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Yo te preguntaré, y tú me contestarás.
4 ¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra?
Házmelo saber, si tienes inteligencia.
5 ¿Quién ordenó sus medidas, si lo sabes?
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necesarias para limpiar la siembra, ahuyentar aves y animales
que la consuman, y purificarla de plagas que la destruyan…”-
1.- Creemos que sabemos pero nos falta más sabiduría que de fruto.
Así nos pasa: queremos que nuestra vida sea puro amor y dulzura,
nada de problemas.
2.-El optimista no es aquel que no ve las dificultades, sino aquel que
no se asusta ante ellas, no se echa para atrás. Por eso podemos afir-
mar que las dificultades son ventajas, las dificultades maduran a las
personas, las hacen crecer.
Por eso hace falta una verdadera tormenta en la vida de una persona,
para hacerla comprender cuánto se ha preocupado por tonterías, por
chubascos pasajeros.
LO IMPORTANTE NO ES HUIR DE LAS TORMENTAS, SINO TENER FE Y
CONFIANZA EN QUE PRONTO PASARÁN Y NOS DEJARÁN ALGO BUENO
EN NUESTRAS VIDAS.
Habacuc 3:17-19
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Aunque la higuera no florezca,
Ni en las vides haya frutos,
Aunque falte el producto del olivo,
Y los labrados no den mantenimiento,
Y las ovejas sean quitadas de la majada,
Y no haya vacas en los corrales;18 Con todo, yo me alegraré en
Jehová,Y me gozaré en el Dios de mi salvación.
Nahúm 1:7
Bueno es Dios para fortaleza en el día de la angustia; y conoce á los
que en él confían.
Salmos 9:9
Y será Dios refugio al pobre, Refugio para el tiempo de angustia.
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1.-Los hombres se han debatido durante mucho tiempo y muy
seriamente con el problema del sufrimiento humano y su
significado. El libro de Job es el más brillante de los esfuerzos
en esta dirección que han quedado registrados en la literatura
de la humanidad.
Cada día, al leer el periódico o ver el telediario, brota en
nosotros el grito de : “La tierra está en poder de los
malvados y los jueces tienen un velo en los ojos” (Job
9,24). se rebela ante el sufrimiento de los inocentes, y
también ante la felicidad de los malvados, que cometen
sus crímenes impunemente: “¿Por qué los malvados
viven en paz?”
Job es Adán. Job, podemos decir, no es un nombre
propio, sino un nombre común a todo hombre. Aparece
en la narración sin ninguna referencia anterior a él; no se
da nombre al padre, como es común en la Escritura: “hijo
de...”. No se conoce ni el nombre del padre, ni de la
madre, ni del abuelo. Solamente se dice: “Había una
vez en el país de Uz un hombre llamado Job”. es un
hombre sin apellidos.
Los rabinos, en sus comentarios, han situado a Job en
las más diversas y distantes épocas de la historia. Y es
que Job pertenece a toda época. Es de ayer y de hoy. Ni
los tres amigos son israelitas. Las preguntas y
problemas del libro de Job son preguntas y problemas
de todos los pueblos, de todo hombre. El hombre de
todos los tiempos ha intentado penetrar, con la filosofía
o la religión, en el misterio del mal. A golpes de
razonamientos ha abierto diversas brechas en el castillo
inexpugnable. Pero el sufrimiento sigue siendo un
misterio. Todo creyente se puede ver en Job que se
atreve a decir en voz alta lo que todo hombre siente en
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la hora de la prueba. El choque del sufrimiento hace
vacilar las evidencias, las certezas fáciles y
tranquilizantes de la religión. El sufrimiento coloca al
hombre ante Dios, para negarle o para entregarse a él
en la fe. Este combate de la fe, que Job vive y nos
ayuda a vivir, es el combate de todo creyente, que
necesariamente pasa por el momento de la prueba,
por el momento del silencio de Dios. La ausencia de
Dios es el borrador de todas las falsas imágenes de
Dios, que el hombre ha dibujado en su mente. Job, con
su testimonio, arrastra al creyente hasta los márgenes
oscuros de la fe, en donde se juegan las relaciones del
hombre con Dios. El camino de la fe abierto por Job pasa
por la noche de la muerte, de la renuncia de sí mismo
ante Dios, que sólo responde al alba.
1. Desde la tormenta
Luego el Señor habla desde una tormenta. Por fin, recibe res-
puesta el ruego reiterado de Job de que Dios aparezca y con-
fiera un significado a su sufrimiento. No obstante, Dios no
menciona el problema particular de Job, ni hace referencia a las
cuestiones que éste ha planteado. Antes, deja establecido quién
es El, y qué clase de relación debe mantener Job con El, o cual-
quier otro hombre. A la luz del poder y la gloria de Dios,
Job se siente apabullado y humillado. Cuando ve a Dios
en su verdadera luz, Job se arrepiente de la imprudencia de sus
palabras y su actitud.
El epílogo describe cómo se aumenta al doble la prosperidad
anterior de Job, ahora arrepentido y humillado. Junto con sus
amigos y familia, que le son restituidos, Job lleva una vida
feliz y larga (ciento cuarenta años más). Muere, finalmente,
“viejo y lleno de días” (42:17).
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Saliendo de su ocultamiento y de su silencio, Dios
accede a la petición de Job y así barre los dos reproches
fundamentales que le ha dirigido tantas veces: tú estás
lejos y nunca respondes. Dios acepta el desafío de Job:
“Responda el Todopoderoso” (31,35) terminaba diciendo
Job al final de su alegato. Ahora se dice: “Respondió
Yahveh desde el seno de la tempestad” (38,1). Dios
desciende a presentar su defensa en el proceso a que le
ha citado el hombre. La acusación de lejanía, de silencio
e indiferencia, lanzada por Job, cae por tierra. La
respuesta de Dios es ante todo un acontecimiento que
Job vive y que le conduce a una experiencia nueva de la
presencia y del actuar de Dios. En cierto sentido, toda
la respuesta de Dios está ya dada en el encuentro que
Dios le concede, con el que reafirma la permanencia
de su amor. Sólo, para que Job no se engañe sobre el
sentido de la venida de Dios, como se engañaba al
interpretar su ausencia y su silencio, Dios abre su boca
y habla. Con su palabra desvela el significado del
acontecimiento.
Según la expectación de los amigos, la manifestación de
Dios, en respuesta al desafío de Job, tenía que ser un
rayo que fulminara a Job y le impusiera el silencio
definitivo. Esa es la suerte que repetidamente han
pronosticado para el malvado. Y, efectivamente, Dios se
presenta en la tormenta. El trueno, voz de Dios sin
palabras, les hace presentir el rayo que ejecute la
sentencia merecida por Job. Job, en cambio, esperaba
un encuentro, ciertamente dramático, como preludia la
tormenta, pero un encuentro en el que pudiera aducir
sus razones en defensa de su inocencia, con la
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sentencia de Dios sellando su justicia, proponía una
alternativa: o Dios me responde o me arrolla con la
tormenta (Aunque fuese yo justo, no respondería; antes
habría de rogar a mi juez. 16 Si yo le invocara, y él me
respondiese, aún no creeré que haya escuchado mi voz,
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porque me ha quebrantado con tempestad, y ha
aumentado mis heridas sin causa.9,15-17). Dios rompe
la alternativa, viene en la tormenta para responder, no
para arrollar ni para arrebatar a Job, como hizo con
Elías. Si la tormenta lo muestra inaccesible, la palabra lo
acerca. Dios habla desde la tormenta. La tormenta es el
marco de la palabra Dios no responde a Job con una
teoría, sino revelándose a él. Dios deja oír su voz en la
tempestad. En lo incomprensible para el hombre, Dios
se muestra como Dios. Dios no pretende explicar a
Job el enigma del dolor, sino llevarle a la fe. Mientras
el hombre pretende medir el bien y el mal, ser
“conocedor del bien y del mal” (Gn 3,5), está a merced
de Satanás, fuera de Dios. El hombre que pretende ser
juez de Dios y le presenta la lista de sus méritos se
queda encerrado en sí mismo, en su mundo cerrado, sin
abrirse a la acción gratuita y bondadosa de Dios.
Limitado a su visión miope, el hombre no alcanza a
vislumbrar la sabiduría y bondad de Dios. Sólo la
renuncia a toda autojustificación abre al hombre el
camino hacia Dios. Abierto a la confianza total en Dios,
el hombre no sabrá explicarse el misterio del sufrimiento,
pero lo puede vivir como misterio de amor. Si el hombre
se siente el centro del universo y pretende medir a Dios,
a sí mismo y al mundo con el corto metro de su yo, no
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sólo el dolor, sino todo cuanto ocurre ante sus ojos le es
incomprensible e inaceptable
. Vuelve al caos y a la nada.
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