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Pensar en el otro.

Hacia una forma diferente de identidad colectiva.


Mauricio Márquez Murrieta.

En medio de la inminencia de los múltiples y complejos retos que nos impone la crisis del
coronavirus COVID 19 por la que estamos atravesando, hay uno que, paradójicamente, puede
muy bien pasarnos completamente desapercibido, a pesar de estar en el centro del problema y
tal vez precisamente por eso: el individualismo egocéntrico que se ha impuesto como máxima
de acción en nuestra sociedad.

La inmensa mayoría de nosotros, ante el escenario más o menos catastrófico que se nos
presenta, solemos reaccionar pensando exclusivamente1 en cómo ella puede afectarnos
individualmente. Entendiendo por individual no sólo la preocupación por uno mismo, sino
también la preocupación por la gente significativa a nuestro alrededor.

Ello incluso se ha ido legitimando no sólo como la respuesta adecuada sino como la que le viene
al ser humano de manera natural. Contamos, incluso, con múltiples dichos que la respaldan:
“Ayúdate que Dios te ayudará”, “De que lloren en mi casa a que lloren en la de otro, que lloren
en la de otro”, “el que madruga Dios lo ayuda”, “Camarón que se duerme se lo lleva la
corriente”, etcétera. A nivel de la filosofía política y económica, la naturalización de esta actitud
tiene en Hobbes, Bentham, Malthus, Adam Smith, Ludwig Von Mises, Frederich Hayek y Milton
Friedman algunos de sus principales apologistas.

Subyacente a las ideas de todos estos pensadores, para decirlo algo esquemáticamente, no sólo
está el considerar que es así como el ser humano es por naturaleza, sino que es así como debe
ser, pues, como lo planteara Adam Smith con su famosa mano invisible del mercado, estiman
que el óptimo de bienestar social sólo se alcanza dando rienda suelta a los impulsos
naturalmente egoístas de las personas. En pocas palabras, pensar en el otro no sólo va contra
nuestra naturaleza, sino que resulta, incluso, contraproducente. Como dijera Margareth
Tatcher, there is no alternative.

Hoy, sin embargo, lo que podemos constatar es exactamente lo contario: la celebración de


comportamiento egoísta nos tiene en medio de una pandemia de mayúsculas proporciones y en

1 La clave está en esta palabra. No se trata de defender la idea absurda de que dejemos de pensar en nuestro
bienestar y en el de nuestros seres queridos a la hora de actuar, sino de dejar de pensar exclusivamente en
nosotros mismos.
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el umbral de una crisis económica que amenaza con terminar de arrasar con el de por sí poco
bienestar que 40 años de neoliberalismo nos había dejado como saldo.

Actuar egoístamente hoy equivale a jugar con una pirinola que lleva inscrita “todos pierden” en
cada uno de sus lados. Y esto es así tanto en lo que respecta al Coronavirus, como al cambio
climático, la violencia de género, la migración, el bienestar económico, y todos y cada uno de los
problemas sociales que hoy nos tienen, sin exagerar, al borde de una catástrofe civilizatoria.

La respuesta que, a mi parecer, sin ser simple, sencillamente se impone es: pensar en el otro.
Sólo si en nuestras respuestas tomamos en cuenta seriamente la dignidad, integridad, bienestar
y suerte del otro –sin con ello decir que debamos ignorar las nuestras – tendremos la
oportunidad de no sólo superar la crisis sino de servirnos de ella para impulsar un cambio
profundo y radical de nuestra existencia individual y colectiva.

Ello implica pasar de la lógica de suma cero a la lógica de la aditividad no nula. Implica pensar y
actuar en términos de los efectos que nuestros pensamientos y acciones puedan llegar a tener
para el otro. Implica abandonar el ideal del homo oeconomicus neoliberal que prescribe la
ponderación egoísta de pérdidas y ganancias, y pasar al del homo agapensis que encuentra en
el bienestar del otro el punto de partida para alcanzar el propio.

Si queremos tener la más mínima posibilidad de evitar la propagación geométrica del COVID 19
la clave está no en preguntarnos cómo hacer para minimizar los riesgos para sí mismo, sino en
pensar en cómo hacer para minimizar los riesgos para todos; pues los efectos que tenga para
unos terminarán redundando en todos.

Y sucede lo mismo para todos los problemas que enfrentamos hoy, desde el cambio climático
hasta la violencia de género, pasando por la disigualdad y la migración, entre tantos otros
problemas que hemos ido acumulando a lo largo de los años y que hoy amenazan con
desbordarse hasta inundarlo todo.

La anomia social en que estamos envueltos tiene mucho que ver con la salida por la puerta
trasera del amor y la fraternidad. El desarrollo actual, marcado por la ideología a la vez
fragmentaria y homogeneizante del neoliberalismo capitalista, ha traído aparejado un
retraimiento de los valores solidarios y caritativos como pactos fundamentales de cualquier
sociedad. El amor como sustento de la fraternidad y la cohesión colectivas se ha visto evacuado
de nuestra sociedad, reduciéndose el sentido del individuo a acepciones egoístas y egocéntricas
que dejan poco o ningún lugar a la preocupación por la suerte de los otros.

El amor apunta a un cambio en el modelo que rige nuestras vidas hacia uno que ofrezca el
camino, tal vez el único camino, de reconquistar una sociedad digna y responsable, y
orientarnos hacia aquellos ideales utópicos que se niegan a dejar de insistir en una humanidad
verdaderamente justa, igualitaria y amorosa.

Por nuestro propio bien, el de todos, ha llegado el momento de pensar en el otro.

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