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Monsalvo, A.

: “El enclave infiel: el ideario del “otro” judío en la cultura


occidental durante los siglos XI al XIII y su difusión en Castilla. Los
Campos de la exclusión en la Sociedad Medieval: pecado, delito y
represión.”

Las ideas antijudías constituyen no sólo una parte de los problemas de relación
y convivencia que existieron entre judíos y cristianos. Aunque se trataba de
planos distintos, existe una profunda conexión histórica entre culturas
antijudías, estatus legal de la minoría y conflictividad social.

El autor entendera estas ideas antijudías más como “ideario” que como sistema
racional de pensamientos. Este ideario evidentemente presenta muchos
acentos y componentes, los que pueden agruparse en cuatro grandes líneas o
troncos temáticos primordiales: en primer lugar: el “otro religioso”, que deriva
del hecho de haber constituido un enclave infiel en la sociedad cristiana; en
segundo lugar, la imagen del judío como arquetipo negativo del dinero “usurero
judío”; en tercer lugar, la idea del “inferior excluido”, alguien diferente y
considerado de peor condición y en cuarto lugar, la “identificación del judío con
el Mal”, es la satanización o criminalización del judío. En la historia cultural y
social del antijudaísmo o antisemitismo esta cuestión de las formas de
propagación y de instrumentalización de las ideas resulta decisiva. 

Los siglos centrales de la Edad Media serán el objetivo del autor, ya que fue
cuando nacieron, maduraron o se completaron no solo los otros grandes
troncos del ideario antijudío. Todo ello se condensa en los decisivos siglos XI al
XIII.

1. De enemigos imaginarios a enemigos funcionales en el occidente


medieval.

Fue en los siglos XI al XIII cuando esos enemigos imaginarios se fueron


transformando en enemigos funcionales en el Occidente medieval. La religión
fue acompañada de rechazo social y los prejuicios dieron paso a los crímenes.
1.1 Un golpe de realidad. El fanatismo popular cruzado.

Fue la Primera Cruzada (1095-1099) el momento histórico que hizo girar


bruscamente las relaciones entre judíos y cristianos. El más célebre de los
cruzados  populares fue Pedro el Ermitaño. Pero en realidad las violencias
fueron cometidas por las masas sin liderazgo claro. 

¿Por que estas violencias? Hay que explicar la agresión sangrienta por la
excitación resultante de la propaganda religiosa contra el infiel que provocó el
movimiento cruzado. Inició un verdadero patrón de violencia antisemita. Lo ha
llamado “fanatismo cruzado”. 

1.2 Deterioro de la imagen de los judíos en los siglos XI y XII: el “inferior


excluido”, el talmudista beligerante, el inmundo “usurero” y el criminal ritual.

En los siglos XI y XII los judíos fueron percibidos por los cristianos como
competidores económicos. Las personas vinculadas a la economía del dinero
vieron en ellos una amenaza para su propia actividad. La presión social les
obliga a especializarse en el prestamo con interes. Esto coincide con un
momento de fortalecimiento de las monarquías feudales. Los reyes recurrieron
a ellos como causantes de la naciente expoliación tributaria. El siglo XII fue
decisivo en la cristalización de esta mentalidad social. 

Todo este cambio de roles sociales se correspondía también con otros cambios
profundos de mentalidad. En los siglos XI-XII estaban empezando a fraguar en
las ciudades y aldeas europeas identidades colectivas múltiples: derivadas del
oficio, vínculos de clientelismo o vasallaje, identidades ligadas a los lazos
comunitarios de la vecindad. La consideración de estar “dentro/fuera”, o de
cualquier otra organización marcaba diferencias. Los judíos no entraron en esta
cimentación miscelica de la sociedad cristiana y fueron entendidos como una
unidad específica y diferenciada. Quedó establecida una minoría social
estereotipada, que se distinguía por el comercio del dinero, además de por
tener leyes y autoridades propias o por su cercanía al poder. Así fue percibida y
así fue la fabricación imaginaria del “otro”. No ya solo el “otro” religioso, sino
también el “extraño” social. A ello se unió el hecho de que la sociedad, desde
los siglos XI y XII, tenía dispuesto un mecanismo práctico de represion y
persecucion. La iglesia fue decisiva porque fue la responsable de identificar y
tipificar al judío como extraño minoritario y susceptible de persecución. No atajó
ciertas costumbres hacia los exogrupos y promovió desde arriba una normativa
que conjugaba la protección hacia los judíos. La legislación canónica de esta
época establecía siempre la protección de los judíos, sin forzar su conversión
siempre que tuvieran cargos con autoridad sobre los cristianos. 

Los condicionamientos sociales y las posiciones institucionales hacia la minoria


no podian dejar de influir en el antijudaismo ideologico.

Desde el siglo XII algunos intelectuales cristianos, aparte del judaísmo de la


Torá fuerons descubriendo otro judaísmo, el del Talmud. Uno de los personajes
claves para la difusión de la cultura talmúdica fue el judío oscense, autor de la
disciplina Clericalis Pedro Alfonso.

Se empezó a decir que el Talmud contenía aberraciones morales, ataques


vejatorios a Cristo y a los cristianos, extrañas creencias e incluso que hasta
había sustituido a la Torá. Desde un punto de vista etnocentrista, el
pensamiento cristiano reforzó con el antitalmudismo al “inferior excluido”.

El deterioro de la imagen del judío se incrementó en el siglo XII con el


despliegue de otros temas que no habían aparecido hasta entonces. Además
del alejamiento de la agricultura y del reproche de la cercanía excesiva de los
judíos al poder, hubo un cambio de actitud de la sociedad cristiana hacia el
dinero. Historiadores como Le Goff sugirieron que este rechazo absoluto a la
riqueza, moral y legalmente, era incompatible con el auge de la “economía del
beneficio” que se estaba generalizando. Lo que se resolvió fue aceptar el
comercio y el beneficio moderado a cambio de estigmatizar la avaricia y la
usura. Para los comerciantes honrados ya no era el infierno el único destino,
sino el purgatorio, como lugar “intermedio” para acoger sus almas.  

Pero la contrapartida de esta expiación de la culpa colectiva por aceptar los


valores de la economía monetaria era degradar mucho más el destino de los
usureros y llevar la avaricia a una posición central dentro de los pecados de los
cristianos. El mercado era tolerado, pero la avaricia era proscrita. La avaritia se
fue convirtiendo en el pecado de moda en la sociedad plenomedieval.
Se proyectó sobre los judíos la abyección de la usura, limpiando así la propia
conciencia y mejorando la autoestima colectiva. Ser “judío” acabó por
simbolizar al rico, al protegido por el poder y al usurero.

Otro potente y nuevo tema antijudío completo en el siglo XII el deterioro de la


imagen de la minoría: el infanticidio ritual. La historia es bien conocida: el
asesinato ritual del niño Guillermo, torturado y crucificado por los judíos de la
ciudad durante pascua. En la historia de los mitos cristianos sobre crueldades
judías los relatos suelen ser determinantes, el autor resalta claves esenciales
del discurso: a) el automatismo con el que se adjudica a el crimen a todos los
judíos; b) el hecho de que la víctima fuera un niño, añadía una fuerte carga
emocional y simbólica; c) la evocación de tenebrosos y extraños ritos
ancestrales de purificación mediante la sangre y la magia negra; entre otros.

En el último tercio del siglo XII volvieron de nuevo las violencias antisemitas,
significativamente bajo el mismo tipo de cobertura ideológica y de
motivaciones, como el furor cruzado y sobre todo las acusaciones de crímenes
judíos.

No hay que otorgar plena credibilidad a la explicación o “causa” explícita que se


dio en su momento a cada caso, incluso a veces a posteriori, ya que era una
justificación o excusa, y además los motivos se sumaban unos a otros.

En definitiva, al valorar las acusaciones contra los judíos acaecidas en Europa


entre 1144-1150 y 1196 en relación con los supuestos asesinatos de cristianos
por judíos, son evidentes algunas consideraciones. Lo primero, sin duda, la
comprobación de que el tema crimen ritual se consolidaba como una rutina
argumental de las crueldades judías. Lo segundo, la gravedad de los casos. En
tercer lugar, el motivo del asesinato de cristianos mostraba una propensión
notable para asociarse a otros temas antijudíos. En cuarto lugar, la
cristalización de un completo círculo de funcionalidad de este tipo de libelos.
Para las autoridades políticas era útil para justificar medidas contra los judíos.
A las iglesias locales les sirvió para atraer beneficios materiales gracias al
relato estandarizado que se fraguó. Finalmente una quinta consideración, con
un nuevo patrón de violencia antisemita. Se trata de un mecanismo que
podríamos llamar “violencia como represalia exculpatoria” que viene a ser una
variante de la transferencia de culpabilidad de los victimarios hacia sus
víctimas. El remordimiento de los asesinos por haber matado judíos se
intentaba minimizar acusando a los judíos de haber cometido los más
horrendos crímenes. Funcionaba un mecanismo conocido por los psicólogos
como disonancia cognitiva. Por eso llama la atención el hecho de que no pocas
veces la acusación de crimen ritual surgiera no antes sino después de que la
población cristiana hubiese atacado a los judíos.

1.3 La culminación del ideario antijudío en el siglo XIII: ostracismo riguroso,


hostigamiento mendicante y popularización de las supuestas crudelitates
judías.

Tras la difusión de estas temáticas, y esa praxi de violencia contra los judíos,
ya antes del siglo XIII, ¿era posible subir algún peldaño más en la escalada de
la infamia antisemita? Asi fue.

La iglesia fue una especie de “campus global” que diseñó una forma de
pensamiento unidimensional y contó con grandes potencialidades para
imponerlo. Los canonistas, los políticos pontificios y los escolásticos pudieron
ofrecer ahora un perfil congruente y único del papel del judío en la Cristiandad.

Uno de los grandes vectores de la Iglesia en el XIII afectaba a la misma


posición de los judíos en la sociedad cristiana. Lo que la Iglesia propuso, fue
forzar las situaciones para estimular la “conversión” mediante un programa de
discriminación, separación entre miembros de confesiones distintas, visibilidad
y exteriorización simbólica de la inferioridad judía. Era un modelo de
convivencia canónico, normativo pero tambien ideologico.

En la semántica social, el judío era un personaje aún más extraño, marcado,


maldito, visiblemente marginado y más apartado de lo que había sido percibido
antes. Es significativo que fuera en el siglo XIII cuando fraguó definitivamente la
iconografía típica del “judío” en las representaciones artísticas. En cada pais,
segun se adopataran unas u otras señales, se representaba al judío con tales
signos: un gorro puntiagudo, con barba puntiaguda, nariz aguileña y aspecto
siniestro.
Los judíos cargaron con toda la ignominia que la sociedad cristiana atribuyó a
la avaricia y de la que quiso verse liberada. Eran representados a menudo en el
arte portando una  bolsa de dinero, ardiendo en el infierno. El artista que quería
representar un usurero, utilizando un lenguaje visual comprensible, no tenía
más que recurrir al icono identificable del judío. Pero dentro de las conexiones
ideológicas, hay que decir que se presentaba asociado a este extraño
imaginario del judaico oficio inmundo de la usura con ciertos valores
estereotipados añadidos con los que se fundía y agrandaba a la figura
imaginaria del judío-usurero: la avaricia o codicia, el egoísmo inherente a esa
ocupación; el oscurantismo y la cobardía asociadas al secretismo malicioso del
oficio. 

Otro de los grandes vectores colocaba también a la Iglesia de ese siglo en el


centro de las novedades persecutorias contra los judíos. Se trata de la
persecución relacionada con las herejías. Lo que hizo surgir potentes
mecanismo de represión: el empleo de la coerción contra los herejes y la
puesta en pie de la Inquisición papal. Volvio haber matanzas inspiradas por el
fanatismo popular cruzado.

Otro de los grandes vectores trata de las Órdenes Mendicantes. Con su


propagacion de la idea de pobreza voluntaria y los valores evangélicos
contribuyeron a fijar el espantajo mental de la usura y con ello favorecieron el
deterioro de la imagen social de los judíos a los que aquella se asociaba.
Además los mendicantes sistematizaron nuevos recursos, como los sermones.
Por otra parte, los frailes se situaron en vanguardia del estudio del judaísmo
postbiblico, además se convirtieron en los mejores teólogos, hebraístas y
coparon la Inquisición, todo ellos con efectos absolutamente perjudiciales para
el estatus anterior de los judíos.

La última línea de la ofensiva de la Iglesia contra los judíos en el XIII fue el


ataque al judaísmo de la Diáspora. Además de la ofensiva propiamente
intelectual, las autoridades trataron al Talmud como una “herejía”. Como era
previsible, el debate público, amañado por los frailes para una victoria del
cristianismo, supuso la condena y que publica del Talmud. La quema del
Talmud era todo un símbolo en el que concurrieron todos los vectores ya
indicados del siglo y los nuevos tiempos: aversión de la Cristiandad ante una
exagerada alteridad global del judaísmo. A esas alturas el estatus del judaísmo
tolerado por la sociedad cristiana se había esfumado definitivamente.

La asociación de los judíos con lo demoníaco y lo infernal, aunque tenía


precedentes antiguos, no se difundió profusamente hasta el siglo XII y no se
hizo popular hasta el siglo XIII.

Pero además de estos formatos literarios o simbólicos de divulgación, de


peligrosidad limitada, hubo auténticos libelos. El más grave era el de asesinato
ritual. Por más que la Iglesia mostrase en alguna ocasión titubeante antes
estas imputaciones, lo cierto es que se desencadenaron varias acciones
antijudías en el siglo XIII amparas en esos supuestos crímenes, luego
rigurosamente “vengados” por los cristianos.

La intensidad de estos delirios convertidos en acusaciones concretas se


incrementó también con la difusión de otro tema del mismo tronco antijudío, el
de las profanaciones de hostias.

2. Difusión de los temas antijudíos en el ámbito castellano (S. XII-XIII)

La situacion aqui parece haber sido algo diferente. Parece que los reinos de
León y Castilla la identificación entre judíos y rey, como patrimonio de este
último, si tuvo como en otras monarquías, efectos nefastos en momentos de
crisis política. Pero lo cierto es que la convivencia no se rompió hasta fechas
muy tardías y las violencias significativas aparecieron más allá del siglo XIII. 

Entonces si no hubo en los reinos de León y Castilla, como parece reconocer la


historiografía, un deterioro grave de la posición judía, como se suele admitir, ¿a
qué se debió? La causas son variadas y complejas. Pero el autor se referirá
estrictamente a dos piezas claves del antijudaísmo cultural: el papel de
contención que la sociedad y los poderes ejercieron antes las ofensivas contra
los judíos; y la cuestión de los formatos de transmisión de los mensajes.

Naturalmente, los temas del gran tronco ideológico que venimos llamando el
“otro religioso” circularon, como en todo Occidente. Los territorios de Castilla no
fueron especialmente destacados en estos siglos. Podría decirse que la cultura
latina en los territorios castellanos se mantuvo en el marco intelectual de la
tradición de la “vieja polémica teológica”, de corte altomedieval.

No hace falta decir que los temas de exégesis, bíblicos, teológicos, eran
tratados en las obras de doctrina de forma, digamos, rutinaria. También la
iconografía podía ser portadora de mensajes hostiles, con la propagación
indirecta de una imagen negativa de los judíos.

Hay una dimensión de los argumentos del “otro” religioso que no arraigaron en
Castilla antes del siglo XIV: las controversias o debates públicos tendentes a
descalificar el judaísmo no bíblico sino contemporáneo, el judaísmo rabínico.

Por otra parte, tanto los temas ligados al gran tronco del ideario que podemos
identificar como el tópico del “usurero judío” como los del “inferior excluido”,
que en Europa Occidental triunfaban en el siglo XII, se encuentran también en
los territorias del ámbito castellano. Tienen su reflejo en la iconografía. El
adoctrinamiento católico buscado o reflejado en las alusiones a la avaricia judía
o la condición del judío como alguien extraño e inmundo se hallan en esas
obras.

El fanatismo cruzado y los argumentos ligados a las crueldades judías


¿llegaron a Castilla? Estos territorios quedaron al margen de ese tipo de
violencia tan grave que fue el fanatismo cruzado lanzado contra judíos. De
modo que aquí radica una diferencia entre los reinos hispánicos, en particular
Castilla y las otras monarquías europeas.

¿En qué formatos se encontraban las crueldades? En formato de leyenda,


narraciones ejemplares, cuentos y milagros. Deterioraron la imagen del judío,
sin duda, en un flanco delicado y siniestro de su reputación como icono social
del Mal. Pero el mensaje no era excesivamente peligroso porque no se
difundieron estos temas como hechos reales, como sucesos acaecidos en
lugares y circunstancias ciertas. En Castilla no hubo en esta época judíos
reales, de carne y hueso, acusados de matar niños ritualmente o profanar
hostias. 
De modo que puede sostenerse que hubo en Castilla un antijudaísmo
ideologico algo diferente.

En efecto, si a Castilla no llegaron los formatos más duros o no prosperaron


todavía en el siglo XIII, como sugiere el autor, ¿a que fue debido? Hay que
pensar que la situación política, social y de convivencia ejerció un efecto de
contención. Podemos pensar que los libelos europeos eran más crudos, nadie
los quizo difundir por que no se atrevio o por que no habrían sido creíbles ni
había voluntad de instrumentalizar el tema. Tales bulos no se compadecían
bien con el ambiente de relaciones entre comunidades. Este no era de total
igualdad, ciertamente, pero sí de coexistencia tranquila. La dinámica de la
colonización había hecho que esa coexistencia cristalizase en un marco
jurídico que discriminaba pero protegía a los judíos. El rechazo social podía
verse, es cierto. Pero eso no se traducía en persecución jurídica ni de otro tipo.
Los derechos locales, es decir, los fueros municipales de los siglos XII y XIII, no
interrumpir la convivencia interconfesional. Desde este punto de vista la
organización interna de los judíos era reconocida. Desde la llegada de los
almohades a Al-Andalus, a mediados del siglo XII, se incrementó la instalación
de judíos en la más tolerante zona cristiana. En aquellos siglos de reconquista,
a diferencia de lo acaecido con los askenazíes europeos, los judíos no eran
vistos como peligro social. La artesanía y el comercio a que solían dedicarse
eran necesarias para unos reinos cristianos en expansión que padecían
escasez de esos oficios en las urbes o villas repobladas. En este contexto,
concluiriamos el hostigamiento hacia la minoría no resulta funcional.

En esta época plenomedieval se sabe que los judíos habitaban a menudo en


barrios propios de las ciudades cristianas. Esos barrios o juderías no eran
guetos, sino áreas específicas de las ciudades. De modo que la normativa local
y el perfil profesional y urbanístico pudo favorecer que el judío fuera percibido
como diferente e inferior, pero no tan extraño como en otros países.

La transformación de los judíos en “enemigos funcionales” también acabará


triunfando en Castilla, que tendrá igualmente su momento de difusión de libelos
sobre crímenes, médicos envenenadores y hostias vejadas. Pero eso ocurrirá
bastante más tarde.
Sin embargo, las condiciones historicas y politicas del reino hasta el siglo XIII,
gracias a la política de contención de la Iglesia y la monarquía, habían
impedido hasta entonces que el odio latente, que tantos siglos de antijudaísmo
ideologico venía lanzando sobre su población, descansase por el momento de
persecuciones violentas e intentos de erradicación por la fuerza de la minoria
judia.

  

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