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Los secretos de la tensa relación entre Sarmiento y

Roca: dos rivales que dejaron sus diferencias de


lado en pos del bien común
El vínculo entre los próceres nunca fue bueno. Los conflictos que provocaron
cortocircuitos entre ellos y los momentos en los que decidieron unirse

Cierta mañana de 1869, en la Casa Rosada, llamaron a la puerta del


presidente Domingo Faustino Sarmiento. Minutos más tarde, Martín de
Gainza, su ministro de Guerra, ingresó al despacho con un joven militar al que
deseaba enviar en misión a Salta. Sarmiento clavó en él su mirada más
inquisitiva y, tras una breve entrevista, lo descartó. Explicó que lo
encontraba "demasiado joven, buen mozo y elegante", y que deseaba un
enviado "más arrugado y en lo posible feo". Gainza aclaró inmediatamente:
"Es un muchacho pero con cabeza de viejo" y, luego de una segunda
reunión, el Presidente aceptó confiar en aquél hombre de 28 años que
llevaba por nombre Julio Argentino Roca. Según Augusto Belín, nieto del
sanjuanino que en sus memorias dio detalles del difícil vínculo entre los dos
próceres, ese rechazo instintivo fue un presentimiento. Es que la relación entre
Sarmiento y Roca nunca fue buena.

Una vez en el norte, Roca se desenvolvió con brillantez. Llegó a vencer al


mismísimo Felipe Varela, y hasta lo obligó a escapar hacia Chile donde
falleció. Así, la famosa zamba en honor al caudillo –que inmortalizó Horacio
Guaraní- refiere indirectamente a él como "uno de los valientes que Varela
encontró en los senderos".
Martín de Gainza, ministro de Guerra de Sarmiento, le presentó a Roca

Terminando su presidencia, Sarmiento impuso como sucesor al


tucumano Nicolás Avellaneda. Esto enfureció a Bartolomé Mitre, predecesor
de Sarmiento en el cargo, que aspiraba a un segundo mandato. Don Bartolo se
alzó en armas, apoyado por parte del Ejército y ciertos sectores de la
prensa. Roca dio muestras de su civismo manteniéndose fiel a Sarmiento
y colaborando activamente para combatir la revuelta.

En medio del levantamiento asumió Avellaneda. Los revolucionarios


terminaron siendo abatidos en tres meses.

Nicolás Avellaneda fue el sucesor elegido por Sarmiento

Mientras la carrera política de Sarmiento decaía, la estrella de Roca


comenzaba a brillar. De hecho, a principios de 1878 se encontraba en
Mendoza cuando recibió una carta de Avellaneda: "Acabo de firmar el decreto
nombrándolo Ministro de la Guerra (…) Encontrará V.S. una herencia que le
impone grandes deberes". Inmediatamente se trasladó a Buenos Aires. En el
camino casi pierde la vida, ya que se intoxicó gravemente con un
almuerzo. Pero sobrevivió y siguió su marcha, como todos aquellos que
tienen cita con la historia.

Terminando su presidencia, Sarmiento impuso como sucesor al


tucumano Nicolás Avellaneda. Esto enfureció a Bartolomé Mitre, predecesor
de Sarmiento en el cargo, que aspiraba a un segundo mandato.
Don Bartolo se alzó en armas, apoyado por parte del Ejército y ciertos sectores
de la prensa. Roca dio muestras de su civismo manteniéndose fiel a Sarmiento
y colaborando activamente para combatir la revuelta

Roca diseñó de inmediato un plan para librar a la frontera de los malones, que
terminó siendo conocido como la Campaña del Desierto. Poco antes de partir,
difundió una orden a los miembros del Ejército, para evitar una matanza: "En
esta campaña no se arma vuestro brazo para herir compatriotas y hermanos
extraviados por las pasiones políticas, para esclavizar o arruinar pueblos, o
conquistar territorios de naciones vecinas. Se arma para algo más grande y
noble: para combatir por la seguridad y el engrandecimiento de la Patria,
por la vida y fortuna de millares de argentinos, y aún por la reducción de
esos mismos salvajes que tantos años librados a sus propios instintos, han
pesado como un flagelo en la riqueza y bienestar de la República".

Pero los soldados estaban hartos de la vida en la frontera y odiaban


profundamente a los "salvajes". Llevaban años viéndolos masacrar a sus
compañeros, arrasar con pueblos enteros —incluso llegaron a degollar a
niños— y raptar a sus madres, hermanas o compañeras. Indistintamente
hicieron caso omiso a cualquier reglamento que les impidiera darles muerte.

Julio Argentino Roca

Ante esta verdadera carnicería, Sarmiento puso el grito en el cielo y se enfrentó


abiertamente a Roca. Creía que los aborígenes debían y podían ser in-
corporados a la sociedad a través de un "proceso de civilización". Más que
militarizar la frontera se debía poblar el territorio. Así una parte de las tribus
estarían situadas allí, en terrenos delimitados con escuelas, gobierno, culto (no
solamente el católico, se admitirían otras religiones) y la ayuda que necesitaran
para subsistir.

Aunque no respetaba culturalmente a los indígenas, Sarmiento se opuso a la


cruzada roquista por considerar que –directa o indirectamente- atentaba contra
la vida de aquellos y la combatió a través de la prensa.

Sarmiento se opuso a la cruzada de Roca contra los indígenas

"Es peor política e inocua además, la que tiene por empresa el exterminio de
los indios sin pretexto de la propia defensa. Son al fin seres humanos, y no hay
derecho para negarles la existencia. (…) es puramente un acto salvaje, en vio-
lación a lo dispuesto por la Constitución, y el Derecho de Gentes en lo que no
autoriza el desalojo total de las razas primitivas", escribió en El
Nacional en 1879.

 Aunque no respetaba culturalmente a los indígenas, Sarmiento se opuso a la


cruzada roquista por considerar que –directa o indirectamente- atentaba contra
la vida de aquellos y la combatió a través de la prensa

El Padre del aula hizo hincapié en el hecho de que los aborígenes eran


argentinos amparados por la Constitución Nacional vigente, que por entonces
establecía como atribución del Congreso "proveer a la seguridad de las
fronteras; conservar el trato pacífico con los indios, y promover la conversión de
ellos al catolicismo" (artículo 67, inciso

Aunque esto desagradó a Roca, el verdadero enfrentamiento llegó con la


aspiración de ambos a la primera magistratura.

Hacia 1879, terminando su mandato, Avellaneda tuvo una difícil tarea:


decidir por qué candidato presidencial se inclinaría. Roca estudiaba sus
posibilidades, que al principio consideraba nulas.
Roca en su juventud

"Sería una candidatura eminentemente provinciana y todos me harían fuego:


no hay que hacerse ilusiones. En el Interior me flaquearían muchos amigos
tratándose de mí. Además, el Presidente, que no es hombre de pelo en el
pecho, como Ud. sabe, al primer síntoma de descontento en este pueblo, sería
el primero que me abandonaría; pero creo que es de las pocas personas que
me tienen un poco de cariño", escribió entonces a un confidente.

"Resumiendo: tenemos a Sarmiento, que no es una solución de paz para la


República y que ya está bastante viejo. A Rocha, [Bernardo] Irigoyen y a mí,
que no podremos ser candidatos con probabilidades de triunfo y que seríamos
muy combatidos. Quedan Tejedor y Mitre. ¿Por cuál de los dos les parece a
Uds. que debemos decidirnos? Estoy seguro que, sin trepitar, me dirán
que por el primero. Yo también soy del mismo parecer. Mitre será la ruina
para el país. Su partido es una especie de casta o secta, que cree tener
derechos divinos para gobernar a la República", agregó Roca.

Sin embargo, su nombre comenzó a sonar cada vez más y Avellaneda dejó de
lado a Sarmiento para apoyarlo. Entusiasta, Roca escribió en referencia a
Avellaneda: "No nos ha derrumbado el edificio Sarmiento, nada habrá que
lo conmueva".

Sarmiento en 1884
El célebre sanjuanino acababa de ser traicionado y vencido por dos de sus
discípulos. Sólo le quedaban ocho años de vida que utilizó para fustigar al
vencedor de la contienda y oponerse a él en todo. Por su parte, Roca buscó
incorporarlo, otorgándole espacios y honores con la esperanza de menguar las
críticas sarmientinas.

En este período Sarmiento aceptó el cargo de superintendente general de


Escuelas del Consejo Nacional de Educación. Dejó de lado su orgullo herido
y se puso a trabajar en pos de la educación argentina. Desde allí impulsó,
con apoyo de Roca, la Ley de Educación 1420. En 1884 fue enviado por la
presidencia en misión especial a Uruguay y Chile.

Sarmiento durante su viaje a Chile en 1884

Para congraciarse, el general de la Campaña al Desierto llegó a ordenar la


reimpresión de las obras de Sarmiento. Lo llegó a señalar públicamente como
un ciudadano venerable, que había trabajado por la grandeza de la patria
durante décadas.

De nada sirvió. Aunque el sanjuanino aceptaba todo aquello que le interesaba,


siguió combatiéndo a su rival con la pluma y la palabra. El acceso a la
presidencia de Miguel Juárez Celman, cuñado de Roca, lo enfureció aún más.
Por primera vez Sarmiento perdió la fe en su patria, sintiéndose realmente
vencido. Según relató su propio nieto, se dejó morir.

 Para congraciarse, el general de la Campaña al Desierto llegó a ordenar la


reimpresión de las obras de Sarmiento. Lo llegó a señalar públicamente como
un ciudadano venerable, que había trabajado por la grandeza de la patria
durante décadas

En 1914, poco antes de su propio fin, Roca escribió: "Los hombres y las
generaciones se van, unos tras otros, como las olas al mar, sin que el fondo de
la humanidad cambie, como no cambian el fondo y el volumen de las aguas".
Se equivocaba. Tanto él como Sarmiento demostraron que hay hombres y
generaciones capaces de modificar al resto. Estadistas que, incluso siendo
enemigos, establecieron una ley para garantizar la gratuidad y obligatoriedad
de la educación en todo el territorio nacional.

Para congraciarse, Roca mandó a reimprimir las obras de Sarmiento

Solo diez años más tarde de ser aprobada la 1420, el 90% de los
habitantes sabían leer y escribir. Gracias a estos adversarios, Argentina
resolvió el problema del analfabetismo antes que gran parte de Europa y
se convirtió en la novena economía a nivel mundial.

Volviendo nuestros ojos hacia el presente es válido preguntarse ¿cuántos


políticos de la actualidad serían capaces de dejar de lado sus intereses o
militancias acérrimas en pos del bienestar nacional? Seguramente muy
pocos.

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