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Obregón, Mauricio 2003 Poblamiento prehispánico del valle de Aburrá: Nuevos apuntes
sobre un discurso fragmentado. Boletín de Antropología Universidad de Antioquia,
edición especial:125-156.
Resumen
Siguiendo como eje el proceso reciente de configuración de la comunidad académica
arqueológica local, pretendo explicitar algunos supuestos teóricos básicos sobre los
cuales hemos construido la visión fragmentada que tenemos al respecto del poblamiento
prehispánico del Valle de Aburrá y a su vez discutir algunas perspectivas de cambio que
hoy se vislumbran en este dominio disciplinario.
Esta postura teórica, asociada en el campo epistémico a una concepción positivista del
conocimiento, trajo importantes consecuencias a la hora de formular preguntas e
interpretaciones en los procesos de investigación desarrollados en esta región: redujo
durante dos décadas el horizonte de discusión, restringiendo la cronología a la sucesión
mecánica de estilos, la interacción a la dispersión simple de rasgos formales, y el cambio
social a las explicaciones catastrofistas que presuponen eventos caóticos tales como
invasiones y exterminios, la decadencia de las culturas y algunos desastres naturales.
1
Tales como los estilos cerámicos: ‘ferrería’, ‘marrón inciso’, ‘tardío’…
3
lugares del valle. Más adelante, a principios de los noventa, los profesores Gustavo
Santos y Neyla Castillo avanzaron hacia la formulación de un esquema de periodización
en el que articularon, sobre la base de la definición de algunos estilos cerámicos, diversos
momentos o fases. Las fases formuladas inicialmente coinciden con el predominio
cronológico de alguno de los estilos cerámicos definidos, los cuales fueron considerados
representativos de grupos étnicos bien diferenciados. Estos investigadores y buena parte
de sus discípulos asociaron mediante procedimientos especulativos, no siempre
sistemáticos, informaciones y conjeturas sobre los patrones espaciales de dispersión de
vestigios ( formulando algunos patrones de asentamiento y de enterramiento), sobre las
actividades económicas desarrolladas (agricultura y minería), sobre el nivel de
organización de la producción (suponiendo la existencia de especialistas) y sobre el nivel
de la organización política de las respectivas comunidades (presuponiendo la existencia
de jerarquías sociales hereditarias: también llamadas jefaturas o cacicazgos).
Hacia mediados de los noventa, y en relación directa con el desarrollo de los trabajos de
arqueología de rescate en el proyecto hidroeléctrio Porce II (Castillo 1998), se
incorporaron nuevos elementos al modelo de investigación local, especialmente a nivel
de las técnicas de campo y de los análisis de laboratorio. Estas nuevas herramientas, muy
en la línea de la arqueología procesual, fueron asumidas por algunos egresados activos,
quienes se formaron en el proyecto y trabajaron con la Universidad de Antioquia, o se
4
Teniendo en cuenta esta dinámica, considero que ha sido este ambiente de apertura y de
discusión, propiciado en parte por la diversidad de miradas en la comunidad local y en
parte por un nivel de integración mayor de nuestros investigadores con el ámbito nacional
e internacional 4, el que ha favorecido la crítica de los procedimientos y postulados
tradicionales y ha estimulado el surgimiento de nuevas dinámicas de investigación hacia
finales de los noventas y comienzos del presente siglo.
2
A principios de los noventa, Luis Carlos Múnera Bermúdez, con formación arqueológica en
México (pregrado) y en Francia (posgrado); Gonzalo Castro Hernández con formación
arqueológica en Suecia, y Carlos Eduardo López, con posgrado en Estados Unidos; y hacia
mediados de la década, Francisco Javier Aceituno Bocanegra, con formación académica
(pregrado y posgrado) en España.
3
A principios de los noventa Sofía Botero Páez, con posgrado en arqueología en China; y a
mediados, Elvia Inés Correa Arango, con formación arqueológica (pregrado y posgrado) en Perú.
4
Como manifestaciones de esta tendencia podría citar la consolidación del Boletín de
Antropología como instrumento de interacción entre los académicos locales y foráneos, los
estudios fuera del país a nivel de posgrado realizados por algunos de ellos, la participación activa
de la comunidad académica local en los primeros congresos nacionales de arqueología y en la
fundación de la Sociedad Colombiana de Arqueología, así como en diversos eventos e
5
Tal vez el aspecto más notable de esta transformación disciplinaria se manifiesta a través
de la formulación explícita y la articulación de un conjunto de nuevas preguntas de
investigación, entre las que se destaca una preocupación generalizada por un
conocimiento más preciso de las interacciones entre las comunidades y su entorno
ambiental (Ardila et al 1999, Botero 1999,Castillo 1998), por los diversos niveles y
formas de la organización de la producción (Gómez et al 2002, Gómez y Espinal 2000),
por los procesos de surgimiento y transformación de las denominadas “sociedades
complejas” (Cardona et al 2002, Langebaek et al 2002, Cardona y Nieto 2000, Cardona et
instituciones del ámbito disciplinario nacional, entre ellos el Conap (Comité Nacional de
Arqueología Preventiva) y la revista de Arqueología del Área Intermedia.
6
A nivel institucional no hay que perder de vista el hecho de que una parte considerable de
los aportes para esta transformación ha estado vinculada, de diversas maneras, con el
programa de Poblamiento y Dinámicas Territoriales de la Corporación Autónoma
Regional del Centro de Antioquia (CORANTIOQUIA). Esta entidad estatal, al lado de la
Universidad de Antioquia y de algunas firmas consultoras privadas, ha ocupado un lugar
importante en la configuración reciente de nuestro campo disciplinar. A través de este
programa se ha mantenido, durante algo más de cuatro años, el apoyo a investigaciones
puntuales en diversas zonas del centro del departamento, contando a la fecha con más de
veinte proyectos de investigación, desarrollados en disciplinas tales como la arqueología,
la etnohistoria, la etnografía y el paleoambiente. Los proyectos desarrollados en este
marco institucional han enfatizado el estudio de las relaciones entre las comunidades y su
entorno ambiental desde diversas perspectivas, que incluyen, por supuesto, nuevas
miradas y herramientas para abordar problemas tales como el cambio y la interacción
social.
Así, la visión que actualmente tenemos sobre el poblamiento prehispánico del valle de
Aburrá, de Antioquia y de buena parte del noroccidente de Colombia, ha tomado cuerpo
en un contexto disciplianrio profundamente heterogéneo. Nada más alejado de purismos
teóricos: al lado de la clásica sucesión de estilos y dispersión de etinas, tan carácterística
de la mirada histórico-cultural (Trigger 1992), han coexistido localmente, desde los
noventa, numerosos elementos desarrollados por la “nueva arqueología” (ibid) o
arqueología procesual anglosajona, entre ellos sus fundamentos epistémicos positivistas,
las preguntas por el medio ambiente, por la producción y por el cambio social, así como
numerosas herramientas técnicas, pero también se escuchan hoy en día nuevas voces que
cuestionan lugares comunes y tradiciones, y que podrían pensarse como una expresión
7
Antes que presentar una síntesis clarificadora, antes que ofrecer como mercancía el “todo
lo que usted debe saber sobre la arqueología del Valle de Aburrá y no se ha atrevido a
preguntar”, pretendo que este ejercicio discursivo sea, en primer lugar, un llamado a la
conversación, a la reflexión crítica, a la tarea inacabada e inacabable del pensamiento y
del intercambio de ideas. En el collage discursivo que presento a continuación,
selecciono y articulo algunos fragmentos de discurso con los que los académicos locales
nos auto representamos el pasado; busco con ello reflexionar sobre sus fundamentos
epistémicos, sobre sus características como discurso y como práctica. Antes que recetas y
consejos me interesa favorecer el diálogo, es decir, favorecer el pensamiento (que si es
“pensamiento” es necesariamente crítico). Pretendo acercarme, en lo posible, a la idea de
una comunidad académica viva y dinámica, que reflexiona sobre lo que dice y sobre lo
que hace, a una comunidad de saber que simplemente no puede abandonar esta
conversación infinita, a una comunidad capaz de reconocer múltiples interlocutores.
“¿Quién os dice a vosotros que las historias que ponen en los libros sabios no sean
también inventadas…?”
Michael Ende
Podríamos inscribir el discurso más clásico sobre el poblamiento inicial o temprano del
Valle de Aburrá en el marco interpretativo del llamado paradigma paleoindio (Gnecco
1990). En efecto, la imagen simplificada y un tanto caricaturezca de un ‘Valle de Aburrá’
sabanizado a finales del pleistoceno, y en él algunas pequeñas bandas igualitarias y
altamente móviles de los clásicos cazadores especializados de megafauna, provenientes
del norte (descendientes de los grupos fabricantes de las puntas “clovis”), resulta muy
cercana a las conjeturas formuladas al respecto de los hallazgos aislados de algunas
puntas bifaciales en el norte de este valle (Castillo 1995, Acevedo et al 1995). Al igual
que muchos de los contextos y evidencias materiales con los que se sustentaba esta visión
en buena parte de Suramérica, en el Valle de Aburrá se carece de asociaciones
estratigráficas confiables y de contextos arqueológicos claros. Más allá, las carencias
locales se extienden hasta la ausencia de una secuencia paleoambiental bien definida que
permita sustentar el marco ambiental del paradigma (vegetaciones abiertas y megafauna)
al igual que de estudios geomorfológicos del valle, aplicados a la arqueología, que
permitan formular hipótesis sobre las posibles localizaciones y transformaciones de los
contextos antrópicos de finales del pleistoceno.
Más allá de estas limitaciones, quiero señalar que la forma misma como miramos el
asunto del poblamiento temprano en el Valle de Aburrá, y más allá, en toda Suramérica,
ha cambiado radicalmente en los últimos años. En efecto, la idea de un poblamiento
inicial protagonizado exclusivamente por bandas cazadoras especializadas de megafauna
con tecnología y cronología descendiente de ‘clovis’, se encuentra en una profunda crisis
(Gnecco 1990, Meltzer et al 1996). En su lugar se está reconfigurando un discurso que
acepta, en primer lugar, cronologías bastante más tempranas que los 11.200 a.p.,
propuestos para los complejos líticos bifaciales de las grandes planicies del norte, y que
9
De esta forma, los hallazgos realizados a mediados de los noventa en la cuenca del río
Porce (Castillo 1998), la cual significa la continuidad geográfica del Valle de Aburrá,
empiezan a articularse localmente con la construcción de una nueva mirada al
poblamiento temprano en el centro de Antioquia. Estos vestigios con 9.000 a.p. han sido
asociados a comunidades humanas con patrones de movilidad reducidos (alto grado de
sedentarismo), con estrategias económicas mixtas en las que se destaca una notable
participación de recursos vegetales (posiblemente con horticultura) y una activa
transformación con fines productivos del entorno de bosques (manipulación antrópica:
huertas o jardines), y con una estructura social y política rica y compleja, la cual se ha
visibilizado a través de sus cementerios, en los que se han reseñado numerosos
enterramientos, variadas ofrendas y rituales funerarios complejos, con una utilización
continuada de estos espacios durante más de dos milenios (ibid). Así, en una línea
similar, los hallazgos de vestigios de ocupación temprana para el Valle de Aburrá
reportados para el contexto de la Blanquita (Martínez et al 2000), con 7.000 años a.p.,
testimonian para esta fecha la presencia, en las laderas medias del valle, de grupos
humanos dotados de instrumental tecnológico (azadas, maceradores, placas, rompecocos,
raspadores, etc ) coherente con actividades económicas que implican una transformación
activa del entorno ( apertura de claros, horticultura), estrategias de movilidad reducida y
una alta utilización de recursos vegetales, en un contexto climático marcado por una
considerable actividad volcánica (con depositación de capas de cenizas) en la cordillera
central.
10
Es importante tener en cuenta que la nueva mirada que se está construyendo con respecto
a las características de este poblamiento ‘temprano’, concede a los pobladores originales
unas amplias posibilidades de transformación del paisaje, y por lo tanto una capacidad
notable para ocupar desde finales del pleistoceno zonas altas y boscosas de los andes
antioqueños, dejando huellas visibles de su presencia, tanto en la manipulación del
entorno (intervención sobre los bosques) como en los lugares de asentamiento, en los que
las grandes acumulaciones de cantos de rocas y las transformaciones químicas del suelo
se presentan repetidamente (Castillo 1998, Botero y Salazar 1998, Martínez et al 2000,
Agudelo 2000). Habría que estar atento a este tipo de vestigios en futuras intervenciones
en la zona.
11
Tal como lo señalaba al comienzo del texto, los supuestos difusionistas y catastrofistas
que subyacen a esta mirada han sido cuestionados y han entrado, recientemente, en una
crisis profunda. De hecho, la reconfiguración del discurso local sobre la totalidad de la
secuencia de poblamiento prehispánico, se ha visto favorecida al considerar desde el
inicio ( tal vez diez milenios antes del presente) la presencia de grupos humanos con
grados de movilidad y estrategias económicas diversas. En este sentido, no resulta
extraño que en la actualidad consideremos que desde el principio los pobladores de estas
tierras y sus descendientes posiblemente desarrollaron y trasformaron, en función de sus
propias condiciones sociales y ambientales, diversas estrategias económicas entre las que
se cuentan, por supuesto, las múltiples posibilidades de aprovechamiento y manipulación
de las plantas, desde su ‘simple’ recolección, pasando por la tala y ‘limpieza’ selectiva de
12
Los nexos interpretativos entre los primeros pobladores del valle, con cerámica cancana y
sin ella, y los subsecuentes ‘desarrollos culturales’ registrados en la literatura
arqueológica local (cerámica ‘ferrería’ y ‘pueblo viejo’: Castillo 1995) están aún por
construirse. Este es otro de los puntos donde el discurso local sobre el poblamiento
exhibe claramente su carácter fragmentario. Como ya había señalado, la perspectiva
tradicional, al identificar conjuntos cerámicos con ‘culturas’, pre direccionaba las
interpretaciones del poblamiento local hacia la concepción de eventos catastróficos para
explicar la ‘aparición’ y ‘desaparición’ de los respectivos conjuntos de artefactos. De
hecho, hasta hace algún tiempo existía cierto consenso en la comunidad académica local
al respecto de que la presencia de los mencionados grupos cerámicos ‘ferrería’ y ‘marrón
inciso’ era el resultado claro de la llegada de oleadas colonizadoras de grupos
agricultores que poblaron este valle desde mediados del primer milenio antes de Cristo.
14
Esta perspectiva local parecía encajar bastante bien con la línea interpretativa formulada
por Reichel Dolmatoff (Reichel 1986), a partir de la cual se concebía un centro de
invención de la cerámica y la agricultura en las tierras bajas del norte de Colombia, desde
el cual se habrían difundido estos avances culturales en un proceso de colonización de las
vertientes montañosas, específicamente protagonizado por aquellos grupos que
dominaron el cultivo del maíz, planta que habría posibilitado la ocupación permanente de
las tierras andinas, caracterizadas por presentar suelos menos fértiles y una oferta
ambiental comparativamente más limitada que las tierras bajas del norte. De paso, el
avance tecnológico representado por el cultivo del maíz, era considerado por buena parte
de los arqueólogos como condición necesaria y suficiente para explicar el aumento de la
productividad hasta el nivel requerido para garantizar los excedentes económicos
destinados a sostener diversos grupos de especialistas (entre ellos guerreros, chamanes,
alfareros y orfebres), y por supuesto a las élites nacientes. De esta manera, y bajo una
concepción reduccionista marcada por el determinismo económico, muchos arqueólogos
entendían que la introducción del maíz podía tomarse como causa suficiente para explicar
el surgimiento de la complejización social, bajo una ecuación que equiparaba
mecánicamente la presencia de esta planta con aumento de la productividad, la aparición
de los excedentes y el surgimiento de especialistas y jerarquías sociales.
Así las cosas, la versión local del poblamiento del valle se asimilaba a la idea de la
colonización maicera de las vertientes andinas, como resultado evolutivo simple de los
desarrollos formativos (sedentarización, aumento demográfico, agricultura, cerámica y
complejización social) operados en las tierras bajas. De esta forma la comunidad
académica local centró sus discusiones en buena medida en el establecimiento de la
antigüedad relativa y absoluta de los conjuntos cerámicos tradicionalmente definidos y en
mapear su dispersión geográfica. Algunos académicos esperaban que estos ejercicios
resolvieran los interrogantes sobre quiénes habrían sido los ‘primeros’ en asentarse
definitivamente en el valle y sobre la direccionalidad del poblamiento. Por el contrario,
una tendencia reciente entre los académicos se orienta hacia considerar que las conquistas
culturales tales como la reducción en la movilidad, la complejización social y la
implementación de desarrollos tecnológicos en la manipulación de vegetales y en la
15
integrado por nucleaciones o sitios mayores hacia las partes bajas y sitios dispersos y
pequeños hacia las laderas. A partir de los cinceles y hachas pulidas fue interpretada la
presencia de agricultura y la alta calidad en la factura de la cerámica (muy buen
tratamiento y acabado de la superficie, buena cocción, homogeneidad de las pastas, y alta
estandarización de formas y decoración) hicieron pensar en este conjunto como la
expresión clara del trabajo de especialistas (ibid).
Más allá de los cuestionamientos a la interpretación del estilo ‘ferrería’ como una
manifestación étnica, las investigaciones recientes han aportado información que permite
avanzar sobre diversas inferencias asociadas a éste. De un lado la relación formulada
entre ‘ferrería’ y actividades agrícolas se ha visto reforzada tanto por los resultados de un
reconocimiento regional sistemático (Langebaek et al 2002) que identificó una clara
distribución prioritaria de los contextos asociados a esta cerámica con sectores del valle –
localizados al sur- caracterizados por la presencia de suelos y condiciones climáticas más
aptas para la agricultura, y de otro lado por el reporte de campos de cultivo (con suelos
modificados antrópicamente y polen de maíz y palmas) asociados a este tipo de cerámica
con dataciones entre el 2080 +/- 40 y 1.540 +/- 40 antes del presente (Cardona 2002: 67).
De otro lado, el análisis de patrón de asentamiento realizado por Langebaek et al (2002)
para los sitios asociados al estilo ‘ferrería’ no identifica ninguna jerarquía en cuanto al
tamaño y la densidad de los sitios prospectados (Langebaek et al 2002: 71), reportando
un patrón espacial configurado por sitios pequeños y dispersos sin los “asentamientos
nucleados” que Castillo (1995: 73) reporta para los piedemontes y laderas bajas. Esta
incongruencia no debe ser pasada por alto, más si tenemos en cuenta que ambas
investigaciones comparten una porción importante de su área de estudio. Adicionalmente
consideramos importante señalar que para Langebaek et al el hecho de no presentarse
ninguna jerarquía en cuanto al tamaño y densidad de los sitios asociados a ‘ferrería’ es un
indicador claro de bajos niveles de jerarquización social, es decir, no se trataría de
jefaturas o ‘sociedades cacicales’.
centro y suroccidente de éste, y hacia el sector oriental del macizo central antioqueño, en
la vertiente oriental de la cordillera central (Santos 1998), así como el reporte puntual en
algunos contextos localizados en el occidente (Cardona et al 2001) y en el suroeste de
Antioquia (Botero 2002).
Con respecto a la cerámica ‘ferrería’, las preguntas que direccionan el trabajo de los
académicos en el contexto local, parecen indicar que las nuevas investigaciones tendrán
la oportunidad de aportar argumentos teóricos y empíricos sobre su patrón de
asentamiento (¿nucleado o disperso?) y de enterramiento, sobre la configuración de los
espacios domésticos, sobre el nivel y tipo de especialización en la producción alfarera,
entre otros temas, y consecuentemente avanzar sobre las inferencias formuladas al
respecto de las estructuras sociales y políticas y las trayectorias de cambios
correspondientes.
Es importante tener en cuenta que la gran mayoría de los yacimientos prospectados por
Castillo (1995) en el Valle de Aburrá presentan solamente cerámica ferrería (44
yacimientos equivalentes a al 70%); para un grupo importante, la autora reporta la
presencia simultánea de ambos conjuntos cerámicos (27), mientras que sólo 7
yacimientos presentan únicamente cerámica ‘marrón inciso’(Castillo 1995). Esta
distribución resulta bastante coherente con la presencia mayoritaria de contextos ferrería
hacia el sector sur y centro occidental del valle tal como lo reportan Langebaek et al
(2002), quienes encuentran que más del 80% de los sitios prospectados en la Estrella
(suroccidente del valle) corresponden la ocupación ‘ferrería’, mientras algo más del 80%
de los sitios prospectados en Girardota (norte del valle) corresponden a la ocupación
‘pueblo viejo’. De esta forma, datos e interpretaciones recientes parecen apoyar las
inferencias formuladas por Castillo (1995) al respecto de la distribución de estos
conjuntos cerámicos con respecto a la localización de suelos agrícolas en el caso de la
cerámica ‘ferrería’ y de recursos mineros en el del ‘marrón inciso’ o ‘pueblo viejo’.
De la misma forma que con respecto a la cerámica ‘ferrería’, para ‘pueblo viejo’ los
autores locales coincidieron en proponer un nivel de organización social correspondiente
a una sociedad jerarquizada o ‘cacicazgo’ (Castillo 1995: 87; Santos 1998: 141). La
propuesta se fundamentó inicialmente con base en la asociación de esta cerámica con la
metalurgia ‘quimbaya clásico’ y en virtud de la alta calidad en la factura de los
recipientes cerámicos, la cual ha sido interpretada tradicionalmente como un testimonio
inequívoco de la existencia de especialistas. Igualmente también se argumentó que el
hallazgo de numerosos contextos de aprovechamiento salino en diversos lugares de
Antioquia en los que se reporta este tipo de cerámica, resultaba una evidencia clara de
trabajo especializado destinado al intercambio (Castillo 1995, Santos 1998). Tal como lo
hemos señalado, desde el modelo planteado por Reichel Dolmatoff (1986) parecía claro
que el poblamiento de las vertientes cordilleranas habría sido llevado a cabo por
sociedades cacicales las cuales estarían dotadas tecnológicamente, gracias al cultivo del
maíz, para la producción agrícola de los excedentes orientados a sostener, tanto a las
élites nacientes como a los diversos especialistas en la producción (alfareros, orfebres,
chamanes, guerreros…). De esta forma, sin mediar estudios detallados de los contextos
20
La existencia de élites entre los famosos ‘portadores del marrón inciso’ ha intentado
apoyarse en argumentos especulativos como la asociación de estos grupos con la
construcción de obras públicas y estructuras, tales como los caminos empedrados y las
construcciones en ruinas referenciadas para el Valle de Aburrá por las crónicas del siglo
XVI (Santos 1998: 137). Sin embargo es preciso tener en cuenta que la cronología y
especialmente el carácter mismo de estas obras no están aún suficientemente clarificadas.
Mas allá de la simple especulación, no se han aportado argumentos teóricos ni empíricos
que muestren que tales construcciones fueron elaboradas por especialistas al servicio de
las élites, ni que su función estuviera vinculada o bien con actividades económicas en
gran escala (producción y comercio de sal y oro) o con el prestigio personal de los
dirigentes. Aun, en el caso de que pudiera corroborarse su contemporaneidad con las
sociedades de los primeros siglos antes y después de nuestra era, no debemos descartar a
priori que estas obras podrían ser también producto del trabajo comunitario no
especializado y que su función, antes que en el orden del intercambio, de la guerra o del
prestigio, se encontraría en aspectos de orden simbólico (Gnecco 1995) o de
configuración territorial.
21
Ahora bien, con respecto a las relaciones cronológicas entre ‘ferrería’ y ‘marrón inciso’,
el debate tradicional sobre qué fue primero, parece tomar hoy en día una ruta diferente.
Análisis recientes sobre las ya considerables series de dataciones radiocarbónicas
asociadas a la cerámica ‘ferrería’ y ‘pueblo viejo’ (o ‘marrón inciso’) tanto en el Valle de
Aburrá (ver figura 1) como en otros sectores de Antioquia indican que, si bien las fechas
más tempranas reportadas hasta el momento corresponden al estilo ‘pueblo viejo’(desde
el siglo X a. C.: Botero et al 1998), la mayor parte de las fechas ‘ferrería’ resultan ser más
tempranas (alrededor del siglo IV a.C al V d.C) que la mayoría de la fechas ‘pueblo
viejo’(alrededor del siglo III a.C al VII d.C), tal como se aprecia en la figura 1. De esta
forma, y considerando una posible continuidad en el poblamiento del valle desde
momentos muy tempranos, las preguntas hoy parecen direccionarse hacia los contextos
sociales que hicieron posible los cambios en la producción de artefactos, entendidos
como la ‘aparición’ de un determinado estilo, su popularidad y su decadencia, es decir,
los interrogantes tienden a enfocarse en cuáles fueron los significados y los usos sociales
vinculados a los artefactos, y por lo tanto los procesos de cambio que impulsaron las
variaciones formales en los productos alfareros, su consolidación como estilos, y su
paulatino remplazo por nuevos conjuntos.
1100
1000
900
800
700
600
500
400
300
200
100
0
-100
FECHAS A.C
El volador, Terraza 11
El volador, Terraza 11
V.A 046 Belén La
El Cacique
V.A 098 La Ferrería
-200
-300
-400
-500
Azúcar
Azúcar
Perla
-600
perla
SITIOS ARQUEOLÓGICOS
23
800
700
FECHAS D.C.
600
500
400
300
200
100
0
Yacimiento 2. Pueblo Viejo
Yacimiento12, La Chuscala
El volador, Terraza 6
El Atravezado
El Volador, Trraza 10
V.A 126, Villa Esther, Pueblo
V.A 022, Quintas del Danubio
La Palma
La Palma
La Palma
Cierraojos
San Diego
San Diego
La Quinta
El Indio
-100
-200
-300
FECHAS A.C.
Guayabala
-400
Viejo
Tuna
-500
-600
-700
-800
-900
-1000
-1100
SITIOS ARQUEOLÓGICOS
con las de la cerámica de la tradición marrón incisa, que se encuentra en las terrazas de
vivienda del pie del Cerro” (ibid: 37). Este conjunto cerámico diferenciado de sus
antecesores fue bautizado más tarde como ‘estilo tardío’ (Bermúdez 1997), y gracias a los
trabajos desarrollados en El Volador fue posible asociarlo con los rellenos de estructuras
funerarias alteradas, denominadas tumbas de pozo con cámara lateral, con dataciones
cercanas al momento de la invasión europea (s. XVI d.C.)
Así pues, la idea de una ocupación prehispánica ‘tardía’ del valle comienza a construirse
a mediados de los noventa, a partir de la identificación de un conjunto cerámico
diferenciado de sus predecesores y su asociación con una serie de contextos funerarios
que también contrastaban por su estructura, localización y contenidos con las tumbas
vinculadas a la cerámica ‘pueblo viejo’ y ‘ferrería’ reportadas para el Valle de Aburrá
(Arcila 1977, Castillo 1995, Santos 1995). Las dataciones y los contenidos de algunas de
las tumbas tardías (loza europea y restos de ganado vacuno), permitieron a los
investigadores plantear una cronología para esta ocupación, cuyo límite superior
sobrepasaba el momento de llegada de los europeos. El límite inferior para esta
ocupación en el Valle de Aburrá sólo se construye más adelante a partir de la
generalización de las secuencias propuestas para otras regiones de Antioquia, tales como
el occidente (Castillo 1988) y el suroeste (Santos 1995b, Otero 1992, Obregón et al 1998)
estableciendo como referencia el siglo X d.C.
La continuidad de la ocupación ‘tardía’ hasta el siglo XVI d.C. abrió a los investigadores
la posibilidad de servirse ‘directamente’ de las crónicas de conquista y de los documentos
de archivo de la Colonia temprana para caracterizar algunos aspectos de los modos de
vida de los grupos que poblaron el Valle de Aburrá hasta el momento del inicio de la
invasión europea. De otra parte, con base en estas fuentes documentales algunos
investigadores han formulado hipótesis (Vélez y Botero 1997, Vélez 1999, Langebaek et
al 2002) que han sido contrastadas con el registro arqueológico existente en el valle
(Martínez et al 2000, Langebaek et al 2002) con resultados diversos.
26
Con base en las crónicas del s. XVI d.C., Santos (1995) presenta a los grupos humanos
del Valle de Aburrá como “pobres”, con “poco oro”, y sin representar ante los ojos de los
europeos “una población numerosa” (Ibid: 44). A partir de los textos del Capitán Jorge
Robledo y de su escribano Juan Bautista Sardella5, Santos construye un esbozo de los
grupos ‘tardíos’ del Valle de Aburrá como “ ‘grandes labradores’ de maíz y fríjol, y
tenían ‘mucha ropa é mucho de comer, así de carne como de frutas’. En sus ‘trajes’ y ‘la
manera de sus casas como en todo lo demás’ eran de costumbres diferentes a los grupos
que habitaban la vertiente oriental del cañón del Cauca, al sur del Valle de Aburrá”
(Santos 1995: 44). Este autor llama la atención sobre la ausencia de canibalismo
reportada por los cronistas, la utilización de ondas, propulsores o ‘estóricas’ y macanas
de palma como armas de guerra, además de la presencia de hilados de algodón, curíes y
perros mudos en este valle (ibid).
Otros investigadores, también a partir de las crónicas, han referenciado la existencia para
el siglo XVI d.C. de una amplia red de caminos, algunos empedrados, que entran y salen
del Valle de Aburrá por los cuatro puntos cardinales (Castillo y Gil 1992, Botero y Vélez
1997, Botero y Múnera 1997). Mientras algunos los relacionan directamente con
actividades de intercambio de sal, oro y productos agrícolas, vigentes para el momento de
la invasión (Botero y Múnera 1997), otros subrayan su carácter antiguo y su posible
relación con otras construcciones en piedra, tales como ruinas de edificios y acequias,
también reportados como antiguos en los testimonios del siglo XVI d.C. (Botero y Vélez
1997, Vélez y Botero 1997). Considero interesante subrayar que el hecho de encontrar
caminos amplios y empedrados y ruinas de antiguas construcciones llamó poderosamente
la atención de la avanzada conquistadora, lo que se manifiesta en las diversas alusiones a
estos hallazgos en varios testimonios independientes de testigos presenciales (el capitán
Jorge Robledo, su escribano Juan Bautista Sardella, y el cronista Pedro Cieza de León) y
en la preocupación manifiesta en los textos del capitán Robledo por identificar, sin éxito,
a los responsables de su construcción.
5
Está además el texto de Pedro Cieza de León: La crónica del Perú. Éste participó como
expedicionario en la conquista del Valle de Aburrá y por lo tanto fue testigo presencial de los
eventos narrados. Como recopilación histórica de la época puede consultarse a: Fray Pedro Simón
Noticias historiales de las conquistas de tierra firme en las Indias Occidentales.
27
Llama la atención que aunque en las crónicas y los documentos tempranos de la Colonia
se reporta la existencia, para el Valle de Aburrá (Vélez 1999) y otros lugares de la cuenca
montañosa del Cauca, de poblados y otros asentamientos nucleados (Agudelo et al 1999),
además de diversas manifestaciones directas de claras jerarquías sociales - tales como la
existencia de grandes señores con múltiples esposas, atavíos fastuosos, y otros jefes
subordinados a ellos - autores como Bermúdez (1997) consideran que a nivel político la
ocupación ‘tardía’ se caracteriza por presentar “unidades locales relativamente
homogéneas” o “unidades locales tribales de carácter igualitario” (ibid: 198). Es
importante tener en cuenta que Bermúdez no cita ninguna fuente arqueológica o
documental primaria para formular o sustentar su afirmación. No obstante, en contravía
de lo que podrían sugerir las crónicas con respecto a los niveles y variedades de
jerarquización social existentes en algunos de los grupos referenciados en el siglo XVI
d.C., la afirmación de Bermúdez en cuanto a su supuesto carácter ‘igualitario’ tiene
sentido en el contexto general en el que se ha concebido tradicionalmente la naturaleza
del poblamiento ‘tardío’ en Antioquia. En efecto, es lugar común entre nosotros concebir
28
Pongo en consideración la hipótesis de que esta concepción del ‘periodo tardío’, como
manifestación de la decadencia en el poder de las élites (Castro 1998: 79, 175), ha sido
construida localmente mucho más desde la valoración estética y comparativa de las
producciones cerámicas y orfebres, que desde argumentos teóricos y empíricos aportados
por procesos de investigación. En efecto, sólo hasta comienzos de la presente década han
empezado a desarrollarse localmente los primeros estudios enfocados directamente a
identificar cambios demográficos, patrones espaciales y jerarquías en la distribución
regional de sitios (Langebaek et al 2002, Cardona y Nieto 2000, Cardona et al 2001,
Cardona et al 2002 ), y aún restan por realizarse estudios regionales y puntuales sobre
contenidos y estructuras de contextos funerarios, domésticos y de producción de
artefactos que permitan visibilizar otros aspectos relacionados con los niveles y
variedades que puede asumir la existencia de jerarquías sociales al interior de estos
grupos humanos.
- que de hecho tendrían - sobre los medios de producción, y que por el contrario se sirven
de una relativa ‘homogeneidad’ y ‘simplicidad’ en estos objetos para ocultar en el plano
simbólico diferencias que podrían generar conflictos al interior de los grupos. Se requiere
de nuevos estudios en diversas escalas para poner a prueba esta conjetura.
Los resultados de los nuevos estudios locales han arrojado resultados diversos y en cierta
medida contradictorios al respecto las características sociales y políticas de la llamada
ocupación ‘tardía’. Si bien en el Valle de Aburrá Langebaek et al (2002), con base en el
resultado de un reconocimiento regional sistemático, proponen para el ‘periodo tardío’ un
aumento demográfico con respecto a momentos anteriores y una clara identificación de
grandes asentamientos jerarquizados (lugares centrales) que contrastan con otros sitios
más numerosos y pequeños dispersos alrededor de éstos, para el altiplano norte en los
valles del río Chico, Grande y San Andrés (Ardila 1999, Cardona et al 2002) esta
situación no resulta clara, y al parecer los resultados reportados por estos últimos autores
encuentran una cierta coherencia con la información proporcionada por las crónicas del
siglo XVI d. C. que nos cuentan que los altiplanos al norte y al oriente del Valle de
Aburrá se hallaban despoblados al momento de la avanzada conquistadora.
6
A mi juicio, la clasificación cerámica desarrollada por los autores los lleva a incluir dentro de la
cerámica ‘tardía’ muchos fragmentos correspondientes a temporalidades más recientes (colonial y
republicana), lo que genera un efecto sobredimensionador sobre la cantidad y la densidad de los
sitios de la ocupación ‘tardía’, y subdimensionador sobre los sitios de la ocupación reciente.
30
Con respecto a la cronología asociada a este estilo, no quiero dejar pasar por alto que
nueve de las catorce fechas radiocarbónicas que lo representan en el Valle de Aburrá son
posteriores a la invasión europea (ver figura 2). Esta situación resulta reveladora de las
dificultades que se presentan cuando se han querido interpretar los atributos formales y
tecnológicos de la “cerámica tardía” como un marcador cronológico exclusivo de la
última ocupación prehispánica. A mi juicio, estos nueve contextos con “cerámica tardía”
y con cronología posterior al “contacto” podrían indicar que en diversos aspectos la
producción alfarera local se mantuvo sin variaciones notables durante varios siglos
después de la llegada de los conquistadores españoles, y que por lo tanto una buena parte
de los “sitios” que hemos considerado como “tardíos”, es decir, como prehispánicos en el
Valle de Aburrá, también podrían corresponder a contextos de ocupación nativa, mestiza
y campesina durante el periodo colonial y republicano.
31
2000
CRONOLOGÍA ASOCIADA A TARDÍO EN EL VALLE DE ABURRÁ
1950
1900
POSTHISPÁNICO
1850
1800
1750
1700
1650
1600
FECHAS D.C
1550
1500
Aguas Claras
Aguas Claras
El Pinar
El Pinar
Molino Viejo
El volador,
El volador,
El volador,
El volador,
Yacimiento 1.
Yacimiento 2.
El Volador,
El Volador,
1450
Pueblo Viejo
Pueblo Viejo
Tumba 13
tumba 12
Trraza 10
tumba 5
tumba 9
tumba 8
1400
1350
PREHISPÁNICO
1300
1250
1200
1150
SITIOS ARQUEOLÓGICOS
1100
1050
1000
950
900
Tal como lo he expresado, de la misma forma que las cerámicas ‘ferrería’ y ‘marrón
inciso’ fueron interpretadas como expresión del apogeo de sociedades complejas en
virtud de su mayor grado de elaboración formal, la cerámica ‘tardía’ fue leída
comparativamente, en razón de sus atributos formales ‘burdos’, como una expresión de
sociedades simples o decadentes; de hecho, los términos utilizados para describirla
regularmente contienen expresiones tales como ‘muy burda’, con formas ‘asimétricas’ o
con decoración ‘escasa’ (Bermúdez 1997: 192). En términos generales y para el Valle de
Aburrá (Santos 1995, Langebaek et al 2002, Cardona y Nieto 2000) se ha caracterizado la
cerámica ‘tardía’ por sus formas de bordes poco modificadas, por lo general ‘directos’
(evertidos o invertidos), o con refuerzos simples sin pulimiento (‘borde doblado’), por la
poca diversidad de sus recipientes (en general ollas globulares y cuencos) y en sus
decoraciones (impresión de triángulos e incisiones), por el escaso tratamiento de las
pastas (presencia de partículas minerales gruesas y mal ordenadas) y por el tratamiento
poco cuidadoso de las superficies (alisados); sin embargo quiero llamar la atención sobre
el hecho de que también con cierta frecuencia, se reportan simultáneamente como
‘tardíos’ algunos recipientes muy elaborados consistentes en copas, vasijas aquilladas y/o
antropomorfas (cuencos y ollas), volantes de huso y figurinas, muchos de ellos
cuidadosamente pulidos, engobados y pintados o decorados mediante aplicaciones y
modelados.
32
Aunque la interpretación sugerida (Bermúdez 1997, Santos 1993, Otero 1992) apunta
hacia una relación de los recipientes ‘tardíos’ más elaborados con sitios de enterramiento,
en contraposición con la cerámica ‘burda’ como representativa de contextos domésticos,
lo observado en algunas intervenciones realizadas en el suroeste de Antioquia (Obregón
et al 1998) podría indicar que la presencia tanto en contextos funerarios como en
contextos domésticos de ambos tipos de cerámica, estaría eventualmente relacionada con
la manipulación social del tipo cerámico ‘fino’ como marcador de rango por parte
algunas fracciones de la sociedad, y no tanto con la diferenciación funcional sugerida por
estos autores.
Aburrá), así como sobre campos de cultivo y caminos (Cardona 2002, Botero 1999).
Estas nuevas síntesis permitirán en el corto y mediano plazo construir una visión más
compleja e integrada de las sociedades en sus diversos momentos y de sus trayectorias
particulares de cambio.
Mas allá de los fragmentos discursivos presentados, los procesos de auto reflexión de los
arqueólogos locales sobre la dimensión epistémica, ética, política y estética del discurso y
de la praxis académica, anuncian interesantes consecuencias en cuanto a la tranformación
de las relaciones tradicionales entre nosotros los académicos y el mundo social en el que
vivimos. Por lo menos creo que no tendremos más la excusa de decir que jamás se nos
ocurrió pensar al respecto.
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