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El Plan Decenal y la política pública

en educación
Por JULIÁN DE ZUBIRÍA SAMPER*

“El país acaba de conocer la versión final del tercer Plan Decenal de Educación
para el periodo 2017-2026. Ésta es la oportunidad de oro para construir la política
pública en educación de la cual hemos carecido”.

En Colombia no existe política pública en educación. Cada ministro llega,


creyendo que con él se inicia la historia, debido a lo cual vuelve a pensar qué
hacer. Para completar, en la mayoría de casos, los ministros del ramo desconocen
por completo los fundamentos de la pedagogía. Es muy frecuente que lleguen
economistas a intentar resolver problemas vinculados con la formación, la
movilidad social y la equidad. Por ello, suelen durar sus dos primeros años
aprendiendo de un tema que les resulta esencialmente desconocido, en una de las
“maestrías” más costosas que podría conocer un país. Peor aún, la mayoría de
ellos es reemplazado antes de que culmine y apruebe dicho curso.

Al mismo tiempo, no solemos contar con evaluaciones rigurosas de los programas.


Así, ¿cómo podría ser posible hacer los ajustes necesarios para cualificar las
políticas? El problema es tan marcado que aún durante un mismo gobierno, el del
presidente Juan Manuel Santos, existieron claramente dos políticas educativas: en
su primer periodo –y una vez fue retirada la propuesta de incluir el ánimo de lucro
en la educación superior–, el énfasis estuvo en un programa muy trascendente en
la vida nacional y muy querido por los profesores: Todos a Aprender, conocido por
sus siglas como “PTA”, el cual muy acertadamente recurrió a sistemas de
formación in situ para atender los problemas de calidad y equidad de cuatro mil
escuelas rurales, históricamente abandonadas. Pero una vez llegó la ministra Gina
Parody, la política educativa dio un giro de 180 grados y, sin que mediara una sola
reunión con la comunidad pedagógica, decidió invertir la mayor parte de los
recursos de la educación superior en el 2% de los egresados de la educación
media. De esta manera, creó el muy publicitado programa de Ser Pilo Paga, pero
el cual cada vez encuentra mayor resistencia en los escenarios académicos y en
las calles del país.

Construir una política pública de largo aliento es una condición para que la
educación supere los problemas estructurales que la aquejan de tiempo atrás.
Necesitamos una carta de navegación que nos asegure que tenemos claras las
metas hacia las cuales marchamos como sociedad. El país acaba de lanzar su
tercer Plan Decenal de Educación y esta es su oportunidad de oro para hacerlo.

Los dos planes anteriores tuvieron un impacto casi nulo en la política pública, ya
que no fueron asumidos por el país como política de Estado, ni fueron
incorporados en el plan de desarrollo nacional ni en los planes regionales. Faltó el
respaldo político y presupuestal para garantizar que las metas se alcanzaran. En
contra de lo que hemos oído tantas veces en los medios masivos de
comunicación, la inversión en educación no ha aumentado en los últimos veinte
años y sigue siendo cercana al 4,5% del PIB. Ni ayer ni hoy la educación ha sido
una prioridad.

El país tiene que aprender de su historia y garantizar que no volvamos a fracasar.


El Plan Decenal debe ser asumido por el país político, social, cultural y económico.
La explicación es muy sencilla: la educación tiene que ver con todas las esferas de
la vida humana. Si la educación es de muy baja calidad, como sigue siendo en
Colombia, no podremos consolidar la democracia y se seguirá deteriorando la
creatividad, la productividad, las competencias ciudadanas y el tejido social. Si la
educación pública sigue rezagada en calidad, como tristemente sigue pasando en
el país, entonces nuestro sistema educativo no logrará fortalecer la movilidad
social y disminuir la inequidad social.

El tercer Plan Decenal es un documento pensado para que la educación


contribuya a consolidar la paz, para orientar la estructuración de un sistema que
ha estado por completo fragmentado en secciones y niveles y para seguir
ampliando el derecho a la educación, con especial énfasis en el nivel rural, ya que
mantenemos una deuda histórica con los niños y jóvenes campesinos. De allí el
nombre que le dio la Comisión Académica: Un Acuerdo Nacional para construir
Paz y Nación desde la Educación.

Tras un año de reuniones intensas, las Comisiones Académicas y Gestora han


elaborado un documento profundo, sintético y jerárquico, el cual establece los diez
desafíos para la educación en la próxima década. Para llegar allí, las comisiones
partieron de una muy amplia consulta nacional, la cual permitió caracterizar los
sueños que tienen los colombianos sobre su educación. Sin duda, el documento
final señala los principales desafíos para la educación colombiana, los cuales se
relacionan, entre otros, con la necesidad de ampliar el derecho a una educación
de calidad, con crear las condiciones para la construcción de un sistema educativo
articulado y con las que se requieren para transformar el modelo y el currículo
tradicional que ha dominado la educación hasta el momento. Para lograrlo, se
exige una política de formación de educadores, de la cual hemos carecido hasta el
momento.

El tercer Plan Decenal acertó en los retos establecidos. Sin embargo, la tarea que
le queda a la sociedad es inmensa: Hay que garantizar que éste no sea un
documento más. Para ello es imprescindible que el país se apropie de dichos
desafíos. Necesitamos que los empresarios, los medios de comunicación, la clase
política, los padres de familia y los maestros y estudiantes, entre otros,
entendamos que el Plan le pertenece a la sociedad civil y que es ella quien debe
garantizar su cumplimiento.

Necesitamos asegurar que la inversión en ciencia, investigación y educación se


convierta en una verdadera prioridad nacional y no en un slogan publicitario con
fines electorales, como ha sucedido durante el presente gobierno.  El país debe
seguir vigilante de esas decisiones y por ello tienen la razón los estudiantes que
se han declarado en alerta hasta que se decida el presupuesto definitivo para el
año 2018, porque el que inicialmente presentó el gobierno recortaba la inversión
en ciencia, investigación, cultura y deporte y solo aumentaba significativamente los
gastos militares y los de la presidencia. Ese no puede ser el presupuesto para
consolidar la paz, pues su defensa es inseparable de la de la educación, la
ciencia, el campo y la cultura.

Destruir un país es muy fácil: basta con mantener baja la calidad de la educación
que reciben sus habitantes. Así dice un letrero al ingresar a una universidad en
Sudáfrica. Y pareciera que es lo que estamos haciendo en Colombia. En un país
que mantiene baja la calidad de su educación, los ingenieros que egresan del
sistema, verán que sus puentes se caen. En un país que destruye su educación
pública será más fácil que los economistas y contadores se presten para que las
empresas evadan impuestos y se disminuyan los recursos para la salud y la
educación. En un país que no garantice el derecho a una educación de calidad, se
graduarán abogados que creerán que el derecho no tiene nada que ver con la
ética, y por ello, serán presa fácil de la corrupción.

Por lo anterior, es imprescindible un acuerdo nacional para fortalecer el derecho a


una educación de calidad. Un acuerdo en el que estén presentes el sector
empresarial, la clase política, la cultura, los jóvenes, los medios masivos de
comunicación y la sociedad como un todo. Al fin y al cabo, a todos nos compete
mejorar el derecho y la calidad de la educación. Por ello, el eje del acuerdo será
fortalecer la inversión y trabajar conjuntamente para garantizar la mejora de la
calidad de la educación. El Plan Decenal es la oportunidad para construir dicho
acuerdo, pero su materialización dependerá de la sociedad civil como un todo.

”La educación –decía Oppenheimer– es demasiado importante como para


dejársela a los políticos”. Hasta ahora, en Colombia, los políticos han decidido qué
hacer en educación. Por eso estamos como estamos. Le llegó el momento a la
sociedad civil de actuar como interlocutor activo y participante de la política pública
en educación.

Los desafíos de la educación


colombiana
Por JULIÁN DE ZUBIRÍA SAMPER*

El III Plan Decenal establece diez retos para el sector en el periodo 2017-2026.
¿Cuáles son y qué tendrá que hacer la sociedad para garantizar su cumplimiento?

Culminó la primera fase de construcción del Plan Decenal de Educación. La


Comisión Académica entregó el documento orientador a Janeth Giha, ministra de
Educación. Se trata de un material de 14 páginas en el que se definen los diez
desafíos que tiene la educación para la próxima década. Ahora viene lo más
complejo: realizar un gran Acuerdo Nacional para que se redoblen los esfuerzos y
se garantice su seguimiento y cumplimiento. La educación incide en la vida social,
económica, cultural y política de una sociedad. Por ello, allí deberán estar, al pie
de los sectores educativos, los empresarios, los medios masivos de comunicación,
los artistas, los padres de familia, la clase política y las iglesias, entre otros. El
documento invita a construir una política de largo aliento en educación, una
política de Estado y no de gobierno para la educación nacional, algo que todavía
no hemos logrado. En breves líneas, éstos son los desafíos.

Regular el alcance del derecho a la educación

Hay que garantizar, por medio de la ley, el acceso y permanencia a una educación
de calidad. Hay que reconocer que en este aspecto estamos atrás del promedio
en América Latina tanto en educación inicial como en superior. Sabemos que una
educación inicial integral y de calidad es la mejor inversión para formar niños más
sanos intelectual y emocionalmente a lo largo de la vida, pero hemos hecho
relativamente poco por materializar este derecho. En educación superior hay que
fortalecer la educación pública y asegurar el mejoramiento de la calidad y el
robustecimiento de las universidades regionales. Medidas del gobierno como las
de transferir recursos masivos hacia la educación privada, desplazándonos de
esta manera a sistemas de “subsidio a la demanda” y atendiendo tan solo una
ínfima población de los jóvenes de los estratos más bajos de la población no
ayuda a este fin. Dicha política deberá modificarse para poder garantizar el
derecho a seguir estudiando al que tiene la población que culmina la educación
media. “La educación es un derecho y no una mercancía”, gritaban en las calles
los estudiantes universitarios en 2012. En Colombia todavía es un derecho a
medio cumplir para los jóvenes universitarios y para los menores de cinco años.

Mayor articulación de los niveles educativos

Hasta el momento carecemos de un verdadero sistema educativo que permita la


articulación de los diversos niveles y subsistemas. El desafío consiste en trabajar
para que los distintos subsistemas interactúen de manera participativa y
descentralizada tanto a nivel horizontal como vertical. La educación oficial y
privada debe responder a fines comunes y los diferentes niveles deberán superar
la fragmentación actual. En un sistema, los diversos elementos están articulados a
las mismas finalidades. Ese es el reto.

Lineamientos curriculares pertinentes

Para construir la identidad nacional y aprender de otras experiencias y contextos


es necesario que el país construya lineamientos curriculares generales,
pertinentes y flexibles. Enfoques excesivamente prescriptivos e informativos
terminan por violar la Ley General de Educación. Por ello, hay que empezar por
reconocer que los llamados Derechos Básicos de Aprendizaje representan más un
retroceso que un avance. Múltiples estudios concluyen que fortalecer la autonomía
es una condición para mejorar la calidad de la educación. La explicación es
sencilla: la autonomía empodera a la comunidad. Hoy sucede exactamente lo
contrario: docentes y directivos sienten que las decisiones vienen “desde arriba” y
que ellos no participan en su elección. Creen que los problemas se originan por
fuera de la escuela y por ello es poco lo que sienten que pueden hacer para
transformarlo. Mientras no cambiemos esto, no será posible mejorar la calidad de
la educación colombiana.

Una política pública para la formación de docentes

Algo muy grave pasa en los actuales procesos de formación docente. Los
egresados de las facultades de educación alcanzan los peores puntajes entre
todos los egresados del sistema universitario, como en las pruebas Saber pro, con
los resultados más bajos en lectura crítica, razonamiento numérico y
competencias ciudadanas. La calidad educativa depende en alto grado de los
niveles alcanzados en formación por sus docentes. Es por ello que hay que
replantear por completo el modelo de formación de maestros en Colombia ya que
es obvio que, mientras no cambiemos esta situación, no será posible mejorar la
calidad de la educación. Otro reto complejo, pero necesario y posible.

Hay que dejar de enseñar lo mismo

Es necesario un profundo replanteamiento pedagógico y de los currículos. Los


modelos que enfatizan la transmisión de informaciones, hoy vigente en la mayoría
de instituciones educativas, han demostrado que no logran promover el desarrollo
humano e integral de los estudiantes. Los niños y jóvenes presentan graves
limitaciones para pensar, comunicarse y convivir debido, en parte, a la supremacía
de los modelos pedagógicos tradicionales en la mayoría de colegios. Para
transformar esta realidad, necesitamos fortalecer la formación, garantizar
reuniones periódicas de docentes y ampliar el apoyo y el estímulo a las
innovaciones educativas para que sistematicen, evalúen e investiguen sobre sus
procesos. Todos los docentes del país tendremos que aprender a partir de allí.

El problema de la educación no es tecnológico, sino pedagógico

Los cambios tecnológicos, per se, no producirán transformaciones pedagógicas.


La tecnología puede apoyar procesos de cambio pedagógico y por eso debe ser
pensada y adecuada tanto para mejorar la enseñanza como para hacerlo en el
aprehendizaje. Sin embargo, es indispensable impulsar el uso pertinente y
generalizado de las nuevas tecnologías para el aprendizaje, la enseñanza, la
investigación y la innovación.

La sociedad colombiana ha enfermado emocionalmente

La larga y cruenta guerra llenó a Colombia de ira, odio e intolerancia. Algunos


grupos políticos han querido nutrirse de esta enfermedad con fines electorales y
por ello promueven la venganza como solución a los problemas. Este peligroso
escenario nos obliga a los educadores a trabajar por consolidar las competencias
ciudadanas de manera que fortalezcamos la convivencia sana, el trabajo en
equipo y la interacción respetuosa con los demás. El desafío es construir la paz
desde las aulas y ayudar a impulsar el cambio cultural que requerimos como
sociedad.

Superar el atraso en los niveles educativos del sector rural

Si no lo logramos, no será posible una paz estable y duradera. La pobreza


estructural rural y la falta de tierra, crédito y tecnología constituyeron el factor más
importante que explica el origen del reciente y cruento conflicto armado
colombiano. Es por ello que actualmente se requiere hacer un énfasis especial en
la educación dirigida a la ruralidad, en esa Colombia olvidada y atrasada que
depende en exceso de sus propios y limitados recursos porque no ha podido
contar con el necesario apoyo estatal.

Se requiere de mayor inversión

Para elevar la calidad hay que destinar recursos suficientes a la formación,


educación inicial, rural, salarios y a la jornada completa. Todo esto de cara a
asumir las metas incumplidas y abordar en serio un proceso de mejoramiento en
la calidad. Contrario a lo que se ha dicho con fines publicitarios, hoy los recursos
siguen siendo los mismos que veinte años atrás:  4,5% del PIB. Así es difícil
garantizar el derecho a una educación de calidad que consolide la frágil
democracia colombiana.

Más apoyo a la ciencia y la investigación

Una sociedad que piense impulsar el desarrollo humano requiere de la ciencia


para aumentar la capacidad de respuesta a las demandas sociales, basándose en
la investigación de nuestros propios problemas, y porque la ciencia está
intrínsecamente asociada a la salud y la calidad de vida. Lo triste de la historia es
que, en los últimos años, la inversión en ciencia en Colombia es una "locomotora"
que se apagó. Por eso, los recursos para la entidad que apoya la investigación
vienen bajando desde el año 2013 cuando alcanzó los mayores rubros. Hoy son
inferiores en un 44 %. El reto es revertir esta tendencia.

Los dos planes decenales anteriores lamentablemente no lograron impactar la


política educativa nacional o regional ni tampoco generaron una amplia
movilización de recursos hacia la educación. La pregunta sigue en pie: ¿cómo
darle al nuevo Plan la fuerza política, social, económica y legal que se requiere
para que, en verdad, el próximo gobierno lo incorpore en su plan de desarrollo y
los gobiernos regionales hagan lo propio?

La respuesta es muy sencilla: necesitamos que la educación se convierta en una


prioridad nacional y que los gobernadores y alcaldes así la asuman. Estamos
todavía lejos de lograrlo. Necesitamos un Acuerdo Nacional que le evidencie a la
sociedad que la única posibilidad para desarrollarnos a mediano y largo plazo es
consolidando procesos educativos de mayor calidad que garanticen la democracia
formando individuos con mayor criterio y autonomía para pensar y actuar. El
desafío es estructural: o formamos individuos más autónomos moral y
cognitivamente, o seguiremos carcomidos por la corrupción y siendo borregos de
intereses de otros.

La decisión no depende de los políticos, sino de la ciudadanía. Al fin y al cabo,


somos los ciudadanos los que elegimos a los gobernantes. Y no será eligiendo a
los mismos como transformaremos la sociedad colombiana, ni como resolveremos
los problemas estructurales de la educación colombiana.

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