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Actividad de aprendizaje 5

Hemos de atender por dimensión al conjunto de potencialidades fundamentales


con las cuales se articula el desarrollo integral de una persona; o también se
requiere, unidades fundamentales, de carácter abstracto, sobre las que se articula
el desarrollo integral del ser humano.

Dimensión ética: Presenta la posibilidad que tiene el ser humano de tomar sus
propias decisiones a partir de la libertad que tiene la cual está regida por unos
principios que la sustentan, la justifica y dándole significado a los fines que
orientan la vida los cuales provienen de su interacción socio-cultura.

Dimensión espiritual: Son las posibilidades que tiene el ser humano de trascender
su existencia para abrirse a los valores universales, a las creencias, a los ritos y
convicciones que le dan un sentido global y profundo a la existencia de la vida.

Dimensión Cognitiva: Es el conjunto de potencialidades del ser humano que le


permiten entender, aprender, construir y hacer uso sobre las comprensiones que
se hacen sobre la realidad de objetos y social la cual ha generado en el hombre
una interacción consigo mismo y con el entorno logrando así la posibilidad de
transformaciones.

Dimensión afectiva: Conjunto de potencialidades y manifestaciones de la vida


psíquica del sr humano que abarca tanto la vivencia de las emociones, los
sentimientos y la sexualidad, como también la forma en que se relaciona consigo
mismo y con los demás, comprende toda la realidad de la persona, ayudándola a
construirse como ser social y a ser copartícipe del contexto en el que vive.

Dimensión comunicativa: conjunto de potencialidades del sujeto que le permiten la


construcción y transformación de sí mismo y del mundo a través de la
representación de significados, su interpretación y la interacción con otros.

Dimensión Estética: Desarrolla la capacidad del ser humano para interactuar


consigo mismo y con el mundo, desde la sensibilidad, permitiéndole apreciar la
belleza y expresar su mundo interior de la forma inteligible y comunicándole,
apelando a la sensación y sus efectos en un nivel diferente al de los discursos
conceptuales.

Dimensión corporal: posibilidad que tiene el ser humano de manifestarse a sí


mismo desde su cuerpo y con su cuerpo, de reconocer al otro y ser presencia
“material” para éste a partir de su cuerpo; incluye también la posibilidad de generar
y participar en procesos de formación y desarrollo físico motriz.

Dimensión Socio-Política: Capacidad del ser humano para vivir “entre” y “con”
otros, de tal manera que puede transformarse y transformar el entorno socio
cultural en el que está inmerso

Análisis del acto voluntario: 

En un acto voluntario completo pueden discernirse 12 fases:

1) El punto de partida de todo el proceso está en la inteligencia: es la


concepción de un bien, la comprensión de un objeto como bueno para mí.

2) La simple concentración del pensamiento en un determinado bien (realizado


quizá con la ayuda de la imaginación que elabora imágenes en las que podemos
“vernos” en la posesión de dicho objeto bueno) despierta en la voluntad,
espontáneamente, una cierta «complacencia», un cierto deleite.

3) La complacencia provoca un «examen» más atento del objeto, para ver si «es


posible» y realmente bueno para mí, «aquí y ahora», en la situación concreta en
que me encuentro. Este «examen» es un acto intelectual. Ahora bien…

Si comprendemos que el objeto visto como bueno es imposible para nosotros,


entonces todo el dinamismo del acto voluntario se detiene en este punto: «querría
tener alas, querría ser el rey de Inglaterra; pero sé que no es posible».

Pero si el bien es posible (y al mismo tiempo comprendemos que el objeto amado


es verdaderamente bueno para nosotros en nuestras actuales circunstancias)   
pasamos entonces a la siguiente fase.
4) Luego del examen (fase 3), la simple complacencia (fase 2) se convierte en
intención de conseguir el bien. Así, por este mismo hecho, el objeto querido se
convierte en término o fin del acto voluntario.Por otra parte, es preciso aclarar que
la intención contiene, implícitamente, la voluntad de poner los medios necesarios
para su consecución. No obstante, como aun no los conocemos, no puede
explícitamente decirse que “los queremos”.

5) La «intención» de alcanzar el fin (fase 4) provoca la búsqueda de los medios


capaces de conducirnos a él. Esta búsqueda constituye un trabajo intelectual.
Puede darse aquí el caso de que, luego de pensar detenidamente, no
encontremos cuáles son los medios que nos permitan alcanzar el objeto amado. Si
ello ocurre, todo el acto voluntario se detiene: nos damos cuenta de que nos
hemos equivocado cuando hemos creído que el bien era para nosotros posible.
Pero, si encontramos los medios, pasamos a la siguiente fase.

6) Una vez conocidos los medios, consentimos voluntariamente en ellos. No


obstante, a veces ocurre que “retrocedemos” ante los medios que hay que
emplear para conseguir el fin. Ello pasa cuando descubrimos que “nos exigen más
esfuerzo del que estamos dispuestos a realizar”. Se trata de no querer hacer, aun
cuando comprendemos que deberíamos y podríamos. En este caso, nos
quedarnos en el estadio de la intención (fase 4). Ahora –para complejizar aún más
las cosas– cabe tomar conciencia de que los medios para alcanzar el fin pueden
ser uno o varios. Si solamente hay un medio, se saltan las dos fases siguientes.
Pero supongamos que hay varios medios.

7) El consentimiento (fase 6) provoca una reflexión más atenta sobre los diversos
medios en presencia: ¿cuál es el más fácil, el más directo, el más eficaz para
obtener el bien amado? Esta nueva reflexión es nuevamente un trabajo intelectual
que denominamos deliberación.

8) La deliberación (fase 7) se termina con la elección de un medio con exclusión


de los otros. Este es el acto central de la voluntad, la elección o decisión.
9) Hecha la elección (fase 8) del medio más adecuado, la inteligencia discierne
otra vez cuál es el orden de las operaciones a realizar para conducirnos, a través
del medio elegido, al objeto amado. Por ejemplo: quiero promocionar todas las
asignaturas de mi carrera. Para ello, comprendo que el medio más adecuado es
estudiar diariamente 3 horas por día. Pero el medio elegido me exige que me
despierte al menos una hora más temprano cada día, que juegue media hora por
día menos a la “play”, que vaya al gimnasio 3 veces por semana en lugar de 5,
etc. Como se ve, es un trabajo intelectual que consiste en «poner en orden en el
espíritu» la serie de actos a ejecutar.

10) La voluntad pone en movimiento las facultades que deben operar; les “ordena”
aplicarse a su actividad. Por ejemplo, pone en movimiento el cuerpo para que me
siente en el escritorio, para que apague la computadora, para que agarre el libro,
etc.; luego, mueve a la inteligencia para que se aplique a la comprensión del texto
que es necesario estudiar.

11) Una vez puestas en movimiento, nuestras capacidades responden y entonces


el acto se ejecuta.

12) Si todo va bien, se obtiene el bien primitivamente concebido, y entonces se


produce el gozo de la posesión del objeto amado.

Quizá alguien pueda, no sin razón, sostener que la descripción precedente es


sumamente engorrosa y compleja. Pero, por complejo que sea este análisis, esta
aún lejos de corresponder a la complejidad real del corazón humano. Quien se
haya visto en la dificultad de tener que tomar una decisión importante para su vida
–y mucho más si su opción pudo influir directamente en la existencia de otros
seres humanos–, seguramente reconocerá cómo los “pasos” anteriormente
mencionados, aunque más no sea en forma oscura e incipiente, estuvieron
necesariamente presentes en su acción.

Retomemos, ahora sí, las preguntas arriba formuladas:

¿Se convierte, necesariamente, toda tendencia de la voluntad en acto voluntario?

¿Son, nuestros actos consentidos, siempre voluntarios?


En referencia al primer cuestionamiento, puede sostenerse que una tendencia de
la voluntad no se convierte en acto voluntario (es decir, no me muevo para
alcanzar el bien amado) sólo en el caso de que, luego de un atento examen
realizado por la inteligencia, se llegue a comprender que el bien amado es
actualmente imposible.

Frente a ello alguien podría afirmar que, el no ponerse en movimiento de la


voluntad para alcanzar un objeto apetecido, podría deberse al reconocimiento de
que la obtención de dicho bien podría traer, por ejemplo, consecuencias negativas
para otros seres humanos. Se trata aquí de lo que ocurre cuando queremos un
determinado bien, entendemos asimismo que es posible para nosotros pero, al
mismo tiempo, vemos que las acciones requeridas para su consecución (o su
obtención misma) podrían perjudicar a alguien. Por lo tanto, no obramos (el apetito
racional no se convierte acto voluntario) en razón de que nuestra conciencia moral
nos “manda” no hacerlo. En realidad, no actuamos debido a que queremos más no
dañar a otros que obtener algo que, en sí mismo y si no nos encontrásemos en las
circunstancias en las que estamos, sería bueno para nosotros. Más precisamente
diríamos que, dadas las particulares circunstancias, la obtención de ese objeto no
contribuye a nuestra perfección y crecimiento personales –ni al bien de aquellas
personas que están, de una u otra manera, bajo nuestro cuidado. Y por esta razón
no es para nosotros bueno aquello que parece serlo. Así, aun cuando podemos
continuar deseándolo, en realidad no continuamos queriéndolo.

En síntesis, más allá de los análisis teóricos, en ambos casos podría sostenerse
que dejamos de querer lo que no podemos ejecutar.

Para responder al segundo interrogante, nos será útil recordar un ya clásico


ejemplo mencionado por Aristóteles en su ética: “un barco lleva una importante
carga de un puerto a otro. A medio trayecto, le sorprende una tremenda
tempestad. Parece que la única forma de salvar el barco y la tripulación es arrojar
por la borda el cargamento, que además de importante es pesado”. Aquí, si el
capitán consintiese voluntariamente en arrojar la carga, no por ello podría
afirmarse que realizó un acto voluntario, puesto que decidió hacer dicho acto
obligado –desde fuera– por las circunstancias”. Por lo tanto, su acción no procedió
de un principio intrínseco. En síntesis acabamos por consentir lo que
rechazábamos porque hemos sido obligados a hacerlo. Por lo tanto, no siempre
nuestros actos voluntariamente consentidos son voluntarios.

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