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El desear humano
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El siguiente texto se desarrolló siguiendo a Ángel Rodriguez Luño, cap. V de Ética General.
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Cfr. BOECIO, De duabus naturis, c. 3; PL 64, 1343.
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(reproducción, cuidado de la prole) y las propias del hombre como ser racional (tendencia a la
sociabilidad, amistad, amor, conocimiento, trascendencia)
La Psicología emplea el término tendencia para describir el dinamismo de base que anima
la conducta humana. Dicho concepto es fundamentalmente descriptico y puede considerarse
casi como la traducción psicológica de inclinación natural. No se consideran facultades o
potencias operativas (como la inteligencia y la voluntad) sino direcciones del desear humano
hacia determinados bienes.
Las tendencias tienen cuatro notas características:
1) son un reflejo de la ley vital de la comunicación entre persona y mundo
2) se experimentan como un movimiento que va desde la necesidad a la satisfacción
3) apuntan hacia una meta, hacia un valor
4) tienen siempre el carácter de algo dado, tienen la índole de lo pasivo, de la “pasión”, no
responden a una iniciativa libre del individuo.
Las tendencias, en su conjunto, miran al desarrollo y a la cumplida realización del hombre y,
en última análisis, a la felicidad.
Si las tendencias son como un movimiento que sale del sujeto y se proyecta sobre el
mundo, orientando la búsqueda y la percepción, los sentimientos o emociones constituyen la
resonancia interior consiguiente a la percepción sensible e intelectual. En los sentimientos se
percibe y se valora la respuesta dada en cada momento, en el encuentro con el mundo, a las
interrogaciones implícitas en las tendencias.
El sentimiento tiene un carácter pasivo, es un “sentirse afectado”. No es todavía la toma de
posición deliberada de la libertad ante lo que se ha conocido, sino una reacción, a la vez
orgánica, psíquica y espiritual, causada por el bien percibido y entonces la reacción es positiva
(alegría, ternura, etc.), o por el mal percibido, y entonces es negativa (tristeza, temor, etc.).
La afectividad pone de manifiesto que el hombre no es puramente activo, sino que
normalmente es afectado y modificado por el bien o el mal percibido antes de obrar: es activo
en cuanto que es también receptivo. El deseo es, en definitivo, un “motor movido”. A esta
idea, la afectividad añade sólo que el hombre es afectado y modificado por el bien y el mal no
sólo según la inteligencia y la voluntad, sino también según los sentidos y las facultades
desiderativas de la sensibilidad e incluso según las funciones vegetativas, que se alteran
cuando se produce la emoción (latido del corazón, expresión y color de la cara, etc.).
Lo que en la Psicología llama sentimientos o emociones la Filosofía lo llama pasiones. Santo
Tomás dedicó un amplio espacio al estudio de las pasiones3 porque les concede una
importancia capital para la vida moral del hombre.
El término pasión subraya el carácter pasivo de la emoción; asimismo subraya su carácter
sensible, en el sentido de que consisten en un acto de los apetitos sensibles. Se debe aclarar
que las pasiones no son algo necesariamente negativo o violento, sino más bien movimientos
no voluntarios que de suyo denotan la conveniencia o no de lo que se percibe respecto al
sujeto, y que aportan una energía motriz que la libertad podrá y deberá aprovechar muchas
veces.
La Ética considera las pasiones atendiendo a la tarea que plantea a la razón y a la voluntad
su integración en la conducta libre y en su recta ordenación moral.
Los sentimientos o pasiones ponen de manifiesto que las cosas o las personas que nos
rodean no nos son indiferentes, puesto que “nos afectan” y “nos modifican”; son
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Cfr. SANTO TOMÁS, Summa Theologica, I-II, qq. 22-48.
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manifestaciones de nuestro modo de sentir y vivir el encuentro con el mundo y con nuestros
semejantes. En los sentimientos lo que se recibe del mundo externo aparece bajo el signo del
valor. Los sentimientos contienen una primera valoración, esbozan una toma de posición y
sugieren una posible línea de conducta ante lo percibido.
El problema reside no en sentirse afectado, sino en la cualidad de lo que nos afecta y en la
modalidad según la cual nos afecta. Sentirse afectado positivamente por lo que realmente es
bueno y negativamente por lo que es malo, es en sí mismo un bien y predispone al buen
ejercicio de la libertad; lo contrario debe decirse de quien se siente atraído por el mal y
experimenta disgusto ante el bien.
Es necesario eliminar progresivamente la ambigüedad ética de la afectividad, tarea que sólo
la razón práctica puede llevar a cabo articulando cada bien concreto, y la correlativa tendencia,
con el bien de la vida humana globalmente considerada.
Con relación a la afectividad, la razón práctica realiza una triple función: interpretación,
valoración y dirección o corrección.
Interpretar la afectividad quiere decir entender el significado de los sentimientos que se
experimentan. Conocido el significado de lo que se siente, es posible valorarlo. Valorar no es
negar el bien que nos afecta a través del sentimiento, sino ponerlo en adecuada relación con
los demás bienes que integran el bien de la vida humana considerada como un todo. La
dirección y corrección de la afectividad sigue a la valoración, y se lleva a cabo en diversas
formas: aceptar un sentimiento y la valoración en él esbozada, corregirlo o matizarlo,
rechazarlo o incluso suscitarlo.
Esta actividad integradora de la razón no sería posible sin la voluntad: el objeto de la
voluntad engloba el bien-objeto de cada una de las tendencias sólo en la medida en que esos
bienes son interpretados y valorados como tales por la razón práctica.