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Pero desde fuera, para los que venimos solo de vez en cuando, el efecto de
estas décadas en Asturias es demoledor. Cuando los amigos nos
reencontramos los unos con los otros en Navidades, después de no habernos
visto por un año entero, siempre necesitamos de unos segundos para
recuperarnos del primer susto. Algún amigo ha engordado. Otro ha perdido
pelo. Y todos, quien más, quien menos, parecemos más viejos. Lo que no se
nota en el día a día es patente con la distancia de un año, de una década o de
22 años. Lo mismo que siento yo de mis amigos al verlos en Navidad (o lo que,
con toda seguridad, sienten ellos de mi) compruebo cada vez que llego a
Oviedo o paseo por Ribadesella. Los números que presentaba anteriormente,
de renta per cápita, de población y muchos otros de fertilidad, de tasa de
actividad, de innovación empresarial y de productividad que me ahorro para no
abrumar al lector solo confirman lo que mis ojos me dicen.
Cuando yo era un niño, Asturias era más rica que el resto de España. Era obvio
incluso para un crío: mejores coches, las casas pintadas más recientemente,
tiendas más llenas. Hoy, es todo lo contrario: coches viejos, casas que tuvieron
mejores días, locales cerrados. Y lo que es peor, una falta de vitalidad en los
ojos de muchos, la sensación de una cierta resignación a la decadencia, a la
gestión con más o menos fortuna de lo que fuera una economía puntera en
España.
En vez de crear un sistema educativo para formar a los trabajadores del siglo
XXI, hemos montado un sistema que tira sin mérito alguno. Su cúspide, la
Universidad de Oviedo, languidece en un oscuro puesto 36º. entre las
instituciones españolas de educación superior, según un ranking elaborado por
el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, algo que probablemente
haga retorcer de dolor a Jovellanos en su tumba. Competir con las grandes
universidades de Madrid y Barcelona es difícil. Competir con la Universidad de
Cantabria (puesto 14º.) no debería serlo. A niveles inferiores, Asturias puntúa
un poco mejor que la media de España (no muy buena, todo hay que decirlo)
en la sexta edición del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos
(PISA 2015), pero por debajo de comunidades como Castilla y León o Galicia
con las cuales deberíamos de poder compararnos sin problema.
Qué hacer. ¿Hay remedio? ¿Se puede frenar y quizás revertir el declive de
Asturias? Claro que sí. La historia económica global nos enseña, una y otra
vez, que las regiones se pueden recuperar, que incluso los casos más graves
de decadencia no son un destino guiado por los dioses sino el producto de
decisiones concretas, de instituciones que, en vez de favorecer el crecimiento,
favorecen el status quo y las rentas de una minoría frente al bienestar de
muchos.
https://www.lne.es/economia/2018/09/30/economia-asturiana-anos-decadencia-
promesas/2356090.html