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Reseña: ¡Perdedor! de Francisco Leal Quevedo

Cuando estaba en séptimo, si mi memoria no me falla, comencé a pedirle a mi


mamá que me comprara pulseras y manillas, así tapaba el huesito que sobresalía
en mi muñeca, odiaba como se me veía, también compraba bufandas o camisetas
de cuello tortuga para ocultar mi delgadez. Siempre he tenido la tendencia a ser
más delgada de lo normal a pesar de comer mucho, es por constitución, las
mujeres de mi familia somos así.

Sin embargo, no lo había notado hasta que me comencé a sentir mal por ello,
tenía muchos apodos en el colegio: ‘huesitos’, ‘flacuchenta’, entre otros…
Disimulaba fingiendo que no pasaba nada cuando me llamaban así, pero seguía
tapando el huesito de mis muñecas y hasta me ponía ropa ancha, aunque no me
gustara. Yo tenía unos 12 años y  ya detestaba mi cuerpo.

Hace un par de semanas, conocí la historia de Jorge, un niño tranquilo, maduro y


obediente. Le gustan los animales y disfruta el tiempo junto a sus abuelos, una
vida que sin pensarlo, era de ensueño. Su mamá, una mujer trabajadora,
responsable y dedicada, se destaca en su trabajo, tanto que logró conseguir un
ascenso. Cuando Jorge se enteró, se emocionó sin pensar en lo que vendría
detrás de esta nueva oportunidad laboral. De Chaparral se trasladaron a Bogotá,
un cambio drástico, lugares que tienen abismos del cielo a la tierra en muchos
aspectos.

Ese cambio no le agradó mucho a Jorge, el afán, el tráfico, estar lejos de su


mascota, todo era un verdadero caos en la nueva ciudad y llegar al colegio no fue
un respiro. La banda de los tres estaba en su misma clase y desde el momento en
que atravesó la puerta del salón, no se mostraron muy amables con el nuevo chico
provinciano, al que comenzaron a molestar de inmediato, les encantaba poner
apodos y sabotear tanto a estudiantes como a docentes.

He escuchado comentarios diciendo: ‘eso del bullying y matoneo es una ridiculez,


antes no existía y uno sobrevivía con normalidad’. Pero ¿seguros que era así? Le
doy vueltas y vueltas y no es tan cierto, cuando yo estudiaba no se mencionó
jamás el término bullying, pero sin el término por delante, igual llegué a llorar
algunas tardes por un par de bromas pesadas que me hicieron, sin dejar de lado a
dos compañeras que se cambiaron de colegio porque no ‘encajaban’.

En mi caso, la situación cambió cuando entré a la universidad y me destaqué en


varias áreas, comencé a trabajar en radio, a escribir y no sé en qué momento,
pero dejé de pensar en eso, pasó a un segundo plano, luego a un quinto plano,
hasta que desapareció del mapa. Jorge por su parte, encontró a una profesora
comprometida que a través del arte, la poesía para ser exactos, logró solucionar
varios conflictos internos, conocer las razones y problemas intrafamiliares que
llevaban a la banda de los tres a sabotear a todos, y generó cambios notables en
el ambiente escolar.

A muchos de ustedes tal vez les pusieron apodos o le jugaron una mala pasada, si
le afectó o no, eso ya es otro tema, la solución puede estar en fortalecer nuestra
autoestima desde niños o, educar desde esa primera infancia para no lastimarnos
entre nosotros mismos de ninguna forma. Pero bajo ninguna circunstancia se debe
normalizar, no es normal porque antes se callaba y ahora tiene nombre, no es así.

La época de mi vida que en estas líneas les he contado, en la que no me llamaban


por mi nombre sino por mis apodos, no se me venía a la cabeza hace años, hasta
que página tras página leí la historia de Jorge en el libro ¡Perdedor!, una historia
que nace de las múltiples vidas que llegan al consultorio de su escritor, el Dr.
Francisco Leal Quevedo, un libro que hoy quise reseñar porque no sólo está
escrito en la voz de Jorge, cada capítulo trae parte de la vida de un personaje
diferente, el que maltrata, el que es maltratado, el que huye del problema, el que lo
enfrenta o el que no hace nada.

Al leerlo me identifiqué pero más allá de eso, espero que pueda ser una lectura
compartida en algún aula de clase, en una familia o, un buen regalo de navidad
para aquel niño que no quiere regresar al colegio el siguiente año, para el que ha
tenido que ir varias veces con el acudiente a rectoría porque molesta
excesivamente  a sus compañeros. Realmente sería un logro, tal como lo hizo
Gabriela, la profesora del libro, con la que se van a encontrar enseñando poesía
en esta historia de conflictos propios y ajenos, que les revelará el crecimiento y
madurez con la que sus personajes a una corta edad enfrentan sus problemas y
asumen sus errores

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