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Las ideas antijudías constituyen no sólo una parte de los problemas de relación
y convivencia que existieron entre judíos y cristianos. Aunque se trataba de
planos distintos, existe una profunda conexión histórica entre culturas
antijudías, estatus legal de la minoría y conflictividad social.
El autor entendera estas ideas antijudías más como “ideario” que como sistema
racional de pensamientos. Este ideario evidentemente presenta muchos
acentos y componentes, los que pueden agruparse en cuatro grandes líneas o
troncos temáticos primordiales: en primer lugar: el “otro religioso”, que deriva
del hecho de haber constituido un enclave infiel en la sociedad cristiana; en
segundo lugar, la imagen del judío como arquetipo negativo del dinero “usurero
judío”; en tercer lugar, la idea del “inferior excluido”, alguien diferente y
considerado de peor condición y en cuarto lugar, la “identificación del judío con
el Mal”, es la satanización o criminalización del judío. En la historia cultural y
social del antijudaísmo o antisemitismo esta cuestión de las formas de
propagación y de instrumentalización de las ideas resulta decisiva.
Los siglos centrales de la Edad Media serán el objetivo del autor, ya que fue
cuando nacieron, maduraron o se completaron no solo los otros grandes
troncos del ideario antijudío. Todo ello se condensa en los decisivos siglos XI al
XIII.
¿Por que estas violencias? Hay que explicar la agresión sangrienta por la
excitación resultante de la propaganda religiosa contra el infiel que provocó el
movimiento cruzado. Inició un verdadero patrón de violencia antisemita. Lo ha
llamado “fanatismo cruzado”.
En los siglos XI y XII los judíos fueron percibidos por los cristianos como
competidores económicos. Las personas vinculadas a la economía del dinero
vieron en ellos una amenaza para su propia actividad. La presión social les
obliga a especializarse en el prestamo con interes. Esto coincide con un
momento de fortalecimiento de las monarquías feudales. Los reyes recurrieron
a ellos como causantes de la naciente expoliación tributaria. El siglo XII fue
decisivo en la cristalización de esta mentalidad social.
Todo este cambio de roles sociales se correspondía también con otros cambios
profundos de mentalidad. En los siglos XI-XII estaban empezando a fraguar en
las ciudades y aldeas europeas identidades colectivas múltiples: derivadas del
oficio, vínculos de clientelismo o vasallaje, identidades ligadas a los lazos
comunitarios de la vecindad. La consideración de estar “dentro/fuera”, o de
cualquier otra organización marcaba diferencias. Los judíos no entraron en esta
cimentación miscelica de la sociedad cristiana y fueron entendidos como una
unidad específica y diferenciada. Quedó establecida una minoría social
estereotipada, que se distinguía por el comercio del dinero, además de por
tener leyes y autoridades propias o por su cercanía al poder. Así fue percibida y
así fue la fabricación imaginaria del “otro”. No ya solo el “otro” religioso, sino
también el “extraño” social. A ello se unió el hecho de que la sociedad, desde
los siglos XI y XII, tenía dispuesto un mecanismo práctico de represion y
persecucion. La iglesia fue decisiva porque fue la responsable de identificar y
tipificar al judío como extraño minoritario y susceptible de persecución. No atajó
ciertas costumbres hacia los exogrupos y promovió desde arriba una normativa
que conjugaba la protección hacia los judíos. La legislación canónica de esta
época establecía siempre la protección de los judíos, sin forzar su conversión
siempre que tuvieran cargos con autoridad sobre los cristianos.
En el último tercio del siglo XII volvieron de nuevo las violencias antisemitas,
significativamente bajo el mismo tipo de cobertura ideológica y de
motivaciones, como el furor cruzado y sobre todo las acusaciones de crímenes
judíos.
Tras la difusión de estas temáticas, y esa praxi de violencia contra los judíos,
ya antes del siglo XIII, ¿era posible subir algún peldaño más en la escalada de
la infamia antisemita? Asi fue.
La iglesia fue una especie de “campus global” que diseñó una forma de
pensamiento unidimensional y contó con grandes potencialidades para
imponerlo. Los canonistas, los políticos pontificios y los escolásticos pudieron
ofrecer ahora un perfil congruente y único del papel del judío en la Cristiandad.
La situacion aqui parece haber sido algo diferente. Parece que los reinos de
León y Castilla la identificación entre judíos y rey, como patrimonio de este
último, si tuvo como en otras monarquías, efectos nefastos en momentos de
crisis política. Pero lo cierto es que la convivencia no se rompió hasta fechas
muy tardías y las violencias significativas aparecieron más allá del siglo XIII.
Naturalmente, los temas del gran tronco ideológico que venimos llamando el
“otro religioso” circularon, como en todo Occidente. Los territorios de Castilla no
fueron especialmente destacados en estos siglos. Podría decirse que la cultura
latina en los territorios castellanos se mantuvo en el marco intelectual de la
tradición de la “vieja polémica teológica”, de corte altomedieval.
No hace falta decir que los temas de exégesis, bíblicos, teológicos, eran
tratados en las obras de doctrina de forma, digamos, rutinaria. También la
iconografía podía ser portadora de mensajes hostiles, con la propagación
indirecta de una imagen negativa de los judíos.
Hay una dimensión de los argumentos del “otro” religioso que no arraigaron en
Castilla antes del siglo XIV: las controversias o debates públicos tendentes a
descalificar el judaísmo no bíblico sino contemporáneo, el judaísmo rabínico.
Por otra parte, tanto los temas ligados al gran tronco del ideario que podemos
identificar como el tópico del “usurero judío” como los del “inferior excluido”,
que en Europa Occidental triunfaban en el siglo XII, se encuentran también en
los territorias del ámbito castellano. Tienen su reflejo en la iconografía. El
adoctrinamiento católico buscado o reflejado en las alusiones a la avaricia judía
o la condición del judío como alguien extraño e inmundo se hallan en esas
obras.