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Obregón, Mauricio 2003 Poblamiento prehispánico del valle de Aburrá: Nuevos apuntes
sobre un discurso fragmentado. Boletín de Antropología Universidad de Antioquia,
edición especial:125-156.

POBLAMIENTO PREHISPÁNICO DEL VALLE DE ABURRÁ: NUEVOS


APUNTES SOBRE UN DISCURSO FRAGMENTADO
Por
MAURICIO OBREGÓN CARDONA mapana@hotmail.com
Docente del departamento de Antropología
Universidad de Antioquia
2003

“Con el correr de la conversación he advertido que el diálogo es un género literario, una


forma indirecta de escribir.
El deber de todas las cosas es ser una felicidad; si no son una felicidad son inútiles o
perjudiciales. A esta altura de mi vida siento estos diálogos como una felicidad.
Las polémicas son inútiles, estar de antemamo de un lado o del otro es un error, sobre
todo si se oye la conversación como una polémica, si se la ve como un juego en el cual
alguien gana y alguien pierde. El diálogo tiene que ser una investigación y poco importa
que la verdad salga de boca de uno o de boca de otro. Yo he tratado de pensar, al
conversar, que es indiferente que yo tenga razón o que tenga razón usted…”
Jorge Luis Borges

Resumen
Siguiendo como eje el proceso reciente de configuración de la comunidad académica
arqueológica local, pretendo explicitar algunos supuestos teóricos básicos sobre los
cuales hemos construido la visión fragmentada que tenemos al respecto del poblamiento
prehispánico del Valle de Aburrá y a su vez discutir algunas perspectivas de cambio que
hoy se vislumbran en este dominio disciplinario.

Los arqueólogos… después de Graciliano.


Desde los trabajos pioneros de Graciliano Arcila Vélez (1977), hasta las investigaciones
ya clásicas de Neyla Castillo (1995) en la ladera occidental del Valle de Aburrá y de
Gustavo Santos (1995) en el cerro el Volador, el discurso y la praxis arqueológica local
2

se han desarrollado fundamentalmente alrededor del Departamento de Antropología de la


Universidad de Antioquia. Parto de la consideración de que estos trabajos, que
cimentaron buena parte de la praxis académica arqueológica en Antioquia, se basaron en
una concepción etnicista de la cultura material, que asimiló a priori los conjuntos
artefactuales o estilos cerámicos definidos por los investigadores 1, con entidades étnicas
autoidentificadas (la idea corriente de los ‘grupos portadores del estilo …’).

Esta postura teórica, asociada en el campo epistémico a una concepción positivista del
conocimiento, trajo importantes consecuencias a la hora de formular preguntas e
interpretaciones en los procesos de investigación desarrollados en esta región: redujo
durante dos décadas el horizonte de discusión, restringiendo la cronología a la sucesión
mecánica de estilos, la interacción a la dispersión simple de rasgos formales, y el cambio
social a las explicaciones catastrofistas que presuponen eventos caóticos tales como
invasiones y exterminios, la decadencia de las culturas y algunos desastres naturales.

En su práctica, esta tradición ha sido coherente con la formulación y desarrollo de


estrategias de investigación que conceden, aún hoy en día, un valor esencialista a los
datos (la creencia en ‘datos puros’, en ‘tiestos que hablan’, etc…) partiendo de una
noción del método y de las técnicas como procedimientos normalizados, que según sus
adeptos, garantizan al investigador enunciados objetivos y veraces sobre el mundo. Estos
presupuestos teóricos y epistémicos dieron lugar, en muchas ocasiones, a trabajos de
investigación de corte empirista, con pocos o escasos desarrollos sobre preguntas
antropológicas de investigación, muy limitados en sus modelos de interpretación y con
una fe positivista e ingenua, pero fuertemente arraigada, acerca del valor de verdad de los
enunciados formulados, especialmente como comunidad académica frente a otras
versiones del pasado, con frecuencia negadas o invisibilizadas.

Los primeros elementos cronológicos sobre la secuencia de ocupación del Valle de


Aburrá fueron formulados por el profesor Graciliano Arcila (1977) a partir de la
diferenciación en el contenido de numerosas tumbas saqueadas, registradas en diversos

1
Tales como los estilos cerámicos: ‘ferrería’, ‘marrón inciso’, ‘tardío’…
3

lugares del valle. Más adelante, a principios de los noventa, los profesores Gustavo
Santos y Neyla Castillo avanzaron hacia la formulación de un esquema de periodización
en el que articularon, sobre la base de la definición de algunos estilos cerámicos, diversos
momentos o fases. Las fases formuladas inicialmente coinciden con el predominio
cronológico de alguno de los estilos cerámicos definidos, los cuales fueron considerados
representativos de grupos étnicos bien diferenciados. Estos investigadores y buena parte
de sus discípulos asociaron mediante procedimientos especulativos, no siempre
sistemáticos, informaciones y conjeturas sobre los patrones espaciales de dispersión de
vestigios ( formulando algunos patrones de asentamiento y de enterramiento), sobre las
actividades económicas desarrolladas (agricultura y minería), sobre el nivel de
organización de la producción (suponiendo la existencia de especialistas) y sobre el nivel
de la organización política de las respectivas comunidades (presuponiendo la existencia
de jerarquías sociales hereditarias: también llamadas jefaturas o cacicazgos).

Durante la primera mitad de la década pasada, la prospección de la ladera occidental del


Valle de Aburrá (Castillo 1995) y las excavaciones de estructuras funerarias y
aterrazamientos de vivienda en el cerro el Volador (Santos 1995), se constituyeron de
hecho, en el departamento de Antioquia, en los modelos que siguieron la mayor parte de
los trabajos de investigación en arqueología desarrollados en la segunda mitad de la
década, tanto aquellos relacionados con obras de infraestructura, como las
investigaciones correspondientes a las monografías académicas y trabajos de grado. Los
nuevos trabajos asumieron sin mayores cuestionamientos los presupuestos teóricos y
epistémicos que habían incorporados sus profesores en años anteriores.

Hacia mediados de los noventa, y en relación directa con el desarrollo de los trabajos de
arqueología de rescate en el proyecto hidroeléctrio Porce II (Castillo 1998), se
incorporaron nuevos elementos al modelo de investigación local, especialmente a nivel
de las técnicas de campo y de los análisis de laboratorio. Estas nuevas herramientas, muy
en la línea de la arqueología procesual, fueron asumidas por algunos egresados activos,
quienes se formaron en el proyecto y trabajaron con la Universidad de Antioquia, o se
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integraron a diversas firmas consultoras, que desarrollaron numerosas investigaciones en


el marco de la gestión de las obras de infraestructura, en diversas zonas de Antioquia.

También hacia principios y mediados de los noventa se incorporaron a la comunidad


académica arqueológica local nuevos investigadores, que desde perspectivas diversas
enriquecieron, algunos más otros menos, tanto el instrumental técnico con que se
desarrollaban las investigaciones 2 como las posiciones teóricas, las preguntas y las
discusiones a partir de las cuales se venía construyendo el conocimiento académico sobre
el pasado en esta región de Colombia 3. Considero importante señalar, además, que dentro
de las nuevas generaciones de arqueólogos que se integraban al mercado laboral local, se
encontraban algunos egresados que contaban con formación académica colateral en
diversas disciplinas (ciencias naturales e ingenierías, historia, geografía, etc) lo que sin
duda también contribuyó a la diversidad de miradas, y por lo tanto, a la crítica y al
enriquecimiento del campo disciplinar local durante la segunda mitad de los noventas y
principios de la presente década.

Teniendo en cuenta esta dinámica, considero que ha sido este ambiente de apertura y de
discusión, propiciado en parte por la diversidad de miradas en la comunidad local y en
parte por un nivel de integración mayor de nuestros investigadores con el ámbito nacional
e internacional 4, el que ha favorecido la crítica de los procedimientos y postulados
tradicionales y ha estimulado el surgimiento de nuevas dinámicas de investigación hacia
finales de los noventas y comienzos del presente siglo.

2
A principios de los noventa, Luis Carlos Múnera Bermúdez, con formación arqueológica en
México (pregrado) y en Francia (posgrado); Gonzalo Castro Hernández con formación
arqueológica en Suecia, y Carlos Eduardo López, con posgrado en Estados Unidos; y hacia
mediados de la década, Francisco Javier Aceituno Bocanegra, con formación académica
(pregrado y posgrado) en España.
3
A principios de los noventa Sofía Botero Páez, con posgrado en arqueología en China; y a
mediados, Elvia Inés Correa Arango, con formación arqueológica (pregrado y posgrado) en Perú.
4
Como manifestaciones de esta tendencia podría citar la consolidación del Boletín de
Antropología como instrumento de interacción entre los académicos locales y foráneos, los
estudios fuera del país a nivel de posgrado realizados por algunos de ellos, la participación activa
de la comunidad académica local en los primeros congresos nacionales de arqueología y en la
fundación de la Sociedad Colombiana de Arqueología, así como en diversos eventos e
5

Consecuentemente, y desde mi comprensión de los procesos vividos por nuestra


comunidad académica, resulta claro que, con posterioridad al auge de las investigaciones
desarrolladas en el marco de la arqueología de rescate, se registra en el departamento de
Antioquia el surgimiento de un conjunto de trabajos de investigación y de reflexiones
teóricas que han incorpordo elementos novedosos al campo disciplinario local. Entre los
diversos aspectos que se han introducido recientemente, considero importante destacar,
entre otros los cuestionamientos a los fundamentos epistémicos de la praxis y el discurso
académico arqueológico (Bermúdez y Quintero 2001, Villa 2000, Obregón 1999, Piazzini
1995 - 1998); la visibilización de su dimensión política (Rodríguez 2002, Gnecco 1999,
Molina 1997, Obregón 1997); el cuestionamiento y replanteamiento de las cronologías,
descripciones y explicaciones tradicionales (Langebaek et al 2002, Agudelo et al 1999,
Correa 1997, Acevedo et al 1995, Castillo 1995); la visibilización de un conjunto de
vestigios tales como caminos empedrados, estructuras agrícolas e hidráulicas, y una
amplia gama de construcciones antiguas en piedra y en tierra (Cardona 2002, Botero y
Vélez 1997, Botero y Vélez 1997,Correa 1997); y la crítica a la forma como se ha
entendido la relación entre los objetos materiales y la cultura, señalando, entre otros
aspectos, la falta de rigurosidad y coherencia en el manejo de los conceptos
clasificatorios por parte la comunidad académica local (Obregón 1997, Botero y Vélez
1995).

Tal vez el aspecto más notable de esta transformación disciplinaria se manifiesta a través
de la formulación explícita y la articulación de un conjunto de nuevas preguntas de
investigación, entre las que se destaca una preocupación generalizada por un
conocimiento más preciso de las interacciones entre las comunidades y su entorno
ambiental (Ardila et al 1999, Botero 1999,Castillo 1998), por los diversos niveles y
formas de la organización de la producción (Gómez et al 2002, Gómez y Espinal 2000),
por los procesos de surgimiento y transformación de las denominadas “sociedades
complejas” (Cardona et al 2002, Langebaek et al 2002, Cardona y Nieto 2000, Cardona et

instituciones del ámbito disciplinario nacional, entre ellos el Conap (Comité Nacional de
Arqueología Preventiva) y la revista de Arqueología del Área Intermedia.
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al 2001, Martínez et al 2000) y por la visibilización arqueológica de periodos temporales


y de vestigios materiales asociados a tiempos coloniales y republicanos, los cuales, tal
vez con la excepción del profesor Graciliano Arcila (1977), habían sido repetida y
selectivamente excluidos del ámbito disciplinario local (Molina 2003, Obregón et al
2003).

A nivel institucional no hay que perder de vista el hecho de que una parte considerable de
los aportes para esta transformación ha estado vinculada, de diversas maneras, con el
programa de Poblamiento y Dinámicas Territoriales de la Corporación Autónoma
Regional del Centro de Antioquia (CORANTIOQUIA). Esta entidad estatal, al lado de la
Universidad de Antioquia y de algunas firmas consultoras privadas, ha ocupado un lugar
importante en la configuración reciente de nuestro campo disciplinar. A través de este
programa se ha mantenido, durante algo más de cuatro años, el apoyo a investigaciones
puntuales en diversas zonas del centro del departamento, contando a la fecha con más de
veinte proyectos de investigación, desarrollados en disciplinas tales como la arqueología,
la etnohistoria, la etnografía y el paleoambiente. Los proyectos desarrollados en este
marco institucional han enfatizado el estudio de las relaciones entre las comunidades y su
entorno ambiental desde diversas perspectivas, que incluyen, por supuesto, nuevas
miradas y herramientas para abordar problemas tales como el cambio y la interacción
social.

Así, la visión que actualmente tenemos sobre el poblamiento prehispánico del valle de
Aburrá, de Antioquia y de buena parte del noroccidente de Colombia, ha tomado cuerpo
en un contexto disciplianrio profundamente heterogéneo. Nada más alejado de purismos
teóricos: al lado de la clásica sucesión de estilos y dispersión de etinas, tan carácterística
de la mirada histórico-cultural (Trigger 1992), han coexistido localmente, desde los
noventa, numerosos elementos desarrollados por la “nueva arqueología” (ibid) o
arqueología procesual anglosajona, entre ellos sus fundamentos epistémicos positivistas,
las preguntas por el medio ambiente, por la producción y por el cambio social, así como
numerosas herramientas técnicas, pero también se escuchan hoy en día nuevas voces que
cuestionan lugares comunes y tradiciones, y que podrían pensarse como una expresión
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clara de lo que algunos han denominado como “arqueología postprocesual” (Hodder


1998).

Creo que esta heterogeneidad discursiva no representa, a mi juicio, ni una babel


disciplinar, ni un caos epistémico; la interpreto como una condición generalizada de los
saberes contemporáneos y como un síntoma favorable de una vitalidad renovada en
nuestra comunidad de saber. Me resulta, desde todo punto de vista, terriblemente
sospechoso pensar que el estado ideal de nuestro saber, o de cualquier otra disciplina,
corresponde a una completa identidad de pensamiento entre sus miembros. Creo que es
un buen momento para reconocer que, más allá del efecto sedante que produce la
representación escatológica de un consenso disciplinar absoluto, de un “cielo” de los
arqueológos, no existe nada más perjudicial, ni más contrario a la dinámica misma del
conocimiento humano.

Antes que presentar una síntesis clarificadora, antes que ofrecer como mercancía el “todo
lo que usted debe saber sobre la arqueología del Valle de Aburrá y no se ha atrevido a
preguntar”, pretendo que este ejercicio discursivo sea, en primer lugar, un llamado a la
conversación, a la reflexión crítica, a la tarea inacabada e inacabable del pensamiento y
del intercambio de ideas. En el collage discursivo que presento a continuación,
selecciono y articulo algunos fragmentos de discurso con los que los académicos locales
nos auto representamos el pasado; busco con ello reflexionar sobre sus fundamentos
epistémicos, sobre sus características como discurso y como práctica. Antes que recetas y
consejos me interesa favorecer el diálogo, es decir, favorecer el pensamiento (que si es
“pensamiento” es necesariamente crítico). Pretendo acercarme, en lo posible, a la idea de
una comunidad académica viva y dinámica, que reflexiona sobre lo que dice y sobre lo
que hace, a una comunidad de saber que simplemente no puede abandonar esta
conversación infinita, a una comunidad capaz de reconocer múltiples interlocutores.

Nuestro discurso: Anotaciones sobre una versión fragmentada


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“¿Quién os dice a vosotros que las historias que ponen en los libros sabios no sean
también inventadas…?”
Michael Ende

Un origen incierto: notas sobre el poblamiento temprano

Podríamos inscribir el discurso más clásico sobre el poblamiento inicial o temprano del
Valle de Aburrá en el marco interpretativo del llamado paradigma paleoindio (Gnecco
1990). En efecto, la imagen simplificada y un tanto caricaturezca de un ‘Valle de Aburrá’
sabanizado a finales del pleistoceno, y en él algunas pequeñas bandas igualitarias y
altamente móviles de los clásicos cazadores especializados de megafauna, provenientes
del norte (descendientes de los grupos fabricantes de las puntas “clovis”), resulta muy
cercana a las conjeturas formuladas al respecto de los hallazgos aislados de algunas
puntas bifaciales en el norte de este valle (Castillo 1995, Acevedo et al 1995). Al igual
que muchos de los contextos y evidencias materiales con los que se sustentaba esta visión
en buena parte de Suramérica, en el Valle de Aburrá se carece de asociaciones
estratigráficas confiables y de contextos arqueológicos claros. Más allá, las carencias
locales se extienden hasta la ausencia de una secuencia paleoambiental bien definida que
permita sustentar el marco ambiental del paradigma (vegetaciones abiertas y megafauna)
al igual que de estudios geomorfológicos del valle, aplicados a la arqueología, que
permitan formular hipótesis sobre las posibles localizaciones y transformaciones de los
contextos antrópicos de finales del pleistoceno.

Más allá de estas limitaciones, quiero señalar que la forma misma como miramos el
asunto del poblamiento temprano en el Valle de Aburrá, y más allá, en toda Suramérica,
ha cambiado radicalmente en los últimos años. En efecto, la idea de un poblamiento
inicial protagonizado exclusivamente por bandas cazadoras especializadas de megafauna
con tecnología y cronología descendiente de ‘clovis’, se encuentra en una profunda crisis
(Gnecco 1990, Meltzer et al 1996). En su lugar se está reconfigurando un discurso que
acepta, en primer lugar, cronologías bastante más tempranas que los 11.200 a.p.,
propuestos para los complejos líticos bifaciales de las grandes planicies del norte, y que
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cuestiona, especialmente, la ‘homogeneidad’ y la ‘simplicidad’ en las estrategias


económicas empleadas, en las tecnologías usadas, en las estructuras sociales y políticas, y
en los sistemas simbólicos construidos por estos ‘primeros hombres’. Consecuentemente
los contextos que apoyan esta visión, y las respectivas discusiones, han comenzado a ser
visibles tanto en Suramérica (Meltzer et al 1996, Bray 1984) como en Colombia
(Cavallier y Mora 1995, Correal 1988) y por supuesto, en el Valle de Aburrá y la cuenca
montañosa del Cauca (Martínez et al 2000, Langebaek et al 2002, Botero y Salazar 1998,
Castillo 1995, Aceituno et al 2002).

De esta forma, los hallazgos realizados a mediados de los noventa en la cuenca del río
Porce (Castillo 1998), la cual significa la continuidad geográfica del Valle de Aburrá,
empiezan a articularse localmente con la construcción de una nueva mirada al
poblamiento temprano en el centro de Antioquia. Estos vestigios con 9.000 a.p. han sido
asociados a comunidades humanas con patrones de movilidad reducidos (alto grado de
sedentarismo), con estrategias económicas mixtas en las que se destaca una notable
participación de recursos vegetales (posiblemente con horticultura) y una activa
transformación con fines productivos del entorno de bosques (manipulación antrópica:
huertas o jardines), y con una estructura social y política rica y compleja, la cual se ha
visibilizado a través de sus cementerios, en los que se han reseñado numerosos
enterramientos, variadas ofrendas y rituales funerarios complejos, con una utilización
continuada de estos espacios durante más de dos milenios (ibid). Así, en una línea
similar, los hallazgos de vestigios de ocupación temprana para el Valle de Aburrá
reportados para el contexto de la Blanquita (Martínez et al 2000), con 7.000 años a.p.,
testimonian para esta fecha la presencia, en las laderas medias del valle, de grupos
humanos dotados de instrumental tecnológico (azadas, maceradores, placas, rompecocos,
raspadores, etc ) coherente con actividades económicas que implican una transformación
activa del entorno ( apertura de claros, horticultura), estrategias de movilidad reducida y
una alta utilización de recursos vegetales, en un contexto climático marcado por una
considerable actividad volcánica (con depositación de capas de cenizas) en la cordillera
central.
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Otros hallazgos puntuales, que al parecer también se alejan de la imagen de los


paleoindios clásicos en el Valle de Aburrá y sus alrededores, y que apenas comienzan a
estudiarse, son los reportados por Langebaek et al (2002) en el sitio Casablanca
(municipio de la Estrella) y por Botero y Salazar (1998) en el sitio El Pedrero (municipio
del Carmen de Viboral). Para el primero se reporta la presencia, en las laderas medias del
valle, de artefactos líticos lascados, elaborados a partir de cantos rodados de cuarzo y
andesita, con una datación de 4.810 +/- 70 a.p. (beta 141057, en Langebaek et al 2002:
46) y una asociación a polen de maíz en bajas proporciones para comienzos de la
ocupación (ibid). Para El Pedrero, con dataciones que van entre los 6.600 a.p. y los 4.510
ap, Botero y Salazar (1998) reportan un contexto estratigráfico con una ocupación
continua, que generó una gruesa capa de sedimentos antrópicos (más de un metro de
espesor) en la que son frecuentes cantos de roca en una matriz de suelo muy oscuro, con
altos contenidos de fósforo y materia orgánica. Algunos trozos de roca podrían
corresponder a artefactos, la mayor parte de ellos de tecnología bastante simple (
percusión directa y artefactos modificados por uso: maceradores, trituradores, placas,
rompecocos), mientras que la totalidad de los fragmentos de roca evidencian claramente
una selección por tamaños y materias primas y una depositación en el contexto por parte
de humanos muy antiguos.

Es importante tener en cuenta que la nueva mirada que se está construyendo con respecto
a las características de este poblamiento ‘temprano’, concede a los pobladores originales
unas amplias posibilidades de transformación del paisaje, y por lo tanto una capacidad
notable para ocupar desde finales del pleistoceno zonas altas y boscosas de los andes
antioqueños, dejando huellas visibles de su presencia, tanto en la manipulación del
entorno (intervención sobre los bosques) como en los lugares de asentamiento, en los que
las grandes acumulaciones de cantos de rocas y las transformaciones químicas del suelo
se presentan repetidamente (Castillo 1998, Botero y Salazar 1998, Martínez et al 2000,
Agudelo 2000). Habría que estar atento a este tipo de vestigios en futuras intervenciones
en la zona.
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Fragmentos de sociedades ‘agroalfareras’

Como ya he mencionado, en la perspectiva tradicional, la secuencia de poblamiento


prehispánico del Valle de Aburrá se ha construido mediante la superposición mecánica de
‘cuadros’, o imágenes aisladas entre sí. De esta forma, a la escena borrosa y un tanto
pintoresca de los clásicos paleoidios, se ha superpuesto otro cuadro, un tanto más
definido, correspondiente a la escena de los grupos agricultores y alfareros quienes, en la
visión tradicional, llegan al Valle de Aburrá procedentes de algún lugar indeterminado,
durante los siglos inmediatamente anteriores al inicio de nuestra era (Santos 1995,
Castillo 1995, Bermúdez 1997). En este sentido, la ‘película’ del poblamiento
prehispánico del valle resulta un discurso estructuralmente fragmentado. Esta forma
tradicional de entender la secuencia de poblamiento no ha planteado una solución de
continuidad entre sus partes integrantes, es decir, en esta perspectiva no se concibe la
existencia de procesos de transformaciones que vinculen orgánicamente a los pobladores
iniciales del valle con los desarrollos posteriores. De la misma forma en que hemos
supuesto que los pobladores originalmente ‘llegaron’ al Valle de Aburrá, provenientes de
otros territorios, también hemos entendido que los subsecuentes desarrollos tecnológicos
(agricultura y alfarería), igualmente ‘llegaron’ a este valle, de la mano, principalmente, de
grandes oleadas migratorias: los famosos ‘grupos portadores de la cerámica…” (ibid)

Tal como lo señalaba al comienzo del texto, los supuestos difusionistas y catastrofistas
que subyacen a esta mirada han sido cuestionados y han entrado, recientemente, en una
crisis profunda. De hecho, la reconfiguración del discurso local sobre la totalidad de la
secuencia de poblamiento prehispánico, se ha visto favorecida al considerar desde el
inicio ( tal vez diez milenios antes del presente) la presencia de grupos humanos con
grados de movilidad y estrategias económicas diversas. En este sentido, no resulta
extraño que en la actualidad consideremos que desde el principio los pobladores de estas
tierras y sus descendientes posiblemente desarrollaron y trasformaron, en función de sus
propias condiciones sociales y ambientales, diversas estrategias económicas entre las que
se cuentan, por supuesto, las múltiples posibilidades de aprovechamiento y manipulación
de las plantas, desde su ‘simple’ recolección, pasando por la tala y ‘limpieza’ selectiva de
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espacios antrópicos - denominados ‘huertas’ o ‘jardines’-, hasta las diversas formas de


agricultura propiamente dicha.

La ‘frontera’, o ruptura epistémica, construida tradicionalmente alrededor de la llegada de


la agricultura a estas tierras, proveniente de alguno de sus supuestos ‘centros de
invención’, tiende hoy a diferirse en un amplio rango de estrategias de manipulación y
aprovechamiento de vegetales, que posiblemente llegaron junto con los primeros
hombres, desde el inicio del poblamiento mismo a principios del holoceno. No estaría por
demás considerar que si esta nueva perspectiva logra consolidarse, a través de diversas
argumentaciones teóricas y empíricas, estaríamos, desde el punto de vista ambiental, ante
una escala de intervención mucho mayor para las actividades antrópicas sobre el entorno
que la que se había considerado anteriormente: durante más de nueve mil años los seres
humanos habríamos intervenido, manipulado e impactado de manera directa e indirecta,
los ecosistemas de los bosques andinos que alguna vez cubrieron el Valle de Aburrá y
muchas otras zonas de los Andes.

La interpretación del registro arqueológico identificado en la cuenca del río Porce, ha


permitido plantear que la utilización de la tecnología alfarera se lleva a cabo en los Andes
noroccidentales de Suramérica desde hace por lo menos unos 5.000 ap, sin que se
presenten por ello (en los contextos estudiados) cambios drásticos en los modos de vida
de los mismos grupos que venían poblando esta cuenca durante varios milenios (Castillo
1998). De esta forma asistimos hacia una relativización de la frontera epistémica
‘precerámico - cerámico’, puesto que entendemos que la introducción de esta tecnología
no implicó, por lo menos inicialmente, cambios drásticos en las formas de vida. Esta
nueva mirada al poblamiento temprano en esta región ha permitido pensar no sólo la
continuidad milenaria en la ocupación humana del territorio, sino que ha cuestionado
fuertemente las asociaciones mecánicas que los arqueólogos habíamos utilizado
tradicionalmente, al respecto de la interpretación de la presencia de cerámica como signo
inequívoco de sociedades sedentarias y agrícolas. Sabemos, pues, que en diversos lugares
del centro de Antioquia, entre los que se cuenta por supuesto el Valle de Aburrá, los
grupos humanos presentaban patrones de asentamiento con movilidad reducida, y
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estrategias de producción de vegetales mucho antes de la utilización de la primera vasija


de barro.

La producción alfarera más temprana identificada hasta la fecha en la región corresponde


a la denominada “cerámica cancana” (Castillo 1998), reportada inicialmente para la
cuenca del río Porce con dataciones entre 4970+/- 50 y 3.910 +/- 50 ap (ibid: 54).
Corroborando que no se trata de un fenómeno aislado, sino que por el contrario estamos
ante un poblamiento de cobertura regional, se han reportado nuevos hallazgos para este
mismo grupo cerámico en Yolombó (Correa 1997) con dataciones entre 5460 +/-70 y
3280 +/- 70 ap, y en el cañón del río Porce con dataciones entre 3700 +/- 40 y 2930 +/-
40 años antes del presente (Ardila et al 1998. En: Castillo 1998: 55). Aunque a la fecha
no se cuenta con contextos datados para cerámica cancana en el Valle de Aburrá, su
presencia ha sido identificada en investigaciones recientemente concluidas ( Langebaek
et al 2002: 44) y en otros proyectos aún en curso en las laderas sur y centro occidental
(Jorge Acevedo, comunicación personal). Información novedosa sobre la cronología de
este conjunto en el valle y sobre su contexto social se encuentra en preparación.

Los nexos interpretativos entre los primeros pobladores del valle, con cerámica cancana y
sin ella, y los subsecuentes ‘desarrollos culturales’ registrados en la literatura
arqueológica local (cerámica ‘ferrería’ y ‘pueblo viejo’: Castillo 1995) están aún por
construirse. Este es otro de los puntos donde el discurso local sobre el poblamiento
exhibe claramente su carácter fragmentario. Como ya había señalado, la perspectiva
tradicional, al identificar conjuntos cerámicos con ‘culturas’, pre direccionaba las
interpretaciones del poblamiento local hacia la concepción de eventos catastróficos para
explicar la ‘aparición’ y ‘desaparición’ de los respectivos conjuntos de artefactos. De
hecho, hasta hace algún tiempo existía cierto consenso en la comunidad académica local
al respecto de que la presencia de los mencionados grupos cerámicos ‘ferrería’ y ‘marrón
inciso’ era el resultado claro de la llegada de oleadas colonizadoras de grupos
agricultores que poblaron este valle desde mediados del primer milenio antes de Cristo.
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Esta perspectiva local parecía encajar bastante bien con la línea interpretativa formulada
por Reichel Dolmatoff (Reichel 1986), a partir de la cual se concebía un centro de
invención de la cerámica y la agricultura en las tierras bajas del norte de Colombia, desde
el cual se habrían difundido estos avances culturales en un proceso de colonización de las
vertientes montañosas, específicamente protagonizado por aquellos grupos que
dominaron el cultivo del maíz, planta que habría posibilitado la ocupación permanente de
las tierras andinas, caracterizadas por presentar suelos menos fértiles y una oferta
ambiental comparativamente más limitada que las tierras bajas del norte. De paso, el
avance tecnológico representado por el cultivo del maíz, era considerado por buena parte
de los arqueólogos como condición necesaria y suficiente para explicar el aumento de la
productividad hasta el nivel requerido para garantizar los excedentes económicos
destinados a sostener diversos grupos de especialistas (entre ellos guerreros, chamanes,
alfareros y orfebres), y por supuesto a las élites nacientes. De esta manera, y bajo una
concepción reduccionista marcada por el determinismo económico, muchos arqueólogos
entendían que la introducción del maíz podía tomarse como causa suficiente para explicar
el surgimiento de la complejización social, bajo una ecuación que equiparaba
mecánicamente la presencia de esta planta con aumento de la productividad, la aparición
de los excedentes y el surgimiento de especialistas y jerarquías sociales.

Así las cosas, la versión local del poblamiento del valle se asimilaba a la idea de la
colonización maicera de las vertientes andinas, como resultado evolutivo simple de los
desarrollos formativos (sedentarización, aumento demográfico, agricultura, cerámica y
complejización social) operados en las tierras bajas. De esta forma la comunidad
académica local centró sus discusiones en buena medida en el establecimiento de la
antigüedad relativa y absoluta de los conjuntos cerámicos tradicionalmente definidos y en
mapear su dispersión geográfica. Algunos académicos esperaban que estos ejercicios
resolvieran los interrogantes sobre quiénes habrían sido los ‘primeros’ en asentarse
definitivamente en el valle y sobre la direccionalidad del poblamiento. Por el contrario,
una tendencia reciente entre los académicos se orienta hacia considerar que las conquistas
culturales tales como la reducción en la movilidad, la complejización social y la
implementación de desarrollos tecnológicos en la manipulación de vegetales y en la
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producción de artefactos no fueron desarrollados exclusivamente en las zonas bajas, sino


que en los valles andinos se llevaron a cabo procesos interconectados pero autónomos
que a lo largo de diez mil años condujeron hasta los grupos que se visibilizan en el
registro arqueológico correspondiente al primer milenio antes de nuestra era.
Argumentaciones teóricas y evidencias empíricas sobre este tipo de procesos empiezan a
manifestarse localmente (Castillo 1998, Martínez et al 2000, Botero y Salazar 1998,
Agudelo 2000, Aceituno 2002) y en múltiples lugares del noroccidente de Suramérica
(Cavalier et al 1995).

En efecto, en el Valle de Aburrá y el centro de Antioquia, la localización e interpretación


de nuevos contextos estratigráficos (Castillo 1998, Correa 1997, Acevedo et al
conversación personal) ha abierto la posibilidad de empezar a construir puentes
interpretativos que vinculen los conjuntos cerámicos ‘ferrería’ y ‘pueblo viejo’ con el
proceso milenario de poblamiento que les antecede en este valle y en esta región. Queda
claro, a mi juicio, que sin negar rotundamente la posibilidad de que los estilos ‘ferrería’ y
‘pueblo viejo’ sean efectivamente el legado de la colonización de grupos agroalfareros,
por lo menos hoy en día concebimos la posibilidad de que el poblamiento y la secuencia
de cambios registrada sea el resultado de procesos muy diferentes.

De otro lado el conjunto denominado cerámica ‘ferrería’ fue caracterizado inicialmente


por Castillo (1995) como compuesto básicamente por “vasijas globulares de bordes muy
evertidos engrosados en su parte media y adelgazados en el labio, los engobes crema y
baños en el mismo color de la pasta y las superficies muy bien alisadas a veces con
brillo” (ibid: 60). La autora también presenta como característicos de este conjunto la
decoración incisa y la impresión de puntos profundos y líneas cortas en los bordes, junto
con el motivo escamado en el cuerpo de los recipientes, las cuales son observables
diferencialmente en unas siete formas de recipientes, entre las que se cuentan vasijas
grandes y pequeñas de cuerpo globular y cuello corto, cuencos aquillados y
subglobulares, ollas grandes de cuerpo globular y cuello recto y platos (ibid). El análisis
de la dispersión de esta cerámica en los sitios prospectados en la ladera occidental del
valle a comienzos de los noventa, permitió a Castillo inferir un patrón de asentamiento
16

integrado por nucleaciones o sitios mayores hacia las partes bajas y sitios dispersos y
pequeños hacia las laderas. A partir de los cinceles y hachas pulidas fue interpretada la
presencia de agricultura y la alta calidad en la factura de la cerámica (muy buen
tratamiento y acabado de la superficie, buena cocción, homogeneidad de las pastas, y alta
estandarización de formas y decoración) hicieron pensar en este conjunto como la
expresión clara del trabajo de especialistas (ibid).

Más allá de los cuestionamientos a la interpretación del estilo ‘ferrería’ como una
manifestación étnica, las investigaciones recientes han aportado información que permite
avanzar sobre diversas inferencias asociadas a éste. De un lado la relación formulada
entre ‘ferrería’ y actividades agrícolas se ha visto reforzada tanto por los resultados de un
reconocimiento regional sistemático (Langebaek et al 2002) que identificó una clara
distribución prioritaria de los contextos asociados a esta cerámica con sectores del valle –
localizados al sur- caracterizados por la presencia de suelos y condiciones climáticas más
aptas para la agricultura, y de otro lado por el reporte de campos de cultivo (con suelos
modificados antrópicamente y polen de maíz y palmas) asociados a este tipo de cerámica
con dataciones entre el 2080 +/- 40 y 1.540 +/- 40 antes del presente (Cardona 2002: 67).
De otro lado, el análisis de patrón de asentamiento realizado por Langebaek et al (2002)
para los sitios asociados al estilo ‘ferrería’ no identifica ninguna jerarquía en cuanto al
tamaño y la densidad de los sitios prospectados (Langebaek et al 2002: 71), reportando
un patrón espacial configurado por sitios pequeños y dispersos sin los “asentamientos
nucleados” que Castillo (1995: 73) reporta para los piedemontes y laderas bajas. Esta
incongruencia no debe ser pasada por alto, más si tenemos en cuenta que ambas
investigaciones comparten una porción importante de su área de estudio. Adicionalmente
consideramos importante señalar que para Langebaek et al el hecho de no presentarse
ninguna jerarquía en cuanto al tamaño y densidad de los sitios asociados a ‘ferrería’ es un
indicador claro de bajos niveles de jerarquización social, es decir, no se trataría de
jefaturas o ‘sociedades cacicales’.

En cuanto a la dispersión espacial regional de la cerámica ‘ferrería’, investigaciones


recientes han confirmado su clara presencia en el Valle de Aburrá, especialmente hacia el
17

centro y suroccidente de éste, y hacia el sector oriental del macizo central antioqueño, en
la vertiente oriental de la cordillera central (Santos 1998), así como el reporte puntual en
algunos contextos localizados en el occidente (Cardona et al 2001) y en el suroeste de
Antioquia (Botero 2002).

Con respecto a la cerámica ‘ferrería’, las preguntas que direccionan el trabajo de los
académicos en el contexto local, parecen indicar que las nuevas investigaciones tendrán
la oportunidad de aportar argumentos teóricos y empíricos sobre su patrón de
asentamiento (¿nucleado o disperso?) y de enterramiento, sobre la configuración de los
espacios domésticos, sobre el nivel y tipo de especialización en la producción alfarera,
entre otros temas, y consecuentemente avanzar sobre las inferencias formuladas al
respecto de las estructuras sociales y políticas y las trayectorias de cambios
correspondientes.

A su vez, en el ámbito del Valle de Aburrá, el conjunto cerámico denominado ‘pueblo


viejo’ también fue inicialmente caracterizado por Castillo (1995) como una manifestación
local del estilo cerámico ‘marrón inciso’, el cual presenta una amplia dispersión en la
cuenca montañosa del río Cauca en el noroccidente de Colombia. También en ‘pueblo
viejo’ Castillo identifica un alto grado de estandarización en los aspectos formales de esta
cerámica, entre los que se cuentan “los bordes ligeramente evertidos, reforzados en la
superficie exterior; externamente el borde puede ser redondeado o biselado. El labio
puede ser redondeado, adelgazado, expandido y plano. Vistos de perfil la mayoría
presentan forma triangular o tendencia a esta” (ibid: 77). Entre las formas, la autora
reporta la dominancia de cuerpos globulares o aquillados, cuellos cortos y bocas amplias
en recipientes tales como ollas grandes de cuerpo globular o aquillado, cuencos
aquillados de borde recto o reforzado y platos planos grandes y cóncavos, con mango
(ibid). Se reporta igualmente la presencia frecuente de engobes rojo oscuro y café rojizo,
así como las incisiones, las líneas oblicuas de dentados estampados sobre bordes y
cuellos, las líneas acanaladas, la pintura crema sobre rojo, y el corrugado como acabados
y elementos decorativos (ibid).
18

A diferencia de ‘ferrería’, para ‘pueblo viejo’ o ‘marrón inciso’ Castillo no reporta un


patrón específico de nucleación o dispersión de sitios, señalando simplemente que los
contextos “se encuentran en las partes altas y bajas del valle, situados sobre planos
naturales en las cimas de colinas o en los filos de las montañas” (Castillo 1995: 81). A
partir de las evidencias culturales asociadas, propone un modo de vida basado en la
agricultura de maíz y la existencia de producción textil. La asociación ampliamente
reportada en la literatura (Bennet 1944, Bruhns 1978, Castaño 1988 y Castillo 1988,
todos en Castillo 1995: 76; Langebaek et al 2002, Ardila et al 1999) entre el estilo
cerámico ‘marrón inciso’ y la orfebrería ‘quimbaya clásico’, junto con el hallazgo de
algunas piezas de oro en el cerro el Volador, le permiten a la autora formular la posible
explotación de fuentes auríferas y la manufactura de piezas de este metal. También, a
partir de trabajos realizados por Santos (1986) en El Retiro y Santa Elena, formula una
asociación entre esta cerámica y la explotación de fuentes de aguasal, avanzando hasta la
definición de un patrón de asentamiento contrastante con respecto a la cerámica
‘ferrería’, pues tal como lo afirma Castillo, “Al comparar la asociación de los
asentamientos de cada cultura con los recursos disponibles del medio, puede plantearse
que se trata de dos grupos con orientaciones económicas diferentes: uno centrado en la
explotación de recursos mineros y el otro en la agricultura” (1995, 83)

En cuanto a la dispersión regional de la cerámica ‘marrón inciso’, algunos trabajos


recientes, además de confirmar su presencia en el Valle de Aburrá, especialmente hacia el
norte del valle ( Acevedo et al 1995, Botero et al 1998, Martínez 1997) y hacia el oriente
en la cuenca de la Quebrada Piedras Blancas (Botero y Vélez 1995), reportan una
localización concentrada hacia la cuenca montañosa del río Cauca: en el macizo central
antioqueño, en la vertiente occidental de la cordillera central y en la vertiente oriental de
la cordillera occidental (Castillo 1995, Santos 1998); igualmente reportan algunos
contextos puntuales hacia las vertientes del Magdalena y el Atrato (Santos 1998). La
dispersión de la cerámica ‘marrón inciso’ continúa hacia el sur por el eje del río Cauca
hasta el viejo Caldas (Bruhns 1990, Flórez 1999).
19

Es importante tener en cuenta que la gran mayoría de los yacimientos prospectados por
Castillo (1995) en el Valle de Aburrá presentan solamente cerámica ferrería (44
yacimientos equivalentes a al 70%); para un grupo importante, la autora reporta la
presencia simultánea de ambos conjuntos cerámicos (27), mientras que sólo 7
yacimientos presentan únicamente cerámica ‘marrón inciso’(Castillo 1995). Esta
distribución resulta bastante coherente con la presencia mayoritaria de contextos ferrería
hacia el sector sur y centro occidental del valle tal como lo reportan Langebaek et al
(2002), quienes encuentran que más del 80% de los sitios prospectados en la Estrella
(suroccidente del valle) corresponden la ocupación ‘ferrería’, mientras algo más del 80%
de los sitios prospectados en Girardota (norte del valle) corresponden a la ocupación
‘pueblo viejo’. De esta forma, datos e interpretaciones recientes parecen apoyar las
inferencias formuladas por Castillo (1995) al respecto de la distribución de estos
conjuntos cerámicos con respecto a la localización de suelos agrícolas en el caso de la
cerámica ‘ferrería’ y de recursos mineros en el del ‘marrón inciso’ o ‘pueblo viejo’.

De la misma forma que con respecto a la cerámica ‘ferrería’, para ‘pueblo viejo’ los
autores locales coincidieron en proponer un nivel de organización social correspondiente
a una sociedad jerarquizada o ‘cacicazgo’ (Castillo 1995: 87; Santos 1998: 141). La
propuesta se fundamentó inicialmente con base en la asociación de esta cerámica con la
metalurgia ‘quimbaya clásico’ y en virtud de la alta calidad en la factura de los
recipientes cerámicos, la cual ha sido interpretada tradicionalmente como un testimonio
inequívoco de la existencia de especialistas. Igualmente también se argumentó que el
hallazgo de numerosos contextos de aprovechamiento salino en diversos lugares de
Antioquia en los que se reporta este tipo de cerámica, resultaba una evidencia clara de
trabajo especializado destinado al intercambio (Castillo 1995, Santos 1998). Tal como lo
hemos señalado, desde el modelo planteado por Reichel Dolmatoff (1986) parecía claro
que el poblamiento de las vertientes cordilleranas habría sido llevado a cabo por
sociedades cacicales las cuales estarían dotadas tecnológicamente, gracias al cultivo del
maíz, para la producción agrícola de los excedentes orientados a sostener, tanto a las
élites nacientes como a los diversos especialistas en la producción (alfareros, orfebres,
chamanes, guerreros…). De esta forma, sin mediar estudios detallados de los contextos
20

mismos de producción -tales como talleres alfareros, orfebres y contextos de producción


salina- algunos investigadores en Antioquia asumieron que era suficiente la existencia de
orfebrería, aprovechamiento de sal y cerámica de factura cuidadosa, para demostrar la
existencia de especialistas, y por lo tanto inferir la jerarquización de la sociedad. De
hecho, apenas recientemente han empezado a desarrollarse estudios sistemáticos que
presenten nuevos argumentos teóricos y empíricos sobre los niveles y escalas de
organización de la producción salina (Obregón et al 1998) y alfarera (Gómez et al 2002),
mientras que todavía no se registran trabajos que exploren la ‘vida social’ que tuvieron
tales producciones, es decir, que efectivamente construyan información sobre la
manipulación y control que las supuestas élites debieron tener sobre estos productos en
un contexto social jerarquizado. En buena medida, los ‘cacicazgos’ ‘portadores de la
cerámica marrón inciso’ son todavía un asunto bastante especulativo, argumentado más
desde los modelos que desde la información arqueológica.

La existencia de élites entre los famosos ‘portadores del marrón inciso’ ha intentado
apoyarse en argumentos especulativos como la asociación de estos grupos con la
construcción de obras públicas y estructuras, tales como los caminos empedrados y las
construcciones en ruinas referenciadas para el Valle de Aburrá por las crónicas del siglo
XVI (Santos 1998: 137). Sin embargo es preciso tener en cuenta que la cronología y
especialmente el carácter mismo de estas obras no están aún suficientemente clarificadas.
Mas allá de la simple especulación, no se han aportado argumentos teóricos ni empíricos
que muestren que tales construcciones fueron elaboradas por especialistas al servicio de
las élites, ni que su función estuviera vinculada o bien con actividades económicas en
gran escala (producción y comercio de sal y oro) o con el prestigio personal de los
dirigentes. Aun, en el caso de que pudiera corroborarse su contemporaneidad con las
sociedades de los primeros siglos antes y después de nuestra era, no debemos descartar a
priori que estas obras podrían ser también producto del trabajo comunitario no
especializado y que su función, antes que en el orden del intercambio, de la guerra o del
prestigio, se encontraría en aspectos de orden simbólico (Gnecco 1995) o de
configuración territorial.
21

En cuanto a la existencia de jerarquías sociales vinculadas a la cerámica ‘marrón inciso’,


uno de los pocos avances registrados recientemente en el Valle de Aburrá consiste en la
identificación de un patrón de distribución de sitios que muestra quiebres claros su
jerarquía, es decir, la existencia de contextos de asentamiento, posiblemente
correspondientes a aldeas o nucleaciones, que contrastan en el tamaño y densidad de los
vestigios con otros sitios pequeños y dispersos (Langebaek et al 2002). Según los autores,
este tipo de distribución espacial caracterizada por la presencia de centros que concentran
la población, no es propia de las sociedades igualitarias y ha sido relacionada con la
existencia de sociedades jerarquizadas o cacicazgos (Ibid: 17). Es importante recordar
que a la fecha se está interviniendo un contexto arqueológico localizado en el piedemonte
de la ladera suroccidental del Valle de Aburrá (sitio “Mi Ranchito”), en el municipio de
Itagüí, en el cual los resultados preliminares permiten apreciar un conjunto de huellas de
poste, correspondientes a la existencia de un agrupamiento o nucleación de viviendas
relacionadas con cerámica “pueblo viejo” (Jorge Acevedo, comunicación personal).

Tradicionalmente, las ocupaciones correspondientes a las llamadas sociedades


agroalfareras relacionadas con la cerámica ‘ferrería’ y ‘marrón inciso’ se han localizado
entre los primeros siglos anteriores al comienzo de nuestra era y el siglo X d.C. Con
respecto al límite inferior de este rango, no sólo empiezan a aparecer en el Valle de
Aburrá (Botero et al 1998, Langebaek et al 2002, Castro 1999, Moscoso et al 2001) y en
otras regiones de Antioquia (Obregón et al 1998, Correa 1997) dataciones que localmente
amplían la cronología hasta el siglo X a.C., sino que se vislumbra cada vez con más
fuerza la posibilidad de que esta frontera cronológica se amplíe progresivamente hasta
tocarse con los desarrollos asociados al poblamiento temprano del valle. Con respecto al
límite superior, luego de algunos desacuerdos iniciales, parecer existir un consenso entre
los investigadores de que alrededor del siglo IX d.C. se presenta un cambio notable en
diversos elementos del registro arqueológico, entre los que se destaca especialmente la
alfarería. En efecto, entre el siglo VIII y el siglo X d.C. las producciones alfareras locales
en el Valle de Aburrá, y de buena parte del noroccidente de Colombia exhiben cambios
notables. Mas allá de la significación que los investigadores atribuyen a estos cambios,
alrededor de los cuales se plantean interesantes debates, parece existir un acuerdo claro
22

en que las clásicas producciones alfareras denominadas ‘ferrería’ y ‘marrón inciso’ no


van más allá del siglo X d.C.

Ahora bien, con respecto a las relaciones cronológicas entre ‘ferrería’ y ‘marrón inciso’,
el debate tradicional sobre qué fue primero, parece tomar hoy en día una ruta diferente.
Análisis recientes sobre las ya considerables series de dataciones radiocarbónicas
asociadas a la cerámica ‘ferrería’ y ‘pueblo viejo’ (o ‘marrón inciso’) tanto en el Valle de
Aburrá (ver figura 1) como en otros sectores de Antioquia indican que, si bien las fechas
más tempranas reportadas hasta el momento corresponden al estilo ‘pueblo viejo’(desde
el siglo X a. C.: Botero et al 1998), la mayor parte de las fechas ‘ferrería’ resultan ser más
tempranas (alrededor del siglo IV a.C al V d.C) que la mayoría de la fechas ‘pueblo
viejo’(alrededor del siglo III a.C al VII d.C), tal como se aprecia en la figura 1. De esta
forma, y considerando una posible continuidad en el poblamiento del valle desde
momentos muy tempranos, las preguntas hoy parecen direccionarse hacia los contextos
sociales que hicieron posible los cambios en la producción de artefactos, entendidos
como la ‘aparición’ de un determinado estilo, su popularidad y su decadencia, es decir,
los interrogantes tienden a enfocarse en cuáles fueron los significados y los usos sociales
vinculados a los artefactos, y por lo tanto los procesos de cambio que impulsaron las
variaciones formales en los productos alfareros, su consolidación como estilos, y su
paulatino remplazo por nuevos conjuntos.

CRONOLOGÍA ASOCIADA A FERRERÍA EN EL VALLE DE ABURRÁ


1700
1600
1500
1400
1300
1200
FECHAS D.C.

1100
1000
900
800
700
600
500
400
300
200
100
0
-100
FECHAS A.C

El volador, Terraza 11

El volador, Terraza 11
V.A 046 Belén La

El Cacique
V.A 098 La Ferrería

U9. Cerro Pan de

U4. Cerro Pan de

V.A 046 Belén La

-200
-300
-400
-500
Azúcar

Azúcar
Perla

-600
perla

SITIOS ARQUEOLÓGICOS
23

CRONOLOGÍA ASOCIADA A MARRÓN INCISO EN EL VALLE DE ABURRÁ

800
700
FECHAS D.C.

600
500
400
300
200
100
0
Yacimiento 2. Pueblo Viejo

Yacimiento12, La Chuscala

V.A 073 Belén Manzanillo, La

El volador, Terraza 6
El Atravezado

V.A 041, Belén Los Alpes, La

El Volador, Trraza 10
V.A 126, Villa Esther, Pueblo
V.A 022, Quintas del Danubio

La Palma

La Palma

La Palma
Cierraojos

San Diego

San Diego

La Quinta
El Indio

-100
-200
-300
FECHAS A.C.

Guayabala
-400

Viejo

Tuna
-500
-600
-700
-800
-900
-1000
-1100
SITIOS ARQUEOLÓGICOS

Figura 1 Distribución lineal de fechas radiométricas ‘ferrería’ y ‘marrón inciso’


para el Valle de Aburrá

Fragmentos ‘tardíos’ del discurso del poblamiento

Dado que la atención de los investigadores locales se ha centrado preferencialmente sobre


las ‘sociedades agroalfareras’ del primer milenio antes y después de nuestra era, la
secuencia de poblamiento local presenta grandes vacíos con respecto a los procesos
ocurridos con anterioridad y con posterioridad a este lapso. Diversos factores han
contribuido a esta tendencia: de un lado, la abundancia relativa de los vestigios
arqueológicos (especialmente cerámica) correspondientes a estas sociedades alfareras, ha
contrastado notablemente con la escasa visibilidad material de las ocupaciones más
tempranas del valle; de otro lado, en lo tocante a los procesos posteriores al siglo X d.C.,
identificamos algunos condicionamientos epistémicos en la comunidad académica local,
que junto con las condiciones mismas de conservación de los vestigios, han operado
como fuertes obstáculos para el estudio de los proceso más recientes. En efecto, más allá
de la alteración y destrucción efectiva de los contextos ‘tardíos’ y ‘coloniales’ por las
actividades antrópicas contemporáneas, considero necesario reconocer que, en la
24

comunidad académica local, el estudio de los vestigios y procesos más recientes ha


estado rodeado de una clara valoración negativa: ha sido visto como premio de ‘segunda
categoría’ frente al hallazgo, reporte o estudio de contextos cronológicamente más
antiguos. Adicionalmente considero que esta tendencia real, aunque difícilmente
reconocida, se ha sumado a otro obstáculo epistemológico importante, y es la rígida
frontera disciplinar que los arqueólogos hemos construido, especialmente con respecto a
otros saberes sociales y humanos, tales como la historia, los cuales resultan de capital
importancia en el estudio de procesos y vestigios correspondientes a temporalidades
relativamente ‘recientes’. Esta frontera no sólo se ha manifestado, típicamente en forma
de los conocidos ‘celos disciplinares’ (ese objeto o ese tema ‘nos pertenece’) o en las
dificultades para interactuar en proyectos de investigación con historiadores,
antropólogos sociales o sociólogos, sino muy especialmente en la reticencia a formular y
desarrollar conjuntamente (interdisciplinariamente) preguntas, problemas y proyectos de
investigación. Sin embargo, tal vez la crisis contemporánea de los saberes sociales y
humanos, y con ella una cierta reconfiguración de los campos y ‘fronteras’ disciplinares,
ha favorecido desde finales de la década pasada un nuevo interés multidisciplinar, y por
supuesto arqueológico, sobre los vestigios y procesos posteriores al siglo X d.C. y
especialmente aquellos correspondientes a la Conquista, la Colonia y la República.

No resulta pues extraño que en la primera prospección arqueológica sistemática realizada


en el del Valle de Aburrá (Castillo 1995) no se hubieran identificado “otros complejos
culturales” (ibid: 87) distintos de ‘ferrería’ y ‘pueblo viejo’. Castillo resuelve la situación
prolongando hipotéticamente las ocupaciones ‘ferrería’ y ‘pueblo viejo’ hasta el siglo
XVII d.C. (ibid: 60, 87), y señalando como dificultad la destrucción y alteración
antrópica de las unidades estratigráficas más superficiales, es decir, más recientes. Es
probable que en la clasificación cerámica formulada por la autora, ésta haya incluido
algunas de las formas correspondientes a la cerámica posterior al siglo X d.C. dentro de
las categorías presentadas, especialmente dentro del conjunto denominado ‘ferrería’.
Simultáneamente, y en contradicción con lo formulado por Castillo, los trabajos
desarrollados por Santos (1995) en el cerro El Volador señalaron claramente la existencia
en el Valle de Aburrá de otro conjunto cerámico cuyos bordes y “decoración contrastan
25

con las de la cerámica de la tradición marrón incisa, que se encuentra en las terrazas de
vivienda del pie del Cerro” (ibid: 37). Este conjunto cerámico diferenciado de sus
antecesores fue bautizado más tarde como ‘estilo tardío’ (Bermúdez 1997), y gracias a los
trabajos desarrollados en El Volador fue posible asociarlo con los rellenos de estructuras
funerarias alteradas, denominadas tumbas de pozo con cámara lateral, con dataciones
cercanas al momento de la invasión europea (s. XVI d.C.)

Así pues, la idea de una ocupación prehispánica ‘tardía’ del valle comienza a construirse
a mediados de los noventa, a partir de la identificación de un conjunto cerámico
diferenciado de sus predecesores y su asociación con una serie de contextos funerarios
que también contrastaban por su estructura, localización y contenidos con las tumbas
vinculadas a la cerámica ‘pueblo viejo’ y ‘ferrería’ reportadas para el Valle de Aburrá
(Arcila 1977, Castillo 1995, Santos 1995). Las dataciones y los contenidos de algunas de
las tumbas tardías (loza europea y restos de ganado vacuno), permitieron a los
investigadores plantear una cronología para esta ocupación, cuyo límite superior
sobrepasaba el momento de llegada de los europeos. El límite inferior para esta
ocupación en el Valle de Aburrá sólo se construye más adelante a partir de la
generalización de las secuencias propuestas para otras regiones de Antioquia, tales como
el occidente (Castillo 1988) y el suroeste (Santos 1995b, Otero 1992, Obregón et al 1998)
estableciendo como referencia el siglo X d.C.

La continuidad de la ocupación ‘tardía’ hasta el siglo XVI d.C. abrió a los investigadores
la posibilidad de servirse ‘directamente’ de las crónicas de conquista y de los documentos
de archivo de la Colonia temprana para caracterizar algunos aspectos de los modos de
vida de los grupos que poblaron el Valle de Aburrá hasta el momento del inicio de la
invasión europea. De otra parte, con base en estas fuentes documentales algunos
investigadores han formulado hipótesis (Vélez y Botero 1997, Vélez 1999, Langebaek et
al 2002) que han sido contrastadas con el registro arqueológico existente en el valle
(Martínez et al 2000, Langebaek et al 2002) con resultados diversos.
26

Con base en las crónicas del s. XVI d.C., Santos (1995) presenta a los grupos humanos
del Valle de Aburrá como “pobres”, con “poco oro”, y sin representar ante los ojos de los
europeos “una población numerosa” (Ibid: 44). A partir de los textos del Capitán Jorge
Robledo y de su escribano Juan Bautista Sardella5, Santos construye un esbozo de los
grupos ‘tardíos’ del Valle de Aburrá como “ ‘grandes labradores’ de maíz y fríjol, y
tenían ‘mucha ropa é mucho de comer, así de carne como de frutas’. En sus ‘trajes’ y ‘la
manera de sus casas como en todo lo demás’ eran de costumbres diferentes a los grupos
que habitaban la vertiente oriental del cañón del Cauca, al sur del Valle de Aburrá”
(Santos 1995: 44). Este autor llama la atención sobre la ausencia de canibalismo
reportada por los cronistas, la utilización de ondas, propulsores o ‘estóricas’ y macanas
de palma como armas de guerra, además de la presencia de hilados de algodón, curíes y
perros mudos en este valle (ibid).

Otros investigadores, también a partir de las crónicas, han referenciado la existencia para
el siglo XVI d.C. de una amplia red de caminos, algunos empedrados, que entran y salen
del Valle de Aburrá por los cuatro puntos cardinales (Castillo y Gil 1992, Botero y Vélez
1997, Botero y Múnera 1997). Mientras algunos los relacionan directamente con
actividades de intercambio de sal, oro y productos agrícolas, vigentes para el momento de
la invasión (Botero y Múnera 1997), otros subrayan su carácter antiguo y su posible
relación con otras construcciones en piedra, tales como ruinas de edificios y acequias,
también reportados como antiguos en los testimonios del siglo XVI d.C. (Botero y Vélez
1997, Vélez y Botero 1997). Considero interesante subrayar que el hecho de encontrar
caminos amplios y empedrados y ruinas de antiguas construcciones llamó poderosamente
la atención de la avanzada conquistadora, lo que se manifiesta en las diversas alusiones a
estos hallazgos en varios testimonios independientes de testigos presenciales (el capitán
Jorge Robledo, su escribano Juan Bautista Sardella, y el cronista Pedro Cieza de León) y
en la preocupación manifiesta en los textos del capitán Robledo por identificar, sin éxito,
a los responsables de su construcción.

5
Está además el texto de Pedro Cieza de León: La crónica del Perú. Éste participó como
expedicionario en la conquista del Valle de Aburrá y por lo tanto fue testigo presencial de los
eventos narrados. Como recopilación histórica de la época puede consultarse a: Fray Pedro Simón
Noticias historiales de las conquistas de tierra firme en las Indias Occidentales.
27

Otros aspectos relativos especialmente a la distribución espacial y a la organización


social y política de los grupos humanos que poblaron el Valle de Aburrá hacia el siglo
XVI d.C., han sido generalizados especulativamente a partir de lo propuesto para la
cuenca montañosa del Cauca. En efecto, sin referenciar estudios sistemáticos de patrones
de asentamiento, autores como Santos (1998) y Bermúdez (1997) consideran que no
existen diferencias significativas en la localización y los patrones espaciales de
distribución de los sitios entre el llamado periodo ‘temprano’ (‘ferrería’ y ‘marrón
inciso’) y el denominado ‘periodo tardío’. Los autores encuentran que desde comienzos
de nuestra era y hasta el siglo XVI d.C., los sitios de vivienda se localizan en relación con
suelos fértiles y recursos bióticos tales como bosques y humedales, y abióticos tales como
fuentes de sal y oro, dispersándose en las laderas y nucleándose hacia las zonas de
pendientes suaves en los valles y altiplanos, en las diversas zonas de vida, de donde
puede inferirse que, según estos autores, la ocupación tardía se localizaría casi en todas
partes.

Llama la atención que aunque en las crónicas y los documentos tempranos de la Colonia
se reporta la existencia, para el Valle de Aburrá (Vélez 1999) y otros lugares de la cuenca
montañosa del Cauca, de poblados y otros asentamientos nucleados (Agudelo et al 1999),
además de diversas manifestaciones directas de claras jerarquías sociales - tales como la
existencia de grandes señores con múltiples esposas, atavíos fastuosos, y otros jefes
subordinados a ellos - autores como Bermúdez (1997) consideran que a nivel político la
ocupación ‘tardía’ se caracteriza por presentar “unidades locales relativamente
homogéneas” o “unidades locales tribales de carácter igualitario” (ibid: 198). Es
importante tener en cuenta que Bermúdez no cita ninguna fuente arqueológica o
documental primaria para formular o sustentar su afirmación. No obstante, en contravía
de lo que podrían sugerir las crónicas con respecto a los niveles y variedades de
jerarquización social existentes en algunos de los grupos referenciados en el siglo XVI
d.C., la afirmación de Bermúdez en cuanto a su supuesto carácter ‘igualitario’ tiene
sentido en el contexto general en el que se ha concebido tradicionalmente la naturaleza
del poblamiento ‘tardío’ en Antioquia. En efecto, es lugar común entre nosotros concebir
28

el ‘periodo tardío’ como la manifestación en el registro arqueológico de nuevos grupos


culturalmente ‘simples’ y ‘atrasados’ que habrían llegado al predominio como efecto de
eventos catastróficos (migraciones masivas y guerras) sucedidos alrededor del siglo X
d.C. (Santos 1998: 143, 145).

Pongo en consideración la hipótesis de que esta concepción del ‘periodo tardío’, como
manifestación de la decadencia en el poder de las élites (Castro 1998: 79, 175), ha sido
construida localmente mucho más desde la valoración estética y comparativa de las
producciones cerámicas y orfebres, que desde argumentos teóricos y empíricos aportados
por procesos de investigación. En efecto, sólo hasta comienzos de la presente década han
empezado a desarrollarse localmente los primeros estudios enfocados directamente a
identificar cambios demográficos, patrones espaciales y jerarquías en la distribución
regional de sitios (Langebaek et al 2002, Cardona y Nieto 2000, Cardona et al 2001,
Cardona et al 2002 ), y aún restan por realizarse estudios regionales y puntuales sobre
contenidos y estructuras de contextos funerarios, domésticos y de producción de
artefactos que permitan visibilizar otros aspectos relacionados con los niveles y
variedades que puede asumir la existencia de jerarquías sociales al interior de estos
grupos humanos.

En contradicción con la interpretación mecánica y simplista de que los atributos formales


de la cerámica ‘tardía’ corresponden a una expresión directa de una sociedad menguada,
atrasada o decadente tal como nos la presenta Bermúdez (1997), se empiezan a construir
nuevos marcos de interpretación que consideran, entre otros aspectos, que la cultura
material no constituye necesariamente un reflejo directo de la sociedad, siendo mucho
más un vehículo a través del cual los diversos actores sociales construyen y disputan sus
posiciones y por lo tanto puede deformar, exagerar, visibilizar o invisibilizar múltiples
aspectos de la vida social (Hodder 1982, Appadurai 1991). En este orden de ideas,
considero que los atributos formales que caracterizan a buena parte de la cerámica y la
orfebrería ‘tardías’ podrían ser interpretados, también, como manifestaciones de élites
claramente consolidadas en el poder, las cuales no necesitarían con igual intensidad de
estos elementos de cultura material para asegurar simbólicamente un acceso privilegiado
29

- que de hecho tendrían - sobre los medios de producción, y que por el contrario se sirven
de una relativa ‘homogeneidad’ y ‘simplicidad’ en estos objetos para ocultar en el plano
simbólico diferencias que podrían generar conflictos al interior de los grupos. Se requiere
de nuevos estudios en diversas escalas para poner a prueba esta conjetura.

Los resultados de los nuevos estudios locales han arrojado resultados diversos y en cierta
medida contradictorios al respecto las características sociales y políticas de la llamada
ocupación ‘tardía’. Si bien en el Valle de Aburrá Langebaek et al (2002), con base en el
resultado de un reconocimiento regional sistemático, proponen para el ‘periodo tardío’ un
aumento demográfico con respecto a momentos anteriores y una clara identificación de
grandes asentamientos jerarquizados (lugares centrales) que contrastan con otros sitios
más numerosos y pequeños dispersos alrededor de éstos, para el altiplano norte en los
valles del río Chico, Grande y San Andrés (Ardila 1999, Cardona et al 2002) esta
situación no resulta clara, y al parecer los resultados reportados por estos últimos autores
encuentran una cierta coherencia con la información proporcionada por las crónicas del
siglo XVI d. C. que nos cuentan que los altiplanos al norte y al oriente del Valle de
Aburrá se hallaban despoblados al momento de la avanzada conquistadora.

En este sentido, quiero formular un cuestionamiento a los resultados obtenidos en el


reconocimiento sistemático del Valle de Aburrá (Langebaek et al 2002) con respecto a la
afirmación de un aumento demográfico y a la existencia de grandes asentamientos
nucleados en el periodo ‘tardío’; este cuestionamiento se apoya en la identificación de
problemas específicos en la delimitación que estos investigadores hacen entre los
conjuntos cerámicos ‘tardío’ y ‘reciente’ a partir de los que se establece la cronología de
los sitios para el periodo tardío6. De otro lado, los resultados obtenidos en otro estudio
reciente, los cuales abarcan un ámbito espacial mayor (Gómez y Espinal 2001), parecen
apoyar la idea de que en general las investigaciones realizadas en el departamento de
Antioquia han encontrado mucha menos cerámica correspondiente al período tardío que

6
A mi juicio, la clasificación cerámica desarrollada por los autores los lleva a incluir dentro de la
cerámica ‘tardía’ muchos fragmentos correspondientes a temporalidades más recientes (colonial y
republicana), lo que genera un efecto sobredimensionador sobre la cantidad y la densidad de los
sitios de la ocupación ‘tardía’, y subdimensionador sobre los sitios de la ocupación reciente.
30

aquella atribuida a momentos anteriores (‘marrón inciso’ y ‘ferrería’). Valdría la pena


que nos preguntáramos si esto significa que hubo consecuentemente una caída general en
la curva demográfica en el ‘periodo tardío’. Apelando al registro arqueológico tanto en el
Valle de Aburrá como en la cuenca montañosa del Cauca, no está claramente establecida
la existencia de dinámicas demográficas, de patrones de distribución espacial, o de
contextos de vivienda, enterramiento o producción, que testimonien sin ambigüedades un
crecimiento o un decrecimiento en los procesos de jerarquización social entre los siglos X
y XVI d. C. Estas preguntas seguirán siendo objeto de futuras investigaciones.

Con respecto a la cronología asociada a este estilo, no quiero dejar pasar por alto que
nueve de las catorce fechas radiocarbónicas que lo representan en el Valle de Aburrá son
posteriores a la invasión europea (ver figura 2). Esta situación resulta reveladora de las
dificultades que se presentan cuando se han querido interpretar los atributos formales y
tecnológicos de la “cerámica tardía” como un marcador cronológico exclusivo de la
última ocupación prehispánica. A mi juicio, estos nueve contextos con “cerámica tardía”
y con cronología posterior al “contacto” podrían indicar que en diversos aspectos la
producción alfarera local se mantuvo sin variaciones notables durante varios siglos
después de la llegada de los conquistadores españoles, y que por lo tanto una buena parte
de los “sitios” que hemos considerado como “tardíos”, es decir, como prehispánicos en el
Valle de Aburrá, también podrían corresponder a contextos de ocupación nativa, mestiza
y campesina durante el periodo colonial y republicano.
31

2000
CRONOLOGÍA ASOCIADA A TARDÍO EN EL VALLE DE ABURRÁ
1950
1900

POSTHISPÁNICO
1850
1800
1750
1700
1650
1600
FECHAS D.C

1550
1500

Aguas Claras

Aguas Claras

El Pinar

El Pinar
Molino Viejo
El volador,

El volador,

El volador,

El volador,

Yacimiento 1.

Yacimiento 2.
El Volador,

El Volador,
1450

Pueblo Viejo

Pueblo Viejo
Tumba 13
tumba 12
Trraza 10

tumba 5

tumba 9

tumba 8
1400
1350
PREHISPÁNICO

1300
1250
1200
1150
SITIOS ARQUEOLÓGICOS
1100
1050
1000
950
900

Figura2. Dispersión lineal de fechas 'tardías' para el Valle de Aburrá

Tal como lo he expresado, de la misma forma que las cerámicas ‘ferrería’ y ‘marrón
inciso’ fueron interpretadas como expresión del apogeo de sociedades complejas en
virtud de su mayor grado de elaboración formal, la cerámica ‘tardía’ fue leída
comparativamente, en razón de sus atributos formales ‘burdos’, como una expresión de
sociedades simples o decadentes; de hecho, los términos utilizados para describirla
regularmente contienen expresiones tales como ‘muy burda’, con formas ‘asimétricas’ o
con decoración ‘escasa’ (Bermúdez 1997: 192). En términos generales y para el Valle de
Aburrá (Santos 1995, Langebaek et al 2002, Cardona y Nieto 2000) se ha caracterizado la
cerámica ‘tardía’ por sus formas de bordes poco modificadas, por lo general ‘directos’
(evertidos o invertidos), o con refuerzos simples sin pulimiento (‘borde doblado’), por la
poca diversidad de sus recipientes (en general ollas globulares y cuencos) y en sus
decoraciones (impresión de triángulos e incisiones), por el escaso tratamiento de las
pastas (presencia de partículas minerales gruesas y mal ordenadas) y por el tratamiento
poco cuidadoso de las superficies (alisados); sin embargo quiero llamar la atención sobre
el hecho de que también con cierta frecuencia, se reportan simultáneamente como
‘tardíos’ algunos recipientes muy elaborados consistentes en copas, vasijas aquilladas y/o
antropomorfas (cuencos y ollas), volantes de huso y figurinas, muchos de ellos
cuidadosamente pulidos, engobados y pintados o decorados mediante aplicaciones y
modelados.
32

Aunque la interpretación sugerida (Bermúdez 1997, Santos 1993, Otero 1992) apunta
hacia una relación de los recipientes ‘tardíos’ más elaborados con sitios de enterramiento,
en contraposición con la cerámica ‘burda’ como representativa de contextos domésticos,
lo observado en algunas intervenciones realizadas en el suroeste de Antioquia (Obregón
et al 1998) podría indicar que la presencia tanto en contextos funerarios como en
contextos domésticos de ambos tipos de cerámica, estaría eventualmente relacionada con
la manipulación social del tipo cerámico ‘fino’ como marcador de rango por parte
algunas fracciones de la sociedad, y no tanto con la diferenciación funcional sugerida por
estos autores.

Considero que, además de reconocer los obstáculos epistémicos mencionados al inicio de


este aparte, las nuevas investigaciones locales correspondientes a la ocupación
prehispánica más reciente en toda la cuenca montañosa del Cauca, deberán enfrentar por
lo menos dos situaciones problemáticas considerables. Por una parte, es un hecho que la
efectiva destrucción de muchos de los contextos arqueológicos por el avance de los
procesos de ocupación urbana y rural afecta en primera instancia a los vestigios
materiales más superficiales, correspondientes a temporalidades tales como la
prehispánica tardía, la colonial o la republicana. De otro lado, los nuevos estudios de
poblamiento, sobre todo aquellos que recurran a metodologías que se apoyen en la
cerámica como referencia cronológica para identificar procesos demográficos y patrones
espaciales, deberán clarificar los atributos tecnológicos que permitan identificar de
manera confiable la cerámica producida entre el siglo X y el XVI d.C. Sin una
diferenciación tecnológica precisa de la cerámica ‘tardía’, el estudio de las dinámicas
demográficas y de los procesos de cambio social a través de los patrones espaciales y las
jerarquías de los sitios es un esfuerzo que conduce a avances poco sólidos.

Adelante. Más allá de los fragmentos


Mirando sobre el panorama de nuestro discurso fragmentado, la construcción de
discusiones diversas sobre muchos de sus aspectos, ofrece a mi juico un panorama muy
estimulante para el avance y transformación de nuestra disciplina en el mediano plazo,
33

especialmente para las nuevas generaciones de arqueólogos en formación. En esta


perspectiva, la coexistencia en el discurso local de interpretaciones tradicionales de corte
“histórico cultural” enfrenta interesantes retos discursivos desde cuestionamientos
“procesuales” y “posprocesuales”; estas tensiones teóricas se constituyen en un terreno
fértil donde siembran y recogen sus frutos las nuevas generaciones.

De hecho, la introducción reciente de preguntas, estrategias y herramientas de


investigación, directamente relacionadas con problemáticas como las trayectorias de
cambio social, las dinámicas demográficas y el surgimiento de sociedades complejas o
estratificadas en los Andes noroccidentales, se ha articulado bastante bien con diversos
elementos procesuales que habían sido incorporados desde mediados de los noventa. En
este sentido, la formulación de estudios sobre la problemática del cambio social, la
interacción y las dinámicas demográficas podría sacar mucho más provecho de la
información recopilada sobre numerosos aspectos ambientales. Consecuentemente se
abre la posibilidad de que las nuevas generaciones desarrollen en sus proyectos de
investigación aspectos apenas esbozados en cuanto a las relaciones recíprocas entre
procesos y estructuras sociales, tales como la jerarquización social, la interacción y la
guerra entre otros, con respecto a la dispersión y control de recursos estratégicos tales
como las tierras fértiles, las minas de oro y de sal, algunos hitos del paisaje y los recursos
bióticos de bosques y otros ecosistemas. Más que en afinar las cronologías y precisar la
dispersión de los estilos, creo que los nuevos trabajos de investigación que se
desarrollarán en las próximas décadas trabajarán sobre problemas como los que he
señalado.

En caso de que se mantenga y se fortalezca el estudio de los procesos de cambio social,


las investigaciones sobre aspectos tecnológicos y organizativos de la producción alfarera
tomarán, en particular, una importancia que hasta la fecha apenas prevemos. De hecho,
los primeros estudios en esta perspectiva (Gómez et al 2002) empiezan a generar
resultados muy interesantes que podrían articularse con información sobre características
específicas de contextos domésticos y funerarios para diversos períodos (excavación de
plantas de vivienda en la cuenca del río Porce, en el Cerro el Volador y en el Valle de
34

Aburrá), así como sobre campos de cultivo y caminos (Cardona 2002, Botero 1999).
Estas nuevas síntesis permitirán en el corto y mediano plazo construir una visión más
compleja e integrada de las sociedades en sus diversos momentos y de sus trayectorias
particulares de cambio.

Mas allá de los fragmentos discursivos presentados, los procesos de auto reflexión de los
arqueólogos locales sobre la dimensión epistémica, ética, política y estética del discurso y
de la praxis académica, anuncian interesantes consecuencias en cuanto a la tranformación
de las relaciones tradicionales entre nosotros los académicos y el mundo social en el que
vivimos. Por lo menos creo que no tendremos más la excusa de decir que jamás se nos
ocurrió pensar al respecto.

Debo un agradecimiento especial a Luis Carlos Cardona V. y a Liliana Isabel Gómez L,


por su interlocución permanente.

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