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Se requiere una mentalidad muy poco común para emprender el análisis de lo obvio.
A. N. W HITEHEAD
La pregunta de Leibniz
A
menudo nuestra capacidad analítica está altamente desarrollada antes de que
poseamos un gran conocimiento del mundo, y alrededor de los catorce años mucha
gente comienza a pensar por su cuenta sobre problemas filosóficos: sobre lo que
realmente existe, si podemos saber alguna cosa con total certeza, si algo es realmente
bueno o malo, si la vida tiene algún sentido o significado, si la muerte es el fin de la existencia,
etc. Se ha escrito acerca de estos temas durante miles de años, pero la materia prima de la
Filosofía proviene directamente del mundo y nuestra relación con él, no de los escritos del
pasado. Ésa es la razón de que estos problemas se los planteen una y otra vez quienes
jamás han leído sobre ellos.
En el siglo XVII, un filósofo alemán llamado LEIBNIZ, formuló una pregunta curiosa e
inquietante: ¿por qué hay algo y no más bien nada? Es decir, ¿cuál es la razón por la que
existe el universo? ¿No sería más fácil y sencillo que no hubiera absolutamente nada? Lo
que sabemos es que hay algo: estás tú, está la Tierra, están las estrellas, etc. Pero bien
pudo haber ocurrido que no hubiera nada. Entonces LEIBNIZ se pregunta por qué hay todo
esto en lugar de no haber nada.
La pregunta más amplia y más profunda que el ser humano puede formular es la pregunta
de LEIBNIZ. Es algo obvio, un hecho bien sabido por todos que hay algo, que hay cosas.
Porque todo esto que nos rodea en última instancia es algo, algo inmenso, gigante (o por lo
menos hay un yo que se pregunta por todo esto, con lo cual algo hay). Pero en lugar de
quedarnos en los hechos, lo propio de la Filosofía consiste en ir más allá y preguntar: ¿por
qué las cosas son? ¿Por qué hay cosas? ¿No pudo haber ocurrido que en lugar de haber
algo, no hubiera habido nada? Y si hubiera podido ser que no hubiera nada, ¿por qué hay
algo en lugar de nada? ¿Qué es la nada? ¿Podemos concebir la nada?
Si tomamos la hipótesis de que bien pudo haber ocurrido que no hubiera nada con toda
seriedad, difícil no quedarnos perplejos ante el mundo… no ante el hecho que sea así o asá,
sino ante el mero hecho que sea.
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Prof. Emilio Cuello Filosofía
Las respuestas a la pregunta de LEIBNIZ pueden ser muy diversas (la respuesta usual en su
época era hay algo porque Dios lo creó y Dios se creó a sí mismo). Pero lo que ahora nos
interesa no son las respuestas, sino el carácter de la pregunta. Si se observa con atención,
será fácil ver que se está preguntando por aquello en que menos pensamos en la vida diaria.
Pues con aquella pregunta LEIBNIZ se pregunta por lo más obvio, por lo más familiar de todo:
que hay cosas en lugar de nada. Se pregunta por algo tan obvio que es la condición más
general de nuestra existencia, puesto que si no hubiera nada, ni existiríamos nosotros ni
existiría todo lo demás. Sin embargo, se puede vivir toda la vida sin que a uno se le ocurra
siquiera plantearse tal cuestión (y así transcurre, en efecto, la vida de la mayoría de las
personas). Que haya algo parece tan natural y obvio que, normalmente, no caemos en la
cuenta de ello.
Con todo esto, lo que nos interesa señalar es que la Filosofía consiste en el análisis de lo
obvio. Pasemos a otro ejemplo.
Entre las cosas más obvias se encuentra el concepto de tiempo. Pero, ¿qué es exactamente
el tiempo? Este concepto encierra profundas dificultades filosóficas, y para mostrarlo, nos
valdremos de un pasaje de un libro titulado Confesiones, del filósofo y teólogo SAN AGUSTÍN:
¿Qué es el tiempo? ¿Quién podrá explicarlo fácil y brevemente? ¿Quién puede formar idea
clara del tiempo para explicarlo después con palabras? Por otra parte, ¿qué cosa más
familiar y usada en nuestras conversaciones que el tiempo? Entendemos muy bien lo que
decimos cuando hablamos del tiempo, y lo entendemos también cuando otros hablan de él.
¿Qué es entonces el tiempo?
Si nadie me lo pregunta, sé bien lo que es. Pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta,
no lo sé. Pero me atrevo a decir que sé con certeza que si nada transcurriese, no habría
tiempo pasado; que si nada sobreviniese, no habría tiempo futuro, y si nada existiese, no
habría tiempo presente.
Pero de esos dos tiempos, pasado y futuro, ¿cómo pueden existir si el pasado ya no existe y
el futuro todavía no existe? En cuanto al presente, si siempre fuera presente y no se
convirtiera en pasado, ya no sería tiempo, sino eternidad. Por lo tanto, si el presente para
ser tiempo es preciso que deje de ser presente y se convierta en pasado, ¿cómo podemos
decir que existe aquello cuya razón de ser es dejar de existir?
No podemos, pues, decir con verdad que existe el tiempo sino en cuanto tiende a no existir.
Ahora analicemos este fragmento. SAN AGUSTÍN nos dice lo que todos ya sabemos, que el
tiempo se articula de modo triple: presente, pasado y futuro. Luego se pregunta qué es el
tiempo, pregunta que revela el carácter filosófico del tema, porque se pregunta por el qué
del tiempo, vale decir, por su esencia.
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Prof. Emilio Cuello Filosofía
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Prof. Emilio Cuello Filosofía
Nos encontramos, pues, con una clara contradicción: el pasado y el futuro no son (sino que
uno fue y el otro será), y en cuanto al presente, está siendo siempre pasado o futuro, o sea,
siendo “cosas” que no son, que no existen. Por tanto, si no hay pasado, presente ni futuro,
parece que el tiempo tampoco existe. Con este análisis, el tiempo –que hasta hace un
momento nos parecía de las cosas más obvias y menos problemáticas– se nos ha
pulverizado.
Lo que se ha dicho sobre LEIBNIZ y SAN AGUSTÍN permite comprender mejor por qué se afirmó
que la Filosofía puede caracterizarse como el análisis de lo obvio. El principal interés de la
Filosofía es cuestionar y entender las ideas más comunes que todos usamos a diario sin
pensar en ellas. Un historiador puede preguntarse qué ocurrió en algún tiempo pasado, pero
un filósofo preguntará qué es el tiempo. Un matemático puede investigar las relaciones entre
los números, pero un filósofo preguntará qué es un número. Un físico puede preguntar de
qué están hechos los átomos o qué explica la gravedad, pero un filósofo preguntará cómo
podemos saber que existe algo fuera de nuestras mentes. Cualquiera puede preguntar si es
malo entrar en un cine sin haber pagado, pero un filósofo preguntará qué hace que una
acción sea buena o mala.
Hacer Filosofía es colocarse en un lugar de extrañamiento frente a todo lo que nos rodea,
frente a todo lo que se nos presenta como obvio. El extrañamiento y la obviedad están
íntimamente ligados, ya que al desconfiar de las obviedades circundantes, todo se nos
aparece entonces con una intensidad diferente, y lo percibimos como si fuese la primera vez
que lo conocemos.
No podríamos arreglárnoslas en la vida sin dar casi siempre por sentado las ideas de tiempo,
número, conocimiento, bueno y malo, etc., pero en Filosofía investigamos esas cosas en sí
mismas. El objetivo es hacer un poco más profundo nuestro entendimiento del mundo y de
nosotros mismos. Obviamente, no es tarea fácil. Entre más básicas sean las ideas que trates
de investigar, menos serán las herramientas de que dispongas para trabajar. No hay mucho
que puedas presuponer o dar por sentado. Así, la Filosofía es una actividad bastante
vertiginosa, y pocos de sus resultados permanecen incuestionables por mucho tiempo.
La Filosofía se distingue de la ciencia y de las matemáticas. A diferencia de la ciencia, no se
apoya en la experimentación o la observación, sino sólo en el pensamiento. Y a diferencia
de las matemáticas, no tiene métodos formales de comprobación. La Filosofía se hace
únicamente planteando preguntas, razonando, poniendo a prueba ideas y pensando en
posibles argumentos en contra de las mismas, y reflexionando en cómo funcionan realmente
nuestros conceptos.