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28/2/2020 Clase 1

Internet es uno de los espacios que habitamos como ciudadanos. Allí estamos, así nos enteramos; ahí suceden los asuntos
públicos y privados. Cada quien podrá hacer un rápido repaso mental y recordar aquellas novedades “que se enteró por
Internet”, desde el anuncio de un candidato a presidente, nacimientos, muertes, cumpleaños, premios, derrotas, entre otras
cuestiones. En este mundo de conectividad 24/7 (Crary, 2015), las redes sociales muchas veces son la fuente principal de
acceso a noticias, sobre todo entre los jóvenes que tropiezan con la información sin buscarla, de modo incidental (Boscowski,
Mitchelstein y Matassi, 2018).

No se trata únicamente de cómo nos informamos, sino que la experiencia política también pasa por el espacio digital. Opinamos,
descubrimos o nos unimos a causas, demandamos, denunciamos, pedimos y, en algunos casos, hasta votamos (sobre este
punto veremos algunos dilemas más adelante). La cultura participativa que describe Jenkins junto con otros autores (2006), con
los que propone repensar la educación en los medios, toca aspectos de la cultura popular, de modos colaborativos, de nuevas
habilidades y de un desafío ético: el que enfrentamos al ser productores de medios y participar en comunidades con un rol
crecientemente público. Estamos conectados y ejercemos muchas de nuestras acciones ciudadanas a través de Internet.
Habitamos un espacio en constante mutación, donde las sensibilidades políticas parecen polarizarse y donde también hay
muchas expresiones de odio. No es lo único que sucede (ni el único lugar donde ocurre), pero sí parece ser un síntoma de estas
sociedades contemporáneas en las que la facilidad para decirlo todo (solo hace falta una conexión a Internet y estar en una red
social) no necesariamente va de la mano con la reflexión sobre qué decimos ni a quién.

En esta clase, les proponemos una indagación acerca del tipo de espacio público que es Internet, sobre todo aquel que se
construye y reconstruye en las redes sociales. Además, veremos cómo es la participación en esos espacios y los flujos que se
dan entre lo digital y otras esferas de la política. Por último, los invitaremos a pensar formas más saludables de habitar el espacio
público.

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28/2/2020 Clase 1

De la “nueva Atenas” a las lógicas del odio

Durante buena parte de la década del 90 y los primeros años del siglo XXI, el entusiasmo sobre las posibilidades de Internet era
enorme: conectados, todos podíamos ser un medio (Shirky, 2009). Integraríamos una economía de la información en la red con
un lugar bastante más igualitario para todos (Benkler, 2006), en una cultura de la participación más plural y abierta (Jenkins,
2008).

Los más encantados con esta nueva tecnología de distribución llevaban las cosas aún más lejos: Internet implicaría el fin de las
tiranías —ya no es posible la censura—, y su globalidad certificaría el fin de las fronteras. Esta nueva tecnología que habilitaba
modos de participación y acercaba al mundo en clics auguraba una era de mayor y mejor democratización.

No fue la primera vez que una tecnología se asociaba a la construcción de un mundo mejor. Como señala Papacharissi (2010),
“las tecnologías que habilitan capacidades expresivas como la radio, la TV, Internet y medios asociados tienden a disparar
narrativas de emancipación, autonomía y libertad en la imaginación pública” (p. 3).

Internet venía con el potencial de revolucionarlo todo, desde la educación hasta las formas de vivir y participar en las
democracias liberales (y, por qué no, también en las democracias no liberales o, directamente, en las no democracias). Sin
dudas, el mundo sería una serie de “nueva Atenas” (con una concepción de polis diferente a la idea moderna de espacio
público), poblada por ciudadanos más y mejor informados, globalmente conectados, dispuestos a conversar y compartir
opiniones con otros.

Uno de los textos que mejor sintetiza este cíber utopianismo es el de


Nicholas Negroponte, también creador del programa One Laptop Per
Child (OLPC), publicado en 1995 y en el que aventura algunas
transformaciones atadas a la expansión de Internet, siempre con una
visión optimista. Entre otras cuestiones —recuerden que se publica en
1995, hace veinticuatro años— Negroponte aventura que la TV será
más parecida a una PC, que estaremos todo el día conectados con
aparatos personales, que los medios podrán personalizarse y que el
comercio se volverá crecientemente digital. En efecto, algunas de sus
predicciones se confirman en el mundo de hoy. Sin embargo, su firme
creencia en que esta era del ser digital traería mayor armonía mundial
es parte de una discusión abierta.

A esta expectativa, Saskia Sassen oponía una visión más preocupada: Internet es un tipo de espacio público que puede ser
privatizado, y uno de los aspectos centrales acerca de Internet y la soberanía es sostener lo público en este espacio que no solo
no derriba fronteras nacionales, sino que se amolda a necesidades políticas específicas, allí donde se expande (Sassen, 1998).

Años más tarde, Evgeny Morozov daría cuenta no solo de cómo Internet no garantiza de ninguna manera la existencia o
profundización de la democracia y la ampliación de las libertades, sino que puede resultar un medio manipulable, adaptable a
necesidades políticas y comerciales (Morozov, 2012). La cíber utopía —es decir, la creencia de que la cultura de Internet es
inherentemente emancipatoria— y el Internet centrismo —toda cuestión contemporánea se resuelve en términos de Internet—,
dirá Morozov (2012), construyeron expectativas que no pueden sino convertirse en desilusiones. Estas últimas se agravan aún
más cuando, a quince años de la expansión de las redes sociales, se confirma que el odio y las expresiones racistas son parte
muy viva de la red (no la única).

Entre los tecno-entusiastas y los tecno-pesimistas, estamos nosotros y nuestros modos de participar en este mundo mediatizado,
en el que nos hemos convertido en ciudadanos conectados y donde enfrentamos nuevos desafíos.

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28/2/2020 Clase 1

Participación en línea, participación significativa y participación política

¿Qué tipo de ciudadanos digitales somos? Las redes sociales, ¿han tenido impacto sobre el ejercicio de la ciudadanía
democrática? ¿Qué ciudadanía se construye?, ¿para qué democracia digital?

La netiqueta, que pretendía regular los modos de participación en los primeros años de Internet, se quedó muy corta
rápidamente. Como nuevo proceso civilizador, la expansión de la cultura digital exige escribir, actualizar y comprender cuáles son
las normas de la civilidad en línea —quién lo hace es uno de los grandes debates de estos tiempos—, así como explorar los
problemas que trae asociados como la seguridad, la protección de la vida privada (Doueihi, 2010) y el odio en red.

En una corta pero intensa línea de tiempo que va desde la expansión de los navegadores (1994) como softwares que simplifican
la exploración en Internet y la World Wide Web hasta nuestros días, pasando por la llegada de las redes sociales (que nacieron
como sitios de comunidades, pero explotaron con la expansión de Facebook a partir de 2004), la universalización de los
celulares y la algoritmización generalizada de nuestras existencias (Bunz, 2017), se vienen planteando algunos desafíos para la
vida en común. Una vida que se desplaza entre lo analógico y lo digital no ya como esferas separadas, sino como parte de un
continuo de experiencias.

Con frecuencia, Internet y la “www” se confunden como una misma


cosa. Internet refiere a redes de comunicación interconectadas que usan
la familia de protocolos TCP / IP, mientras que la “www” es la World
Wide Web, un invento del inglés Tim Berners Lee del año 1989 que,
como su nombre indica, es una red global que distribuye documentos de
hipertexto. En otras palabras, son los links que permiten conectar
información en texto, imágenes o videos.

Esa vida en común, que también es en línea y en pantalla, es de una naturaleza específica. ¿Dónde y cómo participamos?, ¿qué
produce esa participación?, ¿es de naturaleza política? Como suele suceder antes estas preguntas, no hay una sola respuesta
posible ni válida.

A continuación, les presentaremos algunas características de la participación en estos tiempos:

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Recurso disponible aquí

Como vemos, participar en la democracia digital implica múltiples aristas: entender sobre lo público y lo privado, conocer el
funcionamiento de tecnologías digitales que procesan datos (muchas veces, nuestros), repensar los espacios públicos
atravesados por modos de gestión digital, acordar en qué queremos o necesitamos seguir siendo analógicos, entre tantas otras
cuestiones. Sobre todo, nos obliga a salir de la burbuja y repensar lo común.

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