nuestra manía por tener las


habitaciones siempre ordenadas?

Todo está en su lugar/ también el desconcierto/ las omisio-


nes/ los desencuentros
Vilma Tapia

149
Virginia Ayllón

Visto que la casa amordaza, urge el camino. ¿Cualquier camino?

Caminan los caminos/ precipitadamente:/ Llegan unos,/


vánse otros/ febrilmente,/ atropelladamente./ ¡Caballos
desbocados/ son los caminos,/ trotamundos sin rumor al
oído!
Beatriz Schulze Arana

Un camino, varios caminos, todos los caminos, porque ya “los


ojos del tiempo/ me miran airados” (Lola Taborga de Requena).

Ya no vale/ escucharse/ tras las puertas,/ asomada a los pa-


tios,/ inclinada y alerta.
Silvia Mercedes Ávila

A veces, siento deseos/ de encerrarme en los/ cuatro lados


de un vacío/ y soñar de pie.
Mónica Velásquez

Mi cuerpo es una casa de la que todos se han ido,/ incluso


yo./ Por eso me busco. Me mudo. Me hundo./ (…)/ soy
una casa vacía/ de la que fui expulsada
Anabel Gutiérrez

Lejos está el recinto/ que ha de cobijarme/ cuando en mi


yo renazca/ una dulzura nueva/ y una sola alegría
María Eugenia Monroy

nunca olvides/ que detrás de las ventanas/ te aguarda soli-


tario/ el ángel dulce y apacible/ con las pupilas anocheci-
das de insomnio.
Marlene Durán Zuleta

150
Una habitación pintajarreada

¿Desde dónde siente sus límites la piel?


Rosario Quiroga de Urquieta

El sol en la cima del cerro/ y yo en pueblo ajeno.


Elvira Espejo

En la sombra de los pasos/ se dormirá la luna/ y cuando


halle reposo en el milagro de la tierra/ nueve mariposas de
aire/ volarán en torno.
Milena Estrada Sainz

No hay llegada ni conclusión o consumación, la clave es rendirse,


y rendirse siempre.

Sobre este espacio/ tan amplio como el círculo que trazo/


dejo mis armas,/ me rindo
Soledad Quiroga

Y deshacerse, desabotonarse, encontrarse, estarse con esas mu-


chas que habitan en y con nosotras.

la lluvia/ cae y yo miro la ventana desabotonada.


Gladys Dávalos

Desde las fosas comunes/ las desaparecidas, las borradas/


las amadas del desamor/ las que enterraste dentro de ti/ las
de tu propio cementerio/ empiezan una canción.
Mónica Velásquez

151
Virginia Ayllón

lentamente/ la casa se desteje/ liberada de sí/ y de la me-


moria/ vuela/ un hilo de polen/ solo eso/ grumos de luz.
Soledad Quiroga

me reconozco/ esto soy yo, digo, / esto tampoco soy yo


Marcia Mogro

Esta mujer no es Felipa, y callo/ Esta mujer no se angus-


tia/ Esta mujer no quiere volver/ Esta mujer se goza en la
búsqueda y solo en la búsqueda/ Parece que esta mujer soy
yo, y callo.
Virginia Ayllón

amplios ventanales/ dan luz/ al pabellón de mi infancia. //


Junto a mi voz/ la de mis hermanas/ (voces que pedí desde
el fondo/ desde la cima).
Vilma Tapia

Estoy de viaje hoy día/ en viaje de retorno/ hacia aquella


palabra sin orillas/ que es el mar de mí misma/ y de tu
olvido.
Yolanda Bedregal

El aguayo de cuatro esquinas/ la plaza de cuatro esquinas/


y solo tú sabes lo que es.
Elvira Espejo

Morar este pequeño espacio/ es ser un amasijo de almas.


Paura Rodríguez

Soy libre/ la ventana de mi habitación lo sabe/ Y mi cama


también.
Norah Zapata-Prill

152
Una habitación pintajarreada

habíamos aprendido algo/ desportillar el agua/ triturar el


mar en lo profundo
Zulma Montero

En la cima de un monte solitario/ termina mi calvario. /


Sentándome en el borde del sendero/ con la frente apo-
yada entre las manos/ gozar de paz unos instantes quiero.
Adela Zamudio

Este recorrido de las poetas, este camino de conocimiento, que


incluye la construcción de espacios, geografías y territorios, a ve-
ces vividos como lugares ajenos e imposibles, casi como no lu-
gares, a veces rechazados, instalan más bien el tránsito, el pasaje
hacia otras construcciones que tienen en su centro a ella misma.
Una voz poética descentrada en busca de un centro que se
dirime en polifonía de voces: la mujer habitada por múltiples
mujeres y vivida a veces como desquicio, es otro camino hacia la
celebración de tal polifonía.
Este camino de conocimiento se resume magistralmente en
la poesía de Blanca Wiethüchter, especialmente en aquella, califi-
cada a veces como intimista (para diferenciarla, por ejemplo, de
su vertiente más bien histórica): Territorial (1983), El rigor de la
llama (1994), La Lagarta (1995), y Ángeles del miedo (2005).
En este conjunto de poemarios, que más bien los percibo
como un mismo poema publicado en varios libros, la voz poética
se embarca en un camino de autoconocimiento, hacia adentro.
Salvo en La Lagarta, esta voz es femenina y escribe desde el yo.
Por otra parte, la estructura de El rigor de la llama, bien po-
dría ser la de este gran poema; es decir, incluir los estados de
los otros poemarios. Dividido en seis rigores, cada uno es, en
realidad, una estación y, en conjunto, conforman un itinerario,
una bitácora de viaje. Evidentemente, si el Primer rigor incluye

153
Virginia Ayllón

los poemas “El desasosiego” y “El descenso”, el último, el Sexto ri-


gor, incluye “La piedra” y “El reposo”. En medio, los otros rigores
contienen “El destierro” o “El destello”. En este viaje, Ángeles del
miedo, el último libro elegido, también puede explicar los ante-
riores porque la voz poética se dirige a Daniela, a quien le cuenta
este viaje, a modo de confidencia.
En Territorial, se inicia el viaje, donde sobresalen los esta-
dos de desasosiego, miedo y extravío en un territorio desconoci-
do:

Dónde estoy
sin padre sin madre
sin mí

También en La Lagarta, la voz poética observa el camino de la


otra, que se percibe como un no lugar, o la espera de otro lugar:

—Habito un lugar en el que no estoy


En otro sitio yo me espero.

Pero al igual que en el verso de Soledad Quiroga, esta voz poética


se rinde, “clandestina y disponible”, ante este nuevo territorio o,
más bien, ante este nuevo viaje:

Errante y vagabunda
celebrando los cielos
de todos los días
sorprendiendo los ojos
de toda espera
clandestina y disponible
aquí estoy

154
Una habitación pintajarreada

En El rigor de la llama, se reinstalan las estaciones visitadas ya en


Territorial, como asentando, precisamente, la edificación de un
territorio:
¿Y existe acaso el fuego para mí?
—pregunté entonces.
Miré alrededor.
Un silencio mudo
buscándome
observando con ojos de viva luz.
Y me dio miedo
porque soy mujer, creo.
Porque no sabía quién era yo
ni quién sería
ni sabía decir, ni tampoco reír
ni cansarme
solo percibir
el rigor de la llama
anunciando el desierto.

Pero ya en los últimos versos de Territorial se produce un deste-


llo, que a la par de relacionar su búsqueda con los otros poema-
rios y establecer la base para la voz polifónica, advierte que una
es varias, al menos dos, a construirse (“siempre/ otra/ en cuer-
pos/ entrelazados/ y errantes”):

Por mi modo de andar


algo descubierto un poco esperando
cambio frecuentemente de parecer
conmigo no puedo vivir segura.
Habito un jardín de palabras
que han dejado de nombrarme
para nombrarla. No me atrevo

155
Virginia Ayllón

pero es necesario decirlo. Es un secreto.


En realidad somos dos.

Ahora debo inventar la otra.

A veces, este encuentro con las otras, acusa un carácter agónico,


porque son los “espantos de lo que soy”:

Ahí estaban. Feroces las enemigas secretas.


Espantos de lo que soy. Ahí estaban.
Sentadas en el comedor de ébano.
Harapientas, mendigando la luz
de mis mejores días.
Hurtando felicidad ajena a su desgracia
corrompiendo la luz con su opaca presencia.
Ahí estaban. Las furiosas mujeres pordioseras.
Las mujeres silenciadas.
Las mujeres perturbadas.

Sin embargo, estos pavorosos seres, rechazados inicialmente por


las marcas de nuestra memoria, pueden convertirse en acogedo-
res entes que nos acompañan en este viaje, como la loba, trans-
formada luego en vaca:

Pero esa vaca, durante toda la noche


me ofreció sus blandas ubres.
Bebí la leche hasta emborracharme de gozos
y viajar ensimismada hasta la cuna.
Al día siguiente fue ella
quien me llevó de retorno.

156
Una habitación pintajarreada

En “Destello” del Tercer rigor de El rigor de la llama, si bien la


pregunta sobre el lugar (“¿qué fuego?”) permanece, es impresio-
nante cómo la voz poética inicia su camino de desdoblamiento;
mirándola a ella, parece que me estoy mirando:

Y con la noche llena entre los labios


y una lengua por espada
quiero el fuego, diciendo
¿quién es esa mujer?, preguntando
¿quién es?, decía
¿quién soy?
buscando, ¿qué fuego?

Y “El reposo”, última estación de El rigor de la llama, ordena, fi-


nalmente, dos espacios. El primero, un paraje “preciso” habitado
por una niña, una mujer y una madre, que si bien pueden refe-
rirse a las temporadas de una misma, ahora en armonía; nada
impide apreciarlo como un lugar donde cada una de estas mu-
jeres son instancias individuales, encontradas o recuperadas en
el viaje profundo hacia adentro y que conviven en una morada
común:

de regreso al lugar preciso


el reino intacto
de las madres:
la morada.
Ahora, reposo junto al fuego
contemplando la montaña.
Una niña, una mujer, una madre,
como quemándose, me acompañan.

157
Virginia Ayllón

Y es en los últimos versos de “El reposo” donde este camino pa-


rece haber llegado a una pascana: una casa propia de alguien que
ya no es la misma por el camino recorrido:

Entro en mi casa
y me alojo en su centro
esperando la temperatura
que enmudece los ruidos inútiles.
(…)
Ya no soy la misma
y mis pasos en la voz
resuenan más oscuros.

En Ángeles del miedo, la voz poética precisa este lugar, que si an-
tes intacto y morada encontrada, ahora también casto y dulce. Y
si aquel enmudecía los ruidos inútiles, ahora es el reino del silen-
cio. Las preguntas han cesado, lo que permanece es el camino:

Percibo belleza en este casto lugar.


Y no sé si también dulzura.
Aquella que dirime cualquier dolor
Y se disculpa.

Desde que toco el Silencio el Silencio me toca.

En alianza con los árboles


ya no pienso en preguntas, Daniela.
Estoy de pie y camino.

Esta fogosa carretera hecha de colores, sombras, versos y muje-


res me deja la sensación del poema “La muralla” del alejandrino

158
Una habitación pintajarreada

Cavafis, que evoca el exilio, no de quien ha sido echado, sino de


quien ha sido encerrado adentro, irremediablemente. La prome-
sa del adentro es la pertenencia, el confort y el resguardo (aun sea
de una breve ventana); la de afuera es el caos, lo desconocido y
posiblemente la libertad; el afuera no existe, hay que construirlo.
Afuera estoy yo. ¿Quién? Yo, la múltiple, la oscura, la ininteligi-
ble. Lo dice mejor Marcia Mogro:

…somos el original no modificado/ el pasado invisible/ la


cifra de las cosas somos/ el secreto sumergido/ somos la
zona inapropiada/ las cosas de papeles que se te ocurren/
un caso bien difícil somos/ imagen fija adornada en exce-
so/ pintarrajeada somos.

159
160
Chachawarmi a lo yungueño:
experiencias en el sindicalismo
paralelo de mujeres campesinas
Alison Spedding Pallet

161
Alison Spedding nació en Inglaterra en 1962 y se formó en King’s College,
Cambridge, y el London School of Economics como antropóloga, además de
formarse en la práctica como novelista a partir de sus 11 años. Desde 1989
reside permanentemente en Bolivia y se dedica a la docencia, la escritura litera-
ria y académica, fomentar el cultivo de la hoja de coca ecológica, la dirigencia
campesina y el feminismo en todos los ámbitos de su vida.

162
Chachawarmi a lo yungueño: experiencias en el sindicalismo paralelo de mujeres campesinas

Con respecto a la representación y participación según género en


organizaciones políticas —de cualquier tipo, partidos, gremios,
agrupaciones ciudadanas, sindicatos, plataformas o lo que sea,
en las cuales se admiten tanto a mujeres como a hombres— hay
tres posibilidades. A la primera podemos llamarla ‘mixta’: cual-
quiera puede afiliarse, tener voz y voto, elegir y ser elegido, sin
diferenciación por género. Sin embargo, como es sabido, factores
externos suelen limitar el ejercicio de estos derechos en pie de
igualdad por parte de las mujeres. Las reuniones de coordina-
ción, y más aún aquellas donde se realizan amarres y se arman
camarillas o máquinas, suelen realizarse de noche, en horarios
en los que toda buena esposa y madre está en su casa, atendiendo
a sus hijos y marido, y aún peor si el lugar de la reunión no es
en la sede sino en algún boliche. El derecho a llevar a cabo las
reuniones sindicales dentro del horario de trabajo jamás fue de
interés de los sindicatos obreros, ya que ellos podían salir de la
fábrica para ir al pub o la sede, mientras las obreras tenían que
ir a hacer la cena, planchar la ropa para el día siguiente, ver que
los hijos hubieran hecho sus tareas escolares y acostarles… y las
mujeres que superan (o ignoran) estos obstáculos, aún tenían y
tienen que enfrentar los prejuicios muchas veces sin fundamen-
to, como que los votantes (el ‘los’ es intencionado, por supuesto)
no querrán votar por candidatas mujeres.
La segunda posibilidad es la de establecer determinados
espacios según género, como a veces también se hace según la
edad (juventudes, últimamente tercera edad) o para la gente ‘ne-
gra’ o ‘de color’. Desde hace décadas, había secciones ‘de muje-
res’ en varios partidos políticos; a veces, se han formado alianzas

163
Alison Spedding Pallet

transpartidarias de mujeres parlamentarias o políticas. Aunque


no necesariamente daban lugar directamente al derecho de nom-
brar dirigentes nacionales o un cargo en el gabinete, eran espa-
cios donde las mujeres podían conocerse y debatir sin constan-
tes intervenciones y tutela varoniles, y si se diera el caso, armar
propuestas con demandas de género para luego presentarlas en
la organización global mixta. A partir de los años 1990, esta posi-
bilidad ha adoptado la forma de las cuotas formales de género en
las candidaturas electorales, donde se exige un determinado por-
centaje y/o posiciones en las listas para candidatas mujeres. Su
éxito ha sido relativo, y casi nunca llegaron a cumplir plenamente
con los cupos de representación idealmente propuestos, además
que suelen quejarse de que obligan a nombrar a mujeres poco ca-
paces o experimentadas solo para llenar esos cupos, excluyendo
a hombres más formados, mientras en el sistema mixto, donde
las mujeres tienen que bregar por ‘mérito propio’ para llegar a
un cargo, la organización obtiene una mejor calidad práctica de
ejercicio aunque siga siendo principalmente de hombres. En tan-
to que se han implementado estas cuotas, ha surgido bastantes
investigaciones y debates sobre sus resultados y (des)ventajas.
La tercera posibilidad —en términos lógicos— es la menos
conocida y aún menos implementada. Se trata de las organiza-
ciones paralelas por género. Según sé, nunca ha sido propuesta
siquiera a nivel de experimento de pensamiento (en filosofía o
teoría feminista) que todo cargo electoral sea dual, con un titular
varón y otra mujer; así, en cada circunscripción, se elegiría a un
diputado y a una diputada, en cada municipio a un Alcalde y a
una Alcaldesa… hasta llegar a un Presidente y una Presidenta de
la nación. Nótese, esto no tiene nada que ver con el hecho de que
la esposa del Presidente sea Primera Dama, ni siquiera —como
alguna vez se ha propuesto en Bolivia— que la esposa del Alcal-

164
Chachawarmi a lo yungueño: experiencias en el sindicalismo paralelo de mujeres campesinas

de asuma como Alcaldesa; incluso si esto incluyera el puesto de


¿Primer Damo? para el marido de una Presidenta, o que el espo-
so de una Alcaldesa fuera posesionado con nombre de Alcalde.
No: aquí se trata de dos personas independientes, que ocupan
cargos paralelos de idéntica jerarquía, y coordinan la gestión. De
inmediato surgen interrogantes: se supone que cada partido (o
agrupación, o lo que sea) presentará una lista de hombres y otra
de mujeres, pero ¿los votantes votarán para la lista de hombres,
y las votantes para la de mujeres, o todos y todas vamos a tener
voto en ambas listas? ¿Se permitirá votación cruzada, es decir,
puedes marcar para la mujer de un partido y para el hombre
de otro partido en la postulación a un cargo dado, o tienes que
tragar la dupla (en nombre de la ‘gobernabilidad’, seguramente)
aunque uno o una de sus miembros no es de tu preferencia? ¿Qué
clase de ciencia ficción feminista es esta? Pero no solo es ciencia
ficción. Existe un ámbito donde se practica el paralelismo por
género, y es el sindicalismo campesino andino en Bolivia.
Será por haber surgido en un sector que no se caracteriza
por debates teórico–ideológicos considerados como tales, que no
ha sido reconocido como una innovación notable. Lo más pare-
cido en otros lugares son las organizaciones de mujeres en África
Occidental, pero aparte de que —fuera de sus propios países—
solo las y los antropólogos sabemos algo al respecto, no suelen
ser exactamente paralelas en el sentido del que estoy hablando,
sino que se trata de organizaciones bajo la división de trabajo de
género, donde por ejemplo solo las mujeres se ocupan de ven-
der en los mercados y por tanto hay una organización muy im-
portante de los mercados que es de mujeres, pero no hay otra
organización paralela de vendedores varones porque no hay ta-
les. O si no se trata de Estados tradicionales, donde por ejemplo
la Reina Madre era tan indispensable en el gobierno del reino

165
Alison Spedding Pallet

como su hijo el Rey, pero eran cargos hereditarios y no electora-


les. Volviendo a los Andes, en la época prehispánica hay rastros
de organizaciones paralelas, por ejemplo en el culto, donde las
sacerdotisas dirigían a las mujeres y los sacerdotes a los hom-
bres, pero no tanto en los cargos políticos (en tanto que se los
puede considerar como un campo de acción social distinto, en
una época donde no hubo separación entre Iglesia y Estado). Se
conoce casos donde gobernaban cacicas, y al parecer sus segui-
doras eran todas mujeres, pero entonces no había un gobernante
varón; o que cuando el Inca buscaba conquistar un señorío a la
cabeza de una mujer (se dice que, en el caso concreto consignado
en las crónicas, esta cacica era viuda), la Coya tomó la dirección
de las negociaciones en lugar de su marido; pero en general las
esposas (y menos los esposos) no ocuparon una posición equi-
valente a la de su cónyuge. Es decir, no ejercieron el chachawar-
mi según la interpretación indigenista/indianista actual, donde
se alega que, para ser ‘autoridad originaria’ es necesario formar
parte de una pareja casada, y además, que tanto el marido como
la mujer ocupen el cargo. Tan necesaria es esta contraparte, que
si la persona nombrada o elegida es viuda o soltera, tiene que ser
‘acompañada’ por su progenitor y/o prole del género opuesto. Y
al menos según algunos indianistas, tienen igual jerarquía en el
cargo, así que si el marido tiene que viajar o se enferma, la espo-
sa con pleno derecho dirige la reunión o decide el pleito en su
ausencia… ¿qué dijiste? ¿La esposa dirige cuando el marido está
ausente? Ya ves: el marido es pues el titular. La esposa tendrá que
estar presente en el acto de posesión, y otras ocasiones festivas o
protocolares, pero con respecto a las reuniones ordinarias, si ella
está suele ser en la cocina junto con esposas de otras dirigentes
preparando la comida para invitar a los asistentes, no está senta-
da en la testera al lado de su marido interviniendo en los debates

166
Chachawarmi a lo yungueño: experiencias en el sindicalismo paralelo de mujeres campesinas

en sala. Tampoco asume esa participación el marido (o el padre,


o el hijo mayor) de la autoridad, en el caso —hoy en día más
frecuente— que una mujer haya sido nombrada como titular (y
no he sabido que su ‘complemento’ entonces tuviera que estar
presente en la cocina). Pero las mujeres campesinas, con o sin sus
maridos, siendo estos dirigentes o no, sí estaban presentes en los
bloqueos, marchas y movilizaciones, y esta es la exigua explica-
ción que se suele ofrecer para la formación en 1980 de la Federa-
ción Nacional de Mujeres Campesinas de Bolivia ‘Bartolina Sisa’,
más generalmente conocida simplemente como ‘las Bartolinas’.
Yo no soy partidaria de especulaciones sobre una supues-
ta ‘memoria larga’ que de alguna manera habría conservado y
transmitido, incluso sin un reconocimiento consciente por par-
te de sus portadores, la cultura/tradición/historia prehispánica,
según la cual que las Bartolinas serían la resurrección del pa-
ralelismo de género de antes de la Conquista. Sí considero que
la autoridad en chachawarmi conyugal, con todos sus resabios
del Presidente y la Primera Dama, muy posiblemente tiene más
raíces hispánicas-coloniales que propiamente ‘andinas’, pero
dado que también considero que la obsesión con clasificar al-
gún rasgo cultural como ‘andino’ versus ‘occidental’ o ‘europeo’
solo sirve para campañas de extirpación de idolatrías por par-
te de fundamentalistas de cualquier índole, tampoco voy a de-
cir que la fundación de las Bartolinas fue un acto de rebelión
descolonizadora dirigida a rebatir el modelo colonial donde las
mujeres solo pueden acceder a la autoridad como acompañante
de su pareja varón; y mucho menos, que fue resultado de las in-
fluencias alienantes del feminismo occidental importadas por la
cooperación internacional con fines maquiavélicos de socavar la
solidaridad de las organizaciones campesino-indígenas. Pienso
que sus raíces estructurales tienen más que ver con las relaciones

167
Alison Spedding Pallet

sociales dentro de la economía campesina, basada en la unidad


doméstica donde tanto el hombre como la mujer son imprescin-
dibles para cumplir con la totalidad de las tareas productivas, y
la mujer tiene decisiones autónomas respecto a sus actividades
al igual que el hombre respecto a las suyas, pero para llevar el
proceso productivo a buen puerto es necesario su colaboración
y coordinación. Como veremos, esto es el modelo ¿ideal? de las
organizaciones campesinas paralelas en las cuales yo participo
en Yungas, a la vez que en la realidad se aleja cada vez del ideal,
al igual que lo que pasa en los hogares campesinos reales.
Dentro de la división de trabajo por género —digamos—
‘tradicional’, la representación de la unidad doméstica al nivel de
la organización comunal, sea este un sindicato agrario o un ayllu
o de ‘autoridades originarias’, es clasificada como obligación en
primer lugar del varón, y por eso su nombre suele figurar como
titular en las listas; solo figura el nombre de la mujer cuando llega
a ser viuda, o cuando se trata de una familia matrifocal (‘mujer
sola’ con sus hijos, tal vez siempre estaba sola, o es separada o
divorciada: situación que ha existido largamente en los Yungas,
pero según se dice es poco o nada aceptable en el Altiplano). Po-
demos decir que en el contexto ‘tradicional’, el alcance político de
estas organizaciones se limita a la misma comunidad, o muy ape-
nas las comunidades colindantes que de alguna manera compar-
ten el ámbito local centrado en el pueblo más cercano, donde los
puestos de autoridad solían ser monopolio de los vecinos (es de-
cir, no campesinos). Hasta 1956 ¡las y los campesinos ni siquiera
tenían derecho al voto! Los sindicatos agrarios formados a partir
de 1953, inicialmente, tampoco tenían organizaciones supraco-
munales efectivas. Estos se iban articulando, y luego liberándose
de la tutela oficialista, hasta la fundación de la Confederación
Nacional de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB) en

168
Chachawarmi a lo yungueño: experiencias en el sindicalismo paralelo de mujeres campesinas

1979, como expresión de la integración cada vez más amplia de


las comunidades campesinas, antes aisladas y fragmentadas, en
estructuras económicas y políticas de alcance regional y nacio-
nal. Esta integración tocaba a las mujeres tanto como a los varo-
nes, y por eso apenas un año más tarde se fundó la organización
nacional equivalente de mujeres.
La diferencia es que, mientras la organización ‘de varones’
era el resultado de una larga y a veces zigzagueante articulación
de las organizaciones de base, la de mujeres en su inicio fue un
impulso cupular debido a unas cuantas activistas, y se ha ido am-
pliando desde arriba hacia abajo, al revés de la ‘de varones’. Pongo
‘de varones’ entre comillas, porque los sindicatos (u otras organi-
zaciones comunales de base) son en realidad mixtas, en los tér-
minos expuestos al inicio. Durante mucho tiempo el único cargo
asignado a mujeres era el de Vinculación Femenina, limitado a
la limpieza de la sede, cocinar para las reuniones y reunir a las
mujeres cuando se las necesitaba para similares tareas en fiestas
o para recibir la visita de alguna autoridad. Cuando las mujeres
asistían a las reuniones era solo para decir ‘presente’ en nombre
de su titular ausente. Poco a poco, alguna de las pocas titulares
llegaba a un cargo inferior, como por ejemplo Secretaria de Ha-
cienda (manejar dinero es una actividad femenina en los Andes).
Solo después de 2000 se ha vuelto cada vez más frecuente que las
mujeres ocupen el cargo principal de Secretario General, donde
no solo se tiene que manejar asuntos internos de la comunidad
sino representarla frente a todo tipo de instancias externas, a la
vez que se acepta que una mujer puede asumir un cargo en el
lugar de su marido que figura como titular y no solamente cuan-
do ella misma figura en la lista. Ya que la experiencia en cargos
de base, que no están formalmente diferenciados por género, es
requisito para pasar a los niveles supracomunales de Subcentral,

169
Alison Spedding Pallet

Central y luego Federación provincial, la naturaleza mixta de los


sindicatos de base da lugar a que, en ocasiones, una mujer puede
llegar a la dirigencia en la Central ‘de varones’ e incluso — aun-
que esto es excepcional— a cargos en la Federación ‘de varones’.
Lo opuesto —que un varón ocupe un cargo en la Central o Fe-
deración de mujeres— es inadmisible; en esto se expresa, aunque
no se hace explícita, que estas organizaciones tienen un compo-
nente de ‘acción afirmativa’, proporcionando un espacio donde
un sector social en desventaja puede tener representación propia,
y este objetivo sería anulado si fuera posible que algunos de estos
espacios sean ocupados por el sector que ya dispone de una re-
presentación amplia y establecida. Pero a diferencia de la ‘acción
afirmativa’, que puede ser concebida como una medida transito-
ria (aunque la duración de la transición tal vez sería muy larga)
hasta que el sector en desventaja, asistido por este coto de acceso,
adquiere un ejercicio social y político en nivel de igualdad que
hace innecesario seguir favoreciéndolo, la organización paralela
se proyecta como una estructura permanente, que a la vez que fo-
menta la acción y representación de un sector antes poco o nada
considerado, le garantiza una presencia política permanente que
no depende de su situación mejor o peor en comparación con los
otros, o en este caso, el otro sector, es decir, los hombres.
En el caso de Sud Yungas —que es el ámbito donde desde
ahora voy a precisar mi exposición— la Federación Provincial de
mujeres fue fundada el 23 de marzo de 1980, apenas tres meses
después de la fundación de las Bartolinas a nivel nacional (10 de
enero de 1980), pero su desarrollo fue truncado por el golpe de
Estado de García Meza el 17 de agosto del mismo año, que obligó
a las y los dirigentes a pasar a la clandestinidad. Cuando volvió
la democracia se reorganizó y actualmente reconoce como fecha
de fundación el 23 de noviembre de 1983. En ese entonces el pro-

170
Chachawarmi a lo yungueño: experiencias en el sindicalismo paralelo de mujeres campesinas

blema era el número ínfimo de mujeres con alguna experiencia


sindical, y las que entraban de dirigentes no siempre habían he-
cho cargo alguno en su sindicato, si no tenían cierta formación
a través de los Clubes de Madres o como catequistas. Aún así,
era un grupo muy reducido, de tal manera que hasta los años
1990 unas cuantas seguían rotando en los cargos, en una gestión
como Ejecutiva para luego reaparecer en un cargo secundario, o
viceversa. Tampoco había instancias de mujeres debajo del nivel
de la Federación. En Chulumani, la primera en formarse fue la
Central de mujeres de Huancane, en 1997. Las demás Centrales
y Subcentrales fueron lentamente siguiendo su ejemplo y solo
alrededor de 2010 todas tuvieron más o menos establecidas sus
directorios de mujeres a la cabeza de una Secretaria General, al
lado del Secretario General de varones. Cada comunidad debe
nombrar un representante varón y otra mujer para la Central, o
Subcentral, a que pertenece; luego esta instancia debe elegir a su
vez un candidato y una candidata para las Federaciones de varo-
nes y mujeres. En lo ideal estos candidatos deben haber pasado
por una trayectoria sindical primero en su comunidad y luego
en su Central, pero dado que la participación de las mujeres en
ambos niveles es aún incipiente, sigue habiendo una escasez de
candidatas habilitadas, muchas de las que hay ya no quieren per-
der más tiempo y dinero haciendo cargos (ya que sigue siendo el
caso que el o la dirigente tiene que cubrir todos sus gastos en el
cargo y tampoco se reconoce los días laborales perdidos) e inclu-
so a nivel de la Federación, ni qué decir de las Centrales, se nom-
bra a candidatas que apenas hayan hecho algún cargo escolar
(que propiamente dicho, no es trayectoria sindical) o ni eso, lo
que evidentemente debilita al directorio del cual llegan a formar
parte.

171
Alison Spedding Pallet

Alrededor de 2013, Felipa Huanca, entonces Ejecutiva na-


cional de las Bartolinas, impulsó la ampliación de la organiza-
ción paralela hasta el nivel de base, promoviendo la formación
en cada comunidad de un sindicato de mujeres al lado del sin-
dicato existente, que entonces pasaría a ser denominado ‘de va-
rones’. También indicó que los directorios de las Federaciones de
mujeres ya no debían elegirse en el mismo congreso donde se
elige al directorio de la Federación de varones, sino organizar un
congreso aparte, exclusivamente de mujeres. Pudo imponer esto
en Chulumani a través de sus representantes departamentales,
quienes rehusaron posesionar a la mujer que fue elegida en un
congreso junto a los varones, obligando a realizar por primera
vez un congreso de mujeres. Es cierto que esto fue una experien-
cia valiosa, ya que las mismas mujeres fueron obligadas a formar
todas las comisiones y presentar sus propuestas, mientras que en
los anteriores congresos mixtos los varones siempre manejaron
las comisiones con una participación mínima de mujeres. En una
de estas comisiones se debatió la propuesta de formar sindica-
tos de base de mujeres. Las participantes lo vieron como poco
factible. En primer lugar, la lista de cargos que hay que cubrir
cada año ya es bastante abultada: suele haber 10 o 12 cargos en el
sindicato, luego el comité de aguas potables con unos tres miem-
bros, ADEPCOCA1, el hombre y la mujer para la Subcentral o
Central, un delegado de luz, un catequista, cinco miembros del
directorio de la escuela si la comunidad tiene una, y si están eje-
cutando alguna obra el comité a cargo… se suman entre 20 a 30
cargos por año. En esta región, una comunidad de tamaño regu-
lar puede tener unos 70 afiliados activos, así que cada año cerca
de la mitad está con cargo. Si el directorio del sindicato de muje-
1Asociación Departamental de Productores de Coca, a la que están afiliadas todas las comunidades co-
caleras de los Yungas. En cada comunidad hay que nombrar anualmente un(a) Presidente/a Comunal,
más su Secretario de Actas y de Hacienda.

172
Chachawarmi a lo yungueño: experiencias en el sindicalismo paralelo de mujeres campesinas

res tuviera que asistir a todas las reuniones al lado del directorio
‘de varones’, eso exigiría 10 o 12 personas más. Ninguna unidad
doméstica va a ceder dos personas para ‘perder tiempo’ en esto, y
¿de dónde encontrar ese número adicional de hogares/personas
disponibles, ya que después de un año en el cargo es habitual
insistir en ‘descansar’ mínimo un año —o más— antes de asumir
de nuevo?
Es más: la mayoría de los temas tratados en las reuniones
ordinarias, desde el camino, las aguas potables, la escuela o la
obra que se ha pedido este año en el Plan Operativo Anual (POA)
municipal, hasta los conflictos de límites externos o internos, pe-
leas o robos, afectan tanto a hombres como a mujeres. No ten-
dría sentido que el sindicato de mujeres convoque a una reunión
aparte, excepto que hubiera algún tema considerado ‘de mujeres’
—y esta era una de las quejas de las activistas sobre el proceder
en las Federaciones provinciales. Aunque la Ejecutiva se sentaba
en la testera junto con el Ejecutivo y la convocatoria se emitía a
nombre de los dos, siempre era el Ejecutivo quien conducía el
ampliado. Solo daba la palabra a la Ejecutiva cuando se trataba de
un tema ‘de mujeres’, como la llegada de algún proyecto específi-
camente para mujeres, una campaña de papanicolau, un curso de
repostería o de tejidos… entonces los hombres presentes —siem-
pre la mayoría— se ponían a charlar entre ellos, a veces hasta
hacer inaudible lo que decía la Ejecutiva, aunque se supone que
ellos deberían estar tomando nota para informar a las mujeres
de sus comunidades, si no habían traído a una representante fe-
menina, mientras las mujeres renegaban entre ellas, diciendo ‘los
hombres no dan importancia a las mujeres’. Al igual que en los
sindicatos de base, los temas tratados —problemas con el cami-
no (el estado peligroso de los caminos yungueños es tristemente
famoso y hasta ahora no hay soluciones adecuadas), corrupción

173
Alison Spedding Pallet

en el municipio, los interminables disputas sobre la política de


la coca— afectan a las mujeres tanto como a los hombres, y se
espera que ellas tomen parte en las medidas que se decide asumir
al respecto, pero no se acostumbraba consultar a la Ejecutiva al
respecto, excepto si ella insistía; muchas que pasaron por el cargo
aceptaron esta marginación y se quedaron en silencio durante
los debates. Lo mismo pasaba en los ampliados de la Central: la
Secretaria General de mujeres simplemente hacía presencia para
ratificar la acción del dirigente varón.
La propuesta de esta comisión fue que los ampliados debe-
rían dirigirse de manera intercalada, uno a cargo de los varones
y el siguiente, a cargo de las mujeres, mientras en las comunida-
des, en vez de nombrar directorios paralelos, debe haber un solo
directorio pero nombrado en alternancia, es decir, si el Secreta-
rio General es varón, una mujer debe asumir como Secretaria de
Relaciones, y así sucesivamente. Para procurar esto, en caso de
haber nombrado a una mujer donde corresponde por alternan-
cia a un varón, entonces su marido haría el cargo en lugar de ella,
y viceversa. Las mujeres no usaron la expresión chachawarmi al
exponer su propuesta. Sin embargo, en tanto que se practica la
dirección conjunta entre la Central de varones y la Central de
mujeres, y en el nombramiento de mujeres en cargos en los sin-
dicatos de base, aunque no sea en plena alternancia ni mucho
menos, esto es llamado en los Yungas chachawarmi, entendido
como ‘dirigente(s) varon(es) y dirigente(s) mujer(es) que cami-
nan juntos’. No implica en absoluto una relación de pareja (o
un vínculo sustituto, como padre-hija o madre-hijo) entre las
partes. Como suele ser el caso, en el congreso la propuesta fue
aprobada en la plenaria; se debe recoger estas propuestas como
base del plan de trabajo al directorio que se elige al finalizar la
plenaria, pero de hecho nadie se ocupa de registrarlos aparte de

174
Chachawarmi a lo yungueño: experiencias en el sindicalismo paralelo de mujeres campesinas

los papelógrafos donde fueron presentados, y estos desaparecen


en el curso de la borrachera obligatoria para celebrar la posesión
de los flamantes elegidos (o elegidas). Sin embargo, la Central a
cargo de esa comisión decidió tratar de implementar al menos la
dirección intercalada de sus ampliados.
No fue fácil. La Secretaria General de mujeres vaciló du-
rante varios meses antes de aceptar lanzarse a tomar el mando de
un ampliado, y cuando lo hizo, el Secretario General de varones
pareció no comprender que esta vez le tocaba a él escuchar hasta
que le tocara expresarse; intervino en medio del informe de la
Secretaria General y luego empezó a dar la palabra a terceros,
cuando ese rol le correspondía a ella. Poco dispuesta a armar un
conflicto abierto, ella le dejaba actuar; además, se notaba la falta
de reuniones preparatorias entre el directorio de mujeres, ya que
sus intervenciones se contradecían, o una de ellas lanzaba una
propuesta que no había consultado previamente con sus compa-
ñeras. Esto es un problema crónico en los directorios de mujeres:
por sus apremios domésticos, apenas termina la parte formal de
una reunión, escapan corriendo y no se quedan para hacer un
post mortem analizando los aciertos o errores de lo que acaban
de hacer, y debatiendo qué hay que hacer para cumplir con las
decisiones tomadas. Menos se disponen para reuniones informa-
les donde los miembros más activos se ponen de acuerdo para
‘hablar con una sola voz’ sobre los temas a tratar, o urden estra-
tegias para lograr la aceptación de propuestas donde se sabe que
ciertas personas o grupos no estarán de acuerdo. No obstante,
hasta la fecha, a través de dos cambios de directorio de la Cen-
tral (su gestión es de dos años, al igual que las Federaciones) se
ha mantenido al menos nominalmente esta alternancia, aunque
todavía no gozaba de plena aceptación ni comprensión más que
todo entre las bases varones: todavía en diciembre de 2018, un

175
Alison Spedding Pallet

dirigente de una comunidad atacó a la Secretaria General de mu-


jeres por ‘querer dividir, hacer una Central aparte’, debido a que
ella había dirigido un ampliado en ausencia del dirigente varón.
Él tuvo que explicar que la dirección intercalada figura en el Es-
tatuto de la Central y de ninguna manera representaba una des-
viación —a la vez que en ese momento él mismo lanzaba críticas
severas a la acción de la dirigente de las mujeres en la ocasión en
cuestión. Y aquí es donde yo entro en escena: yo era la dirigente
atacada.
Antes de entrar en el relato de los hechos, primero quiero
hacer unos comentarios sobre el concepto de discriminación. En
el ámbito boliviano, predomina el uso coloquial de este término:
‘discriminar’ a alguien es menospreciarle, insultarle, apartarle, o
como se dice, ‘ralearle’, desde ignorar sus intervenciones en una
reunión hasta no avisarle o no invitarle a propósito a algún even-
to o fiesta donde se supone que debería estar incluido. Este uso
no se limita a contextos populares donde tal vez se podría pensar
que es consecuencia de pocos conocimientos formales o legales,
sino que prevalece hasta en contextos universitarios, donde apli-
car términos despectivos (o tenidos por tales) por parte de un
docente a un alumno puede ser calificado como ‘discriminación
flagrante’. Propiamente hablando, ‘discriminación’ corresponde a
favorecer o desfavorecer a alguien en base a características o as-
pectos que no son relevantes para el contexto en que se está eva-
luando a esa persona. No es recomendable asumir que existe ‘dis-
criminación’ en base a un caso suelto. Para decir que un docente
ha ‘discriminado’ a cierto alumno al mandar un informe negati-
vo sobre su desempeño o ponerle una mala nota, mínimo habría
que ubicar a otro alumno cuya asistencia (o redacción, o lo que
fuera observado) es igualmente deficiente, pero el docente le ha
aprobado o hasta alabado, y para fundamentar la acusación será

176
Chachawarmi a lo yungueño: experiencias en el sindicalismo paralelo de mujeres campesinas

preferible demostrar una serie de casos donde alumnos con ca-


racterísticas compartidas con el supuesto discriminado —como
por ejemplo ser cambas, o tener una edad muy por encima del
promedio del curso— siempre eran aplazados, aunque no todos
eran inasistentes o mostraban mal rendimiento en la generalidad
de sus materias. Hay docentes varones de quienes muchas alum-
nas opinan que ‘discriminan a las mujeres’, en base a que suelen
soltar comentarios en tono de que ‘a las mujeres solo les inte-
resa casarse de blanco’ y por eso no tienen afanes intelectuales;
pero falta recoger una serie de actas de examen de tal docente y
comparar los promedios de notas de alumnos varones y mujeres,
para ver si hay una tendencia consistente de poner notas más ba-
jas a las mujeres. En un curso o semestre dado, es siempre posible
que por casualidad las mujeres sean peores estudiantes que los
varones, pero no es creíble que esto se repita cada vez o siquiera
en la mayoría de los cursos. Sin embargo, aun suponiendo que
se ha hecho este trabajo y se ha demostrado que este docente
exhibe una práctica consistente en poner mayores notas a sus
alumnos varones, ¿esto sería suficiente para aceptar la queja de
cierta alumna individual aplazada, que su aplazo se debe no a su
desempeño objetivamente malo, sino a que el docente discrimi-
na a las mujeres —en general— y por eso ella merece que su nota
sea anulada y se le proporcione otra oportunidad de aprobar el
curso, siendo evaluada por otras personas? La discriminación es
un fenómeno que se basa en categorías (ser mujer, ser negro, etc.)
y no en individuos, y por tanto se demuestra su existencia a nivel
estructural en base a datos agrupados, pero los hechos concretos
de discriminación sí ocurren entre individuos concretos, cuyas
características e interacciones —en el momento cuando tal vez
fueron discriminados y/o antes— siempre rebalsan los aspectos
que podrían haber sido motivo para discriminar.

177
Alison Spedding Pallet

Es más: ser discriminado es independiente de tener el sen-


tido subjetivo de que alguien te haya discriminado (y también
te pueden discriminar sin usar en momento alguno expresiones
insultantes o ‘discriminatorias’ hacia ti). De ahí viene la situación
común de mujeres que expresan que ‘nunca han sido discrimi-
nadas como mujeres’. En generaciones pasadas, era frecuente que
se limitara los años de estudio formal de las hijas mujeres, argu-
mentando que no les iban a servir los conocimientos adquiridos,
a diferencia de sus hermanos varones. Muchas de ellas aceptaban
esta situación y a veces lo justificaban argumentando que ellas
‘no tenían cabeza’ para estudiar, o que su hermano sí merecía
que le pagaran los estudios en vez de ella ‘porque era el varón’.
No consideraban que hubieran sido discriminadas, pero hoy que
consideramos que el género no es relevante para otorgar o negar
la oportunidad de estudiar, decimos que sí lo eran, aunque ellas
no lo veían así. Se complica aún más en contextos contemporá-
neos donde se da por supuesto que existe un grado de discrimi-
nación estructural en contra de ciertos grupos sociales, como las
mujeres o ‘los indígenas’;2 entonces, algunos individuos que son
(o dicen ser) miembros de estos grupos, cuando reciben críticas
por alguna acción, responden que les ‘están discriminando’ solo
por ser mujer, o indígena, etc., como si la misma acción realizada
por un hombre o un no indígena fuera aprobada sin más. Los
argumentos en contra de las cuotas de género y similares son la
otra cara de esta moneda: alegan que tales medidas permiten que
personas mal calificadas y hasta incompetentes puedan ocupar
puestos en vez de postulantes más adecuados porque gozan de
2 Pongo ‘indígenas’ entre comillas porque considero que, a diferencia de ser mujer –u hombre– ser
‘indígena’ en Bolivia no es una categoría objetiva con límites claros independientes de la auto iden-
tificación u orientación política de la persona que es socialmente asignada a dicha categoría, y que la
posibilidad de comprobar que alguien haya sido discriminado por pertenecer a cierta categoría social
requiere que se pueda definir esa pertenencia fuera de la coyuntura del supuesto hecho de discrimi-
nación.

178
Chachawarmi a lo yungueño: experiencias en el sindicalismo paralelo de mujeres campesinas

una especie de impunidad o tolerancia meramente por pertene-


cer a cierta categoría que les hace intocables, y quien se atreviera
a criticarlos correría el riesgo de ser acusado de ‘discriminación’.
Es cierto que hay contextos donde resulta imposible expre-
sar opiniones negativas debido a este tipo de blindaje ideológico;
es igualmente cierto que en otros contextos se quita valor o im-
portancia a testimonios de experiencias personales de discrimi-
nación (en diversos sentidos) alegando que son nada más que
uvas agrias del individuo en cuestión, y no merecen ser tomados
en serio. De hecho, hay una suerte de convención donde, para
hacer valer una denuncia de discriminación incluso de un tipo
que uno mismo haya sufrido en carne propia, se lo debe pre-
sentar hablando de terceras personas; decir ‘yo mismo he pasa-
do por esto, y era así…’ hace aparecer que el texto es un alegato
personal, otro más de esos berrinches como del mal alumno que
culpa al docente discriminador de su aplazo. No digo que este sea
universalmente el caso; pero tengo la impresión que tal descali-
ficación es más frecuente cuando la queja se lanza en contra de
una discriminación que es implícita, expresada en acciones antes
que en expresiones abiertamente despreciativas, y cuando la per-
sona que alega haber sido discriminada ocupa un rango formal
o supuestamente superior a los agentes a quienes atribuye la dis-
criminación, aunque los criterios de su superioridad respondan
a otros ejes que aquellos en que haya sido discriminada. Digo
todo esto porque lo que sigue es un relato en primera persona de
mis experiencias de discriminación de género en el sindicalismo
campesino de mujeres, y se expone a ese tipo de invalidación que
ya he encontrado al incluir mis experiencias personales en escri-
tos académicos críticos. Bueno, ustedes verán.
Yo empecé a asistir a los ampliados de la Central San Barto-
lomé en 2012, al ser elegida Secretaria General de mi comunidad.

179
Alison Spedding Pallet

Cuando terminé mi gestión, la entonces Secretaria General de


mujeres me pidió ‘seguir colaborando con la Central’ y así, aun-
que el cargo que pasé a ocupar (Secretario de Actas de Comisión
de Tierra y Territorio) no era uno de los obligados a asistir a los
ampliados de la Central, seguía viniendo, como también iba a los
ampliados de la Federación provincial, algo que vengo haciendo
desde fines de los años 1980 —cuando no estaba afiliada a nin-
guna comunidad y menos había ocupado cargo alguno— como
parte de mi trabajo de campo antropológico permanente en la
provincia. Yo era parte activa de la comisión que hizo la propues-
ta de alternancia. La nueva Secretaria General de mujeres de la
Central, aunque le costó asumir el protagonismo en los amplia-
dos, demostraba independencia frente al Secretario General de
varones. En particular, este era militante incondicional del MAS,
y estábamos todavía en la época cuando el oficialismo fingía que
su etiqueta de ‘gobierno de los movimientos sociales’ era algo
más que un disfraz de políticas tradicionales de clientelismo y
cooptación de dirigentes. Por tanto, este Secretario General es-
taba bastante dado a dar avales a personas interesadas en optar
a cargos de funcionario público o electorales, los cuales sellaba
y firmaba con su pequeño grupo de fieles entre el directorio de
varones, suponiendo que la Secretaria General los iba a sellar
igualmente sin chistar. De hecho, ella también simpatizaba con
el MAS, pero en varias ocasiones se negó a firmar estos avales
porque eran inconsultos y las personas en cuestión no estaban
cumpliendo con las normas y reglamentos del sindicalismo agra-
rio. En octubre 2015 la Regional del MAS en Chulumani tenía
que renovar su directorio. En respuesta a quejas sobre un mono-
polio masculino de los cargos, la convocatoria indicó que cada
Distrito del municipio debería nombrar a una candidata mujer,
pero el único que cumplió con esto era el Distrito 1, que cubre

180
Chachawarmi a lo yungueño: experiencias en el sindicalismo paralelo de mujeres campesinas

el pueblo capital de provincia, representado por FEJUVE, y la


Central San Bartolomé con sus doce comunidades. Se reunieron
a último momento y la única candidata a mano era una ex Ejecu-
tiva de la Federación de mujeres que a la sazón ocupaba el cargo
de Secretaria de Organización en la Federación Departamental
de mujeres. Todo el directorio de mujeres de la Central había
asistido durante dos días al congreso de esa Federación en la ciu-
dad de El Alto para procurar que Sud Yungas tuviera una repre-
sentante a nivel departamental, donde la organización suele ser
enteramente copada por mujeres de las provincias del Altiplano.
En el sindicalismo yungueño, una de las reglas básicas es ‘no hay
dualidad de cargos’; así, si alguien que está con cargo quiere pos-
tular a otro, debe renunciar a su puesto para presentarse, aun-
que lo correcto sería que terminara primero su gestión antes de
lanzarse a la carrera. Los varones no veían problema alguno en
ocupar a la vez un puesto en la Federación Departamental y en
el comité regional del MAS, pero la Secretaria General no estaba
de acuerdo. Tampoco aceptaba que la candidata renunciara a la
Departamental, ya que ‘nos ha costado llevarle a ese cargo’. En-
tonces, otra vez rehusó firmar el aval, provocando la ira tanto de
su contraparte varón como de los dirigentes locales del MAS.
Por esos meses, la Federación Provincial de mujeres esta-
ba en el proceso de redactar un borrador de Estatuto Orgánico.
Yo y una de mis tesistas de Sociología en la UMSA estábamos
colaborando en esto como parte de una investigación extracu-
rricular de la Carrera con componente de investigación-acción,
participando en reuniones de mujeres tanto en la sede de la Fe-
deración en el pueblo como en algunas Centrales y Subcentrales
en las comunidades. Los varones veían estas actividades como
relacionadas con la insumisión de la dirigente de las mujeres
y argumentaron que las que estaban promoviendo el Estatuto

181
Alison Spedding Pallet

—y específicamente, yo— buscaban organizar ‘otro sindicato’ de


mujeres y estaban fomentando ‘divisionismo’, un pecado capital
casi tan grave como ‘traicionar a la organización/la comunidad’
en el léxico del sindicalismo agrario. Uno de los dirigentes del
MAS ocupaba el cargo de Secretario de Justicia en esa gestión
en mi comunidad y aprovechó esto para atacarme en la reunión
ordinaria, acusándome además (y falsamente) de haber asumi-
do la tarea de registrar los nombres de las mujeres que iban a
participar en la votación para la Regional del MAS (20 muje-
res y 20 varones tenían que votar por distrito; de paso, bastaba
que se ofrecieran y fueran conocidos como afiliados a una de las
mencionadas organizaciones sociales, nadie controlaba carnets
de afiliación al partido). Se terminó prohibiendo que yo asistiera
a reuniones de la Central o cualquier otra instancia de la orga-
nización campesina. Cuando no hice caso, se me impuso una
multa de Bs 100 por ‘haber faltado el respeto a los dirigentes’
que me ordenaron no asistir más. El subtexto, aunque nunca fue
expresado abiertamente en estos términos, es que los dirigentes
varones percibían las actividades independientes de las mujeres,
fuera de toda tutela masculina, como una amenaza. Será que yo,
al tomar el control de registrar a las mujeres que iban a votar,
tendría la intención de anotar solo a las que formaban parte de
ese grupo rebelde frente al mando de los varones. Por diversos
motivos, entre ellos el hecho de que la Ejecutiva estaba a pun-
to de finalizar su gestión y no había tiempo para seguir con la
socialización del borrador, el Estatuto quedó en punto muerto,
mientras yo seguía participando en ampliados cuando quería y
eventualmente, por los méritos adquiridos en ese proyecto aun-
que no culminó, fui nombrada Coordinadora de una Comisión
de Estatuto en la misma Central, que sí logró redactar, hacer
aprobar y luego publicar el documento en cuestión; fue el si-

182
Chachawarmi a lo yungueño: experiencias en el sindicalismo paralelo de mujeres campesinas

guiente Secretario General de varones que procuró mi elección,


a la vez que este Estatuto fue redactado en conjunto entre varo-
nes y mujeres y rige a ambas Centrales en conjunto. De paso,
legaliza por escrito la dirección intercalada de los ampliados y
expresa que la Central de mujeres tiene la misma jerarquía que
la Central de varones —en el papel. Las elecciones de los nuevos
directorios tendrían que llevarse a cabo bajo este Estatuto, en
abril de 2018.
El Secretario General de varones saliente, quien había bre-
gado mucho para formalizar a la Central, se preocupaba de bus-
car candidatos y candidatas en las comunidades que fueran a dar
continuidad a sus esfuerzos. También se acercaban las elecciones
en la Federación Provincial. Este dirigente visitó a mi comuni-
dad y llegó a sugerir que yo podía ser candidata a la Federación
de mujeres. De hecho, la comunidad había decidido no nombrar
candidatos, ni para mujeres ni para varones (estos candidatos
luego tienen que pasar por una elección entre todas y todos los
nombrados por parte de cada comunidad de la Central, de donde
sale una mujer y un hombre quienes irán a la elección para la Fe-
deración frente a los candidatos y candidatas de las demás Cen-
trales y Subcentrales). Sí nombraron a un hombre —poco entu-
siasta— para la Central de varones, pero entre las pocas mujeres
que cumplieron los requisitos, como por ejemplo una ex Secreta-
ria de Justicia, ninguna expresaba voluntad de postular y se había
decidido dejar vacante el puesto y buscar a alguien de relleno una
vez pasadas las elecciones, que seguramente iría a uno de los car-
gos menos importantes, ya que solo los y las candidatas presen-
tes reciben una alta votación y llegan a las cabezas. Yo respondí
que, según ‘lo orgánico’, yo no podía ir a la Federación sin haber
pasado por la Central; dijeron que entonces tendría que aceptar
la candidatura para la Central. Hay que recordar que los Yungas

183
Alison Spedding Pallet

acababan de pasar por los duros conflictos alrededor de la apro-


bación de la Ley de la Coca (Ley 906) y seguían en abierta disen-
sión con el gobierno, con más conflictos en el horizonte, que era
motivo para que la mayoría, tanto hombres como mujeres, fuera
renuente a postular a cargos supracomunales donde era más que
probable que tuvieran que enfrentar situaciones muy difíciles. El
dirigente saliente propuso mandar a la Federación a un hombre
que —excepcionalmente— había hecho dos gestiones consecu-
tivas como Secretario General y acababa de cumplir otro medio
año como el mismo, justamente reemplazando la cabeza de un
directorio desconocido por haber apoyado al gobierno respecto
a dicha Ley. La comunidad respondía que no querían arriesgarle
en la coyuntura , pero de ahí el candidato nada animoso ofreció
renunciar para que el propuesto fuera en su lugar a la Central y
fue aceptado de manera unánime.
En términos de popularidad, esta maniobra resultó acer-
tada: en las elecciones tanto él como yo resultamos ganadores
con una mayoría aplastante, y aún más aplastante en mi caso
que en el suyo: yo gané con 86 votos, con la segunda candida-
ta obteniendo apenas 22, mientras él obtuvo 75 con una ventaja
similar sobre el segundo más votado. Esto ocurrió en medio de
las revueltas consecuentes al intento por parte de un pequeño
grupo de dirigentes simpatizantes del oficialismo de intervenir el
Mercado de la Coca en Villa Fátima. En Chulumani esto condujo
a la exigencia de la renuncia del Alcalde que fue expulsado de la
Alcaldía y tuvo que gobernar a salto de mata, hasta sesionando
sobre el camino en medio del monte. No habíamos estado ni un
mes a la cabeza de la Central cuando tuvimos un enfrentamiento
campal entre fogatas, piedras, petardos (por parte de nosotros),
dinamitas y gases lacrimógenos (por parte de los partidarios del
Alcalde) en las calles de Chulumani, pero a diferencia de lo que

184
Chachawarmi a lo yungueño: experiencias en el sindicalismo paralelo de mujeres campesinas

pasó en Irupana por las mismas fechas, no lograron retomar la


Alcaldía. El Alcalde respondió intensificando el manejo cliente-
lar de las obras financiadas por el POA municipal. Es cierto que
bajo el MAS se había hecho habitual ‘agradecer’ por las obras a
través de votos resolutivos de apoyo además de la asistencia, pre-
feriblemente con conjunto folclórico incluido, a inauguraciones,
entregas, visitas de autoridades y similares. Ahora, si una comu-
nidad quería que se ejecutara el POA que le corresponde por ley,
no solo tenía que apoyar de esa manera sino que sus dirigentes y
hasta sus bases no tenían que participar en marchas, en la vigilia
frente a la Alcaldía para evitar el regreso de la administración
municipal, o cualquier otra acción en contra del Ejecutivo Mu-
nicipal, y tampoco expresarse en su contra en las radios locales o
siquiera en ampliados o cabildos. Si consentían a todo esto, el Al-
calde no solo les daba su POA sino que les ofrecía otros proyectos
con financiamiento de varios miles de bolivianos, donaciones de
muebles para la sede de su sindicato o su escuela, y otros más,
aunque con el tiempo ha resultado que no todas estas ofertas se
hicieron realidad. Incluso las maquinarias de la municipalidad
ya solo trabajaban los caminos de esas comunidades que estaban
al lado del Alcalde. Y aparte de la manipulación a través de las
obras, este Alcalde tránsfuga —entró con la sigla de MPS pero
luego se pasó al MAS— logró que se le permitiera interferir con
las carpetas al detalle, que son los permisos que los productores
de coca pueden obtener para comercializar coca en el interior del
país. Si una o un ‘carpetero’, como se les conoce en Yungas, par-
ticipaba de las maneras descritas en su contra, luego encontraba
que su permiso estaba suspendido, y peor si era dirigente. En
nuestra Central ya se había indicado que nadie con carpeta podía
formar parte del directorio, y algunas comunidades aplicaron la
misma regla, pero no todas.

185
Alison Spedding Pallet

Algunas comunidades ya tienen casi todo lo que se podría


pedir a través del POA: su sede tiene un nuevo edificio ya ter-
minado, tienen agua potable, su escuela ha sido refaccionada
completamente incluyendo una batería de baños, polifuncional
deportivo y tinglado, hasta se ha empedrado un trecho de cami-
no o cementado su plaza. A otras les faltan varias de estas obras,
o las tienen a medio hacer; de ahí que presionan a sus dirigentes
a hacer lo que puedan para conseguir que el trabajo siga. Donde
hay dirigentes carpeteros, igualmente se inclinan a favor del Al-
calde, y aunque el directorio no incluya a carpeteros, en algunas
comunidades estos son la mayoría e igualmente presionan para
apartarse de las movilizaciones tanto en contra del Alcalde como
en contra del gobierno y, a partir de la detención de Franklin
Gutiérrez —Presidente de ADEPCOCA— a fines de 2018, dejar
de apoyarlo a él y su directorio o pedir su dimisión y nuevas elec-
ciones (donde se supone que el MAS hará todo lo posible para
hacer entrar candidatos oficialistas que promoverán una nueva
intervención al Mercado). Han surgido divisiones en todos los
niveles: algunas comunidades aparecían con dos Secretarios Ge-
nerales, y en algunas Centrales una parte del directorio se separó
y se declaró como una Central rival, o si no el dirigente saliente
—sobre todo si había sido desconocido por oficialista— retuvo
los sellos y los libros y rehusó reconocer al nuevo directorio ele-
gido en su lugar.
En la Central San Bartolomé, la posición mayoritaria se man-
tuvo en contra del Alcalde y del oficialismo. Hemos intentado fre-
nar los intentos de división anunciando que esas comunidades que
quieran ‘trabajar con el Alcalde’, es decir pedir obras o proyectos
a través de él, pueden hacerlo pero siempre a título individual y
sin alzar el nombre de la Central. Entre las que optaron por ello,

186
Chachawarmi a lo yungueño: experiencias en el sindicalismo paralelo de mujeres campesinas

a veces sus bases o una parte de su directorio continuaba saliendo


a la vigilia y a las marchas y otros actos de protesta en la ciudad
de La Paz, mientras otras daban por perdido su POA (es cierto
que generalmente porque ya habían obtenido lo que querían y no
tenían nada significativo en marcha) y se mantenían firmes tras
la Central, la Federación Provincial y ADEPCOCA. Entre las di-
visiones internas y acciones improvisadas y mal organizadas por
parte de las dirigencias superiores (las Federaciones agrupadas en
una COFECAY3 paralela que se había organizada en contra de la
oficialista, así aplicando al gobierno su propia estrategia de fomen-
tar organizaciones paralelas) se llegó a convocar a un bloqueo de
caminos en Unduavi que fracasó desastrosamente a principios de
septiembre 2018. Cada segundo viernes del mes, el directorio de
la Central se reúne para establecer el orden del día y sacar la con-
vocatoria para el ampliado ordinario que se debe realizar el tercer
viernes de cada mes. En septiembre, el Secretario General de va-
rones argumentaba que era muy probable que fuera a haber otro
bloqueo, o si no, otras medidas de presión que coincidirían con la
fecha de nuestro ampliado. A mi parecer, esto era muy poco pro-
bable, ya que no obstante la retórica fogosa de los dirigentes que
alegaban que iban a volver a la protesta, las bases estaban disgus-
tadas con el fracaso y no se iban a prestar de nuevo a acciones que
ya no perfilaban posibilidades de éxito; era de seguir con nuestro
ampliado para mantener el ritmo de vida ‘orgánica’ (‘institucional’
se diría en otro contexto). Si surgiera algún imprevisto, siempre
se podría suspender o postergar. Solo un dirigente de los varones
me apoyó; las y los demás aceptaron sin cuestionar la posición del
Secretario de varones, de que había que suspender el ampliado de

3 Consejo de Federaciones Campesinas de los Yungas. Creado en la segunda mitad de los años 1990 en
un intento de replicar el éxito de la Coordinadora de las seis Federaciones del Chapare en movilizar a
toda su región de manera unificada, pronto declinó hasta el punto de desaparecer a medios de los 2000;
luego fue revivido por el MAS como canal de cooptación de dirigentes.

187
Alison Spedding Pallet

antemano y no hacer nada ese mes, ya que ‘podía ser feo’ anunciar
su suspensión después de haber lanzado la convocatoria.
Llegando al mes de octubre, yo insistí que era necesario
convocar al ampliado. El de septiembre tenía que haber sido
conducido por los varones. El Secretario respondió que muy
bien, entonces que sea a cargo de las mujeres, que yo reúna al
directorio el segundo viernes, pero él no iba a estar presente ni
ese día ni el viernes siguiente porque tenía que atender ‘asuntos
personales’ en la ciudad de La Paz. El sí selló la convocatoria que
yo saqué para el viernes 17 de octubre, indicando que estaba de
acuerdo, aunque en la reunión del directorio casi todos los varo-
nes, y sobre todo las cabezas (General, Relaciones, Actas, Justicia
y Hacienda) brillaron por su ausencia. Luego surgió un impre-
visto. Los partidarios del Alcalde, junto con los carpeteros y un
par de Centrales divididas, lanzaron de súbito faltando apenas
48 horas, cuando bajo reglamento debe tener de 45 a 90 días de
anticipación —la convocatoria a un congreso para la elección de
una nueva Federación de varones, en el pueblo de Huancane, jus-
tamente para el 17 y 18 de octubre. En esta ocasión no convoca-
ron a elecciones de mujeres, porque en febrero de 2018 se había
elegido un nuevo directorio de la Federación de mujeres de ma-
nera improvisada y con una asistencia mínima; esta Ejecutiva fue
desconocida en seguida por haber apoyado la intervención del
Mercado, pero seguía siendo reconocida por la Departamental
MASista de mujeres, y por tanto para la facción pro Alcalde no
era necesario elegir de nuevo a una mujer, mientras el entonces
Ejecutivo de varones, desconocido por el mismo motivo, sí dejó
el cargo, y la Departamental de varones, al parecer por no darse
cuenta a tiempo a quiénes estaban reconociendo, sí había recibi-
do al nuevo, solo para enterarse luego que él y su directorio eran
‘de nuestro lado’ (es decir, anti oficialistas). Este supuesto con-

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Chachawarmi a lo yungueño: experiencias en el sindicalismo paralelo de mujeres campesinas

greso entonces tenía que reemplazarle, o mejor dicho, estable-


cer una Federación paralela, como las que ya habían existido en
Asunta, Coripata e Irupana, pero que hasta la fecha no se había
podido armar en Chulumani. En un ampliado de emergencia de
la Federación Provincial, se determinó ir a bloquear los accesos a
Huancane para impedir la realización de este evento.
Ya se había intentado hacer esto con una concentración que
el Alcalde organizó en Huancane en julio. Esa vez la gente se iba
reuniendo a cuentagotas en Chulumani y solo a la una de la tarde
había un número razonable de personas como para partir hacia
Huancane; pero los pro-Alcalde y carpeteros ya estaban reunidos
en la plaza, nos recibían con pedradas y tuvimos que retirarnos
en desorden. Por algún motivo ‘personal’, mi Secretario General
de varones tampoco había estado presente ese día. Yo fui atacada
—por el mero hecho de haber ido— por un grupo de represen-
tantes de esas comunidades ya inclinadas hacia el Alcalde. Él me
comunicó por teléfono que había que suspender el ampliado, o
más bien trasladarlo a una gasolinera fuera de funciones a me-
dio camino hacia Huancane, allá llamar lista y luego ir directo al
bloqueo. En todo caso, ya estaba difundida la convocatoria para
reunirse en la sede de la Central, en el pueblo de Chulumani, a
partir de las 08:30. En base a la experiencia previa, yo conside-
raba que había que reunirnos allí y después ir todos juntos hacia
Huancane, para no acudir de manera dispersa e inefectiva como
pasó en julio; entonces me hice presente en la Central, ignorando
las llamadas repetidas del Secretario ordenándome que era sufi-
ciente colocar un papel en la puerta cerrada de la sede indicando
la suspensión del ampliado y ordenando a todos dirigirse prime-
ro a dicha gasolinera y luego a Huancane.
Los dirigentes de las comunidades iban llegando poco a
poco, y de manera incompleta; cinco deben asistir por comuni-

189
Alison Spedding Pallet

dad, pero apenas aparecían Secretarios Generales y por lo mucho


uno o dos de sus seguidores. Una comunidad no vino, indicando
que habían ido directo al bloqueo. Comuniqué a los presentes la
propuesta de suspender el ampliado en la sede e ir a la gasoline-
ra donde se controlaría la asistencia para decidir qué acciones
tomar. Respondieron que había que consultar ‘por membretado’.
Esta es la conducta regular, tanto en Centrales como Federación:
tienen hojas membretados donde figura la lista de Centrales y
Subcentrales (Federación) o comunidades (Subcentral o Cen-
tral), y se les llama una por una según el orden de la lista para
pedir su opinión, criterio o decisión respecto al tema bajo debate.
Entonces procedí así. Dos comunidades declararon que iban a
ir a Huancane y abandonaron la sede en seguida. De las nueve
restantes, ocho declararon que ya que existió la convocatoria, el
ampliado tenía que realizarse sí o sí en el lugar citado y que no
iban a ir a ninguna otra parte. La última dijo que sus bases ha-
bían decidido que ‘ya no iban a ir a cualquier lado (se entiende,
en movilizaciones)’ y entonces, se quedaría en el ampliado. De
esta manera di por iniciado el ampliado y mi Secretaria de Ac-
tas llamó la asistencia, donde deben responder cinco (General,
Actas, Justicia, Hacienda y ADEPCOCA Comunal) por comu-
nidad. Ella indicó ‘Hay más faltas que presentes, somos mino-
ría’, pero esos ocho Secretarios Generales respondieron ‘Somos
Secretarios Generales, representamos a las comunidades, somos
mayoría’ e insistieron en continuar. Mientras tanto, el Secretario
de varones (desde La Paz) y el representante de Chulumani en la
Federación de varones (desde Irupana, donde igualmente había
ido para gestiones personales) me telefonearon ordenándome
otra vez suspender el ampliado. No sé cómo imaginaron ellos
la escena. Los representantes de las comunidades presentes no
pasaban de 25 personas; tal vez esperaban de mí una actuación

190
Chachawarmi a lo yungueño: experiencias en el sindicalismo paralelo de mujeres campesinas

autoritaria, que me pusiera de pie para hacerles desalojar la sala


a fuerza de gritos y, quién sabe, patadas y puñetes; aunque no lla-
maron al Secretario de Relaciones de varones, que teóricamente
ocupa el lugar del General cuando este no está y hubiera podido
asumido tal rol, para indicar que debía tratar de convencerme
de hacer algo así, y si yo no era capaz, tomar el mando él mismo
para obligar a la suspensión. Aparte de él, del directorio solo ha-
bía tres otros varones y cuatro mujeres, una de ellas acompañada
por un niño de pecho y otros dos con menos de cinco años; no
exactamente componentes adecuados para un grupo de choque,
incluso si todos hubieran estado de mi lado, como resultó no ser
el caso.
Intenté seguir con el orden del día, donde correspondía
informar de las actividades del directorio a partir del último
ampliado. Pero los ocho disidentes, o mejor dicho dos de ellos
(quienes ya se habían opuesto al directorio de la Central en me-
ses anteriores) interrumpían constantemente, repitiendo que
todo ese tiempo no habíamos hecho nada más que participar en
marchas y protestas y que ‘no hay gestión’. Entre las actividades
propuestas —que también se había suspendido en septiembre—
estaban seminarios de formación en temas de liderazgo y sindi-
calismo, para varones y mujeres, pero cuando yo intenté propo-
ner una nueva fecha para un seminario dirigido a las mujeres,
objetaron ‘¡Ya estás planificando!’. Exasperada, dije ‘Pues ¿qué
quieren que hagamos?’. Uno de los cabecillas contestó ‘Quiero
que me acompañes’. Esto me sorprendió. Uno de los deberes de
la dirigencia de la Central es ‘acompañar’ a dirigentes de sus co-
munidades en la presentación de cualquier solicitud o propuesta
frente a la institución que sea, para dar apoyo y asesoramiento en
tanto que sea posible, pero ese dirigente jamás había dicho pala-
bra respecto a algún pedido con el cual pensaba que podíamos

191
Alison Spedding Pallet

ayudar; es más, cuando en Villa Mendoza (ver infra) yo me acer-


qué para saludarle, no quiso ni darme la mano. ‘¿Adónde quieres
que te acompañe?’, pregunté. Al parecer no esperaba tal respues-
ta apacible, ya que vaciló y al fin dijo ‘Ah… al Viceministerio de
la Coca.’ ‘¡Listo!’, dije, ‘¿cuándo quieres ir?’. Más confundido, se
corrigió y dijo ‘Eh… no… donde el Alcalde’.
‘Estoy segura que el Vladi (apodo del Alcalde) reventará de
alegría cuando me vea a tu lado, pero aún así, estoy dispuesta a ir’,
dije. Deshecho su intento de disimular, ellos se desenmascararon y
dijeron que lo que realmente querían era un voto resolutivo decla-
rando ‘que la Central San Bartolomé está trabajando con el Alcal-
de… con el municipio’. Hicimos caso omiso a esto, como ya había
estado descartado tal apoyo desde los inicios de nuestra gestión,
aparte del hecho que estando en minoría tal voto no hubiera sido
válido incluso si hubiéramos consentido en redactarlo. Viendo que
no iban a conseguir su objetivo (que, se supone, el Alcalde les ha-
bía pedido a cambio de favores y porque a él le iba a servir polí-
ticamente para argumentar que uno de sus enemigos más férreos
‘se había dado la vuelta’) pasaron al ataque al directorio, de paso
al Secretario de varones por estar ausente y no haber mandado
nota escrita ni nada explicando los motivos, pero específicamente
a mí: ‘Vos has manejado dinamita en Villa Mendoza.’ Yo: ‘¿Qué?’
‘Estabas con ese grupo de Pastopata’. ‘¿Qué? Yo estaba boleando4
con el Estonio Velásquez de Chimasi.’ ‘¡Hay filmaciones! ¡Hasta
huevo q’ullu (estéril, podrido) has manejado!’ (Para aclarar: unas
semanas antes el Alcalde había llamado a una reunión en Villa
Mendoza, una comunidad que le dio apoyo incondicional desde el
principio; se creía que era para procurar que dirigentes firmaran la
aprobación de su informe de ejecución de presupuesto, y por eso
muchos dijeron que no era de asistir porque la mera presencia se-
4 Mascando coca.

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Chachawarmi a lo yungueño: experiencias en el sindicalismo paralelo de mujeres campesinas

ría tomado como señal de aprobación, y en todo caso no había que


firmar o sellar absolutamente nada. Llegando, el Alcalde y conce-
jales dijeron que era solo una reunión informativa, pero muchos
presentes no estaban de acuerdo con lo que informaron; pidieron
la palabra, no se les dio, surgieron diversas grescas entre los parti-
darios del Alcalde y los que le rechazaban, hasta que las autorida-
des municipales escaparon. Sí hubo patadas, puñetes y pedradas
al tinglado donde se llevó la reunión lanzados por los opositores
cuando se retiraron después de la huida del Alcalde, y hubo ru-
mores de que sus partidarios iban a repetir el enfrentamiento con
dinamita como en Chulumani, pero al fin no se llegó a tanto. Yo sí
fui para saber de qué se trataba; mi Secretario General de varones
otra vez estaba con quién sabe qué asunto, y se limitó a telefonear-
me como siempre repitiendo ‘¡No vas a firmar nada!’ como si yo
fuera idiota). Me acompañó mi Secretaria de Educación y Salud y
el marido de mi Secretaria de Relaciones en representación de ella
(es la de los niños —tiene seis en total— y habíamos acordado que
en situaciones de posible riesgo él ocuparía su lugar por ese moti-
vo). Pudieron aclarar que de ninguna manera yo había participa-
do en los amagos de pelea que tuvieron lugar ese día, pero eso no
aplacó a los disidentes. Viendo esto, el Secretario de Relaciones de
varones dijo ‘Si no están de acuerdo, yo puedo renunciar. ¡Hágase
un Comité Ad Hoc!’. Posteriormente se descubrió que esas perso-
nas se habían reunido en secreto entre ellos la noche anterior y allí
habrían planificado descabezar a la Central, así que ya pensaban
formar tal Comité, pero esto no anula el hecho de que este dirigen-
te ‘de nuestro lado’ fue el primero en hablar de eso en el ampliado,
como para decir que él les dio la idea o hasta que fue él quien lo
propuso. Ellos sí tomaron en cuenta su intervención y algunos em-
pezaron a expresar que él estaba dirigiendo el ampliado, hasta que
hice notar que yo estaba a cargo.

193
Alison Spedding Pallet

Luego el Secretario de Organización de varones también


expresó su disposición a renunciar, mientras dos de las mujeres
—Organización y Hacienda, la segunda ya se había mostrado
como MASista fogosa atacando a gritos al resto del directorio
por oponerse ‘al Evo’ en una anterior reunión interna— pasaron
a sentarse al lado de los disidentes. (Después supimos que ellas
dos también fueron a la reunión secreta, aunque según ellas ‘no
hemos dicho nada, solo fuimos a escuchar’). Las ocho personas
—seis varones y dos mujeres, todos Secretarios Generales de sus
respectivas comunidades— procedieron a autonombrarse como
un Comité Ad Hoc, a repartirse los cargos a la cabeza de un Pre-
sidente y a redactar una acta donde declararon que la Central dio
‘un pésimo informe’, que no había gestión, que el actual directo-
rio quedaba desconocido y fuera de ejercicio desde ese momento,
y que ellos iban a convocar a elecciones para un nuevo directorio
dentro de 45 días. Hubo cierto debate sobre si solo la Central de
varones iba a ser desconocida, por la notoria ausencia de su prin-
cipal dirigente, mientras las mujeres merecerían salvarse debido
a lo que algunos consideraban mi actitud conciliatoria, pero al
fin decidieron que habíamos entrado juntos y juntos teníamos
que salir.
Tardaron como dos horas en establecer un borrador de su
acta, comprar un libro de actas y hacerlo notariar (hay notario
a la vuelta de la esquina en el pueblo, por algo es capital de pro-
vincia), sacar el acta en limpio y firmar y sellarlo con los sellos
redondos de sus comunidades y sus lineales como dirigentes.
Cuando al fin llegó el momento de sellar se hizo evidente que
unos tres de ellos estaban de cabecillas y tuvieron que rogar bas-
tante a otros del grupo para que al fin firmaran. Aproveché para
pedir que me mostraran la mencionada filmación. En el tinglado
de Villa Mendoza, en primer plano se veía unas mujeres, des-

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Chachawarmi a lo yungueño: experiencias en el sindicalismo paralelo de mujeres campesinas

conocidas para mí, metiéndose a empujones; alrededor, muchas


personas de espectadoras, y en el fondo, sobresalía mi cabeza (yo
mido 1 metro 78 y por eso la mayoría de las y los yungueños no
pasan de mis hombros). ‘¡Pero estoy lejos!’ dije. ‘Pero estabas allí’
respondió el que me estaba mostrando. Al fin abandonaron la
sede —para ir a la radio a publicar su acta— y yo pude echar llave
e ir directo a Huancane, donde no me quedé mucho tiempo por-
que tenía que bajar a una reunión extra en mi comunidad para
explicar qué había pasado, aunque el Secretario General de la
misma era el noveno que se quedó en el ampliado y por tanto ya
sabía todo, pero no firmó el acta y cuando ellos consultaron por
membretado sobre formar un Comité Ad Hoc, se limitó a decir ‘a
la mayoría’ —aunque se supone que cuando las cabezas proceden
de tu propia comunidad tienes que apoyarles contra viento y ma-
rea, y si hubiera habido otros presentes de la misma (el único que
quedó con él era su hermano, y además MASista, imposible que
le serruchara el piso) podían haberle denostado como traidor.
Más bien las intervenciones airadas se enfocaron en la defensa
del Secretario de Varones, al parecer sin darse cuenta que él no
estaba, ni se sabía cuándo iba a volver a Chulumani; llegaron a
proponer entrar al día siguiente a primera hora en marcha de
protesta masiva hasta la plaza, ‘a la cabeza del compañero Secre-
tario General de la Central’ (sin evidencia alguna de que él iba a
estar) y luego sumarse al bloqueo en Huancane. Yo dije que po-
dían hacerlo, pero yo iba a ir a primera hora a Huancane porque
tenía que estar en el bloqueo representando a la Central.
Eso hice, mientras ellos al fin se limitaron a ir a protestar
a la radio, ir de compras en la feria, comer y al fin presentar-
se —eso sí, con el 100% de los afiliados— en el bloqueo pasado
el mediodía. Yo pasé la mañana con otras mujeres, esquivando
dinamitazos y piedras que los defensores del supuesto congreso

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Alison Spedding Pallet

lanzaron desde la cima de un barranco, atajando a los que que-


rían pegar a las personas que intentaban pasar para ir al congreso
(que se había trasladado a la sede de una comunidad porque no
pudieron ocupar el pueblo de Huancane) insistiendo que se limi-
taron a impedirles el paso de manera pacífica, acordando con la
policía que se hizo brevemente presente (antes de retirarse a se-
guir resguardando el congreso en caso de que nosotros fuéramos
a llegar allí arriba) que íbamos a controlar las movilidades para
hacer bajar a asistentes al congreso pero íbamos a dejar pasar a
todos los que iban o venían de otros municipios y de la ciudad de
La Paz… y escuchando cada diez minutos la pregunta ‘¿Dónde
está (el Secretario General de varones)? ¿Dónde está tu gente?’.
Aún así había habladurías de que yo estaba andando en allí con
un palo, alentando a atacar a los congresistas, pero cundieron
menos que lo de la dinamita en Villa Mendoza.
Eso fue el sábado. Hacia el jueves el Secretario General al
fin se hizo presente en Chulumani y llamó a nuestra reunión se-
creta, limitada a los miembros del directorio de varones y muje-
res y dirigentes de comunidades que sabíamos indudablemente
de nuestro lado, en el local perteneciente a nuestro representan-
te en la Federación, que no casualmente era el ex dirigente de la
Central que había amarrado nuestras candidaturas. Como era de
esperar, la culpable principal era yo, por haber desobedecido la
orden de suspender el ampliado; el Secretario de varones también
por no haber venido, y su Secretario de Relaciones por ‘haber-
se bajado los pantalones’, pero yo mucho peor. Cuando mi Actas
explicó que ellos insistieron en llevar adelante el ampliado y no
aceptaron que eran minoría, el de la Federación llegó a decirme
‘Te has hecho montar’. Quedamos en convocar a un ampliado de
emergencia de la Central por el siguiente domingo. No intenté
exponer mi posición, que era —es un proverbio inglés— ‘darles

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Chachawarmi a lo yungueño: experiencias en el sindicalismo paralelo de mujeres campesinas

bastante soga como para ahorcarse’: dejarles hacer tal como ellos
querían, y además, hacerlo en nuestro delante, de manera que pu-
dimos escuchar todas sus propuestas y hasta su debate interno so-
bre qué y cómo debían redactar su acta y formar su Comité. Para
mí era evidente que, en caso que se hubiera logrado desalojarles
de la sede y suspender el ampliado, ellos habrían ido a algún otro
lado y de la misma manera, habrían armado el Comité descono-
ciendo a la Central —y con más fundamento, ya que otro de los
argumentos en contra era que no hubo ampliado en septiembre,
evidencia de que no queríamos ‘trabajar’ (sino solo dedicarnos a
protestas…); con la suspensión de dos ampliados consecutivos,
habrían convencido a sus bases (a quienes generalmente daban
informes distorsionados de lo que pasaba en la Central) que no
solo teníamos cero interés en procurar obras, siquiera para la mis-
ma Central (supuestamente, antes de que surgieran los problemas
el Alcalde había ofrecido dinero para la obra fina, y si quedaba en
obra bruta era porque nosotros lo habíamos perdido por capricho
y terquedad) si no teníamos miedo a ellos, sabiendo que eran ma-
yoría, y por eso evitábamos llamar a ampliados justamente para
no tener que enfrentar sus críticas y arriesgar a ser removidos del
cargo. Con mi proceder había logrado que desvelaran sus planes,
evidenciando que ni siquiera todo el grupo de ocho estaba igual-
mente dispuesto a derrocarnos y tampoco tendría apoyo activo
del resto de sus propios directorios, siendo ese el motivo para ha-
ber asistido sin ellos. En resumen, se habían quemado.
El ampliado de emergencia fue absolutamente masivo; de
hecho, parecía un ampliado de toda la Federación y no de una
sola Central. Ninguno del grupo de los ocho se hizo presente,
pero sí varios de sus bases y en algunos casos, directorios; solo
una comunidad, la del que me pidió que le acompañara, no asistió
en absoluto. Pero es una comunidad numerosa, y es de pensar que

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Alison Spedding Pallet

si realmente hubiera habido apoyo de la mayoría, habrían podido


asistir en un 100% (como hizo mi comunidad en otra ocasión,
aunque es conocida como una de las pocas comunidades tan dis-
ciplinadas) y haber hecho un intento de volcar el ampliado a su
favor frente a otras comunidades que tienen mucho menos gente.
Todos los presentes expresaron su apoyo incondicional al actual
directorio de la Central y se dictaminó la expulsión de los ocho
firmantes del Comité Ad Hoc, quienes ya no podrían participar
en la Central, no podían postular a cualquier otro cargo (como en
la Federación o ADEPCOCA) para la cual se requiere el aval de
la Central, y tampoco se renovarían sus carnets de productores
de coca por el mismo motivo. Casi inmediatamente dos del gru-
po fueron removidos de sus cargos por sus propias comunidades.
Creo que no es del todo casual que fueran las dos mujeres del
grupo, aunque a la vez hubo un factor adicional: estas comunida-
des dependen para su suministro de agua potable de un sistema
centrado en mi comunidad, y esta ya les había indicado de mane-
ra bastante directa que si la comunidad iba detrás del Comité Ad
Hoc se tomaría medidas relacionados con la provisión de agua.
Así que es muy posible que si estas dos comunidades hubieran
estado al mando de varones en ese momento, igualmente se les
habría desconocido al rato.
En el ampliado de noviembre, que se llevó a cabo normal-
mente, el Secretario General de varones me comentó con agrado
que ahora todo estaba yendo ‘tranquilo’ justamente porque esos
disidentes no estaban presentes para dar la contra con o sin mo-
tivo a todo lo que nosotros proponíamos. Cuatro más de ellos de-
jaron sus cargos como parte del cambio anual de directorios sin-
dicales entre diciembre y enero, y uno de los dos que persistieron
buscando ser ratificados —que era el Presidente y primer móvil
del Comité Ad Hoc— quedó a la cabeza de apenas una docena de

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Chachawarmi a lo yungueño: experiencias en el sindicalismo paralelo de mujeres campesinas

fieles cuando el resto de la comunidad le dio la espalda y eligió


otro directorio. Tuvo que hacerse posesionar para su nueva ges-
tión por el Ejecutivo de la supuesta Federación elegida en Huan-
cane con una asistencia de apenas 80 personas (el bloqueo no
pudo evitar que lo realizaran, pero sí logró impedir que la gente
asistiera; en la Federación orgánica, las dos cabezas ganaron con
entre 600 y 700 votos cada uno, y el total de votos fue alrededor
de1.500), que es formalmente incorrecto —los dirigentes de las
comunidades deben ser posesionados por sus respectivas Cen-
trales, mientras que los de las Centrales son posesionados por
la Federación; pero obviamente era imposible que nosotros lo
fuéramos a posesionar a él, ni que él hubiera aceptado que lo hi-
ciéramos. Yo diría que los hechos demostraron que mi estrategia
fue la acertada. No importaba que los varones no fueran capaces
de humillarse hasta el punto de admitir que yo no había come-
tido el ‘error’, sino que hubiera sido un error hacer lo que ellos
proponían: bastaba con seguir adelante y que enterraran de una
vez los ataques en mi contra. Pero no fue así.
En una de las comunidades donde su Secretaria General fue
removida a causa del problema de octubre, se procedió a elegir a
otro dirigente en ese momento. La otra era una comunidad que
tuvo disputas con la Central en meses previos y sí incluía una
facción que, si no mayoritaria, era al menos activa en apoyo al
Alcalde y al oficialismo; objetaron que la dimisión era resultado
de presiones injustas con la amenaza de cortar el agua y no hubo
un consenso como para ir a elecciones ese rato, y tampoco para
hacer ‘lo orgánico’, que en este caso es ‘sucesión de cargos’: la o el
Secretario de Relaciones sube a General y termina la gestión. El
Secretario de Relaciones era un residente paceño que jamás esta-
ba presente en nada y por tanto no tenía antecedentes que hubie-
ran impedido que asuma, pero al parecer era también un cobar-

199
Alison Spedding Pallet

de que no quiso enfrentar siquiera dos meses de gestión hasta el


cambio normal de dirigentes en diciembre. La facción pro-Cen-
tral formó su propio Comité Ad Hoc con la idea de fungir como
directorio interino hasta llevar la elección en diciembre, aunque
esto no corresponde formalmente al nivel de sindicato de base,
y tampoco estaban unidos entre ellos; alguno dimitió, luego re-
tornó, se cambiaron de miembros… Al fin fueron posesionados
entre cuatro en el ampliado de la Central en noviembre, y anun-
ciaron que la elección sería el primer viernes de diciembre, que
es el día del mes cuando su comunidad siempre lleva su reunión
ordinaria, solicitando que la Central esté presente para velar por
su cumplimiento. El Secretario General de varones alegó que el
Presidente del Comité también dijo que esa fecha era provisional
y que teníamos que esperar que él lo confirmara con una invita-
ción explícita antes de hacernos presentes; sin embargo, no me
dijo nada de eso a mí, yo solo anoté en mi agenda que había que
ir a esa comunidad el viernes 7 de diciembre, y posteriormente el
Comité Ad Hoc solo se comunicó por teléfono con el Secretario
de varones.
De todos modos, desde el miércoles 5 llamé al dirigente de
varones para preguntar si había que ir a esa comunidad el viernes
y a qué hora, pero nunca me contestó. Al fin, el viernes en la ma-
ñana llamé a mi Secretaria de Organización, que representa a esa
comunidad, aunque también era una de las que fue a la reunión
secreta de disidentes y era considerada indigna de confianza o
siquiera de hablar con ella por parte del dirigente de varones.
Dijo que aún no estaban reunidos pero que me iba a llamar cuan-
do hubiera que ir. El Secretario de la Central seguía sin devolver
mi llamada y su Secretario de Organización dijo que tampoco
sabía nada al respecto, aunque después me enteré que el Comité
Ad Hoc había salido en la radio anunciando que ellos estaban

200
Chachawarmi a lo yungueño: experiencias en el sindicalismo paralelo de mujeres campesinas

convocando otra reunión para el viernes 14. De todos modos, mi


Organización me llamó a la una de la tarde para anunciar que ya
habían elegido un nuevo directorio e iban a mandar un auto para
que yo fuera a posesionarles. Yo ya estaba en la reunión dando
las palabras de circunstancias cuando sonó mi celular: al fin, el
Secretario de varones, cuya Relaciones casualmente pasó cuando
yo estaba bajando del auto y le había informado, pero sin decirme
nada. El dirigente no se atrevió a ordenarme directamente no po-
sesionar a los elegidos sino abandonar la reunión sin más, pero
advirtió que no estaba el Comité Ad Hoc y ‘cuidado que estés
haciendo cualquier cosa’. Pregunté a los presentes si había algún
problema —además, sí estaba presente una de las integrantes del
primer Comité Ad Hoc, aunque se había alejado por sus disputas
posteriores— y me dijeron que no, que habían sido elegidos por
una mayoría de los afiliados. El flamante Secretario de Justicia,
ex dirigente de la Federación y conocido por su experiencia y ca-
rácter templado, se ofreció para garantizar que iban a asistir a la
Central, cumplir como es debido y no recaer en las querellas del
anterior directorio. Otros presentes destacaron que la Central de
mujeres tiene igual jerarquía que la Central de varones y no era
necesaria la presencia —o la venia, se entendía— del dirigente
de varones para que yo actuara. Con ese compromiso, yo tomé el
juramento y posesioné a los entrantes.
Las consecuencias no se hicieron esperar. Esa noche era la
víspera de la fiesta en mi comunidad y yo estaba acompañando a
mi compadre que estaba de altarero. No vi al dirigente de varones
—al parecer estaba tomando en una tienda— pero la noticia de
mi posesión corrió como reguero de pólvora, junto con alegatos
de que los posesionados eran ‘puros carpeteros y MASistas’, ade-
más de que el nuevo Secretario General era cuñado de la Ejecu-
tiva desconocida, que las hijas del Secretario de Justicia trabajan

201
Alison Spedding Pallet

en la Alcaldía… y por tanto iban a traicionar a la Central si es


que asistían siquiera, y más que todo, que yo había ‘pisoteado’ al
Comité Ad Hoc posesionado por la Central porque ellos no es-
taban en esa elección. Ni debía haber ido a la comunidad porque
no había recibido una invitación oficial de ese Comité. Hasta mis
propios ahijados me atacaron furiosamente en estos términos, y
pocos días después lo mismo hicieron las dirigentes de la Fede-
ración de mujeres, aunque resultó que en realidad ninguno de
los entrantes era carpetero, y aunque me dijeron que era mala
dirigente por ‘no conocer a mi gente’, es decir, no saber con quién
está casado el hermano de quién, yo considero que nadie es cul-
pable de tener los familiares que tiene, y argumenté que, como
se suele decir, ‘la comunidad es autónoma’, elige a los dirigentes
que quiere, y no podemos ir escogiéndoles a dedo y posesionan-
do solo a los que nos gustan o están en nuestra línea. Solo unos
pocos comentaban que el Presidente del Comité al cual yo había
‘pisoteado’ es cuñado de mi dirigente de varones, que por eso in-
sistía en apoyarle, y que ese grupo ‘por capricho’ había quedado
en minoría y por eso la gente no respondió a su convocatoria en
otra fecha, en vez de asistir en la fecha de costumbre que todos
conocen de antemano.
El Comité parecía haber aceptado eso, ya que se hicieron
presentes en la reunión del directorio de la Central el siguiente
viernes y dijeron que ‘ya no iban a hacer nada’, que siguiera el di-
rectorio elegido, solo expresando con amargura que si la Central
convocaba a futuro a movilizaciones ellos ya no iban a salir, ‘que
salgan esos’ (el subtexto es que por ser contrarios seguramente
los posesionados no iban a salir y la Central quedaría sin apoyo,
a diferencia de lo que hubiera sido si los hubiéramos esperado
a ellos; aunque esto no me hizo mella porque la comunidad en
cuestión es famosa por su organización débil y fracturada, no

202
Chachawarmi a lo yungueño: experiencias en el sindicalismo paralelo de mujeres campesinas

solo ahora, y nunca sale con más de una media docena de per-
sonas, no obstante tener más de cien en su lista de afiliados, en-
tonces ¿cuál era la diferencia?). Sin embargo, esto no era sufi-
ciente para convencer a los que creían que yo había ‘dividido a
la comunidad’, y más cuando el Secretario General se lanzó en
seguida a una arenga furiosa en mi contra, alegando que nuestra
comunidad ‘estaba caliente’ por lo que yo hice, porque los pose-
sionados son de la facción que había insultado a nuestra comu-
nidad, de la Central y de la Federación, que nuestra comunidad
me iba a ‘replegar’ del cargo, ‘¡ella ya no va a ser más Secretaria
General de mujeres!’. Sin embargo, el día siguiente me llamó para
ir a posesionar al directorio de la comunidad que rechazó a su
disidente ratificado, y cuando antes de irnos él volvió a repetir la
arenga, los presentes dijeron que si me alejaba ‘iba a debilitar a la
Central’, que yo tenía ‘harta simpatía, hasta puede perfilar como
Ejecutiva (de la Federación Provincial)’ —aunque yo nunca ha-
bía sugerido eso. Resultó que mi/nuestra comunidad ni siquiera
se había reunido para tratar el tema, así que nadie estaba ‘calien-
te’ en absoluto. Se llamó a una reunión extra la noche siguiente,
donde el Secretario General informó que ‘la comunidad’ en cues-
tión había venido el día antes a presentar una queja en mi con-
tra —pero no aclaró quiénes representaban ‘la comunidad’ tal,
y esa noche ninguno de ellos se hizo presente para explicar cuál
era el problema. El dirigente de varones tuvo que echar mano
de su servil Secretario de Relaciones, que vino a quejarse de que
la comunidad en cuestión, con quienes comparten el sistema de
agua potable, no les daba importancia en las reuniones de aguas,
y luego de nuevo la arenga de cómo yo había cometido un error
muy grave —lo de octubre— y ahora era culpable de otro error
muy grave, si seguía en el cargo cuántos más errores iba a come-
ter, deberían ‘replegarme’ de una vez o si no al menos aplicarme

203
Alison Spedding Pallet

una sanción, ¿cuánto debería pagar? Hubo propuestas de 500,


1.000 y hasta 2.000 bolivianos de multa. Sin embargo, la mayoría
de los presentes dijo que su dirigente estaba gastando su tiem-
po en vano si los querellantes ni siquiera habían venido a dar la
cara, que yo siempre estaba presente puntual en las reuniones y
adelante en las marchas (que como hemos visto, no siempre es el
caso con el dirigente de varones) y en todo caso, doce comunida-
des me habían elegido y no solo ellos, así que un ampliado de las
doce tendría que determinar si yo merecía ser sacada del cargo,
o sancionada, y si iba a ser sancionada con qué monto de dinero.
Viendo que no había conseguido lo que buscaba, el Secretario
General de la Central concedió que no se puede tomar decisiones
obligatorias en una reunión extra y el tema tendría que ser pos-
tergado para la reunión ordinaria de fin de mes —donde logró
que fuera tratado de nuevo, con el mismo resultado: pasarlo al
ampliado de la Central, nosotros no podemos decidir.
Otra vez, él no estaba en la reunión para sacar la convo-
catoria y su Secretario de Justicia recordó demasiado tarde que
le había instruido insertar un punto específico: el ‘Tema Alicia’
(que es como más me conocen allá). Esta vez a mí me tocaba
dirigir el ampliado, pero consentí en incluir el tópico en mi infor-
me. Estaban presentes los nuevos dirigentes de la comunidad en
cuestión. Ellos justificaron su elección y las demás comunidades
les apoyaron. El dirigente de varones intentó como último recur-
so un argumento también presentado en nuestra comunidad, de
que un Comité Ad Hoc ‘tiene vigencia de hasta noventa días, y
¿qué si se reactiva de nuevo y quiere hacer otra elección? Ella ha
causado esta división’, pero nadie más le hizo caso (aparte de que,
independientemente de cuánto tiempo de vigencia se haya asig-
nado a un Comité Ad Hoc en el momento de su nombramiento,
una vez que la elección ha sido realizada ese Comité fenece au-

204
Chachawarmi a lo yungueño: experiencias en el sindicalismo paralelo de mujeres campesinas

tomáticamente, no puede ‘reactivarse’ por mucho que le disguste


las personas que han salido elegidas). Ahí murió mi ‘error’ —al
menos por el momento, porque según yo veo, el hecho de que mi
estrategia de octubre haya conseguido deshacer el grupo oposi-
tor no ha conducido a que los varones admitan que fue acertada,
sino que siguen recordándola como un ‘error’ que puede ser re-
sucitado cuando quieran, y no me sorprendería que pase lo mis-
mo con esa posesión, más que todo si esa comunidad incumple
su compromiso y vuelve a levantarse en contra de la Central. Por
lo de octubre no solo fui atacada entre dirigentes, sino también
por parte de amistades varones que alegaron que yo debía haber
renunciado a llevar el ampliado en ausencia del dirigente de va-
rones: en la gestión anterior, dijeron, incluso cuando le tocaba
dirigir, la Secretaria de mujeres nunca iniciaba el ampliado hasta
que llegara el dirigente de varones, y por eso si él no iba a estar
yo tenía que decir que no podía haber ampliado y punto. Solo
unas cuantas mujeres que son o han sido dirigentes estaban de
acuerdo conmigo, en que mi ‘error’ real, o de fondo, es no haber
escuchado las órdenes a distancia de los dirigentes varones y ac-
tuado tal como ellos indicaron; así, en esa comunidad, al recibir
la llamada debería haber dicho ‘Perdón, compañeros, no está/no
puede venir el Secretario General de varones, así que no les pue-
de posesionar’ y haberme ido. Personalmente, para mí esto no
solo sería una vergüenza como mujer, sino que daría una pésima
impresión de la Central, como una organización donde el direc-
torio no coordina ni se pone de acuerdo, uno hace una cosa y lue-
go otro le dice que no… Pero está claro que para los varones no
es vergüenza alguna que una dirigente mujer haga evidente que
ella solo puede actuar con la autorización de los varones. Es cier-
to que tanto varones como mujeres han comentado que lo que
busca el dirigente de varones es sacarme para que mi lugar sea

205
ocupado por una mujer sumisa, quien en todo momento haga lo
que él dice y no haga nada si él no se lo ha ordenado. Al parecer
no le importa que, dada su irresponsabilidad y la de la mayoría
de su directorio, que constantemente faltan o no cumplen con lo
que se les asigna, si yo no estuviera la Central se caería en ruinas.
Una de las frases repetidas del dirigente es que ‘yo no me voy a
dar la vuelta, no me importa, aunque me quede solito’. Tal vez eso
estará buscando, sin percibir la pésima impresión que dejaría de
su gestión si llegara a ocurrir.

206
Manifiesto de Sedición Feminista o Manifiesto Feminista de Sedición

Manifiesto de Sedición Feminista


o Manifiesto Feminista de Sedición
María Galindo

207
María Galindo (La Paz, 1964)
“Soy puta, soy lesbiana, soy boliviana. Solo puedo existir construyendo alianzas
prohibidas entre estas posiciones discursivas y políticas que están supuesta-
mente en contradicción entre sí. Hablo desde el lugar de la tortura y la vio-
lencia, pero no para dar testimonio, sino para imaginar la felicidad desde una
posición de desobediencia”. Estas son las palabras con las que se presenta María
Galindo, una artista, performer, activista, escritora y co-fundadora del colectivo
boliviano Mujeres Creando. Trayendo a la conversación las prácticas y los co-
nocimientos subalternos de mujeres indígenas y la tradición política y literaria
del anarquismo, el punk y el feminismo no blanco, María Galindo ha creado en
los últimos 15 años una práctica artística radical. ¿Pero qué puede hacer el arte
en un contexto de neocolonialismo autoritario en el cual las lógicas del femi-
nismo y del discurso identitario indígena han sido absorbidas por los discursos
humanistas, religiosos y neoliberales como nuevas estrategias de control? Ma-
ría Galindo responde sacando el arte del mercado y de la galería y devolviéndo-
lo al lugar donde nació: la plaza pública, el ritual social. Contra la purificación
racial y sexual del cuerpo, el trabajo de María Galindo exorciza el terror de
la historia colonial a través de una teatralización bastarda e iconoclasta de los
símbolos católicos y patriarcales. Contra la economía capitalista de explotación
y destrucción ecológica, el animismo artístico de María Galindo usa objetos y
cuerpos “baratos y rotos”, otorgándoles nueva vida como tótems de una revolu-
ción poética que está por venir y que desafía nuestros modos convencionales de
la percepción y nuestras economías deseantes. Sus prácticas más-que-artísticas
pertenecen a un linaje de artistas-chamanes donde también podemos encon-
trar las obras de Pedro Lemebel y Las Yeguas del Apocalipsis, Ocaña, Miguel
Benlloch, Sergio Zevallos, Beau Dick, Lygia Clark, Michel Journiac, Ulrike Ot-
tinger, Annie Sprinkle y Beth Stephens, Vala Tanz o Guillermo Gómez Peña.
Por Paul B. Preciado

mujerescreando@entelnet.bo
www.mujerescreando.com
www.mujerescreando.org
www.radiodeseo.com
Mujeres Creando

208
Manifiesto de Sedición Feminista o Manifiesto Feminista de Sedición

Este texto fue presentado en forma de conferencia en el par-


lamento de los cuerpos, organizado por Paul Preciado en la
Documenta 14; tuvo dos versiones similares pero diferentes:
una para Kassel en Alemania y otra para Atenas en Grecia.

Puedes ver la versión audiovisual de esta conferencia en:


http://www.documenta14.de/en/calendar/19046/manifiesto-de-sedicion-feminista

Introducción

Porque no podemos hablar y seguir hablando de los horrores


del neoliberalismo sin hablar de propuestas concretas de con-
testación.
Porque no podemos quedarnos en la denuncia, porque he-
mos hablado mucho de neoliberalismo y corremos el riesgo de
repetirnos, les presento este texto que tiene la osadía de ser una
teoría de la subversión política feminista en 7 pasos.
Me planto frente al neoliberalismo para preguntarme y res-
ponderme: ¿por dónde luchar?, ¿cómo abrir camino?, ¿cuáles
son las grietas de intervención subversiva que veo?, ¿como apro-
vecharlas?, ¿cómo transitarlas, cómo identificarlas para seguir
construyendo esperanza?
No son ideas que salen desde la academia, sino que salen
desde un cuerpo colectivo, desde un movimiento.
Es importante decir que los movimientos son lugares de
construcción de conocimiento, no son únicamente lugares de
acción y experiencia que necesitan que un académico venga a
legitimarlos. Esto hay que repetirlo hasta el cansancio, para que

209
María Galindo

no nos resignemos a la traducción aséptica académica de nues-


tros quehaceres y para que seamos capaces de convertir nuestras
prácticas políticas en propuestas, pensamiento y teoría.
Es también importante cuestionarnos sobre el academicismo
que deslegitima los pensamientos producidos por fuera de sus ca-
tegorías pero que al mismo tiempo pretende siempre convertirnos
en pasivos “objetos de estudio” a ser observados, y a ser utilizadas
las sendas entrevistas que nos hacen como materia prima, como
mero insumo. A eso se le llama extractivismo intelectual; que sea-
mos convertidos los movimientos en informantes de quienes a
partir de nuestras experiencias escriben sobre nosotr@s, sin no-
sotr@s, desinfectando, destiñendo y limpiando de rabia y pasiones
nuestras palabras y complicándolas inútilmente para convertirlas
en discurso elitario incomprensible.
La academia está en crisis, quizás en este continente —que
antes que llamarlo América o Abya Yala, prefiero llamarlo como
continente sin nombre— la academia nunca logró plantarse sino
como transmisora ortodoxa del conocimiento occidental, andro-
céntrico y patriarcal. En lo que al pensamiento feminista se refiere
fue un pensamiento expulsado de la academia de antemano, pros-
crito, visto como sospechoso, y ahora que viene una moda se lo
quiere incorporar cercenado y convertido en una teoría llamada
como “perspectiva de género”, que no es más que sumar la cate-
goría de género al proyecto neoliberal, despolitizando las luchas
feministas y banalizándolas. Convirtiéndolas en la simplonería de
“igualdad e inclusión para las mujeres”.
Los movimiento pueden ser un lugar de construcción de pen-
samiento cuando no se dejan recluir y consumir en una relación
clientelar. Cuando no se dejan robar los sueños en una relación
con el estado, cuando no se dejan atrapar en la trampa de la de-
manda-concesión-demanda. Cuando hay espacio de deliberación

210
Manifiesto de Sedición Feminista o Manifiesto Feminista de Sedición

y pensamiento por fuera de las categorías que las oenegés imponen


y que vienen cocinadas por los organismos internacionales sin que
nosotr@s tengamos ninguna oportunidad siquiera de debatirlos.
Esta teoría de la subversión feminista que planteo nace en las
entrañas de las reflexiones feministas, pero constituye un aporte
que puede remover por fuera de las fronteras del feminismo, eso es
lo fascinante. Puede ser aplicada tanto al ecologismo como a la lu-
cha de l@s discapacitad@s, puede servir de instrumento de crítica
a los indianismos y a los indigenismos como también puede servir
para enfrentar las lógicas y dinámicas desde el poder estatal sobre
cualquier sujeto en lucha. No tiene la pretensión de ser universal,
pero sí, la fuerza y la capacidad de trascender las fronteras del fe-
minismo como campo de lucha.
Lo que está en juego es la esperanza social, la vida de tod@s,
el futuro y el presente también. Es eso en lo que una y otra vez las
revoluciones han fallado, se han plantado como promesa de un
mañana remoto en nuestras ventanas, la revolución feminista se
planta como día inmediato, como ahora urgente a ser ocupado por
nuestra desobediencia, como ahora a ser amoblado por nuestra in-
surgencia, como día inmediato a ser vivido desde nuestra libertad
no decretada, no permitida, no legislada.

Entre paréntesis

Empiezo con algunas posibles formas de definir Mujeres Creando,


el movimiento al que pertenezco hace 25 años.
Mujeres Creando podría ser definido como una guerrilla ur-
bana feminista, anarquista, sediciosa y no violenta.
Puede ser definido como un movimiento feminista anar-
quista autónomo de los partidos políticos, las iglesias, el estado,
los partidos y las oenegés.

211
María Galindo

Puede ser definido como un espacio de construcción de


alianzas insólitas y prohibidas que se sintetiza en la capacidad de
construir un espacio común de indias, putas y lesbianas juntas,
revueltas, hermanadas.
Puede ser definido como una fábrica de producción de justicia
concreta y tangible.
Puede ser definido como un referente de creatividad, in-
transigencia, rebeldía y locura para toda la sociedad.
Puede ser definido como un taller abierto experimental
de pensamiento y acción que comulga trabajo manual, trabajo
intelectual y trabajo creativo como tres partes indisolubles de
un mismo proceso que ha sido separado y antagonizado por el
capitalismo.
Puede ser definido como el movimiento gestor y construc-
tor de la propuesta de despatriarcalización como propuesta al-
ternativa a la gran corriente de inclusión y asimilacionismo en
el que han caído gran parte de los feminismos a escala mundial.
Puede ser definido como el movimiento gestor de la tesis
de la despatriarcalización como una tesis de intervención de la
gran corriente política de la descolonización que evita nueva-
mente la necesidad de interpretar la matriz colonial como una
matriz patriarcal.
Y podría continuar llenando páginas y páginas de sinté-
ticas definiciones de nosotras; puñado de locas, de rebeldes,
de desempleadas, de agoreras, de tercas, de desadaptadas que
hemos decidido construir colectividad y movimiento como la
única forma de existir y transcender, como la única forma de
transformar y subvertir el orden patriarcal.

212
Manifiesto de Sedición Feminista o Manifiesto Feminista de Sedición

Paso 1: Punto de partida de este tiempo: no hay


vanguardia

La desaparición y disolución lenta y casi imperceptible del pro-


letariado marca un quiebre muy importante en las posibilidades
de organización. El proletariado se consideró universal, las femi-
nistas dijimos hasta el cansancio que no era universal, pero más
allá de su condición de no universal y de sus propias pretensiones
universalistas, el proletariado tenía la capacidad de cohesionar,
articular y dinamizar muchas luchas importantes. La crisis y di-
solución del proletariado producida por el neoliberalismo deja
ese espacio social vacío, hueco, deja una sensación inevitable de
carencia, queda el “léxico proletario”, pero no hay proletariado.
La idea de sustituir la vanguardia proletaria por otra van-
guardia, resulta un esfuerzo parche e inútil, la idea de insistir en
la existencia de un proletariado es anidarse en un refugio concep-
tual que va perdiendo su sentido minuto a minuto. No es que haya
desaparecido la lucha de clases, claro que no, está más vigente que
nunca, pero esa lucha de clases no tiene una matriz proletaria. Las
organizaciones sindicales están huecas porque el trabajo proleta-
rio ha sido sustituido por el trabajo de subsistencia. El trabajador
proletario resulta ser un privilegiado al lado de un mar inmenso
de gentes que aspiran a subsistir, de gentes que inventan formas
de subsistencia y cuyo horizonte es terminar el día y nada más.
Gentes que no tienen un común denominador, pero donde la
gran masa está compuesta por mujeres inventoras y constructoras
cotidianas de formas y tejidos gigantes de subsistencia colectiva.
Estamos intentando denunciar la explotación capitalista
con palabras que ya no logran describir, ubicar ni significar lo
que estamos viviendo, es como si se nos hubiesen acabado las pa-
labras.

213
María Galindo

Se nos acabaron las vanguardias, se nos acabaron las or-


ganizaciones que pudieran contener las luchas revolucionarias.
Estamos frente al vacío, ese vacío que da vértigo pero que tam-
bién convoca y provoca.
Podemos decir no hay vanguardia, estamos solos, podemos
decir no hay vanguardia, inventemos otra cosa. Podemos decir
nunca haremos la revolución, podemos decir la revolución no
existe ni será, podemos decir la revolución es otra cosa.

El caudillo

Al interior del imaginario de la lucha proletaria se gestó una es-


pecie de “Salvador” protagonista y héroe de la historia. Un salva-
dor masculino por excelencia, caudillista, militarista, heroico y
fundado en la figura del guerrero.
Ese salvador ha perdido la credibilidad, es un salvador que
está solo, que está abandonado y que no halla su lugar porque ha
perdido ese lugar que tenía. Es por tanto otro rasgo de nuestro
tiempo la muerte política de los Che Guevara, la muerte de su
sentido político. La muerte del guerrillero no en la batalla, sino
en el descrédito. La nulidad e inutilidad de su campo de batalla y
de su heroísmo.
Lo que nos interesa es el desafío que marca este vacío, esta
ausencia de vanguardia, esta ausencia de sujeto aglutinador de
luchas. No hay vanguardia ideológica, no hay vanguardia militar
ni política, y esto es muy importante.
Lo interesante es que esto que parece ser un momento de
derrota marcado por la orfandad que deja el héroe, nosotras nos
lo leemos como desafío, interpretamos el vacío de vanguardia,
la ausencia de caudillo redentor y la disolución del proletariado
como marcas de nuestro tiempo de lucha que constituyen un de-
safío radical para reinventarlo todo.
214
Manifiesto de Sedición Feminista o Manifiesto Feminista de Sedición

Hoy podemos afirmar como punto de partida que:


Ningún acto heroico como lucha social nos sirve.
El acto heroico salvador ha perdido sentido y valor.
El acto de inmolación y martirio han perdido sentido
también.
Estamos muriendo y siendo asesinadas en la lucha pero
estos no son actos de martirio, son muertes anónimas sin es-
pectacularidad, sin luto, sin un grupo de Madres de Plaza de
Mayo que haga una lista de nombres de torturados y desapare-
cidos. No son muertes de mártires porque no hay recuento de
víctimas, ni de sus sueños, ni de sus nombres, ni de los lugares
que ocupaban en sus respectivas sociedades, son muertes que
están marcadas por la insignificancia, el anonimato y el acto
simplemente sacrificial. El neoliberalismo tiene fosas comunes
de víctimas sepultadas desde una forma de violencia que no da
margen más que para el sacrificio.
Esto nos conduce a la responsabilidad de marcar formas de
lucha no violenta, donde no estemos exaltando la muerte sino la
vida, formas de lucha placenteras que puedan ser escenarios de
felicidad también. Formas de lucha con nuevas poéticas donde
nuestra vulnerabilidad sea nuestro mayor tesoro.
Formas de lucha donde no haya por qué agotarse en eter-
nos y cansadores debates que especulen sobre una perspectiva
ideológica singular y totalizante, sino que sea posible pensar en
una multiplicidad y en una complejidad ideológica y también,
por supuesto, en una complejidad organizativa, siempre abierta
y siempre incompleta.

215
María Galindo

Paso 2: ¿Qué está pasando a escala mundial con


la democracia liberal representativa?

Podemos afirmar que esa democracia liberal representativa está


agonizando, que está prácticamente muerta. Podemos decir que
quienes nos representan nos sustituyen, nos suplantan, nos uti-
lizan. La democracia liberal representativa es un aparato de si-
mulación y su decantamiento como aparato de simulación tie-
ne escala planetaria: en sociedades tan lejanas como puede ser
Grecia, Bolivia o los EE.UU. la formalidad de un aparato llamado
“democrático” no basta ni al sentido común para calificar dichos
regímenes como democráticos. En escalas diferentes está pasando
lo mismo en un sin numero de países. Las rutinas llamadas demo-
cráticas del voto, las elecciones y la constitución de representación
popular parlamentaria están completamente desgastadas. El voto
no sirve, solo legitima, pero no implica más que delegación, no
implica representación, decisión ni garantía de nada.
¿Pero qué significa esto para un maricón, para una india,
para una desempleada que están en el lugar del completo ano-
nimato sin acceso a la opinión, a la palabra, al reclamo, ni a la
propuesta? ¿Qué puede significar eso para quien está en la puer-
ta de un hospital público sin acceso a la atención médica, para
quien tiene que huir para subsistir o para quien está frente a la
justicia sin instrumentos para defenderse? ¿Qué significa eso para
la madre de una hija asesinada por la violencia machista? Parece
que no significar nada, pareciera que la agonía de la democracia
liberal representativa estuviera muy lejos de sus preocupaciones y
tensiones cotidianas.
En Chile puede Piñera sustituir a Bachelet o en Argentina
Macri a Kirchner, pero, ¿qué significa realmente ese juego pendu-
lar para nosotros, nosotras, nosotres y nuestras vidas y sueños?

216
Manifiesto de Sedición Feminista o Manifiesto Feminista de Sedición

A mi modo de ver significa tres elementos centrales:


Estamos frente al final, al eclipse del discurso de derechos
con el que el neoliberalismo nos ha tenido jugando, domesticán-
donos y adormeciéndonos.
El neoliberalismo está dispuesto a darnos de forma retóri-
ca todos los derechos que se nos ocurra por separado y de ma-
nera perversa. Al mismo tiempo ese aparato estatal neoliberal
está dispuesto a quitarnos esos mismos derechos que nos dieron
cuando les conviene. La tensión por no perder lo que obtuvimos,
aunque lo que obtuvimos fuera meramente retórico, nos coloca
en un juego que solo nos desgasta. Es como si estuviéramos ence-
rrados, encerradas y encerrades en una jaula discursiva invisible.
Una jaula invisible que nos inmoviliza y nos confunde.
Las mujeres lo sabemos muy bien porque hemos visto cómo
en Argentina o Bolivia se ha aprobado una ley de identidad de
género o de matrimonio igualitario y que los mismos regímenes
no han estado dispuestos a despenalizar el aborto. Aislando a las
mujeres del núcleo de alianzas políticas con el universo marica.
Lo irónico pero no casual es que tanto la ley de identidad de gé-
nero como la despenalización del aborto tienen el mismo princi-
pio de soberanía sobre nuestros cuerpos.
Es también el final de discurso y paradigma de la igualdad.
Esta tesis de largo aliento de la igualdad que nace con la revolu-
ción francesa, hoy retórica, repetitiva y hueca, está agonizando
también.
Es el fin del discurso de la igualdad que es en última instan-
cia el último soporte de la democracia liberal. No solo la igual-
dad hombre-mujer, sino las otras igualdades sociales; la igual-
dad ante la ley, la igualdad de derechos entre los seres humanos.
En un mundo dominado por múltiples formas de jerarquía y
dominación, el discurso de la igualdad ha funcionado como un

217
María Galindo

espejismo. El fin del discurso de igualdad nos exige abrir otros


debates y otros campos semánticos de lucha que no sea la lucha
por, ni desde derechos. La caída, el fin del discurso de igualdad
nos abre el fin de la retórica de la igualdad y de su efecto nar-
cotizante. No es la caída del muro de Berlín, es la caída de la
democracia liberal representativa, es la caída no anunciada del
discurso de derechos en un mundo atravesado por jerarquías y
exclusiones, es la caída del discurso de derechos en un mundo
poblado de fosas comunes de cuerpos y vidas desechadas.
Tenemos también que entender que el discurso de derechos
ha sido el origen de una suerte de fragmentación identitaria.
El capitalismo patriarcal es capaz de ofrecer derechos a las muje-
res, el capitalismo colonial es capaz de ofrecer derechos indíge-
nas, el capitalismo heterosexista es capaz de ofrecer derechos a
l@s GLBT, el capitalismo depredador es capaz de hablar de pro-
tección al medioambiente, el capitalismo del hombre sano, fuerte
y blanco es capaz de ofrecer derechos para llamados discapacita-
dos, sin alterar ninguna de sus estructuras de poder. De eso estoy
hablando, de la idiotez de creerle, de la idiotez de jugar su juego,
de la idiotez de adoptar su lenguaje para hablar de una misma.
Es hora de comprender que no necesitamos derechos sino
utopías. El discurso de derechos nos atonta, las utopías nos des-
piertan, nos y les incomodan, nos hacen cosquillas y nos acercan
a lo imposible, lo terco, lo indómito. Cuando hablamos de dere-
chos estamos adoptando el lenguaje con el que hemos sido do-
mesticados, domesticadas y domesticades, cuando hablamos de
utopías sacudimos las palabras, les cosemos bolsillos y pliegues y
nos damos cuenta que las palabras no nos alcanzan.

218
Manifiesto de Sedición Feminista o Manifiesto Feminista de Sedición

Paso 3: Ya sabemos y eso no está en discusión.


Necesitamos horizontes anti capitalistas, anti pa-
triarcales, animalistas, anti racistas, anti colonia-
les, ecologistas. Etc., etc.

Es una larga complejidad la que necesitamos y queremos. Pero al


mismo tiempo esa aspiración muchas veces se queda en un enun-
ciado políticamente correcto y nada más. Nos toca preguntarnos
cómo se hace esa política que queremos, cómo se la teje, cómo se
la concreta. En qué horno se puede cocinar esa complejidad que
es una complejidad imprescindible que no estamos ya dispues-
t@s a poner en discusión. O hacemos una política anticapitalista
o aceptamos la muerte, o hacemos una política despatriarcaliza-
dora o aceptamos la muerte, o hacemos una política animalista
ecologista o aceptamos la muerte, y así sucesivamente.
Lo que yo propongo, lo que nosotras proponemos, es que
eso es solo posible a través del sujeto político, solo el sujeto polí-
tico real puede hacer esa operación ideológica de conectar racis-
mo con capitalismo, patriarcado con régimen sexual, etc.
¿Cómo es ese sujeto si no hay vanguardia, si el proletariado
no pudo hacerlo?, ¿quién o quienes pueden asumir todas esas
tareas?
Planteamos la construcción de un sujeto metafórico com-
plejo al que llamamos indias, putas y lesbianas juntas, revueltas
y hermanadas. Es metafórico porque es convocante. Es metafó-
rico porque se instala a partir de los lugares que funcionan como
símbolos complejos en el que caben todas aquellas y aquellos y
aquelles que se sienten convocad@s desde la insubordinación y
la desobediencia, desde la rabia y las ganas de luchar.
Lo interesante de este sujeto metafórico es la complejidad,
la heterogeneidad, pero sobre todo la construcción de alianzas

219
María Galindo

que están prohibidas y que son insólitas. Que están prohibidas,


que son inaceptables y que son indigestas.
Aquí es importante ir a un ejemplo concreto. Cuando nos
preguntamos ¿dónde está el neoliberalismo?, inmediatamente
pensamos en el ajuste estructural o el control de las materias
primas en manos de transnacionales supraestatales. Pero pocas
veces pensamos en las formas en que el neoliberalismo pasó por
nuestros movimientos para domesticarlos.
Nuestros movimientos pasaron por una domesticación
neoliberal. Nos entrenó en organizarnos de forma homogénea
en torno de identidades, implicando cada una de estas identi-
dades sujetarnos a un denominador común y bajo una lógica de
pares: maricón con maricón, campesino con campesino. Es esa
lógica la que un sujeto complejo es capaz de romper.
Pregunta: ¿Para construir qué?
Respuesta: Para construir un lugar subversivo.
¿Qué es lo subversivo?
El vínculo, la relación entre lo que está prohibido es lo sub-
versivo. Nuestros movimientos, por ausencia de esos vínculos,
se han convertido rápidamente en espacios demasiado homogé-
neos, demasiado repetitivos, y es eso lo que yo invito a romper.
Romper los límites identitarios en los que nos hemos encerra-
do a partir justamente del discurso de derechos comprendidos
de forma fragmentaria. Fragmentación de los sujetos que hace
nuestra política predecible, funcional, repetitiva y aburrida.
Fragmentación de derechos que hace nuestra política una
política meramente reactiva, donde no tenemos estrategias
para tomar la iniciativa, por eso siempre estamos solo reaccio-
nando.
Fragmentación de los movimientos que nos impide real-
mente acceder a una política y a una comprensión compleja de

220
Manifiesto de Sedición Feminista o Manifiesto Feminista de Sedición

la trama de opresiones. El problema no es lo que vamos a recla-


mar, sino lo que estamos construyendo.
Me gustaría plantear algunos elementos de ¿cómo se hace?,
no como receta, pero sí a través de claves encontradas en la prác-
tica política.

Mapa para encontrar el tesoro escondido o cómo


construir lo subversivo

Ir más allá del discurso de la víctima: el discurso de la víctima


no es un discurso subversivo. El discurso de la víctima es con-
servador, cómodo y repetitivo. Puede incluso revertirse contra la
víctima y convertirse en un discurso reaccionario. Es lo que nos
está pasando a las mujeres en todo el continente con la violen-
cia machista. La autovictimización parece ser la única forma de
ser escuchadas, cuando en realidad es la forma de silenciarnos
perversamente. Aparenta ser un discurso en primera persona
porque es la víctima la que habla y se lamenta, pero es adorme-
cedor para ella misma, porque su efecto en ella y en la sociedad
es que se repita y jamás hable de otra cosa que no sea su dolor,
jamás ose hablar de las causas, jamás se critique a ella misma,
jamás se ría de su victimador, sino que se lamente, que se humi-
lle públicamente, que se presente hasta la denigración completa
como un ser que no sabe lo que quiere, que se niegue su libertad
presentándose como quien necesita la protección de un tercero
masculino encarnado en la policía o el estado. Que se presente
como quien carece de autoestima y no como quien tiene el valor
y la osadía de decir basta. Habla ella, pero adoptando el rol que
“el otro” le ha asignado, habla ella, pero adoptando el discurso
del poder como discurso propio. Por eso no es una palabra en
primera persona, sino una palabra donde ella funciona como

221
María Galindo

personaje para sí misma, enajenada de su propia libertad de co-


municar. Es una palabra que funciona para complacer al que es-
cucha, para dormecerla a ella y para no decir, sino para callar.
Hay que ir mas allá del discurso de la víctima y mas allá
del testimonio. La víctima solo puede dar testimonio de su do-
lor. Una vez, dos veces, y repetirse hasta la anestesia total de
su dolor. Lo que no puede es hablar por fuera de ese guion de
víctima y es ese guion el que hay que romper. ¿Cuándo puede la
víctima hablar por fuera de su guion de víctima?, cuando deja
de ser víctima, cuando trasciende su propia victimización.
Es cuando nosotras hablamos de la palabra en primera
persona. El discurso en primera persona es únicamente aquel
que es palabra por fuera del guion que el sistema te atribuye,
es únicamente aquel que tiene como raíz tu libertad de decir lo
que quieres decir y no lo que se espera que digas. El discurso
en primera persona es tu voz inesperada con toda su pasión,
con toda su rabia, con toda su dulzura. El discurso en primera
persona es lo más subversivo que una puta puede decir, lo más
subversivo que una lesbiana puede decirle a la sociedad, lo más
subversivo que un ama de casa le puede decir a la sociedad, lo
más subversivo que una abortienta le puede decir a la sociedad.
Es lo que dices en tu nombre propio como Carla, como Juana,
como Jacinta o Janeth. Lo que nadie más podría decir por ti.
Es el discurso que te conduce a reinventarte, es el discurso des-
vergonzado, descabellado, loco, desquiciado, histérico. Ese es
el discurso en primera persona. El que no busca convecer, sino
entorpecer la rutina de lamento, la rutina de aburrimiento.
El discurso en primera persona es el discurso honesto que
no se monta en el otro, la otra o el otre buscando respaldo o
credibilidad.

222
Manifiesto de Sedición Feminista o Manifiesto Feminista de Sedición

No a nombre del pueblo, no a nombre de los pobres, no a


nombre de las mujeres, no a nombre de las mujeres en prostitu-
ción. La palabra en primera persona es políticamente subversi-
va y potente.
El lugar de la primera persona es un lugar simplemente
imprescindible y vital para la lucha social. Cuando hablas en
primera persona, la primera en ser puesta en cuestión eres tú
misma, por eso dejas de ser víctima y dejas de repetir el testi-
monio de tu dolor. Despiertas de la anestesia, te autocriticas,
te ríes de ti misma, te complicas con otras historias, te mezclas
con otras historias y por fin te reinventas para ser quien quieres
ser y no quien está mandado que seas.

Paso 4: ¿Cuál es el papel de la ideología?

En este tiempo neoliberal de largo aliento, la ideología parece


ser lo más inservible que tienes en la cartera. No puedes botar tu
cepillo de dientes, pero puedes botar la ideología porque parece
ser simplemente inútil, es cargosa, pesada y parece que no nos va
a llevar a ninguna parte.
Hay un proceso muy fuerte de desideologización de nues-
tros movimientos. Es justamente el discurso de derechos que ha
ido inutilizando y matando poco a poco la ideología, la ideolo-
gización y el sentido de necesidad de una visión ideológica del
mundo. Esa visión ha sido sustituida por una visión pragmática
anti ideológica.
Si pudiéramos entender la ideología como un componente
de construcción colectiva de ideas que nos cohesionan que nos
permiten establecer conceptualmente nuestras relaciones entre
nosotres y el mundo y no como una corriente de pensamiento
establecida a la cual debemos adscribirnos automáticamente, en-

223
María Galindo

tonces la construcción y discusión ideológica sería fundamental.


Es importante entender que la ideología no es algo que está termi-
nado y que simplemente hay que entender para repetir. Si el femi-
nismo fuese una ideología para entender y repetir daría flojera y
sería como para tirarlo a la basura. Pero si la ideología es un con-
junto de ideas colectivas que están siempre sin acabar, entonces
sí vale la pena como construcción colectiva y como lugar común
donde aportar y enriquecerte al mismo tiempo.
Hay que hacer una crítica a la ideología en lo que fue la iz-
quierda latinoamericana, y es el hecho de que en Latinoamérica
la ideología se convirtió en un paraguas para hacer proselitismo,
para discursear desde un podio, para calificar y descalificar, para
adjetivar y sermonear, pero pocas veces para actuar.
Por ejemplo, a la pregunta: ¿con qué se come el feminismo?,
la respuesta tradicional sería: no, el feminismo no se come, es
algo que hay que saber que está lejos de tu vida y que hay que
leer miles de libros para entenderlo. Nosotras planteamos la ne-
cesidad fundamental de traducir la ideología en lo que llamamos
política concreta. En pocas palabras, queremos un feminismo
que se pueda comer y que se pueda tocar, que tenga un lugar en
la vida cotidiana y que parta también de la vida cotidiana como
fuente. En pocas palabras, entender que el quehacer ideológico
no es exclusivamente discursivo, sino práctico. Somos una espe-
cie de laboratorio de producción de un feminismo concreto que
se puede tocar, que se puede comer, que se puede disfrutar, que se
puede ver, que se construye en los hechos y la realidad de muchas
mujeres.
Producir justicia feminista, producir economía feminista,
producir solidaridad feminista. Trabajamos mezclando utopías
con urgencias, por lo tanto para nosotras el papel de la ideología
es convertirse en política concreta, en hecho tangible.

224
Manifiesto de Sedición Feminista o Manifiesto Feminista de Sedición

Paso 5: ¿Dónde podemos actuar? ¿Cuál es el lugar


que podemos tener para todo esto?

Ese lugar es la calle. La calle es un afuera radical. La calle es un


afuera de la institución.
Afuera de la institución arte, pero no afuera de la creativi-
dad y los lenguajes nuevos. Afuera de la institución parlamento,
pero no afuera de la participación radical de todos, todas y todes.
Afuera de la academia, pero no del pensamiento y la teo-
ría. Es un afuera grande, desafiante, importante, histórico y que
nos esta permitiendo confluir como confluimos en un mercado,
como confluimos en una plaza, como confluimos a cielo abier-
to bajo el sol o la lluvia cuando caminamos fuera de nuestras
casas, fuera de nuestros egos, fuera de nuestros egoísmos, fuera
de nuestras paredes identitarias, fuera de nuestras definiciones
convencionales. Ese afuera se llama calle.
Calle como “mi casa sin marido y mi trabajo sin patro-
nes”. Calle como escenario de las grandes luchas históricas de los
pueblos. Calle como lugar común, abierto, repleto de sorpresas
e incontrolable. La calle como color y poesía de lucha, la calle
como estética y ética de luchas. La calle como lugar donde tomar
la palabra y poner el cuerpo.
La calle marca los ritmos de la lucha. La calle es un afuera
repleto de expectativas, tiene una boca voraz, una sed de justicia
que imaginamos y soñamos. La institución no puede satisfacer
las expectativas de felicidad, de hambre, de fiesta que habitan la
calle. La institución marca un sentimiento de incapacidad, pero
al mismo tiempo de frustración y de insatisfacción.
Cuando hablamos con la gente en la calle y le preguntamos
qué quiere, esa gente no parece necesitar filósofos, artistas ni
medios de comunicación para saber lo que quiere, y esa gente

225
María Galindo

de la calle, esa gente de a pie, esa gente que es mucha gente, esa
gente que es nadie, esa gente sin nombre, esa gente quiere todo
—todo— el paraíso. Su aliento cuando lo dice es seductor y de-
safiante. Es intenso y esperanzador, por eso es posible encontrar
en la calle gente que hace la siesta, gente que se monta medios de
subsistencia hipercreativos, gente imposible de ser disciplinada
por institución educativa o laboral alguna. Gente que desobede-
ce horarios para tomar el sol, gente que desobedece amarguras
para tomar un helado, gente que desobedece propiedades para
robar una billetera, gente que desobedece órdenes para echarse
en una plaza a besarse y tocarse inmoralmente.

Paso 6: No queremos derechos, queremos revolución

No queremos migajas, queremos revolución.


Yo veo algunos problemas en esta revolución que quere-
mos. Creo que todavía somos herederos y herederas del concepto
marxista leninista de revolución. Es un concepto que te plantea la
revolución como algo lejano e inalcanzable. Es un concepto que
te plantea la revolución como el acto heroico de matar al enemi-
go para tomar el estado en nombre de un tercero. Tenemos que
ser capaces de revisar, replantear, lavar, teñir, tejer, cocinar otra
manera de entender la revolución. Entre resignarnos al chantaje
neoliberal y no sucumbir a un concepto arcaico, caduco, heroi-
co y patriarcal de revolución tenemos el desafío de construir, de
concebir nuestra propia revolución desde otra visión.
Quiero cerrar con un artículo imaginario de constitución
del parlamento de los cuerpos que es donde estas ideas fueron
verbalmente expresadas.

226
Manifiesto de Sedición Feminista o Manifiesto Feminista de Sedición

Paso 7: PARLAMENTO DE LOS CUERPOS

Artículo único
Queda constituido el parlamento de los cuerpos como una
“no-institución” instalada en la calle, el parlamento de los cuer-
pos es la calle como un afuera radical desde donde se puede mo-
dificar y hacer historia.
La intención es abrir un espacio de confluencia de luchas
dispares y desconectadas para romper el cerco conceptual en el
que inevitablemente resbalamos. La idea entonces es darnos la
oportunidad para intercambiar claves de subversión del orden
establecido para que nuestras luchas sean menos angustiosas,
más divertidas, más efectivas y menos lentas.
El único sentido de este parlamento es el de generar el des-
orden mundial en múltiples sentidos al mismo tiempo.
En este parlamento no se legisla, no se concede ni expropia
derechos, ni se construye o patrimonializa representación políti-
ca de nadie.
En este parlamento se respira, se conspira y se transpira.

227
228
13 horas de rebelión
Rebelde
Rebeldía
Rebelión
13 horas
13 días
13 meses
13 años
Todas fuimos niñas rebeldes
Hoy somos putas desobedientes
Lesbianas impenitentes
Indias irreverentes
Tenemos deudas
Tenemos callos
Tenemos barrigas
Tenemos estrías
Tenemos achaques y arrugas
¿Por qué? ¡¿Por qué no?!
Sabemos romper,
tirar una puerta, empezar de cero.
Sabemos tener la vida en una maleta;
cargar un documento de casada y otro de divorciada;
uno de hombre y otro de mujer.
Tenemos un carné que dice «mujer».
Usamos pantalones, zapatos y chamarras de hombre;
nos cortamos el pelo laaaargo,

229
María Galindo

nos despeinamos la trenza y también por pan la podemos


vender,
parecemos marimachos.
Somos las chotas de 5 centavos,
metemos la pollera en un overol.
Rebelde
Rebeldía
Rebelión
Ha estallado en la cocina,
ha estallado en la cama,
ha estallado en el baño,
ha estallado en la escuela,
ha estallado en la calle y se me sale por la boca.
Se me sale por la ropa y hasta por la cola.
Rebelde
Rebeldía
Rebelión
Sé cocinar esperanzas:
mi especialidad es el majadito de tristezas,
los pasteles inflados de ilusiones,
y mis ajíes pican más por la rabia que por el ají
pero hoy, ¡hay que dejar que se queme el arroz!
Rebelde
Rebeldía
Rebelión
La india se ha ido de la comunidad.
La madre se ha ido de la casa.
La hija escapó por la ventana.
Y la novia dice no en el altar;
con alivio deja que parta el último tren.
En ella no hay desesperación,

230
13 horas de rebelión

en la trampa de la madre la hija no quiere caer.


Rebelde
Rebeldía
Rebelión
Sé bailar con mi soledad.
Caminar sin rumbo de la mano de mis sueños.
Sé cargar un camión con la cama, la cocina, el ropero
y la garrafa.
Sé cambiar de cuarto,
y transitar de alquiler en alquiler.
Todo un trajín para repetir una y otra vez que no soy
de ningún hombre su propiedad.
Mi camino es el que no está trazado,
desobedecer dándole la espalda a lo enseñado
es lo que mejor sé hacer.
Rebelde
Rebeldía
Rebelión
Resulta que no te quiero complacer.
Rebelde
Rebeldía
Rebelión
Resulta que no te quiero querer.
Rebelde
Rebeldía
Rebelión
Resulta que tu amor me empalaga,
que tu heroísmo me aburre,
que tu protección me espanta.
Rebelde
Rebeldía

231
María Galindo

Rebelión
13 horas
13 días
13 meses
13 años
No digo amén.
No digo sí.
No digo bueno.
No acepto.
No quiero.
No me da la gana.
Rebelde
Rebeldía
Rebelión
La vajilla está rota, son trece las mujeres que vienen
anunciando libertad.
El azúcar se ha derramado, son trece las culpables
de tanto descalabro.
Son trece las que vienen desempedrando el camino,
desclavando los muebles, rompiendo huevos y untando
con sal las aceras.
No son diputadas, ministras, ni presidentas;
son unas simples vendedoras ambulantes.
Algunas son migrantes;
otras son prófugas;
todas un poco ilegales.
Son, además y para colmo, aborteras,
también son las divorciadas,
y habían sido inclusive unas adúlteras.
Se las ve muy gordas.
Son las feas con la «efe» de felicidad.

232
13 horas de rebelión

Son las bajitas,


las cholitas,
las morenas,
las barrigonas.
Son las pillas,
las alzadas, las malcriadas, las indisciplinadas,
las malhabladas.
Son cunumis,
son exseñoritas,
son antiseñoritas,
son antibarbies,
son las que son.
Sus cuerpos no provocan erecciones,
ni penetraciones,
ni violaciones.
Náuseas y vómitos,
protuberancias y contorsiones.
Malestares y fiebres,
eso es lo que en los hombres provocan.
Vomitando penes por la boca les dejan,
arrancándose héroes del corazón los dejan,
proclamando su soledad los dejan.
Rebelde
Rebeldía
Rebelión
Yo veo apenas unas cuantas,
pero dice el rumor que detrás vienen millones.
Que salen de los colegios rompiendo el uniforme
y sin dar explicaciones.
Que salen de los trabajos botando en el piso el mandil
y sin pedir permiso.

233
María Galindo

Que abandonan los hábitos sin miedo a la excomunión.


Abandonan también los apellidos, las costumbres
y los nombres.
Y que se bautizan todas con el mismo nombre.
Dicen que se llaman: libertad.
Sinvergüenzas, eso es lo que son.
Descaradas, eso es lo que son.
Desobedientes, eso también son.
Perseguidas por la ley están de tanto desobedecer,
de tanto no complacer, ni ceder.
Solas están;
sin hombre
sin mujer.
Solas están,
dispersas están.
No tienen partido,
ni marido,
ni patria,
ni tienen, ni quieren poder.
Derraman sus vidas inútiles en una danza sin compás,
sin escenografía, sin teatro, sin aplausos, ni telón.
Dispersas y desconectadas;
horadan el piso que pisan,
rompen la puerta que tocan,
descomponen la fiesta,
interrumpen la ceremonia.
No quieren, ni pueden explicarse;
destrozan la imagen
y deshacen el mapa.
Sus trajines van de este a oeste,
de sur a norte.

234
13 horas de rebelión

En todas las esquinas del mundo están.


Derramando soledades, pasiones y toda calaña de
excitaciones.
Empezaron hace muchas décadas,
pero hoy recién se las ve.
Recién se las huele.
Recién se las teme.
Rebelde, rebeldía, rebelión.
Sentimientos, intuiciones.
Interpretaciones, sospechas, y dudas
es todo lo que hasta la fecha han podido escribir.
Nada cierto, nada bien argumentado.
Ninguna teoría las acompaña.
Ninguna ideología las agrupa.
Ninguna familia las reclama.
Ningún Estado las censa.
Solo sabemos que ellas no cuentan.

235
Se terminó de imprimir en
el mes de mayo de 2019

236
Estamos en un momento vital, de ruptura y salto al vacío, en el que el
feminismo es una fuerza que interpela y transforma. En Bolivia, la marea
feminista ha surgido del hartazgo, el dolor, la ira y la náusea ante la
acumulación de casos de violencia física y sexual extrema que quedan en la
impunidad. El espectáculo horroroso de los cuerpos de mujeres torturadas,
mutiladas y violadas, y la impotencia ante un sistema que encubre a los
perpetradores y retrasa —o directamente niega— la justicia a las víctimas,
han empujado a cientos de mujeres a tomar las calles.

La historia de las mujeres está hecha de gestos de disidencia, públicos y


anónimos. Desobedecer es negarse a ser cómplice de un sistema, pero
también imaginar que la realidad podría ser de otra manera, que la historia
podría haber tomado otro rumbo. Por eso el feminismo es un ejercicio de la
desobediencia pero también de la imaginación desbocada.

Aquí se juntan nuestras vulnerabilidades, nuestros miedos, nuestra fuerza,


nuestra rabia, nuestro voraz anhelo de cambio y nuestra lectura de un
presente al que no podemos ver con claridad por estar inmersas en él;
más que dar respuestas, estamos tratando de plantearnos preguntas que
amplíen el campo de lo que se puede pensar, decir y sentir. Si algo ha
caracterizado a las luchas feministas ha sido su capacidad para asumir las
dimensiones enormes del desafío de replantearse todo. Estos textos se
atreven a proponer nuevos y provocadores caminos, nuevas e inquietantes
preguntas, y a soñar con alternativas osadas por donde se vaya filtrando la
imagen de otra realidad posible.

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