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Sin embargo, no lo había notado hasta que me comencé a sentir mal por ello,
tenía muchos apodos en el colegio: ‘huesitos’, ‘flacuchenta’, entre otros…
Disimulaba fingiendo que no pasaba nada cuando me llamaban así, pero seguía
tapando el huesito de mis muñecas y hasta me ponía ropa ancha, aunque no me
gustara. Yo tenía unos 12 años y ya detestaba mi cuerpo.
A muchos de ustedes tal vez les pusieron apodos o le jugaron una mala pasada, si
le afectó o no, eso ya es otro tema, la solución puede estar en fortalecer nuestra
autoestima desde niños o, educar desde esa primera infancia para no lastimarnos
entre nosotros mismos de ninguna forma. Pero bajo ninguna circunstancia se debe
normalizar, no es normal porque antes se callaba y ahora tiene nombre, no es así.
Al leerlo me identifiqué pero más allá de eso, espero que pueda ser una lectura
compartida en algún aula de clase, en una familia o, un buen regalo de navidad
para aquel niño que no quiere regresar al colegio el siguiente año, para el que ha
tenido que ir varias veces con el acudiente a rectoría porque molesta
excesivamente a sus compañeros. Realmente sería un logro, tal como lo hizo
Gabriela, la profesora del libro, con la que se van a encontrar enseñando poesía
en esta historia de conflictos propios y ajenos, que les revelará el crecimiento y
madurez con la que sus personajes a una corta edad enfrentan sus problemas y
asumen sus errores