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Capítulo 1

La cuna del hidalgo. Nombre, retrato y descripción de sus costumbres. La lectura de los libros de
caballerías le hace perder el juicio. El hidalgo decide revivir la caballería andante. Repara sus
armas. Busca un nombre para su caballo: Rocinante. El hidalgo inventa a don Quijote. Elige por
dama a Dulcinea del Toboso.

Capítulo 2
En el segundo capítulo se narra la primera salida de don Quijote, solo, y su necesidad de ser armado
caballero por el primero que vea. Parte por la mañana y, allegada la noche, entra en una venta que
confunde con un castillo. Allí se ríen dos mozas de su aspecto ridículo pero al ventero le impone
cierto respeto y le ofrece posada. Mientras don Quijote está comiendo llega un castrador de puercos,
lo cual le parece a don Quijote la confirmación de que se encuentra en un castillo

Capítulo 3
En este capítulo se narra la investidura de don Quijote como caballero. Esto se lo pide al ventero a
quien considera señor del castillo y éste le sigue la corriente y le ordena que vele sus armas durante
la noche. Entretanto el ventero informa a los demás huéspedes de la locura del protagonista y éstos
lo comprueban personalmente cuando intentan quitarle sus armas, ya que les ataca. Se desata una
pelea contra don Quijote, que es apedreado, hasta que el ventero le pone fin nombrando caballero al
hidalgo, quien inmediatamente después sale en busca de aventuras.

Capítulo 4
Tras haber sido armado caballero don Quijote parte de la venta en busca de aventuras. Interviene al
ver el abuso de poder un labrador, Juan Haldudo, frente a su mozo Andrés. Don Quijote obtiene un
éxito momentáneo al confiar en la palabra de honor del opresor pero una vez partido el caballero, el
mozo es azotado con más fuerza que antes. Sigue don Quijote y divisa unos mercaderes toledanos a
los que quiere hacer confesar que su amada Dulcinea es la doncella más hermosa del mundo. No
obstante, no lo consigue y es apaleado por los mercaderes.

Capítulo 5
Al principio de este capítulo don Quijote, tendido en el camino, se cree Valdovinos. Pasa por allí
casualmente un vecino suyo que lo encuentra malparado y lo lleva a su casa. Allí se encuentran al
Barbero, al cura, al ama y a la sobrina de don Quijote.

Capítulo 6
En este capítulo se procede al escrutinio de los libros de don Quijote a los que el ama y la sobrina
consideran la causa de su locura. La mayoría de ellos van a ser quemados, aunque algunos se
salvan, Aparece también una crítica de la Galatea de Cervantes.

Capítulo 7
Se termina el escrutinio de los libros de do Quijote y las mujeres los queman. Acto seguido se tapia
la biblioteca del caballero y a éste le explican que un sabio, Frestón, la ha hecho desaparecer. Don
Quijote coge dinero y elige a Sancho Panza, un humilde labrador al que promete el gobierno de una
ínsula, como su escudero. Parten los dos en busca de aventuras sin contárselo a nadie.

Capítulo 8
La primera aventura tras la segunda salida de don Quijote es la de los molinos de viento. En ésta el
caballero no atiende las advertencias de su escudero Sancho y se enfrenta a un molino que confunde
con un gigante. Sale malparado. Tras esto sigue una conversación entre Sancho y don Quijote sobre
la caballería. Cuando ven dos bultos negros se dirigen hacia ellos. Se trata de dos frailes y don
Quijote arremete contra uno de ellos. Cuando Sancho se dispone a robarle sus pertenencias al fraile
es apaleado por dos mozos. Entretanto don Quijote se dirige a una señora vizcana que se encontraba
cerca de los frailes y desafía a uno de sus acompañantes.

Resumen del Prólogo “El Quijote”


El autor quiere presentar el libro al lector como el más hermoso, pero piensa
que él no es lo suficientemente bueno como para haber creado un buen libro.
Nos dice que la mayor dificultad de la obra es el prólogo en el que no sabe qué
poner.
Lo compara con un padre que tiene un hijo feo y no le ve sus faltas, de ahí que
el lo exalte pero dejando una posibilidad de crítica del lector, aunque él se
considera “padrastro”, por eso le pide al lector que diga lo que piensa sobre él.
También dice que no debería escribir el prólogo y se lo hace saber a un amigo
suyo, que entró en su casa cuando él estaba escribiéndolo. Le dice que tiene
miedo de cómo va a reaccionar el público ante su obra, y que en el prólogo no
aparecen sentencias de los clásicos ni sonetos de autores importantes de la
época, ni alusiones a la Divina Providencia, ni anotaciones al final del libro, ya
que se sentía satisfecho con lo que había realizado.
El amigo se sorprende, ya que considera a Cervantes como una persona
discreta en sus actuaciones y muy prudente, y posteriormente, también se
asombra de que halle en esto una dificultad teniendo fácil solución. Le
aconseja que él mismo escriba los sonetos y los firme con un pseudónimo, que
escriba sentencias en latín en los márgenes y que nombre a Horacio, que
acuda al Evangelio y a las Sagradas Escrituras. Y al final del libro, hacer
anotaciones referentes al gigante Golías o Goliat, a nombres de ríos como el
Tajo, a historias de ladrones, a temas amorosos como Fonseca “Del amor de
Dios”, etc. En fin, el amigo se ofrece a hacer todas estas cosas en el libro.
Después de decir todo esto cae en la cuenta que este libro no necesita de todo
esto porque va en contra de los libros de caballerías, es diferente a todos los
demás libros de la época. Sólo tiene que procurar que con sus palabras, el libro
entretenga, divierta, produzca admiración y alabanza. En definitiva, que acabe
con los libros de caballería.
Al terminar su amigo de hablar, Cervantes reflexiona y le convencen sus
razones. Termina presentando al lector a Don Quijote de la Mancha y a su
escudero Sancho Panza, alegrándose, y realizándolo de forma clara y concisa,
quitándose de todo el artificio estilístico y lingüístico de los demás prólogos de
libros, porque, al fin y al cabo, este no era un libro como los demás
Resumen del Prólogo de Don Quijote de La Mancha

El prólogo es toda una declaración de intenciones. Miguel de Cervantes consigue hacer un prólogo original, y criticando
precisamente la costumbre de encomendarse a autores de dudosa legitimidad y reputación o de los que nada tienen que
ver con el tema del que se habla, pero que aparecen en libro para darle un caché a un libro que solo puede conseguirlo
por las ideas que narra y por el modo de hacerlo y el estilo. Cervantes dice sobre su novela que… 

“Sólo quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornato de prólogo, ni de la inumerabilidad y catálogo de los
acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al principio de los libros suelen ponerse.”
 

Con esto deja claro que no desea afectarse de recomendaciones y florituras de sonetos y versos ripios, sino que anhela
dejar su novela al análisis del lector tal y como es, fruto de su inteligencia, y mediante el diálogo con un amigo suyo en el
que le plantea el problema de “adornarse” con semejantes recomendaciones de filósofos y poetas varios, ridiculiza con
sorna y sarcasmo aquella costumbre muy propia de los novelistas de la época. Por otro lado libera al lector de la pesada
carga de aguantar las lamentaciones del escritor por no haber sabido escribir bien su libro, ya que el mismo Cervantes
declara asumir la decisión u opinión del lector sin rebajarse a pedir piedad por su obra, reafirmando el derecho de opinar
libremente y de forma privada sobre su novelas y sobre todas en general.

Por último, y mediante la voz de su amigo, declara el respeto a los conceptos expuestos por el escritor como lo que le ha
de dar validez al libro, y que este tiene que ser capaz de ganarse el corazón y la benevolencia de sus lectores dándoles
precisamente a ellos lo que mas les gusta en vez de ser una historia afectada, rebuscada y elitista.
Sobre el Prólogo a la Primera Parte del Quijote
Publicado en 11 enero, 2017
El Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
Miguel de Cervantes Saavedra

I PARTE.- PRÓLOGO

En su inicio, Cervantes nos deja de forma sucinta algunas notas sobre su aspecto y temperamento.
Será mucho más extenso en su prólogo a las Novelas Ejemplares, pero eso no le quita interés a
cuanto nos apunta sobre cómo se ve a él mismo y de qué manera imagina que su personaje, don
Quijote, heredaría gran parte de esos rasgos. Se autodefine como “seco, avellanado, antojadizo y
lleno de pensamientos y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una
cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación”.

Curiosamente nos topamos con la palabra “avellanado”, viejo o falto de lozanía, atribuido a Alonso,
alter ego de don Quijote, y que formará parte, también, del nombre del autor del Quijote apócrifo, la
segunda parte firmada por un tal Alonso Fernández de Avellaneda. No parece mera coincidencia que
el autor apócrifo haya reunido el Alonso y el Avellaneda en su propio nombre supuesto.

En cuanto se refiere al lugar, la cárcel, donde se engendró su personaje y comenzó a tomar forma la
novela, es fácil aceptar las quejas del autor o padre de la criatura, echando de menos otros
ambientes más amables, apacibles, ricos y armoniosos en los que escribir. Pero también es fácil
imaginar que de los segundos ambientes no habrían nacido personajes como los del Quijote y nos
habríamos perdido una obra monumental. Cabe, no obstante, otra lectura de esa cárcel en la que el
autor concibe al personaje nunca imaginado de otro alguno en su figura y pensamientos. ¿Cárcel del
alma, oscuridad del Conocimiento, espacio, patria, sociedad apresada en las mazmorras de la
Inquisición y con ella el libre pensamiento, las costumbres judías y moriscas? Nunca se sabe.
Dejémoslo así y aquí a modo de conjetura.

Miguel de Cervantes sabe y declara que un verdadero padre disculpa la fealdad del hijo y sus faltas;
pero él se confiesa padrastro y no padre, por lo que excusa al lector de pensar y decir lo que quiera
de la criatura. En el tono humilde y modesto de la redacción del prólogo, admite que su personaje
no resulte hermoso, perfecto ni acabado, lo que no deja de ser –por otro lado- una buena manera de
curarse en salud ante la crítica. Se considera padrastro porque asegura que la historia ha sido
contada por el moro Cide Hamete Benengeli en unos papeles que encontró casualmente en Toledo,
como aclarará más adelante, lo que le da pie a desentenderse del juicio que pueda merecer al lector
mediante una apelación erasmista al derecho a pensar cada uno libremente y como quiera en su
fuero interno, expresado mediante el refrán : “debajo de mi manto, al rey mato”.

Cervantes acomete su prólogo con una ambigüedad calculada que impregnará toda la obra. Siempre
desde la modestia y la humildad, a través de un autor interpuesto como Cide Hamete Benengeli y la
locura como pretexto, irá desgranando con ironía y lucidez su pensamiento y dando forma a sus
críticas.

Porque todo, detrás del bullicio gracioso en que se desenvolverá el Quijote, esconde un fondo
demoledor. Empezando, por ejemplo y como ya queda señalado, al escoger por autor de la novela a
un morisco tras el que esconde su verdadero nombre. Hamete es igual a Miguel y Benengeli quiere
decir lugar de ciervos, es decir, Cervantes. Pero Miguel se conoce en lengua hebrea (Mikael) como
la expresión de “Quién es cómo Dios” o “Alabado sea Dios”, nombre muy extendido –por cierto-
entre los países europeos. Un cúmulo de coincidencias no casuales. Para mayor confusión, o
claridad, Cervantes nos empuja a creer que el personaje era real mientras sostiene que la historia es
una gran mentira contada por un morisco mentiroso, que es el juicio que tiene sobre los árabes y
que expresará sin tapujos capítulos adelante. Tenemos, pues, un prólogo que forma parte de la obra,
en el que se nos presenta como real y verdadera una historia escrita por un mentiroso, un segundo
narrador, que resulta ser él mismo. Y no es lo único. Y lo genial de todo ello.

En su línea humilde admitiendo de antemano sus pocas capacidades, consigue lo contrario de lo


esperado, una revalorización de su Quijote al aceptar que éste nace de sus muchos años tal que “una
leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de conceptos y falta
de erudición y doctrina”, amén de la ausencia de citas de grandes y autorizados autores. De este
modo, no solamente critica la costumbre de presumir de haber escrito algo grandioso y a quienes
recurren a reunir tantos avales para dar relumbre con pedantería a sus obras, sino que introduce una
novedad en lo que ha de ser el nacimiento de la novela moderna.

Con todo, Cervantes se hace servir del consejo de un amigo en este prólogo dialogado; dicho amigo,
que no es otro que él mismo, o puede que no, le invitará a que de su mano escriba sonetos, citas y
los latines que hagan falta, en la seguridad de que todo será tenido por bueno aun sin leerlo, y sin
temor de ser castigado a que le corten la mano por ello (en una alusión irónica a su manquedad de
Lepanto y a la sentencia que le obligó a salir de España huyendo de la justicia tras haber herido
gravemente a Antonio Sigura en un duelo). Considera, además, que a buen seguro pasaría con
facilidad por ilustre gramático.

Hablábamos del amigo con quien conversa Cervantes a la hora de redactar su prólogo. Notemos
antes otro hecho curioso. A lo largo de su prólogo dialogado, aparecerá la palabra “el” en 72
ocasiones. ¿Casualidad? Pues si es así, el caso es que en hebreo “el” es uno de los 72 nombres de
Dios que decía Fray Luis de León, o Inmanencias según la tradición judía. Por si esto fuera poco,
agreguemos que de esas 72 veces, en 10 ocasiones la palabra “el” aparecerá con tilde, o sea,
acentuada y con valor pronominal: “él” o “Él”. Y –¿casualidad también?- en el Génesis hay
exactamente 10 Verbos de la Creación. ¿Quién es, entonces, el amigo con quien conversa Cervantes
y a quien solicita ayuda para componer su presentación? Si no es él mismo, será “el” o ´”él”. O sea,
se estará refiriendo a Dios mismo como el amigo a quien pedir consejo e ilumine su obra al modo
como fueron iluminados los autores de los libros sagrados. Y si resultara ser “él” mismo, la cuestión
peliaguda vendría a ser que siendo Creador, es Dios mismo. Todo ello, claro, nos sitúa en otro
plano interpretativo de la obra magna de Cervantes, la del Quijote como libro revelado o de la
Revelación.

En medio de tanto razonamiento, Miguel de Cervantes Saavedra declara parte de la intención y el


tema de la obra: “todo él (el libro) es una invectiva contra los libros de caballerías”, pues “esta
vuestra escritura no mira a más que a deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo
tienen los libros de caballerías”. Además de intentar, según su supuesto interlocutor, “derribar la
máquina mal fundada destos caballerescos libros, aborrecidos de tantos y alabados de muchos más;
que, si esto alcanzásedes, no habráides alcanzado poco”, el Quijote apunta a otras no menos
interesantes intenciones, como que “el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el
simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente
deje de alabarla”.

Aspirar, en suma, a gustar a todos los públicos y acabar con las novelas caballerescas. Una de cal y
otra de arena. Porque cuando Miguel de Cervantes escribía el Quijote, el género de las novelas
caballerescas ya estaba en desuso; un género que gozó, es cierto, de un gran éxito y al que fueron
aficionadas gentes de todos los estamentos y de toda condición, como es conocido el caso de Santa
Teresa de Jesús.

Escribir con tanto esfuerzo y empeño para conseguir o ayudar a conseguir lo que ya era un hecho,
no tiene mucho sentido. Pienso que la utilización de este género ya en desuso le resultaba práctica a
Cervantes para desenvolverse con soltura y apuntar a todos los demás y verdaderos fines de la obra.
Criticar las novelas de caballerías era fácil, sobre todo desde el pensamiento erasmista del
Renacimiento que Cervantes compartía. De tal modo, todas las objeciones puestas a dichos libros en
el Quijote coincidirán, punto por punto, con las de los erasmistas: estar escritas por autores ociosos,
estar mal escritas, ser un cúmulo de mentiras y manipulación de la historia, incitar a la sensualidad,
ser lectura de personas perezosas y sin criterio por lo que, en su opinión, deberían ser prohibidos
estos libros. Pero, lo paradójico es que, al mismo tiempo que las denuncia, descubrimos a un
Cervantes que disfruta contándonos unas historias que había leído con deleite.

Es justo ahí, en el diálogo consigo mismo del prólogo, donde arranca el misterio, la magia, la
riqueza inmensa del Quijote, caballero que –irónicamente- nos lo presenta como ya famoso y
conocido en la Mancha, dándole viso de realidad al personaje y a la historia. Por ello no pide al
lector reconocimiento o mérito, aunque sí solicitará agradecimiento por dar a conocer al famoso
Sancho Panza, su escudero.

Si el autor viene a identificarse con su personaje, y así lo parece no sólo en el físico y edad, sino en
su ascendencia judía y leonesa, disimulada una, confesada la otra, y se refleja en los pensamientos,
discursos y parlamentos del caballero, viene a decirnos –de este modo y en un ejercicio de sostenida
modestia- que no busca el reconocimiento personal, pues reconocer a don Quijote es reconocer a
Cervantes, sino el de aquel personaje que lo acompañará, cristiano viejo, villano inculto; pero
avispado, práctico, interesado y con ganas de medrar y aprender, cosas que hará al amparo de su
señor y su idealismo desmesurado.

El final de la obra que abre este primer prólogo considerado ya como parte integral de la novela y
no como cosa distinta, es ejemplar. Yo subrayaría cómo Cervantes hace llevar en dicho final a don
Quijote a la eternidad de la literatura, haciéndolo pasar a la fantasía en la que vivirá siempre, porque
en el último capítulo el que de verdad muere es Alonso Quijano, cuerdo y poseído de realidad. Por
otro lado, me gustaría destacar de entre todas las posibles conclusiones, una: la educación es un
instrumento de progreso y perfección humana que requiere generosidad, locura y altruismo –diría,
incluso poesía- y cuyos frutos son los Sancho Panzas que gobiernan ínsulas, descubren las
servidumbres del poder, el valor de la amistad, la solidaridad, los ideales, la empatía y la
sensibilidad. La felicidad completa es imposible, pero la libertad alcanzada cuando una persona se
hace dueña de su destino, nos acerca mucho a ella. Vale.

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