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Carrera : Pedagogía en Historia, Geografía y Ciencias Sociales.

Cátedra : Construcción de la sociedad del mundo antiguo.


Tema : Discusión sobre la Grecia Clásica y la evolución de las estructuras económicas, sociales y políticas.
Material base : “Problemas de Grecia clásica (siglo V a.C.). 1. La guerra contra los persas”. En: Bravo, G. (2000).
Historia del mundo antiguo. Una introducción crítica. Madrid. Alianza Editorial. Pág. 241-249.

PROBLEMAS DE LA GRECIA CLÁSICA (siglo V a.C.)

Quizá más que ningún otro período del mundo griego antiguo el análisis del siglo V presenta una
problemática histórica caracterizada por un acusado dinamismo político y social hasta el punto de que, en
muchos aspectos, se superaron ya los estrechos marcos en que había sido concebida la vida de la
«polis». Las guerras casi continuas (*Ducrey, 1985), el desarrollo económico de algunos estados (French,
1964) y particularmente del comercio (*Finley, 1965), las relaciones interestatales (Moggi, 1976) y la
consolidación de las formas de gobierno tradicionales (*Rodríguez Adrados, 1966) constituyen tan sólo
algunos de los fenómenos más destacables, extraídos de un contexto complejo y no siempre de fácil
reconstrucción. Pero también la documentación sobre este período es sin duda más rica que la de los
anteriores, sobre todo la relativa a información de naturaleza historiográfica o literaria, sin olvidar las
fuentes epigráficas. No sólo Heródoto y Tucídides son fuentes fundamentales para la primera y segunda
mitad del siglo, respectivamente, sino que también Éforo, Helánico, Jenofonte, Teopompo, Platón,
Aristóteles, Andócides, Lisias y algunas obras de Equilo y Aristófanes contienen datos o referencias
únicos acerca de la peculiar situación del mundo griego en esta época. Es obvio que la utilización de
todos estos datos plantea múltiples problemas debido a su desigual fiabilidad pasando a menudo por la
mera anécdota (Heródoto) a la caricatura (Aristófanes) sin solución de continuidad; en otros casos el
problema es la ambigüedad (Aristóteles) o la tendenciosidad manifiesta de las argumentaciones e
interpretaciones propuestas (Tucídides). Sin embargo, el hilo conductor es claro y gira en torno al
protagonismo, unas veces, rivalidad, otras, de Esparta y Atenas, cuyos «modelos» de gobierno polarizan
el espectro político del mundo griego de la época llamada «clásica», es decir, el siglo V y buena parte del
IV. No obstante, otras «poleis» consolidan asimismo sus estructuras políticas y sociales aliándose en un
sentido u otro según las circunstancias, pero sin perder por ello sus instituciones peculiares. No hay que
olvidar que todos estos «sistemas» se desarrollan en el marco de la «polis», es decir, sobre la base de
una determinada concepción de la sociedad y del Estado. Por eso el uso frecuente de una terminología
repleta de categorías políticas y económicas «modernas» puede inducir a confusión al establecer falsos
paralelismos conceptuales entre realidades históricas estructuralmente diferentes. No se trata tanto de
evitar términos equívocos como «imperialismo» o «imperio», «revolucionario» o «reaccionario»,
«moderado» o «conservador» como de verificar históricamente hablando —esto es, lógica o
documentalmente— la opción elegida, si previamente dichos términos han sido adecuadamente definidos.
Es cierto que en algunos casos, como el de la «democracia» ateniense, la terminología política se impuso
por el uso más que por reflejar una realidad, por lo que dicho concepto ha debido ser matizado a la luz de
los «sistemas» políticos modernos (Finley, 1980). De hecho este debate encaja en otro más general que
ha opuesto y sigue oponiendo a los historiadores «primitivistas» (partidarios de transmitir la historia «en
sus propios términos») y «modernistas» (defensores de interpretar la historia mediante el uso de términos
y categorías que, aunque de acuñación moderna, tengan un probado valor analítico). Por esta razón la
terminología no es, como se dice a menudo, un problema secundario, aun cuando sea cierto que lo
importante en historia no es el término usado —bien o mal— sino el concepto que lleva aparejado, que
puede ser o no útil para conocer los mecanismos que impulsaron la evolución de una determinada
sociedad.

Finalmente, resulta cuando menos sorprendente la abundancia de denominaciones impropias —


aquí advertidas mediante «la(s) llamada(s)»...— y sin embargo tan usuales en la historiografía de este
período que constituyen tópicos difícilmente erradicables. En general éstos consisten en generalizaciones
abusivas o en proporcionar una «imagen» distorsionada de la información transmitida por los autores
antiguos, entre otros los siguientes: «Guerras Médicas» por «la guerra con los persas», «Liga
Panhelénica» en lugar de «Liga Helénica», «guerra del Peloponeso» por «guerra entre griegos», «Liga

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del Peloponeso» por «los lacedemonios y sus aliados», «Liga Ática» por «Liga de Délos», «imperio
ateniense» por «poder» («arché») o «hegemonía de Atenas», «partido democrático» por un grupo
defensor del «demos», «revolución oligárquica» por «cambio de régimen político». En fin, este período no
se corresponde con la llamada «Pentecontecia» —término no usado hasta finales del siglo I a. de C.—
que denomina sólo a los aproximadamente 50 años transcurridos desde el final de las «guerras con los
persas» (479) al inicio de la «guerra entre griegos», la llamada «guerra del Peloponeso» (431).

1. La guerra contra los persas

1.1 Los orígenes de la confrontación: la construcción del Imperio persa

La confrontación final entre griegos y persas a comienzos del siglo y en el área egea, lo que se
conoce tradicionalmente con el nombre de «Guerras Médicas», fue tan sólo el final de un largo proceso
de aproximaciones y tensiones entre dos pueblos que participaban del mismo origen etnolingüístico, como
elementos milenarios del grupo indoeuropeo. Pero mientras que los precursores griegos (aqueos) se
dirigieron hacia el Oeste estableciéndose en los Balcanes, sus contemporáneos persas, en dirección
opuesta, alcanzaron el valle del Indo y bajando hacia el Sur se establecieron entre el Cáucaso y los
Zagros, al norte de la llanura irania. Su proximidad a la región mesopotámica permitió a los persas una
rápida asimilación de las culturas próximo-orientales de elamitas, asirios y babilonios de tal modo que
hacia el siglo IX a. de C. aparecen en los registros asirios en colaboración con los medos, un pueblo
guerrero ubicado al noroeste de la llanura irania, que poco después constituyó un reino con capital en
Ecbatana. A finales del siglo VII los medos habían adquirido tal poder que establecieron alianza con el
Imperio neo-babilónico de Nabopolasar contra los asirios. Destruyeron Assur y Nínive, y medos y persas
dirigieron su atención hacia el Oeste, con el fin de controlar los reinos y ciudades de Asia Menor. Hacia el
575 el rey medo Ciáxares se enfrentó a Aliates, el rey de Lidia, aunque finalmente se concertó la fusión de
medos y lidios sellada mediante el matrimonio de Astiages, hijo de Ciáxares, con la hija del rey lidio. Pero
Astiages fue el último rey medo, propiamente dicho, porque el persa Ciro se enfrentó contra él y en 549
acabó con este reino, cuyos territorios unió para crear el Imperio medo-lidio-persa, que fue el origen de
uno de los «imperios» más poderosos y duraderos de toda la Antigüedad.

Anexionada Lidia en 547 a. de C. tras el enfrentamiento entre Ciro y Creso, el nuevo rey lidio, el
persa ordenó a su general Harpago el ataque de las ciudades jónicas de Asia Menor, desoyendo las
propuestas de Creso como la decisión del Panjonion de enviar una embajada a Ciro para que éste no
atacara ninguna ciudad griega. No obstante, todas las ciudades excepto Mileto —la única respetada por
Ciro— quedaron bajo el control del sátrapa de Sardes.

Concluida la campaña lidio-griega, Ciro dirigió sus pasos hacia el Imperio neobabilónico. Ya en
555, cuatro años después de la constitución formal del reino persa, Ciro había establecido una alianza
con Nabónides, que le dejaba las manos libres para enfrentarse contra Astiages. Pero ahora el Imperio
neobabilónico dominaba también Asiría, Siria y Palestina, por lo que su control era imprescindible para
dirigirse a Egipto, el otro gran Estado que pervivía de la época milenaria. En 538 Ciro conquistó Babilonia
y se anexionó su gran imperio. La conquista de Egipto fue sin embargo obra de su hijo y sucesor,
Cambises, en 525, que se impuso sobre Amasis. Pero Darío, hijo de un alto oficial del Imperio persa, le
sucedió en 522, y emprendió la reconquista del Quersoneso, Tracia y las ciudades griegas de Asia Menor.
En estas campañas Darío ordenó a su general Megabazo el control de las colonias atenienses de Sigeo y
Quersoneso, fundamentales para el abastecimiento de la metrópoli, y la ocupación de las islas
septentrionales de Lemnos e Imbros, que fueron integradas en la «provincia persa» gobernada por el
sátrapa de Sardes, Artafernes.

1.2 El casus belli: la rebelión jonia (499-93)


La presión persa llegó a las ciudades griegas de Asia, donde se habían instaurado regímenes
tiránicos proclives a las satrapías. Según Heródoto, el responsable de la revuelta jonia del 499 fue
Aristágoras, el «tirano» de Mileto, tras el intento fallido de apoderarse de Naxos con el apoyo de
Artafernes. El fracaso de Aristágoras implicaba un seguro castigo por parte del sátrapa, por lo que aquí se
habría visto obligado a la rebelión renunciando a la tiranía e incitando a los griegos de Jonia a luchar por
su libertad frente a la subyugación persa. Aristágoras pidió primero ayuda militar a Esparta sin éxito, por lo
que solicitó después el apoyo de la flota ateniense. Atenas envió 20 barcos en ayuda de Mileto que se
reforzaron con cinco naves más enviadas por la ciudad eubea de Eretria. Con esta ayuda los griegos
realizaron un ataque a Sardes, pero no lograron tomar la ciudadela. Entretanto la revuelta se había ex-
tendido a todas las ciudades de Asia Menor, Chipre y Tracia. El ateniense Milcíades, tirano del
Quersoneso, que hasta entonces había colaborado en los planes de Darío, se levantó también y arrebató

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a los persas el control de las islas de Lemnos e Imbros, de indudable importancia estratégica. Pero con el
refuerzo de la tropa y el apoyo fenicio a la flota los persas se impusieron a los griegos en dos batallas
decisivas: una, por tierra, en Éfeso; la otra, por mar, en Lade, cerca de Mileto, en la que las naves fenicias
—muy superiores en número— acabarían imponiéndose tras la deserción de los samios: la ciudad de
Mileto fue saqueada y su población trasvasada al interior. Hasta aquí el relato de Heródoto, pero es obvio
que existían razones políticas y económicas que incitaban a la rebelión. Entre las primeras destaca el
decisivo avance democrático en Atenas tras la implantación de las reformas de Clístenes; entre las
segundas, la incidencia del tributo persa sobre las economías comerciales de las ciudades jonias, que
vieron cerrados sus mercados tradicionales por el control de una potencia extranjera. De todos modos la
rebelión fue sofocada en 493. Persia se vio obligada a aceptar gobiernos «democráticos» en algunas
ciudades, pero la participación de Atenas y Eretria en el conflicto le proporcionaba el necesario casus belli
para preparar una expedición punitiva contra la Grecia continental.

1.3 La configuración de los bloques

Tras la rebelión jonia Darío se vio obligado de nuevo a reconquistar Tracia con el fin de reforzar
el flanco occidental de su «imperio» y sobre todo controlar las rutas de abastecimiento de metales y grano
a Grecia. Desde el Helesponto Darío confió a su yerno Mardonio el mando de una primera expedición
consistente en fuerzas terrestres y navales encargadas de conseguir la adhesión de las poblaciones
isleñas del N. del Egeo a la causa persa; tomada la isla de Thasos, el contingente persa reemprendió la
marcha hacia el O. por tierra y por mar siguiendo el plan previsto con la aparente intención de lograr el
apoyo de Tracia y Macedonia como plataforma de un futuro ataque a Grecia continental, particularmente
dirigido a Eretria y Atenas; pero esta expedición del 492 fracasó porque parte de la flota fue destruida por
la tempestad al bordear el Monte Athos mientras que el contingente de a pie encontró la resistencia de
algunas tribus tracias. Mardonio regresó a reunirse con Darío, que preparaba ya una segunda expedición
contra Atenas y Eretria: ésta debía ser castigada por su participación en la rebelión jonia; aquélla debía
además ser tomada y puesta a disposición de Hipías, el tirano ateniense que desde hacía veinte años
había sido acogido en Susa, la capital del Imperio. El mando de esta nueva expedición fue confiado a
Datis y Artafernes, a quienes acompañaba el propio Hipías. Previamente emisarios de Darío fueron
enviados a las principales ciudades de Grecia solicitando «tierra y agua», según la expresión de
Heródoto, para sus soldados, lo que después sería condenado como «medismo» o colaboracionismo de
los griegos con los persas. La sorpresa fue que muchas «poleis» acogieron la propuesta convencidas de
la superioridad del enemigo o por razones de oportunismo político cuando no rivalidad con Esparta o
Atenas, las únicas que se opusieron abiertamente a los planes del rey persa. En cambio Darío consiguió
el apoyo a su causa de las «poleis» isleñas y de las ciudades tesalias, aparte de Tebas, que dirigía la Liga
beocia y enfrentada con Atenas a propósito del control sobre la ciudad beocia de Platea; de Argos,
tradicional rival de Esparta en el Peloponeso y de Egina, rival de Atenas, y de extraordinaria importancia
estratégica en un ataque a Atenas por mar.

Entretanto en Atenas se libraba una dura batalla política entre las diversas facciones de la
aristocracia: Alcmeónides, Filaidas y nuevas familias encumbradas políticamente merced a las reformas
de Clístenes. A este último grupo pertenecía Temístocles, arconte en 493/92, que gozaba del apoyo de
las clases medias urbanas; su programa adoptó un cariz «radical» al promover el aumento de la flota
ateniense en favor de los «thetes» y la habilitación de los puertos naturales en tomo a El Pireo que
aseguraran el abastecimiento de la ciudad por mar ante un posible asedio enemigo. Aunque los
Alcmeónidas dirigidos por Jantipo —el padre de Péneles— no compartían esta política, Temístocles vio
reforzada su posición con el regreso del Quersoneso del filaida Milcíades, que conocía bien la estrategia
persa y convenció a los ciudadanos de la conveniencia de tomar medidas contra un inminente ataque
persa: elegido «strategós» en 491, Milcíades se encargaría de reforzar el ejército. Pero los atenienses con
un ejército de unos 9.000 hombres no podían hacer frente solos a los persas, que podrían desplazar
hasta la orilla del Egeo a un ejército al menos dos veces mayor. Por ello Temístocles solicitó la ayuda de
Esparta, que, sin negarse a ella, pretextó razones religiosas para posponer su apoyo a Atenas; sólo los de
Platea incrementaron en unos 1.000 hombres el débil ejército ateniense.

Por su parte, la expedición persa partió de Samos y cruzando el Egeo alcanzó Naxos y las
Cicladas, dirigiéndose después a Eubea; a la toma de Caristo, en el S. de la isla, siguió el asedio y
ocupación de Eretria al N., que sólo recibió el apoyo de un grupo de atenienses asentados en territorio de
la vecina Caléis; los persas infligieron un castigo ejemplar reduciendo a los eretrios a esclavitud. Los
sucesos de Eretria alarmaron a los atenienses. El arconte polemarco Calimaco, de acuerdo con
Milcíades, decidió coordinar las acciones de los diez «strategoi» avanzando por el interior de la costa
oriental de Ática hasta la llanura de Maratón, a escasa distancia del lugar en que, pasando a Ática, habían
acampado las tropas enemigas.

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1.4 Estrategia militar y escenarios bélicos

a) Maratón (490)

Las formaciones persas habían acampado cerca de Tricorinto y se disponían a avanzar por la
llanura de Maratón hacia el S hasta Atenas siguiendo la línea de la costa para evitar los pasos
montañosos del Pentélico y el Parnés que aíslan esta región. Entretanto el grueso de la flota persa con
600 naves —según Heródoto— esperaba en la bahía que forma el promontorio de Cinosura. Milcíades,
buen conocedor de la estrategia persa, convenció a Calímaco de tomar la iniciativa en el combate y de
disponer las formaciones de manera diferente a la habitual: el centro sería debilitado en beneficio de los
flancos; el ala izquierda sería defendida por el contingente de Platea, mientras que el ala derecha sería
ocupada por los hoplitas atenienses al mando de Calímaco y Milcíades; la misión de los flancos era no
sólo repeler la agresión, sino acudir en defensa de las líneas del centro, las primeras que
presumiblemente intentarían romper los enemigos; de esta forma se pretendía compensar la diferencia
cuantitativa entre ambos ejércitos puesto que se obligaría al «mayor» a combatir en unidades
fraccionadas; además, el refuerzo de las alas del «menor» permitía asimismo romper los flancos del
adversario forzando la huida, por lo que los efectivos enemigos se reducirían de hecho a su «centro»
mientras que los griegos mantendrían casi todas sus fuerzas. El plan de Milcíades dio resultado: sólo 192
atenienses murieron en el combate mientras que los persas perdieron más de 6.000 guerreros. El resto
huyó hacia las naves ancladas en la costa y emprendió rumbo a El Pireo con el fin de lograr la rendición
de Atenas. Pero las naves atenienses que esperaban en el Palero se vieron reforzadas con el regreso de
las fuerzas de Maratón y los persas no lograron su objetivo, huyendo de nuevo a través del Egeo.
Maratón fue la primera gran derrota de los persas frente a los griegos, pero en la victoria ateniense no
participó en absoluto Esparta, que envió refuerzos cuando la batalla ya había concluido. Este hecho
marca el inicio de un proceso de rivalidades mutuas que abocará al enfrentamiento de casi todos los
griegos —alineados en favor de unos y otros— durante la segunda mitad del siglo.

b) Termopilas y Artemisio (agosto-480)

Entre Maratón y la defensa del paso de las Termópilas transcurrieron diez años. Tanto persas
como griegos dedicaron buena parte de este tiempo a montar sus propias estrategias. La muerte de Darío
en 485 dejó el trono en manos de Jerjes, quien dio un nuevo impulso al expansionismo persa en el Egeo.
Entretanto algunas «poleis» griegas decidieron constituir una alianza contra los persas que culminó en la
«Liga Helénica», liderada finalmente por Esparta, pero con una importante aportación ateniense a la flota.
En Atenas la rivalidad entre facciones políticas llevó al triunfo del plan diseñado por Temístocles basado
en el refuerzo de la flota mientras que Milcíades fracasó en tomar Paros y fue condenado a una fuerte
indemnización que, tras su muerte, asumiría su hijo Cimón. Por su parte los Alcmeónidas, presuntos pro
persas, fueron víctimas del «ostracismo» que precisamente se puso en práctica en 487/86: Hiparco, en
487; Meglacles, en 486; Jantipo, en 484; en fin, Arístides, en 482. Pero en vísperas del combate, en la
primavera del 480, todos ellos fueron reclamados para unirse a las fuerzas contra los persas. Por su parte
Jerjes había diseñado perfectamente el plan de ataque a Grecia. Tras reconquistar Egipto regresó a
Sardes e inició su marcha hacia el Helesponto con la intención de alcanzar Grecia por alguno de los
pasos tesalios. Previamente había ordenado la construcción de un canal que evitara el peligroso paso por
la costa del Monte Athos, donde diez años antes Mardonio había perdido muchas naves. En realidad el
plan obedecía a una estrategia calculada según la cual las fuerzas de tierra y mar debían avanzar en
paralelo pero sin perderse de vista con el fin de efectuar ataques simultáneos. En su notorio afán de
resaltar la defensa griega Heródoto proporciona cifras fabulosas —de hasta cinco millones— del ejército
de Jerjes, pero su número, aun alto, no debe haber excedido los 180.000 hombres incluidos los medos,
hircanianos, bactrianos, etíopes, asirios, sagartianos y tracios, entre otros; también las naves —más de
4.000— podrían reducirse a unas 800, aportadas por fenicios, egipcios, canos, chipriotas, panfilios,
ciclicios y otros súbditos griegos. Aun así este ejército sin precedentes en el Egeo planteaba un grave
problema de abastecimiento, de ahí que fuera preciso controlar la ruta del Egeo septentrional en dirección
al Helesponto y el Mar Negro. Pero la marcha de Jerjes apenas hubiera sido posible sin haber contado
con el apoyo de los tesalios primero y el de la mayor parte de Grecia central más tarde. En efecto, el
acceso a las Termópilas, cerca de la costa entre Fócide y Lócride oriental, fue posible mediante la
sumisión de Tesalia a la causa persa, puesto que los griegos no pudieron impedir su avance. En vano un
ejército de unos 14.000 hombres (formado por peloponesios —con 300 espartanos—, focidíos, locrios,
tebanos y corintios, entre otros) intentó hacerse fuerte al mando del rey espartano Leónidas, quien
pereció en el combate junto con sus compatriotas. La victoria persa en las Termópilas ponía Grecia
central bajo el control de Jerjes y, en consecuencia, dejaba expedito el camino hacia Ática, por lo que la
flota griega anclada frente a Artemisio, en la costa septentrional de la isla de Eubea, se replegó

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rápidamente para defender los accesos a El Pireo. Entretanto Temístocles había conseguido evacuar
Atenas hacia Egina, Trecén y Salamina, porque era inminente la invasión de Ática por el N. sin que fuera
posible oponer resistencia, ya que las fuerzas atenienses habían sido desplazadas a defender la región
del Istmo bajo el mando del espartano Cleombroto, hermano de Leónidas. Como estaba previsto Jerjes
llegó a Atenas —por tierra— casi al mismo tiempo que su flota alcanzaba el Palero y obligaba a la flota
griega a buscar refugio en las costas de Salamina.

c) Salamina (septiembre-480)

El emplazamiento de los aliados tras el promontorio que se aproxima a la pequeña isla de


Psistalia obligó a los persas a concentrar sus naves en torno a este islote para cubrir una posible retirada
y al mismo tiempo desplazar un escuadrón egipcio al otro lado de la isla para evitar la huida de los griegos
por los estrechos que separan Salamina de la Megárida. El refugio de las naves griegas en estos
pequeños pasos era peligroso pero evitaba el combate en mar abierto, que hubiera sido favorable a los
persas. El plan había sido diseñado meticulosamente por Temístocles, quien convenció al espartano
Euribíadas, jefe oficial de la flota aliada, de la conveniencia de defender Ática para salvaguardar el Istmo.
En tales condiciones la confrontación se saldó con una gran derrota de los persas y la aplastante victoria
de la flota ateniense ayudada en Psistalia por un contingente hoplítico al mando de Arístides. Jerjes
decidió emprender la retirada con casi la mitad de su ejército hacia el Helesponto mientras que Mardonio
concentraba al resto para invernar en Tesalia. La derrota persa en Salamina fue decisiva porque la
retirada permitió a los griegos reorganizarse en espera de un enfrentamiento definitivo, que al año si-
guiente tendría por escenarios Beocia y Jonia.

d) Platea y Micale (agosto-479)

La victoria de Salamina produjo dos efectos esenciales: uno, recuperar la confianza griega en la
posibilidad de vencer a los persas; otro, la rebelión de las ciudades griegas de Asia, particularmente de
Jonia, contra una parte de la flota persa establecida en Samos. Aunque las fuerzas de la «Liga Helénica»
se mantendrían unidas, la expedición de Mardonio no podría traspasar la región del Istmo, que había sido
amurallada «de mar a mar» por un contingente aliado. En cambio Ática quedaría de nuevo abierta a la
devastación del ejército persa. Por ello Mardonio antes de iniciar la expedición procuró una alianza con
Atenas a través de Alejandro —el rey de Macedonia—, cuyo fin era romper la cohesión de las fuerzas
helénicas. Pero los atenienses rechazaron la propuesta y, al contrario, instaron a Esparta a defender
Ática. La reticencia espartana obligó a una nueva evacuación de Atenas hacia Salamina, donde en
adelante se reuniría el Consejo de los 500. Mardonio entonces llegó a Atenas, pero no saqueó ni incendió
la ciudad. Poco después la reacción de Atenas, Mégara y Platea exigiendo a la Liga una intervención
contra los persas convenció a los espartanos de la oportunidad del ataque: un ejército de casi 100.000
hombres fue movilizado en esta ocasión, cuya dirección fue encomendada a Pausanias. La estrategia de
Mardonio consistió en atrincherarse detrás del Monte Citero, en territorio beocio, a orillas del río Asopo,
entre Platea —aliada— y Tebas —pro persa, esperando el ataque de los aliados en la llanura, donde la
caballería persa se impondría fácilmente al ejército hoplítico; por el contrario, los griegos procuraban que
el combate no se hiciera en campo abierto sino en terreno montañoso para dificultar la movilidad de los
enemigos. Por otra parte, Mardonio adoptó una estrategia defensiva dejando la iniciativa a los aliados
griegos; éstos decidieron detenerse junto a Platea: en el ala derecha, los lacedemonios y sus aliados
peloponesios; en el ala izquierda, atenienses y megarenses. Ante la decisión de un «consejo de guerra»
presidido por Pausanias de retirarse a sus anteriores posiciones, Mardonio tomó la iniciativa destacando a
un contingente de caballería al mando de Masistio, quien perdió su vida en el combate. El repliegue se
inició con gran desconcierto, hasta el punto que los atenienses al mando de Arístides y un grupo de
peloponesios dirigidos por Amonfareto no siguieron las órdenes de Pausanias; Mardonio aprovechó la
ocasión para atacar al ejército dividido y en retirada, pero la reacción de Pausanias regresando a Platea
se saldó con una abultada victoria griega, en la que el propio Mardonio fue hecho prisionero. Unos días
después el ejército aliado conseguía la rendición de Tebas. Pausanias deshizo la Liga beocia y, en
cambio, garantizó a Platea independencia política. Aunque los atenienses no tomaron parte en esta
decisiva derrota persa —por tierra—, casi de forma simultánea atendieron la petición de ayuda de los
samios contra los persas. Una expedición naval partió de Délos, pero cuando alcanzó la costa oriental del
Egeo, la rebelión de los jonios incluidos en el contingente persa asentado en Cabo Micale había resuelto
el conflicto de forma favorable a los griegos. Los jonios recuperaron su ansiada libertad y las «poleis»
isleñas fueron incluidas en la «Liga Helénica» como aliados. Entonces la flota ateniense se dirigió al
Helesponto con el fin de recuperar las rutas septentrionales de acceso a Grecia continental. La toma de
Sestos en 478 cierra, por el momento, este período de luchas intermitentes con los persas e inicia la
llamada «Pentecontecia».

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