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IV.

CONSTRUIR EL EDIFICIO DEL AMOR


1. Hay que seguir la verdad en amor (vers. 15)
En la vida cristiana todo tiene que apuntar a Cristo. Esa es nuestra meta
suprema. Por lo tanto, se plantea la necesidad de crecer en todo, pero que sea
“en aquel que es la cabeza…”. Y Pablo al abordar este concepto se asegura que
la mejor manera de lograr tal crecimiento es cuando seguimos la verdad, pero la
verdad en amor.
No siempre se dice la verdad en amor. Nuestras emociones nos traicionan al
momento de hablar la “verdad”. Pero hay que seguir la verdad que es contraria
al error que Pablo está exponiendo. Somos muy propensos a seguir cualquier
cantidad de cosas que no contribuyen a nuestro crecimiento.
Nos preocupamos con mucha frecuencia en seguir donde nuestros ojos se
deleitan, a escuchar lo que nos da más placer y hasta caminar hacia aquello
que más nos satisface. Pero seguir la verdad en amor es el camino correcto que
nos conectará siempre con la cabeza que es Cristo. Es una bendición saber que
los dones espirituales trabajan para hacer realidad esta meta. Crecemos para
ser cada día semejantes a Cristo.
2. Edificarse en amor (vers. 16).
En este capítulo de los dones espirituales Pablo nos ha venido diciendo que el
encargado de dar estas gracias divinas es Cristo. Resulta interesante que al
final nos lleve a hablar otra vez de su cuerpo, que es su iglesia, destacando una
intrínseca unidad, sostenida por todos sus miembros.
La idea de esta figura es mostrarnos como los dones espirituales trabajan en la
iglesia, no de una manera aislada, sino bien coordinados, sin menospreciar o
menos cavar a los otros hasta lograr el crecimiento mayor, que no es sino el
crecimiento del cuerpo y no el crecimiento personal.
Observe la forma como Pablo usa la imagen del cuerpo y su unidad. Por un lado,
habla de un cuerpo “bien concertado”. La idea es de algo que encaja
perfectamente. Y cuando cada parte (miembros o dones) cumplen su propia
función, ayudan a que el resto de los miembros se desarrollen a través del uso
de sus dones espirituales.
Cuál va a ser el resultado, pues que, al llegar a trabajar de esta manera tan
unida el cuerpo de Cristo crece sano y lleno de amor. Si el amor no es lo que
distingue este crecimiento, los dones son un fin en si mismo. El trabajo de un
pastor es ayudar para que la iglesia que dirige logre este tipo de crecimiento y
edificación de su iglesia.
CONCLUSIÓN:
¿Para qué sirven los dones espirituales ministeriales? En el presente texto
Pablo nos ha indicado que los dones ministeriales tienen el propósito de
preparar al creyente para la obra del ministerio hasta llegar a la unidad de la fe
en un crecimiento maduro y sustentado de modo de construir el edificio del
amor, eso es la edificación mutua de la iglesia del Señor.
Bueno, esta es la parte que hacemos los pastores para ayudar al creyente a
desarrollarse, pero ¿qué hago entonces para descubrir mis dones espirituales?
Lo primero que tengo que decirles es que no hay una “fórmula mágica” que nos
indica que de la noche a la mañana eso surja.
Pablo nos dijo en el texto anterior que procuremos los “dones mejores”, lo que
significa que debo tener un profundo interés en este tema. Que debo anhelarlo.
Que los debo buscar en oración. No sabré jamás que don tengo si no hago lo
mínimo. Si no me esfuerzo en la gracia del Señor.

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