Sei sulla pagina 1di 8

Universidad del Rosario

Escuela de Ciencias Humanas


Programa de Maestría en Filosofía
Andrés Rivera Acevedo

Acción: el poder de la política en Hannah Arendt

Al aprender a conocernos a nosotros mismos y a considerar nuestro


mismo ser como una esfera cambiante de opiniones y disposiciones y, por
tanto, a menospreciarlo un poco, restablecemos nuestro equilibrio con los
demás. Es verdad que tenemos buenas razones para despreciar a cada uno de
nuestros conocidos, aunque sean los más grandes; pero igual de buenas para
volver este sentimiento contra nosotros mismos. Y así, soportémonos unos a
otros, ya que nos soportamos a nosotros; y tal vez le llegue a cada cual algún
día también la hora más jubilosa en que diga:
«¡Amigos, no hay amigos!", exclamó el sabio moribundo;
«¡Enemigos, no hay enemigos!», exclamo yo, el necio viviente.
(Nietzche, Humano Demasiado Humano. Aforismos 531 y 376)

El poder sólo es realidad donde palabra y acto no se han separado,


donde las palabras no están vacías y los hechos no son brutales, donde las
palabras no se emplean para velar intenciones sino para descubrir realidades,
y los actos no se usan para violar y destruir sino para establecer relaciones y
crear nuevas realidades. El poder es lo que mantiene la existencia de la esfera
pública, el potencial espacio de aparición entre los hombres que actúan y
hablan. (Arendt, 2005. Pg. 223)

El 21 de noviembre de 2019 estaba convocado en Colombia un día de paro nacional por parte
de las centrales obreras del país, con el propósito de protestar en contra de las políticas del
gobierno del presidente Iván Duque y de su desempeño frente a las agendas política,
económica, social y de paz. Como es tradicional en la historia del país, el gobierno nacional
desplegó una intensa campaña mediática para deslegitimar, estigmatizar y criminalizar las
actividades de preparación de la protesta. No obstante, el resultado de esta jornada
movilización social ha marcado un momento histórico en el desarrollo y la configuración de
la democracia colombiana hacia una democracia deliberativa, donde la ciudadanía,
representada en múltiples y diversos sectores sociales ha manifestado su intención de hacerse
presente en la conformación y la deliberación de la agenda y las políticas públicas.

En el presente artículo, me propongo analizar la irrupción de esta masiva movilización


ciudadana a la luz de la noción de acción, la cual se constituye en núcleo y fundamento del
pensamiento político de Hannah Arendt, en contraste con nuestra tradicional concepción
contenida en la polaridad amigo/enemigo especialmente recogida por Carl Schmitt. No está
de más recordar que el proceso de configuración del Estado colombiano ha sido
históricamente enmarcado y determinado por esa dualidad amigo/enemigo, llevada al
paroxismo de la violencia, desde las guerras bipartidistas hasta las doctrinas del enemigo
interno, circunstancia que ha contribuido en la configuración de una cultura política de la
polarización y de la violencia como fundamento del poder. A propósito, nos plantea Fernán
González:

Comprender la violencia, como condición previa para conseguir la paz, es un


objetivo que nos hemos propuesto para contribuir a que nuestro país salga de la
encrucijada en la que hoy se encuentra. Esta encrucijada se caracteriza por la
sensación generalizada de una violencia indiferenciada y homogénea, casi
omnipresente, que parece invadir hasta los últimos resquicios de la vida cotidiana de
los colombianos. Esta sensación contribuye a reforzar una mentalidad apocalíptica,
que percibe a nuestra sociedad al borde del caos y del desorden total. (González, 1990.
Pg. 11)

González identifica cómo, una comprensión de la política como polarización social entre
bandos opuestos e irreconciliables conlleva a una polarización extrema que implica ilegitimar
la acción del otro, lo que produce la violencia entre facciones extremas.

Siguiendo esta línea de análisis, podría afirmarse que la polarización política


nacional, leída en términos de la oposición amigo-enemigo, hace leer la política local
y veredal en los mismos términos haciendo que los enfrentamientos de orden local se
vean en relación con los enfrentamientos de carácter nacional. El resultado es la
ruptura total de la convivencia o coexistencia de los opuestos en el orden local, hasta
romper los lazos de solidaridad espontánea que se producían allí. (González, 1990.
Pg. 17)

En la teoría de Carl Schmitt, el antagonismo es un presupuesto que origina la relación


puramente política en la oposición amigo-enemigo, la cual se abstrae de las motivaciones
sociales, económicas, religiosas, etc., constituyendo un “agrupamiento decisivo” y una
unidad política soberana: el Estado como poder decisorio sobre todas las otras materias
(politización de las esferas sociales, económicas, religiosas) (Schmitt, 2014. Pg. 24). Al
respecto, nos dice María Teresa Uribe:

La guerra produce orden político y está presente en el acto fundador del


Estado nacional; y éste, una vez institucionalizado por la vía del consenso y fijado en
formas jurídico-constitucionales, tendría, como propósito central, mantener ese orden
y evitar la violencia, la hostilidad y las agresiones entre los diversos actores de la
Nación. (Uribe, M.T. 1999. Pg. 2)

Pero, esa unidad decisiva existe en tanto posee el poder decisorio, es decir, cuando logra
construir una situación normalizada, donde sus normas puedan imperar (Schmitt, 2014. Pg.
24). El poder decisorio para definir al enemigo no está consolidado mientras exista una
situación que lo desafía, una situación de anormalidad. Por lo tanto, la politización de las
relaciones sociales a partir de esa oposición se diluye en cuanto no es claro el fundamento
mismo de la demarcación de los polos de la oposición.

El planteamiento de una conflictividad irresoluble es funcional a la sostenibilidad de poderes


que se fundamentan en la fuerza en su acepción más básica, por cuanto reduce los costos de
la violencia, eleva los beneficios del monopolio de la distribución de los bienes y servicios,
y genera un ambiente de caos y confusión que apaga la deliberación y el espacio de lo común.
En el marco irresoluble del conflicto armado en Colombia, el ejercicio de la definición del
amigo-enemigo se ha convertido en un simulacro, en un botín de intereses particulares que
han encontrado en las diversas motivaciones, sociales, económicas, culturales o religiosas,
un ámbito fértil para atizar conflictos localizados y mantener irresoluble una situación de
excepcionalidad. De esta manera, se ha impedido la politización de los conflictos
relacionados con esas motivaciones, su sometimiento a una definición política y normativa
de su deliberación para su decisión, y se ha privilegiado la apelación a la guerra, al jus belli,
en todos los niveles de agrupamiento social: en términos de Schmitt, cualquiera tiene “la
facultad de disponer de la vida y de la muerte de una persona por medio de un veredicto”, el
jus vitae ac necis (Schmitt, 2014. Pg. 29).

Esa polaridad antagónica amigo-enemigo como eje de la pugna por la apropiación del poder
decisorio del Estado, se puede rastrear como herencia propia de la colonización española y
como la caricatura misma de la conformación de nación en el nacimiento de la República que
hoy es Colombia. Y, por supuesto, en ese proceso se ha erosionado la conformación misma
de la nación y se ha degradado la constitución del poder del Estado como agrupamiento y
unidad decisiva y decisoria.

Este proceso de degradación está en la base de la evolución que ha tenido la configuración


de la oposición amigo-enemigo en la sociedad colombiana. La atrocidad como forma
generalizada del conflicto ha marcado el derrotero de la victimización de la guerra durante
los últimos sesenta años. Pero, la definición de esa oposición ha estado a cargo de unas élites
que luego no se han hecho cargo de las consecuencias, por el contrario, han dado un nuevo
giro de tuerca a esa definición cada vez que les ha resultado conveniente, convirtiéndola más
bien en un mecanismo de indistinción y de despolitización.

Durante los gobiernos conservadores de Mariano Ospina y Laureano Gómez se impulsó la


violencia campesina de “los pájaros” y “los Chulavitas” contra los liberales, dando origen a
la estrategia paramilitar que el establecimiento colombiano perfeccionaría como mecanismo
de indistinción y de impunidad (Cinep, 2004. Pg. 17). Durante el periodo del Frente Nacional,
las élites conservadoras y liberales se congraciaron, se plegaron a la Doctrina de Seguridad
Nacional de los Estados Unidos y se enfilaron contra los comunistas, a quienes declararon el
enemigo interno (Cinep, 2004. Pg. 35). Durante este periodo y hasta finales de los años 90s
se produjo la mayor intensidad de la politización de las tensiones sociales, tanto en la
conformación de una institucionalidad estatal moderna, como en la oposición de una visión
política contradictoria y organizada en las guerrillas comunistas. No obstante, con la
apelación del establecimiento a la figura de la excepcionalidad constitucional, por un lado, y
a la profundización de la violencia paramilitar como guerra sucia, por otro, la oposición
amigo-enemigo se diluyó en una violencia generalizada más allá del control de los
antagonistas.

Para Hannah Arendt, esto implica la desatención y el desconocimiento de las distinciones y


articulaciones que expresan las actividades humanas sobre sus condiciones de existencia,
desestimando la pluralidad esencial de la acción como ámbito de la intersubjetividad y como
presupuesto para la libertad.

Para Arendt, la acción constituye el ámbito de aparición de la singularidad humana y expresa


la condición de la pluralidad, representa nuestra capacidad de iniciativa y de libertad. Lo
político se constituye en el espacio entre los individuos. En La Condición Humana, Arendt
plantea que es en el ámbito de la acción donde se produce la expresión de la condición de
pluralidad de la humanidad, se produce la aparición del individuo ante los otros, donde se va
construyendo el sentido de lo común, el espacio entre nosotros, el espacio de lo político.

La acción y el discurso crean un espacio entre los participantes que puede


encontrar su propia ubicación en todo tiempo y lugar. Se trata del espacio de aparición
en el más amplio sentido de la palabra, es decir, el espacio donde yo aparezco ante
otros como otros aparecen ante mí, donde los hombres no existen meramente como
otras cosas vivas o inanimadas, sino que hacen su aparición de manera explícita.
(Arendt, 2005. Pg. 225)
Así, en ese ámbito de la pluralidad y la impredecibilidad en el que se revela el sujeto por la
vía de su descubrimiento por los otros, la acción revela al actor en el espacio público del
acontecimiento observado e interpretado por los otros. La historia es entonces la trama de la
acción humana. La acción así entendida, en tanto discurso, revela su capacidad creativa para
desligarse del pasado y originar un comienzo impredecible.

A través del acto y la palabra los hombres se diferencian: acción y discurso


posibilitan a los hombres hacer su propia y única aparición en el mundo humano,
presentarse qua hombres los unos a los otros. Mediante la acción los hombres nacen
al mundo humano, establecen un nuevo comienzo. Esto supone una ruptura con el
pasado a partir de la introducción de algo nuevo: la inserción del hombre en el mundo
humano. Mediante la palabra los hombres se revelan en este mundo, revelan su propia
y única identidad, diferenciándose los unos de los otros. Pero también la palabra
permite a los hombres, único cada uno y diferente de los otros, experimentar el mundo
en tanto mundo común. (Debane y Meirovich, 2012)

Arendt denuncia como la tradición occidental, y en especial la modernidad, ha luchado por


contener la inasibilidad de la acción, delimitándola a fines concretos, asiéndola a las
condiciones de la mundanidad y la sobrevivencia, confinando lo político a un espacio
predeterminado, un espacio único de reconocimiento del poder establecido, desconociendo
el poder de la acción en sí misma.

El poder es lo que mantiene la existencia de la esfera pública, el potencial


espacio de aparición entre los hombres que actúan y hablan (…)
Y sin poder, el espacio de aparición que se crea mediante la acción y el
discurso en público se desvanece tan rápidamente como los actos y las palabras vivas.
(Arendt, 2005. Pg. 223-227)

Por lo tanto, solo a partir de la acción, se reconstituye el espacio de lo común, en el espacio


entre los individuos, donde cada acción es un comienzo de algo impredecible que no es ya
autoría del actor, que no tiene un fin determinado, sino que se entreteje en la trama de las
interacciones, se configura el espacio de lo público. La singularidad y la pluralidad
construyen las narraciones que configuran la identidad y el reconocimiento, mediante los
discursos y las interpretaciones de cada quien y de los otros.

A propósito de estas recientes jornadas de movilización social, la filósofa Laura Quintana ha


planteado unas reflexiones a partir del pensamiento de Arendt, para recordar que el derecho
a la protesta constituye un eje fundamental del ejercicio de los derechos de los ciudadanos y
de la contención de los pruritos autoritarios del poder:

El derecho a la protesta acoge como una actitud importante el poder


desobedecer. Esto es fundamental porque cuando una sociedad se acostumbra a la
obediencia incondicional, y se normaliza de acuerdo con un código de conducta que
no admite la actitud crítica, puede llegar a ser capaz de las peores cosas. (…)
Desde los planteamientos de Arendt el derecho a la protesta expresa un meta-
derecho fundamental. Esto quiere decir que se trata de un derecho que le da sentido a
todos los demás derechos: el derecho a tener derechos, el derecho a poder exigir que
se puedan reclamar derechos cuando estos se niegan. Sin este metaderecho no tienen
ningún sentido, según esta autora, los derechos humanos. De modo que, a la luz de
estos planteamientos, un régimen que impide el derecho a la protesta atenta
fundamentalmente contra los derechos humanos. (Quintana, 2019)

La aparición de los ciudadanos y las ciudadanas colombianas en las calles y en la agenda


pública a partir del paro nacional del 21 de noviembre puede leerse como un avance, de la
dualidad amigo/enemigo a la multiplicidad de lo común. Un nuevo paso que desata una nueva
trama en la historia de nuestra sociedad. Un nacimiento de consecuencias impredecibles, que
da un nuevo protagonismo a otros actores tradicionalmente excluidos de la deliberación
pública y política: acción y reconocimiento para una sociedad más incluyente y equitativa.
“El acto más pequeño, en las circunstancias más limitadas, lleva la simiente de la misma
ilimitación” (Arendt, 2005. Pg. 214).
Bibliografía

Arendt, Hannah. (2005). La Condición Humana. Editorial Paidós.


BANCO DE DATOS CINEP. (2004). Deuda con la Humanidad. Paramilitarismo de
Estado en Colombia 1988-2003. Centro de Investigación y Educación Popular. Bogotá.
Debane, Luciano. & Meirovich, Valeria. (2012). Nacer para comenzar. Acción y
libertad en Hannah Arendt. En: Razón y Palabra. Revista Electrónica. Número 78.
https://www.razonypalabra.org.mx/varia/N78/1a%20parte/12_DebanneMeirovich_V78.pdf
González, Fernán. (1990). Introducción. En: Uribe, M.V. Matar, rematar y
contramatar. CINEP. Bogotá.
Schmitt, Carl. (2014). El concepto de lo político. En: Revista Nota Al Pie.
Universidad Autónoma Metropolitana. Iztapalapa.
https://revistanotaalpie.wordpress.com/descargas/schmitt-carl/.
Quintana, Laura. (2019). Sobre el derecho a la protesta y los peligros de su
estigmatización. Revista Arcadia. Noviembre 26. https://www.revistaarcadia.com
/agenda/articulo/sobre-el-derecho-a-la-protesta-y-los-peligros-de-su-estigmatizacion/79217
Uribe, María Teresa. (1999). Las soberanías en disputa: ¿conflicto de identidades o
de derechos? En: Revista Estudios Políticos. No. 15. Julio-diciembre, 1999. Medellín.

Potrebbero piacerti anche