El avance de la tecnología y su repercusión en el ser humano es una preocupación que
paulatinamente ha ido tomando auge en todas las áreas sociales. Indudablemente, hay razones justificables que abandonan la posibilidad de dogmatizar un pavor contemporáneo, ese caos perpetuo causado por la mera adherencia de fenómenos como: la industrialización y la globalización. En medio de esas circunstancias, es preciso recalcar que la innovación ha generado labores tan auténticas causando certezas de su funcionalidad y eficacia, es decir, que la mayoría de los individuos han aceptado todo el proceso; desde el antaño con la evolución de una serie de herramientas hasta la acelerada y exorbitante sociedad consumista. Sin embargo, hacer un panegírico de su superioridad no es mi intención, más bien es un aspecto que sucumbe intriga y a veces misterio, en la medida en que toda interpretación se vuelve más subjetiva. Einstein (s.f.) afirma “¿Por qué esta magnífica tecnología científica, que ahorra trabajo y nos hace la vida más fácil, nos aporta tan poca felicidad? La repuesta es esta, simplemente: porque aún no hemos aprendido a usarla con tino”, tal como él se cuestiona, la tendencia de los seres humanos con respecto al uso de los artefactos tecnológicos se ha convertido en un flagelo inadmisible, considerando como superiores los daños en el componente ético y sociocultural. Si bien es cierto, hoy en día hay poblaciones más vulnerables, que reflejan con mayor grado la inmadurez causada por la excitación de tener una programación y realidad virtual; alejada de las manifestaciones de inconformidad que en el pasado se reflejaban a diario, quizá por no tener un total cubrimiento en sus necesidades, no obstante, el presente está aislado de cualquier esfuerzo penetrante. En consecuencia, es imposible no mirar en lo que nos hemos convertido, una generación manipulada y engañada silenciosamente, aunque sabemos que nuestro hábitat ha sido transformado y mucho peor nuestra mentalidad genera la incómoda sensación de que la libertad que antes poseíamos para pensar está siendo aceleradamente arreglada, no hacemos nada al respecto y seguimos divagando entre la omnipresencia de la tecnología y el poder del sistema capitalista. Una conciencia llena de seducción es lo que poseemos, porque ni la mera existencia es nuestra, ya que contraemos determinadas relaciones con lo que hoy llamamos “aliados”, pero como principales entes de consumismo prescindimos con exageración de su utilidad y nos colocamos en la posición de inservibles en una era de digitalización.