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La persona como sujeto de la actividad moral1

Es de sobra conocida la definición de persona acuñada por Boecio: persona es la sustancia


individual de naturaleza racional2. Es persona el individuo cuya esencia constitutiva es de
carácter racional, espiritual, o al menos el individuo en el que el espíritu constituye la parte
formal de su esencia, como es el caso del hombre.
Sin embargo, cabe destacar, que el espíritu no es el único elemento esencial de la persona,
porque en ella el espíritu es también, y esencialmente, forma del cuerpo. De modo que,
concebir el espíritu humano como una realidad ajena al cuerpo es tan impropio como concebir
el cuerpo humano separado del alma (tesis metafísica de la unión sustancial entre alma y
cuerpo).
De lo dicho se desprende que la libertad humana es en sí misma una realidad espiritual y
que no es reducible a la simple evolución de la materia. Asimismo no es la libertad
desencarnada de un sujeto puramente espiritual ni tampoco la opción autónoma de un yo
situado fuera del espacio y el tiempo.
La conducta humana puede ser concebida como un proceso de comunicación entre el
hombre y el mundo, que en su conjunto mira a realizar el tipo de vida que la persona desea
para sí. En la conducta es posible distinguir analíticamente cinco elementos fundamentales:
1) las inclinaciones y las tendencias, es decir, deseo o desear humano;
2) la percepción sensible e intelectual de los bienes a los que las tendencias se refieren;
3) la reacción afectiva o afectividad (sentimientos, emociones)
4) el comportamiento o acción libre gobernado por la inteligencia y la voluntad y
5) los hábitos.
Estos últimos, son la suma expresión de la libertad de la persona que mediante ellos
modifica, para el bien o para el mal (virtudes y vicios), la propia constitución operativa
esencial, es decir, sus inclinaciones y tendencias, su capacidad de juzgar, de decidir y de
realizar, por lo que los hábitos cierran el círculo pasando a ser el primer elemento de la serie,
ya que en la práctica el comportamiento procede de las inclinaciones y tendencias modificadas
por los hábitos adquiridos.

El desear humano

El deseo o impulso es la forma en que se manifiestan las necesidades del hombre en su


diálogo con el mundo. Los deseos constituyen un principio de selección de los objetos
significativos y, por tanto, un principio configurador del propio mundo. El “mundo” de cada
uno de nosotros está cortado según el patrón de los propios intereses.
El concepto tomista inclinación natural es un concepto metafísico. Santo Tomás considera
que toda naturaleza creada tiene una ordenación a su perfección propia, y a esa ordenación se
llama genéricamente inclinación natural o también apetito natural. El apetito natural es una
ordenación objetiva hacia el fin de la propia naturaleza, previa a cualquier acto del individuo.
El apetito natural se manifiesta de modo adecuado a la esencia de cada uno: en los
animales se manifiesta como deseo sensible de los bienes que le son necesarios (alimento,
etc.); en el hombre, como deseo sensible y como aspiración racional.
La inclinación natural es constitutiva de la razón objetiva de bien humano. El bien es lo que
todos apetecen y sin apetito no hay bien. La razón práctica capta naturalmente como bienes
humanos todos aquellos objetivos hacia los que el hombre está naturalmente inclinado.
El Aquinate distingue tres grupos de inclinaciones naturales: las que el hombre tiene en
común con los seres vivos (conservación, dominio); las que tiene en común con los animales

1
El siguiente texto se desarrolló siguiendo a Ángel Rodriguez Luño, cap. V de Ética General.
2
Cfr. BOECIO, De duabus naturis, c. 3; PL 64, 1343.

1
(reproducción, cuidado de la prole) y las propias del hombre como ser racional (tendencia a la
sociabilidad, amistad, amor, conocimiento, trascendencia)
La Psicología emplea el término tendencia para describir el dinamismo de base que anima
la conducta humana. Dicho concepto es fundamentalmente descriptico y puede considerarse
casi como la traducción psicológica de inclinación natural. No se consideran facultades o
potencias operativas (como la inteligencia y la voluntad) sino direcciones del desear humano
hacia determinados bienes.
Las tendencias tienen cuatro notas características:
1) son un reflejo de la ley vital de la comunicación entre persona y mundo
2) se experimentan como un movimiento que va desde la necesidad a la satisfacción
3) apuntan hacia una meta, hacia un valor
4) tienen siempre el carácter de algo dado, tienen la índole de lo pasivo, de la “pasión”, no
responden a una iniciativa libre del individuo.
Las tendencias, en su conjunto, miran al desarrollo y a la cumplida realización del hombre y,
en última análisis, a la felicidad.

La afectividad humana: sentimientos y pasiones

Si las tendencias son como un movimiento que sale del sujeto y se proyecta sobre el
mundo, orientando la búsqueda y la percepción, los sentimientos o emociones constituyen la
resonancia interior consiguiente a la percepción sensible e intelectual. En los sentimientos se
percibe y se valora la respuesta dada en cada momento, en el encuentro con el mundo, a las
interrogaciones implícitas en las tendencias.
El sentimiento tiene un carácter pasivo, es un “sentirse afectado”. No es todavía la toma de
posición deliberada de la libertad ante lo que se ha conocido, sino una reacción, a la vez
orgánica, psíquica y espiritual, causada por el bien percibido y entonces la reacción es positiva
(alegría, ternura, etc.), o por el mal percibido, y entonces es negativa (tristeza, temor, etc.).
La afectividad pone de manifiesto que el hombre no es puramente activo, sino que
normalmente es afectado y modificado por el bien o el mal percibido antes de obrar: es activo
en cuanto que es también receptivo. El deseo es, en definitivo, un “motor movido”. A esta
idea, la afectividad añade sólo que el hombre es afectado y modificado por el bien y el mal no
sólo según la inteligencia y la voluntad, sino también según los sentidos y las facultades
desiderativas de la sensibilidad e incluso según las funciones vegetativas, que se alteran
cuando se produce la emoción (latido del corazón, expresión y color de la cara, etc.).
Lo que en la Psicología llama sentimientos o emociones la Filosofía lo llama pasiones. Santo
Tomás dedicó un amplio espacio al estudio de las pasiones3 porque les concede una
importancia capital para la vida moral del hombre.
El término pasión subraya el carácter pasivo de la emoción; asimismo subraya su carácter
sensible, en el sentido de que consisten en un acto de los apetitos sensibles. Se debe aclarar
que las pasiones no son algo necesariamente negativo o violento, sino más bien movimientos
no voluntarios que de suyo denotan la conveniencia o no de lo que se percibe respecto al
sujeto, y que aportan una energía motriz que la libertad podrá y deberá aprovechar muchas
veces.
La Ética considera las pasiones atendiendo a la tarea que plantea a la razón y a la voluntad
su integración en la conducta libre y en su recta ordenación moral.

La integración de la afectividad en la conducta libre

Los sentimientos o pasiones ponen de manifiesto que las cosas o las personas que nos
rodean no nos son indiferentes, puesto que “nos afectan” y “nos modifican”; son

3
Cfr. SANTO TOMÁS, Summa Theologica, I-II, qq. 22-48.

2
manifestaciones de nuestro modo de sentir y vivir el encuentro con el mundo y con nuestros
semejantes. En los sentimientos lo que se recibe del mundo externo aparece bajo el signo del
valor. Los sentimientos contienen una primera valoración, esbozan una toma de posición y
sugieren una posible línea de conducta ante lo percibido.
El problema reside no en sentirse afectado, sino en la cualidad de lo que nos afecta y en la
modalidad según la cual nos afecta. Sentirse afectado positivamente por lo que realmente es
bueno y negativamente por lo que es malo, es en sí mismo un bien y predispone al buen
ejercicio de la libertad; lo contrario debe decirse de quien se siente atraído por el mal y
experimenta disgusto ante el bien.
Es necesario eliminar progresivamente la ambigüedad ética de la afectividad, tarea que sólo
la razón práctica puede llevar a cabo articulando cada bien concreto, y la correlativa tendencia,
con el bien de la vida humana globalmente considerada.
Con relación a la afectividad, la razón práctica realiza una triple función: interpretación,
valoración y dirección o corrección.
Interpretar la afectividad quiere decir entender el significado de los sentimientos que se
experimentan. Conocido el significado de lo que se siente, es posible valorarlo. Valorar no es
negar el bien que nos afecta a través del sentimiento, sino ponerlo en adecuada relación con
los demás bienes que integran el bien de la vida humana considerada como un todo. La
dirección y corrección de la afectividad sigue a la valoración, y se lleva a cabo en diversas
formas: aceptar un sentimiento y la valoración en él esbozada, corregirlo o matizarlo,
rechazarlo o incluso suscitarlo.
Esta actividad integradora de la razón no sería posible sin la voluntad: el objeto de la
voluntad engloba el bien-objeto de cada una de las tendencias sólo en la medida en que esos
bienes son interpretados y valorados como tales por la razón práctica.

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